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La Desconstrucción de La Poesía Del Siglo de Oro

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La desconstrucción de la poesía del Siglo de Oro

Elias L. Rivers
The State University of New York at Stony Brook

A la memoria de mi maestro Dámaso Alonso

Vamos a empezar con una pregunta típica de las nuevas corrientes de teoría literaria:
¿cómo se construyó, en primer lugar, el llamado Siglo de Oro de la literatura española?
Existía en aquella época una conciencia general de la grandeza imperial de España, pero
para el culto lector y escritor de los ahora lejanos siglos XVI y XVII no existía ningún
concepto universitario de la historia literaria de España; tampoco, en las universidades
españolas de entonces, se estudiaban sistemáticamente los versos que sin duda algunos
profesores y estudiantes escribían alguna vez en romance, cuando no utilizaban ex cathe-
dra el latin. Es verdad que en las academias, o tertulias literarias, patrocinadas por algu-
nos nobles en las grandes ciudades, se leía en voz alta y se comentaba la poesía contem-
poránea. Más importantes para el lector serio eran las ediciones comentadas de la poesía
ya canonizada de Juan de Mena y de Garcilaso de la Vega, además de la muy discutida
poesía nueva de don Luis de Góngora; algunos humanistas como Francisco Sánchez de
las Brozas (El Brócense), Fernando de Herrera y don García de Salcedo Coronel, por
ejemplo, aplicaban su erudición a esta poesía, identificando los modelos y fuentes clási-
cos e italianos, los artificios retóricos y poéticos, y agregaban a veces alguna alabanza o
algún reparo académico. Pero, a pesar de estos anticipos, el Siglo de Oro que nosotros es-
tudiamos apenas se empezó a construir antes del siglo XIX, cuando eruditos extranjeros
como Bouterwek, Sismondi y Ticknor, después de estudiar las obras más asequibles, se
pusieron a redactar historias formales. La traducción ampliada que publicó Pascual Ga-
yangos de la History of Spanish Literature del bostoniano George Ticknor marcó hace
sólo 140 años, en los años 50 del siglo pasado, la colocación de una piedra angular, sobre
la cual, con el apoyo de la filología e ideología literaria de entonces, construyeron sus
edificios Milá y Fontanals, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal y su insigne escuela; es-
tos edificios se han rematado últimamente con la historia narrada por R. O. Jones y su
equipo inglés, por ejemplo, o con la historia y crítica compilada por Francisco Rico y su
equipo internacional. Estas obras de síntesis nos presentan ahora, por lo visto, los sólidos

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monumentos poéticos del Siglo de Oro, los cuales se han de explicar y analizar simple-
mente porque están ahí, como otros tantos Himalayas, frente a los hispanistas (o alpinis-
tas) del mundo. Y para la poesía del Siglo de Oro desde hace ya cuarenta años Dámaso
Alonso es nuestro guía principal en esta hazaña de conquista intelectual. Los lectores
modernos no somos por supuesto humanistas renacentistas o barrocos, como lo eran to-
dos los poetas cultos de aquella lejana época; sin embargo, nosotros, con criterios influi-
dos por la poesía y crítica romántica y posromántica, hemos podido leer la poesía del Si-
glo de Oro creyendo intuitivamente en la permanencia de sus valores universales. La
hemos analizado estilísticamente, buscando motivaciones entre significante y significa-
do; hemos intentado explicar sus complejidades semánticas.
Para mi generación de hispanistas en los Estados Unidos eran muy importantes tanto
la Nueva Crítica anglo-americana como las enseñanzas de la Generación española del 27.
En el año 1948, cuando Dámaso Alonso visitó Estados Unidos por primera vez después
de la Guerra Civil española y dio en Yale University su curso sobre poesía del Siglo de
Oro, se publicaba la primera edición de la gran codificación de la Theory of Literature
escrita por Wellek y Warren, y todos la leíamos como si fuera la Biblia; Wellek era pro-
fesor de literatura comparada en la misma universidad de Yale, donde yo empezaba en-
tonces mis estudios predoctorales con ese famoso curso de Dámaso Alonso, con sus bri-
llantes análisis de sonetos de Garcilaso y de Aldana, de Góngora y de Quevedo (No muy
lejos de Yale, en Princeton University, Américo Castro publicaba el primer capítulo de
su nueva visión de España en su historia; también daban cursos en la misma región del
país Pedro Salinas, Jorge Guillen y Amado Alonso). Dos años más tarde, en 1950, Dá-
maso publicó la primera edición de su gran libro, Poesía española: ensayo de métodos y
límites estilísticos; ésta fue nuestra introducción al estructuralismo lingüístico de Saussu-
re aplicado al análisis de la poesía. En aquella época parecía que ya teníamos en la mano
todas las herramientas internacionales, los métodos definitivos para el estudio más ade-
cuado de la literatura en general y, sobre todo, de la poesía del Siglo de Oro.
Pero ahora han pasado cuarenta años, durante los cuales se ha producido un gran de-
sarrollo, totalmente independiente del hispanismo, en la teorización estructuralista y
post-estructuralista; en nuestra época actual, que va acercándose al final del siglo XX,
me parece que los hispanistas, como miembros de la misma comunidad universitaria oc-
cidental, lo menos que podemos hacer es cuestionar cómo hemos llegado adonde esta-
mos, preguntándonos si no podríamos realizar de alguna otra manera, diferente si no su-
perior, nuestros estudios de la poesía del Siglo de Oro. Tales cuestiones se plantean no
tanto por el hispanismo en sí como por las nuevas problemáticas críticas que nos vienen
de Alemania y Francia, de Inglaterra y Estados Unidos (Desgraciadamente, ya no tene-
mos en España ningún Ortega y Gasset, ningún Dámaso Alonso, que nos sirva de guía).
Para la América del Norte los primeros cambios radicales se implantaban en los años
60 con la invasión estructuralista francesa. En la Johns Hopkins University de Baltimore,
donde yo entonces explicaba literatura española, con Francisco Rico como compañero
visitante, se estableció una cabeza de puente muy firme en el otoño de 1966, cuando lle-
garon físicamente al campus Roland Barthes, Jacques Derrida, Lucien Goldmann, Jean
Hyppolite, Jacques Lacan, Tzvetan Todorov; ahí estaban para darles la bienvenida Hillis
Miller y Paul de Man. Cuando por fin, cuatro años más tarde, se publicaron en inglés las
actas de aquel congreso bilingüe con el título de The Structuralist Controversy: The han-

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guages of Criticism and the Sciences ofMan, una nueva manera de pensar según las nor-
mas de Ferdinand de Saussure y de Claude Lévi-Strauss ya iba formando la base de una
renovación radical de la teoría literaria en Estados Unidos. Esta heterodoxia, convirtién-
dose pronto en nueva ortodoxia, encontró en 1975 su codificación americana más crítica-
mente inteligente con la publicación del libro de Jonathan Culler titulado StructuraUst
Poetics: Structuralism Linguistics, and the Study of Literature. Pero ahora, quince años
más tarde, los hispanistas hemos oído ya vagos rumores del post-estructuralismo y del
desconstruccionismo, consecuencias imprevistas del famoso corte sincrónico que hizo
Saussure, del hipotético carácter arbitrario de la relación entre significante y significado,
de los simétricos sistemas de oposiciones binarias sin términos positivos. En este nuevo
ambiente me parece a mí que a veces se encuentran significantes que flotan libremente
en el vacío, sin significados nada seguros; últimamente, en algunos casos, creo que se ha
enloquecido el proceso semiótico.
Pero entre nosotros, los hispanistas que nos dedicamos al estudio del Siglo de Oro,
apenas se han visto señales de esta locura. Incluso en Francia, donde se podría esperar un
contagio más rápido, el hispanismo sigue trabajando dentro de una tradición apenas in-
fluida por el estructuralismo radical y sus consecuencias problemáticas. Una notable ex-
cepción es la obra de Mauricio Molho, así como la más reciente de su antigua alumna
Nadine Ly, profesora en la universidad de Burdeos, quien ha desarrollado un acerca-
miento muy original a la poesía hispánica, desde Garcilaso y Góngora hasta Vallejo; es
brillante, por ejemplo, su estudio de los deícticos de la enunciación en la Soledad I. En el
hispanismo de habla inglesa contamos con el ejemplo extravagante de Malcolm Read,
subdito británico establecido en Nueva Zelanda; ha publicado en Estados Unidos una in-
teresante colección de ensayos originales sobre la lingüística teórica y práctica en el Si-
glo de Oro, colección titulada The Birth and Death of Language. Las obras recientes de
dos cervantistas californianos, Carroll Johnson y James Parr, combinan de una manera
igualmente original ciertas tendencias de la última crítica afrancesada. Pero el caso más
llamativo entre hispanistas es seguramente el del Wunderkind inglés, Paul Julián Smith,
del Queen Mary College de la Universidad de Londres; por eso le dedicaré a él una aten-
ción especial, a modo de ejemplo.
Este joven británico ha tenido una carrera meteórica y cada vez más iconoclasta. Sus
títulos son de Cambridge University: el de Bachelor of Arts en 1980, con honores de pri-
mera clase en francés y español, y el de Ph.D. cuatro años más tarde con una tesis docto-
ral sobre la poesía amorosa de Quevedo. Con más de dos docenas de publicaciones bre-
ves, este año tendrá ya a su haber un total de cuatro libros publicados. El primero, basado
en su tesis doctoral, se publicó en 1987 con el título de Quevedo on Parnassus: Allusive
Context and Literary Theory in the Love Lyric; el segundo, de 1988, se titula Writing in
the Margin: Spanish Literature of the Golden Age; y desde 1989 podemos leer The Body
Hispanic: Gender and Sexuality in Spanish and Spanish American Literature. Pronto ha
de salir una introducción crítica a la lectura del Buscón. Y en nuestro «Anuario áureo II»
{Criticón, 48 [1990]) se anuncia para 1991 su quinto libro, con el título de Representing
the Other: «Race», Text, and Gender in Spanish and Spanish American Literature. Segu-
ramente no hay ningún otro hispanista tan joven con publicaciones más impresionantes
por su cantidad y calidad, así corno por su amplitud de conocimientos e intereses.

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Lo primero que leí yo de Paul Julián Smith fue un artículo titulado «The Rhetoric of
Presence in Poets and Critics of Golden Age Lyric: Garcilaso, Herrera, Góngora» y pu-
blicado en el número hispánico de Modern Language Notes de la primavera de 1985. Co-
mo se podría suponer por el título, este artículo aplicaba ciertas teorías desconstruccio-
nistas a las tradicionales lecturas logocéntricas de la poesía lirica; en vez de la presencia
palpitante del alma del poeta se ponderaba la elaboración retórica de su poesía, la mani-
pulación formal de las frases. Aquella primavera mis alumnos y yo disfrutamos mucho
de las impiedades de Smith y nos dimos cuenta de que Derrida y Barthes estaban de al-
guna manera más cerca del Renacimiento ciceroniano que de Dámaso Alonso y de nues-
tros nuevos críticos angloamericanos.
En otro ensayo, a base de sus lecturas feministas, el Dr. Smith ha sabido relacionar
con la cuestión del género sexual la extraña marginalidad de la cultura española; como
dice en Writing in the Margin (204-205, y traduzco yo):
[...] España es la 'mujer' de la cultura europea. Se la excluye de las principales corrientes
del poder político y cultural, se la desprecia por su llamado emocionalismo y sensualis-
mo, y se le tiene lástima por la falta de clasicismo y de racionalismo que antaño se pre-
sentaban como ideales [...].

Muchos hispanistas del mundo anglosajón, en efecto, al habernos trasladado quizá


del estudio de la cultura clásica e ilustrada francesa al de la leyenda negra española, tal
como reaparece en los ensayos de Américo Castro sobre la edad conflictiva, hemos senti-
do la fuerte atracción de esta marginalidad española.
Ahora voy a reseñar rápidamente, incluso superficialmente, algunas de las ideas prin-
cipales presentadas por Paul Julián Smith. Su libro sobre la poesía amorosa de Quevedo,
muy hábilmente reseñado por Lía Schwartz Lerner en el número 502 de ínsula, que salió
en octubre de 1988, se opone a la lectura moderna de esta poesía que hizo Dámaso Alon-
so, lectura hecha como si la poesía de Quevedo en sí fuera radicalmente moderna e inclu-
so existencialista; Smith propone a su vez una lectura más clásicamente retórica, afir-
mando que así es como Quevedo mismo componía su poesía. Para comprobar esto,
Smith intenta recuperar el diálogo que sostuvo Quevedo con los textos antiguos, tanto
poéticos como teóricos. Con este proposito, Smith analiza los programas de estudio im-
puestos en los colegios de los jesuítas de aquella época, programas que se basaban en tó-
picos morales ilustrados por fragmentos típicos, o sea por lugares comunes, pertenecien-
tes a la poesía clásica, humanística e italiana; este método de instrucción literaria llevaba
a los alumnos a la contaminación de diferentes pasajes ilustrativos, contaminación que
forma el subtexto de la poesía de Quevedo, compuesta intertextualmente según las reglas
de la retórica, o sea de la lógica moralizadora debidamente adornada. Smith demuestra
luego cómo este método de composición funciona, por ejemplo, en los retratos poéticos
que hace Quevedo de la dama, en sus imágenes razonadas, en sus alegorías y en sus alu-
siones mitológicas. Según este análisis, no había en el método de composición quevedia-
na ningún lugar para el «desgarrón afectivo», para la sinceridad, la ambigüedad ni la ori-
ginalidad, en el sentido romántico de estas palabras.
Si el libro sobre Quevedo es relativamente tradicionalista, el segundo libro de Smith,
recién reseñado por hispanistas tan exigentes como Ruth El Saffar y Peter N. Dunn, tiene
un ambiguo título con sugerencias más actuales: Writing in the Margin (que significa a la

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vez 'escritura marginal' y 'escribir al margen'). Este libro representa, según el autor, «un
intento de releer textos bien conocidos a la luz de varios discursos críticos poco conoci-
dos» (V); pero Smith no quiere alienar a sus lectores sino captar su buena voluntad y
convencerlos, ya que, como dice, el suyo es «un intento de presentar al lector ideas nue-
vas sin amenazarle con la violencia intelectual» (8). En su introducción, Smith les pone a
estos discursos o conceptos críticos las etiquetas de «post-estructuralistas» y «descons-
tructivas», señalando cómo cuestionan la simetría de las oposiciones binarias y la unidad
subjetiva del autor como origen de los textos firmados por él. Los autores, según esto, no
son totalmente activos, ni son totalmente pasivos los lectores: a pesar del famoso modelo
de Jakobson, no hay en el discurso retórico ninguna comunicación sencillamente unidi-
reccional. Tomando como ejemplo para su análisis el soneto de Quevedo que empieza
«En breve cárcel traigo aprisionado», Smith le aplica primero una lectura típica de la
nueva crítica anglosajona, luego una lectura retórica renacentista y finalmente una lectu-
ra teórica actual, caracterizada por el escepticismo psicológico y lingüístico y por una
conciencia de los problemas de la representación de realidades extralingüísticas, señalan-
do «la inadecuación de cualquier teoría que presupone una identidad esencialista y sus-
tancial que exista fuera del lenguaje» (15).
Quizá lo que más puede molestar en todo esto al lector tradicional como yo es la ani-
quilación de la unidad, sea clásica o sea romántica, en varios niveles: la unidad del sujeto
intencional en el autor, la unidad formal de la obra, la unidad del sujeto intelectivo en el
lector. Para el teórico desconstructivo la persona en sí no tiene ninguna unidad espiritual
que sea ni natural ni permanente; la personalidad misma en efecto se va construyendo y
desconstruyendo y reconstruyendo constantemente, sin lograrse nunca plenamente. Y las
reglas clásicas de la composición retórica no se basan en un sistema racional y coherente
sino que son un cajón de sastre discursivo. El Dr. Smith hace su precaria morada en este
fragmentado universo posthumanístico.
Además de sus fuentes teóricas francesas (Althusser, Barthes, Derrida, Foucault, Iri-
garay, Lacan, Lyotard, Moi...), debemos notar dos fuentes inglesas menos conocidas: The
Cornucopian Text: Problems of Writing in the French Renaissance (1979) de Terence
Cave y el libro de Antony Easfhope editado por Terence Hawkes en la serie «New Ac-
cents» con el título de Poetry as Discourse (1983). Creo que Smith ha demostrado clara-
mente lo productiva que puede ser la aplicación de tales ideas teóricas a la poesía del Si-
glo de Oro; me parece particularmente recomendable el libro de Easthope, con su teoría
general del discurso poético, según la cual se debe cuestionar el concepto del texto poéti-
co como vehículo de la presencia del poeta o como reflejo de unidad intencional. Es evi-
dente en la poesía la prioridad formal o materialista del significante, sea fonológico o
grafológico. Según Easthope, es la lectura de los significantes poéticos lo que produce
las subjetividades individuales y más o menos unificadas de los lectores; sus subjetivida-
des son estructuradas por los significados que ellos mismos inventan, descubren y desci-
fran. El lector no tiene la obligación de ocupar pasivamente la postura que el texto tiende
a asignarle; el lector muy bien puede ironizar esta postura o desintegrarla.
El tercer libro de Smith, que se publicó en 1989 con el título de The Body Híspanle,
tiene dos capítulos dedicados a obras del Siglo de Oro; pasaré por alto el primero, dedi-
cado a obras en prosa de Teresa de Ávila y de María de Zayas, y me detendré brevemen-
te en el segundo, titulado «Góngora y Barthes», que en su primera versión se publicó en

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1986 en la revista norteamericana conocida por su sigla PMLA. Según Smith, el hedonis-
ta Barthes usó la frase «texto gongorino» como metáfora para representar una feliz liber-
tad sexual que rechaza la oposición binaria entre lo viril y lo no viril, con lo cual «la se-
xualidad entra en un juego libre... que alcanza un estado de expansión infinita» (47). La
revolución poética de Góngora se relaciona de esta manera con el rechazo del paradigma
clásico francés, analizado por Barthes en el Grado cero de la escritura; según este para-
digma, «un género convencional de lenguaje y discurso hace que cultural mente el sexo y
el texto se acuesten juntos en una cohabitación por lo visto natural y eterna». La transgre-
sión de Góngora deshace este paradigma clásico y lo sustituye por una mescolanza de los
papeles sexuales y de las reglas genéricas convencionales, consiguiendo finalmente «un
estado de sentido ausente o indeterminable que se le escapa al control cohibitivo del de-
terminismo genérico» (48). Basándose en ciertas teorías feministas u homosexuales,
Smith deliberadamente asocia el concepto de género sexual con el de género literario.
Por otra parte, comete el error, creo yo, de rechazar el ensayo de Todorov titulado «The
Origin of Genres», según el cual los distintos géneros literarios se asocian con ciertos ac-
tos de habla. A pesar de lo que dice Smith, los actos de habla, según los conceptos funda-
cionales de Austin, no pueden de ninguna manera asociarse con «la naturalidad auténtica
de la palabra oral» (48); son por el contrario procedimientos sociales totalmente conven-
cionales e incluso arbitrarios. Pero este error de Smith no quita validez al resto de su en-
sayo, según el cual el superior género épico se asocia clásicamente con el sexo masculino
y el inferior género lírico con el femenino (Y ya conocíamos la asociación que había afir-
mado Fernando de Herrera entre la lengua española y lo masculino, por una parte, y entre
la lengua italiana y lo femenino, por otra, una sexualización imperialista de naciones y
lenguas y poesías). Para Smith, el protagonista de las Soledades de Góngora es «curiosa-
mente no viril»; y esta obra, como señalaban sus críticos del siglo XVII, rompía con las
distinciones genéricas establecidas. Según Smith, el uso gongorino de una palabra como
«conejuelo» no es ni clásico ni viril sino que contribuye a producir un texto «hermafrodi-
ta» (53-54). Concluyo aqui mi repaso de Smith con dos citas finales que sintetizan su es-
tilo de intuición desconstructiva aplicada a los poemas mayores de Góngora:

«En la poesía burlesca lo literario se rebaja en su choque con lo real; en la panegírica, lo


real se eleva por contagio con lo literario. En la zona crepuscular de la indeterminación
genérica gongorina, lo literario y lo real flotan en un vacio evaluativo y se cuestionan
mutuamente» (56).

Así es como Smith afirma que las Soledades y el Polifemo son «textos que rechazan la
integración en un sentido trascendente» (68).
Al intentar sacar algunas consecuencias finales de este repaso de nuevas tendencias
críticas, tipificadas por la obra del hispanista Paul Julián Smith, no quiero que se crea
que yo soy partidario incondicional del desconstruccionismo ni mucho menos: para mí,
todo discurso, sea poético o no, está arraigado en la historia y la práctica de una cultura
social y literaria, con sus unidades ideológicamente (es decir, equívoca o contradictoria-
mente) definidas. Quizá, en vez del Curso de la lingüística general de Saussure, debe-
mos tomar como punto de partida el How to Do Things with Words de Austin; es incluso
posible, quizá, integrar la tradición post-estructuralista con la pragmática lingüística.
Austin es en efecto más desconstructivo que Saussure, ya que aquél desmonta su propia

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oposición binaria inicial entre el acto de habla constativo y el realizativo («the constative
and the performative») para llegar a decir que todos los actos de habla se basan igual-
mente en ciertas convenciones sociales de tipo pragmático. Y la sociolingüística de la no-
vela, según nos la explica el genial teórico Bajtin en su Teoría y estética de la novela, co-
lección de seis ensayos recién publicados en español por Taurus, está seguramente más
cerca de la postura de Austin que no de la de Saussure o de Derrida. Una teoría pragmáti-
ca del discurso literario no se ocuparía de las tautologías intemporales del estructuralis-
mo ni de las sutiles asimetrías de las oposiciones binarias, sino más bien de la acción so-
cial que se implica no sólo en las obras literarias sino también, por ejemplo, en otros
discursos sociales, como el de los códigos legales y el de la conversación cotidiana; en
todas estas actividades discursivas los seres humanos, a pesar de nuestras incoherencias
inevitables, inventamos y realizamos con cierto éxito pragmático nuestros propios pape-
les subjetivos y sociales de hablantes y oyentes, de escritores y lectores.
A pesar de estos reparos, o quizá a causa de ellos, no creo que sea posible seguir le-
yendo simplemente la poesía del Siglo de Oro según las premisas de la estilística españo-
la o de la nueva crítica angloamericana de los años 40, como si estas premisas se basaran
permanentemente en el sentido común más natural del mundo. Ya no es evidente la uni-
dad del sujeto humano ni tampoco la del soneto más perfecto. Como ha demostrado Jero-
me McGann, ni siquiera la crítica textual y filológica, que pretende ser totalmente objeti-
va y científica, está de ninguna manera libre de prejuicios ideológicos ni de los
complejos procesos intersubjetivos de escritura y de lectura. Por eso hay que escuchar a
los jóvenes más atrevidos, por deshumanizados e incluso equivocados que a veces nos
parezcan; hay que cuestionar metodológica y teóricamente los estudios que seguimos ha-
ciendo sobre la poesía del Siglo de Oro.

LISTA DE OBRAS CITADAS

ALONSO, Dámaso: Poesía española: ensayo de métodos y límites estilísticos. Madrid: Gredos,
1950.
AUSTIN, John L.: How to Do Thinqs with Words. Oxford: Clarendon, 1962.
BAJTIN, Mijail: Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989.
CASTRO, Américo: España en su historia: cristianos, moros y judíos. Buenos Aires: Losada, 1948.
CAVE, Terence: The Cornucopian Text: Problems of Writing in the French Renaissance. Oxford:
Clarendon, 1979.
CULLER, Jonathan: Structuralist Poetics: Structuralism. Linguistics, and the Study ofLiterature.
Ithaca NY: Cornell University Press, 1975.
DUNN, Peter N.: Reseña de Paul Julián Smith, Writing in the Margin, en un próximo número del
Bulletin ofHispanic Studies.
EASTHOPE, Antony: Poetry as Discourse. London: Methuen, 1983.
EL SAFFAR, Ruth: Reseña de Paul Julián Smith, Writing in the Margin. Journal ofHispanic Philo-
logy, 13(1989), 160-162.
JOHNSON, Carroll B.: Madness and Lust: A Psychological Approach to «Don Quixote». Berkeley:
University of California Press, 1983.
JONES, Royston 0. (editor): A Literary History ofSpain. London: Benn, 1971-72.
LY, Nadine: «Las Soledades: '...esta poesía inútil...'». Criticón, 30 (1985), 7-42.

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MACKSEY, Richard & DONATO, Eugenio (editores): The Structuralist Controversy: The Languages
of Criticism and the Sciences ofMan. Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1970.
MCGANN, Jerome J.: The Beauty of Inflections: Literary lnvestigations in Historical Method and
Theory. Oxford: Clarendon Press, 1988.
MOLHO, Maurice: Semántica y poética: Góngora. Quevedo. Barcelona: Crítica, 1977.
PARR, James A.: Don Quixote: AnAnatomy of Subversive Discourse. Newark DE: Juan de la Cues-
ta, 1988.
READ, Malcolm K.: The Birth and Death of Language: Spanish Literature and Linguistics. 1300-
1700. Madrid: Porrúa, 1983.
Rico, Francisco (editor): Historia y crítica de la literatura española. Barcelona: Crítica, 1980-
1983.
SCHWARTZ LERNER, Lía: Reseña de Paul Julián Sraith, Quevedo on Parnassus. ínsula, 502 (Oct.
1988), 5-6.
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Clarendon, 1989.
TlCKNOR, George: History of Spanish Literature. London: Murray, 1849.
TODOROV, Tzvetan: «The Origin of Genres», New Literary History 8 (1976), 145-158.
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