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Otto - Lo Santo (Cap. 1, 2 y 3)

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1.

Racional e irracional zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYX

Lo racional es predicado de algo irracional. -Racionalismo reli-


gioso. -Error del racionalismo zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZY

Para toda idea teísta de Dios, pero muy singularmente para la


cristiana, es esencial que la divinidad sea concebida y desig-
nada con rigurosa precisión por predicados tales co mo espí-
ritu, razón, voluntad, voluntad inteligente, buena voluntad,
omnipotencia, unidad de sustancia, sabiduría y otros seme-
jantes; es decir, por predicados que corresponden a los ele-
mentos personales y racionales que el ho mbre posee en sí
mismo, aunque en forma más limitada y restringida. Al mis-
mo tiempo, todos esos predicados son, en la idea de lo divino,
pensados co mo absolutos; es decir, co mo perfectos y sumos.
Estos predicados son, empero, conceptos claros y distintos,
accesibles al pensamiento, al análisis y aun a la definición. Si
llamamos racional al objeto que puede ser pensado de esa
manera, hemo s de designar co mo racional la esencia de la di-
vinidad descrita en dichos predicados, y co mo religión racio-
nal, aquella religión que los reco no ce y afirma. Sólo por ellos
es posible la fe co mo convicción en conceptos claros, opuesta
al mero sentimiento. No es verdad, a lo meno s en relación con

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el cristianismo -co m o dice Go ethe-, que «el sentimiento sea


todo y que el nombre sea sonido y humo » . En este caso, el
nombre es tanto co mo el concepto. Justamente, una de las se-
ñales características de la altura y superioridad de una reli-
gión es, a nuestro juicio, que posea « conceptos» y co no ci-
mientos -quiere decirse conocimientos de fe- de lo suprasen-
sible en co ncepto s co mo los citados y o tro s subsiguientes.
Y un signo indicador muy esencial -aunque no el único ni
tampo co el principal- de la superioridad del cristianismo so-
bre otras formas y grados de religión es que dispone de con-
ceptos de eminente claridad, transparencia y plenitud.
Hemos de acentuar esto al principio con toda energía. Pero
en seguida hay que salir al paso de un equívoco que puede
conducir a una visión parcial e incorrecta, y es la idea de que
los predicados racionales -lo s indicados y otros semejantes-
apuran y agotan la esencia de la divinidad. Pueden dar oca-
sión a este equívoco el estilo y el caudal de conceptos que usa
el lenguaje religioso, el tono pedagógico de pláticas y sermo-
nes, y aun las mismas Sagradas Escrituras. En ellos el elemen-
to racional ocupa el primer plano; incluso parece a menudo
que lo racional lo es todo. Pero que lo racio nal aparezca al
primer término es cosa que se puede esperar de antemano;
pues todo lenguaje, en cuanto consiste en palabras, ha de
transmitir principalmente co ncepto s. Y cuanto más claros e
inequívocos son esos co ncepto s, tanto mejo r es el lenguaje.
Pero aun cuando los predicados racionales están de ordina-
rio en el término más visible, dejan tan inexhausta la idea de
la divinidad, que precisamente sólo valen y son para y en un
algo irracio nal. So n, sin duda, predicados esenciales, pero
predicados esenciales sintéticos, y únicamente serán co m-
prendidos co rrectamente si se lo s to ma de esa manera; es
decir, co mo predicados atribuidos a un o bjeto que los reci-
be y sustenta, pero que no es co mprendido po r ellos ni pue-
de serlo, sino que, por el co ntrario , ha de ser co mprendido
de o tra manera distinta y peculiar. Pues de alguna manera
]. R A C IO N A L E IR R A C IO N A L zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWVUTS
U

ha de ser co mprendido ; si no lo fuera, no po dría, en general,


decirse nada de él. La propia mística no cree que sea total-
mente incomprensible, aun cuando lo llama árreton (lo ine-
fable, indefinible); pues entonces la mística debería consis-
tir en el silencio. Pero precisamente ha sido la mística verbo -
sa en extremo .
Aquí tropezamos, por primera vez, con la contraposición
entre racionalismo y religión profunda. Este antagonismo y
sus características han de o cuparno s con frecuencia. Pero el
carácter primero y sobresaliente del racionalismo, con el que
se enlazan todos los demás, se presenta en este punto. Se ha
dicho muchas veces que el racionalismo consiste en negar el
milagro, mientras que la actitud contraria al racionalismo
consiste en admitirlo. Semejante diferencia es notoriamente
falsa o, al menos, muy superficial. La do ctrina corriente de
que el milagro significa una ruptura mo mentánea de la cade-
na de las causas naturales por el mismo Ser que las ha estable-
cido, dueño y señor de ella, es tan groseramente racional
co mo la que más. Con bastante frecuencia han admitido los
racionalistas la « posibilidad del milagro» en este sentido, y
hasta la han construido a priori. En cambio, algunos no ra-
cionalistas decididos se han mostrado indiferentes al proble-
ma del milagro.
La verdadera diferencia entre el racionalismo y su contra-
rio es más bien una cualidad diferente en el mo do y temple o
tono sentimental de la religiosidad misma; a saber: que en la
idea de Dios, el elemento racional predomine sobre el irracio-
nal, o lo excluya por completo, o, al revés, que prepondere el
elemento irracional. La afirmación frecuente de que la propia
ortodoxia ha sido la madre del racionalismo es, en parte,
muy exacta. Pero no simplemente, porque en principio se
propuso construir un dogma do ctrinario ; los místicos más
arrebatados han hecho lo propio. Sino porque en la dogmáti-
ca no encontró la ortodoxia ningún medio de respetar sin
meno scabo el carácter irracional de su o bjeto y conservarlo
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1.(1 SA N T O

vivo en la emo ció n religiosa; y entonces, con evidente desco-


nocimiento del mismo, racionalizó la idea de Dios por mo d o
harto unilateral.
Esta tendencia a la racionalización sigue imperando aún
hoy. Y no sólo en teología. También la investigación de mitos,
el estudio de la religión de los pueblos primitivos y salvajes, el
ensayo de reconstruir los rudimentos y comienzos de la reli-
gión, están sometidos a ella. Claro es que en estos casos no se
aplican desde un principio aquellos elevados conceptos ra-
cionales antes citados; pero se ve en los conceptos y en su gra-
dual desenvolvimiento el problema capital, y se construyen
co mo precursores suyos otros conceptos y representaciones
de menos valor. En suma, siempre se pone aquí la atención en
conceptos y en representaciones que no son privativos de la
esfera religiosa, sino que pertenecen también a la esfera natu-
ral de las representaciones humanas.
En cambio, con energía y habilidad dignas casi de admira-
ción, se cierran los ojos al carácter peculiar de la emo ció n re-
ligiosa, que actúa ya en sus manifestaciones más primitivas.
Energía y habilidad mal aplicadas; porque si en alguna esfera
de la vida humana existe algo que le sea específico y peculiar, y
que, por tanto, sólo en ella acontezca y se presente, es en la re-
ligiosa. En verdad, los o jo s de los enemigos han visto con ma-
yor perspicacia que los de muchos amigos de la religión o teó-
ricos neutrales. En el partido de los adversarios se sabe muy
bien que el alboroto místico nada tiene que ver con la razón.
¡Ojalá sirva de saludable acicate el observar que la religión no
se reduce a enunciados racionales! Si aislamos en su mayor
pureza los dos elementos para establecer en seguida su recí-
proca relación con toda exactitud, acaso de esta manera la re-
ligión se haga luz sobre sí misma.
2. Lonuminoso zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWVUT

« Santo» es más que « bueno» . -Este « más» es lo « numinoso» zyxwvu

En este libro intentamos realizar esta tarea respecto a la cate-


goría peculiar de lo santo. Lo santo es, en primer lugar, una
categoría explicativa y valorativa que co mo tal se presenta y
nace exclusivamente en la esfera religiosa. Cierto es que se en-
tromete en otras, po r ejemplo, en la ética; pero no procede de
ninguna. Es compleja, y entre sus diversos componentes con-
tiene un elemento específico, singular, que se sustrae a la ra-
zón, en el sentido antes indicado, y que es árreton, inefable; es
decir, completamente inaccesible a la comprensión por con-
ceptos (co mo en terreno distinto ocurre con lo bello).
Esta afirmación sería insostenible si lo santo sólo fuera lo
que por tal se designa en muchos usos de la lengua, en el filo-
sófico y de ordinario también en el teológico. Estamos habi-
tuados a emplear la palabra santo en sentido translaticio y no
en su sentido primigenio . Santo suele aplicarse co mo predi-
cad o absoluto moral, que significa la bo nd ad perfecta, la
bo nd ad suma. Así, Kant llama santa a la voluntad que, sin va-
cilar, a impulsos del deber, obedece a la ley moral. En reali-
dad, debería llamarse, simplemente, «voluntad mo ral perfec-

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14 zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWVUTSRQPONMLKJIH
LO S A N I O

ta» . De la misma manera se habla también de la santidad del


deber o de la ley, cuando no se quiere expresar otra cosa, sino
su forzosidad práctica y obligatoria para todos.
Pero este sentido no es el estricto. Santo incluye, sin duda,
todo eso; pero además contiene, aun para nuestro sentimien-
to, algo más: un excedente de significación que es el que va-
mo s a precisar aquí. La palabra santo, o a lo meno s sus equi-
valentes en hebreo, latín, griego y otras lenguas antiguas, de-
signaba ante todo ese excedente de significación; pero no
comprendía en absoluto, o no comprendía, desde luego, y
nunca exclusivamente, el sentido moral. Pero co mo nuestro
sentimiento actual de la lengua incorpora sin duda lo moral a
lo santo, será conveniente, en la investigación de aquel ele-
mento peculiar y específico, inventar, al meno s provisional-
mente, para las necesidades de este estudio, una palabra des-
tinada a designar lo santo menos su componente moral, y
-añad imo s a renglón seguido - menos cualquier o tro co mpo -
nente racional.
Aquello de que hablamos y queremos dar idea o, mejo r di-
cho, hacer palpable en el sentimiento, vive en todas las religio-
nes co mo su fondo y médula; sin ello no serían éstas, en
mo do alguno, tales religiones. Pero con vigor más señalado
palpita en las religiones semíticas, y entre ellas, de mo d o
preeminentísimo, en la bíblica. También en ella tiene un
nombre especial: qadosch, que corresponde a hagios y sanc-
tus, y con mayor exactitud a sacer. Es cierto que en las tres len-
guas estas palabras comprenden también lo bueno, lo absolu-
tamente bueno, en el grado más alto de desarrollo y sazón de
la idea. Y entonces las traducimos por santo. Pero en este caso
santo no es más que el resultado de haber esquematizado y
henchido de contenidos éticos un reflejo sentimental, primi-
genio y característico, que puede ser indiferente a la ética. En
los comienzos, cuando ese elemento específico empieza a de-
sarrollarse, todas esas expresiones significaron, sin disputa,
cosa muy distinta de bueno. Por regla general, convienen en
2. LO N U M I N O SO zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWVUTSRQPO
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ello los exegetas contemporáneos; con justicia se califica de


interpretación racionalista la traducción de qadosch por bue-
no. Se trata, pues, de encontrar para este elemento, tomado
aisladamente, un no mbre que, en primer lugar, capte y fije su
peculiaridad, y, en segundo lugar, permita designar y abarcar
conjuntamente todos sus grados de evolución y todas las es-
pecies inferiores en él comprendidas.
A este fin forjo, desde luego, un neologismo: lo numino so
(pues si de ornen se forma ominoso, y de lumen, luminoso,
también es lícito hacer con numen, numinoso); y hablo de una
categoría peculiar, lo numinoso, explicativa y valorativa, y de
una disposición o temple numinoso del ánimo, que sobrevie-
ne siempre que aquélla se aplica. Pero como es enteramente
suigeneris, no se puede definir en sentido estricto, co mo ocu-
rre con todo elemento simple, con todo dato primario; sólo
cabe dilucidarla. Únicamente puede facilitarse su compren-
sión de esta manera: probando a guiar al oyente por medio de
sucesivas delimitaciones, hasta el punto de su propio ánimo
en donde tiene que despuntar, surgir y hacérsele consciente.
Este procedimiento se facilita señalando los análogos y los
contrarios más característicos de lo numino so en otras esfe-
ras del sentimiento más conocidas y familiares, y añadiendo:
« Nuestra incógnita no es eso mismo , pero es afín a eso y
opuesta a aquello. ¿No se te ofrece ahora po r sí misma? » .
Quiere decirse, en suma, que nuestra incógnita no puede en-
señarse en el sentido estricto de la palabra, sólo puede susci-
tarse, sugerirse, despertarse, co mo en definitiva ocurre con
cuanto procede del espíritu.
3. Los aspectos de lo numinoso

El «sentimiento de criatura» como reflejo de lo numinoso en


el sentimiento de sí propio zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWV

El sentimiento de absoluta dependencia. -No es más que la


sombra del sentimiento numinoso, pero no este mismo zyxwvutsrqpo

Invito ahora al lector a que actualice en su memoria y exami-


ne un momento de fuerte conmoción, lo más exclusivamente
religiosa que sea posible.
Quien no logre representárselo o no experimente momen-
tos de esa especie, debe renunciar a la lectura de este libro.
Pues es muy difícil ocuparse de psicología religiosa con quien
puede analizar sus sentimientos de la pubertad, las dificulta-
des de su digestión, los sentimientos sociales, pero no el sen-
timiento propiamente religioso. Es disculpable entonces que
pruebe a llegar por sí mismo, lo más lejos que pueda, con los
principios de explicación a su alcance, y que interprete el pla-
cer «estético» como mero placer sensible, y la religión como
una función de instintos y utilidad sociales o de modo aún
primitivo. Pero el estético, que percibe por sí mismo la pecu-

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3. LO S A SP EC T O S DE LO N U M I N O SO zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXW
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liaridad de la fruición estética, se apartará de sus teorías, y el


religioso aún más.
Invitamos además a que en el examen y análisis de esos
mo mento s y estados espirituales de grave y devota emo ció n,
se atienda sobre todo, no a su parte común con estados pare-
jo s de elevación mo ral, suscitados por la contemplación de
un acto bueno, sino precisamente a lo que en su contenido
sentimental hay de privativo y peculiar. A fuer de cristianos,
encontramos primero ciertos sentimientos que, meno s inten-
sos, se nos presentan en otras esferas: sentimientos de grati-
tud, de confianza, de amor, de seguridad, de rendida sumi-
sión, de resignación. Pero ni ninguno ni todos junto s expre-
san íntegramente el momento religioso; quedan todavía sin
expresar los rasgos propios de la emo ció n religiosa, la solem-
nidad de esta emo ció n singular, que sólo se presenta en el te-
rreno religioso.
Schleiermacher ha sacado a la luz un elemento muy nota-
ble de esta emo ció n: el sentimiento de « absoluta dependen-
cia» . Pero hemo s de hacer dos observaciones a su importante
descubrimiento. El sentimiento a que se refiere realmente
Schleiermacher no es, si atendemos a su tono y coloración, un
sentimiento de dependencia en el sentido natural de la pala-
bra, es decir, tal co mo puede presentarse en otras esferas de la
vida, en fo rma de sentimiento de la propia insuficiencia, inca-
pacidad y sujeción a las condiciones del contorno. Guarda,
sin duda, con estos sentimientos cierta correspondencia, por
virtud de la cual po demo s señalarlo analógicamente, pode-
mo s « explicarlo» por ellos, y aludir a él por ellos, de manera
que el objeto se haga sensible por sí mismo. Pero aquello a que
venimos refiriéndonos es, a su vez, algo que se distingue por
su cualidad de eso s sentimiento s análo go s. Es verdad que
el propio Schleiermacher diferencia el sentimiento religioso
de dependencia de los demás sentimientos de dependencia.
Pero sólo co mo se diferencia lo absoluto de lo meramente re-
lativo, lo perfecto y sumo, de uno de sus grados; pero no por
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LO S A N I O

su cualidad peculiar. No se percató de que el nombre « senti-


miento de dependencia» sólo es una aproximación por analo-
gía al verdadero sentimiento que quería definir.
¿No se descubre ya po r sí mismo, gracias a esta serie de
comparaciones y contraposiciones, lo que quiero significar,
aunque sin poderlo expresar de otra manera, precisamente
porque se trata de un dato original, y primario, por consi-
guiente, de un dato que está en el espíritu y sólo por sí mismo
puede determinarse? Venga en mi auxilio un conocido ejem-
plo, en donde el elemento a que me refiero se hace sentir con
ruda intensidad. Cuando A braham (Génesis, I, 18, 27) osa
hablar co n Dio s so bre la suerte de los so d o mitas, dice: « He
aquí que me atrevo a hablarte, yo, yo que soy polvo y ce-
niza» .
Éste es el « sentimiento de dependencia» que se reco no ce y
da cuenta de sí mismo, lo cual es mucho más y harto distinto
de los sentimientos « naturales» de dependencia. Busco tam-
bién un nombre para él, y le llamo « sentimiento de criatura» ,
es decir, sentimiento de la criatura de que se hunde y anega en
su propia nada y desaparece frente a aquel que está sobre to-
das las criaturas.
Es fácil percatarse de que esta expresión no nos proporciona
un conocimiento conceptual del indefinible sentimiento. Pues
éste no consiste solamente, como haría creer el nombre, en ese
componente de anegación y de propia nulidad frente a cual-
quier prepotencia, sino exclusivamente frente a «esa» prepo-
tencia determinada. Pero lo indecible es justamente cuál sea
«esa» prepotencia determinada; sólo puede tenerse una idea de
ella por el tono y contenido peculiar del sentimiento de reac-
ción que hemos de experimentar en nuestro interior.
El segundo defecto 1 de la definición de Schleiermacher es
que con ella sólo se hace patente la categoría religiosa de la va-

1. Más adelante será o casió n de referirno s a un tercer defecto.


3. LO S A SP EC T O S PH LO N U M I N O SO zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXW
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loración del sujeto por sí mismo (mejo r dicho, desvaloración,


desestima), y sin embargo se pretende definir con ella el con-
tenido propio del sentimiento religioso. A su juicio , el senti-
miento religioso sería, inmediatamente y, desde luego, un
sentimiento de mí mismo, el sentimiento de una peculiar con-
dición mía, a saber, de mi dependencia. Y sólo por conclusión
lógica, refiriendo mi estado a una causa exterior a mí, es, se-
gún Schleiermacher, co mo yo encuentro lo divino. Pero esto
es totalmente contrario a la realidad psicológica. El senti-
miento de criatura es más bien un mo mento concomitante, un
efecto subjetivo; po r decirlo así, la sombra de otro sentimien-
to, el cual, desde luego, y por mo d o inmediato, se refiere a un
o bjeto fuera de mí1. Y éste, precisamente, es el que llamo lo
numinoso. Sólo allí donde el numen es vivido como presente
-tal el caso de A braham-, o donde sentimos algo de carácter
numinoso, o donde el ánimo se vuelve hacia él, es decir, sólo

1. Éste es un hecho de experiencia tan claro, que el psicólogo lo encuentra,


desde luego, el primero al emprender el análisis de la emoción religiosa. En su
libro Las variedades de la experiencia religiosa dice, casi ingenuamente, Wi-
lliam James, cuando alude al origen de los dioses griegos: «No entro a exami-
nar có mo han nacido los dioses griegos. Pero todos nuestros ejemplos condu-
cen a la siguiente conclusión: es co mo si en la conciencia humana palpitase la
sensación de algo real, un sentimiento de algo que existe realmente, la repre-
sentación de algo que existe objetivamente, representación más profunda y
válida que cualquiera de las sensaciones aisladas y singulares, por las cuales,
según la opinión de la psicología contemporánea, se atestigua la realidad» .
Puesto que James, desde su punto de vista pragmatista y empirista, se
ha o bstruid o a sí mismo el camino que co nduce a reco no cer en el espíri-
tu la predisposición para cierto s co no cimiento s y la base de ciertas ideas,
tiene que acudir a hipótesis misteriosas para explicar esos hecho s. Pero
James comprende claramente el hecho mismo , y es lo bastante realista
para no darle de lado. Pero co n relación a ese sentimiento de realidad, dato
primario e inmediato; co n relación al sentimiento de un algo numino so ,
dado o bjetivamente, es, pues, el sentimiento de dependencia un efecto
subsiguiente, a saber: una desestima del sujeto respecto de sí mismo . En
co nsecuencia, el sentimiento de mi absoluta dependencia tiene co mo su-
puesto previo el sentimiento - si es lícita la exp resió n- de su « absoluta
inaccesibilidad» (la inaccesibilidad del numen).
20 zyxwvutsrqponmlkjihgfedcbaZYXWVUTSRQPONMLKJIH
1.(1 SA N T O

por el uso de la categoría de lo numinoso, puede engendrarse


en el ánimo el sentimiento de criatura, co mo su sentimiento
concomitante.
Pero ¿qué es y có mo es -o bjetivamente, tal co mo lo siento
fuera de m í- eso que llamamos numinoso?

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