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Ausente Profesor

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¡AUSENTE, PROFESOR!

Gustavo Adolfo Cárdenas Messa


Docente Y Director de Biblioteca UCEVA

ABSTRACT: Los procesos de enseñanza y aprendizaje (que hoy se centran más


en el aprendizaje), motivan esta reflexión sobre el rol del maestro y del estudiante
en la acción educativa de la escuela (léase Institución educativa en cualquiera de
sus niveles). La pregunta que subyace en estas páginas y que está presente en el
acontecer diario del aula de clase, es si las estrategias didácticas, las
metodologías, los modelos evaluativos, realmente propician en el estudiante el
desarrollo de intereses cognoscitivos; es decir, si permiten que el maestro y sus
herramientas se conviertan en puente entre el estudiante y el conocimiento.

PALABRAS CLAVE
Estudiante, educación, docente, pedagogía, enseñanza, aprendizaje

El proceso de enseñanza-aprendizaje tiene, como todos los procesos en los que


intervenimos los seres humanos, unas simbologías y protocolos que establecen
algunas conductas básicas asociadas a normas o simplemente a paradigmas,
tales como el uso de ciertas ayudas didácticas como el tablero, o la asignación de
una valoración cuantitativa al saber de los estudiantes.

Uno de esos protocolos es la lista de asistencia, en la cual se verifica si el


estudiante va a clases, si su cuerpo está visible y tangible dentro del salón de
clases.

Un día cualquiera, al llamar la tradicional lista de asistencia en un grupo, la


respuesta habitual de los estudiantes “presente”, fue reemplazada por una joven
vivaracha que miró despectivamente hacia donde yo estaba y dijo lo más fuerte
que pudo: “ausente profesor”.

Al comienzo tuve la firme intención de reclamar la respuesta que la tradición


académica reclama, en una situación habitual de clase. Sin embargo preferí
pasarlo por alto. Con un poco más de tiempo para reflexionar sobre el asunto, esta
situación me llevó a formularme varias preguntas que quiero presentar.

La primera es qué tan presentes están los estudiantes en los procesos educativos.
Sabemos que la presencia física no es garantía de lo que deberíamos llamar
“presencia” la cual es, como dice Paulo Freire (1968), la “estudiar es realmente un
trabajo difícil, exige de quien lo hace una postura crítica, estructurada”, es la plena
conciencia de proceso y de cada etapa del proceso, es la certeza de que cada
idea o cada saber llega a la mente del estudiante como a una tierra fértil, en la
cual germina, no en los surcos predeterminados por el docente, sino desde la
riqueza de sus conocimientos previos, de sus propias concepciones de mundo, y
de la misma manera retroalimenta el saber, retroalimenta el proceso, y se nutre
verdaderamente de lo que el ente educativo le ofrece.

La respuesta es dolorosamente simple: Antes que nada no existe un sistema


infalible que garantice esta situación ideal, además no existe un método infalible
de valoración de la realidad áulica para determinar si esta situación ideal se
presenta o no. Las evidentes falencias en el aprendizaje de un gran porcentaje de
nuestros estudiantes nos pone en el supuesto de que en muchas ocasiones ellos
están “ausentes” de nuestras aulas de clase a pesar de su presencia física. Los
niveles de comprensión son bajos, la capacidad de análisis parece un talento en
crisis, la fuerte tendencia a la memorización (de quién es la culpa es una discusión
que no quiero tocar aquí) parece rebasar todos los intentos por romper el
paradigma.

Podemos decir que los escenarios son cada vez más dinámicos y los actores son
cada vez más diferenciados: La ruptura generacional parece ser hoy una ruptura
cultural, las diferencias comportamentales y la manera como se conceptúan
presentan diferencias cada vez más irreconciliables. Esto hace posible la siguiente
pregunta: ¿Qué podemos hacer los maestros para estimular en los estudiantes la
imaginación, la creatividad, el interés, en otras palabras, la pasión por las áreas de
estudio? ¿Qué podemos hacer los maestros para que nuestros estudiantes no
estén ausentes en nuestras aulas?

Sabemos que el principio articulador del aprendizaje se sitúa en una condición de


tipo actitudinal no conceptual, y que a partir de ésta se propician las
aproximaciones del individuo al conocimiento, que de alguna manera es una
transmisión de la memoria de la humanidad. Pero sabemos igualmente que los
individuos no son estáticos en sus aprendizajes, (como pretenden algunos
educadores que perpetúan las líneas escritas en épocas pretéritas, donde la
tecnología más avanzada era la de la radio o de la T.V. a blanco y negro), sino
que son de tipo dialéctico, es decir, que tienen la dinámica misma de la cultura y
del desarrollo, en especial de las tecnologías de la comunicación.

Los ritmos son diferentes entre estudiantes y educadores, la cosmovisión es


diferente, los rasgos característicos del individuo (en el plano ideal) según muchos
maestros, son una verdadera repetición de la monotonía para los estudiantes. En
manifestaciones tan propias como las aficiones musicales se ven representados
los más radicales intereses y pretensiones que el estudiante tiene acerca de su
vida y de su entorno. Pero aparentemente muchos maestros no estamos en
capacidad de responder a esas expectativas de manera plenamente satisfactoria.
Podríamos citar a ésta como una de las causas de la apatía que los estudiantes
sienten por sus asignaturas y sus maestros.

La palabra “motivación” ha sido sinónimo de amabilidad, o flexibilidad en la


cátedra o de estrategias para que el estudiante esté contento, pero no se ha
asociado al conocimiento, a las formas de migración de ese conocimiento, a las
formas de valoración de ese conocimiento. Motivar al estudiante no es entonces
generarle situaciones de interés transitorio, sino ofrecerle desde la propia
interioridad, la pasión por el saber, las ganas de ir más allá, la independencia, es
decir, la capacidad de trascender al maestro mismo y evolucionar hacia sus
propios fines e intereses.

Los maestros, en muchos casos aun no están dispuestos a ser trascendidos por
los educandos. Aunque ese fenómeno se da a pesar de ellos –los maestros-,
debería darse con la complicidad de ellos, lo que daría lugar a que se cumpliera
uno de los fines más altos de la educación “permitir el aprendizaje”, así no
tendríamos que decir como el argentino Cabral (1979): “Mi educación fue muy
buena hasta que me la interrumpió el colegio”.

Es más, un niño llega a la escuela con tantas ganas de aprender, con un


dinamismo inagotable, con una capacidad de apropiarse de todo lo que se le
ofrece e ir más allá. Parece mentira que bastan unos pocos años de escuela
(colegio, universidad) para convertirlo en un ser EDUCADO (léase pasivo, sin
motivaciones, sin interés de relacionarse con el saber, en muchos casos tan
desmotivado que decide retardar la continuación de sus estudios, y en la peor de
las situaciones, desiste definitivamente).

Valdría la pena que estas sencillas reflexiones, de las cuales hay aun muchos
aspectos que explorar, permitieran una revisión de nuestros objetivos como
maestros, de nuestro rol, de los “intereses cognoscitivos” de los estudiantes,
como dice G.I. Shukina (1968), y de nuestra genuina identidad que no es el
cumplimiento de un horario en el salón de clases, sino un lograr estar “presente”
en el proceso educativo, para que los estudiantes estén igualmente “presentes” en
su aprendizaje.

BIBLIOGRAFIA

CABRAL, Facundo, Ferrocabral, Discos Fuentes, 1979


FREIRE, Paulo, La importancia de leer y el proceso de liberación, Siglo XXI,
México, 1996.
SHUKINA, G.I. Los intereses cognoscitivos de los escolares, Grijalbo, México:
1968
HABERMAS, Jürgen, Conocimiento e interés, Buenos Aires, Editorial Taurus,
1990.

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