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131 A Cosas Que Los Nietos Deberian Saber
131 A Cosas Que Los Nietos Deberian Saber
131 A Cosas Que Los Nietos Deberian Saber
NIETOS DEBERÍAN
SABER
#131 | Cosas que los nietos deberían saber
EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO
| INTRODUCCIÓN
Hace ahora casi 10 años, el 26 de junio de 2012, murió Nora Ephron. Tal vez no
sepas quién era. Fue una periodista, escritora y, sobre todo, guionista
tremendamente influyente en los 90. Aunque, eso sí, por un género de cine que
tengo que confesar que nunca he soportado: las comedias románticas. Se me
suelen hacer bastante empalagosas. Hay algunas excepciones, como en todo, y
Ephron es una de las principales artífices de la más conocida de ellas: «Cuando
Harry encontró a Sally». Como mínimo, hay una escena de esa película que estoy
seguro de que has visto alguna vez en tu vida. O una parodia de ella, eso seguro.
El caso es que yo no lo sabía, pero al preparar este capítulo descubrí que ella murió
tras bastantes años batallando contra la misma enfermedad por la que murió mi
padre. Poco antes de hacerlo, ella dejó dos listas escritas. Una con las cosas que
iba a echar de menos y otra con las que no. Es muy curioso el efecto que tiene
leerlas. Son sólo palabras sueltas y, sin embargo, es inevitable pensar que son
verdad. Mira:
La piel seca. Las malas cenas como a la que fuimos anoche. El email. La
tecnología en general. Mi armario. Lavarme el pelo. Los sujetadores. Los
funerales. La enfermedad por todas partes. Las encuestas que dicen que el
32 por ciento de los americanos creen en el creacionismo. Las encuestas. La
Fox. El hundimiento del dólar. Las mamografías. Las flores muertas. El ruido
de la aspiradora. Las facturas. El email. Sé que ya lo he dicho, pero quiero
enfatizarlo. La letra pequeña. Los paneles de mujeres en el cine.
Desmaquillarme cada noche.
Sé que empezar el capítulo así puede parecer un poco triste. Sé que nos cuesta
mucho pensar en la enfermedad, en la muerte, en el sufrimiento en general. Pero a
veces esquivar esos pensamientos nos impide pensar en la otra cara de todo esto.
Hoy hablamos de razones para vivir. O de maneras de seguir viviendo. O algo
así, no sé bien qué saldrá.
Como te decía hace poco, hay veces en las que se cruzan por mi camino dos o tres
ideas o lecturas aparentemente desconectadas entre sí que acaban convirtiéndose
en un capítulo. No sé si es el azar o que a veces estamos más sintonizados con
determinados temas.
Sin embargo, he pasado el suficiente tiempo sobre esta tierra como para ver cómo
cambiamos a lo largo de los años. El suficiente como para perder a algunas
personas queridas y también para ser testigo de cómo cada uno navegamos
nuestra vida de maneras bien distintas. Y en particular, cómo afrontamos las
dificultades, la enfermedad, la muerte… todo eso que llamamos y que sentimos
como una tragedia, aunque a veces quizás sólo sea parte de la propia vida.
En las últimas semanas he leído un libro que recomendó en twitter alguien que, a
pesar de trollearme de vez en cuando, suele tener buen criterio para la lectura,
Joaquín Mencía. El libro se llama “Things the Grandchildren Should Know”, que
en castellano creo que lo han traducido como: «Cosas que los nietos deberían
saber». Su autor es Mark Oliver Everett. Lo mismo por su nombre no te suena,
pero es posible que lo conozcas. Suelen llamarle E, o E - en inglés -, y es el tipo
detrás de una banda llamada Eels.
El de hoy es uno de esos capítulos en los que me da mucha rabia no utilizar música
con derechos en el podcast, pero es que hacerlo es un jaleo. Así que te invito a que
cuando lo termines busques al menos dos canciones de él. La primera, una que
probablemente conozcas, Novocaine for the Soul, fue su primer gran éxito. La
segunda, diría que menos conocida, con un estilo mucho más country y tradicional,
pero que personalmente me encanta y que si hubiera podido habría sido seguro
parte de la banda sonora de este capítulo: Railroad Man. Te las dejo enlazadas en
las notas.
En cualquier caso, da igual si conoces su música o no, da igual si te gusta o no, creo
que si lees su libro es imposible que no acabes admirándole. Porque el libro es la
historia de su vida y una enorme lección sobre dónde encontrar motivos para
vivir a pesar de todo lo que te puede pasar.
Pero ser un genio no te evita ser un tarado, es más, a veces una cosa va de la mano
de la otra. El padre de Mark apenas le hablaba, era una persona metida en su
mundo, que ignoraba a su familia cuanto podía, mientras bebía y fumaba
compulsivamente, seguramente para lidiar con la incomprensión de los que le
rodeaban y la frustración de que sus teorías tardaron demasiado en ser tomadas en
serio.
Su madre, como el propio Mark dice, simplemente vivía superada por la situación
y actuaba como si todo fuera bien siempre, pasara lo que pasara. Y su hermana
mayor, Elizabeth, empezó muy temprano una espiral de drogas y de malas
compañías, que acabaría terriblemente mal para ella y a la que arrastraría al propio
Mark de muy joven.
El disco fue un éxito instantáneo, empezó a sonar en las radios de todo el mundo
y, de la noche a la mañana, él se convirtió en una estrella. Un día, justo cuando
empezaba la vorágine de entrevistas, reportajes y conciertos, Mark recibió una
llamada de su madre: su hermana se había suicidado. Nunca supo si llegó siquiera
a escuchar aquel disco que le envió.
Unos meses después, mientras él seguía tratando de digerir la locura del éxito y la
comprado ese coche con el que fardar. En ese mismo capítulo te hablaba de una
práctica del estoicismo, la meditación sobre los males. Básicamente, pararnos a
pensar en cómo todo puede torcerse hasta niveles terribles, como forma de
prepararnos para ello, pero también como una manera de valorar nuestra vida más.
Años después de perder a uno de sus hijos, otro cantante llamado Nick Cave,
dedicó una carta a una madre que le escribió buscando consuelo tras pasar por
algo parecido. Un fragmento de esa letra, con el que me crucé de casualidad el otro
día, fue el detonante definitivo de este capítulo. Traducido, sería algo así:
Como todo el mundo en mayor o menor medida, yo también he vivido mis propias
tragedias y he visto de cerca las de otros. Y supongo que mi mayor aprendizaje ha
sido algo bastante evidente, la verdad: que aquello en lo que nos fijamos marca
la diferencia. Que tener un propósito, algo o alguien por quien salir adelante,
sueños que cumplir, momentos que disfrutar con otros o recuerdos que celebrar es
el motor que nos ayuda a seguir.