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131 A Cosas Que Los Nietos Deberian Saber

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# 131 COSAS QUE LOS

NIETOS DEBERÍAN
SABER
#131 | Cosas que los nietos deberían saber

EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO

La cercanía a la muerte, cómo superarlo y cómo usarla como


motor para disfrutar más de nuestra vida es un ejercicio difícil al
que sin embargo nos enfrentamos todos. En este capítulo lo
afrontamos a través de las listas que dejó Nora Ephron antes de
morir, de la historia de Mark Oliver Everett y de un texto de Nick
Cave.

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#131 | Cosas que los nietos deberían saber

| INTRODUCCIÓN

Hace ahora casi 10 años, el 26 de junio de 2012, murió Nora Ephron. Tal vez no
sepas quién era. Fue una periodista, escritora y, sobre todo, guionista
tremendamente influyente en los 90. Aunque, eso sí, por un género de cine que
tengo que confesar que nunca he soportado: las comedias románticas. Se me
suelen hacer bastante empalagosas. Hay algunas excepciones, como en todo, y
Ephron es una de las principales artífices de la más conocida de ellas: «Cuando
Harry encontró a Sally». Como mínimo, hay una escena de esa película que estoy
seguro de que has visto alguna vez en tu vida. O una parodia de ella, eso seguro.

El caso es que yo no lo sabía, pero al preparar este capítulo descubrí que ella murió
tras bastantes años batallando contra la misma enfermedad por la que murió mi
padre. Poco antes de hacerlo, ella dejó dos listas escritas. Una con las cosas que
iba a echar de menos y otra con las que no. Es muy curioso el efecto que tiene
leerlas. Son sólo palabras sueltas y, sin embargo, es inevitable pensar que son
verdad. Mira:

Lo que echaré de menos.

A mis hijos. A Nick. La primavera. El otoño. Los gofres. El concepto de gofre.


El bacon. Un paseo por el parque. La idea de un paseo por el parque.
Shakespeare en el parque. La cama. Leer en la cama. Los fuegos artificiales.
Las vistas desde mi ventana. Las luces de Navidad. La mantequilla. Cenar en
casa los dos juntos. Cenar con amigos. Cenar con amigos en ciudades en las
que ninguno de nosotros vivimos. Paris. El año que viene en Estambul.
Orgullo y prejuicio. El árbol de navidad. La cena de Acción de Gracias. Darme
un baño. Cruzar el puente desde Manhattan. Los pasteles.

Lo que no echaré de menos.

La piel seca. Las malas cenas como a la que fuimos anoche. El email. La
tecnología en general. Mi armario. Lavarme el pelo. Los sujetadores. Los
funerales. La enfermedad por todas partes. Las encuestas que dicen que el
32 por ciento de los americanos creen en el creacionismo. Las encuestas. La

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Fox. El hundimiento del dólar. Las mamografías. Las flores muertas. El ruido
de la aspiradora. Las facturas. El email. Sé que ya lo he dicho, pero quiero
enfatizarlo. La letra pequeña. Los paneles de mujeres en el cine.
Desmaquillarme cada noche.

Sé que empezar el capítulo así puede parecer un poco triste. Sé que nos cuesta
mucho pensar en la enfermedad, en la muerte, en el sufrimiento en general. Pero a
veces esquivar esos pensamientos nos impide pensar en la otra cara de todo esto.
Hoy hablamos de razones para vivir. O de maneras de seguir viviendo. O algo
así, no sé bien qué saldrá.

Como te decía hace poco, hay veces en las que se cruzan por mi camino dos o tres
ideas o lecturas aparentemente desconectadas entre sí que acaban convirtiéndose
en un capítulo. No sé si es el azar o que a veces estamos más sintonizados con
determinados temas.

Ahora que he terminado de escribirlo y vuelvo a este párrafo, y sé lo que te voy a


contar después, ya te digo que va a ser un capítulo de los raros. A priori, no es la
cosa más alegre del mundo, porque tiene que ver con algunas reflexiones a las
que nos lleva la cercanía a nuestra muerte o a la de quienes queremos, a la
tragedia; ese tipo de pensamientos que solemos intentar evitar. Y por lo tanto,
me temo que va a tener algunas partes un poco duras de escuchar, así que te aviso
por si acaso, por si quieres dejar la escucha para un momento en el que te sientas
con ganas. Pero el objetivo final es todo lo contrario a deprimirnos, la idea es
encontrar motivos para exprimir esa lotería cósmica que nos ha tocado con
esto de vivir.

A decir verdad, yo soy el primer culpable de no querer pensar en la muerte. Nunca


he ocultado que tengo un profundo síndrome de Peter Pan y lo cierto es que me
sigo sintiendo joven. Y tengo la sensación de que eso no va a cambiar nunca,
aunque no me quede más remedio que reconocer que, o mucho avanza la ciencia, o
algún día me tocará el turno. Pero lo sigo viendo casi tan lejano como cuando era
un crío y con esa esperanza que creo que nos mueve a todos de que algún día
moriremos, pero lo más probable es que no sea mañana.

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Sin embargo, he pasado el suficiente tiempo sobre esta tierra como para ver cómo
cambiamos a lo largo de los años. El suficiente como para perder a algunas
personas queridas y también para ser testigo de cómo cada uno navegamos
nuestra vida de maneras bien distintas. Y en particular, cómo afrontamos las
dificultades, la enfermedad, la muerte… todo eso que llamamos y que sentimos
como una tragedia, aunque a veces quizás sólo sea parte de la propia vida.

En las últimas semanas he leído un libro que recomendó en twitter alguien que, a
pesar de trollearme de vez en cuando, suele tener buen criterio para la lectura,
Joaquín Mencía. El libro se llama “Things the Grandchildren Should Know”, que
en castellano creo que lo han traducido como: «Cosas que los nietos deberían
saber». Su autor es Mark Oliver Everett. Lo mismo por su nombre no te suena,
pero es posible que lo conozcas. Suelen llamarle E, o E - en inglés -, y es el tipo
detrás de una banda llamada Eels.

El de hoy es uno de esos capítulos en los que me da mucha rabia no utilizar música
con derechos en el podcast, pero es que hacerlo es un jaleo. Así que te invito a que
cuando lo termines busques al menos dos canciones de él. La primera, una que
probablemente conozcas, Novocaine for the Soul, fue su primer gran éxito. La
segunda, diría que menos conocida, con un estilo mucho más country y tradicional,
pero que personalmente me encanta y que si hubiera podido habría sido seguro
parte de la banda sonora de este capítulo: Railroad Man. Te las dejo enlazadas en
las notas.

En cualquier caso, da igual si conoces su música o no, da igual si te gusta o no, creo
que si lees su libro es imposible que no acabes admirándole. Porque el libro es la
historia de su vida y una enorme lección sobre dónde encontrar motivos para
vivir a pesar de todo lo que te puede pasar.

Mark es el hijo de alguien de quien curiosamente te he hablado en el pasado,


Hugh Everett., un genio de la física, que propuso la teoría de los Muchos
Mundos. Que es esa que hemos visto tantas veces en distintas obras de ciencia
ficción, según la cual hay infinitas versiones de nuestra vida, una por cada decisión
que tomamos nosotros y los que nos rodean o por cada cruce de caminos en el que
la suerte hace que la moneda caiga de un lado o de otro.

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Pero ser un genio no te evita ser un tarado, es más, a veces una cosa va de la mano
de la otra. El padre de Mark apenas le hablaba, era una persona metida en su
mundo, que ignoraba a su familia cuanto podía, mientras bebía y fumaba
compulsivamente, seguramente para lidiar con la incomprensión de los que le
rodeaban y la frustración de que sus teorías tardaron demasiado en ser tomadas en
serio.

Su madre, como el propio Mark dice, simplemente vivía superada por la situación
y actuaba como si todo fuera bien siempre, pasara lo que pasara. Y su hermana
mayor, Elizabeth, empezó muy temprano una espiral de drogas y de malas
compañías, que acabaría terriblemente mal para ella y a la que arrastraría al propio
Mark de muy joven.

A mí se me hizo sobrecogedor leer como en esos periodos de la infancia y la


adolescencia en los que cada uno construimos nuestra identidad, Mark se
sentía muchas veces una persona sin ningún tipo de confianza. Cómo empezó a
beber y a consumir cocaína a unas edades en las que algunos lo más insano que
nos planteábamos consumir era una bolsa gigante de chucherías.

A los 19 años, una mañana en la que su hermana y su madre estaban de viaje,


Mark encontró a su padre muerto sobre la cama. Aquello fue un trauma que le
acompañaría durante mucho tiempo. Los siguientes 14 años los pasó tratando de
abrirse camino con su música. Por fin, en 1996, le llegó el éxito. Firmó un contrato
con una discográfica para publicar su primer disco Beautiful Freak. De las
primeras cosas que hizo fue mandarle una copia a su hermana. A pesar de todos
sus problemas y adicciones, Elizabeth - Liz como la llamaba él -, había sido la única
que siempre le había apoyado con la música. Siempre quería escuchar todo lo que
Mark grababa.

El disco fue un éxito instantáneo, empezó a sonar en las radios de todo el mundo
y, de la noche a la mañana, él se convirtió en una estrella. Un día, justo cuando
empezaba la vorágine de entrevistas, reportajes y conciertos, Mark recibió una
llamada de su madre: su hermana se había suicidado. Nunca supo si llegó siquiera
a escuchar aquel disco que le envió.

Unos meses después, mientras él seguía tratando de digerir la locura del éxito y la

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pérdida de su hermana a la vez, a su madre le diagnosticaron un cáncer en un


estado avanzado. Moriría dos años después, con él a su lado cuidándola entre
concierto y concierto.

Por entonces, Mark tenía 35 años y era el último eslabón de su familia. No


quedaba nadie más. Bueno, sí, una prima azafata de vuelo, que unos años más
tarde, en una macabra broma del destino resultó ser parte de la tripulación de
aquel avión que el 11S los terroristas estrellaron contra el Pentagóno, justo en la
zona en la que estaba la antigua oficina del padre de Mark.

Tras la muerte de su hermana y de su madre, Mark hizo lo único que en el fondo


ha hecho toda su vida: tomó todas esas emociones y las volcó en su segundo
disco, una maravilla llamada: Electro-Shock Blues. En el fondo, escuchar sus
canciones o leer su libro, es darse cuenta de que él seguramente se pase toda su
vida intentando dar sentido a lo que le ha sucedido y sucederá, como hacemos
todos yo creo, pero que encontró una forma de canalizarlo con la música.

La de Mark es, obviamente, una historia extrema. Y es seguramente difícil sacar


conclusiones o aprendizajes, pero es increíble leerle y darte cuenta de que él podría
haberse rendido, podría haber acabado muy mal - y ha tenido momentos terribles -,
pero que encontró su forma de seguir. En buena parte fue la música, porque es su
propósito, no por triunfar, sino por lo que disfruta componiendo y tocando, pero
incluso por encima de eso, por algo tan sencillo y tan difícil como decirse a sí
mismo que ya que estaba en este planeta quería intentar aprovecharlo.

| LIDIANDO CON LA PÉRDIDA

En la primera temporada de kaizen dedicamos un capítulo a un libro que se llama


“The top 5 regrets of the dying”, que en castellano se tradujo como «De qué te
arrepentirás antes de morir». Su autora, Bronnie Ware, se pasó años cuidando a
enfermos terminales y apuntó lo que le contaban que lamentaban de sus vidas. No
te lo voy a repetir ahora, siempre puedes volver a ese capítulo, pero te puedes
imaginar que no solía ser no haber pasado más horas en la oficina o no haberse

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comprado ese coche con el que fardar. En ese mismo capítulo te hablaba de una
práctica del estoicismo, la meditación sobre los males. Básicamente, pararnos a
pensar en cómo todo puede torcerse hasta niveles terribles, como forma de
prepararnos para ello, pero también como una manera de valorar nuestra vida más.

Años después de perder a uno de sus hijos, otro cantante llamado Nick Cave,
dedicó una carta a una madre que le escribió buscando consuelo tras pasar por
algo parecido. Un fragmento de esa letra, con el que me crucé de casualidad el otro
día, fue el detonante definitivo de este capítulo. Traducido, sería algo así:

«Siento la presencia de mi hijo, aunque puede que no esté aquí. Le oigo


hablarme, cuidarme, guiarme, aunque puede que no esté aquí. Visita a Susie
en sus sueños habitualmente, le habla, le reconforta, pero puede que no
esté ahí. El dolor aterrador arrastra fantasmas brillantes a su paso. Esos
espíritus son ideas, esencialmente. Son nuestras imaginaciones aturdidas
despertando de nuevo tras la calamidad. Como las ideas, estos espíritus nos
hablan de la posibilidad. Sigue tus ideas, porque al otro lado de la idea está
el cambio, el crecimiento y la redención. Crea tus espíritus. Llámalos. Desea
que vivan. Háblales. Son sus imposibles y fantasmagóricas manos las que
nos traen de nuevo al mundo del que fuimos expulsados; siendo ahora
mejores e inimaginablemente cambiados»

Tomado al pie de la letra puede sonar a una chaladura, al menos a mí me lo parece.


Pero escuchaba hace poco a un actor, Ethan Hawke, defender la utilidad del arte
diciendo algo así como que, la mayoría de nosotros no pasamos mucho tiempo
pensando en la poesía. Tenemos una vida que vivir y no nos preocupa demasiado
lo que gente como Alan Ginsberg o cualquier otro poeta pudieran haber escrito.
Hasta que muere nuestro padre o vamos a un funeral o perdemos un hijo o
alguien nos rompe el corazón y ya no nos quiere, y de pronto estamos
desesperados por encontrar algo de sentido a esta vida y entender si alguien se ha
sentido tan mal como nos sentimos alguna vez y cómo pudo salir de esas tinieblas.
O todo lo contrario, nos pasa algo maravilloso, conocemos a alguien y nuestro
corazón explota y lo queremos tanto que se nos nubla la vista, que vamos como
flotando en un sueño, y nos preguntamos si alguien ha sentido eso antes y qué es
lo que nos está pasando. Y entonces es cuando el arte no es un lujo, sino

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nuestro sustento. Es lo que necesitamos para entender aquello que no podemos


explicar.

Cuando pienso en la historia de Mark Oliver Everett, en las listas de Nora


Ephron o el texto de Nick Cave, lo que a mí me viene a la cabeza son razones
para vivir. A veces tienen que ver con un propósito, como la música, otras con
disfrutar las pequeñas alegrías de la vida y otras con simplemente reinventarnos y
crecer para superar el dolor.

Como todo el mundo en mayor o menor medida, yo también he vivido mis propias
tragedias y he visto de cerca las de otros. Y supongo que mi mayor aprendizaje ha
sido algo bastante evidente, la verdad: que aquello en lo que nos fijamos marca
la diferencia. Que tener un propósito, algo o alguien por quien salir adelante,
sueños que cumplir, momentos que disfrutar con otros o recuerdos que celebrar es
el motor que nos ayuda a seguir.

Lo cierto es que no siempre somos capaces de encontrarlo por nosotros mismos, a


veces necesitamos que alguien tire de nosotros o que nos ayude a encontrar
esas razones. Muchas veces es algo tan pequeño y tan sencillo, como que nos
acompañen de paseo, nos descubran un poema, nos den un poco de cariño o
escuchen nuestra música, como la hermana de Mark. Y eso es algo que, en realidad,
cualquiera de nosotros podemos hacer por los demás. Y curiosamente suele ser
una de las mejores razones para seguir nosotros mismos adelante.

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