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La Hija Del Relojero - Larry Loftis

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ÍNDICE

Dramatis personae
Prólogo
Capítulo 1. Los relojeros
Capítulo 2. Juventudes hitlerianas
Capítulo 3. Persecución
Capítulo 4. Razias
Capítulo 5. Buceando
Capítulo 6. La guarida de los ángeles
Capítulo 7. Los bebés
Capítulo 8. Terror
Capítulo 9. Resistencia
Capítulo 10. El jefe
Capítulo 11. La misión
Capítulo 12. Seiscientos florines
Capítulo 13. Atrapados
Capítulo 14. Privilegiado
Capítulo 15. Prisión
Capítulo 16. Teniente Rahms
Capítulo 17. Huesos
Capítulo 18. Señora Hendriks
Capítulo 19. Resumen de justicia
Capítulo 20. Ravensbrück
Capítulo 21. Asesinato
Capítulo 22. El esqueleto
Capítulo 23. La lista
Capítulo 24. Edema
Capítulo 25. Déjà vu
Capítulo 26. La fábrica
Capítulo 27. Amar al enemigo
Epílogo
El resto de la historia
Apéndice
Nota del autor
Agradecimientos
Notas
Bibliografía
Créditos de fotografías
Índice analítico
Acerca del autor
Créditos
Planeta de libros
Para Steve Price,
un verdadero Casper Ten Boom
Atrévete a hacer lo correcto,
no lo que te ordene el deseo,
aprovecha la ocasión con valentía
—no dudes en cobardía—,
la libertad viene de los actos,
no de los pensamientos más altos.
No desmayes ni temas,
sal a la acción y a la tormenta,
confía en Dios y en los mandamientos
que sigues con anhelo;
la libertad, exultante, dará la bienvenida
a tu espíritu con alegría.
DIETRICH BONHOEFFER
PRÓLOGO

Era una figura imponente.


El teniente Hans Rahms, apuesto y de hombros anchos, parecía una
escultura en su uniforme alemán. Su postura erguida y expresión plácida
sugerían que era un modelo de soldado nazi. Pero era mucho más que un
oficial de las ss supervisando una cárcel: era el juez militar que decidiría el
destino de Corrie. En esencia, Rahms era juez, jurado y verdugo. Con un
movimiento de su mano tenía el poder de enviar a alguien a la horca o a un
campo de concentración.
Mientras Corrie estaba de pie frente a su escritorio pudo ver una pila de
papeles —sus propios papeles—. Se trataba de las notas de sus varias
actividades secretas —incluidas tarjetas de racionamiento— que contenían
los nombres y direcciones de amigos, judíos y trabajadores de la resistencia.
La Gestapo las había encontrado durante la búsqueda hecha en el Beje y,
aparentemente, se las había enviado a la prisión.
—¿Puede explicar estas páginas? —preguntó Rahms.
A Corrie le retumbaba el corazón. Además de incriminarla por
numerosos crímenes capitales, cada nombre en aquella lista estaba en
peligro. Si la Gestapo los encontraba, los trabajadores secretos serían
arrestados y enviados a campos de concentración o fusilados. Los judíos que
aparecían en los papeles serían detenidos para luego enviarlos a un campo
de exterminio. Pero ¿qué podía decirle al teniente? ¿Que esas no eran sus
notas? No, este era el final. Para ella, para todos.
—No, no puedo.
CAPÍTULO 1
LOS RELOJEROS

Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.


Era un sonido relajante, metódico y predecible. La tienda de Willem Ten
Boom en el número 19 de Barteljorisstraat en Haarlem, Holanda, era
pequeña, y el tictac de sus relojes parecía invitar a conversar y a la amistad.
Había alquilado la casa en 1873 para comenzar su empresa de relojes, que
era una gran ruptura con el negocio de jardinería de su padre. Como la
mayor parte de los edificios de la ciudad, el primer piso albergaba al negocio
mientras que el área residencial se ubicaba en los pisos segundo y tercero.
Willem se casó con Geertruida Van Gogh en 1841 y tres años más tarde
ocurrió algo inusual en el Beje, el nombre del negocio de los Ten Boom.
Dominee Witteveen, el ministro de la Iglesia Reformada holandesa, llamó a
Willem un día con una petición peculiar:
—Sabes que las Escrituras nos dicen que recemos por la paz en Jerusalén
y por la bendición del pueblo judío.
Era una petición extraña para el momento —pocos cristianos holandeses
habían escuchado sobre la exhortación bíblica a orar por Israel—, pero
Willem accedió.
—Siempre he amado al antiguo pueblo de Dios —le dijo a Witteveen—,
ellos nos dieron nuestra Biblia y a nuestro Salvador.
Con este sencillo estímulo, Willem comenzó a invitar amigos a orar por
Jerusalén y los judíos. Fue un legado que heredaría a sus hijos y a sus nietos.
En 1856 Geertruida murió de tuberculosis y, dos años más tarde, Willem
contrajo matrimonio con Elisabeth Bell. Su primer hijo, Casper, nació un
año después. Casper aprendió todo del negocio familiar con su padre
durante muchos años y cuando cumplió 18 abrió una relojería en
Rapenburg, el barrio judío de Ámsterdam.
Se estableció en la comunidad, con mucha admiración por sus vecinos.
—Hasta donde puedo recordar —diría después—, el retrato de Isaac da
Costa1 ha estado colgado en nuestra sala. Este hombre de Dios, con un
corazón que arde por Israel, por su propio pueblo, ha tenido una fuerte
influencia en nuestra familia.
Casper se unía con regularidad a los judíos de Ámsterdam durante el
sabbat y los días sagrados, estudiaba el Talmud con ellos, y se sorprendió
gratamente cuando le pidieron que les explicara el cumplimiento de las
profecías del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento.
Cuando cumplió 25 años, Casper contrajo matrimonio con una joven
llamada Cornelia (Cor) Luitingh. Tuvieron a su primera hija en 1885 y la
llamaron Elisabeth (Betsie), seguida por Willem el año siguiente. En 1890
tuvieron otra hija, Arnolda (Nollie) Johanna, y luego una tercera hija, una
niña prematura y enfermiza, el 15 de abril de 1892.
La llamaron Cornelia (Corrie) Arnolda Johanna.
Cor registró en su diario tanto angustia como esperanza: «El Señor nos
ha dado una bebé muy débil y pequeña: Corrie. Oh, pobre cosita que era.
Casi muerta, era de un blanco azulado y nunca vi nada que me diera más
lástima. Nadie pensó que fuera a sobrevivir».
Pero vivió, aunque tenía solo seis meses cuando murió Willem, su
abuelo. Pero Willem lo había planeado todo para que Casper continuara en
el negocio familiar, así que, tras su muerte, Casper y Cor volvieron a
Haarlem para hacerse cargo de la relojería. Unos cuantos años después, en
1897, Elisabeth se mudó fuera del Beje para que Casper, Cor y sus hijos
pudieran vivir ahí.
Casper retomó las cosas donde su padre las había dejado, mejorando sus
habilidades de relojero como aprendiz de Hoü, que era considerado el mejor
del mundo. En su tienda en el Beje, Casper colgó el grabado de un artista
holandés sobre su escritorio.
La traducción al español dice:
Era un acertado resumen de la vida de Casper Ten Boom.
Esperaba poder heredarle el negocio a su hijo, pero poco después de
cumplir los 18 años, Willem le informó a su padre que no quería continuar
con la relojería, pues quería convertirse en ministro. A pesar de la
decepción, Casper comprendió y le dio la bendición para que fuera a la
Universidad de Leiden a estudiar teología. Sin embargo Corrie, que tenía 12
años, anunció a su padre que ella quería convertirse en relojera.
Afortunadamente alguien en la familia seguiría con el negocio, así que
comenzó a instruirla.
Willem completó sus estudios en teología en 1916 y finalmente aceptaría
un puesto en una iglesia en Zuylen, un pintoresco poblado en las afueras de
Utrecht. Para su sorpresa, la iglesia le permitía tener un día semanal para
continuar sus estudios en una famosa universidad. De inmediato, Willem se
sumergió en un tema que le fascinaba tanto como le preocupaba: el
antisemitismo. Este cáncer había echado sus raíces en Alemania y Francia, y
él no podía dejar de estudiarlo.
—El estudio del antisemitismo me cautivó desde el principio —le contó a
su prometida Tine Van Veen un día—, pero ahora que estoy profundizando
en el tema se está apoderando de mí. No puedo alejarme de él. El asunto del
judaísmo me persigue. Es muy peligroso. El antisemitismo tiene
repercusiones que afectan al mundo entero.
Willem no sabía cuán proféticas resultarían sus palabras.
Mientras tanto, Corrie trabajaba con diligencia para convertirse en una
auxiliar competente de su padre. Tenía su propio espacio de trabajo en la
tienda y Casper la instaba a ser puntual, diligente y tenaz. Sin embargo y sin
lugar a dudas, también la alentaba. A pesar de que ahora era reconocido
como el mejor relojero en Holanda, un día le dijo:
—Hija, confío en que te convertirás en una relojera más hábil que tu
padre.
Conforme pasaron los años, Corrie añoraba poder mejorar sus
habilidades y presionaba a su padre:
—Papá, siempre que alguien trae un reloj roto para reparar tengo que
preguntarte a ti o al relojero cuál es el problema. Me gustaría conocer mejor
el interior de los relojes.
Sin embargo, en aquel tiempo las escuelas de relojería existían solo en
Suiza y Casper no podía permitirse enviar a su hija. A pesar de ello, él y
Corrie mantuvieron esa meta en sus mentes: de algún modo encontrarían el
camino.
No mucho tiempo después, Corrie estaba haciendo correcciones a uno
de los artículos que escribía su padre para su revista semanal de relojería. La
historia se centraba en un reloj extraordinario —el más caro del mundo—
que había sido mandado a hacer bajo la petición del emperador de Austria.
Desde entonces, el emperador había abdicado y por lo tanto no podía
permitirse pagarlo. Estaba hecho de oro macizo y era el primer reloj de
bolsillo que hacía sonar una melodía —el Ranz des Vaches—, una canción
folclórica suiza. Casper concluía el artículo felicitando al afortunado relojero
que finalmente lograra venderlo.
Algunos días después, uno de los clientes habituales entró con una
petición especial:
—Me gustaría tener un reloj que nadie más tenga —anunció el hombre
—. ¿Será posible? No importa cuál sea el precio.
Casper mencionó el reloj del Ranz des Vaches, haciendo notar que se
encontraba en Suiza. El hombre hizo el pago en aquel mismo momento
diciendo que iría a Suiza esa semana y lo recogería él mismo. La comisión
que recibió Casper por la venta fue tan grande que cubrió los gastos
completos de la escuela de Corrie y sus prácticas de relojera en dos fábricas
de relojes en Suiza.
La hija del relojero se convertiría en relojera.
Cuando Corrie terminó su aprendizaje volvió a casa para ayudar de
nuevo a su padre. El 17 de octubre de 1921 murió Cor, la madre de Corrie.
Casper tenía el corazón deshecho y Corrie registró las palabras de su padre
mientras miraba por última vez a la mujer que amaba:
—Este es el día más triste de mi vida. Gracias, Señor, por habérmela
dado.
Ese mismo año, Corrie se convirtió en la primera mujer con licencia de
relojera en Holanda. Con el tiempo, fue ella quien se hizo cargo de la mayor
parte del negocio que llegaba a la tienda Ten Boom.
Mientras tanto, Willem siguió predicando y escribiendo sobre
antisemitismo, y en 1925 la Sociedad Holandesa por Israel le preguntó si
consideraría tomar un trabajo especial como misionero a favor de los judíos
en Ámsterdam. En preparación para este trabajo, la sociedad sugirió que
Willem se tomara un año para estudiar en el Institutum Judaicum en
Leipzig, Alemania. Willem aceptó tan rápido como llegó la oferta y, una vez
en Alemania, comenzó a hacer trabajo de investigación para obtener un
doctorado. Durante los tres años que siguieron, trabajó en su disertación
doctoral: «Entstehung des Modernen Rassenantisemitismus in Frankreich
und Deutschland» (El nacimiento del antisemitismo moderno racial en
Francia y Alemania).
Mientras Willem escribía su disertación en Leipzig, Adolf Hitler se
preparaba para publicar su propio trabajo: el antisemita Mein Kampf.2
Aunque Willem desconocía el libro de Hitler, había visto suficiente como
para saber que los problemas estaban cerca. En una carta a Tine escribió:
«Creo que en pocos años habrá pogromos mucho peores de los que hemos
visto hasta ahora. Incontables judíos del este vendrán a buscar refugio a la
frontera con nuestro país. Debemos prepararnos».
Willem recibió su doctorado en 1928,
su disertación sobre el antisemitismo se
publicó dos años después del segundo
volumen de Mein Kampf de Hitler y solo
cinco años antes del acenso de este al
poder. El joven erudito holandés —
educado y publicado en Alemania— había
lanzado el guantelete, por así decirlo, a las
entrañas de la bestia. Sería el inicio de un
largo y temerario enfrentamiento entre los
Ten Boom y los nazis.
Cuando Willem terminó sus estudios,
comenzó a ser ministro para los judíos.
Varios días por semana visitaba el cuartel
judío de Ámsterdam, participando en
alguna discusión, ofreciendo Biblias. Y, al
típico estilo Boom, abrió las puertas de su
casa a cualquiera que lo necesitara. La
llamó Teodoción, regalo de Dios. En pocos años aquel hogar sería llamado
para salvar vidas judías.
El 30 de enero de 1933, el
presidente alemán Paul von
Hindenburg, bajo presión de sus
consejeros de gabinete y en contra
de su mejor juicio,3 nombró a Adolf
Hitler como canciller de Alemania.
La reina Wilhelmina, al ver la
situación de Alemania en relación
con sus Países Bajos, supo que ese
nombramiento traería problemas.
—El viejo presidente
Hindenburg aún estaba al timón —
recordaba—, pero Mussolini nos
había mostrado con cuánta rapidez
puede ser movida la autoridad
legítima por fuerzas fascistas. No
dudé que Hitler pronto establecería
una dictadura.
Una vez instalado, Hitler no desperdició tiempo para comenzar su
persecución de judíos. El primero de abril instituyó un boicot de un día en
contra de los negocios judíos. A lo largo de todo el país hombres de la sa4
impedían a los clientes la entrada a las tiendas judías. Sin embargo, muchos
alemanes enfurecieron y se rehusaron a obedecer. En Berlín, por ejemplo,
Julie Bonhoeffer —la abuela de 90 años del pastor luterano Dietrich
Bonhoeffer— se abrió paso a través de una barrera nazi para hacer sus
compras en una tienda judía.
Pero el boicot era solo el comienzo. Seis días después, el gobierno nazi
impidió a los judíos acceder a cualquier tipo de servicio civil, incluidas las
escuelas y universidades, lo que resultó en el despido de todo el profesorado
judío. Además, se les prohibió practicar leyes y medicina. En total se
promulgaron 42 leyes de discriminación contra los judíos. El siguiente año
se aprobaron 19 leyes nuevas y en 1935 otras 29. Las Leyes de Nuremberg,
como fueron conocidas las promulgaciones de 1935, les arrebataron su
ciudadanía a los judíos alemanes, les prohibieron casarse con personas arias
e incluso volvieron ilegales los amoríos entre judíos y no judíos.
El marzo siguiente, Hitler ordenó a sus tropas que reocuparan Renania,
un área que rodea el río Rhin y que Alemania perdió durante la Primera
Guerra Mundial. Fue un acto de agresión, pero la comunidad internacional
—quizá renuentes a oponerse a un país que reclama lo que antes fuesen sus
tierras— permaneció en un largo silencio. En el lado diplomático, Hitler
trabajó para mantener a todos en calma; el Ministerio Federal de Asuntos
Exteriores de Alemania le aseguró en repetidas ocasiones al gobierno de
Países Bajos que el Reich respetaría la neutralidad holandesa.
Ese verano, Berlín fue anfitrión de las Olimpiadas de 1936 y Hitler,
deseoso de ofrecer la mejor cara de Alemania, relajó la persecución de los
judíos. Sin embargo, después de los juegos, cuando la mayor parte de la
prensa internacional se hubo ido, se incrementaron los ataques nazis. Ahora
estaba prohibido que los judíos se quedaran en hoteles, que se acercaran a
restaurantes o tiendas de propietarios no judíos e incluso se prohibió que se
sentaran en parques reservados para los arios.
Los nazis no se limitaron a la persecución de judíos; también fueron tras
los cristianos. En 1937 arrestaron a Martin Niemöller, pastor influyente de
Berlín, cabeza de la Iglesia Confesante, antinazi. Su crimen, de acuerdo con
las acusaciones, consistió en «ataques maliciosos contra el Estado». Se le dio
una fianza a pagar, un periodo corto en la prisión y luego fue liberado. No
obstante, al escuchar las noticias de la liberación de Niemöller,5 Hitler
ordenó que se le volviera a arrestar y fue enviado al campo de concentración
de Sachsenhausen.
Sin embargo, en Holanda las cosas aún estaban bastante normales. En
1937, la princesa Juliana contrajo matrimonio con Bernhard de Lippe-
Biesterfeld, un príncipe de —entre todos los lugares posibles— Alemania.
Ese mismo año los Ten Boom celebraron el aniversario número 100 de su
negocio de relojes. Corrie estaba orgullosa de que su linaje como relojera le
viniera desde su abuelo Willem, quien abrió en primer lugar la tienda en el
Beje. La vida en Haarlem era pacífica, pero las cosas comenzarían a cambiar
antes de que pasara un año.
En marzo de 1938, Alemania anexó Austria y alrededor de 183 000
judíos austriacos sufrieron la misma persecución que los judíos de
Alemania. Para cuando llegó el verano, la mayor parte de los negocios judíos
en el Reich ahora estaban bajo el poder de los alemanes. El otoño, sin
embargo, trajo consigo un destello de esperanza. El 29 de septiembre, el
primer ministro británico, Neville Chamberlain, junto con el primer
ministro francés, Édouard Daladier, se encontraron con Hitler en Múnich y
firmaron un acuerdo en el que reconocían la anexión por parte de Alemania
de la región sur de Checoslovaquia. Al llegar a Londres, Chamberlain
anunció que el Acuerdo de Múnich había asegurado «paz en nuestro
tiempo».
En Países Bajos, sin embargo, la reina Wilhelmina creía lo contrario: «La
pregunta principal era qué significarían los nacionalsocialismos para el resto
de Europa», escribiría más tarde. «Para la primavera de 1938, cuando Hitler
invadió Austria, la respuesta me era clara. Las políticas alemanas resultarían
una catástrofe para Europa».
«No bien se había apoderado de Austria, Hitler comenzó a crear
problemas en Checoslovaquia… Su hambre de tierras no había cesado. Para
mí se había vuelto evidente que Hitler seguiría adelante, que, para él,
conseguir un objetivo solo significaba comenzar a trabajar en conseguir su
siguiente deseo territorial, y que involucraría a toda Europa en su juego tan
pronto como considerara que era el momento justo. El preludio al ataque
traicionero a nuestro país ya había comenzado».
A pesar del Acuerdo de Múnich, Hitler continuó su furia contra los
judíos. Menos de un mes después del acuerdo, el 27 de octubre, 18 000
judíos alemanes fueron arrestados, los metieron en vehículos ganaderos y
luego los enviaron a la frontera con Polonia. La familia Grynszpan —que
acababa de ser expulsada de Hannover— estaba entre los deportados.
Cuando el tren llegó a la frontera polaca, Berta Grynszpan envió una carta a
su hermano de 17 años, Herschel, que vivía en París. Al enterarse de cómo
había sido tratada su familia —especialmente el viaje a Polonia sin comida
ni agua—, el muchacho enfureció.
La mañana del 6 de noviembre, Herschel compró una pistola y se dirigió
a la embajada alemana. Pidió ver al embajador, Johannes von Welczeck, pero
el diplomático se marchó sin recibirlo. Herschel insistió en ver a alguien que
pudiera recibir un documento importante y lo escoltaron hasta la oficina del
tercer secretario, Ernst vom Rath. Cuando Vom Rath le pidió ver el
documento, Herschel gritó:
—¡Eres un asqueroso alemán! Y toma, en nombre de 12 000 judíos
perseguidos, ¡aquí está tu documento!
Herschel disparó cinco veces, de las cuales erró tres tiros, pero dos le
dieron a Vom Rath en el abdomen. Herschel fue arrestado y a Vom Rath lo
llevaron al hospital, lo que desencadenó una reacción que recuerda a la que
siguió al asesinato del archiduque Franz Ferdinand en 1914.6
Cuando las noticias del tiroteo llegaron a Berlín, el ministro de
propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, aprovechó la oportunidad para
seguir persiguiendo judíos. Ordenó a todos los periódicos no solo cubrir la
historia, sino volverla la página principal: «Todos los periódicos alemanes
deben contener reportajes a gran escala sobre el intento de asesinato al
tercer secretario de la Embajada en París. Las noticias deben dominar la
primera página por completo… Deberá señalarse en todas las ediciones
posibles que este intento de asesinato perpetrado por un judío debe acarrear
las consecuencias más severas para los judíos radicados en Alemania».
Los editores cumplieron con las instrucciones de Goebbles y la crisis se
expandió cuando la noticia de la muerte de Vom Rath llegó a oídos de Hitler
en Múnich a las nueve de la noche del 9 de noviembre. Hitler decidió que se
permitirían manifestaciones contra hogares y negocios judíos y se retiraría a
la policía de las calles. Unas tres horas más tarde, el jefe de la Gestapo,
Heinrich Müller, envió una orden a la policía de todo el país: «Pronto
comenzarán a llevarse a cabo acciones contra los judíos a lo largo y ancho de
todo el Reich, especialmente en contra de sus sinagogas. No se debe
interferir con dichas acciones… Se deben hacer preparativos para el arresto
de alrededor de 20 000 a 30 000 judíos».
Divisiones individuales de la sa recibieron sus propias instrucciones en
menos de una hora. En Colonia, por ejemplo, se les ordenó a los miembros
de la sa que prendieran fuego a todas las sinagogas a las cuatro de la mañana
y que avanzaran con ataques en contra de las tiendas y hogares judíos dos
horas más tarde.
Los nazis de Hitler desataron una destrucción asombrosa aquella noche.
El evento fue conocido como Kristallnacht —la noche de los cristales rotos
—. Para cuando terminó el alboroto, la tarde del 10 de noviembre, alrededor
de 2 000 sinagogas habían sido incendiadas, casi 7 500 negocios judíos
destrozados, al menos 96 judíos asesinados y otros 30 000, arrestados y
enviados a campos de concentración.
Cuando los holandeses escucharon las noticias, algunos protestaron y
otros emitieron advertencias, pero las opiniones estaban mezcladas. Muchos
no estaban al tanto de los horrores de la noche de los cristales rotos,
mientras que aquellos que sí sabían asumieron que semejantes atrocidades
nunca ocurrirían en los Países Bajos. Sin embargo, los corazones de los
holandeses se compadecieron y donaron 400 000 florines en una colecta
nacional para apoyar a los judíos que habían huido a Holanda.

Mientras tanto, el negocio en el Beje siguió sin cambio alguno, y la tienda de


relojes siguió creciendo. Para satisfacer la alta demanda, Casper contrató a
un hombre, el señor Ineke, para asistir en la reparación de relojes; también
contrató a una mujer llamada Henny Van Dantzig para ayudar con las
ventas. Además, los Ten Boom tenían varios proveedores en Alemania y
Casper y Corrie regularmente intercambiaban correspondencia y materiales
con ellos. Sin embargo, conforme se acercaban las últimas semanas del año
1938, Corrie notó algo inusual.
Siempre que los proveedores eran compañías con propietarios judíos, le
devolvían toda la correspondencia con el aviso «Dirección desconocida».
Notas:

1. Isaac da Costa fue un abogado y poeta judío portugués convertido a la cristiandad. A lo largo
de su vida trabajó para que los cristianos holandeses oraran por Jerusalén y el pueblo judío
(nota del autor, en adelante N. del A.).
2. Mein Kampf fue publicado en dos volúmenes, el primero apareció en 1925 y el segundo en
1926 (N. del A.).
3. A Hindenburg no le gustaba Hitler y previamente le había dicho al general Kurt von
Hammerstein que «no tenía intención alguna de convertir a ese cabo austriaco en ministro de
Defensa ni canciller del Reich» (N. del A.).
4. La sa (Sturmabteilung, literalmente traducido como ‘destacamento de tormentas’ y conocido
también como sección de asalto) era una de las dos organizaciones paramilitares de Hitler (las
ss eran la otra) y fue conformada en 1920. Conocidos como «camisas pardas» o «tropas de
asalto», estos hombres eran usados por Hitler como un instrumento de terror callejero (N. del
A.).
5. Niemöller pasaría los siguientes siete años —mayormente en aislamiento— en los campos de
concentración de Sachsenhausen y en Dachau. Es famoso por su confesión: «Primero fueron
tras los judíos. Guardé silencio. Yo no era judío. Luego fueron tras los comunistas. Guardé
silencio. Yo no era comunista. Luego fueron tras los sindicatos. Guardé silencio. Yo no era del
sindicato. Luego fueron tras de mí. No quedaba nadie para levantar la voz por mí». (N. del A.).
66. Gavrilo Princip, un serbio de 19 años, asesinó al archiduque austriaco Franz Ferdinand en
Sarajevo el 28 de junio de 1914. El evento es considerado la causa más inmediata de la Primera
Guerra Mundial (N. del A.).
CAPÍTULO 2
JUVENTUDES HITLERIANAS

Parecía extraño que en la primavera de 1939 un alemán viniera a Haarlem


para trabajar como aprendiz de Casper Ten Boom, el mejor relojero de
Holanda. Después de todo, Alemania se había anexado Austria y los Sudetes
un año antes,1 y Adolf Hitler parecía empeñado en adquirir más territorio.
Sin embargo, para los Ten Boom todo siguió como de costumbre. La
reputación de Casper era conocida ahora en gran parte de Europa y el taller
Ten Boom había empleado a numerosos aprendices alemanes a lo largo de
los años.
Este último empleado, sin embargo, era diferente. Otto Altschuler era
alto y bien parecido, y había llegado al Beje — nombre con el que se conocía
la relojería de los Ten Boom— por recomendación de una firma respetable
de Berlín. Era un buen empleado y además era muy cortés con Casper —a
quien todos llamaban Opa (abuelo)—, pero desde el inicio hubo algo en
Otto que no le gustaba a Corrie. Como relojera competente, ella se había
convertido en la asistente en jefe y aparente heredera de su padre, y
trabajaba de manera muy cercana a los aprendices.
La primera duda se suscitó un día en que Otto anunció con orgullo que
era miembro de las Juventudes Hitlerianas. Para los Ten Boom esto no
significaba nada, pero habría sido alarmante para cualquiera que viviera en
Alemania. Las Juventudes Hitlerianas, fundadas en 1922, eran una
organización nazi para chicos entre 14 y 18 años. Por órdenes de Hitler, los
miembros debían ser «esbeltos y finos, rápidos como galgos, resistentes
como el cuero y duros como el acero Krupp».
El primero de diciembre de 1936, el Führer promulgó una ley que
prohibía todas las organizaciones juveniles no nazis, en la que declaraba:
«Toda la juventud alemana en el Reich está organizada dentro de las
Juventudes Hitlerianas. La juventud alemana, además de ser educada en el
seno de la familia y de la escuela, deberá ser educada física, intelectual y
moralmente en el espíritu del nacionalsocialismo».
Primero que nada, las Juventudes Hitlerianas fueron una herramienta de
propaganda para adoctrinar a las mentes jóvenes en la ideología nazi. Y la
reeducación empezaba mucho antes de la adolescencia. Desde los seis hasta
los 10 años, los niños atendían a un aprendizaje previo a las Juventudes
Hitlerianas; se les entregaban libros de desempeño para registrar su progreso
a través de los ideales nazis. A los 10 años, cada niño era sometido a pruebas
de atletismo, acampada e historia nazi. Si aprobaba, se graduaba en los
Jungvolk («Jóvenes»), donde hacía un juramento:

En la presencia de esta bandera de sangre, que representa a nuestro Führer, juro entregar toda mi
fuerza y energía al salvador de nuestro país, Adolf Hitler. Estoy dispuesto y preparado para dar
mi vida por él, y que Dios me ayude.

Las niñas no estaban excluidas del adoctrinamiento. De los 10 a los 14 años


eran enlistadas en una organización llamada Jungmädelbund (la Liga de
Chicas Jóvenes). Como su contraparte masculina, salían en largas marchas y
atendían clases con la ideología nacionalsocialista, pero también se les
alentaba a convertirse en madres sanas de fuertes niños nazis. A los 14 años,
las niñas entraban a la Bund Deutscher Mädel (la Liga de Muchachas
Alemanas), donde continuaba el adoctrinamiento.
Cuando los niños cumplían 14, eran enviados a las Juventudes
Hitlerianas en forma, y permanecían allí hasta los 18 años, momento en el
que eran enlistados en el ejército alemán. Desde el inicio, el propósito de la
organización fue preparar a los niños para que se convirtieran en matones
callejeros paramilitares como los de la sa. Eran entrenados en el uso de rifles
y ametralladoras y asistían a un campamento militar de un mes de duración.
No es sorprendente que las Juventudes Hitlerianas trabajaran junto con la sa
para orquestar los terrores de la noche de los cristales rotos.
Los padres que no enlistaban a sus hijos en las Juventudes Hitlerianas
eran amenazados con ser enviados a la cárcel y con que sus hijos irían a
orfanatos. Y las amenazas eran efectivas: hacia el final de 1938, los
integrantes de las Juventudes Hitlerianas eran casi ocho millones. Sin
embargo, había unos cuatro millones de hombres jóvenes que no se habían
unido, de manera que en marzo de 1939 el Reich emitió una ley que
obligaba a todos los niños a unirse a las Juventudes Hitlerianas del mismo
modo en que los chicos de 18 años debían enlistarse en el ejército.

Conforme pasaban los días, los Ten Boom se percataron de que Otto era
distinto a los aprendices alemanes anteriores. Al inicio hacía críticas sutiles
sobre la gente y los productos holandeses, seguido por la proclamación: «El
mundo verá de lo que son capaces los alemanes». Poco después le diría a
Corrie que el Antiguo Testamento era el «Libro de las Mentiras» de los
judíos.
Opa, sin embargo, no estaba preocupado.
—Lo han educado mal —le dijo a Corrie—. Pero mirándonos, viendo
que amamos este libro y somos gente buena, se dará cuenta de su error.
Unas semanas después, sin embargo, fue revelado el lado siniestro de
Otto. Un día la casera de Otto fue al Beje para dar informes a los Ten Boom
sobre su joven empleado. Aquella misma mañana la mujer estaba
cambiando las sábanas de la cama de Otto cuando encontró algo bajo su
almohada. Y sacó de su bolso un cuchillo con una navaja curva de 10
pulgadas.
Opa volvió a darle el beneficio de la duda a Otto.
—Probablemente el chico está asustado —dijo—, está solo en un país
extraño. Seguramente la compró para protegerse.
Corrie reflexionó sobre el asunto. Era cierto que Otto estaba solo y no
hablaba holandés. Además de Opa, Betsie y Corrie —que hablaban alemán
—, no tenía nadie con quien charlar. Quizá padre tenía razón.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Corrie se percató de algo
más. Otto parecía ser frío e irrespetuoso con el señor Christoffels —un
caballero mayor que Opa había contratado para ayudar con las reparaciones
—, pero tal vez se trataba simplemente de falta de consideración. Le
mencionó esta preocupación a su hermano Willem cuando estaba de visita
un día, quien borró de inmediato las esperanzas de Corrie.
—Es muy deliberado —dijo—. Es porque Christoffels es viejo. Los viejos
no tienen valor para el Estado. También es más difícil entrenarlos en las
nuevas formas de pensar. Alemania enseña sistemáticamente a faltar el
respeto a la vejez.
Al escuchar la conversación, Opa argumentó que Otto siempre había
sido respetuoso con él mismo, que era un poco más viejo que Christoffels.
—Contigo es distinto —dijo Willem—. Tú eres el jefe. Esa es otra parte
del sistema: respeto a la autoridad. Son los viejos y los débiles quienes deben
ser eliminados.
Corrie y Opa solo podían menear la cabeza. ¿Era posible una ideología
tan vil?
Unos cuantos días después, recibieron respuesta a su pregunta. Una
mañana el señor Christoffels entró dando tropezones en la tienda, con una
mejilla sangrando y la chaqueta desgarrada. Había perdido su sombrero, así
que Corrie salió de la tienda, apresurándose para llevárselo de vuelta a su
dueño. Andando sobre los pasos que el viejo había tomado para llegar al
trabajo, se percató de un par de personas que parecían estar haciéndose de
palabras con alguien: Otto. Le preguntó a uno de los observadores qué había
pasado y este le dijo que cuando Christoffels había dado vuelta en la esquina
hacia el callejón, Otto lo estaba esperando. Empujó al hombre contra el
costado de un edificio y le estampó la cara contra los ladrillos. Corrie estaba
horrorizada, sus peores temores sobre Otto eran verdad.
Por primera vez en los más de 60 años del negocio, Opa tuvo que
despedir a un empleado. Intentó razonar con Otto, explicarle por qué su
comportamiento había sido inapropiado, pero Otto permaneció impávido.
Opa le hizo saber que su empleo había terminado y Otto recogió sus
herramientas con calma, sin decir palabra.
Justo al llegar a la puerta, Otto se dio la vuelta y Corrie tembló. Era la
mirada más ominosa que hubiese visto en toda su vida.

Notas:

1. Alemania se anexó la región checoslovaca de los Sudetes en marzo de 1938 y comenzó a


ocupar el territorio el 5 de octubre de ese mismo año. Hacia el 15 de marzo de 1939, la
ocupación estuvo terminada y Hitler añadió Bohemia y Moravia a sus conquistas (N. del A.).
CAPÍTULO 3
PERSECUCIÓN

En Berlín el tiempo era esencial. Desde el día en que Hitler llegó al poder en
1933, los líderes militares alemanes habían conspirado para acabar con él, ya
fuera mediante asesinato o arresto y juicio. En 1938, ocurrió el llamado
complot de los generales1 para derrocar o matar a Hitler, e involucró a los
más altos dirigentes del ejército alemán, la Wehrmacht. Sin embargo, debido
a una serie de problemas logísticos, el complot no se logró concretar. A
partir del otoño de 1939, el general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del
Ejército, llevaba una pistola cargada en el bolsillo cada vez que se reunía con
Hitler, decidido a disparar contra el propio Führer. Desafortunadamente,
nunca pudo hacerlo. Finalmente se dio cuenta de que era un oficial del
ejército, no un asesino, y que alguien más tendría que hacer el trabajo sucio.
Sin poder dar un golpe de Estado, los líderes de la Wehrmacht estaban
paralizados; Hitler exigió que invadieran Polonia, de modo que, el 1 de
septiembre de 1939,2 eso mismo hicieron. Francia e Inglaterra declararon de
inmediato la guerra contra Alemania, y de este modo comenzó la Segunda
Guerra Mundial.
Ahora, desde el inicio de los primeros meses de 1940, Hitler exigía más,
pidiendo a sus generales que se prepararan para invadir Noruega,
Dinamarca, Bélgica y los Países Bajos.
Los acérrimos oficiales antinazis sabían que esta era su última
oportunidad: tendrían que asesinar al Führer o sabotear sus planes. El
coronel Hans Oster,3 asistente del almirante Wilhelm Canaris, jefe de la
Abwehr, creía que si las naciones occidentales podían oponer una defensa
firme, el liderazgo de Hitler quedaría paralizado, lo que facilitaría un golpe
de Estado. La idea se le había ocurrido a Halder a finales de 1939, pero el
contacto de Oster con el agregado militar holandés en Berlín, el mayor
Gijsbertus Jacobus Sas, fue lo que brindó un canal de filtración eficiente.
Para Oster este significaba el plan B para detener a Hitler. El plan A era el
golpe de Estado, pero los generales de la Wehrmacht parecían perder la
oportunidad a cada vuelta.
Y así el reloj seguía avanzando.
El 3 de abril de 1940, Oster dio aviso a Sas de que Alemania invadiría
Dinamarca y Noruega seis días después, el 9 de abril. Le pidió a Sas no solo
advertir a los daneses y noruegos, sino también que notificara a Gran
Bretaña. Además, hizo que su amigo Josef Müller le pasara aquella
información al Vaticano. Sin embargo, la advertencia no fue suficiente, pues
la Wehrmacht invadió con éxito ambos países.
Ahora más que nunca Oster estaba decidido a frustrar la invasión de
Holanda. El 9 de mayo cenó con Sas y después se dirigieron al cuartel
general de las fuerzas armadas para que Oster pudiera investigar si había
novedades. El holandés esperó en el auto mientras Oster entraba a indagar
en los detalles. Después de 20 minutos, este volvió, desesperanzado.
—Querido amigo —le dijo a Sas—, ha terminado… el cerdo ha ido al
frente occidental, ahora ha terminado definitivamente. Espero que volvamos
a encontrarnos después de esta guerra.
Inmediatamente Sas notificó a La Haya con un mensaje dirigido
específicamente al Ministerio de Defensa: «Mañana al amanecer.
Prepárense». Luego alertó a su amigo Georges Goethals, el agregado militar
belga.
Pero los aullidos previos de Sas —todos ellos inexactos— habían cansado
a los generales holandeses y belgas. Tan solo la invasión a Holanda había
sido programada y cancelada 29 veces. El general H. G. Winkelman,
comandante en jefe holandés, estaba tan cansado de estas advertencias que
le dijo a Sas que su fuente —Oster— era lamentable. Y así, los Países Bajos y
Bélgica ignoraron épicamente la última advertencia Oster-Sas, asumiendo
que sería otra falsa alarma.
A las 3 a. m. del 10 de mayo, el Decimoctavo Ejército de Alemania
atravesó el río IJssel, la línea de defensa de Holanda. Al amanecer, la
Luftwaffe envió 1 100 aviones para bombardear aeródromos y lanzar dos
divisiones aerotransportadas al sur de Holanda. Para contrarrestar los 141
Panzer del Decimoctavo Ejército, el general Winkelman tenía tan solo 26
vehículos blindados y ni un solo tanque. La fuerza aérea holandesa estaba
igualmente superada en armamento: tenía solo 132 cazas útiles, de los cuales
solo 72 eran modernos.4
El plan de Hitler era lanzar tropas aerotransportadas en los tres
aeródromos que rodeaban La Haya, apoderarse de la capital y capturar a la
reina Wilhelmina y su gabinete.
Para su sorpresa, la resistencia de Holanda fue tenaz.

Corrie se levantó precipitadamente de su cama, estremecida por las fuertes


conmociones. ¡Bombas!
Explosión tras explosión, todas sonaban como si estuviesen cayendo en
la puerta de al lado. Ella sabía que los alemanes bombardeaban el aeropuerto
de Schiphol, que estaba apenas a cinco millas de distancia. Se apresuró a la
habitación de Betsie y encontró a su hermana sentada, pálida y temblando.
Se abrazaron con fuerza, temerosas, mientras una luz roja parpadeaba
brillante a través de la ventana tras cada estruendo.
—Dios, danos fuerzas —oraban—. Danos la fuerza para ayudar a los
otros… Arrebátanos el miedo. Danos confianza.
Llena de cólera a causa de que Hitler hubiese roto su promesa de
mantener la neutralidad de los Países Bajos, la reina Wilhelmina fue a la
radio para invitar a la gente a mantenerse atenta.
Desde su refugio antibombas en La Haya, llamó al rey de Inglaterra para
pedir ayuda. Los británicos ya habían provisto algunas tropas, pero el
número era absolutamente inadecuado para contrarrestar la invasión.
A medida que avanzaban las primeras horas de la invasión, las unidades
aerotransportadas alemanas capturaron varios puentes clave, pero no los
aeródromos de La Haya. La infantería holandesa, con un uso eficaz de la
artillería, expulsó a dos regimientos de la Wehrmacht de la zona. En
Rotterdam las unidades alemanas —una de las cuales aterrizó en el río
Nieuwe Maas en hidroavión— también enfrentaron una dura oposición.
Sin embargo, la situación empezó a cambiar la mañana del 12 de mayo,
cuando una división blindada del Decimoctavo Ejército atravesó la Línea
Grebbe, una línea de defensa avanzada en el centro de Holanda. Esa tarde, la
Novena División Panzer cruzó los puentes de Moerdijk y Dordrecht y llegó a
Nieuwe Maas. Sin embargo, los holandeses bloquearon la entrada a
Rotterdam sellando puentes en los extremos norte.
Al amanecer del día 13, Winkelman dio aviso a la Reina Wilhelmina de
que La Haya había dejado de ser segura y necesitaba irse de allí. Junto a sus
consejeros principales avanzó hacia Hoek Van Holland, donde su grupo
abordó un destructor tipo 45 con destino a Inglaterra. Y resultó que se
fueron justo a tiempo.
La siguiente mañana, el 14 de mayo, un impaciente y molesto Hitler
envió una directiva a sus generales: «El poder de resistencia del ejército
holandés ha probado ser más fuerte de lo anticipado. Consideraciones tanto
políticas como militares requieren que esta resistencia sea rota a la
brevedad».
La táctica que Hitler decidió emplear fue el bombardeo de terror a
Rotterdam. Seguramente los holandeses recordarían, supuso, el destino de
Varsovia el otoño anterior.5
Más tarde aquella misma mañana, un solitario oficial alemán cruzó el
puente en Rotterdam alzando una bandera blanca. El mensaje que
transmitió fue que Rotterdam tenía que rendirse o sería bombardeada.
Los holandeses comenzaron de inmediato las negociaciones y enviaron
un oficial al cuartel general alemán cerca del puente para discutir los
términos. Sin embargo, cuando el holandés regresó a cruzar el puente para
cumplir con las demandas alemanas, la Luftwaffe ya estaba en camino.
Unas horas más tarde, el centro de Rotterdam estaba en ruinas. Holanda
se rindió y, al anochecer, el general Winkelman ordenó a sus tropas que
depusieran las armas. A la mañana siguiente, el 15 de mayo, firmó la
capitulación oficial. El número de muertos en la ciudad fue de 2 100, hubo
además otros 1 400 heridos y más de 78 000 personas quedaron sin hogar.
En Haarlem, los Ten Boom perdían las esperanzas.
«La hora más oscura de esos días» recordó Corrie, «fue cuando nuestra
familia real huyó, nuestra reina Wilhelmina a Inglaterra y la princesa Juliana
a Canadá. Entonces supimos que ya no había esperanzas. No lloré muchas
veces, pero cuando escuché que la familia real se iba del país, se me rompió
el corazón y sollocé.
»Para la gente holandesa la reina significaba seguridad… la amábamos».
Una vez hecho con el control del país, Hitler instaló a un ardiente nazi, el
doctor Arthur Seyss-Inquart, como comisionado del Reich en los Países
Bajos. Seyss-Inquart era un abogado vienés de modales agradables que
anhelaba la unificación de Austria y Alemania. Después del Anschluss en
marzo de 1938, Hitler lo nombró canciller de Austria y, al mes siguiente,
gobernador del Reich. En octubre de 1939, tras la exitosa invasión alemana
de Polonia, Seyss-Inquart se convirtió en su vicegobernador general.
Ahora, con la ocupación de los Países Bajos, Hitler cambió a Seyss-
Inquart a su nueva posición. Y para ser su mano derecha, Hitler nombró a
otro austriaco, Hanns Albin Rauter, quien sería el líder policiaco y más alto
mando de las ss, así como jefe de las tropas de las ss. Mientras que era
subalterno de Seyss-Inquart en la administración civil, Rauter tenía un
rango superior en las ss y reportaba directamente al Reichsführer, jefe de las
ss, Heinrich Himmler.
Rauter tenía una figura imponente, era alto y de aspecto adusto,
severamente disciplinado y con personalidad que combinaba con su altura.
Nazi fanático y radical, también era despiadado.
Al parecer, para despistar a sus súbditos y unirlos a su lado, Seyss-
Inquart y Rauter implementaron su reinado de terror lentamente. Al
principio dieron la impresión de que la ocupación sería amistosa. Después
de todo, Hitler veía a los holandeses como sus compañeros arios6 y respetaba
su prosperidad y herencia cultural. En una muestra de buena fe, Seyss-
Inquart liberó a todos los prisioneros militares holandeses capturados
durante la guerra de cuatro días.
El mes siguiente, Hermann Goering les prometió a los holandeses que su
nivel de vida no caería por debajo del de sus vecinos alemanes y durante un
tiempo las tiendas locales experimentaron un enorme auge; los soldados
alemanes gastaban libremente y, a pesar de todo, la ocupación no parecía tan
mala. Corrie recordó el espectacular aumento del negocio en los primeros
meses después de la invasión: «Los soldados visitaban con frecuencia
nuestra tienda porque recibían buenos salarios y los relojes estaban entre las
primeras cosas que compraban… Los escuchaba discutir entusiasmados
sobre sus compras, parecían jóvenes de vacaciones. La mayoría de ellos
elegían relojes de mujer para las madres y novias que habían dejado en casa.
La verdad es que la tienda nunca ganó tanto dinero como durante ese
primer año de la guerra».
Adriaantje Hepburn-Ruston, una niña de 11 años de Arhem —que más
tarde sería conocida por millones como Audrey Hepburn— también
recordó aquel tiempo: «Los alemanes intentaban ser civilizados y ganarse
nuestros corazones. Los primeros meses no sabíamos muy bien lo que había
pasado… Una niña es una niña; yo solo iba a la escuela».
Sin embargo, la luna de miel de la ocupación duró solo seis meses.

El 12 de septiembre, la reina Wilhelmina transmitió otro mensaje a sus


hombres a través de la bbc:
—Una nación que tiene vitalidad y determinación no puede ser
conquistada por la fuerza de las armas… Magníficas manifestaciones de
unidad e independencia… nos ayudan a sentir confianza en un futuro que
nos convertirá en un país libre e independiente bajo la bendición de Dios.
Como el primer ministro Winston Churchill para los británicos, la reina
proveía un destello de esperanza para los holandeses, quienes necesitaban
con desesperación algo de inspiración y coraje para enfrentar lo que estaba
por ocurrir.
El mes siguiente, Seyss-Inquart anunció que los funcionarios y
profesores judíos serían expulsados de sus puestos. De inmediato
comenzaron las protestas estudiantiles, primero en la Universidad
Tecnológica de Delft, luego en la Universidad de Leiden, así como en otras
escuelas. Los estudiantes comenzaron a boicotear sus clases y Delft y Leiden
cerraron temporalmente.
Para contrarrestar la rebelión, los nazis tomaron medidas enérgicas que
involucraron redadas a las universidades de todo el país, y arrestaron a
estudiantes y profesores por igual. Pero esto fue solo un anticipo de lo que
vendría, y muchos otros profesionales judíos —médicos, abogados y
arquitectos— renunciaron a sus puestos.
Sin embargo, aún había más esperando a los judíos. En 1941, Seyss-
Inquart instauró una nueva política: todos los ciudadanos judíos de los
Países Bajos tendrían que marcar sus tarjetas de identidad con una gran J.
Poco después se les exigió portar una estrella de David amarilla en sus
abrigos. Casper Ten Boom estaba tan horrorizado por la persecución que él
mismo se reportó a las filas para recibir una estrella de David. En su mente
esta era una forma de protestar ante la injusticia; él mismo sufriría al lado de
sus hermanos judíos.7
Lo que afectó a todos en Holanda, sobre todo, fue el racionamiento de
alimentos y otros bienes. Durante décadas, los holandeses tuvieron un gran
excedente de exportación de mantequilla, queso, frutas y verduras. Pero
Seyss-Inquart redirigió todas esas exportaciones —y gran parte del producto
interno— a Alemania. Corrie recordó que recibía tarjetas de racionamiento
durante el primer año de ocupación; estas tarjetas podían usarse para
comprar alimentos y productos básicos que se encontraban en las tiendas.
Sin embargo, cada semana los periódicos anunciaban los artículos por los
que se podían canjear los cupones de racionamiento.
Otro de los ajustes fue el de la falta de noticias disponibles. SeyssInquart
controlaba los periódicos, lo que significaba que solo se incluía propaganda
alemana.
«Eran largos y prometedores reportajes sobre los triunfos del ejército de
Alemania en sus distintos frentes», dice Corrie, «y elogios sobre los líderes
alemanes, denuncias de traidores y sabotajes, llamados a la unidad de la
“gente nórdica”».
Sin periódicos legítimos, los holandeses tenían solo una fuente de
noticias externas: la radio. Cada semana sintonizaban la bbc para escuchar
un mensaje de su reina exiliada. Los invasores alemanes estaban al tanto, por
supuesto, de los buenos ánimos que podrían llegar a través de la bbc, así que
prohibieron los radios; ahora cada persona de Holanda tenía que entregar su
radio a las autoridades nazis. Como muchos otros, los Ten Boom no tenían
intención de perderse las noticias ni los mensajes de la reina.
Peter, el hijo de Nollie, tuvo una idea. Ya que los Ten Boom tenían dos
radios, entregarían uno para parecer obedientes, sin embargo, esconderían
el otro. En el hueco de la escalera, en una curva justo encima de la
habitación de Casper, Peter insertó la radio más pequeña y volvió a colocar
las tablas. Corrie entregaría la otra radio en los grandes almacenes Vroom &
Dreesmann, donde se llevó a cabo la recolección.
—¿Esta es la única radio que posee? —le preguntó el soldado.
—Sí.
El alemán echó un vistazo al papel que tenía frente a él.
—Ten Boom, Casper, Ten Boom, Elisabeth, ambos en la misma
dirección. ¿Alguno de ellos tiene radio?
Corrie le sostuvo la mirada.
—No.
Mientras salía del edificio, comenzó a temblar. Era la primera vez que
mentía en su vida.

De regreso a casa, ella y Betsie se turnaban todas las noches para escuchar
las transmisiones de Free Dutch; mientras una se agachaba frente a la radio,
la otra tocaba el piano lo más estruendosamente posible. Sin embargo, las
noticias eran espantosas: las ofensivas alemanas tenían éxito en todos sus
frentes. Y eso, más que nada, preocupaba a los británicos. Los alemanes
habían reparado los daños causados por las bombas en los aeródromos
holandeses y ahora los utilizaban como bases de avanzada para los ataques
de la Luftwaffe contra Inglaterra.
Noche tras noche, Corrie se acostaba en la cama temblando ante el
sonido de las bombas de la Luftwaffe que se dirigían hacia occidente. Sin
embargo, los británicos no tardaron en responder con ataques contra
Alemania. A menudo, los cazas alemanes interceptaban aviones de la Royal
Air Force (raf) sobre Haarlem, y una noche se produjo un combate aéreo
sobre el Beje. A través de su ventana no podía ver los aviones, pero los rayos
de fuego de las balas trazadoras no dejaban dudas sobre lo que estaba
pasando.
A medida que avanzaba el verano de 1941, el gobierno holandés, que
estaba en el exilio, trabajaba para establecer su propia red con la cual
transmitir en los Países Bajos. El 28 de julio, Radio Oranje transmitió su
primer mensaje y la reina Wilhelmina no se anduvo con rodeos. En lugar de
referirse a los ocupantes como alemanes, los llamó moffen, un antiguo
insulto holandés que significa pueblo sucio y atrasado.
Reconociendo la efectividad de la bbc y Radio Oranje, Seyss-Inquart
emitió una «Medida para la Protección de la Población Holandesa Contra la
Falsa Información». Declaraba que se debía proteger a los holandeses de las
«noticias falsas» y que solo las estaciones nazis serían oficialmente
permitidas. Como era de esperar, la ley declaró que cualquier persona
sorprendida escuchando la bbc o Radio Oranje sería severamente castigada.
Corrie y los Ten Boom no tenían intención de obedecer la ley, sin
embargo, mantenían el sonido al mínimo volumen cuando sintonizaban la
radio. La comida, por otro lado, seguía siendo un problema. Alemania
invadió Rusia el 22 de julio y los cientos de miles de tropas alemanas que
marchaban hacia el este necesitaba raciones diarias, lo que significaba que
más productos de los Países Bajos serían desviados y enviados a la
Wehrmacht.
En las tardes, cuando el clima lo permitía, Corrie caminaba con su padre
por el vecindario y cada día que pasaba veía más evidencia de persecución.
Los escaparates, restaurantes, teatros e incluso salas de conciertos tenían
carteles que decían: «No se servirá a los judíos». En los parques, los carteles
simplemente advertían: «No judíos».
Conforme el verano daba paso al otoño, Corrie notaba una inquietante
secuencia de acontecimientos. Primero fueron los relojes que habían sido
reparados, pero cuyos dueños no habían regresado a recogerlos. Luego, una
casa en la cuadra de Nollie de pronto quedó desierta. No mucho después,
otra tienda de relojes, propiedad de un hombre judío que Corrie conocía
como el señor Kan, no volvió a abrir sus puertas. Un día, papá llamó a la
puerta preguntándose si su colega estaba enfermo, pero nadie respondió.
Durante los días siguientes, al pasar por delante de la tienda, se dieron
cuenta de que esta se había quedado a oscuras y cerrada.
Unas semanas más tarde, mientras Corrie y su padre caminaban por
Grote Markt, en el centro de Haarlem, se encontraron con una redada de
policías y soldados. Cuando se acercaron, Corrie sintió repulsión por lo que
vio. Innumerables hombres, mujeres y niños, todos con la estrella de David,
estaban siendo obligados a entrar a la parte trasera de un camión.
—Padre —lloró Corrie—. Esa pobre gente.
La policía se quitó del camino y el camión avanzó hacia delante.
Opa asintió.
—Esa pobre gente.
Corrie miró a su padre y se percató de que no miraba al camión que se
alejaba sino a los soldados.
—Compadezco a los pobres alemanes, Corrie. Han tocado a la niña de
los ojos de Dios.8

Durante los siguientes días, Corrie habló con su padre y Betsie sobre el
mejor modo de ayudar a sus vecinos judíos. Esconderlos en el Beje era la
respuesta obvia, pero tenían espacio limitado y no había escondites. Y el
riesgo era inmediato y severo: cualquiera que fuese atrapado refugiando
judíos sería enviado a prisión o a un campo de concentración.
Sin embargo, precisamente eso era lo que Willem estaba haciendo. Poco
después de la ocupación había creado un área de escondite bajo el suelo de
su estudio. Cuando la Gestapo hacía búsquedas aleatorias, todos los judíos a
quienes daba albergue se escondían en el lugar secreto.
Entre bastidores, los británicos estaban haciendo todo lo posible para
ayudar a sus aliados holandeses. Los combates aéreos que se hacían de
manera periódica por parte de la raf sobre Holanda no estaban teniendo un
impacto significativo en la guerra, pero los británicos tenían un arma
secreta: la Dirección de Operaciones Especiales. Fundada en 1940, la soe
(por sus siglas en inglés) se creó para llenar un vacío. A diferencia del MI6,
la organización profesional que realizaba espionaje extranjero, a la soe se le
encomendó hacer el trabajo sucio: armar a los combatientes de la
Resistencia, sabotaje (especialmente contra puentes, trenes y depósitos de
municiones alemanes), contrainteligencia e incluso asesinatos. En resumen,
la directiva de Winston Churchill para las empresas estatales era «prender
fuego a Europa». Todos los agentes estaban entrenados para matar usando
cualquier arma, incluyendo cuchillos, e incluso sus propias manos. Por esta
razón fueron apodados espías, comandos o simplemente «los irregulares de
Baker Street».
Los alemanes los llamaban «terroristas».
En casi todos los casos donde la soe buscó agentes para los territorios
ocupados, reclutaba a nacionales que hablaban el idioma sin acento y que
conocían la zona concreta a la que eran enviados. La soe había logrado
avances significativos en Francia, y ahora Londres quería hacer lo mismo en
los Países Bajos. En septiembre lanzaron en paracaídas a dos agentes en
Holanda, seguidos el 6 de noviembre por Thys Taconis, experto en sabotaje,
y H. M. G. Lauwers, su operador de radio.
Los operadores de radio —que recibían un arduo entrenamiento en
códigos y aparatos inalámbricos— eran la mejor fuente de Londres para
obtener información de testigos presenciales y para establecer entregas de
armas que se distribuían a los combatientes de la Resistencia.
Los dos agentes lanzados en septiembre tuvieron un éxito parcial:
mientras que uno regresó a Inglaterra con información útil en febrero de
1942, el otro se perdió en el mar. Mientras tanto, Taconis y Lauwers habían
establecido operaciones en Arnhem y La Haya, respectivamente.
El 18 de marzo, después de poco más de cuatro meses de comunicación
inalámbrica secreta, Londres recibió una solicitud de Lauwers para enviar a
otro agente, a lo que la sección holandesa de la soe respondió que lo harían
de inmediato.
Solo que la solicitud no fue de Lauwers.
Notas:
1. El complot de los generales, como fue conocido, era apoyado virtualmente por cada oficial
mayor alemán de la inteligencia militar, incluidos el general Walther von Brauchitsch,
comandante en jefe del ejército; el general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Ejército; el
general Ludwig Beck, predecesor de Halder; el general Gerd von Rundstedt, comandante en
jefe del grupo número 1 del ejército; el general Erwin von Witzleben, comantante del III
Cuerpo del Ejército, y Wilhelm Canaris, almirante en jefe de la Abwehr. Tres excepciones
notables en esta lista son los principales seguidores de las Wehrmacht de Hitler: el general
Alfred Jodl y el mariscal de campo Wilhelm Keitel, criminales de guerra que fueron ejecutados
en los juicios de Nuremberg, y el mariscal de campo Walter Model, que se suicidó el 21 de abril
de 1945 (N. del A.).
2. El plan fue llamado «la teoría del retroceso» (N. del A.).
3. Oster odiaba tanto a Hitler que entre los colegas de la Abwehr se refería a él como «el cerdo»
(N. del A.).
4. Antes de que terminara el día ya habían perdido 62 (N. del A.).
5. Del 1 al 25 de septiembre de 1939, la Luftwaffe atacó Varsovia. Tan solo durante el día 25
arrojó 560 toneladas de explosivos de alta potencia y 72 toneladas de bombas incendiarias (N.
del A.).
6. Hitler le dijo a Anton Mussert, líder del Movimiento Nacionalsocialista de Países Bajos
(nsb), que los mejores representantes de la raza germánica podían encontrarse en Países Bajos
y Noruega (N. del A.).
7. Más tarde Corrie y Betsie persuadieron a su padre de no usar la estrella en público (N. del
A.).
8. En el Antiguo Testamento, Israel es referido dos veces como la niña de los ojos de Dios.
Deuteronomio 32:10 dice: «En una tierra desierta Él [Dios] lo encontró, en una tierra árida y
aullante. Lo protegió y cuidó de él; lo protegió como a la niña de sus ojos». De manera similar,
en Salmos 17:8 David reza: «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de
tus alas» (N. del A.).
CAPÍTULO 4
RAZIAS

También operando en La Haya, en 1942, estaba un astuto oficial de


contraespionaje de la Abwehr, el mayor Hermann Giskes. Uno de sus
agentes, un hombre llamado Ridderhof, dirigía un servicio de transporte
que podía proporcionar camiones para los envíos que Londres podría llegar
a pedir. Por suerte, Ridderhof conoció a Taconis y, a través de él, a Lauwers y
su radio, así como sus planes generales. Toda esta información llegó
directamente a Giskes, quien inició una operación que denominó «Polo
Norte».
El 6 de marzo, Lauwers acababa de iniciar una transmisión a Londres
cuando su casero le informó que había cuatro autos negros afuera. Lauwers
huyó de inmediato, pero en su bolsillo estaban tres de los mensajes cifrados
que estaba a punto de enviar. Los hombres de Giskes lo arrestaron mientras
caminaba por la calle y las pruebas incriminatorias que llevaba en el bolsillo
no dejaban coartada. Los alemanes también arrestaron al propietario y a su
esposa y confiscaron la radio.
Como regla general, a los espías capturados durante la Segunda Guerra
Mundial se les daba la opción de trabajar para el enemigo o ser ejecutados.
Si el agente elegía lo primero, los captores «encendían» la radio, como se
decía. Esto significaba que el agente aceptaría enviar mensajes a Londres (o a
Berlín en caso de que el capturado fuese un espía alemán); estos mensajes
serían dictados por sus captores, pero tendría que enviarlos sin revelar que
había sido atrapado por el enemigo. Sin embargo, la soe tenía contingencias
para este riesgo, y cada operador de radio había preparado puntos de
seguridad para asegurarse de no verse comprometido; si estos puntos de
seguridad faltaban en la transmisión, la oficina central sabría que el agente
había sido arrestado y había entregado la radio.
Lauwers siguió el protocolo de la soe omitiendo todos los puntos de
seguridad en sus transmisiones para Giskes. Londres, desafortunadamente,
ignoró la advertencia asumiendo que Lauwers había sido negligente o estaba
en un apuro. Desde este momento y en adelante, Giskes haría que la sección
holandesa de la soe le enviara un suministro constante de agentes, todos los
cuales se lanzarían en paracaídas a los brazos de los soldados alemanes que
aguardaban.1
En Haarlem el control nazi comenzó a cerrarse también alrededor de los
Ten Boom. El domingo, Corrie, Betsie y Opa fueron a un servicio en la
Iglesia Reformada holandesa en Velsen, donde tocaba el órgano Peter, el hijo
de 18 años de Nollie. El órgano de Velsen era uno de los mejores de Holanda
y Peter había ganado el empleo en un concurso contra 40 músicos más
experimentados.
La iglesia estaba llena hasta el tope y los Ten Boom se apretujaron en uno
de los últimos bancos disponibles. Mientras Peter escuchaba el sermón
desde el órgano, su mente comenzó a divagar. Este mismo día, 10 de mayo,
se cumplía el segundo aniversario de la ocupación.
«Mi espíritu patriótico despertó», recordó, «decidí que aquel domingo
por la mañana debíamos hacer algo para demostrar que todavía éramos
verdaderos holandeses en el fondo, algo para expresar nuestra fe y esperanza
en un día de victoria en el que volveríamos a ser un pueblo libre».
Cuando terminó el servicio, en lugar de tocar un himno tradicional,
puso todo el volumen y comenzó a tocar el Wilhelmus, el himno nacional de
los Países Bajos.
Debajo de él, la congregación sonaba agitada. Todos en la iglesia sabían
que un reciente edicto Seyss-Inquart convertía en delito tocar o cantar el
Wilhelmus. Opa, aunque ya tenía 82 años, fue el primero en ponerse en pie.
Otros siguieron. De repente, desde algún lugar detrás de ellos, Corrie
escuchó una voz que comenzaba a cantar la letra. Luego otro. Y otro. En
cuestión de segundos, toda la congregación estaba levantada, orgullosa y
desafiante cantando el himno proscrito.
Muchos lloraron.
Corrie recuerda el momento con vividez: «Cantamos a todo pulmón,
cantamos nuestra unidad, nuestra esperanza, nuestro amor por la reina y
nuestro país. En este aniversario de la derrota pareció, por un momento, que
éramos victoriosos».
Los Ten Boom esperaron a Peter un rato después del servicio en la
puerta lateral de la iglesia; al parecer, la mitad de la congregación quería
abrazarlo, darle la mano o darle una palmada en la espalda. Mientras Corrie
reflexionaba sobre la situación, se desanimó. La Gestapo se enteraría pronto
de esto, ¿y luego qué? Seguramente arrestarían a Peter, y tal vez a los otros
que cantaban.
Lo que Corrie no sabía era que el recién nombrado alcalde nazi de
Velsen asistió al servicio, decidido a comprobar si la iglesia cumplía con la
nueva ley.

A la mañana siguiente Peter sintió que alguien lo sacudía.


—¡Peter! Despierta —sollozaba Cocky, su hermana menor—. Por favor,
Peter, ¡despierta!
Peter abrió los ojos.
—¿Eh? ¿Qué pasa?… Ah, eres tú. Vamos, déjame seguir durmiendo,
¿quieres?
Cocky volvió a sacudirlo.
—Escúchame, tienes que levantarte en este momento. ¡La policía está
aquí! Están abajo. ¡Peter! ¿Me estás escuchando? La policía está abajo y
dicen que te van a llevar a prisión.
Peter bajó las escaleras con ella y, una vez abajo, los oficiales holandeses
le anunciaron con calma que estaba bajo arresto.
—Es por lo del Wilhelmus —susurró Cocky.
La policía le permitió a Peter volver a su habitación para recolectar un
cambio de ropa y, mientras empacaba, su madre apareció en la puerta.
—Peter —dijo Nollie con suavidad—, esta va a ser una experiencia
peligrosa. No sabemos qué va a pasar ni a dónde van a llevarte. Pero lo que
sí sé, hijo mío, es que si el Señor está contigo no tenemos nada que temer.
Vamos a arrodillarnos un momento.
Nollie comenzó a orar pero el corazón de Peter estaba muy lejos. Aunque
había crecido en una casa cristiana y tocaba el órgano para su iglesia, sentía
que la religión era un asunto para gente mayor, y especialmente para
mujeres. La religión no era para él. No a los 18 años, en todo caso.
Cuando bajaron de nuevo, los oficiales flanquearon a Peter y lo
condujeron sin mayor dilación.
En la estación de policía lo condujeron a una sala de interrogación gris y
fría. Uno a uno, varios alemanes —aparentemente de la Gestapo— le
hicieron las mismas preguntas. Era evidente que creían que Peter era un
importante miembro de la Resistencia, incluso tal vez un líder. Mientras
ponderaba sobre su situación entre las preguntas, escuchó algo increíble:
afuera, en la calle, un músico callejero tocaba un famoso himno holandés.
Mientras estaba sentado en la sala, la famosa letra de la canción vino a la
mente de Peter:

Oh, envuélvenos eternamente con Tu gracia, Señor Jesús,


Que los ataques del enemigo no nos toquen si andamos bajo tu luz.

Entró otro oficial, interrumpiendo el momentáneo respiro de Peter, y lo


condujo a una segunda habitación para hacer más preguntas. Luego otro.
Finalmente, un guardia lo dejó salir a un pequeño patio que parecía ser una
celda de detención exterior. Agrupados en un rincón, había varios judíos
rodeados por guardias alemanes. Después de un rato llegó un camión y se
ordenó a todos que subieran a la parte de atrás. Mientras Peter tomaba
asiento, entró un joven oficial y anunció que si alguien decía una sola
palabra, le dispararían.
Llegaron sin incidentes a su destino —la prisión de Ámsterdam— y Peter
recibió sus utensilios personales: una manta, taza, tenedor y cuchara. Luego
lo llevaron a una pequeña celda en la que había otros dos ocupantes: un
contratista acusado de espionaje y un gánster que había sido arrestado por
robo. El listo Mels, como lo llamaban, regularmente mostraba su talento del
bajo mundo robando pan en la prisión cuando los dejaban salir. Más tarde,
Peter se enteró de que Mels había vivido una vida dura, más de un tercio de
su vida tras las rejas.
La mañana del miércoles, mientras Corrie y su padre alistaban sus mesas de
trabajo en la tienda, Cocky entró como una ráfaga en la habitación.
—¡Opa! ¡Tante Corrie! ¡Vinieron por Peter! ¡Se lo llevaron!
Sin embargo, Cocky no sabía a dónde se habían llevado a Peter y no fue
sino hasta el sábado cuando Corrie descubrió que lo tenían preso en
Ámsterdam.
Durante dos semanas, Corrie no hizo más que esperar y preocuparse. No
hubo noticias sobre Peter, en cambio ocurrió otro evento peligroso. Una
noche, poco antes del toque de queda de las ocho de la noche, escuchó un
golpe en la puerta del callejón del Beje. Abrió y encontró a una mujer con un
abrigo de piel —cosa rara en verano— sosteniendo una maleta.
—Mi nombre es Kleermaker —dijo la mujer—, soy una judía.
Corrie la invitó a pasar y le presentó a su padre y a Betsie. La historia de
la señora Kleermaker le parecía demasiado familiar. Su marido había sido
arrestado varios meses antes y su hijo se había escondido. La familia era
propietaria de una tienda de ropa, pero la sd le había ordenado cerrarla y
ella tenía miedo de volver a su apartamento, que estaba justo encima del
negocio. Dijo que hacía poco había escuchado que la familia Ten Boom se
había hecho amiga de un hombre judío.
—En esta casa —intervino Opa— siempre son bienvenidas las personas
del pueblo de Dios.
—Tenemos cuatro camas vacías —agregó Betsie—. ¡Tu único problema
será elegir en cuál dormirás!

Dos noches más tarde, Corrie escuchó otro golpe en el callejón justo antes
de las ocho de la noche. Abrió para encontrar a una pareja mayor —ambos
muertos de miedo— que cargaban consigo sus últimas posesiones.
Contaron la misma historia y Corrie les dio la bienvenida. Sabía que el
riesgo que estaba tomando suponía un problema. Los Ten Boom ahora
albergaban a tres judíos y el Beje estaba a tan solo media cuadra del cuartel
de policía de Haarlem. Al día siguiente visitó a Willem para pedirle ayuda y
su consejo. Le contó sobre los judíos y le preguntó si podría encontrarles un
lugar en el campo.
—Se está volviendo más difícil —dijo—. Están resintiendo la escasez de
comida incluso en las granjas. Aún tengo algunas direcciones, sí. Pero no
recibirán a nadie sin una tarjeta de racionamiento.
—¡Sin una tarjeta! Pero ¡a los judíos no se les dan tarjetas de
racionamiento!
Willem meditó un momento.
—Lo sé. Y las cartillas de racionamiento no se pueden falsificar. Se
cambian con demasiada frecuencia y son demasiado fáciles de detectar.
—¿Y entonces cómo rayos vamos a conseguir tarjetas de racionamiento?
—preguntó Corrie.
—Robándolas.
La palabra «robar» atrapó la conciencia de Corrie.
—Entonces, Willem, ¿podrías robar…? Quiero decir… ¿podrían robarse
tres tarjetas de racionamiento?
Willem negó con la cabeza. La Gestapo lo tenía vigilado noche y día,
dijo.
—Será mucho mejor para ti que desarrolles tus propias fuentes. Entre
menos conexión tengas conmigo (entre menos conexión tengas con
cualquier otra persona), mucho mejor.
En el tren de vuelta a casa, Corrie se devanó los sesos para pensar en una
fuente. Le vino a la mente un nombre: Fred Koornstra, que trabajaba para la
empresa de servicios públicos y leía el medidor eléctrico del Beje todos los
meses. Por lo que recordaba, ahora trabajaba en la Oficina de Alimentos, el
mismo lugar donde repartían las cartillas de racionamiento.
Esa tarde después de la cena, visitó a Fred, pero inquieta por no saber si
este la ayudaría o la entregaría a las autoridades. Después de un poco de
plática, le explicó que estaba albergando a tres judíos y que otros dos
acababan de llegar aquella tarde; todos necesitaban tarjetas de
racionamiento.
—¿Hay forma de que puedas darnos algunas tarjetas extra? ¿Más tarjetas
de las que reportas?
Fred negó con la cabeza. Cada tarjeta está controlada, dijo, y los números
se revisaban dos veces. Pensó por un momento y luego tuvo una idea.
—A menos… A menos que hubiese un atraco. La Oficina de Alimentos
de Utrech fue robada el mes pasado… Si ocurriera al atardecer, cuando solo
estamos el empleado de registros y yo… y nos encontraran amarrados y
amordazados…
Corrie esperó mientras Fred procesaba cómo podría cometerse el falso
crimen.
—¿Cuántas necesitas? —preguntó finalmente Fred.
—Cien.

En la prisión de Ámsterdam, Peter languidecía. Las noches eran largas y,


mientras yacía en su delgado colchón de paja, su mente volvía una y otra vez
a su familia. Pensó en sus padres y hermanos, recordando cómo se veían
sentados alrededor de la mesa. Sin embargo, cada noche sus pensamientos
se veían interrumpidos por el llanto de otro prisionero. Peter sabía que ese
hombre sería ejecutado al amanecer.
«La prisión bajo un régimen nazi por un delito político de repente centra
el pensamiento en asuntos serios», recordaría después. «Noche tras noche
experimentaba pensamientos agonizantes al escuchar el grito de los
condenados; cada día escuchábamos a través de las tuberías2 las noticias de
jóvenes que eran sacados de sus celdas y fusilados en algún lugar de la calle
como represalia de las fuerzas de ocupación, y entonces el peligro de mi
situación me hizo sopesar mi religión en la balanza».
Como si fuera una señal, en los siguientes días recibió un paquete desde
casa. Contenía ropa limpia, un pañuelo y un pequeño pedazo de jabón.
Escondido en un calcetín encontró una versión pequeña del Nuevo
Testamento. Peter no podía entender cómo es que no lo habían descubierto
durante la inspección, pero estaba agradecido de tener algo que leer, algo
que significara tanto. Leyó una y otra vez las páginas y, para su sorpresa,
entonces cobraron vida las Escrituras.
«De pronto parecía una carta muy personal dirigida para mí», escribiría
más tarde, «con palabras de aliento y ayuda para las tantas situaciones
desafiantes que ocurrían a diario. El Cristo del que hablaba ya no parecía el
sujeto de una hagiografía sino un amigo mío muy real. Comencé a darme
cuenta de que Jesucristo no solo había muerto por el mundo en un sentido
general sino que Él había dado su vida por mí, y que yo, al tener fe y confiar
en Él, podía tener una vida eterna».
Rezó y de inmediato se levantó su espíritu.
«Me sentía libre por dentro, casi etéreo con una suerte de regocijo. Las
circunstancias ya no me enfurecían. Tenía que ir a la prisión para encontrar
a Cristo, mi amigo incondicional».

Una semana después de que Corrie visitara a Fred Koornstra, este pasó por
el Beje. Corrie quedó conmocionada por lo que vio: los ojos de Fred eran de
un color púrpura verdoso y su labio inferior estaba cortado e hinchado.
Antes de que pudiera comentar, Fred dijo:
—Mi amigo representó el papel con mucha naturalidad.
Dejó sobre la mesa una carpeta de papel manila con exactamente 100
tarjetas de racionamiento y añadió que podría proporcionar otras 100
tarjetas cada mes. Corrie estaba eufórica: se salvarían cientos de vidas judías,
pero era demasiado arriesgado para ella recogerlas en su casa todos los
meses. Entonces tuvo otra idea. ¿Podría venir al Beje vestido con su antiguo
uniforme de medidor? Después de todo, el medidor estaba en el interior de
la casa, por lo que podía darle las tarjetas fuera de la vista de miradas
indiscretas. Fred aceptó y Corrie encontró un lugar en las escaleras donde
podía esconder las cartas cuando fuera a «revisar el medidor».
Unas cuantas noches después, Corrie recibió a cuatro judíos más: una
mujer y sus tres crías. Más tarde, mucho después de que empezara el toque
de queda, volvió a sonar el timbre. Asumiendo que se trataría de otro judío
que había escuchado sobre el Beje, Corrie se apresuró a abrir la puerta. Para
su asombro, el visitante era su sobrino, Kik, el hijo de Willem.
—Toma tu bicicleta —le dijo—. Hay algunas personas a las que quiero
que conozcas.
—¿Ahora? ¿Después del toque de queda?
Kik no respondió y Corrie fue a buscar su incansable bicicleta.
Pedalearon por las calles oscuras, luego cruzaron un canal y Corrie se dio
cuenta de que estaban en el suburbio de Aerdenhout. Kik la llevó a una casa
rodeada de árboles donde una joven doncella los esperaba en la puerta. Kik
llevó ambas bicicletas al interior y las colocó en el vestíbulo junto a muchas
otras.
Mientras entraron al salón, nada menos que el viejo amigo de Corrie,
Pickwick, los recibió con café. Su verdadero nombre era Herman Sluring y
era uno de los mejores clientes de los Ten Boom. Fabulosamente rico,
compraba los relojes más caros del Beje y, a menudo, se unía a la familia en
el piso de arriba para conversar. En el centenario de la tienda envió un
enorme ramo de flores y asistió a la fiesta de celebración. Todo el mundo lo
amaba y se referían a él afectuosamente como «tío Herman» —que era el
nombre que prefería Peter para dirigirse a él— o «Pickwick», un nombre que
Corrie y Betsie le habían dado después de darse cuenta de que parecía un
boceto del famoso personaje de Charles Dickens.
De estatura baja, gordo, calvo y bizco, Pickwick no tenía gran atractivo,
pero era un excelente caballero cristiano que amaba a los niños y era amable
y generoso.
Comenzó por presentar a Corrie y Kik con los demás invitados y Corrie
comprendió de inmediato que se trataba de trabajadores clandestinos de la
Resistencia; todos se llamaban señor Smit o señora Smit. Se enteró de que
los líderes de la Resistencia trabajaban en conjunto con las fuerzas británicas
y holandesas libres que luchaban en otras ciudades, y Pickwick parecía estar
a cargo del grupo de Haarlem. Momentos después presentó a Corrie al
grupo como «la jefa de una operación aquí en esta misma ciudad»; hasta ese
momento, Corrie simplemente se veía a sí misma como alguien que estaba
ayudando a sus vecinos judíos.
Uno a uno, Pickwick fue presentando a los demás, cada uno con una
habilidad o contribución particular: uno podía preparar documentos de
identidad falsos, otro podría proporcionar un automóvil con placas
gubernamentales, otro más podría falsificar firmas.
Corrie comprendió que había cruzado el Rubicón: ahora formaba parte
de la Resistencia holandesa.

Mientras tanto en Ámsterdam, una niña judía de 13 años llamada Ana


Frank empezó un diario el día de su cumpleaños, el 12 de junio. Ámsterdam
tenía la población judía más grande del país, y los nazis la atacaron primero.
En la entrada inicial de su diario, Ana recordó la avalancha de persecución
iniciada por los nazis:
«Nuestra libertad fue severamente restringida por una serie de decretos
antijudíos: a los judíos se les exige portar una estrella amarilla; a los judíos se
les exige que entreguen sus bicicletas; a los judíos se les prohíbe utilizar los
tranvías; a los judíos se les prohíbe viajar en automóviles, incluso si son
propios; los judíos deben hacer sus compras entre las 3 y las 5 de la tarde; a
los judíos se les exige que frecuenten barberías y salones de belleza
únicamente de propiedad judía; a los judíos se les prohíbe salir a la calle
entre las 8 p. m. y las 6 a. m.; a los judíos se les prohíbe asistir al teatro, al
cine o a cualquier otra forma de entretenimiento; a los judíos se les prohíbe
utilizar piscinas, canchas de tenis, campos de hockey o cualquier otro campo
deportivo; a los judíos se les prohíbe ir a remar; a los judíos se les prohíbe
participar en cualquier actividad deportiva en público; a los judíos se les
prohíbe sentarse en sus jardines o en los de amigos después de las 8 p. m.; a
los judíos se les prohíbe visitar a los cristianos en sus hogares; a los judíos se
les exige que asistan solo a escuelas judías».
Sin embargo había más horrores esperando a los judíos de Holanda,
descubriría Ana más tarde.
El 15 de junio, Peter fue liberado de la prisión. Sin fanfarrias: solo unas
breves formalidades y luego regresó a las calles de Ámsterdam. Sin embargo,
en su iglesia las cosas habían cambiado. Los sermones desde el púlpito se
habían vuelto vagos y mansos. Y luego su trabajo: debido a la necesidad de
electricidad para hacer funcionar los trenes, su puesto de organista había
sido eliminado. El otro cambio que notó fue que la comida escaseaba más
día tras día; la idea de una comida normal estaba fuera de discusión. Ahora
era imposible encontrar alimentos básicos como pan y papas, y los
holandeses se vieron obligados a comer lo que había disponible.
Flores. Por ejemplo, los bulbos de tulipanes se hervían o se freían como
reemplazo de las papas.
Peter también notó que la persecución de los judíos había empeorado:
ahora cada judío capturado por los nazis era transportado a un campo de
concentración y luego ejecutado. No era judío, pero estaba en el punto de
mira de un nuevo programa nazi: las razias. Debido a la escasez de mano de
obra en Alemania —pues el servicio militar era obligatorio para los hombres
adultos—, el país carecía de trabajadores suficientes para operar las fábricas.
Por lo tanto, comenzaron a atacar áreas de los territorios ocupados y a
enviar a los jóvenes capturados a Alemania para realizar trabajos forzados.
Sin embargo, Peter tenía un certificado que demostraba que trabajaba para
una organización eclesiástica, lo que lo eximía de ser reclutado para ese
trabajo. O eso pensaba.
Una semana después asistió a una conferencia para trabajadores
cristianos en la ciudad vecina de Hilversum. Al salir del edificio, dos policías
lo tomaron, cada uno de ellos por un brazo. Le dijeron que estaba detenido y
Peter sospechó que estaba atrapado en una razia. Intentó protestar diciendo
que estaba exento de ser enviado a Alemania, pero uno de los oficiales lo
interrumpió:
—Guárdate los pretextos. Puedes darle explicaciones a las autoridades.
Peter pasó la noche en una sucia y húmeda celda con numerosos
borrachos. Por la mañana fue llevado a la oficina del comandante alemán. Le
preguntaron por qué no había ido aún a Alemania a trabajar en una fábrica,
y Peter dijo que era clérigo y por lo tanto estaba exento del trabajo.
—¿Puedes probarlo?
Peter sacó su certificado eclesiástico de la cartera y se lo mostró.
El oficial le dio un vistazo y soltó una risa.
—Ya no le creemos a estos certificados. Aquí en Holanda cada chico
parece pensar que es ministro. Además, hijo, para mí no pareces ministro.
Eres demasiado joven. Voy a enviarte a Alemania para trabajar con todos los
demás.

Notas:

1. Hacia el final de la guerra, la soe había enviado 56 agentes a Holanda. De ellos, 43


aterrizaron en grupos de recepción alemanes, y 36 fueron ejecutados (N. del A.).
2. Los prisioneros aprendieron a comunicarse entre ellos dando golpes en las tuberías de
calefacción (N. del A.).
CAPÍTULO 5
BUCEANDO

Peter sabía que tenía una sola oportunidad y que tenía que hacer algo en 30
segundos. La prisión de Ámsterdam había sido suficientemente mala; si iba
a Alemania, estaba seguro de que no regresaría.
—Señor, solo un momento —dijo—. Tengo más pruebas de que soy un
ministro.
—¿Cuál?
—Deme solo cinco minutos de su tiempo para hablarle de la palabra del
Señor. Luego podrá juzgar si le estoy diciendo la verdad o no.
El comandante se echó hacia atrás en su silla y lo miró fijamente durante
lo que parecieron días. Luego llamó con la mano a otro oficial y ambos
tuvieron una conversación corta que Peter no pudo escuchar. De pronto el
Alemán miró hacia arriba exasperado y señaló hacia la puerta:
—¡RRRRRRAUS!
Peter salió corriendo antes de que cambiara su suerte.
Sin embargo, las razias continuaron con más severidad que antes. Pudo
observar que en todos los lugares importantes de la ciudad los soldados no
hacían preguntas; simplemente arrestaban a los niños y los enviaban a
Alemania. A partir de ese momento, si salía en público necesitaría un
disfraz, sin importar ya el certificado de la iglesia. Con un poco de ayuda de
sus hermanas comenzó a vestirse como mujer cuando salía de la casa.
Sorprendentemente, las faldas y mascadas funcionaban; en numerosas
ocasiones los soldados incluso le silbaban.
Sin embargo, conforme pasaban los días, incluso los disfraces eran
insuficientes, pues los agentes de la Gestapo que se encargaban de «reclutar»
hacían redadas a los hogares sin previo aviso, secuestrando a cualquier
muchacho que encontraran. Llegado este punto ya no había alternativa;
tendría que «bucear».
Los onderduikers,1 como eran llamados, eran chicos holandeses que
tenían que desaparecer y esconderse de casa en casa del mismo modo en que
los judíos lo estaban haciendo. Los judíos eran «buceadores» también, pero
las consecuencias de ser atrapados eran radicalmente distintas. Para los
holandeses no judíos, significaba trabajos forzados, para los judíos
significaba la muerte.
A partir de un censo especial en enero de 1941, los nazis habían
comenzado a deportar a los judíos a Alemania. El censo judío les
proporcionó los registros necesarios para redadas posteriores, que
comenzaron al verano siguiente. En junio de 1942, la Zentralstelle, la oficina
alemana que organizaba las deportaciones, anunció que a partir del 14 de
julio todos los judíos serían enviados a trabajar a Alemania bajo la
supervisión de la policía. Sin embargo, pocos cumplieron la orden, por lo
que los alemanes allanaron casas en Ámsterdam, arrestando y reteniendo
como rehenes a unos 750 judíos a lo largo de ese mismo día. La represalia
tuvo el efecto deseado: durante las dos semanas siguientes, unos 6 000 judíos
se presentaron para ser transportados a Westerbork, una estación de tránsito
al noreste de Países Bajos que los nazis utilizaban como punto de parada
para las deportaciones a campos de concentración.
Una de esas familias atrapadas en la vorágine fue la familia Frank. El 9 de
julio, Ana relató cómo era la situación para los buceadores judíos: «Mi
madre me llamó a las cinco y media[…] Estábamos los cuatro envueltos en
tantas capas de ropa que parecía como si fuéramos a pasar la noche en un
refrigerador[…] Ningún judío en nuestra situación se atrevería a dejar la
casa con una maleta llena de ropa. Yo vestía dos camisetas, tres pares de
ropa interior, un vestido y sobre este una falda, una chaqueta, un abrigo, dos
pares de calcetines, zapatos pesados, una capa, una bufanda y muchas cosas
más.
»Las camas sin tender, las cosas del desayuno sobre la mesa, la carne para
el gato en la cocina, todas estas cosas creaban la impresión de que nos
habíamos ido repentinamente. Pero no nos importaban las impresiones.
Solo queríamos salir de ahí, alejarnos y llegar seguros a nuestro destino.
Nada más importaba».
La familia de Ana Frank encontró un sitio para esconderse en el edificio
de la oficina de su padre en el número 263 de Prinsengracht. El edificio era
de planos sumamente irregulares y la estructura les permitía desaparecer en
las plantas superiores. La planta baja albergaba un almacén con diversos
espacios destinados a almacenes, talleres y fresado. En la esquina del edificio
había una oficina por la cual se podía acceder al segundo, tercer y cuarto
pisos. El segundo nivel contenía tres oficinas y una escalera conducía al
tercer piso, donde había más habitaciones pequeñas y un baño. El cuarto
piso contenía dos pequeñas habitaciones y el ático. Fue en estas habitaciones
del tercer y cuarto pisos donde se refugió la familia Frank.
Los Frank estaban felices de tener un lugar donde quedarse, pero el
hacinamiento y el encierro eran asfixiantes. «No poder salir me molesta más
de lo que puedo expresar», escribió Ana en su diario el 28 de septiembre, «y
tengo miedo de que descubran nuestro escondite y nos disparen».
Y, ciertamente, las habitaciones eran fáciles de encontrar una vez que se
llegaba al tercer piso. Para añadir una capa de seguridad, un carpintero
construyó una estantería en la entrada; si se empujaba o tiraba en el lugar
correcto, se abría. Llamaron a su nuevo hogar el «Anexo Secreto».

Al mismo tiempo, Audrey Hepburn registró cómo eran las cosas en


Arnhem:
«Iba a la estación2 con mi madre para tomar un tren y veía vagones de
ganado llenos de judíos[…] era un verdadero horror[…] Vi familias con
niños pequeños, con bebés, metidos en vagones de carne: trenes de grandes
furgonetas de madera con solo una pequeña rejilla abierta en la parte
superior[…] Y en la plataforma había soldados arreando a más familias
judías con sus pobres bultos y sus niños pequeños. Había familias juntas y
las separaban, diciendo: “Para allá van los hombres y para allá las mujeres”.
Luego tomaban a los bebés y los ponían en otra furgoneta».
Estos bebés —así como su lugar de destino— pronto llamarían la
atención de Corrie Ten Boom.

Mientras tanto, en Delft, una pequeña ciudad a unas 30 millas al sur de


Haarlem, un chico alto de 18 años llegó al campus de la Universidad
Tecnológica de Delft. Su nombre era Hans Poley. Hasta septiembre de 1942,
los nazis en gran medida habían ignorado las universidades después de las
redadas iniciales de 1941. Si no se era judío, quizás fuera el último refugio
seguro al que se podía acudir. Eso estaba a punto de cambiar. Hans notó
que, si bien todo parecía normal en la superficie, los estudiantes y profesores
estaban nerviosos.
El comisionado nazi Seyss-Inquart estaba haciendo planes para dirigirse
a las universidades holandesas, pero su primera prioridad era arrestar a
judíos. De este modo continuaron las redadas en los barrios judíos de
Ámsterdam, con miles de detenidos en septiembre.
Ana Frank registró en su diario las noticias impactantes que llegaban
hasta el Anexo Secreto.
«Todos nuestros familiares y amigos judíos están siendo llevados en
camiones», escribió el 9 de octubre. «La Gestapo los trata con violencia y los
transporta en camiones para ganado hacia Westerbork[…] La gente casi no
recibe comida, mucho menos bebida, y solo hay agua disponible durante
una hora al día, y no hay más que un asiento de baño y un lavadero para
miles de personas. Hombres y mujeres duermen en la misma habitación con
las cabezas rapadas[…] Asumimos que asesinan a la mayoría. La radio
inglesa dice que son gaseados».
Sin embargo, había aún más. Para sofocar los recientes actos de sabotaje
contra las autoridades alemanas, la Gestapo inició represalias atroces. «Los
ciudadanos destacados», escribió Ana, «son tomados prisioneros en espera
de su ejecución. Si la Gestapo no puede encontrar al saboteador,
simplemente toma a cinco rehenes y los alinea contra la pared».
En Londres, la reina Wilhelmina, desconsolada por los informes de la
barbarie, pronunció un discurso radiofónico el 17 de octubre: «Con gran
atención y profunda tristeza sigo las crecientes dificultades y
sufrimientos[…] la amarga angustia de miles de personas en prisiones y
campos de concentración[…] Comparto de todo corazón su indignación y
dolor por la suerte de nuestros compatriotas judíos; y con todo mi pueblo
siento este trato inhumano, este exterminio sistemático de aquellos que han
vivido durante siglos con nosotros en nuestra querida patria, como algo
hecho a nosotros personalmente».

Durante las semanas siguientes se intesificó la persecución. El 19 de


noviembre, Ana Frank añadió a su diario: «Noche tras noche, vehículos
militares verdes y grises recorren las calles. Llaman a todas las puertas y
preguntan si allí vive algún judío. Si es así, se llevan inmediatamente a toda
la familia[…] Es imposible escapar de sus garras a menos que te escondas. A
menudo andan con listas[…] Con frecuencia ofrecen una recompensa, tanto
por cabeza[…] En las noches, cuando está oscuro, con frecuencia veo largas
filas de gente buena e inocente acompañada por niños que lloran,
caminando y caminando, recibiendo órdenes de un puñado de hombres que
los golpean y maltratan hasta que caen casi muertos. No se perdona a nadie.
Los enfermos, los viejos, los niños, los recién nacidos y mujeres
embarazadas[…] todos marchan hacia su muerte».

A inicios de diciembre los rumores decían que los nazis pronto reanudarían
las redadas y arrestos en masa en todas las universidades holandesas. La
Universidad de Delft, percibiendo el peligro inminente, anunció que las
vacaciones de Navidad comenzarían temprano debido a «la falta de carbón
para la calefacción».
Durante las vacaciones, Hans decidió abandonar Delft y buscar un
escondite en casa de unos familiares en Zelanda, situada en el extremo
suroeste de Holanda. Al ser la provincia menos poblada de los Países Bajos,
era el último lugar donde los alemanes realizarían incursiones. Al poco de
llegar se enamoró de una hermosa muchacha de 17 años llamada Mies.
Provenía de Goes, un pueblo cercano, y también ella estaba enamorada.
Todas las tardes, Hans se encontraba con ella en la estación de tren para
acompañarla a casa después de sus estudios en la escuela para maestros
local. Decidieron que querían casarse, pero la posibilidad de hacerlo era
nula.
Después del Año Nuevo, los males que ocurrían en Ámsterdam
empeoraban día a día. Seyss-Inquart no solo reanudó las redadas en
Ámsterdam, sino que hizo un esfuerzo especial para arrestar y deportar a
huérfanos, ancianos y enfermos.

Cada día, al mirar a través de su ventana, Ana Frank fue testigo de


exactamente lo que había temido. El 13 de enero de 1943 escribió: «Afuera
están sucediendo cosas terribles. A cualquier hora del día y de la noche,
personas pobres e indefensas son arrastradas fuera de sus hogares[…] Las
familias quedan destrozadas; hombres, mujeres y niños son separados. Los
niños regresan de la escuela y descubren que sus padres han desaparecido.
Las mujeres regresan de hacer compras y encuentran sus casas selladas y a
sus familias desaparecidas. Los cristianos de Holanda también viven con
miedo porque sus hijos son enviados a Alemania. Todo el mundo tiene
miedo».
Y los nazis no eran el único adversario al que se enfrentaban los
holandeses; a medida que avanzaba el invierno, la comida desaparecía: todo
lo que había era betabel, bulbos de tulipán y tal vez una o dos rebanadas de
pan al día. Las familias no tenían suficiente para alimentarse a sí mismas,
mucho menos para alimentar a «buceadores» que no conocían. Los hogares
holandeses tampoco tenían electricidad ni calefacción.
La vida en los Países Bajos era fría, miserable y peligrosa.
Una mañana a principios de febrero, Corrie notó que el señor
Christoffels no se había unido a su estudio matutino de la Biblia y luego no
se presentó a trabajar. Consultó con su casera, y al recibir la noticia se le
rompió el corazón.
El anciano había muerto congelado en su cama.

Después de una exitosa redada de judíos, Seyss-Inquart dirigió su atención a


los holandeses no judíos. Los nazis atacaron cuando los estudiantes
regresaron a los campus para el semestre de invierno. El 6 de febrero, la
Gestapo lanzó redadas en universidades a nivel nacional y arrestó a decenas
de miles de estudiantes. La opción que se les dio a los chicos fue la de firmar
un compromiso de lealtad nazi o ser enviados a Alemania para realizar
trabajos forzados.
Para evitar firmar el juramento, Hans decidió no regresar a Delft.
—La batalla contra el nacionalsocialismo no fue solo una batalla con las
armas —explicó—, fue una batalla ideológica y religiosa.

El 24 de abril, Corrie, Betsie y Opa se reunieron alrededor de su pequeña


radio para escuchar la transmisión de la reina Wilhelmina desde Londres.
Sabiendo que sus palabras llegarían hasta oídos de Hitler, Su Alteza Real no
se anduvo con rodeos:
—Quiero hacer una protesta enérgica contra la persecución astutamente
organizada y ampliamente extendida que las hordas alemanas, asistidas por
traidores nacionales, están llevando a cabo por todo el país. Nuestro idioma
carece de palabras para describir estas prácticas infames.
Hacia el fin de mes —que era la fecha límite para que los universitarios
presentaran sus juramentos de lealtad— los nazis anunciaron que los
estudiantes que no hubieran firmado debían presentarse para ser deportados
a Alemania. Para garantizar el cumplimiento, Hanns Rauter, un alto
comandante de la Gestapo, advirtió que los padres de aquellos que no se
reportaran serían arrestados.
Hans sabía que los nazis controlarían no solo las casas de los padres, sino
también las casas de todos los parientes. Tendría que encontrar otro lugar
donde esconderse. Ese lugar sería el Beje. La madre de Hans conoció a
Corrie a través de un ministro de la iglesia para niños discapacitados, y un
día la conversación las llevó a hablar de la situación de Hans.
—Puede quedarse con nosotros hasta que encontremos un lugar más
adecuado para él —le dijo Corrie a la señora Poley.
La descripción del escondite —una casa con dos mujeres de unos 50
años y el padre, de unos 80— no le pareció demasiado emocionante a Hans,
pero sus opciones eran escasas. Corrie y los Poley acordaron que Hans
llegaría al Beje la segunda semana de mayo.

Para asistir a los buceadores y judíos a encontrar sus escondites, se formó


una extraña colaboración en 1942. La señora Helena T. Kuipers-Rietberg, un
ama de casa y madre de cinco, hizo equipo con el reverendo F. Slomp, un
pastor calvinista que había sido expulsado de su púlpito a causa de sus
sermones y actividades antinazis. Juntos formaron una organización
clandestina llamada la Landelijke Organisatie voor Hulp aan Onderduikers,3
también conocida como lo, que se expandió con velocidad a través de
Holanda. Gracias a las conexiones del reverendo en la Iglesia Reformada
holandesa, la mayoría de los miembros de la lo eran calvinistas devotos
cuyas convicciones religiosas y sentido de sacrificio los impulsaba a unirse.
En Haarlem, el holandés que dirigía y supervisaba la lo no era ningún
otro que tío Herman, el rotundo y alegre Pickwick.
Sin embargo, el trabajo de la lo era delicado, pues tenían que acomodar
a los buceadores con familias anfitrionas, la mayoría de las cuales no tenían
suficiente espacio para albergar a una familia judía entera. Cuando una casa
era lo suficientemente grande como para albergar a una segunda familia,
generalmente significaba que los judíos tenían que vivir en sótanos o en
áticos. Cuando había bebés y niños involucrados, la lo intentaba ubicarlos
con anfitriones rurales en las provincias del noreste. A menudo, la lo
pagaba a los padres adoptivos por la manutención del niño.
Los anfitriones en las zonas rurales también eran ideales para los adultos,
ya que los buceadores podían ayudar a la familia como trabajadores
agrícolas, un «trabajo» que parecería perfectamente normal para los agentes
de la Gestapo. Pero independientemente de la ubicación de la familia
anfitriona, se alentaba a los buceadores a no hablar con sus familias sobre el
nuevo escondite y, con total certeza, a no visitar sus hogares. Los anfitriones
corrían un riesgo adicional porque, si atrapaban a un buzo, podían
torturarlo para que confesara la identidad de su familia anfitriona, así como
sus contactos dentro de la lo. Con el tiempo, la Gestapo ascendería en la
cadena de mando y capturaría a un líder.
Tal fue el caso de la señora Kuipers-Rietberg, quien fue arrestada en
primavera y enviada a un campo de concentración alemán, donde murió.

Notas:

1. El término significa literalmente «gente que va bajo el agua».


2. La Estación Central de Arnhem estaba a dos cuadras del apartamento de Hepburn en
Jansbinnensingel (N. del A.).
3. Organización Nacional de Ayuda para los Escondidos (N. del A.).
CAPÍTULO 6
LA GUARIDA DE LOS ÁNGELES

El 13 de mayo de 1943, justo después de la puesta de sol, pero antes del


toque de queda, Hans Poley se dirigió hacia el Beje andando entre los
callejones. Al llegar a la entrada del callejón de los Ten Boom, tocó el timbre
y una mujer de mediana edad le abrió la puerta.
—¡Bienvenido! Rápido, entra. Soy Tante Kees1 y espero que seas muy
feliz aquí.
Corrie lo condujo escaleras arriba hasta la sala de estar, donde Betsie
cosía y Opa estaba sentado al lado de la estufa de carbón.
—Padre, este es Hans. Se quedará con nosotros por un tiempo.
Hans miró al viejo hombre. Su cabello y su barba eran blancos como la
nieve y lo miraba por sobre sus lentes dorados.
—Bueno, hijo, nos alegra que confíes en el refugio que te ofrecemos,
pero tenemos que esperar la protección última que viene dada por nuestro
Padre en el cielo. Esperamos que nuestro Señor bendiga tu estadía. Toma
asiento.
Antes de sentarse, Hans se presentó con la mujer que estaba cosiendo.
—De ahora en adelante yo seré tu Tante Bep —dijo Betsie.
Quedaba claro, pensó Hans, que todos quienes se quedaban en el Beje se
consideraban familia extendida y que Corrie y Betsie eran las tías.
—No podemos ofrecerte mucha compañía de tu edad —agregó Betsie—,
pero sin duda vamos a llevarnos bien.
Hans se sentó y Opa comenzó a hacer un interrogatorio amistoso. Le
preguntó a Hans sobre sí mismo, sus antecedentes, sus convicciones y por
qué necesitaba esconderse. Hans explicó lo que estaba ocurriendo en la
universidad y dijo que se había convertido en buceador. Opa asintió y dijo
que tenía varios nietos en la misma situación. También le contó que era el
presidente de la junta directiva de la Dreefschool (escuela primaria y
secundaria) y que el año pasado habían recibido una declaración jurada en
la que se exigía a la junta que asegurara que no tenían estudiantes judíos.
Opa convenció a la junta para que se negara a responder.
Cuando concluyó con sus preguntas, Opa miró su reloj y vio que eran las
nueve y cuarto.
—Niños, es hora de que un anciano se vaya a la cama. Diremos nuestras
oraciones vespertinas. Por favor, Bep, pásame la Biblia.
Comenzó a leer el salmo 121: «¿De dónde viene mi ayuda? Mi ayuda
viene del Señor, Creador del cielo y de la tierra». Cuando terminó comenzó
a orar, pidiendo a Dios que protegiera a los amigos que habían desaparecido,
a sus nietos y finalmente a la reina misma.
—Pedimos Tu bendición especial para nuestra amada reina Wilhelmina
—oró—, sobre cuyos hombros has puesto una carga tan pesada. Sé su
fortaleza para que pueda guiarnos según Tu voluntad.
Después de que Opa se retirara, Corrie condujo a Hans por un corto
tramo de escaleras curvas mientras explicaba que la construcción era
complicada porque originalmente se trataba de dos casas. Mientras
atravesaban por un pasillo, Hans notó algunas puertas que daban a
habitaciones pequeñas y luego una puerta al final del corredor. Corrie abrió
la puerta y Hans se sorprendió al ver una habitación amueblada que
abarcaba el ancho de toda la casa. Debajo del techo inclinado había dos
camas y algunos armarios diseñados con creatividad.
—Mantente alejado de las ventanas —dijo Corrie—. Tenemos cortinas
de encaje, pero los vecinos no deberían notar nada fuera de lo normal.
Además, la tienda y el taller que hay en la parte trasera están prohibidos
para ti. Pero siéntete como en casa todo lo que quieras en esta habitación.
Oh, Hans, espero que seas feliz aquí.
Corrie señaló las camas:
—Es posible que recibamos más invitados como tú, por lo que
probablemente no estarás solo en esta habitación por mucho tiempo.
Luego lo condujo por el pasillo y abrió la puerta de un pequeño espacio
que contenía un grifo de agua sobre un lavabo esmaltado en blanco.
—Puedes asearte aquí. Es algo primitivo, pero por el momento esto
tendrá que ser suficiente.
Hans mencionó que había ido a acampar muchas veces y que la
habitación estaba bien.
—Estoy muy agradecido de que estén dispuestos a tenerme aquí con los
riesgos que eso implica.
Esa noche, mientras Hans yacía en la cama, repicaron las Damiaatjes, las
campanas de la antigua catedral de San Bavo. Desde la posición en la que se
encontraba, en la parte superior de la casa, parecía como si las campanas
sonaran directamente sobre él. La melodía era familiar para todos los
habitantes de Haarlem y, de alguna manera, reconfortaba a Hans mitigando
el hecho de que su vida libre había terminado.
Pensó en Mies, y se preguntó qué le diría sobre su nuevo hogar; luego
cayó en un sueño profundo.
Por la mañana, Corrie le dio un recorrido completo por el Beje. Dada la
antigüedad del edificio, no tenía calefacción central, ni siquiera tenía baños
y duchas. Había dos estufas de carbón, una en la sala de estar y otra en la
sala de visitas. Había también dos baños, uno en el segundo piso y otro en el
sótano. Estaba el grifo de agua fría que Corrie le había mostrado la noche
anterior, pero eso era todo; un «baño» significaba un lavabo y una jarra de
agua.
Aun así, en aquel lugar había una calidez y una felicidad que pocos
hogares holandeses disfrutaban. Más tarde ese día, Hans conoció al resto de
la «familia»: el señor Ineke, que ayudaba a Opa y Corrie en la tienda; Henny
Van Dantzig, una mujer alegre de unos 30 años que ayudaba con las ventas,
y luego estaba Snoetje, el gato de los Ten Boom. Cuando llegaba la oscuridad
total, Snoetje vagaba por la casa. Durante las comidas, se acercaba a la mesa
para recibir limosnas. Caminando con cautela de un hombro a otro, recorría
la mesa hasta tener suficientes sobras para completar su propia comida.
Esa noche los Ten Boom recibieron a otra invitada: Hansje Frankfort-
Israels. Se hacía llamar Thea y contó su historia durante varios minutos. Ella
y su marido eran judíos y trabajaban en Het Apeldoornsche Bosch, un hogar
para judíos con discapacidades mentales. En enero, dijo, los alemanes
allanaron el lugar y comenzaron a patear y golpear a los pacientes.
—Los alemanes sacaron a esas pobres personas y a palos y gritos los
llevaron hasta los camiones para ganado. Luego los apilaron uno encima del
otro y se los llevaron a Alemania. Muchos de ellos murieron antes de cruzar
la frontera.
Mientras Thea hablaba, Hans miró a Betsie y notó lágrimas en sus ojos.
Corrie, sin embargo, escuchaba con los puños cerrados.
Thea explicó que ella y su marido lograron salir corriendo y que habían
estado huyendo desde entonces. Sin embargo, para poder encontrar un lugar
donde quedarse, tuvieron que separarse. Hacía semanas que no sabía nada
de él.
Con Hans y Thea, el Beje tuvo a sus dos primeros refugiados
permanentes: un buceador holandés y una mujer judía. Corrie tenía la
intención de traer a muchos más, especialmente judíos.
El domingo 18 de mayo, todos en el Beje celebraron el cumpleaños 84 de
Opa. Nollie y su esposo Flip llegaron a pasar el día, lo mismo que Willem.
Cuando todos se instalaron en la sala de estar, Corrie le preguntó a Willem
si le sería posible encontrar una granja donde Hans pudiera esconderse y
ayudar a una familia rural. Willem pensó que la petición era prematura sin
preguntar antes sobre los deseos de Hans, pero Corrie refutó con rapidez.
—No se trata solo de eso —dijo—. He estado pensando en lo que nos
dijo Thea. Se necesitará mucho espacio para refugiar a las personas judías.
Siempre habrá más holandeses dispuestos a dar hogar a los no judíos que a
los judíos. Nosotros estamos dispuestos a ayudar a los judíos, así que
necesitamos tanto espacio como sea posible.
Nadie pudo contradecir la lógica de Corrie y Willem dijo que se
encargaría.

Ese mismo día, Ana Frank registró en su diario que había presenciado una
pelea en lo alto del cielo unas cuantas noches antes, y cómo los aviadores
aliados tuvieron que lanzarse en paracaídas desde su avión en llamas. Eran
canadienses, descubriría más tarde, y cinco tripulantes habían salido sanos y
salvos. El piloto, sin embargo, murió quemado y la Gestapo rápidamente
capturó a cinco de los hombres restantes.
Muy temprano esa misma mañana podía sentirse el peligro cada vez más
cerca y Ana escribió: «Anoche las armas hicieron tanto ruido que mamá
cerró la ventana. A esto siguió un fuerte estruendo, que sonó como si una
bomba incendiaria hubiera caído junto a mi cama.
»—¡Luces! ¡Luces! —grité. Esperaba que la habitación estallara en llamas
en cualquier momento».
Estas escenas se repetirían una y otra vez para Ana y para todos en
Ámsterdam y Haarlem.

Mientras tanto, Hans se acostumbró a la rutina de los Ten Boom. Él y Corrie


eran los primeros en levantarse y desayunaban juntos alrededor de las siete y
media. Opa y Betsie bajaban hacia las ocho y media, comían y luego Opa
ocupaba su lugar junto a la estufa o en el taller. Hacía mucho tiempo que
Corrie se había hecho cargo de la mayor parte del trabajo relacionado con
los relojes y Hans admiraba su destreza.
—Mira esto —le dijo una mañana mientras prendía la bbc y jugaba con
una vieja cadena de reloj—. Cuando suene la primera campanada del Big
Ben, serán las 8 a. m. exactas. En ese momento yo calculo la diferencia con
este reloj madre.
Corrie revisó la segunda manecilla del reloj y cuando sonó el «boom»
dijo que el reloj de bolsillo estaba atrasado por tan solo tres segundos.
—A lo largo del día —añadió— este será el estándar para todos los
demás relojes de la tienda que estén en reparación. Es lo primero que hago
cada mañana.
Según entendía Hans, Corrie tenía ahora 51 años y llevaba más de 30 en
el oficio. Al igual que su padre, disfrutaba del complejo desafío de la
relojería y la reparación y estaba muy orgullosa de su trabajo. Su nueva
pasión, sin embargo, era esconder judíos.
A finales de mayo, Hans descubrió cómo podía ayudar sin salir de casa.
Todas las semanas su madre pasaba por el Beje para traerle ropa limpia,
noticias recientes y, lo más importante, cartas de Mies. En una ocasión
encontró en su paquete una copia del Wilhelmus, el himno nacional
holandés. Imprimirlo era ilegal, al igual que venderlo o comprarlo.
Hans sonrió y se lo mostró a Corrie. Opa miró y dijo:
—Creo, hijo, que lo apropiado es leerlo en voz alta para todos nosotros.
Hans era muy consciente de que Opa y todos los demás se sabían las
palabras de memoria, pero para ellos significaba una pequeña celebración el
tener una copia de contrabando.
—El himno se remonta a más de 400 años atrás —recordó Hans—, desde
la huida de William de Orange en busca de libertad religiosa en los Países
Bajos bajo el dominio español. Ahora sus antiguas palabras adquieren un
significado nuevo y muy personal para cada uno de nosotros. William tenía
una profunda confianza en que el Todopoderoso reivindicaría la lucha y los
sacrificios, y esas palabras ahora hacen eco en nuestra situación actual.

Pero que he tenido que obedecer


a Dios, la más alta Majestad
en toda la eternidad
y en toda la justicia.

Hans pegó el papel en el techo que se inclinaba sobre su cama y el


documento le dio una idea. Él no podía ser visto en el exterior, por supuesto,
pero podía ayudar de otro modo. Un día su madre le había llevado una
máquina de escribir y pensó que esta sería su contribución: panfletos
clandestinos. La Resistencia tenía una red activa para difundir noticias y
aliento a través de volantes, y el llamamiento era siempre el mismo:
«¡Cópialo y pásalo».
Le mencionó la idea a Corrie, y un día después ella llegó con su primer
encargo. Un cliente que trabajaba en el ayuntamiento había venido para una
reparación, dijo, y explicó cómo los nazis exigían al personal de la ciudad
que les proporcionara las direcciones de los jóvenes que querían enviar a las
fábricas alemanas. Le entregó a Hans un papel.
—Una carta de despedida —dijo— de un funcionario del gobierno
holandés que renunció porque no podía aceptar el trato alemán hacia los
judíos. Pensé que te gustaría copiarlo, así que me lo prestó por un día.
Hans lo leyó rápidamente:

Siento la necesidad de explicarles brevemente a ustedes, como colaboradores míos, cuál ha sido el
motivo de mi renuncia el 12 de septiembre de 1940. Ese día me quedó claro que en nuestro país
la llamada declaración aria será una cosa obligatoria. Esto significa que, al considerar solicitudes
o planificar cambios de personal, estaremos obligados a investigar si la persona en cuestión es de
ascendencia judía. Por muy querida que sea para mí esta vocación, a causa de dicha medida me
sentí obligado a presentar mi dimisión, pues mi conciencia de cristiano y de holandés nunca me
permitirá hacer semejante pregunta a nadie…

Hans sabía que el hombre tenía razón: su futuro era precario. Las represalias
nazis contra cartas como esta fueron severas, al igual que los castigos para
cualquiera que las copiara o difundiera. Y entonces le aseguró a Corrie que
mecanografiaría varias copias para que el hombre pudiera distribuirlas a sus
colegas.
El 8 de junio, la Gestapo llevó a cabo más razias por toda Holanda;
cientos de muchachos holandeses serían enviados a Alemania al día
siguiente. El aumento del peligro también trajo consigo a la tercera residente
de los Ten Boom: Mary Van Itallie, la segunda judía en el Beje. Era una
mujer de 42 años de complexión fina, hija de un profesor de la Universidad
de Ámsterdam, y su historia era peor que la de Thea. Cuando los alemanes
comenzaron a perseguir a los judíos holandeses, le dijo a los Ten Boom, sus
padres se suicidaron para no tener que enfrentarse a un campo de
exterminio como el de Auschwitz. Hay que reconocer que, a pesar del
trauma, Mary se mantuvo positiva y optimista. Ella creía que la bondad y la
verdad eventualmente prevalecerían y encajaba bien con todos en el Beje.
Poco después de la llegada de Mary, Corrie acogió a dos buceadores
holandeses más: Henk Wessels y Leendert Kip. Nadie preguntó sus edades,
pero Henk aparentaba 18 años y Leendert 25. Henk tenía cara de niño de
coro y su carácter tranquilo y alegre coincidía con su aspecto físico.
Leendert era todo lo contrario: de aspecto maduro, con una sonrisa traviesa,
era hablador y obstinado. Sin embargo, sus ocupaciones parecían no
coincidir con sus fisonomías: el niño del coro era en realidad un joven
abogado mientras que el testarudo era maestro de una escuela.
Los refugiados de los Ten Boom ahora eran cinco —Hans, Thea, Mary,
Henk y Leendert— y discutieron como grupo la mejor manera de
esconderse en la vieja casa. Hans pensaba que el desván podría ser un buen
lugar y examinó el espacio cubierto de polvo. La puerta del ático era
demasiado obvia, concluyó, así que cerró la escotilla original con clavos y
serró una nueva en un lugar menos obvio. Sin embargo, cuando lo probaron
durante un simulacro de emergencia, quedó claro que el ático no
funcionaría; tomaba demasiado tiempo que todos pudieran levantarse a
cerrar la escotilla.
Sin embargo, Corrie tuvo una idea.
—Le preguntaré a Pickwick. Estoy segura de que conocerá a alguien que
pueda ayudarnos.
Unos días más tarde apareció un arquitecto en el Beje. Como la mayoría
de los trabajadores de la Resistencia, su nombre era señor Smit. Al parecer él
inspeccionaba todos los escondites de la Resistencia de Haarlem y quería
hacer lo mismo con el sistema de seguridad completo del Beje. Corrie le
mostró el espacio en la escalera donde escondían las tarjetas de
racionamiento y el señor Smit lo aprobó. Luego le explicó su sistema de
seguro/no seguro: si en la ventana del comedor colgaba un cartel de madera
que decía «Relojes Alpina», era seguro entrar, sin embargo, si no estaba ese
cartel, no era seguro entrar. Luego estaba el espejo afuera de la ventana que
revelaba quién se acercaba; si apareciera la Gestapo o la policía, la puerta
entre la tienda y la casa podría cerrarse con llave, proporcionando así un
valioso tiempo extra para que los refugiados buscaran escondites.
Smit subió las escaleras y se maravilló ante la excéntrica distribución de
la casa, las paredes torcidas y los niveles irregulares del suelo.
—Señorita Ten Boom, si todas las casas se construyeran como esta,
tendría ante usted a un hombre menos preocupado.
Corrie lo siguió mientras él se dirigía a su propio dormitorio en el último
piso.
—¡Eso es! —gritó Smit—. Quiere que su escondite sea lo más alto
posible. Eso da más oportunidades de llegar a él mientras la búsqueda se
hace en los niveles de abajo.
—Pero… esta es mi habitación.
Smit la ignoró y comenzó a mover muebles y a tomar medidas. Después
de unos minutos, hizo una señal hacia el fondo de la habitación.
—¡Aquí es donde irá la pared falsa!
Trazo una línea con lápiz a unas 30 pulgadas de la pared.
—Una sola fila de ladrillos será suficiente. Un clóset falso a la izquierda y
frente a este un panel corredizo al fondo del clóset serán suficientes.
Señorita, esto ha sido maravilloso. Estaré tan orgulloso de esto como lo estoy
de las hermosas casas que he construido.
Durante los siguientes dos días fueron llegando trabajadores con
herramientas escondidas dentro de periódicos y ladrillos en maletines. En
poco tiempo, Corrie tenía una pared de ladrillos en su habitación que
rápidamente estuvo recubierta de estuco. En un extremo de la falsa pared
estaba un armario, que servía como entrada al escondite. En la repisa
inferior había un panel corredizo secreto —una obra maestra de
construcción— que medía tres pies de ancho por dos pies de altura. Estaba
colocado en ranuras muy ajustadas para que al cerrarlo no aparecieran
grietas ni costuras. Un contrapeso y una rueda permitían que la pieza se
moviera con facilidad, y en la parte inferior se colocó una fina capa de goma
para disimular el ruido al cerrarla.
Se aplicó una nueva capa de pintura a la pared y al armario, y cuando se
secó, Corrie colocó ropa de cama y toallas en los estantes. En la parte
inferior, delante del panel deslizante, colocó dos grandes costureros. El
trabajo fue tan profesional que la pintura y el calafateo parecían originales,
con marcas de suciedad, manchas de agua y molduras desconchadas y
descascaradas. Al mirar la pared falsa de una habitación donde había vivido
durante 50 años, no podía imaginar que no hubiera sido parte de la
construcción original desde hacía unos 150 años.
El señor Smit fue a dar una última inspección unos días después y le dio
a Corrie un consejo de supervivencia y seguridad:
—Mantenga una jarra de agua ahí dentro —dijo—. Cambie el agua una
vez por semana. Las galletas marineras y las vitaminas no tienen caducidad.
Siempre que haya alguien en la casa y cuya presencia no sea oficial, todas sus
posesiones deben guardarse aquí.
Dio un golpecito a la pared detrás del clóset y admiró la construcción.
—La Gestapo podría buscar un año entero. Nunca encontrarían este
escondite.

Cuando el escondite estuvo terminado, Corrie y los refugiados lo


nombraron engelen den, la «guarida de los ángeles». Leendert, que era un
electricista aficionado, conectó la casa con un sistema de alarma para que los
refugiados tuvieran tiempo de correr escaleras arriba antes de que llegara la
Gestapo. Se colocó un timbre en lo alto de las escaleras para que todos en la
casa pudieran oírlo. Luego colocó botones para activar el timbre en varios
puntos de la casa: debajo de la ventana del comedor, en el corredor bajo las
escaleras, al lado de la puerta del Beje, bajo la ventana de una habitación,
detrás del mostrador de la tienda y uno en cada banco de trabajo.
El 26 de junio, Corrie decidió que era tiempo de hacer un simulacro. Sin
avisar a nadie, activó la alarma esa noche y los refugiados salieron de sus
camas y entraron por el pasillo hasta el lugar secreto. Cuando se cerró el
panel volvió a poner las cajas de costura al frente y luego revisó su reloj.
Tres minutos con 28 segundos.
No era suficiente. El señor Smit había sugerido tener a todos los
refugiados dentro en un minuto, pero parecía algo imposible. Corrie llamó a
todos para que salieran, les dio el tiempo y les dijo que necesitarían
reducirlo a un minuto y medio.
—Vamos a revisar todas nuestras acciones —dijo Leendert— y veamos
dónde podemos reducir tiempo.
Las causas que consumían la mayor parte de sus valiosos segundos eran
darles la vuelta a los colchones —en caso de que la Gestapo comprobase si
todavía estaban calientes— y lograr que todos entraran en el espacio. Para
eliminar un giro de cama y un paso a través de la trampilla, Hans se ofreció
a dormir todas las noches en la guarida de los ángeles.
—Eso significaría una persona menos que evacuar —dijo—. Además
podría guardar las cosas que traigan. Entonces todos podrán entrar con
mayor facilidad.
A Corrie le gustó la idea y agregó que inspeccionaría las habitaciones de
cada uno. Una prenda de vestir olvidada, una carta o incluso las cenizas de
un cigarro podrían alertar a la Gestapo. Hizo la ronda y encontró la primera
violación en la habitación de Hans.
—Tienes que quitar esa foto de tu prometida —dijo.
Hans odiaba sacar a Mies de su vista diaria, pero Tante Kees tenía razón,
así que la quitó.
Corrie les hizo saber a todos que pronto realizaría otra prueba y que su
objetivo era lograr esconderse en 90 segundos.
Mientras tanto, los nazis continuaron con las razias para atrapar a más
chicos. En la casa de Flip y Nollie sabían que Peter y sus hermanos estaban
en riesgo, pero no tenían la fortuna de vivir en una casa donde pudiera
construirse un muro falso. En su lugar, reacomodaron la cocina para utilizar
una vieja alacena de papas que estaba bajo el suelo. Agrandaron la puerta y
pusieron una alfombra encima, sobre la cual estaba la mesa de la cocina. No
era ideal, pero era mejor que nada.
El día del cumpleaños de Flip, Corrie, Betsie y Opa fueron a celebrar.
Pickwick había sido muy generoso y les había dado el regalo perfecto: un
cuarto de libra de té inglés. Cuando
llegaron, Nollie y Flip estaban fuera y
Cocky estaba arriba limpiando un
dormitorio. Al abrir una ventana para
sacudir el trapo y quitarle el polvo, notó
que un grupo de soldados rodeaban el
bloque y corrían de casa en casa. ¡Una
razia! Corrió escaleras abajo y encontró
a su hermano.
—¡Peter, rápido! ¡Escóndete! Vienen
los alemanes. ¡Rápido, ve a la cocina!
Cocky levantó la puerta de la cocina
y Peter saltó dentro. Corrie y Betsie le
ayudaron a jalar la alfombra y la mesa, y
luego entre las tres se apresuraron a
poner un mantel y los platos y cubiertos.
Momentos después, los nazis tiraron de
una patada la puerta de la entrada
principal. Desde su posición en la
trampilla, Peter escuchaba el andar estruendoso de sus botas de cuero por
sobre su cabeza.
—¿Hay algún chico aquí? —le preguntó un alemán a Cocky.
Corrie miró hacia su sobrina y se encogió; sin importar las
circunstancias, a Cocky le habían enseñado a nunca, jamás decir mentiras.
—Sí, señor —respondió—. Hay uno bajo la mesa.

Notas:

1. Aunque Kees es un nombre masculino, Corrie lo adoptó como sobrenombre.


CAPÍTULO 7
LOS BEBÉS

Peter tomó aire con dificultad. Acuclillado en la oscuridad, su corazón latía


con tanta fuerza que pensó que los alemanes podrían escucharlo.
Antes de que Corrie pudiera interceder, el soldado tomó una esquina del
mantel y lo levantó. Cocky estalló en carcajadas y los soldados la miraron
con detenimiento.
—No nos tomes por idiotas —gritó uno de ellos.
Y así, los alemanes se dieron la vuelta y salieron aprisa de la cocina. Peter
había esquivado otra bala.

La noche siguiente sonó la alarma en el Beje y despertó a Hans en la guarida


de los ángeles. Se levantó de un salto, arrojó las mantas a un lado y levantó la
puerta del panel. Thea llegó primero, arrastrándose hacia el oscuro espacio
con su saco de dormir. Hans la ayudó a entrar y le susurró:
—Sigue avanzando hasta el final.
Mary llegó después, también con su saco.
—Sigue hasta que te topes con Thea —susurró.
Momentos después, Leendert subió con su maletín, seguido por Henk.
Cuando los pies de Henk dejaron atrás la entrada, Hans bajó el panel. Detrás
podía oír a Corrie deslizando las cajas de costura. Todos permanecieron en
silencio durante unos momentos, escuchando. Sin una sola luz, la guarida de
los ángeles era absolutamente oscura y con los cinco hombro con hombro, el
ambiente se comenzaba a sentir claustrofóbico.
Como un ataúd.
—Acércate un poco hacia mí —dijo Hans a Henk—. Si disparan a través
del panel, al menos no podrán lastimarte.
Mary se puso atrás de Hans, temblando contra su hombro.
—Hans, para. No digas esas cosas. Sé que tienes razón pero lo odio.
Todos escucharon un rato pero no oyeron nada hasta que un auto se
detuvo frente al Beje. Aproximadamente un minuto después se alejó.
—No tenemos comida aquí —dijo Leendert—. ¡Es otra cosa que no
tomamos en cuenta!
Todos se congelaron cuando escucharon pisadas que provenían de la
habitación de Corrie. Un estornudo, una tos, un suspiro podía revelar su
presencia. Esperaron algunos momentos, cada uno inhalando y exhalando el
mismo aire viciado.
—Está bien, pueden salir ahora —anunció Corrie—. Dos minutos y
cuatro segundos.
Hans y los otros dejaron escapar un suspiro como señal de alivio, pero
cada rostro revelaba miedo y angustia. Sabían que no se trataba de un juego
y no solo habían fallado en lograr los 90 segundos, también se habían
olvidado de dejar comida en la guarida.
Todos bajaron para tomar un chocolate caliente, aún con los nervios de
punta. Por primera vez en su vida, Hans experimentó un miedo de verdad, y
Thea y Mary se veían pálidas y traumatizadas.

Poco después de la prueba, Corrie descubrió un problema aterrador. En una


guardería judía de Ámsterdam, los nazis planeaban matar a 100 bebés cuyos
padres probablemente se dirigían a campos de concentración. Asqueada por
la situación, Corrie anhelaba encontrar una forma de ayudar.
El Creche, como se llamaba la guardería, se ubicaba en la acera frente al
Hollandsche Schouwburg, un teatro que los alemanes utilizaban como
centro de deportación para enviar judíos a Westerbork. Hollandsche
Schouwburg y Creche estaban estrechamente vinculados, ya que el primero
albergaba a adultos judíos, mientras que el segundo albergaba a bebés y
niños pequeños.
Sin embargo, esconder a los bebés bajo las narices de los nazis era más
fácil de decir que de hacer. Los alemanes, que eran obsesivamente
organizados, mantenían listas detalladas con el nombre de cada niño que
entraba o salía del centro.
Quienes dirigían los edificios idearon un plan, no obstante. Walter
Süskind, el director judío de 35 años del Hollandsche Schouwburg, empezó
por contratar a Felix Halverstad, un asociado del teatro que llevaba la
contabilidad de ambas salas. A continuación, Süskind trajo a Henriëtte
Henriques Pimentel, la directora judía de la guardería, de 66 años.
La fuga se llevaría a cabo en dos etapas. Primero, Félix alteraría los libros
de la guardería para eliminar los nombres de los bebés sacados. Si los
alemanes revisaban los registros, no debía quedar rastro de que estos niños
hubieran estado alguna vez en la guardería. En segundo lugar, Walter
coordinaría con Henriëtte el transporte de los bebés. Sin embargo, el plan
era complicado, pues los guardias alemanes al otro lado de la calle, en el
Hollandsche Schouwburg, vigilaban el Creche.
Necesitaban una distracción, además de mensajeros que pudieran
transportar a los bebés. Corrie le mencionó el asunto a Hans y a los demás
en el Beje, y todos quisieron ayudar.
—Los salvaremos —dijo uno de los chicos.
Corrie preguntó cómo y él respondió:
—Los robaremos.
La audacia y la valentía del joven impresionaron a Corrie, pero sabía que
ninguno de sus muchachos podía salir siquiera de casa con seguridad. Por
casualidad, unos días después, un grupo de jóvenes soldados alemanes se
presentó en el Beje en busca de ayuda. Corrie no sabía cómo se habían
enterado de los Ten Boom y su trabajo.
—Ya no nos gusta trabajar para Adolf Hitler —le confió uno de ellos—.
No asesinaremos judíos. ¿Puede ayudarnos?
El acercamiento de los soldados a plena luz del día aumentó el peligro,
pero Corrie aceptó el riesgo y los invitó a entrar. Al igual que sus judíos y
buceadores holandeses, estos alemanes necesitaban una manera de
desaparecer. Corrie no podía creer su buena suerte.
Ella podría ayudar, les dijo, pero a cambio tendrían que renunciar a sus
uniformes.
Los soldados aceptaron de buena gana; de todos modos, si querían pasar
desapercibidos, necesitarían ropa civil. Después de que Corrie consiguió una
camisa y unos pantalones para cada uno, les dio sus uniformes a sus
muchachos holandeses para que pudieran presentarse en la guardería con la
autoridad de la Wehrmacht.
Aun así, el rescate fue complicado. Walter, Felix y Henriëtte —en
coordinación con Betty Goudsmit-Oudkerk, una enfermera de 17 años—
planearon sacar a los niños de contrabando en mochilas, cajas, bolsas de
compras o cestos de ropa sucia. Desde allí tendrían que ser escoltados a un
escondite cercano donde podrían alojarse durante unas horas. Henriëtte
contó con la ayuda de Johan Van Hulst, director de la Escuela de Formación
de Profesores Reformada de al lado, quien accedió a esconder a los niños en
su edificio. Luego maniobraría de forma clandestina, según el plan, para
transportar a los niños en tren o tranvía a Limburgo o Frisia, donde serían
reubicados con familias que los aceptaran.
Los «soldados» de Corrie proporcionaron la escolta.
Los 100 bebés fueron salvados.1

El lunes 28 de junio, Corrie irrumpió en la habitación de los chicos a las


siete de la mañana diciendo: «A levantarse». Era el cumpleaños de Hans y
Corrie había planeado una pequeña fiesta. Todos bajaron las escaleras para
desayunar y cantaron la canción tradicional de cumpleaños holandesa, «Lan
zal hij leven» («Larga vida»). Los Ten Boom le obsequiaron un libro a Hans,
y esa tarde recibió un regalo conmovedor cuando sus padres le entregaron
una carta de Mies. El intercambio frecuente de cartas era riesgoso, pues
podía llamar la atención de la Gestapo, por lo que acordaron un calendario
de solo una vez al mes. Aun así, cada carta le llegaba con una bendición.
«Las fortalecedoras palabras que contenían esas páginas me trajeron
nueva confianza y esperanza», recordó.
Poco después de la fiesta sonó el teléfono de la tienda y Corrie respondió.
—Tenemos un reloj de hombre que nos está dando problemas —dijo el
interlocutor—. No podemos encontrar quién lo repare. Para empezar, la
carátula luce muy anticuada.
Corrie reconoció el código de inmediato: estaban intentando encontrar
un lugar para un judío con rasgos reconocibles.
—Envíen el reloj —dijo— y veré qué podemos hacer.
A las siete de aquella tarde sonó el timbre del callejón. Corrie invitó al
«cliente de relojes» a entrar y observó sus rasgos «anticuados»: 30 y pocos
años, delgado, con entradas en el cabello, con orejas grandes y anteojos
pequeños. Ella cerró la puerta y él hizo una reverencia cortés y luego se sacó
una pipa de su abrigo.
—La primera cosa que debo preguntarle es si debo o no dejar atrás a mi
buena amiga la pipa. Meijer Mossel y su pipa no se separan fácilmente. Pero
por usted, amable señora, si el olor se impregna en sus cortinas, con mucho
gusto me despediría de mi amiga la nicotina.
Corrie se rio.
—¡Por supuesto que debes quedarte con tu pipa! Mi padre fuma
cigarros… cuando encuentra uno en estos días.
—¡Ah, estos días! ¿Qué puede esperarse cuando los bárbaros han
invadido el campamento?
Corrie lo condujo a la planta alta y dentro del comedor, y antes de que
pudiera presentarlo, Mossel soltó:
—¿Es ese tu padre? Si fuese judío podría ser un patriarca.
—Señor —respondió Opa—, podremos ser hijos de Dios por su gracia,
pero usted es Su pueblo elegido por derecho de nacimiento.
Después de las presentaciones, Mossel le contó al grupo un poco de su
vida; les dijo que había sido el cantor2 de la comunidad judía de Ámsterdam.
—Pero ahora —continuó—, ¿dónde está mi Torá? ¿Dónde está mi
congregación?
La mayor parte de su familia había sido arrestada, les dijo, y su esposa e
hijos se habían trasladado a una granja en el norte de Holanda. Los
propietarios de la finca lo habían rechazado por «razones obvias», añadió,
haciendo referencia a sus rasgos.
Unos minutos más tarde, Mossel se puso más emotivo y expresó su
angustia.
—Si me preguntan: ¿por qué no fui al Joodse Schouwburg3 cuando se
hizo el llamado? ¿Por qué mi esposa y mi familia no acudieron? Les diré por
qué. Mi único propósito en la vida es cantar alabanzas a Adonai, el Señor.
Soy un Yehuda, un Yid. Eso significa el que alaba a Adonai. ¿Podré alabar a
Adonai cuando me hayan matado? Entonces sería mártir, sí, pero ¿puede un
mártir cantar alabanzas a Adonai? Entonces, hinneh,4 aquí estoy, a su
merced.
Mossel luego se dirigió a Opa:
—¿Me permitirá decir mis oraciones y cantar mis alabanzas en esta casa?
Antes de que Opa pudiera responder, Corrie dijo:
—Por supuesto que puede decir sus oraciones aquí.
Luego le dijo que podía dormir con Hans, Leendert y Henk en la
habitación de los muchachos, pero le preguntó si la comida no kosher del
Beje sería un problema para él.
—¿Sería mejor que muriera de inanición —respondió Mossel— o que
coma alimentos no kosher y viva para alabar a mi Señor? ¡Aceptar su
comida será un placer, mi señora!
Corrie asintió.
—Pero por favor no me llame «señora». Todos aquí me llaman Tante
Kees.
Luego le preguntó cómo debían referirse a él y Mossel se encogió de
hombros. Su nombre era Meijer, dijo, pero ¿quizá sería mejor llamarlo de
otro modo?
—¿Por qué no Winston o Wolfgang?
Después de unas cuantas sugerencias, Mossel se volvió hacia Hans.
—Entiendo que es tu cumpleaños. ¿Me harías el favor de nombrarme?
Hans no dudó.
—Señor, lo llamaremos Eusi.
—Eusi, Eusi —repitió Mossel—. ¿De dónde sacaste ese nombre?
—Ah, es una suerte de apodo para el miembro más joven de una familia.
En mi casa, y en las casas de mis amigos, todos llaman Eusi al hermano
menor.
Mossel asintió.
—Muy bien, seré Eusi —luego se dirigió a Betsie—. Señorita, permítame
presentarme. Mi nombre es Eusi. Y usted se ha ganado mi gratitud eterna
por aceptarme en su hogar.
Betsie sonrió.
—Bienvenido, Eusi. Que tu estadía sea feliz para todos. Y, por favor,
llámame Tante Bep.
La comida era extremadamente escasa en Haarlem, pero un día Corrie y
Betsie vieron en el periódico un cupón para salchichas de cerdo. Los Ten
Boom no habían visto carne en semanas, por lo que estaban encantados de
conseguir un poco. Sin embargo, Corrie se preguntó —a pesar de la
conversación previa— si Eusi comería esa comida no kosher.
Cuando llegó la hora de comer, Betsie sacó del horno una cazuela de
cerdo y papas.
—Eusi, ha llegado el día.
Sirvió una ración considerable en su plato y Eusi no pudo resistir el
aroma de una deliciosa comida caliente.
Saboreando el primer bocado de cerdo, asintió.
—Por supuesto, hay algo respecto a esto en el Talmud. Y voy a empezar a
buscarlo… tan pronto como termine la cena.
Sin embargo, en un punto Eusi no cedería. Unas cuantas noches después
mientras Corrie preparaba chocolate caliente, Leendert casualmente
mencionó que había escuchado a Nollie decir que si le preguntaran si estaba
refugiando a un judío respondería que sí. En su opinión, el noveno
mandamiento de no dar falso testimonio no le dejaba otra alternativa. Dios
era plenamente capaz, consideraba ella, de hacerse cargo de la situación que
surgía de su obediencia.
Al escuchar los comentarios de Leendert, Eusi se le acercó hecho una
furia.
—Dime que no te escuché correctamente —dijo en voz alta—. Dime que
entendí mal. ¿He escuchado que preferirías sacrificar vidas antes que
mentir?
Antes de que Leendert pudiera responder, Corrie ya había llegado.
—Shhh, silencio, silencio. Eusi, por favor toma asiento y hablemos de
esto.
—¿De qué quieres hablar? Hay vidas en juego, ¿y tú quieres hablar?
—Conoces los mandamientos de Dios —dijo Corrie—. No debemos dar
falso testimonio, y así como nosotras…
—Sí, sí, esperaba que pasara esto. Exasperado, Eusi comenzó a dar una
larga lección sobre el Antiguo Testamento, recordándole a Corrie sobre
Rahab y las parteras de los hebreos, todas las cuales mintieron para honrar
las causas de Dios. Corrie escuchó sin responder y Eusi dio por concluida su
lección.
—Pero aquí estamos, bajo tu techo. Te hemos confiado nuestras vidas,
Tante Kees. Exijo que nos digas ahora que no nos traicionarás si puedes
evitarlo. Si no puedo confiar en ti, debo encontrar otro lugar para quedarme.
Corrie y Eusi se sentaron en la mesa del comedor y Corrie tomó las
manos del hombre.
—Eusi, te prometo que no traicionaré a ninguno de ustedes si puedo
evitarlo.
Ambas partes entendían que decir «si puedo evitarlo» era una vaguedad
en el mejor de los casos, pero Eusi se apaciguó.
—Gracias, Tante Kees. Te creo y confío en ti.
Más tarde, reflexionando sobre el incidente, Hans escribió: «Muchos
cristianos holandeses se enfrentaron a cambios radicales durante aquellos
meses de verano de 1943. Hasta entonces, mentir, robar, matar y chantajear
eran crímenes ante Dios y ante la sociedad holandesa. Pero un régimen
demoniaco había poseído a nuestro país y a nuestra civilización, y tuvimos
que elegir: seguir sus instrucciones perversas o sufrir las consecuencias;
ayudar desinteresadamente a aquellos que lo necesitaran o quedarnos al
margen. Sin importar qué tanto tiempo intentáramos evitar tomar una
decisión… el momento de la verdad llegaría finalmente».
Cada miembro de la familia Ten Boom sería puesto a prueba en este
camino una y otra vez.
Peter, el hijo de Nollie, por su parte, invitaba y aceptaba al peligro. Dado
que las cartillas de racionamiento robadas por Corrie no podían alimentar a
todos los judíos de la zona, él buscó otra forma de ayudar. Los judíos sin
tarjeta tenían que comprar comida en el mercado negro, pero ¿con qué
dinero?
Un día, mientras tocaba el piano en casa, pensó: «¿Qué tal si organizo un
concierto para familiares y conocidos para recaudar dinero para los
judíos?». Le contó la idea a sus padres y ellos la aprobaron. Flip y Nollie
advirtieron, sin embargo, que tal empresa sería peligrosa porque no se
podían celebrar conciertos públicos —ni siquiera reuniones grandes— sin
obtener un permiso especial de las autoridades nazis. Peter tenía la
respuesta: un concierto privado en un lugar secreto.
Tenía un amigo que era dueño de un pequeño auditorio y, efectivamente,
el hombre accedió a que fuera usado con ese fin. Con la ayuda de sus padres,
Peter envió varias invitaciones secretas a familiares y amigos. Cuando llegó
la tarde del concierto, se puso la ropa de su hermana sobre la suya y se
dirigió al auditorio. Entró por una puerta trasera, se quitó su vestimenta
femenina, subió al escenario y sonrió.
Ante él estaba sentado un público de unos 100 invitados, casi el número
exacto de invitaciones que había enviado. Ocupó su lugar en el banco del
piano y comenzó el concierto. Minutos después se escuchó un sonido de
golpes desde la entrada principal del auditorio y entonces las puertas se
abrieron con violencia.
Una docena de soldados alemanes entraron con los rifles alzados y
alguien detrás de Peter lo tomó por el brazo. Se dio la vuelta para ver a un
oficial alemán sosteniendo una de las invitaciones.
—¡Todos los hombres jóvenes están bajo arresto! —gritó el hombre—.
Caminen hacia la esquina y entreguen sus tarjetas de identificación al oficial.
La multitud corrió hacia las puertas, pero había soldados custodiando
cada salida. Peter hizo una mueca. En 24 horas estaría en una fábrica en
Alemania. Mientras se dirigía hacia el oficial de identificación, pudo ver algo
por el rabillo del ojo: ¡una puerta sin vigilancia! Hecha de madera oscura,
tenía dibujada una cruz blanca, lo que quizás hizo creer a los alemanes que
no era una salida. Al recordar la forma en que Mels se había «desviado»
cuando fue a robar pan, Peter adoptó la misma conducta inocente y se
dirigió hacia allí.
Nadie pareció percatarse de él cuando la abrió y se deslizó en la
oscuridad total. Tanteó el camino hasta un tramo de escaleras que conducía
hacia abajo. Al fondo sus ojos se acostumbraron y se dio cuenta de que
estaba en un sótano.
Un sótano sin salidas.
Al ver un horno contra una pared, se escondió detrás y esperó. Sabía que
al cabo de unos minutos los alemanes buscarían detrás de cada puerta y lo
descubrirían.
Arriba reinaba el caos mientras los soldados arrojaban sillas y aventaban
muebles.
—¿Dónde está ese hombre, Van Woerden? —gritó alguien.

De vuelta en el Beje, Corrie recibió su propia sorpresa. En medio de la noche


alguien la despertó agitándola con violencia.
—¿Cuántos judíos tiene escondidos aquí? —ladró un hombre.
Aún adormilada, Corrie escupió:
—Cuatro.

Notas:
1. El escape Pimentel-Süskind-Van Hulst funcionó a la perfección, y eventualmente se
rescataron entre 600 y 1 000 infantes judíos (N. del A.).
2. El oficial de una sinagoga que dirige las partes litúrgicas del servicio y canta las oraciones (N.
del A.).
3. Puesto que el teatro Hollandsche Schouwburg se usaba ahora exclusivamente para procesar a
los judíos, solían referirse a este como Joodse Schouwburg (N. del A.).
4. Palabra hebrea de transición que puede traducirse en español como «ahora», «sí» o «mira»
(N. del A.).
CAPÍTULO 8
TERROR

Sabía que no tenía cómo escapar y Peter solo esperaba lo inevitable.


Después de unos cuantos minutos, la puerta del sótano se abrió y luego
se escucharon unos pasos bajando las escaleras.
—¿Peter?
Peter respiró profundamente y se puso de pie; la voz era de su amigo, el
propietario del edificio.
—Sal de aquí, rápido, hijo. Se fueron los soldados.
Por fortuna, Peter había bajado al sótano con su disfraz de mujer, así que
se puso la mascada de su hermana en la cabeza, se abrigó con su chaqueta y
salió de prisa.
Ya había esquivado dos balas en todos esos meses.

Corrie abrió los ojos. El hombre que la sacudía no era un agente de la


Gestapo sino Leendert. Más temprano aquella tarde, Hans, Henk y los otros
refugiados se habían percatado de que, mientras Corrie les tomaba el tiempo
en los simulacros a la guarida de los ángeles, nadie estaba poniéndola a ella a
prueba. Y ya que ella era la primera línea de defensa, su respuesta a
cualquier redada tenía que ser impecable.
—Yo me encargaré de eso —había dicho Leendert y, en efecto, su modo
abrupto de despertar a Corrie había probado que también ella necesitaba
mejorar.
—Tienes que volver a hacerlo —dijo Corrie después de su prueba—.
Necesito mejorar mi reacción.
Así que Leendert, Hans y Henk empezaron a despertarla en medio de la
noche de la misma manera. Después de varias pruebas, Corrie perfeccionó
una respuesta adormilada donde aparecía con una inocencia indignada.
Y Corrie siguió realizando simulacros para los refugiados hasta que
todos llegaron a la guarida de los ángeles en su nuevo tiempo récord: 70
segundos. La combinación del cartel de Alpina, el sistema de alarma y la
velocidad para esconderse hicieron que el Beje fuera prácticamente infalible.
Pero había más pruebas en puerta.
A principios de julio, la Gestapo intensificó las redadas y las detenciones.
Corrie y los refugiados sabían que esto aumentaba el peligro, pero habían
agotado todas sus precauciones defensivas.
La tarde del 5 de julio, Hans, Leendert, Henk y Eusi charlaron en el baño
de los chicos y ayudaron a Leendert con algunos trabajos de matemáticas.
Poco antes de medianoche, un coche se detuvo frente al Beje con hombres
que hablaban alemán. Alguien encendió la luz y Hans corrió por el pasillo
hasta el baño de las chicas y llamó a su puerta.
—¡La alarma! ¡Los alemanes se acercan!
Las chicas se apresuraron a entrar en acción y la conmoción despertó a
Corrie. Hans le susurró algo sobre los alemanes y ella preparó el panel
corredizo. Después de que todos los refugiados entraran en la guarida de los
ángeles, Corrie cerró el panel, deslizó las cajas de costura en su lugar y
esperó. Aunque escuchaba voces, nadie golpeó la puerta del Beje. Bajó al
salón y miró a través de una rendija en la cortina opaca de la ventana.
Un camión del ejército alemán.
Todos en la guarida de los ángeles miraron sus relojes. Habían pasado 30
minutos, pero no escuchaban nada que sugiriera una redada. Al fin, alguien
entró en la habitación y luego sonó la voz de Corrie:
—Es un camión del ejército alemán, aparentemente tienen problemas
con el motor… ustedes quédense adentro hasta que se hayan ido, solo para
estar seguros.
No fue sino hasta las dos de la mañana —cuando remolcaron al camión
del ejército— que Corrie abrió el panel y los dejó salir.
Sin embargo, la práctica resultó útil porque comenzó a circular el rumor
de que los alemanes estaban planeando arrestos masivos en Haarlem
durante el fin de semana.
Comenzaron el viernes 9 de julio. Durante todo el día, soldados
alemanes y camiones del ejército pasaron de un lado a otro por delante del
Beje. El espectáculo ponía los nervios de punta, pues la Gestapo casi siempre
realizaba sus redadas fuera de Ámsterdam. ¿Por qué estaba aquí la
Wehrmacht?
Hans, Leendert y Henk decidieron montar una vigilia que duraría toda la
noche. Por turnos, cada uno vigilaba las calles en periodos de dos horas y
media. La última guardia de Hans empezó a las cuatro y media de la mañana
y una hora más tarde los soldados alemanes pasaron corriendo en motos y
coches patrulla. Hans les pasó esta información a los demás y luego regresó
a su puesto.
Betsie bajó y preparó el desayuno para todos, y a las ocho Hans vio a
Henny, la dependienta de la tienda, corriendo hacia el Beje en su bicicleta.
Corrie fue a la puerta trasera y Henny dijo las siguientes palabras con suma
rapidez:
—Invasión. ¡Invasión en Italia!
Henny estaba cerca, pero en la mañana, cuando les llegaron las noticias
de la bbc, escucharon que la invasión era en Sicilia, no en la capital. Fue un
poco decepcionante, pero al menos los Aliados estaban haciendo algún
progreso.

Una semana más tarde, se sumaron dos buceadores al Beje: Henk


Wiedijk y Jop. Con un metro y 90 centímetros de altura, Henk era
demasiado alto para entrar en cualquiera de las camas de la casa, así que
dormía en un colchón en el suelo. Su movilidad era aún más significante,
pues todos se preguntaban si lograría entrar a través de la pequeña entrada
de la guarida de los ángeles. Él aceptó practicar, sin embargo, continuó la
preocupación.
Jop era el aprendiz de la relojería de los Ten Boom. Viajaba a diario
desde los suburbios para llegar al trabajo y en dos ocasiones escapó por
poco del arresto en una razia. Después del segundo encuentro cercano, los
padres de Jop le preguntaron si podía quedarse en el Beje y los Ten Boom
estuvieron de acuerdo.
Sin embargo, los recién llegados implicaban riesgos adicionales. Si bien
la guarida de los ángeles se había construido para esconder a ocho —el
número actual de refugiados—, pasar a todos a través de la entrada secreta
en 70 segundos resultó ser un desafío. Aun así, Corrie no quería negarle a
nadie el refugio.
Cuando los refugiados no estaban nerviosos por las sospechas de
redadas, los invadían la soledad y el aburrimiento. Ninguno de ellos podía
salir, salvo un corto tiempo a la azotea, y todos anhelaban ver a sus seres
queridos.
Para pasar el tiempo decidieron que cada persona debía compartir su
talento o conocimiento sobre un tema con todo el grupo. Así que se
turnaban durante las noches: Hans enseñaba astronomía y constelaciones,
Henk Wessels los entretenía con trucos de magia, Leendert destacaba en
literatura holandesa moderna, y Mary les daba conferencias sobre la cultura
y lengua de Italia. Dado que Mary también tenía una voz excelente y sabía
tocar el piano, dirigía al grupo para cantar, haciendo homenaje a Schubert,
Beethoven, Brahms y Bach. Eusi, que tenía una voz fuerte, siempre era quien
hacía temblar las ventanas.
Thea, sin embargo, se sentía un poco fuera de lugar.
—La mayoría de ustedes sabe tantas cosas e interpretan muy bien —dijo
una tarde—. ¿Qué puedo yo hacer que ustedes no puedan?
Pero resultó que Thea tenía una habilidad invaluable y pronto comenzó a
enseñarles a todos primeros auxilios. Durante una hora el salón se convertía
en un hospital y todos practicaban la aplicación de vendas y curaciones en
heridas falsas.

Los domingos por la tarde los visitaba Peter, y casi siempre interpretaba
un concierto de sus himnos favoritos y composiciones personales. Sin
embargo, cuando llegaba el lunes, aparecía de nuevo la tensión.
Una tarde, mientras todos estaban reunidos para el lunch en el comedor,
escucharon el sonido de un rasguño en la ventana.
—No se den la vuelta —dijo Nilsl, un trabajador clandestino que estaba
de visita. Tenía el rostro pálido—. Alguien está mirando al otro lado de la
cortina.
Corrie no podía creerlo. Estaban en el segundo piso y el Beje no tenía
escalera de incendios.
—Está en una escalera —agregó Nils—. Limpiando las ventanas.
—Yo no ordené que se limpiaran las ventanas —dijo Betsie.
Justo en ese momento, el hombre se asomó a través de las cortinas de
encaje y agitó una mano.
Todos se congelaron. Tenía que tratarse de un agente de la Gestapo o de
un informante, y claramente podía ver a los Ten Boom en una habitación
llena de gente. Eusi agitó la mano de vuelta y dijo con voz muy baja:

—Actúen como si todo fuese normal. En unos momentos más


cantaremos «Feliz cumpleaños».
Cuando el grupo terminó de cantar, el limpiador de ventanas —que
seguía trabajando en la misma ventana— se rio y volvió a saludar con la
mano.
Corrie no podía soportar la incertidumbre. Bajó las escaleras y fue hacia
el callejón.
—¿Qué está haciendo? —preguntó mientras miraba al hombre—. No
pedimos que se lavaran nuestras ventanas. ¡Y mucho menos durante nuestra
fiesta!
El hombre sacó un papel de su bolsillo.
—¿No son ustedes los Kuipers?
Corrie negó con la cabeza. Le dijo que la tienda de dulces Kuipers estaba
cruzando la calle.
—Pero de cualquier modo… venga adentro y celebre con nosotros.
El hombre rechazó la invitación y Corrie observó mientras cruzaba la
calle con su escalera y su cubo.
No pasó nada esa tarde, pero el misterio del hombre hizo que el resto de
la velada fuera miserable. En momentos como estos, los refugiados
escapaban de la presión subiendo al tejado en busca de aire fresco y a mirar
el paisaje. El espacio para caminar era pequeño —dos metros por seis—,
pero proporcionaba un refugio necesario y algo de consuelo.
Hans recordaría más tarde el respiro que ofrecía este pequeño lugar: «A
menudo iba allí a pelar un bote de papas y, una vez terminado el trabajo, me
acostaba boca arriba, miraba pasar las nubes y soñaba. Anhelaba la libertad
y los cielos abiertos y la suave luz del atardecer que se inclinaba sobre los
espaciosos pólderes de Zelanda […] También sentía nostalgia por mi amor,
tan querido pero tan lejos de mi alcance. Anhelábamos un futuro juntos y,
sin embargo, nos enfrentábamos a un mañana tan incierto y sombrío.
»En las horas del crepúsculo, después de cenar y lavar los platos, cuando
el cielo oscurecía y las estrellas aparecían lentamente, algunos nos
sentábamos en silencio y escapábamos por un corto tiempo de la prisión de
nuestra sombría existencia».
La azotea, sin embargo, era más que un lugar de descanso; también se
convirtió en una especie de centro de terapia: los refugiados escuchaban las
historias de los demás y ofrecían consuelo o condolencias. La tarde del 18 de
julio, Hans subió al tejado y presenció una escena surrealista: bajo el
zumbido de innumerables bombarderos de la raf que se dirigían a
Ámsterdam o Alemania, la oscura cruz de la iglesia católica romana parecía
brillar en el Nieuwe Groenmarkt. «Dos rayos de reflector destellaron hacia el
sureste», recordó, «haces de luz buscando, entrecruzándose casi
juguetonamente contra el pacífico cielo nocturno».
A las 11 sonó la campana de la antigua iglesia de San Bavo y Hans miró
al cielo. Mientras se maravillaba ante la Osa Mayor, Orión y las siete
Pléyades, empezó a pensar en Mies —reflexionando sobre su situación—
cuando se abrió la puerta de la azotea.
Mary salió de las sombras y dijo que necesitaba hablar con alguien sobre
sus circunstancias. Hans escuchó con simpatía cómo Mary describía su
amor: un italiano llamado Antonio Sanzo. Se habían conocido a principios
de la década de 1930, dijo, mientras estaban de vacaciones en Roma. Él tenía
una carrera prometedora en el Banco de Roma y se comprometieron. Sin
embargo, en 1935, el dictador fascista Benito Mussolini prohibió el
matrimonio entre italianos y judíos, por lo que pospusieron la boda hasta
que las cosas cambiaran.
Le dijo a Hans que hacía un año que no veía a Antonio.
—No sé dónde está, si está en el ejército o incluso si está vivo. Quizás sea
demasiado peligroso para él asociarse con una judía. No sé si debería
intentar enviarle un mensaje. Hans, no sé qué hacer. A veces me siento tan
desesperada. Y hoy es el aniversario de nuestro compromiso.
—Dios mío —dijo Hans—, ¿por qué no nos contaste antes? ¿No estamos
dispuestos a compartir nuestras penas tanto como nuestras alegrías juntos?
—Pero ¿qué puedes hacer?, ¿qué pueden hacer ellos?
—No lo sé. No tengo una respuesta para tu pena, Mary, pero escucha,
¿por qué no le escribes una carta inocente a tu prometido? Al menos dale
muestras de que aún estás viva. Podríamos pedirle a Kik Ten Boom que la
envíe desde algún lugar lejano a Haarlem la próxima vez que venga a visitar.
Y podrías firmarla como «Mary d’Italia».
Ella sonrió.
—¿De verdad crees que podría funcionar?
—¿Por qué no? Solo ten cuidado de que no puedan rastrearla ni
vincularla con este lugar.
Esperanzada, Mary dijo que lo intentaría.
Sin embargo, en todo Haarlem las cosas empeoraban. Al día siguiente
Hans se enteró de que habían arrestado a los amigos de sus padres junto con
otros nueve judíos a los que ofrecían refugio. Los refugiados del Beje estaban
preocupados, pero Corrie les aseguró que los ángeles protegían la casa.

Ese mismo día, Ana Frank registró lo sucedido con los bombarderos de
la raf que Hans había escuchado la noche anterior: «El norte de Ámsterdam
fue fuertemente bombardeado el domingo», escribió en su diario.
«Aparentemente hubo mucha destrucción. Hay calles enteras que están en
ruinas y les llevará un tiempo desenterrar todos los cadáveres. Hasta el
momento ha habido 200 muertos e innumerables heridos; los hospitales
están a reventar. Nos han hablado de niños que buscan con tristeza a sus
padres muertos entre las ruinas humeantes. Todavía me hace temblar el
pensar en el zumbido apagado y distante que indicaba la destrucción que se
avecinaba».
Irónicamente, Hitler se reunió con Mussolini en el norte de Italia el día
19, para insistir en que los italianos aumentaran sus esfuerzos bélicos.
Mientras estaban en conferencia, 700 bombarderos aliados arrojaron 1
100 toneladas de bombas sobre Roma. Mussolini fue arrestado por su propia
gente seis días después.
Los aliados continuaron el ataque sin ceder. El 27 de julio, la raf
bombardeó Hamburgo con 2 300 toneladas de bombas incendiarias. El
infierno resultante mató a 40 000 residentes. Dos días después, la ciudad
recibió otras 2 300 toneladas de bombas.
En total, el Comando de Bombarderos de la raf arrojó 16 000 toneladas
de bombas sobre objetivos en Alemania, Francia y Noruega en julio,
mientras que la Octava Fuerza Aérea de Estados Unidos sumó otras 3 600.
Sin embargo, el Beje continuó en pleno apogeo. Hacia finales de mes,
Leendert y Henk Wessels se mudaron a otra casa segura, y Corrie acogió a
un judío elegante e inmaculadamente vestido, el señor De Vries. Unos días
después, Kik, el hijo de Willem, llegó con dos amigos. Al enterarse de que
los tres eran activos clandestinos, la Gestapo había allanado su lugar, pero
lograron escapar. Como todas las camas del Beje estaban ocupadas,
acordaron dormir en el suelo del salón. La guarida de los ángeles, sin
embargo, planteaba un problema: con siete en el espacio, solo podían meter
a una persona más, no a tres. Kik y sus amigos decidieron que, si ocurría
una redada, correrían al tejado y saltarían de casa en casa para escapar.
Como era de esperarse, continuaron las redadas y persecución,
especialmente en Ámsterdam. Llegaron noticias hasta el Beje informando
que los nazis estaban enviando judíos a Polonia en transportes regulares,
que la Gestapo seguía con los arrestos en masa de chicos de 18 y 19 años, y
que los trabajadores de la Resistencia holandesa estaban siendo ejecutados.
En Haarlem, la Gestapo seguía persiguiendo todas las pistas sobre
habitantes locales que escondían judíos, y la brecha de información
finalmente se cerró.
La mañana del 14 de agosto arrestaron a Nollie.
CAPÍTULO 9
RESISTENCIA

Aquella tarde, Corrie estaba sentada en el comedor almorzando cuando vio


algo a través de la ventana: una figura solitaria de pie en el callejón que daba
al Beje. Corrie sabía que solo había dos opciones sobre quién podría ser: un
trabajador de la Resistencia o la Gestapo.
Se acercó a la ventana para ver mejor y abrió la cortina. La figura era
Katrien, la sirvienta de Nollie y Flip. Corrie bajó corriendo las escaleras y
abrió la puerta del callejón.
—¡Katrien! —gritó mientras la tomaba por el brazo para que entrara a la
casa—, ¿qué haces aquí? ¿Por qué estás parada ahí sin hacer nada?
—¡Se ha vuelto loca! —comenzó a llorar la criada—. ¡Su hermana se
volvió loca!
—¿Nollie? Oh, ¿qué ha pasado?
—¡Vinieron! ¡La sd! No sé qué sabían o quién les dijo. Su hermana y
Annaliese estaban en la sala y la escuché.
Annaliese era una de las judías que los Van Woerdens estaban
escondiendo en aquel momento. Corrie sintió que se le elevaba la
temperatura.
—¿Qué escuchaste?
—¡Escuché lo que les dijo! Señalaron a Annaliese y dijeron «¿es judía?» y
su hermana dijo «sí».
Corrie tembló. Ese era, precisamente, el escenario que Eusi había temido.
¿Por qué Nollie no pudo mentir solo esta vez? Ahora ella y la mujer judía —
tal vez también los otros judíos a los que escondían— estaban casi con total
certeza en prisión.
—¿Y luego?
—No sé. Salí corriendo por la puerta de atrás.
Flip había salido, siguió contando Katrien, y Peter escapó por el techo.
Luego confirmó los miedos de Corrie: no habían arrestado solo a Annaliese,
sino a la otra mujer que estaba quedándose con la familia.
Corrie corrió a la tienda y cerró la puerta principal, luego le dijo a Henny
que la abriera solo para los clientes. Después corrió la voz por toda la casa y
Hans empezó a llamar a contactos clandestinos.
—Mantente lejos unos días —advertía—, aquí tenemos un brote de
gripe. No nos contactes.
Sabiendo que Pickwick había vivido en las Indias Orientales Holandesas,
Hans le dio el mensaje en malayo. A partir de entonces, el teléfono estuvo
prohibido y los refugiados, incluidas Thea y Mary, se turnaban durante la
noche para vigilar la calle.

Ámsterdam
Nollie estaba agazapada en la camioneta de la policía en un compartimento
pequeño y oscuro, preguntándose con preocupación a dónde la llevarían.
Mientras la camioneta avanzaba, un fino rayo de luz entró en su celda e
inundó la pared. Sacando un lápiz que tenía escondido en el pelo, escribió:
«¡Jesús Vencedor!». No era mucho, pero tal vez el próximo cautivo se
animaría al leerlo.
Cuando llegaron a la comisaría, alguien metió a Nollie a empujones en
una celda que se encontraba en un sótano a oscuras. Al parecer, los nazis
creían que la oscuridad desanimaría a sus prisoneros, tal vez haciendo que
se volvieran más dóciles. Ella no aceptaría nada de esto, y se puso a cantar.
—¿Cómo puedes cantar? —preguntó una voz desde las sombras.
Antes de que Nollie pudiera responder, la mujer comenzó a llorar.
—No pierdas el valor —le dijo Nollie—. Dios aún está en el trono. No
estamos solas.

El domingo un policía holandés de confianza pasó por el Beje para anunciar


que Nollie había sido interrogada en la comisaría. Dada su relación con los
judíos, dijo, y el peligro de que revelara nombres bajo tortura, el grupo
clandestino estaba considerando una redada para liberarla.
Los refugiados del Beje se estremecieron. La Gestapo no se detendría
ante nada, y la idea de que Nollie revelara información sobre ellos pesaba
mucho. Todos se reunieron en el salón para discutir el mejor plan de acción
y los refugiados estuvieron de acuerdo: tendrían que irse de inmediato. Esa
mañana, uno por uno, huyeron: Hans llevó a Mary a su casa, Eusi y Thea se
escondieron en casas de amigos y Henk desapareció en casa de familiares.
El martes, Mary regresó sigilosamente al Beje para una visita apresurada
y lo que escuchó la conmovió. A pesar de todo, Opa, Corrie y Betsie le
dijeron que extrañaban a todos y que querían que regresaran lo antes
posible.
Sin embargo, Hans y los demás sabían que era demasiado arriesgado
regresar, por lo que Mary y Thea decidieron actuar como mensajeras, yendo
a varios lugares para transmitir noticias, mensajes y solicitudes.
Una semana después del arresto de Nollie, llegó aviso de que la Gestapo
había hecho redadas en la casa de los Leeuws —a quienes tanto los Ten
Boom como los Poleys conocían—, y habían arrestado a 19 judíos a los que
refugiaban. Aún peor, algunos de los judíos arrestados conocían a Eusi y era
probable que uno o dos supieran que estaba escondiéndose en el Beje, por lo
que los refugiados tenían motivos para mantenerse alejados por al menos
otras dos semanas.
El 24 de agosto Nollie fue transferida a la prisión federal de Ámsterdam.
Esta noticia fue especialmente perturbadora, pues las ss dirigían prisiones
controladas por los alemanes, lo que significaba que la Gestapo la
interrogaría día y noche. Las historias de los trabajadores clandestinos que
habían pasado por ahí eran aterradoras: a algunos prisioneros la Gestapo les
ofrecía libertad a cambio de información; a otros los amenazaba con arrestar
a sus cónyuges, hijos y padres; a otros más —si las tácticas psicológicas no
funcionaban— la Gestapo los torturaba directamente.
Corrie, fuera de sí, comenzó una campaña para liberar a su hermana
apelando a todos sus conocidos: policías, soldados, contactos subterráneos.
Al final fue Pickwick quien tuvo la mejor solución. El médico alemán que
supervisaba el hospital de la prisión, dijo, a veces se encargaba de dar el alta
médica de los prisioneros.
Corrie consiguió la dirección de su casa y apareció sin previo aviso. Una
criada la dejó entrar y Corrie esperó unos minutos en el vestíbulo mientras
tres dóberman la olían. Cuando entró el médico, Corrie comenzó una
plática casual sobre los perros, que aparentemente eran el pasatiempo del
hombre.
El médico pareció encantado de hablar del tema y Corrie le dijo que su
perro favorito era el bulldog.
—La gente no se da cuenta —respondió él—, pero los bulldogs son muy
cariñosos.
Después de 10 minutos de calentamiento, Corrie fue al grano.
—Tengo una hermana en prisión aquí en Ámsterdam. Me preguntaba
si… No creo que se encuentre bien.
—¿Cómo se llama?
—Nollie Van Woerden.
El médico revisó sus registros.
—Sí. Es una de nuestros recién llegados. Cuénteme algo sobre ella. ¿Por
qué está en prisión?
Corrie dijo que Nollie había sido arrestada por ocultar a una judía, pero
que era madre de seis hijos; si permaneciera encarcelada, los niños se
convertirían en una carga para el Estado.
—Bueno, ya veremos.
Encaminó a Corrie hacia la puerta sin hacer más comentarios.
Una semana se convirtió en dos y Corrie no podía soportarlo más.
Volvió a la casa del doctor.
—¿Cómo están sus perros? —le preguntó al doctor.
—Señorita Ten Boom, no parece confiar en que estoy dispuesto a ayudar
a su hermana. Por favor, déjelo en mis manos.
Corrie se mantuvo firme.
—Si ella no está con nosotros en una semana, vendré a preguntarle de
nuevo sobre sus perros.

A inicios de septiembre los aliados comenzaron a bombardear el norte de


Francia, Bélgica y el suroeste de Holanda. El día ocho, Italia se rindió1 y
cinco días después, el 13 de septiembre, Nollie salió de prisión. De vuelta en
el Beje, anunció que una de las niñas judías que los Van Woerden habían
albergado también se había salvado; al parecer, un grupo clandestino había
asaltado el camión que la llevaba a Ámsterdam.
La semana siguiente, Hans, Mary, Eusi y Henk regresaron al Beje. Thea
había encontrado un nuevo lugar donde esconderse, y su lugar en el Beje fue
rápidamente ocupado cuando llegó Mirjam de Jong, de 18 años. Para
sorpresa de todos, Eusi ya la conocía.
—Bien, bien —dijo cuando Betsie comenzó su presentación—,
esperamos al Mesías y mira quién llegó. ¿No es esta la encantadora Mirjam,
la hija de mis buenos amigos?
—Señor Mossel, no esperaba encontrarlo bajo estas circunstancias. Con
usted cerca, ahora me siento en casa.
Eusi sonrió.
—Esta es Mirjam de Jong, hija de uno de los hombres más importantes
en nuestra mishpoche2 en Ámsterdam.
Mirjam se volvió rápidamente parte de la familia del Beje y ella y Opa
crearon un vínculo especial. Aquella noche, cuando Opa terminó la oración
de la tarde, encomendó a Mirjam y a su familia al cuidado de Dios.
—Gracias —susurró Mirjiam en su oído mientras le daba un beso de
buenas noches.
Sin embargo, la alegría que trajo Mirjam se desvaneció cuando llegaron
las malas noticias por la mañana. El padre de Henk Wessels había sido
arrestado por la Gestapo, informó un trabajador clandestino, junto con una
mujer judía y un bebé que había estado escondiendo. Fue otro golpe más
para los refugiados del Beje. Los Wessels y los Ten Boom pertenecían a la
misma red de la Resistencia e intercambiaban a menudo información,
direcciones y tarjetas de racionamiento.
Esa tarde pasó otro mensajero con un informe aún peor: los padres de
Mirjam también habían sido atrapados en la redada de Ámsterdam la noche
anterior. La noticia fue devastadora, ya que los testigos confirmaron que los
judíos fueron llevados directamente a la estación de tren y cargados en
vagones de ganado con destino a Polonia. Los padres de Mirjam morirían en
unos días. Betsie, Hans y Mary estaban en la cocina preparando el almuerzo
y escucharon la noticia. Corrie sugirió que no le contaran a Mirjam sobre
sus padres, solo sobre la redada en general.
Como era de esperarse, Mirjam asumió lo peor.
Después del almuerzo, Opa tomó su mano y comenzó a leerle el salmo
23: «Aunque camino en el valle de la oscuridad y la muerte, no temo al mal,
pues Tú estás conmigo».
Mirjam comenzó a llorar y Opa siguió leyendo y sosteniendo su mano.
Cuando terminó, puso sus manos sobre Mirjam y rezó por ella y por todos
los refugiados.
Más tarde, mientras Hans y Mirjam lavaban los trastes, escucharon que
también la madre de Henk había sido arrestada en la redada.
—Y él aún no lo sabe —dijo Mirjam—, no sabe que sus padres están en
las manos de la Gestapo.
Hans se dio la vuelta, no tenía palabras. Aquí estaba Mirjam
preocupándose por Henk y su familia, sin saber que sus propios padres
también habían sido arrestados y se enfrentaban a una suerte aún peor. Hans
ordenó sus pensamientos y volvió a mirarla de frente.
—Tú no sabes dónde están tus padres y nosotros no sabemos qué pasará
con nosotros. Ni siquiera sabes si llegarás sana y salva a tu nuevo lugar y yo
no sé si me arrestarán esta noche. Todo es muy incierto para todos nosotros.
Pero ¿recuerdas lo que nos leyó Opa después del almuerzo? Nunca estamos
solos, Mirjam. Nuestro Dios estará con nosotros incluso en este valle de
muerte. Tenemos que confiar en Él porque ya no podemos manejar esto
nosotros mismos.
Betsie, que había escuchado a Hans desde la sala, entró a la cocina y
abrazó a Mirjam.
—Esa es la respuesta —les dijo a ambos—. Si confiamos en Él, Dios está
con nosotros a donde quiera que vayamos y en lo que sea que hagamos. Opa
nos dijo que Dios nos da más fuerza cuando nuestras cargas son mayores. Él
nos cargará en alas de águila si es necesario, para llegar directo a Sus brazos.
Los refugiados necesitaban semejantes palabras, pues aquella noche
tuvieron que irse una vez más debido a una advertencia de redada. Mirjam
planeaba regresar a la casa de la familia Minnema en Heemstede, Eusi tenía
intención de esconderse con los Vermeer y Hans y Mary decidieron regresar
a la casa de su familia.
Al darse cuenta de que había llegado el momento, Corrie le contó en voz
baja a Mirjam sobre sus padres. Mirjam lo tomó con calma, sin decir
palabra, y luego subió a estar sola. Sabiendo que Mary había sufrido la
misma tortura, Corrie le pidió que fuera a la habitación de Mirjam para
consolarla.
Al poco rato bajaron y Mirjam se despidió de todos con un beso.
Cuando llegó junto a Opa, cayó en sus brazos llorando.
Opa la abrazó como si fuera su propia hija:
—Dios te bendiga, hija mía.

Continuaron los avisos de redadas cerca del Beje, por lo que durante dos
semanas los refugiados esperaron en sus alojamientos temporales. Desde sus
distintos lugares escuchaban noticias e informes: más incursiones de la
Gestapo en Haarlem, detenciones masivas en Ámsterdam y rumores de una
invasión de los aliados. Las señales diarias de ataques aéreos confirmaron
que los aliados estaban enviando más aviones para bombardear las fábricas
alemanas.
Sin embargo, el comienzo de octubre trajo noticias devastadoras: en
venganza por el asesinato de dos agentes de la Gestapo, los nazis ejecutaron
a 19 trabajadores de la Resistencia de Haarlem.
Diez días después, otros 140 fueron fusilados.

Notas:
1. Los italianos firmaron el acta de rendición el 3 de septiembre, pero no se hizo el anuncio sino
hasta el 8 de septiembre (N. del A.).
2. Sinagoga familiar.
CAPÍTULO 10
EL JEFE

A mediados de octubre, Mary y Eusi volvieron al Beje, pero Mirjam —cuyos


anfitriones habían sido obligados a volverse clandestinos— había
encontrado otro hogar. Uno de los refugiados dijo que mientras estaban
fuera, la Gestapo hizo una redada a una granja donde había sido asesinado
un notable oficial nazi. Se produjo un tiroteo, según la historia, y unos 50
judíos fueron arrestados. Como resultado, los alemanes planearon otra
ronda de redadas.

Mientras estaba con sus padres, Hans había reflexionado sobre el miedo que
le provocaba la Gestapo y sobre su falta de poder para hacer algo. Un día se
encontró con unos buceadores que habían formado su propio grupo de
Resistencia y decidió unirse a ellos.
La pena por ser atrapado era la muerte.
Poco después, un trabajador clandestino tomó prestado el documento de
identidad de Hans para falsificarlo. Su fecha de nacimiento sería alterada,
dijo el hombre, así como su ocupación. Si se convertía en Hans Poley, un
ministro asistente de 24 años de la Iglesia Reformada holandesa de Haarlem
—con un certificado que llegaría más tarde—, sería menos vulnerable a ser
arrestado.1 Cuando llegó el documento, le informó a Corrie de su decisión,
pues pondría en riesgo a los Ten Boom y al resto de refugiados. Para su
sorpresa, ella le pidió que operara desde el Beje para poder ayudar. Hans
supo que sería mensajero y transportaría información y tarjetas de
racionamiento. Y, dado que el Beje pasaría a formar parte de la red de la
Resistencia, Corrie podría supervisar la afluencia regular de visitantes
clandestinos y sus necesidades.
Días después, Hans se enteró de que su padre, un líder de la Resistencia,
había estado a punto de ser ejecutado. El grupo del señor Poley se había
estado reuniendo periódicamente y llamaba a sus reuniones «el
Intercambio». El 13 de octubre, un colega de la red le pidió que asistiera a la
reunión del grupo en Hoorn, a unos 32 kilómetros al norte de Ámsterdam.
Sabiendo que una gran reunión conllevaba riesgos innecesarios, el señor
Poley se negó. Sus instintos resultaron ser acertados, pues la Gestapo había
sido avisada sobre la reunión y los sorprendió con una redada. Peor aún,
todos los miembros clandestinos capturados fueron ejecutados.

Unas noches después, mientras los Ten Boom se reunían alrededor de la


mesa para cenar, sonó el timbre de la tienda. «¿Un cliente después del toque
de queda?», se preguntó Corrie. «¿Quién sería tan atrevido?».
Bajó, se dirigió a la puerta principal y escuchó.
—¿Quién está ahí?
—¿Me recuerda? —preguntó un hombre en alemán.
Corrie volvió a preguntar de quién se trataba.
—Un viejo amigo, vine a visitar. ¡Abra la puerta!
Corrie quitó el seguro de la puerta y la entreabrió para encontrarse frente
a un soldado alemán. Antes de que pudiera hacer sonar la alarma, el hombre
la empujó para entrar. Cuando se quitó el sombrero, el corazón de Corrie
dio un salto.
—¡Otto!
Habían pasado casi cinco años desde la última vez que había visto a su
aprendiz nazi.
—Capitán Altschuler. Han cambiado nuestras posiciones, señorita Ten
Boom, ¿no lo cree?
Corrie no vio nada en el uniforme de Otto que indicara su rango, pero
no dijo nada.
—Mismo lugarcito lleno de cosas —Otto movió la mano hacia el
interruptor de la luz, pero Corrie lo detuvo.
—¡No! ¡No tenemos cortinas opacas en la tienda!
—Bueno, vayamos arriba para hablar de los viejos tiempos. ¿Sigue por
aquí el viejo que limpiaba relojes?
—¿Christoffels? Murió el invierno pasado cuando la falta de
combustible.
—¡Buen viaje, entonces! ¿Qué fue del viejo piadoso lector de la Biblia?
Corrie comenzó a caminar con lentitud hacia el mostrador. Los nueve
refugiados tendrían que amontonarse en la guarida de los ángeles antes de
que Otto comenzara a husmear.
—Mi padre está muy bien, gracias —dijo apretado el botón de la alarma
detrás del mostrador.
Otto se dio la vuelta.
—¿Qué fue eso?
—¿Qué fue qué?
—¡Ese sonido! Escuché una suerte de zumbido.
—Yo no escuché nada.
Otto caminó hacia el fondo de la tienda para subir las escaleras y Corrie
se apresuró para pasar frente a él. En el comedor, Opa y Betsie estaban
terminando su cena.
—¡Opa! ¡Betsie! —dijo Corrie antes de entrar—, les daré tres… no, eh…
¡seis oportunidades para adivinar quién está aquí!
Otto la empujó hacia un lado y entró. Jaló una silla para sí mismo y se
sentó con Opa y Betsie a la mesa.
—¡Bueno! Las cosas pasaron tal como yo lo predije, ¿no es así?
—Así parece —respondió Opa.
Corrie le pidió a Betsie que sirviera un poco de té y cuando Otto lo
probó, soltó:
—¿¡De dónde sacaron té de verdad!? Nadie más en Holanda tiene té.
Corrie hizo una mueca; el té se los había dado Pickwick, quien lo obtuvo
de manera clandestina.
—Si debe saberlo —dijo ella—, viene de un oficial alemán. Pero no debe
hacer más preguntas al respecto.
Otto pareció creerlo, pero se quedó un rato más, aparentemente
buscando algo que evidenciara que los Ten Boom estaban ayudando a los
judíos y buceadores. Al cabo de 15 minutos recogió su sombrero y se fue,
satisfecho de haber humillado a la familia.
Los Ten Boom habían evitado el desastre, pero con cada día llegaba más
peligro. Cada arresto, cada redada, cada visitante aumentaba las
posibilidades de que la Gestapo los descubriera.

Durante la última semana de octubre, el Beje aceptó otros dos refugiados:


Nel, una joven buscada por la Gestapo, y Ronnie Gazan,2 un judío que había
estado huyendo durante 14 meses. La pareja se adaptó inmediatamente. Nel,
que ocuparía el antiguo lugar de Thea en la casa, era una mujer delgada pero
trabajadora, siempre dispuesta a ayudar con cualquier cosa.
Ronnie también causó una muy buena impresión. Al presentarse en la
casa con una corbata de mariposa, rápidamente reveló que tenía modales a
la altura. Guapo y tranquilo, siempre se ofrecía a ayudar en cualquier cosa.
Además, Ronnie se llevó bien con Eusi, quien se deleitaba con sus historias y
los chistes judíos.
Mientras tanto, Hans estaba desesperado por ayudar a la Resistencia y se
volvía cada vez más inquieto e irritado. Aún no llegaban sus papeles de
identidad falsos y extrañaba a Mies; el único contacto que había tenido con
ella durante los últimos seis meses había sido a través de cartas y ansiaba
verla. Se acercaba el cumpleaños de Mies, así que una noche Hans le escribió
una carta para celebrar. Mary, con quien Hans constantemente hablaba
sobre Mies, escribió también una carta.
Cuando Hans bajó las escaleras, Corrie preguntó qué habían estado
haciendo y él le mostró la carta para Mies.
—¡Es maravilloso! —respondió ella—. ¡También quiero escribirle!
Corrie escribió una pequeña nota en una libreta:

Querida Mies:
Ansío conocerte. Tienes un novio muy agradable, pero ¡no le digas que te lo dije! Todos lo
queremos mucho. Te envío mis mejores deseos de cumpleaños. Dios te bendiga con buena salud
y en la escuela, pero especialmente con la maravillosa certidumbre de que eres de Jesús.
Los más cálidos saludos de tu Tante Kees

Luego fue Ronnie quien tomó la libreta, puso su propia nota y se la pasó
a Betsie, quien escribió sus saludos y se la dio a Opa, quien terminó con
«También yo me uno enviando mis más sinceras felicitaciones». Opa se
disculpó y subió las escaleras. Después de unos pocos minutos, volvió y le
entregó un folleto a Hans.
—Toma, hijo, envíaselo, es un pequeño regalo de parte de un viejo para
tu prometida.
Hans miró el panfleto y se sintió conmovido. Se titulaba Herinneringen van
een Oude Horlogemaker (Memorias de un viejo relojero), y Opa lo había
escrito en 1937 por el aniversario número 100 de la relojería Ten Boom. A
Hans no le alcanzaban las palabras. Este abuelo a quien amaba y respetaba
tanto siempre parecía ofrecer un gesto amable, una palabra de ánimo en el
momento apropiado.
—Te queremos mucho —agregó Opa—, así que también la queremos a
ella, y este es mi modo de decirlo.
Hans, al igual que el resto de refugiados, estaba aprendiendo día a día el
profundo, duradero e incondicional amor de los Ten Boom.

Mientras tanto, el Beje hizo todo lo posible para ayudar a la clandestinidad.


Comenzó a formar parte de la Landelijke Organisatie, una red nacional. Las
cartillas de racionamiento —muchas más que las primeras 100 que Corrie
recibió de Koornstra— encabezaban la lista de necesidades, seguidas por
hogares donde los refugiados pudieran esconderse. Hans tomó la iniciativa
para obtener más tarjetas, mientras Corrie buscaba otros escondites. Sin
embargo, encontrar cartillas de racionamiento resultó sumamente difícil.
Los alemanes vigilaban cuidadosamente la distribución de las tarjetas, y la
Resistencia solo tenía una opción para obtener un número suficiente: asaltar
los centros de distribución a punta de pistola.
En noviembre, estos grupos de asalto robaron 317 000 tarjetas nuevas
solo en Holanda septentrional. Una vez conseguidas, la clandestinidad
enviaría mensajeros a diferentes áreas para su distribución. El peligro al
realizar los robos era bastante importante, pero las represalias nazis eran
peores. Para contrarrestar los robos y la ocultación de innumerables judíos y
buceadores, la Gestapo recurría ahora a amenazas y torturas para erradicar a
los involucrados. El ritmo implacable y la presión pasaron factura y Corrie
se sintió abrumada. El administrar la tienda al mismo tiempo que a los
refugiados del Beje, además de buscar pistas para encontrar nuevos hogares,
la sobrepasaba y a veces perdía sus notas, que contenían nombres y
direcciones de los trabajadores de la Resistencia.
La primera regla del espionaje es no poner nada por escrito, pero Corrie
no tenía formación profesional. Sus notas, de ser descubiertas por la
Gestapo, significarían una muerte segura para todos los implicados.
Finalmente, el 21 de noviembre, Hans recibió su documento de
identidad falsificado. El tratamiento fue impecable; la tinta parecía la misma
que la original y no había rastro de manipulación. Junto con su certificado
del clero, la nueva identidad añadía una capa más de protección contra
arrestos.
Corrie no perdió el tiempo para aprovechar el nuevo estatus de Hans; lo
envió de inmediato a distribuir cartillas de racionamiento y mensajes. Sin
embargo, a pesar de sus nuevas credenciales, salía a realizar viajes de
mensajería vestido como mujer. Pronto estas misiones se fueron volviendo
más peligrosas y le exigían llevar refugiados a nuevas casas de seguridad o
notificar a los distritos clandestinos sobre redadas de la Gestapo. Con el
tiempo, Hans encontró un lugar para encontrarse con otros mensajeros: el
pasillo de entrada del Brouwershofje (residencia para ancianos).
Ahora era un agente de la Resistencia.
Un día a finales de noviembre, un trabajador clandestino apareció en el Beje
con un piloto británico. Le habían disparado al aviador, le contó a Henny,
quien lo recibió. Incapaz de confirmar su identidad, Henny presionó la
alarma y Corrie bajó corriendo las escaleras.
Corrie simpatizaba con la difícil situación del hombre, pero un reciente
edicto nazi convertía en delito capital el ayudar a los pilotos aliados caídos, y
las ejecuciones a menudo se producían sin juicio. Traerlo sumaba
demasiado riesgo. Le pidió ayuda a Hans y él llamó al único hombre que
siempre tenía una respuesta: Pickwick. Minutos más tarde, Hans y el piloto
partieron hacia Aerdenhout, un suburbio de Haarlem.
La dirección que dio Pickwick los llevaría a una vieja cancha de tenis,
había dicho, y junto a ella había una casa club, cuya puerta estaría abierta.
Llevar a un piloto a escondidas por la ciudad, ya sea de día o de noche,
implicaba un riesgo significativo e, incluso si lo lograban, Hans tenía que
correr el desafío nuevamente en su regreso al Beje.
Llegaron a Aerdenhout sin incidentes y encontraron el lugar que
Pickwick había mencionado. Hans le dijo al aviador que pasara la noche allí.
Al día siguiente, dijo, otro trabajador clandestino lo buscaría y lo llevaría a
una línea de escape piloto, que iba a Bélgica, Francia y luego a un lugar
seguro en España.
Con cada misión exitosa, la clandestinidad ampliaba las funciones de
Hans. Una mañana le pidieron que siguiera a un famoso agente de la
Gestapo y registrara sus citas y paradas habituales. Hans supo que la
Resistencia estaba considerando la posibilidad de asesinar a aquel hombre.
Días después le dieron una pistola.
Las cosas estaban volviéndose desesperadas en Haarlem, y a los
trabajadores disponibles de la Resistencia se les pedía que pelearan contra
los alemanes. Esto último significaba asesinato. Pero el solo hecho de tener
un arma en posesión significaba la muerte.
Hans aceptó su tarea y el riesgo como parte de sus obligaciones.
Escondió el arma en la casa de sus padres, en el librero de su antigua
habitación.
En diciembre el Beje celebró otro cumpleaños, esta vez para la dependienta
de la tienda, Henny Van Dantzig. Henny había trabajado en la tienda de
relojes Ten Boom durante 12 años y Corrie, Betsie y Opa querían que su día
fuera especial. En los días laborales normales, las tareas de Henny
comenzaban a las ocho en punto, pero hoy los Ten Boom le pidieron que se
presentara a las nueve. Cuando llegó, todos la saludaron con la canción de
cumpleaños «Long May She Live» y Betsie la sorprendió con un ramo de
crisantemos.
Luego llegó el tributo de Opa. Comenzó con recuerdos del día en que
Henny se unió a ellos por primera vez y de cómo los Ten Boom habían
llegado a amarla. Luego le entregó un certificado de agradecimiento y un
regalo personal. Después, la abrazó y Henny lloró. Como tantos otros,
amaba al anciano.
Mientras tomaban café y dulces, Opa le dijo a Henny que tenía el día
libre.
La gracia y el amor de Opa, su tranquila gentileza y consideración
conmovían a todos los que lo rodeaban. El 23 de diciembre envió una carta
a Bob Van Woerden, uno de los hijos de Nollie.

Mi muy amado nieto:


La guerra sigue haciendo estragos allá afuera. Por esa parte estamos agitados y plagados por todo
tipo de tristezas y rumores problemáticos. Por otro lado, aquí dentro de la casa nos regocijamos
en muchas experiencias maravillosas. Aquí estamos protegidos por la más extraordinaria
providencia.
Tus tías y yo gozamos de buena salud y tenemos suficiente comida… no tengo nada de qué
quejarme. Solo lamento no poder trabajar más en mis relojes. Estoy demasiado débil como para
trabajar mucho y mis manos no siempre están firmes. Pero, después de todo, he cumplido mi
tiempo en la relojería y la nueva vida que estoy viviendo también es buena.
Día tras día recibo regalos inmerecidos. Solo espero poder ver, con todas mis facultades, la
libertad de nuestra gente y nuestra patria. Del modo que sea, ¡tengo mucho que agradecer! Estoy
disfrutando el favor de Dios y el futuro me es perfectamente claro.
Al acercarse la Navidad, Hans también recibió una bendición especial: la
noticia de la llegada de Mies. Planearon que se quedara con sus padres en
Haarlem durante las vacaciones, pero ella pasaría todos los días con él. La
recogió en la estación de tren y la presentó a todos en el Beje.
—¡Hemos escuchado mucho sobre ti! —le dijo Corrie—. Sentimos que
ya eres una de los nuestros.
Hans le dio a Mies el tour de la casa y ella se fijó en cada detalle: las
pesadas cortinas moradas, el reloj de sol y, lo más importante, la gran
fotografía del abuelo Willem Ten Boom. Luego la llevó arriba para enseñarle
la habitación de los muchachos y la guarida de los ángeles, donde él
dormiría aquella noche.
El día de Navidad, Hans quedó conmovido por la celebración familiar.
«Compartimos las buenas nuevas», recordó, «oraciones e himnos, y
celebramos la llegada de la Luz a este mundo oscuro, cantando sobre la paz
en la tierra y la buena voluntad hacia los hombres, mientras la guerra hacía
estragos a nuestro alrededor, mientras tantos seres queridos se habían ido, y
mientras vivíamos temiendo por nuestras propias vidas».
Después de la cena, Corrie leyó la historia de Tolstoi sobre el zapatero del
pueblo de Awdjewitsch. El mensaje era claro: donde reina el amor está Dios.
Mary tocó el piano, dejando a todos escapar del peso de la ocupación por
unos minutos.
Cuando terminaron las vacaciones, Hans llevó a Mies de vuelta a la
estación, le dio un beso de despedida y miró, con el corazón latiendo a toda
velocidad, cómo ella ondeaba la mano y desaparecía con el tren.

Enero de 1944
A medida que se aproximaba el Año Nuevo, la Gestapo se acercaba cada vez
más al Beje. Hacia finales de enero, un leal policía holandés pasó por la
tienda e informó a Corrie que los nazis habían planeado una redada en una
casa subterránea en Ede esa misma noche. Preguntó si Corrie tenía a alguien
que pudiera ir para advertirle a la familia.
Ella respondió que no tenía mensajeros disponibles, pero Jop —que
había escuchado la conversación— se ofreció a ir.
—Entonces apresúrate, muchacho —dijo el oficial—. Debes ir de
inmediato.
Le dio la dirección a Jop y Corrie ayudó a disfrazarlo de mujer. Dada la
distancia, el viaje a Ede le tomaría el día entero, pero Jop podía fácilmente
volver antes del toque de queda de las siete.
Dieron y pasaron las siete, pero Jop nunca volvió.

Una semana más tarde, Corrie recibió una carta del jefe de la policía de
Haarlem. El papel contenía una sola oración: «Vendrás a mi oficina esta
tarde».
Corrie asumió lo peor. Seguramente se había descubierto su trabajo
alojando y escondiendo refugiados, junto con su participación en las
cartillas de racionamiento. Se lo informó a los trabajadores de la Resistencia
que estaban en la casa en aquel momento y uno por uno se fueron
silenciosamente. Los refugiados permanentes vaciaron las papeleras y
prepararon la casa para una búsqueda. Corrie recogió los documentos
incriminatorios y los quemó.
Ella iría a enfrentar la situación. Se bañó y luego recogió en una bolsa lo
que Nollie le había sugerido para la cárcel: su Biblia, un peine, un cepillo de
dientes, jabón, un lápiz, una aguja y un hilo. Se vistió con varias capas de
ropa, abrazó a Opa y Betsie y luego se fue a la reunión.
En la comisaría le mostró la carta del jefe al policía que la atendía y él la
condujo a la oficina del hombre. Detrás del escritorio la saludó un hombre
calvo y de pelo gris rojizo.
—Bienvenida, señorita Ten Boom.
El jefe cerró la puerta y le pidió a Corrie que tomara asiento.
—Lo sé todo sobre usted —dijo—. Sobre su trabajo.
Corrie se enderezó.
—Como relojera, quiere decir. Probablemente está pensando más en el
trabajo de mi padre que en el mío.
—No, quiero decir su otro trabajo.
—Ah, ¿se refiere a mi trabajo con niños especiales? Sí, déjeme contarle…
—No, señorita Ten Boom. No estoy hablando de su trabajo con niños
especiales. Estoy hablando de su otro trabajo…
El jefe sonrió y Corrie le devolvió una sonrisa tímida.
—Ahora, señorita Ten Boom, tengo una petición.
Se levantó de su asiento y dio la vuelta al escritorio, sentándose al borde
de este. En un susurro le dijo que trabajaba con la Resistencia.
Corrie mantuvo la calma, sin decir nada. Era precisamente así como la
Gestapo atrapaba a la gente.
Había un traidor en el departamento de policía filtrando información
para la Gestapo, siguió diciendo el jefe, y luego añadió:
—No tenemos modo de lidiar con este hombre.
Corrie intentó no mostrar ninguna emoción. De nuevo pensaba que la
mejor manera de responder era con su silencio.
—¿Qué alternativas tenemos? —preguntó el jefe—. No podemos
arrestarlo, no hay prisiones que no estén controladas por los alemanes. Pero
si sigue entre nosotros, muchos otros podrían morir. Por eso es que me
preguntaba, señorita Ten Boom, si en su trabajo usted podría conocer
alguien que pudiera…
—¿Matarlo?
—Sí.

Notas:

1. En un inicio, los nazis eximían a los clérigos holandeses de ser enviados a Alemania para
hacer trabajos forzados (N. del A.).
2. Ronnie también tenía un nombre de gentil: Tom Van Sevenhuysen (N. del A.).
CAPÍTULO 11
LA MISIÓN

Los patriotas holandeses preferían llamarlo «liquidación».


Al principio, los líderes clandestinos no estaban de acuerdo en si una
violencia tan extrema estaba justificada, pero a medida que se intensificó la
brutalidad de la policía alemana, disminuyó la oposición a los asesinatos. En
los primeros meses de 1943, la Resistencia había atacado a peligrosos
traidores —líderes holandeses que se habían unido al nsb—,1 comenzando
con la liquidación del general Hendrik Seyffardt, el comandante testaferro
de una unidad holandesa de las ss en el frente oriental. El siguiente fue
Hermannus Reydon, secretario general del Departamento de Propaganda y
Artes del nsb, y luego F. E. Posthuma, miembro de la Secretaría Política de
Estado del nsb.
Más tarde, ese mismo año, los grupos de la Resistencia mataron a varios
agentes alemanes, así como a miembros de menor rango del nsb. Entre
febrero y septiembre, eliminaron a unos 40 líderes nacionalsocialistas,
incluidos los jefes de policía de Nijmegen y Utrecht.2
Corrie se reclinó en su silla. Había entrado a algo que los jugadores de
ajedrez llaman «tenedor»: cualquier movimiento que hiciera tendría
consecuencias devastadoras. Si reconocía tener un papel activo en la
clandestinidad y resultaba que el jefe trabajaba para la Gestapo, la
arrestarían y enviarían a prisión. Por otro lado, si el jefe fuera un holandés
leal y ella le siguiera el juego, se estaría presentando como cómplice de
asesinato. Con la historia de torturas de la Gestapo para arrancar
confesiones a los trabajadores clandestinos, el posible descubrimiento de la
conexión de Corrie con el asesinato resultaría en su propia muerte.
Miró al jefe.
—Señor, siempre he creído que mi papel es el de salvar vidas, no
destruirlas. Sin embargo, entiendo su dilema y tengo una sugerencia. ¿Es un
hombre religioso?
—¿No lo somos todos, en estos tiempos?
—Entonces oremos juntos ahora para que Dios toque el corazón de este
hombre de manera que no siga traicionando a sus compatriotas.
El jefe asintió y Corrie oró para que el traidor holandés se percatara no
solo de su valor ante los ojos de Dios, sino del valor de cada persona.
Cuando terminó, el jefe le agradeció y ella volvió al Beje con su kit de
prisión.
Había esquivado el arresto, pero ¿por cuánto tiempo? Si el jefe de policía
de Haarlem sabía lo que estaba haciendo, ¿quién no lo sabía?
Ese mismo punto quedó claro cuando se enteró de que Jop había sido
arrestado mientras viajaba como mensajero. Cuando llegó a la dirección de
Ede, la Gestapo lo estaba esperando. Así que ahora volvía el riesgo de
siempre: si la Gestapo lo torturaba, probablemente hablaría. Y, como
mínimo, descubrirían dónde trabajaba.
El Beje volvió a ser peligroso.
Días después llegó otra advertencia cuando Kik, el hijo de Willem, visitó
el lugar. Mientras él y Corrie estaban sentados hablando en la escalera del
Beje, sonó el timbre y él se puso rígido.
—¿Por qué tienes miedo? —preguntó Corrie.
Pero ella no sabía que Kik estaba profundamente involucrado con la
Resistencia y trabajaba de cerca con el Ejército Británico. Para ayudar a los
pilotos de la raf, había construido una cabaña en el bosque y los escondía
activamente.
—Tante Corrie, estás en peligro, mucho más peligro del que puedes
imaginar.
—Kik, ¿no crees que nos protege el Señor junto con todos sus ángeles?
Kik se encogió de hombros.
—A veces sí, a veces no.
Para complicar las cosas, en enero aparecieron dos refugiados más en el
Beje. La casa ya estaba llena, pero Corrie no podía rechazarlos. Meta y Paula
Monsanto, dos hermanas, luteranas en su teología pero de ascendencia
judía, conocían a Corrie de la iglesia. Ella les había dicho que siempre tenían
un lugar con los Ten Boom, así que cuando un policía holandés informó a
las hermanas que estaban en la lista de arrestos de la Gestapo, ellas huyeron.
Meta, a quien todos llamaban «Tante Martha» porque tenía
aproximadamente la misma edad que Corrie y Betsie, era una mujer
delgada, tranquila y modesta. Al igual que los Ten Boom, tenía una fe
inquebrantable y era servicial y afectuosa. Incluso Eusi, que veía a los
cristianos judíos como apóstatas, admitió que la quería y la respetaba.
Paula, en cambio, era todo lo contrario; era extrovertida y hablaba
abiertamente por la frustración que le ocasionaba la pérdida de su libertad.
Sin embargo, también ella encajó en el grupo.
Tras la llegada de las hermanas Monsanto, se abrieron las compuertas. Al
parecer, todos veían al Beje como su mejor oportunidad de supervivencia.
«Nuestro refugio, tan conocido ahora, atraía a aquellos que necesitaban
desesperadamente un lugar donde quedarse o que necesitaban comida,
cupones o dinero», recuerda Hans de aquella época. «Aunque la casa estaba
a rebosar, los Ten Boom nunca rechazaron a nadie que no tuviera un lugar a
dónde ir[…] Al parecer, todos los días guiaban a alguien a un nuevo
escondite».
Cuando los Ten Boom no estaban buscando lugares para la gente,
estaban ocupados buscando y distribuyendo cartillas de racionamiento.
Mientras tanto, Hans se hundía más profundamente en la clandestinidad.
Como Haarlem necesitaba desesperadamente más cartillas de
racionamiento, la Resistencia planeó una incursión armada en el centro de
distribución. Hans, junto con otros agentes, practicó simulacros, exploró
rutas de escape y perfeccionó el plan de robo. Sin embargo, en el último
momento se suspendió la acción.
Hans nunca supo por qué, pero los cambios de última hora eran típicos
del trabajo clandestino. Todo, al parecer, ocurría de improviso.

La mañana del 14 de enero, Corrie llamó a su hermano. Fue extraño, pero la


voz que respondió el teléfono no era la de Willem ni la de Kik. Tartamudeó y
entonces lo comprendió. La Gestapo. Había llamado durante una redada.
Sin identificarse colgó el teléfono y corrió escaleras arriba.
—Tomen sus cosas y llévenlas al escondite, rápido —les dijo a Hans, Eusi
y los otros chicos—. Y quédense arriba… Prepárense para moverse en
cualquier momento.
Los chicos se apresuraron a trasladar sus pertenencias a la guarida de los
ángeles y Corrie se apresuró a notificar a las chicas. No le preocupaba que se
rastreara la llamada —hasta donde sabían, la Gestapo no podía hacer eso—,
pero a menudo allanaban las casas de familiares al mismo tiempo.
Durante más de 12 horas todos esperaron arriba, listos para entrar en la
guarida de los ángeles. Pero no fue necesario. Más tarde descubrieron que
Willem había logrado salir del peligro.
En medio de la tensión provocada por rumores, redadas y alarmas
aéreas, la familia del Beje se llevó una grata sorpresa en enero: la esposa de
Eusi, Dora, había dado a luz a su tercer hijo. Eusi corría por todos lados,
cantaba alabanzas, citaba pasajes del Antiguo Testamento y oraba por su
familia. Conociendo los peligros de visitar a Dora, le rogó a Hans que fuera.
A Hans no le entusiasmó la idea —ya corría bastante peligro con sus
actividades clandestinas—, pero Betsie y Mary lo convencieron.
Así que Hans se fue —en su trabajo como mensajero esta vez tenía que
entregar flores y bendiciones—. Regresó al Beje sin incidentes, pero cada
viaje del mensajero aumentaba dramáticamente sus probabilidades de ser
arrestado.
Durante la última semana del mes recibió la parte final de su nueva
identidad: un certificado de trabajo como pastor en la Iglesia Reformada
holandesa. Con sus credenciales profesionales y la identificación falsa que
había recibido antes, Hans creía que ahora podría aceptar trabajos más
arriesgados. No tuvo que esperar mucho.

5 de febrero de 1944
Hans sintió que alguien lo sacudía. No había dormido por más de unas
pocas horas y tardó en entender qué estaba pasando.
—¡Hans, Hans, despierta! —decía Corrie—. Vístete y baja. Tienes que ir
en una misión urgente. Te prepararé té y unos sándwiches mientras te
alistas.
Hans se vistió y bajó las escaleras. Mientras tomaba el desayuno, Corrie
le dio los detalles. La Gestapo había allanado la casa de la señora Van Asch
la noche anterior, le dijo. Entre sus cosas encontraron la dirección de un
trabajador clandestino de Soest. Su nombre era Van Rijn y la Gestapo
planeaba arrestarlo esa misma mañana, a menos que Hans pudiera
advertirle primero.
—Será mejor que tomes el primer tren a Ámsterdam —dijo Corrie—.
Ahora, oremos para que vuelvas sano y salvo.
Corrie hizo una rápida oración y le dio a Hans la dirección de Van Rijn.
El tren de las cuatro de la mañana en dirección a Ámsterdam, añadió, le
llevaría a la casa del hombre mientras todavía estaba oscuro.
Hans tomó el tren, pero en Ámsterdam no había un tren con conexión a
Soest sino hasta las seis.
Cuando era de día.
No tuvo más remedio que esperar. Al desembarcar en Soest, vio a dos
hombres con gabardinas que parecían lugareños. Les preguntó cómo llegar a
Vredehofstraat, la calle en la que vivía Van Rijn, y le dieron indicaciones.
Unos 15 minutos después tocó el timbre de la puerta del hombre. Van Rijn
abrió la puerta, todavía en pijama.
—¿Quién es usted? ¿Qué pasa?
Hans explicó lo que Corrie le había dicho y, mientras hablaba, apareció
la esposa de Van Rijn, quien comenzó a llorar ante la noticia. Hans recalcó
de nuevo que el hombre debía marcharse inmediatamente y le deseó suerte.
Mientras caminaba por el camino de entrada, vio dos figuras.
Los hombres en gabardina.
—¡Alto ahí! —gritó uno de ellos—. ¡Gestapo! ¿Quién es usted y qué hace
aquí tan temprano en una mañana de sábado?
—Les traje un mensaje a estas personas, de parte de sus parientes en
Amersfoort.
Los agentes de la Gestapo no le creyeron. Llevaron a Hans hasta la puerta
y la golpearon. Después de interrogar a Van Rijn, arrestaron y esposaron a
ambos hombres. Llorando de nuevo, la señora Van Rijn dijo que su marido
tenía una enfermedad cardiaca y les rogó que no lo llevaran. También
admitió que Hans había venido a advertirles.
Adiós cubierta.
En el tren de regreso a Haarlem, Hans trabajó mentalmente en su
historia. Sería, en el mejor de los casos, arriesgada. Los agentes se
identificaron como Willemse y Smit, y el primero comenzó la rutina del
«policía bueno». Tenía influencia en la sede de la Gestapo, dijo, y si Hans
cooperaba, podría sacarlo de allí. Pero cooperar significaba contar toda la
historia, incluyendo quién le había dado el mensaje y cómo se involucró.

—Además —dijo Willemse—, como ministro asociado no debe mentir.


Hans no había descubierto cómo evitar implicar a Corrie o al Beje, así
que compró algo de tiempo.
—No tengo nada que decir.
Willemse rio.
—Tendrás que cambiar ese tono cuando empecemos a trabajar contigo.
Pero será mejor que pienses dos veces, mientras aún pueda ayudarte.
Cuando te tengan en los cuarteles de Nassauplein, no podré hacer nada por
ti.
Hans se mordió la lengua y el hombre dejó de insistir.
Mientras los agentes lo escoltaban hasta la comisaría de policía de
Haarlem y luego hasta su celda, Hans volvió a pensar en su historia. Quizás
podría mantener a los Ten Boom fuera de esto, pero ¿qué pasaría con sus
padres? Peor aún, si los agentes registraran la casa de sus padres,
seguramente encontrarían el arma que había escondido detrás de los libros
en una de las estanterías de su habitación.
El pensamiento le atravesó el cerebro: la posesión de un arma de fuego se
castigaba con la muerte.
Una hora más tarde, Willemse regresó para llevarlo al cuartel general de
la Gestapo. Hans sabía lo que le esperaba. Nassauplein era para Haarlem lo
que Prinz-Albrecht-Strasse era para Berlín: una cámara de tortura diseñada
para extraer confesiones y nombres.
Willemse esposó a Hans y lo acompañó al interior del edificio. Lo llevó a
una habitación grande pero vacía en su mayor parte: la primera parada para
el interrogatorio. En una mesa larga con sillas a ambos lados, Smit estaba
sentado estudiando algunos papeles.
—¡Ah, ahí está nuestro ministro!
Willemse condujo a Hans a una sala adyacente, le quitó las esposas y
luego lo esposó de nuevo, esta vez a la calefacción central.
—Oh, cuando llamé para verificar sus documentos de identidad —dijo
Smit por sobre el hombre—, me encontré con que los idiotas esos del
registro civil ya se habían ido a su descanso del fin de semana.
Hans suspiró aliviado. Si los empleados hubiesen estado, los registros
habrían revelado que el verdadero cumpleaños de Hans era en una fecha
distinta a su documento de identidad y, por lo tanto, que el documento
había sido alterado.
Después de un rato, Willemse regresó y acompañó a Hans de regreso a la
sala principal. Esposó a Hans a una silla y los agentes se pusieron a trabajar.
Una y otra vez le preguntaron a Hans su verdadera identidad, cómo había
recibido el mensaje para dar aviso a Van Rijn, quiénes eran sus contactos,
cuál era su dirección clandestina, el tipo de trabajo de la Resistencia que
estaba haciendo y durante cuánto tiempo. Cuando Willemse y Smit se
sintieron frustrados por las respuestas indiferentes de Hans, recurrieron a
gritos y amenazas.
Hans sintió que tenía su historia bajo control, pero mantuvo a los agentes
a raya el mayor tiempo posible; cada minuto ganado podría dar tiempo a sus
padres o a los del Beje para huir cuando se dieran cuenta de que había sido
arrestado.
Y entonces comenzó el espectáculo. Uno de los agentes presionó un
interruptor y una luz poderosa iluminó directamente los ojos de Hans,
cegándolo. Con las luces del techo apagadas, la habitación estaba a oscuras
salvo por el haz de interrogatorio. Las preguntas surgieron rápidamente.

¿Quién eres?
¿Quién te reclutó?
¿Quién es tu supervisor clandestino?
¿Quién te envió a dar aviso a Van Rijn?
¿Con quién más trabajas?
¿Dónde está tu cuartel clandestino?

A pesar de que estaba hambriento, cansado y mareado, Hans se apegó a sus


respuestas evasivas.
Frustrados, los agentes le advirtieron a Hans que sería torturado y que
arrestarían a sus parientes. Asumiendo la efectividad de sus presiones,
Willemse y Smit se alternaron para bombardearlo con más preguntas. Hans
siguió evasivo, a pesar de que sabía que la tortura —y probablemente su
muerte— estaban a solo unos minutos de distancia.
Dijo una oración rápida y silenciosa pidiendo guía y se le ocurrió una
idea. Cuando se presentó la oportunidad, fingió derrumbarse,
desplomándose bajo la presión, y rogó a los agentes que se detuvieran.
Willemse y Smit, desconcertados, dejaron de hacer preguntas. Sin embargo,
dejaron una luz en el rostro de Hans mientras contaba la historia que había
inventado.
Tenía un amigo, les dijo a los agentes, a quien se había acercado en
diciembre para involucrarse en la clandestinidad. Por razones que
desconoce, el hombre nunca restableció el contacto. Luego, anoche alguien
tocó el timbre de su puerta y cuando fue a abrir, solo encontró una nota que
le decía que diera aviso a Van Rijn. Memorizó la dirección, dijo, y luego
quemó la nota.
En ese momento, los agentes le preguntaron el nombre de su contacto y
Hans estaba listo: Evert Van Leyenhorst. Leyenhorst era en realidad un
trabajador clandestino, pero Hans sabía que la Gestapo lo había matado en
diciembre, por lo que Willemse y Smit llegarían a un callejón sin salida. Los
agentes hicieron algunas preguntas más, pero Hans se ciñó a su historia y les
dijo que no sabía nada más.
—¿Te das cuenta de que ahora iremos a tu casa para verificar la historia?
—preguntó Smit.
Hans asintió y Willemse lo devolvió a su sitio —amarrado al calefactor
—. Luego desaparecieron los dos agentes.
«Así comenzó la hora más oscura de mi vida», recordó Hans. «Sabía que
la historia o comentarios de mis padres podrían exponer la mía como un
montón de mentiras. Estaba seguro de que saquearían nuestra casa en busca
de material incriminatorio. Sabía que encontrarían mi arma y sabía que ese
sería el final, porque la posesión de un arma… invariablemente significaba
el pelotón de fusilamiento. Había llegado al final de mis posibilidades. La
sombra de la muerte caía sobre mí».
En un lapso de minutos, Hans lo había perdido todo: a Mies, a sus
padres, su futuro. El temor y la angustia se apoderaron de él y rezó para que
Dios estuviera con él durante la prueba que seguiría. Un momento después
lo invadió un sentimiento de calma y confianza.
«La paz que me invadió venció las otras emociones —puro terror y enojo
hacia mí mismo— que daban vueltas en mi interior. Pasara lo que pasara
ahora, yo era Suyo y estaba en Sus manos y a salvo. Ya nadie podría hacerme
daño. Me sentí fuera de mis preocupaciones y agonía; estaba sentado sobre
una roca donde ningún poder mundano podría alcanzarme… Seguía
esposado a la calefacción, pero me sentía libre, más libre de lo que me había
sentido nunca antes».
De vuelta en casa de los Ten Boom, Corrie y los refugiados entraron en
acción. Cuando Hans no regresó, sospecharon que lo habían arrestado y que
en cualquier momento podría producirse un allanamiento en la casa. Una
vez más limpiaron el lugar de papeles incriminatorios y efectos personales
de los refugiados. Eusi, Mary, Tante Martha y Ronnie huyeron a otras casas y
los Ten Boom hicieron todo lo posible para que la tienda y la casa volvieran
a parecer «normales».
Esa tarde, un amable policía holandés pasó por allí e informó a Corrie
que, efectivamente, Hans había sido arrestado y se encontraba en la
comisaría. Corrie, Betsie y Opa finalizaron los preparativos para la visita de
la Gestapo que, indudablemente, se produciría pronto.

Hans esperó todo el día y hasta bien entrada la noche antes de que Willemse
y Smit volvieran. Cuando regresaron, aumentó su ansiedad. ¿Habían
arrestado a sus padres? Tal vez estaban encerrados en la cárcel de Haarlem en
ese mismo momento.
Willemse le quitó las esposas y lo llevó a la mesa en el cuarto principal de
interrogaciones.
—Bueno, probablemente ya sabes qué es lo que encontramos —dijo Smit
—. Y probablemente sabes lo que eso significa para ti.

Notas:
1. Nationaal-Socialistische Beweging in Nederland (Movimiento Nacionalso-cialista en los
Países Bajos) (N. del A.).
2. En 1944 la clandestinidad holandesa asesinaría a más de trescientos líderes del nsb (N. del
A.).
CAPÍTULO 12
SEISCIENTOS FLORINES

Hans miró a Smit complaciente; su destino era un hecho consumado. Estaba


al fin del camino. Sería ejecutado y nunca sabría qué pasó con sus padres. O
con Mies.
Elevó una rápida oración: «¡Dios, quédate conmigo, dame valor!».
Smit dejó un maletín sobre la mesa y mostró lo que habían encontrado
durante la búsqueda: algunos documentos clandestinos y un cuchillo de boy
scout.
Hans miró los objetos con incredulidad. Era demasiado bueno para ser
verdad. Por supuesto, los documentos significarían prisión o campo de
concentración, pero no ejecución. «¿Cómo fue que Willemse y Smit no
encontraron mi arma?», se preguntó. «¿No registraron su librero?».
De hecho, los alemanes habían registrado el librero. Contenía 24 estantes
y habían tirado al suelo los libros de 21. Su arma permaneció detrás de uno
de los tres estantes intactos.
El corazón de Hans se hinchó. En verdad, Dios lo había librado del foso
de los leones. Ante los agentes de la Gestapo, sin embargo, fingió
culpabilidad e inclinó la cabeza.
—Lo que tus padres admitieron corrobora tu historia —dijo Willemse—.
Eso lo hace más sencillo para nosotros.
Para Hans, esto significaba que había ganado dos veces: no habían
arrestado ni a sus padres ni a los Ten Boom. Con el corazón agradecido,
acompañó a los agentes de vuelta a la estación de policía.
El domingo por la mañana, Hans escuchó pasos que se acercaban a su celda.
No podía ver a nadie, pero escuchó una voz tranquila:
—Hans, saludos de parte de Tante Kees.
Se quedó helado. ¿Era una trampa? ¿Por qué Corrie arriesgaría su vida
para venir a visitarlo? Si la voz pertenecía a una mujer que operaba para la
Gestapo y él la reconocía, implicaría a Corrie, Betsie y Opa. Decidió ir a lo
seguro.
—No sé de quién habla.
Luego otra voz:
—Pregunta si puede hacer algo por ti.
La mente de Hans iba a mil por hora. Si Corrie realmente estaba allí,
¿por qué necesitaba que alguien más hablara por ella? ¿Y por qué no podía
simplemente aparecer frente a él para que pudiera verla? No tenía sentido.
—¡Déjeme en paz!
Los pasos retrocedieron.
Por la tarde aparecieron Smit y Willemse, que lo llevaron de nuevo a la
sala de interrogatorios de Nassauplein. Una y otra vez pusieron a prueba su
historia, tratando de encontrar alguna inconsistencia. Repitió lo que ya les
había dicho y finalmente los agentes quedaron satisfechos; lo llevaron de
vuelta a la comisaría.
Una hora más tarde, Hans volvió a oír la voz. El susurro desconocido.
Consideró lo que la Gestapo podría saber. Hasta donde él sabía, ni los
Ten Boom ni los del Beje habían sido implicados o expuestos. Esperó sin
responder y la suave voz continuó. Todavía no podía decir si la mujer era
Corrie, pero quienquiera que estuviera hablando mencionó nombres
clandestinos y detalles que solo Corrie o alguien de la clandestinidad
conocería. Aun así, el riesgo existía.
—Dígales que no se preocupen por mí —dijo—. Estoy bien, pero pídale
al abuelo que rece por mí.
Los pasos retrocedieron.
A partir de ese momento, Hans se quedó solo. Solo con emociones
intermitentes de esperanza, desesperación, miedo y soledad.
Constantemente le dolía el estómago ante la idea de que sus padres, Corrie y
Mies corrían el riesgo de ser interrogados —tal vez incluso torturados—
sobre sus actividades.
Días después cayó el primero: Kik, el hijo de Willem, fue arrestado.
Poco después llegó un guardia para informar a Hans que lo iban a
transportar a prisión. Lo tomó como una victoria. Si hubieran arrestado a
sus padres, Corrie o Mies, razonó, lo habrían retenido en la comisaría para
someterlo a más interrogatorios. Al parecer, la Gestapo había cerrado su
caso.
Lo que no podía saber en ese momento era que la Gestapo tenía mucho
más en sus manos que unos pocos trabajadores advenedizos de la
Resistencia holandesa. Desde el momento en que Hitler llegó al poder en
1933, los líderes militares alemanes habían conspirado para acabar con él, ya
fuera mediante asesinato o arresto y juicio. En 1938, el llamado complot de
los generales para derrocar o matar a Hitler involucró a los más altos
dirigentes del ejército alemán. En marzo de 1943 intentaron asesinar a Hitler
dos veces, y otras seis veces entre septiembre de 1943 y enero de 1944.
Sin embargo, ahora, en febrero de 1944, los conspiradores habían
adquirido una velocidad y organización admirables. Mientras que tres
conspiradores civiles —el pastor Dietrich Bonhoeffer, el abogado Hans von
Dohnanyi y el diplomático y doctor Josef Müller— habían sido arrestados 10
meses antes, la Gestapo no tenía aún ninguna prueba consistente de
conspiración en contra del Führer. También tenían sospechas sobre el
general Hans Oster, segundo al mando del almirante Wilhelm Canaris en la
Abwehr. Al darse cuenta de que la Gestapo podría asaltar su oficina, Oster
destruyó los documentos incriminatorios en el último momento. En
diciembre de 1943 la Gestapo le obligó a dimitir de la Abwehr y lo puso bajo
arresto domiciliario.
La Gestapo también desconfiaba del propio Canaris —profundamente
involucrado en la conspiración—, pero no lo arrestó. Y así cobró impulso el
complot de los jefes militares.1
En enero de 1944, los conspiradores habían sumado a sus líneas a su
mayor arma: el mariscal de campo Erwin Rommel, el hombre más popular
de Alemania. Ese mismo mes había sido nombrado comandante del Grupo
de Ejércitos B en occidente, con la tarea de derrotar un desembarco aliado
en Francia. Como parte de su nuevo trabajo, Rommel pasó un tiempo
considerable con dos viejos amigos, el general Alexander von Falkenhausen,
gobernador militar de Bélgica y el norte de Francia, y el general Karl-
Heinrich von Stuelpnagel, gobernador militar de Francia. Ambos generales
formaban parte de la conspiración antihitleriana y convencieron a Rommel
de unirse.
Hacia finales de febrero, Rommel se reunió con otro amigo, el doctor
Karl Stroelin, alcalde de Stuttgart, en la casa de Rommel en Herrlingen.
Stroelin también fue uno de los conspiradores, e informó a Rommel que
varios altos oficiales del ejército al este proponían arrestar a Hitler y
obligarlo a anunciar por radio que había abdicado. Rommel dijo que lo
aprobaba, pero Stroelin quería más.
—Usted es el único —le dijo al mariscal de campo— que puede evitar
una guerra civil en Alemania. Debe prestar su nombre al movimiento.
Rommel reflexionó durante varios momentos y luego dijo:
—Creo que es mi deber ir al rescate de Alemania.
Sin embargo, se opuso a asesinar a Hitler y enfatizó que el Führer debía
ser arrestado por la Wehrmacht y juzgado ante un tribunal alemán por
crímenes contra su propio pueblo y en las tierras ocupadas.
Al parecer, en Alemania y en todos los países ocupados había una
antorcha encendida.

En Arnhem, Audrey Hepburn y su familia habían estado esperando durante


un largo tiempo a que los alemanes tomaran su casa; ya habían tomado mas
de 100 villas en el área de Arnhem-Velp.
En efecto, los soldados alemanes habían tocado a su puerta un día, no
para tomarla, sino para poner una estación de monitoreo de radio en el
ático. Mientras que Audrey y su familia sentían el alivio de no quedarse sin
hogar, tener una radio en su casa significaba que había soldados entrando y
saliendo a todas horas del día.

La tercera semana de febrero trajo un espectáculo aterrador pero alentador a


las ciudades de Arnhem, Nijmegen, Haarlem y Ámsterdam. A partir del 20
de febrero, las Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos en Europa,
junto con el Comando de Bombarderos de la raf de Gran Bretaña,
comenzaron la operación Argumento, más conocida como «Gran Semana»:
una serie de bombardeos de seis días para destruir la industria aeronáutica
alemana, incluidos los pilotos de combate. Durante el día, Estados Unidos
envió unos 3 800 bombarderos con escoltas de cazas y, durante la noche, la
raf envió 2 351 bombarderos. Dado que la Luftwaffe tenía una base de
combate no lejos de la casa de Audrey en Velp, ella y su familia fueron
testigos de algunas de las peleas aéreas más crueles de la guerra. También en
Haarlem, todos en el Beje vieron innumerables oleadas de aviones aliados
sobre sus cabezas, con cañones antiaéreos alemanes o cazas persiguiéndolos.
Cada día caían del cielo aviones estadounidenses, británicos y alemanes en
llamas, a menudo con un paracaídas detrás. El día 23, debido a las
inclemencias del tiempo, bombarderos estadounidenses atacaron
accidentalmente Nijmegen, matando a unos 200 civiles.
Pero la campaña tuvo éxito: al final de la semana, la Fuerza Aérea de
Estados Unidos y la raf habían lanzado casi 20 000 toneladas de bombas
sobre fábricas alemanas de municiones y cazas, destruyendo casi el 40% de
sus aviones. Durante el mes mataron a 434 pilotos de combate enemigos.
Pero los aliados también sufrieron pérdidas terribles: más de 400 aviones,
cuyas tripulaciones de paracaidistas fueron capturadas por los alemanes u
ocultas por la Resistencia holandesa.
Muchos de los pilotos heridos terminaron en el hospital de Velp, no lejos
de donde vivía Audrey, que se había convertido en un improvisado cuartel
general de la Resistencia. Resultó que todos los médicos que trabajaban allí
escondían a judíos en sus casas.2 Un médico especialmente activo en la
clandestinidad era el doctor Hendrik Visser᾿t Hooft, de 39 años, a quien
Audrey empezó a ayudar. En ese momento solo tenía 14 años y la mayoría
de sus tareas eran de baja categoría. Sin embargo, poco después de cumplir
15 años, decidió contribuir más activamente a la Resistencia. Audrey, un
prodigio del ballet, comenzó a ofrecer espectáculos de danza privados en
hogares cercanos y donó las ganancias a los grupos clandestinos.

Hacia el 26 de febrero, el Beje permanecía en un relativo silencio. Casi


demasiado silencio. Muchos de los refugiados regulares habían regresado y
la casa era, una vez más, un centro de la Resistencia.
Una tarde, varios trabajadores clandestinos se reunieron en la sala de
visitas, entre ellos se encontraba Reynout Siertsema (alias «Arnold») —líder
de la Resistencia de Haarlem— para discutir sus planes. Mientras hablaban,
Corrie irrumpió en la habitación.
—Escuchen, se nos termina el dinero. Incluso algunas personas aquí lo
necesitan con desesperación. ¿Se unirán a mí para rezar por ese dinero?
Los miembros de la Resistencia se miraron los unos a los otros. Este no
era el modo en el que usualmente solucionaban los problemas. Sin embargo,
estaban en el Beje, y Corrie era libre de ayudar a su manera. Todos
inclinaron la cabeza.
—Hacemos este trabajo como siervos Tuyos —rezó Corrie— y a Tu
servicio. Si no logramos completar nuestro trabajo por falta de dinero, es Tu
causa la que sufre.
Mientras Corrie seguía orando, sonó el timbre de la puerta y Martha fue
a responder. Para cuando Corrie terminó, Martha volvió sosteniendo un
sobre que alguien había dejado.
Contenía 600 florines.
Ese dinero, sin embargo, sería entregado después a una destinataria
sorpresiva.

La mañana del 28 de febrero fue fría y lluviosa, y Corrie yacía en cama


enferma con gripe y le dolía todo: la cabeza, las articulaciones, la garganta.
Eusi entró a guardar ropa de cama y pijamas en la guarida de los ángeles,
seguido por Mary y Thea con sus cosas. Cuando se fueron, Corrie intentó
volver a dormirse, pero apareció Betsie con té caliente.
—Lamento despertarte, Corrie. Pero hay un hombre abajo, en la tienda,
que insiste en hablar contigo.
—¿Quién es?
—Dice que es de Ermelo. Nunca lo había visto.
Corrie se sentó para dar un sorbo al té. Después de un minuto se vistió y
se encaminó para bajar. Sin embargo, al inicio de las escaleras sintió una
oleada de vértigo. Se aferró al barandal y comenzó a bajar lentamente hasta
que llegó a la tienda, donde un hombre pequeño con cabello arenoso dio un
paso adelante.
—¡Señorita Ten Boom!
Corrie intentó verlo a los ojos, pero este estaba mirándole los labios.
—¿Sí? ¿Se trata de algún reloj?
—No —respondió él—. ¡Es algo mucho más serio!
Corrie intentó verlo a los ojos una vez más, pero estos estaban ahora
mirando el resto de su cara.
—Señorita Ten Boom, mi esposa fue arrestada en Alkmaar. Hemos
estado escondiendo judíos, ¿sabe? Si la interrogan, nuestras vidas estarán en
peligro.
—No sé cómo puedo ayudar yo.
—Necesito 600 florines. Hay un policía en la estación de policía de
Ermelo al que puedo sobornar por esa cantidad.
La historia era extraña. Las ciudades de Alkmaar y Ermelo estaban a
unos 115 kilómetros de distancia. Si su esposa era arrestada en Alkmaar,
¿cómo podía ayudar un guardia de Ermelo?
—Soy un hombre pobre —siguió él— y me han dicho que usted tiene
ciertos contactos.
—¿Contactos?
El hombre guardó silencio y Corrie preguntó si podía brindarle
referencias para asegurarse de que era de confianza.3 No podía.
—¡Señorita Ten Boom! ¡Es una cuestión de vida o muerte! Si no consigo
el dinero de inmediato, la llevarán a Ámsterdam y entonces será demasiado
tarde.
Corrie se detuvo un momento. Si su esposa había sido atrapada por
esconder judíos, sería llevada a Ámsterdam y una vez ahí, sería demasiado
tarde. Le dijo al hombre que regresara en media hora y que entonces tendría
el dinero.
El hombre le agradeció y Corrie envió a un mensajero al banco para
sacar 600 florines y dárselos al hombre cuando volviera. Hecho esto, subió
lentamente las escaleras. Sin embargo, desafortunadamente, su fiebre ahora
se había convertido en escalofríos. Se desvistió, rellenó su vaporizador y
volvió a meterse en la cama.
Una vez más se le había pedido que tomara una decisión rápida para
ayudar a la clandestinidad y ahora solo quería dormir. Mañana sería otro día
y podría volver a conseguir cartillas de racionamiento. Mientras tanto,
probablemente había salvado a la esposa de ese hombre.
Pero todo lo que el hombre dijo era mentira.

Notas:

1. Hacia finales de 1943, entre quienes organizaban el movimiento para derrocar a Hitler se
encontraban el general Ludwig Beck, exjefe del Estado Mayor del Ejército; el general Friedrich
Olbricht, de la Oficina General del Ejército; el general Hellmuth Stieff, jefe de la Rama
Organizativa del Alto Mando del Ejército (okh); el general Eduard Wagner, primer intendente
general del Ejército; el general Erich Fellgiebel, jefe de señales del okh; el general Fritz
Lindemann, jefe de la Oficina de Artillería; el general Paul von Hase, jefe del Kommandantur
de Berlín; y el coronel Freiherr von Roenne, jefe de la Sección de Ejércitos Extranjeros (N. del
A.).
2. Por ejemplo, el doctor Wim Op te Winkel escondió a 13 judíos y buceadores holandeses en
su hogar, mientras que el doctor Willem Portheine y el doctor Vince Haag también
escondieron judíos (N. del A.).
3. Cuando los trabajadores clandestinos se encontraban, había dos medidas de seguridad para
asegurarse de que una persona recién llegada no era un informante o agente de la Gestapo. Diet
Eman, una agente joven de la Resistencia en Ámsterdam, recordaba una reunión a la que fue
citada durante la primavera de 1943: «Cuando llegué al lugar por primera vez, tuve que dar
algunas frases cifradas para identificarme como alguien confiable. Toqué el timbre y dije las
palabras correctas, luego una mujer[...] me invitó a pasar. El espacio era muy pequeño, era un
departamento de una sola persona[...] Tenía una sala pequeña, un dormitorio minúsculo, una
cocineta, una regadera y un baño[...] Y en ese pequeño lugar se escondían 27 judíos». Si no se
tenían palabras clave, se podían dar nombres de otras personas clandestinas. Corrie no recibió
ni palabras clave ni nombres del hombre frente a ella (N. del A.).
CAPÍTULO 13
ATRAPADOS

Zzzzzst. Zzzzzst. Zzzzzst. El zumbido de una alarma.


Mientras Corrie se encontraba entre el sueño y la realidad, escuchó el
movimiento de pies y luego un susurro:
—¡Rápido! ¡Rápido!
Se incorporó y vio a los refugiados pasar corriendo junto a su cama.
Martha y Ronnie entraban arrastrándose en la guarida de los ángeles cuando
llegó Eusi. Tenía el rostro pálido y la pipa y el cenicero tintineaban en su
mano. Entonces Mary entró corriendo, seguida por dos agentes de la
Resistencia visitantes, Arnold y Hans.1 Contó rápidamente —seis— y cerró
el panel corredizo. Abajo oyó portazos y luego pasos en las escaleras.
Al mirar por la habitación vio su maletín, que contenía nombres y
direcciones de trabajadores clandestinos. Lo tomó, levantó la puerta
corrediza, la empujó hacia adentro y la cerró de golpe otra vez. Su «bolsa de
prisión» yacía a su lado, así que la arrojó frente al panel, se quitó la bata y
saltó a la cama.
Segundos después, la puerta de su dormitorio se abrió de golpe.
—¿Cómo se llama? —gritó un hombre alto y robusto.
Vestía un traje azul y Corrie asumió que era de la Gestapo.
—¿Qué? —preguntó ella, sentándose.
—¡Su nombre!
—Cornelia Ten Boom.
—Tenemos a otro aquí, Willemse —gritó el hombre hacia la puerta. Se
volvió a Corrie—. ¡Levántese! ¡Vístase!
Corrie tomó su ropa y el agente miró a sus propias notas.
—¡Así que usted es la líder! Dígame, ¿dónde esconde a los judíos?
—No sé de qué me está hablando.
El agente se rio.
—Y tampoco sabe nada sobre el trabajo clandestino. ¡Ya veremos!
Corrie se puso la ropa sobre la pijama y el agente volvió a ladrar.
—¿Dónde está su habitación secreta?
Una vez más, Corrie fingió ignorancia.
—No importa. Sabemos que tiene judíos escondidos aquí y vamos a
encontrarlos. Buscaremos y le daremos la vuelta a esta casa. ¡La vigilaremos
hasta que se mueran de hambre o se conviertan en momias!
Corrie estaba a punto de tomar su bolso de prisión, pero ya que lo había
dejado frente al panel secreto, decidió no llamar la atención en aquella
dirección. Salió de la habitación sin nada para el calvario que sabía que se
avecinaba. Aún sintiendo los efectos de la gripe, volvió a bajar lentamente
las escaleras. Pero el agente de la Gestapo la empujó por detrás y ella
tropezó.
Cuando llegaron abajo, la sala estaba llena: Opa, Betsie, Willem, Nollie,
el señor Ineke y Henny Van Dantzig, junto con los invitados que habían
venido para el estudio bíblico de Willem. Willemse, el agente de la Gestapo
que había interrogado a Hans Poley, estaba ocupado rebuscando en la plata
y las joyas que había puesto sobre la mesa del comedor.
Al mirar a su derecha, Corrie notó que el letrero de vigilancia de Alpina
—el código de «es seguro pasar» del Beje para los clandestinos— todavía
estaba en la ventana del callejón. Corrie fingió tropezar y tiró el cartel del
alféizar. Willemse lo escuchó caer al suelo y se acercó.
—Es una señal, ¿no?
Lo devolvió a la cornisa.
La trampa permanecería abierta.
El agente que había empujado a Corrie por el corredor, luego le dijo a
Willemse:
—Mi informante dice que ella es la líder de todo el movimiento.
Willemse miró a Corrie y luego hacia atrás.
—Kapteyn, ya sabes qué hacer.
Kapteyn tomó a Corrie del brazo y la empujó por las escaleras que
conducían a la tienda. Un soldado hacía guardia en la puerta principal y
Kapteyn le ordenó que se quitara las gafas. Cuando lo hizo, la empujó contra
la pared.
—¿Dónde están los judíos?
—Aquí no hay judíos.
Kapteyn la abofeteó.
—¿Dónde escondes las tarjetas de racionamiento?
—No sé de qué…
Kapteyn la golpeó de nuevo, con más fuerza. Las rodillas de Corrie se
doblaron. Recuperó el equilibrio apoyándose en el reloj astronómico, pero
antes de que pudiera pronunciar palabra, él la abofeteó una y otra y otra vez.
—¿Dónde están los judíos?
Otro golpe.
—¿Dónde está tu habitación secreta?
Corrie podía sentir el sabor de la sangre en la boca, y los golpes, junto
con la gripe, le estaban haciendo perder el conocimiento. Le zumbaban los
oídos por los golpes y gritaba:
—¡Señor Jesús, protégeme!
Kapteyn, a punto de asestar otra bofetada, se detuvo en el aire:
—¡Si vuelves a decir ese nombre te mato!
La cabeza de Corrie latía con fuerza mientras luchaba por permanecer
de pie. Kapteyn abandonó el interrogatorio, murmurando sobre un «flaco»
que hablaría. La empujó escaleras arriba y la sentó en una silla en el
comedor. Luego, Kapteyn tomó a Betsie y la sacó de la habitación.
Arriba, Corrie podía escuchar golpes y el arrastrar de muebles mientras
la Gestapo registraba su hogar. Luego sonó el timbre del callejón. Willemse
corrió para responder y Corrie escuchó el intercambio.
—¿Ya escucharon? —preguntó una mujer—. ¡Tienen a Oom Herman!
Corrie se echó hacia atrás. Pickwick. Tenían al líder de la clandestinidad
de Haarlem y querido amigo de los Ten Boom.
Willemse siguió el juego para convencer a la mujer de que le diera
detalles, luego la arrestó y la llevó arriba.
En ese momento Betsie entró tambaleándose en la habitación. Tenía los
labios hinchados y un moretón en la mejilla.
—¿Te golpearon? —preguntó Nollie desde el otro lado de la habitación.
—Sí —dijo Betsie, secándose la sangre del labio— y siento mucha lástima
por el hombre que me golpeó.
—¡Los prisioneros guardarán silencio! —gritó Kapteyn.
Un momento después, otro alemán trajo de la tienda una caja de relojes
pertenecientes a judíos, y luego aparecieron dos agentes más que bajaban las
escaleras con la radio escondida en los escalones.
—Ciudadanos respetuosos de la ley, ¿verdad? —Kapteyn sonrió—. ¡Tú!
—dijo, señalando a Opa—. Veo que crees en la Biblia. Dime, ¿qué dice ahí
sobre obedecer al gobierno?
Opa sabía que se refería a la advertencia de Pablo a los romanos2 de que
obedecieran a las autoridades gobernantes, pero había más que eso.
—Temor a Dios, honor a la reina.
—Eso no es verdad; la Biblia no dice eso.
—No, dice «Temor a Dios y honra al rey», pero en nuestro caso hay una
reina.
Justo entonces sonó el teléfono y Willemse tomó por la cintura a Corrie y
la arrastró hacia sí.
—¡Responde! —ordenó, sosteniendo el teléfono de manera que ambos
pudieran escuchar al interlocutor.
Corrie intentó responder con tanta firmeza como le fuera posible.
—Residencia y relojería Ten Boom.
—¡Señorita Ten Boom! —explotó el interlocutor—, ¡está en terrible
peligro! ¡Arrestaron a Herman Sluring! ¡Lo saben todo! ¡Tenga cuidado!
Tan pronto como colgó la persona que había llamado volvió a sonar el
teléfono. Willemse continuó sosteniéndola tanto a ella como al teléfono y
Corrie repitió el rígido saludo.
—Han llevado a Oom Herman a la comisaría —dijo la persona al
teléfono—. Eso significa que están al tanto de todo.
Corrie colgó y Willemse la devolvió al comedor. Otro agente de la
Gestapo, a quien Corrie no había visto antes, entró y dijo:
—Hemos registrado todo el lugar, Willemse. Si aquí hay una habitación
secreta, la construyó el mismo diablo.
Willemse miró a Betsie, luego a Opa y luego a Corrie.
—Hay una habitación secreta. Y la gente la está usando o lo habrían
admitido. Está bien. Pondremos una guardia alrededor de la casa hasta que
se hayan convertido en momias.
Willemse ordenó a todos que se pusieran de pie y otro agente trajo a
Willem y a los que estaban en su estudio bíblico. Juntos, informó Willemse,
el grupo arrestado caminaría hasta la comisaría de policía en Smedestraat, a
unos 100 pasos del Beje.
Afuera, en el frío glacial, Corrie se estremeció de camino a la estación.
Cuando llegaron, notó que había un número significativo de soldados
alemanes en el vestíbulo, aparentemente esperando para trasladar a los
arrestados a prisión. Willemse condujo al grupo a una gran sala que alguna
vez se usó como gimnasio y les dijo que se sentaran en las colchonetas
esparcidas por ahí. Acurrucados en varios grupos a su alrededor, Corrie vio
a varios de sus vecinos, pero no a Pickwick.

—¿Quién está ahí?


Uno a uno, Martha, Mary, Eusi, Ronnie, Arnold y Hans susurraron sus
nombres. Después de unos momentos buscaron suministros y fue
lamentable: mantas, sábanas y algunas galletas. No había agua ni comida
real. Intentaron ponerse cómodos pero el espacio era tan reducido que dos
tuvieron que estar de pie mientras los otros cuatro estaban sentados.
Así que iban y venían, moviéndose y cambiando de lugar durante horas.
Y había otra cosa que habían descuidado: con todos sus simulacros
metiéndose en el escondite, nunca habían previsto estar encerrados durante
horas, o cómo abordarían las necesidades corporales sin un baño.
Al caer la noche, la desesperación se apoderó de ellos. ¿Cómo lograrían
salir? Corrie, Betsie, Opa y todos los que estaban en la casa durante la
redada habrían sido arrestados, y nadie más sabía que se escondían en la
guarida de los ángeles.
En ese momento sonó el timbre del callejón del Beje. Llegó en el código
previsto para cuando lo visitara un trabajador clandestino de confianza: tres
timbres cortos. Toda persona que llegara a la casa de esta manera sería
arrestada por la Gestapo que estaba esperando, pero no había forma de
advertirles.

Peter soltó el timbre y retrocedió hacia las sombras.


Un hombre con voz profunda abrió la puerta y lo invitó a pasar. Peter no
lo conocía, pero los trabajadores de la Resistencia a menudo respondían a la
entrada del callejón. El hombre lo condujo escaleras arriba hasta la sala de
estar. La mayoría de veces en que hacía visitas al Beje, Peter encontraba a los
Ten Boom y a varios judíos leyendo o escuchando la radio. Sin embargo,
frente a él ahora había un grupo de extraños. Uno a uno, se presentaron
como miembros de la clandestinidad. Invitaron a Peter a sentarse y unirse a
la conversación.
—Tenemos una noticia muy triste —dijo uno de ellos—. Parte de la
organización ha sido descubierta y nuestros planes se han hecho añicos en
muchos lugares. Los nazis se han enterado de nuestro trabajo y, para
empeorar las cosas, han capturado al tío Herman.
Peter miró alrededor de la habitación. Todos parecían estar mirándolo,
esperando su respuesta. Algo andaba mal. Recordó que ni siquiera lo habían
examinado como miembro clandestino. No dijo nada y no mostró ninguna
reacción.
—¡Tenemos que hacer algo rápido! —añadió otro—. ¿Qué opinas sobre
un atraco en la prisión donde se encuentra el tío Herman?
Peter permaneció en silencio.
—Sólo hay un problema en intentar sacar al tío Herman de la cárcel —
dijo el primer orador, volviéndose hacia Peter—. No tenemos suficientes
armas para gestionar con éxito tal empresa. ¿Quizás podrías ayudarnos a
conseguir algunas?
Peter entró en papel.
—Lo siento, señor. ¿Está seguro de que no ha habido algún
malentendido? Yo soy asistente de un ministro. Ahora, si pudiera ayudarle
con algo en ese sentido, estaría encantado. Realmente lamento no poder ser
de ayuda. Si me disculpan, debería irme. Tengo algo de trabajo por hacer.
Peter se puso de pie de un salto y se dirigió hacia la puerta cuando un
hombre se paró frente a él, con el revólver listo.
—Creo que será mejor que te sientes, amigo. Eres un prisionero.
Peter tomó asiento e hizo una mueca al escuchar el timbre del callejón
sonar una y otra vez con el código secreto: más trabajadores clandestinos
que serían arrestados. Más tarde esa noche, él y varios otros miembros de la
Resistencia fueron transportados a la comisaría. Mirando a su alrededor, vio
a Opa, Corrie, Betsie, Willem y luego a otros 30 amigos que habían sido
atrapados en la redada del Beje. Dio otro vistazo y tembló; su madre había
sido arrestada.
—¡Silencio aquí! —gritó un policía holandés. Le dijo algo en privado a
Willem y volvió a gritar—: los baños están en la parte trasera. Pueden ir uno
por uno con una escolta.
Willem se acercó a Corrie y se sentó.
—Dice que podemos tirar por el inodoro los documentos
incriminatorios si los trituramos lo suficiente.
Corrie revisó sus bolsillos, pero lo único que encontró fueron algunos
pedazos de papel y un poco de dinero en su billetera.
Uno por uno se dirigieron a los baños. Henk Van Riessen estaba inquieto
porque llegara su turno. Tenía los bolsillos llenos de notas de la Resistencia
y, sorprendentemente, no lo habían registrado en el Beje. Una vez dentro del
baño cerró la puerta y comenzó a tirar su contrabando en el inodoro. Pero
puso demasiado papel y el inodoro se atascó. Tiró varias veces la palanca
para poder deshacerse de la evidencia.
Cuando salió, un policía que estaba justo afuera de la puerta le preguntó
si había podido deshacerse de todo. Al darse cuenta de que el oficial era un
holandés leal, Henk revisó sus bolsillos y descubrió que se le había escapado
tirar un papel: un chiste sobre Hitler.
—Dámelo, rápido —dijo el oficial—, y yo me desharé de él.
Henk se lo entregó y luego entró Peter al baño. Cuando cerró la puerta,
se percató de que algunos de los papeles de Henk habían vuelto a la
superficie y flotaban en el agua. Intentó volver a jalar la palanca pero no
lograban irse, así que los empujó con su mano.

Más tarde, antes de que intentaran dormir, Opa llamó a los Ten Boom para
que se reunieran a su alrededor y le pidió a uno de los guardias la Biblia que
le habían confiscado a Willem. El guardia se la devolvió a Opa y le pidió a
Willem que leyera el salmo 91 en voz alta.
—El que habita en el lugar secreto del Altísimo —comenzó Willem—
morará bajo la sombra del Todopoderoso. Diré del Señor: Él es mi refugio y
mi fortaleza: mi Dios; en él confiaré…
Cuando Willem terminó, Opa comenzó a orar, con tanta calma y paz
como siempre. Le pidió a Dios que permaneciera al lado de cada uno de
ellos, anticipando que pronto los separarían.
Sin embargo, Corrie seguía agitada e inconsolable. Después de todo,
habían estado haciendo el trabajo de Dios, ¿dónde estaban los ángeles
protectores? Empezó a llorar y Betsie, sentada a su lado, le recordó que Dios
protegía a aquellos que confían en él, pero la protección es de sus almas, no
de sus vidas ni de sus cuerpos físicos. Betsie le aseguró a Corrie que Dios
estaría con ellos —incluso en el más profundo infierno— y les daría el valor
para enfrentarse a la prisión.
Luego Betsie rezó por Corrie y por todos en el grupo.

Los seis atrapados se sentaban y se levantaban y mientras tanto las campanas


de la iglesia de San Bavo tocaron dos veces: eran las dos de la madrugada.
Entre el hambre y el hacinamiento, nadie podía dormir.
Desde algún lugar de la casa escucharon voces en alemán.
Unos momentos después, unos alemanes entraron en la habitación de
Corrie y empezaron a golpearlo todo: las paredes, el suelo y, finalmente, el
falso armario. Segundos después, los seis atrapados oyeron el sonido más
aterrador que pudieran imaginar.
Madera que se astillaba.

Notas:

1. Hans Van Messel era un operador clandestino que ayudaba a Siertsema (N. del A.).
2. Romanos 13:1 dice: «Todos deberán obedecer a las autoridades gobernantes, pues no hay
mayor autoridad que aquella establecida por Dios» (N. del A.). (NVI)
CAPÍTULO 14
PRIVILEGIADO

La madera astillada significaba una sola cosa: la Gestapo estaba tirando el


clóset. Todos quienes estaban dentro de la guarida de los ángeles
contuvieron la respiración. No sabían qué tan profunda era la madera en la
parte principal del armario, pero si los alemanes golpeaban la puerta del
panel, todo estaría perdido.
Eusi comenzó a orar, susurrando en hebreo:
—Confiaré en Adonai, ¿quién podrá hacerme daño?
Alguien le tapó la boca.
—¡Silencio, Eusi! —susurró alguien más—. Tu ruido nos delatará.
Esperaron mientras continuaba el sonido de madera que se rompía, pero
la entrada de la guarida de los ángeles permaneció intacta. Con el paso del
tiempo se dieron cuenta de que la Gestapo estaba rompiendo el suelo de la
habitación de Corrie. Esas eran buenas noticias, pero ¿por cuánto tiempo?
Cuando los alemanes se dieran cuenta de que no había nada debajo del
suelo, probablemente el armario sería el próximo.

A la mañana siguiente, con las primeras luces, un policía llevó panecillos


para todos los que estaban en el gimnasio. Como había dormido tan poco
aquella noche, Corrie intentó quedarse dormida nuevamente con la espalda
contra la pared. Al mediodía los soldados entraron en la habitación y
ordenaron a todos que se pusieran de pie. Todo el grupo arrestado debía
subir a un autobús que estaba enfrente, dijo un oficial alemán.
Afuera, un gran grupo de vecinos de Haarlem se había reunido
alrededor de la barricada policial. Corrie, Betsie y Opa caminaron juntos y,
cuando la multitud vio al «Gran Anciano» de la ciudad, se produjo un
estruendo de jadeos, murmullos y llantos. Delante de Corrie había un
autobús verde con soldados detrás. Ella y Betsie sostuvieron a Opa de los
brazos para ayudarlo a bajar las escaleras de la estación y luego se
detuvieron.
Pickwick pasó junto a ellos, tambaleándose entre dos soldados. Su abrigo
y sombrero habían desaparecido y su rostro estaba cubierto de moretones y
sangre seca.
Cuando Peter recorría el pasillo del autobús, encontró a Pickwick y se sentó
a su lado. Se sintió aliviado de sentarse al lado de un amigo y espíritu afín,
pero el hombre que conocía como tío Herman ahora mismo no parecía ser
su propia versión más jovial. Pickwick puso su mano sobre la de Peter: un
toque de consuelo y seguridad.
—Peter, he sufrido mucho. Me golpearon muchas veces; ya sabes cómo
trabajan. Finalmente, todo se puso tan mal que oré en mi momento de
debilidad para que el Señor me dejara morir. Entonces me di cuenta de que
esa no era una oración para mí, un cristiano, y le pedí al Señor que me
perdonara.
Mientras hablaba, Pickwick se volvió hacia Peter. Su rostro había sido tan
brutalizado que era casi irreconocible. Herman buscó algo en su bolsillo y
cuando abrió la mano, Peter jadeó.
Se trataba de varios dientes del tío Herman.
Todos con las raíces intactas.

En el Beje, las cosas se habían vuelto insoportables para los seis atrapados.
Era el segundo día y la guarida de los ángeles parecía más bien una celda de
castigo. Todos tenían sed y hambre, pero lo peor era la falta de instalaciones
para ir al baño. Para evitar que el líquido se filtrara por las paredes, habían
estado orinando sobre sábanas que habían hecho trizas. Para lo otro, tenían
un pequeño cubo que Ronnie había tirado accidentalmente. El hedor era
nauseabundo.
La tensión y la frustración elevaban la ansiedad a un nivel peligroso,
pero Eusi y Martha calmaban a todos.
—Si confías en el Todopoderoso —decían—, Él estará contigo y
protegerá tu alma.
Sin embargo, el mismo pensamiento rondaba las mentes de todos:
¿cuánto tiempo podían soportar?
Corrie, Betsie, Opa, Nollie y Peter miraban a través de las ventanas mientras
el autobús se dirigía hacia el sur, alejándose de Ámsterdam —donde estaba
la prisión—, pero ¿hacia dónde iba?
Dos horas más tarde llegaron a La Haya y el autobús se detuvo frente a
un edificio nuevo. Entre los prisioneros se rumoraba que aquel era el cuartel
general de la Gestapo para toda Holanda. Todos salieron y Corrie notó que
Pickwick no estaba entre ellos.
—Alle Nasen gegen die Mauer! —gritó alguien—. Todos con las narices
contra la pared.
Los Ten Boom obedecieron, dando la cara a un muro de piedra gris, y un
soldado le dio una silla a Opa. Pasaron las horas y el grupo permaneció en
sus lugares sin moverse y sin hablar.
—¡Peter, ruega por mí! —Nollie dijo a su lado—. No creo que pueda
soportar más.
Manteniendo la nariz y los ojos pegados a la pared, Peter se estiró para
tomar la mano de su madre y luego oró.
—Todo está bien ahora —dijo Nollie momentos después—. Gracias al
Señor.
A última hora de la tarde, un guardia los condujo a una sala de
procesamiento y Corrie notó que los oficiales que se encargaban de la
administración eran Willemse y Kapteyn. Uno a uno, llevaron a los
prisioneros ante ellos y nuevamente les preguntaron lo mismo de siempre:
nombre, dirección, ocupación. Cuando cada persona terminaba, Willemse o
Kapteyn le dictaban a un tercer hombre en una máquina de escribir.
El oficial de la Gestapo que estaba a cargo de la supervisión vio a Opa y
señaló.
—¡Ese viejo! ¿Era necesario arrestarlo? ¡Tú, viejo!
Willem ayudó a Opa a acercarse al escritorio y el oficial dijo:
—Me gustaría enviarle a casa, viejo amigo. Tomaré su palabra de que no
causará más problemas.
—Si me envía a casa hoy —dijo Opa en calma—, mañana le abriré mis
puertas a cualquier hombre que venga a buscar ayuda.
El agente de la Gestapo enfureció.
—¡De vuelta a la fila! Schnell!
El procesamiento de los prisioneros continuó hasta bien entrada la
noche, y luego todos fueron escoltados a la parte trasera de un gran camión
militar. Opa estaba demasiado débil para subir a la plataforma del camión,
por lo que dos soldados lo levantaron.
La oscuridad había caído cuando llegaron a su destino: la prisión de
Scheveningen. Unas enormes puertas de hierro se cerraron detrás del
autobús y luego se repitió todo de nuevo: entraron y se les dijo que se
acercaran a la pared. Corrie permaneció cerca de su padre, a quien una vez
más se le permitió sentarse en una silla.
Inclinándose hacia adelante, ella lo besó en la frente.
—Que el Señor esté contigo.
—Y contigo.
Opa tenía algo que lo hacía parecer angelical y Corrie recordó el
intercambio anterior de su padre con alguien que le había advertido sobre
albergar judíos.
—Si persistes… finalmente terminarás en prisión, y nunca podrías
sobrevivir a ella en tu condición delicada.
—Si eso llegara a ocurrir —había respondido Opa—, seguiré
considerando un honor dar mi vida en nombre del pueblo de Dios.
Justo entonces, Corrie escuchó a los guardias asignando las celdas de los
Ten Boom: Betsie a la 314, Corrie a la 397, Opa a la 401 y Nollie a una celda
indeterminada.
—¡Mujeres prisioneras, síganme! —gritó una voz áspera.
Betsie tomó la mano de Corrie y juntas caminaron detrás de un guardia
por un largo pasillo, al final del cual había otra mesa de procesamiento. Ahí,
un asistente recogió los objetos personales que les quedaban y Corrie le
entregó su reloj, su billetera y algunos florines. El guardia señaló el anillo de
oro que llevaba Corrie —un regalo de su madre— y ella también lo entregó.
Luego, otro guardia dirigió la fila por el pasillo y leyó de una lista la celda
que ocuparía cada reclusa. Betsie fue una de las primeras en ser llamada y,
antes de que Corrie pudiera despedirse, la puerta se cerró de golpe. Nollie
fue la siguiente.
La línea continuó hasta que llegaron a la 397.
—Ten Boom, Cornelia.
Corrie entró en la pequeña celda, donde tres mujeres estaban sentadas
sobre esteras de paja y otra estaba reclinada en el catre solitario.
—Denle el catre a esta —dijo el guardia—. Está enferma.
—¡No queremos una enferma aquí! —gritó una de las reclusas.
Haciendo caso omiso del comentario, el guardia cerró la puerta.
—Lamento tener que compartir su espacio tan limitado —dijo Corrie a
sus compañeras de celda.
Sorprendentemente, las mujeres mostraron consideración —le
ofrecieron pan y agua— y le permitieron usar el catre. Corrie comió y luego
se reclinó envuelta en su abrigo. Se quedó dormida en minutos.

En la zona de espera, Peter y Opa esperaban su turno. Suponiendo que lo


registrarían, Peter pensó en el Nuevo Testamento de bolsillo que había
metido de contrabando. No podía llevarlo a su celda, pero no quería soltar la
única cosa preciosa que necesitaba para ir a prisión. Cuando el guardia
estaba ocupándose de otro prisionero, Peter metió la mano en el bolsillo
trasero y arrancó un puñado de páginas del libro. La atención del guardia
todavía estaba en otra parte, así que Peter apretó las páginas hasta formar
una bola y, fingiendo rascarse el pie, insertó el fajo debajo del arco de su pie.
Minutos después escuchó anunciar su nombre y pronunció una rápida
oración:
—Oh Señor, haz que no se fijen en mis zapatos.
El guardia le dio la vuelta a cada uno de sus bolsillos para registrarlos.
Luego sacó el Nuevo Testamento de Peter, se burló y lo arrojó a un rincón.
Después encadenó a Peter a otro prisionero y comenzaron a caminar por
el pasillo detrás del guardia. Antes de llegar al área de la celda, Peter vio a
Opa, sentado tan pacíficamente como si estuviera en casa en su silla favorita,
y tiró de la cadena para atraer al otro recluso.
Besó la cabeza de Opa y susurró:
—Ahora voy a mi celda. Adiós.
Opa miró hacia arriba con una sonrisa tranquila.
—Dios te bendiga, hijo mío. ¿No somos una familia privilegiada?
A Peter le costaba ver la vida en prisión como un privilegio, pero todavía
estaba aprendiendo del Gran Anciano de Haarlem. Por el momento, sin
embargo, lo único en lo que podía concentrarse era en el bulto que tenía en
el zapato y que le hacía doloroso caminar. Cuando finalmente llegó a su
celda y el guardia cerró la puerta, Peter sacó el montón de papel para
averiguar qué páginas había logrado arrancar. Al alisar los papeles,
descubrió que había tomado los primeros 12 capítulos del Libro de Hechos.
Pensó que era apropiado, ya que esa sección contenía historias de la
persecución de los cristianos del siglo i mientras vivían entre gente que
despreciaba su fe.
Luego fue el turno de Opa, y un guardia lo llevó a la celda 401. Al igual
que Corrie, él también tenía compañeros de celda, y todos se mostraron
inspirados de inmediato por su compostura y su paz. Para Opa, la prisión
fue como un puente, y allí hablaba de la muerte diciendo que significaría «ir
a casa».

Miércoles, 1 de marzo de 1944


El Beje, Haarlem
Los seis atrapados estaban llegando a su límite. Habían permanecido ocultos
en la guarida de los ángeles durante tres días. Estaban hambrientos,
deshidratados, faltos de sueño, claustrofóbicos y su pequeña caja ahora
apestaba como un desagüe subterráneo. Tenían que hacer algo. Si esperaban
mucho más en este agujero infernal, morirían.
Los refugiados judíos querían intentar escapar. Irían por el techo, de
acuerdo a su plan, y saltarían los dos metros y medio que había entre el Beje
y la casa vecina. Arnold preguntó si las mujeres del grupo podrían con
semejante salto, y creía que el grupo clandestino los rescataría en cualquier
momento, por lo que era mejor esperar.
Así que hicieron un trato. Si nadie aparecía antes de aquella tarde,
escaparían justo cuando llegara la oscuridad.
A las cuatro treinta de aquella tarde, escucharon pisadas que subían las
escaleras y entraban a la habitación de Corrie. Todos permanecieron quietos
y de pronto escucharon un golpeteo. No quedaba claro si el golpeteo había
sonado en el armario o en la pared falsa. Luego sonó una voz.
—Siertsema… ¡Siertsema!
CAPÍTULO 15
PRISIÓN

Los seis susurraban rápidamente. La persona en la habitación había dicho


«Siertsema», el verdadero apellido de Arnold y no el alias que había estado
usando para el trabajo clandestino. Pero si bien quien estuviera del otro lado
podría ser su salvador, también podría tratarse de agentes de la Gestapo que
habían sobornado o torturado a alguien para que revelara el verdadero
nombre de Arnold. Si permanecían en silencio, aún podrían escapar esa
misma noche, pero el salto a la otra casa sería ruidoso y algunos podrían
caer en el intento. En cualquier caso se enfrentaban a un riesgo.
—Está bien —susurró Arnold. En su opinión, las probabilidades de que
la voz procediera de un trabajador clandestino eran mayores.
Deslizó la puerta del panel.
Al otro lado esperaban dos policías.
Los oficiales se inclinaron para echar un vistazo y luego retrocedieron,
tambaleándose por el hedor. Arnold reconoció a uno de ellos como un
hombre llamado Jan Overzet,1 un holandés leal, y salió arrastrándose. Los
demás lo siguieron uno por uno, y los policías les advirtieron que se
mantuvieran en silencio, pues los guardias enemigos seguían abajo.
Los oficiales les dieron agua y Eusi —después de su primer trago
desesperado— comenzó a alabar a Dios en voz alta.
—Shhh, Eusi —susurró uno de los otros—. No nos traiciones después de
todo esto.
Los policías los reunieron y les explicaron el plan. Llevarían a Arnold y
Hans al tejado para dar el salto a la casa de al lado, y luego bajarían por un
tragaluz al ático. Una vez dentro, se dirigirían a la planta baja y saldrían a la
calle a través de una tienda vacía.
Luego, los oficiales esperarían hasta que oscureciera e intentarían sacar a
los otros cuatro por la puerta del callejón sin revelar su presencia a los
guardias. Una vez que los judíos estuvieran afuera, un trabajador
clandestino los llevaría a nuevos escondites. Si los guardias los oyeran y se
acercaran, los policías usarían sus armas.
Dicho esto, los holandeses escoltaron a Arnold y Hans hasta el tejado,
dieron el salto y siguieron la ruta de escape. Mientras tanto, los judíos
permanecieron sentados en la habitación de Corrie, rezando para que el
plan funcionara. Los minutos se sentían largos como días, pero
permanecieron en silencio y con esperanzas.
Esperaron durante dos horas. Finalmente, a las siete regresaron los
policías y dijeron que ya era hora. Uno por uno, Eusi, Mary, Martha y
Ronnie bajaron de puntillas las escaleras hasta la salida del callejón. Hasta
ahora, todo bien.
Lentamente abrieron la puerta y salieron para encontrarse con
trabajadores clandestinos que estaba esperándolos.
Eran libres.

Corrie despertó al amanecer para encontrarse con un guardia que repartía


platos metálicos con una suerte de avena aguada. Aún sufriendo la
influenza, le dio su plato a una de las otras mujeres.
Hacia la media mañana un guardia fue a recoger la «cubeta de
sanitización» y volvió con agua limpia para lavarse. Cuando se fue, Corrie y
sus compañeras de celda tuvieron una conversación para conocer un poco
más de cada una.
La más joven —tenía solo 17 años— era una baronesa. Para superar el
aburrimiento, caminaba de un lado a otro de la celda de 12 por 12 durante
horas.
Otra compañera de celda llevaba dos años en la prisión de Scheveningen
y conocía cada detalle del lugar. Por los pasos podía distinguir quién venía
por el pasillo y sabía exactamente cuántas veces habían llamado a audiencias
a las presas de celdas contiguas.
Corrie se sorprendió al descubrir que otra de sus compañeras era una
mujer austriaca que había formado parte de la Wehrmacht. Sin embargo, las
prisiones y los campos de concentración alemanes no eran dirigidos por la
Wehrmacht, sino por el Partido Nazi de Hitler. Como tal, todos los guardias
y funcionarios eran miembros de las ss, una fuerza policial política
improvisada, despreciada por los militares profesionales.
La conversación llevó los pensamientos de Corrie hasta su familia y
amigos. Durante su primera semana en prisión, estuvo constantemente
preocupada por su padre, Betsie, Willem y Pickwick. Opa, en particular, era
muy preocupante. ¿Podría comer comida de prisión? Su propia condición
también era grave. La gripe parecía haber migrado a algo peor; le resultaba
difícil sentarse durante el día, la cabeza le daba punzadas, le dolían los
brazos y empezó a toser sangre.

Mientras tanto, Peter, Opa, Betsie, Nollie, Flip y Hans languidecían en sus
propias celdas. Al igual que los demás, Peter estaba rodeado por cuatro frías
paredes grises, pero podía ver un poco del cielo a través de la ventana de
arriba. Por un tiempo no hizo más que angustiarse por su difícil situación,
pero una tarde notó que el sol se ponía en un ángulo donde sus rayos
brillaban directamente en su celda. Sacó las páginas sueltas del Libro de
Hechos y empezó a leer a la luz. Se maravilló de cómo los primeros
cristianos esperaron la llegada del poder desde las alturas y cuando vino el
Espíritu Santo proclamaron con valentía el Evangelio a quienes los
rodeaban. Peter vio que había un equilibrio entre la espera y la acción.
«En la tranquilidad de mi celda», recordó, «esperé en el Señor. Oré
preguntando a dónde y cómo era Su voluntad que fuera».
Lucas 14:33 seguía llegando a su mente y Peter luchaba con el texto: «Del
mismo modo, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que tiene, no
puede ser mi discípulo».
Todo. Parecía demasiado. ¿Podría abandonar su hogar, a sus padres y
todo lo que amaba, si ese fuera el costo?
Había llegado a la encrucijada sobre la que Dietrich Bonhoeffer había
escrito en su libro de 1937, El costo del discipulado. «Cuando Cristo llama a
un hombre», había escrito Bonhoeffer mientras luchaba contra los nazis, «le
pide que venga y muera».
Al igual que Bonhoeffer, Peter se había unido a la Resistencia para luchar
contra Hitler y ambos estaban ahora encarcelados en prisiones de las ss.
Pero el pastor y él también compartían la misma fuente de poder y
liberación: su fe en Cristo.
Peter se arrodilló al lado del banco de su celda y oró:
—Señor, lo que sea que quieras, donde sea que lo quieras, cuando sea
que lo quieras… ahí es a donde iré.
Se levantó y se adueñó de él una felicidad indescriptible. Recordó los
pasajes donde Pablo y Silas cantaban en prisión y entonces empezó a hacer
lo mismo.

La prisión de Amstelveenseweg
En Ámsterdam, Hans Poley hacía lo mejor que podía para alojarse con otras
cuatro personas. Pero como solo había tres camas, dormía en el suelo, sobre
un colchón de paja. Las comidas diarias también eran insuficientes: el
desayuno consistía en pan y agua, el almuerzo en guiso o gachas aguadas de
sémola y la cena en cuatro delgadas rebanadas de pan. Para evitar los
dolores del hambre bebía tanta agua como podía.
Por fortuna, cada dos viernes la Cruz Roja les daba a los prisioneros una
bolsa de papel café que contenía pan de trigo o de centeno, queso o
mantequilla, chocolate o dulces y cigarrillos. «Los paquetes fueron lo más
destacado de mi estadía en esa prisión», escribió más tarde, «y hacían
maravillas con nuestra moral. Muchas veces bendije a la Cruz Roja por esa
invaluable y visible señal de esperanza».

La prisión de Scheveningen
El 8 de marzo, Corrie fue llamada a su primera audiencia, pero los
funcionarios le hicieron pocas preguntas y pronto regresó a su celda.
Mientras tanto, en la celda 401, la frágil salud de Opa empeoraba a cada
hora. Su mente empezó a divagar y sus compañeros de celda gritaron
pidiendo ayuda médica. Al día siguiente, el personal de la prisión finalmente
lo llevó a la clínica Ramar, pero perdió el conocimiento al llegar. En una
camilla en el pasillo, Opa recibió el honor de dar su vida por los judíos.
Casper Ten Boom, el Gran Anciano de Haarlem, murió el 9 de marzo de
1944.
Lo enterraron en una tumba anónima en el cementerio de Loosduinen.2

El jueves siguiente, los guardias se percataron de la condición deteriorada de


la salud de Corrie y anunciaron que la llevarían a la «oficina de consultas».
Minutos más tarde la escoltaron hacia un auto que la esperaba afuera, junto
con otros dos prisioneros enfermos, para viajar a la Haya. El conductor se
detuvo en un edificio de oficinas y un guardia los condujo a lo que parecía
ser algún tipo de clínica.
Corrie le preguntó a la enfermera de la recepción si podía lavarse las
manos y la mujer la condujo a través de un pasillo y luego la siguió hasta el
baño.
—Rápido, ¿puedo ayudar de alguna manera?
Corrie le preguntó si podía darle jabón, un cepillo de dientes y una
Biblia.
—Haré lo posible.
Tras de una breve espera, el médico vio a Corrie y le anunció que tenía
pleuresía3 con derrame,4 pretuberculosa. Escribió algo y le puso una mano
en el hombro.
—Espero estarle haciendo un favor con este diagnóstico.
Corrie supuso que el documento era un pase de hospital.
Cuando se fue, la enfermera que había visto antes se acercó corriendo y
le puso un pequeño objeto envuelto en la mano. Cuando Corrie regresó a su
celda, encontró en el paquete dos pastillas de jabón y copias de los cuatro
Evangelios.
Dos días después, un guardia apareció durante la noche.
—Ten Boom, Cornelia. Coge tus cosas.
Aliviada de ir al hospital, Corrie tomó su abrigo y se despidió de sus
compañeras de celda. El guardia la acompañó por el pasillo, pero no hacia la
entrada principal. Llegaron a una celda vacía y el guardia le indicó que
entrara.
Número 384. Confinamiento solitario.
Corrie miró a su alrededor. La celda, similar a la que había dejado, tenía
cuatro frías paredes de piedra gris y un catre, pero había una corriente de
aire helada, aparentemente procedente de una tormenta que se avecinaba en
el exterior. Conforme iba entrando, se percató de que el lugar tenía un olor
penetrante, quizá hongos. Sin quitarse el sacó se sentó y tomó la cobija.
Alguien había vomitado en ella.
De inmediato sintió náuseas y se inclinó a la cubeta al lado de la puerta
para hacer su propio depósito. Justo entonces, se apagó la luz y su celda se
hundió en la más completa oscuridad.
Bienvenida a una prisión nazi.

Por la mañana la fiebre de Corrie había empeorado y no podía comer.


Durante tres días los asistentes le llevaron la comida a su catre, pero su
apetito era escaso.
Un día, una enfermera le trajo una medicina y Corrie le preguntó:
—¿Mi padre vive aún?
—No lo sé —dijo la trabajadora —y aunque lo supiera, no se me
permitirá decírtelo.
Minutos después de que la enfermera desapareciera, la Wachtmeisterin5
abrió su puerta.
—Si se te vuelve a ocurrir hacer algo como preguntarle al Sanitäter6
sobre otro prisionero no volverás a recibir atención médica mientras estés
aquí.
Esta era la parte más difícil: el odio. En los días siguientes Corrie intentó
ser amable con la mujer, pero fue en vano. «Parecía estar completamente
desprovista de sentimientos humanos», recordó Corrie, «y era al mismo
tiempo dura, hostil y malvada. Aquellas mujeres eran tan duras y crueles… y
eran los únicos humanos a los que podía ver. ¿Por qué siempre deberían
hablarnos de ese modo y desdeñarnos? Siempre las saludaba con un
agradable “buenos días”, pero todo parecía resbalarse de su impenetrable
armadura de odio».
Para superar el aburrimiento y las preocupaciones, Corrie empezó a
cantar. Las reglas de la prisión, sin embargo, prohibían cantar. Cuando un
guardia la escuchó, amenazó a Corrie con Kalte-kost: la pérdida de la única
comida caliente de ese día, lo que significaba que el sustento del día sería
solo un pequeño trozo de pan.
¿Qué era peor: su hambre o el hedor de la manta y almohada sucias?
Además, su colchón de paja parecía estar fermentando. Unas cuatro veces
por noche se levantaba para ajustar la paja, pero entonces se levantaba el
polvo, lo que le provocaba tos y más sangre.
Sin embargo, a pesar de las condiciones, esta celda tenía una clara
ventaja sobre la anterior: una ventana. Tenía siete barras de hierro y era
demasiado alta para ver algo en el exterior, pero al mirar a través de ella,
Corrie podía ver el cielo. En los días nublados, las nubes mostraban rastros
de blanco, rosa y dorado, y durante horas las veía pasar flotando. Parecía un
pedacito de cielo, y si el viento soplaba del oeste, se podía oír el mar.
En los días siguientes desapareció su enfermedad y comenzó a leer los
Evangelios, lo que la hizo ver su encarcelamiento bajo una luz diferente.
Pensó si sería que la guerra, la prisión y su celda fueran parte del plan de
Dios. ¿El sufrimiento y la persecución sobre los que leyó en estas páginas de
las Escrituras eran el patrón de la actividad y el propósito de Dios? «Todos
estamos en la escuela», había observado Spurgeon casi un siglo antes, «y
nuestro gran Maestro escribe muchas lecciones brillantes en la pizarra de la
aflicción».
Aun así, le parecía peculiar. Corrie miró alrededor de su celda y se
preguntó cómo podría ser posible que la victoria estuviera a la vuelta de la
esquina.
También Nollie estaba leyendo. Había metido el capítulo doce de
Hebreos de contrabando a su celda, escondido en su cabello. Mientras
Corrie se sentía alentada gracias a los Evangelios y Peter por el Libro de
Hechos, el ánimo de Nollie se levantaba a través del famoso pasaje de
Hebreos: «Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una nube de testigos
tan grande, desechemos todo lo que nos detiene y el pecado que tanto nos
abruma y corramos con perseverancia el camino trazado para nosotros.
Fijemos nuestros ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, quien
por el gozo puesto delante de él soportó la cruz[…] Consideremos a aquel
que soportó tal oposición de los hombres pecadores, para que no cedamos al
cansancio ni a la desesperanza».
Cuando no estaba leyendo, Peter intentaba aprovechar su tiempo al
máximo. Un día algo en su celda llamó su atención, un trozo de metal que
reflejaba los rayos del sol, y resultó ser un viejo clavo oxidado. Lo sacó del
cemento y comenzó a usarlo para arañar la pared todos los días. Al poco
tiempo había escrito Romanos 8:31: «Zo God voor ons is, wi ezal tegen ons
zijn?», (Si Dios está con nosotros, ¿quién puede contra nosotros?).
Por la noche, cuando los guardias eran menos propensos a vigilar las
celdas, usaba el clavo para hacer un pequeño agujero en el suelo debajo de
su mesa. Al cabo de un rato se abrió el agujero, vio luz al otro lado y se
inclinó para echar un vistazo.
Un ojo estaba mirándolo.
Notas:

1. El otro oficial era Theo Ederveen (N. del A.).


2. La tumba de Casper fue localizada después de la guerra y lo exhumaron para enterrarlo en el
Cementerio Nacional de Honores en Loenen, Países Bajos; un lugar de descanso designado
para honrar a los luchadores de la Resistencia, prisioneros políticos y soldados de la Segunda
Guerra Mundial (N. del A.).
3. Una inflamación de la pleura —el tejido que separa a los pulmones de las paredes del pecho
— y que causa dolores punzantes, dificultad respiratoria y tos (N. del A.).
4. El derrame ocurre cuando el fluido se acumula entre la pleura y la pared del pecho. Cuando
ocurren ambas condiciones, el simple hecho de inhalar causa dolor y este dolor ocurre con
frecuencia en los hombros y la espalda (N. del A.).
5. Guardia femenina (N. del A.).
6. Trabajador de la Cruz Roja (N. del A.).
CAPÍTULO 16
TENIENTE RAHMS

Su nombre era Gerard, dijo el hombre en la celda de abajo, y tenía cargos de


espionaje, un crimen capital. Añadió que pronto lo ejecutarían, así que Peter
comenzó a compartir el Evangelio con él. En poco tiempo Peter se puso a
enrollar las páginas y las pasó hacia abajo.
«De este modo y de muchos otros», recordó, «viajaba la Palabra de Dios
en lo que parecía ser una prisión sin esperanza. Le trajo ayuda y fuerza a los
desesperanzados, seguridad a quienes dudaban y despertó la fe en aquellos
de corazón temeroso».

Prisión de Amstelveenseweg
Hacia finales de marzo, le ordenaron a Hans Poley que recogiera sus cosas;
iba a ser trasladado. Mientras los guardias reunían a los prisioneros y los
escoltaban a la estación de tren, se corrió la voz sobre su destino:
Amersfoort.
Hans se encogió. Amersfoort, un campo de tránsito de la Gestapo, era
famoso por el hambre y sus atrocidades, y exigía que los prisioneros
permanecieran afuera durante horas, independientemente del clima. Otras
historias eran peores. A veces los prisioneros eran obligados a gatear boca
abajo mientras los guardias de las ss saltaban sobre sus espaldas y los
golpeaban con las culatas de sus rifles. Y cualquiera que fuera sorprendido
intentando escapar o violando las normas penitenciarias era enviado a
confinamiento solitario en el «Búnker», una celda subterránea tan oscura
como la boca de un lobo. Aquí un prisionero podía permanecer en completa
oscuridad durante uno, dos o incluso tres meses.1
Sin embargo, en aquel momento Hans tenía otros asuntos en mente.
Anteriormente había escrito dos cartas —una a Mies y otra a su familia— y
esta era su oportunidad de enviarlas. Cuando el tren ralentizó la velocidad al
acercarse a un cruce, las arrojó por la ventana, rezando para que alguien las
encontrara y las entregara.
Cuando llegaron a la estación de Amersfoort, Hans y los otros
caminaron hacia la prisión. El lugar era estremecedor, con doble alambrada,
torres de vigilancia con ametralladoras, reflectores y soldados patrullando
con perros.
—¡Johannes Poley! —gritó alguien.
Hans dio un paso adelante y un guardia le puso en las manos un pedazo
de tela con un número. Desde ese momento, Hans Poley dejó de existir.
Era simplemente el prisionero 9238.

Prisión de Scheveningen
El 11 de abril, Corrie envió una carta a casa dirigida a «Nollie y todos los
amigos».
«Estoy bien», les decía a todos. «Tengo pleuresía severa, pero he
mejorado mucho, exceptuando que sigo tosiendo. Milagrosamente me he
ajustado a esta vida solitaria, pero estoy en comunión con Dios».
Sin saber que su padre había muerto, Corrie siguió su carta: «Lo más
difícil para mí ha sido que no dejo de preocuparme por Betsie y
especialmente por mi padre… Me preocupan los relojes de nuestros clientes
[judíos escondidos en la guarida de los ángeles] que quedan en la casa vacía,
pero el Salvador busca todo el tiempo evitar toda preocupación, temor y
nostalgia; incluso el médico me dijo: “Siempre está alegre”. Canto casi todo el
día y tenemos mucho que agradecer: una celda con aire… tres emparedados
de la Cruz Roja, media cacerola de avena extra y luego esta comunión
continua con el Salvador.
»Las dimensiones de la vida aquí son muy extrañas», escribió como
conclusión. «El tiempo es algo que hay que atravesar. Me sorprende que
pueda adaptarme tan bien… Por favor, no se preocupen por mí. A veces
puede que esté oscuro, pero el Salvador proporciona Su luz y eso es
maravilloso».
Ese mismo día, Betsie le escribió una carta a Cocky, la hija de Nollie. «El
diluvio de imponentes aguas vino hacia mí», le dijo a su sobrina, «pero no
me desesperé ni por un momento. El Señor está cerca de mí como nunca
antes en mi vida. Incluso en esos primeros días terribles pude sentir su
cercanía… Desde el primer momento he podido adaptarme a mi celda y a la
vida de la prisión. Duermo bien y no sufro de frío… Debido al nerviosismo,
mi estómago no podía tolerar la comida de la prisión. Casi no comía nada y
tenía hambre. Después de cuatro semanas pedí ver al médico y ahora estoy
comiendo unas gachas deliciosas y todo va mejor.
»Estoy deseando mucho verte y recibir noticias de Willem, Peter y
Corrie».
El 15 de abril, Corrie cumplió 52 años. Durante toda su vida, cumplir
años significaba una fiesta, especialmente en el Beje. Pero ahora yacía en
confinamiento solitario. Sin familia ni amigos. Sin pastel. Sin regalos. Sin
cantos. Solo cuatro paredes grises y el silencio.
Decidió que tendría una fiesta ella sola. Comenzó a cantar una canción
infantil, «La novia del árbol de Haarlem», pero casi de inmediato alguien
golpeó la puerta.
—¡Silencio ahí adentro! ¡Los prisioneros en confinamiento deben
guardar silencio!
Para Corrie, la restricción fue especialmente dolorosa; durante 50 años
había disfrutado del ruido, el canto y las risas en el Beje. Hoy, sin embargo,
su cumpleaños pasaría en silencio. Sin embargo, dos días después
experimentó el mejor lujo que había tenido desde su arresto: una ducha. La
sala era grande, pero, como siempre, lo que reinaba era silencio. Aun así,
Corrie disfrutó simplemente poder ver otras caras.
«La ducha… fue gloriosa», recordó, «agua tibia y limpia sobre mi piel
supurada, chorros de agua a través de mi cabello enmarañado. Regresé a mi
celda con una nueva resolución: la próxima vez que me permitieran
ducharme me llevaría tres de mis Evangelios. El confinamiento me estaba
enseñando que no era posible ser rica en soledad».
Una semana después, Corrie recibió su segundo regalo especial: tiempo
al aire libre. Habían pasado nueve semanas desde la última vez en que había
disfrutado del aire fresco y del sol, y lo aprovechó al máximo. Cuando el
guardia abrió la puerta, Corrie entró, absorbiendo los colores lo más rápido
que pudo: arbustos con flores rojas, prímulas brillantes, el cielo azul
luminoso.
Sin embargo, mientras caminaba por el sendero, llamó su atención un
agujero alargado al final del jardín. Continuó hacia allí y se dio cuenta de
que era una tumba recién excavada. Sintió que el corazón se le hundía en el
pecho. Más allá del pozo, un alto muro de piedra con fragmentos de vidrio
en la parte superior se elevaba siniestramente. Miró a su alrededor y notó
que este muro rodeaba el jardín.
Luego lo olió. Huesos quemados. Recordó que Kik había dicho que
Scheveningen tenía tres crematorios y de pronto la abrumó el hedor.
Segundos más tarde oyó al otro lado del muro el chirrido abrasador de una
ametralladora.
De pronto todo fue muy claro. Scheveningen era la ciudad de los
condenados y los muertos.
Sin embargo, casi de inmediato recordó Génesis 5:24: «Y Enoch caminó
con Dios». Después de todo, no estaba sola; Dios estaba con ella. Ignorando
la miseria a su alrededor, siguió caminando, disfrutando de nuevo los
arbustos, las flores y el cielo. Lo que estaba absorbiéndola, pensó Corrie, era
una metáfora: la tierra era como un jardín de prisión, y el cielo era la
libertad de afuera, lleno de luz y vida.
Los últimos días de abril trajeron mejor suerte para los Ten Boom. Willem,
Nollie y Flip habían sido liberados de Scheveningen, y Peter, Corrie y Betsie
debían iniciar audiencias con el oficial que podría ponerlos en libertad.
Una mañana, un guardia escoltó a Peter hasta una pequeña oficina
donde lo esperaba un alemán uniformado. Se trataba del teniente Hans
Rahms, el Sachbearbeiter (juez) de la prisión. Peter comprendió
inmediatamente el poder del hombre: Rahms determinaba si los prisioneros
eran liberados o enviados a campos de concentración.
«Podría haber sido actor de un anuncio en una revista estadounidense»,
escribió Peter más tarde. «Era guapo, de rasgos regulares y pelo rubio. Sus
manos eran de contornos fuertes, sus hombros anchos y su complexión
masiva, por lo que fácilmente podría haberse catalogado en la categoría de
un atleta».
—Siéntese, ¿quiere? —pidió Rahms con voz profunda y agradable.
Luego le indicó a Peter que le contara lo que había sucedido la noche de
su arresto y Peter le explicó que había ido a hacer una simple visita para ver
a su abuelo. Una vez dentro del Beje, sin embargo, un grupo de hombres de
la Gestapo lo arrestaron y lo llevaron a prisión.
Rahms le sostuvo la mirada a Peter como si estuviese contemplando su
alma.
—¿Sabías que tu abuelo refugiaba judíos en su casa?
Peter rezó para que se le concediera sabiduría. Esto iba a ser difícil.
—Bueno, sabía que mi abuelo siempre tenía abierta su puerta para
cualquiera que lo necesitara. Ayudaba a quien fuera, sin importar si era
alemán, holandés, un nazi o un judío, simplemente porque para él esa era su
labor como cristiano.
—¿Usted también es cristiano?
—Sí, señor. Lo soy.
Rahms negó con la cabeza.
—No puedo entenderlo. No puedo entender qué ventaja hay en ser lo
que tú llamas «cristiano». Admito que son buenas personas. Muchos de
ustedes han sacrificado mucho por los demás. Pero basta con mirar los
resultados. Al final, sufren por todo su trabajo. Tomemos, por ejemplo, lo
que le pasó a tu familia. Tu abuelo, tu madre y tus tías han sido encarcelados.
¿Aún así sientes que realmente vale la pena ser cristiano?
Peter sonrió. Se suponía que la audiencia versaba sobre su culpabilidad al
ayudar a esconder judíos, pero ahora tenía ante él la oportunidad de dar
testimonio de su vida.
—No esperamos tener una vida fácil aquí en la tierra —le dijo a Rahms
—. Dios nunca ha dicho en ninguna parte de la Biblia que todo sería fácil o
que todo iría bien. Los problemas solo sirven para ponernos a prueba,
fortaleciéndonos para lo que nos espera. Esperamos con ansias el día en que
Jesucristo regrese. Ha prometido establecer su reino… Mientras tanto,
nuestros corazones tienen la paz que Él les proporciona y podemos ser
felices incluso en tiempos de sufrimiento y persecución, porque tenemos la
seguridad de la salvación que viene al creer y aceptar a Cristo como nuestro
Salvador personal.
Rahms parecía perplejo. Esta era, aparentemente, la primera vez que
había escuchado el Evangelio y tenía muchas preguntas. Hablaron y
hablaron sobre las creencias de los cristianos y sus motivos.
Pasaron las horas.
—¿Realmente crees que Cristo volverá a la Tierra? —preguntó Rahms.
—Sí, señor, ¡lo creo con certeza!
—¿Crees que Él vendrá durante mi tiempo de vida?
—No puedo responder eso con certeza. En la Biblia dice que no
podemos saber cuándo será, pero también ha profetizado muchas cosas que
podemos ver cómo se han cumplido hoy en día… Pero si viniera, ¿estaría
usted listo?
La pregunta tomó a Rahms por sorpresa y con un gesto nervioso de sus
manos, cambió el tema de conversación.
Peter y el alemán llevaban tanto tiempo discutiendo que un guardia tuvo
que interrumpir para traer el almuerzo del teniente. Rahms le hizo un gesto
para señalar a Peter.
—Traiga otra porción para el prisionero.
Peter celebró la abundante comida y conversaron mientras Rahms
picoteaba su plato.
—Parece que no tengo mucha hambre, ¿le gustaría terminar lo que me
queda?
Peter no podía creer su buena suerte. Era prisionero con raciones
miserables y, ahora, tenía ante él dos comidas deliciosas y nutritivas.
Mientras Peter devoraba ambos platos, Rahms se volvió hacia su máquina
de escribir y comenzó a escribir un informe.
—Mi tiempo para hacer entrevistas casi ha terminado —dijo—. Dícteme
su historia rápidamente.
Peter terminó las judías verdes y las papas y volvió a contar su inocente
historia. Rahms la escribió tal cual fue descrita por Peter, sin ninguna
pregunta.
Esa tarde, Peter salió de la prisión de Scheveningen.

En turno para visitar al teniente Rahms estaban las hermanas Ten Boom,
empezando por Corrie. Por dos meses había temido una audiencia, pues un
interrogatorio intenso podría llevarla a revelar detalles sobre su trabajo
escondiendo judíos y buceadores, sobre las tarjetas de racionamiento y los
incontables nombres de trabajadores clandestinos.
En una mañana fría y lluviosa se vistió y siguió a un guardia por largos
pasillos hasta la puerta interior de la prisión. Aquí, otro guardia la condujo a
lo largo de una hilera de pequeñas habitaciones construidas a lo largo de la
pared exterior y hasta una oficina.
Detrás de un escritorio estaba sentado un oficial joven pero distinguido.
—Soy el teniente Rahms —acercó una silla para Corrie y cerró la puerta
—. ¿Siente frío aquí? Deme un minuto y encenderé el fuego. Está enferma y
no debemos permitir que se enfríe.
Rahms tomó un pequeño cubo de carbón y con las manos desnudas
colocó varios trozos en una estufa.
—Espero que esta primavera no tengamos muchos más días tan fríos
como este.
Sospechando que la bondad del alemán podría tratarse de una trampa,
Corrie oró para que Dios protegiera sus labios.
Sin embargo, en lugar de comenzar con el interrogatorio, Rahms parecía
querer tener una pequeña charla, tal vez como cortesía antes de pasar al
asunto en cuestión. Durante un rato hablaron de flores y de cómo Rahms
había plantado tulipanes contra el muro de la prisión.
—Es lo mejor que he plantado en mi vida —dijo—. En casa siempre
tenemos bulbos holandeses.
Todo en este hombre parecía provenir de un lugar gentil y honesto, pero
Corrie seguía preocupada de que todo fuera una estratagema psicológica.
—Ahora dígame —dijo él— qué es exactamente lo que ha hecho. Es
posible que pueda hacer algo por usted, tal vez es posible que pueda hacer
algo grande. Pero no debe esconderme nada.
Rahms indagó sobre su participación en la Resistencia y sobre su papel
en el Beje. Al cabo de unos minutos, Corrie se dio cuenta de que la Gestapo
creía que el Beje era el cuartel general donde se organizaban los robos a las
oficinas de racionamiento. Durante casi una hora, el teniente hizo preguntas
mordaces al respecto, pero la ignorancia de Corrie sobre los detalles pareció
convencerlo de su inocencia.
—Sus otras actividades, señorita Ten Boom. ¿Qué quisiera contarme con
respecto a ellas?
—¿Otras actividades? Oh, quiere decir… ¿quiere saber sobre mi iglesia
para gente con retraso mental?
Antes de que Rahms pudiera responder, Corrie se sumergió en su
trabajo con los discapacitados de Haarlem.
—¿No es eso una pérdida de tiempo? —preguntó—. Ciertamente es
mucho más importante convertir a una persona normal que a una débil
mental.
Rahms había sido adoctrinado en la filosofía nacionalsocialista de que
los ancianos, los débiles y los discapacitados debían ser dejados de lado y
eliminados, y Corrie vio ahí una oportunidad.
—¿Puedo decirle la verdad, teniente Rahms?
—Esta audiencia, señorita Ten Boom, se basa en el supuesto de que usted
me hará ese honor.
Corrie tragó saliva y se lanzó hacia delante.
—El Señor Jesús tiene normas distintas a las humanas. La Biblia lo revela
como alguien que tiene gran amor y misericordia por todos los perdidos y
despreciados, por todos los pequeños, débiles y pobres. Es posible que a sus
ojos una persona con deficiencia mental sea de mayor valor que usted o que
yo misma. Cada alma humana es valiosa para Él.
Rahms se sentó en silencio durante un minuto, reflexionó y luego se
puso de pie.
—Eso será suficiente por hoy.
A la mañana siguiente, Rahms pasó por la celda de Corrie y la acompañó
no a su oficina, sino al jardín.
—Toma usted muy poco sol —dijo—. Podemos continuar con el examen
aquí igual que adentro.
Corrie, conmovida por su amabilidad, observó cómo Rahms se apoyaba
contra una pared, pensativo.
—No dormí en toda la noche —dijo—, pero pensaba constantemente en
lo que me dijo acerca de Jesús. Cuénteme más sobre Él.
Los papeles se habían invertido, pensó Corrie. Atrás quedó el juez
alemán que tenía autoridad divina para liberar a la gente o enviarla a la
horca. Ante ella ahora había un hombre, simplemente un hombre común y
corriente, que por primera vez se enfrentaba a su propia esterilidad
espiritual.
—Jesucristo es una luz —dijo ella—, que vino al mundo para que todos
quienes creen en Él no tengan que seguir en la oscuridad. ¿Hay oscuridad en
su vida, teniente?
Rahms asintió.
—Hay mucha oscuridad en mi vida. Cada noche cuando me acuesto no
me atrevo a pensar en el momento en que debo levantarme por la mañana.
Cuando me despierto, le temo al día. Odio mi trabajo. Tengo una esposa e
hijos en Bremen, pero ni siquiera sé si están vivos. Quién sabe; puede que
una bomba los haya hecho pedazos durante la noche.
—Hay Alguien que los tiene siempre a la vista, teniente Rahms. Jesús es
la Luz que la Biblia me muestra, la Luz que puede brillar incluso en una
oscuridad tan profunda como la suya.
Rahms murmuró tan bajo que Corrie apenas pudo escucharlo:
—¿Qué puede usted saber de mi oscuridad…?
Regresaron a la celda de Corrie y Rahms hizo una pregunta más.
—No puedo entender cómo puedes creer que hay un Dios, porque si lo
hay, ¿por qué permitiría que tú, una mujer valiente, seas encarcelada?
—Dios nunca comete errores —respondió Corrie—. Hay muchas cosas
que no entenderemos hasta mucho después. Pero esto no es un problema
para mí. Es la voluntad de Dios que por un tiempo esté a solas con Él.
Un día más tarde, Rahms llamó a Corrie a otra audiencia, esta vez de
nuevo en su oficina. Para su sorpresa, él no tenía ni una sola pregunta sobre
su participación en ocultar judíos o ayudar a la clandestinidad. En cambio,
quería saber sobre su infancia, sus padres y sus tías.
Ella le contó que su padre había muerto en Scheveningen y Rahm
enfureció; los expedientes no decían nada al respecto. Corrie preguntó por
qué la habían puesto en confinamiento solitario y él le leyó el registro:
—La condición de la prisionera es contagiosa para los demás.
—¡Pero ya no soy contagiosa! He estado mejor desde hace semanas, y mi
hermana está muy cerca. Teniente Rahms, ¡si tan solo pudiera ver a Betsie!
Si pudiera hablar con ella por unos minutos.
Rahms sopesó la petición y Corrie pudo ver que había compasión y
angustia en sus ojos.
—Señorita Ten Boom, es posible que yo pueda parecerle una persona
poderosa. Tengo uniforme. Tengo cierta autoridad sobre aquellos que están
a mi cargo. Pero estoy en prisión, querida señorita de Haarlem, una prisión
más fuerte que esta.
Más tarde aquella semana, Rahm llamó a Corrie para otra audiencia, de
nuevo para hablar de temas espirituales. Deseaba comprender por qué
debían sufrir los cristianos.
—¿Cómo puede creer en Dios? —preguntó—. ¿Qué clase de Dios dejaría
que ese pobre anciano muriera aquí en Scheveningen?
Corrie recordó lo que su padre había dicho sobre las preguntas
complicadas: «Hay conocimiento que es demasiado pesado… no puedes
cargar con él… tu Padre lo cargará hasta que tú seas capaz de hacerlo». Pero
antes de que Corrie pudiera repetir estas palabras, entró un guardia.
Rahms se puso de pie.
—La prisionera Ten Boom ha completado sus audiencias —le dijo al
guardia—, y ahora volverá a su celda.
Cuando Corrie pasó al lado de Rahms, este le dijo en voz baja:
—Camine despacio en el pasillo F.

Notas:

1. En Ravensbrück, la espía de la soe Odette Sansom estuvo confinada en una celda del Búnker
durante tres meses con ocho días. La luz de su celda se encendía durante cinco minutos cada
día; por lo demás, la celda permanecía en total oscuridad (N. del A.).
CAPÍTULO 17
HUESOS

Corrie siguió al guardia y al dar la vuelta en el pasillo F, llegaron a la celda de


Betsie. Entre varias mujeres, Betsie estaba de pie dando la espalda al pasillo,
pero Corrie pudo verla y eso fue suficiente.
Unos días más tarde, el teniente Rahms llamó a Betsie. Ya que ella no era
un personaje activo de los grupos clandestinos, volvió a su curiosidad
espiritual y la interrogó sobre su fe cristiana. Hablaron durante cierto
tiempo y luego Betsie dijo:
—Señor Rahms, es importante hablar sobre Jesús, pero es más
importante hablar con Él. ¿Le molestaría si rezo con usted?
Rahms inclinó la cabeza.
Volvió a llamarla cuatro veces más a su oficina, y cada una de esas veces
terminaban con una oración. De manera independiente, Peter, Corrie y
Betsie pudieron verlo: Dios estaba trabajando en el corazón de aquel
hombre. Y Rahms no podía escapar. Tenía que interrogar a todos los
prisioneros de Scheveningen y los Ten Boom mantenían a Dios frente a él.
Con cada entrevista quedaba más asombrado, perplejo y encontraba
consuelo en todo lo que decían.
Tal vez había algo de cierto en lo que creían.

Una mañana, Rahms volvió a llamar a Corrie a su oficina. Sobre su


escritorio había varios papeles: sus papeles. Incluían cartillas de
racionamiento y las notas de actividades clandestinas que contenían los
nombres y direcciones de amigos, judíos y trabajadores de la Resistencia. La
Gestapo los había encontrado durante una búsqueda en el Beje y
aparentemente se los acababa de entregar a Rahms.
—¿Puede explicar estas páginas? —preguntó Rahms.
A Corrie le retumbaba el corazón. Además de incriminarla por
numerosos crímenes capitales, cada nombre en aquella lista estaba en
peligro. Si la Gestapo los encontraba, los trabajadores secretos serían
arrestados y enviados a campos de concentración o fusilados. Los judíos que
aparecían en los papeles serían detenidos para luego enviarlos a un campo
de exterminio. Pero ¿qué podía decirle al teniente? ¿Que esas no eran sus
notas? No, este era el final. Para ella, para todos.
—No, no puedo.
Rahms siguió en silencio y miró los papeles durante varios momentos.
Luego se echó hacia adelante, los juntó todos en una pila, abrió la puerta
de su estufa y los echó al fuego.
Corrie no tenía palabras. Rahms acababa de perdonar tanto su vida
como las invaluables vidas de tantos otros. Mientras miraba, el fuego
consumía sus faltas a la Gestapo y sus pecados; le vino a la mente
Colosenses 2:14: «Anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, y
que nos era contraria, y la quitó de en medio, clavándola en la cruz».

El 3 de mayo, Corrie recibió una carta de parte de Nollie1:


«Qué felices nos sentimos con tu carta. Cuando supe que estabas sola me
enojé mucho. Querida, tengo que decirte algo muy triste. Sé fuerte. El 10 de
marzo,2 nuestro querido padre se fue al Cielo. Solo sobrevivió nueve días.
Murió en Loosduinen. Ayer recogí sus pertenecías en Scheveningen. Sé que
el Señor te ayudará a soportar esto».
Corrie estalló en lágrimas. No es que su muerte fuera inesperada, pero la
pérdida del hombre que había sido el ancla espiritual de los Ten Boom por
casi 60 años le rompió el corazón. Corrie tocó la campana de emergencias y
un minuto después entró una guardia humanitaria llamada Mopje.
—Por favor, quédate conmigo un par de minutos —suplicó Corrie—.
Acabo de recibir la noticia de que murió mi padre. Por favor no me dejes.
Mopje le dijo que esperara y regresó con un sedante, que Corrie rechazó.
Sentada junto a Corrie, Mopje no supo qué decir y permaneció en silencio.
Después de unos minutos le recordó a Corrie que los Ten Boom estaban en
prisión por lo que habían hecho.
—Realmente no deberías llorar —añadió—. Deberías estar feliz de que
tu padre haya vivido tanto tiempo. Mi padre solo tenía 56 años cuando
murió.
Mopje no le brindó a Corrie el consuelo que anhelaba, pero tenía razón:
Corrie debería estar agradecida por los muchos años que había pasado con
su padre.
Al día siguiente, Corrie le escribió una carta a Nollie, expresando sus
emociones por la pérdida.
«Su muerte ha dejado un gran vacío en mi vida», escribió. «Por el amor y
la ayuda que le di, el Señor me dará otra salida. Lo que recibí de él no puede
ser reemplazado. Pero ¡qué privilegio es que lo hayamos disfrutado,
consciente e intensamente, durante tantos años! Estuve inquieta por unos
cuantos días, pero eso ya ha pasado… ¡qué bueno es el Salvador conmigo!
No solo me ayuda a sostener mis cargas; también me sostiene a mí».

Poco después, Betsie escuchó la noticia de que Willem, Flip y Peter habían
sido liberados y le escribió una carta a Nollie:
«Yo estoy bien», le dijo a su hermana. «Mi alma tiene mucha paz».
Le informó a Nollie sobre sus audiencias con el teniente Rahms y agregó:
«No fue un interrogatorio, sino un testimonio maravilloso contando los
motivos de nuestros actos. Por eso pude testificar constantemente el amor y
la redención de nuestro Salvador, lo cual hago siempre en la celda.
»Escuché que Peter y Willem están libres y que mi padre fue liberado el
10 de marzo[…] Anhelo mucho verte, la libertad y el trabajo. Duermo como
nunca he dormido en mi vida[…] La amistad que hemos hecho en la celda
es tal que una a una he invitado a mis compañeras de celda a venir a nuestra
casa».

Mientras tanto, en Amersfoort, Hans Poley se adaptaba a la vida carcelaria.


Le habían afeitado la cabeza y vivía en una de las 10 barracas, cada una con
unos 600 hombres, todos con raciones de comida para morir de hambre.
Cada mañana, la mitad de los reclusos eran llevados a la ciudad para realizar
trabajos forzados en una fábrica, y el resto permanecía en el campo para
limpiar o trabajar en el taller de reparaciones.
Sin embargo, a Hans le resultaban especialmente difíciles tres cosas. La
primera era un subcomandante de las ss llamado Kotälla, que pasaba lista
todas las mañanas. Conocido como el «verdugo de Amersfoort»,
regularmente pateaba a los prisioneros en la ingle y, mientras caminaba
entre las filas, gritaba e intimidaba tanto como podía.
—Häftlinge, Die Augen, links! (Prisioneros, ¡ojos a la izquierda!)
—Augen gerade, aus! (¡Ojos al frente!)
—Abzählen! (¡Cuenten!)
También los olores eran insoportables. Cada mañana llenaba el aire el
hedor de la ropa cocinándose en la estufa —no solo para desinfectarla, sino
para matarle los piojos—. Los viernes la Cruz Roja entregaba comida y los
prisioneros comían demasiado o demasiado rápido. Y entonces, cada
mañana de sábado las letrinas apestaban por el vómito y las heces.
Lo más preocupante de todo, sin embargo, era el sonido penetrante al
amanecer: los pelotones de fusilamiento.
Sin embargo, en medio del terror y las privaciones, el campo recibió una
bendición inusual de parte de una mujer a la que los prisioneros llamaban el
«Ángel de Amersfoort». La señora Loes Van Overeem era la comandante de
la Cruz Roja de la zona y proporcionaba los paquetes de alimentos todos los
viernes. También supervisaba la distribución para que los guardias no
confiscaran nada. Pero mejor aún, mediante intimidaciones, amenazas o
chantajes, llegó a un acuerdo con el comandante de las ss. Inspeccionaría
periódicamente el campo para comprobar la higiene y tendría acceso a
todos los prisioneros, incluidos los que estaban en la enfermería. Si bien no
podía evitar las ejecuciones ni las palizas rutinarias, sus esfuerzos evitaron
gran parte de la violencia y el hambre.
Hacia finales de mayo, un guardia abrió la puerta de la celda de Corrie y
dejó entrar al teniente Rahms. Corrie quiso saludarlo con una sonrisa y una
palabra, pero Rahms estaba totalmente serio.
—Me acompañará a mi oficina. Ha venido el notario.
—¿Notario?
—Para dar lectura al testamento de su padre. Es la ley: debe haber
familia presente cuando se abre un testamento.
Corrie siguió a Rahms por el pasillo, perpleja ante la idea cómica de que
a los nazis les importara un pepino lo que decía la ley holandesa sobre los
testamentos. No estaba familiarizada con ese procedimiento y su padre
nunca había hablado al respecto. Y luego, ¿por qué Rahms tenía ese labio
superior rígido?
El guardia caminó con ellos hasta el patio y luego se fue en otra
dirección. Rahms condujo a Corrie hacia la brillante luz del sol y luego,
cuatro oficinas más allá, abrió una puerta.
El corazón de Corrie se hinchó. Frente a ella estaban Willem, Tine,
Betsie, Nollie y Flip.
Willem fue el primero en llegar hasta ella y la abrazó con fuerza.
—¡Corrie! ¡Corrie! ¡Hermanita!
Habían pasado 50 años desde la última vez en que la llamara así. Nollie y
Betsie se unieron al abrazo, y Corrie quedó sorprendida por la apariencia de
Willem: su rostro estaba demacrado, amarillo y fantasmal. Descubrió que
dos de los ocho hombres en su celda habían muerto de ictericia, y su
hermano no parecía muy lejos de ese destino.
También el rostro pálido y el cuerpo delgado de Betsie resultaban
preocupantes.
Corrie volvió a mirar a Rahms, que parecía estar teniendo su propio
momento privado contemplando una estufa apagada. Nuevamente quedó
sorprendida por su amabilidad. La Gestapo nunca habría permitido una
reunión de este tipo, y la actitud seria que había adoptado Rahms al ir a
buscarla parecía haber sido para engañar al guardia.
Con indiferencia, Nollie puso una pequeña Biblia en la mano de Corrie.
Estaba guardada en una pequeña bolsa con un cordón para poder colgarla
del cuello. Rápidamente, Corrie se pasó el cordón por la cabeza y dejó caer
la bolsa por su espalda, debajo de la blusa.
Willem se acercó y explicó que los refugiados atrapados en la guarida de
los ángeles habían sido rescatados por policías holandeses leales. Añadió que
la clandestinidad había encontrado nuevos escondites para los judíos y
Corrie preguntó:
—¿Y ahora? ¿Están bien ahora?
Willem hizo una pausa para mirarla a los ojos.
—Están bien, Corrie, todos excepto Mary.
Mary Van Itallie, explicó, había sido arrestada un día mientras caminaba
por la calle.
El teniente Rahms dio un paso adelante.
—Se acabó el tiempo.
Entonces se les unió un notario y comenzó a leer el testamento de Opa.
El único inmueble significativo que poseía era el Beje, el cual heredó a Betsie
y Corrie. Cualquier dinero que se derivara de la venta de la relojería o de la
casa, decía el testamento, se distribuiría como Betsie y Corrie lo
determinaran. Cuando terminó el notario, la habitación quedó en silencio y
Willem comenzó a orar.
—Señor Jesús, te alabamos por estos momentos juntos bajo la protección
de este buen hombre. ¿Cómo podemos darle las gracias? No tenemos poder
para hacer nada por él. Señor, permítenos compartir también con él esta
herencia de nuestro padre. Tómalo también a él y a su familia bajo Tu
cuidado constante.
De vuelta en su celda, Corrie hizo un sumario de sus emociones en una
libreta.
«Ahora realmente sé lo que significa depositar mis ansiedades en el
Señor cuando pienso en el Padre. ¿Existe todavía un futuro para el Beje aquí
en la tierra o iremos directamente hacia el regreso de Cristo? ¿O vamos a
morir? Qué maravilloso es saber que el futuro está seguro, saber que el Cielo
nos espera. A veces tengo autocompasión, especialmente por la noche, y
entonces me duele mucho el brazo. Esto tiene que ver con la pleuresía, pero
luego pienso en cuánto sufrió Jesús por mí y entonces siento vergüenza».
Corrie tuvo motivos para preocuparse aún más varios días después,
cuando una nueva jefa de guardia apareció en su puerta. La mujer era
conocida por los presos como «la General», y había sido directora de una
prisión en Berlín, según alguien había dicho, y luego de otra en Oslo. Al
parecer fue trasladada a Scheveningen para poner «orden».
La General tenía una postura alta, erguida con rigidez, tenía unos ojos
fríos y penetrantes en su rostro duro y cruel. Corrie pensó que esta mujer
era la persona con el aspecto más malvado que jamás había visto.
Corrie siguió el protocolo normal —ponerse de pie de un salto y pararse
en firmes— mientras la General inspeccionaba su celda. Sin decir palabra, la
mujer arrancó la pantalla de lámpara improvisada de Corrie y luego pasó a
los pequeños botes que Corrie había recibido en un paquete de ayuda desde
casa. Uno a uno, la General los puso boca abajo, aparentemente buscando
contrabando, derramando vitaminas, galletas y pasta para sándwiches.
Temerosa de la ira de la mujer, Corrie se encargó del frasco de puré de
manzana y le dio la vuelta ella misma.
A continuación, la General inspeccionó la cama de Corrie. Le quitó las
mantas y luego miró debajo del colchón, pero, sorprendentemente, no
encontró los folletos evangélicos que Corrie había guardado. Luego, todavía
sin decir palabra, la General giró sobre sus talones y se fue.
Durante los días siguientes, la General habló poco, excepto dar órdenes
tajantes y mordaces. En una celda no lejos de la suya, Corrie escuchó a la
General regañar a una anciana por no levantarse de inmediato cuando llegó.
«Si es que había algo bueno» recordó Corrie, «o algo humano en su
carácter, siempre seguiría siendo un misterio para mí».
—¡Junten sus cosas! —gritó alguien una mañana—. ¡Alístense para evacuar!
A Corrie le subieron los ánimos. ¿Evacuar? ¿Estarían cerca los aliados?
¿Quizá estaban por poner en libertad a la prisión? Era el 6 de junio, después
de todo, y tal vez una división norteamericana o británica había llegado a
Holanda. Corrie no tenía modo de saber sobre el desembarco de
Normandía, pero el comportamiento frenético de los guardias sugería que
los alemanes habían recibido órdenes de emergencia.
Empacó sus pocas pertenencias y esperó en su catre. Pasó una hora.
Luego dos. Tres. No fue hasta el final de la tarde que un repentino alboroto
reveló que había llegado el momento. Las puertas de las celdas se abrieron
de golpe y los guardias se pusieron a trabajar.
—¡Todos afuera! Schnell! ¡Todos afuera! ¡Sin hablar!
Alguien abrió la puerta; Corrie salió al pasillo y, por primera vez, vio a
las mujeres de las celdas a su alrededor.
—In-va-sión —todas movían la boca sin pronunciar realmente la
palabra.
Los guardias obligaron a los prisioneros a formar filas de cinco y luego
comenzaron a conducir al grupo hacia autobuses y camionetas que los
esperaban. Corrie abordó el tercer autobús con la esperanza de encontrar a
Betsie, pero fue en vano. Dentro del autobús habían quitado los asientos, lo
que obligó a todos a quedarse de pie, y las ventanas habían sido pintadas
para que nadie pudiera ver el exterior. En el autobús corrían rumores de que
se dirigían a Alemania.
Después de aproximadamente una hora, el convoy de transportes llegó a
su destino: una estación de tren en las afueras de La Haya. Todos
desembarcaron y formaron filas. Al otro lado del andén, Corrie finalmente
vio a Betsie, pero no pudo llamar su atención. Los prisioneros
permanecieron en formación durante horas, y cuando llegó el tren ya era de
noche.
Mientras el grupo era canalizado hacia los vagones, Corrie se retrasó
para poder encontrar a Betsie y abordar con ella. Finalmente lo logró,
encontraron asientos juntos y, cuando la locomotora arrancó, se tomaron de
la mano y lloraron. Sin importar cuán malo fuera todo, Corrie estaba
agradecida de reunirse con la persona que había sido su alma gemela de
toda la vida.
Durante 12 horas Corrie estuvo sentada al lado de su hermana. A las
cuatro de la madrugada, el tren finalmente se detuvo en Vught, una ciudad
del sur de Holanda, a unos 100 kilómetros de La Haya. Parecía haber un
poco de caos, sin suficientes guardias para manejar a la multitud. En medio
de la confusión, varios prisioneros escaparon hacia la oscuridad.
Los alemanes comenzaron a gritar, maldecir y empujar mientras
desembarcaban a las mujeres y las conducían hacia su nuevo destino. Más
tarde, Corrie recordaría la experiencia:
«Frente a nosotras había un bosque con muchos, muchos soldados con
cascos y metrallas apuntándonos[…] Muchos reflectores apuntaban
directamente hacia nosotras y brillaban sobre los árboles los cascos y las
armas; todo parecía una película espantosa. Después de esperar mucho
tiempo, nos ordenaron comenzar a caminar en filas de cinco[…] Nos
apresuraban a través de la oscuridad. Lo único que escuchamos fueron
insultos, furia y gritos. Un soldado pateó a varias mujeres en la espalda
porque intentaban evitar pasar por sobre un charco enorme, oh, noche de
terror».
Y era el terror. A diferencia de Scheveningen, una prisión holandesa que
existía previamente, Vught era un campo de concentración construido
específicamente para prisioneros políticos y judíos.
Los guardias llevaron a las 150 mujeres a un gran salón en las afueras del
campo, donde esperaron otras 12 horas —ya habían pasado 24 horas desde
que las prisioneras habían comido o dormido— y los soldados las llamaron
en grupos de 20 para ducharse. Los alemanes contemplaron los cuerpos
mientras las mujeres se desnudaban, y Corrie y Betsie se encogieron.
—No, Señor, eso no.
Después de que algunos grupos pasaron, los soldados se dieron cuenta
de que no había suficientes batas para las prisioneras y detuvieron el
procedimiento. En ese momento, una joven judía se acercó a Corrie.
—¿Puede consolarme? Estoy muy asustada.
Corrie la consoló y luego Betsie oró por ella.
Después, los soldados llevaron a todos al cuartel 4, fuera del campo de
concentración, pero las reglas y actividades coincidían con las del interior
del campo. El pase de lista empezaba a las cinco de la mañana del día
siguiente, y Corrie se estremeció cuando escuchó la voz estridente que
gritaba órdenes.
La General.
Aquí la General gobernaba con mano de hierro, incluso más que en
Scheveningen. Con su rostro cruel y sus castigos despiadados, mantenía a
las prisioneras en un estado constante de miedo. Para aumentar su miseria,
la General las mantenía alertas por horas. Durante una asamblea matutina,
una mujer embarazada se desplomó y se golpeó la cabeza con un banco al
caer al suelo. La General apenas se dio cuenta y siguió leyendo nombres.
Después de nueve días en la barraca 4, Corrie, Betsie y una docena de
otras mujeres fueron llamadas al frente durante el pase de lista. La General
les dio algunas formas y les dijo que se reportaran en la administración de
las barracas en tres horas.
—¡Son libres! —les dijo una trabajadora en el comedor durante el
desayuno—. ¡Esos uniformes rosas significan libertad!
Corrie y Betsie no podían creerlo. ¿Libertad?
A las nueve descubrieron que la barraca de administración era un
laberinto de procedimientos: sellar formularios, ir de oficina en oficina,
entre interrogatorios y tomas de huellas dactilares. Pasaron horas y Corrie
notó que el número de prisioneras en su grupo había llegado a 40 o 50.
Entraron en otra oficina, donde se devolvían los objetos de valor de los
prisioneros —el reloj Alpina de Corrie y el anillo de su madre— y luego el
grupo salió, a través de hileras circulares de alambre de púas, y entró en el
campo. En un mostrador de registro, un empleado les dijo que entregaran
las posesiones que acababan de recibir.
Corrie se dio cuenta de que no las estaban liberando; las estaban
convirtiendo en prisioneras documentadas en el campo. Una vez más, los
soldados las reunieron y comenzaron a moverlas a todas por una calle llena
de barracas en los extremos. Corrie tomó el brazo de Betsie mientras el
grupo se dirigía hacia un edificio gris sin rasgos distintivos. Su nuevo hogar.
El interior era muy parecido a la barraca en la que se habían alojado
fuera del campamento: una habitación grande con mesas y bancos, pero esta
también tenía literas. Sin embargo, a nadie se le permitió sentarse, pues otro
asistente comenzó a revisar los papeles de todas.
Corrie ya había tenido suficiente tiempo de pie por un día.
—Betsie, ¿cuánto tiempo tomará esto?
—Tal vez mucho, mucho tiempo. Tal vez muchos años. Pero es el mejor
modo en que podríamos pasar nuestras vidas.
Corrie miró a su hermana.
—¿De qué estás hablando?
—Estas jóvenes. La chica en las barracas. Corrie, si a la gente se le puede
enseñar a odiar, ¡también se le puede enseñar a amar! Debemos encontrar el
modo, tú y yo juntas, sin importar nada.
Corrie solo pudo negar con la cabeza. Esa hermana suya —tal vez era
realmente un ángel— vestía el altruismo como estandarte. Se dio cuenta de
que Betsie había tomado el lugar de su padre como guía y líder espiritual.
Con la visión y dirección de Betsie, comenzó oficialmente el ministerio
Ten Boom del campamento. Corrie reconoció la responsabilidad y escribió
en una nota: «Ahora teníamos asociación con muchas personas. Tendríamos
que compartir su dolor, pero también tendríamos el privilegio de ayudarlos
y alentarlos».
Como los prisioneros no tenían nada que hacer en todo el día, se
quejaban, discutían y criticaban. Betsie tenía la cura: una sociedad de
estímulo.
—Quien desee convertirse en miembro —le dijo a Corrie— debe
prometer hacer todo lo posible para no quejarse, ni hablar mal de nadie, por
el contrario, solo deben hablar de manera alentadora a las demás. Además,
deben obedecer todas las órdenes de los asistentes de la barraca.
Al poco tiempo formaron un grupo pequeño donde las mujeres rezaban
para que mejorara el ambiente de la barraca.
Unos días más tarde vino un médico a examinar a los prisioneros. Le dio
un diagnóstico sorprendente a Corrie:
—Tienes tuberculosis; debes quedarte en cama de ahora en adelante.
Lo que Corrie no sabía era que ese diagnóstico a menudo significaba un
billete de ida a las cámaras de gas.

Notas:

1. Nollie había sido liberada de Scheveningen el 20 de abril (N. del A.).


2. En este punto Nollie aún no sabe que su padre murió el 9 de marzo y no el 10 (N. del A.).
CAPÍTULO 18
SEÑORA HENDRIKS

Dado que la doctrina nazi despreciaba a los enfermos y a los débiles,


muchos campos de concentración utilizaban la tuberculosis como excusa
para la ejecución. Aún quedaba por ver si Vught cumplía con la pena.
A la mañana siguiente, después del pase de lista, Corrie fue a ver a la
General. Siguiendo las órdenes del médico, preguntó si podía acostarse cerca
de una ventana.
—Hoy vas a trabajar —espetó la General—. Y trabajarás duro, así
desaparecerá tu tuberculosis.
Corrie no sentía que tuviera tuberculosis, pero le dolió la respuesta
insensible de la General. El odio de tantos guardias de las ss era inexplicable
e inaceptable. Sin embargo, aunque parecía que el antagonismo nazi no
podía ser peor, alguien estaba trabajando detrás de escena para liberarla.
El teniente Rahms.
El 20 de junio, Nollie envió una carta alentadora a Corrie: «Después de
que estuvimos juntas en Scheveningen, el notario y algunos otros fueron a
ver a los caballeros que ahora están a cargo de tu caso, y el resultado fue que
la casa y la tienda han sido liberados».
Aún más importante, había escrito Nollie, Rahms la había llamado el 9
de junio para notificarle a la familia que aún trabajaba en el caso de Corrie y
que había enviado una carta a los altos mandos; estos habían dictaminado
que sería libertada. Unos cuantos días después, había llamado a Nollie para
decirle que era incapaz de encontrar al trabajador encargado del caso de
Corrie, pero reiteró que había enviado la carta solicitando su liberación.
Nollie le recordó a su hermana que quizá la providencia estaba
trabajando en ello. «Una vez escribiste: “No estaré aquí ni un momento más
de lo que Dios quiera”. Creo que tal vez aún estás siendo una bendición para
las otras o tal vez aún tienes que aprender algo».
Corrie sabía que Nollie tenía razón, pero aún así era tranquilizador saber
que el teniente Rahms estaba trabajando por su libertad y probablemente
por la de Betsie.
Mientras tanto, Corrie y Betsie hicieron lo mejor que pudieron para
disfrutar de las pequeñas cosas: un paseo juntas entre alambres de púas, un
trozo de pan que les regaló una compañera de prisión, un cielo brillante. Sin
embargo, un domingo recibieron una agradable sorpresa cuando una niña
se les acercó y las invitó a un servicio de adoración. La «iglesia», una
pequeña parcela de césped entre barracas, inspiró a las Ten Boom a orar
junto con otras creyentes.
El servicio comenzó cuando una mujer leyó un pasaje de la Biblia y
luego otra se acercó para leer un sermón. Siguieron los cantos, y después
uno de los líderes le preguntó a Corrie si podía cerrar la celebración en
acción de gracias.
«Mientras oraba», recordó Corrie más tarde, «un gran gozo llenó mi
corazón. ¡Qué maravilloso fue hablar juntos con el Señor, para expresarle
nuestras necesidades en común! Nunca antes había orado como ahora.
Había mucho dolor entre estas prisioneras, que habían tenido que dejar atrás
a sus maridos, hijos y otros seres queridos, y sobre cuyas cabezas todavía
pendía una amenaza terrible. Y yo hablé con Aquel que entendía, que nos
conocía y nos amaba. Él podía quitarnos nuestras cargas».
Corrie dirigió el servicio del domingo siguiente y también coordinó una
discusión grupal durante la tarde.
Mientras tanto, Betsie intentaba mantener la perspectiva. El 30 de junio,
escribió en su diario: «Ayer hubo muchas bendiciones[…] Fui a revisión con
un doctor y un dentista. Jan me dio mantequilla y queso. La Cruz Roja, un
sándwich con tocino[…] Devociones nocturnas[…] A Corrie le va bien en
Philips. Disfrutamos juntas las maravillas de la naturaleza, los cielos. El
clima es frío. Perfecto. Cada día hay algo de sol. Recibimos fuerzas
extraordinarias para esta vida tan dura. Sufro mucha hambre. Corrie me
trae una comida caliente de Philips y la como mientras es el pase de lista».
Dos semanas después, Corrie le envió una carta a Nollie y otros
miembros de la familia, expresando fuerza y alegría:
«Bep y yo estamos muy bien. La vida es dura, pero hay salud[…]Por
favor no vean como algo terrible el que estemos aquí. Nosotras podemos
aceptarlo. Estamos en la escuela de entrenamiento de Dios y aprendemos
mucho. Es 10 veces mejor que estar en una celda en prisión. Bep envejece
rápido, pero lucha con coraje[…] Estamos muy felices juntas, especialmente
cuando hacemos duelo por papá. Mis pulmones han sanado. Escríbannos
con noticias de los niños[…]
»Anhelamos la libertad, pero tenemos una fuerza inusual[…] Durante el
pase de lista a menudo viene una alondra y canta en el cielo sobre nuestras
cabezas, por eso tratamos de levantar el corazón. Aquí hay mucha comunión
con los santos[…] La tristeza más grande la cargamos con ayuda de Dios».
En otra carta a todos en casa, Corrie reveló un poco del otro lado de la
moneda: «A veces escuchamos tiros por la noche desde nuestra barraca.
Sabemos lo que eso significa. Luego oramos por los familiares en duelo, y
también por aquellos que puedan ser los siguientes[…] Han pasado muchas
cosas en estos últimos días. Algunos hombres fueron llamados a abandonar
las filas durante el pase de lista y fueron fusilados unos minutos más
tarde[…] La señora Boileu trabaja en la misma fábrica que yo. Es una
persona espléndida, una auténtica aristócrata. Ella lo ha sacrificado todo.
Sus dos hijos fueron fusilados».
En secreto, Corrie alternaba entre la añoranza por su hogar, el duelo por
la muerte de su padre, esperanza y alegría. Unos días después de las cartas
que envió a su familia, escribió en su diario:
«Hace calor y las cobijas pican muchísimo. Cierro los ojos y sueño con
una cama con sábanas. Estoy caminando en nuestra casa en el Beje. Acaricio
el poste de la barandilla al pie de las escaleras. Luego miro el retrato de mi
padre y mis ojos cerrados se llenan de lágrimas. Pienso nuevamente en los
nueve días que papá tuvo que pasar en esa celda, pero rápidamente cambio y
me pierdo en pensamientos de la gloria del Cielo, que ahora disfruta. Estoy
colmada de alegría. Nos volveremos a encontrar en los tiempos de Dios».

Mientras tanto, en Amersfoort, Hans Poley recibió un encargo inesperado. A


mediados de julio le pidieron que se uniera al Schreibstube, o
administración del campo, para mantener el recuento y los movimientos de
los prisioneros. Si bien era un trabajo monótono, el seguimiento
determinaba la distribución y asignación crítica de alimentos y paquetes de
la Cruz Roja. El beneficio personal fue que le dieron un uniforme, le
permitieron dejarse crecer el cabello para llevar un casquete corto y estaba
lejos de situaciones peligrosas. Parecía ser el trabajo más seguro del campo.
Un día, mientras tabulaba las cifras, interceptó una lista de prisioneros
consignados para ser trasladados a Alemania a realizar trabajos forzados. Al
leer los nombres con detenimiento, se detuvo de repente. Allí, incluido con
los demás presos que sufrirían esta pena de muerte, estaba el último apellido
que esperaba encontrar.
Poley, número 9238.
Hans corrió a la enfermería y le explicó su situación al doctor Kooistra,
médico y amigo.
—Preséntese en el pabellón de enfermos para un chequeo médico
mañana por la mañana —le dijo Kooistra.
Hans entendió que esto significaba que el doctor planeaba ayudarlo y, a
la siguiente mañana, el doctor Kooistra llenó un formato para ser firmado
por el médico en jefe.
Decía que Hans había sido diagnosticado con tuberculosis.

En Alemania el caos no podría haber sido mayor. El 20 de julio, los


conspiradores que habían estado planeando el asesinato de Adolf Hitler
estuvieron cerca de su objetivo, pero la bomba que el oficial de la
Wehrmacht, el conde Claus Schenk von Stauffenberg, había colocado en la
Guarida del Lobo de Hitler1 no logró matar al Führer. Prácticamente todos
los generales o mariscales de campo de alto rango habían estado
involucrados o habían dado su aprobación explícita o tácita,2 pero, como era
de esperar, los líderes del golpe eran cristianos devotos. Consideraban que
era su deber acabar con el mal que causaba la muerte de millones de
personas y llevaba a su país a la ruina.
Entre los conspiradores se encontraban el general Franz Halder, jefe del
Estado Mayor del Ejército; su predecesor, el general Ludwig Beck; el mayor
general Henning von Tresckow, jefe de operaciones del Grupo de Ejércitos
Centro; el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Abwehr; el mariscal de
campo Erwin Rommel, y von Stauffenberg, un devoto católico romano.
Cuando la explosión no logró matar o siquiera herir a Hitler de
gravedad, la Gestapo inició una investigación despiadada que incluyó
torturar a muchos para que confesaran. Para cuando hubo terminado la ira
y la venganza, unos 5 000 oficiales alemanes habían sido ejecutados o se
habían suicidado, entre ellos 12 generales y tres mariscales de campo.
Era la última oportunidad que tenía Alemania para salvarse.
Los aliados estaban acercándose a París y al este la Wehrmacht había ido
perdiendo terreno constantemente ante el Ejército Rojo. Ahora, con el
control indiscutible del ejército por parte de Hitler, Alemania estaba
condenada.

Mientras tanto, Corrie sufría de los aspectos más despreciables y denigrantes


de la vida en un campo de concentración. Apenas tres días después del
desafortunado golpe de Estado de la Wehrmacht, escribió una entrada
titulada «Mercado de esclavos».
«Se nos ordena presentarnos ante el personal a cargo del escuadrón
penitenciario de la fábrica Philips. En la barraca 2 esperamos en el pasillo
para saber qué tipo de trabajo se seleccionará para nosotras. Las mujeres
más jóvenes ya han sido llamadas a sus puestos. El resto tenemos más de 40
años y algunas incluso 50 años o más. Los alemanes desprecian a los
ancianos[…]
»Entra un grupo de hombres y nos mantienen de pie en el centro. Uno
de los hombres es el Oberkapo o jefe. Tiene labios gruesos y el labio inferior
sobresale, dándole a su rostro una expresión cruel. Ha matado a golpes a
muchos judíos. Antes de la guerra era un asesino profesional y él mismo fue
condenado a 16 años en prisión».
Luego, los gerentes de fábrica evaluaban la fuerza de cada mujer para el
trabajo. Las mujeres más jóvenes, y las que parecían más fuertes, eran mejor
valoradas que las prisioneras mayores y más débiles.
«De repente me siento como una esclava en el mercado de esclavos»,3
sigue Corrie. «Me señalan y me ordenan pasar al frente. Un ligero escalofrío
recorre mi espalda y, aun así, lo experimento como algo totalmente
irreal[…] Recordaré por mucho tiempo estos momentos en el mercado de
esclavos».
Sin embargo, el 27 de julio, Corrie experimentó algo aún peor. En una
entrada de su diario titulada «Señora Hendriks» escribió: «En la lavandería
de la barraca 42 hay una bolsa con sándwiches. Los preparó la señora
Hendriks esta mañana para dárselos a su marido, quien trabaja en la misma
barraca que ella. Es una mujer delicada con un rostro fino, inusual e
intelectual. También carga a un bebé bajo el corazón, su primer bebé.
»Anoche fusilaron a la señora Hendriks».

Notas:

1. La Guarida del Lobo de Hitler era el cuartel general en Rastenburg, Prusia (hoy en día
Ketrzyn, Polonia) (N. del A.).
2. Los aduladores de Hitler, el mariscal de campo Wilhelm Keitel y el general Alfred Jodl,
fueron dos excepciones notables (N. del A.).
3. Viktor Frankl, al reflexionar sobre su propio tiempo en un campo de concentración, escribe
algo similar: «Prácticamente éramos vendidos como esclavos: la firma les pagaba a las
autoridades del campo un precio fijo por día, por prisionero» (N. del A.).
CAPÍTULO 19
RESUMEN DE JUSTICIA

A medida que avanzaba el verano, Corrie y Betsie se adaptaban a trabajar


como esclavas. La fábrica Philips, donde las prisioneras clasificaban tornillos
o ensamblaban piezas, era el destino principal de la mayoría de las mujeres,
mientras que a otras se les asignaban tareas como coser. Sin embargo,
independientemente del lugar de trabajo, el peligro siempre estaba presente.
El 28 de julio, Betsie escribió en su diario que Corrie había sido sorprendida
a principios de semana hablando con un trabajador no prisionero, una
actividad estrictamente prohibida. Se puso una nota negativa en su
expediente penitenciario y a las hermanas les preocupaba que enviaran a
Corrie al Búnker. Al día siguiente llamaron a Corrie a la oficina
administrativa, pero por fortuna solo recibió una advertencia.
Betsie también escribió que toda su barraca tuvo que unirse a las
prisioneras de al lado, en la barraca 23B. Con 160 mujeres hacinadas en una
habitación, la atmósfera era sofocante. Sin embargo, a pesar de las
dificultades, pudo escribir: «Somos continuamente protegidas por la más
extraordinaria Providencia para poder resistir a pesar de la vida dura».
La mayoría de los días, Corrie era enviada a la fábrica de Philips,
mientras que Betsie normalmente trabajaba en la sala de costura,
remendando 100 camisas y camisetas por día. La fábrica, situada en otra
barraca al interior del campo, estaba dispuesta con mesas y bancos de
trabajo de un extremo al otro. Sobre las mesas había miles de pequeños
componentes de radio y a cada prisionero se le asignaba una tarea
individual.
En su primer día de trabajo, Corrie midió pequeñas varillas de vidrio y
las dispuso en montones según su longitud. Un trabajo tedioso pero no
agotador.
Por ahora, al menos, Corrie tenía trabajos seguros y sencillos, y se había
acostumbrado a una rutina diaria.

Ámsterdam
En la capital holandesa, la Gestapo continuó arrestando a los judíos que
hasta el momento habían escapado de la captura. El 4 de agosto, un gran
sedán aparcó frente al número 263 de Prinsengracht, donde se encontraba el
anexo en el que se escondía la familia Frank. Un oficial de las ss, junto con
varios miembros holandeses de la policía de seguridad, entraron y
arrestaron a ocho judíos, entre ellos Otto y Edith Frank y sus hijas, Margot y
Ana.
Todos fueron enviados a campos de concentración.

Vught
La segunda semana de agosto, Corrie envió una carta a Nollie para
compartir más sobre la vida bajo el encarcelamiento nazi. «Hay tanta
amargura y comunismo,1 cinismo y profunda tristeza», escribió. «Lo peor
para nosotros no es lo que sufrimos nosotros mismos, sino el sufrimiento
que vemos a nuestro alrededor». Le aseguró a su familia que ella y Betsie
estaban de buen humor. Aunque su cabello se había vuelto gris, observó
Corrie, había ganado 22 libras. Pero no estaba compartiendo todo.
En una entrada más personal, al siguiente día hizo un resumen del
comportamiento de las mujeres prostitutas: «Rostros bonitos pero anodinos,
voces fuertes, gestos atrevidos[…] Nunca parecen tener miedo. Cuando
todas están en completo silencio, escuchando las amenazas y la furia de
nuestros superiores, ellas gritan respuestas audaces. Saben que están a salvo
si los guardias son hombres. Son las últimas en presentarse para al pase de
lista».

Prisión Amersfoort
El 15 de agosto, mientras trabajaba en la oficina administrativa, Hans
encontró una lista de prisioneros que iban a ser liberados. No podía creerlo,
pero ahí estaba: Poley, número 9238. El doctor Kooistra tenía razón; las ss se
negaron a permitir la entrada a Alemania de prisioneros con tuberculosis y,
en lugar de ejecutar a Hans por delitos relativamente menores, lo iban a
liberar.
Al día siguiente, exactamente seis meses después de su arresto, salió del
campo como un hombre libre.

Vught
El tercer día de Corrie en la fábrica de Philips, un prisionero-capataz, el
señor Moorman, se acercó a su banco de trabajo. Dijo que había escuchado
que Corrie había recorrido toda la línea de montaje para saber qué había
pasado con sus pequeñas varillas.
—Usted es la primera trabajadora que ha mostrado algún interés en lo
que hacemos aquí.
—Estoy muy interesada. Soy relojera.
Moorman pensó por un momento y luego acompañó a Corrie al
extremo opuesto de la fábrica, donde los prisioneros ensamblaban
interruptores de relé. Moorman dijo que sería un trabajo más complejo,
aunque no tan complejo como la reparación de relojes. Corrie lo disfrutó y
su jornada de 11 horas de trabajo se pasó con mayor rapidez.
De vez en cuando, Moorman iba a supervisarla, y actuaba más como un
hermano mayor que como supervisor. A menudo aconsejaba y animaba a
los prisioneros angustiados y encontraba trabajos más fáciles para los
cansados. Su amabilidad se volvió más significativa cuando Corrie descubrió
que a su hijo de 20 años le habían disparado en el campo la semana en que
ella y Betsie llegaron. Ni una sola vez vio amargura, tristeza o tragedia en sus
ojos. Pero era un patriota.
Un día pasó por su banco y observó la fila de interruptores de relé que
ella había completado.
—¡Querida relojera! ¿No recuerda para quién está trabajando? ¡Estas
radios son para los aviones de combate!
Corrie observó mientras él empezaba a sabotear su trabajo, arrancando
un cable o torciendo un tubo.
—Ahora, suéldelos mal. ¡Y no tan rápido! Ya superó la cuota diaria y aún
no es mediodía.
El mediodía era una hora importante. A diferencia de Scheveningen, en
este campo se almorzaba —una papilla insípida de trigo y chícharos—, pero
de todos modos era abundante y nutritiva. Después de comer, los
prisioneros tenían media hora para pasear por el recinto y disfrutar del aire
fresco y del sol. La mayoría de los días, Corrie se tumbaba junto a la valla e
intentaba dormir. «La brisa de las granjas alrededor del campamento llegaba
con dulces aromas de verano», recordó. «A veces soñaba que Karel2 y yo
caminábamos de la mano por un camino rural».
Después de casi 40 años, Corrie no había olvidado a su primer y único
amor.
Cuando terminaba el trabajo a las seis en punto, se hacía otro pase de
lista y luego los prisioneros regresaban penosamente a sus cuarteles. Sin
faltar un solo día, Betsie esperaba a Corrie en la puerta, y un día la recibió
con noticias acerca de otra prisionera en el cuarto de costura. La mujer era
de Ermelo y su marido, el hombre responsable de haber traicionado a los
Ten Boom. Según le dijo una señora a Betsie, era el mismo hombre que
había engañado a Corrie con los 600 florines. Su nombre era Jan Vogel y
había trabajado con la Gestapo desde el primer día de la ocupación, y
finalmente había hecho equipo con Willemse y Kapteyn.
Corrie se enfureció. «Llamas de fuego parecieron saltar alrededor de ese
nombre en mi corazón», recordaría más tarde. «Pensé en las últimas horas
de mi padre, solo y confundido, en el pasillo de un hospital. De las obras
clandestinas tan bruscamente detenidas. Pensé en Mary Itallie arrestada
mientras caminaba por la calle. Y sabía que si Jan Vogel se paraba frente a
mí en aquel momento, podría haberlo matado».
Esa noche, mientras las mujeres se reunían para hacer oración alrededor
de su litera, Corrie le pidió a Betsie que ella se encargara de dirigir,
argumentando que le dolía la cabeza. Pero fue más un dolor de corazón. Esa
noche no pudo dormir. Ahora podía ponerle un nombre —Jan Vogel— a la
traición que había llevado a la muerte de su padre y al encarcelamiento de su
familia.
Corrie tuvo el estómago revuelto por días, así que una noche le preguntó
a Betsie cómo podía estar tan tranquila.
—¿No sientes nada por Jan Vogel? ¿No te molesta?
—¡Oh, sí, Corrie! ¡Terriblemente! Lo siento por él desde que lo supe y
rezo por él cada vez que me viene a la mente su nombre. ¡Qué terrible
sufrimiento debe estar pasando!
Esa Betsie, siempre enseñando con un ejemplo tranquilo y humilde.
Parecía ser de otro mundo. ¿Y qué era exactamente lo que Betsie estaba
enseñando? ¿Que Corrie era tan culpable como Jan Vogel?
«¿No estábamos él y yo juntos, ante un Dios que todo lo ve, condenados
por el mismo pecado de asesinato?», se preguntó. «Porque lo había matado
con mi corazón y con mi lengua».
Condenada, oró, diciéndole a Dios que había perdonado a Jan Vogel y
suplicando que la perdonara. «Le he hecho un gran daño», continuó. «Ahora
bendícelo a él y a su familia».
Aquella noche descansó por primera vez durante toda una semana.
Mientras tanto, la vida en los campos de concentración seguía su curso.
La hora de despertarse era a las cinco de la mañana para pasar lista a las seis,
pero si un solo prisionero había llegado tarde al check-in la noche anterior, o
se había cometido cualquier otra infracción menor, se levantaba a todo el
cuartel de la cama para pasar lista a las tres y media o cuatro de la mañana, a
menudo de pie bajo la lluvia durante horas. A las cinco y media era el
desayuno, que consistía en pan negro y café soluble. Después de pasar lista,
se dirigían a las seis y media hacia la fábrica de Philips. Cuando los
prisioneros regresaban a sus cuarteles, el tiempo que pasaban fuera requería
de un «permiso para caminar».
Luego estaba la letrina, ubicada dentro del cuartel. Contenía 10 retretes,
tres de los cuales normalmente estaban fuera de servicio. «En el campo»,
escribió Corrie en una nota, «la letrina es el lugar donde tenemos nuestras
discusiones políticas más interesantes[…] Ahí es donde me encuentro con
mis conocidas. Se transmiten noticias peligrosas[…] Sentadas, una al lado
de la otra, en las letrinas hay comunistas, criminales, testigos de Jehová,
cristianas reformadas, liberales, prostitutas».
Cuando un guardia se dirigía a la fábrica, a la barraca o a la letrina,
sonaban las palabras clave «nubes densas» o «aire denso» para que todas
fingieran estar ocupadas o escondieran cualquier contrabando.
Lo más desalentador era la justicia sumaria del campo. «Si alguien
transmite una noticia o un aviso», escribió en una entrada de su diario el 19
de agosto, «es fusilado».
Sin embargo, más tarde ese mes, Corrie y Betsie presenciaron los
primeros signos de una posible victoria de los aliados. Durante varios días se
extendió en el campo el rumor de que la Brigada de la Princesa Irene —
parte de las fuerzas holandesas que habían escapado a Inglaterra antes de
que Holanda capitulara— se estaba acercando a Vught. No mucho después
se despertaron una noche con el estruendo de miles de aviones sobre sus
cabezas. Momentos después, las bombas explotaron muy cerca del
campamento; aparentemente los aliados apuntaban a puentes cercanos. El
estruendo era tan grande que las prisioneras tenían que mantener la boca
abierta para proteger sus tímpanos.
Luego, el 23 de agosto, la batalla de los cielos ocurrió directamente sobre
el campamento. A la hora del almuerzo, cientos de aviones sobrevolaban la
zona, acompañados por el crepitar de los disparos de ametralladoras
mientras se desarrollaba un combate aéreo a baja altura. Las prisioneras
observaban esperanzadas y Corrie se reclinó en el suelo para asimilarlo.
Cuando las balas y los fragmentos de proyectiles levantaron tierra a su
alrededor, corrió a refugiarse cerca de una barraca, pero permaneció afuera
para seguir observando. Otras tuvieron menos suerte: cinco mujeres heridas
tuvieron que ser hospitalizadas.
En efecto, los aliados estaban avanzando. El 25 de agosto, el general
Dietrich von Choltitz, el prusiano que era gobernador militar de París en
Alemania, desobedeció a Hitler y se negó a destruir la ciudad antes de
retirarse. En su lugar, se rindió y entregó la ciudad a las fuerzas de la Francia
Libre con nada más que algunos disparos esporádicos. Por ello sería
apodado el «Salvador de París».
Pero las victorias aliadas tuvieron consecuencias devastadoras para los
prisioneros en los campos de concentración. Heinrich Himmler, que
supervisaba todos los campos, ordenó ejecuciones masivas —primero de
prisioneros enfermos y ancianos, luego de prisioneros sanos— para aligerar
el viaje en retirada.
Vught no se salvaría. La mañana del 3 de septiembre, Corrie estaba
trabajando en la fábrica Philips cuando a media mañana se ordenó a los
prisioneros que regresaran a sus barracas. Cuando llegaron a la barraca 35,
Betsie estaba esperando afuera.
—¡Corrie! ¿Ha venido una brigada? ¿Somos libres?
—No. Aún no. No lo sé. Oh, Betsie, ¿por qué tengo tanto miedo?
En ese momento sonó el altavoz en el campo de hombres que estaba al
lado. Curiosamente, a los hombres se les ordenó presentarse para pasar lista,
pero a las mujeres no. Luego, uno por uno, los prisioneros fueron llamados.
Las mujeres que rodeaban a Corrie —muchas de las cuales tenían maridos o
parientes en la sección de los hombres— se estremecían al escuchar cada
nombre. Las mujeres subían a bancas o marcos de ventanas para ver lo que
estaba pasando.
—Puedo ver a mi esposo —dijo una mujer con el rostro pálido—, ¿creen
que será la última vez que lo vea?
Pasaron algunos momentos y otra dijo:
—Ahora están llamando a los hombres hacia adelante… ahora están
marchando fuera de las puertas. Oh, seguramente los están transportando a
Alemania.
Eran tantos hombres que las mujeres podían escuchar el sonido de sus
pasos y, después de unos cuantos minutos, volvió el silencio.
De pronto, el sonido de una descarga de rifle perforó el aire. Luego otra.
Y otra. Las mujeres en la barraca empezaron a llorar. Cada disparo
significaba la muerte de un esposo, padre, hijo o hermano. Las ejecuciones
siguieron por dos horas.
Las ss asesinaron a 180 hombres holandeses.

Notas:

1. La mayoría de los campos incluían a prisioneros rusos, muchos de los cuales eran seguidores
de Marx (N. del A.).
2. De adolescente, Corrie se había enamorado de un joven holandés, llamado Karel, y había
guardado la esperanza de casarse algún día con él. Ese sueño se rompió cuando apareció en el
Beje un día para presentar a su prometida (N. del A.).
CAPÍTULO 20
RAVENSBRÜCK

Corrie reposó su cabeza sobre el hombro de su hermana.


—Betsie, no puedo soportarlo. Oh, Señor, ¿por qué permites que pase
esto?
Betsie no respondió, pero mantuvo un rostro sereno, compuesto.
Aquella noche, Corrie no pudo dormir, pero su corazón estaba en paz.
«Dios no comete errores», concluyó más tarde. «Todo parece ser un trabajo
confuso de bordado, sin sentido y horrible. Pero eso es solo por el revés.
Algún día veremos el lienzo desde el frente y estaremos maravillados y
agradecidos».
De algún modo, con cada tragedia Corrie se parecía más a su hermana.

A las seis de la mañana siguiente, los guardias ordenaron a todas las que
estaban en la barraca que recogieran sus efectos personales. Corrie y Betsie
todavía tenían las fundas de almohada que habían traído de Scheveningen, y
dentro de ellas estaban las pocas pertenencias que tenían: cepillos de dientes,
aguja e hilo, aceite vitamínico que habían guardado de un paquete de la
Cruz Roja y un suéter. Como había hecho anteriormente, Corrie puso su
Biblia en la pequeña bolsa con el cordón enrollado y la colgó de modo que
cayera en su espalda.
Afuera, las prisioneras recolectaban mantas y luego marchaban fuera del
campo. Mientras avanzaban por el bosque sobre un camino de tierra, Corrie
notó que Betsie respiraba con dificultad. No era la primera vez que pasaba
esto; Betsie tenía dificultades cada vez que tenía que caminar aunque fuera
una distancia corta, pero esta vez era más inquietante.
Corrie estiró el brazo bajo el hombro de su hermana y juntas caminaron
con los demás otros cuantos metros hasta la estación de tren. Cuando
llegaron a la plataforma, encontraron al menos 1 000 mujeres en su grupo.
Más adelante se reunieron los prisioneros varones, aunque era difícil
identificar el número. Corrie vio su transporte; no se trataba de un tren de
pasajeros, sino uno de carga, y sobre cada pocos vagones había montadas
ametralladoras. Los soldados comenzaron a abrir las puertas, pero era
imposible ver lo que había dentro; sin iluminación ni ventanas, los vagones
estaban a oscuras.
Los guardias empujaron a las mujeres hacia delante y Corrie ayudó a
Betsie a subir. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo
distinguir en un rincón una gran pila de pan.
Se dirigían a Alemania.
La adición de más prisioneras hizo que las hermanas Ten Boom tuvieran
que moverse a la parte trasera del vagón, y Corrie calculó que lo máximo
que podría contener eran 40 mujeres. Sin embargo, los guardias siguieron
empujando, maldiciendo y gritando, hasta que reunieron a 80. La puerta se
cerró de golpe y las mujeres comenzaron a llorar, algunas incluso se
desmayaron. Al cabo de unos minutos, la temperatura en el interior del
furgón empezó a subir y el hedor del olor corporal penetró en el aire
atrapado. Si bien el vagón tenía dos pequeños ventiladores de parrilla, estos
eran insuficientes para proporcionar aire fresco. Corrie sintió náuseas.
—¿Sabes por qué estoy agradecida? —preguntó Betsie—. ¡Agradezco que
papá esté hoy en el cielo!
Betsie. Solo ella podía encontrar alegría en tiempos como aquellos.
Pasaron horas, pero el tren nunca se movió. Muchas mujeres habían
arreglado acuerdos entre ellas en los que algunas podían sentarse si ponían
las piernas alrededor de la persona de enfrente, mientras que otras hicieron
hoyos con frenesí en la madera para que entrara algo de aire. Una mujer al
lado de Corrie encontró un clavo y lo usó para hacer un agujero.
Eventualmente se hicieron suficientes como para permitir que entrara un
poco de aire, de modo que las mujeres se tomaban turnos frente a ellos.
Sin embargo, el vagón no tenía baños y pronto el hedor pudo más que el
aire fresco que entraba por los agujeros. Tampoco tenían agua.
El tren dio una sacudida y empezó a avanzar lentamente. A lo largo del
día y hasta el anochecer se detenía, esperaban una hora y luego volvía a
ponerse en marcha. Corrie y Betsie lograron sentarse, reclinándose sobre la
persona que estaba a su lado, y Corrie sintió una mujer apoyada contra ella;
la mujer fue amable y cambió de posición para que Corrie pudiera estirar las
piernas. Entablaron conversación y Corrie descubrió que la mujer era una
prostituta que había sido arrestada por infectar a un soldado alemán con
una enfermedad venérea.
Corrie le contó sobre Jesús y le dijo:
—Si alguna vez necesitas mi ayuda, ¿vendrás a verme? Vivo…
Se le rompió la voz. ¿El Beje aún era su hogar? ¿Volvería a verlo algún
día?
Se recostó hacia atrás, cerró sus ojos y dormitó. Pronto soñaba que
estaba en el Beje y podía escuchar granizos golpeando las ventanas. Se
despertó con lo que parecía algo que golpeaba el vagón.
—¡Son balas! —gritó alguien—. ¡Están atacando el tren!
Las ametralladoras alemanas comenzaron a devolver el fuego y Corrie se
preguntó si la brigada holandesa los estaba rescatando. Las balas
continuaron golpeando el tren y ella tomó la mano de Betsie. Después de
unos minutos, cesó el tiroteo y el tren permaneció inmóvil durante una hora
antes de volver a ponerse en marcha. En el vagón de enfrente, Corrie
escuchó a alguien cantar:
—Adieu, amada Holanda, querida patria, adiós.
Luego se dio cuenta: ningún miembro de su familia sabía a dónde se
encaminaban ella y Betsie. Encontró un pequeño trozo de papel y escribió
sus nombres, añadiendo que estaban siendo transportadas a Alemania.
Escribía una petición a quien la encontrara para que le enviara la nota a
Nollie y luego la metió a través de una grieta en la pared del vagón. Quizás
algún holandés patriota transmitiría su mensaje.
Al cabo de un rato volvió a quedarse dormida y se despertó al amanecer
cuando alguien anunció que pasaban por Emmerich, una ciudad en el lado
occidental del Rin.
Habían entrado a Alemania, pero no estaban ni cerca de su destino. Al
día siguiente las mujeres empezaron a rogar que les dieran agua. Cuando el
tren volvió a detenerse, un soldado les pasó una cubeta, pero las prisioneras
más cercanas a la puerta se la bebieron toda. Por la tarde y a la mañana
siguiente, los guardias les dieron más agua, pero cada vez las mujeres al
frente la bebían toda. Ya era el tercer día y Corrie y Betsie no habían recibido
ni una sola gota de agua. La sed había dejado a Corrie delirante.
La siguiente vez que el tren se detuvo, el agua finalmente llegó a la parte
trasera y Betsie acercó una taza a los labios de Corrie. Bebió largamente,
trago tras trago, y luego decidió que sería mejor reservar un poco para esa
noche. Momentos después cayó en estupor y su imaginación la llevó a un
hospital.
—Enfermera, por favor deme un poco de agua —intentaba decir.
Corrie durmió y no despertó hasta la mañana del cuarto día. El tren se
había detenido en una ciudad llamada Fürstenberg, a unos 40 kilómetros al
norte de Berlín. Después de un tiempo considerable, se abrió la puerta del
vagón y se ordenó a las prisioneras que salieran. Una a una, las mujeres
gatearon y tropezaron para salir. Afuera había aire fresco y sol, y estos,
combinados con lo que parecía ser un oasis verde frente a sus ojos, les
levantaron el espíritu. Cuando Corrie saltó del tren vio un hermoso lago
azul y, al otro lado, entre sicomoros, una pequeña iglesia y una abadía.
Cuando todas hubieron bajado del tren, los guardias les gritaron que se
reunieran en grupos de cinco. Corrie miró a los soldados que las vigilaban y
que eran apenas alrededor de una docena —la mayoría con no más de 15
años—. Pera ellas estaban débiles, frágiles y con una deshidratación severa,
así que no planteaban mucho riesgo de oposición. Las mujeres comenzaron
a marchar y cuando llegaron al lago, pasaron cubetas para que las
prisioneras bebieran.
Corrie bebió hasta saciarse y luego se desplomó sobre la hierba
exuberante. Mientras observaba el lago resplandeciente y los campos más
allá de este, le vino a la mente el comienzo del salmo 23: «El Señor es mi
pastor, nada me faltará. En verdes pastos me hace reposar, me conduce junto
a aguas tranquilas».
El salmo era acertado, ya que Corrie y Betsie estaban a punto de caminar
por el valle de la sombra de la muerte: Ravensbrück. Este era el nombre más
temido para las mujeres de toda Europa. Un campo de concentración para
prisioneras que era famoso por su crueldad, brutalidad y ejecuciones.
Después de un rato, los niños soldados llamaron a las mujeres a
formación y emprendieron la marcha una vez más. Rodearon el lago
alrededor de kilómetro y medio y luego empezaron a hacer el ascenso por
una colina. Pasaron al lado de varios aldeanos, en su mayoría familias, y
Corrie se deleitó al ver a los niños pequeños con los ojos muy abiertos. Los
adultos, sin embargo, aparentemente advertidos de no hablar con las
prisioneras, miraron para otro lado.
Corrie y Betsie se apoyaron una en la otra para la subida y cuando
llegaron a la cima, lo vieron. En medio de un bello entorno, interminables
hileras de barracones grises, rodeados por un alto muro de hormigón con
torres de vigilancia. En un extremo, salía un humo grisáceo a través de una
chimenea.
—Ravensbrück —gritó alguien desde la primera línea.
La palabra fue pasando de boca en boca por el grupo: habían llegado al
infierno.
Cuando se acercaron al campo, la inmensa puerta de hierro se abrió y
todas entraron entre hileras de guardias de las ss. Tan pronto como hubiesen
entrado todas, una prisionera holandesa comenzó a cantar:

No dejamos que el coraje nos falle jamás,


Nuestras cabezas mantenemos en lo alto,
Nunca lograrán minar nuestro ánimo,
Aunque mucha astucia tengan los más.
¡Oh, sí! ¡Oh, sí!, mujeres holandesas conmigo,
¡Mirada en alto, mirada en alto, mirada en alto!

Observando la procesión estaba el mismo Fritz Sühren, comandante del


campo. Aunque estaba en sus 30 años, parecía demasiado joven para dirigir
un campo. La cara de niño de Sühren y sus ojos azul claro desmentían su
inclinación por la crueldad.
—No entiendo a estas holandesas —le dijo a un ayudante—. Las
encierras durante tres días en vagones y entran marchando a mi campo con
las cabezas en alto como diciendo «no me lastimas; nunca lograrás
derrotarme».

Una vez dentro, Corrie observó su entorno: altos muros, torres de vigilancia
y el omnipresente alambre de púas tendido en la parte superior de cada
muro y en el suelo. Cada pocos metros, había carteles con calaveras
indicando que la cerca estaba electrificada.1 Barracas grises y opacas se
extendían por metros y metros, sin nada entre ellas excepto arena o ceniza.
Increíblemente, el campamento no tenía árboles, arbustos, plantas… ni
siquiera color.
Corrie y varias prisioneras notaron una hilera de grifos y se apresuraron
a beber y lavarse. En segundos apareció un equipo de guardias de las ss —
mujeres en uniformes azul oscuro—, tenían corte militar y gritaban. Nadie
tenía permitido salir de sus filas, gritaron, y Corrie y las otras volvieron de
inmediato con el grupo principal.
Los guardias las condujeron por una calle entre barracas, donde se
extendían manos esqueléticas por todas partes, pidiendo comida. Corrie y
otras cuantas comenzaron a arrojarles pan que habían guardado del tren,
pero los guardias alejaron a golpes a las prisioneras demacradas.
El hambre era parte del plan de Ravensbrück para mantener el
servilismo.
Pronto terminaron ante una enorme tienda de campaña de lona con un
suelo de paja improvisado. Se quedarían aquí por el momento, les dijeron, y
Corrie y Betsie se hundieron en la paja. Pero inmediatamente se pusieron de
pie y comenzaron a rascarse.
¡Piojos! ¡Pulgas!
Extendieron la manta sobre la paja infestada y se sentaron encima. Para
mantener los piojos lejos de sus cabezas, las mujeres se pasaban tijeras para
cortarse el cabello unas a otras. Un par de tijeras llegaron a las manos de
Corrie, que le cortó el cabello a Betsie, llorando.
Después de un rato, las guardias llamaron a todas y las condujeron a una
zona arenosa lejos de la tienda y el cuartel. Se les dijo que se pusieran
nuevamente en formación, pero al final de la tarde algunas comenzaron a
sentarse. Al anochecer las guardias desaparecieron y se hizo evidente que las
holandesas debían dormir en el suelo bajo las estrellas. Corrie y Betsie se
tumbaron en el suelo desnudo y se cubrieron con la manta.
Corrie admiró el trabajo de Dios con las estrellas algunos minutos y
Betsie se quedó dormida.
A la mitad de la noche comenzó a llover.

Cuando despertaron, Corrie y Betsie se encontraron acostadas sobre charcos


de agua. La manta estaba empapada y cuando la exprimían, una guardia
llamó a todas a hacer una fila para tomar café instantáneo. Además, a cada
prisionera le dieron una pequeña porción de pan negro.
Ese era el desayuno en Ravensbrück.
Por la tarde recibieron un cucharón de sopa de nabos y una pequeña
papa cocida. Luego regresaron al área donde habían dormido para volver a
ponerse en fila. Si alguien necesitaba un descanso para ir al baño, tenía que
pedir permiso a una guardia para utilizar las instalaciones, que no eran sino
una zanja.
Esperaron durante horas afuera, solo para descubrir al anochecer que
volverían a pasar la noche allí mismo. Sin embargo, la manta todavía estaba
húmeda y Betsie empezó a toser.
A la mañana siguiente tuvo calambres intestinales y tuvo que pedir
permiso varias veces para utilizar las «instalaciones sanitarias». Luego fue
más de lo mismo: estar de pie durante horas esperando sus siguientes
órdenes. Cuando cayó la tarde y las mujeres se prepararon para su tercera
noche afuera, las guardias las condujeron a un centro de procesamiento.
Corrie y Betsie avanzaron poco a poco en una fila que conducía a un
escritorio y una pila de pertenencias personales. Aquí cada prisionera tenía
que renunciar a su manta, funda de almohada y todos los artículos que
habían traído al campo. Corrie miró más allá y contuvo la respiración. En
un segundo escritorio, las mujeres se desnudaban, renunciando hasta el
último detalle de su ropa, y caminaban desnudas junto a una docena de
guardias masculinos de las ss hacia el cuarto de baño. Al salir les entregaban
un traje de prisión, una camiseta y un par de zapatos de madera.
Betsie comenzó a temblar y Corrie tenía el rostro pálido. Se acercó a su
hermana y rezó: «Oh, Dios, sálvanos de este mal; Betsie es muy frágil».
Luego le preguntó a Betsie si estaba preparada para ofrecer este sacrificio
si Dios se lo pedía.
—Corrie, no puedo hacerlo.
Corrie rezó de nuevo, pidiéndole fuerzas a Dios. A su lado, una mujer
mayor lloraba.
Segundos más tarde, resonó una voz detrás de ellas:
—¿Tienen alguna objeción en entregar sus ropas? Vamos a enseñarles a
estas holandesas cómo es Ravensbrück.
—No puedo —repitió Betsie.
Corrie volvió a orar y finalmente Betsie dijo que estaba lista. Antes de
entregar su vestido, Corrie le preguntó a un guardia dónde estaban los
baños.
Este hizo una señal con la cabeza hacia las duchas.
—¡Usa el desagüe!
Corrie condujo a Betsie adentro.
—Rápido, quítate la ropa interior.
Betsie lo hizo y Corrie se quitó la Biblia que escondía dentro del vestido,
la envolvió en la ropa interior de ambas y la puso en una esquina. Sentía que
no podrían sobrevivir sin una Biblia, y esperaba poder escabullirse de vuelta
por ella después de recibir su nueva ropa para recuperarla.
Regresaron a la fila, se desnudaron y se ducharon. Después de recibir su
vestimenta de prisionera —marcada con una X—, Corrie se retrasó para
acercarse a donde había escondido la Biblia. Rápidamente se la puso
alrededor del cuello y debajo del vestido y oró: «Señor, haz que ahora tus
ángeles me rodeen; y que hoy no sean transparentes, porque los guardias no
deben verme».
A la salida, los guardias registraron a todos los prisioneros para ver si se
habían atado algo debajo de la ropa. Corrie y Betsie observaron las manos
recorriendo a cada mujer: por delante, por detrás y por los costados. Delante
de Corrie, un guardia encontró un chaleco de lana escondido debajo del
vestido de una mujer y la obligó a quitárselo.
Corrie fue la siguiente. Sabía que la Biblia hacía un bulto visible, pero
siguió adelante con confianza. Inexplicablemente, los guardias la ignoraron.
No la registraron ni le hablaron, y simplemente la dejaron seguir adelane.
Detrás de ella, un guardia registró cuidadosamente a Betsie.
Afuera, sin embargo, las guardias registraron a cada prisionero por
segunda vez. Una vez más, Corrie mantuvo la calma y paseó tranquilamente,
intacta.
Luego, ella y Betsie se dirigieron a la barraca 8, que era el edificio de
cuarentena. En el interior, se horrorizaron por la disposición para dormir:
literas de tres niveles, de dos plazas y cada cama de tan solo 27.5 pulgadas de
ancho. Para una sola persona no serían un problema, pero por cada dos
camas se asignaban de cinco a siete mujeres. Cuando encontraron su cama
en el centro de la habitación, ya había tres mujeres ocupándola. Ahora
serían cinco, compartiendo solo tres mantas.
Esa noche fue imposible dormir, pues las compañeras de litera no
lograban encontrar un arreglo que funcionara. Primero intentaron dormir a
lo largo, pero el colchón de paja se inclinaba hacia un lado, lo que provocó
que las dos de ese lado se cayeran. Dormían tan entrecruzadas, tan juntas
que si una se daba la vuelta, las otras cuatro tenían que hacerlo también.

—¡Todas afuera! —gritó una guardia en la oscuridad—. ¡Fórmense para


pase de lista!
El abuso diario comenzaba a las 4:30 a. m. Para comenzar la
deshumanización, en los campos de las ss no se utilizaban los nombres de
los prisioneros, solo números; el número de Corrie era 66 730.2
La mayoría de los días, especialmente cuando aún no se habían delegado
las asignaciones de trabajo, el grupo de Corrie, formado por unas 100
mujeres, permanecía en fila durante horas. A menudo escuchaban lamentos
horribles provenientes de una barraca de castigo que estaba al lado. Este
edificio era un espacio particularmente atroz de Ravensbrück, un infierno
dentro del infierno mismo.
Cuando una mujer era sorprendida en cualquier infracción «grave» —un
delito que parecía variar según el guardia— se le decía que se presentara en
un cuartel de castigo específico a una hora determinada. Aquí le ordenaban
que subiera a un bastidor donde le encadenaban los pies a una abrazadera de
madera. Luego la inclinaban sobre el estante, y le tapaban la cabeza con su
propio vestido. También le colocaban una manta sobre la cabeza para ayudar
a amortiguar los gritos y le ordenaban que contara los golpes. El número
típico de latigazos sobre sus nalgas desnudas era 25. Si no podía contar los
golpes, los contaban por ella. Si se desmayaba durante el procedimiento, le
arrojaban un balde de agua fría en la cara para reanimarla y continuaba el
castigo. Para que ningún guardia de las ss estuviera personalmente
implicado en las palizas, otras prisioneras, a las que sobornaban con
cigarrillos o comida, eran quienes cometían el acto.
Algunas veces, los latigazos ocurrían durante el pase de lista, y Corrie y
las otras podían escuchar cada grito, cada lamento. Con las manos
temblando a los costados —estaba prohibido cubrirse los oídos—
escuchaban cada golpe. Al final de pase de lista, cada una corría de vuelta a
la barraca para disminuir la intensidad de la pesadilla.
Por si esta intimidación y horror no fueran suficientes, los exámenes
médicos traían consigo una forma única de humillación. Cada viernes, las
prisioneras eran llevadas a la enfermería en grupos y les ordenaban que se
desnudaran. Mientras estaban desnudas frente a guardias que las miraban
lascivamente, los exámenes se realizaban en una línea de montaje: un
médico examinaba la garganta de cada prisionera, otro miraba entre sus
dedos y un dentista examinaba sus dientes. La prueba era especialmente
dolorosa para las hermanas Ten Boom, pero Corrie encontró consuelo al
saber que Jesús había sido colgado desnudo en la cruz y compartía su carga.
Mientras las prisioneras de Ravensbrück sufrían física y mentalmente,
los aliados luchaban con sus propios reveses. Los días 6 y 7 de septiembre,
47 agentes de la soe que habían sido capturados después de lanzarse en
paracaídas a Holanda fueron enviados al campo de concentración de
Mauthausen y ejecutados. Luego, del 17 al 25 de septiembre, la operación
Market-Garden del mariscal de campo británico Bernard Montgomery —la
colosal operación para capturar los puentes en Nijmegen y Arnhem—3
resultó en un estrepitoso fracaso.
El rescate no llegaría.
Pero las consecuencias fueron mucho mayores para los holandeses.
Como parte del Market-Garden, Londres había pedido a los holandeses que
implementaran una huelga ferroviaria para paralizar los transportes de la
Wehrmacht. Cuando la operación fracasó, los alemanes respondieron
bloqueando los envíos de alimentos desde el este rural de Holanda hacia las
zonas industriales del oeste. La comida desapareció para los residentes de
lugares como Ámsterdam y Haarlem. Lo único que quedaba para comer
eran bulbos de tulipán y betabel. Este bloqueo se prolongó durante meses y
esa época pasó a ser conocida como el invierno del hambre en Holanda.

Durante la segunda semana de octubre, Corrie, Betsie y otras mujeres


fueron trasladadas a un hogar permanente en la barraca 28. Parecía que la
mitad de las ventanas habían sido rotas y reemplazadas con trapos. Dentro
había alrededor de 200 mujeres tejiendo.
Otra prisionera las condujo a la habitación contigua, el área de dormir.
De pronto volvieron los olores hediondos que Corrie recordaba del vagón.
En algún lugar en el edificio fallaban las tuberías y la ropa de cada litera
estaba sucia y rancia.
Al igual que en la barraca 8, las literas eran de tres niveles, pero aquí
estaban mucho más apretadas entre sí. Todas juntas tenían la apariencia de
un laberinto de ratas. La guía encontró la cama que compartirían Corrie y
Betsie y se la señaló hacia la mitad de una hilera. Dado que no había espacio
entre las camas, tuvieron que gatear sobre otros colchones para llegar a su
lugar. Corrie trazó el camino y Betsie la siguió.
—¡Pulgas! —gritó Corrie—. ¡El lugar está infestado!
Betsie oró y luego le pidió a Corrie que sacara su Biblia y leyera en voz
alta el pasaje que habían estudiado esa misma mañana, Tesalonicenses 1,
5:14-18: «Animen a los tímidos, ayuden a los débiles, tengan paciencia con
todos. Asegúrense de que nadie devuelva mal por mal, pero traten siempre
de ser amables unos con otros y con todos los demás. Estén siempre alegres,
oren continuamente; den gracias por todo, porque esta es la voluntad de
Dios para con ustedes en Cristo Jesús».
Esa iba a ser su respuesta a la barraca 28, dijo Betsie.
—¡Podemos comenzar ahora mismo a agradecer a Dios por cada detalle
de esta nueva barraca!
Corrie miró a su alrededor y luego a Betsie.
—¿Cómo cuál?
—Como el estar aquí juntas… Como lo que tienes en tus manos.
Corrie miró su Biblia y asintió. De hecho, el estrecho espacio significaría
que más mujeres podrían escuchar cuando Corrie o Betsie leyeran, o tal vez
podrían leer la Biblia ellas mismas. Corrie dio gracias a Dios por ello y luego
Betsie prosiguió, dando gracias incluso por las pulgas.
Corrie no podía creer lo que oía. ¿Pulgas? Seguramente Betsie estaba
equivocada en eso.
Cuando cayó la tarde, las mujeres de la barraca 28 empezaron a volver de sus
trabajos. Entraron por cientos, llenas de sudor y sucias. Su barraca había
sido diseñada para albergar a 400, sin embargo, ya que estaban transfiriendo
a prisioneras desde Austria, Polonia, Francia y Bélgica, habían asignado 1
400. Y, para todas las residentes, había solo ocho baños, varios de los cuales
estaban tapados.
A la hora de dormir, Corrie y Betsie descubrieron que otras siete mujeres
estarían compartiendo su espacio. Sin embargo todas hicieron lo mejor que
pudieron para acomodarse, y lograron dormir un poco.
Esa mañana, a las 4:00 a. m., un silbido estridente despertó a las mujeres.
El desayuno, la pequeña ración de pan y café, las esperaba en medio de la
habitación. Después, todo el mundo tenía que estar fuera para pasar lista a
las 4:30 a. m. Junto con otras 35 000 mujeres de las barracas circundantes,
Corrie y Betsie se apresuraron a salir y a formar filas. Se leyeron las cifras de
prisioneros y se anunciaron los equipos de trabajo. Las hermanas Ten Boom,
junto con miles de otras mujeres, recibieron la peor parte: la fábrica.
Los guardias las hicieron marchar fuera del campo y recorrieron una
carretera de dos kilómetros y medio hasta llegar a un complejo de fábricas y
terminales ferroviarias. Aquí se ordenó a Corrie y Betsie que empujaran un
enorme carro hasta la vía del ferrocarril, donde descargarían pesadas placas
de metal de un vagón, las cargarían en el carro y luego lo llevarían hasta una
puerta de recepción en la fábrica. El trabajo era agotador y suponía un reto
para las jóvenes y en forma; para dos hermanas débiles de unos 50 años, fue
una tortura.
Estuvieron durante 11 horas en ese trabajo, deteniéndose solo al
mediodía para comer una patata hervida y una sopa instantánea. Cuando
regresaron a la barraca estaban magulladas, llenas de ampollas y golpes. Sus
piernas hinchadas atestiguaban que Siemens era trabajo forzado. Las
condiciones de Ravensbrück eran tan agotadoras que 700 mujeres morían o
eran asesinadas cada día.
Después de varias semanas, Corrie supo que ella y Betsie tenían que
encontrar otro trabajo. Una compañera prisionera le dijo que podían
reportarse con las tejedoras —las mujeres a quienes había visto haciendo
calcetines el primer día—. Y en efecto, cuando Corrie y Betsie se reportaron,
les dieron agujas de tejer y lana y se pusieron a trabajar. Era un respiro que
les salvó la vida.
Unas noches después, una secretaria apareció en su litera y les dijo que
tenían que reportarse en la fábrica Siemens por la mañana.
—Eso es imposible —respondió Corrie—. Las dos estamos en el grupo
de tejido.
La trabajadora tachó sus nombres de la lista y le dio una tarjeta roja a
cada una. Esas tarjetas las clasificaba como incapaces de realizar labores
pesadas, les dijo.
Por la mañana Corrie descubrió por otra prisionera lo que la secretaria
no les había dicho.
Cuando el campo estaba saturado —como ocurría ahora—, quienes
sostuvieran esas tarjetas rojas iban a la cámara de gas.

Notas:
1. La manera más común de suicidio en Ravensbrück era lanzarse contra la malla electrificada
(N. del A.).
2. «Un ser humano contaba solo porque tenía un número de prisionero», recuerda Viktor
Frankl acerca de Auschwitz. «Uno se convertía literalmente en un número: vivo o muerto… eso
no tenía importancia; la vida de un “número” era completamente irrelevante. Lo que había
detrás de ese número y de esa vida importaban aún menos: el destino, la historia, el nombre de
ese ser humano» (N. del A.).
3. El objetivo de Market-Garden era que paracaidistas aliados aterrizaran en Países Bajos para
capturar numerosos puentes, lo que abriría el paso a través del Rhin, creando así una ruta para
la invasión del norte de Alemania. La operación se detalla en Un puente demasiado lejos de
Cornelius Ryian, que más tarde, en 1977, tuvo una adaptación fílmica (N. del A.).
CAPÍTULO 21
ASESINATO

Haarlem
Una mañana de octubre, Hans Poley escuchó un alboroto en la calle. Dado
que había sido liberado de Amersfoort solo seis semanas antes, le pareció
mejor quedarse adentro. Miró por una ventana y vio soldados reunidos en
Westergracht, a solo 300 metros de la casa de sus padres. Los Poley pronto se
enteraron de que allí mismo, unas horas antes, habían disparado a un oficial
de la Gestapo.
Mientras los alemanes recorrían el vecindario para encontrar a los
agentes de la Resistencia que habían cometido el crimen, Hans y sus padres
ocultaron rápidamente todo lo que pudiera ser incriminatorio.
Esa tarde, Hans vio nubes de humo que se elevaban desde los edificios al
final de la calle.
Al no poder encontrar a los autores del asesinato, la Gestapo se vengó
incendiando varias casas. Los Poley esperaban que la suya no fuera la
siguiente.

Ravensbrück
La cena en la barraca 28 significaba un cucharón de sopa de nabo. Después,
cuando los guardias se iban, Corrie y Betsie hacían servicios de adoración
en el área de las literas; usualmente empezaban cantando. Asistían decenas
de mujeres de todas las nacionalidades, y en una noche cualquiera podía
escucharse un himno cantado por los luteranos, el Magnificat cantado en
latín por los católicos romanos o un canto sencillo de los ortodoxos
orientales. Cuando terminaba el canto, Corrie o Betsie leían la Biblia,
primero en holandés y luego en alemán. Con cada verso hacían una pausa,
permitiendo que sus palabras fueran traducidas al francés, ruso, polaco y
checo a medida que pasaban entre la multitud. Durante los días siguientes,
la asistencia aumentó y, a menudo, celebraban un segundo servicio después
de pasar lista por la noche.
El 1 de noviembre las mujeres de la barraca 28 recibieron noticias
alentadoras. Por alguna razón —tal vez porque había sido bombardeada—
no habría más equipos de trabajo para la fábrica Siemens. En su lugar, los
guardias las pusieron a hacer otro trabajo: nivelar el terreno. Si bien sus
tarjetas rojas eximían a Corrie y Betsie de realizar trabajos pesados, las
guardias aparentemente consideraban que palear era un trabajo sencillo y las
enviaron a trabajar cerca de los límites del campo. Por qué sería necesario
nivelar el terreno era un misterio, pero el trabajo era realmente agotador.
Betsie se ponía más débil cada día y una mañana apenas pudo levantar
un pequeño trozo de césped. Gritándole que trabajara más rápido, una
guardia le arrebató la pala y comenzó a mostrar el puñado de tierra que
había en ella a los demás equipos.
—¡Miren lo que lleva la señora baronesa! ¡Seguramente está
ejercitándose demasiado!
Otros guardias y algunas prisioneras se rieron y Corrie sintió que la ira
se apoderaba de ella. Miró a su hermana y vio, sorprendentemente, que
Betsie también se reía.
—Esa soy yo —le dijo Betsie a la guardia—. Pero será mejor que me deje
tambalear con mi pequeña paleada, de lo contrario tendré que parar por
completo.
La guardia sacó su fusta de cuero y se la pusó a Betsie entre el pecho y el
cuello.
—¡Yo decidiré quién puede parar!
Corrie tomó su pala y corrió hacia la guardia, pero Betsie se puso delante
de ella.
—¡Corrie! —gritó bajando el arma de su cuerpo—. ¡Sigue trabajando!
Corrie se aferró con fuerza a la madera de su pala, respirando con
dificultad. Betsie tomó el mango, se lo quitó y enterró la pala en el suelo. Al
mirar el cuello de su hermana, Corrie notó una mancha carmesí en la piel de
Betsie y había sangre manchando su cuello.
Betsie cubrió la herida con la palma de su mano.
—No lo mires, Corrie. Mira solo a Jesús.
A inicios de noviembre, los guardias dieron a las prisioneras abrigos de
invierno, aparentemente todos tomados de soldados rusos muertos. Sin
embargo, a mediados de mes llegaron las lluvias de otoño y la ropa adicional
hizo poco para compensar el frío. A menudo llovía durante el pase de lista
de las 4:30 a. m., pero los prisioneros se veían obligados a permanecer al
exterior en filas de diez y durante horas esperaban en el lugar designado,
incluso si se había formado un gran charco de agua. Muchas mañanas,
Corrie se encontraba hundida en charcos con el agua hasta los tobillos.
Pero a Betsie le tocó la peor parte. Junto con su tos, comenzó a escupir
sangre y Corrie la llevó a la enfermería del campo. La temperatura de Betsie
era de 38 °C, insuficiente para ser ingresada para recibir atención. Su
condición empeoró y Corrie siguió llevándola, hasta que la temperatura de
Betsie alcanzó el umbral de 40 °C. Aunque estuvo ingresada en una
habitación, Betsie no recibió atención ni medicamentos. Cuando regresó a la
barraca, tres días después, Corrie pudo sentir que todavía tenía temperatura
alta.
Sin embargo, continuaron los «servicios religiosos» Ten Boom, que
ahora estaban en auge, y Corrie y Betsie agregaron servicios individuales:
comenzaron a visitar a mujeres enfermas de la barraca y oraban por ellas.
Luego oraban por todos los prisioneros de Ravensbrück y, alentadas por
Betsie, también por los guardias.
Una noche, cuando Corrie se acostó al lado de su hermana, Betsie
comenzó a hablar de qué pasaría con su ministerio después de la guerra.
Tenía que haber un lugar donde las personas pudieran recuperarse y
sanarse, pensó, física, emocional y espiritualmente, a su propio ritmo.1
—Hemos aprendido mucho aquí —dijo— y deberemos ir por todo el
mundo para decirle a la gente lo que ahora sabemos: que la luz de Jesús es
más fuerte que la más profunda oscuridad. Solo los prisioneros pueden
saber qué es estar desesperado en esta vida. Podemos decir por experiencia
que ningún pozo es demasiado profundo, porque los brazos eternos de Dios
siempre nos sostienen.
»Debemos alquilar un campo de concentración después de la guerra»,
continuó Betsie, «donde podamos ayudar a los alemanes desplazados a
conseguir un techo. He oído que el 95% de las casas en Alemania han sido
bombardeadas. Nadie querrá estos campos de concentración después de la
guerra, por eso debemos alquilar uno y ayudar al pueblo alemán a encontrar
una nueva vida en una Alemania destruida».
No solo eso, dijo Betsie, sino que también debían tener una casa en
Holanda para recibir a los holandeses que habían estado en campos de
concentración. Ellos también necesitaban recomponer sus vidas.
Un día después, Betsie describió su visión con mayor detalle.
—Es una casa tan hermosa —le dijo a Corrie—; todos los pisos son de
madera con incrustaciones, con estatuas colocadas en las paredes y una
amplia escalera que desciende. ¡Y jardines! Jardines a su alrededor donde
pueden plantar flores.
Corrie intentó procesar en su mente los elaborados planes de Betsie.
—¿Debemos quedarnos en ese campo o podemos quedarnos en la casa
para exprisioneros en nuestro hogar en Holanda?
—Ninguna. Debes viajar alrededor del mundo y decirle a quien sea que
quiera escuchar lo que hemos aprendido aquí: que Jesús es una realidad, que
Él es más fuerte que los poderes de la oscuridad. Diles. ¡Dile a quien quiera
escuchar! Él es nuestro mejor Amigo, nuestro refugio.
El sueño parecía poco realista, pero llenó a Corrie de esperanza. Con el
tiempo empezó a creer que realmente lo harían realidad. Mientras tanto,
tenían que soportar el campo.
Hacia el fin de mes, la barraca 28 recibió una nueva Aufseherin
(supervisora). Siempre era delicado cuando llegaban nuevos guardias o
policías al campo, cada uno con su propia forma de crueldad y
temperamento. Esta dejó su marca desde el inicio.
El día de su llegada golpeó a una prisionera hasta matarla.

Diciembre trajo consigo temperaturas más frías, lo que hizo que pasar lista
fuera una tortura. En las filas matutinas y vespertinas, las prisioneras
golpeaban el suelo con los pies, creando casi una cadencia de marcha. Para
añadir calidez a sus escasos abrigos, Corrie y Betsie los rellenaron con papel
de periódico. Dormir también era peligroso, ya que los cristales rotos
dejaban entrar ráfagas de viento helado. Alguien había echado una manta
sobre la mayoría de las ventanas desnudas, pero eso no sirvió de mucho para
bloquear el frío.
Una noche gélida, Corrie rodeó a Betsie con sus brazos para calentarla y
se sorprendió de lo que sintió: el pulso de Betsie era débil y rápido.

Durante la segunda semana de diciembre, los guardias le dieron a cada


prisionera una cobija extra, pero duró poco para las Ten Boom. Al siguiente
día llegaron prisioneras de Checoslovaquia, y una de ellas fue asignada al
área de cama de Betsie y Corrie. La mujer no tenía ninguna cobija y Betsie
insistió en darle una de las suyas.
Aproximadamente una tarde más tarde, durante el pase de lista, Corrie
vio a un grupo de mujeres dóciles salir del Nacht-und-Nebelbarak, la
barraca de detención «Noche y niebla» de al lado. El nombre inofensivo
enmascaraba el terror que enfrentaban quienes estaban dentro. En esta
barraca se encontraban mujeres condenadas a muerte, algunas de las cuales
fueron utilizadas como Kanienchen («conejillos de indias») para
experimentos médicos. Cada rincón de Ravensbrück, al parecer, fue
construido para crear terror y conmoción, desde la fábrica Siemens hasta las
salas de castigo, desde el Búnker hasta el Nacht-und-Nebelbarak.
A la mañana siguiente, Corrie, Betsie y las otras mujeres del grupo de
tejido pasaron por un edificio peculiar. Si bien todos los cuarteles eran
lúgubres y grises, este lugar parecía ser mucho peor; construido a modo de
caseta de vigilancia, tenía un patio cercado con rejas de hierro. Básicamente,
era una celda al aire libre. Corrie descubrió que estas mujeres realizaban el
trabajo más duro: construir carreteras, transportar carbón o cortar leña.
Un día, Corrie vio a una joven, esquelética y enfermiza, sola en el patio.
Como un animal herido, se acurrucó contra el costado del edificio. Corrie
sabía que se estaba muriendo, y que ocurriría muy pronto.
A nadie se le permitía hablar con las que estaban en el patio, por lo que
Corrie oró en silencio:
«Oh, Salvador, lleno de piedad, toma a esta pobre niña en Tus brazos;
consuélala y hazla feliz». Era una oración que podía ofrecer para muchas en
Ravensbrück.
Como la vieja señora Leness que, mortalmente enferma y débil, una
mañana no logró pararse para el pase de lista y permaneció en cama. Las
Lagerpolizei —prisioneras que servían como policías del campo—
aparecieron y levantaron a la señora Leness. Pero, como no podía
mantenerse en pie, la golpearon. Cuando volvieron las prisioneras de la
barraca 28, encontraron a la señora Leness tirada en el suelo. Corrie y otras
se apresuraron a llevarla a la cama y Corrie preguntó si podían conseguir
una camilla para llevarla al hospital. No vino nadie, por lo que un grupo de
mujeres holandesas decidió ayudar a la señora Leness a ir al baño.
Sin embargo, en el camino, la señora Leness se ensució y un guardia la
golpeó sin piedad. Llovieron los golpes una y otra vez, uno tras otro, hasta
que la señora Leness dejó de moverse.
Estaba muerta.

Esta crueldad no se detenía nunca. Unas mañanas más tarde, el pase de lista
de la barraca 28 comenzó a las 3:30 a. m.,—una hora antes— porque tres
mujeres habían llegado tarde el día anterior. Mientras Corrie esperaba en la
gélida oscuridad, notó un par de faros que rebotaban sobre la nieve. Eran
camiones de plataforma que se dirigían al hospital del campo. Durante el
pase de lista no dejaron de circular los susurros.
Momentos después se abrió la puerta del hospital y salió una enfermera
con alguien apoyada de su brazo. La mujer ayudó a la paciente a subir al
primer camión, y luego otras enfermeras la siguieron con más pacientes. Por
lo que Corrie pudo ver, se trataba de pacientes ancianas, enfermas o con
discapacidades mentales, y las enfermeras ayudaban gentilmente a cada una
a entrar. Pronto las enfermeras trajeron a más pacientes, una de los cuales
Corrie conocía: una madre con un hijo pequeño que también estaba en el
hospital del campo. Sin embargo, no estaba enferma, y Corrie supuso que la
habían llevado al hospital debido a sus incesantes peticiones de tener a su
hijo cerca.
Al cabo de unos minutos, habían subido a unas 100 mujeres y luego
llegaron camillas con pacientes tan enfermas que tuvieron que ser cargadas
para abordar los camiones. Pero ¿a dónde iban? ¿A un hospital de verdad?
—¡Transporte de enfermos! —susurró alguien cerca de Corrie.
Sonaron murmullos a través de toda la multitud, pero no tenían sentido
a oídos de Corrie. Si estas mujeres enfermas y ancianas no estaban siendo
transportadas a un hospital, ¿entonces por qué eran tan dulces y gentiles las
enfermeras con ellas?
Miró a los camiones comenzar a moverse y dirigirse directamente al
crematorio.2

Notas:
1. Viktor Frankl, un psiquiatra que había sido prisionero en Auschwitz y en Dachau, escribió
después de su liberación en 1945: «Sería un error pensar que un prisionero liberado ya no
necesita cuidado espiritual. Tenemos que considerar que un hombre que ha estado bajo
semejante presión mental por tanto tiempo naturalmente corre un cierto grado de peligro tras
su liberación, especialmente porque la presión ha sido liberada de manera tan repentina. Este
peligro […] es la contraparte psicológica del aeroembolismo. Así como la salud física del
trabajador de un pozo de cimentación estaría en peligro si abandonara repentinamente su
cámara de buzo[…] así el hombre que repentinamente ha sido liberado de la presión mental
puede sufrir daños en su salud moral y espiritual» (N. del A.).
Además del peligro de las «aeroembolias», observó Frankl, los prisioneros liberados también
tenían que ser curados o protegidos de la amargura y la desilusión (N. del A.).
2. El 16 de diciembre de 1946, Odette Samson —quien había sido transferida del Búnker de
Ravensbrück a una celda cerca del crematorio— testificó en el juicio en Hamburgo contra los
crímenes de guerra de Ravensbrück que escuchaba los gritos de las mujeres que eran llevadas al
crematorio. Las puertas se abrían y cerraban, le dijo a los jueces, y escuchaba más gritos y luego
silencio. Viktor Frankl describió una escena similar luego de su entrada a Auschwitz: «para la
gran mayoría de nuestro transporte, alrededor del 90%, significaba la muerte[…] Aquellos que
eran enviados a la izquierda marchaban de la estación directo al crematorio» (N. del A.).
CAPÍTULO 22
EL ESQUELETO

A lo largo de finales del otoño y hasta diciembre —conforme los aliados se


acercaban—, Heinrich Himmler visitó varios campos de concentración para
ordenar un aumento de las ejecuciones. Sabía que algunos campos tendrían
que trasladarse a nuevos lugares, y muchos prisioneros no podían viajar. En
Ravensbrück se reunió con el comandante Fritz Sühren y le ordenó que las
prisioneras enfermas, viejas o incapacitadas para trabajar fueran eliminadas.
Para acelerar las matanzas, ordenó la construcción de un segundo
crematorio, así como una cámara de gas.
En Ravensbrück y en otros campos, los prisioneros sabían que sus
posibilidades de supervivencia disminuían con cada día que pasaba. Todos
veían cómo se llevaban los cadáveres cada mañana, y luego el humo que se
elevaba desde el crematorio. Muchos se suicidaron.1
Corrie nunca contempló quitarse la vida; más bien, consideró lo que
había visto en otros prisioneros y miró en lo profundo de su propia alma.
«La angustia enseña a algunos a orar», escribió más tarde. «Endurece a
otros. La dureza es un mecanismo de defensa que también a mí me ofrecía
sus tentaciones. Si uno no puede soportar contemplar el sufrimiento,
intentará construir una armadura sobre su corazón. Pero esto también hace
a la gente insensible a las buenas influencias».
Ni siquiera Betsie fue inmune a la desesperación. Una mañana, mientras
la barraca 28 sufría con otro pase de lista a las 3:30 a. m., todas temblaron en
la oscuridad. Cuando sonó la sirena para que el grupo se separara, las
mujeres se apresuraron a regresar al relativo calor de la barraca, solo para
descubrir que estaba cerrado con llave. Continuaría su sufrimiento en el frío
intenso.
Una mujer intentó entrar por una ventana, pero una policía del campo la
atrapó y la golpeó. Quizás angustiada por ver la golpiza, una niña con
discapacidad mental justo frente a Corrie perdió el control de sus intestinos
y se ensució. Los guardias la golpearon brutalmente. Entonces apareció una
señora mayor en la puerta del cuartel suplicando que la dejaran entrar.
Cuando el guardia se negó, la mujer se desmayó y cayó al suelo.
Betsie se reclinó en los brazos de su hermana.
—Oh, Corrie, esto es el infierno.

Para Corrie, vivir en el infierno tuvo una ganancia inesperada: un campo


donde difundir el Evangelio y brindar esperanza. En particular, sentía la
obligación especial de ministrar a las jóvenes. Las literas de la barraca 28
estaban apiladas en tantas filas que en la cama de arriba una no podía
sentarse sin golpear el techo. Las niñas más jóvenes y ágiles solían ocupar
estas literas, y comenzaron a aflojar y quitar tablas para que una pudiera
sentarse erguida. Esta plataforma se convirtió en el Areópago de Corrie,2
permitiéndole enseñar, dar testimonio y sabiduría.
Corrie sabía que el sufrimiento omnipresente obligaba a todas las
prisioneras a contemplar las cuestiones más importantes de la vida. ¿Por qué
Dios permite que exista el mal? ¿Cómo pudo Dios permitir que se creara un
lugar tan atroz como Ravensbrück? ¿Qué elementos esenciales de la vida son
necesarios para la felicidad?
Betsie veía el panorama general —la providencia de Dios—, y un día le
dijo a Corrie:
—Toda tu vida ha sido un entrenamiento para el trabajo que estás
haciendo aquí en prisión…, y para el trabajo que harás después.
Corrie también veía esta providencia en acción en el campo. Un día una
muchacha le dijo:
—No ha sido un error que Dios haya encaminado mi vida hacia
Ravensbrück. Aquí, por primera vez, aprendí realmente a orar. La angustia
aquí me ha enseñado que las cosas nunca van del todo bien en la vida a
menos que una esté completamente entregada a Jesús. Siempre fui bastante
piadosa, pero había áreas de las que Jesús estaba completamente excluido.
Ahora Él es Rey en cada esfera de mi vida.
Otra niña se hizo eco del sentimiento y dijo:
—Nunca antes me había dado cuenta de la seriedad de la existencia hasta
que llegué aquí. Cuando sea liberada, mi vida va a ser distinta… Le he dado
gracias a Dios por enviarme a Ravensbrück.
Cuando la niña se fue, otra le preguntó a Corrie si podía dar un mensaje
bíblico al grupo de niñas que había en distintas partes de la barraca. Corrie
lo hizo.
Ese domingo dio nueve veces el Evangelio.

Mientras que el Evangelio que daba Corrie florecía, la salud de Betsie iba de
mal en peor. Para la segunda semana de diciembre, el frío severo le había
hecho algo en las piernas. Muchas veces, al amanecer, encontraba que no
podía moverlas y Corrie y otra la cargaban al pase de lista. Betsie había
perdido tanto peso que apenas y alcanzaba la constitución de un infante.
Mientras se leían sus nombres, Betsie no podía golpear sus pies contra el
suelo para mantener la sangre moviéndose, de manera que, al volver dentro,
Corrie le restregaba los pies y las manos.
Unos días después, Betsie despertó ahora también incapaz de mover los
brazos, y Corrie corrió con un guardia.
—¡Por favor! ¡Betsie está enferma! ¡Oh, por favor, necesita ir al hospital!
—En firmes. Diga su número.
—Prisionera 66 730 reportándose. ¡Por favor, mi hermana está enferma!
—Todas las prisioneras deben presentarse para el conteo. Si está enferma
puede registrarse en el conteo de enfermos.
Otra mujer ayudó a Corrie a sacar a Betsie. Caminaron con mucho
trabajo sobre la nieve y cuando estaban a medio camino del hospital, Corrie
vio que se había formado una fila en la puerta, y que se extendía alrededor
de la esquina del edificio. Junto a una pared, tres prisioneras yacían en la
nieve, probablemente muertas. Corrie no podía dejar que su hermana
sufriera la misma suerte, así que la llevaron de regreso para pasar lista y
luego la arroparon nuevamente en la cama.
Corrie intentó consolarla, pero el discurso de Betsie se volvía débil y
dificultoso.
—Un campo, Corrie… pero nosotras… estamos a cargo… —Betsie
descansó un momento y luego continuó—: será muy bueno para ellos ver
crecer las cosas. La gente puede aprender a amar mirando las flores.
Corrie preguntó sobre lo que había dicho Betsie antes sobre un campo y
una casa.
—¿Vamos a tener este campo en Alemania? ¿En lugar de la casa grande
de Holanda?
—Oh, no. Sabes que la casa es primero.
Betsie empezó a toser y Corrie vio sangre en la cama.
—¿Estaremos juntas, Betsie? ¿Haremos todo eso juntas?
—Siempre juntas, Corrie. Tú y yo… siempre juntas.

A la mañana siguiente, Corrie volvió a intentar llevar a Betsie al hospital,


pero un guardia la hizo volver.
«¿Cómo pueden ser tan crueles?», pensó Corrie. Devolvió a Betsie a la
cama y luego se presentó para pasar lista. Cuando regresó a la barraca, dos
enfermeros estaban colocando una camilla junto a la cama de Betsie. El
guardia que había hecho regresar a Corrie minutos antes los supervisaba.
—La prisionera está lista para ser transferida.
Mientras Corrie seguía la procesión hasta la puerta, una amiga polaca en
común vio a Betsie y se arrodilló, haciendo la señal de la cruz. Afuera caía
aguanieve y Corrie trató de formar un escudo para evitar que golpeara a su
hermana mientras caminaban. Dentro del hospital, los enfermeros
colocaron la camilla en el suelo y Corrie se inclinó para escuchar algo que
Betsie intentaba decir.
—… debemos decirle a la gente lo que hemos aprendido aquí. Debemos
decirles que no hay pozo tan profundo como el amor de Dios. Nos
escucharán, Corrie, porque estuvimos aquí.
Nos escucharán. Las palabras resonaron en la mente de Corrie. Las
enfermeras vinieron y trasladaron a Betsie a un catre junto a una ventana.
Corrie sabía que no podía seguirla, así que salió corriendo y corrió
alrededor del edificio hasta que encontró la ventana de la habitación de
Betsie. Intercambiaron sonrisas silenciosas y luego un guardia le gritó a
Corrie que regresara a su barraca.
Lo hizo, pero siguió pensando en lo que Betsie había dicho.
Nos escucharán.

La tarde siguiente, Corrie pidió un pase para visitar a Betsie y,


sorpresivamente, el guardia se lo dio. Sin embargo, en el hospital, la
enfermera a cargo no dejaba pasar a Corrie, sin importar el pase que
portaba. Golpeó entonces el cristal de la ventana hasta que atrapó la mirada
de su hermana.
—¿Estás bien? —dijo Corrie moviendo los labios sin pronunciar sonido.
Betsie asintió, pero no intentó hablar. Tenía los labios azules.
—Necesitas un buen descanso.
Betsie empezó a murmurar algo y Corrie se inclinó hacia delante.
—… hay tanto trabajo que hacer…
Corrie volvió a la barraca e intentó conseguir otro pase en la tarde y
luego al anochecer, pero ambas veces el guardia se lo negó. A la mañana
siguiente, Corrie ni siquiera preguntó; después del pase de lista corrió hacia
la ventana de Betsie. Miró hacia adentro con las manos contra el vidrio, pero
una enfermera tapaba el rostro de la paciente. Un momento después, entró
otra enfermera y se detuvo a los pies de la cama y entonces Corrie se dio
cuenta de que había un cuerpo desnudo entre las enfermeras. O no tanto
como un cuerpo… era más como una escultura de marfil con costillas
protuberantes.
Cuando las enfermeras levantaron el cuerpo, Corrie le vio el rostro.
Betsie.

Notas:

1. Después de la guerra, Viktor Frankl escribió que casi todos los prisioneros habían
contemplado el suicidio. «Nació de la desesperanza de la situación», recordó, «el peligro
constante de la muerte se agazapaba sobre nosotros día a día y a todas horas, y la cercanía de las
muertes sufridas por tantos de los otros» (N. del A.).
2. El Areópago era una colina rocosa en Atenas dedicada al dios Ares (o Marte) y era también
el nombre de un grupo de filósofos estoicos y epicúreos que se encontraban allí. Desde este
monte fue que enseñaba y debatía el apóstol Pablo. Ver Hechos 17:19-34 (N. del A.).
CAPÍTULO 23
LA LISTA

El día en que murió Betsie, el 16 de diciembre de 1944, Hitler inició su


ataque más audaz y desesperado de toda la guerra. A las cinco y media de la
mañana, comenzó el asalto a lo largo de un frente occidental de 130
kilómetros en la región de las Ardenas de Bélgica y Luxemburgo con tres
ejércitos alemanes —el Sexto Ejército Panzer, del general de las ss Sepp
Dietrich; el Quinto Ejército Panzer, del general Hasso von Manteuffel, y el
Séptimo Ejército, del general Erich Brandenberger—. Dos días después, el
general Manteuff sitió la posición aliada en Bastogne y finalmente rodeó a la
Décima División Blindada y a la 101.ª División Aerotransportada
estadounidenses.
Aunque los alemanes avanzaron mucho sobre la línea aliada, creando
una cuña de 113 kilómetros de profundidad y 80 kilómetros de ancho (de
ahí el nombre posterior de «batalla de las Ardenas»), el avance fue frustrado
finalmente cuando llegó el Tercer Ejército, del general George S. Patton.
Este fue el principio del fin para el Tercer Reich.
Las prisioneras de Ravensbrück desconocían el éxito de la defensa y el
contraataque de los aliados, pero el bombardeo previo de la fábrica Siemens,
junto con la visión recurrente de los aviones estadounidenses sobre sus
cabezas, les dio esperanza.
Que Corrie y tantas otras pudieran soportar, esa era otra historia. En la
barraca contigua a la de Corrie, hubo un brote de tifus1 y cientos de mujeres
tuvieron que hacer cuarentena. Los piojos —que abundaban en cada barraca
— eran los portadores de la enfermedad y esta se multiplicaba a cada hora.
Por la mañana, las mujeres en fila colapsaron y morían justo donde iban
cayendo.
Dos días después de la muerte de Betsie, surgió un problema durante los
pases de lista de las mañanas: faltaba un número en la barraca 28. Los
guardias devolvieron a las mujeres de las otras barracas, pero las de la 28
permanecieron en su sitio hasta que se encontrara a la prisionera faltante.
Estuvieron de pie por horas, hasta mucho después de que el sol estuviera en
lo alto, a Corrie se le habían hinchado los tobillos y las piernas, evidencia de
edema.2 Para cuando llegó el mediodía, ya no sentía ninguna pierna, pero se
negó a caer. A última hora de la tarde, finalmente pudieron retirarse. Se
enteraron de que la prisionera desaparecida había sido encontrada muerta
en una plataforma superior.
En medio del dolor por perder a Betsie y las dificultades actuales de
Ravensbrück, Corrie mantuvo su resistencia espiritual a través de la oración
y la escritura; redactó este poema:

Enséñame la carga a soportar,


Oh, Señor, en este día oscuro.
No dejes mis quejas a otros llegar
De mi camino solitario y duro.

Cada tormenta es por Tu voluntad,


sean de tierra o mente y corazón.
Para encontrar la verdadera paz
debo encomendarme a tu razón.

Así que sufro, así en el silencio,


Así que a Tu voluntad me rindo.
Así en mi debilidad aprendo:
Enséñame, Padre, yo te sigo.

Sin embargo, en las entrañas de la administración de Ravensbrück, se


extendía la oscuridad. El comandante Fritz Sühren y uno de los médicos del
campo, el doctor Richard Trommer, habían tenido reuniones diarias para
abordar la orden de Himmler de que todas las mujeres que estuvieran
enfermas o que no podían marchar fueran asesinadas. Cada día hacían una
lista de las destinadas a la cámara de gas.
Para mantener dóciles a las víctimas previstas, Sühren creó un
subterfugio. A las prisioneras de la lista se les diría que las iban a trasladar a
«Mittwerda» —un campo ficticio— y luego, por la noche, las subirían a un
camión y las llevarían a un centro de despiojado, lo que no era una actividad
desagradable para las mujeres que durante meses habían tenido que luchar
contra la invasión de piojos y pulgas. Después de que las mujeres se
desnudaran y fueran llevadas al interior, la puerta se cerraría detrás de ellas.
Luego se arrojaría gas venenoso desde el techo y comenzarían los lamentos.
Sin embargo, había tantas prisioneras por ejecutar que Sühren y
Trommer tuvieron que distribuir el cronograma de ejecuciones a lo largo de
varias semanas. Primero se debía eliminar a las enfermas y débiles, y
después a todas las mujeres mayores de cincuenta años.
El grupo de Corrie.

Cerca de Navidad, llegó una mujer nueva a la barraca 28, una rusa llamada
Marusha. Sin embargo la barraca estaba llena y Marusha no tenía cama.
Cuando cayó la noche, Corrie la vio dando vueltas sin rumbo entre las
hileras de camas, buscando un lugar donde dormir. Si no encontraba
ninguno, tendría que dormir en el piso sin colchón, almohada o cobija
alguna. Las rusas no eran bien recibidas por las otras prisioneras, y a donde
sea que Marusha dirigiera la vista, las mujeres negaban con la cabeza.
Corrie consideró la difícil situación de la mujer. «Qué terrible sería para
una prisionera de un campo de concentración no tener un lugar donde
dormir», pensó. Al ver los ojos desesperados y atormentados de Marusha,
Corrie le indicó que se acercara. Corrie movió su cobija y señaló el lugar que
había sido de Betsie. Sonriendo, Marusha entró bajo la cobija.
Mientras la rusa se reclinaba y apoyaba la cabeza en la almohada, Corrie
se preguntó si habría alguna forma de comunicarse con esta persona que
tenía a solo unos centímetros de distancia. No sabía ruso y, al parecer,
Marusha no sabía nada más. Seguramente tenía que haber una manera de
unir las lenguas.
—¿Jesoes Christoes? —dijo finalmente Corrie.
—¡Oh! —los ojos de Marusha brillaron e hizo la señal de la cruz, luego
abrazó a Corrie y la besó.
Corrie escribió más tarde: «La que había sido mi hermana durante 52
años, con quien había compartido tantas buenas y malas, me había dejado.
Una mujer rusa ahora reclamaba mi amor; y habría otros también que
serían mis hermanas y hermanos en Cristo. Me preguntaba si el Señor me
brindaría más oportunidades para darle a otros el amor y el cuidado que mi
padre y Betsie ya no necesitaban».
Sin embargo, también Corrie necesitaba de amor y cuidados. Después
del día en que ella y todas las de la barraca 28 se vieron obligadas a
permanecer de pie en el frío punzante durante más de 12 horas, cinco
mujeres, incluida Corrie, enfermaron de muerte. Nadie sabía si era tifoidea o
algo más.
Al cabo de 10 días, las otras cuatro mujeres estaban muertas.

Una mañana helada de finales de diciembre, un guardia gritó:


—¡Prisionera 66 730!
—Ese es mi número —respondió Corrie.
—Ten Boom, Cornelia.
—Ese es mi nombre.
—Acércate.
Corrie rompió filas con la mente a mil por hora. ¿Esto es todo? ¿Sería la
cámara de gas o tal vez otro campo de concentración? ¿O tal vez solo la
castigarían por algo?
El guardia volvió a gritar.
—¡66 730!
Corrie dio unos pasos más hacia adelante y dio la respuesta apropiada:
—Schutzhäftling Ten Boom, Cornelia, meldet sich. (Prisionera Ten Boom,
Cornelia, presente).
El guardia señaló hacia el final de las filas.
—Toma la primera posición en el pase de lista.
Cuando Corrie caminaba hacia el lugar indicado, un viento helado y
frígido atravesó su vestido. Se mantuvo ahí sola por varios minutos y luego
una mujer joven fue enviada a acompañarla en el puesto contiguo. Como vio
que a Corrie le temblaban las manos, ella se las frotó mientras los guardias
no miraban.
Conforme seguía el pase de lista, Corrie se dirigió a ella.
—¿Por qué debo estar en este puesto?
La chica dijo en voz baja y calma:
—Sentencia de muerte.

Notas:

1. El tifus no fue exclusivo de Ravensbrück, sino que afectó a todos los campos. Viktor Frankl
escribió sobre la situación en Auschwitz: «En el invierno y primavera de 1945 hubo un brote de
tifus que infectó a casi todos los prisioneros. El índice de mortalidad fue alto entre los débiles,
quienes tuvieron que seguir con los trabajos forzados tanto tiempo como pudieron. Los
cuarteles para los enfermos eran de lo más inadecuado, prácticamente no había ni medicina ni
médicos» (N. del A.).
2. El edema es común en casos de inanición, pues quien lo padece tiene proteína insuficiente.
Dado que la proteína juega un papel importante en el balance de agua del cuerpo, su falta causa
que áreas como el abdomen o las piernas acumulen y retengan agua (N. del A.).
CAPÍTULO 24
EDEMA

Corrie hizo una oración corta en voz baja.


—Tal vez pronto te veré frente a frente, tal como lo hace Betsie, Señor.
No dejes que sea una muerte cruel. No el gas, Señor, ni la horca. Prefiero
fusilamiento. Es rápido. Ves algo, escuchas algo y se ha acabado.
Se volvió a la chica y le preguntó su nombre.
—Tiny.
—Yo soy Corrie. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?
—Dos años.
—¿Alguna vez has leído la Biblia?
—No, nunca.
—¿Crees que Dios existe?
—Sí. Desearía saber más sobre Él. ¿Lo conoces?
Corrie dijo que sí y durante las tres horas que siguieron —de pie en el
pase de lista con Tiny— presentó el Evangelio.
—Mi hermana murió aquí —le dijo a Tiny—. Sufrió mucho. También yo
he sufrido. Pero Jesús siempre está con nosotras. Él hizo un milagro al
quitarme todo el odio y amargura que sentía hacia mis enemigos.
Tiny parecía receptiva y Corrie le pidió que rezara al Señor, a «el Amigo
que nunca te deja sola».
Sonó la sirena para indicar que había terminado el pase de lista y un
guardia les gritó que empezaran a trabajar. Las mujeres se dispersaron en
todas direcciones y también Tiny desapareció.
Corrie permaneció en el puesto número 1 y esperó. ¿Contestaría el Señor
su oración con una muerte rápida?
«Cuando estás muriendo», reflexionó más tarde, «cuando estás frente a
las puertas de la eternidad, ves las cosas desde una perspectiva distinta a
cuando piensas que puedes vivir por mucho tiempo. Llevaba muchos meses
parada frente a esa puerta, mientras vivía en la barraca 28, a la sombra del
crematorio. Cada vez que veía el humo saliendo de las horribles chimeneas
sabía que eran los últimos restos de alguna pobre mujer… A menudo me
preguntaba: “¿Cuándo será el momento de que me maten o de que
muera?”».
Y en efecto, Tiny había tenido razón sobre la sentencia de muerte; Corrie
descubrió más tarde que la chica había sido ejecutada poco después de
terminado el pase de lista, pero ¿cuál era el destino de Corrie?
El guardia que la había llamado reapareció y le dijo a Corrie que la
siguiera al cuartel administrativo. Corrie se unió a una corta fila de
prisioneras de pie frente a un escritorio y observó cómo un empleado sellaba
los papeles de una mujer y decía:
—¡Entlassen!
¿Entlassen? ¿Liberada? ¿Podría ser? Momentos después el hombre
anunció:
—Ten Boom, Cornelia.
Corrie se acercó y el hombre hizo un garabato en un papel, lo selló y se
lo entregó. Miró hacia abajo y vio una palabra en negrita: Entlassungsschein
(«Certificado de alta»).
Siguiendo la fila hasta otro escritorio, recibió un pase de tren para viajar
a los Países Bajos y luego un guardia le señaló el pasillo hacia otra
habitación. En el interior, las mujeres que habían estado delante de Corrie en
la fila se desnudaron.
—Entlassen físico —le dijo un administrador de la prisión.
Corrie asintió. Una humillación más. Se quitó la Biblia del cuello, se
quitó el vestido y arrojó ambos a la pila de pertenencias del prisionero.
Cuando Corrie se acercó, se sorprendió ante la juventud del médico: un
niño pecoso que podría haber sido uno de sus sobrinos. Su
comportamiento, sin embargo, era profesional. Conforme las mujeres se
iban poniendo de pie frente a él, les pedía que se inclinaran, se dieran la
vuelta y extendieran los dedos.
Corrie se puso delante de él y los ojos del médico se posaron
inmediatamente en sus piernas y pies hinchados.
—Edema —anunció—. Hospital.
El doctor la acompañó al hospital y Corrie preguntó:
—Entonces… no vamos a… ¿no vamos a ser liberadas?
—Supongo que lo serás, tan pronto como baje la hinchazón de tus
piernas. Solo te liberan si estás en buenas condiciones.
Tenía sentido. Las ss no querían sufrir mala prensa por maltratar a los
prisioneros, por lo que cualquiera que fuera liberado tenía que parecer
relativamente sano. Tendría que esperar.
Pero el hospital estaba abarrotado. Un grupo de mujeres esperaba en la
fila de llamadas de enfermas, pero habían traído docenas de nuevas
prisioneras con heridas terribles. Un tren de prisioneras que se dirigía a
Ravensbrück había sido bombardeado, supo después, y las mujeres estaban
despedazadas. A un lado, yacía una paciente sobre una mesa con un médico
y cuatro enfermeras trabajando a su alrededor. Gritaba de dolor y los
estridentes aullidos atravesaban el corazón de Corrie.
Justo entonces, una mujer esquelética entró a la habitación. Sus piernas
eran tan delgadas que apenas y podía caminar y sus ojos sobresalían,
traumatizados. Pidió ayuda, pero uno de los trabajadores le respondió que
podía caminar bien por sí misma.
Corrie suspiró. ¿Es que no había un fin al sufrimiento en Ravensbrück?
Cerró los ojos e intentó bloquearlo todo, pero no pudo: el terror y la
crueldad reinaban en todo a su alrededor.
Finalmente, un doctor la condujo a través de una puerta y hasta una
habitación con literas. Se le asignó la cama superior y Corrie se impulsó para
subir y elevó las piernas contra la pared. Sin embargo, aquella noche fue
imposible dormir, pues toda la noche las pacientes pedían bacinillas a gritos.
Corrie bajó de su cama, sin importarle el edema, y se acercó a consolar a
quienes padecían más dolor.
Antes del amanecer tres pacientes habían caído de sus camas y estaban
muertas en el suelo.
Era Navidad.

En Haarlem, Peter Van Woerden recordaba a los Ten Boom. Desde que tenía
memoria, siempre había compartido el día de Navidad en el Beje con Opa y
el resto de la familia.
«El carácter dulce de ese viejo caballero hacía que lo amaran todos
quienes lo conocían», recordó Peter, «especialmente su familia». Este año las
cosas serían distintas. Su ausencia se sentiría profundamente.
Pero las fiestas de Navidad eran lo último que tenían los holandeses en la
mente. El bloqueo alemán de alimentos había durado tanto tiempo que
cientos de personas morían de hambre cada día.1 Más allá de los betabeles y
tulipanes, no había nada que comer.
«La miseria, el hambre y las enfermedades estaban por todas partes»
observó Peter.
Y la muerte siguió tocando a quienes lo rodeaban.
Su viejo amigo Piet, que también era el prometido de su hermana Aty,
fue la siguiente víctima. Piet había estado activo en la clandestinidad y un
día partió para una reunión en el cuartel general de la Resistencia. La
reunión, sin embargo, era una trampa de la Gestapo y lo llevaron a la prisión
de Ámsterdam.
Fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento.

Cuando Corrie terminó sus «llamados al ministerio», regresó a su litera.


Frente a ella descansaban dos húngaras, una de las cuales tenía un pie con
una grave gangrena. Acostada en diagonal, había una joven que aparentaba
unos 15 años, pero tenía el desarrollo mental de una niña de ocho. Tenía un
rostro dulce, pero todo su cuerpo estaba demacrado. Cuando la niña se giró,
Corrie notó una cicatriz reciente, evidencia de que había tenido algún tipo
de operación de espalda. Dada la condición mental de la niña,
probablemente se tratara de un experimento médico.
Su nombre era Oelie y a menudo lloraba por su madre. Corrie asumió el
papel de madre adoptiva y evangelista, explicándole el Evangelio en los
términos más sencillos.
—Oelie, mami no puede venir, pero ¿sabes quién está dispuesto a venir
contigo? Ese es Jesús —Oelie pareció entender.
—Le pediré a Jesús que me haga valiente cuando tenga dolor —dijo la
niña—. Pensaré en el dolor que sufrió Jesús para mostrarle a Oelie el camino
al cielo.
Luego, Corrie oró con ella y le pareció claro por qué necesitaba pasar la
Navidad en Ravensbrück.
Esa noche la temperatura cayó en picada y Corrie notó que las ventanas
del hospital estaban completamente congeladas. Estaban a -7 ºC.
Por la mañana, Corrie fue por una reevaluación de su condición.
—Edema en los pies y tobillos —volvió a decir el doctor.
De vuelta al área de dormitorios, Corrie vio a una mujer joven muerta
sobre la nieve. Sus manos delicadas estaban dobladas como si estuviera
orando pero sus rodillas estaban muy juntas, como si hubiera muerto con
mucho dolor. Tenía un rostro dulce y su cabello oscuro se arremolinaba
alrededor de su cabeza como un halo.
Corrie observó y se dio cuenta de lo que había pasado. La mujer había
sido forzada a esperar para poder entrar al hospital, pero el aire bajo cero la
había consumido antes de que se le permitiera entrar.
Dos días después, el 28 de diciembre, Corrie pasó el examen médico y el
doctor selló su acta de alta. En una pequeña cabaña cerca de la puerta
exterior del campo, un guardia le entregó ropa nueva: ropa interior, una
falda de lana, una blusa de seda, un sombrero, un abrigo y zapatos casi
nuevos. Luego recibió un paquete que contenía la ropa que había traído de
Scheveningen, así como algunas de las cosas de Betsie. Aquí también tuvo
que firmar un formulario en el que declaraba que nunca había estado
enferma en Ravensbrück, que nunca había tenido ningún accidente y que el
trato había sido bueno.
Junto con un pequeño grupo —de dos holandesas y ocho alemanas—,
Corrie se dirigió hacia la puerta. Como si necesitara un recordatorio más de
la vida en Ravensbrück, la otra holandesa mencionó que la señora Waard y
la señora Jensen, dos mujeres con quienes Corrie y Betsie habían orado,
estaban muertas.
Fuera de la puerta, otro guardia las condujo a una pequeña oficina donde
Corrie recibió una ración de pan y cupones de alimentos para tres días.
También recuperó su dinero, su reloj y el anillo de oro de su madre.
Un Aufseherin las escoltaría hasta la estación de tren, le dijeron al grupo,
y Corrie volvió sobre el camino que había recorrido al entrar al
campamento. Subieron una pequeña colina y recordó el hermoso lago por el
que habían pasado, solo que ahora estaba completamente congelado. Al otro
lado, el antiguo castillo y la abadía resaltaban el pintoresco Fürstenberg; a lo
lejos, el campanario de la iglesia brillaba como un faro de liberación.
En la estación el guardia se fue y Corrie hizo inventario de sus
pertenencias. Los dolores del hambre se apoderaron de ella y buscó el pan
en su abrigo. Curiosamente, tanto este como los cupones de alimentos
habían desaparecido. ¿Los había perdido o alguien se los había robado?
Frenética, se levantó de un salto y miró alrededor del banco, luego volvió
sobre sus pasos hacia la estación. Nada. Después de sobrevivir con raciones
de hambre en Ravensbrück, ¿moriría de hambre ahora que iba en el tren de
regreso a casa?
En el andén esperó con las otras mujeres hasta última hora de la tarde,
cuando llegó un tren de correo. Sin embargo, dos paradas después, le dijeron
a todo el grupo que descendiera para dejar espacio para un envío de
alimentos.
Alimento.
La mera mención de la palabra aumentó el hambre de Corrie.

Finalmente llegó otro tren y Corrie abordó junto con las otras, pero no había
comida. Exhausta y débil, se quedó dormida. Muchos días y muchos trenes
después, despertó una tarde cuando bajaban en la terminal de Berlín. Era la
media noche del Año Nuevo de 1945.
Corrie bajó del tren con sus nuevos zapatos rígidos y se preguntó cómo
encontraría su conexión. Tenía que ir a Uelzen, pero en la plataforma no
había señales. Había un anciano recogiendo los escombros de una bomba no
muy lejos de allí, y ella le pidió ayuda. Amablemente, la acompañó
tomándola del brazo hasta el andén correcto, pero el tren no partiría sino
hasta dentro de varias horas, según descubrió Corrie. Aun así, subió a
bordo. Estaba mareada por el hambre, pero sabía que si se desmayaba
podría perderse la partida.
Finalmente arrancó el tren y en la primera parada Corrie bajó y siguió a
otros pasajeros hasta la cafetería de la estación. Le dijo al empleado que
había perdido sus cupones de comida, pero que podía pagar con florines
holandeses. Corrie abrió la mano para mostrar el dinero y la mujer se burló.
—¡Esa es historia pasada! ¡Sal de aquí antes de que llame a la policía!
Corrie regresó al tren. Tal vez vería a Betsie y a su padre antes de lo
esperado. El tren arrancó después de un tiempo, pero durante incontables
kilómetros avanzó muy lentamente. Al parecer, los aliados habían
bombardeado varias vías y estaciones, y Corrie tuvo que bajar de varios
trenes y abordar otros. Desde cada ventana veía la devastación de lo que
alguna vez fuera la hermosa Alemania. Por todas partes, edificios y casas
destruidos, y millones de familias alemanas sin hogar.
En una estación, Corrie preguntó a un oficial del andén si había alguna
posibilidad de conseguir comida. Tal vez reconociendo que estaba al borde
del colapso, llamó a un niño que trasladaba el equipaje en un carrito
motorizado. Lo siguiente que supo Corrie fue que ella y el oficial viajaban en
el vehículo hacia una pequeña casa cercana.
Le dijo algunas palabras a la mujer que vivía allí y, momentos después,
Corrie tenía pan, mermelada y café delante de ella. Fue el acto más
bondadoso que había presenciado desde su llegada a Alemania.
Tan pronto como Corrie terminó, sonó una sirena de ataque aéreo y el
oficial dijo que debían regresar a la estación de inmediato.
Aproximadamente un día después, tras de lo que parecieron semanas de
viaje, Corrie llegó a la estación en Bad Nieuweschans, una ciudad holandesa
a media milla de la frontera alemana.
Finalmente había regresado a Holanda. Al ver a numerosos soldados
alemanes a lo largo de las vías, sin embargo, se recordó a sí misma que esta
era una Holanda ocupada. Un amable hombre holandés vio a Corrie
cojeando desgarbada y la ayudó a subir a otro tren aún. Sin embargo, este
solo llegaba hasta Groningen —a unos 50 kilómetros al occidente de la
frontera—, pues las vías más allá habían sido bombardeadas.
Cuando llegaron, Corrie supo de un lugar llamado la Casa de la
Diaconisa, que era un híbrido entre hospital y casa de convalecencia, y que
estaba tan solo a unas calles de distancia. Con sus últimas fuerzas, se
arrastró hasta el lugar y pidió asilo y si podía hablar con la encargada.
—La hermana Tavenier no puede venir en este momento —dijo la mujer
que la recibió—, pues está en un servicio religioso en uno de los pabellones.
Me temo que tendrá que esperar.
—¿Sería posible que yo también asistiera?
La enfermera dijo que sí.
—¿Tiene algo para beber?
La enfermera le trajo té y una tostada, y le dijo que eso era lo mejor para
su condición actual. Por un momento Corrie se había olvidado de que
estaba coja y delgada como un espantapájaros, y aquí había una mujer a la
que en verdad le importaba cuidarla.
Después de unos minutos de iniciado el servicio religioso, un ministro
de edad avanzada los condujo para entonar los himnos. Corrie reproducía al
fondo de su mente, una y otra vez, los cantos en la barraca 28 sucia e
infestada de piojos. Cuando terminó el servicio, volvió la enfermera.
—Ahora, ¿qué hacemos contigo?
Corrie se encogió de hombros. Por más de un año no se le había
permitido tomar ninguna decisión, solo podía seguir órdenes.
—No lo sé, hermana.
—Ya sé.
La mujer tocó una campana y entró una enfermera joven.
—Hermana —dijo la mayor—, lleve a esta dama al comedor de las
enfermeras y dele una comida caliente.
La chica tomó el brazo de Corrie y la condujo a través de un pasillo.
—¿A dónde irá después? ¿Dónde es su casa?
—Voy hacia Haarlem.
—Oh, Haarlem. ¿Conoce a Corrie Ten Boom?
Corrie miró a la chica y entonces la recordó. Era una de las líderes de la
ywca con quien había trabajado antes de la guerra.
—¡Truus Benes!
—Pues sí, ese es mi nombre. Pero no creo conocerla a usted.
—Soy Corrie Ten Boom.
Truus se detuvo y miró con detenimiento el rostro de Corrie.
—Oh, no, eso es imposible. Conozco muy bien a Corrie Ten Boom. He
estado muchas veces con ella en campamentos para niñas. Es mucho más
joven que usted.
Y ahí estaba: más pruebas de lo que Corrie había vivido en Ravensbrück.
Envejecida y demacrada, irreconocible. Consideró lo que veía la joven: una
mujer enfermiza con ojos hundidos, cabello gris y rostro delgado y pálido.
—Pero en verdad, yo soy Corrie Ten Boom.
Truus volvió a mirarla y tomó la mano de Corrie.
—Sí… sí… eres tú. ¡Eres tú!
Fueron al comedor y Truus le llevó plato tras plato de carne con salsa,
papas, coles de Bruselas, una manzana y pudín con jugo de grosellas. Con
cada bocado, Corrie podía sentir que su cuerpo respondía llenándose de
energía y sanación.
En una mesa cercana, otra enfermera le susurró a su compañera:
—Nunca había visto a nadie comer con tanta intensidad.
Después de cenar, Truus acompañó a Corrie por el pasillo hasta una
habitación grande donde podía tomar un baño caliente. De una bañera
blanca y reluciente salía vapor y Corrie se hundió hasta la barbilla; el agua
limpia y tibia calmó su piel llena de piquetes de piojos y cubierta de costras.
Truus regresó más tarde y llamó a la puerta.
—¡Cinco minutos más! —suplicó Corrie.
Truus la dejó cinco minutos más, pero cada vez que volvía, Corrie volvía
a pedir otros cinco minutos. Después de todo tenía 10 meses de suciedad
que lavar, y no sabía cuándo volvería a tener la oportunidad de gozar este
lujo. Finalmente, Corrie cedió y salió; Truus le dio una bata de noche.
Caminaron por el pasillo hacia un dormitorio acogedor, asignado para una
enfermera que estaba de permiso.
Corrie se detuvo en la entrada. Colores. Lo único que había visto durante
casi un año era gris y aquí había un brillante despliegue de colores
coordinados. Miró la cama, con gruesas mantas de lana dobladas hacia atrás
para revelar sábanas blancas y frescas. Dejó que sus manos se deslizaran
sobre el algodón suave, de un lado a otro. Truus la invitó a recostarse en la
cama, le puso una almohada debajo de los pies y luego la dejó descansar.
Corrie miró alrededor de la habitación y continuó absorbiendo y
disfrutando su nuevo refugio. Frente a la cama había un estante lleno de
todo tipo de libros, y afuera podía escuchar los sonidos familiares de
Holanda: el silbido de un barco en un canal, niños jugando y llamándose
unos a otros en la calle y, a lo lejos, un coro cantando con las campanadas de
un carillón.
Hogar.

Notas:

1. Durante aquel verano, murieron 16 000 holandeses de inanición (N. del A.).
CAPÍTULO 25
DÉJÀ VU

Aquella tarde pasó una enfermera y llevó a Corrie hacia otra habitación
donde se quedaría unos días. En algún lugar cerca, una radio tocaba una
composición de Bach. Era la primera música que Corrie escuchaba en 10
meses.
Vencida, se dejó caer al suelo y sollozó. Dios le había devuelto la vida.
Ella había sido prisionera y el Señor la había rescatado y puesto en libertad.
Tenía que haber un propósito en todo esto, pensó, y de ahora en adelante,
como Saulo de Tarso después de su conversión, tendría una nueva misión.
Ravensbrück había sido su camino a Damasco.
Pero primero tenía que notificar a Willem y Nollie de su liberación y
después debía llegar a Haarlem. Sin embargo, había una prohibición de
viajes que le impedía regresar a casa y el servicio telefónico era limitado. Se
recuperó durante 10 días en la Casa de la Diaconisa y finalmente alguien
consiguió que la transportaran en un camión de comida clandestino. Lo
estaban desviando de un envío a Alemania, por lo que tendrían que viajar de
noche, sin luces.
Durante horas, el camión dio tumbos en la oscuridad y, cuando llegaron
a Hilversum, Corrie le dio indicaciones al conductor hasta la casa de
Willem. Momentos después, Willem, Tine y dos de sus hijas estaban en los
brazos de Corrie.
Corrie les habló sobre la enfermedad y muerte de Betsie y a Willem se le
descompuso el semblante.
—Casi desearía tener las mismas noticias sobre Kik. Sería bueno para él
encontrarse con Betsie y padre.
No habían tenido noticias de su hijo, le dijo a Corrie, desde que Kik
había sido deportado a Alemania.
Corrie se quedó con ellos dos semanas, en parte para adaptarse otra vez
a la vida normal, pero sobre todo para disfrutar del tiempo con su hermano
y su familia. Pudo ver que Willem había sufrido mucho en su propio
encierro; ahora caminaba con un bastón y cojeaba. Él también estaba
muriendo. Había contraído tuberculosis en prisión y los efectos nocivos
eran evidentes en su cuerpo demacrado.
Primero padre, luego Betsie, probablemente Kik y pronto Willem. Pero
su hermano no prestaba atención a sus dolencias. Tenían 50 pacientes en el
asilo de ancianos que él dirigía, y Willem los cuidaba y consolaba a todos.
Después de varios días, Corrie notó algo más. Willem había contratado a
decenas de mujeres jóvenes para ayudar a administrar el hogar, algunas
como asistentes de enfermeras, otras como trabajadoras de cocina y otras
como secretarias. Sin embargo, no se trataba de muchachas en absoluto, sino
de jóvenes varones que se vestían como mujeres para escapar de los campos
de trabajos forzados alemanes. Si bien sus capacidades eran limitadas,
Willem seguía ayudando a la Resistencia.
Sin embargo, Corrie anhelaba ver a Nollie y a su amado Beje, y Willem
consiguió transporte. Sería otro viaje ilegal, pero encontró un coche que
podía recorrer los 50 kilómetros desde Haarlem para recogerla. Las
autoridades alemanas habían permitido a Willem utilizar el coche de su
residencia de ancianos hasta los límites de la ciudad, por lo que organizaron
el traslado en un lugar secreto de Hilversum.
Cuando llegaron, Corrie vio una enorme limosina negra esperando en la
nieve al lado del camino. Tenía placas del gobierno y cortinas cubriendo las
ventanas traseras. Le dio un beso de despedida a Willem y entró al extraño
automóvil.
—¡Herman!
—Mi querida Cornelia —dijo Pickwick—, Dios me permite volver a
verte.
La última vez que Corrie lo había visto fue cuando iban camino a La
Haya, herido y sangrando. Ahora se veía normal, como si no le hubiese
pasado nada, de no ser por los dientes que le faltaban.
Como siempre, Pickwick tenía las últimas noticias. Los grupos
clandestinos seguían activos, dijo, pero muchos de los hombres jóvenes
estaban escondidos. Corrie preguntó sobre los judíos a los que había dejado
en la guarida de los ángeles y él le contó que todos estaban bien, excepto
Mary Van Itallie, a quien habían arrestado y enviado a Polonia.
La limusina pasó por el puente Spaarne que conducía al centro de
Haarlem y Corrie quedó cautivada por la vista de la iglesia de San Bavo.1
Esta majestuosa iglesia gótica —construida entre 1245 y 1520— contaba con
una aguja de 75 metros y albergaba al órgano del renombrado Christian
Müller.2 Cuando se construyó, en 1738, era el órgano más grande del
mundo. Cubre todo el muro occidental de la iglesia y se eleva casi 30 metros
de altura, además, está adornado con 25 estatuas, todas talladas por Jan Van
Logteren, un escultor de Ámsterdam. En el pináculo se encuentran dos
leones dorados que sostienen el escudo de armas de Haarlem.
Al enterarse de este órgano, Georg Friedrich Händel empezó a tocarlo
entre 1740 y 1750. En 1766, 16 años más tarde, un niño prodigio de 10 años
estaba en los pedales.
Wolfgang Amadeus Mozart.
Como la iglesia estaba tan cerca de su casa, Corrie la consideraba tan
familiar como la relojería Ten Boom. Pero primero estaba el Beje. Cuando la
limosina dio la vuelta en Barteljorisstraat, Pickwick le advirtió que la casa no
era precisamente la misma. Después de que se quitara la guardia policiaca, le
dijo, las autoridades instalaron a muchas familias ahí. Ahora estaba
desocupada, aunque uno de sus colegas más leales, el señor Toos, había
reabierto la tienda.
Corrie no podía llegar a la puerta del callejón lo suficientemente rápido y
un momento después cayó en el abrazo de Nollie. Su hermana había llegado
temprano esa mañana junto con sus hijas para limpiar el lugar para la
llegada de Corrie. Recorrieron toda la casa y Corrie notó que habían robado
varias cosas: cuatro alfombras orientales, su máquina de escribir, algunos
libros y todos los relojes que habían dejado para reparar. Sin embargo,
quedaban tres de sus posesiones más queridas: su piano, el retrato de Opa y
su silla favorita.

En la cocina recordaron con qué meticulosidad Betsie disponía las tazas, y


en la sala cómo Martha regañaba a Eusi por dejar su pipa fuera de lugar.
Cuando entraron en la habitación de Opa, Corrie se desplomó sobre su
cama, luchando contra las lágrimas. Ahora estaría sola en una casa que,
desde que tenía uso de razón, había estado llena de la alegría de familiares,
amigos e invitados.
Al día siguiente, Corrie fue a la Grote Kerk, la antigua iglesia que le traía
tantos recuerdos preciados de juegos en la majestuosa catedral cuando era
niña. Cada puerta vieja, escalera de caracol o armario oculto proporcionaba
una aventura para jugar al escondite. También recordó las muchas veces que
su tío Arnold había ido con la familia a escuchar el órgano gigante de
Müller.
En la puerta, un anciano guardia le preguntó si podía darle un recorrido.
—Si no es problema —dijo Corrie—, me gustaría estar sola.
El chirrido de sus zapatos provocó un eco en el santuario vacío mientras
caminaba sobre las lápidas que formaban el suelo de la iglesia. Encontró un
asiento y recordó aquella vez en que era niña y jugaba con una amiga en ese
mismo lugar. A medida que la tarde iba cayendo aquel día, la catedral se
oscurecía. Un poco de luz se filtraba a través de las vidrieras y las lámparas
de gas de las paredes laterales proyectaban sombras misteriosas y
parpadeantes. Su amiga se había asustado, pero Corrie se sintió en paz.
Había una Presencia entre ellas, había pensado: la Luz del Mundo.
Ahora, 45 años después, reflexionaba sobre el presagio.
Luz en medio de la oscuridad.

A medida que pasaban los días, Corrie se volvía más inqueta. Empezó a
acompañar al señor Toos en la tienda, pero ya no sentía alegría en el trabajo.
A veces se daba cuenta de que había estado mirando al vacío durante una
hora. Incluso el Beje le proporcionaba poco calor. En un intento por reavivar
la felicidad hogareña que había traído Betsie, Corrie compró plantas para
cada alféizar de las ventanas.
Sin embargo, se olvidó de regarlas y murieron.
Había algo que faltaba. Actividad. Trabajo que importara realmente. Al
fin y al cabo, la guerra aún continuaba y ella echaba de menos la
clandestinidad.
No tuvo que esperar mucho. A principios de febrero llegó alguien al Beje
con una petición muy familiar.
—Señorita Ten Boom, tengo un amigo en prisión —dijo el hombre—.
Usted conoce al director de la prisión, es un buen holandés que está de
nuestro lado. ¿Iría conmigo? ¿Me presentaría al director y le pediría que
libere a mi amigo?
Corrie aceptó y cuando llegaron a la prisión y el director salió, a Corrie
se le aceleró el pulso. Nunca en su vida había visto a aquel hombre. ¿Sería
otra trampa de Quisling?3 ¿La enviarían de vuelta a Ravensbrück? O tal vez
se ahorrarían el problema y simplemente la fusilarían.
La sangre desapareció del rostro de Corrie cuando hizo la petición a
nombre del prisionero.
—Espere un momento —dijo el director—. Haré una llamada a la
Gestapo para ver si es posible aprobar esta petición.

Notas:

1. A menudo se hace referencia a la iglesia como la Grote Kerk, que quiere decir «iglesia
grande», o simplemente como iglesia de San Bavo (N. del A.).
2. Irónicamente, Müller era alemán (N. del A.).
3. Vidkun Quisling fue confundador del Nordisk Folkereisning noruego (el Despertar del
Pueblo Nórdico) en 1931, un grupo que apoyaba la ideología nazi; fue jefe del gobierno títere
controlado por los nazis que gobernó Noruega de 1942 a 1945. En 1939 había invitado a los
nazis a ocupar su país y luego se reunió con la fuerza invasora en abril de 1940. Quisling
inspiró al London Times a usar su nombre como eufemismo para todos los traidores y
colaboracionistas (N. del A.).
CAPÍTULO 26
LA FÁBRICA

¿La Gestapo? No, Dios, por favor.


El director los llamó a su oficina, cerró la puerta y miró a Corrie.
—¿Es una trabajadora clandestina?
Corrie no respondió. Esto era una pesadilla que se repetía.
—Qué trabajo tan estúpido el que hace —dijo el hombre—. Nos pone a
todos en peligro. Si hiciera lo que me pide, tendría que esconderme y
esconder a mis ayudantes de inmediato.
Corrie permaneció en silencio y el director dijo:
—Le aconsejaré para que pueda liberar a ese joven, pero no vuelva nunca
más.
Nunca se había sentido tan bien una llamada de atención.

En marzo la Gestapo comenzó otra ronda de redadas a las casas de Haarlem,


una vez más intentando localizar a quienes tuvieran conexiones con grupos
clandestinos. En la redada número 15, llegaron a la casa de los Poley y Hans
se metió en un espacio oculto debajo del suelo de la sala de estar en el
último momento. Sin embargo, la Gestapo no iba tras él. Interrogaron y
golpearon a su padre, pero el señor Poley hizo el papel de un anciano débil e
inocente y los alemanes se lo creyeron. Se trasladaron a otras casas,
arrestaron, interrogaron y luego fusilaron a muchos de los vecinos de Poley.
Cuando Hans salió de su escondite, supo que era imperativo permanecer
oculto. Sin embargo, había escuchado sobre el regreso de Corrie al Beje y
quería desesperadamente hablar con ella. Una noche, cuando los alemanes
no estaban, él y Mies fueron a visitarla. Corrie tenía mucho de que hablar —
especialmente sobre los horrores de Ravensbrück— y les dijo que todavía se
despertaba a la hora del pase de lista: las cuatro y media de la madrugada.

Coincidieron en que el problema más apremiante ahora era la falta de


alimentos en Holanda. Miles de personas ya habían muerto de hambre y, a
finales de abril, los aliados comenzaron la operación Maná: un lanzamiento
masivo diario de alimentos desde el aire.
A medida que pasaban las semanas, Corrie reflexionó sobre lo que Betsie le
había dicho en Ravensbrück: «Debemos decírselo a la gente, Corrie.
Debemos decirles lo que aprendimos». También recordó lo que Betsie había
dicho sobre un lugar donde las personas destrozadas y desconsoladas por la
guerra pudieran venir y rehacer sus vidas. Betsie había imaginado una casa
hermosa, con madera pulida y amplios jardines para que los residentes
pudieran plantar flores.
Corrie sintió que era hora de comenzar la evangelización. Comenzó a
hablar en iglesias, clubes y casas privadas, contando a todos los que
quisieran escuchar lo que habían pasado ella, Betsie y su padre, y lo que
habían aprendido sobre la fe y el perdón. Finalmente, les habló de la visión
de Betsie del hogar de convalecientes para personas emocionalmente
destruidas.
Después de una charla, se le acercó una señora que vestía de manera
elegante. Corrie reconoció a la mujer —la señora Bierens de Haan—; su casa
en Bloemendaal era considerada una de las mejores de Holanda. La señora
De Haan preguntó si Corrie todavía vivía en la antigua casa de
Barteljorisstraat y Corrie dijo que sí. Corrie no sabía que la madre de la
señora De Haan había visitado a menudo el Beje para reunirse con Tante
Jans, la tía de Corrie, con quien hacía obras de caridad.
—Soy viuda —dijo la señora De Haan—, pero tengo cinco hijos en la
Resistencia. Cuatro siguen vivos. Del quinto no hemos sabido nada desde
que lo llevaron a Alemania.
Continuó diciendo que quería abrir su casa a la visión de Betsie y que
invitaba a Corrie a echar un vistazo.
La finca, una mansión de 56 habitaciones rodeada de robles gigantes y
jardines, era incluso más impresionante de lo que Corrie imaginaba.
—Hemos descuidado los jardines —dijo la señora De Haan—, pero
pensé que podríamos volver a ponerlos en forma. ¿No cree que los
prisioneros liberados podrían encontrar terapia en el cultivo?
Corrie se quedó sin palabras.
Miró hacia las ventanas gigantes y se recompuso.
—¿Hay pisos de madera con incrustaciones en el interior y una amplia
galería alrededor de un salón central?
—¡Conque ha estado aquí antes!
—No, alguien me habló del lugar… —Corrie se detuvo, sin saber qué
decir sobre la visión de Betsie—. Me habló del lugar alguien que ya ha
estado aquí antes.
—Sí. Alguien que ya ha estado aquí.
Dentro, la señora De Haan recorrió los paneles con las manos.
—¿Ha visto lo hermoso que es este trabajo en la madera?
Corrie sonrió, recordando lo que Betsie le había dicho en Ravensbrück:
—Nuestra casa es tan elegante, con un trabajo igualmente hermoso en la
madera… Y así deberá de ser porque ayudaremos a personas que
necesitarán un ambiente así de atractivo para olvidar ese espantoso campo.
Este era el lugar.

El sábado 5 de mayo, en el pueblo de Wageningen, el general alemán


Johannes Blaskowitz rindió las fuerzas que ocupaban Holanda al general
británico-canadiense Charles Foulkes. Se esperaba que el Primer Ejército
Canadiense llegara a Haarlem en cualquier momento, y banderas holandesas
aparecieron por todo el Grote Markt.
El domingo por la mañana, Corrie fue a la Grote Kerk y se encontró con
las bancas llenas. Fue el primer servicio en la Holanda liberada y, mientras
sonaba el órgano Müller, la congregación cantó:

Si Dios no hubiese estado


Otorgándonos su fuerza,
Pronto habríamos fallado
Y perdido nuestra tierra.

Después de la última oración, el órgano resonó con el «Wilhelmus», el


himno nacional y la tonada que había llevado a Peter a su arresto. Muchos
cantaban, pero muchos otros, como Corrie, tenían un nudo en la garganta.
Se unió al mar de gente que salía de la iglesia y, una vez afuera, escuchó
disparos. Un momento después vio varios coches a toda velocidad por
Koningstraat. Desde su interior estaban soldados alemanes disparando
contra la multitud. Corrie y otros cuantos corrieron a refugiarse en la
adyacente Smedestraat. El ejército alemán se había rendido, pero el peligro
persistía.
Sin embargo, dos días después, el 8 de mayo, los canadienses liberaron
Ámsterdam y Haarlem. Hans y Mies volvieron a pasar por el Beje para
visitar a Corrie, que estaba organizando un memorial a Opa en el escaparate
de la relojería. Admiraron la exhibición: debajo del retrato de su padre,
Corrie había colocado varias fotografías, recuerdos y una Biblia abierta en el
salmo 91. Era un homenaje apropiado para un gran hombre.
Después de abrazos y recuerdos, Hans, Mies y Corrie decidieron unirse a
la multitud que celebraba en el Grote Markt. Miles de personas cantaban y
vitoreaban mientras banderas rojas, blancas y azules ondeaban en casi todas
las ventanas.
La guerra había terminado. Los Países Bajos, como la mayor parte de
Europa, estaban devastados. Más de 200 000 holandeses habían perdido la
vida en la guerra, incluidos innumerables judíos y 16 000 holandeses que
habían muerto de inanición. Miles de niños holandeses que habían sido
enviados a trabajar a fábricas alemanas —como Kik Ten Boom— estaban
desaparecidos. Del modo que fuera, reconstruir las vidas y ciudades llevaría
años.
La reina Wilhelmina, sin embargo, se mantenía confiada.
—Aquel que nos guió a través del oscuro valle de la ansiedad y la
opresión —le dijo a su pueblo en mayo— hacia la libertad y el espacio en el
que podemos volver a ser nosotros mismos es capaz de hacer realidad la
visión de un futuro mejor… No es una ilusión seguir confiados en esa
nación excelente y mejorada que parecía estar a la vuelta de la esquina en el
momento de la liberación; no nos guiamos por algo que nos gustaría que
fuera verdad, sino por una experiencia profunda de la guía de Dios sobre las
personas y las naciones.
Corrie comenzó su nueva vida. Se mudó a la casa de los De Haan en
Bloemendaal, y pronto la siguieron innumerables supervivientes.
«Como había vivido tan cerca de la muerte», recuerda Corrie, «y la veía
cara a cara día tras día, a menudo me sentía como una extraña entre mi
propia gente, mucha de la cual consideraba el dinero, el honor de los
hombres y el éxito como las cuestiones importantes de la vida. Estar frente a
un crematorio, sabiendo que cualquier día podría ser tu día, le da a uno una
perspectiva diferente».
Una y otra vez le venían a la mente las palabras de un viejo dicho
alemán:
«Lo que gasté, lo tuve; lo que salvé, lo perdí; lo que di, lo tengo».
Era un resumen de su experiencia como prisionera, y sirvió también
como lema para su nuevo ministerio. Y ella también necesitaba sanar. A seis
meses del sufrimiento de Ravensbrück, Corrie decidió sellar su perdón a los
enemigos. Todos los enemigos. Ya había perdonado a los alemanes, pero
había otro que era más difícil: el holandés que la había traicionado ante la
Gestapo —Jan Vogel—, «señor Seiscientos florines».
El 19 de junio de 1945 le escribió:
Estimado señor:

Hoy escuché que probablemente usted haya sido quien me traicionó. Estuve 10 meses en un
campo de concentración. Mi padre murió tras nueve días de encarcelamiento. Mi hermana
también murió en prisión.
El daño que usted planeó para mí se convirtió en una buena cosa para mí por gracia de Dios.
Me acerqué más a Él. Para usted se aproxima un castigo severo. He orado por usted para que el
Señor lo acepte si se arrepiente…
Yo lo he perdonado por todo. También Dios lo perdonará si se lo pide… Si para usted es difícil
orar, entonces pídale a Dios que le dé Su Espíritu, que trabaja con la fe en su corazón…
Espero que el camino que tome ahora sirva para su salvación eterna.

Corrie Ten Boom

A finales de junio, la casa Bloemendaal había aceptado a más de 100


residentes, todos ellos heridos y con cicatrices. Algunos habían estado en
campos de concentración, otros se habían escondido en áticos y armarios
durante años, y otros habían perdido a toda su familia durante los
bombardeos.
En este refugio, cada residente aprendió que muchos otros habían
sufrido igual que ellos. Todos necesitaban la misma sanación. «Cada uno
tenía un dolor que debía perdonar», recordó Corrie, «el vecino que lo había
denunciado, el guardia brutal, el soldado sádico. Aunque parezca extraño,
no fueron los alemanes ni los japoneses a quienes la gente tuvo más
problemas para perdonar; sino a sus compatriotas holandeses que se
pusieron del lado del enemigo».
Estos antiguos colaboracionistas eran ahora parias en toda Holanda. A
muchos les afeitaron la cabeza y los hicieron desfilar por las calles. La
mayoría habían sido expulsados de sus casas y apartamentos y no podían
encontrar empleo. Todos fueron abucheados en público.
Corrie creía que ellos también necesitaban sanar, por lo que intentó
admitir a algunos en la casa Bloemendaal, pero la ira que hervía dentro de
aquellos a quienes habían hecho sufrir fomentó discusiones y peleas. Corrie
dio un giro y trasladó a los colaboradores al Beje. El hogar que alguna vez
había sido el centro de la resistencia clandestina ahora trabajaba para sanar a
las mismas personas que los habían traicionado.
Pronto Corrie consiguió que médicos, psiquiatras y nutricionistas
hicieran consultas gratuitas en la casa de Bloemendaal, e instaló servicios de
oración matutinos y vespertinos. Los residentes podían entrar y salir cuando
quisieran. Muchos de ellos se curaron plantando flores y vegetales en el
jardín, tal como había predicho Betsie. Otros parecieron recuperarse dando
largas caminatas en medio de la noche.
Los colaboracionistas del Beje, sin embargo, fueron un poco más
difíciles. Nadie los visitaba y no recibían correo. Sin embargo, finalmente la
sanación en Bloemendaal se manifestó con simples gestos amables hacia los
marginados.
—Esas personas de las que nos hablaste… —le dijo una residente a
Corrie—, me pregunto si querrán algunas zanahorias recién cosechadas.
Los planes de Corrie se habían hecho realidad: Bloemendaal y el Beje se
convirtieron en centros eficaces para la sanación y el perdón.

Una noche, Corrie se sentía inquieta. Echaba de menos Haarlem y el Beje,


pero había algo más, algo que no podía identificar.
Era más de medianoche cuando llegó a la calle Barteljorisstraat. Las
farolas eran tenues y la luna y las estrellas formaban un majestuoso dosel.
Cuando llegó al Beje, permitió que sus manos se deslizaran por la puerta
principal de la tienda. La relojería había sido el único negocio que había
conocido y el vínculo compartido entre su trabajo y su padre era más de lo
que cualquier niño podría pedir. Pero ahora vivían otros en esa casa, y ese
era el origen del malestar: el Beje era parte de ella.
Su padre se había ido. Betsie se había ido. El Beje se había ido. Dobló la
esquina hacia el callejón lateral, el mismo sitio donde había admitido a
innumerables judíos y buceadores, y puso sus manos sobre la fría piedra.
Acercándose, apoyando su cara contra la pared, se acercó a ella.
Durante más de 50 años, el Beje había sido su propio escondite, su
refugio. Pero Ravensbrück le había enseñado que esta magnífica casa —con
todos sus recuerdos— no era más que una sombra; su verdadero refugio
estaba en Cristo.
Mientras descansaba contra la piedra, empezaron a sonar las campanas
de la Grote Kerk. Fueron oportunas y reconfortantes pero también
nostálgicas, porque toda su vida había escuchado esta hermosa música día y
noche. Se dirigió a Grote Markt y contempló la imponente catedral y la
aguja de la iglesia. Mirando las estrellas, dijo:
—Gracias, Jesús, porque estoy viva.
En ese momento comenzaron a sonar las campanadas del clásico de
Martín Lutero «Una fortaleza poderosa es nuestro Dios», y Corrie se
encontró a sí misma cantando, no en holandés, sino en alemán. Qué irónico,
parecía, que Dios le recordara su gracia y cuidado en un himno alemán.
Durante las semanas y meses siguientes, Corrie dio pláticas por toda
Holanda y otras partes de Europa. Bloemendaal funcionaba con donaciones
—que no eran pocas—, pero ella estaba ansiosa por difundir su mensaje.
En el otoño de 1945, Corrie sintió la necesidad de continuar su
ministerio en Estados Unidos. El pasaje a Estados Unidos era casi
impagable, pero un día preguntó sobre el viaje y se enteró de un carguero
que partía la semana siguiente. Hizo el viaje y llegó a Nueva York con 50
dólares.
Encontró alojamiento en una ywca y comenzó a establecer contactos.
No conocía a nadie en Estados Unidos, pero tenía la dirección de un grupo
de judíos cristianos que se reunían regularmente en la ciudad. Se puso en
contacto con ellos y la invitaron a charlar. Cuando llegó, descubrió que la
mayoría eran inmigrantes alemanes, por lo que les habló en su lengua
materna.
Aproximadamente una semana después, fue a la oficina de la ywca para
pagar la factura. Para su sorpresa, el empleado dijo que el límite para
invitados era de una semana; Corrie tendría que buscar otro lugar para vivir.
Con poco dinero y sin amigos, tendría que ingeniárselas.
Cuando se dio vuelta para irse, el empleado la llamó y le dijo que tenía
correo.
«¿Correo?», se preguntó Corrie. Nadie sabe dónde vivo.
Abrió el sobre y leyó: «La escuché hablar en la congregación judía»,
escribía una mujer. «Estoy consciente de que es casi imposible conseguir una
habitación en Nueva York. Resulta que mi hijo está en Europa, así que es
bienvenida a quedarse en su cuarto mientras siga en nuestra ciudad».

Durante las siguientes semanas, Corrie se reunió con varios ministros y


líderes cristianos. Visitó a un hombre llamado Irving Harris, editor de una
revista llamada The Evangelist. Le sugirió que concertara una cita para ir a
ver a Abraham Vereide, un destacado líder cristiano que estaba en
Washington D. C. Corrie cenó con Vereide varios días después, junto con
tres profesores que él mismo había invitado, y durante toda la velada le
hicieron preguntas. A la mañana siguiente, Vereide entró en acción y
organizó una charla para Corrie esa misma tarde. Después, una de las
asistentes le entregó un cheque.
—Corrie, este es tu mensaje. Compártelo dondequiera que vayas.
Vereide continuó haciendo llamadas de presentación y pronto Corrie
recibió invitaciones para hablar por todo el país. Durante varios meses dio
su testimonio en iglesias, prisiones, universidades, escuelas y clubes. Sin
embargo, a medida que el año llegaba a su fin, se sintió llamada a regresar a
Europa. Una y otra vez su mente volvía a lo que Betsie había dicho en
Ravensbrück: que tendrían que dar el Evangelio en la propia Alemania.
«Corrie, hay tanta amargura», «había dicho Betsie. Este campo de
concentración aquí en Ravensbrück ha sido utilizado para destruir
muchísimas vidas. Hay muchos otros campos de este tipo en toda Alemania.
Después de la guerra ya no les servirán. He orado para que el Señor nos dé
uno en Alemania. Lo usaremos para reconstruir vidas».
En su momento Corrie había encontrado la idea repugnante. No quería
volver a pisar Alemania en toda su vida. Pero las palabras de Betsie hacían
eco en su mente: «Los alemanes son las personas más heridas de todo el
mundo».
Corrie tomó en consideración el estado de Alemania: la tierra era
escombros y ruinas, incontables esposos, padres y hermanos se habían ido, y
alrededor de nueve millones de personas habían quedado sin hogar.
Tenía que ir.

Las oportunidades de hablar surgieron fácilmente en Alemania, y un día


recibió una invitación para presentarse ante 100 familias que vivían en una
fábrica abandonada. Habían colgado sábanas y mantas para crear
habitaciones improvisadas, pero el llanto de un bebé o el arrebato de un
residente resonaban por todo el edificio. A su alrededor, Corrie no podía ver
nada más que miseria y desesperación. ¿Cómo podría evangelizar a estas
personas? Ahora tenía su propia vida, viajaba y hablaba, pero las
necesidades que encontró allí la agobiaban.
Se dio cuenta de que, si quería tener un impacto significativo, solo había
una manera.
Tendría que vivir con ellos.
CAPÍTULO 27
AMAR AL ENEMIGO

Y de este modo, Corrie se mudó a la fábrica para compartir la difícil


situación de los alemanes y soportar sus cargas. Durante meses los amó,
consoló y cuidó sin pedir nada a cambio.
Un día, el director de una organización de ayuda visitó a Corrie en la
fábrica. Había escuchado hablar de su trabajo, le dijo, y existía la posibilidad
de otra locación para su ministerio especial.
—Hemos localizado un lugar para el trabajo. Era un antiguo campo de
concentración que el gobierno acaba de liberar.
Corrie quedó anonadada. Otra parte de la visión de Betsie hecha
realidad. Viajó con el hombre hasta Darmstadt, un campo de concentración
en ruinas, y caminó a lo largo del alambre de púas hasta los edificios grises.
Era demasiado familiar.
Dentro de un cuartel, Corrie decidió que todo tendría que ser
transformado.
—Jardineras. Las tendremos en cada ventana… pintura verde. Verde
brillante, del color de los retoños en primavera.
En 1946, un año después de su liberación en un campo como ese, Corrie
inauguró Darmstadt para recrear lo que la casa Bloemendaal hacía en
Holanda. Sin embargo, con el espacio extra, Darmstadt podría alojar a 160
residentes. Las instalaciones pronto llegaron a su capacidad máxima y tenían
una lista de espera. La Iglesia luterana de Alemania aceptó ayudar con la
administración, y otro grupo, el de las Hermanas Luteranas de María
ayudaron con las residentes mujeres y con los niños. Corrie siguió dando
pláticas para recaudar fondos para Darmstadt y en poco tiempo había
pastores y miembros de numerosas iglesias construyendo hogares alrededor.
Corrie ahora tenía tres guaridas de sanación.

En diciembre de 1946, llegaron malas noticias. Willem, quien había


seguido sufriendo de tuberculosis, había muerto. Sin embargo, Corrie siguió
con su trabajo, agobiada porque el número de muertos de la familia Ten
Boom a causa de la guerra había llegado a cuatro: Opa, Betsie, Willem y
seguramente Kik.

A inicios de 1947, Corrie habló en una iglesia de Múnich, la ciudad donde


Adolf Hitler comenzó su carrera política con el desafortunado «putsch de la
cervecería».1 Cuando terminó, un hombre se abrió paso entre la multitud
para hablar con ella. Era calvo y corpulento, vestía un abrigo y un sombrero
de fieltro marrón. Sin embargo, cuando dio un paso adelante, lo que Corrie
vio fue un uniforme azul, una gorra con un cráneo y huesos y una fusta de
cuero.
Se le revolvió el estómago. Era él, sin duda, el primer guardia de las ss
que había visto en las regaderas de Ravensbrück. La desnudez, el montón de
ropa, los hombres burlones y lascivos, el rostro ceniciento de Betsie. De
todos los sádicos guardias del campo, él era uno de los más crueles.
—Qué agradecido estoy por su mensaje, Fraulein —dijo el hombre—. Y
pensar que, como usted dice, ¡Él ha lavado mis pecados!
Le extendió una mano, pero Corrie no le correspondió. ¿Cómo podría
tocar esta alimaña?
—Usted mencionó Ravensbrück en su charla —continuó—. Yo era
guardia allí. Pero desde entonces me he convertido en cristiano. Sé que Dios
me ha perdonado las cosas crueles que hice allí, pero me gustaría escuchar el
perdón también de sus labios.
Volvió a extender la mano.
—Fraulein, ¿me perdonaría?
Corrie luchó contra su amargura. Este hombre representaba lo peor del
lugar que le había quitado la vida a Betsie. El perdón parecía imposible.
Sin embargo, al mismo tiempo recordó el mandato de Jesús: «Si no
perdonas las ofensas de los hombres, tu Padre en el cielo tampoco perdonará
tus ofensas». Había predicado la importancia del perdón durante los últimos
12 meses y había visto de primera mano en Bloemendaal y Darmstadt el
impacto práctico: aquellos que eran capaces de perdonar a sus antiguos
enemigos reanudaban sus vidas, mientras que aquellos que no lo hacían,
iban por la vida siendo inválidos emocionales.
Corrie intentó sonreír, pero no sintió la más mínima chispa de calidez o
caridad. Rápidamente pronunció una oración silenciosa: «¡Jesús, ayúdame!
Puedo levantar mi mano. Eso es todo lo que puedo hacer. Tú dame el
sentimiento».
Levantó el brazo de manera mecánica. Mientras tomaba la mano del
hombre, pasó algo extraordinario: una corriente de energía pasó entre
ambos y una calidez sanadora recorrió todo el cuerpo de Corrie. Más que
perdón, Corrie de pronto sintió amor genuino hacia aquel hombre.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¡Te perdono, hermano! Con todo mi corazón.
Sostuvo su mano durante varios minutos. «Nunca conocí el amor de
Dios de manera tan intensa como en ese momento», recordó más tarde. No
olvidaría aquella lección: uno no puede perdonar a menudo sin el poder y la
gracia de Dios.
Con el corazón en paz, Corrie decidió contarle su historia a una
audiencia más grande, y más tarde aquel año publicó una autobiografía: A
Prisoner and Yet…2, 3 Era un libro sencillo, pero compartía en él los
elementos más destacados de su terrible experiencia: esconder a judíos y
refugiados en el Beje, la traición y el arresto de su familia, la prisión en
Scheveningen y la vida en los campos de concentración de Vught y
Ravensbrück.

A inicios de 1951, casi siete años después de ser liberado de prisión, Peter
fue a Bremen, en Alemania, como parte de un grupo que dirigía encuentros
evangélicos. Oficialmente, era el intérprete de un orador estadounidense,
pero también se encargaba de tocar la mayor parte de la música para los
eventos. Una noche el tema fue la «Segunda Venida de Cristo» y el orador
preguntó a la audiencia:
—Si Jesús viniera esta noche, ¿estarían listos?
Cuando terminó el servicio, un alemán se abrió paso hasta el frente de la
sala. Al principio Peter no reconoció al hombre, pero luego recordó el
rostro: Hans Rahms. El teniente había envejecido considerablemente y Peter
podía notar que estaba o había estado enfermo.
—Señor Rahms, ¿me recuerda? Fui su prisionero hace siete años en
Scheveningen.
El alemán asintió y Peter le preguntó qué había pasado con él después de
la guerra. Rahms dijo que había sido prisionero durante varios años, pero
que ahora trabajaba limpiando ventanas.
Hablaron durante varios minutos y luego Peter fue al grano.
—Recuerdo haberle preguntando en aquel entonces si estaría listo si
Cristo llegaba. No me respondió. Esta noche me gustaría hacerle la misma
pregunta. Si Jesús viniera esta noche, ¿estaría listo?
—Sí, Peter. Creo que estoy listo.

Algunos meses después, mientras Corrie estaba de gira por Alemania,


también se encontró con el teniente Rahms. Sus pensamientos volvieron de
nuevo al modo en que había liberado a Peter y a muchos de sus amigos, y al
modo en que había arrojado sus documentos incriminatorios al horno,
salvándole la vida.
—Nunca olvidaré las oraciones de tu hermana —le dijo Rahms. A través
de las conversaciones y oraciones con Betsie, con ella y con Peter, explicó, se
había convertido en cristiano.
Aquella noticia, dijo Corrie más tarde, «fue uno de los momentos más
ricos de la vida para mí, porque ese día vislumbré un poco el lado de Dios
en mi patrón de vida».
Durante los años siguientes, el ritmo de Corrie se intensificó. A lo largo
de la década fue de iglesia en iglesia, de club en club, de casa en casa,
hablando en más de 40 países. En 1954, mientras hacía un breve regreso a
Haarlem, se resbaló en el pavimento mojado y sufrió una fuerte caída. Los
transeúntes la ayudaron a subir a un taxi y luego apareció un policía.
—¿Cómo se llama?
—Corrie Ten Boom.
—¿Es usted miembro de la familia con ese apellido a la que arrestamos
hace unos diez años?
—Así es.
Sin preguntar, Corrie supo que este hombre era un policía holandés leal,
uno de los tantos con quienes había trabajado con el propósito específico de
ayudar a prisioneros políticos.
—Lamento mucho su accidente, pero me alegro de volver a verla. Nunca
olvidaré esa noche en la comisaría. Todos estaban sentados o acostados en el
suelo de la estación. Su padre estaba allí con todos sus hijos y muchos de sus
amigos. Le he contado muchas veces a mis colegas que esa noche había una
atmósfera de paz y alegría en nuestra estación, como si en lugar de ir a
prisión y a la muerte, fueran a ir a un banquete.
»Su padre dijo antes de intentar dormir: “Oremos juntos”. Y luego leyó el
salmo 91».
—¡Aún lo recuerda!
Diez años después del evento, este policía recordaba no solo lo sucedido
esa noche, sino también el salmo exacto que Opa le había pedido a Willem
que leyera. El improbable reencuentro le confirmó a Corrie que estaba
haciendo lo correcto.
Corrie siguió viajando por el mundo sola durante tres años más, a
menudo sin saber en dónde se quedaría o dónde hablaría. Llevaba 12 años
con una agenda ininterrumpida y, a los 65 años, le pareció que había llegado
el momento de contratar una ayudante y compañera de viaje. En una visita a
Inglaterra conoció a una joven holandesa, Conny Van Hoogstraten, quien
aceptó su invitación para unirse a su inusual ministerio. Con alguien
encargándose de la logística, Corrie trabajó más duro que nunca.
En 1959 se unió a un grupo que viajaba a Alemania para honrar a las
decenas de miles4 de mujeres —entre ellas Betsie— que habían muerto en
Ravensbrück. Mientras visitaba el campo, Corrie descubrió algo
sorprendente: su liberación se debió a un error administrativo.
Una semana después, todas las mujeres mayores de 50 años habían sido
ejecutadas en las cámaras de gas.

Durante 10 años, Corrie y Conny fueron inseparables. La simpatía y la


personalidad tranquila de Conny hicieron que las transiciones de un hogar a
otro fueran fluidas, y Corrie empezó a depender de ella. Sin embargo, a
principios de 1967, Conny le dijo a Corrie que había conocido a alguien
especial y que planeaban casarse ese mismo año. La noticia destrozó a
Corrie, quien confió: «La amaba como a una hermana».
Oraron para que Dios proporcionara un reemplazo adecuado. Corrie
tenía compromisos en Vietnam e Indonesia, y luego ella y Conny se
reunieron en Ámsterdam para pasar sus últimos meses juntas. Allí
conocieron a Ellen de Kroon, una enfermera holandesa alta, rubia y con una
sonrisa contagiosa. Conny se casó el 1 de septiembre pero, como vivía no
lejos de Corrie, venía a menudo para ayudar a Ellen durante la transición.
Poco después de Año Nuevo, Corrie supo que el Estado de Israel la había
elegido para ser admitida como Justa entre las Naciones, un homenaje
honorífico a los gentiles que habían arriesgado sus vidas durante la guerra
para salvar judíos.5
Dos meses después surgió una oportunidad de lo más inusual. En mayo,
mientras hablaba en una iglesia en Alemania, una pareja de escritores
estadounidenses, John y Elizabeth Sherrill, se acercaron a ella. Habían leído
su autobiografía, A Prisoner and Yet…, y estaban fascinados por su historia.
Creían que era necesario volver a contar la historia de Corrie, por lo que le
propusieron escribir un nuevo libro en conjunto. Sus credenciales eran
excelentes, ya que en 1963 habían ayudado a David Wilkerson a escribir su
famosa autobiografía, The Cross and the Switchblade, y en 1967 habían
ayudado a Andrew Van Der Bijl («Hermano Andrew», como era conocido)
a escribir sus memorias en El contrabandista de Dios. No solo eso, sino que
planeaban lanzar su propia editorial, Chosen Books, y si aceptaba, el de
Corrie sería su primer título. Así, con la historia de Corrie y los escritos de
los Sherrill, Chosen Books publicó en 1971 el éxito de ventas The Hiding
Place, que vendió tres millones de copias en los siguientes cuatro años.
En su última etapa de discursos públicos tras de la publicación del libro,
a Corrie le gustaba terminar con una historia que llamaba «Blancos y
negros». En enero de 1969, un amigo estadounidense había pasado a
visitarla. El hombre la conocía bien y se sintió con la libertad de tocar un
tema delicado. Años antes, algunos compañeros cristianos se habían
aprovechado de Corrie, el hombre lo sabía, y preguntó si había habido
resolución y reconciliación.
—No pasa nada —dijo Corrie—. Todo está perdonado.
—Por ti, sí. Pero ¿qué hay de ellos? ¿Han aceptado tu perdón?
—¡Dicen que no hay nada que perdonar! Niegan que haya pasado algo.
No importa lo que digan, de todos modos, yo puedo probar que se
equivocan.
Corrie fue a su escritorio, abrió un cajón y sacó algunos papeles.
—Verás, ¡lo tengo en blanco y negro! Guardé sus cartas y puedo
mostrarte donde…
—¡Corrie! —estirándose hasta donde estaba Corrie, cerró el cajón con
suavidad—. ¿No eres tú aquella cuyos pecados están al fondo del mar? ¿Y no
obstante guardas los pecados de tus amigos grabados en blanco y negro?
Corrie se detuvo. Había predicado por más de 20 años sobre el perdón y
sin embargo había guardado —y disfrutado— la evidencia en blanco y negro
que tenía contra sus colegas. Recordó de nuevo el pasaje: «Perdona nuestras
ofensas», Jesús enseñaba «como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden».
Su amigo estadounidense se fue, pero Corrie permaneció en su escritorio
mirando los papeles. Papeles incriminatorios. Durante varios minutos
sopesó el perdón y cómo abrazarse a él de modo genuino. Miró la chimenea
y entonces lo supo.
Teniente Rahms.
Juntó todos los papeles y los echó al fuego.

Notas:

1. El 8 y el 9 de noviembre, Hitler y los seguidores del grupo nazi llevaron a cabo un atentado
en Múnich, esperando tomar el control del país. Fueron confrontados por la policía en una
cervecería y se produjo un tiroteo; 14 nazis y cuatro policías murieron y Hitler fue arrestado.
Acusado de traición, fue condenado a cinco años de prisión. Allí escribió su tratado ideológico,
Mein Kampf. Fue puesto en libertad después de cumplir solo nueve meses (N. del A.).
2. El libro fue publicado en Canadá en 1947, pero la edición norteamericana aparecería hasta
1970 (N. del A.).
3. Prisionera y aún así… (N. del A.).
4. Se desconoce el número exacto de mujeres muertas en Ravensbrück, pero el rango estimado
es de entre 30 000 hasta 92 700 (N. del A.).
5. El nombramiento ocurrió en 1967, y la presentación se llevó a cabo en Jerusalén el 28 de
febrero de 1968. Como parte de la ceremonia, Corrie plantó un árbol memorial en la Avenida
de los Justos (N. del A.).
EPÍLOGO

En 1975, cuatro años después de la publicación de The Hiding Place, World


Wide Pictures lanzó una versión cinematográfica del libro. Si bien las
proyecciones previas para grupos seleccionados, propietarios de salas de
cine y medios de comunicación comenzaron en mayo, la película se estrenó
el 29 de septiembre en el Teatro Beverly Hills. Jeannette Clift George
interpretó a Corrie, mientras que Julie Harris interpretó a Betsie. Arthur
O’Connell interpretó el papel de Casper, Robert Rietti interpretó a Willem y
Paul Henley interpretó a Peter. Por su papel protagónico, George fue
nominada a un Globo de Oro (como Mujer Revelación más prometedora).
Ese otoño, Corrie y Ellen fueron a Tulsa, Oklahoma, para un evento
especial en la Universidad Oral Roberts. El capellán de la universidad,
Robert Stamps, coordinó las presentaciones con Ellen y pronto surgió una
profunda amistad, seguida de un romance. Siete meses después, en mayo de
1976, Bob y Ellen se comprometieron y Corrie tuvo que despedirse de su
segunda asistente. Sin embargo, antes de que Ellen se fuera, Corrie encontró
a Pamela Rosewell, una mujer inglesa que había sido secretaria personal del
hermano Andrew durante ocho años. Pam aceptó el nuevo trabajo y
comenzaron la transición.
En abril de 1976, apenas una semana antes de que Corrie cumpliera 84
años, el 15 de abril, tuvo una conmovedora despedida de Ellen. Corrie y
Pam tenían previsto volar de nuevo a Estados Unidos para otra conferencia,
y Ellen fue con ellas al aeropuerto de Ámsterdam. Durante nueve años,
Corrie y Ellen habían entrado y salido de este aeropuerto viajando por el
mundo, y todo ese tiempo pareció volver. Ellen recordó vívidamente lo que
Corrie había dicho el día que se conocieron: «Estoy tan feliz de que Dios te
entregue conmigo».
Ahora era una despedida agridulce y ni Corrie ni Ellen sabían
exactamente qué decir. Corrie se acercó a Ellen y Pam y oró, y luego llegó el
momento de abordar. Instintivamente, Ellen agarró las manijas de la silla de
ruedas de Corrie tal como lo había hecho cientos de veces, y entonces se dio
cuenta: ahora era el momento de Pam. Ellen soltó la silla, se hizo a un lado y
observó cómo la nueva ayudante de Corrie la guiaba por la rampa.
Tan pronto como Ellen regresó al apartamento de Corrie, sonó el
teléfono. Era alguien del aeropuerto con un mensaje de Corrie:
—Ellen, busca en el escritorio —dijo la persona que llamó—, encontrarás
una notita.
Ellen miró el escritorio, preguntándose cuándo la habría dejado Corrie, y
se apresuró a leer. La carta era típica de Corrie.

Mi queridísima Ellen:

Gracias por todo lo que has hecho y por quien has sido durante estos años tan importantes de mi
vida.
Sigue manteniendo a Jesús en el trono de tu corazón, así estarás siempre en los límites donde el
amor de Dios pueda alcanzarte.
Si tienes tiempo, ve y busca detrás de la pintura «Castillo de Brederode». Escribí algo especial
al otro lado del cuadro.
Que Dios te bendiga a ti y a Bob de manera muy especial.

Tu muy agradecida Tante Corrie

Ellen sabía que el Castillo de Brederode era una herencia muy preciada de los
Ten Boom. Era una hermosa representación de una escena cerca de Haarlem
realizada por el pintor holandés A. Miolée. Quitó el marco de la pared y
miró en la parte posterior la inscripción de Corrie:

Para Ellen de Kroon de Tante Corrie:


Como un pequeño recordatorio de los bendecidos años en que anduvimos como vagabundas del
Señor por tantos países. Es maravilloso saber que todo lo que hacemos en amor por el Señor
nunca es en vano.
1 Corintios 15:58.

Corrie Ten Boom

La pintura ahora cuelga en el hogar de Ellen y Bob, y cada vez que Ellen lo
contempla dice:
—Gracias, Señor, por haberme dado a Tante Corrie.

En 1977, a los 85 años, Corrie finalmente se jubiló y se mudó a Placentia, un


pequeño pueblo en el norte de Orange County, California. Sin embargo, su
salud se deterioró rápidamente y al año siguiente sufrió dos derrames
cerebrales y perdió la capacidad de hablar.
En 1979, Corrie disfrutó quizás de su última bendición especial, cortesía
del Reino Unido. Durante cinco noches, del 9 al 13 de octubre, se presentó el
musical de The Hiding Place ante multitudes que agotaron las entradas en el
Birmingham Hippodrome Theatre.

A principios de la década de 1980, Corrie siguió activa en las dos


organizaciones ministeriales que fundó —Christians, Incorporated y la
Asociación de Trabajadores Penitenciarios Cristianos— asistiendo a
reuniones de la junta y presidiendo comités de planificación.
En 1983 sufrió un tercer derrame cerebral y el 15 de abril, cuando
cumplía 91 años, murió en su casa de Placentia. Corrie probablemente
habría dicho que era apropiado, ya que el salmo 91 había sido el pasaje
favorito de ella y de su padre.
Visitó más de 60 países contando su historia de amor, perdón y gracia.
Pocas personas han sido evangelistas tan incansables, y ella dio testimonio a
todos: estudiantes en Uganda, agricultores en Cuba, trabajadores de fábricas
en Uzbekistán, aldeanos en Siberia, prisioneros en San Quintín,
funcionarios del Pentágono, incluso a una colonia de leprosos en una isla
africana.
Los tres centros de convalecencia que creó —el Beje,1 Darmstadt y
Bloemendaal— gozaron de mucho éxito y ayudaron a miles de personas a
reconstruir sus vidas. La biografía de Corrie, The Hiding Place, vendió más
de cuatro millones de copias, dando lugar a su revista, también llamada The
Hiding Place. Fue nombrada caballero por Juliana, reina de los Países Bajos,2
honrada por el Estado de Israel, adoptada como hermana india por la tribu
nativa americana hopi3 y recibió un doctorado honoris causa del Gordon
College.4 Finalmente, en su ciudad natal de Haarlem, una calle lleva su
nombre (Corrie Ten Boomstraat).
La verdad es que no hay mucho que no lograra.
Como las firmes campanadas de un reloj de pie, el legado de Corrie Ten
Boom continúa transmitiendo su mensaje de fe, esperanza, amor y perdón.

Notas:

1. El Beje ahora opera como el Museo Corrie Ten Boom (N. del A.).
2. El 4 de septiembre de 1947, la reina Wilhelmina abdicó al trono para que su hija, Juliana,
pudiera comenzar su reinado (N. del A.).
3. Por su trabajo con la Fudación Christian Hope Indian Eskimo, a Corrie le dieron un nombre:
«Lomasi», que significa «flor hermosa» en hopi (N. del A.).
4. Corrie recibió un doctorado honoris causa en Humanidades el 23 de abril de 1976 (N. del
A.).
EL RESTO DE LA HISTORIA

Muchas personas desempeñaron un papel prominente en la historia de


Corrie, y vale la pena señalar lo que pasó con ellas después de la guerra. La
historia también debería marcar el destino o los logros de aquellos que no
necesariamente están relacionados con los Ten Boom, pero que son
fundamentales para la historia general holandesa de la Segunda Guerra
Mundial.

Doctor Arthur Seyss-Inquart


Como comisionado del Reich en los Países Bajos durante el gobierno de
Hitler, Seyss-Inquart supervisó y ordenó la deportación de unos 140 000
judíos holandeses a campos de concentración, de los cuales 117 000 fueron
asesinados o los hicieron realizar trabajos forzados hasta morir. También fue
responsable de la muerte de otros 2 000 a 3 000 holandeses no judíos que
fueron ejecutados en Holanda, y de más de 20 000 que murieron en campos
de concentración en los Países Bajos o Alemania. Estas cifras no incluyen las
muertes de los soldados holandeses ni de los holandeses que murieron en
campos alemanes de trabajos forzados.
Permaneció fiel al Führer hasta el final, y por ello Hitler (poco antes de
su suicidio) lo nombró ministro de Asuntos Exteriores en el nuevo gobierno
del almirante Karl Dönitz.
El 16 de octubre de 1946, Seyss-Inquart fue ejecutado en la prisión de
Núremberg por atrocidades de guerra y crímenes contra la humanidad.
Hanns Albin Rauter
Como el más alto líder de las ss y de la policía, y como jefe de todas las
tropas de las ss en los Países Bajos invadidos, Rauter implementó un reinado
de terror rara vez visto en la historia. Ordenó la ejecución de cientos de
miembros de la Resistencia holandesa y envió a miles a la muerte en campos
de concentración.
El 6 de marzo de 1945, cerca de Apeldoorn, agentes de la Resistencia
atacaron el coche en el que viajaba. Rauter fue el único superviviente del
ataque, pero quedó tan herido que pasó el resto de la guerra en un hospital.1
En mayo, los británicos lo capturaron en Alemania y lo entregaron a los
holandeses, quienes lo juzgaron en 1948.
Rauter fue condenado a muerte y ejecutado en febrero de 1949.

Otto, Edith, Margot y Ana Frank


Tras su arresto el 4 de agosto de 1944, la familia Frank fue enviada al campo
de concentración de Auschwitz. En octubre, Margot y Ana fueron
trasladadas a otro campo, Bergen-Belsen, cerca de Hannover, Alemania. El 6
de enero de 1945, Edith (la madre de Ana) murió de hambre y agotamiento.
Ese invierno estalló un brote de tifus en Bergen-Belsen y Margot y Ana
murieron a causa de él aproximadamente dos meses2 después del
fallecimiento de su madre.
Milagrosamente, el padre, Otto, sobrevivió a Auschwitz, fue liberado por
los rusos, y regresó a Ámsterdam el 3 de junio de 1945.

Audrey Hepburn
Después de la guerra, el 25 de abril de 1946, Audrey Hepburn volvió a Velp y
ofreció un recital de danza para colectar dinero para la Cruz Roja. Ocho
años más tarde, apenas un año después de su papel protagónico en Roman
Holiday, regresó a Oosterbeek, Países Bajos, con su esposo, Mel Ferrer, para
depositar una ofrenda floral en el monumento a la 1.ª División
Aerotransportada británica.
Tres años después, en 1957, Audrey conoció a Otto, el padre de Ana
Frank. Le contó que junto con la publicación del diario de su hija se filmaría
una película sobre su historia. Le preguntó a Audrey si interpretaría el papel
de Ana, pero ella le dijo que no podía.

Fritz Sühren
Como comandante de Ravensbrück, Fritz Sühren fue el responsable de las
miles de mujeres que murieron en el campo, entre ellas Betsie Ten Boom. En
un intento por salvar su propio pellejo en el último momento, tomó a una de
sus prisioneras, la agente de la soe Odette Sansom, y condujo un convoy de
dos coches para rendirse ante los estadounidenses. Como parte de su propia
historia para salvar su vida, Odette les había dicho a los alemanes que estaba
casada con su compañero agente Peter Churchill, pariente de Winston
Churchill. Si bien ella y Peter se habían enamorado, no estaban casados y él
no era pariente del primer ministro. Sin embargo, los alemanes se lo
creyeron todo y Sühren asumió que la liberación de la esposa de un
Churchill lo pondría en buena posición ante sus captores.
Cuando llegaron a un puesto de avanzada estadounidense, Sühren fue
arrestado y encarcelado para ser juzgado por crímenes de guerra, junto con
otros del campo de concentración de Neuengamme. Sorprendentemente,
escapó y se ocultó, huyendo de las autoridades durante años. Finalmente, el
24 de marzo de 1949, fue recapturado por tropas estadounidenses en
Deggendorf y entregado a los franceses para su procesamiento.
El 10 de marzo de 1950 fue juzgado por crímenes de guerra y crímenes
contra la humanidad por un tribunal militar en Rastatt, Alemania. Lo
condenaron a muerte y Sühren fue ahorcado el 12 de junio en Sandweier,
Baden-Baden.

Casper Ten Boom


El padre de Corrie fue aceptado en el Estado de Israel como Justo entre las
Naciones en 2007, y a una calle de Haarlem se le puso su nombre (Casper
Ten Boomstraat).
Elisabeth Ten Boom
Betsie fue aceptada en el
Estado de Israel como Justa
entre las Naciones con su
padre en 2007.

Willem Ten Boom


Antes de su muerte en
diciembre de 1946, Willem
publicó varios libros, de los
cuales el último fue un estudio sobre el sacrificio en el
Antiguo Testamento. Sin embargo, en el primer plano
de su mente siempre estaba su hijo Kik, de quien no se
había sabido nada desde que fue deportado a un
campo de concentración alemán. Poco antes de su
último aliento, Willem le dijo a su esposa, Tine: «Está
bien, está muy bien con Kik». Fue un momento
conmovedor, pues Willem estaba citando el famoso himno de Horatio
Spafford, It Is Well with My Soul.3
Kik, al igual que las hijas de Spafford, aparentemente había fallecido,
pero al igual que Horatio, Willem pudo decir: «Está bien».
Años después de la muerte de Willem, Peter Van Woerden visitó una
sinagoga en Tel Aviv. Después del servicio, un amigo le presentó a un judío
holandés que estaba entre los asistentes.
—¿Conoces el nombre Ten Boom? —le preguntó el hombre a Peter.
Peter le dijo que él era el hijo de Nollie y el hombre dijo que Willem lo
había escondido en su casa durante la ocupación nazi. «Cuando llegó la
Gestapo», explicó, «me escondí bajo el suelo del estudio del doctor Ten
Boom. Cuando los soldados entraron, comenzó a regañarlos por perturbar
la preparación de su sermón. Los soldados se sintieron intimidados por su
actitud confiada y lo dejaron en paz. Tu tío me salvó la vida».
La escuela Ten Boom en Maarssen, Países
Bajos, lleva el nombre de Willem.

Kik Ten Boom


Durante los siete años
posteriores a la guerra,
nadie supo qué le
había pasado a Kik.
Cuando el Ejército
Rojo liberó el campo
de concentración
donde se encontraba Kik, en lugar de dejarlo ir, lo
enviaron a un campo de trabajo ruso. Un niño que
había escapado del campo en 1953 les llevó la
noticia: Kik había muerto allí de hambre y abusos.
En 2019, un argentino llamado Guillermo Font
publicó una novela histórica sobre Kik, con el nombre Kik Ten Boom: El
nieto del relojero. Durante años había estado fascinado por la historia de los
Ten Boom y se sentía particularmente atraído por Kik, sobre quien había tan
poca información. Font sabía que Kik había tenido una novia formal
durante la guerra, llamada Hanneke Dekema, y se preguntaba si ella todavía
estaría viva y estaría dispuesta a compartir recuerdos. En 2017 la encontró
con su nombre de casada, Hanneke Vinke-Dekema. A los 91 años, la mente
de Hanneke se mantenía alerta y compartió sus recuerdos sobre Kik en dos
cartas:

Ayer Marina me llevó al lugar donde Kik y yo estuvimos tantas horas el 18 de agosto de 1944, en
medio de Lage Vuursche, un bosque cercano a Hilversum[…] Fue el último lugar donde
estuvimos juntos. Una vez más, derramé lágrimas a pesar de que sucedió hace 73 años[…]
La chica de 18 años ya no existe. Después de la guerra, había esperanza. Kik tenía una mente
muy fuerte. Era tan ingenioso. Habría encontrado un modo de sobrevivir. Un modo de regresar.
Esperé. Esperé mucho tiempo.
Kik no regresó. No iba a regresar. No sé cuánto tiempo me llevó aceptar esta realidad. Cuando
finalmente lo hice, mantuve a Kik firmemente guardado en mi corazón. Durante muchos años no
permití que hubiera espacio para nadie más. Pero al mismo tiempo sabía que la vida me estaba
esperando[…] Encontré el amor de nuevo. Me casé con un hombre maravilloso. Tres hijos y
cuatro nietos han traído mucha felicidad a mi vida.
Kik nunca salió de mi corazón. Y su recuerdo perduró en muchos otros. Una calle de
Hilversum lleva su nombre. Su nombre apareció en muchos libros y estudios sobre la Resistencia
holandesa. Les conté a mis hijos y nietos sobre él[…]
Nadie puede contar la historia del amor que Kik y yo sentíamos el uno por el otro[…] La
mayoría de los sentimientos y experiencias de este periodo no se pueden expresar con palabras.
La desconcertante mezcla de enamorarse, sentir miedo, coraje y dolor[…] Reír[…] Tener
esperanzas, expectativas, incertidumbre, pérdidas[…]

La calle en Hilversum nombrada en honor a Kik se llama Ten Boomstraat, y


tiene una escultura de bronce de Kik en bajo relieve, hecha por un artista
judío holandés llamado Johannes Gustaaf (Jobs) Wertheim, quien fue un
superviviente de un campo de concentración en Theresienstadt,
Checoslovaquia.

Peter Van Woerden


Al igual que Corrie, Peter, el hijo de Nollie, se sintió impulsado a combinar
sus dones con los viajes. Mientras Corrie estaba al inicio de su vuelta al
mundo con sus conferencias, Peter, su esposa y sus cinco hijos realizaron
una gira por Europa y el Cercano Oriente como un grupo de canto familiar
con un mensaje sencillo: el amor de Dios. Posteriormente, a partir de 1958,
Peter comenzó a editar y coproducir la publicación bimestral de Corrie, It’s
Harvest-Time, muchas veces incluyendo sus propios artículos. A mediados
de 1970, ayudó a Corrie con su segundo libro4 sobre su padre: Father Ten
Boom: God’s Man, publicado en 1978.
Hans Poley
Después de la guerra, Hans recibió la Cruz Conmemorativa de la Resistencia
Holandesa por su trabajo clandestino. Luego completó sus estudios en el
Instituto Tecnológico de Delft, donde obtuvo un doctorado en Física. En
febrero de 1949, él y Mies Wessels se casaron y durante los años siguientes
tuvieron tres hijos.
El 6 de marzo de 1974, Hans, Mies, Eusi, Dora y Corrie tuvieron un
conmovedor reencuentro en el Beje y las dos parejas firmaron el libro de
visitas.
Hans tuvo una larga carrera
de investigación física, y
trabajó para el Consejo
Holandés de Investigación de
Defensa y para la División de
Exploración y Producción
Internacional de Royal Dutch
Shell. Después de una
temporada en Houston en la
oficina estadounidense de Shell, se jubiló en 1984.

Nueve años más tarde, en 1993, publicó Return to the Hiding Place, un
recuento personal de sus nueve meses escondido en el Beje.
Leendert Kip
Después de la guerra, Leendert enseñó matemáticas en la Dreefschool, una
primaria de Haarlem, y enseñó holandés y literatura en el colegio de
maestros en Bloemendaal.

Mary Van Itallie


Como se señala en el texto principal, Mary fue
arrestada poco después de mudarse a un nuevo
escondite tras su liberación de la guarida de los
ángeles. Con su falta de entrenamiento, salió a la
calle y se encontró con un agente de la Gestapo que
se hacía pasar por trabajador clandestino y le
preguntó: «¿A quién debemos advertir?». El agente
arrestó a las personas que ella mencionó y la envió a
un campo de concentración para mujeres en
Theresienstadt, donde murió.
Cuando Hans y Eusi
visitaron el Beje en 1974,
escribieron y firmaron una nota
colectiva en el libro de visitas:
«Mary fue arrestada unos días
después. Que su recuerdo sea
una bendición».
Mirjam de Jong
Hans, Mies y Henk Wiedijk se encontraron con Mirjam en el verano de
1945, y ella les contó que fue una de las pocas de su familia en sobrevivir a la
guerra. Un año después, aproximadamente, Mirjam salió de Países Bajos
para convertirse en residente judía temprana en la Palestina preisraelí.

Meta (Tante Martha) y Paula Monsanto


Las hermanas Monsanto se mudaron a La Haya
tras la guerra, ambas con trabajo en el gobierno.
Puesto que Hans y Mies se fueron a vivir cerca del
área después de contraer matrimonio, se
mantenían en contacto con las hermanas.
«Su amistad enriqueció nuestra familia durante
muchos años», escribió Hans más tarde.

Hansje Frankfort-Israels (Thea)


No es claro qué paso con Thea después de la
guerra, sin embargo se sabe que su marido no sobrevivió.

Reynout Siertsema (Arnold)


Reynout Siertsema sobrevivió a la
guerra, y el 18 de marzo de 1976
volvió a visitar el Beje y firmó el
libro de visitas. Al lado de su firma
escribió: «“Arnold”, een van hen die
in de engelenbak [ilegible]».
Traducido al español se lee:
«Arnold, uno de los que están en la
caja de los ángeles».

Walter Süskind
Durante los 18 meses que Walter Süskind estuvo a cargo del Hollandsche
Schouwburg, él y los trabajadores de la Resistencia que reclutó pudieron
salvar a casi 1 000 bebés e infantes. En septiembre de 1943, Süskind y su
familia fueron arrestados y pasaron tres noches en la prisión de
Scheveningen. Walter fue liberado, pero su esposa y su hija no, y ambas
fueron enviadas a Westerbork. Cuando Walter se enteró el 2 de septiembre
de 1944 de que estaban programadas para su deportación al campo de
concentración de Theresienstadt, decidió unirse a ellos. Todos fueron
enviados a Auschwitz-Birkenau, y la esposa y la hija de Walter fueron
gaseadas a su llegada. Walter también moriría en Auschwitz, aunque se
desconocen los detalles de su muerte.

Jan Overzet y Theo Ederveen


Los oficiales de policía holandesa que salvaron a los refugiados atrapados en
la guarida de los ángeles se llamaban Theo Ederveen (izquierda) y Jan
Overzet (derecha); ambos sobrevivieron a la guerra.

Meijer Mossel (Eusi)


En abril de 1945, Eusi fue arrestado en su escondite en Sneek Friesland, a
unos 130 kilómetros de Ámsterdam. Sin embargo, como los aliados habían
penetrado profundamente en Alemania, Eusi no pudo ser transportado a un
campo de concentración y fue liberado de su celda en la comisaría.
Sorprendentemente, toda su familia sobrevivió a la guerra.
Eusi regresó a su sinagoga en Ámsterdam y luego se desempeñó como
cantor y maestro en La Haya.
En su reunión del Beje el 6 de marzo de 1974, Hans y Eusi tuvieron que
volver a subir aquella escalera inundados de emociones y recuerdos. Cuando
llegaron a la habitación de Corrie, Eusi dijo: «Voy a cumplir mi promesa».
Hans recordó que cuando estaban en la guarida de los ángeles después de un
ataque de la Gestapo, 30 años antes, Eusi había dicho que si sobrevivía
regresaría a este lugar para dar gracias y alabar a Dios. Y así, allí, en la
habitación de Corrie, Eusi comenzó a cantar con la voz retumbante que
Hans recordaba, elevando alabanzas al Todopoderoso.
Hans, Eusi y Corrie recordaron el pasado durante
algún tiempo, y esa tarde Corrie llevó a todos al lugar
donde el equipo de producción estaba filmando The
Hiding Place. Cuando los actores supieron quiénes eran
Hans y Eusi, los abrumaron con preguntas sobre los
meses que habían pasado escondidos en el Beje.

Antes de irse, Hans, Mies, Eusi y Dora firmaron el libro de visitas.


«Hoy, tras 30 años de haber estado escondido en este lugar, estoy aquí de
nuevo. En este escondite dije una doxología especial que nunca antes había
dicho: “Alabado seas Tú, Eterno, Dios nuestro, Rey del mundo, Quien me
has regalado un milagro en este lugar”», escribió Eusi.
Hans y Mies siguieron siendo amigos cercanos de Eusi hasta su muerte,
cuando ayudaron a darle sepultura en Wassenaar, un suburbio de La Haya
en el sur de Holanda.

Notas:
1. En represalia por el ataque a Rauter, el general de las ss Karl Schöngarth ordenó la ejecución
de más de 250 prisioneros. Después de la guerra, Schöngarth fue juzgado por crímenes de
guerra por un tribunal militar británico el 11 de febrero de 1946. Fue declarado culpable y
ahorcado en la prisión de Hamelin un mes después (N. del A.).
2. La fecha de muerte de ambas niñas generalmente se marca a finales de febrero o inicios de
marzo de 1945 (N. del A.).
3. En el otoño de 1873, un abogado estadounidense y anciano presbiteriano, llamado Horatio
Spafford, había planeado unas vacaciones en Inglaterra con su esposa Anna y sus cuatro hijas:
Annie, de 12; Maggie, de siete; Bessie, de cuatro; y un bebé de 18 meses. Las demandas
comerciales tardías impidieron que Horatio se fuera con su familia y los envió, prometiendo
unírseles pronto. El 15 de noviembre, Anna y las niñas partieron hacia Inglaterra a bordo del
barco de vapor francés Ville du Havre. En mitad de la noche del 21 de noviembre, el Ville du
Havre chocó con el Loch Erne, un clíper de hierro británico, y se hundió en 12 minutos. Todos
los niños de Spafford, junto con otros 222 pasajeros, murieron.
Un barco estadounidense cercano, el Tremountain, rescató a Anna y a 86 personas más. Al
llegar a Inglaterra, Anna envió un telegrama a su marido que comenzaba con dos palabras:
«Salvada sola». Horatio partió para unirse a ella en el siguiente barco y le preguntó al capitán si
sabía dónde se había hundido el Ville du Havre. El capitán dijo que sí y Horatio pidió que le
avisaran cuando llegaran al lugar exacto. A altas horas de la madrugada el capitán despertó a
Horatio y le dijo que estaban en el lugar. Fue entonces, a la luz de las estrellas, que Horacio
escribió:
Cuando la paz del río viene hacia mí,
Cuando la pena se mueve como las olas del mar,
Como sea mi suerte, Tú me enseñaste a decir
Está bien, está bien con mi alma (N. del A.).
4. Su primer libro sobre Casper Ten Boom se llamó In My Father’s House y fue publicado en
1976 (N. del A.).
APÉNDICE

Los refugiados del Beje pueden dividirse en dos grupos —los de corto plazo
y los permanentes— y dos subgrupos: judíos y buceadores holandeses. Los
invitados de corto plazo usualmente estaban escapando y se quedaban solo
durante una o dos noches, mientras que los refugiados «permanentes»
generalmente se quedaban durante semanas o meses.
NOTA DEL AUTOR

Winston Churchil dijo que «escribir un libro es una aventura: comienza


como una forma de diversión, luego se convierte en una amante, luego un
amo y, finalmente, un tirano».
Churchill tenía algo de razón. Tan pronto como aparece la diversión de
comenzar a escribir un nuevo libro, aparece la tarea desalentadora de la
investigación. Y la investigación para producir un libro de no ficción
académico es cara, ardua y consume mucho tiempo. Entre 10 y 18 meses,
montañas de archivos, documentos, artículos y libros se convierten en tu
amante.
Luego, cuando terminas la investigación, te das cuenta de cuánto de lo
que querías escribir es inadecuado o inexacto. Este corpus de archivos se
convierte entonces en tu amo y guía tu escritura, a menudo como un tirano.
De este modo, antes de enviarle una propuesta a mi agente, siempre
intento hacer tanto trabajo previo como me sea posible para evitar perseguir
un proyecto que sea un callejón sin salida.
Cuando estaba investigando para escribir Code Name: Lise —la historia
sobre la agente de la soe Odette Sansom— mi amiga Susannah Hurt me
repetía que leyera The Hiding Place. Yo estaba familiarizado con Corrie Ten
Boom y su libro, pero nunca lo había leído: tenía el vago recuerdo de que los
nazis habían encarcelado a Corrie y de que su libro había sido un gran éxito
de ventas.
Sin embargo, hasta que Susannah lo mencionó, no tenía idea de que
Corrie había sido encarcelada en Ravensbrück, el famoso campo de
concentración para mujeres de las ss, mientras Odette Sansom estaba allí. Y
Susannah tenía razón: The Hiding Place resultó ser una fuente primaria
invaluable, ya que los recuerdos de Corrie sobre el campamento
complementaron la perspectiva de Odette (gran parte de la cual la pasó
recluida en el Búnker del campamento). Más importante aún, la historia de
Corrie me pareció edificante y convincente. Cómo puede uno atravesar
prisiones y campos de concentración y salir dispuesto a perdonar.
En febrero de 2020 entregué mi manuscrito de The Princess Spy y
comencé a buscar otra historia. Quería permanecer dentro de mi limitado
género —thriller de espionaje narrativo de no ficción sobre la Segunda
Guerra Mundial—, pero me estaba quedando sin países y equipos de
espionaje. Mi primer libro, Into the Lion’s Den, trataba sobre Dusko Popov, el
agente doble serbio del MI5/MI6 que sirvió principalmente en Portugal.
Luego vino Code Name: Lise, con la agente de la soe, Sansom, que servía en
Francia, seguido de The Princess Spy, con la agente de la oss Aline Griffith
sirviendo en España. Así que ya había cubierto los cuatro equipos de
espionaje aliados de occidente —MI5, MI6, soe y oss— y había escrito
extensamente sobre lugares en Portugal, Francia y España.
Para mi cuarto libro quería un nuevo país y agencia. Mientras revisaba
posibles temas de la Segunda Guerra Mundial, mi mente volvía una y otra
vez a Corrie Ten Boom. Su historia traería no solo un nuevo país —Países
Bajos—, sino también un ángulo de espionaje diferente —el de la Resistencia
holandesa—. Sin embargo, dudé porque The Hiding Place ha vendido
millones de copias y es casi sagrado en los círculos cristianos. Así que tuve
que responderme una pregunta obvia: «¿The Hiding Place cuenta toda la
historia o hay aún mucho más?».
Para mi sorpresa, The Hiding Place parecía contener menos del 10% de la
historia completa. De hecho, las recopilaciones mismas de Corrie sobre su
familia y la guerra estaban desperdigadas en no menos de seis libros: A
Prisioner and Yet (1947), The Hiding Place (1971), Tramp for the Lord (1974),
Prison Letters (1975), In My Father’s House (1976) y Father Ten Boom: God’s
Man (1978). De los seis, solo The Hiding Place tenía amplia distribución
pero no contenía una sola foto, le faltaba información valiosa encontrada en
otros de sus libros y no incluía a muchos personajes importantes de la
historia.
Y como Corrie no llevó un diario de guerra, sus recuerdos suelen ser
vagos y sin fechas. Afortunadamente, el primer refugiado permanente en la
casa de los Ten Boom, Hans Poley, llevó un diario y su publicación de 1993,
Return to the Hiding Place, proporciona fechas y detalles que no se
mencionan en los libros de Corrie. Además, el sobrino de Corrie, Peter Van
Woerden, un personaje clave en la historia, publicó sus propias memorias en
The Secret Place, en 1954.
Es más, descubrí que toda la colección de cartas, fotografías, pasaportes,
álbumes de recortes, notas y publicaciones ministeriales de Corrie está
contenida en los Archivos y Colecciones Especiales de la Biblioteca Buswell,
como parte de los Archivos del Centro Billy Graham en Wheaton College.
Esta «tormenta perfecta» de material disperso era precisamente lo que
estaba buscando, y con detalles adicionales de otro material de la Segunda
Guerra Mundial —incluido el alemán—, supe que tenía el potencial para un
libro fundamental. Igual de importante resulta el hecho de que lo que Corrie
hizo después de la guerra —y el impacto que tuvo en millones de personas
en más de 60 países— es más significativo que la horripilante parte de su
historia en los campos de concentración. Una de las personas especialmente
conmovidas por Corrie fue el reverendo Billy Graham, quien escribió sobre
ella en un homenaje:
«Cuando la conocí por primera vez en la década de 1960, las historias
sobre su testimonio del amor de Dios en medio de tremendas pruebas y el
perdón que Él puede darnos para nuestros enemigos comenzaban a resonar
por todo el mundo[…] Su resistencia me asombró. Podía hablar cuatro o
cinco veces al día y aconsejar a la gente entre sesiones. Utilizó todos los
medios de transporte conocidos, desde elefantes hasta rickshaws, para
moverse con sus mensajes evangelizadores».
Mi objetivo con La hija del relojero, al igual que con todos mis libros, era
presentar un trabajo académico preciso con la estructura de un thriller. Pero
escribir sobre el mensaje de fe, esperanza, amor y perdón de Corrie fue una
experiencia empoderadora y conmovedora para mí, y confío en que también
lo ha sido para ti.
Uno podría resumir la experiencia de guerra y evangelización de Corrie
con el credo de la Iglesia Reformada holandesa: Post Tenebras Lux.
Después de la oscuridad, luz.
Espero que esta biografía de Corrie Ten Boom —la hija de un relojero de
Haarlem, Holanda— te haya dado una mirada significativa de la luz que ella
proyectó a través de la oscuridad durante más de medio siglo.

Larry Loftis
1 de enero de 2022
AGRADECIMIENTOS

Mi primera deuda de gratitud es con mi vieja amiga y primera lectora,


Susannah Hurt. Mientras realizaba una investigación para Code Name: Lise
en 2017, Susannah insistió en que leyera The Hiding Place porque Corrie Ten
Boom estaba encarcelada en el campo de concentración de Ravensbrück al
mismo tiempo que Odette Sansom. Si Susannah no hubiera mencionado ese
libro, hoy no tendrías este en tus manos. Además, inspiró la última línea de
La hija del relojero, que resume toda la historia.
Muchas gracias también a Emily Banas de los Archivos y Colecciones
Especiales de la Biblioteca Buswell, ubicada en el Centro Billy Graham del
Wheaton College (Wheaton, Illinois). Si has leído alguno de mis libros,
sabrás que la investigación intensiva es fundamental y que la fuente más
importante suelen ser los archivos oficiales. Cuando comencé a investigar la
historia de Corrie, no sabía que todos sus archivos —cartas personales desde
prisión, pasaportes, fotografías, cuadernos, boletines y revistas del
ministerio, informes anuales y los libros de visitas del Beje— se encuentran
en las colecciones de Buswell. Pasé cuatro días en estos archivos revisando
innumerables cajas y Emily sabía de memoria la ubicación y el contenido de
cada una. En verdad, ella fue mi ángel de archivos.
A mi brillante editor, Mauro DiPreta, quien no solo defendió el libro
desde la primera propuesta hasta el producto terminado, sino que también
proporcionó innumerables mejoras y la dirección general a lo largo del
camino.
A mi corrector con vista de águila, Tom Pitoniak, que captó todo lo que
Mauro y yo no detectamos.
A Danielle Bartlett y Amelia Wood, mi destacada publicista y mi
directora de marketing, respectivamente.
A Allie Johnston, que mantiene puntuales los trenes de Morrow; a
Lauren Harms, que nos regaló esta portada espectacular; y a todos los que
están detrás de escena en William Morrow y HarperCollins.
A mi incomparable agente literario, Keith Urbahn, creador de sueños y
visionario omnisciente, y a Matt Carlini, agente extraordinario y director de
derechos extranjeros de Javelin.
A mis hermanos, John Bill y J. D. López, por su eterno aliento.
A Dee DeLoy, quien creó el magnífico arte asociado con nuestros
pedidos anticipados. Además de su talento, el entusiasmo de Dee por hacer
correr la voz sobre La hija del relojero ha sido una maravillosa bendición.
Al reverendo Jim Henry, uno de los primeros e importantes modelos a
seguir en mi vida, por su firme aliento y entusiasmo por el libro.
Finalmente, a Steve Price, a quien está dedicado este libro. Steve inspiró
mi transición de abogado a autor al entregarme una novela de Vince Flynn
en 2012, y desde entonces he escrito novelas de suspenso y no ficción. Más
importante aún, él ha sido mi mentor espiritual —mi propio Casper Ten
Boom, por así decirlo— durante más de 40 años. A él, mi agradecimiento
infinito.
NOTAS

Prólogo
El teniente Hans Rahms, apuesto y de hombros anchos: Peter Van Woerden,
In the Secret Place, 98; Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 43; The
Hiding Place, 147; Prison Letters, 89; «People We Meet: Hans Rahms», It’s
Harvest-Time, noviembre-diciembre 1964, 2-3. Ver también el folleto del
Museo Corrie Ten Boom, «Welcome to The Hiding Place», ubicado en
Papers of Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, colección 78,
caja 1, fólder 8, Buswell Library Archives and Special Collections,
Wheaton College, Wheaton, IL (Buswell Library Collections).
sus papeles: Corrie Ten Boom, «People We Meet: Hans Rahms», It’s Harvest-
Time, noviembre-diciembre 1964, 2-3. Ver también el folleto del Museo
Corrie Ten Boom «Welcome to The Hiding Place», ubicado en la
colección 78, caja 1, fólder 8, Buswell Library Collections.
«Puede explicar»: Corrie Ten Boom, He Sets the Captive Free, 22-23; «A Rare
Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1, audio en vivo, 2019; Prison
Letters, 89.

Capítulo 1: Los relojeros


De Willem Ten Boom: Corrie Ten Boom, In My Father’s House, 11; Father
Ten Boom: God’s Man, 25; Corrie Ten Boom House Foundation, «History
of the Ten Boom Family», www.corrietenboom.com (Corrie Ten Boom
House Foundation).
Geertruida Van Gogh: Corrie Ten Boom, Father Ten Boom, 25; Corrie Ten
Boom House Foundation; Stan Guthrie, Victorious: Corrie Ten Boom and
the Hiding Place, 32.
«Sabes que las escrituras nos dicen»: In My Father’s House, 11; Corrie ten
Boom House Foundation.
Elisabeth Bell: Father ten Boom, 25-26; Corrie ten Boom House Foundation;
Guthrie, 32.
«Hasta donde puedo recordar»: In My Father’s House, 14, 16; Father ten
Boom, 29, 39, 44; Corrie ten Boom House Foundation.
Cornelia «Cor» Luitingh: Father ten Boom, 40; Corrie ten Boom House
Foundation.
Arnolda: Corrie ten Boom House Foundation.
prematura y enfermiza: In My Father’s House, 17; Corrie ten Boom House
Foundation.
«El Señor nos ha dado»: Father ten Boom, 53.
cuando murió Willem, su abuelo. In My Father’s House, 18. Hay una ligera
discrepancia sobre el año en que murió Willem, ya que la Corrie ten
Boom House Foundation indica que Willem murió en 1891, el año
previo al nacimiento de Corrie. Ya que Corrie es la fuente principal, su
fecha (en la que indica que Willem murió seis meses después de su
nacimiento) es más confiable.
en 1897, Elisabeth: In My Father’s House, 18; Corrie ten Boom House
Foundation.
como aprendiz de Hoü: Father ten Boom, 158; In My Father’s House, 14.
El grabado de un artista holandés: Father ten Boom, 85.
Universidad de Leiden: Ibid., 92.
comenzó a instruirla: Ibid., 37.
«Estaba cautivado»: Ibid., 102-103.
«Hija, confío en que»: Ibid., 123, 126.
«Me gustaría conocer»: Ibid., 129-130.
El 17 de octubre de 1921 murió Cor, madre de Corrie: In My Father’s House,
107-8; Corrie ten Boom House Foundation.
«Este es el día más triste de mi vida»: In My Father’s House, 107.
primera mujer con licencia de relojera: Corrie ten Boom House Foundation;
Corrie ten Boom, Clippings from My Notebook, vii (Prólogo de Pamela
Rosewell); Corrie ten Boom, «A Rare Recording of Corrie ten Boom»,
vol. 1, audio en vivo, 2019.
Sociedad holandesa por Israel: Father ten Boom, 103, 105.
Institutum Judaicum: Ibid., 106-107; Corrie Ten Boom House Foundation; In
My Father’s House, 90-91 (aquí, sin embargo, Corrie lo tiene estudiando
en Dresden, en el Delitcheanum).
«Creo que»: Father Ten Boom, 107-108.
El 30 de enero de 1933: I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford
Companion to World War II, 1321; Marcel Baudot et al., eds., The
Historical Encyclopedia of World War II, 527; John Thompson, Spirit over
Steel: A Chronology of the Second World War, 13.
Viejo presidente Hindenburg»: H. R. H. Wilhelmina, Princess of the
Netherlands, Lonely but Not Alone, 146.
boicot de un día: Martin Gilbert, Kristallnacht: Prelude to Destruction, 120;
Mitchell G. Bard, 48 Hours of Kristallnacht, 1; Baudot et al., 16. Para una
mirada más comprensiva del holocausto en general, ver el trabajo de
cuatro volúmenes de Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust.
sa: Para antecedentes sobre la sa, ver Gutman, vol. 4, 1319-1321; Heinz
Höhne, The Order of the Death’s Head, 17, 19, 57, 94, y Dear y Foot,
Oxford Companion to World War II, 974.
Julie Bonhoeffer: Gilbert, 120.
no tenía intención alguna: William Shirer, The Rise and Fall of the Third
Reich, 4. Forma expresiva de Von Hindenburg, que originalmente acuñó
el canciller a inicios de 1930 como «cabo bohemio» a causa de una
confusión entre ciudades. Cuando se le dijo que la ciudad natal de Hitler
era Braunau, Hindenburg asumió erróneamente que no era Braunau,
Austria, sino una ciudad con exactamente el mismo nombre en Bohemia.
Después de saber que Hitler era austriaco, Hindenburg comenzó a
referirse a él como «ese cabo austriaco» (burlándose del rango militar de
Hitler). Sin embargo, con el tiempo Hindenburg volvió a llamarlo «cabo
bohemio», pues los ciudadanos de Bohemia eran considerados gitanos y
menos cultos y refinados que los austriacos. Peter Margaritis, Countdown
to D-Day: The German Perspective, xiii, xv. El apodo peyorativo e
irrespetuoso para Hitler más tarde sería usado por muchos de sus
oficiales principales del ejército, incluidos los mariscales de campo Gerd
von Rundstedt, Erich von Manstein, y Friedrich Paulus. Margaritis,
Countdown to D-Day, xv.
practicar leyes y medicina: Baudot et al., 16. Esta represión fue especialmente
significativa para la atención médica porque los judíos constituían el 20%
de los médicos de Alemania. En 1932-1933, Alemania tenía
aproximadamente 50 000 médicos autorizados, 10 000 de los cuales eran
judíos. Bernt Engelmann, In Hitler’s Germany: Everyday Life in the Third
Reich, 13.
diecinueve leyes nuevas: Gilbert, 120, 122.
Leyes de Nuremberg: Ibid.; Bard, 48 Hours, 1; Baudot et al., 16; Gutman, vol.
3, 1076-1077; Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 233.
prohibido que los judíos se quedaran en hoteles: Bard, 48 Hours, 2.
fueron tras los cristianos: Eric A. Johnson, Nazi Terror: The Gestapo, Jews,
and Ordinary Germans, 195-250. Para la persecución que los nazis
hicieron de los cristianos y la Iglesia confesante alemana, ver John S.
Conway, The Nazi Persecution of the Churches; Dietrich Bonhoeffer,
Letters and Papers from Prison, y E. C. Helmreich, The German Churches
under Hitler: Background, Struggle, and Epilogue. Ver también Theodore
S. Hamerow, On the Road to the Wolf ’s Lair: German Resistance to Hitler,
146-162, 205-207, y Bernt Engelmann, In Hitler’s Germany: Everyday Life
in the Third Reich, 24 (en torno a una organización llamada Acción
Católica). Un ejemplo temprano de persecución de cristianos fue el caso
del sacerdote jesuita Josef Spieker. En un sermón titulado «Führers
verdaderos y falsos» del 28 de octubre de 1934, Spieker declaró a su
congregación en Colonia: «Alemania tiene un solo Führer. ¡Ese es
Cristo!». Sin embargo, en los bancos había un funcionario nazi de nivel
inferior que entregó sus notas sobre el sermón de Spieker a la Gestapo.
Spieker fue inmediatamente arrestado y enviado a un campo de
concentración. Johnson, Nazi Terror, 195.
Martin Niemöller: Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3, 1061.
Para ver la historia completa de Niemöller, ver J. Bradley, Martin
Niemöller, y C. S. Davidson, God’s Man: The Story of Pastor Niemöller. Ver
también Robert S. Wistrich, Who’s Who in Nazi Germany, 180-182;
Augustino von Hassell y Sigrid MacRae, Alliance of Enemies: The Untold
Story of the Secret American and German Collaboration to End World War
II, 51; Louis L. Snyder, Encyclopedia of the Third Reich, 248-249, y Dear y
Foot, Oxford Companion to World War II, 801.
«Primero fueron»: Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3, 1061.
Princesa Juliana: Werner Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation, 1940-1945, 4.
aniversario número cien: In My Father’s House, 11; The Hiding Place, 9, 57.
183 000 judíos austriacos: Bard, 48 Hours, 2.
29 de septiembre, primer ministro británico, Neville Chamberlain: Gutman,
ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3, 1001-1006; Bard, 48 Hours, 2-3;
Dear y Foot, 535; Baudot et al., 527; Höhne, The Order of the Death’s
Head, xi.
«La pregunta principal era»: Wilhelmina Reina de los Países Bajos Lonely
but Not Alone, 147.
18 000 judíos alemanes: Bard, 48 Hours, 3; Gilbert, Kristallnacht, 23
(ubicando el número de arrestados y deportados en 12 000).
familia Grynszpan: Bard, 48 Hours, 3; Gilbert, 23.
Herschel: Bard, 48 Hours, 4; Gilbert, 24; Shirer, The Rise and Fall of the Third
Reich, 430.
«Eres un asqueroso alemán»: Bard, 4; Gilbert, 24; Shirer, 430.
«Todos los periódicos alemanes»: Bard, 48 Hours, 7, citando a Wolfgang
Benz, «The Relapse into Barbarism», en November 1938: From
Kristallnacht to Genocide, 1-43; Gilbert, 28-29.
«acciones contra los judíos»: Bard, 48 Hours, 9.
Colonia: Ibid., 10.
2000 sinagogas: Ibid., portada de libro. Martin Gilbert estimó números
similares: más de 1 000 sinagogas fueron incendiadas, miles de decenas
de negocios judíos saqueados, 91 judíos asesinados, otros 30 000
hombres judíos arrestados y enviados a campos de concentración.
Gilbert, 13. Ver también Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 431.
algunos protestaron: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 10.
donaron 400 000 florines: Louis de Jong y Joseph W. F. Stoppelman, The Lion
Rampant: The Story of Holland’s Resistance to the Nazis, 172.
señor Ineke: Poley, 27-28.
Henny Van Dantzig: Ibid.
«Dirección desconocida»: The Hiding Place, 58.

Capítulo 2: Juventudes Hitlerianas


Casper Ten Boom, el mejor relojero de Holanda: Corrie Ten Boom, Father
Ten Boom: God’s Man, 158; In My Father’s House, 114.
había anexado Austria y los Sudetes: I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The
Oxford Companion to World War II, 279-280, 1091, 1308-1309, 1322;
Richard J. Evans, The Third Reich in Power, 666-710; Shirer, The Rise and
Fall of the Third Reich, 358 et seq.; John Thompson, Spirit over Steel: A
Chronology of the Second World War, 24; Heinz Höhne, The Order of the
Death’s Head, xi. Para un excelente mapa que muestra fechas y los
territorios y anexiones de Hitler, ver Evans, The Third Reich in Power,
710.
empeñado en adquirir más: En mayo de 1939, Hitler estaba decidido a atacar
Bélgica y los Países Bajos. Werner Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation, 6; Chester Wilmot, The Struggle for Europe, 21. El 23 de
mayo de 1939, Hitler le dijo a sus generales: «Si Holanda y Bélgica son
ocupadas con éxito y si también Francia es derrotada, las condiciones
fundamentales para una guerra exitosa contra Inglaterra estarán
aseguradas». Wilmot, The Struggle for Europe, 21.
La reputación de Casper: Father Ten Boom, 158.
Otto Altschuler: Corrie Ten Boom, «Not Lost, but Gone Before», The Hiding
Place, edición conmemorativa, 5; Collection 78, Papeles de Cornelia
Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 2, fólder 2, Buswell Library
Archives and Special Collections, Wheaton College, Wheaton, IL
(Buswell Library Collections); The Hiding Place, 58-59. Nótese que el
artículo de Corrie «Not Lost, but Gone Before» es el único lugar donde se
menciona el apellido de Otto.
«alto y bien parecido»: Dear y Foot, Oxford Companion to World War II,
540-541. Para más detalles sobre las Juventudes Hitlerianas ver también
Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 2, 677-679; Peter
Fritzsche, Life and Death in the Third Reich, 99-100, y Eric A. Johnson,
Nazi Terror: The Gestapo, Jews, and Ordinary Germans, 262-276.
Otto anunció con orgullo: The Hiding Place, 58.
«Toda la juventud alemana»: Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 253.
«En la presencia de…»: Ibid.
Jungmadelbund: Ibid., 254.
eran casi ocho millones: Ibid., 254-255. Ver también Fritzsche, Life and Death
in the Third Reich, 100 (afirma que en 1939, siete millones de niñas y
niños participaron en una competición deportiva nacional patrocinada
por las Juventudes Hitlerianas). La eficacia de la ilegalización de todas las
demás organizaciones juveniles alemanas se puede ver a la luz de las
organizaciones juveniles católicas. Cuando Hitler llegó al poder en 1933,
los grupos juveniles católicos, con 1.4 millones de miembros, eran más de
20 veces más grandes que las Juventudes Hitlerianas). Johnson, Nazi
Terror, 268.
«El mundo verá»: The Hiding Place, 58.
«Probablemente el chico está»: Ibid. Las Juventudes Hitlerianas
comúnmente cargaban armas para causar terror en las calles, entre otras
llevaban bóxers y blackjacks (un objeto parecido de una linterna delgada
que contiene en un extremo una bola de plomo o de acero). Bernt
Engelmann, In Hitler’s Germany: Everyday Life in the Third Reich, 21.
con el señor Christoffels: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 90. Corrie no
menciona la fecha exacta de la muerte de Christoffels, pero ubica el
evento antes de la primavera, y el mes más frío de Holanda es febrero.
«Es muy deliberado»: Ibid., 59.
la mirada más ominosa: Ibid., 59-60.

Capítulo 3: Persecución
complot de los generales: Fabian von Schlabrendorff, The Secret War Against
Hitler, 99-119, 149-204, 220-292; Peter Hoffmann, The History of the
German Resistance, 1933-1945, 38-96; Klemens von Klemperer, German
Resistance Against Hitler, 105-109; Louis L. Snyder, Encyclopedia of the
Third Reich, 135-136, 182-183, 192-193, 230-231, 256, 294-295; B. H.
Liddell Hart, The German Generals Talk, 33; Larry Loftis, The Princess
Spy, 87-92. Ver Hans Bernd Gisevius, To the Bitter End: An Insider’s
Account of the Plot to Kill Hitler 1933-1944, y Anton Gill, An Honourable
Defeat: A History of German Resistance to Hitler, 1933-1945.
decidido a disparar contra el propio Führer: Hoffmann, History of the German
Resistance, 129. Ver también entradas para Halder y «Halder Plot» en
Louis L. Snyder, Encyclopedia of the Third Reich, 135-136, y Liddell Hart,
The German Generals Talk, 33.
«teoría del retroceso»: Ibid.
coronel Hans Oster: Klemperer, German Resistance Against Hitler, 194.
La idea se le había ocurrido: Ibid.
mayor Gijsbertus Jacobus Sas: Ibid., 194-195. Para la relación y reuniones
considerables entre Oster y Sas, y las advertencias de Sas a Goethals,
véase también Harold C. Deutsch, The Conspiracy Against Hitler in the
Twilight War, 91-101.
3 de abril de 1940, Oster dio aviso: Klemperer, 195. Para antecedentes en
Müller, su relación con el Vaticano y sus advertencias al papa Pío XII,
véase Deutsch, The Conspiracy Against Hitler in the Twilight War, 112-
148, 319, 335-352.
«Querido amigo»: Ibid., 195; Walter B. Maass, The Netherlands at War: 1940-
1945, 28; Deutsch, The Conspiracy Against Hitler in the Twilight War, 328.
«el cerdo»: Klemperer, 194.
«Mañana al amanecer»: Werner Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation, 1940-1945, 7; Maass, The Netherlands at War, 29.
Georges Goethals: Klemperer, 194-195; Deutsch, 91-101.
29 veces: Agostino von Hassell y Sigrid MacRae, Alliance of Enemies, 79; I. C.
B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford Companion to World War II,
785.
lamentable: Hassell y MacRae, 79; Dear y Foot, 785.
3 a. m. del 10 de mayo: Warmbrunn, Dutch Under German Occupation, 7;
Dear y Foot, 784; William Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 721;
Maass, Netherlands at War, 30 et seq.; John Thompson, Spirit over Steel: A
Chronology of the Second World War, 72-74; Richard J. Evans, The Third
Reich at War, 123.
solo 72: Dear y Foot, 785. Ver también Maass, Netherlands at War, 16
(colocando los números del 116 y 23, respectivamente).
El plan de Hitler: Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 721.
«Dios, danos fuerzas»: Corrie Ten Boom, In My Father’s House, 179.
la reina Wilhelmina fue a la radio: Guillermina Reina de Países Bajos, Lonely
but Not Alone, 151.
mañana del 12 de mayo: Shirer, 721-722.
Hoek Van Holland: Wilhelmina, 153. Para un resumen general de la línea de
tiempo de la invasión, ver Marcel Baudot et al., eds., The Historical
Encyclopedia of World War II, 529.
«El poder de resistencia»: Shirer, 722.
el destino de Varsovia: James S. Corum, «The Luftwaffe’s Campaigns in
Poland and the West, 1939-1940», Security and Defence Quarterly, 173.
el número de muertos en la ciudad fue de 2 100: Shirer, 721-722; Maass,
Netherlands at War, 38-42; Richard J. Evans, The Third Reich at War, 123;
Thompson, Spirit over Steel, 74; Jong y Stoppelman, The Lion Rampant, 1-
12; Dear y Foot, 785. Para el recuento de un testigo de los primeros días
de la Guerra, ver también Diet Eman, Things We Couldn’t Say: A
Dramatic Account of Christian Resistance in Holland During World War
II, 27-36.
«La hora más oscura»: Corrie Ten Boom, In My Father’s House, 180.
doctor Arthur Seyss-Inquart: Shirer, 332; Dear y Foot, 783, 998; Baudot et al.,
11, 30; Robert S. Wistrich, Who’s Who in Nazi Germany, 233-234; Snyder,
Encyclopedia of the Third Reich, 320-321; Israel Gutman, ed., Encyclopedia
of the Holocaust, vol. 4, 1344-1346. Ver también Jacob Presser, Ashes in
the Wind: The Destruction of Dutch Jewry.
Hanns Albin Rauter: Warmbrunn, The Dutch Under German Occupation, 30-
32; Dear, 783; Nikolaus Wachsmann, KL: A History of the Nazi
Concentration Camps, 305, 369; Gutman, ed., Encyclopedia of the
Holocaust, vol. 3, 1046. Para detalles sobre la carrera completa de Rauter,
ver Presser, Ashes in the Wind.
compañeros arios: Warmbrunn, 23, 83. Para un resumen del movimiento
nacionalsocialista en Países Bajos, ver Gutman, vol. 3, 1026, 1032-1033;
Jong y Stoppelman, The Lion Rampant, 129-130, 160-163, 248-251, 258;
Presser, Ashes in the Wind, 232-233, 356, 369, y Maass, Netherlands at
War, 52-54, 57, 79, 132, 141.
Hermann Goering les prometió: Warmbrunn, 69.
las tiendas locales experimentaron un enorme auge: Robert Matzen, Dutch
Girl: Audrey Hepburn and World War II, 52.
«Los soldados visitaban con frecuencia»: Corrie Ten Boom, The Hiding
Place, 65
«Los alemanes intentaban ser»: Matzen, 27, 50.
«Una nación que tiene vitalidad»: Wilhelmina, 171.
los funcionarios y profesores judíos: Hans Poley, Return to the Hiding Place,
11; Dear y Foot, 782; Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3,
1047; entrevista de historia oral con Louis de Groot, U. S. Holocaust
Memorial Museum, número de acceso: 1999.A.0122.805 | RG Number:
RG-50.477.0805.
Universidad Tecnológica de Delft: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 11;
Warmbrunn, 105. Para antecedentes de la persecusión nazi en las
universidades holandesas, particularmente en la Universidad de Leiden,
así como sobre las reacciones de estudiantes y profesores, ver Jong y
Stoppelman, The Lion Rampant, 252-261; y Presser, Ashes in the Wind,
28-29, 58-89.
Universidad de Leiden: Entrevista de historia oral con Louis de Groot; Dear y
Foot, 782; Warmbrunn, 105.
Los estudiantes comenzaron a boicotear sus clases: Poley, 11; Gutman, vol. 3,
1047; Jong y Stoppelman, 252, 256-258.
Delft y Leiden cerraron temporalmente: Poley, 11; Dear y Foot, 782; Gutman,
vol. 3, 1047; Jong y Stoppelman, 253-55.
redadas en las universidades de todo el país: Poley, 11.
médicos, abogados y arquitectos: Dear y Foot, 782.
tarjetas de identidad: Poley, 9-10; Presser, 39; Ana Frank, The Diary of a
Young Girl, 8.
se reportó a las filas para recibir una estrella de David: Corrie Ten Boom,
Father Ten Boom, 67.
el racionamiento de alimentos: Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation, 11.
los holandeses tuvieron un gran excedente de exportación: Dear y Foot, 782.
redirigió todas esas exportaciones: Ibid.; Baudot et al., 349.
«largos y prometedores reportajes»: The Hiding Place, 65.
«Esta es la única radio»: Ibid., 66.
El 28 de julio, Radio Oranje: Matzen, Dutch Girl, 53.
«Medida para la Protección»: Ibid., 53-54.
No se servirá a los judíos: The Hiding Place, 67.
«Padre»: Ibid., 68.
Fundada en 1940, la soe: Para la fundación y antecedentes de la soe ver
Loftis, Code Name: Lise, 6-7. También M. R. D. Foot, S. O. E.: The Special
Operations Executive, 1940-1946; M. R. D. Foot, soe in France, xx, y
William Mackenzie, The Secret History of soe: The Special Operations
Executive 1940-1945 (acerca de Holanda, 302-308).
«prender fuego a Europa»: Hugh Dalton, The Fateful Years: Memoirs, 1931-
1945, 366.
«terroristas»: Foot, S. O. E., 69; Philippe de Vomécourt, An Army of
Amateurs, 66.
Thys Taconis, experto en sabotaje, y H. M. G. Lauwers: Hermann Giskes,
London Calling North Pole, 68-80; Foot, S. O. E., 179; Mackenzie, The
Secret History of soe, 305.
febrero de 1942, el otro se perdió en el mar: Mackenzie, 305.
no fue de Lauwers: Giskes, London Calling North Pole, 68-80; Mackenzie,
305; Foot, S. O. E., 179-180.

Capítulo 4: Razias
mayor Hermann Giskes: Giskes, 39, 44-45, 51; Foot, S. O. E., 179.
Ridderhof: Giskes, 39, 44-45, 51; Foot, S. O. E., 179.
6 de marzo, Lauwers: Giskes, 64-80; Foot, 179.
Corrie, Betsie y Opa fueron a un servicio: Corrie Ten Boom, The Hiding
Place, 74; Peter Van Woerden, In the Secret Place, 16-17.
«Mi espíritu patriótico»: Van Woerden, 17.
había enviado 56 agentes: William Mackenzie, The Secret History of SOE,
304; Pieter Dourlein, Inside North Pole: A Secret Agent’s Story, 170.
Muchos lloraron: The Hiding Place, 75; Van Woerden, 17.
46 «Cantamos»: The Hiding Place, 75.
46 el recién nombrado alcalde nazi de Velsen: Van Woerden, 21.
46 «¡Peter! Despierta»: Ibid., 20-21.
47 «Peter»: Ibid., 21, 31.
47 Oh, envuélvenos eternamente: Ibid., 23-24.
48 «listo Mels»: Ibid.
48 «¡Opa! ¡Tante Corrie!»: The Hiding Place, 76.
48 «Mi nombre es Kleermaker»: Ibid.
48 «En esta casa»: Ibid., 77.
49 «Se está volviendo más difícil»: Ibid., 77-78.
50 «Hay forma de»: Ibid., 79.
50 «La prisión bajo un régimen nazi»: Van Woerden, 28-30.
51 «De pronto parecía»: Ibid., 33-34.
51 «Mi amigo representó»: The Hiding Place, 79.
52 «Toma tu bicicleta»: Ibid., 81.
52 Herman Sluring: Ibid., 10, 17; Van Woerden, 69.
52 «la jefa de una operación»: The Hiding Place, 82.
53 «Nuestra Libertad fue»: Ana Frank, The Diary of a Young Girl, 1-8. Para
una mirada más completa del Holocausto en general, ver el cuarto
volumen del trabajo de Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust.
El 15 de junio: Van Woerden, 37-38. El 15 de junio es una fecha aproximada;
Peter fue encarcelado el 12 de mayo y escribe que había estado en prisión
«poco más de un mes».
Bulbos de tulipanes: Ibid., 49-50.
«Guárdate»: Ibid., 51-52.

Capítulo 5: Buceando
«Señor, solo un momento»: Van Woerden, 52.
«los agentes de la Gestapo que se encargaban de “reclutar”»: Ibid., 56.
onderduikers: Ibid., 69; Marcel Baudot et al., eds., The Historical Encyclopedia
of World War II, 350; Werner Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation 1940-1945, 187-188.
a deportar a los judíos a Alemania: For a summary of the deportation of
Dutch Jews, ver Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3,
1051-55.
la Zentralstelle: Warmbrunn, 166-67.
«Mi madre me llamó»: Frank, 21.
263 de Prinsengracht: Ibid., 25.
«No poder salir me molesta»: Ibid., 28.
«Anexo secreto»: Ibid., 23.
«Iba a la estación»: Robert Matzen, Dutch Girl: Audrey Hepburn and World
War II, 128-129.
Hans Poley: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 11.
Frank, 54-55.
«Con gran atención»: Wilhelmina Reina de Países Bajos, Lonely but Not
Alone, 188.
«Noche tras noche»: Frank, 72-73.
«debido a la falta de carbón»: Poley, 11-12.
deportar a huérfanos, ancianos y enfermos: Warmbrunn, 169.
«Afuera están sucediendo cosas terribles»: Frank, 82-83.
todo lo que había era betabel, bulbos de tulipán: Ibid., 57.
«La batalla contra»: Poley, 12-13.
su pequeña radio: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith,
82.
«Quiero hacer una protesta enérgica»: Wilhelmina, 188.
fin de mes: Poley, 12.
«Puede quedarse con nosotros»: Ibid., 13.
señora Helena T. Kuipers-Rietberg: Warmbrunn, 188.
Landelijke Organisatie: Ibid., 187-188.
63 Tío Herman: Van Woerden, 69.
63 enviada a un campo de concentración alemán: Warmbrunn, 188.

Capítulo 6: La guarida de los ángeles


64 Hans Poley se dirigió hacia el Beje: Hans Poley, Return to the Hiding Place,
15. Extrañamente, el nombre de Hans Poley se omite por completo en
The Hiding Place (publicado en 1971). En las páginas 99 a 102, por
ejemplo, la lista de refugiados permanentes incluye a Eusi, Henk,
Leendert, Thea Dacosta (cuyo nombre real era Hansje Frankfort-Israels),
Meta Monsanto, Mary Van Itallie y Jop (una asistente de la tienda). Esto
es extrañamente particular por varios motivos. Para empezar, Hans fue el
primer refugiado permanente aceptado en el Beje, y fue quien
permaneció más tiempo que nadie: nueve meses. En su nota cuando
firma el libro de visitas el 6 de marzo de 1974, Hans detalla el tiempo de
su estadía al lado de su nombre: «Beje Mei ’43-Feb. ’44». Colección 78,
Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 1,
fólder 8, Buswell Library Archives and Special Collections, Wheaton
College, Wheaton, IL (Buswell Library Collections); Poley, 202-203.
En segundo lugar, en la autobiografía de Corrie de 1947, A prisioner
and Yet, menciona cinco veces a Hans como parte de los huéspedes
permanentes (páginas 15, 18, 19, 20), los otros son Eusi, Mary, Martha
(Meta Monsanto), Peter (su sobrino, aunque no era un residente
permanente sino un visitante regular), y Leonard (seguramente el
nombre anglicano de Leendert) (19). También menciona a «Jim» como
uno de los refugiados (18), escribiendo: «Él podía[…] darle un
programa mágico a las tardes». Dado que los del Beje nunca tuvieron un
refugiado llamado Jim, aparentemente se refiere a Henk Wessels, a
quien Hans Poley atribuyó los trucos de magia. Poley, 65. Ver mi
Apéndice para conocer las fechas en que cada refugiado llegó al Beje.
En tercer lugar, de las fotografías existentes que muestran a refugiados
en el Beje, Hans aparece en la mayoría (nueve). Incluye seis fotografías
en Return to the Hiding Place, junto con dos fotografías de una reunión:
él, Corrie y Eusi en el Beje en 1974. Emily S. Smith, quien escribió More
Than a Hiding Place: The Life-Changing Experiences of Corrie Ten Boom
en nombre de la Corrie Ten Boom House Foundation, incluye seis
fotografías (31, 33, 34, 36 y 81) de Hans en el Beje (tres de las cuales no
aparecen en Return to the Hiding Place de Poley). Los archivos de Corrie
en las colecciones de la biblioteca Buswell (colección 78, caja 1)
contienen originales de dos fotografías de Hans (ambas aparecen en
Smith, una de las cuales aparece en Poley).
También hay que tener en cuenta que la primera edición de The
Hiding Place no contenía fotografías, y A Prisoner and Yet contenía solo
una fotografía: la de los visitantes del Beje durante la guerra, cuyo
reverso contiene una leyenda que dice que Hans Poley pudo haber
tomado la fotografía. La foto original se encuentra en la colección 78,
caja 1, Boswell Library Collections.
Finalmente, en el recorrido en video de la Corrie Ten Boom House
Foundation, se cita extensamente a Hans Poley sobre su estadía con los
Ten Boom (visitevirtualtour.corrietenboom.com).
La ausencia de Hans en The Hiding Place parece haber ocurrido
porque el libro no fue escrito por Corrie, sino por John y Elizabeth
Sherrill (ver la nota final «querían escribir» en el capítulo 26, que
proporciona los lugares donde Corrie reconoció que el libro fue escrito
íntegramente por los Sherrill), quienes parecen haber pasado por alto
las cinco referencias que Corrie hace a él en A Prisoner and Yet, y las
nueve fotografías de Hans con los Ten Boom y otros refugiados durante
la guerra.
«¡Bienvenido! Rápido, entra»: Poley, 16.
«No podemos ofrecerte»: Ibid., 16-17.
«Mantente alejado de las ventanas»: Ibid., 19-20.
Henny Van Dantzig: Ibid., 27-28.
«Los alemanes sacaron a esas pobres»: Ibid., 28-29.
«No se trata solo de eso»: Ibid., 30-31.
«Anoche las armas»: Ana Frank, The Diary of a Young Girl, 104-105.
«Mira esto»: Poley, 23-24.
«Creo, hijo»: Ibid., 35-36.
«Una carta de despedida»: Ibid., 37-39.
Mary Van Itallie: Ibid., 40. En The Hiding Place (102) los Sherill anotan que
la edad de Mary es de setenta y seis. Sin embargo, existen fotos de Mary
en el Beje, que revelan que era unas décadas más joven, confirmando el
recuerdo de Hans de que tenía 42. Dos fotografías originales de Mary con
otros refugiados del Beje pueden encontrarse en la colección 78, caja 1,
Buswell Library Collections. También hay fotos de Mary en Emily S.
Smith, More Than a Hiding Place (31, 33, 34, 37 y 81) y en Hans Poley,
Return to the Hiding Place (sección fotográfica sin número de páginas).
Véase también que Hans conocía a Mary mejor que nadie, ya que ella se
quedaba con él en la casa de sus padres cada vez que los refugiados
tenían que huir del Beje.
Henk Wessels y Leendert Kip: Poley, 41; The Hiding Place, 99, 101. Mientras
que en The Hiding Place se sostiene que Meijer Mossel (Eusi) fue el
primer refugiado permanente en el Beje, el diario de Hans indica que
Eusi llegó en sexto lugar, el 28 de junio, después de Hans, Thea, Mary,
Henk, y Leendert, que ya estaban en la residencia. Ver Poley, 40-41, 47.
Carole C. Carlson, quien publicó una biografía corta de Corrie en 1983,
también anotó que Hans fue el primer refugiado permanente en el Beje.
Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 77-78. La Corrie Ten
Boom House Foundation, que publicó More Than a Hiding Place de
Emily S. Smith en 2010, también confirma (104) la exactitud de la línea
del tiempo de Hans.
«Le preguntaré a Pickwick»: Poley, 42; The Hiding Place, 83-84. En el
recuento de Corrie de esta parte de la historia (o el recuerdo de los
Sherrill de lo que Corrie pudo haberles contado), escribe sobre su
encuentro con el arquitecto que diseñaría el escondite en la reunión de la
Resistencia a la que asistió con Kik (capítulo 5), tal vez ya en mayo de
1942, y antes de que llegaran Hans, Thea, Mary, Henk o Leendert. Sin
embargo, Hans llevó un diario detallado durante este tiempo, y tiene el
diseño y la construcción del escondite a partir de mediados de junio de
1943, después de que él y los primeros cuatro refugiados llegaran. Poley,
40-43.
«Señor Smit»: The Hiding Place, 83.
espejo afuera: Peter Van Woerden, In the Secret Place, 73.
«Señorita Ten Boom»: The Hiding Place, 84.
«Una sola fila de ladrillos»: Poley, 42.
Un contrapeso: Ibid., 43.
«Mantenga una jarra de agua»: The Hiding Place, 85.
«La Gestapo podría buscar»: Ibid.
«Guarida de los ángeles»: Poley, 43. En A Prisoner and Yet Corrie se refiere al
lugar de escondite como «pesebre del ángel» mientras que en The Hiding
Place los Sherrill se refieren a él como la «habitación secreta» (117, 119).
sistema de alarma: Poley, 42; The Hiding Place, 99; Van Woerden, 73.
Tres minutos con veintiocho segundos: Poley, 44.
«Vamos a revisar»: Ibid., 45.
«Tienes que quitar»: Ibid.
El día del cumpleaños de Flip: The Hiding Place, 86.
«¡Peter, rápido!»: Van Woerden, 59. La version de los Sherrill es ligeramente
distinta, pues Peter entra corriendo desde el exterior con su hermano
Bob, y ambos se esconden en el sótano. The Hiding Place, 87.
«¿Hay algún chico aquí?»: Van Woerden, 60. El recuerdo del diálogo que
tiene Corrie es ligeramente distinto al de Peter, pero el resultado es el
mismo. The Hiding Place, 87-88.

Capítulo 7: Los bebés


latía con tanta fuerza: Peter Van Woerden, 59.
«No nos tomes por idiotas»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 88.
«Sigue avanzando hasta el final»: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 46.
«No tenemos comida»: Ibid.
«Está bien»: Ibid.
100 bebés: Corrie Ten Boom, «A Rare Recording of Corrie Ten Boom», vol.
1, audio en vivo, 2019; Emily S. Smith, More Than a Hiding Place: The
Life-Changing Experiences of Corrie Ten Boom, 74. Nótese que Corrie
menciona que es un orfanato, pero en realidad era una guardería para
bebés judíos y una pequeña iglesia dirigida por Henriëtte Henriques
Pimentel en el centro de Ámsterdam. Muchos de los bebés e infantes eran
o se volvieron huérfanos, pues sus padres fueron asesinados o enviados a
campos de concentración.
Creche: Mark Klempner, The Heart Has Reasons: Dutch Rescuers of Jewish
Children During the Holocaust, 131.
Hollandsche Schouwburg: Ibid., 130-132; Warmbrunn, The Dutch Under
German Occupation 170; Chris Webb, «The Story of Walter Suskind».
Walter Süskind: Ibid.
Felix Halverstad: Ibid.
Henriëtte Henriques Pimentel: «Henriëtte Pimentel: Whoever Saves One
Person, Saves a Whole World», Joodsamsterdam, traducido,
https://https://www.joodsamsterdam.nl/henriette-pimentel-wie-een-
mens-redt-redt-een-hele-wereld/; Roland Hughes, «Obituary: Johan Van
Hulst, the Teacher Who Saved Hundreds of Jewish Children», BBC News,
30 de marzo de 2018.
«Los salvaremos»: Corrie Ten Boom, «A Rare Recording», vol. 1, audio en
vivo; Smith, More Than a Hiding Place, 74 (una transcripción del discurso
que dio Corrie en «A Rare Recording»). En su recuerdo del evento,
Corrie no menciona una fecha, aunque su referencia al diálogo con «sus
muchachos» sugiere que Hans, Henk y Leendert estaban en el Beje, y que
el comentario provino de uno de ellos. En su discurso, Corrie afirmó:
«Después de algún tiempo [en la clandestinidad] tenía una pandilla de 80
personas: 30 muchachos adolescentes, 20 muchachas adolescentes, 20
hombres y 10 mujeres». Smith, More Than a Hiding Place, 74. Dado que
solo unos 25 refugiados —niños y niñas, hombres y mujeres—
permanecieron en Beje (ver Apéndice), la referencia de Corrie a su
«pandilla» evidentemente se refería a todos los habitantes de la
clandestinidad de Haarlem que tenía conexiones con los Ten Boom (es
decir, Piet Hartog, el novio de Aty, los amigos de Kik, Peter, etcétera), o
que visitaban el Beje como mensajeros (es decir, Nils, a quien se hace
referencia como un mensajero clandestino en The Hiding Place, 108).
Dado el peligro de grandes reuniones, Corrie no habría tenido más de
tres o cuatro trabajadores clandestinos en el Beje al mismo tiempo. En
consecuencia, el diálogo de Corrie parece haber sido con sus tres chicos
holandeses —Hans, Henk y Leendert—, fijando la fecha del evento
alrededor de esta época, a finales de junio de 1943.
«Ya no nos gusta»: Corrie Ten Boom, «A Rare Recording», vol. 1, audio en
vivo; Smith, More Than a Hiding Place, 74.
Betty Goudsmit-Oudkerk: Hanneloes Pen, «Betty Goudsmit- Oudkerk
(1924-2020) Saved Hundreds of Jewish Children from Deportation», AD
(traducido), 15 de junio de 2020.
Johan Van Hulst: Hughes, «Obituary: Johan Van Hulst, the Teacher Who
Saved Hundreds of Jewish Children», BBC News, 30 de marzo de 2018.
Los 100 bebés fueron salvados: Corrie Ten Boom, «A Rare Recording of
Corrie Ten Boom», vol. 1, audio en vivo; Emily S. Smith, More Than a
Hiding Place, 74. Corrie no provee detalles de cómo fue que ayudaron los
chicos holandeses al rescate (vestidos como soldados alemanes), pero
aparentemente la escolta fue coordinada con la ruta de escape Pimentel-
Süskind-Halverstad.
entre 600 y 1 000: Werner Warmbrunn, The Dutch Under German
Occupation 1940-1945, 170 (se estiman mil).
«Las fortalecedoras palabras»: Poley, 47-48.
«Tenemos un reloj de hombre»: The Hiding Place, 96.
«La primera cosa»: Ibid. Nótese que Corrie utiliza una pronunciación
similar «Mayer» para su primer nombre. «Meijer», que se pronuncia de
manera similar, parece ser el modo correcto de escritura. Ver Poley, 48,
50.
«¿Es ese tu padre?»: Poley, 48.
«Pero ahora»: Ibid.
«por razones obvias»: The Hiding Place, 97.
«Si me preguntan por qué»: Poley, 49.
«Sería mejor»: Ibid., 50.
«Señor, lo llamaremos Eusi»: Ibid., 50-51. En The Hiding Place (98) los
Sherrill escriben que Corrie es quien le da su nombre a Eusi («Me parece
que te llamaremos Eusebius»). Dado el meticuloso registro de Hans,
junto con el hecho de que era su cumpleaños —un evento memorable—,
es más creíble su versión.
Una segunda discrepancia es el modo correcto de deletrear su apodo.
Al igual que ocurre con el primer nombre de Meijer Mossel, hay dos
opciones fonéticas para su apodo: Eusi o Eusie. En sus libros, Corrie
siempre escribe el nombre como «Eusie», pero Mossel lo escribe «Eusi»
(también Hans Poley utiliza esta forma escritural). Ver la nota escrita a
mano de Mossel encontrada en el libro de visitas del Beje el 6 de marzo
de 1974, así como su firma «Eusi». Colección 78, Papeles de Cornelia
Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 2, fólder 2, Buswell
Library Archives and Special Collections, Wheaton College, Wheaton,
IL. Ver también Poley, Return to the Hiding Place 202-203 (Hans lo
firmó al mismo tiempo y da la fecha, la cual no aparece en la página del
libro de visitas), designando también una traducción al inglés de los
comentarios.
«Por supuesto, hay algo respecto a esto»: The Hiding Place, 98.
noveno mandamiento: Ver Deuteronomio 5:20.
«Dime que no»: Poley, 52-53.
«Pero aquí estamos»: Ibid., 54-55.
«Muchos cristianos holandeses»: Ibid., 55.
«Todos los hombres jóvenes»: Van Woerden, 64-66.
«Dónde está ese hombre»: Ibid., 67.
«Cuántos judíos»: Poley, 55.

Capítulo 8: Terror
«¿Peter?»: Van Woerden, 67.
«Yo me encargaré de eso»: Poley, 54-55.
70 segundos: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 20; The Hiding Place,
101.
«¡La alarma! ¡Los alemanes se acercan!»: Poley, 57-58.
«¡Invasión en Italia!»: Ibid., 60.
Henk Wiedijk: Ibid., 64. Henk Wiedijk no se menciona en The Hiding Place,
pero claramente fue un residente del Beje. Además del testimonio de
Henk, aparece en varias fotos junto con los Ten Boom y otros refugiados;
su altura hace fácil identificarlo. Ver, por ejemplo, la fotografía de julio de
1943, él con Leendert, Eusi, Henk Wessels, Hans, Mary, Betsie, Opa,
Corrie y Thea, en Poley, Return to the Hiding Place (en sección fotográfica
sin numeración) y la fotografía en el techo de él, Thea, Hans, Mary y Eusi
en Emily S. Smith, More Than a Hiding Place: The Life-Changing
Experiences of Corrie Ten Boom, 81.
Jop: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 99, 115. La fecha exacta de la
entrada de Henk Wiedijk y Jop al Beje no se especifica en ningún relato,
pero ambos parecen haber llegado después del 14 de julio y antes de la
llegada del señor De Vries el 19 de julio. Según una referencia al 14 de
julio, Hans Poley escribió que «[p]or los próximos días[…] Llegaron
varios invitados nuevos[…] Llegó Henk Wiedijk[…]». Hans no
menciona a Jop, pero aparentemente fue uno de los «varios invitados
nuevos». Poley, 64.
construido para esconder a ocho: A Prisoner and Yet, 19; Van Woerden, 72-
73.
Hans enseñaba astronomía: Poley, 65-66.
«La mayoría de ustedes sabe»: Ibid., 66.
los visitaba Peter: Poley, 67-68; Van Woerden, 70-71.
sonido de un rasguño: Poley, 67.
«No se den la vuelta»: The Hiding Place, 108. En The Hiding Place el evento
del limpiador de ventanas ocurre en septiembre, pero el diario de Hans
Poley revela que ocurrió a mediados de julio, antes del arresto de Nollie.
Los refugiados permanentes del Beje: Poley, sección fotográfica sin número de
página. Una fotografía similar tomada alrededor de este tiempo se
localiza en la colección 78, Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten
Boom, 1902-1983, caja 1, Buswell Library Archives and Special
Collections, Wheaton College, Wheaton, IL (Buswell Library
Collections).
«Actúen como si todo fuese normal»: Poley, 67; The Hiding Place, 108.
«¿Qué está haciendo?»: The Hiding Place, 108.
«A menudo iba»: Poley, 68-69.
«Dos rayos de reflector»: Ibid., 70.
«No sé dónde»: Ibid., 71-72.
Corrie les aseguró que los ángeles: Ibid., 73. La suposición de Corrie de que el
Beje estaba siendo protegido por ángeles probablemente surgió del pasaje
bíblico favorito de su padre —y tal vez también suyo—: el salmo 91, que
pidió que se leyera en la estación de policía cuando arrestaron a la familia
(ver capítulo 14). Fue este salmo el que Corrie expuso en la exhibición
conmemorativa de su padre el 8 de mayo de 1945 (ver capítulo 27), y a
partir de este salmo tituló su lanzamiento de 1971, The Hiding Place.
La versión de Jacobo del salmo 91 dice de modo pertinente:
«[1] El que habita en lugar secreto del Altísimo morará bajo la sombra
del Todopoderoso… [5] No temerá por el terror de la noche; ni por la
flecha que vuela de día… [7] Caerán 1 000 a tu lado, y 10 000 a tu
diestra; pero a ti no llegarán… [11] Porque a sus ángeles encargará que
te guarden en todos tus caminos».
Después del arresto de la familia el 28 de febrero de 1944 —al ver que
Corrie estaba conmocionada porque los ángeles no los habían protegido
—, Betsie corrigió el malentendido de su hermana de las promesas de
Dios. Sin mencionar las ejecuciones de Juan el Bautista, Pablo o la
mayoría de los doce discípulos, Betsie le dijo a Corrie que la protección
de Dios es para sus almas, no para sus vidas o su bienestar físico. Ver
Poley, 148.
«El norte de Ámsterdam»: Ana Frank, The Diary of a Young Girl, 115.
700 bombarderos aliados: John Thompson, Spirit over Steel: A Chronology of
the Second World War, 352. Véase también William Shirer, The Rise and
Fall of the Third Reich, 996.
la raf bombardeó Hamburgo: Thompson, 354. La redada en Hamburgo fue
una serie de redadas, con la raf bombardeando durante la noche del en
julio 24, 27 (con bombas incendiarias, causando tormentas de fuego), 29
y el 2 de agosto, mientras que los bombarderos estadounidenses
realizaron incursiones diurnas el 25 y 26 de julio, I. C. B. Dear y M. R. D.
Foot, eds., The Oxford Companion to World War II, 523.
Comando de Bombarderos de la raf arrojó 16 000 toneladas: Thompson,
346.
nazis estaban enviando judíos: Poley, Return to the Hiding Place, 79.
la mañana del 14 de agosto arrestaron a Nollie: Idem.; Van Woerden, 63;
Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 105; Father Ten Boom: God’s Man,
140; Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 83.

Capítulo 9: Resistencia
«¡Katrien!»: The Hiding Place, 104-105; Hans Poley, Return to the Hiding
Place, 79-80 (Hans recuerda que el nombre de la sirvienta es Marja).
los otros judíos a los que escondían: Peter Van Woerden, In the Secret Place,
63; Father Ten Boom: God’s Man, 140; Carlson, 83, 85.
escapó por el techo: Carlson, 83.
«Mantente lejos»: Poley, 80.
«¡Jesús Vencedor!»: Father Ten Boom, 141.
«¿Cómo puedes cantar?»: Ibid.
Hans llevó a Mary a su casa: Poley, 81.
de los Leeuws: Ibid., 82.
Nollie fue transferida: The Hiding Place, 106.
La Gestapo les ofrecía libertad: Poley, 82.
policías, soldados: Carlson, 84-85.
«La gente no se da cuenta»: The Hiding Place, 107.
«¿Cómo están sus perros?»: Carlson, 85.
Italia se rindió: John Thompson, Spirit over Steel: A Chronology of the Second
World War, 364; I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford
Companion to World War II, 1332; Marcel Baudot et al., eds., The
Historical Encyclopedia of World War II, 537.
Nollie salió de prisión: Van Woerden, 63; Poley, 83. Nótese que la memoria
de Corrie es un poco inexacta en torno a la liberación de Nollie: piensa
que su hermana estuvo encarcelada durante nueve semanas y que fue
liberada la segunda semana de octubre. The Hiding Place, 112.
Hans, Mary, Eusi y Henk: Poley, 85-86.
Mirjam de Jong, de 18 años: Ibid., 86.
«Bien, bien»: Ibid.
El padre de Henk Wessels: Ibid., 87.
«Y él aún no lo sabe»: Ibid., 89-90.
«Esa es la respuesta»: Ibid., 90-91.
Los nazis ejecutaron a 19: Ibid., 92.

Capítulo 10: El jefe


Hans, Mary, y Eusi volvieron: Poley, 92, 96.
ministro asistente de 24 años: Ibid., 95-96, 101.
«el Intercambio»: Ibid., 102.
«¿Quién está ahí?»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 110; «Not Lost, but
Gone Before», revista The Hiding Place, edición conmemorativa, 5;
colección 78, Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-
1983, caja 2, fólder 2, Buswell Library Archives and Special Collections,
Wheaton College, Wheaton, IL (Buswell Library Collections).
«¿Qué fue eso?»: The Hiding Place, 111-112; «Not Lost, but Gone Before»,
revista The Hiding Place, edición conmemorativa, 7; colección 78, caja 2,
fólder 2, Buswell Library Collections.
Nel… y Ronnie Gazan: Poley, 97. Nótese que los registros de Emily S. Smith
indican que el apellido de Ronnie es Da Costa Silva. More Than a Hiding
Place, 82.
tenía un nombre de gentil: More Than a Hiding Place, 105.
«¡Es maravilloso!»: Ibid., 103.
«Querida Mies»: Ibid., 104-105.
«Toma, hijo»: Ibid., 103.
Herinneringen van een Oude Horlogemaker: colección 78, caja 1, Buswell
Library Collections.
Landelijke Organisatie: Poley, 101. Para otra perspectiva sobre la resistencia
cristiana, ver también Diet Eman, Things We Couldn’t Say: A Dramatic
Account of Christian Resistance in Holland During World War II. Para el
movimiento de Resistencia en general, ver Louis de Jong and Joseph W. F.
Stoppelman, The Lion Rampant: The Story of Holland’s Resistance to the
Nazis.
317 000 tarjetas nuevas: Poley, 100.
a veces perdía sus notas: Ibid., 101.
vestido como una mujer: Ibid., 106.
Brouwershofje: Ibid., 107.
le dieron una pistola: Ibid., 109.
Henny Van Dantzig: Ibid., 110-111.
«Mi muy amado nieto»: Corrie Ten Boom, Father Ten Boom: God’s Man,
147-148.
«Hemos escuchado mucho»: Poley, 114-115.
El Beje, Navidad de 1943: Ibid., sección fotográfica sin número de página. En
la fotografía, Hans identifica a la tercera persona desde la izquierda como
Meta Monsanto. Sin embargo, de acuerdo a su propio calendario, las
hermanas Monsanto llegaron al Beje hasta enero de 1944. Poley, 118. La
solución es que es posible que Meta haya visitado el Beje para la reunión
de Navidad, pero no se mudó con su hermana sino hasta después de Año
Nuevo.
Corrie leyó la historia de Tolstoi: Ibid., 115.
«apresúrate, muchacho»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 115-116.
«Vendrás»: Ibid., 113.
«señorita Ten Boom»: Ibid., 114.
«¿Matarlo?»: Ibid. Véase también Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her
Life, Her Faith, 87.

Capítulo 11: La misión


«liquidación»: Werner Warmbrunn, The Dutch Under German Occupation,
1940-1945, 206-207.
liquidación del general Hendrik Seyffardt: Ibid., 206. Para antecedentes sobre
el líder del nsb, Anton A. Mussert, ver también Warmbrunn, 83-89; Israel
Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3, 1026, 1032-1033; Louis
de Jong and Joseph W. F. Stoppelman, The Lion Rampant: The Story of
Holland’s Resistance to the Nazis, 129-130, 160-163, 248-251, 258; Jacob
Presser, Ashes in the Wind: The Destruction of Dutch Jewry, 232-233, 356,
369; y Walter B. Maass, The Netherlands at War: 1940-1945, 52-54, 57, 79,
132, 141.
Hermannus Reydon: Warmbrunn, 206.
F. E. Posthuma: Ibid., 207.
a unos 40 líderes nacionalsocialistas: Ibid.
torturas de la Gestapo para arrancar confesiones: Los métodos de tortura de
la Gestapo eran medievales, por decir poco. Para aquellos con estómagos
fuertes, lo que la Gestapo le hizo al antinazi Fabian von Schlabrendorff
está en sus memorias, The Secret War Against Hitler, 312-313. En
resumen, la Gestapo lo torturó en cuatro etapas. El día después de su
tortura en etapa 1, donde se había desmayado debido a un dolor
insoportable, sufrió un ataque cardiaco (a pesar de que se encontraba en
excelente estado de salud previamente a la tortura). Cuando se recuperó,
se inició la etapa 2, seguida de la etapa 3. Durante la etapa 4 el dolor fue
tal que nuevamente se desmayó.
Cuando estaban prisioneros juntos, Schlabrendorff le dio al agente
británico de la soe Peter Churchill una descripción detallada de lo que
le hizo la Gestapo. Ver Larry Loftis, Code Name: Lise, 225-226, n. 49.
Otras formas distintas de tortura incluían introducir agujas o palitos
puntiagudos bajo las uñas (Bernt Engelmann, In Hitler’s Germany:
Everyday Life in the Third Reich, 32) y arrancar las uñas (Loftis, Code
Name: Lise, 147-152).
«Señor, siempre»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 114-115. Ver también
Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 87.
Jop había sido arrestado: The Hiding Place, 116.
«¿Por qué tienes miedo?»: Carlson, 88. Para una explicación sobe el porqué
Corrie asumía que los ángeles protegerían a los Ten Boom de ser
arrestados o sufrir daños, ver la nota a pie de página en el capítulo 8.
Meta y Paula Monsanto: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 118-119.
«Nuestro refugio, tan conocido ahora»: Ibid., 119.
Conversación en la sala de visitas del Beje: Esta fotografía, que indica las
identidades de los refugiados al reverso, se ubica en la colección 78,
Papeles de Cornelia Arnolda Johanna ten Boom, 1902-1983, caja 1,
Buswell Library Archives and Special Collections, Wheaton College,
Wheaton, IL.
«Tomen sus cosas»: Poley, Return to the Hiding Place, 121.
Dora, había dado a luz: Ibid., 122-123.
«¡Hans, Hans, despierta!»: Ibid., 125.
«¿Quién es usted?»: Ibid., 126.
Vredehofstraat 23, Soest: Ibid., sección fotográfica sin número de página.
«Además»: Ibid., 127.
«¡Ah, ahí está nuestro ministro!»: Ibid., 129.
«¿Te das cuenta?»: Ibid., 131.
«La paz que me invadió»: Ibid., 132.
«Bueno, probablemente ya sabes»: Ibid., 133.

Capítulo 12: Seiscientos florines


«Dios, quédate conmigo»: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 133.
«Lo que tus padres admitieron»: Ibid., 134.
«Hans, saludos de parte de Tante Kees»: Ibid., 135.
«Dígales que no se preocupen»: Ibid., 135-136.
Kik, el hijo de Willem, fue arrestado: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom:
Her Life, Her Faith, 88-89.
líderes militares alemanes habían conspirado: Para un breve resumen de los
repetidos intentos alemanes de derrocar o matar a Adolf Hitler, ver Larry
Loftis, The Princess Spy, 87-91. También Hans Bernd Gisevius, To the
Bitter End: An Insider’s Account of the Plot to Kill Hitler, 1933-1944; Ulrich
von Hassell, The Von Hassell Diaries, 1938-1944: The Story of the Forces
Against Hitler Inside Germany; Fabian von Schlabrendorff, The Secret War
Against Hitler; Peter Hoffmann, The History of the German Resistance,
1933-1945; Klemens von Klemperer, German Resistance Against Hitler;
Ger Van Roon, German Resistance to Hitler: Count von Moltke and the
Kreisau Circle; Agostino von Hassell y Sigrid MacRae, Alliance of
Enemies: The Untold Story of the Secret American and German
Collaboration to End World War II (esp. páginas 253-258 en torno a los
diarios); Charles Burdick y Hans-Adolf Jacobsen, The Halder War Diary,
1939-42; Michael Balfour, Withstanding Hitler; Harold C. Deutsch, The
Conspiracy Against Hitler in the Twilight War; Anton Gill, An Honourable
Defeat: A History of German Resistance to Hitler, 1933-1945; Constantine
FitzGibbon, 20 July; Theodore S. Hamerow, On the Road to the Wolf ’s
Lair: German Resistance to Hitler; André Brissaud, Canaris: The
Biography of Admiral Canaris, Chief of German Military Intelligence;
Michael Mueller, Nazi Spymaster: The Life and Death of Admiral Wilhelm
Canaris, y William Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich. También
buscar entradas para Beck, Canaris, Halder, Oster y el Schwarze Kapelle
en I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford Companion to World
War II; Marcel Baudot et al., eds., The Historical Encyclopedia of World
War II, y Louis L. Snyder, Encyclopedia of the Third Reich.
Hitler dos veces, y otras seis veces: Shirer, 1024, 1026.
el pastor Dietrich Bonhoeffer: Ibid., 1024. Para excelentes biografías de
Bonhoeffer, ver Eberhard Bethge, Dietrich Bonhoeffer, traducido por Eric
Mosbacher et al., y Eric Metaxas, Bonhoeffer: Pastor, Martyr, Prophet, Spy.
Para resúmenes cortos de la vida y trabajo de Bonhoeffer, ver también sus
entradas en Snyder, 34-35; Dear y Foot, 152, y Robert S. Wistrich, Who’s
Who in Nazi Germany, 16-17.
Hans von Dohnanyi y el diplomático doctor Josef Müller: Shirer, 1024.
general Hans Oster: Ibid.
el hombre más popular de Alemania: Reconociendo el anhelo que tenía su
país por un héroe militar popular, Hitler decidió en 1941 darles dos: «uno
en el sol y otro en la nieve», siendo Rommel el primero y el general
Eduard Dietl (que operaba en Noruega y Finlandia) el segundo. Cuando
llegaron al público las noticias sobre los primeros éxitos de Rommel al
frente del Afrika Korps, se convirtió instantáneamente en una celebridad,
no solo en Alemania, sino también en Gran Bretaña, donde fue
ampliamente considerado como un héroe.
Después de la victoria de Rommel en Tobruk, Egipto, en junio de 1942,
Hitler lo ascendió a mariscal de campo, el más joven de la Wehrmacht.
Quizás el mayor cumplido para Rom-mel, irónicamente, provino de su
enemigo. El Octavo Ejército británico, contra el que luchó en África, llegó
a respetarlo y admirarlo más que a sus propios comandantes.
Consideraban a Rommel un héroe hasta tal punto que acuñaron una
frase, «un Rommel», para hacer referencia a cualquier buena actuación.
B. H. Liddell Hart, The German Generals Talk, 45-49; Richard J. Evans,
The Third Reich at War, 150.
proponían arrestar a Hitler: Shirer, 1030.
«Usted es el único»: Ibid., 1031.
Hepburn y su familia: Robert Matzen, Dutch Girl: Audrey Hepburn and
World War II, 131-132.
operación Argumento: Dear y Foot, 130-131. Para relatos del día a día, ver
John Thompson, Spirit over Steel: A Chronology of the Second World War,
412-414.
200 civiles: Thompson, 413.
20 000 toneladas de bombas: Dear y Foot, 131.
Todos los médicos: Matzen, 137.
espectáculos de danza privados: Ibid., 146.
«Escuchen, se nos termina el dinero»: Poley, 140.
600 florines: Ibid., 141.
28 de febrero: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 20; The Hiding Place,
117; Poley, 141.
apareció Betsie: The Hiding Place, 117. En la versión de Hans Poley de la
historia, no fue Betsie quien le dijo que había un extraño abajo, sino
Henny, la vendedora de la tienda. Poley, 141.
«Lamento despertarte»: The Hiding Place, 117.
«¡Señorita Ten Boom!»: Ibid.
«mi esposa fue arrestada en Alkmaar»: Carlson, Corrie Ten Boom, 90; Poley,
141.
«Soy un hombre pobre»: The Hiding Place, 118.
si podía brindarle referencias: Poley, 141.
«Cuando llegué al lugar por primera vez»: Diet Eman, Things We Couldn’t
Say: A Dramatic Account of Christian Resistance in Holland Du-ring
World War II, 116-17.
que regresara en media hora: The Hiding Place, 118. En la versión de Hans
Poley, Corrie le dijo al hombre que volviera más tarde ese mismo día, él
volvió alrededor de las cinco y Corrie le dio el dinero personalmente.
Poley, 141-142.
envió a un mensajero al banco: The Hiding Place, 118. En la versión de Poley
de la historia, Corrie tenía fondos disponibles en el Beje y no estuvo
involucrado ni un mensajero ni el banco. Poley, 141-142. Ver también
Carlson, Corrie Ten Boom, 90-91 (una tercera versión de la historia,
donde Corrie reunió a todos los jóvenes y les dijo «Escuchen, en una
hora debo encontrar 400 florines. Hagan todo lo posible»).

Capítulo 13: Atrapados


«¡Rápido! ¡Rápido!»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 119.
Martha y Ronnie: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith,
93; Poley, 142. Hay tres versiones de esta historia: la de Corrie, la de Hans
y la de Arnold (Reynout Siertsema). Ya que Arnold era uno de los seis
atrapados en la guarida de los ángeles, su versión (registrada en Carlson)
es la que ofrece más credibilidad. Además, la versión de Arnold es
consistente con la de Hans. De acuerdo con Arnold, los otros cinco
refugiados escondidos en el lugar secreto eran Mary, Martha, Eusi,
Ronnie y Hans Van Messel. Carlson, Corrie Ten Boom, 93; Emily S.
Smith, More Than a Hiding Place: The Life- Changing Experiences of
Corrie Ten Boom (publicado en 2010 por la Corrie Ten Boom House
Foundation), 105. De acuerdo con Hans Poley, la guarida incluía «a los
cuatro de siempre —seguramente Mary, Martha, Eusi y Ronnie, a quien
Hans menciona después como uno de los seis—, además de Arnold y
Hans, dos de los trabajadores de la resistencia». Poley, 142. Los seis de
Corrie (aparentemente contando a John y Elizabeth Sherrill), por otro
lado, son Thea, Meta (Martha), Henk, Eusi, Mary y un trabajador de la
Resistencia anónimo. Según lo que recuerda Corrie, Henk probablemente
era Hans, y el trabajador anónimo de la Resistencia probablemente era
Arnold. Eso dejaría solo una discrepancia: Thea, quien en realidad era
Ronnie Gazan. Dada la coherencia de los recuerdos de Arnold y Hans,
junto con el registro oficial de Emily Smith de la Fundación Corrie Ten
Boom House, los seis atrapados eran con toda seguridad Mary, Martha,
Eusi, Arnold Siertsema, Ronnie Gazan y Hans Van Messel. Hay que tener
en cuenta que Smith registra el apellido de Ronnie como «da Costa
Silva». More Than a Hiding Place, 82. También hay que notar que cuando
Arnold firma en el libro de visita del Beje, el 18 de marzo de 1976, agrega
«Arnold, uno de los que está en la caja de los ángeles».
«¿Cómo se llama?»: The Hiding Place, 120; Poley, 143.
«No importa»: Poley, 143; Carlson, 91.
Opa, Betsie, Willem: Poley, 143. Tanto Corrie (The Hiding Place, 124) como
Hans incluyen erróneamente a Peter Van Woerden, el hijo de Nollie y
sobrino de Corrie, como uno de los que fueron arrestados en esta
ocasión. En su propio trabajo, Peter explica que él aún no estaba en el
Beje y que no llegaría sino hasta el anocher, después de que estuviera
«suficientemente oscuro». Peter Van Woerden, In the Secret Place, 75.
Corrie y los demás fueron llevados a la cárcel en la mañana.
«Es una señal»: Poley, 143; The Hiding Place, 121. En The Hiding Place, los
Sherrill ponen al revés la secuencia de eventos: la discusión de la señal de
Alpina ocurre después de que golpean a Corrie.
«Mi informante dice»: The Hiding Place, 121.
que se quitara las gafas: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 21; Poley, 144;
Carlson, 92.
«¿Dónde están los judíos?»: The Hiding Place, 121.
«¡Señor Jesús, protégeme!»: A Prisoner and Yet, 21; Poley, 144.
«¿Ya escucharon?»: The Hiding Place, 122.
«¿Te golpearon?»: A Prisoner and Yet, 21; Poley, 144.
«Los prisioneros guardarán»: The Hiding Place, 122.
«Temor a Dios»: A Prisoner and Yet, 23; Poley, 145; The Hiding Place, 123.
«Residencia y relojería Ten Boom»: The Hiding Place, 123; A Prisoner and
Yet, 22.
«Hay una habitación secreta»: The Hiding Place, 124.
comisaría de policía en Smedestraat: A Prisoner and Yet, 24; The Hiding Place,
125; Poley, 146.
«¿Quién está ahí?»: Poley, 155; Carlson, 93.
Martha, Mary, Eusi, Ronnie: Poley, 155; Smith, More Than a Hiding Place, 82,
105. Para una discusión detallada sobre los seis atrapados en la guarida
de los ángeles, ver la nota a pie de página sobre Martha y Ronnie en este
capítulo.
tres timbres cortos: Van Woerden, In the Secret Place, 75. Hans Poley
recuerda que el código eran tres timbres cortos y uno largo. Poley, 157.
«Tenemos una noticia muy triste»: Van Woerden, 76.
«Lo siento, señor»: Ibid., 77-78.
«Creo que será mejor»: Ibid., 78.
30 amigos: Ibid., 78-79; A Prisoner and Yet, 24; The Hiding Place, 125 (Corrie
recuerda que en total hay 35, contando a los Ten Boom).
«Silencio aquí»: The Hiding Place, 125.
«Dámelo»: Poley, 149-151.
luego entró Peter: Ibid., 151.
salmo 91: A Prisoner and Yet, 24; Van Woerden, 80; Poley, 147.
«El que habita»: Van Woerden, 80. Presumiblemente, Willem habría leído el
salmo 91 de una traducción holandesa de la Biblia hecha por el rey
Jacobo.
¿dónde estaban los ángeles protectores?: Poley, 148. Para antecedentes sobre la
presunción de Corrie de que los ángeles protegerían a los Ten Boom de
daño o arresto, ver la nota a pie de página del capítulo 8 sobre Corrie
asegurándoles a todos que los ángeles…
la iglesia de San Bavo: Carlson, 93 (citando el recuento de Arnold).
Madera que se astillaba: Poley, 158; Carlson, 94.

Capítulo 14: Privilegiado


«Confiaré en Adonai»: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 158.
«Gran Anciano»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 126; Peter Van
Woerden, In the Secret Place, 81.
«Peter, he sufrido»: Van Woerden, 81-82.
orinando sobre sábanas: Poley, 158; Carole C. Carlson, Corrie ten Boom: Her
Life, Her Faith, 94 (citando los recuerdos posteriores de Arnold).
«Si confías»: Poley, 158.
«Alle Nasen gegen»: Van Woerden, 82; Corrie ten Boom, A Prisoner and Yet,
27; The Hiding Place, 128. Corrie es inconsistente sobre la ubicación del
cuartel de la Gestapo. En A Prisoner and Yet escribe que está en
Scheveningen, pero en The Hiding Place dice que está en La Haya. Dado
que Peter van Woerden recuerda que está en La Haya, yo he utilizado esa
locación.
«¡Ese viejo!»: The Hiding Place, 128.
prisión de Scheveningen: A Prisoner and Yet, 28; The Hiding Place, 130; Father
Ten Boom: God’s Man, 10; Poley, 153.
«Que el Señor esté contigo»: A Prisoner and Yet, 28; Corrie Ten Boom, He
Sets the Captive Free, 16.
«Si persistes»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 20; A Prisoner and Yet, 45;
Poley, 153.
Betsie a la 314, Corrie a la 397, Opa a la 401: Corrie Ten Boom, Prison
Letters, 20; A Prisoner and Yet, 45; Poley, 153.
«¡Mujeres prisioneras, síganme!»: The Hiding Place, 130.
«Ten Boom, Cornelia»: Ibid., 132; He Sets the Captive Free, 11-12.
«Lamento tener que»: A Prisoner and Yet, 30.
«Oh, Señor, haz que»: Van Woerden, 85.
primeros 12 capítulos: Ibid., 86.
«ir a casa»: Ibid.
saltarían los dos metros y medio: Carlson, 94 (Arnold da cuenta de haber
dado un saldo de 2.5 metros, es decir, 8.2 pies) Poley, 159 (cita un salto de
solo 90 centímetros).
«Siertsema»: Poley, 160 (estableciendo que Siertsema es el apellido real de
Arnold); Carlson, 94 (afirmando que la voz dijo: «Arnold, ¡responde!»).
Teniendo en cuenta el conocimiento personal de Poley al respecto, y
asociando con Arnold, Hans, y los otros refugiados, su diálogo es el más
confiable.

Capítulo 15: Prisión


«Está bien»: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 160; Carole C. Carlson,
Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 94.
Jan Overzet: Poley, 159; Emily S. Smith, More Than a Hiding Place: The Life-
Changing Experiences of Corrie Ten Boom, 82, 105.
Theo Ederveen: Smith, More Than a Hiding Place, 82.
«Shhh, Eusi»: Poley, 160.
regresaron los policías: Carlson, 95; Poley, 160-61.
avena aguada: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 132-133.
celda: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 31 (describe la celda como «seis
pasos de ida y seis pasos de vuelta»). En The Hiding Place (132), sin
embargo, los Sherrill describen la celda como «profunda y angosta,
apenas más ancha que una puerta». Dado que A Prisoner and Yet fue
publicado en 1947, solo dos años después de la Guerra (The Hiding Place
es de 1971), la primera se entiende como la más confiable de ambas.
dos años en la prisión de Scheveningen: A Prisoner and Yet, 30. En The Hiding
Place (133), sin embargo, los Sherrill describen que la mujer estuvo tres
años en prisión.
una mujer austriaca: A Prisoner and Yet, 30; The Hiding Place, 133.
las prisiones y los campos de concentración: Ver Nikolaus Wachsmann, KL: A
History of the Nazi Concentration Camps y Tom Segev, Soldiers of Evil.
Para un excelente mapa que muestra todos los campos (de concentración
y de exterminio) y sus ubicaciones, ver Louis L. Snyder, Encyclopedia of
the Third Reich, 57.
despreciada por los militares profesionales: Para detalles de la animosidad
entre los nazis y la Wehrmacht (en particular entre las tropas de las ss y la
Wehrmacht), y entre la Gestapo nazi y la Abwehr antinazi, ver Larry
Loftis, The Princess Spy, 87-92; Code Name: Lise, 155, 224-226 e Into the
Lion’s Mouth, 180, 187, 189, 227. También, de manera general, Peter
Hoffmann, The History of the German Resistance, 1933-1945; Klemens
von Klemperer, German Resistance Against Hitler, y Ger Van Roon,
German Resistance to Hitler. Para antecedentes sobre las ss en sí mismas,
ver Heinz Höhne, The Order of the Death’s Head: The Story of Hitler’s SS y
Richard Grunberger, Hitler’s SS. También Edward Crankshaw, Gestapo:
Instrument of Terror, 19-32.
«En la tranquilidad de mi celda»: Peter Van Woerden, In the Secret Place, 90.
«Cuando Cristo llama»: Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship, 89.
«Señor, lo que sea que quieras»: Van Woerden, 91.
la Prisión de Amstelveenseweg: Poley, 165-167.
«Los paquetes fueron lo más destacado»: Ibid., 167.
su primera audiencia: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 19.
clínica Ramar: Poley, 154.
murió el 9 de marzo de 1944: A Prisoner and Yet, 28; The Hiding Place, 145,
153; Corrie Ten Boom, Father Ten Boom, 155 (registra la fecha como el
10 de marzo); Poley, 154.
en el cementerio Loosduinen: Poley, 154.
«oficina de consultas»: A Prisoner and Yet, 32.
«Rápido, ¿puedo ayudar»: A Prisoner and Yet, 33; The Hiding Place, 135;
Prison Letters, 32.
pleuresía con derrame: A Prisoner and Yet, 33; The Hiding Place, 135; He Sets
the Captive Free, 17.
«Espero estarle haciendo un favor»: A Prisoner and Yet, 33; The Hiding Place,
135-136.
dos pastillas de jabón y copias: Lo que Corrie le pidió a la enfermera difiere
en sus dos recuentos. En A Prisoner and Yet (33), pide una Biblia, lápiz,
cepillo de dientes y alfileres. En The Hiding Place (135-36), pide una
Biblia, hilo y aguja, cepillo de dientes y jabón. En ambos recuentos se le
otorgan copias de los cuatro Evangelios.
«Ten Boom, Cornelia»: A Prisoner and Yet, 33; The Hiding Place, 136.
Número 384: A Prisoner and Yet, 37; Prison Letters, 18.
Confinamiento solitario: The Hiding Place, 140; He Sets the Captive Free, 17.
cuatro frías paredes de piedra gris: Prison Letters, 17; A Prisoner and Yet, 34;
The Hiding Place, 137.
Alguien había vomitado: The Hiding Place, 137.
«¿Mi padre vive aún?»: A Prisoner and Yet, 35; The Hiding Place, 138 (con un
diálogo ligeramente distinto).
Kalte-kost: A Prisoner and Yet, 35-37.
parte del plan de Dios: Ibid., 41; The Hiding Place, 139.
«todos estamos en la escuela»: Charles Spurgeon, Spurgeon’s Gold, 130.
famoso pasaje de Hebreos: Van Woerden, 93.
«Por lo tanto, ya que»: Hebreos 12:1-3 (nvi).
«Zo God voor»: Van Woerden, 92.
Un ojo: Ibid.

Capítulo 16: Teniente Rahms


«De este modo»: Peter Van Woerden, In the Secret Place, 93.
Amersfoort: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 168.
espía de la soe Odette Sansom: Larry Loftis, Code Name: Lise, 203-207, 211.
«¡Johannes Poley!»: Ibid., 169.
«Nollie y todos los amigos»: La carta original a Corrie (en holandés), al igual
que la traducción al inglés, se ubican en la colección 78, Papeles de
Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 1, Buswell Library
Archives and Special Collections, Wheaton College, Wheaton, IL
(Buswell Library Collections). Ver también la traducción de Corrie, al
inglés, de esta correspondencia en Prison Letters, 18-19.
«El diluvio de imponentes aguas»: La carta original de Betsie a Cocky (en
holandés) está en la caja 1, Buswell Library Collections. La traducción al
inglés de esta carta puede encontrarse en Corrie, Prison Letters, 20-22.
«¡Silencio»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 140.
«La ducha… fue gloriosa»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 35; The
Hiding Place, 140-141.
Habían pasado nueve semanas: Ver el original de Corrie (en holandés) y la
traducción al inglés de «Airing in Scheveningen» en la colección 78, caja
1, fólder de Correspondencia de la Guerra, Buswell Library Collections.
Ver también A Prisoner and Yet, 39 y Prison Letters, 38-39.
tumba recién excavada: A Prisoner and Yet, 39; Prison Letters, 38-39.
«Y Enoch caminó con Dios»: A Prisoner and Yet, 39; Prison Letters, 38-39.
el Sachbearbeiter de la prisión: Van Woerden, 98; A Prisoner and Yet, 43; The
Hiding Place, 147; Prison Letters, 89; Corrie Ten Boom, «People We Meet:
Hans Rahms», It’s Harvest-Time, noviembre-diciembre 1964, 2-3. Ver
también el folleto del Museo Corrie Ten Boom «Welcome to The Hiding
Place», ubicado en Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom,
1902-1983, colección 78, caja 1, fólder 8, Buswell Library Collections
(Corrie Ten Boom Museum brochure, Buswell Collections).
«Podría haber sido»: Van Woerden, 97-98.
«¿Usted también es cristiano?»: Ibid., 98-99.
«No esperamos»: Ibid., 99-100.
«Mi tiempo para hacer entrevistas»: Ibid., 101.
Por dos meses había temido: A Prisoner and Yet, 43. In The Hiding Place
(146), sin embargo, el tiempo de espera para ver al teniente Rahms era de
tres meses.
«Soy el teniente Rahms»: The Hiding Place, 147; A Prisoner and Yet, 43-44.
(Nótese que el diálogo es ligeramente diferente en los dos recuentos). Ver
también «People We Meet: Hans Rahms», 2-3; Corrie Ten Boom
Museum brochure, Buswell Collections.
Corrie oró: Las palabras de Corrie para hacer esta oración son ligeramente
distintas en sus dos recuentos: A Prisoner and Yet, 43; The Hiding Place,
147.
«Ahora dígame»: A Prisoner and Yet, 44 (con un diálogo ligeramente
diferente en The Hiding Place, 147).
«Sus otras actividades»: The Hiding Place, 148; A Prisoner and Yet, 45; «A
Rare Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1, audio en vivo, 2019.
«¿No es eso una pérdida de tiempo?»: A Prisoner and Yet, 45. Con un
diálogo ligeramente distinto en ambas, ver también Hiding Place, 148; He
Sets the Captive Free, 21, y «A Rare Recording of Corrie ten Boom», vol.
1.
«El Señor Jesús»: A Prisoner and Yet, 45. Con un diálogo ligeramente
distinto, ver también The Hiding Place, 148; He Sets the Captive Free, 21, y
«A Rare Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1.
«Toma usted muy poco sol»: A Prisoner and Yet, 46-47. Con un diálogo
ligeramente distinto, ver también The Hiding Place, 148-149; He Sets the
Captive Free, 21, y «A Rare Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1.
«¿Qué puede usted saber de mi oscuridad?»: The Hiding Place, 149.
«Dios nunca»: A Prisoner and Yet, 47.
«La condición de la prisionera es contagiosa»: The Hiding Place, 149.
«Camine despacio»: Ibid., 150.
Capítulo 17: Huesos
«Señor Rahms, es importante»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 89; A
Prisoner and Yet, 47 con un diálogo ligeramente distinto).
sus papeles: Corrie Ten Boom, «People We Meet: Hans Rahms», It’s Harvest-
Time, noviembre-diciembre 1964, 2-3. Ver también el brochure del
Museo Corrie Ten Boom, «Welcome to The Hiding Place», ubicado en la
colección 78, caja 1, fólder 8, Buswell Library Archives and Special
Collections, Wheaton College, Wheaton, IL (Corrie Ten Boom Museum
brochure, Buswell Library Collections).
«¿Puede explicar estas páginas?»: Corrie Ten Boom, He Sets the Captive Free,
22-23; «A Rare Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1; Prison Letters, 89.
los echó al fuego: Ibid.; «People We Meet: Hans Rahms», 2 («Sabía mejor que
nosotras lo peligrosos que eran estos papeles. De pronto abrió la puerta
de la estufa y arrojó todos los papeles al fuego»); Corrie Ten Boom
Museum brochure, Buswell Library Collections («Hans Rahms, el juez
Sachbearbeiter que lanzó nuestros peligrosos papeles al fuego intentó
salvarnos la vida»).
«Anuló el acta»: Prison Letters, 89; He Sets the Captive Free, 23; «People We
Meet: Hans Rahms», 2 («Cuando vi cómo las llamas quemaban aquellos
papeles peligrosos, fue como si por primera vez comprendiera el
significado de Col. 2:14.»); Corrie Ten Boom Museum brochure, Buswell
Library Collections («Mientras vi las llamas destruyendo los papeles
horrendos, fue como si entendiera por primera vez el significado de
Colosenses 2:14»).
El 3 de mayo, Corrie recibió: Prison Letters, 22-23, 25-26. La carta de Nollie
está fechada el 21 de abril de 1944, por lo que tuvo que ser liberada en
algún momento entre el 11 y el 21 de abril. Dado el anhelo de Nollie de
comunicarse con sus hermanas, es probable que les escribiera el día
después de ser liberada. A Prisoner and Yet, 48, 50. La versión de Corrie
de esta carta en A Prisoner and Yet, escrita en 1947, es ligeramente
distinta a la transcrita en la carta incluida en Prison Letters (25-27),
publicada en 1975, que parece más certera.
«Por favor, quédate conmigo»: A Prisoner and Yet, 48-49.
«Su muerte ha dejado»: A Prisoner and Yet, 50; Prison Letters, 30-32.
«Yo estoy bien»: Prison Letters, 28-29.
«Häftlinge, Die Augen»: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 171.
«Ángel de Amersfoort»: Ibid., 174-175.
«Me acompañará»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 152.
«¿Y ahora?»: Ibid., 153.
«Señor Jesús»: Ibid., 154.
«Ahora realmente sé»: Prison Letters, 32.
«la General»: A Prisoner and Yet, 53-54.
«Si es que había»: Ibid.
«¡Junten sus cosas!»: A Prisoner and Yet, 55; The Hiding Place, 155; Prison
Letters, 43; He Sets the Captive Free, 12.
Era el 6 de junio: Prison Letters, 45; Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her
Life, Her Faith, 102.
«¡Todos afuera!»: A Prisoner and Yet, 55; The Hiding Place, 156.
se tomaron de la mano y lloraron: A Prisoner and Yet, 56; The Hiding Place,
157.
se detuvo en Vught: A Prisoner and Yet, 56; The Hiding Place, 157; Prison
Letters, 43; He Sets the Captive Free, 12-13. Para antecedentes del campo
de concentración de Vught y el traslado de prisioneras a Ravensbrück,
ver Nikolaus Wachs-mann, KL: A History of the Nazi Concentration
Camps, 305, 546. Para un resumen del campo y la fábrica de Philips
asociada, ver Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 4,
1584-86.
«Frente a nosotras había un bosque»: Prison Letters, 44.
«No, Señor, eso no»: A Prisoner and Yet, 56.
«¿Puede consolarme?»: Ibid., 57; Prison Letters, 44.
cuartel 4: Prison Letters, 44-45.
la General: The Hiding Place, 159.
Después de nueve días: Prison Letters, 45 (citado del diario de Betsie, habían
entrado al campo el 15 de junio); The Hiding Place, 159 («casi dos
semanas»).
«Son libres»: The Hiding Place, 159-160; A Prisoner and Yet, 60-61.
una habitación grande con mesas: The Hiding Place, 161; A Prisoner and Yet,
57.
«Betsie, ¿cuánto tiempo?»: The Hiding Place, 161.
«Ahora teníamos asociación»: A Prisoner and Yet, 57.
«Quien desee convertirse en»: Ibid., 59.
«Tienes tuberculosis»: Ibid. Ver también Prison Letters, 36 (donde Nollie le
pregunta en una carta: «¿El doctor te dijo que tienes TB?»). En el
momento de la carta de Nollie, sin embargo, Corrie estaba en la prisión
de Scheveningen y no en Vught.
billete de ida a las cámaras de gas: Ver Larry Loftis, Code Name: Lise, 209.

Capítulo 18: Señora Hendriks


«Hoy vas a trabajar»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 59.
«Después de que estuvimos juntas»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 46-47.
«Una vez escribiste»: Ibid., 46.
«Mientras oraba»: A Prisoner and Yet, 63.
«Ayer hubo muchas bendiciones»: Prison Letters, 51.
«Bep y yo estamos muy bien»: Ibid., 55-56.
«A veces escuchamos»: A Prisoner and Yet, 74-75.
«Hace calor y las cobijas»: Prison Letters, 58.
Schreibstube: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 179.
Poley, número 9238: Ibid., 180.
«Preséntese en el pabellón de enfermos»: Ibid.
generales o mariscales de campo de alto rango: Fabian von Schlabrendorff,
The Secret War Against Hitler, 276-292; Hans Bernd Gisevius, To the
Bitter End: An Insider’s Account of the Plot to Kill Hitler, 1933-1944, 490-
575; Ulrich von Hassell, The Von Hassell Diaries, 1938-1944: The Story of
the Forces Against Hitler Inside Germany, 256-258; Anton Gill, An
Honourable Defeat: A History of German Resistance to Hitler, 1933-1945,
235-250; Constantine Fitz Gibbon, 20 July (ver en particular los
documentos oficiales sobre el golpe, incluyendo un discurso posterior a
Hitler que pronunciará el mariscal de campo Erwin von Witzleben, en
279-307); I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford Companion to
World War II, 982-983.
Entre los conspiradores… mariscal de campo: Larry Loftis, The Princess Spy,
91-92. Ver también Schlabrendorff, The Secret War Against Hitler, 293-
302; von Hassell, The Von Hassell Diaries, 359-363; Gill, An Honourable
Defeat, 251-263; Peter Hoffmann, The History of the German Resistance,
412-460; William Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich, 1033-1069;
Klemens von Klemperer, German Resistance Against Hitler, 375-385;
Dear y Foot, 982-983, y las entradas para Beck, Canaris, Halder, «Halder
Plot», «July Plot», Oster, Rommel, von Rundstedt, von Stuelpnagel,
Tresckow y von Witzleben en Louis L. Snyder, Encyclopedia of the Third
Reich, 19-20, 49-50, 135, 135-136, 184-187, 263, 298-299, 303, 338-339,
350-351, y 382, respectivamente.
Se nos ordena presentarnos»: Prison Letters, 60-61; A Prisoner and Yet, 66.
«Prácticamente éramos»: Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning, 7.
«En la lavandería de la barraca»: Prison Letters, 63. Ver también el resumen
de Corrie de esto en A Prisoner and Yet (87), donde se refirió a la mujer
como «señora Diederiks».
«Anoche fusilaron a la señora Hendriks»: Ibid.

Capítulo 19: Resumen de justicia


«Somos continuamente protegidas»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 63-64.
enviada a la fábrica de Philips: Ibid., 69, 71.
pequeñas varillas de vidrio: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 162.
El 4 de agosto, un gran sedán: Ana Frank, The Diary of a Young Girl, 338-339.
«Hay tanta amargura»: Prison Letters, 70-71.
«Rostros bonitos pero anodinos»: Ibid.; Corrie Ten Boom, A Prisoner and
Yet, 81-82.
salió del campo: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 180.
«Usted es la primera trabajadora»: The Hiding Place, 163.
«llegaba con dulces aromas de verano»: Ibid., 164-165.
«¿No sientes nada por Jan Vogel?»: Ibid., 165.
La hora de despertarse era a las cinco: A Prisoner and Yet, 71.
«En el campo»: Prison Letters, 73, 77.
«nubes densas»: A Prisoner and Yet, 82, 85; The Hiding Place, 167; Prison
Letters, 69.
«Si alguien transmite una noticia»: Prison Letters, 73.
Brigada de la Princesa Irene: A Prisoner and Yet, 85-86.
miles de aviones: Prison Letters, 72-73.
tenían que mantener la boca abierta: A Prisoner and Yet, 87; The Hiding
Place, 169.
las balas y los fragmentos: Prison Letters, 77. El dibujo de Corrie no está
fechado, pero aparece entre bocetos que datan del 22 y 25 de agosto. Por
lo tanto, puede inferirse que este en particular data del 23 o 24 de agosto.
general Dietrich von Choltitz: Hans Spiedel, Invasion 1944, 133-135;
Agostino von Hassell y Sigrid MacRae, Alliance of Enemies, xix; «Gen.
Dietrich von Choltitz Dies; “Savior of Paris” in ’44 Was 71», New York
Times, 6 de noviembre, 1966, 88. Ver también I. C. B. Dear y M. R. D.
Foot, eds., The Oxford Companion to World War II, 865-866, y Marcel
Baudot et al., eds., The Historical Encyclopedia of World War II, 90.
ordenó ejecuciones masivas: Larry Loftis, Code Name: Lise, 210-211.
«¡Corrie!»: The Hiding Place, 169.
«Puedo ver a mi esposo»: A Prisoner and Yet, 87.
«transportando a Alemania»: Prison Letters, 79-80. En su recuerdo de esta
nota, Corrie escribió que decía que estaban siendo transportadas al
campo de concentración de Ravensbrück. Sin embargo, aunque sabía que
el tren se dirigía a Alemania, no podía saber exactamente hacia dónde.
En A Prisoner and Yet (92) y en The Hiding Place (173), Corrie no sabe
que Ravensbrück es su destino hasta que llega. Para ver sobre el
transporte de Corrie a Alemania y a Ravensbrück, ver también Corrie
Ten Boom, Tramp for the Lord, 15-18.
asesinaron a 180 hombres holandeses: A Prisoner and Yet, 87; Carole C.
Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 106. En The Hiding Place,
Corrie (a través de los escritos de John y Elizabeth Sherrill) recordó que
el número de ejecutados fue más de 700. Dado que Corrie escribió A
Prisioner and Yet casi inmediatamente después de que terminara la
guerra, y lo publicó en 1947, la escena que recordaba allí es más creíble
bajo la regla probatoria de «más cerca en el tiempo» (The Hiding Place
no se publicó hasta 1971, unos 24 años después del suceso).

Capítulo 20: Ravensbrück


«Betsie, no puedo»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 88.
A las seis de la mañana siguiente: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 170.
cada pocos vagones: A Prisoner and Yet, 89; The Hiding Place, 170; Corrie Ten
Boom, Prison Letters, 79; Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 15-16.
«¿Sabes por qué?»: The Hiding Place, 171.
«Si alguna vez necesitas mi ayuda»: A Prisoner and Yet, 90; The Hiding Place,
171; Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith, 107.
«¡Son balas!»: A Prisoner and Yet, 90; The Hiding Place, 171; Carlson, 107.
«Adieu, amada»: A Prisoner and Yet, 91.
transportadas a Alemania: Prison Letters, 79-80. En su recuento sobre esta
nota, Corrie escribió que les dijeron que las estaban llevando al campo de
concentración de Ravensbrück.
«Enfermera, por favor»: A Prisoner and Yet, 92.
Fürstenberg: Ibid.; The Hiding Place, 172.
«Ravensbrück»: The Hiding Place, 173; Tramp for the Lord, 16; Corrie Ten
Boom, He Sets the Captive Free, 13-14. Para antecedentes sobre el campo
de concentración de Ravensbrück, ver de manera general Jack Gaylord
Morrison, Ravensbrück: Everyday Life in a Women’s Concentration Camp;
Nikolaus Wachsmann, KL: A History of the Nazi Concentration Camps;
Tom Segev, Soldiers of Evil, e Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the
Holocaust, vol. 3, 1226-1227.
«No dejamos que el coraje»: A Prisoner and Yet, 93; Carlson, Corrie Ten
Boom, 108.
Fritz Sühren: Corrie no sabía quién era el comandante y nunca tuvo
interacción alguna con él, pero otra prisionera de Ravensbrück —la espía
de la soe Odette Samsom— tuvo nu-merosos encuentros con él. Ver
Larry Loftis, Code Name: Lise, 201-212, 221-230.
«No entiendo»: A Prisoner and Yet, 93. Nótese que Corrie no escuchó de
primera mano este comentario, pero escribió: «Incluso se dijo que el
comandante había comentado».
le cortó el cabello a Betsie, llorando: Ibid., 93-94; The Hiding Place, 173-174;
He Sets the Captive Free, 26-27.
cucharón de sopa de nabos: Viktor Frankl escribió después de la guerra que
la ración diaria de comida para los hombres de Auschwitz era de 300
gramos de pan (aunque a veces les daban menos) y 800 mililitros de una
sopa aguada. Frankl, Man’s Search for Meaning, 28.
las mujeres se desnudaban: A Prisoner and Yet, 97; The Hiding Place, 175;
Tramp for the Lord, 117.
«Oh, Dios, sálvanos»: A Prisoner and Yet, 98.
«¡Usa el desagüe!»: The Hiding Place, 175; Tramp for the Lord, 117.
«Señor, haz que ahora»: A Prisoner and Yet, 99; Tramp for the Lord, 117.
barraca 8: A Prisoner and Yet, 100-101; The Hiding Place, 176-177. En Tramp
for the Lord (18), Corrie omite los primeros días en el campo, así como el
tiempo en la barraca de cuarentena (8), mencionando solo la segunda
barraca, donde se quedó eventualmente: la barraca 28.
«Todas afuera»: The Hiding Place, 177.
el número de Corrie era 66730: The Hiding Place, 179; Tramp for the Lord, 19.
una barraca de castigo: The Hiding Place, 177.
«Un ser humano contaba solo»: Frankl, Man’s Search for Meaning, 7.
subiera a un bastidor: Loftis, Code Name: Lise, 204-205. La agente de la soe
Odette Sansom —que había sido sentenciada a muerte y estaba confinada
en una celda sin iluminación en el «Búnker» de Ravensbrück—
escuchaba todos los días esta tortura, pues su celda estaba al lado de la
habitación de castigos.
les ordenaban que se desnudaran: A Prisoner and Yet, 103; The Hiding Place,
178. Véase también Loftis, Code Name: Lise, 200.
Jesús había sido colgado desnudo: The Hiding Place, 178.
47 agentes de la soe: Pieter Dourlein, Inside North Pole, 170. En The Secret
History of soe (304), William Mackenzie escribió en el 2 000 que solo 36
agentes fueron ejecutados. El recuento de Dourlein parece más acertado,
sin embargo, ya que él era un agente holandés de la soe y publicó su
reporte en 1953. Para la operación alemana completa, ver Hermann
Giskes, London Calling North Pole, 39-136.
operación Market-Garden: I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford
Companion to World War II, 718-719, 783; Marcel Baudot et al., eds., The
Historical Encyclopedia of World War II, 350. Ver también Dick Winters,
Beyond Band of Brothers, 122-133.
invierno del hambre: John Toland, The Last 100 Days, 567; Hans Poley,
Return to the Hiding Place, 184-185; Peter Van Woerden, In the Secret
Place, 105; Baudo et al., Historical Encyclopedia of World War II, 350. El
efecto de la represalia alemana fue devastador: hacia finales de octubre, la
ingesta calórica de los holandeses disminuyó a 450. Las muertes por
inanición se incrementaron al mes siguiente. Toland, The Last 100 Days,
567, nota al pie.
segunda semana de octubre: The Hiding Place, 179; He Sets the Captive Free,
27.
«¡Pulgas!»: The Hiding Place, 179-180; He Sets the Captive Free, 27.
«Animen a los tímidos»: Nueva Versión Internacional.
«Podemos comenzar ahora»: The Hiding Place, 180-181; He Sets the Captive
Free, 27.
la fábrica Siemens: A Prisoner and Yet, 109-110; The Hiding Place, 182-183.
700 mujeres morían o eran asesinadas: He Sets the Captive Free, 29.
«Eso es imposible»: A Prisoner and Yet, 113; He Sets the Captive Free, 42-43.

Capítulo 21: Asesinato


reunidos en Westergracht: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 185-186.
hacían servicios de adoración: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 183.
«¡Miren lo que lleva la señora baronesa!»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and
Yet, 131-132; The Hiding Place, 185-186. Para una versión ligeramente
distinta de esta historia, ver Corrie Ten Boom, He Sets the Captive Free,
36-37 (por ejemplo, un diálogo distinto, Corrie siendo sostenida por
otras prisioneras y sangre cubriendo el rostro de Betsie).
pase de lista a las cuatro y media de la mañana: A Prisoner and Yet, 114; The
Hiding Place, 186.
La temperatura de Betsie: The Hiding Place, 189, 192.
hablar de qué pasaría con su ministerio: A Prisoner and Yet, 117; He Sets the
Captive Free, 51-52. Nótese que en A Prisoner and Yet, la versión de
Betsie era que el primer proyecto sería renovar el Beje para que fuera su
centro inicial de cuidados para las mujeres de Ravensbrück que no
tuvieran a dónde ir después de la guerra.
«Sería un error»: Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning, 89-91.
«Hemos aprendido mucho»: He Sets the Captive Free, 51-52.
«Es una casa tan hermosa»: The Hiding Place, 192-193.
«¿Debemos quedarnos?»: He Sets the Captive Free, 52.
golpeó a una prisionera hasta matarla: A Prisoner and Yet, 147.
el pulso de Betsie era débil: Ibid., 116.
la segunda semana de diciembre: The Hiding Place, 194.
Nacht-und-Nebelbarak: A Prisoner and Yet, 120.
Kanienchen: Ibid.
«Oh, Salvador, lleno de piedad»: Ibid., 121.
señora Leness: Ibid., 118-119.
«¡Transporte de enfermos!»: The Hiding Place, 192-193; A Prisoner and Yet,
114-115.
directamente al crematorio: The Hiding Place, 192-193; A Prisoner and Yet,
114-115.
escuchaba los gritos: Larry Loftis, Code Name: Lise, 253; Times de Londres,
17 de diciembre, 1946; Imperial War Museum, Oral History, entrevista
con Odette Marie Céline Sansom, realizada el 31 de octubre de 1986,
número de catálogo 9478, carrete 2.
«para la gran mayoría»: Frankl, Man’s Search for Meaning, 12.

Capítulo 22: El esqueleto


se reunió con el comandante Fritz Sühren: Larry Loftis, Code Name: Lise, 210-
211; Imperial War Museum, Oral History, entrevista con Odette Marie
Céline Sansom, realizada el 31 de octubre de 1986, número de catálogo
9478, carrete 2.
«La angustia enseña»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 136.
«Nació»: Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning, 18, 33.
«Oh, Corrie, esto es el infierno»: A Prisoner and Yet, 137.
«Toda tu vida»: Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 10-11.
«ha sido»: A Prisoner and Yet, 138-139.
«¡ir al hospital!»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 195; Corrie Ten Boom,
He Sets the Captive Free, 51-52 (Corrie sitúa la conversación
aproximadamente una semana antes de que Betsie esté en su lecho de
muerte).
«¿Vamos a tener?»: The Hiding Place, 196; He Sets the Captive Free, 52.
Nótese que el diálogo es ligeramente distinto en los dos recuentos, al
igual que la fecha. Aparentemente Corrie tuvo dos conversaciones con
Betsie sobre su visión; aproximadamente una semana antes de que Betsie
muriera y luego, una vez más, un día antes de su muerte.
«La prisionera está lista»: The Hiding Place, 196-197; A Prisoner and Yet, 158.
«¿Estás bien?»: The Hiding Place, 197.
Betsie empezó a murmurar: A Prisoner and Yet, 157-159; The Hiding Place,
198;
Capítulo 23: La lista
El día en que murió Betsie: La fecha exacta de la muerte de Betsie es incierta.
Hans Poley, quien es más meticuloso con las fechas, data la muerte el 14
de diciembre (Return to the Hiding Place, 198); la familia Ten Boom
marcó la fecha de muerte el 16 de diciembre (In My Father’s House, 189);
mientras que Corrie da como fecha aproximada el 19 de diciembre o
después (A Prisoner and Yet, 157-159; The Hiding Place, 195-198). En
estos dos recuentos, Corrie escribe que Betsie enfermó de muerte «la
semana previa a Navidad» y murió dos días después. Como tal, lo más
temprano que pudo haber muerto Betsie es el 19 de diciembre. De las tres
fechas posibles —14, 16 o 19 de diciembre— la fecha de en medio, el 16
de diciembre, parece ser la más razonable, ya que la familia Ten Boom
utilizó la última página de In My Father’s House para dar las fechas de
nacimiento y muerte de toda la familia, incluida Corrie.
tres ejércitos alemanes: Marcel Baudot et al., eds., The Historical Encyclopedia
of World War II, 71-72.
llegó el Tercer Ejército, del general George S. Patton: Para detalles sobre el
manejo y batalla en Bastoña de Patton, ver el capítulo 4 de sus memorias:
War as I Knew It, 193-229.
brote de tifus: A Prisoner and Yet, 149.
«En el invierno y primavera»: Viktor Frankl, Man’s Search for Meaning, 34.
las mujeres en fila colapsaron y morían: Ibid.
a Corrie se le habían hinchado los tobillos y las piernas: Ibid., 161; The Hiding
Place, 200.
«Enséñame la carga a soportar»: A Prisoner and Yet, 160.
Sühren y uno de los médicos del campo: Larry Loftis, Code Name: Lise, 212-
213; Jack Gaylord Morrison, Ravensbrück, 288-289.
«Mittwerda»: Loftis, Code Name: Lise, 212-213; Morrison, 288-289.
las mujeres mayores de cincuenta: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 80;
Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 23.
Marusha: A Prisoner and Yet, 160; Tramp for the Lord, 41.
«¿Jesoes Christoes?»: A Prisoner and Yet, 160; Tramp for the Lord, 141.
cuatro mujeres estaban muertas: A Prisoner and Yet, 161.
«¡Prisonera 66730!»: Tramp for the Lord, 19.
«Sentencia de muerte»: Ibid., 20.

Capítulo 24: Edema


«Tal vez pronto te veré»: Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 20.
«Cuando estás muriendo»: Ibid., 23.
«Entlassen!»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 162-163; Corrie Ten
Boom, The Hiding Place, 201.
«Edema»: A Prisoner and Yet, 163; The Hiding Place, 201-202.
prisioneras con heridas terribles: A Prisoner and Yet, 165; The Hiding Place,
202.
habían caído de sus camas y estaban muertas: A Prisoner and Yet, 164-165.
Era Navidad: The Hiding Place, 203.
«El carácter dulce de ese viejo»: Peter Van Woerden, In the Secret Place, 105.
Piet: Ibid., 106-108. Piet era el prometido de la hermana de Peter, Aty van
Woerden. La nota pública que hizo Aty sobre la muerte de Piet puede
encontrarse en la colección 78, Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten
Boom, 1902-1983, caja 1, Buswell Library Archives and Special
Collections, Wheaton College, Wheaton, IL.
murieron 16 000 holandeses: Van Woerden, In the Secret Place, 105; I. C. B.
Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford Companion to World War II, 998;
Marcel Baudot et al., eds, The Historical Encyclopedia of World War II,
350.
dos húngaras: A Prisoner and Yet, 166.
Su nombre era Oelie: Ibid., 166-167; Corrie Ten Boom, Corrie’s Christmas
Memories, 56.
«Oelie, mami no puede venir»: Corrie’s Christmas Memories, 56-57.
Estaban a -7 ºC.: A Prisoner and Yet, 167.
«Edema de los pies”: The Hiding Place, 203.
mujer joven muerta: A Prisoner and Yet, 168.
el 28 de diciembre: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 80. Ese mismo día en
Berlín, el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer luchaba con los mismos
pensamientos que Corrie: «¿Sobreviviré? ¿Dios me salvará?». Desde su
celda en la prisión Prinz-Albrecht-Strasse, se preguntaba si los nazis
habrían descubierto su participación en la conspiración para librar a
Alemania de Hitler. Reflexionando sobre su cautiverio, su posible
liberación o tal vez una próxima ejecución, escribió una oración que
llamó «Poderes bienhechores”. (Letters and Papers from Prison, 400-
401):

Fielmente rodeado de poderes bienhechores,


protegido y maravillosamente consolado,
quiero vivir este día con ustedes
y con ustedes entrar en un nuevo año.

El pasado aún quiere atormentar nuestros corazones,


aún nos oprime la pesada carga de malos días.
¡Señor! Confiere a nuestras aterrorizadas almas
la salvación que para nosotros tienes prevista.
Y si nos tiendes el pesado cáliz, el amargo cáliz
del dolor, lleno hasta rebosar,
lo tomaremos agradecidos y sin temblar
de tu bondadosa y querida mano.
Pero si una vez más quieres concedernos la alegría
del espectáculo de este mundo y del brillo de su sol,
recordaremos el pasado,
y nuestra vida será toda para ti.

Permite que hoy reluzcan con calor y paz los cirios


que Tú has traído a nuestra oscuridad;
y, si es posible, reúnenos de nuevo.
Nosotros sabemos que tu luz brilla en la noche.
Cuando el silencio profundo reine a nuestro alrededor,
concédenos escuchar el sonido lleno
del mundo, que invisible se expande en torno nuestro,
en supremo canto de alabanza de todos tus hijos.

Maravillosamente protegidos por poderes bienhechores,


esperamos confiados lo que venga.
Dios está con nosotros mañana y noche,
y ciertamente en cada nuevo día.

le entregó ropa nueva: A Prisoner and Yet, 169; The Hiding Place, 204.
la señora Waard y la señora Jensen: A Prisoner and Yet, 169.
su dinero, su reloj y el anillo de oro de su madre: Ibid., 169; The Hiding Place,
204.
como los cupones de alimentos: A Prisoner and Yet, 170; The Hiding Place,
204.
en la terminal de Berlín: A Prisoner and Yet, 170-171; The Hiding Place, 205.
Viktor Frankl observó, después de la guerra, que la tasa de mortalidad en
Auschwitz entre el día de Navidad de 1944 y el Año Nuevo de 1945 fue
anormalmente alta. Recordó que el médico jefe del campo había sugerido
que no se debía a un trabajo más duro o a menos comida, sino
simplemente a que la mayoría de los prisioneros habían vivido con la
esperan-za de estar en casa para Navidad. La decepción y la
desesperación causadas por esta fecha, sostuvo el médico, redujeron
significativamente la capacidad de resistencia y las ganas de vivir de los
prisioneros. Frankl vio esto como una confirmación del axioma de
Nietzsche: «Quien tiene un por qué vivir puede soportar casi cualquier
cómo». Frankl, Man’s Search for Meaning, 76.
«¡Esa es historia pasada!»: The Hiding Place, 205.
posibilidad de conseguir comida: A Prisoner and Yet, 172.
Bad Nieuweschans: The Hiding Place, 206; A Prisoner and Yet, 175; Tramp for
the Lord, 24.
«La hermana Tavenier no puede venir»: A Prisoner and Yet, 175-176; Tramp
for the Lord, 24-25; The Hiding Place, 206.
«¿A dónde irá?»: A Prisoner and Yet, 177; Tramp for the Lord, 26.
«¡Truus Benes!»: A Prisoner and Yet, 177; Tramp for the Lord, 26.
«Nunca había visto a nadie»: A Prisoner and Yet, 178; Tramp for the Lord, 27.
«¡Cinco minutos más!»: A Prisoner and Yet, 178-179; The Hiding Place, 206-
207; Tramp for the Lord, 27.
el silbido de un barco: A Prisoner and Yet, 179; Tramp for the Lord, 28.

Capítulo 25: Déjà Vu


tocaba una composición de Bach: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 179;
Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 28.
«Casi desearía»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 207.
«¡Herman!»: Ibid., 208-209.
iglesia de San Bavo: Ver el sitio official de la iglesia en
https://www.bavo.nl/en/. Ver también
https://www.bavo.nl/en/aboutbavo-and-nieuwe-kerk/grote-of-st-
bavo/organ/ y https://www. atlasobscura.com/places/grote-kerk.
tan familiar como: Tramp for the Lord, 28.
cayó en el abrazo de Nollie: The Hiding Place, 209.
habían robado varias cosas: A Prisoner and Yet, 180.
Betsie disponía las tazas: The Hiding Place, 209.
se desplomó sobre su cama: A Prisoner and Yet, 180.
«Si no es problema»: Tramp for the Lord, 28-29.
Luz del Mundo: Ibid., 30.
a acompañar al señor Toos: The Hiding Place, 210.
2«Señorita Ten Boom»: The Hiding Place, 210; Corrie Ten Boom, Clippings
from My Notebook, 30-31; Corrie Ten Boom, «Outside His Boundaries»,
revista The Hiding Place, julio-agosto 1980, 4-5; Carole C. Carlson, Corrie
Ten Boom: Her Life, Her Faith, 123. Nótese que la versión de esta historia
en The Hiding Place difiere ligeramente de los recuerdos de Corrie en
Clippings from My Notebook y «Outside His Boundaries», así como del
recuento de Carlson. En The Hiding Place los Sherrill escribieron que el
evento ocurrió en la prisión de Haarlem (e incluye un diálogo con Rolf,
un policía local al que Corrie conocía), mientras que en Clippings from
My Notebook, «Outside His Boundaries», así como en la ver-sión de
Carlson, se dice que es en la prisión y su conversación no ocurre con
Rolf, sino con el jefe de la prisión. En segundo lugar, en The Hiding Place,
los Sherrill escribieron que Corrie debía ir portando papeles falsos,
mientras que en Clippings from My Notebook, «Outside His Boundaries»,
y en Carlson se sostiene que Corrie debía ir con el hombre que hizo la
solicitud para hacer una presentación. Dada la coherencia de los
recuerdos personales de Corrie, su versión de la historia parece más
confiable que la versión de los Sherrill.
2Vidkun Quisling: Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3,
1203-1204.

Capítulo 26: La fábrica


2«¿una trabajadora clandestina?»: Corrie Ten Boom, Clippings from My
Notebook, 30-31; Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith,
123.
2En la redada número 15, llegaron a la casa de los Poley: Hans Poley, Return
to the Hiding Place, 186-187.
2despertaba a la hora del pase de lista: Ibid., 187.
2operación Maná: Ibid., 188. Ver también Walter B. Maass, The Netherlands
at War: 1940-1945, 239-241, y John Toland, The Last 100 Days, 567.
Después de una reunión entre Walter Bedell Smith, jefe de personal del
general Dwight D. Eisenhower, y Seyss-Inquart a principios de abril, se
llegó a un acuerdo para permitir el lanzamiento de alimentos desde el
aire. El 29 de abril de 1945 comenzaron los lanzamientos desde el aire y el
Comando de Bombarderos de la raf entregó más de 500 000 raciones
cerca de Rotterdam y La Haya. Los lanzamientos continuaron en las
zonas circundantes hasta el final de la guerra, el 8 de mayo, cuando los
aviones británicos y estadounidenses suministraron más de 11 millones
de raciones. Toland, The Last 100 Days, 567, nota a pie de página.
2«Debemos decírselo a la gente»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 211.
«Soy viuda»: Ibid., 212.
«¡Conque ha estado aquí antes!»: Ibid., 212-213.
«Nuestra casa es tan elegante»: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 185.
general alemán Johannes Blaskowitz: Marcel Baudot et al., eds., The Historical
Encyclopedia of World War II, 58; Robert S. Wistrich, Who’s Who in Nazi
Germany, 14; Maass, The Netherlands at War, 243; Diet Eman, Things We
Couldn’t Say: A Dramatic Account of Christian Resistance in Holland
During World War II, 306.
«Si Dios no hubiese»: A Prisoner and Yet, 182-183.
los canadienses liberaron Ámsterdam: Ver
https://www.holland.com/global/tourism/holland-stories/liberation-
route/canada-and-the-liberation-of-holland.htm. Ver también Eman,
302-304, y Hugo Bleicher, Colonel Henri’s Story: The War Memoirs of
Hugo Bleicher, Former German Secret Agent, 168.
Hans, Mies y Corrie decidieron: Poley, 188-189.
«Aquel que nos guio a través del oscuro valle »: S. A. R. Wilhelmina,
princesa de los Países Bajos, Wilhelmina, Lonely but Not Alone, 221-222.
«Como había vivido»: Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 31.
«Estimado señor»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 81.
había aceptado a más de 100 residentes: The Hiding Place, 213.
«Cada uno tenía un dolor»: Ibid.
«Esas personas de las que nos hablaste»: Ibid., 214.
«Gracias, Jesús»: Tramp for the Lord, 32-33.
Corrie se encontró a sí misma cantando: Ibid., 33.
«La escuché hablar»: Ibid., 37-38.
«Corrie, este es tu mensaje»: Ibid., 44-45.
«Corrie, hay tanta»: Ibid., 39-40.
vivían en una fábrica abandonada: The Hiding Place, 215.
Tendría que vivir con ellos: Ibid., 215. El amor de Corrie por estos alemanes
tiene eco en lo que Viktor Frankl encontró después de Auschwitz.
Después de la guerra, escribió: «El amor es el único camino para captar
a otro ser humano en lo más íntimo de su personalidad. Nadie puede
llegar a ser plenamente consciente de la esencia misma de otro ser
humano a menos que lo ame. Su amor le permite ver los rasgos y
características esenciales de la persona amada». Frankl, Man’s Search for
Meaning, 111.

Capítulo 27: Amar al enemigo


«Hemos localizado un lugar»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 216.
160 residentes: Corrie Ten Boom, Tramp for the Lord, 47.
La Iglesia luterana de Alemania: The Hiding Place, 218; Tramp for the Lord,
47.
diciembre de 1946, llegaron malas noticias: The Hiding Place, 218.
A inicios de 1947, Corrie habló: Tramp for the Lord, 55; Corrie Ten Boom,
Clippings from My Notebook, 75.
«putsch de la cervecería»: William Shirer, The Rise and Fall of the Third
Reich, 68-79; Louis L. Snyder, Encyclopedia of the Third Reich, 20-21.
«Qué agradecido estoy»: Tramp for the Lord, 55-56; The Hiding Place, 215;
Clippings from My Notebook, 75-76.
«mencionó Ravensbrück»: Tramp for the Lord, 56; Clippings from My
Notebook, 76.
no sintió la más mínima: The Hiding Place, 215.
«¡Jesús, ayúdame!»: Clippings from My Notebook, 77.
«¡Te perdono!»: Tramp for the Lord, 57; Clippings from My Notebook, 78.
«Si Jesús viniera»: Peter Van Woerden, In the Secret Place, 102.
«Señor Rahms, ¿me recuerda?»: Ibid., 103.
«Sí, Peter»: Ibid.
«Nunca olvidaré»: Corrie Ten Boom, Prison Letters, 90.
«¿Cómo se llama?»: Tramp for the Lord, 60-61.
Corrie con Hans Rahms: Esta fotografía se encuentra en la colección 78,
Papeles de Cornelia Arnolda Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 1,
Buswell Library Archives and Special Collections, Wheaton College,
Wheaton, IL (Buswell Library Collections).
Conny Van Hoogstraten: Tramp for the Lord, 65.
se debió a un error administrativo: The Hiding Place, 219.
30 000 hasta 92 700: En KL: A History of the Nazi Concentration Camps
(628), Nikolaus Wachsmann estima la cifra entre 30 000 y 40 000,
mientras que The Oxford Companion to World War II (929) sugiere que el
número podría ser de hasta 92 700.
«La amaba como a una hermana»: Tramp for the Lord, 65.
Ellen de Kroon: Ibid., 67; Ellen de Kroon Stamps, My Years with Corrie, 22.
Justa entre las Naciones: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 187; Corrie
Ten Boom, Father Ten Boom, 151-152. El nombramiento oficial de Corrie
como Justa entre las Naciones en 1967 puede encontrarse en el sitio web
oficial, Yad Vashem: The World Holocaust Remembrance Center,
https://www.yadvashem.org/yv/pdf-drupal/netherlands.pdf. Para
fotografías de Corrie así como sus comentarios sobre el evento, ver su
carta sin título dirigida a sus seguidores en It’s Harvest-Time, mayo-junio
de 1968. Para antecedentes detallados de Justo entre las Naciones y Yad
Vashem, ver Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the Holocaust, vol. 3,
1279-1283, y vol. 4, 1681-1686, respectivamente.
John y Elizabeth Sherrill: Ver el sitio de Elizabeth, ElizabethSherrill.com, así
como el de prefacio de John y Elizabeth en The Hiding Place.
Habían leído su autobiografía: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life,
Her Faith, 199.
le propusieron escribir: Si bien The Hiding Place está escrito en primera
persona, es una biografía autorizada, como Corrie señaló en numerosas
ocasiones. En el número de diciembre de 1970 de It’s Harvest-Time (12),
justo antes de que se publicara The Hiding Place en 1971, Corrie
reconoció que el libro estaba siendo escrito íntegramente por John y
Elizabeth Sherrill: «John y Tibby Sherrill están ocupados terminando mi
biografía. Este libro es producido y guiado por la oración. Algunos
amigos oraron día y noche por John y Tibby cuando el enemigo llegaba
con todo tipo de dificultades. La semana pasada estuve con ellos y leí el
manuscrito casi hasta el final. Ahora necesitamos orar por inspiración
para Tibby, quien está trabajando en los últimos capítulos».
Ver también una afirmación similar en la edición de julio de 1969 de
It’s Harvest-Time («que ahora está siendo escrito por John y Tibby
Sherrill»), 5. Más tarde, cuando fue el lanzamiento del libro, Corrie le
escribió una nota a su benefactor norteamericano diciendo: «Estoy muy
agradecida. El libro de John Sherrill, The Hiding Place, va bien en ventas
y me ha abierto muchas puertas y corazones». Carlson, Corrie Ten
Boom, 200.
tres millones de copias: ver la biblioteca Billy Graham en
https://billygrahamlibrary.org/3-millionth-copy-of-the-hiding-place/.
«No pasa nada»: Tramp for the Lord, 182-183. En su artículo inaugural para
la edición de enero de 1969 de It’s Harvest- Time, la publicación
bimestral que condujo con Peter Van Woerden (editor), Corrie relata
esta historia con lujo de detalle. El diálogo y las acciones en esta pieza de
1969 difieren ligeramente de la versión que aparece en Tramp for the
Lord, publicado en 1974. Ver también el relato de esta historia hecho
por Corrie con una audiencia en público en Corrie ten Boom, «A Rare
Recording of Corrie Ten Boom», vol. 1, audio en vivo, 2019.

Epílogo
World Wide Pictures lanzó: Ver el memorándum de Walter G. Gastil para la
Junta de Directivos Cristianos, Incorporado el 24 de julio de 1975, y su
«Repost of Status of ‘The Hiding Place’ Motion Picture», 1 de septiembre
de 1975, ambos ubicados en la colección 78, Papeles de Cornelia Arnolda
Johanna Ten Boom, 1902-1983, caja 1, fólder 3, Buswell Library Archives
and Special Collections, Wheaton College, Wheaton, IL («Buswell
Library Collections»).
En su carta a los directivos, reportó el éxito de las primeras
presentaciones: «La respuesta a “The Hiding Place” ha sobrecogido a
World Wide Pictures. Por ejemplo, en Mineápolis, se han llenado cinco
salas de cine, se expandieron a nueve y aún no era posible manejar a las
multitudes. Ninguna película había recibido tal avalancha de solicitudes
de entradas pagadas por adelantado en la historia de la industria
cinematográfica».
Ver también el anuncio del estreno a sus amigos del ministerio en
1975, también localizado en la Colección 78, caja 1, Buswell Library
Collections.
Para antecedentes sobre la película y fotografías de la producción, ver
Robert Walker, «The Hiding Place Revisited», Christian Life, enero de
1975, 16-17. Para fotografías de la producción fílmica, el cartel oficial de
la película y fotografías del estreno, ver la edición de invierno de 1975
de la revista The Hiding Place que se encuentra en la colección 78, caja 3,
Buswell Library Collections.
Para recuerdos preciados de Corrie interactuando con los miembros
del elenco y producción, ver «On the Set with Corrie and Bill Brown»,
revista The Hiding Place, primavera de 1974, 4-7, y «On the Set with
Corrie and Bill Brown», revista The Hiding Place, invierno de 1974-
1975, 6-7, ambas ubicadas en la colección 78, caja 3, Buswell Library
Collections.
Teatro Beverly Hills: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom: Her Life, Her Faith,
sección fotográfica sin número de página.
«Estoy tan feliz de que Dios»: Ellen de Kroon Stamps, My Years with Corrie,
24.
«busca en el escritorio»: Ibid., 124.
«Mi queridísima Ellen»: Ibid.
«Para Ellen de Kroon»: Ibid., 125.
«Gracias, Señor»: Ibid.
En 1977, a los 85 años: Ver Corrie Ten Boom, «New Beginnings», revista The
Hiding Place, enero-febrero de 1978, 10-11, y Emily S. Smith, More Than
a Hiding Place, 86. Para fotografías de Corrie y Pamela Rosewell en la
casa en Placentia, ver el archivo fotográfico en la colección 78, caja 1,
Buswell Library Collections; revista The Hiding Place, verano de 1977,
colección 78, caja 3, Buswell Library Collections, y Smith, More Than a
Hiding Place, 86-87.
Birmingham Hippodrome Theatre: Colección 78, caja 2, fólder 2, Buswell
Library Collections. Nótese que este fólder contiene el plan de negocio
del musical, tratamiento, presupuesto de producción, elenco principal,
bocetos de escenas, cartel oficial, reseñas y el guion completo de Nigel
Swinford (director y compositor musical).
Christians, Incorporated : Para el certificado de constitución de la
organización, los estatutos, la lista de funcionarios y directores originales,
la estructura, las actas de la reunión anual, las actas de la junta directiva y
los estados financieros, ver colección 78, caja 1, fólders 7 y 8, y caja 2,
fólder 2, Buswell Library Collections. Para nombres y fotografías de los
directivos en 1973, ver revista The Hiding Place, verano de 1973, 13,
colección 78, caja 3, fólder «Publications: The Hiding Place 1973-1982»,
Buswell Library Collections.
Asociación de Trabajadores Penitenciarios Cristianos: Ver «The Association
of Christian Prison Workers Launches Nationwide Training», revista The
Hiding Place, enero- febrero de 1979, 4-5; y 30 de junio de 1979,
correspondencia de Duane Pederson, presidente de los Voluntarios
Cristianos de Prisión, et al., a la junta de directivos, Asociación de
Trabajadores Penitenciarios Cristianos, colección 78, caja 2, fólder 2,
Buswell Library Collections.
murió en su casa: Para el certificado de defunción de Corrie, ver la colección
78, caja 5, Buswell Library Collections. Ver también la edición
conmemorativa de la revista The Hiding Place, abril de 1983, que incluye
notas especiales de Ruth Graham (esposa de Billy Graham), William R.
Barbour Jr. (jefe de la compañía Fleming H. Revell, publicista de Corrie),
Jeannette Clift George (quien actuó como Corrie en la película de The
Hiding Place), y Pamela Rosewell, ayudante de Corrie, junto con otros,
que se encuentra en la colección 78, caja 2, fólder 3, Buswell Library
Collections. Para fotografías del servicio funerario, ver colección 78, caja
1, fólder «Corrie’s Funeral Services 1983», Buswell Library Collections.
60 países: Ver los pasaportes de Corrie, 1948-1972, colección 78, caja 3,
fólder 5, Buswell Library Collections. En enero de 1977, Corrie escribió
que había visitado su país número 64: Suecia. Ver la revista The Hiding
Place, primavera de 1977, 4, en la colección 78, caja 3, Buswell Library
Collections. Ver también Smith, More than a Hiding Place, 61, 72, 76, 78-
79, 94-95, y Carlson, Corrie Ten Boom, 124, 166-178, 182-205.
estudiantes en Uganda… trabajadores de fábricas: Corrie Ten Boom, The
Hiding Place, 219; Smith, 88, 94-96, 107. Corrie pasó un tiempo
considerable en Uganda, como lo revelan sus archivos de
correspondencia. Ver, por ejemplo, la carta de Corrie desde Kampala,
Uganda, dirigida a Beste Anne el 15 de diciembre de 1965, ubicada en la
colección 78, caja 1, fólder 3, Buswell Library Collections; y la
correspondencia del 8 de diciembre de 1976 a Pamela Roswell (asistente
de Corrie) referente a la iglesia de Uganda, ubicada en la colección 78,
caja 1, fólder 7, Buswell Library Collections.
aldeanos en Siberia: Carlson, 191.
prisioneros en San Quintín: Ibid., sección fotográfica sin número de página.
Corrie habló con los prisioneros en San Quintín (cerca de San Francisco)
el 25 de septiembre de 1977, cuando tenía 85 años, Smith, 107.
funcionarios del Pentágono: Ver correspondencia de Corrie Ten Boom al
Hermano Andrew el 3 de noviembre de 1976, ubicada en la colección 78,
caja 1, fólder 7, Buswell Library Collections.
colonia de leprosos: Corrie Ten Boom, «The Paddle of God’s Love», It’s
Harvest-Time, septiembre-octubre de 1961, 4 et seq.; «Dear Friends», It’s
Harvest-Time, noviembre-diciembre de 1961, 1. Ambas publicaciones se
ubican en la colección 78, caja 3, Buswell Library Collections.
nombrada caballero por Juliana: https://www.biography.com/activist/corrie-
ten-boom.
adoptada como hermana india: Ver la carta evangélica para sus seguidores
fechada el 8 de agosto de 1977, que se encuentra en la colección 78, caja
1, fólder 8, Buswell Library Collections; «Lomasi», revista The Hiding
Place, enero-febrero de 1980, 15, ubicada en la colección 78, caja 3,
Buswell Library Collections; y la carta de Pamela Rosewell a Anne
fechada el 15 de septiembre de 1977 (con una foto de Corrie con el
tocado indio), colección 78, caja 1, Buswell Library Collections.
doctorado honoris causa: el certificado de Corrie, junto con las fotografías de
la ceremonia, pueden verse en la revista The Hiding Place, verano de
1976, 4, ubicadas en la colección 78, caja 3, Buswell Library Collections.
abdicó al trono: S. A. R. Wilhelmina, princesa de Países Bajos, Lonely but Not
Alone, 236-237. En 1959, nuevamente como princesa de los Países
Bajos, Wilhelmina publicó sus memorias.

El resto de la historia
Doctor Arthur Seyss-Inquart: I. C. B. Dear y M. R. D. Foot, eds., The Oxford
Companion to World War II, 998; Israel Gutman, ed., Encyclopedia of the
Holocaust, vol. 4, 1344-1346; Werner Warmbrunn, The Dutch Under
German Occupation, 1940-1945, 11, 30; William Shirer, The Rise and Fall
of the Third Reich, 1143. Para detalles sobre la carrera de Seyss-Inquart en
las ss, ver de manera general, Jacob Presser, Ashes in the Wind.
Hanns Albin Rauter: Warmbrunn, The Dutch Under German Occupation, 30-
32.
Otto, Edith, Margot y Ana Frank: Ana Frank, The Diary of a Young Girl, 339-
340.
brote de tifus: Corrie Ten Boom, A Prisoner and Yet, 149.
Audrey Hepburn: Robert Matzen, Dutch Girl: Audrey Hepburn and World
War II, fotografías y subtítulos entre las páginas 192-193.
Fritz Sühren: Larry Loftis, Code Name: Lise, 242, 259-260.
miles de mujeres: En KL: A History of the Nazi Concentration Camps (628),
Nikolaus Wachsmann estima la cifra entre 30 000 y 40 000, mientras que
The Oxford Companion to World War II (929) sugiere que el número
pudo ser de hasta 92 700.
El padre de Corrie fue aceptado: Yad Vashem: The World Holocaust
Remembrance Center. Casper fue aceptado en 2007, y el dato puede
encontrarse en la lista de holandeses en
https://www.yadvashem.org/yv/pdf-drupal/netherlands.pdf.
a una calle de Haarlem se le puso su nombre: Emily S. Smith, More Than a
Hiding Place, 107.
Betsie fue aceptada: Yad Vashem: The World Holocaust Remembrance
Center. https://www.yadvashem.org/yv/pdf- drupal/netherlands.pdf.
«Está bien… con Kik»: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 218.
It Is Well with My Soul: El manuscrito original y completo puede verse en
spaffordhymn.com.
Ville du Havre: «Run Down: Midnight Collision Between the Ville Du Havre
and the Loch Erne», Chicago Tribune, diciembre 2, 1873, 1.
«Salvada sola»: Telegrama de Western Union enviado de Anna a Horatio
Spafford, 1 de diciembre de 1873.
Willem Ten Boom: Esta foto se encuentra en la colección 78, caja 1, Buswell
Library Collections.
« ¿Conoces el nombre Ten Boom?»: Corrie Ten Boom, Father Ten Boom:
God’s Man, 108-109; Peter Van Woerden, «For Love of Israel», revista The
Hiding Place, primavera, 1974, 2-3, 13 (resumido del artículo completo
que publicó Peter en la revista Jerusalem Post, 8 de marzo de 1974),
ubicado en la caja 3, fólder «Publications: The Hiding Place 1973-1982»,
Buswell Library Collections.
escuela Ten Boom en Maarssen: Smith, More Than a Hiding Place, 107.
Durante los siete años posteriores a la guerra: Carole C. Carlson, Corrie Ten
Boom, 89; The Hiding Place, 218. Nótese que el recuerdo de Corrie fue
que Kik murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, el campo
donde Kik aparentemente fue prisionero en primer lugar. Dada la
tardanza en descubrir qué había ocurrido con Kik, sin embargo, parece
más plausible el recuento de Carlson de que murió en un campo de
trabajos forzados en Rusia.
«Ayer Marina me llevó»: Guillermo Font, Kik Ten Boom: The Clockmaker’s
Grandson, 43, 271-272.
se llama Ten Boomstraat: Font, Kik Ten Boom, 26; Smith, 107.
escultura de bronce: Font, 26.
grupo de canto familiar: The Hiding Place, 219. Ver también Peter Van
Woerden, «Just So You Understand», It’s Harvest- Time, enero de 1958
(edición inaugural), donde Peter explica cómo es que él y Corrie se
juntaron para coproducir la publicación. Colección 78, caja 3, Buswell
Library Collections.
Peter y su familia al piano: Esta fotografía es parte del artículo de Peter
«Greetings from Geneva», It’s Harvest-Time, enero-febrero-marzo de
1960, ubicado en la colección 78, caja 3, Buswell Library Collections.
ayudó a Corrie con su segundo: Father Ten Boom: God’s Man, 15. Nótese
también que Peter visitó el Museo Ten Boom en noviembre de 1975 y
firmó el libro de visitas, que puede encontrarse en el libro de visitas del
Beje, vol. 1 (de 4), colección 78, caja 2, fólder 2, Buswell Library
Collections. Los Hermanos de Peter: Cocky, Aty y Noldy hicieron una
visita más tarde, firmando el 20 de octubre de 1976.
Debajo del retrato de Casper: Esta fotografía se ubica en la colección 78, caja
1, Buswell Library Collections.
la Cruz Conmemorativa de la Resistencia Holandesa: Hans Poley, Return to
the Hiding Place, 207.
obtuvo un doctorado: Ibid.
Eusi, Corrie y Hans: Esta fotografía de la reunión en el Beje de Eusi, Corrie y
Hans en 1974 puede encontrarse en Poley, Return to the Hiding Place,
sección fotográfica sin número de página, y en Smith, More Than a
Hiding Place, 81.
enseñó matemáticas en Dreefschool: Poley, 200.
«¿A quién debemos advertir?»: Ibid., 201.
«Mary fue arrestada»: libro de visitas del Beje, vol. 1, colección 78, caja 2,
Buswell Library Collections; Poley, 203 (con una traducción al inglés).
Mirjam de Jong: Poley, 200.
«Su amistad enriqueció»: Ibid.
no sobrevivió: Ibid., 200-201.
«een van hen die in de engelenbak»: Libro de visitas del Beje, vol. 2,
encontrado en la colección 78, caja 2, fólder 2, Buswell Library
Collections.
casi 1 000 bebés e infantes: Mark Klempner, The Heart Has Reasons: Dutch
Rescuers of Jewish Children During the Holocaust, 130-132; Warmbrunn,
The Dutch Under German Occupation, 170; «The Story of Walter
Suskind», http://
www.holocaustresearchproject.org/survivor/suskind.html.
que salvaron a los refugiados: Smith, 82, 105.
Eusi fue arrestado: Poley, 201.
«Voy a cumplir mi promesa»: Ibid., 204.
el libro de visitas: Este volumen del libro de visitas del Beje es el 1 de 4, y se
ubica en la colección 78, caja 2, Buswell Library Collections.
«Hoy, tras 30 años de haber estado escondido»: Poley, 202-203 (traducción
al inglés de Hans de los comentarios de Eusi).
Eusi firmando el libro de visitas: El comentario de Eusi en holandés se
encuentra en el libro de visitas del Beje, vol. 1, colección 78, caja 2,
fólder 2, Buswell Library Collections.

Apéndice: Refugiados del Beje


25 de mayo, Señora Kleermaker: Corrie Ten Boom, The Hiding Place, 76.
27 de mayo, Pareja de ancianos: Ibid., 77.
28 de mayo, Pareja: Ibid., 79.
Finales de mayo, Varios, sin identificar: Ibid., 81.
1 de junio, Madre y bebé, otros niños: Ibid., 93-94.
13 de mayo, Hans Poley: Hans Poley, Return to the Hiding Place, 15. Hay que
tener en cuenta que Corrie menciona a Meijer Mossel (Eusi) como la
próxima llegada (The Hiding Place, 96), pero no llevó ningún diario
durante este tiempo y trató de recordar fechas y nombres unos 28 años
después de los acontecimientos. Hans Poley llevó un diario durante la
guerra, que reveló que Eusi era, de hecho, el sexto refugiado permanente
en el Beje. Poley, Return to the Hiding Place, 15-47. Irónicamente, aunque
Corrie menciona a Hans cinco veces en su autobiografía de 1947, A
Prisoner and Yet (15, 18-20), no se le encuentra en su publicación de
1971, The Hiding Place. La fecha de entrada de Hans en el Beje el 13 de
mayo (como primer refugiado permanente) está confirmada por Corrie
Ten Boom: Her Life, Her Faith, 93, de Carol C. Carlson, y por More Than a
Hiding Place: The Life Changing Experiences of Corrie Ten Boom de Emily
S. Smith, 104, publicado por Corrie Ten Boom House Foundation en
2010. En el video recorrido por el Beje de la House Foundation, se cita
detaladamente a Hans Poley hablando sobre su estancia con los Ten
Boom (visitar el tour virtual corrietenboom.com).
La explicación lógica para la ausencia de Hans en The Hiding Place es
que el libro no fue escrito por Corrie, sino por John y Elizabeth Sherrill
(ver la nota final en el capítulo 27), quienes no tenían conocimiento
directo de los eventos y aparentemente no vieron las referencias de
Corrie a Hans en A Prisoner and Yet. Para obtener más detalles sobre la
misteriosa ausencia de Hans en The Hiding Place, consulte la primera
nota a pie de página del capítulo 6.
14 de mayo, Hansje Frankfort-Israels: Poley, 28-29; Smith, 104.
8 de junio, Mary Van Itallie: Poley, 40; Smith, 104.
Mediados de junio, Henk Wessels: Poley, 41; Smith, 104.
Mediados de junio, Leendert Kip: Poley, 41; Smith, 104.
28 de junio, Meijer Mossel: Poley, 47-48; Smith, 104.
Inicios de julio, Muchos, sin identificar: Poley, 64.
15 a 18 de julio, Jop: The Hiding Place, 99. Corrie no identifica la fecha exacta
de aparición de Jop, solo que llega después de Wessels, Kik y Eusi, lo que
puede situarlo a inicios de julio.
15 a 18 de julio, Henk Wiedijk: Poley, 64; Smith, 104.
19 de julio, Señor De Vries: Poley, 75; Smith, 104.
Inicios de agosto, Kik Ten Boom con dos amigos: Poley, 76.
29 de septiembre, Mirjam de Jong: Poley, 85-86; Smith, 104.
Mediados de octubre, Muchos, sin identificar: Poley, 64.
Finales de octubre, Nel: Poley, 97; Smith, 104.
Finales de octubre, Ronnie Gazan: Poley, 97, Smith, 104 (identifica el apellido
de Ronnie como Da Costa Silva).
Enero, Meta (Martha) y Paula Monsanto: Poley, 118; Smith, 104.
28 de febrero, Reynout (Arnold) Siertsema: Smith, 105.
28 de febrero, Hans Van Messel: Ibid.

Nota del autor


«escribir un libro es una aventura»: Evan Esar, 20,000 Quips & Quotes, 86.
«Cuando la conocí por primera vez»: Carole C. Carlson, Corrie Ten Boom:
Her Life, Her Faith, 7.
BIBLIOGRAFÍA

Archivos, exhibiciones y documentos oficiales


Buswell Library Archives and Special Collections, Wheaton College,
Wheaton, IL
Christians, Incorporated (Certificate of Incorporation, Bylaws, Annual
Directors Meeting Minutes, Reports)
Corrie Ten Boom House Foundation, Haarlem, Países Bajos
Corrie Ten Boom Museum, bitácora de asistentes
International Congress on World Evangelization
Jewish Cultural Quarter, Ámsterdam
Jewish Family and Children’s Services Holocaust Center, San Francisco
Joods Historisch Museum, Ámsterdam
Netherlands State Institute for War Documents, Ámsterdam
niod Institute for War, Holocaust, and Genocide Studies
Trial of the Major War Criminals Before the International Military Tribunal,
Official Text English Edition, Núremberg
United States Holocaust Memorial Museum, Washington D. C.
Yad Vashem: The World Holocaust Remembrance Center, Jerusalén

Libros, artículos y presentaciones


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CRÉDITOS DE FOTOGRAFÍAS

Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections


Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections
Cortesía de Life Magazine
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
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Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections (izquierda);
cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation (derecha)
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Hans Poley
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Cortesía de Hans Poley
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Cortesía de Corrie Ten Boom en su libro de 1947, A Prisoner and Yet
Cortesía de Hans Poley
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections (superior);
cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation (inferior)
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections (superior);
cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections (superior e
inferior)
Cortesía de Buswell Library Archives and Special Collections cortesía de
Hans Poley (superior); cortesía de Corrie ten Boom House Foundation
(inferior)
Cortesía de Hans Poley (superior); cortesía de Corrie ten Boom House
Foundation (en medio); cortesía de Buswell Library Archives and Special
Collections (superior); cortesía de Hans Poley (inferior)
Cortesía de Hans Poley (superior); cortesía de Corrie ten Boom House
Foundation (las dos de en medio); Cortesía de Buswell Library Archives
and Special Collections (inferior)
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation
Cortesía de Corrie Ten Boom House Foundation (superior); cortesía de
Hans Poley (inferior)
Cortesía de Hans Poley (superior); cortesía de Buswell Library Archives and
Special Collections (inferior)
ÍNDICE ANALÍTICO

Los números en cursivas hacen referencia a imágenes


Prisoner and Yet (Corrie ten Boom),
Abwehr
Alemania. Véase también Gestapo; Hitler, Adolf; Luftwaffe; nazis invasión de la Wehrmacht de otros
países, tierra anexada por
batalla de las Ardenas,
bombarderos, invasión de Sicilia, operación Maná
operación Market-Garden
pilotos derribados
señales de victoria
Altschuler, Otto
Amersfoort, campo de tránsito
Amstelveenseweg, prisión
Anexo Secreto (escondite de la familia Frank)
ángeles, guarida de los (refugio del Beje)
capacidad
condiciones claustrofóbicas
construcción
escape de
falta de baños
locación
nombre
redada alemana temida como inminente
redada de la Gestapo
simulacros de emergencia
suministros
Annaliese
Anschluss (anexión de Austria)
Argumento (operación aliada)
Arnold. Véase Siertsema, Reynout
Asociación de Trabajadores Prisioneros Cristianos
Auschwitz

Bach, Johann Sebastian


batalla de las Ardenas
bbc, radio
Beck, Ludwig
Beer Hall Putsch (Golpe de la cervecería)
Beje. Véase también ángeles, guarida de los
actividades de la Resistencia
avisos de redada
código del timbre
como centro de convalecencia posterior a la guerra
como Museo Corrie ten Boom
conversación en la sala de visitas
en el testamento de Opa
entretenimiento
escondiendo buceadores
escondiendo judíos
Hans, arresto y
Hans, cumpleaños
Hans escondiéndose en
Henny, cumpleaños
libro de visitas
limpiador de ventanas
lista de refugiados
llegada de los refugiados
los ten Boom con «invitados»
número de refugiados en
objetos saqueados del
protegido por ángeles
recorrido en video
redadas de la Gestapo
refugiados permanentes
regreso de Corrie de Ravensbrück
relojería
reunión (1974)
rutina diaria
simulacros de emergencia
sistema de alarma
sistema seguro/no seguro
soldados alemanes buscando refugio
soledad y aburrimiento
techo
vigilias nocturnas
visita navideña de Mies
visitante de Ermelo
Benes, Truus
Bergen-Belsen
Bernhard of Lippe-Biesterfeld
Bierens de Haan, señora. Véase también Bloemendaal
Blaskowitz, Johannes
Bloemendaal (casa De Haan)
Boileu, señora
Bonhoeffer, Dietrich
Bonhoeffer, Julie
Brandenberger, Erich
Brauchitsch, Walter von
Brouwershofje (casa para ancianos)
Brownshirts. Véase Sturmabteilung
buceadores. Véase onderduikers
Bulge, batalla del (batalla de las Ardenas)
Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas Alemanas)
Buswell Library Collections (Archivos y Colecciones Especiales de la Biblioteca Buswell)

campos de concentración. Véanse también campos específicos


control de las ss
ejecuciones
estaciones de tránsito
Frank familia en
judíos transportados a
Kristallnacht (noche de los cristales rotos)
necesidades espirituales de prisioneros liberados
número de holandeses deportados y ejecutados
planes de evangelización de Betsie en la posguerra
Spieker en
suicidio
trabajos forzados
canadiense, ejército
Canaris, Wilhelm
Carlson, Carole C.
Casa Fundación Corrie ten Boom
católicos, Grupos de jóvenes
Chamberlain, Neville
Chicas Jóvenes (Jungmaedel)
Choltitz, Dietrich von
Christoffels, señor
Churchill, Peter
Churchill, Winston
clandestino. Véase Resistencia y operaciones clandestinascomplot de los generales
Creche (guardería de Ámsterdam)
cristianos, persecución de Hitler de
Cristianos Incorporados
Cruz Conmemorativa de la Resistencia Holandesa
Cruz Roja
Dachau, campo de concentración
Dacosta, Thea. Véase Frankfort-Israels, Hansje «Thea»
da Costa Silva, Ronnie. Véase Gazan, Ronnie
Daladier, Edouard
Darmstadt (anterior campo de concentración)
desembarco en Normandía
de Costa, Isaac
de Jong, Mirjam
Dekema, Hanneke
de Kroon, Ellen
de Leeuws, familia
Delft, Universidad Tecnológica
de Vries, señor
diaconía, Groningen (casa de la diaconisa)
Diederiks, señora
Dietl, Eduard
Dietrich, Sepp
Dirección de Operaciones Especiales (soe). Véase también Sansom, Odette
Dohnanyi, Hans von
Dönitz, Karl
Dora (esposa de Eusi). Véase Mossel, Dora
Dourlein, Pieter
Dreefschool

Ede
Ederveen, Theo
Eisenhower, Dwight D.
Eman, Diet
escasez de comida. Ver también tarjetas de racionamiento bloqueo alemán
bulbos de tulipán como comida
campos de concentración
desviados hacia Wehrmacht
operación Maná
prisiones

Falkenhausen, Alexander von


Fellgiebel, Erich
Ferrer, Mel
Flip. Véase Van Woerden, Flip
Font, Guillermo
Foulkes, Charles
Frank, Ana
Frank, Edith (madre)
Frank, Margot (hermana)
Frank, Otto (padre)
Frankfurt-Israel, Hansje «Thea»
como refugiada permanente del Beje
el Beje, simulacros de emergencia
el Beje, vida diaria
huyendo del Beje tras el arresto de Nollie
redada al Beje de la Gestapo
suministros de la guarida de los ángeles
vida de la posguerra
Frankl, Viktor
sobre el amor como el único camino
sobre el número de prisionero
sobre la epidemia de tifus en Auschwitz
sobre la tasa de muerte de Auschwitz
sobre las ejecuciones en Auschwitz
sobre las necesidades espirituales de los prisioneros liberados
sobre las raciones diarias de Auschwitz
sobre los suicidios en el campo de concentración
sobre los trabajos forzados en los campos de concentración
Franz Ferdinand, archiduque
Fuerzas Aéreas Estratégicas de EE. UU.
Fundación Christian Hope Indian Eskimo

Gastil, Walter G.
Gazan, Ronnie
alias gentil
cumpleaños de Mies
en dramatis personae
huida del Beje y retorno
llegada al Beje
redada al Beje por la Gestapo
«General, la» (cruel guardia de la prisión de mujeres)
George, Jeannette Clift
Gerard (prisionero)
Gestapo
arresto de Hans Poley
arresto de la familia de Frank
arresto de Spieker
asesinado por la Resistencia
campo de tránsito Amersfoort
deportación de judíos
ejecuciones de la Resistencia
investigaciones del plan de Hitler
métodos de tortura
redadas a casas en Haarlem
redadas a universidades
redada del Beje
tácticas de interrogación
venganza y represalias
vigilancia a Willem ten Boom
Gilbert, Martin
Giskes, Hermann
Goebbels, Joseph
Goering, Hermann
Goethals, Georges
Goudsmit-Oudkerk, Betty
Graham, Billy
Griffith, Aline
Grote Kerk. Véase San Bavo, iglesia
Grynszpan, Berta
Grynszpan, Herschel
Guarida del Lobo

Haag, Vince
Halder, Franz
Halverstad, Felix
Hammerstein, Kurt von
Händel, Georg Friedrich
Harris, Irving
Harris, Julie
Hartog, Piet
Hase, Paul von,
Hendriks, señor y señora
Henley, Paul
Henny. Véase Van Dantzig, Henny
Hepburn-Ruston, Adriaantje (Audrey Hepburn)
Hermandad Luterana de María
Het Apeldoornsche Bosch
The Hiding Place (Corrie ten Boom) como biografía autorizada
año de publicación
Hans Poley omitido de
musical
título
ventas
versión fílmica
Himmler, Heinrich
Hindenburg, Paul von
Hischemöller, señor
Hitler, Adolf. Véase también Alemania; nazis
antipatía por parte de Hindenburg
batalla de las Ardenas (del Bulge)
canciller electo
cervecería, putsch de la
complots para asesinar a
diplomacia internacional
golpe y complot en su contra
Guarida del Lobo
hambriento de tierras
holandeses como compañeros arios
invasión de los Países Bajos
invasión de Polonia,
Mein Kampf
orden de destruir París
persecución de cristianos
persecución de judíos
promoción de Seyss-Inquart
reglamentos de las Juventudes Hitlerianas
reocupación de Renania
Rommel en tanto héroe
reunión con Mussolini
Holanda. Véase Países Bajos
Hollandsche (Joodse) Schouwburg
hopi, tribu
Hoü (relojero)
Hurt, Susannah

Iglesia confesante
Iglesia Reformada holandesa
Ineke, señor
Institutum Judaicum,
invierno del hambre
Itallie, Mary. Ver Van Itallie, Mary
It Is Well with My Soul («Está bien con mi alma») (himno de Spafford)
It’s Harvest-Time (publicación periódica)

Jans, Tante
Jensen, señora
judíos. Véanse también personas y organizaciones específicas
arribos al Beje
bebés rescatados de la guardería
boicot de negocios
Casper ten Boom y
censos
colocados en escondites por la lo
como la niña de los ojos de Dios
comunidad de Ámsterdam
deportaciones
desapariciones
ejecuciones
Estrella de David
Kristallnacht, Leyes de Núremberg
negocios ocupados por alemanes
número de judíos holandeses deportados y asesinados
prohibiciones de empleo
prohibiciones de matrimonio
retirados de Haarlem
tarjetas de racionamiento
ten Boom ruegos por los
transportados a campos de concentración
vedados de escuelas públicas
vedados de espacios públicos
Jodl, Alfred
Joodse (Hollandsche) Schouwburg
Jop
Juliana, reina
Jungmaedel (Chicas Jóvenes)
Jungvolk (Juventudes)
Justo entre las Naciones
Juventudes (Jungvolk)
Juventudes Hitlerianas

Kan, señor
Kapteyn (agente de la Gestapo)
Karel (el primer y único amor de Corrie)
Katrien (sirvienta de Nollie y Flip)
Keitel, Wilhelm, 32n, 183nKip, Leendert
como refugiado permanente del Beje
dejando el Beje
llegada al Beje
redada alemana temida como inminente rescate de bebés de la guardería judía, simulacros de
emergencia en el Beje, sistema de alarma del Beje
sobre los ten Boom y el mentir
vida de posguerra
vida diaria en el Beje
Kleermaker, señora
Kooistra, doctor
Koornstra, Fred
Kotälla («verdugo de Amersfoort»)
Kristallnacht (noche de los cristales rotos)
Kuipers-Rietberg, señora Helena T.

Landelijke Organisatie voor Hulp aan Onderduikers (lo)


Lauwers, H. M. G.
«Liga de Muchachas Alemanas» (Bund Deutscher Maedel)
Leness, señora
Lindemann, Fritz
«listo» Mels
lo (Landelijke Organisatie voor Hulp aan Onderduikers)
Luftwaffe
Luitingh, Cornelia «Cor». Véase ten Boom, Cornelia «Cor» Luitingh
Lutero, Martin
MacKenzie, William
Maná (operación aliada)
Manstein, Erich von
Manteuffel, Hasso von
mapa de la invasión germana de los Países Bajos
Market-Garden (operación aliada)
Marusha (prisionera de Ravensbrück)
Mauthausen, campo de concentración
Mels, listo
MI5
Mies. Véase Wessels, Mies
Minnema, familia
Miolée, A.
Model, Walter
Monsanto, Meta «Tante Martha»
como refugiada permanente del Beje
fe en Dios
huida del Beje y retorno
redada de la Gestapo al Beje
vida de posguerra
Monsanto, Paula
Montgomery, Bernard
Moorman, señor
Mopje (guardia amable)
Mossel, Dora
Mossel, Meijer «Eusi»
arresto
como refugiado permanente del Beje
confianza en los ten Boom
fe en Dios
huida del Beje y retorno
libro de visitas del Beje
llegada al Beje
limpiador de ventanas en el Beje
Meta y
Mirjam y
muerte y entierro
nacimiento de su hijo, 119 nombre
redada alemana temida como inminente
redada de la Gestapo al Beje
reunión en el Beje (1974)
suministros de la guarida de los ángeles
vida de posguerra
vida diaria en el Beje
Mozart, Wolfgang Amadeus
Müller, Christian
Müller, Heinrich
Müller, Josef
Múnich, Acuerdo de
Museo Corrie ten Boom
Mussert, Anton
Mussolini, Benito

Nationaal-Socialistische Beweging in Nederland (Movimiento Nacionalsocialista en los Países Bajos)


(nsb)
Navidad
nazis
desprecio a los enfermos y los débiles
juramentos estudiantiles de lealtad
Nel

Organización Nacional para la Ayuda de Fugitivos. Véase Landelijke Organisatie voor Hulp aan
Onderduikers

Países Bajos
ataques de la Luftwaffe en Inglaterra
bajas de guerra
deportación de judíos a Alemania
donaciones en apoyo a los judíos
expulsión de judíos
fuerza militar
himno nacional
invasión alemana
muertes por hambre
ocupación alemana
persecución nazi de judíos
racionamiento
recriminaciones contra colaboracionistas en la posguerra
redadas, razias
rendición alemana
Primera Guerra Mundial

Neuengamme, campo de concentración


Niemöller, Martin
Nietzsche, Friedrich
Nils (trabajador clandestino)
noche de los cristales rotos (Kristallnacht)
Nordisk Folkereisning (Despertar del Pueblo Nórdico)
nsb (Nationaal-Socialistische Beweging in Nederland) (Movimiento Nacionalsocialista en los Países
Bajos)
Núremberg, juicios de
Núremberg, Leyes de
O’Connell, Arthur
Oelie (prisionero de Ravensbrück)
Olbricht, Friedrich
onderduikers («buceadores»). Véase también Jop; Kip, Leendert; Poley, Hans; Wessels
Henk; Wiedijk, Henk
operación Argumento («Gran Semana»)
operación Maná
operación Market-Garden
Op te Winkel, Wim,
Orwell, George
Oster, Hans
Overzet, Jan

Patton, George S.
Paulus, Friedrich
Philips, fábrica
Pickwick. Véase Sluring, Herman
Piet (prometido de Aty Van Woerden)
Pimentel, Henriëtte Henriques
Poley, Anneke
Poley, Hans (Johannes)
arresto
arresto de Nollie
atestiguando la venganza de la Gestapo
certificado de clero
código del timbre en el Beje
como refugiado permanente del Beje
cumpleaños en el Beje
Delft, Universidad Tecnológica de
diario
disfrazado como mujer
encuentro con Corrie después de Ravensbrück
en el campo de tránsito Amersfoort
en la lucha contra el nacionalsocialismo
en la prisión de Amstelveenseweg
en la prisión de Scheveningen
Eusi y
fecha de muerte de Betsie
fe en Dios
guarida de los ángeles
guarida de Zelanda
huida del Beje y regreso
libro de visitas del Beje, limpiador de ventanas del Beje
llegada al Beje
Mies, correspondencia con
Mies, matrimonio con
Mies, romance con
Mirjam y
omitido de The Hiding Place
pilotos derribados y
portación de armas
reconocimientos y honores
redada alemana temida como inminente
redada de la Gestapo a la casa de Poley
rescate de bebés de la guardería judía
Resistencia
Return to the Hiding Place
reunión en el Beje (1974)
simulacro de emergencia en el Beje
sobre cambios radicales para los cristianos holandeses
sobre la llegada de visitas al Beje
sobre la redada de la Gestapo al Beje
sobre la visita al Beje desde Ermelo
tarjeta de identificación falsificada
tarjetas de racionamiento
techo del Beje
vida de posguerra
vida diaria en el Beje
visita navideña de Mies
Poley, Mies. Véase Wessels, Mies
Poley, señor (padre de Hans)
Poley, señora (madre de Hans)
«Polo Norte» (operación Abwehr)
Popov, Dusko
Portheine, Willem
Posthuma, F. E.
Princip, Gavrilo

Quisling, Vidkun
racionamiento, tarjetas de. Véase también escasez de comida
radio bbc
familia ten Boom
mensajes de la reina Wilhelmina
operadores soe
prohibida por autoridades nazis
Radio Oranje

Rahms, Hans
en dramatis personae
entrevistas con Betsie
entrevistas con Corrie
entrevistas con Peter
encuentro posguerra con Corrie
encuentro posguerra con Peter
lectura del testamento de Opa
liberación de Corrie, esfuerzos posteriores
Ranz des Vaches, reloj
Rauter, Hanns Albin
Ravensbrück, campo de concentración
atención médica
baños y plomería
barraca de castigo
Biblia traficada de Corrie y Betsie
cámara de gases
centro de procesamiento
comandante
condiciones de sueño
crematorio
crueldad
cuidados para mujeres liberadas
descripción
ejecución de mujeres mayores de
epidemia de tifus
esperanza de los prisioneros en la victoria de los aliados
evangelio de Corrie para mujeres jóvenes
examinaciones médicas
experimentos médicos
grupo de tejido
hambruna para mantener el servilismo
incremento en las ejecuciones
juicios por crímenes de guerra
liberación de Corrie
muerte de Betsie
muertes diarias
nivelar el terreno, como trabajo forzado
«Noche y niebla», barraca de castigo
número de muertes
oscuridad de las celdas
programa de ejecuciones
pulgas y piojos
sentencia de muerte de Corrie
servicios de adoración
servicio memorial
tarjetas rojas
trabajos en la fábrica Siemens
transporte de pacientes al crematorio
transporte de prisioneros a las cámaras de gas, transporte hacia
vida diaria
razias (programa de trabajos forzados)
El relojero/The Watchmaker, (grabado)
Resistencia y operaciones clandestinas
agentes alemanes asesinados por
agentes de la Gestapo asesinados por
asesinatos por
búsqueda de escondites
contribuciones de Hepburn
ejecuciones de la Gestapo de
el Beje como centro de la
encuentros
en dramatis personae
grupo de buceadores
invasión alemana a los Países Bajos
líderes de la nsb asesinados por
papel de Hans Poley
precauciones de seguridad
redadas a casas por la Gestapo
rescate de pilotos británicos derribados
rogando por dinero
tarjetas de racionamiento
traidores asesinados por
Resistencia holandesa. Véase Resistencia
Reydon, Hermannus
Ridderhof (agente de la Abwehr)
Rietti, Robert
Roenne, Freiherr von
Rolf (policía de Haarlem)
Rommel, Erwin
Rosewell, Pamela
Real Fuerza Aérea (raf)
bombardeos
operación Maná (envío aéreo de comida)
pilotos derribados
Ryan, Cornelius
Rundstedt, Gerd von

Sachsenhausen, campo de concentración


San Bavo, iglesia (Grote Kerk)
Sansom, Odette
Sanzo, Antonio
Sas, Gijsbertus Jacobus
sa (Sturmabteilung)
Scheveningen, prisión
crematorios
evacuación de prisioneros
familia Süskind
familia ten Boom
guardias
liberación de Peter
tamaño de celda
Schlabrendorff, Fabian von
Schöngarth, Karl
Sección de Asalto. Véase Sturmabteilung
Segunda Guerra Mundial, comienzos
Seyffardt, Hendrik
Seyss-Inquart, Arthur
control de los medios
ejecución
envío aliado de comida por aire
deportación de judíos
descripción general del puesto
legado
nombrado comisionado de los Países Bajos por el Reich
persecución de los judíos
prohibición del himno nacional
racionamiento
redadas a universidades
Sherrill, Elizabeth
Sherrill, John
Siemens, fábrica
Siertsema, Reynout (nombre código Arnold)
como líder de la Resistencia
en dramatis personae
libro de invitados del Beje
llegada al Beje
redada de la Gestapo al Beje
Van Messel como asistente
vida de posguerra
sinagogas, Kristallnacht
Slomp, Reverendo F.
Sluring, Herman «Pickwick», «Tío Herman», «Oom Herman» apodos
arresto
arresto de Nollie
cumpleaños de Flip
en dramatis personae
encuentro con la Resistencia
escondites en el Beje
fe en Dios
mensajes en código
obteniendo té
pilotos derribados y
regreso de Corrie de Ravensbrück
supervisión de la lo
Smit (agente de la Gestapo)
Smit, señor (arquitecto)
Smith, Emily S.
Smith, Walter Bedell
Snoetje (gato)
Sociedad Holandesa por Israel
soe. Véase Dirección de Operaciones Especiales
Spafford, Anna
Spafford, Annie
Spafford, Bessie
Spafford, Horatio
Spafford, Maggie
Spieker, Josef
Spurgeon, Charles
ss
aborrecido por la Wehr
macht
campo de tránsito Amersfoort
control de campos de concentración, control de prisiones
ejecuciones del campo de concentración
guardias de Ravensbrück
liderazgo
Stamps, Robert (Bob)
Stauffenberg, Claus Schenk von
Stieff, Hellmuth
Stroelin, Karl
Stuelpnagel, Karl-Heinrich
Sturmabteilung (sa)
Sudetenland (Sudetes), anexión alemana de
Sühren, Fritz
Süskind, Walter

Taconis, Thys
Tavenier, hermana
ten Boom, Arnolda Johanna «Nollie» arresto (redada del Beje)
arresto (redada de la casa Van Woerden)
arresto de Peter
Betsie, correspondencia con
concierto de Peter para recaudar dinero para los judíos
con sus hermanos (1910)
Corrie, correspondencia con
Corrie, regreso de Ravensbrück
cumpleaños 84 de Opa
en dramatis personae
en la prisión de Scheveningen
escondite en la casa
fe en Dios
liberación de Scheveningen
mentir como pecado
nacimiento e infancia
ten Boom, Casper «Opa»
Altschuler y
arresto
arresto de Hans y, arresto de Peter
atestiguando la expulsión de los judíos
asistencia a la iglesia
carta a Bob Van Woerden
con «invitados» del Beje
cumpleaños
cumpleaños de Flip, cumpleaños de Henny, cumpleaños de Mies
directivos de Dreefschool
en dramatis personae
en la prisión de Scheveningen
entretenimiento en el Beje
fe en Dios
Herinneringen van een Oude; Horlogemaker (Memorias de un viejo relojero)
lectura de su testamento
libros sobre
matrimonio y familia
memorial
Mirjam y
muerte y entierro
nacimiento
Navidad
pasaje favorito de la Biblia
política de puertas abiertas del Beje
premios y honores
retrato
radio
recepción de los judíos en el Beje
redada de la Gestapo al Beje
retrato fílmico
rutina diaria en el Beje
sobre la muerte como «ir a casa»
sobre los judíos como los elegidos de Dios, solidaridad con los judíos
tienda de relojes
Wilhelmus (himno nacional)
ten Boom, Christiaan Johanes «Kik»
arresto
deportación
en dramatis personae, legado
llegada al Beje
muerte
novela histórica sobre
Resistencia
retrato
sobre el crematorio de Scheveningen
ten Boom, Cornelia Arnolda Johanna, «Corrie» «Tante Kees». Véase también The Hiding Place; A
Prisoner and Yet
Altschuler y
archivos
arresto
arresto de Hans
arresto de Nollie
arresto de Peter
asistencia a la iglesia
atestiguando la expulsión de los judíos
Beje tras Ravensbrück
bombardeos alemanes de La Haya
Christoffels y
con «invitados» del Beje
con Peter
cumpleaños de Hans
cumpleaños de Henny
Ellen de Kroon y, encuentro con Rahms tras la guerra, dramatis personae
en la Diaconía (casa de la diaconesa)
en la iglesia de San Bavo
escondiendo a judíos en el Beje
escondiendo a los buceadores en el Beje
escondiendo a soldados alemanes en el Beje
escondite en el Beje
Eusi y
evangelización en Alemania
evangelización en Bloemendaal tras la guerra, evangelización en los Estados Unidos tras la
guerra, evangelización en Uganda tras la guerra
evangelización mundial tras la guerra
Father ten Boom: God’s Man
fe en Dios
gripe y pleuresía
Hans y Mies, reunión posterior a Ravensbrück
Hans y Mies, visita posterior a la guerra
It’s Harvest-Time (publicación periódica)
Jop como mensajero
lema de evangelización tras la guerra
legado
limpiador de ventanas del Beje
llegada de Hans al Beje
memorial de Opa
mentir como pecado
Mies y
mintiendo a los alemanes
Mirjam y
muerte
muerte de Betsie
muerte de Opa, nacimiento e infancia
oficio de relojera
perdón a enemigos
Pickwick y
piloto británico y
planes de evangelización tras la guerra
policía de Haarlem y
premios y honores
radio
Ravensbrück
Ravensbrück, Biblia
Ravensbrück, enfermedad, Ravensbrück, equipo de tejido
Ravensbrück, evangelización
Ravensbrück, liberación
Ravensbrück, llegada a
Ravensbrück, sentencia de muerte
Ravensbrück, trabajo en la fábrica
Ravensbrück, transporte hacia, Ravensbrück, viaje a casa desde
razias, redadas en
redada alemana temida como inminente
redada de la Gestapo al Beje
redada de la Gestapo a la casa de Willem
rescate de bebés de la guardería judía
Resistencia, encuentro
Resistencia, notas
retiro
retrato fílmico
reunión en el Beje (1974)
Scheveningen, celda
Scheveningen, confinamiento en solitario
Scheveningen, correspondencia
Scheveningen, cumpleaños
Scheveningen, enfermedades
Scheveningen, entrevistas
Scheveningen, evacuación
Scheveningen, Evangelios
Scheveningen, guardias
Scheveningen, lectura del testamento de Opa, Scheveningen, llegada
Scheveningen, tiempo afuera
simulacros de emergencia en el Beje
sistema seguro/no seguro del Beje
sobre el Beje protegido por ángeles
sobre el control alemán de los periódicos
sobre la invasión alemana de los Países Bajos
sobre la muerte de Kik
solidaridad de Opa con los judíos
tarjetas de racionamiento
trabajo con personas con retraso mental
trabajo de Hans en la Resistencia
traicionada y entregada a la Gestapo
tras la guerra
vida diaria en el Beje
visitante de Ermelo al Beje
Vught, asesinatos en masa
Vught, campo de concentración
Vught, correspondencia
Vught, enfermedad
Vught, esfuerzos de liberación
Vught, trabajo en la fábrica
ten Boom, Cornelia «Cor» Luitingh (madre de Corrie)
ten Boom, Elisabeth Bell (abuela de Corrie)
ten Boom, Elisabeth, «Betsie», «Tante Bep» (hermana de Corrie)
Altschuler y
arresto
arresto de Hans y, 125 asistencia a la iglesia, bombardeos alemanes, cumpleaños de Flip,
cumpleaños de Henny, cumpleaños de Mies
en dramatis personae
escondiendo judíos en el Beje
Eusi y
fe en Dios
interrogatorio de la Gestapo
limpiador de ventanas del Beje
Mirjam y, muerte
nacimiento e infancia
Pickwick y
planes de evangelización posteriores a la guerra
premios y honores
problemas de salud
radio
Ravensbrück
Ravensbrück, Biblia, Ravensbrück, equipo de tejido
Ravensbrück, llegada
Ravensbrück, servicios de adoración
Ravensbrück, tarjeta roja
Ravensbrück, trabajo en la fábrica
Ravensbrück, transporte hacia
redada de la Gestapo al Beje
retrato fílmico
Scheveningen, correspondencia
Scheveningen, entrevistas
Scheveningen, evacuación
Scheveningen, lectura del testamento de Opa
Scheveningen, llegada
solidaridad de Opa con los judíos
vida diaria en el Beje
visitante en el Beje de Ermelo
Vught, campo de concentración
ten Boom, Geertruida Van Gogh
ten Boom, Tine Van Veen
ten Boom, Willem (hermano de Corrie)
administración del asilo, arresto
como autor
con sus hermanos (1910)
cumpleaños 84 de Opa, disertación doctoral
en dramatis personae
en torno a la falta de respeto a los mayores por parte de los alemanes
escondiendo judíos
estudios sobre el antisemitismo
evangelización
legado
muerte
nacimiento e infancia
preocupación en torno al destino de Kik
preocupación en torno a los pogromos contra judíos
prisión de Scheveningen
redada de la Gestapo al Beje
redada de la Gestapo a su casa
regreso de Corrie desde Ravensbrück
retrato
retrato fílmico
tarjetas de racionamiento, 49 tuberculosis
ten Boom, Willem (abuelo de Corrie)
«teoría del retroceso»
Theresienstadt, campo de concentración de
Tiny (prisionera de Ravensbrück)
Toos, señor
Tresckow, Henning von
Trommer, Richard
tropas de asalto. Véase Sturmabteilung
tulipán, bulbos como comida

Van Asch, señora


Van Dantzig, Henny
advirtiendo a Corrie de la invasión a Italia
concierto en el Beje
cumpleaños
piloto británico y
redada de la Gestapo al Beje, relojería del Beje, ten Boom e «invitados»
visitante de Ermelo al Beje
Van der Bijl, Andrew «Hermano Andrew»
Van Gogh, Geertruida. Véase ten Boom, Geertruida Van Gogh
Van Hoogstraten, Conny
Van Hulst, Johan
Van Itallie, Mary
arresto
bendición para
como refugiada permanente del Beje
huida del Beje y retorno
llegada al Beje
Mies y
Mirjam y
muerte
nacimiento del hijo de Eusi
prometido
provisiones de la guarida de los ángeles
redada de la Gestapo al Beje
simulacros de emergencia en el Beje
vida diaria en el Beje
Van Leyenhorst, Evert
Van Logteren, Jan
Van Messel, Hans
Van Overeem, señora Loes
Van Riessen, Henk
Van Rijn (trabajador clandestino)
Van Sevenhuysen, Tom. Véase Gazan, Ronnie
Van Veen, Tine. Véase ten Boom, Tine Van Veen
Van Woerden, Aty
Van Woerden, Bob
Van Woerden, Cocky
Van Woerden, Flip
Van Woerden, Noldy
Van Woerden, Nollie. Véase ten Boom, Arnolda Johanna «Nollie»Van Woerden, Peter
arresto (himno nacional)
arresto (redada al Beje), arresto de Nollie
como visitante del Beje
concierto para recaudar dinero para los judíos
disfrazado como mujer
en dramatis personae
en la prisión de Scheveningen
entrevista en Scheveningen y liberación
escondiendo un radio
Eusi y
fe en Dios
It’s Harvest-Time (publicación periódica) libro de visitas del Beje
memorias
Navidad
religión, importancia de
redada de la Gestapo al Beje
redadas, razia
retrato fílmico
tocando el órgano
vida en la posguerra
Varsovia, Polonia
Vaticano
Veen, Tine Van. Véase ten Boom, Tine Van Veen
«Verdonck»
Vereide, Abraham
Vinke-Dekema, Hanneke
Visser ‘t Hooft, Hendrik
Vogel, Jan (visitante de Ermelo en el Beje), vom Rath, Ernst
Vught, campo de concentración
ejecuciones
evangelización de los Ten Boom
fábrica Philips
«la General» (guardia cruel)
pases de lista
prostitutas
signos de la victoria de los aliados, trabajos forzados
tuberculosis de Corrie

Waard, señora
Wachsmann, Nikolaus
Wagner, Eduard
Wehrmacht
batalla de las Ardenas (del Bulge)
complots contra Hitler
desertores en el Beje
invasiones por la
rendición en Holanda
ss despreciadas por la
Welczeck, Johannes von
Wertheim, Johannes Gustaaf (Jobs)
Wessels, Henk
como refugiado permanente del Beje
dejando el Beje
llegada al Beje, madre
padre
redada alemana temida como inminente
rescate de bebés de la guardería judía
simulacros de emergencia en el Beje
vida diaria en el Beje
Wessels, Mies
cumpleaños
educación
encuentro con Corrie tras Ravensbrück
Hans, correspondencia con
Hans, matrimonio con
Hans, romance con
libro de visitas del Beje
reunión en el Beje (1974)
vida en la posguerra
visita en Navidad
Westerbork, estación de tránsito
Wiedijk, Henk
altura
arresto de su madre
en dramatis personae
huida del Beje y retorno
llegada al Beje
redada de la Gestapo al Beje
reunión posguerra, 269vida diaria en el Beje
Wilhelmina, reina
abdicación
con el corazón roto por la barbarie en contra de los judíos
confianza de posguerra
evacuación hacia Inglaterra
invasión alemana de los Países Bajos, memorias
mensajes por radio
plan de captura de Hitler
sobre Hitler
Wilhelmus (himno nacional)
Wilkerson, David
Willemse (agente de la Gestapo)
Winkelman, H. G.
Witteveen, Dominee (ministro de la Iglesia Reformada holandesa)
Witzleben, Erwin von
Acerca del autor

LARRY LOFTIS es el autor de cuatro thrillers de no ficción que han sido


bestsellers tanto del New York Times como en distintos países del mundo: La
hija del relojero (Planeta, 2024), The Princess Spy (bestseller del New York
Times, Wall Street Journal y USA Today, ganador de la medalla de bronce en
los Florida Book Awards), Code Name: Lise (bestseller de USA Today, ganador
de la medalla de plata en los Florida Book Awards, semifinalista en los
Goodreads Choice Awards) e Into The Lion’s Mouth (bestseller internacional).
Larry recibió su B.A. (Ciencias Políticas, con honores) y su J.D. (Derecho) por
la Universidad de Florida, donde fue editor ejecutivo senior y editor senior de
artículos en la revista Law Review. Es abogado con calificación AV, ha
publicado artículos jurídicos académicos en el National Law Journal, Florida
Bar Journal, Florida Banking, y en las revistas de Derecho de las universidades
de Florida, Georgia y Suffolk. Cuando no está investigando o escribiendo,
Larry se encuentra en el gimnasio, los tatamis de United Legion Brazilian Jiu-
Jitsu o haciendo ejercicio al aire libre.
Título original: The Watchmaker’s Daughter

© 2023 por Larry Loftis


Publicado por acuerdo con Javelin Group y Casanovas & Lynch Literary Agency

Traducido por: Andrea Rivas


Diseño de portada: Planeta Arte & Diseño / Raymundo Ríos Vázquez

Derechos reservados

© 2024, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.


Bajo el sello editorial PLANETA M.R.
Avenida Presidente Masarik núm. 111,
Piso 2, Polanco V Sección, Miguel Hidalgo
C.P. 11560, Ciudad de México
www.planetadelibros.com.mx

Primera edición impresa en México: agosto de 2024


ISBN: 978-607-39-1674-5

Primera edición en formato epub: agosto de 2024


ISBN: 978-607-39-1806-0

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático,


ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del
Código Penal).

Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de
Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).
Las hermanas Mitford
Benedict, Marie
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Usaron su influencia y poder para ayudar a los nazis, ahora


tendrán que pagar el precio

Mientras Europa se prepara para la inminente guerra contra los


alemanes, en Inglaterra las fascinantes hermanas Mitford dominan
la escena política, literaria y social. Aunque en el pasado han
enfrentado escándalos por su comportamiento libertino, todo se sale
definitivamente de control cuando Diana se divorcia de su
acaudalado esposo —el heredero de la tradicional cervecería
Guinness— para casarse con un líder fascista. Su hermana Unity
sigue su ejemplo y, con sus frecuentes viajes a Alemania, provoca
rumores de que se ha convertido en la amante de Hitler.

Los comentarios entre la élite inglesa se incrementan


aceleradamente y, ante las sospechas cada vez más fuertes de que
sus hermanas son espías de los alemanes, Nancy Mitford, novelista
y hermana mayor, decide llegar hasta las últimas consecuencias
para descubrir la verdad. Una fascinante novela sobre un caso real
que sacudió a la opinión pública y mostró cómo incluso las familias
más poderosas de Inglaterra sucumbieron ante las trampas
ultranacionalistas de los nazis.
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Violet Sorrengail creía que a sus veinte años se uniría al Cuadrante


de los Escribas para vivir una vida tranquila, estudiando sus amados
libros y las historias antiguas que tanto le fascinan. Sin embargo, por
órdenes de su madre, la temida comandante general, Violet debe
unirse a los miles de candidatos que luchan por formar parte de la
élite de Navarre: los jinetes de dragones.

Cuando eres más pequeña y frágil que los demás tu vida corre
peligro, porque los dragones no se vinculan con humanos débiles;
de hecho, los incineran. Sumado a esto, con más jinetes que
dragones disponibles, buena parte de los candidatos mataría a
Violet con tal de mejorar sus probabilidades de éxito; otros, como el
despiadado Xaden Riorson, el líder de ala más poderoso del
Cuadrante, la asesinarían simplemente por ser la hija de la
comandante general. Para sobrevivir, necesitará aprovechar al
máximo todo su ingenio.

Día tras día, la guerra que se libra al exterior del Colegio se torna
más letal, las defensas del reino se debilitan y los muertos
aumentan. Por si fuera poco, Violet sospecha que los líderes de
Navarre esconden un terrible secreto.

Amistad, rivalidad y pasión... en el Colegio de Guerra de Basgiath


todos tienen una agenda oculta y saben que una vez adentro solo
hay dos posibilidades: graduarse o morir.

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Nadie dijo que crecer sería fácil, pero Jules no esperaba que fuera
tan abrumador: la relación de sus mejores amigos está dañada, su
mamá no está lista para soltar el pasado y los problemas con su
novio Evan parecen no acabar.

Jules está segura de que no hay forma de empeorar la situación...


hasta que su cercanía con Shane la hace cuestionar sus verdaderos
sentimientos hacia el chico que por mucho tiempo juró odiar. Elegir
entre Evan y Shane no debería ser difícil: uno es su guapísimo y
misterioso novio; el otro es... un idiópido, pero tantos problemas
nublan el juicio de Jules y le impiden dar el siguiente paso.

Ahora, no sólo tendrá que enfrentarse a la incertidumbre de lo que


vendrá cuando se gradúe, sino que su corazón deberá tomar una
decisión que cambiará su vida para siempre.

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