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La Tierra Transformada

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por el autor de

El corazón del mundo SELLO Crítica


COLECCIÓN
Cuando reflexionamos sobre la historia, FORMATO 15,5X23 tapa dura con
rara vez dedicamos suficiente atención sobrecubierta
LA

TIERRA
a las inundaciones más destructivas, SERVICIO
los inviernos más rigurosos, las sequías
más devastadoras o cómo los ecosistemas
han experimentado cambios a lo largo TRANSFORMADA CORRECCIÓN: SEGUNDAS
del tiempo.
DISEÑO
En La Tierra transformada Peter Frankopan,

Peter
uno de los historiadores más destacados REALIZACIÓN
a nivel mundial, demuestra que el entorno
natural no solo es un factor crucial, sino
Nuestro mundo ha estado siempre
frankopan
CARACTERÍSTICAS
posiblemente el definitorio en la historia
global, y no solo de la humanidad. en transformación, transición y cambio. IMPRESIÓN
Las erupciones volcánicas, la actividad

LA TIERRA

frankopan
Desde el Big Bang hasta el día de hoy
solar, los cambios atmosféricos y PETER FRANKOPAN
oceánicos, junto con las acciones la actividad solar, las erupciones volcánicas, es catedrático en Global History por la
humanas, son elementos fundamentales PAPEL
las inundaciones y las sequías han dado forma Universidad de Oxford y Senior Research

Peter
en el pasado y presente. En esta obra
a la historia natural y a la de la humanidad. Fellow del Worcester College de Oxford PLASTIFÍCADO
magnífica y revolucionaria, exploraremos

TRANSFORMADA
y fellow de la Royal Society of Literature,
los orígenes de nuestra especie, el Las formas en que hemos utilizado, explotado la Royal Historical Society, la Royal Asiatic UVI
desarrollo de la religión y el lenguaje,
y cómo estos se entrelazan con el y adaptado la tierra han traído beneficios enormes, Society, la Royal Anthropological Society,
la Royal Geographic Society y la Royal RELIEVE
entorno. Se analizará cómo el deseo pero a menudo hemos pagado un alto precio. Society of Arts. Ha dado conferencias
de centralizar el excedente agrícola dio BAJORRELIEVE
en las principales universidades del
origen al estado burocrático, cómo
las crecientes demandas de cosechas
A medida que enfrentamos un futuro el mundo desde el principio mundo, incluidas Cambridge, Yale,
STAMPING
contribuyeron al aumento del comercio precario, aprender lecciones del pasado Harvard, Princeton, Nueva York, el
de personas esclavizadas y cómo los nunca ha sido más importante. de los tiempos King’s College de Londres y el Institute
of Historical Research. Es asesor especial FORRO TAPA
intentos de comprender y manipular
de la ONU y asesor senior del Banco
el clima tienen una historia extensa
Mundial. Es autor de El corazón del mundo.
y profunda. Todas estas narrativas
Una nueva historia universal (Crítica, 2016),
ofrecen lecciones de capital importancia GUARDAS
Las nuevas rutas de la seda. Presente y futuro del
a medida que nos enfrentamos a un el mundo mundo (Crítica, 2019) y La primera cruzada.
futuro incierto marcado por el rápido INSTRUCCIONES ESPECIALES
calentamiento global. desde el La llamada de Oriente (2022).
@peterfrankopan
Llevándonos desde el Big Bang hasta el principio
día de hoy y más allá, La Tierra transformada
nos obliga a enfrentarnos a los continuos de los
PVP 34,90 € 10340667
esfuerzos de la humanidad por dar tiempos
Diseño de la cubierta: Emma Ewbank / Greg Heinimann
Imagen de la cubierta: © CalimaX / Alamy / ACI
sentido al mundo natural. Fotografía del autor: © Charles Moriarty

www.ed-critica.es

100MM 160MM 53 mm 160 MM 100MM


PETER FRANKOPAN

LA TIERRA
TRANSFORMADA

El mundo desde el principio


de los tiempos

Traducción castellana de
Luis Noriega

CRÍTICA
BARCELONA

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Primera edición: marzo de 2024

La Tierra transformada. El mundo desde el principio de los tiempos


Peter Frankopan

La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye una sociedad mejor.


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Título original: The Earth Transformed. An Untold History

© Peter Frankopan, 2023

© de la traducción, Luis Noriega, 2024

© Editorial Planeta, S. A., 2024


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Crítica es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.

editorial@ed-critica.es
www.ed-critica.es

ISBN: 978-84-9199-623-1
Depósito legal: B. 1.936-2024
Impresión y encuadernación: Huertas Industrias Gráficas, S. A.
Printed in Spain - Impreso en España

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ÍNDICE

Mapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

1. El mundo desde los albores del tiempo


(c. 4.500 millones de años-c. 7 millones de años a. C.) . . . 55
2. Sobre los orígenes de nuestra especie
(c. 7 millones de años-c. 12.000 a. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . 75
3. Las interacciones humanas con los ecosistemas
(c. 12.000-c. 3500 a. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
4. Las primeras ciudades y redes comerciales
(c. 3500-c. 2500 a. C.). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
5. Sobre los riesgos de vivir por encima de nuestras
posibilidades (c. 2500-c. 2200 a. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
6. La primera era de la conectividad (c. 2200-c. 800 a. C.) . . 165
7. Sobre la naturaleza y lo divino (c. 1700-c. 300 a. C.) . . . . 183
8. La frontera esteparia y la formación de los imperios
(c. 1700-c. 300 a. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
9. El período cálido romano (c. 300 a. C.-c. 500 d. C.). . . . . 245
10. La crisis de la antigüedad tardía
(c. 500 d. C.-c. 600 d. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
11. La era dorada de los imperios (c. 600-c. 900) . . . . . . . . . . 299
12. El período cálido medieval (c. 900-c. 1250). . . . . . . . . . . . 331
13. Las enfermedades y la formación de un nuevo mundo
(c. 1250-c. 1450) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 367

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14. Sobre la expansión de los horizontes ecológicos


(c. 1400-c. 1500) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 401
15. La fusión del viejo y el nuevo mundo (c. 1500-c. 1700) . . 427
16. Sobre la explotación de la naturaleza y de las personas
(c. 1650-c. 1750) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 451
17. La pequeña edad de hielo (c. 1550-c. 1800). . . . . . . . . . . . 485
18. A propósito de la gran y la pequeña divergencia
(c. 1600-c. 1800) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 521
19. Industria, extracción y naturaleza (c. 1800-c. 1870) . . . . . 557
20. La era de la turbulencia (c. 1870-c. 1920) . . . . . . . . . . . . . 589
21. Moldear nuevas utopías (c. 1920-c. 1950) . . . . . . . . . . . . . 633
22. Remodelar el medioambiente global
(mediados del siglo xx) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 667
23. Las preocupaciones se agudizan (c. 1960-c. 1990) . . . . . . 707
24. Al borde de los límites ecológicos
(c. 1990 hasta la actualidad) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 751

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 793

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 815
Notas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 819
Créditos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 821
Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 825

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Capítulo 1
EL MUNDO DESDE LOS ALBORES DEL TIEMPO
(c. 4.500 millones de años-c. 7 millones de años a. C.)

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era


caos y confusión y oscuridad por encima del abismo...

Génesis 1:1-2

Todos deberíamos estar agradecidos por los dramáticos cambios que


ha experimentado el clima del planeta desde sus orígenes. De no ser
por la intensa actividad del sol, los repetidos impactos de los asteroi-
des, las épicas erupciones volcánicas, las extraordinarias transforma-
ciones de la atmósfera, los espectaculares movimientos tectónicos y
la constante adaptación de la vida durante miles de millones de años,
hoy no estaríamos aquí. Los astrofísicos se refieren a la región habi-
table alrededor de una estrella como la «zona de Ricitos de Oro», el
espacio ni demasiado caliente ni demasiado frío en el que puede
prosperar la vida. La Tierra es uno de los muchos planetas cuyas
órbitas se encuentran en una región privilegiada de ese tipo. Sin em-
bargo, desde la aparición de nuestro planeta hace unos 4.600 millo-
nes de años, las condiciones en la corteza terrestre han estado cam-
biando de forma constante y, en ocasiones, de manera catastrófica.1
Durante la mayor parte de su existencia, la Tierra ha sido un mundo
en el que nuestra especie no habría sido capaz de sobrevivir. En el
mundo actual, solemos pensar en los seres humanos como los arqui-
tectos del peligroso cambio ambiental y climático, pero somos ade-
más los grandes beneficiarios de las transformaciones del pasado.
El papel que hemos desempeñado en este planeta ha sido excepcio-
nalmente modesto. Los primeros homininos aparecieron hace apenas

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56 la tierra transformada

unos pocos millones de años, y los primeros humanos anatómicamen-


te modernos (incluidos los neandertales) hace solo unos quinientos
mil años.2 El conocimiento que tenemos del período transcurrido des-
de entonces es incompleto, difícil de interpretar y, con frecuencia, en
exceso especulativo. A medida que nos vamos acercando a la época
moderna, la arqueología nos ayuda a comprender de manera más
fiable cómo vivían nuestros antepasados; pero para saber lo que hi-
cieron, pensaron y creyeron tenemos que esperar hasta el desarrollo
de sistemas de escritura completos hace unos cinco mil años. Eso
quiere decir que los textos y documentos que nos permiten recons-
truir el pasado con cierto detalle y matiz abarcan apenas un 0,000001 %
de la historia del planeta: no solo tenemos la fortuna de existir como
especie, sino que en el gran esquema de la historia no somos más que
unos recién llegados.
Como unos invitados maleducados que se presentan a última hora
para causar estragos y destruir la casa que los ha acogido, el impacto
de los seres humanos sobre el entorno natural ha sido considerable y
sus efectos se están acelerando de tal forma que muchos científicos
cuestionan hoy la viabilidad de la vida humana a largo plazo. Con
todo, eso no es en absoluto inusual. Por un lado, nuestra especie no
es la única que contribuye a la transformación del mundo que nos
rodea: las demás especies de la biota, es decir, la flora, la fauna y los
microorganismos, no son víctimas pasivas o simples espectadores de
una relación supuestamente única o especial entre los humanos y la
naturaleza. Cada una participa de forma activa en procesos de cam-
bio, adaptación y evolución, en ocasiones con consecuencias devasta-
doras.
Esta es una de las razones por las que algunos estudiosos han criti-
cado la idea del «Antropoceno», una denominación que da prioridad
a los seres humanos, la «especie distinguida» que se ha atribuido el
derecho de determinar qué es y qué no es salvaje y de clasificar como
«recursos» aquello que puede utilizar, de forma sostenible o no. En
opinión de algunos, el nombre delata una «arrogancia que sobrevalo-
ra enormemente las contribuciones humanas al tiempo que minimiza
las de otras formas de vida hasta hacerlas casi inexistentes».3

Durante cerca de la mitad de la historia de la Tierra, no había oxí-


geno en la atmósfera o este era escaso. Nuestro planeta se formó a

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el mundo desde los albores del tiempo 57

través de un largo período de acreción, o acumulación gradual de ca-


pas, al que siguió una gran colisión con un cuerpo del tamaño de Mar-
te; esta liberó la energía suficiente para derretir el manto terrestre y
crear la atmósfera original a partir del intercambio entre el océano de
magma y el vapor producido por el impacto, que era anóxico, es decir,
carente de oxígeno.4
Llegado el momento, los ciclos biogeoquímicos de la Tierra termi-
naron generando una transformación radical. Aunque existe un im-
portante debate alrededor de cómo, cuándo y por qué surgió la fotosín-
tesis oxigénica, las pruebas aportadas por los biomarcadores orgánicos,
los fósiles y los modelos metabólicos a escala genómica indican que las
cianobacterias evolucionaron para absorber la energía de la luz solar y
usarla para crear azúcares a partir de agua y dióxido de carbono y libe-
rar a la atmósfera el oxígeno derivado de ese proceso. Nuevos modelos
sugieren que las entre mil y cinco mil millones de descargas eléctricas
que cada año se producían en la atmósfera primitiva habrían podido
ser la fuente de las grandes concentraciones de fósforo reactivo prebió-
tico que serían necesarias para el surgimiento de la vida. Eventualmen-
te, los ciclos biogeoquímicos de la Tierra sufrieron una transformación
radical. Aunque existe un debate considerable sobre cómo, cuándo y
por qué ocurrió la fotosíntesis oxigenada, la evidencia de biomarcado-
res orgánicos, fósiles y datos a escala genómica sugiere que las ciano-
bacterias evolucionaron para absorber y tomar energía de la luz solar,
usándola para producir azúcares a partir de agua y dióxido de carbo-
no, liberando oxígeno como subproducto.5
Hace alrededor de tres mil millones de años, si no antes, se genera-
ba suficiente oxígeno para permitir la aparición de «oasis» en hábi-
tats marinos poco profundos, protegidos y ricos en nutrientes.6 Ya
fuera como consecuencia de las reacciones químicas, el desarrollo
evolutivo, la repentina superabundancia de cianobacterias, las erup-
ciones volcánicas o la desaceleración de la rotación de la Tierra (o
una combinación de estos cinco factores), los niveles de oxígeno en la
atmósfera crecieron con rapidez hace unos 2.500 o 2.300 millones de
años, lo que tuvo como resultado un episodio conocido como la
«gran oxidación». Este fue un momento clave que allanó el camino
para el surgimiento de la vida compleja tal y como la conocemos.7
También condujo a cambios espectaculares en el clima, ya que el
oxígeno, cada vez más abundante, reaccionaba con el metano para

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58 la tierra transformada

producir vapor de agua y dióxido de carbono. Esto, en conjunción


con los efectos de la formación de un gran supercontinente a partir de
la colisión de las masas continentales existentes, debilitó el efecto in-
vernadero del planeta, que se cubrió por completo de hielo y nieve.8
Es posible que las variaciones de la órbita de la Tierra alrededor del
Sol, lo que se conoce como los ciclos de Milanković, también contri-
buyeran a este proceso.9 Lo mismo puede decirse de los impactos de
meteoritos gigantescos, que desempeñaron un importante papel en la
formación de los continentes.10 A lo largo de varios centenares de
millones de años, los episodios glaciales pudieron ser más débiles o
más fuertes, pero en general el efecto de la «Tierra bola de nieve» fue
tan drástico que algunos científicos se refieren a este período en su
conjunto como un «desastre climático».11
Este proceso fue inestable y complejo, y es un tema sobre el que se
están realizando considerables avances en la investigación actual.12
No obstante, lo que aquí nos interesa es que, al igual que ocurrió con
las glaciaciones posteriores, tuvo como resultado cambios profundos
en la vida vegetal y animal del planeta,13 como la aparición de orga-
nismos de tamaño más grande y el desarrollo de mayores velocidades
para compensar la elevada viscosidad de las frías aguas de los ma-
res.14 Una hipótesis reciente sostiene que el surgimiento de cinturones
de «supermontañas» de ocho mil kilómetros de longitud pudo haber
contribuido al aumento de los niveles de oxígeno en la atmósfera y
estimulado la evolución biológica al depositar en los océanos, a me-
dida que esas formaciones se erosionaban, fósforo, hierro y otros nu-
trientes a lo largo de cientos de millones de años.15
El registro fósil de organismos macroscópicos complejos comien-
za con la biota del período Ediacárico, que apareció hace unos 570
millones de años y de la que formaron parte al menos cuarenta espe-
cies reconocidas de animales multicelulares que eran simétricos (lo
que, es de suponer, resultaba útil para funciones como la movilidad).16
Esto marcó un período de extraordinaria diversificación en la varie-
dad, evolución y adaptación de los animales que vivían en los océa-
nos, donde algunas criaturas, como los trilobites, desarrollaron ór-
ganos respiratorios en las extremidades superiores.17
Hacia el final del período Ordovícico, hace unos 444 millones de
años, se produjo un enfriamiento repentino, quizá desencadenado
por los cambios tectónicos que crearon los montes Apalaches; el fuer-

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el mundo desde los albores del tiempo 59

te descenso de las temperaturas provocó alteraciones en las corrientes


oceánicas profundas y el descenso del nivel del mar, lo que redujo los
hábitats disponibles tanto para las especies planctónicas como nectó-
nicas. Ese enfriamiento desencadenó una primera oleada de extincio-
nes; la siguiente llegó cuando el clima se moderó, el nivel del mar su-
bió y las pautas de las corrientes oceánicas se interrumpieron, lo que
se tradujo en una caída pronunciada de los niveles de oxígeno.18 Los
rastros de mercurio y los indicios de una acidificación significativa
apuntan a que la actividad volcánica fue un factor clave en la segunda
fase de un proceso que terminó causando la extinción del 85 % de
todas las especies.19
Este fue apenas uno de los varios episodios espectaculares que, sal-
vo por un pequeño porcentaje, acabaron con la totalidad de los orga-
nismos vivos del planeta. Es posible que la luna haya contribuido a
los cambios que tuvieron lugar a lo largo de los millones de años que
siguieron a esta catástrofe. Probablemente formada a partir de los
escombros lanzados al espacio como consecuencia del impacto de un
meteorito del tamaño de Marte con el planeta Tierra, la Luna ejerce
una atracción gravitatoria que influye de manera decisiva en las ma-
reas y, en este sentido, se ha argumentado que es responsable de los
flujos que ayudan a transportar el calor de la zona ecuatorial a las
regiones polares, con lo que básicamente moldea el clima del pla-
neta.20
Dado que la Luna se encontraba mucho más cerca de la Tierra
tras su formación (quizá a la mitad de la distancia a la que se encuen-
tra en la actualidad), estas fuerzas eran entonces mucho más intensas
y, por tanto, tenían un mayor impacto en el clima global y probable-
mente también en la fauna: según modelos recientes, es posible que
los niveles de marea alta obligaran a los peces óseos a refugiarse en
charcas poco profundas en tierra firme, lo que con el tiempo impulsa-
ría la evolución de extremidades capaces de soportar peso fuera del
agua y órganos para obtener oxígeno del aire.21 En otras palabras, la
luna no solo incidía en el clima de la Tierra, sino también en el desa-
rrollo de la vida en el planeta.
Nuestro único satélite natural sigue ejerciendo una influencia im-
portante. Los ciclos reproductivos de muchas criaturas marinas están
sincronizados con las fases lunares, y el brillo de la luna desencadena
la migración y el desove de algunas especies de peces, cangrejos y

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60 la tierra transformada

plancton.22 Los genes de los corales modifican su nivel de actividad en


función de las fases creciente y menguante de la luna.23 Las fases lu-
nares parecen influir en la época de apareamiento de los ñus del Se-
rengueti, y se cree que están relacionadas con el parto espontáneo en
las vacas.24 La actividad de muchos primates es mayor en las noches
de luna llena, quizá porque el aumento de la luminosidad les propor-
ciona mayores posibilidades de evadir a los depredadores.25 Se ha ob-
servado asimismo que los albatros son más activos en las noches de
luna llena.26 Aunque es una cuestión poco estudiada, tanto las fases
como la luz de la luna parecen tener una estrecha relación con las
migraciones estacionales de miles de millones de especies, en particu-
lar de aves, cuyas oportunidades de obtener alimento dependen en
gran medida de la luz.27
De hecho, parece haber importantes vínculos entre los ritmos lu-
nares y el comportamiento, la actividad e incluso la fertilidad huma-
nos. Estudios realizados en comunidades indígenas de Argentina que
no tienen acceso a la electricidad (y, por tanto, ofrecen a los investi-
gadores unas condiciones de control ideales) muestran que el sueño
empieza más tarde y es más corto en las noches previas a la luna llena,
cuando cuentan con luz lunar en las horas posteriores al atardecer.
Esto sugiere la posibilidad de que la actividad lunar ejerciera también
una fuerte influencia en las pautas de sueño de las comunidades
preindustriales que carecían de luz artificial.28 El análisis de los ciclos
menstruales de las mujeres evidencia una correlación con la luz lunar
y la gravedad, y algunos estudiosos sostienen que el comportamiento
reproductivo humano estaba originalmente sincronizado con la luna,
algo que los estilos de vida modernos han venido a alterar en épocas
recientes.29
Aunque la idea de que la luna puede influir e incluso perturbar el
comportamiento humano forma parte de la cultura popular y, de he-
cho, está inscrita en nuestro idioma (en el que la palabra «lunático»
sugiere una relación entre las enfermedades mentales y la luna), los
científicos por lo general han minimizado la posibilidad de que exista
cualquier clase de vínculo causal entre ambos.30 No obstante, algunos
investigadores subrayan que los episodios maníacos de pacientes con
trastornos bipolares presentan una sincronía notable con tres fases
lunares determinadas.31 En otras palabras, la luna desempeña un im-
portante papel en las corrientes marinas, las temperaturas y el clima

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el mundo desde los albores del tiempo 61

globales, así como en los ciclos reproductivos y la vida en la Tierra en


general.
Es necesario seguir investigando para valorar la influencia que las
mareas lunares tienen hoy en el sistema meteorológico ionosfera-ter-
mosfera, así como la que tuvieron en los procesos evolutivos y las
extinciones masivas del pasado.32 Estas últimas no fueron infrecuen-
tes. La más letal fue la extinción masiva del Pérmico-Triásico, cono-
cida también como la «gran mortandad», que tuvo lugar hace 252
millones de años. La principal causa fue un fenómeno volcánico de
proporciones épicas en lo que en la actualidad es Siberia, que expulsó
volúmenes enormes de magma.33 Es posible que un momento clave
tuviera lugar cuando la lava dejó de brotar en la superficie y comenzó
a formar grandes láminas de magma que atraparon bajo tierra los
gases que luego se liberarían en una serie de erupciones violentas y
gigantescas.34 Fueran cuales fuesen las circunstancias precisas, el re-
sultado final fue la expulsión a la atmósfera de cantidades ingentes de
gases de efecto invernadero que desestabilizaron la biosfera. Es posi-
ble que las temperaturas, tanto en la tierra como en el mar, aumenta-
ran inicialmente entre ocho y diez grados y, luego, entre seis y ocho
grados adicionales; las temperaturas en el ecuador pudieron alcanzar
los 40 ºC. La consecuencia fue la extinción del 96 % de la vida marina,
de tres cuartas partes de la fauna terrestre y de todos los bosques del
planeta.35
Otros eventos volcánicos masivos provocaron también una trans-
formación significativa al final del Triásico, hace unos doscientos mi-
llones de años, cuando un período de condiciones marinas cambiantes
condujo a un descenso pronunciado del nivel del mar y el enfriamien-
to de la columna de agua, lo que a su vez resultó en la reducción de las
comunidades complejas de microorganismos en aguas saladas poco
profundas.36 Esto estuvo acompañado de incendios forestales inmen-
sos y de inyecciones abruptas de gases de origen volcánico en la at-
mósfera, todo lo cual cuadruplicó los niveles de dióxido de carbono,
acidificó los océanos y provocó una nueva extinción masiva de plan-
tas y animales.37
Semejantes extinciones tuvieron como consecuencia una gran re-
modelación del ecosistema, ya que la flora y la fauna respondieron al
cambio y se diversificaron con rapidez.38 Los nuevos tipos de agrupa-
ciones y alimentos vegetales obligaron a los animales a adaptarse;

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62 la tierra transformada

una de esas adaptaciones, en el caso de la extinción masiva del Triá-


sico-Jurásico, fue el desarrollo de mandíbulas potentes, capaces de
generar la fuerza necesaria para cortar bocados que permitieran una
alimentación eficaz. Esto resultaba muy importante en un contexto
en el que se hicieron comunes materiales vegetales más duros y resis-
tentes que los que existían anteriormente, y fue un factor clave que
determinó qué herbívoros prosperaban y cuáles desaparecían.39
Con todo, el acontecimiento más famoso que dio lugar a una
transformación a gran escala en el pasado fue la caída de un asteroide
o cometa que impactó contra la Tierra hace sesenta y seis millones de
años en la península de Yucatán, cerca de lo que en la actualidad es el
municipio mexicano de Chicxulub, un suceso que tuvo como conse-
cuencia la extinción de los dinosaurios.40 Desde la formación de nues-
tro planeta, ha habido muchos otros impactos extraterrestres dignos
de consideración; uno de los más antiguos que se han identificado se
produjo hace unos tres mil millones de años y dejó un cráter cerca de
la población de Maniitsoq, en el oeste de Groenlandia.41
Aunque la devastación local causada cerca de Chicxulub tuvo que
haber sido espantosa. El choque lanzó a la atmósfera alrededor de
325 gigatoneladas de azufre y 425 gigatoneladas de CO2 a velocidades
de más de un kilómetro por segundo, y a los altos niveles de radiación
térmica que emanaba la columna del impacto vinieron a sumarse
vientos huracanados y, probablemente, tsunamis y deslizamientos de
tierra gigantescos, que arrasaron el fondo del océano. Las consecuen-
cias de lo ocurrido fueron mundiales: además de las tormentas ígneas
causadas por la combustión del material eyectado al volver a entrar
en la atmósfera terrestre, el resultado fue un enfriamiento brusco del
planeta debido a que el polvo bloqueó la llegada de la luz del sol, se-
guido, a largo plazo, por un calentamiento global como consecuencia
de los enormes volúmenes de CO2 liberados, que contribuyeron a su
vez a la acidificación de los océanos.42
Lo que hizo que este impacto resultara tan mortífero fue el tama-
ño del meteorito (investigaciones recientes sugieren que tenía unos
doce kilómetros de diámetro y que era parte de un cometa proceden-
te de la nube de Oort, en los límites del sistema solar), pero también
la forma y el lugar en que chocó contra la Tierra. Los astrofísicos
comprobaron cuán catastróficos podían ser los efectos de un objeto
de tamaño considerable en 1994, cuando el cometa Shoemaker-Levy

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el mundo desde los albores del tiempo 63

9 se estrelló en Júpiter. En esa ocasión, el cometa se desintegró en


fragmentos más pequeños antes del impacto, con lo que al final el
fragmento más grande tenía solo un kilómetro de diámetro aproxi-
madamente. No obstante, eso fue suficiente para generar «cicatrices»
de unos cien mil kilómetros (casi ocho veces el diámetro de la Tierra)
y dejar a los científicos que observaron el fenómeno visiblemente con-
mocionados por la escala del impacto y de sus efectos posteriores.43
Esto tiene implicaciones obvias tanto para lo ocurrido en Chicxu-
lub y otros acontecimientos similares del pasado, como para los im-
pactos que tendrán lugar en el futuro, en especial porque una nueva
investigación indica que las actuales estimaciones de la probabilidad
de que un cometa de período largo se estrelle contra la Tierra debe-
rían multiplicarse por diez.44 El ángulo de entrada también fue muy
importante: los modelos y simulaciones más recientes muestran que
una trayectoria con una inclinación demasiado pronunciada es el
peor escenario para la vida en la Tierra, debido a la letalidad del ca-
tastrófico volumen de escombros lanzado a la atmósfera.45 El mo-
mento también fue significativo: una nueva investigación ha señalado
que el hecho de que el impacto de Chicxulub ocurriera durante la
primavera-verano boreal, poco después de la temporada de desove de
los peces y la mayoría de los taxones continentales, tuvo implicacio-
nes particularmente graves para la flora y la fauna.46
Por otro lado, el que el impacto ocurriera casi al mismo tiempo
que se estaban produciendo enormes erupciones volcánicas en otros
lugares del planeta probablemente hizo que la situación fuera peor; y,
de hecho, algunos científicos sostienen que la actividad volcánica de-
sempeñó un papel en el colapso de los ecosistemas y contribuyó a las
extinciones masivas que se produjeron.47 En cualquier caso, las con-
secuencias incluyeron un enfriamiento de la temperatura media del
aire en la superficie terrestre de entre diez y dieciséis grados, descen-
sos igualmente marcados en la temperatura de los mares, en especial
en profundidades más someras, y la extinción en masa de la vida ve-
getal y animal.48

Tales sucesos fueron espectaculares y devastadores. Cada uno de


ellos, además, desempeñó un papel en la extraordinaria serie de ca-
sualidades, coincidencias, posibilidades remotas y serendipias que en
última instancia condujo al surgimiento de la humanidad, así como al

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64 la tierra transformada

de las muchas especies de la flora y la fauna actuales. Toda la vida


que hoy existe en la Tierra desciende de animales, plantas y organis-
mos que sobrevivieron no a una, sino a múltiples extinciones masivas,
así como a una serie casi inagotable de acontecimientos de menor
escala que cambiaron de forma significativa el clima del planeta y las
condiciones de la atmósfera y, con ello, crearon el mundo que hoy
nos resulta tan familiar.

Temperatura del océano profundo desde el Paleoceno hasta el presente


14,1 -0,5
Máximo Térmico del

Proporción de isotopos estables en foraminíferos


11,7 Paleoceno-Eoceno 0,0
Temperatura del océano profundo (°C)

9,3 0,5

6,9 1,0
Paleoceno Eoceno Oligoceno Mioceno Plio-
ceno
4,5 1,5

2,1 2,0

-0,3 2,5

3,0

3,5

4,0

4,5

5,0
65 60 55 50 45 40 35 30 25 20 15 10 5 0
Época (millones de años antes del presente)
Datos: Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) Fuente: Hunter Allen y Michon Scott

Las consecuencias del cataclismo que desencadenó un cambio de


semejantes dimensiones son, desde nuestra perspectiva, rasgos funda-
mentales de los ecosistemas globales contemporáneos, características
que tienen su origen precisamente en lo ocurrido decenas de millones
de años en el pasado. Por ejemplo, el análisis de granos de polen de
Suramérica ha demostrado que el impacto de Chicxulub contribuyó
a crear las selvas tropicales tal y como las conocemos en la actuali-
dad. Antes de la caída del meteorito, los árboles de las regiones tropi-
cales crecían muy separados unos de otros, lo que permitía que la luz
del sol llegara hasta el suelo. Después de él, los bosques se hicieron
mucho más densos, quizá como resultado de la desaparición de los
grandes herbívoros, y el aumento de la sombra permitió el floreci-
miento de leguminosas, que toman el nitrógeno del aire gracias a in-
teracciones simbióticas con cierto tipo de bacterias. Las cenizas del

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el mundo desde los albores del tiempo 65

impacto añadieron a los ecosistemas terrestres minerales de fósforo


meteorizables que resultaron cruciales para estimular la fertilidad del
suelo y la productividad forestal. Esto también habría proporciona-
do una ventaja relativa a las plantas con flores frente a las coníferas y
los helechos, con lo que se creó un trampolín para un aumento de la
biodiversidad y el desarrollo de las condiciones propicias para el sur-
gimiento de los enormes bosques tropicales que en la actualidad son
un componente clave del ciclo global del carbono.49
Hubo otros cambios en el clima de naturaleza más modesta que
produjeron resultados sustanciales sin causar extinciones masivas.
Un buen ejemplo de ello es el máximo térmico del Paleoceno-Eoceno,
un período de calentamiento significativo que tuvo lugar hace unos
cincuenta y seis millones de años tras la liberación de cantidades ma-
sivas de carbono en el sistema océano-atmósfera, lo que causó un
aumento de las temperaturas globales de por lo menos 4 o 5 °C que
duró unos doscientos mil años.50 Algunos investigadores sostienen
que es posible que las temperaturas tropicales aumentaran entonces
hasta los 40 °C.51 El volumen de dióxido de carbono liberado fue tan
grande que los estudios especulan que su concentración en la atmós-
fera multiplicaba por dieciséis los niveles de CO2 del período prein-
dustrial.52
Aunque la fuente de ese carbono es objeto de debate, las erupcio-
nes volcánicas parecen de nuevo ser la causa más probable de esta
desestabilización, que causó grandes cambios en las áreas de distribu-
ción geográfica de especies marinas y terrestres, impulsó veloces pro-
cesos evolutivos y afectó a las cadenas tróficas.53 Otros efectos fueron
el auge de la diversidad de la flora (al menos en las regiones tropica-
les) y el aumento de los niveles de precipitaciones en todo el mundo,
incluidas Norteamérica, Asia meridional, África septentrional y la
Antártida.54 Esta última se convirtió en el hogar de bosques exube-
rantes hasta que comenzaron a formarse las gruesas capas de hielo
continental, un proceso que se ha vinculado con un descenso sustan-
cial de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera que
afectó a gran parte del hemisferio sur.55
Otros cambios en los climas regionales y mundiales fueron conse-
cuencia de cuarenta y dos enormes erupciones volcánicas ocurridas
después de la desaparición de los dinosaurios, todas las cuales tuvie-
ron potencias que superaban en más de ciento cincuenta veces la del

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monte Pinatubo en 1991. La más notable fue la que produjo la toba


volcánica de Fish Canyon, en lo que hoy es Colorado, hace unos
veintiocho millones de años, la mayor erupción de los últimos qui-
nientos millones de años.56 Los impactos de asteroides y meteoritos
también transformaron el entorno natural: hace ochocientos mil
años, por ejemplo, el choque de un objeto de dos kilómetros de diá-
metro arrojó escombros por todo el hemisferio oriental, incluida gran
parte de Asia, Australia y la Antártida; solo hace unos pocos años
que se consiguió identificar el cráter del impacto en el sur de lo que
hoy es Laos, en parte porque quedó oculto bajo un campo de lava
volcánica resultado de erupciones posteriores.57 También propicia-
ron cambios los períodos de calentamiento de larga duración, como
el que tuvo lugar en la edad Piacenziense del Plioceno (hace unos tres
millones de años), que conoció temperaturas 3 °C más altas y niveles
del mar veinte metros más elevados que los actuales; gracias a una
reorganización a gran escala de los patrones climáticos globales, llegó
a haber en la atmósfera más dióxido de carbono que en cualquier otra
época de la historia de la Tierra hasta el siglo xx.58
La geología y el movimiento de las placas tectónicas también
desempeñaron un papel importante en la formación y reconfiguración
del planeta y el surgimiento de la distribución geográfica del agua, la
tierra y la vida tal y como la conocemos. En el transcurso de millones
de años, lo que era un único y gigantesco supercontinente se fracturó,
tal vez debido a movimientos desencadenados por la acción de plu-
mas mantélicas generadas en el límite entre el núcleo y el manto, tal
vez debido a la flotabilidad negativa de las placas oceánicas, que ejer-
cen presión desde arriba, o tal vez por los efectos combinados de am-
bas causas.59 En algunos casos, las oleadas de material ardiente pro-
cedentes de un supervolcán provocaron la división y rotación de las
placas, como ocurrió con la placa india, que se separó de África hace
poco más de cien millones de años.60
En última instancia, por supuesto, esos movimientos condujeron a
la distribución de los continentes por el mundo hasta la posición que
ocupan en la actualidad. Sin embargo, el proceso de su formación y
reubicación tuvo importantes implicaciones. Por un lado, no todas
las masas continentales se mantuvieron sobre el nivel del mar. De
hecho, lo que hoy son Nueva Zelanda y Nueva Caledonia formaba
parte de una única masa de tierra continua, un área tan vasta que al-

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el mundo desde los albores del tiempo 67

gunos la consideran el «octavo continente» de la Tierra y que termi-


naría sumergida en casi un 95 %.61
En este caso, la desaparición de una gran masa de tierra bajo las
olas fue el resultado de un proceso de estiramiento y estrechamiento.
No ocurrió lo mismo cuando un trozo de placa continental del tama-
ño de Groenlandia se desprendió de lo que más tarde se convertiría
en el norte de África, chocó contra el sur de Europa y acabó empo-
trándose debajo de ella.62 Impactos como este tuvieron como resulta-
do la creación de fuerzas enormes y el plegamiento de la corteza te-
rrestre, lo que dio lugar a las grandes cordilleras del mundo, como la
de los Andes, en Suramérica, y la del Himalaya, formada cuando el
subcontinente indio chocó con Eurasia hace unos cincuenta millones
de años y empujó hacia arriba tierras que antes se encontraban al ni-
vel del mar (esta es la razón por la que es posible hallar fósiles mari-
nos en algunos de los picos más altos de la Tierra).63
La formación de estas extensas cadenas montañosas ha desempe-
ñado a su vez una función en el cambio y configuración de las pautas
climáticas locales, regionales e incluso globales. Por ejemplo: existe
un amplio consenso en que la ubicación y el tamaño de las montañas
Rocosas influyen en los regímenes pluviométricos y en el desarrollo
de «pistas de tormentas» en la costa este de Norteamérica, en el At-
lántico Norte y quizá también en lugares tan lejanos como Noruega.64
También se ha sostenido durante mucho tiempo que la elevación del
Himalaya y la meseta tibetana determina la distribución de las lluvias
sobre África, si bien recientes simulaciones mediante modelos sugie-
ren que la influencia es débil y modesta.65 Los cambios en la cubierta
vegetal y la emisión de polvo parecen desempeñar un papel mucho
más importante en la intensidad de las precipitaciones monzónicas en
Asia, al menos en el transcurso de los últimos miles de años.66
La reconfiguración de las masas continentales ha tenido impor-
tantes implicaciones para la flora y la fauna, y también consecuencias
específicas para el desarrollo de las sociedades humanas. Por ejem-
plo: el cambio evolutivo a lo largo de millones de años dio lugar a
diferencias muy pronunciadas en el número y distribución de las es-
pecies de grandes mamíferos en Eurasia y las Américas. De particular
relevancia fue la falta de animales aptos para la domesticación en este
último continente en la época en que se produjeron los primeros asen-
tamientos humanos, hace unos veinticinco mil años: esto tuvo un im-

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68 la tierra transformada

pacto profundo no solo en la forma en que las sociedades compren-


dían el mundo natural e interactuaban con él, sino también en las
técnicas agrícolas, la capacidad de generar excedentes alimentarios, el
surgimiento de las jerarquías sociales e, incluso, la respuesta inmuno-
lógica a las enfermedades (uno de los principales efectos secundarios
del contacto estrecho con la fauna domesticada).67
Con todo, la ruptura del supercontinente, un proceso que comenzó
hace unos doscientos cincuenta millones de años y culminó en el surgi-
miento de los continentes que hoy conocemos, hizo algo más que crear
los mapas que nos resultan familiares. Por ejemplo: una de las conse-
cuencias que trajo consigo fue el cierre de una enorme masa de agua,
llamada el mar de Tetis, hace poco más de veinte millones de años, lo
que provocó que se encogiera y disminuyera hasta convertirse en el
Mediterráneo. Esto llevó a una reorganización de las pautas climáti-
cas globales que incluyó la aridificación de grandes zonas de África y
el inicio de la larga glaciación de la Antártida.68 Las condiciones cam-
biantes provocaron la denominada «crisis salina» de la edad Messi-
niense hace unos 5,6 millones de años, que dio lugar a la desecación
por evaporación del Mediterráneo y creó rutas entre Europa, África y
Oriente Próximo para la flora y la fauna que se mantuvieron durante
unos trescientos mil años, hasta que las aguas del Atlántico se abrie-
ron paso a través del estrecho de Gibraltar y volvieron a llenar con
rapidez la cuenca mediterránea en un acontecimiento conocido como
la inundación zancliense.69
Sin embargo, desde la perspectiva del siglo xxi, resulta todavía
más significativo el hecho de que las grietas y colisiones continenta-
les y los cambios que experimentaron las principales cuencas oceáni-
cas tuvieran como resultado la formación de gigantescos yacimientos
de hidrocarburos por todo el planeta: casi todos los 877 yacimientos gi-
gantes de petróleo y gas del mundo (es decir, los que contienen qui-
nientos millones de barriles o más) se agrupan en veintisiete regiones
clave.70 La ubicación de estos yacimientos apuntala la economía de
los combustibles fósiles, que cada año mueve billones de dólares,
pero a la vez es el principal motor del cambio climático en la era
moderna: la revolución energética que comenzó con la quema de
combustibles fósiles se aceleró de forma vertiginosa con el desarrollo
de los motores y las centrales eléctricas alimentados con petróleo y
gas. En otras palabras: lo que hoy impulsa el cambio climático an-

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el mundo desde los albores del tiempo 69

tropogénico, el calentamiento global y la contaminación es el resul-


tado de transformaciones ocurridas a lo largo de cientos de millones
de años.
De hecho, estos acontecimientos remotos no solo están relaciona-
dos con los actuales problemas medioambientales, sino que también
han desempeñado y siguen desempeñando un papel fundamental en
los cambios del poder económico, social y político en la era moderna.
Por ejemplo: el grueso del carbón que impulsó la revolución indus-
trial se formó a partir de restos vegetales hace unos trescientos millo-
nes de años, entre finales del período Carbonífero y comienzos del
Pérmico, debido a un descenso masivo de los niveles de CO2 en la at-
mósfera.71
Por tanto, la ubicación de estos yacimientos fue de crucial impor-
tancia una vez que la mecanización alimentada con carbón creó nue-
vas y extraordinarias oportunidades para impulsar la producción y la
productividad. De hecho, algunos estudiosos han argumentado que
una de las razones de la «gran divergencia» —el momento en el que las
potencias europeas dejaron atrás a la China de la dinastía Qing y otros
estados de Asia— fue que los yacimientos de carbón de la primera se
hallaban más cerca de los potenciales centros manufactureros y de la
mano de obra necesaria para extraerlos, lo que permitía explotarlos
de forma más rápida y barata.72 Como veremos, en el ascenso de las
potencias europeas intervinieron muchos otros factores, pero la suerte
de la lotería geológica resultó decisiva una vez que la revolución ener-
gética creó nuevas posibilidades en un momento de intensificación de
la globalización.
El mismo azar contribuyó también a abrir nuevas fronteras ecoló-
gicas. Por ejemplo: la existencia de vastos yacimientos de combusti-
bles fósiles —carbón, petróleo y gas— en estados como Illinois, Iowa
y Nebraska (a los que luego se sumó otro gigantesco cinturón que se
extendía hacia el sur desde las Dakotas y Wyoming, pasaba por Co-
lorado y llegaba a Nuevo México) facilitó el auge de las ciudades y los
ferrocarriles en el medio oeste y el oeste de Estados Unidos.73 En la
segunda mitad del siglo xix, empezaron a brotar «ciudades instantá-
neas» en el corazón de Estados Unidos, con la industrialización y la
urbanización creciendo de forma paralela. Esto ayudó a crear una
potencia manufacturera, pero también propició una importante re-
distribución de la población desde la costa hacia el interior.74

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70 la tierra transformada

Los efectos de ese proceso se prolongan hasta nuestros días. La


pérdida de puestos de trabajo en la minería del carbón en años recien-
tes, impulsada por los incentivos gubernamentales a la producción de
energías más limpias y la fuerte reducción de los costes de las renova-
bles, ha tenido respuesta en las urnas en las últimas dos elecciones
presidenciales, en las que el apoyo a los candidatos republicanos fa-
vorables al carbón creció con fuerza. La ubicación de las reservas de
carbón y de las poblaciones involucradas en su extracción influye en
quién llega y quién no llega a la Casa Blanca cada cuatro años.75
Resulta difícil exagerar el importante papel que el azar geológico
desempeña en el mundo moderno. Por ejemplo, durante el Cretácico,
el período que va desde hace 145 millones de años a hace 65 millones
de años, el planeta era mucho más cálido y el nivel del mar mucho
más elevado que en la actualidad. Los miles de millones de microor-
ganismos marinos que murieron entonces formaron los niveles de se-
dimentos que en última instancia crearon los yacimientos de petró-
leo. No obstante, su desaparición produjo otros resultados. En el sur
de Estados Unidos, a partir del plancton y otras formas de vida ma-
rina que se fueron extinguiendo a medida que el mundo se enfriaba y
el nivel del mar descendía, surgieron unas gigantescas formaciones
calcáreas. Esto dio lugar a vastas franjas de tierra de una fertilidad
enorme, sobre todo después de que las lluvias disolvieran los minera-
les carbonatados pobres en nutrientes.
El arco de tierras que atraviesa los estados del sureste del país,
conocido como el «cinturón negro» por el color de sus ricos suelos,
resultó ideal para la agricultura intensiva y, en particular, para el cul-
tivo de algodón. Tras la llegada de los europeos a las Américas y el
establecimiento del comercio transatlántico de esclavos, esas tierras
se poblaron de los africanos que eran trasladados allí en grandes nú-
meros y en condiciones monstruosas para realizar trabajos que re-
querían cantidades ingentes de mano de obra. A pesar de la abolición
de la esclavitud en 1865, muchísimos estadounidenses de raza negra
siguieron sin poder votar hasta que, justo un siglo después, se aprobó
la Ley del derecho al voto, que prohibió las prácticas discriminatorias
en los procesos electorales. En la actualidad, los estadounidenses de
ascendencia africana constituyen la mayoría de la población en mu-
chos condados de la región del «cinturón negro», en especial en aque-
llos con altos niveles de desempleo y precarios servicios educativos y

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el mundo desde los albores del tiempo 71

sanitarios. Los votos emitidos no solo en esta parte de Estados Uni-


dos en general, sino en condados específicos, inciden de manera sig-
nificativa en los resultados de las elecciones presidenciales.76 El cam-
bio climático no es solo un asunto del presente y del futuro, sino
también un aspecto fundamental del pasado.
La distribución de los recursos en otras partes del mundo cuenta
una historia similar. A lo largo de los últimos cien años, el petróleo y
el gas han desempeñado un papel central en la geopolítica global. Las
enormes reservas de Arabia Saudita, Irán, el golfo Pérsico y otros
lugares de Oriente Próximo y el norte de África están estrechamente
vinculadas a las intervenciones militares de potencias extranjeras, la
imposición de regímenes autocráticos y teocráticos y todo un conjun-
to de problemas muy amplios. Es posible que la interacción de Esta-
dos Unidos con esta región no defina las presidencias de los últimos
cincuenta años; pero no es casualidad que las crisis de los rehenes, la
venta de armas, las invasiones, el terrorismo y los acuerdos nucleares
hayan sido aspectos esenciales de la política exterior estadounidense
desde la década de 1970, si no antes. Si no hubiera habido petróleo y
gas en Oriente Próximo, la situación habría sido muy distinta.77
Lo mismo puede decirse del Reino Unido, Alemania y Japón en el
siglo xix y la primera mitad del xx. Una de las curiosas casualidades
de la creación del imperio británico fue que, si bien es famoso que
abarcara casi una cuarta parte de la superficie terrestre en la época de
la primera guerra mundial, esa vasta masa territorial contenía pocos
yacimientos petrolíferos de relieve. Por tanto, era necesario encontrar
fuentes fiables y controlarlas para fortalecer los músculos del impe-
rio. Las decisiones resultantes en materia de intervenciones militares
y políticas remodelaron Oriente Próximo tras la primera guerra mun-
dial y produjeron consecuencias que han seguido resonando hasta
nuestros días.78 Del mismo modo, la falta de recursos petrolíferos
tanto en Alemania como en Japón influyó en las decisiones estratégi-
cas de las dos potencias durante la segunda guerra mundial, como
quedó de manifiesto en particular en las grandes ofensivas hacia el
Cáucaso, en el caso de Alemania, y el Sureste Asiático, en el de Ja-
pón, que acabaron desbordando las líneas de suministro y la capaci-
dad de sus fuerzas militares.79
De forma similar, la distribución de otros recursos ha desempeña-
do y seguirá desempeñando un papel fundamental en la historia de la

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72 la tierra transformada

humanidad. Las reservas mundiales de metales preciosos, incluido el


oro, son el resultado del bombardeo de la Tierra por una miríada de
meteoritos tras su formación.80 Tanto en el pasado como en el presen-
te, esto ha condicionado —para bien y para mal— la suerte de quie-
nes viven en lugares en los que el oro es abundante y los costes de
extracción bajos, una combinación que con frecuencia se traduce en
desplazamientos poblacionales, tanto forzados como voluntarios, y,
en algunos casos, da lugar a enfrentamientos militares.
Los metales pesados, incluidas las tierras raras (minerales que en
realidad no son tan escasos, pero que rara vez se encuentran en con-
centraciones que hagan su extracción viable), son probablemente
subproductos de las explosiones de las supernovas, que suelen tener
un peso treinta veces superior al del Sol.81 Muchos de ellos pueden
relacionarse luego con la actividad ígnea alcalina y los sistemas mag-
máticos de la Tierra.82 También en este caso, la geología y el azar son
los que determinan con qué facilidad pueden extraerse, y en este sen-
tido contribuyen de forma decisiva a moldear los acontecimientos
políticos, las rivalidades militares y la evolución de las sociedades y
los estados: algunos predicen que el siglo xxi estará marcado por la
pugna por un nuevo conjunto de elementos como el berilio, el dispro-
sio y el itrio, que hace unas décadas tenían escaso valor y utilidad,
pero que en la actualidad son componentes esenciales de muchos dis-
positivos de alta tecnología. Las nuevas tecnologías aumentarán la
competencia en el futuro, y esta es una de las razones que explica el
renovado interés por las misiones lunares y planetarias y, en particu-
lar, por la prospección y extracción de minerales en objetos extrate-
rrestres.83
El problema de la distribución de los recursos en la Tierra va más
allá de las fuentes de energía y los metales preciosos, pues la lotería
medioambiental se aplica a una gran cantidad de otros materiales,
sustancias y, también, a la flora y la fauna. La importancia de las es-
pecias, en particular las procedentes del sur y el sureste de Asia, con-
tribuyó a estimular las redes comerciales que pusieron a estas regiones
en contacto intensivo con Oriente Próximo, África y el Mediterráneo,
así como con China, Japón y más allá. Asimismo, el hábitat del gusa-
no de seda resultó fundamental para la fabricación de unos tejidos
ligeros, resistentes y costosos, que encontrarían una alta demanda a
miles de kilómetros de distancia. Como veremos, la propagación tan-

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el mundo desde los albores del tiempo 73

to deliberada como inadvertida de ciertos animales y plantas como


consecuencia del comercio a corta, media y larga distancia es un as-
pecto central de la historia ecológica del planeta, en el que el ser hu-
mano ha desempeñado un papel desproporcionado.
Por tanto, uno de los retos que tenemos por delante es determinar
cómo concibe nuestra especie el mundo natural y, lo que quizá sea
aún más importante, cómo conceptualiza nuestro lugar en él. Los
conservacionistas a veces parecen creer que hay una forma de detener
el tiempo, que los bosques tropicales y las praderas deben dejarse in-
tactos, que hay que liberar a la «naturaleza» de la intervención huma-
na. Sin embargo, las plantas y los animales tienen sus propios méto-
dos para causar cambios en el medioambiente e incluso su degradación
y destrucción. La naturaleza no es una entidad armoniosa, benigna y
complementaria dedicada a preservar cierto equilibrio: los ecosiste-
mas siempre han sido transformados y remodelados por muchas
fuerzas no humanas.
Lo que hacen los humanos, por su parte, es suscitar cambios me-
diante la modificación consciente de los paisajes, la intervención delibe-
rada en los ecosistemas y la toma de decisiones intencionadas, pero mal
concebidas, que conducen a la sobreexplotación. Asimismo, esas accio-
nes pueden producir consecuencias imprevistas e indeseadas, incluidas
las reacciones en cadena que en ocasiones se producen tras la introduc-
ción de ciertas especies en un nuevo entorno y la propagación de pató-
genos y enfermedades, lo que tiene efectos drásticos no solo para la
vida de los seres humanos, sino también sobre la flora y la fauna.
En ese sentido, la evolución de nuestra especie ha sido el aconteci-
miento más importante de la historia del planeta. En el pasado, las
extinciones las provocaban volcanes y cometas, pero el ser humano
ha logrado desarrollar tecnologías capaces de desencadenar extincio-
nes masivas de forma independiente. Algunos sostienen que el modo
insostenible en que vivimos en el siglo xxi y el impacto del calenta-
miento global ponen en peligro la existencia misma de la humanidad,
además de la de innumerables animales y plantas. Nuestras interac-
ciones con otros seres humanos, en forma de viajes y transporte, y la
globalización de bienes, productos e ideas son en parte responsables
de ello.
No obstante, también hemos desarrollado la capacidad de garan-
tizar nuestra propia destrucción por otros medios. Accidentes como

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74 la tierra transformada

el fallo del reactor de la central nuclear de Chernóbil, el vertido de


petróleo del Exxon Valdez y la fuga tóxica de la planta de Union
Carbide en Bhopal, en la India, son advertencias de que las nuevas
tecnologías pueden provocar catástrofes medioambientales a gran es-
cala. El desarrollo de las armas nucleares ha demostrado esto, tanto
en Hiroshima y Nagasaki al final de la segunda guerra mundial como
en los lugares utilizados para realizar pruebas en la antigua Unión
Soviética, Estados Unidos y el Pacífico.84
El poder de los arsenales nucleares actuales es tal que podríamos
lograr el mismo resultado que el impacto de un objeto extraterrestre,
y lo peor es que podríamos incluso hacerlo por accidente.85 Las falsas
alarmas se producen con una frecuencia inquietante, como ocurrió en
2018, cuando en Hawái se alertó a toda la población a través de la
televisión, la radio y los teléfonos móviles de la inminente llegada de
un misil balístico.86
Las leyes de la probabilidad indican que la pregunta no es si es
posible que se produzca un accidente catastrófico derivado de un
error humano, una escalada de las rivalidades políticas o un error de
cálculo geopolítico, sino cuándo ocurrirá.
Dada la actual preocupación por el calentamiento global, no deja
de resultar irónico que la mayor amenaza tras una confrontación nu-
clear a gran escala, con independencia de que se desencadene de for-
ma deliberada o no, no procederá de las enormes cargas explosivas de
los misiles, sino del veloz enfriamiento global que traería consigo el
llamado invierno nuclear. Las simulaciones de este escenario en par-
ticular realizadas por científicos soviéticos y estadounidenses contri-
buyeron de manera significativa a fomentar los acuerdos de control
de armamentos en la década de 1980 y los esfuerzos por poner freno
a la proliferación de las armas y las tecnologías nucleares.87
El hecho de que estas cuestiones hayan vuelto a cobrar importan-
cia en el mundo contemporáneo implica que el riesgo de que se pro-
duzca una catástrofe inducida por el ser humano es mayor que en
cualquier otro momento de la historia de la Tierra desde la aparición
de nuestra especie. ¿Cómo es posible que los seres humanos hayamos
pasado a ocupar un lugar tan central en el presente y el futuro de un
planeta en el que apenas hemos estado presentes durante el equiva-
lente a un parpadeo en los miles de millones de años transcurridos
desde su formación?

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