Un Solo Ataúd - Silver Kane
Un Solo Ataúd - Silver Kane
Un Solo Ataúd - Silver Kane
Un solo ataúd
Bolsilibros: Punto rojo - 1
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Titivillus 26.07.15
Silver Kane, 1962
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La joven sabía que el que la sujetaba no podía ser Percy, por dos
razones: primera porque Percy no la hubiera tratado así, y segunda
porque estaba en el segundo almacén del sótano, ala derecha, y no
en las escaleras, tan cerca de su dormitorio.
En el cuarto donde ahora se hallaba tan sólo penetraba la luz de
la luna a través de una de las ventanas. Pero esa luz fue suficiente
para que Magda, al quedar libre de la presión de aquellos brazos,
pudiera reconocer a Clive Sanders.
—¿Por qué ha hecho usted esto? —jadeó—. ¿Qué quiere?
—Creí que habíamos acordado que no saldría usted de su
habitación —dijo calmosamente.
—Yo no he acordado nada con usted.
—Se entendía que estaba usted sujeta a vigilancia. No nos crea
tan ingenuos como para dejarla ir a donde quiera.
—Usted no es nadie para someterme a vigilancia a mí.
—Soy un amigo.
La muchacha contempló aquellas facciones viriles, tal vez un poco
rudas, contempló los ojos grises de extraños reflejos, y sonrió
sarcásticamente.
—Yo no tengo amigos, señor Clive Sanders,
—Sin embargo, en este momento iba usted al encuentro de uno
de ellos.
Magda parpadeó, confundida.
—¿Qué quiere decir?
—No ha salido de su habitación por capricho. Iba a encontrarse
con alguien. Y para que usted se haya arriesgado a salir, ese alguien
tiene que ser un amigo muy importante, alguien en quien usted confía
ciegamente… o con el que desea tener una explicación que aclare
todas sus horribles dudas.
Magda temblaba.
Los ojos grises y metálicos de Clive escrutaban implacablemente
su rostro.
—¿Es Percy? ¡Hable de una vez! ¡Usted va al encuentro de
Percy!
—Déjeme…
—Le estoy hablando por su bien. Magda… Métase en la cabeza
esta idea: ¡sólo quiero su bien! ¿Qué pretende con esta actitud?
¿Ser asesinada igual que Sally e igual que Jacqueline?
—Déjeme… Repito: ¡déjeme! No hay razón para que usted tenga
alguna clase de interés hacia mí.
Se hicieron pequeños y penetrantes los ojos de Clive. Por ellos
pasó como una luz lejana y triste.
—No lo comprenderá nunca —susurró—. Nunca sabrá por qué
siento ese interés hacia usted, por qué desde el primer momento he
sentido que su vida estaba unida a la mía. ¡No lo sabrás nunca! —
añadió, cambiando de pronto el tono de su voz—. Pero lo habrías
comprendido en seguida, si supieras leer en los ojos de un hombre…
Magda parpadeó, confusa.
—No me vas a decir que estás enamorado de mí. No le creería,
ni es este el momento.
—Nunca había querido a una mujer —susurró Clive—. Nunca
hasta el instante en que te vi a ti, hasta el minuto preciso en que supe
que existías y que todo lo que había soñado en mis años de soledad
podía realizarse. Pero tienes razón —reconoció—; no es este el
momento para hablar de lo que un hombre piensa al ver a una mujer.
Ahora sólo podemos hablar de una cosa, y es de salvar tu vida.
—Mi vida no corre ningún peligro.
—¿Por qué has salido de tu habitación? ¿A quién buscas?
—A nadie…
—No es este el momento de andar con adivinanzas, Magda.
¡Háblame con claridad! ¡Tú has salido a buscar a alguien que está
oculto en algún lugar del colegio! Con Sally ocurrió lo mismo. ¡Iba,
sencillamente, buscando a alguien, y se encontró con un cuchillo en la
garganta! ¡E igual Jacqueline! Jacqueline también buscaba a alguien
entre las sombras…, ¡y de las sombras surgió la mano que había de
degollarla!
—Tú mismo te lo estás explicando todo… —dijo Magda, sin
atreverse a mirarle
—Sí, yo mismo me lo estoy explicando todo. Sólo me falta
pronunciar un nombre. Sólo me falta añadir que ambas buscaban a
Percy.
—¿Y qué voy a decirte yo? —susurró Magda—. Si yo te dijese
que busco a Percy, no me creerías.
—Sería muy difícil. Percy está muerto.
Los músculos del cuello de la muchacha se pusieron tensos al
gritar:
—¡Percy vive!
—Estás loca…
—Tienes razón —musitó ella con cansancio—. Estoy loca. No
debí haberte hablado de eso.
—¿Cómo sabes que Percy vive?
—Yo lo he visto.
—No voy a ocultarte que la señora Fremont cree que eres una
visionaria. El doctor Kinsey también. La policía también. Quizá soy el
único que piensa que tus palabras no son producto de una mente
enferma. Pero hay un hecho innegable, y es que tú padeciste
alucinaciones y estuviste recluida por eso durante un tiempo en una
clínica mental.
—Aquello ya pasó… ¡Por Dios, aquello ya pasó! Tienes que
creerme… Hubo un momento en que yo padecí alucinaciones, pero
de eso hace ya tiempo y, además, salí completamente curada… Lo
que ahora veo, lo veo con completa claridad. ¡Y te juro que Percy
vive!
—¿Cómo puedo creerlo? ¿Hablaste con él mientras estaba en el
ataúd? ¿Vivía va entonces?
—Sí.
Las manos del nombre apretaron sus brazos con fuerza.
—Magda, a ti no te conviene explicarme eso. Si ha de
perjudicarte, no lo hagas. Prefiero averiguarlo por mí mismo.
—Estoy asustada, terriblemente asustada… No puedo hablar con
nadie, y durante estos últimos días mi horrible secreto se me ha
hecho agobiante… Si al menos hubiera podido hablar con el propio
Percy, como él me había prometido que haríamos… Pero ha sido
imposible. Siempre que estaba junto a él, sucedían esos horribles
crímenes.
Clive comprendió que la muchacha estaba asustada y que había
llegado a ese momento de insoportable tensión nerviosa en que una
persona necesita confiarse a alguien, sea quien sea, para no morir,
víctima de sus propias pesadillas. Él tenía su propia idea sobre todo
aquello, una idea fantástica e increíble; pero ahora, casi sin
proponérselo, guiada por su propio miedo, la muchacha se la iba a
confirmar.
—Habla —susurró—. ¿Cuál era el plan de Percy? ¿Por qué fingió
su muerte?
—Percy, por su situación en la Marina, conocía diversos secretos
militares relacionados con Cabo Cañaveral. Unos secretos tan
importantes que su venta podía convertirle en un hombre rico. Pero
necesitaba salir del país, necesitaba ponerse en contacto con los
agentes extranjeros, precisamente fuera de los Estados Unidos.
Cuando un secreto de gran importancia sale al exterior, los del C.I.A.
en seguida se enteran y el hombre que ha organizado el complot es
detenido, si se encuentra en el país, e incluso si está fuera. Pero hay
un modo absolutamente seguro de que a uno no le capturen nunca:
estar muerto…
Clive no dijo palabra. Sus ojos eran fríos e inexpresivos como dos
láminas de acero.
—Percy lo preparó todo bien —musitó ella con acento
desfallecido—. Durante semanas enteras practicó la técnica del yoga
indio, la técnica de la inmovilidad absoluta y de reducir al mínimo las
necesidades vitales. Necesitaba estar veinticuatro horas, como
mínimo, quieto en un ataúd, sin poder moverse más que en aquellos
momentos en que estuviera junto a él la única persona en quien
podía confiar. Esa persona era yo.
—Hay un problema que no acierto a comprender cómo resolvió —
dijo Clive en voz baja—: Su certificado de defunción. Si uno ve un tipo
quieto en un ataúd, supondrá inmediatamente que está muerto, y no
se fijará en detalles que pudieran hacer sospechar lo contrario, sobre
todo si el rostro del yacente está algo retocado. Pero un médico,
¿cómo se va a engañar? El corazón del tipo que está en el ataúd
latiendo, sus reflejos siguen funcionando. Hasta un estudiante de
primer curso de Medicina notaría el engaño.
—Pero no si el médico forma también parte del plan —susurró
Magda.
—¿Quieres decir que el doctor Kinsey?…
—El doctor Kinsey es un pobre hombre que ahora está
aterrorizado por lo que hizo. Percy le explicó su plan porque no tenía
otro remedio; o al menos le explicó una parte importante. El único
trabajo de Kinsey consistiría en certificar la defunción; y como al
mismo tiempo es médico forense, todas las formalidades legales
quedarían resueltas inmediatamente. Kinsey aceptó a regañadientes
cuando Percy le ofreció diez mil dólares por sólo ese trabajo;
empezó a entusiasmarse cuando le ofreció quince mil; y juró fidelidad
eterna a Percy cuando éste le entregó veinte mil dólares y le
apercibió de que cualquier traición por su parte sería castigada con
la muerte por los agentes de la potencia a la cual se iba a vender el
secreto militar. En apariencia, para Kinsey todo iba a resultar
sencillo, pero ahora está aterrorizado. Teme que se descubra su
relación con el asunto, y por eso intenta convencer a todo el mundo
de que lo de Percy es pura fantasía y yo soy una visionaria. Si
pudiera, me pondría en manos del verdugo para tranquilizar su
miedo, Teme que yo lo eche todo a rodar, y tiene razón. Pero es que
ni él ni yo contábamos con esos horribles crímenes…
—Hablaremos de los crímenes dentro de un instante —susurró
Clive—. Vayamos ahora por orden. ¿Quién diablos iba a sacar a
Percy de un ataúd lastrado, en una zona donde cualquiera puede
encontrarse con una manada de tiburones?
—Era muy sencillo, y todo estaba calculado. La almohadilla del
ataúd contenía en realidad una botella de goma llena de oxígeno, la
cual le bastaría para respirar más de un hora, cuando estuviese en el
agua con el ataúd cerrado. Antes de ese tiempo, un submarino
extranjero lo recogería. Ese submarino había de seguir a gran
distancia al buque de guerra que transportaba el ataúd, fijándose
bien en el punto de lanzamiento. Una hora de búsqueda era más que
suficiente para sacar a Percy de allí. Y como él llevaba encima los
planos secretos, todo se habría resuelto de la manera más limpia.
Parece un plan complicado y, en el fondo, era maravillosamente
sencillo.
—Hasta aquí está bien —musitó Clive—, pero luego empieza el
reino de lo absurdo. ¿Qué tienen que ver con esto Sally y
Jacqueline? ¿Por qué Percy ha aparecido en esta zona, en lugar de
largarse con el submarino?
—Sí —musitó Magda, con la cabeza hundida sobre el pecho—, el
reino de lo absurdo empieza aquí, aunque la intervención de Sally y
de Jacqueline era lógica. Para que nada fallase en el plan, estaba
previsto, incluso, que el submarino fuera localizado y hundido, cosa
muy probable, sobre todo en aguas jurisdiccionales de los Estados
Unidos. O que fuera simplemente avistado, con riesgo de detención.
En tal caso, Percy debería ser desembarcado al norte de Nueva
York, precisamente en esta zona, y el submarino seguiría su curso.
Los secretos que Percy transportaba eran demasiado importantes
para exponerse a perderlos en un submarino localizado. Y eso es lo
que, sin duda, ocurrió. El sumergible fue descubierto por los
Servicios de Seguridad, y el capitán creyó más prudente
desembarcar a Percy, antes de intentar zafarse de la persecución
que se avecinaba.
—¿Por qué se eligió esta zona?
—Porque es accesible a los submarinos, con aguas profundas en
todo el litoral. Y porque, además, sólo hay dos edificios: este colegio
y un hospital semiabandonado. Dos sitios donde a nadie se le
ocurriría buscar.
—¿Qué tenía que hacer Percy, luego?
—Ocultarse y esperar que un agente extranjero le ayudara a
pasar la frontera del Canadá.
—Sally y Jacqueline ¿eran enlaces?
—Exactamente. Ambas pertenecían a los servicios de espionaje
de la potencia que estaba en tratos con Percy, aunque su categoría
era insignificante; simples aprendices de espía, por decirlo así. No
obstante, podrían realizar bien la misión de enlace. Jacqueline, por
su cargo en el colegio, podía ocultar perfectamente una persona
dentro del edificio. La presencia de esa persona, es decir Percy,
tenía que serle advertida por Sally, quien sabría que las cosas no
habrían marchado bien si no aparecía en el New York Herald un
determinado anuncio. Como ese anuncio no apareció, ella fue al
colegio y se puso en contacto con Jacqueline. La misión de Sally
terminaba al localizar a Percy, y eso fue lo que trató de hacer la
noche en que la mataron. Es ahí, precisamente, donde empieza el
reino de la locura.
—¿No se asustó Jacqueline?
—Claro que debió asustarse, pero ella tenía que acabar de
cumplir su misión. Percy debió advertirle de algún modo que estaba
en el hospital, y ella fue. Entonces la mataron…
—¿Qué intervención tienes tú en todo esto? ¿Hasta qué punto
conocías el plan?
—Yo lo conocía hasta en sus menores detalles.
—¿No te dio Percy demasiadas explicaciones? Los espías no
suelen ser tan confiados.
—Percy me quería… Deseaba que nos casáramos poco
después, cuando él hubiera cambiado de nombre en el extranjero.
Yo… yo sabía que todo aquello estaba mal, pero Percy fue el único
hombre que me ayudó, el único que creyó en mí cuando yo salí de la
clínica mental, encontrándome sin trabajo y con fama de ser una
trastornada… Yo creía en él, creía en sus palabras. Hubiese
rechazado, horrorizada, el plan, si en éste hubiera tenido que haber
una sola víctima, pero no debía derramarse ni una gota de sangre…
Además. Percy me decía que todo aquello ayudaba a la paz, y yo
comprendía que era cierto. La paz se mantendrá mientras los dos
grandes bloques que hoy dominan el mundo estén equilibrados.
Cuando uno de ellos se sienta superior al otro, puede dejarse llevar
por la locura de la guerra. Me convenció… No tenía que derramarse
una gota de sangre, Clive, te lo juro… ¡Dios mío! Tuve interés en
entrar en este colegio porque así estaría cerca de Percy. Kinsey me
ayudó. En realidad, lo que quería era que le dejásemos en paz. Pero
no empezó a estar realmente aterrorizado hasta que sucedió el
primero de esos espantosos crímenes…
Clive se mordió el labio inferior. Pareció vacilar unos segundos, y
luego apretó con más fuerza los brazos de la muchacha.
—Magda… Esto es una confesión completa. No voy a utilizarla
contra ti porque conozco la intención que te llevó a este momento
trágico que los dos vivimos. Pero tú sabes que Percy está en el
colegio… Y tú sabes que esos crímenes sólo pudo cometerlos él…
¡ÉL!
La voz de Clive había sido ronca. Sus manos estrujaban los
brazos femeninos. Magda se estremeció.
—Él no puede haber sido. Percy, aun cuando no lo creas, es una
buena persona. Es incapaz de matar a un insecto.
—Lo conozco desde hace muchos años, Magda, y sé que en el
fondo tiene un gran corazón. Me parece increíble que él pueda
asesinar a sangre fría a dos pobres muchachas. Pero es que un
hombre puede volverse loco, Magda. ¡Puede volverse loco! ¿Sabes
tú lo que significó para él la prueba terrible del ataúd? ¿Sabes tú las
nubes de sangre que pudieron pasar por su mente torturada? ¡El
Percy que nosotros conocimos ya no existe, Magda! Ahora es… ¡un
asesino!
—Aun cuando lo fuera… a mí no me haría daño. Pudo matarme
dos veces y no lo hizo. Una en el cementerio abandonado de los
marinos. Fui allí porque habíamos acordado que ese sería un punto
eventual de reunión, y lo vi a través de una ventana, aunque me fue
imposible hablar con él. En cambio, él sí que me habló. Me dijo que
me alejara porque había peligro. ¿Crees que no hubiera podido
matarme entonces, si lo hubiese querido? ¡Estábamos solos en el
cementerio los dos!
—Puede que quisiera advertirte contra sí mismo —musitó Clive—.
Puede que él sintiera la nube de sangre pasar ante sus ojos, pero
conservase aún un atisbo de razón… y quisiera saberte lejos cuando
sus manos empuñaran el cuchillo.
—No es posible… No es posible y te diré por qué. Percy y yo
estuvimos solos otra vez en el quirófano número tres del hospital. Él
estaba quieto en una de las mesas, parecía dormir… Pero tuvo que
darse cuenta de mi presencia. Si hubiese querido entonces…
también habría podido matarme.
—Es posible que no te viera, Magda. Entra dentro de lo posible
que estuviera dormido, sabiéndose seguro allí. Los hombres que han
de vivir ocultos no duermen ni comen cuando quieren, sino cuando
pueden… Es posible todo esto, Magda. Pero ahora Percy no podrá
perdonarte. Si te atrae hasta los sótanos del edificio es para
matarte… ¡para realizar contigo el horrible trabajo que realizó con
Jacqueline y con Sally!
Magda se estremeció otra vez. Su estremecimiento se transmitió
a las manos del hombre.
—Necesito hablarle… Percy sólo puede confiar en mí. Deja que
le hable, y entre los dos encontraremos una solución.
—Deja que le hable yo. Yo soy su amigo.
—Pero eres también un hombre encargado de perseguirle.
—Sólo en cierto modo, Magda. No hay ninguna acusación contra
Percy, puesto que se le supone muerto. Aún estamos a tiempo de
remediarlo todo, si me dejas hablar con él. Tú sabes dónde está.
¡Dímelo y le salvarás! ¡Por Dios, habla!
Magda le miró. Había sinceridad en los ojos grises, pero ella
sabía que la Ley es implacable, aunque los hombres sean
comprensivos. Sabía que Clive iba a ayudar a Percy, pero primero
tenía que ser ella quien le hablase. Tenía que ser ella la que trazase
un plan con él, aunque corriera un peligro de muerte.
Sabía que Percy estaba en el segundo almacén del sótano, ala
derecha. Sus labios tuvieron una sonrisa imperceptible al decir:
—Está en el primer almacén del sótano, ala izquierda.
Era el otro lado del colegio. Ella podría hablar tranquilamente con
Percy mientras Clive lo buscaba. Estarían solos, absolutamente
solos los dos…
—Aguárdame aquí… —susurró Clive—. Aguárdame aquí y no te
muevas. ¡Por Dios, no te muevas!
Magda seguía sonriendo imperceptiblemente.
En sus ojos serenos había como un recóndito dolor.
—No me moveré —mintió.
Clive le acarició nerviosamente el cabello durante un segundo, un
febril, extraño e interminable segundo. Luego salió de la habitación y
se oyeron sus pisadas suaves descendiendo hacia los sótanos.
Magda, al cabo de unos instantes, cerró los ojos, tragó saliva y
salió también.
TRECE
La puerta del segundo sótano estaba entornada. Una luz débil,
muy débil, brillaba en el interior.
Magda se acercó, sintiendo resonar sus propios pasos en la
parte posterior del cráneo.
No quería confesárselo ni darse cuenta de ello, pero estaban
erizados los cabellos de su nuca. Empujó la puerta.
Poco a poco.
Muy poco a poco.
La luz fantasmal —una de las eternas luces amarillas— iluminaba
los cien cachivaches que se guardan en un colegio, por si alguna vez
vuelven a ser útiles: bancos a medio reparar, pizarras rotas, globos
terráqueos despintados… Y sillas, varias sillas puestas en círculo,
como para una sesión espiritista. En una de esas sillas, sentado,
estaba Percy.
De espaldas a ella. De espaldas a la luz, que alumbraba
directamente sus cabellos y su nuca.
Magda jadeó:
—Percy… Percy…
Se ahogaba. Era lo mismo que habían dicho Sally y Jacqueline
antes de morir. Sus labios temblorosos repitieron una sola vez:
—Percy…
Estaba junto a él.
Hizo un gesto, volvió el sillón rotatorio donde él descansaba, y
entonces la luz dio en su rostro: dio en sus ojos, en su boca. Lo vio
como no lo había visto ni en el cementerio tenebroso ni en el
quirófano a oscuras. Lo vio claramente, como se ven las pesadillas.
Y Magda lanzó un angustioso grito de horror.
***
FIN