The Darkest Note Redwood Kings 1 Nelia Alarcon
The Darkest Note Redwood Kings 1 Nelia Alarcon
The Darkest Note Redwood Kings 1 Nelia Alarcon
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XOXO
Staff
TRADUCCIÓN
BAIRO
CORRECCIÓN Y LECTURA
FINAL
SHEREZADE
DISEÑO Y MAQUETADO
SKY
Sinopsis
Este rey cruel no parará hasta
doblegarme.
Dutch Cross, cantante de The Kings, es un monstruo.
No dejes que sus ojos ámbar, su mandíbula cincelada y su voz
cantarina te engañen.
Merodea por los pasillos de Redwood Prep como si fuera el dueño de
cada centímetro.
Brutal.
Intocable.
Bestia.
Y cuando sus ojos dorados se cruzan con los míos, sé que soy su
próxima presa.
El monstruo me quiere fuera de Redwood.
Pero la lujosa escuela privada es mi última oportunidad de una vida
mejor para mi hermana.
Nadie se ha atrevido nunca a ir contra Dutch y sus igualmente
guapísimos hermanos.
Me siento honrada de ser el primero.
Verás, lo que pasa con los reyes y los monstruos es que siempre tienen
una debilidad.
Y para Dutch, su debilidad... soy yo.
Sólo que él aún no lo sabe.
Prólogo
No lloro cuando recibo la llamada de la policía.
No lloro cuando identifico el cadáver, cuando veo el pelo oscuro y la
piel hinchada.
No lloro cuando me entregan la nota que dejó mi madre.
Para mi dulce Cadey,
Cuando me senté a escribir esto, me temblaban los dedos y berreaba
como un bebé por toda la página. No sabes cuántos papeles he gastado
intentando encontrar las palabras adecuadas.
No hay una forma perfecta de decir esto, así que iré al grano.
Se acabó para mí.
Pero no es por ti o por Vi.
Cariño, eres todo lo que una madre podría pedir. Inteligente, fuerte,
perfecta.
Recuerdo cuando te oí tocar el piano por primera vez. No tenías ni
idea de lo que estabas haciendo, pero te las arreglaste para sacar una
melodía. Aquel día llovía. Y mi corazón se arrastraba por el suelo, pero en
cuanto empezaste a tocar, salió el sol.
Eso es lo que eres para mí, Cadey. Eres mi sol. Es sólo que he estado
luchando contra esta nube oscura mucho antes de que tú y tu hermana
nacieran. Ya no me quedan fuerzas para luchar contra ella.
Siento no ser lo suficientemente buena.
Siento tener que dejarte atrás en este mundo frío y cruel, pero sé que
vas a cuidar bien de tu hermana. Y sé que vas a ser fuerte.
No te preocupes. No te voy a dejar completamente sola. Me he puesto
en contacto con tu hermano para que venga a cuidarlas a los dos.
Soy consciente de que puede ser un shock. Nunca te hablé de él. Más
que nada porque me daba vergüenza admitir que había abandonado a un
hijo.
¿Sorprendida? Hay muchas cosas que no sabes de mí, Cadey. Y es
por tu propio bien. Por favor, no me guardes rencor. Es mi querido deseo
que nunca veas la magnitud de lo que he hecho.
Ya casi es hora de que me vaya. Estoy empezando a llorar de nuevo.
Todavía hay mucho que quiero decir.
Tú y Vi pueden quedarse en el apartamento para que no tengan que
cambiar de escuela. Ya lo he arreglado con el banco.
Desearía tener más para dejarte, pero es todo lo que puedo hacer por
ahora. Tu hermano se encargará del resto. Trata de no molestarlo
demasiado. No está muy emocionado por conocerlas, pero no es personal.
Confía en mí.
Tengo que irme ahora. Recuerda que las quiero a ti y a Vi más que a
nada en el mundo. Te veré en el otro lado.
Mamá.
No derramo ni una sola lágrima cuando rompo la nota y se la
devuelvo a la policía.
Tampoco lloro cuando le digo al funerario que queme su cuerpo.
CAPITULO 1
Cadence
- AGOSTO, CUATRO MESES DESPUÉS-
Jinx: Cambia un secreto por otro secreto, Chica Nueva. ¿De verdad
te estabas acostando con el Sr. Mulliez? ¿Y qué clase de secreto quería él
proteger que estaba dispuesto a dejar Redwood antes que admitir por qué
estabas realmente en el salón esa noche?
CAPITULO 8
Cadence
No dejes que te vean sudar.
Redwood Prep se eleva en la distancia como una casa de pesadillas.
Casi espero que los monstruos de las sombras bajen corriendo por las
escaleras.
El miedo me recorre la espalda, pero meto los dedos en la correa de la
mochila y me obligo a seguir.
En mis oídos suena a todo volumen el Wiegenlied de Brahms. Mi
madre no era de las que cantaban nanas. En cambio, era Brahms, un hombre
muerto, cuya melodía ahuyentaba mis penurias y me arrullaba.
No importa lo que intenten hacer hoy, Cadence, no te romperás.
Puedes con todo. No les dejes ganar. No pueden ganar.
La entrada está llena de estudiantes. Algunos siguen llegando desde el
estacionamiento. Una de las mayores muestras de riqueza en Redwood está
en ese patio cerrado. A veces, el aparcamiento de Redwood Prep parece
más un concesionario de coches exclusivos que otra cosa. Cristales tintados,
pintura brillante, llantas de lujo, los chicos de mi barrio babearían si alguna
vez vieran esto. Llevo aquí un mes y todavía me deja sin aliento.
La gente empieza a fijarse en mí. Pongo el pie en la acera y la
respuesta es instantánea. Los ojos giran y se posan en mí. Las chicas
intercambian miradas cargadas. Las conversaciones se detienen a mitad de
frase, abandonando cualquier jugoso cotilleo que se estuviera
intercambiando.
Subo el volumen de Brahms en mis oídos y dejo que la música
ahogue el desdén que gotea de las caras ricas y privilegiadas de mis
compañeros de clase.
Miro hacia abajo para asegurarme de que no hay errores de vestuario.
El botón sigue ahí. Me lo cosí anoche después de mi turno en la cafetería.
Ahora ya no habrá más oportunidades para que chicos de corazón frío
y ojos color avellana me metan los dedos en la camisa y tiren de mí para
acercarme.
Me he cepillado el pelo y me lo he trenzado cuidadosamente en la
espalda. Incluso me he echado un poco del brillo de labios de Viola en la
boca. Mi hermana casi me parte el cuello cuando me ve jugueteando con su
maquillaje, pero conseguí salir ilesa.
Un grupo de chicas pasa riéndose y mirándome de forma extraña.
Hago como que no me doy cuenta. Con la relajante canción de cuna de
Brahms haciéndome cosquillas en los oídos, casi parece que sus intenciones
sean buenas.
Una vez dentro y arrastrando los pies por los pasillos, las miradas se
suceden en todas direcciones.
Llega a su punto álgido cuando me detengo delante de mi taquilla y
veo la palabra –zorra- pintada con spray.
Miro por encima del hombro y veo los teléfonos levantados para ver
mi reacción.
Me tiemblan los labios de rabia.
¿Ha sido Dutch?
Aprieto los dientes e intento mantener la calma mientras abro mi
taquilla. No les daré el privilegio de verme alterada.
No bajes la cabeza, Cadence.
—¿Se acostó con Mulliez?
—La puta.
—¿Crees que es el único al que se tiró para entrar en Redwood?
El volumen de sus risas está subiendo y está ahogando a Brahms. Mis
dedos se crispan. Si subo más el volumen de la canción, me voy a reventar
un tímpano. Tal vez eso sea mejor que soportar sus miradas y sus burlas.
La soledad me golpea fuerte y rápido. No pertenezco a Redwood Prep
y aunque la gente lo sabía, no les importa. Ahora, no sólo saben quién soy,
sino que todos me odian.
Sigo respirando al ritmo de la canción. Con un suspiro paciente, saco
los libros de la taquilla y la cierro de golpe.
Cuando levanto la vista, veo tres figuras altas que entran en el pasillo.
Todos los Reyes se detienen y me miran con orgullo.
Quieren que los vea.
Quieren que sepa que lo han hecho ellos.
Dutch está al frente, como siempre. Está de pie con los pies
separados, el pelo revuelto y los ojos como lava fundida. La camiseta que
lleva hoy es de manga corta y deja ver la tinta que trepa por su brazo.
La nana de Brahms termina abruptamente, como si incluso él temiera
al frío monstruo que me tiene en su línea de visión.
Dutch se pasea hacia mí. Si fuera más lista, me giraría hacia otro lado.
Pero ahora mismo no le tengo miedo. Estoy cabreada.
Así que yo también me abalanzo sobre él.
Chocamos en medio del pasillo y ninguno de los dos se aparta. Siento
que todo el mundo nos mira, pero no me importa. Estoy hirviendo de justa
indignación.
—Mulliez es inocente, cabrón —le digo.
Me mira aburrido. —Los profesores que conocen a alumnos en clubes
nocturnos no son mi definición de inocente.
—No era un club nocturno. Era un salón.
Se burla de mí como si fuera una deficiente mental y se niega a
escuchar lo que tengo que decir. Cuando se mueve para apartarse de mí, sé
que me está despidiendo.
Siguiendo un impulso, me interpongo en su camino y le golpeo el
pecho con las manos. El alumnado suelta un grito ahogado.
Zane y Finn arquean las cejas.
—No metas a Mulliez en esto —gruño.
—Permíteme recordarte —avanza Dutch, haciendo que mis brazos
queden aplastados entre su pecho y el mío— que no estás en posición de
exigir nada. —Se inclina para que estemos frente a frente—. Las cosas sólo
empeorarán a partir de ahora. ¿Estás lista para despedirte...? —sus ojos se
clavan en mi móvil— ¿Brahms?
—¿Estás listo para que mi puño se encuentre con tu cara? —gruño,
echando el brazo hacia atrás para poder pintar su perfecta mandíbula.
Dutch me agarra la muñeca y la sujeta. —Qué violenta.
No estoy segura, pero creo que los labios de Finn se curvan.
Zane tose en su mano.
Me muerdo el labio inferior e intento soltar las manos, pero él es
mucho más fuerte que yo. Es inútil.
Cuando me doy cuenta de que estoy atrapada, me rindo y lo miro
fijamente. La rabia me quema el pecho y el corazón me late como loco.
—Que te jodan. Que te jodan. —Puntualizo cada palabra.
La mirada de Dutch baja hasta mis labios y se agolpa en mi espacio
personal, prácticamente respirando encima de mí. Entonces parpadea; Una
oleada de algo oscuro le atraviesa los ojos. Su mandíbula se flexiona y
aparta mi mano como si fuera pan mohoso.
—Vete de Redwood antes de que las cosas empeoren.
Dutch se sube la correa de la mochila al hombro, pasa a mi lado y
continúa su desfile real por el resto del pasillo.
Finn y Zane le pisan los talones.
Me doy la vuelta, con el pecho agitado y la vista enrojecida. No les he
hecho absolutamente nada a esos chicos y el señor Mulliez tampoco. ¿Por
qué se esfuerzan tanto por destruirnos? ¿Es esto lo que hacen los ricos
cuando se aburren? ¿Destruyen vidas por diversión?
Antes de que pueda pensarlo, empiezo a correr por el pasillo, con toda
la intención de dejar mi huella en la espalda del impoluto chaleco de Dutch.
Por el bien del Sr. Mulliez.
—Srta. Cooper. —Una voz me llama antes de que pueda lanzar una
patada voladora.
Me detengo bruscamente y me giro para encontrar a la señorita
Jamieson, la profesora más joven de Redwood Prep, de pie en medio del
pasillo.
Me mira y hay un atisbo de comprensión en su mirada. Luego lanza
una mirada a los hermanos. Sus ojos se entrecierran. Tengo la sensación de
que hay una parte de ella a la que también le gustaría dar una patada
voladora a los Reyes.
—Ven conmigo. —Mueve la cabeza, indicando la escalera.
Frunzo el ceño. Desde que estoy aquí no me he fijado mucho en sus
clases y me sorprende que sepa mi nombre.
Tras dudar un segundo, la sigo.
Me lleva por el pasillo, con pasos rápidos y urgentes. No tengo ni idea
de lo que está pasando y el secretismo empieza a afectarme.
Finalmente, la señorita Jamieson me abre la puerta de la escalera y me
hace un gesto para que entre primero. La paso despacio, fijándome en su
hermoso rostro.
Una de las razones por las que la señorita Jamieson obtiene la mejor
participación de todos los profesores de Redwood Prep es su inmaculada
belleza.
Tiene largos rizos en espiral, rasgos delicados como los de una reina
de concurso y un cuerpo esbelto. Su ropa es siempre profesional pero
elegante y no tiene miedo de llevar faldas cortas o americanas extravagantes
en el campus.
He oído a más de un chico hablar de lo mucho que les gustaría -ejem-
conocerla.
Cuando entra tras de mí y cierra la puerta, sonríe. —Siento todo este
rollo, pero Harry tenía muchas ganas de verte antes de irse.
—¿Harry?
—Ese es mi nombre de pila —dice el señor Mulliez, saliendo de las
sombras.
Las lágrimas me oprimen el fondo de los ojos al oír su voz. —Sr.
Mulliez.
Vuelo hacia él. Su pelo está más desordenado que de costumbre y sus
ojos tienen bolsas oscuras. A pesar de su evidente cansancio, me sonríe.
Me fijo en la caja que tiene en las manos. Tiene partituras, algunos
premios y la placa que colgó sobre la puerta que dice -la música es el
lenguaje del alma-.
En cuanto veo la caja, sé lo que significa.
La culpa despliega sus poderosas garras y rastrilla un rastro
sangriento desde mi garganta hasta mi columna vertebral. Nunca había
experimentado un sentimiento así y es una mierda.
El Sr. Mulliez fue la primera persona que se preocupó por mí, me dio
una oportunidad sin esperar nada a cambio. Sin embargo, le costó todo.
—No. —Sacudo la cabeza—. No hiciste nada malo —insisto. Mi voz
se eleva y la reverberación natural del pasillo hace que rebote hacia mí. Me
oigo cada vez más desquiciada—. Tienes que quedarte. Tienes que luchar
contra ellos. No puedes dejar que ganen.
—Cadence. —Se acerca a mí y recalca mi nombre—. Cadence. Está
bien.
—No, no lo está. —Resoplo—. Iré a hablar con el director, le
explicaré todo. Ni siquiera han oído mi versión de la historia.
—No me voy por tu culpa.
—Sí, te vas —insisto. El mundo se vuelve borroso a causa de las
lágrimas que no puedo contener.
—Estoy cansado de esta escuela, de la política, de la forma en que las
familias poderosas creen que pueden controlarlo todo. —Sacude la cabeza
—. Llevo mucho tiempo pensando en mudarme. Me alegro de haber dejado
una gema en Redwood antes de hacerlo.
—¿Una gema?
—Tú. —Sus ojos son suaves y cariñosos—. No luché para que
entraras en Redwood sólo para que pudieras estudiar aquí. Tienes el talento
para hacer música y tener éxito en ello. Y todas las herramientas que
necesitas para llegar lejos están entre estas paredes.
—No. —Sacudo la cabeza—. Si te están echando injustamente
entonces yo...
—Ni siquiera termines esa frase. —Levanta un dedo—. Además, tu
contrato tiene una cláusula que dice que tendrás que pagar la beca y la
indemnización por despido. ¿Tienes tanto dinero en efectivo?
Parpadeo inestable. Me había olvidado por completo de esas
cláusulas. En aquel momento, pensé que terminar el último curso sería fácil.
No contaba con que Dutch se colaría en mi mundo e intentaría reducirlo a
cenizas en una semana.
El Sr. Mulliez levanta la vista. —Le pedí a la señorita Jamieson que
me ayudara a encontrarme con usted aquí porque no creo que sea la mejor
idea encontrarnos en público, ya sea dentro o fuera de Redwood. Después
de todo, creo que no sería apropiado.
Agacho la cabeza. —Lo siento mucho.
—No lo sientas. —Me palmea el hombro—. Sólo... trata de no
molestar a los chicos. —El Sr. Mulliez hace una pausa—. Y no te enemistes
con Jinx.
—¿Sabes lo de Jinx?
Asiente. —Intenta hacer amigos donde puedas. Así te mantendrás por
encima de sus esquemas.
El pomo de la puerta traquetea. —¿Por qué está cerrada? —Alguien
aporrea la puerta—. ¿Qué está pasando ahí atrás?
La Srta. Jamieson me mira asustada. —Se acabó el tiempo.
—Gracias por todo lo que ha hecho por mí, Sr. Mulliez. No lo
defraudaré.
Sonríe y se despide con la cabeza. En un segundo, se funde con las
sombras y sube las escaleras, dejándome atrás.
Las lágrimas han vuelto, pero esta vez no son de pena. Son de pura
furia. Mis fosas nasales se encienden como las de un toro y mi pecho se
infla con cada respiración.
Los Reyes van a pagar por esto.
Dutch va a pagar por esto. Pero aún no sé cómo.
La señorita Jamieson me hace un gesto para que salga primero y se
excusa ante los alumnos para explicarles por qué estamos ocupando el
pasillo. Apenas la oigo por encima del rugido de mi propio corazón.
De hecho, no oigo nada en toda la mañana.
No vuelvo en mí hasta que llego al almuerzo, donde se multiplican las
miradas, los susurros mezquinos y las burlas.
No hay ni una cara amable en la cafetería. De todas formas, no es que
quisiera comer entre esos bastardos pretenciosos.
Cojo mi bandeja, agacho la cabeza y salgo corriendo hacia mi mesa
de siempre.
Excepto que ya hay alguien allí.
—Bienvenida, compañera puta. —Levanta el puño y lo golpea dos
veces contra el pecho—. ¿Te importa si me cuelo?
Parpadeo sorprendida, fijándome en su pelo negro azabache, su
grueso delineador de ojos y su chaqueta de cuero.
—¿No eres tú con la que me encontré en el baño?
—¿Soy yo? —Ladea la cabeza—. ¿O sólo soy producto de tu
imaginación?
Arrugo la nariz.
Se ríe y ni siquiera su aspecto gótico puede ocultar el brillo de sus
ojos. —Solo te estoy tomando el pelo. Sí, era yo.
—Encantada de conocerte formalmente —le digo dejando la bandeja
en la mesa.
Me tiende una mano, mostrando sus largas uñas con estrellas pintadas
con esmero en el gel. —Serena.
—Cadence.
—Oh, ya lo sé. Te has hecho famosa de la noche a la mañana.
—¿Por ese estúpido rumor sobre mí y el Sr. Mulliez?
—No. —Ella resopla—. A nadie le importan tú y el Sr. Mulliez.
Profesores y alumnos son una cosa aquí. —Pela un plátano y le da un buen
mordisco—. Es por ti y por Dutch.
Mis músculos se ponen rígidos al oír su nombre.
Sus ojos recorren mi cara como si tomara nota de cada una de mis
expresiones. —¿No lo sabías?
—¿Saber qué?
—Se rumorea que ayer te vieron escoltada por Los Reyes. Incluso te
dejaron entrar en su sala de ensayo.
No tiene ni idea. No estaba siendo –escoltada- como una importante
invitada de honor. Estaba siendo secuestrada.
Y la invitación a su sala privada supersecreta era sólo para que
pudieran amenazarme.
¿Quién se está inventando todo esto?
Su sonrisa es curiosa. —Y hoy, Dutch casi te besa.
—Vaya. Eso no es lo que ha pasado —replico—. Le daría un rodillazo
en los huevos antes de dejar que me besara.
Se ríe. —Eh, no dejes que las princesas zombis descerebradas de este
colegio oigan eso. Empezarían a juntar sus horcas. —Se mete el resto del
plátano en la boca y habla a través de la comida—. Ser visto con uno de
esos chicos es el pináculo de la popularidad por aquí. ¿Y hablar con ellos?
—Pone los ojos en blanco—. Una quimera.
Ayer tenían mucho que decirme. Rompo el plástico que cubre mi
bocadillo. —Créeme. Los rumores son falsos. No hay nada entre esos
monstruos y yo.
—Hm. —Levanta la rodilla sobre la mesa, mostrando los vaqueros
rotos bajo su falda de cuadros—. ¿Es por eso que Dutch y sus hermanos
están sentados en la mesa justo enfrente de nosotros?
—¿Qué? —Levanto rápidamente la vista. Como un fantasma
invocado tras pronunciar su nombre tres veces, Dutch aparece a lo lejos,
acompañado por sus hermanos y un grupo de animadoras risueñas.
Hundo los dedos en mi sándwich hasta que el centro de crema se
desprende de él.
—Vaya. ¿Necesitas una servilleta? —pregunta Serena, abriendo su
bolso y rebuscando en él.
No, lo que necesito es que Dutch desaparezca de mi vista. Me cuesta
todo lo que llevo dentro permanecer sentada. Le debo una patada en la cara
a ese cabrón y ahora mismo me apetece mucho.
Respiro hondo a duras penas para calmar mi ritmo cardíaco. El señor
Mulliez me recuerda las consecuencias de perder la beca. No tengo dinero
para devolverle el dinero a Redwood Prep, así que tengo que mantener la
calma.
Dutch nos ve. Arquea una ceja en mi dirección y brinda con su botella
de agua.
Su suficiencia me hace hervir la sangre. Es como si supiera lo cerca
que estoy de patearle el culo y quisiera llevarme al límite.
Me agarro a la mesa y aparto la mirada antes de ceder a mis impulsos.
Lo mejor que puedo hacer ahora es fingir que no me está afectando. No le
daré la satisfacción de meterse en mi piel.
—¿Aún esperas que crea que no pasa nada? —El dedo de Serena
vuela entre nuestra mesa y la de Dutch—. ¿Después de todo ese coqueteo?
Si me preguntas a mí, es más como un -ojo-gape-. Pero cada uno tiene
derecho a su opinión.
—Ya no tengo hambre —digo, recogiendo mi bandeja.
Ella me agarra del brazo. —¿Vas a tirar esto? Porque más vale que me
lo des a mí que desperdiciarlo.
—Eh, claro. —La miro raro y vuelvo a dejar la bandeja sobre la mesa.
Serena devora lo que queda de mi sándwich como si no hubiera
comido en días.
Me cuelgo el bolso al hombro. —Disfruta de la comida.
—Oh, sí —dice con la boca llena. A pesar de las ganas que tengo de
darle un puñetazo en la cara a Dutch, Serena me hace sonreír. Hay algo real
en ella. Una falta total de pretensiones que hace que estar cerca de ella
resulte atractivo. Sólo para ver qué locura hará a continuación.
Pero está claro que es una solitaria y, como yo también lo soy, no nos
veo saliendo mucho.
Aparto una pierna del banco y siento un pinchazo en la espalda.
Cuando me doy la vuelta, veo que toda la mesa de Dutch me está mirando.
Dutch, Zane y Finn tienen expresiones duras. Pero las muecas más
feroces provienen de las animadoras. La rubia del escaparate me mira como
si quisiera apuñalarme repetidamente.
Empiezo a preguntarme si fue ella quien dejó la palabra –zorra- en mi
taquilla.
¿Así que los chicos de Redwood están más ofendidos de que 'pueda'
estar saliendo con uno de Los Reyes que de que pueda estar liada con un
profesor?
No sé si reír o llorar.
¿La gente rica siempre fue tan desordenada?
En cualquier caso, la rubia no tiene nada de qué preocuparse. De
ninguna manera me uniré a su secta de Reyes. De hecho, me parece
absolutamente repugnante la forma en que adoran y adulan a Dutch. ¿Se
dan cuenta de a quién se apresuran a complacer? ¿Saben lo negro que es su
corazón?
Ridículo.
Pero si lo quieren, se lo merecen.
Dutch levanta una mano y me señala con el dedo.
Arqueo una ceja.
Asiente y se echa hacia atrás, como un rey en su trono, esperando
pacientemente a que obedezca sus órdenes.
Frunzo el ceño, le hago un gesto y me doy la vuelta. Mis pasos se
hunden en la hierba mientras marcho hacia la cafetería.
Pasaré el resto del almuerzo practicando piano e intentando olvidar
que Dutch Cross existe. Es la única forma de sobrevivir al resto de este día
de mierda.
CAPITULO 9
Dutch
Cadence Cooper tiene las malditas agallas de ignorarme.
A mí.
Como si no me hubiera visto haciéndole señas desde el otro lado del
patio. Como si esos bonitos ojos marrones suyos no reconocieran lo que
significaba el gesto.
—Ooh. —Zane se burla de mí en voz baja—. Parece que no has roto
tu juguete con suficiente fuerza, hermano.
Finn me arquea una ceja. —Quizá estés perdiendo tu toque.
—Puede que tarde algún tiempo, pero va a aprender —digo
sombríamente.
Zane se ríe entre dientes.
Me alejo de la mesa cuando un par de manos cuidadas se aferran a mi
bíceps.
Christa me mira con sus brillantes ojos azules y los labios de abeja
que le regalaron por su decimosexto cumpleaños. Durante el verano, se hizo
aún más. Si sigue así, a los treinta años parecerá una muñeca hinchable.
Me la quito de encima. —No me toques.
—Deja que me ocupe de ella. —Christa mueve las pestañas. Con una
fuerte ráfaga de viento, esas cosas van a arrancarse y salir disparadas contra
un árbol—. ¿Viste el pequeño mensaje que dejé en su taquilla?
Me preguntaba quién seguía pintando –zorra- en la taquilla de
Cadence con pintalabios. No era ninguno de nosotros.
—Me encargaré de ella yo mismo —gruño, sin saber por qué me
molesta la intervención de Christa.
La pequeña necesitada hace un mohín y se acerca a mí. Sus manos se
deslizan por delante de mis caquis y susurra acaloradamente: —Olvídate de
la basura. Ella no importa de todos modos.
Mi cuerpo responde a su no tan sutil invitación. ¿Cómo no iba a
hacerlo? Christa está agarrando un puñado. Más que un puñado.
Se ríe profundamente en mi oído. —Mejor hagamos algo divertido.
Estoy interesado.
Pero no ahora.
Aunque arrastrara a Christa hasta el aparcamiento, la tirara encima de
mí y me la follara hasta dejarla sin sentido, no me quitaría el sabor de la
insolencia de Brahms de la boca.
Ella me ignoró. Me hizo quedar como un tonto delante de mis
hermanos. Y eso merece un castigo.
¿Es culpa mía que aún tenga tanto espíritu de lucha?
Tal vez.
Hay un fino arte para quebrar a alguien. El mejor camino es
desgastarlos con el tiempo. Molerlos en el polvo tan finamente, tan
completamente que no haya esperanza de levantarse de nuevo.
Pero Sol sigue desaparecido en acción.
Y la necesito fuera de la escuela lo más rápido posible.
Sin alternativa, me deshice de las granadas más pequeñas por una
explosión que seguro le arrancaría ese orgullo infundado. Y se llevó a
Mulliez con ella, lo cual fue un bonus.
Pero este hermoso grano en el culo sigue sin tener miedo.
Ya es hora de que le meta miedo de los Reyes.
—Dutch —se queja Christa. Su voz tiene un toque de desesperación,
como si sintiera que me está perdiendo, pero no sabe qué más puede hacer
para mantenerme enganchado.
—Más tarde. —No es tanto una promesa como una forma de
apaciguarla.
Cruza los brazos sobre el pecho y me mira malhumorada.
Apenas me doy cuenta de su expresión porque ya me estoy alejando
de nuestra mesa. Serena, una de las muchas becarias de nuestra clase,
levanta su bocadillo en un brindis e inclina la cabeza.
Paso de largo, sin preocuparme por su relación con Brahms. Cuando
se trata de aliados, Serena era la más propensa a entablar amistad con
Cadence.
Ella tiene su propio pasado accidentado. Su afinidad por las llamas
hizo saltar más de una alarma de incendios en Redwood. Nadie ha
encontrado pruebas para culparla de los crímenes, por lo que su
permanencia en Redwood no ha sido revocada. Sin embargo, todo el mundo
parece saber que fue obra suya. Eso ha hecho que la mayoría se mantenga
alejada.
Serena me llama a la espalda: —¡Yo también me alegro de verte,
Dutch!
Sonrío.
Dos parias unidas.
Menuda pareja.
Brahms se acerca ahora a la puerta de la cafetería, con la falda
coqueteando con un generoso trasero. A diferencia de las demás chicas de
Redwood Prep, que cambian, personalizan y rediseñan sus uniformes hasta
acercarse al código de vestimenta, ella lleva el mismo uniforme que ayer:
una falda a cuadros demasiado corta que deja ver sus largas piernas y una
camisa demasiado ajustada que parece rogarme que la desabroche y la
saque de su miseria.
No es broma. Ayer se le salió el botón. Pero eso no fue lo más
ridículo. Ver ese pedacito de piel hizo que una parte de mí se volviera loca.
Fue una reacción que no entiendo ni me importa especialmente. Lo
último que quiero es sentirme atraído por la chica a la que intento echar de
Redwood.
Mi mano rodea la muñeca de Brahms y la atraigo hacia mí. Su larga
trenza castaña casi me golpea en la cara y doy un salto hacia atrás por
reflejo para evitar que me dé un latigazo.
Sus ojos marrones se abren de par en par y me mira boquiabierta. —
¿Qué demonios estás haciendo?
—Deja que te lo aclare, ya que no parece estar suficientemente claro,
Brahms. — Me acerco a ella e intento ignorar el aroma de su piel. No es
perfume. Nada tan elegante. Es puro jabón, sol y algo propio de ella—.
Cuando te llamo, corres hacia mí.
Cierra los ojos y suelta un suspiro. Sin sus preciosos ojos de cierva
mirándome como dagas, tengo un momento para observar su cara. Su piel
es blanca como la nieve, más pálida que Blancanieves. Su nariz es larga y
fina. Y sus labios...
Sigo viendo a esa pelirroja cuando miro a esta chica y es exasperante.
Mis dedos la aprietan.
Vuelve a abrir los ojos y un rayo me ilumina.
—¿De verdad eres tan estúpido? —sisea Brahms.
Mis ojos se abren de par en par. No esperaba que dijera eso y tardo un
segundo en volver a poner cara de aburrimiento.
—En serio. ¿Te pasa algo en la cabeza? —Me mete el dedo en el
pecho—. Porque tienes que estar completamente loco para pensar que lo
que estás haciendo está bien.
Arqueo una ceja.
Da un paso hacia mí, intrépida y sexy como el infierno. —Escúchame
bien, Dutch. No soy de tu propiedad. No te pertenezco. Y mientras haya
aliento en mi cuerpo, nunca te daré el privilegio de decirme lo que puedo o
no puedo hacer.
—Ya veo —musito, asintiendo una vez—. Y lo respeto totalmente.
Se queda boquiabierta.
No pierdo ni un segundo. Le aplasto la mano contra el torso, la
desequilibro y la tiro por encima del hombro.
Los chicos de la cafetería corren a las ventanas para mirarnos.
—¡Bájame! —grita Cadence, pateando las piernas.
—Sigue haciendo eso y te vas a exhibir a todos los junior del
comedor —le advierto. Por alguna razón, la idea de que le miren el trasero
no me gusta nada.
Por suerte, Cadence está de acuerdo, porque deja de forcejear. Al
menos con las piernas. Pero sus delgados dedos forman puños y empiezan a
golpearme los abdominales como Zane cuando toca la batería después de
una borrachera.
—Suéltame —grita—. ¡Quítame tus asquerosas manos de encima!
—No lo creo —gruño.
—Te juro que te voy a dar una bofetada tan fuerte que tu cabeza dará
un giro de 360 grados.
—No te hagas ilusiones, Brahms. —Sigo avanzando hacia la arboleda
—. No te dejaría acercarte tanto como para hacer girar mi cabeza en un un
ocho.
—¡Dutch! Dutch, será mejor que... será mejor que pares. Te va a ver
un profesor. ¿Crees que puedes salirte con la tuya?
La ignoro. Incluso si hubiera profesores cerca, que no hay ninguno,
no intervendrían. No a menos que quisieran ser despedidos como Mulliez.
No puedo verle la cara a Cadence, pero noto la mirada helada que me
dirige al estómago como si deseara taladrarme la carne y el hueso y
drenarme la sangre hasta ponerme azul.
Para cuando me adentro lo suficiente en la arboleda como para estar
seguro de que nadie en la cafetería, ni siquiera la misteriosa Jinx, pueda
vernos, Cadence ha aceptado su condición de cabeza abajo y ya no forcejea
ni grita.
Buena chica.
No quiero quitarle las manos de encima, así que la tiro al suelo con
más brusquedad de la necesaria. Se tambalea, pero no se cae y me lanza una
mirada asesina.
—¿Qué demonios quieres de mí?
Me alejo de ella, controlando mi lujuria.
Sus ojos arden de furia. —¿En serio haces todo esto porque no corrí
directamente hacia ti cuando me llamaste? ¿Tan inseguro eres? ¿O tenía
razón antes? ¿Realmente estás mal de la cabeza?
Chica Nueva tiene mucho fuego para alguien que no tiene ni idea de
que está pinchando a un oso. La veo ponerse las manos en la cadera y
esperar, enfadada, una respuesta.
Cuando no obtiene ninguna, resopla y se mueve como si fuera a
volver al campus.
La agarro por las caderas y la atraigo hacia mí. Creía que Christa me
había puesto nervioso, pero no estoy preparado para la forma en que cada
nervio de mi cuerpo se activa cuando sus caderas se unen a las mías.
Mis dedos se clavan con más fuerza en su cadera mientras siseo.
Ella gime, retrocediendo. Por fin. El miedo que debe haber en sus
ojos está ahí.
Ojalá su presencia no me afectara tanto como la mía la asusta a ella.
Aprieto la mandíbula, tratando de entender cómo está haciendo que
mi cuerpo responda.
—Mira, no te quiero cerca tanto como tú no me quieres cerca de ti.
Así que terminemos con esto rápido, ¿sí? —No puedo evitar la
desesperación que se me escapa. No sé si necesito que se vaya por Sol o por
mí. Todo lo que sé es que está jugando con mi cabeza de formas que no me
gustan.
—Deja Redwood y no tendrás que volver a verme la cara —digo
entrecortadamente cuando ella exhala y sus labios brillantes se entreabren
como una tentadora en los mares tempestuosos.
Su pecho sube y baja casi violentamente. —¿Por qué me quieres tanto
fuera de Redwood Prep?
La miro fijamente.
Sigue respirando agitadamente, pero levanta la barbilla con valentía.
Su voz es suave pero firme. —¿Qué he hecho para merecer esto?
Una punzada de culpabilidad me recorre el estómago ante su
pregunta, pero no dejo que arraigue. La única opción es que se vaya.
Ningún otro camino es aceptable.
Me mira durante treinta segundos. —Estoy esperando.
—Lo único que tienes que saber es que no te queremos aquí —gruño,
mirándola fijamente.
No tiene la presencia de ánimo para estremecerse o suplicar
clemencia. No, levanta la barbilla en señal de desafío. —Sí, pero ¿por qué?
—¿De verdad quieres saberlo? —Dejo caer mi mirada sobre su
pecho, subo por su delicada garganta y finalmente me detengo en sus labios.
Joder. Brillantes y rosados, como un capullo de rosa pidiendo ser arrancado
de su tallo.
Mientras la acaricio con la mirada, sus ojos brillan con una mezcla de
deseo y asco, una mezcla embriagadora que siento reflejarse en mi propio
pecho.
Levanto los ojos hacia los suyos y dejo que mi expresión se endurezca
de nuevo, ocultando mi atracción por ella tras un muro de acero. Sus fosas
nasales se ensanchan y el pequeño pulso de su cuello se hace más evidente.
Estoy harto de su cháchara. Cansado de su descaro.
—No me presiones más, Brahms. O haré realidad tu deseo.
—¿Qué deseo?
—El de que te vayas de Redwood Prep en una bolsa para cadáveres.
Sus ojos se entrecierran y luego se encienden de indignación. —
¿Acabas de amenazarme con matarme? —Casi echa espuma por la boca—.
¿Es eso lo que estás insinuando?
Le lanzo una mirada de suficiencia.
Prácticamente está vibrando y me doy cuenta de que ha conseguido
hechizar a todo Redwood. Porque esta criatura ardiente y seductora que
tengo delante no es una cualquiera. Y, desde luego, no debería haber pasado
a un segundo plano con tanta facilidad.
Una sonrisa se dibuja en mi cara. Va a hacer de esto un desafío y me
encantan las buenas peleas.
—No me ignores la próxima vez que te llame —le advierto. Luego
me doy la vuelta y pisoteo los árboles.
Me he pasado de la raya. No debería haberla amenazado, pero no
pienso hacerle ningún daño terminal. Con tal de sacarla de Redwood Prep,
estoy dispuesto a hacer casi cualquier cosa. Incluso dejar que crea lo peor
de mí.
Sale de la arboleda unos minutos después y la veo lanzarse por las
puertas de la cafetería como si fuera una azotea y tuviera una cita con la
calle.
Zane, Finn y las animadoras se han retirado de la mesa. No necesito
llamar a mis hermanos para saber dónde han ido a parar.
Doy zancadas hasta nuestra habitación privada, deslizo mi tarjeta de
identificación contra la puerta y entro. En cuanto lo hago, oigo a Zane
aporrear la batería eléctrica. Lleva los auriculares puestos, así que suenan
como patéticos golpes de puntas de goma contra almohadillas de goma.
Pero el hecho de que consiga hacer tanto ruido sin percusiones es una señal
reveladora.
Me acerco a Finn y acepto el agua que me lanza. —¿Qué le pasa?
—¿Qué más?
—¿La señorita Jamieson? —Supongo.
Finn se encoge de hombros. —No quiere decirme qué pasó, pero
supongo que intentó meterse en su piel y ella se metió en la suya primero.
Sus palabras me oprimen el pecho. ¿Es eso lo que Brahms me está
haciendo?
Sacudo la cabeza rápidamente.
No. Lo que siento por ella es sólo la emoción de la caza. Lo que
siento por la pelirroja es algo más parecido a lo que está pasando mi
gemelo. Y es exactamente por lo que no quiero tener nada que ver con la
chica misteriosa.
Cuanto más lejos esté de los efectos debilitantes del amor, menos
estragos podrá causar en mí.
Zane levanta la vista, me ve y arrastra los auriculares y se los coloca
alrededor del cuello.
Hago un gesto de levantar la barbilla.
Se levanta bruscamente del taburete y se acerca a nosotros. Se tumba
en el sofá y levanta un brazo. Finn le lanza una botella de agua y él la atrapa
en el aire.
—¿Quieres explicarme qué está pasando? —le pregunto.
—¿No? —Zane echa la botella hacia atrás y se la bebe de un trago.
Cuando termina, me mira—. ¿Algún progreso con CC?
—¿CC? —Se me ponen los pelos de punta—. ¿Le estás poniendo
motes?
—Tú empezaste. La llamaste 'Brahms' en el pasillo —señala Zane.
—Porque era la canción que sonaba en su teléfono —gruño.
Wiegenlied de Brahms.
No me pareció una fan de la música clásica. Quizá fuera la camiseta
ajustada por la que prácticamente se le salían los pechos o la falda corta o el
brillo de sus ojos, pero me pareció más una chica rockera.
No es que me importe lo que escucha.
—Brahms —Finn agarra el mástil de su bajo y puntea una melodía en
las cuerdas agudas—. El mayor representante del movimiento musical
romántico. Adecuado.
—¿Por qué demonios es apropiado?
Finn sonríe como si supiera algo que yo ignoro.
Lo fulmino con la mirada. —¿Le has estado mandando mensajes a
Jinx?
—A este tío. —Zane le señala con el dedo a Finn—. La trata como si
fuera su novia.
—La información es poderosa. Y gracias a Jinx conseguí una pista
sobre Sol —dice Finn.
Eso hace que tanto Zane como yo nos callemos.
Miro los ojos oscuros de mi hermano. —¿Qué te dijo?
—Que el colegio había enviado sus expedientes fuera del país. Esté
donde esté, no es aquí. —Finn frunce el ceño.
Zane maldice y se echa hacia atrás. —¿Cuánto le pagaste a Jinx por
eso? No es una gran pista.
—Nos dice que ir a su casa e intentar convencer a su madre de que
nos deje entrar en su habitación no va a solucionar nada —digo con calma.
Junto las manos, las pongo entre los muslos y miro al suelo—. Significa que
tenemos que ampliar nuestra red.
—Sería mucho más fácil si simplemente cogiera un maldito teléfono
y nos avisara —resopla Zane—. Maldita sea.
—Eso puede ayudar a acotar la búsqueda —sugiere Finn—. Esté
donde esté, no tiene su teléfono.
—No creerás que está muerto, ¿verdad? —Zane se incorpora, con los
ojos muy abiertos.
Lo miro con el ceño fruncido. —Deja de decir tonterías.
—Sólo digo que. No importa dónde esté, Sol se habría escabullido o
habría robado un teléfono o encontrado alguna forma de ponerse en
contacto con nosotros.
Mi rodilla rebota en la silla. —Parece que nos estamos perdiendo
algo.
—Puedo intentar hablar con la madre de Sol otra vez. —Zane mueve
las cejas—. Prueba el viejo amuleto de la Cruz. Aunque podría ser un arma
demasiado poderosa. Podría enamorarse de mí.
—Es más probable que te golpee la cabeza con una sartén —dice
Finn.
Zane le frunce el ceño.
Doy vueltas y vueltas a mi banda de cuero mientras pienso. Fue un
regalo de Sol. La hizo él mismo y nos la dio a cada uno. Entonces teníamos
unos trece años. Dijo que era un símbolo de hermandad. Desde ese día,
hicimos un pacto para cubrirnos siempre las espaldas.
—Al menos podemos decirle que la escuela no le va a echar en cara
lo que pasó este verano. Nos hemos quitado de en medio a Mulliez —le
digo—. Y fue el único que protestó. Una vez que encontremos a Sol, no
debería haber nadie en nuestro camino.
—En eso te equivocas —dice Finn, curvando los labios.
Frunzo el ceño. —Ella no es un problema.
—Ella sigue aquí. —Zane señala—. Incluso después de tu brillante
idea.
Finn hace otro riff con su guitarra. Nunca he visto a nadie moverse
tan rápido como él. Es como si sus dedos no estuvieran limitados por el
tiempo o la física.
Mi hermano hace rebotar una cuerda. —No es que podamos devolver
a Sol a donde pertenece, aunque lo encontremos ahora.
—¿Estás dudando de mí?
—Estoy señalando lo obvio.
—Fuiste tú quien insistió en darle la oportunidad de que se fuera por
su propio pie —gruño—. Si la hubiéramos roto sin una explicación, habría
sido mejor. Pero ahora sabe lo que queremos. Va a ser testaruda.
—No se ha perdido toda esperanza. Christa ya está poniendo una
diana en su espalda —reflexiona Zane—. No le ha hecho mucha gracia que
la hayas rechazado hoy.
Mis dos hermanos me miran inquisitivamente.
Aprieto los dientes. —Tenía una misión.
—Tenías a Christa dispuesta a hacerte las cosas más raras y la
rechazaste para correr detrás de CC.
Miro con mala cara a Zane por el apodo.
Él me devuelve una sonrisa de suficiencia. —Ninguna misión es tan
importante. Imagina cuánto ha mejorado el juego de Christa ahora que sus
labios son más grandes.
—No te estarás ablandando, ¿verdad, Dutch? —Finn pregunta.
—Ya verás. —Cojo mi guitarra y toco una melodía a juego con la
línea de bajo de Finn—. Cadence no tiene ni idea de lo que le espera. Voy a
arruinarla tanto que nunca olvidará mi nombre.
Eso no es una amenaza.
Es una promesa.
Jinx: No todos los héroes llevan capa. ¿Qué me darán por encontrar
al cuarto miembro de su banda, los Cross Boys? No creo que el dinero sea
suficiente. ¿Qué tal un intercambio? ¿Un secreto por un secreto? ¿Dutch
puede empezar diciéndome por qué él y Stage Fright6 fueron pillados
calentándose en la sala del café?
CAPITULO 19
Cadence
—¿Seguro que no nos van a disparar? —murmura Zane desde fuera
de mi camerino.
—Es el baile de bienvenida del instituto —ladra Finn, pero le tiembla
la voz como si la idea también se le hubiera pasado por la cabeza.
—¿Crees que los de primer año no hacen las maletas? ¿O que sus
hermanos mayores no lo hacen? ¿Has oído el término 'drive-by'?
—Tiene razón —dice Finn con un deje de nerviosismo.
—Los dos hacen el ridículo —gruñe Dutch.
Su voz me pone rígida. Como de costumbre, suena irritado y gruñón.
Pero no creo que sea por sus hermanos, porque con ellos tiende a relajarse.
No, está melancólico y sombrío desde que me vio después del
colegio. Hoy es el día de su actuación, de la que todavía no me han hablado
mucho.
Hemos pasado un par de horas en la sala de ensayo antes de que él y
sus hermanos me sacaran de Redwood Prep para prepararme.
Hoy estoy especialmente agotada y no tengo muchas ganas de estar
aquí. Me estoy perdiendo la primera vuelta a casa de Viola y tendré que
conformarme con las fotos que Breeze haga en mi nombre.
No es que a Dutch le importe. Mi malvado señor ha estado detrás de
mí desde aquella mirada en la cafetería.
Todos los días, sin falta, me obliga a tomar café y primero me hace
beber el suyo para comprobar si tiene lejía. Luego me ordena que lleve sus
libros a clase. Luego tengo que aparecer a su entera disposición para
cualquier estúpido recado que necesite que le haga. Luego, como si también
quisiera hacer de mi vida después de clase un infierno, Dutch me hace
practicar con ellos hasta el atardecer.
Pero no con el piano, no.
Me hace tocar el triángulo.
Sé que es una venganza. Está tratando de asegurarse de que las
corrientes subterráneas entre nosotros nunca vuelvan a salir a la superficie.
Si su objetivo era hacer que me resintiera más, entonces... misión
cumplida.
Vuelvo a casa cada noche y le doy una bofetada al saco de boxeo,
fingiendo que estoy reorganizando la mandíbula cincelada de Dutch.
—Espera. —Sus palabras registran y empujo la puerta del camerino
para abrirla—. ¿Acabas de decir que tu banda va a tocar para una fiesta de
bienvenida de novatos?
Nadie me responde. Probablemente porque todos están ocupados
mirando.
Zane se queda boquiabierto.
Finn arquea las cejas.
Y Dutch... Dutch parece más enfadado de lo normal.
Nerviosa, deslizo una mano sobre mi vestido. —¿Qué?
Hoy, cuando hemos salido del colegio, Dutch ha conducido
directamente a un almacén en el corazón del -distrito del dinero-. Es el
equivalente en nuestra ciudad a Rodeo Drive, donde todas las tiendas son
excesivamente caras y pretenciosas.
Una mujer muy cuidada nos recibió en la puerta y nos acompañó
hasta el piso de arriba. Allí, los chicos desaparecieron en sus propios
vestuarios y una dependienta me regaló un sedoso vestido negro y unas
botas góticas de plataforma para que me las pusiera.
Le seguí la corriente porque las botas me parecían increíbles con
todos sus tirantes y cadenas colgantes. Además, un vestido tan caro nunca
había tocado mi piel.
Dutch es el primero en apartar la mirada. Flexiona la mandíbula y
cierra los dedos en un puño.
Zane salta del sofá. —Joder, Cadence. Vaya manera de aparecer.
Finn asiente con la cabeza.
Mis labios se curvan un poco. —Gracias.
Dutch se da la vuelta. Su mirada oscura se clava en mí.
Veo cómo el deseo se enciende en sus ojos. Aparta la mirada, pero
sigue ahí, en la tensión de su mandíbula, el aleteo de sus fosas nasales y la
mano agitada que mete en los bolsillos de sus pantalones de vestir.
Todos los chicos parecen príncipes góticos con pantalones oscuros y
camisas abotonadas, pero hay algo en la forma en que Dutch lleva las
mangas dobladas hacia atrás para revelar su tinta que lo distingue como el
más peligroso y el que más probabilidades tiene de destrozarte el alma.
Su pelo rubio lleva producto para que no le caiga sobre la frente. Su
estilo arreglado lo hace aún más atractivo.
En mi cabeza surgen pensamientos perversos, empezando por cómo
se sentirían sus manos al deslizarse por la seda de mi vestido y terminando
por lo musculoso que sería su cuerpo sin esa camisa.
Me chupo los labios despacio, observando cómo la mirada de Dutch
se clava en mi boca como si él mismo quisiera trazar el camino.
La tensión entre nosotros no ha disminuido. No desde que casi nos
besamos en la cafetería.
Es una tortura estar tan cerca de él. Quererlo y odiarlo al mismo
tiempo. Ahora que he admitido mi oscuro deseo, no puedo mirar a Dutch a
los ojos. Por si acaso se da cuenta de que estoy más loca que él.
Porque para él, podría ser una simple cuestión de atracción.
Pero para mí... debería saberlo.
El historial de malas decisiones de mamá tiene que saltarse una
generación. Dutch Cross no es el tipo de hombre que promete un futuro y lo
cumple. Es el tipo de hombre que le quita la boca y la virginidad a una
mujer y luego desaparece en la oscuridad de donde vino.
No quiero ver el desastre que puede hacer de mi corazón. Nunca le
daré esa oportunidad.
—¿Por qué llevo esto? —Pregunto.
—Ya lo averiguarás —dice Dutch crípticamente.
Esto me da mala espina.
En primer lugar, la banda de Dutch tocará en mi antiguo instituto. Lo
que significa que tocará delante de mi hermanita.
Viola ya está enamorada de Zane. Gracias a Breeze, ahora es fan de
los Kings. Seguro que se acercará a ellos y si me ve con ellos, actuará como
si fuéramos amigos.
No quiero que estos mundos choquen.
—Yo no voy —digo.
Los tres guapos hermanos se detienen a medio camino de la puerta.
Me agacho y finjo tener un retortijón en el estómago. —De repente,
no me encuentro bien. —Me abanico la cara—. Creo que he comido algo
con melocotones.
—¿Alguien le dio melocotones antes de que viniéramos? —Dutch
gruñe a sus hermanos.
Intercambian miradas.
—No —dice Finn.
Dutch frunce el ceño. —No te he visto comer nada desde el almuerzo.
—No sabes todo lo que he hecho desde el almuerzo —respondo.
Zane parece divertido. —¿Hay algo que debamos saber? —Le arquea
una ceja a Dutch—. ¿Hermano?
—Deja de joder —me advierte Dutch.
—Deja de creerte mi dueño —le respondo—. No te pertenezco.
—Entra en el maldito coche, Cadence.
—No.
Finn me mira preocupado. —¿De verdad has comido algo con
melocotones? Dutch mencionó que eras alérgica.
Tengo que urdir otra mentira para que esta sea más creíble. Me pongo
una mano en la cadera. —Puede que me haya estado enrollando con un
jugador de fútbol esta tarde. Creo que podría haber almorzado melocotones.
Dutch se mueve como un rayo por la habitación. Cuando se detiene,
está más cerca de mí que mi próximo aliento.
Sus ojos se clavan en mí y su mano cae sobre mi espalda baja. Se me
escapa un pequeño sonido de la garganta, que parece sacar a la bestia que
hay en Dutch, porque sus ojos se oscurecen al instante.
Su mirada se clava en mí y el deseo me recorre las venas.
No puedo besarle ahora.
Sus hermanos están mirando y necesito mantener la cabeza despejada
para poder alejarlo de Vi.
Levanto las manos para apartarlo.
En cambio, sus dedos se aferran a una de mis muñecas. No me pierdo
la forma en que ambos respiramos agitadamente.
Dutch se recupera rápidamente. Se da la vuelta y me arrastra escaleras
abajo.
Mi cuerpo zumba de furia y empujo sus dedos. —Suéltame.
—Sigue luchando y te llevaré al baile de bienvenida. Sobre mi
hombro. —Sus ojos son oscuros y sé que es bueno para la amenaza porque
ya lo ha hecho dos veces antes.
—Que te den —siseo.
Su sonrisa es siniestra y hace que mi cuerpo palpite de la peor
manera.
—Sigue suplicando y puede que lo haga, Brahms.
Dejo de forcejear inmediatamente.
Dutch levanta la barbilla hacia el coche y yo resoplo antes de subir.
Sus hermanos me acompañan y nos vamos.
El silencio sólo se rompe por mi respiración agitada. Clavo la mirada
en la cabeza de Dutch, ignorando la forma en que Finn lo observa todo.
Zane se aclara la garganta. —Cadence, he oído que este era tu antiguo
instituto.
—No te metas con ella —le regaña Dutch.
¿Qué? ¿Se supone que tienen que tratarme como si no estuviera aquí?
Le lanzo otra mirada de daga y contesto a Zane con altanería. —Sí, fui a ese
instituto.
—¿Por eso actuaste como si estuvieras enferma? ¿Porque hay algo ahí
que no quieres ver? —pregunta Finn.
—¿O alguien? —Zane se da la vuelta en el asiento del copiloto y
mueve las cejas.
El coche se detiene de golpe.
Finn casi se golpea la cara contra el reposacabezas.
Zane se agarra con fuerza el cinturón de seguridad.
Me agarro a la manilla de la puerta y me salvo de un latigazo cervical.
—Dutch, ¿qué demonios? ¿Qué forma de conducir es esa? —grita
Zane.
—Hay un semáforo en rojo —refunfuña Dutch.
Finn mira a su hermano con los ojos entrecerrados. Y luego se vuelve
hacia mí de modo que nuestras rodillas casi se tocan. —¿Es un ex?
—I…
—¿Qué demonios es esto? ¿Un interrogatorio? —Dutch gruñe.
—Sólo estamos haciendo preguntas —dice Zane.
—No preguntes nada. De todas formas, no va a estar por aquí el
tiempo suficiente para que importen las respuestas.
Ojalá estuviera sentada detrás de Dutch para poder patearle la silla.
—Tiene razón. No veo por qué eso es asunto tuyo —digo con
pertinacia.
Finn se limita a sonreír.
Dutch enciende la radio. —¡Basta de charla!
—Mandón —se burla Zane, pero sube las piernas al salpicadero,
golpea el ritmo de la canción en el muslo y no me hace más preguntas.
Estoy pensando en cómo evitar a mi hermana cuando Dutch entra con
su lujoso coche en el aparcamiento de mi antiguo instituto.
Me quedo mirando las vallas metálicas. Tienen que cerrarlo todo o los
yonquis entrarán, usarán los baños y saquearán el lugar. Los edificios están
destartalados, con la pintura desconchada.
Sé de memoria que dentro no es mejor. Tenemos que golpear las
taquillas para que se abran. Nuestra cafetería sirve pastel de carne
misterioso en lugar de sushi y hamburguesas gourmet. Y la mayoría de
nuestros profesores parecen haber renunciado ya a la vida.
Volver aquí después de pasar casi dos meses en el lujoso Redwood
Prep, con su gimnasio, su piscina cubierta climatizada, su pista de tenis, sus
amplios jardines y su elegante decoración, es como si te hubieran metido en
un cubo de agua fría.
—Así que así es como se vive en el otro lado —murmura Zane, casi
emocionado por estar aquí.
Dutch le lanza una bolsa a su hermano. Es redonda y grande, así que
supongo que lleva los platillos.
Zane abre las manos y la coge justo a tiempo.
—Lleva eso. Dijeron que nos instaláramos por la puerta de atrás.
Empiezo a sacar una guitarra.
Dutch me la arrebata.
—¿Qué haces?
Su mirada serpentea perezosamente por mi vestido hasta mis zapatos.
—No deberías llevar nada encima. —Antes de que pueda empezar a pensar
que le ha crecido el alma de la noche a la mañana, añade: —Podrías
tropezar y caerte y entonces se estropearía nuestro equipo.
Demasiado para ser un caballero. Dutch es pura maldad. Estoy segura
de ello.
—Déjame llevarlo dentro. —Agarro el equipo.
Él entrecierra los ojos y lo arrastra fuera de su alcance. —¿Vas a
pagar si se rompe algo, roadie7?
Le frunzo el ceño.
Me devuelve la mirada, negándose a romper el contacto visual.
—¿Pueden ir a apuñalarse con el ojo por ahí? —dice Zane con un
toque de picardía en el tono—. Tenemos que descargar el camión.
—No me digas lo que tengo que hacer.
—Cállate, Zane.
Dutch y yo hablamos al mismo tiempo. Cuando nos damos cuenta de
que en realidad estamos de acuerdo en algo, los dos resoplamos disgustados
y nos apartamos.
A pesar de mi insistencia y de algunos intentos furtivos, los hermanos
Cross consiguen descargar el equipo sin mí. Dutch no me quita ojo cada vez
que me acerco demasiado y me ahuyenta fielmente.
Ya estoy lista para que acabe la noche cuando oigo una voz cantarina:
—¡Ya estás aquí!
Mi mejor amiga baja corriendo las escaleras de la escuela. Lleva un
vestido azul ajustado que cae sobre su despampanante cuerpo. Lleva el pelo
rubio recogido sobre la cabeza.
Se para en seco cuando me ve. —¿Cadence?
—Breeze. —El pánico se apodera de mi cabeza y me aprieta con
fuerza—. ¿Qué haces aquí?
—Te dije que estaba en el comité de planificación de este año. Me
pidieron que ayudara con el baile de primer año.
Probablemente me lo dijo, pero no lo recuerdo. Aunque eso explica
por qué nuestro antiguo instituto insistió en contratar a The Kings en lugar
de a un DJ normal, como siempre.
Breeze me mira a mí y a los tres guapísimos rockstars que están a mi
lado. —¿Qué es esto?
Esta es una historia muy larga que aún no he compartido con mi
mejor amiga.
—Somos amigos de Cadence —dice Dutch.
Le lanzo una mirada tan llena de veneno que es una sorpresa que aún
no haya caído muerto.
Dutch ignora mi mirada de perdición. Se adelanta y le tiende la mano
a Breeze. —¿Y tú eres?
—Soy lo que tú quieras que sea —dice ella, riéndose y revolviéndose
el pelo.
Dutch le dedica una sonrisa encantadora y juro que no creía que su
cara fuera capaz de hacer esa expresión. Sus ojos brillan, sus labios están
relajados y parece un ser humano de verdad en lugar de un frío dios.
—Soy Dutch —dice—. Estos son Finn y Zane.
—Hola. —Zane saluda con la mano.
Finn le hace un gesto de reconocimiento con la cabeza.
Breeze casi se desmaya. —Vaya, es... es genial conocerlos
oficialmente. Estoy tan emocionada por lo de esta noche.
—Nosotros también. —Dutch arquea una ceja—. ¿Dónde podemos
empezar a prepararnos?
—Pueden ir por esa puerta lateral. —Ella señala.
—Genial. —Dutch le dedica otra sonrisa de infarto. No tengo ni idea
de dónde viene este acto de chico dulce. Se ha portado como un demonio
conmigo y, sin embargo, se hace pasar por alguien que nunca haría daño a
una mosca.
—Genial —dice Breeze soñadoramente.
Dutch le guiña un ojo.
Casi vomito.
Los miembros de la banda recogen todos los instrumentos y el equipo
que pueden cargar y desaparecen en la escuela. En el momento en que están
fuera del alcance del aire, Breeze me ataca el brazo.
—¿Cómo. Pudiste. No. Decírmelo? —Puntúa cada palabra con una
bofetada—. ¿Cuándo ibas a mencionar que no sólo conoces personalmente
a los Reyes, sino que ellos saben tu nombre y te llevan a los conciertos?
—Eso no es lo que pasa.
Breeze da un paso atrás y sus ojos se abren de par en par. —¿Y qué es
este vestido? ¿Es de diseño? ¡Dios mío! ¿Te lo han comprado?
—No. Quiero decir, más o menos.
—Tu voz acaba de subir dos octavas, cariño. Si quieres mentirme,
esfuérzate un poco más.
—No es lo que piensas.
—¿Qué es lo que pienso? —Ella desafía.
—No estoy con ellos. Sólo estamos... haciendo un proyecto juntos.
—¡Perfecto! —Ella levanta las manos—. Porque si estuvieras con uno
de Los Reyes, volvería a entrar y le diría a Hunter que no contuviera la
respiración.
—¿Hunter está aquí? —Se me corta la respiración.
Viola me dijo que vendría, pero no esperaba que viniera a la fiesta de
bienvenida de un novato. No me parecía el tipo de hermano mayor de la
Asociación de Padres de Alumnos.
Dutch baja corriendo las escaleras del instituto, con los brazos
musculosos libres de su guitarra y sus altavoces. Sus hermanos no lo
acompañan, lo que significa que aún están dentro preparando todo.
Su mirada se enreda con la mía e, incluso en la oscuridad, es
hipnótica. Le devuelvo la mirada a Breeze.
—Será incómodo bailar con Hunter. Desde que vino aquel día, no
hemos hablado. Además, nunca respondió a mis mensajes.
Los músculos de la espalda de Dutch se flexionan mientras busca algo
en su camioneta. Sus movimientos son lentos y medidos, aunque tenga
prisa. Sé que me está escuchando atentamente.
Breeze observa su cuerpo delgado y atlético y la baba se desliza por el
lateral de sus labios.
—Breeze —le digo.
—¿Eh? Ah, claro. Tú. Cazadora. Este vestido. —Sus ojos se fijan en
mí y me agarra la mano—. Cadey, tiene que verte con este vestido. No hay
forma de que vuelva a pensar en ti como la hermana pequeña de su amigo.
Empiezo a tropezar detrás de mi mejor amiga cuando siento que unos
dedos fuertes me rodean la otra muñeca. Su tacto irradia un calor abrasador
mientras me agarra con más fuerza.
Breeze nos mira a los dos con los ojos muy abiertos.
—¿Qué estás haciendo? —exclamo.
Su ceño fruncido me dice que no le gusta mi tono. —Te necesitamos
en el escenario.
—¿En el escenario? —Siseo—. ¿Por qué?
—Ya lo verás. —Sus labios se curvan y vuelvo a recordar a un león.
Dutch me mira fijamente—. Tengo otros planes para ti esta noche, Cadey.
CAPITULO 20
Cadence
—No, en absoluto.
Dutch y yo estamos de pie en el pasillo a un lado del gimnasio
mientras Finn y Zane están en el otro.
Pensé que Dutch me arrastraba con él para tener una última discusión.
Suponer que Dutch no estaría maquinando formas de hacerme la vida
imposible fue mi primer error.
Dejar que me arrastrara hasta aquí mientras Breeze miraba fue mi
segundo.
—No voy a subir al escenario —le siseo.
—Dijiste que serías mi asistente. Veinticuatro siete. Ese es el trato. —
Sus cejas se arquean sobre sus ojos ámbar. Parece muy impaciente esta
noche. Es extraño. Dutch siempre está de mal humor, pero esto es diferente.
Parece... volátil.
—Tocas en el escenario. Los fans gritando. Los sujetadores que te
tiran. Eso es lo tuyo —digo.
—¿Sujetadores? —La tormenta en sus ojos se suaviza un poco—.
Cadey, esto es un baile de instituto. Si recojo algún sujetador aquí, es medio
delito.
—No me importa. No voy a subir al escenario.
Dutch se mete las manos en los bolsillos. —Te necesitamos en
nuestro set.
—¿Porque el triángulo es tan importante para el sonido general? —Mi
voz resuena con sarcasmo—. Lo dudo mucho.
Mi mirada pasa de Dutch a las salidas. Me pregunto cuánta fuerza
bruta necesitaría para empujarle y salir corriendo hacia la autopista.
Prefiero arriesgarme con los pandilleros de la calle que subirme a esa
plataforma toscamente construida con adornos que ya se están cayendo. La
única forma en que me plantearía hacer algo así sería si tuviera mi pelo
rojo, maquillaje y nombre artístico.
—He oído que tu hermana asiste a esta escuela. —Dutch se acerca.
—¿Cómo lo sabes?
—Jinx envió una foto. —Sonríe—. Viola Cooper. Grandes ojos
marrones. Bonita sonrisa. Quiere ser una estrella del maquillaje.
Mis hombros se endurecen. —Ni se te ocurra hablar con mi hermana.
—Entonces mueve el culo. —Levanta la barbilla hacia el escenario.
Se me revuelve el estómago de los nervios y empiezo a sudar frío. —
No puedo.
—Sí que puedes.
—¿Por qué me haces esto? —gimo. Aunque lo sé. Es porque me odia.
—Necesitas superar tu miedo escénico.
—Dutch, realmente no puedo.
Se inclina y me mira. —No pienses en la multitud. Imagina que sólo
estamos tú y yo. Golpea ese triángulo como si quisieras golpearme la
cabeza con un martillo. —Hace una pausa y parece pensárselo—. Pero a
tiempo.
—Me niego.
—No es una opción, Brahms. —Sacude la cabeza.
Fuera, el presentador anuncia la banda. Los estudiantes de primer año
gritan.
—Es la hora. —Dutch me coge de la mano y me arrastra hacia el
escenario.
—¿Puedes dejarlo ya? —Me agarro a su camiseta y la retuerzo.
Nunca pensé que le suplicaría nada a Dutch, pero aquí estoy. Prácticamente
de rodillas.
—¿Desde cuándo te echas atrás ante un desafío, Brahms?
Me centro en su mirada obstinada. —Esto es diferente. No he tocado
en un escenario como yo misma desde que tenía doce años.
Esta vez, la mano que cierra a mí alrededor es paciente. Lentamente,
Dutch frota círculos en mi muñeca como para calmar mi pulso acelerado.
—No los mires, Brahms. —Me guía a través de la puerta—. Mírame a
mí. Sigue mirándome. —Me devuelve la mirada—. Porque si huyes, voy a
encontrarte y no te va a gustar lo que te haga.
Entrecierro los ojos con desagrado, pero no puedo gritarle porque ya
estamos subiendo al escenario.
Los instrumentos están preparados. Las guitarras, batería, luces
multicolores. Grandes globos sujetos por un toldo de red. Y luego están los
ojos.
Un mar de rostros se extiende ante mí, todos vestidos
maravillosamente y envueltos en sombras. No puedo ver a Viola pero,
sinceramente, no puedo ver nada más allá de mi propia neblina de miedo.
Creo que voy a vomitar.
Dutch me suelta la mano y me dispongo a salir corriendo del
escenario cuando Finn se cruza en mi camino. Lleva un bajo colgado del
hombro. Me mira fijamente.
Le dirijo una mirada desesperada. —Finn, por favor.
Sacude la cabeza y levanta la barbilla hacia el triángulo.
Zane está sentado detrás de una batería de aspecto impresionante. Su
pelo negro le cae sobre la cara y sacude la cabeza para apartárselo de los
ojos. Me sonríe y me apunta con una baqueta.
El miedo y la confusión me ahogan. ¿Por qué me hacen esto?
¿Quieren ver cómo me ahogo? ¿Es este su plan final para echarme de
Redwood Prep para siempre?
—Siéntate ahí. —Finn señala una silla que está al fondo del
escenario.
Corro hacia allí, con el corazón palpitando de alivio y mi fiel
triángulo pegado al pecho.
Le devuelvo el saludo con la cabeza y observo cómo coge la guitarra
del atril y la balancea por encima de la cabeza sin esfuerzo. Parece tan a
gusto. Qué cabrón.
Me arde todo el cuerpo y me esfuerzo por no hiperventilar. La última
vez que me puse delante de una multitud, tenía doce años, lloraba y tenía
miedo.
Aprieto mi triángulo con más fuerza. Esto es diferente. No estás
detrás de un piano.
La autoconversación me ayuda. Empiezo a calmarme un poco. Dutch
está aquí, También Finn y Zane. Y aunque han sido horribles conmigo, al
menos no estoy sola. Estoy metida hasta el fondo, sana y salva, tocando un
instrumento que no tiene peso en la actuación.
Sólo respira, Cadence. Sólo respira.
Dutch está de cara al público. Rodea el micrófono con sus dedos
largos y finos. Su voz retumba en el auditorio mientras presenta a la banda
y veo a varias chicas desmayarse. Las pobres ya están bajo su hechizo, lo
que no me sorprende. Dutch es alto y hermoso bajo las luces.
Mirarle es mejor que perderme en mi cabeza. Me fijo en su sonrisa
arrogante cuando desengancha el micrófono. Merodea por el escenario
mientras Zane empieza a tocar un pegadizo ritmo de batería. Mueve la
cabeza y suelta otra sonrisa confiada. Este es su mundo y le pertenece.
Zane deja de tocar.
Luego levanta las baquetas y cuenta hacia atrás.
Uno, dos, tres.
Estoy tan cerca de la batería que cuando Zane golpea los platillos,
casi me desgarro la piel. Finn entra con un riff funky en el bajo y Dutch lo
iguala en la guitarra eléctrica compás a compás, con el rostro tenso por la
concentración.
Me quedo boquiabierta cuando oigo tocar a Dutch. Utiliza la música
como un arma, destrozando todo lo que creía saber de él y reconstruyéndolo
todo de nuevo.
Los rugidos se hacen más fuertes mientras el mar de novatos sonríe y
rebota de emoción.
Estoy en la parte de atrás, así que lo único que puedo ver es el perfil
de Dutch, pero es lo suficientemente potente como para mantener mi
atención. Pómulos afilados, mandíbula fuerte, labios carnosos. Toca la
guitarra como yo pongo mi alma en un piano, como si fuera su última noche
y nada importara más que este momento.
En el escenario hace mil grados, pero se me ponen los pelos de
gallina.
Los labios de Dutch se entreabren, su pelo se alborota mientras
mantiene la atención en la guitarra. Nos tiene a todos hechizados,
esperando.
Y entonces...
Pone la boca en el micrófono y una nota tiembla en el aire.
Los gritos del público casi destrozan lo que queda de mis tímpanos.
Dutch se balancea de un lado a otro, entregándose por completo a la
canción. Es una faceta suya que nunca antes había visto y que me atrae
sobremanera.
Me encanta la aspereza de su tono y la autenticidad que aporta a su
interpretación. Es crudo y vulnerable, aunque el ritmo sea alegre.
Su confesión de la otra noche me da vueltas en la cabeza. No sé para
qué toco. Es difícil pensar que esté luchando tanto cuando lo hace tan bien.
Los Kings empiezan su primera canción y los niños estallan en
vítores.
En un instante recuerdo por qué la música es tan universal. No
importa que Dutch tenga en su cuenta bancaria mucho más de lo que
cualquiera de estos estudiantes podría soñar. No importa que conduzca un
coche lujoso, que viva en una mansión o que su padre sea una leyenda de la
música. Ahora mismo, en este momento, está hablando el idioma que todo
el mundo entiende.
Muevo la cabeza al ritmo, conectando con cada línea, cada verso y
cada acorde. No porque sean perfectos, sino porque el cantante no me da
otra opción que animarme.
Con el tiempo, paso de mover la cabeza a bailar en mi asiento. A
veces, incluso olvido dónde debo tocar el triángulo.
Hacia el final del concierto, la banda hace una pausa musical. Dutch
toca un complicado solo con su guitarra. Finn marca un ritmo con el bajo y
Zane se lanza a la batería, provocando la mayor reacción de los estudiantes.
Veo que Dutch me hace un gesto.
Casi se me salen los ojos.
Niego con la cabeza. No.
Me levanta la barbilla como diciendo que tú eres el siguiente.
Vuelvo a negar con la cabeza.
Él vuelve a asentir.
Hacemos la rutina del cabezón durante un minuto hasta que Zane
golpea los platillos con las baquetas y, mientras suenan los discos dorados,
me señala.
Trago saliva. El público se concentra y el miedo me mastica viva.
—¡Te toca, Cadence! —advierte Zane mientras termina su solo.
Con el corazón en la garganta, me pongo en pie con dificultad,
levanto el triángulo y golpeo el palo contra él. El aro estalla en el aire y
Dutch envuelve inmediatamente una melodía alrededor de la nota para que
parezca algo nuevo.
Los estudiantes de primer año enloquecen, golpean sus cabezas y
bailan.
Salto de emoción.
No... Me he desmayado.
Lo he conseguido.
Miro a Dutch a los ojos y le sonrío. Él inclina la barbilla en señal de
aprobación. Le corre el sudor por la cara y tiene el pelo revuelto, pero
nunca lo había visto tan cautivador.
Se da la vuelta y vuelve a cantar el estribillo. La guitarra grita bajo
sus dedos. Nos preparamos para el final.
Para mi sorpresa, Dutch se da la vuelta y me hace un gesto para que
me acerque a él.
Muevo un dedo.
Él mueve la cabeza en un gesto de –vamos-.
Camino hacia el frente, me tiemblan las rodillas.
Me miran con ojos ámbar y, aunque Dutch no dice nada, noto que me
pregunta si estoy preparada para esto.
Muevo la cabeza de un lado a otro en un desesperado –no-. No es que
le importe. Dutch rasguea las cuerdas de su guitarra y Zane aporrea la
batería. Es hora del gran final.
Golpeo el triángulo a tiempo.
Una vez.
Dos veces.
Imitando a Dutch, me sacudo el pelo de un lado a otro.
El golpe final de mi triángulo es recibido con aplausos y gritos. Dutch
toca una última progresión de acordes antes de dejar sonar la nota.
Se acabó. Un zumbido recorre todo mi cuerpo. No puedo creer lo que
acabo de hacer. Me he subido al escenario y he tocado ese triángulo como
yo misma.
Como yo.
Cadence.
Sin pelucas. Sin maquillaje. Sin nombre artístico.
Siempre he sido sincera con mi música, pero ésta es la primera vez en
años que soy sincera con quién soy cuando la interpreto.
Esta noche, gracias a Dutch, he roto ese molde.
Sin pensarlo dos veces, acorto la distancia que nos separa y le echo
los brazos al cuello justo cuando se rompe la red y los globos llueven sobre
nosotros.
CAPITULO 21
Dutch
Mis brazos rodean la cintura de Cadey y respiro su aroma.
Quiero que el abrazo dure más, pero ella se aparta y sus ojos castaños
me miran con desconcierto. Luego, como si hubiera tomado una decisión,
una sonrisa incómoda se dibuja en sus labios.
Su pelo me da una bofetada en la cara cuando se da la vuelta y rodea a
Finn con los brazos. Mi hermano exhala sorprendido y me mira.
Cadence lo suelta y se acerca a Zane. Frunzo el ceño en dirección a
mi gemelo y me aseguro de que sus manos no bajen más de lo necesario.
La posesividad me coge por sorpresa. ¿Y qué si Zane abraza a
Cadence? A mí no me importa. Ella no me importa.
Aparto los ojos de ella aunque todo en mí quiere seguir mirándola.
Arrodillado junto a mi guitarra, bajo el volumen.
Normalmente, esperaría a que terminara el evento para empezar a
desmontar instrumentos, pero salto directamente a la mesa de mezclas,
silencio las otras guitarras y empiezo a desenchufar cables.
Cadence baja del escenario y yo hago como que no me doy cuenta.
—Dutch, ¿qué haces? —Unas zapatillas blancas y negras caen en mi
campo de visión. Están impecables, lo que significa que son de Finn. Es un
fanático de las zapatillas y las atesora como trofeos.
—Estoy desmontando los instrumentos —murmuro. Debería ser
bastante obvio.
—¿Dónde ha ido Cadence? —Zane pregunta, uniéndose a mí en la
parte delantera de la mesa de mezclas.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? —Gruño.
Hay una delgada línea entre una broma inofensiva y una pelea. Sé que
estoy más cerca de empezar una pelea que de otra cosa.
Pero Zane no parece molesto. Parece divertido.
—¿Qué te pasa?
Doblo toscamente nuestros cables para que quepan en nuestra maleta
de viaje. —He suspendido en el último riff.
Me puse nervioso con Cadence a mi lado y mis dedos no doblaron
bien las cuerdas.
Mis hermanos asienten porque saben lo en serio que me tomo la
música. Lo que no saben es cuánto de la música de esta noche he disfrutado
simplemente porque Cadence estaba allí con su estúpido triángulo.
Tengo la cabeza hecha un lío y todo por su culpa. Cuando la vi salir
del vestuario con ese sedoso vestido negro, la boca brillante y rosada...
Casi me rompo una vena.
Luego me abrazó después de la actuación de esta noche.
Fue sólo un apretón, tan básico e inocente como la crema de vainilla,
pero los pantalones me apretaron tanto que creí que se me saldrían.
Cada nervio de mi cuerpo está vivo por su contacto.
Finn me mira como si supiera la verdadera razón por la que estoy
inquieto. Necesito que mis hermanos salgan de mi vista tan pronto como
sea humanamente posible.
—Oh, la encontré. —Zane asiente en dirección a la multitud.
Levanto la vista casi con impaciencia. Y luego frunzo el ceño al no
ver a Cadence por ninguna parte.
—Con ella, me refiero a su sexy mejor amiga. —Zane me guiña un
ojo—. ¿De quién creías que estaba hablando, Dutch?
—Que te den. —Regaño a mi hermano.
Finn se frota la barbilla. —¿A alguno le parece que hemos visto a su
amiga antes?.
—¿A quién? ¿A la amiga de Cadence? —aclara Zane.
Finn asiente.
—No lo sé. —Zane me quita los cables del micro de las manos—. Lo
que sí sé es que Dutch no puede quitarnos los instrumentos esta noche.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Nos encargaremos de esto.
—Yo me encargo. —Cojo el cable de la música.
Zane me bloquea. —Gastamos una locura en estos cables y los estás
doblando mal. Si dejan de funcionar en medio de un set, te culparé a ti.
—Vete a pinchar o algo. —Finn me da una palmada en la espalda y se
retira a su bajo donde coloca cuidadosamente la guitarra en su funda.
—¿Necesitan ayuda, chicos? —Un profesor con gafas y aspecto de
empollón se acerca a nosotros. Pero en realidad no nos mira. Sus ojos van
de un lado a otro como si buscara polizones.
Empiezo a notar lo vacía que está la parte delantera del escenario.
Normalmente se nos acercan muchas chicas después de una actuación. Por
el aspecto de los profesores que nos rodean, supongo que la falta de
interacción es intencionada.
Me paso una mano por el pelo y vuelvo a observar a la multitud. Está
oscuro y es casi imposible distinguir las caras, pero localizo a Cadence por
el brillo de su vestido.
Diablos, pasé la mayor parte del trayecto hasta la escuela intentando
no pensar en ella con ese vestido, pero fracasé. A lo grande.
Todo en ella me afectaba.
La forma en que sus tetas se salían de la parte superior.
La forma en que se mordía la boca brillante cuando se daba cuenta de
adónde íbamos.
La forma en que seguía jugando con sus pendientes.
No debería estar pensando en ella.
Pero hay...
...no lo sé. Hay algo ahí.
En la distancia, Cadence tropieza hacia atrás cuando una chica más
pequeña se abalanza sobre ella. Está demasiado lejos para distinguirla, pero
supongo que es su hermana pequeña. La otra niña lleva un vestido con
volantes y el pelo largo.
Parece que Cadence viene de una familia de abrazadores.
Zane me hace un gesto. —¿Puedes meter esto en el camión?
—Sí. —Acepto la batidora de sus manos, contento por tener una
excusa para salir del gimnasio.
Cuando vuelvo, Cadence está de pie más cerca del escenario.
Y está con un tío.
Aprieto los puños cuando veo lo cerca que está de ella. Ella se ríe de
algo que él dice y su mano se posa en la manga de su chaqueta.
Me pongo furioso.
He sentido un montón de sentimientos oscuros a lo largo de mi vida,
pero los que ahora bullen en mi interior son los más aterradores, porque no
tengo derecho a ellos. No con Cadence.
Agarro bruscamente la funda de mi guitarra y salgo a la calle. El
viento nocturno no hace nada por enfriar mi furia. Me inclino sobre el
asiento trasero, tensando los músculos de los hombros y haciendo todo lo
posible por no moverme.
¿Y si entro e impido que ese tipo hable con Cadence? ¿Y entonces
qué?
No la quiero para mí.
No es la chica que me importa.
Ella es la chica que necesito para salir corriendo de Redwood.
Enrosco los dedos en puños y golpeo la silla. Es como si me
desgarraran por dentro.
La conexión que siento con la pelirroja es real. Cada vez que creo que
me controlo, la oigo tocar y me arranca algo de lo más profundo y oscuro
de mí.
Pero no puedo fingir que Cadence no se está metiendo bajo mi piel
también. Incluso ahora, quiero arrastrarla a una de las aulas vacías. Pasaría
mis manos por su cuerpo, por sus curvas. Me tragaría sus gemidos guturales
para mantenerla callada y que no nos descubrieran los chaperones.
Porque una vez que la pruebe, estoy seguro de que no me detendré
por nada que no sea un huracán.
Me paso las manos por el pelo, respirando fuerte y deprisa.
La necesidad late en mis venas.
Me meto una mano en los pantalones.
Se me escapa un largo gemido. Parezco un enfermo mental torturado.
Unos pasos me avisan de que vienen mis hermanos. Me enderezo y
los miro con el ceño fruncido.
Zane lleva una batería en un estuche acolchado. El colegio me
proporcionó una batería totalmente equipada, pero mi gemelo nunca toca
sin su propia caja.
—¿Estás listo para salir? —pregunta Zane.
Miro detrás de él. —¿Dónde está Cadence?
—Se queda —dice Finn.
Mis fosas nasales se encienden. —¿Quién la lleva a casa?
Me imagino a ese tipo ofreciéndole llevarla, acercándose a la palanca
de cambios, poniéndole la mano en el muslo... y se me dispara el
temperamento.
—¿Por qué te importa? —Zane me desafía.
Lo miro fijamente. —No me importa.
—Entonces pongámonos en marcha. No hay razón para que nos
quedemos. —Zane esboza una sonrisa divertida por encima del hombro—.
La administración quiere que nos vayamos más rápido. Creen que caeremos
en la trampa.
Mis pies están arraigados en su lugar. Dejar a Cadence aquí para que
coquetee con un chaperón imbécil me hace querer romper una ventana con
el puño.
Pero no tengo una razón para quedarme.
Al menos, no una buena.
Me obligo a darme la vuelta y sigo a mis hermanos hasta el coche.
—¡Espera! —Suena un chillido de niña que hace que todos nos
detengamos.
La chica que abrazó a Cadence antes viene saltando por los escalones
de atrás. Está resoplando cuando llega hasta nosotros.
—Estoy... —Ella jadea—. Viola... la... hermana de Cadey.
Arqueo una ceja, reparando en el parecido familiar. Viola no es tan
alta como su hermana mayor, pero tiene la misma delicada belleza. Veo el
parecido familiar en sus ojos y en sus sonrisas. Aunque no tengo mucho con
qué compararlas, ya que Cadence rara vez me sonríe.
—Hola, Viola —dice Zane.
Finn levanta la barbilla.
—Sé que estás ocupado y no he venido aquí a flirtear contigo. —Se
endereza después de recuperar el aliento. Sus mejillas se sonrojan y sus ojos
brillan—. Pero no me malinterpretes. Lo haría porque los adoro. Estuvieron
increíbles esta noche.
—Gracias. —Zane le muestra su sonrisa característica.
La pobre chica casi se desmaya.
Doy un paso adelante. Cadence empezó a ponerse a la cola cuando la
amenacé con presentarme delante de su casa. Lo que significa que está
tratando de proteger algo cercano. A su hermana.
—Tenemos tiempo. —Me acerco más a ella.
Se sonroja.
—¿Tocas el piano como tu hermana? —Zane pregunta en tono
amistoso.
—No, no toco. Le suplico a Cadey que me enseñe, pero siempre
trabaja hasta tarde. —Su risita es cohibida—. Así que me las apañé por mi
cuenta.
Al mencionar a Cadence trabajando hasta tarde, siento una punzada
en el pecho.
—De todos modos —Viola agita una mano— quería darte las gracias
por ayudar a mi hermana a superar su miedo escénico.
—Todavía queda mucho camino por recorrer —le advierto. Tocar el
triángulo de fondo está muy lejos de ser capaz de tocar sola delante de
multitudes.
—Sí, pero tienes que entender que antes Cadey nunca se subía a un
escenario. Le daba urticaria, vomitaba y... —Se estremece—. Era horrible.
—¿Cuándo empezó el miedo escénico? —pregunta Zane.
Viola se muerde el labio inferior y me recuerda a su hermana. —
Mamá no siempre estaba... en sus cabales. A veces, llevaba a Cadence a
lugares que no eran seguros y la obligaba a jugar.
Finn parece perturbado.
Zane maldice. —¿Qué clase de madre haría eso?
—Una que tiene problemas con las drogas —confiesa Viola.
El corazón se me hunde hasta la boca del estómago.
—Cuando nuestra madre murió -los ojos de Viola se empañan-, pensé
que Cadey no volvería a jugar. Pero entonces consiguió una beca para
Redwood, los conoció a ustedes y ahora se divierte. Puede que mamá ya no
esté, pero es casi como si siguiera aquí, cuidándonos.
—Siento lo de tu madre —dice Zane en voz baja.
—No fue una gran madre, para ser sincera —admite Viola, con los
ojos en el suelo—. Cadey era la que pagaba las facturas y cuidaba de mí.
Nunca tuvo la oportunidad de ser normal. —Viola debe darse cuenta de que
está compartiendo demasiada información personal porque de repente se
encoge—. Dios mío. No le digas que te he contado todo eso. Me mataría.
—Tu secreto está a salvo con nosotros —dice Finn con sinceridad. En
ese momento, su teléfono suena y él baja la mirada. Su expresión cambia al
instante. Es suficiente para ponerme nervioso.
—¿Qué pasa? —le pregunto a mi hermano.
Finn se aclara la garganta. —Tenemos que irnos. Ahora.
—Viola, ha sido un placer conocerte —dice Zane, trotando hacia el
camión.
—Avísanos si alguna vez necesitas algo —le digo, retrocediendo.
Se alegra. —Por supuesto.
Subo al lado del conductor y espero a que se cierren las puertas de mi
hermano. Arranco el motor y miro a Finn.
Descuelga el teléfono. —Es Jinx. Ha localizado a Sol.
Jinx: Ninguna buena acción queda sin castigo. Ya que los Reyes
fueron tan amables de otorgar su presencia real a los niños del sur, este es
mi regalo para ti. Encontrarás a tu amigo Sol aquí. Ubicación adjunta.
Pero tengan cuidado. No todos los pájaros enjaulados pueden ser
liberados.
CAPITULO 22
Dutch
El silencio es sofocante cuando irrumpimos en el vestíbulo de las
instalaciones de entrenamiento de Holy Oaks.
Finn lo buscó por el camino. Se describe a sí mismo como un
campamento de entrenamiento a medio camino entre un campo de
entrenamiento militar y un centro psicológico para adolescentes con
problemas.
Se me ha revuelto el estómago desde que supe que la familia de Sol lo
había internado allí después de que lo expulsaran de Redwood Prep. Lejos
de su familia y amigos, probablemente se ha estado asfixiando aquí.
—¿Puedo ayudarle? —Un hombre con corte de pelo, ojos apagados y
labios finos nos mira fijamente desde detrás de un mostrador de recepción.
—Venimos a ver a Solomon Pierce —dice Zane con calma. Finn y yo
decidimos dejar que sea él quien hable.
Estoy demasiado nervioso para fingir cortesías y Finn siempre va al
grano, esté donde esté. Como a Zane le gusta hablar con dulzura de mujeres
y figuras de autoridad, nos callamos la boca.
Buzzcut8 me mira y luego a Finn. —Las horas de visita han
terminado.
—Verás —Zane se apoya en el escritorio— hemos conducido hasta
aquí para visitar a nuestro querido amigo.
Señala un cartel. —Pide cita y vuelve mañana.
Cierro los dedos en puños. Somos tres y él uno. Si le quitamos de en
medio, podemos ir asaltando las instalaciones en busca de Sol.
Finn extiende la mano delante de mi puño. Sus ojos me miran y
parecen decir -cálmate-.
¿Cómo demonios voy a calmarme?
Sol está aquí por mi culpa. Lleva aquí casi dos meses sin tener ningún
contacto con nosotros.
Después de recibir el golpe así, no deberíamos habernos ido de gira.
Deberíamos haber hecho un mejor esfuerzo para mantenernos en contacto.
Entonces tal vez nada de esto habría sucedido.
Zane se aclara la garganta y baja la voz. —Señor... —Dusty, Sol es
como nuestro hermano. Estoy seguro de que nos ha mencionado. Todos
formábamos parte de una banda juntos. Los Kings.
—Ah, son los gamberros que lo metieron en líos y luego lo
abandonaron.
Me acerco.
Finn me agarra del brazo y me inmoviliza.
Zane se ríe con fuerza, pero me doy cuenta de que incluso él está
empezando a perder la paciencia. —Las cosas se nos fueron de las manos y
hace tiempo que no podemos ponernos en contacto con Sol. Como eres
consciente de nuestra situación, estoy seguro de que puedes hacer una
pequeña excepción para que solucionemos las cosas.
—Ya que estoy al tanto de la situación —se eleva a su altura completa
— no aprobaré ninguna visita de ustedes. Cuando Sol sea liberado, podrá
elegir ponerse en contacto con ustedes, pero no lo facilitaremos.
—Pero...
—Váyanse. Ahora. —Cruza los brazos sobre el pecho.
Zane vuelve hacia nosotros, con los labios apretados.
Me inclino hacia él. —Podemos llevárnoslo.
—Que nos arresten no nos llevará a Sol más rápido —responde Zane.
Maldita sea. Cuando Zane es la voz de la razón, sé que oficialmente
he perdido la cabeza.
La desesperación me vuelve terco. Fui yo quien le dijo a Zane que
conseguiría que le revocaran la suspensión. Las cosas se han salido de
control, pero no puedo decepcionarlo.
Mis hermanos me flanquean a ambos lados mientras salimos del
vestíbulo. Noto la tensión en sus hombros y no sé si es porque tienen miedo
de que intente atacar a Dusty o porque están luchando contra su propia
culpa.
Cuando pasamos por delante de la cabina de seguridad, se me ocurre
una idea.
Zane cierra la puerta del coche. Con el ceño fruncido, murmura: —Yo
digo que volvamos con una escalera y unos sopletes.
—¿Planeas quemar el lugar? —Finn pregunta.
—Si creamos una distracción...
—Maldita sea, Zane. No somos pirómanos —le recuerda Finn.
—¿Tienes una idea mejor?
Finn se frota las sienes. —Quizá si te callaras, se me ocurriría alguna.
Zane le frunce el ceño.
Finn le devuelve la mirada.
Me vuelvo hacia ellos y arranco el coche.
—¿Adónde vas? —acusa Zane—. ¿Vas a rendirte sin más?
—No —digo.
—¿Y bien?
No siento la necesidad de dar más explicaciones y mis hermanos me
conocen lo suficiente como para dejarme en paz cuando mi cerebro está en
plena ebullición.
Nuestro coche avanza a toda velocidad por el centro mientras paro en
todos los cajeros automáticos que encuentro. Cuando termino, tengo una
bolsa llena de billetes.
Zane mira la bolsa a sus pies. —¿Crees que Dusty caería en esto?
—No parece de ese tipo —dice Finn.
De nuevo no contesto.
Cuando volvemos al campo de entrenamiento, miro el reloj.
—Chicos, espérenme —les digo a mis hermanos.
—¿No necesitas refuerzos? —pregunta Zane, con una mano en el
pomo de la puerta.
Niego con la cabeza, cojo el petate y salgo a la lloviznada noche.
Después de unos minutos con el guardia de seguridad, me apresuro a
volver con mis hermanos.
Zane me sonríe. —Veo que has vuelto con las manos vacías.
—No del todo. —Muestro el pase de seguridad a mis hermanos.
Finn abre los ojos y me lo arrebata. —¿Quién es Orville?
—El de seguridad de enfrente. —Miro entre los dos—. Dice que sale
de servicio dentro de diez minutos. El otro tipo siempre llega tarde, así que
tenemos unos cinco minutos para entrar.
—Que es donde entra esto, supongo. —Zane agita el pase.
Asiento con la cabeza. —Sol está en la habitación 201. No podemos
tardar o descubrirán que nos dejó entrar.
—Dutch, genio. —Zane me da una palmada en la espalda.
Finn me sonríe. —Impresionante.
—Me bañaré en tus alabanzas más tarde. Tenemos que darnos prisa.
Mis hermanos se alinean detrás de mí mientras nos colamos por la
puerta trasera y subimos con cuidado las escaleras. Es tarde y no hay nadie
moviéndose por los pasillos.
—¡Allí! —susurra Zane, señalando la habitación 201.
Miro a ambos lados y atravieso el pasillo con el corazón palpitante.
Abro la puerta y dejo pasar primero a mis hermanos antes de deslizarme
dentro.
—¿Qué demonios? —brama Sol desde la cama.
—¡Sh! —Finn le hace callar.
—Hola, tío. —Zane sonríe ampliamente—. Cuánto tiempo sin verte.
—Sol —digo.
Nuestro mejor amigo nos mira con grandes ojos marrones. Luego
salta de la cama y ataca a Finn y Zane con un abrazo de dos brazos.
—Cabrones —dice Sol, con la voz entrecortada.
Finn le golpea en la espalda.
Sol los suelta y me mira. Sus pies descalzos presionan el suelo
mientras da unos pasos hacia mí.
Evito sus ojos. —Sol, tío... yo... lo siento.
—Cállate, Cross. —Sol me envuelve en un abrazo.
Me tiembla el labio inferior, pero lo reafirmo como un hombre y me
niego a emocionarme.
Sol se echa hacia atrás. La luz le ilumina la cara. Parece más delgado
de lo habitual, tiene los pómulos y los ojos un poco hundidos. Su piel, que
siempre tuvo un bronceado saludable, está pálida.
—Como la barba —dice Zane, haciendo un movimiento sobre su
propia barbilla.
—Sí. —Sol sonríe tímidamente—. Supuse que, ya que las damas de
aquí no son nada del otro mundo, lo probaría. Tienes suerte de haber venido
hoy. Hace unos meses, la habrías visto en la fase rara y desgreñada.
Nos reímos, pero es hueco y vacío.
Se hace el silencio cuando las risas se desvanecen. Es como si
estuviéramos en un charco de arrepentimiento. Estoy hasta las rodillas y no
sé cómo salir de él.
—¿Cómo me han encontrado? —Pregunta Sol, dándose la vuelta y
volviendo a sentarse en la cama—. Estos psicópatas no nos dejan usar los
teléfonos ni los portátiles. E internet está fuertemente supervisado.
—Eso debe ser divertido —bromea Zane.
—Increíblemente. —Sol se tira del dobladillo de la camiseta del
pijama. Es de un horrible color marrón verdoso con botones estándar y
pantalones de pijama de pata ancha. Me pilla mirándolo y sonríe—. Aquí
nos obligan a llevar uniforme. Incluso cuando dormimos.
—Sol, tío, vamos a sacarte de aquí —dice Zane. Miro a mi gemelo y
su expresión es más seria que nunca.
Finn asiente. —No deberías haber cogido el rap por tu cuenta aquella
noche.
—No. —Sol sacude la cabeza—. Lo hecho, hecho está.
—Eso no nos vale —declaro con firmeza—. Vamos a devolverte a
Redwood Prep. Donde perteneces.
Sus ojos parpadean hacia mí antes de caer al suelo. —Olvídalo, tío.
Ya he perdido dos meses de clase.
—Eso no es un problema.
—¿Por qué crees que estoy aquí, tío? Quería volver a Redwood Prep,
así que actué en cada escuela en la que mi madre trató de meterme. No duré
más de una semana aquí o allá. Por eso me metió en este infierno. —Mira al
techo—. Y por eso sé que si no me meten pronto en un colegio, voy a tener
que repetir un año entero.
—¿Cuándo? —pregunto con urgencia.
—En dos semanas. —Levanta un hombro encogiéndose de hombros a
medias.
¿Dos semanas? El plazo me recorre el cuerpo.
Finn me lanza una mirada mordaz. —Dos semanas no es mucho
tiempo. Llevamos intentando encontrar una forma para ti desde que
volvimos a Redwood, pero...
—¿Pero qué? —pregunta Sol, con los ojos muy abiertos e inocente.
Zane se frota la nuca y me lanza una mirada cargada. —No hemos
tenido éxito.
—No pasa nada. —Suspira, resignado.
—Ya se nos ocurrirá algo. Te lo prometo. Saldrás de aquí de una
forma u otra.
—¿A menos que quieras unirte al ejército? —Pregunta Zane con una
sonrisa incómoda.
—No, no, tío. —Sol se ríe entre dientes. Luego se deja caer de
espaldas en la cama y se queda mirando el techo—. Quiero comer las
enchiladas de mamá con la salsa que es un secreto de familia. Quiero ir en
coche al colegio con mis amigos y actuar como un ingeniero de sonido
aunque no sepa nada de música.
Zane ríe suavemente.
Finn sonríe.
Miro al suelo con culpabilidad.
La voz de Sol se vuelve grave y vulnerable. —Quiero volver a
sentirme normal.
En ese momento, suena una alarma.
Finn busca su teléfono y lo borra. Le dirige a Sol una mirada de
disculpa. —Tenemos que irnos.
—¿Ya han pasado cinco minutos? Maldita sea. —Zane sacude la
cabeza.
—Gracias por pasar, chicos. Siento no haber podido ofrecerles
refrescos ni nada.
—Compénsanos la próxima vez. —Zane ofrece su puño.
Sol lo choca.
Finn lo saluda con los dos dedos.
—Veré qué puedo hacer con las enchiladas de tu madre —le digo a
Sol con firmeza.
Sus labios se curvan en una media sonrisa. —No me hagas ilusiones,
Dutch. Ya me muero de hambre. —Como para demostrarlo, se frota la
barriga.
El pijama de Sol se levanta por las esquinas y deja al descubierto su
piel. Veo unos extraños arañazos que le rasgan el bajo vientre.
Enarco las cejas.
Sol mira hacia abajo y se baja rápidamente la camiseta. —Deberías
irte. No quiero que te pillen. Dusty te vetará de por vida.
—Ven. —Finn me tira cuando no me muevo—. Viene alguien.
Me apresuro detrás de mis hermanos.
Los pasos se hacen más fuertes y saltamos por el recodo, conteniendo
la respiración mientras el sonido de una puerta cruje al abrirse.
—He oído hablar —dice alguien.
La voz de Sol responde. —Hablaba solo, Pete. Se está muy solo aquí
por la noche.
Siento un nudo en el estómago y no sé si es culpa por lo que ya he
hecho o por lo que estoy a punto de hacer.
CAPITULO 23
Cadence
Mi teléfono está en silencio desde el baile de anoche.
Salgo a trompicones de la cama, aturdida y confusa. Normalmente,
Dutch revienta mi móvil con instrucciones.
Compra café.
Compra cuerdas para mi guitarra.
Imprime mis deberes.
Es como un jefe de dieciocho años trastornado del infierno.
Hoy, nada.
En lugar de alegrarme por tener un respiro, me siento incómoda.
¿Qué me pasa? ¿Por qué me importa que mi mayor atormentador
decida tomarse un día libre?
Saco la tabla de planchar y la coloco cerca de la cama. Ayer se me
olvidó lavar el uniforme y tuve que hacerlo cuando Hunter nos dejó a Viola
y a mí en casa después del baile. Ahora, la tela sigue húmeda. Espero que el
vapor ayude a que se seque más rápido.
—¡Toc, toc! —Viola canta desde la puerta.
—Hola. —Sonrío cuando entra bailando en mi habitación. Su pelo,
como siempre, es un desastre—. Vi, te he dicho un millón de veces que te
trences por la noche para que luego no sea un lío peinarte.
—¿Quién tiene tiempo para eso? —chilla. Cuando me ve con la
plancha, corre hacia mí—. Déjame ayudarte.
La miro con desconfianza. —¿Qué has hecho?
—Nada.
Frunzo el ceño. —Si estás intentando librarte de la escuela hoy, no va
a pasar.
—No lo estoy haciendo. —Arruga la nariz—. Aunque me parece
totalmente ridículo organizar un baile un jueves. Después de toda la noche
de fiesta, ¿esperan que nos levantemos y vayamos al colegio? Idiotas.
—Creo que eso es exactamente lo que quieren, sí.
Cuando estuve ayer en el baile, me di cuenta de cómo los profesores
evitaban que las chicas se acercaran a Dutch, Zane y Finn.
Como la tasa de embarazos adolescentes es tan alta en nuestro barrio
y las chicas jóvenes abandonan constantemente los estudios, la junta debe
estar haciendo todo lo posible para mantener a los chicos en el buen
camino.
—Así que... —Viola levanta la vista con una sonrisa pícara.
—¿Y qué? —La espanté para que siguiera planchando.
Se deja caer en mi cama y levanta la cadera en una pose sexy. —¿Qué
se siente cuando te persiguen no uno, sino dos chicos?
—¿De qué estás hablando? —Me rio.
—Hunter es mucho más guapo y simpático en persona. Admítelo. Le
gustabas.
Recuerdo nuestra breve conversación de ayer en el baile. Los ojos
marrones de Hunter eran cálidos mientras ambos nos reíamos de cómo le
había enviado un DM el día que se desintoxicó de las redes sociales.
—No lo hizo —insisto.
—¿Entonces por qué se ofreció a llevarnos a casa? —Viola se
deshace el moño y se pasa los dedos por el pelo oscuro.
—Porque está de camino —le digo.
—Sé a ciencia cierta que no está de camino —argumenta Viola—. Y
apenas nos dirigió la palabra ni a mí ni a su hermano. Estuvo mirándote
todo el viaje. —Me da un codazo en la cadera con el pie—. Y te gustó.
—Se llama ser educado.
—No tenías por qué aceptar que te llevara —replica mi hermana.
—Sí, tenía que hacerlo.
No había forma de que volviera a subirme a un vehículo con Dutch
después de jugar juntos.
—Bueno, si no te gusta Hunter... ¿te gusta Dutch?
Casi me quemo la mano con la plancha. Sólo mis rápidos reflejos me
hacen saltar cuando la plancha se tambalea fuera de la tabla.
Viola grita. —Cadey, ¿estás bien?
—Estoy bien. —Me cepillo el pelo detrás de la oreja y me agacho
para recoger la plancha. Por suerte, no está rota.
—Breeze pensaba que estaban saliendo.
—Hablé con Breeze y lo aclaré. —Antes de salir del baile, me llevé a
mi mejor amiga aparte y le expliqué toda la situación que pude. Me juró que
no me perdonaría por no haberle dicho que era 'amiga' de los Reyes, pero al
final nos dimos un abrazo.
Breeze aún no sabe que Dutch me atormenta. Y tampoco sabe que
estoy jugando con él como mi alter ego. No le diré todo eso hasta que tenga
que hacerlo.
—No, no me gusta Dutch.
Al menos no el Dutch que hizo que echaran a Mulliez.
O insinuó que me acostaba con un profesor.
O arruinó mi taquilla, destrozó mi teclado y me trató como a una
absoluta mierda.
Pero el holandés que me defendió en la cafetería y me empujó a
enfrentarme a mis miedos es... bueno, otra historia.
No estoy en contra de ese holandés.
De hecho, me gustaría ver más holandeses así por aquí.
—Oooh. ¿Estás pensando en él ahora mismo? —se burla mi hermana.
—Me estás distrayendo. —Echo a Viola de la habitación—. Ve a
prepararte para ir al colegio.
—Vale. Pero si te sirve de algo, soy del equipo Dutch.
Mis ojos se desorbitan. —Ni siquiera lo conoces.
—Sé que no dejaba de mirarte cuando jugaba ayer. Y tú también lo
mirabas.
Mi boca se abre y se cierra.
—Sé que fue él quien te ayudó a superar tu miedo escénico.
—Eso... no es lo que piensas.
—Me cae bien —vuelve a decir Viola—. Pero lo más importante es
que a ti también te gusta. —Me sonríe y empieza a cantar: —Dutch y Cadey
sentados en un árbol...
Cojo una almohada y le apunto a la cabeza.
La puerta se cierra antes de que pueda alcanzarla y la risa maníaca de
mi hermana resuena por toda la casa.
Dutch
—¡Muévanse! —Grito, abriéndome paso entre la multitud que se
dispersa delante de mí. Los chicos se giran y me miran con los ojos muy
abiertos.
¿Qué demonios?
¿No entienden las palabras que salen de mi boca?
—¡Fuera de mi camino!
Corro por el pasillo, apartando a cualquiera que sea lo bastante tonto
como para interponerse en mi camino. Lanzándome por la puerta trasera,
tomo un atajo hacia la zona de atletismo.
Tiene que estar bien. Tiene que estar bien.
Es la única línea en mi cabeza.
Estaba conduciendo hacia la escuela cuando recibí el mensaje de
Cadence. Al principio, pensé que era una broma, pero había una sensación
en mi interior. Algo me decía que lo comprobara.
Fue entonces cuando un vídeo de Cadence cayendo a la piscina
iluminó mi móvil. Antes de que pudiera pensar en lo que debía hacer, ya
estaba corriendo como un loco lejos de mis hermanos.
—¡Cadence! —Rujo. Mi voz choca contra la pared y resuena en mi
interior.
Sin detenerme, agito los brazos a los lados y me zambullo en el agua.
El frío golpea mi piel, pero apenas lo noto. Dando vueltas
desesperadamente, me quedo helado cuando veo a Cadence quieta y
flotando en el fondo.
Su pelo se enrosca en la parte superior de la cabeza como si una parte
de ella aún buscara la superficie. Tiene los ojos cerrados y no le salen
burbujas de la nariz.
Maldita sea. Maldita sea.
Nado hacia ella, engancho una mano alrededor de su estómago y nos
impulso a los dos de vuelta a la superficie. Salgo del agua y respiro hondo.
Cadence ladea la cabeza.
Creo que no respira.
Llevo su cuerpo inerte hasta la orilla, la dejo en el suelo con cuidado
y salto tras ella.
Le pongo un dedo bajo la nariz. Sólo una bocanada de aire golpea mi
piel.
Apenas respira.
—Cadey. Cadey. Despierta. —Le presiono el pecho, recurriendo a mis
débiles recuerdos de la reanimación cardiopulmonar que hice hace unos
veranos.
Oigo el pánico en mi voz. Rebota contra las paredes como una partida
de ping pong. Pero que le den. No me importa lo que este miedo en el fondo
de mi estómago esté diciendo de mí, diciendo lo que siento por ella.
No me importa nada más que ver sus grandes ojos marrones abiertos
y saber que está bien.
—Cadey. Despierta —gruño—. Es una orden. Le rozo la nariz y
aprieto la boca contra la suya.
Un momento después, traga agua.
La mantengo erguida, dándole palmaditas en la espalda mientras saca
todo. Tiene los ojos nublados y la piel pálida.
—Cadey, ¿estás bien?
No contesta. Su cuerpo se debilita de nuevo y cae sobre mi pecho.
No es una buena señal.
Unos pasos suenan a lo lejos. Mis hermanos corren hacia la piscina.
Sus ojos se desorbitan cuando me ven, empapado y sujetando a una
Cadence igualmente empapada.
—¿Qué demonios ha pasado? —Finn estalla.
—Luego te lo explico. Tengo que llevarla a la enfermera.
—Toma. —Zane se quita la chaqueta y me la da—. Sus labios están
azules. Su cuerpo podría estar entrando en shock térmico. Tienes que
mantenerla caliente.
Le quito la chaqueta y la pongo alrededor de los hombros de Cadence.
Está temblando. Aunque tiene los ojos cerrados, le castañetean los dientes.
Maldita sea. Me rompe el maldito corazón.
—Todo va a ir bien —le susurro. Empujo mis brazos por debajo de
ella, la levanto de las frías baldosas y acuno su cuerpo inerte contra mi
pecho.
Casi resbalo cuando corro hacia la puerta. Me recupero rápidamente,
mantengo el ritmo y atravieso las salidas.
Mis hermanos corren detrás de mí.
No hablo con ninguno de ellos. Mis dedos se enroscan en el cuerpo de
Brahms, dándole todo el calor que puedo mientras corro como un loco.
Cuando veo la enfermería más adelante, derribo la puerta de una
patada.
La enfermera grita y se pone en pie. Sé qué aspecto debe de tener. Yo,
empapado hasta los huesos. Cadence, cubierta con la chaqueta de Zane,
pálida, azul y sin vida.
—¡Necesita ayuda! —Ladro. Atravieso la habitación a toda prisa y
dejo a Cadence con cuidado en un catre de hospital mientras, detrás de mí,
la enfermera se apresura a entrar en acción.
—Apártate —me dice, apartándome para poder inspeccionar a
Cadence.
Quiero gritarle, decirle que trabaje a mí alrededor, pero Finn me
agarra del brazo. Zane me coge del otro.
Mis hermanos me sujetan físicamente para que la enfermera pueda
rodear a Cadence. Cuando me quedo mirando, corre la cortina para que no
pueda ver nada.
—Cállate —me sisea Finn al oído antes de que pueda protestar.
—Déjala hacer lo suyo —me aconseja Zane.
Recorro la enfermería. Es un espacio pequeño con un par de
certificados enmarcados en la pared. La luz del sol rebota a través de las
ventanas. Es demasiado alegre para lo que siento ahora.
Zane se mete una mano en los bolsillos. Me lanza una mirada
exigente. —¿Eras tú?
—¿Qué demonios? —Frunzo el ceño—. ¿Por qué iba a organizar que
se ahogara y luego salvarla?
—El viernes pasado dijiste que ibas a ponerte drástico —recuerda
Zane.
—¿Es esto lo que querías decir? —Finn sisea.
Mis dos hermanos me miran como si me hubiera vuelto loco.
Cierro los dedos en puños. He hecho algunas cosas mal, seguro. No
voy a negarlo. No soy un santo. Pero nunca he intentado asesinar a nadie.
Antes de que ninguno de nosotros pueda decir otra palabra, la
enfermera aparta las cortinas. —Se pondrá bien.
El alivio que me invade casi me derrumba el pecho.
—Pero estuvo muy cerca del peligro. Si no la hubieras traído aquí —
se tranquiliza su expresión— la historia podría haber sido diferente.
—¿Necesita ir al hospital? —pregunto con urgencia.
—Su temperatura corporal aumenta lentamente. Le daré de beber algo
caliente cuando se despierte. La vigilaré hasta entonces. Ya pueden ir todos
a clase. No pueden hacer nada más.
Me acerco. —Necesito verla.
—Necesita descansar...
—Ya lo sé. —Se me levanta la voz y me encojo. Bajando el tono,
digo—. No la despertaré.
Ella frunce los labios, se lo piensa y luego asiente.
Finn y Zane me hacen un gesto para que me adelante.
—Esperaremos aquí fuera —dice Finn.
—¿No tienes clase? —insiste la enfermera.
Zane esboza una sonrisa que la hace sonrojarse. —¿Puede darnos un
minuto más? Nos iremos en cuanto acabemos aquí.
Ella se aclara la garganta, todavía parece nerviosa. —Cinco minutos.
—Muchas gracias —dice Zane roncamente.
Agarro la cortina que oculta a Cadence. Justo antes de echarla hacia
atrás, vacilo.
¿Qué demonios me pasa?
Se supone que no soy el héroe obediente de la historia. Me pasé todo
el fin de semana planeando todas las formas en que podría llevarla a la
perdición. Ella está en mi camino. Está en el camino de Sol.
Tal vez debería haberla dejado en el agua.
Sólo ese pensamiento es un desastre. No merezco correr la cortina,
pero lo hago de todos modos porque rompo todas las malditas reglas,
aunque sean las mías.
Cadence está tumbada boca arriba. Aún tiene el pelo mojado y se le
escurre por la almohada. Tiene varias mantas apiladas encima. Noto que sus
labios de capullo de rosa empiezan a recuperar su color rosado normal.
Es desconcertante lo guapa que está incluso sin maquillaje. La
mayoría de las chicas se lo ponen, lo necesitan para aumentar su confianza,
necesitan una máscara. Yo no estoy en contra. La pelirroja y sus ardientes
labios rojos protagonizan mis sueños la mayoría de las noches... cuando
Cadence no se apodera de la fantasía. Pero hay algo en la belleza fresca de
Cadey que la hace parecer inocente y frágil. Como algo que hay que
proteger.
¿Algo que hay que proteger?
¿Qué. Demonios.
No puedo hacer esto. No puedo ablandarme con ella. No cuando hay
tanto en juego y el reloj está en cuenta atrás. Tenemos menos de diez días
para que Sol vuelva a Redwood.
Aunque tenga una madre de mierda y una vida hogareña difícil, no es
asunto mío. No está donde debe estar. Eso no ha cambiado.
A pesar de los elocuentes argumentos, sigo sin salir de la improvisada
habitación de Brahms. Veo unas toallas en la estantería, cojo una y se la
pongo suavemente en el pelo.
Si de lo que se trata es de mantenerla caliente, entonces su cabeza
también debería estarlo.
Trabajo en silencio hasta que la mayoría de los mechones
apelmazados están secos. Luego le levanto la cabeza con cuidado y le
pongo una almohada nueva.
Cuando vuelvo fuera, oigo a la enfermera preguntar a Zane: —¿Hay
algún familiar al que podamos avisar?
—No —gruño.
La enfermera arquea una ceja.
—Su madre ha muerto. Su hermana pequeña no debería preocuparse
por esta mierda. —Mis dedos se flexionan y se cierran en un puño.
—Vale. —Parece sorprendida.
Zane se ríe, haciendo lo que mejor sabe hacer: suavizar un momento
tenso con encanto. —¿Podrías avisarnos cuando se despierte, preciosa? Te
lo agradeceríamos mucho.
—Se supone que sólo debo contactar con su familia...
—Sólo avísanos —corté bruscamente.
—Te lo agradeceríamos mucho —dice Zane, subiendo un poco más el
encanto.
Ella le dedica una apretada inclinación de cabeza.
Cuando salimos, mis hermanos me flanquean a ambos lados.
—¿Quién crees que está detrás de esto? —pregunta Finn, con los
brazos rígidos.
—Solo una persona sería tan estúpida. —Saco el móvil del bolsillo y
les enseño el vídeo. Si solo se tratara de Cadence, no habrían enviado un
vídeo. Alguien quería dejarme claro a mí también.
—Christa —sisea Zane.
Finn me pone una mano en el hombro, intentando detener mi marcha
por el pasillo. —Vamos a la sala de prácticas. A pensar en nuestro siguiente
paso.
—Ya sé cuál es mi siguiente paso.
Zane parece preocupado. —¿Qué vas a hacer?
—No te preocupes. —Lanzo una mirada fría por encima del hombro
—. Lo único que voy a hacer es hablar.
—Iremos contigo.
—No te molestes. Me haré cargo de esto yo solo. —Levanto la
barbilla hacia el pasillo de enfrente—. El director Harris nos perseguirá si
los tres faltamos a más clases. Llegan tarde por mi culpa. No le den otra
razón para fastidiarnos.
Finn sacude la cabeza.
Zane tampoco mueve un músculo.
Resoplo y empujo a mis hermanos en dirección contraria. —Vayan.
Se van de mala gana. Miro para asegurarme de que no van a volver
sobre sus pasos y acercarse sigilosamente como hicieron en la piscina.
Aunque antes les agradecí la ayuda, esta vez no quiero que interfieran.
Salgo corriendo por el pasillo y me detengo delante de la clase de
literatura. La señorita Jamieson está en la pizarra, hablando de Shakespeare.
Llamo a la puerta por respeto a ella e irrumpo.
Deja de hablar bruscamente. Los grandes ojos marrones que Zane vio
una vez y que le enamoraron me miran parpadeando.
—Sr. Cross, ¿puedo ayudarle?
Mis ojos recorren la habitación hasta que se posan en la cara engreída
de Christa. Lleva una camiseta rosa bajo el chaleco de jersey y una boina de
aspecto estúpido.
—El director necesita ver a Christa —digo apretando los dientes.
Normalmente, gruñiría lo que quisiera y a la mayoría de los
profesores no les importaría detenerme.
Pero sé que no debería intentarlo con la señorita Jamieson. Aunque
funcionara, probablemente no se quedaría en Redwood Prep si pensara que
ha perdido el respeto de sus alumnos. Y entonces mi gemelo me mataría.
—¿El director? —La señorita Jamieson levanta ambas cejas, como si
no estuviera segura de creerme.
Asiento con la cabeza. —Sí.
—De acuerdo. —Me hace un gesto—. Christa, puedes irte.
Christa y sus amigas intercambian miradas cómplices y risitas
mientras ella se pone en pie. Coge su bolso, lo balancea a su lado y me
sigue por la puerta.
—¿Qué pasa, Dutch? —me pregunta, pero su voz es demasiado
chillona para que la pregunta suene casual.
No digo nada.
Todavía estamos demasiado cerca de las aulas. Noto los ojos de la
señorita Jamieson a través de las ventanas. Es una mujer lista y
probablemente se huele mi mierda a la legua. Probablemente por eso fue
capaz de oler la de Zane también.
Christa me sonríe. —Basta de paseos, Dutch. ¿Qué es tan importante
para que me saques de clase?
Miro a ambos lados para asegurarme de que estamos en el punto
ciego de la cámara. Luego me abalanzo sobre ella, desatando toda mi furia
con la mirada entrecerrada.
—¿Qué demonios has hecho?
Los ojos de Christa se abren de par en par y retrocede. —Dutch.
Le enseño el móvil, intentando mantener la calma. Si Christa fuera un
chico, le habría dado un puñetazo. Pero como una pelea física no es posible,
lo único que puedo hacer es advertirle de que no vuelva a cruzarse en mi
camino.
—¿Qué es eso? —Su voz se entrecorta y pone una expresión de falsa
preocupación—. Dios mío. ¿Cadence está bien?
—Sé que eres la responsable de este pequeño espectáculo. —Me
inclino sobre ella, manteniendo la voz baja y calmada. He descubierto que
da más miedo cuando alguien carece de emociones que cuando es ruidoso y
odioso.
Ayer perdí la calma con Cadence y ella vio a través de la ira lo que
estaba tratando de ocultar.
—¿Yo? —Christa se lleva una mano al pecho.
—Sé que fuiste tú quien envió el vídeo.
—No fui yo. —Sus pestañas se agitan con tanta fuerza que es un
milagro que sigan pegadas a su cara.
—¿No? —Asiento bruscamente. Vuelvo a coger el móvil y llamo al
número anónimo que reenvió el vídeo.
Suena el teléfono del bolso de Christa.
Su cara se vacía de sangre y su boca se abre en una –o-.
No creía que nadie pudiera ser tan estúpido, pero subestimé mucho a
Christa.
Cuando se da cuenta de que está acorralada, su expresión se
desmorona y grandes lágrimas de cocodrilo afloran a sus ojos.
—Dutch, no sé qué me pasó. Estaba tan enfadada y quería asustarla
un poco. — Solloza.
—Casi se muere, Christa. Podrías haberla matado.
Sus ojos se llenan de auténtico horror. Se agarra a mi mano. —No
pensé que se ahogaría. Quiero decir, ¿quién no sabe nadar? Hay miles de
maneras de aprender.
Me muerdo el labio inferior para no desatar mis frustraciones contra
ella. No merece ni un segundo más de mi tiempo.
Soltando la mano de Christa, me alejo.
—Dutch. —Christa se lanza hacia mí y desliza sus brazos alrededor
de mi cintura, abrazándome por la espalda.
—Déjalo.
—Puedo sacarla de Redwood —balbucea desesperada.
Todo mi cuerpo se queda inmóvil.
—He estado hablando con mi padre. Desgastándolo. Sabes que es el
presidente del consejo, ¿verdad?
Como sigo sin decir nada, Christa me rodea y me mira a la cara. Sus
ojos aún brillan por las lágrimas. El rímel le corre por las mejillas.
—Si lo dices, Dutch, llamaré a mi padre. Tiene el oído de todos los
miembros del consejo escolar. Inventaré una razón para echarla de
Redwood Prep para siempre.
CAPITULO 27
Cadence
—¿Estás bien? No te he visto por el colegio últimamente —murmura
Serena—. Al principio pensé que me estabas abandonando por lo que pasó
en la fiesta, y luego no te vi al día siguiente y me pregunté si Dutch te
habría echado por fin de Redwood.
Ajusto el teléfono a mi otra oreja mientras remuevo una taza de té
caliente. —No, no me han echado de Redwood.
Ella emite un sonido de puro alivio. —¿Qué pasó entonces?
Me envuelvo en la manta y me hundo en el sofá. —Me puse enferma.
Resulta que meterse en una piscina helada puede debilitar el cuerpo.
Después de despertarme en la enfermería, descubrí que tenía fiebre. Me
enviaron al hospital y, para entonces, la fiebre se había convertido en
síntomas de gripe. Recibí una nota del médico diciendo que no podía
reincorporarme a la sociedad hasta dentro de tres días.
—Dios mío. ¿Estás bien? —Serena pregunta.
—Estoy bien. —Sonrío cuando Breeze sale del baño, me ve
preparándome el té y me lanza una mirada estruendosa.
Mi mejor amiga se acerca dando pisotones y me arranca la taza de la
mano. Señalando con un dedo el sofá, me dice: —Siéntate. Ahora.
Le saco la lengua, pero obedientemente tomo asiento.
Serena suspira. —Estás siendo totalmente comprensiva, pero ya he
preparado mi discurso, así que voy a hacerlo de todos modos.
Me rio suavemente y me acurruco en la esquina del sofá, observando
cómo Breeze trae un antigripal junto con mi té.
—En la fiesta de Babe, intenté seguirte por las escaleras. Zane y Finn
estaban allí de pie como dos guardaespaldas. Ni siquiera dejaban subir al
segundo piso. Les dije que mi amiga estaba allí. Dijeron que Dutch te
llevaría a casa.
Se me saltaron los ojos. No tenía ni idea de que Zane y Finn estaban
justo al otro lado de la puerta de la habitación. ¿Nos habían oído aquella
noche?
El calor se enciende en mis mejillas. —No pasa nada. Llegué bien a
casa.
Ella no necesita saber que estaba tan enojada que caminé casi una
milla sola antes de darme cuenta de que estaba completamente perdida. En
ese momento, me tomó otra media hora para caminar a una parada de
autobús. Por lo visto, los autobuses no pasan por barrios tan elegantes como
el de Babe.
—¿Te reconciliaste con Dutch? He oído que corría por los pasillos
cogiéndote en brazos como si estuviera rodando una escena de El diario de
Noa. —Serena se ríe—. ¿Vuelves a ser la pareja de oro de Redwood?
Toso, fingiendo que me ahogo con algo.
Ella grita. —Vaya, eso suena mal. Te dejaré descansar un poco.
—Gracias. Nos vemos luego en el colegio.
Cuando cuelgo, Breeze me lanza una mirada mordaz. —La vieja
maniobra de la tos. ¿Se lo ha creído?
Acepto la pastilla, me la pongo en la lengua y me la trago con el té.
Breeze se sienta en la silla de al lado y me observa atentamente.
—Te agradezco que dejaras los estudios para cuidar de mí —le digo,
apartándome de ella—. Pero no tenías por qué hacerlo.
—Sí, tenía que hacerlo. Ya casi no me cuentas nada. Ahora que no
tienes adónde huir, quiero oírlo todo.
—¿Todo?
—¿Crees que me creo esa excusa débil que me diste en el baile? Vi
cómo te miraba Dutch cuando hablabas con Hunter esa noche. Parecía que
quería arrancarle la cabeza a Hunter.
—Créeme. Si quisiera arrancarle la cabeza a alguien, lo habría hecho.
Breeze frunce los labios. —Incluso los niños en Redwood están
susurrando sobre ustedes dos. ¿En serio vas a seguir mintiéndole a tu mejor
amiga?
Agarro una almohada y tiro de las cuerdas hechas jirones. Tiene
razón. No puedo confiar en nadie si no puedo confiar en Breeze. Es hora de
que me sincere.
—Dutch ha estado intentando echarme de Redwood.
Sus ojos se desorbitan. —¿Qué? ¿Por qué?
—No tengo ni idea. No me lo quiere decir.
—¿Qué ha hecho?
Arrugo la nariz. —¿Recuerdas el escándalo con la profesora hace
unas semanas?
—Sí. —Mueve la cabeza.
Le dirijo una mirada mordaz.
Jadea. —¡No! ¿Estaban hablando de ti?
—Eso no es lo único. Destruyó mi taquilla, mi teclado y...
Breeze se levanta de la silla.
—¿Adónde vas? —Le llamo.
—A matarlo! —Se sube las mangas de la camisa y se vuelve hacia la
puerta.
La persigo y la arrastro de vuelta al sofá. —Breeze. Espera.
—¿Por qué debería esperar? ¿Por qué no está su cabeza en una
maldita pica? —El color enrojece sus mejillas. Su voz tiembla, pero no es
porque esté asustada. Es porque está enfurecida—. ¿Quién demonios se
cree que es para intentar arruinarte la vida? —Una risa sin gracia se escapa
de sus labios—. Y yo que pensaba que era un buen partido por ayudarte con
tu miedo escénico. No sabía que era una actuación.
—Ésa es la cuestión. —Me muerdo el labio inferior.
Ella se revuelve el pelo, con los ojos encendidos. —¿Qué pasa?
—No... Sé si fue una actuación.
Me mira con el ceño fruncido. —Explícamelo.
—Sé que puede parecer una locura, pero... hace unas semanas, me
defendió cuando un deportista intentó avergonzarme delante de todos en la
cafetería. Y cuando me empujaron a la piscina, oí que fue él quien me
salvó.
—Vale, así que no es un capullo total. ¿Le perdonamos todo lo que ha
hecho?
—Por supuesto que no —digo con vehemencia. Y luego, con menos
vehemencia, añado—. Pero es complicado.
Se lo piensa y asiente. —¿Crees que un chico al que le gustas te va a
tratar como a una mierda? Cariño, ¿cuántas chicas hemos visto en nuestro
vecindario que acaban haciéndose daño pensando así?
Mi pecho se estremece de dolor. —Tienes razón. Sé que tienes razón.
Lo que pasa es que.... que debería odiarlo. Y lo odiaba. Al principio, quería
que tuviera una muerte dolorosa, pero ahora...
—¿Ahora te estás enamorando de él?
—Absolutamente no.
—Bien. —Me pasa la mano por la espalda—. Olvídalo, Dutch. Puede
que esté bueno y sea rico... y sea guapísimo y tenga talento... y...
—¿No puedes? —La miro con el ceño fruncido.
—Pero —sonríe— no necesitas a un tío que oscila entre caliente y
frío. Además, confiar en que Dutch te elija entre todas las chicas que se le
echan encima es sólo una ilusión. Te mereces un tipo con los pies en la
tierra. Alguien que sólo tenga una o dos chicas detrás de él, en lugar de una
horda.
—Interesante forma de pensar.
—Hablemos de Hunter. —Breeze sonríe.
Yo gimo. —Breeze, ¿puedes dejar de insistirme con Hunter?
—¿A estas alturas no está claro que soy del equipo Hunter?
—Apenas he hablado con él. Y es varios años mayor que yo.
—La edad es sólo un número, cariño. Y no vas a ser menor por
mucho más tiempo.
—Sí, pero...
—Sé de buena tinta que quiere hablar contigo más a menudo. —
Señala mi teléfono—. ¿No dijiste que se coló en tus DMs?
—Todo lo que dijo fue 'hey'.
—¡Exacto! Eso es básicamente una confesión de amor.
Pongo los ojos en blanco. —Ahora estás siendo ridícula.
—Yo digo que te olvides de Dutch y pases a Hunter. El hombre te dio
un saco de boxeo. —Le empuja una mano—. Un saco de boxeo. Si eso no
es material de novio, no sé lo que es.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —pregunta.
—¿Sobre qué?
—Sobre Hunter.
—No lo sé.
—Devuélvele el mensaje —dice, dándome un manotazo.
—¡Ay! ¡Ay! Me has hecho daño —grito.
—Ooh. Lo siento. —Me alivia la mano.
Suspiro pesadamente. —Quizá me plantee devolverle el mensaje.
Sólo por amistad.
Breeze me lanza un beso. —Buena chica.
Sonrío mientras me arregla las almohadas y pone una película. Pero
mis pensamientos no están en la comedia romántica. Sino en cierto
guitarrista rubio con predilección por el ceño fruncido y los tatuajes.
Sé que Breeze tiene razón cuando dice que Dutch es muy difícil de
tratar. Y sé que probablemente debería seguir su consejo. Mamá no se
convirtió en una narcisista drogadicta de la noche a la mañana. Empezó
enamorándose del tipo equivocado en el momento equivocado.
Pero hay momentos en los que Dutch no parece el tipo equivocado.
Especialmente cuando hace el tonto con sus hermanos o encanta a las
señoras de la cafetería.
Pienso en el día que se interpuso entre el deportista y yo en la
cafetería. El día del baile en que pude divertirme en el escenario, rodeada de
toda una clase de primer año, sólo porque él estaba a mi lado.
Más que eso, vi destellos de su verdadero yo cuando estaba con mi
otro yo.
Después de todo lo que ha pasado, no puedo negar que hay algo
peligrosamente volátil entre nosotros.
Especialmente cuando estoy disfrazada y puedo sentir que está
interesado en mí.
Ya sea como yo misma o como otra persona, siempre vuelvo a Dutch.
Y lo admita o no, hay una parte de él que también vuelve a mí.
Un día, cuando choquemos, nos destruirá a los dos.
Lo que más me asusta es que no creo que ninguno de los dos pueda
evitarlo.
Después de la película, Breeze se va. Mientras la acompaño, veo una
carta en el buzón.
Mis ojos se desorbitan cuando la meto dentro y la leo.
¿Atraso en los pagos de la hipoteca?
Parpadeo y parpadeo, esperando a que cambien las palabras.
No cambian.
Convencida de que se trata de un error, llamo al banco para
comprobarlo.
—Aquí dice que la señorita Mónica Cooper retiró los fondos ella
misma —me dice la trabajadora del banco.
Un escalofrío me recorre la espalda. Hundo los dedos en el móvil.
—¿Habrá algo más? —me dice.
—No. Nada más.
Me hundo en el sofá, la cabeza me da vueltas. Una sensación de pavor
me recorre la espalda.
Que no cunda el pánico, Cadence.
Lo primero es lo primero. Tengo que encontrar la forma de pagar al
banco. Si no, Viola y yo podríamos quedarnos sin casa. Rick solo accedió a
firmar los papeles de la tutela por la última petición de mamá, pero no nos
acogerá. Breeze no tiene suficiente espacio para las dos.
De ninguna manera permitiré que mi hermana duerma en la calle. Me
quito la manta, me pongo unos vaqueros, unas deportivas y una camiseta y
me presento en el restaurante. Está tan lleno que el encargado me permite
hacer mi turno siempre que lleve una mascarilla.
Más tarde, esa misma noche, recibo una llamada del salón
invitándome a hacer un evento improvisado.
—Es dentro de una hora. ¿Crees que podrás venir?
—Sí, ya voy.
Viola llega a casa cuando estoy a punto de irme.
Echa un vistazo a mi atuendo y frunce el ceño. —¿Por qué llevas
peluca? ¿Te has maquillado tú misma?
—Sí. ¿Me queda bien?
—Supongo. —Ella frunce el ceño—. ¿Vas a actuar?
Evito su pregunta. —Hay una hamburguesa de la cafetería en el
horno. Sólo tienes que calentarla en el microondas. —Salto sobre un pie y
me subo la cremallera de las botas—. Asegúrate de hacer los deberes antes
de jugar con el móvil.
Viola me coge de la mano. Sus grandes ojos marrones se clavan en los
míos. —Cadence, estás enferma.
—Gracias, hermanita —digo secamente.
Ella frunce el ceño. —Me refería a físicamente enferma. No deberías
ir a ningún sitio ahora mismo.
—No tengo tiempo para esto, Vi. Tengo que irme.
—No. —Ella envuelve sus dedos a mi alrededor.
—Vi, suéltame.
—Te vas a matar trabajando si sigues así.
Su insistencia es la cerilla en mi barril de pólvora de una bola de
estrés. Después de ser empujada a una piscina, casi ahogada, y, ahora,
dándome cuenta de que vamos a ser desalojados, estallo.
—¡No ves que estoy haciendo esto para cuidar de nosotras! —grito.
Sus claros ojos marrones se llenan de dolor.
Al instante me arrepiento de haberle gritado. Se me caen los hombros.
Me froto la frente con la mano. —Vi, lo siento. No debería haber gritado.
Es que... están pasando muchas cosas.
—¿Crees que no sé lo duro que trabajas? ¿Crees que no estoy
agradecida? —Ella grita—. Sólo estoy preocupada por ti. No hay mucho
que puedas hacer, Cadey. Con el tiempo, te vas a romper y yo no podría
sobrevivir a eso.
—Sí, podrías. Eres más fuerte de lo que crees, Vi.
—No, no lo soy —insiste ella—. Mamá se ha ido y si tú también te
vas, me voy a quedar sola. Me derrumbaría sin ti.
El corazón se me retuerce dolorosamente. Pienso en la carta del
correo y en mi llamada al banco. Hay tanto en juego ahora mismo. No
puedo dejarme vencer por sus lágrimas.
—Vi —trago saliva— me encuentro mucho mejor. No tienes que
preocuparte.
—El médico dijo que debías descansar tres días. No han pasado tres
días, Cadey. Si sales ahí fuera y te desmayas o algo así por unos dólares...
—No me desmayaré. De verdad necesito este trabajo y de verdad
necesito ir, ¿vale?
Se reprime las lágrimas y asiente.
Estoy a medio camino de la puerta cuando me vuelvo. —¿Y Vi?
—¿Eh?
—Cierra bien las puertas detrás de mí. No abras a nadie.
—¿Por qué sigues diciéndome eso? No soy una niña —resopla.
Pienso en la carta del banco. —Para nadie, ¿vale?
—Vale.
Con el corazón en la garganta, abro la puerta de golpe y bajo
corriendo las escaleras.
Dutch
Es salvaje. Ardiente. Mía.
Mía.
Esa certeza encaja cuando veo a Pelirroja de pie cerca de un guardia
de seguridad.
Cadence ha estado jugando con mi cabeza y rompiendo mis defensas.
Siento algo por ella y es más fuerte de lo que me gustaría admitir. Pero no
es nada como esto.
Maldita sea. Cuando oí tocar a Pelirroja esta noche, no sólo se me
apretaron los pantalones. Mi corazón, mis pulmones, mis dedos, todo
respondía a ella. Ella es lo que se supone que debe ser la música. Todo lo
que mi música no es.
Ahora, de pie tan cerca de ella, es como si un interruptor se ha
activado.
Otra vez.
Pero esta vez está firmemente bloqueado en Pelirroja.
Hago todo lo que puedo para controlarme. Porque mi mano me
suplica que me acerque a su cintura y la empuje hacia mi lado. No es sólo
algo físico. Es más que eso.
La necesito sobre mi piel como un bálsamo sobre una víctima de
quemaduras. Necesito respirarla hasta que lo que sea de lo que ella está
hecha sea de lo que yo también estoy hecho.
Mis pasos son largos y furiosos. No me detengo hasta que estoy a su
lado.
—¿Quién demonios eres? —me advierte el guardia de seguridad. Es
más o menos de mi altura, tiene los hombros anchos y los ojos marrones.
Hay algo familiar en su cara, pero estoy demasiado enfadado para ubicarlo.
—¿Yo? —Señalo a Pelirroja con la cabeza—. Soy su fan número uno.
Ella resopla. —Es mi acosador.
—¿Tienes un acosador? —El tipo de seguridad da un paso
amenazador hacia delante.
Me cuadro, listo para cogerle. Ha sido una semana muy larga.
Cadence ha estado fuera de la escuela y Christa me ha estado molestando
todos los días, preguntando si estoy listo para apretar el gatillo.
Con una llamada de teléfono, ella puede terminarlo.
Sólo tengo que encontrar una razón para poner a Cadence en el radar
de la junta.
Fácil.
Uno y listo.
Es la respuesta que quiero.
La respuesta que necesito.
Pero he estado dudando en tomarla.
Locura.
Sol está esperando que lo saque de prisión. No hay tiempo para
vacilar. Necesito sacar mi cabeza de mi raja del culo. Rápido.
Por eso le pedí al gerente del salón que me hiciera un pequeño favor.
Me sorprende que Pelirroja mordiera el anzuelo.
Me mira con sus fieros ojos verdes. Yo le devuelvo la mirada. Me ha
hecho de Cenicienta demasiado. Esta noche no la dejaré marchar hasta que
consiga lo que he venido a buscar.
Su mirada se dirige al guardia y le hace un gesto con la mano para
que se vaya. —Yo me encargo.
—No hemos terminado de hablar. —El tipo tiene la osadía de ponerle
las manos encima delante de mí. Me adelanto, dispuesto a estamparle la
cara contra el siglo que viene.
La pelirroja se me adelanta. Le aparta las manos de un manotazo y se
mete en su espacio. —Déjanos en paz. A partir de ahora nos ocuparemos de
nuestros asuntos.
Abre la boca como si fuera a llamarla, pero lo miro fijamente a los
ojos. No sé si es la advertencia en mi expresión o la firmeza de su tono,
pero algo lo convence de que se retire.
La pelirroja ya me lleva una buena distancia de ventaja. Tengo que
alargar la zancada para alcanzarla.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —pregunta sin aminorar la marcha.
—Pagué al salón para que organizara esto.
Se detiene en seco. Me mira con ojos oscuros. Hay algo salvaje en
ella esta noche. Lo oí en su música, cuando sus dedos golpeaban las teclas
como si tuviera algo que demostrar. Y lo veo aquí mismo, en la arruga de su
entrecejo y la tensión de sus labios. En todo caso, la música era sólo un
destello del caos que llevaba dentro. El caos que siento en mi propio pecho.
—Así que realmente eres un acosador.
Las palabras no están dichas con miedo.
Eso me infunde valor.
—Como le dije a ese tipo de ahí atrás... —El tipo que realmente
espero que no sea su novio. Porque, como dije antes, ella es mía ahora—.
Soy tu fan número uno.
—Hay una delgada línea entre eso y un psicópata. —Dobla la curva y
se dirige al aparcamiento.
Su fuego hace que algo dentro de mí cobre vida.
La necesito.
Es menos un pensamiento y más una reacción física.
—¿Sueles ir por ahí besando psicópatas? —Pregunto, pisándole los
talones.
Sus tacones patinan contra el pavimento. Su pelo rojo se agita
alrededor de sus mejillas. Lleva una blusa blanca normal y pantalones
negros. Sencilla. Elegante. Me recuerda un poco a Cadence.
Sacudo la cabeza para soltar el pensamiento.
Estoy aquí con la chica que quiero. La chica que me conmueve.
Nada ni nadie más importa.
Frunce los labios. —¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Vengándote?
—¿Por qué me dejaste plantado esa noche? —Pregunto, acercándome
a ella. La fragancia de su perfume flota hasta mí. Es sutil y dulce. Como el
sol y la vainilla. Como Cadence.
Aprieto los ojos y le doy un puñetazo en la cara a ese pensamiento.
Es Pelirroja.
Pelirroja.
No Cadence.
—¿Qué noche? —pregunta ladeando la cabeza y moviendo las
pestañas inocentemente.
Mi interior se ilumina de expectación. ¿Quiere jugar? Pues vale. Le
daré tantos problemas como ella me está dando a mí.
—Me debes una cita, cariño.
Pone los ojos en blanco. —No te debo nada.
—Entonces soy yo quien te lo debe.
Enarca una ceja.
—Siempre pago mis deudas. —Me inclino y me acerco a sus labios
frustrantemente sexys—. ¿Puedo enseñarte cómo pienso pagarte?
Le da vueltas a la cabeza. Puedo ver cómo se agitan sus
pensamientos.
—Vamos. —Deslizo la mano hacia la parte baja de su espalda. Me
resulta familiar. Se siente bien. Como si la hubiera tocado un millón de
veces antes.
—No voy a entrar en un coche contigo.
—¿Porque podría ser un psicópata?
—¿No lo habíamos dejado claro? —contesta con descaro.
Me río. Todo en ella me encanta. No puedo explicarlo. Ni siquiera
puedo empezar a encontrarle sentido. Pero cambiaría todo de mí, me
convertiría en algo totalmente nuevo por esta chica. —Me imaginé que
tendrías tus reservas. Por eso no hay coches de por medio. —Apoyando la
barbilla en el edificio frente al parque, le susurro al oído—. Dime qué
quieres hacer.
Tiembla ligeramente.
Respiro sobre su cuello, justo contra su clavícula. —Si aceptas, no
volveré a aparecer delante de ti.
—¿Y si no lo hago?
—Te perseguiré hasta el fin del mundo.
Sus labios se curvan. —¿Una amenaza?
—Una promesa.
Sus ojos parpadean hacia mi boca antes de bajar la barbilla. —De
acuerdo. Pero sin nombres. Sin preguntas.
—Un misterio. Qué emocionante.
—Una medida de seguridad. No quiero que me persigas a ninguna
parte.
Le tiendo la mano. —Ven conmigo, pelirroja.
Sus ojos se desvían un instante. La veo dudar, pero no me muevo
hacia ella. Tiene que ser ella quien decida.
Cuando por fin pone su mano en la mía, el alivio estalla en mi pecho.
La agarro con fuerza y conduzco a mi chica misteriosa hacia la oscuridad.
CAPITULO 29
Cadence
No le encuentro sentido.
Dutch se tomó tantas molestias para ponerse en contacto conmigo.
Me persiguió hasta la noche.
Y ahora me tiene sola.
Estamos en un ascensor. Me zumba la piel de estar tan cerca de él,
pero se mantiene a una distancia respetuosa.
Si no llevara esta peluca roja, ¿tendría tanto autocontrol? Cierro los
ojos e imagino las veces que me tiró por encima del hombro en el colegio.
O cuando me arrinconó contra las máquinas de café. Dutch nunca parece
saber lo que es el espacio personal cuando está con mi otro yo.
La verdadera yo.
Incómoda, me relamo los labios y lo miro. Va vestido de negro, como
si quisiera pasar desapercibido. Pero un tipo como él nunca podría pasar
desapercibido en ningún sitio. Sus ojos son dos brillantes soles dorados
asomando en un rostro esculpido a la perfección. Su cuerpo es un arma de
destrucción masiva. Los tatuajes trepan y desaparecen bajo la manga de su
camisa. Sus músculos sobresalen cuando cruza los brazos sobre el pecho.
Dutch me mira y me sostiene la mirada. No hay ningún indicio de
incomodidad. Está tan chulo como siempre. Incómodamente a gusto.
Esto no es lo que me imaginaba cuando me dijo que íbamos a un
hotel. Esperaba una tarjeta llave y un sensor de pitidos. Esperaba sus manos
sobre mí, encontrando los lugares suaves, los lugares tranquilos.
Explorando partes de mí que nunca antes había expuesto a nadie.
¿No sabíamos los dos lo que significaba su invitación? ¿No la había
aceptado?
Estaba preparada. Dispuesta, incluso.
Cualquier cosa con tal de escapar del pavor palpitante que se acumula
como nubes de tormenta en mi corazón.
La oscuridad de la que he huido toda mi vida me está respirando en la
nuca. Salió de las sombras cuando vi a mi hermano. Los ojos de Rick
cuando admitió que no podía pagar nuestro alquiler y los suyos están
clavados en mi mente.
Otra alma más aplastada por el egoísmo y la irresponsabilidad de
mamá. Otro peso más que tengo que soportar ahora que sé la verdad.
¿Cuánto más hasta que me entierre? ¿Hasta que sea un desastre destrozado?
Siento la piel demasiado tensa. Como si estuviera a punto de reventar.
El corazón me martillea detrás de las costillas. Sé de lo que estoy huyendo.
Del fantasma de mamá. Me persigue esta noche como un espíritu maligno.
Sombras oscuras en cada esquina. Secretos que amenazan con brotar como
serpientes.
Agarro la mano de Dutch antes de que lleguemos a la azotea. —¿Qué
hacemos aquí arriba?
Lo que quiero decir es... ¿por qué no estamos en una de esas
habitaciones de hotel?
No quiero sentirme ahora mismo.
Lo necesito para deshacerme de mis pensamientos.
Necesito sentir su piel para olvidar que la mía ya no me queda bien.
¿No es el príncipe de Redwood? Probablemente ha reventado más
cerezas de las que puede contar con los dedos de sus manos y pies.
¿Realmente estamos caminando hasta aquí para contemplar las estrellas y
hablar de nuestros sentimientos?
No quiero hacer eso. Quiero escapar a algo que me deje sin aliento.
—Ya lo verás —dice sonriendo ligeramente. Me coge de la mano y
me lleva hacia delante.
En la azotea, los farolillos colgados de las luces ondean con la brisa.
Los arbustos de flores levantan sus rostros hacia el cielo. En el centro hay
un piano de cola. La luz de la luna resplandece sobre la brillante pintura
negra.
Me detengo en seco. —¿Cómo... cómo has subido esto hasta aquí?
Dutch me suelta la mano y se sienta detrás del piano. Sin mediar
palabra, empieza a tocar. Sus dedos son largos y finos, perfectos para el
piano. Se deslizan sobre las teclas sin vacilar.
Reconozco la melodía. Es una versión ralentizada de la pieza que hice
en la vitrina justo antes de empezar Redwood Prep.
La incertidumbre me agarra por la garganta cuando me doy cuenta de
que me he metido en un lío. Pensé que Dutch me tocaría físicamente, pero
se ha vuelto mucho más oscuro. Mucho más profundo. Porque no podía
conformarse con tomar mi cuerpo esta noche. Intenta tocarme el corazón.
Mientras sigue tocando, me acerco al piano. El zumbido que sentí
entre nosotros en el ascensor salta otro grado.
Con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, parece una escultura que
cobra vida. Cálido. Magnético. Vivo. No se parece en nada al frío y odioso
Dutch que merodea por los pasillos de Redwood Prep.
Esta noche, su guardia está baja. Hay oscuridad, sí. Pero hay algo
más. Ruptura. Vacío. Un anhelo de más. Me está dejando ver la crudeza que
permanece bajo la superficie.
Algo se mueve dentro de mí.
—No sabía que tocabas el piano —le digo.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dice riendo por lo bajo.
Sonrío. —Te sorprendería lo equivocado que estás.
—Dímelo entonces. ¿Quién crees que soy? —me desafía.
—Alguien que siempre se sale con la suya. —Me siento a su lado y
empiezo un dúo. Con mis dedos dibujando la música, añadiendo una nueva
capa a la melodía, la pieza se vuelve plena e inquietante—. Alguien que no
acepta un no por respuesta —añado. Pienso en lo que nos hizo al Sr.
Mulliez y a mí—. Alguien que no tiene miedo de ser cruel.
—Crees que soy malvado.
—Creo que es más fácil elegir la oscuridad que la luz. —Toco las
teclas oscuras para probar mi punto—. Así, en lugar de ser herido, eres tú el
que hace daño.
Retira una mano del teclado y yo relleno impulsivamente las notas
que faltan.
—Tienes razón. No soy una buena persona. —Los ojos de Dutch se
clavan en mi cara—. Pero si queda algo de luz dentro de mí, está toda
atraída hacia ti.
Una bocanada de aire golpea mis pulmones y lo miro, suspendiendo
el acorde.
—Estás en mi cabeza. —Mantiene una mano en el teclado, se levanta
y me rodea con el otro brazo, jugando conmigo entre sus brazos—. Y lo que
odio aún más —me susurra Dutch en el pelo— es que no puedo saber si
estoy dentro de la tuya.
Una sensación de náuseas me revuelve el estómago. Porque... lo está.
No tengo ni idea de cuándo empezaron a cambiar las cosas, pero me
siento atraída por él. Por lo roto que está. Tal vez hay una parte oscura y
retorcida de mí que se nutre de eso. A esa parte le encanta que alguien
como Dutch, rico, guapo y con el mundo al alcance de la mano, pueda ser
empalado por la vida.
—Dime que tú no sientes lo mismo. —Su aliento me golpea la concha
de la oreja y me recorre la espina dorsal.
Es un desafío.
Mis cejas se tensan. —Debes de ser muy popular entre las chicas si
así es como pagas tus deudas.
Su mirada se desliza hacia el piano. Una risita baja retumba en su
pecho y, como está justo detrás de mí, siento cada vibración. Mi corazón da
un vuelco extraño, pero mantengo mi expresión fría y sigo concentrada en
la música.
Toco suavemente, eligiendo mis propios acordes en lugar de los que
pertenecen a esta pieza.
—Ninguna otra chica se te acerca —dice con oscura confianza.
Sorprendida por la franqueza de la confesión, desvío la mirada en su
dirección.
—Ahora que tus dudas han sido resueltas —continúa, sus labios
patinan desde mi oreja hasta mi mejilla— ¿tienes alguna otra pregunta para
mí?
Mi cuerpo se siente lánguido. Aprieto los dedos contra el piano, pero
ya he olvidado qué canción estamos tocando. Sólo puedo pensar en el
recuerdo de nuestro último beso. El calor de su boca sobre la mía, los callos
ásperos en mi carne sensible. Una lengua húmeda deslizándose por debajo
de mi cuello.
Está mintiendo.
Hay otra chica.
Soy yo.
Mi corazón tartamudea. —¿Por qué yo?
¿Por qué no Cadence Sin Maquillaje? ¿Es porque le gustan las
cabezas rojas? ¿O los ojos verdes? ¿Es porque soy una fantasía?
—Porque tu música me habla. —Deja una mano sobre el piano y la
otra presiona un acorde en mi espalda—. Porque —baja las manos—
cuando te oigo tocar, me hace sentir. Hacía mucho tiempo que no sentía
nada. Hace una eternidad que no siento nada. —Sus manos patinan de
nuevo hacia el piano y termina la nota que he dejado colgando—. Me
obligas a enfrentarme a la verdad, aunque la verdad sea más cruel de lo que
yo jamás podría ser.
Su tacto es una droga. Me derrito en él, busco el calor de su pecho. La
dureza de sus abdominales. La promesa de su beso.
Aun así, hago un esfuerzo medio inútil por mantener el control. —
¿Cómo voy a saber si estás diciendo la verdad? —pregunto.
Se ríe por lo bajo y con fuerza. La música vuelve a cambiar. Mis
dedos se hunden más en las teclas. Produce un sonido diferente. Uno lleno
de decadencia, como si nos acercáramos a algo emocionante pero peligroso.
—Supongo que tendrías que llamar a mi farol —dice.
—¿Y si lo hiciera? —Vuelvo la cara hacia un lado, respirando
agitadamente.
Él baja por encima de mi hombro. Abandona el piano y sus toscos
dedos me agarran la barbilla.
El corazón se me acelera hasta que estoy segura de que se me va a
salir del pecho.
Dutch se inclina y habla contra mis labios. —Entonces tendría que
demostrarte cuánto te deseo.
No me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración hasta que
su mirada se posa en mis labios y exhalo por el impacto. En cuanto ve que
separo la boca, sus ojos ámbar se oscurecen. Entonces sus labios se
estrellan contra los míos.
Cada vena de mi cuerpo cobra vida al sentir su boca separándose,
acariciándome y provocándome.
Mis manos abandonan por completo el teclado y rodean su cintura
para acercarlo. Se queda quieto, como si quisiera que me acostumbrara a su
presencia. Como si me diera tiempo para apartarlo si no es lo que realmente
quiero.
Está alargando los momentos.
Tortura.
Necesito tanto el roce que me está destrozando. Quiero gritar con él.
—Espera —susurro.
Se retira inmediatamente y me mira.
—No me toques el pelo —le exijo. Entonces avanzo y le beso.
Aunque todo lo que pueda ofrecerme sea dolor, esta noche quiero
perderme en Dutch.
Dutch
Aprieto mi boca contra la suya y me mantengo firme.
Sólo quiero sentirla durante un latido. Dos.
Entonces me besa igual que en el vestuario.
Mi determinación de ser un caballero se hace añicos.
Jadea cuando la agarro por las caderas y la empujo encima del piano.
Suenan notas discordantes. Sus dedos presionan las teclas mientras intenta
encontrar el equilibrio.
La sujeto con una mano en la nuca y la empujo hacia mí para
profundizar el beso. Su mano empuja contra las teclas mientras se enfrenta
a mi pasión con la suya.
El piano emite más notas inconexas.
Puro caos.
La tensión antes del crescendo.
—Esto es tan... —me chupa el labio inferior— irrespetuoso... con el
piano.
—No te preocupes. —Le inspiro—. Sé una chica mala esta noche.
Mis pensamientos se disuelven cuando mi lengua explora su boca.
Ella gime en voz baja y yo la agarro con más fuerza, necesitando volver a
oír ese sonido. Necesito estar más cerca de ella.
No es suficiente. Necesito más de su piel.
Intento pasar entre sus piernas, pero choco con la tapa del teclado.
Frustrado, gruño y vuelvo a evaluar.
Me mira con los ojos entrecerrados y la boca húmeda. La luz de la
luna brilla sobre su melena pelirroja. Sus ojos verdes son oscuros y
sensuales, como los de un gato a punto de abalanzarse.
Es muy sexy, pero me doy cuenta de que su postura sobre las teclas
no es la mejor para lo que tengo que hacer. Decidido, la agarro por los
muslos. Su chillido de sorpresa hace que me dé un vuelco el corazón.
La levanto y la dejo sobre la mesa del piano.
—¿Mejor? —Gruño.
Se gira para que sus piernas cuelguen de un lado. —Tal vez.
El calor me recorre todo el cuerpo. Enrollo los dedos alrededor de un
tobillo, tiro con decisión hasta que está al borde del piano y paso entre sus
piernas.
—Eres una chica difícil de complacer —murmuro.
Sus ojos se oscurecen. —Si te hace sentir mejor, ahora mismo no lo
estás haciendo nada mal.
El pulso se me acelera en el pecho cuando dobla la pierna contra mi
cuerpo para inmovilizarme.
Vuelvo a chocar contra ella. Luego, apartando los labios de su boca,
la beso en el cuello mientras mis manos tratan de liberarla de la blusa.
Sus dedos me rozan el cuero cabelludo y la espalda. Una sensación de
ardor me recorre por todas partes.
Le quito la camisa y persigo el rastro de piel de gallina que recorre su
hombro. Su piel es más suave que un lirio. Lo necesito tanto que casi me
quedo ciego.
Mía.
Mía.
Tiene que entenderlo después de esta noche.
Sus dedos me agarran y tiran de mi pelo mientras le quito el sujetador.
Su sabor me es familiar. También los sonidos que hace.
Sus pequeños gemidos hacen que mi lengua se mueva más rápido y
me concentro en el momento. Solo la tengo a ella en la cabeza. Nadie más.
No puede compararse con Cadence. No lo permitiré.
Cuando noto que sus delgadas manos tiran del dobladillo de mi
camiseta, la suelto el tiempo suficiente para arrancármela. Sus ojos se abren
de par en par, pero no le doy tiempo para admirar mis tatuajes. Cuando
acabe con ella, se los sabrá todos de memoria.
Cuando volvemos a besarnos, con la respiración entrecortada, le guío
la mano para que me toque. La electricidad salta por todas partes donde
tocan sus manos. La guío por mis pectorales, los abdominales. Más abajo.
Más abajo.
Me arranca un gemido y luego sonríe como si acabara de encontrar un
juguete nuevo.
Gruño una advertencia: —Cuidado.
Sus ojos brillan de lujuria. Un lado de sus labios se curva en una
sonrisita sexy. Siseo cuando me coge la cara con una mano y me aprieta el
pulso con sus labios rojos, como si fuera un vampiro intentando chuparme
la vida. Me vuelve loco.
Mi boca choca con la suya y la inclino hacia atrás hasta que la mitad
superior de su cuerpo queda plana sobre la mesa del piano. Cierra los ojos
cuando le desabrocho el botón del pantalón.
Mi desesperación hace que me tiemblen las manos.
Nunca me había sentido así. Se lo daría todo.
Dejaría que se hundiera en todos los lugares donde sólo la música este
permitida.
La cremallera hace ruido cuando la bajo. El sonido hace que se
muerda el labio inferior.
—¿Estás bien? —Pregunto, dándome cuenta.
—Sí. —Le tiembla la voz.
Me inclino sobre ella de modo que la parte superior de mi cuerpo la
aplasta sobre el piano y mi cadera se clava en su lugar. La sensación de su
pecho desnudo clavándose en el mío me hace girar la cabeza.
—¿Has hecho esto antes? —le pregunto con gravedad.
Ella traga saliva y su delicada garganta se estremece.
Deslizo los dedos entre los suyos y le sujeto las muñecas a ambos
lados de la cabeza. La superficie del piano está fría y me froto contra ella
para conseguir fricción y calor.
—Respóndeme.
—No —admite, con la cara aún más roja.
Maldita sea. No trato con vírgenes. Le dan demasiada importancia a
sus primeras veces. Construyen fantasías en sus cabezas sobre pasar sus
vidas conmigo.
Pero sólo hay un momento de vacilación antes de desechar esas
preocupaciones.
—¿Quieres hacer esto conmigo? —Gruño.
Ella asiente nerviosa.
No creía que pudiera hacerme romper mis reglas, pero aquí estoy.
Ansioso como una maldita abeja por meterme en una trampa de miel.
Le estoy bajando los vaqueros cuando mi teléfono vibra en el bolsillo.
Al principio, lo ignoro. Estoy concentrado.
Pero el teléfono no deja de sonar.
Aprieto los ojos, muy molesto.
—Quizá sea importante —dice.
La miro a la cara, inseguro de si está intentando apartarme para no
tener que hacer esto.
Su mano desaparece dentro de mis vaqueros como si le pertenecieran
y la miro con expresión aturdida cuando me saca el móvil del bolsillo y me
lo empuja.
Quiero tirar esa cosa zumbona por el tejado, abrirle las piernas y
tocarla como un instrumento hasta que grite más fuerte que mi guitarra.
Pero no puedo.
Porque el nombre que parpadea en la pantalla es el de mi hermano.
Finn no me llamaría sin parar si no fuera una emergencia.
Me acerco el teléfono a la oreja. —¿Hola?
—Dutch.
Me pongo rígido al instante. Mi hermano nunca ha sido el más alegre
de los tres, pero tampoco ha sonado nunca tan desquiciado.
La pelirroja debe de notar algo en mi expresión porque se incorpora
enseguida y cierra las piernas. El monstruo que llevo dentro gruñe de
desagrado. Quiero que mantenga las piernas abiertas. Quiero ser el primero.
Quiero meterme en su bonito cuerpecito como ella se ha metido en mi
cabeza.
En lugar de eso, agarro el teléfono con más fuerza.
—Es Sol, tío —Finn suena asustado—. Ha intentado suicidarse.
Todo dentro de mí se apaga.
No puedo asimilar esas palabras. ¿Sol? ¿Suicidarse?
—Zane está en el hospital —dice Finn—. Yo también voy para allá
ahora.
Se me sale el corazón del pecho. —Voy para allá.
Cuando me doy la vuelta, Pelirroja ya se ha bajado del piano. Se
agacha para recoger su ropa.
La ayudo y le entrego el sujetador que, de algún modo, ha caído sobre
el banco del piano. Luego localizo mi camiseta y me la pongo por encima
de la cabeza.
—Tengo que irme —le digo.
—Ya lo he recogido. ¿Te pasa algo? —Parece más preocupada que
tímida.
—Sí. Es...
Sol... suicidio.
Ni siquiera puedo terminar la frase. Es imposible que Sol se haga
daño. Es imposible.
El mundo da vueltas. La culpa me mastica vivo. La culpa es mía. Si
no lo hubiera metido en este lío durante las vacaciones de verano, si no lo
hubiera abandonado, si no me hubiera tomado mi tiempo para ocuparme de
Cadence, nada de esto habría ocurrido.
Mientras doy vueltas, algo me aterriza.
Miro hacia abajo.
Unos dedos pálidos se deslizan sobre mi mano y me sujetan con
fuerza. Por un segundo, me quedo mirando su mano.
No soy de los que caminan por la playa cogidos de la mano. Pero
siento su mano en la mía, así que no la suelto.
Corremos hacia el ascensor y uso la mano libre para llamar a Zane
por teléfono.
Por fin contesta. —Dutch.
—¿Cómo está Sol? ¿Qué dicen?
—Por ahora está bien, pero es malo, tío. —Su voz se quiebra y suena
como si estuviera al borde de un colapso mental.
Conozco a mi hermano y cuando Zane se siente desamparado, hace
una de dos cosas: tocar la batería o tirarse a una tía. Desde que está atrapado
en el hospital, no hay posibilidad de hacer ninguna de esas cosas.
—Cálmate...
—No me digas que me calme —explota Zane—. Sol intentó
suicidarse. Y si lo hubiera conseguido, habría sido culpa nuestra.
Miro a Pelirroja. Me mira fijamente. Sé que probablemente esté
oyendo los gritos de Zane y preguntándose qué está pasando.
Le aprieto la mano y luego me giro ligeramente hacia otro lado. —
Tienes razón. He estado arrastrando los pies con Cadence. Pero ya he
terminado con eso.
La mano de la pelirroja se desliza fuera de la mía.
—¿Qué vamos a hacer? —Zane pregunta.
—Lo que debería haber hecho desde el principio. —Exhalo un
suspiro, con la mente alerta y agitándose con todos mis próximos pasos—.
Quédate con Sol y su familia. Yo iré cuando me haya ocupado de los
asuntos.
Cadence me ha estado destrozando por dentro, pero no puedo
permitirme seguir dudando.
La vida de Sol está en juego.
El ascensor se abre.
Le hago un gesto a Pelirroja para que salga primero. Tiene los ojos
muy abiertos y la cara pálida. Quiero preguntarle qué le pasa, pero mi
teléfono vuelve a sonar.
Es Finn.
—¿Alguna novedad? —Pregunta mi hermano—. Estoy en un atasco.
Le pongo al día y luego añado: —Lo he decidido. Es hora de que nos
ocupemos de Cadence para siempre.
Hago una pausa. Tengo la sensación de que alguien me está mirando,
pero cuando me giro para ver si Pelirroja me está observando, aparta
rápidamente la mirada.
—¿Qué quieres que hagamos? —pregunta Finn.
Cruzo las puertas de cristal del hotel y bajo corriendo las escaleras
con Pelirroja a mi lado.
—Conseguimos que le revoquen la beca. —Bajo la voz. No quiero
asustar a Pelirroja, pero esto tiene que pasar. Esta noche—. Haz que el
informático borre sus notas. Le diré a Christa que involucre a su padre.
—¿Crees que funcionará?
—No hay manera de que salga de esta. —Vuelvo a meter el teléfono
en el bolsillo y toco el hombro de Pelirroja. Incluso en medio de mi pánico
y mi miedo, hay un atisbo de afecto por ella—. Siento lo de esta noche. Te
lo compensaré.
Con la cara desencajada, me hace un gesto con la mano para que me
vaya. —Vete.
Hay algo que no me cuadra, pero no tengo tiempo de investigarlo.
Mis pasos son lentos mientras me alejo de ella, pero ni siquiera me mira
mientras se apresura a doblar la esquina.
Me prometo que la alcanzaré.
Me doy la vuelta y corro hacia mi coche.
CAPITULO 30
Cadence
Me cae agua fría sobre la cabeza mientras estoy de pie, temblando en
la ducha. Me froto y froto y froto la piel hasta dejarla en carne viva. El agua
me salpica los pies y se va por el desagüe, pero no se lleva consigo la
película de asco.
Mi corazón late a allegrissimo, uno de los ritmos más rápidos de la
música. Sigo fregando hasta que me arde la piel y me inclino, con una mano
contra la pared y el pelo apelmazado delante de la cara.
Dutch ideó un plan para arruinarme y lo hizo delante de mis narices.
Sin piedad. Sin vacilaciones. Fue tan frío y cruel como siempre.
Vuelvo a golpear la pared. Mi frente se apoya en la ducha. Está fría al
tacto.
Mi mente da vueltas en círculos. Antes de que Dutch recibiera la
llamada, le rodeaba el cuello con los brazos y lo besaba como si mi vida
dependiera de ello. Le clavaba los dedos en los hombros y gemía mientras
me desabrochaba los vaqueros.
Me estaba preparando para dárselo todo.
Algo precioso. Algo que no se merecía.
Idiota.
La frustración crece y golpeo el grifo para cerrarlo. Me retiro el pelo
de la cara e inspiro. Aún puedo olerlo en mí. La fragancia del sándalo, la
menta y el dinero. Aún puedo sentir sus dedos clavándose en mis muslos
mientras se preparaba para desenvolverme como un regalo de Navidad.
Entonces llegó esa llamada.
Y lo cambió todo.
Volví a chocar contra la pared. Y otra vez.
Lo más ridículo de todo esto es que, antes de que expusiera sus
planes, realmente sentía algo por él. Cuando Dutch recibió esa primera
llamada, toda su cara palideció.
Miré fijamente sus vibrantes ojos ámbar, vi el pánico destellando allí
y mi primer instinto no fue deleitarme con su dolor.
Fue protegerle.
Después de todas las cosas horribles que me había hecho, de todas las
formas en que me había arruinado, de todas las veces que me había hecho la
vida imposible, aún quería cogerle la mano, abrazarle y aliviarle la tensión.
—Yo me ocuparé de Cadence.
Pero mi cuidado de él era unilateral.
Estaba ansioso, incluso desesperado, por acabar conmigo. Un asesino
a sueldo probablemente tendría más corazón. Fue esa frialdad, esa completa
falta de humanidad, lo que me recordó exactamente con quién estaba
tratando.
Un monstruo.
—Ah. —Me tapo la boca con una mano para ahogar el grito de
frustración y arrepentimiento. Siento que el corazón está a punto de
salírseme del pecho.
Ojalá pudiera decir que Dutch me pilló en un momento de debilidad,
pero la energía cegadora que había entre nosotros era inevitable. No fue un
momento de locura temporal.
Fue una elección.
Mi elección.
El alcance total de mis sentimientos por él explotó en el momento en
que tocó el piano. No había una sola parte de mí, ni un solo centímetro de
mí, que quisiera que se detuviera.
En sus brazos, me sentía segura. Como una idiota, creí ver más allá de
su fría apariencia al verdadero Dutch, el que me rescató de ahogarme y me
empujó a superar mi miedo escénico.
Pero una bestia no sabe hacer otra cosa que destruir.
Salgo de la ducha. Mis pasos son torpes. Goteo agua por todas partes,
pero no me importa.
Está oscuro cuando salgo al pasillo. Viola se despierta cuando llego a
casa, me echa un vistazo y se va. Sigue enfadada porque le he gritado. Otro
fracaso más.
Me encierro en mi habitación y me hundo contra el viejo colchón.
Cruje al recibir mi peso. Mi teclado destaca entre las sombras. Las
brillantes teclas blancas y negras me recuerdan a Dutch.
Desesperada, me pongo en pie y tiro una manta por encima para que
no se vea.
Cojo el teléfono y me pregunto si debería llamar a mi mejor amiga.
Decido que no. Breeze sólo me dirá 'te lo dije'. Me advirtió de que un tipo
como Dutch no era de fiar. Es culpa mía por no evitarlo como a la peste.
Mi pecho sube y baja mientras mi respiración se agita. La ansiedad
hace girar mi cabeza en caída libre.
¿Es este mi final en Redwood?
Dejo a un lado el arrepentimiento y el disgusto en favor de algo
mucho mejor: la ira. Me invade como un huracán, destruyendo la
desesperanza que llevo dentro.
No, no puedo hundirme así.
Esta noche es culpa mía. Lo acepto.
Abrí mis piernas para Dutch. Dejé que se acercara a mí.
Tal vez eso me hace una idiota. Pero no tengo que emparejar eso con
ser una víctima. ¿Por qué debo ser la única que sufre? ¿Por qué él debe
caminar hacia el atardecer mientras yo me escondo en la oscuridad?
A pesar de ser débil, tengo algo que antes no tenía.
Información.
La revelación de esta noche es una bendición disfrazada.
El cambio en mi forma de pensar hace que la sangre me lata de otra
manera. No puedo evitar ponerme en pie de un salto y caminar por la
habitación mientras pienso qué hacer a continuación.
Dutch tiene todo el poder en Redwood. Tiene al padre de Christa en
su bolsillo trasero también. Necesito a alguien más alto que ellos. Alguien
con más influencia. Alguien a quien toda la escuela crea.
Me detengo en seco cuando me doy cuenta.
Jinx.
Muevo los hombros para deshacer los nudos y envío un mensaje.
Cadence: Estoy lista para hacer negocios.
La ansiedad me ataca con fuerza mientras espero una respuesta.
Mi teléfono suena.
Me abalanzo sobre él.
Jinx: Un secreto por un secreto, Chica Nueva.
Cadence: Dutch planea arruinar mis notas para que pierda la beca y
me echen de Redwood.
Jinx: ¿Pruebas?
El atisbo de esperanza que crecía en mi pecho muere violentamente.
¿Pruebas?
Golpeo el teléfono con la palma de la mano y camino en otra
dirección.
Jinx: Lo siento Chica Nueva. Sin pruebas, no hay trato.
Cadence: Estoy diciendo la verdad.
Jinx: No puedes creer cuántas mujeres despechadas tratan de usarme
para vengarse. Necesito más que eso para que valga de algo.
Gruñendo de frustración, vuelvo a tirar el teléfono sobre la cama y
sigo caminando. Mi ira es más fuerte que la decepción. Que se haya cerrado
una puerta no significa que no se vaya a abrir otra.
Respiro hondo varias veces y me repongo. ¿A quién más puedo
recurrir?
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Sigo adelante hasta que tropiezo con otro camino: el Sr. Mulliez.
La idea pierde fuerza cuando salta su buzón de voz. Le envio un
mensaje de texto, pero no hay respuesta. La señorita Jamieson me ha dicho
que ha dejado el país para ampliar sus estudios.
Maldita sea.
Empiezo a colgar el teléfono hasta que recuerdo que tengo una opción
más. La señorita Jamieson. Ella me creyó a mí y al Sr. Mulliez. Y me dio
ánimos cuando Christa intentó culparme por romperle el labio.
—¿Dónde puse su número? —Murmuro desesperadamente. Los
libros caen al suelo con un ruido sordo mientras vuelco mi mochila. Me
arrodillo y empujo desesperadamente las lociones, los sobres de azúcar y
las notas hasta que encuentro el papelito con su número.
Siento alivio y marco rápidamente.
No respiro mientras escucho cómo suena.
Se oye un clic.
Y entonces...
—¿Hola?
—Señorita Jamieson —llamo con urgencia.
—¿Quién es?
—Soy Cadence Cooper. Lamento molestarla pero realmente no sabía
qué más hacer.
—¿Cadence? —El sonido de las sábanas crujiendo me dice que la he
despertado de la cama.
—¿Quién es? —Una voz masculina dice.
—Sólo un estudiante. —Se aclara la garganta—. Dame un segundo,
Cadence.
—Claro.
Oigo más crujidos y luego una puerta se abre y se cierra.
—¿Estás bien? —pregunta. Por la reverberación de su voz, sé que
está en un baño.
—No, la verdad es que no. —Mis palabras salen a borbotones—.
Mira, si tuviera a alguien más a quien recurrir, no te estaría molestando en
tu tiempo privado, pero si no hago algo, me van a echar de Redwood
injustamente y no puedo... —Se me corta la respiración—. No puedo dejar
que Dutch gane. Moriría antes.
—Cariño, cálmate, vale. Empieza por el principio. Cuéntame lo que
pasó.
Le cuento el plan de Dutch. —Parecía que iban a cambiar las notas
esta noche.
—¿Estás segura?
Recuerdo el momento en el ascensor. —Sí.
Ella suelta un suspiro.
Golpeo un dedo contra mi pie. —Christa ya me odia y siendo su padre
el presidente de la junta de Redwood, no importa cuál sea la verdad.
—¿Por qué te harían esto? En serio, ¿qué demonios les pasa a esos
chicos? Uno de ellos va por ahí mintiendo sobre su edad y el otro...
—¿Dutch mintió sobre su edad? —Pregunto. No parece propio de él.
Puede que sea un cabrón despreciable, pero no lo oculta.
Hay una larga pausa, como si la señorita Jamieson hubiera revelado
algo sin querer.
Después de un momento, vuelve a hablar en un tono más sereno. —Si
se tratara simplemente de cambiar sus notas injustamente, podría intervenir.
El problema es si lo llevan directamente a la junta. Hay una cadena de
mando en Redwood Prep. Una vez que la situación ha escalado, no
podemos hacer mucho para revertirla desde nuestro nivel.
Gimo y me dejo caer contra la cama. —Así que estás diciendo que
estoy jodida.
—Digo que tenemos que movernos más rápido que ellos o encontrar a
alguien más alto que el presidente que te apoye.
—¿Quién está por encima del presidente?
Hay un momento de silencio.
—Puede que conozca a alguien. Bueno, yo no. El Sr. Mulliez tiene
una conexión que podemos explorar.
—Intenté llamarle, pero no contestó —le digo.
—Consiguió un nuevo número de teléfono cuando se mudó de
Estados Unidos.
La esperanza vuelve a brotar. —Así que estás diciendo...
—Déjame hablar con el señor Mulliez. Incluso si esto es un callejón
sin salida, vamos a seguir luchando. No vamos a dejar que ganen, Cadence.
Después de esa conversación, no puedo dormir. Mi mente está
demasiado ocupada repasando todas las cosas que podrían salir mal con su
plan.
Cuando la señorita Jamieson por fin me llama a la mañana siguiente,
no he pegado ojo.
Cojo el teléfono y grazno: —¿Qué ha dicho el señor Mulliez?
—Está cobrando un favor de un viejo amigo.
—Quiere decir...
—Quiero decir que no te vas de Redwood.
Todo mi cuerpo cede en un suspiro. —Bueno, ¿tengo que hacer algo o
asistir a una reunión para explicar por qué mis notas son repentinamente
bajas?
—No. —Hace una pausa—. Pero tengo una pregunta.
—¿Cuál es?
—¿Te gustan las entradas dramáticas?
CAPITULO 31
Dutch
—Cuidado, tío. —Agarro a Sol del brazo mientras sale del coche.
Se ríe tímidamente y aparta el brazo. —Joder, no soy un inválido.
Puedo andar.
Es difícil de creer, porque hace unos días estaba a punto de morir.
Cuando llegué al hospital esa noche, Sol se negó a vernos. Su madre
no paraba de llorar y Zane apenas había conseguido calmarla.
Los tres salimos del hospital dispuestos a hacer lo que hiciera falta
para arreglar las cosas.
No había otra alternativa.
Cadence Cooper tenía que irse.
Para todo el esfuerzo que puse antes de esto, sacar a Cadence de
Redwood fue, sorprendentemente, fácil.
Tal vez demasiado fácil.
Una vez que nos colamos en el sistema y cambiamos las notas de
Cadence, Christa hizo la llamada a su padre. Envió la orden de inmediato y
el director Harris emitió el veredicto.
Sin alboroto.
Sin dramas.
O eso he oído.
Hacía unos días que no iba a Redwood. Los dos primeros, estuve
enfermo en casa, luchando contra una gripe que surgió de la nada. Después
de eso, mis hermanos y yo fuimos al hospital, golpeando la puerta de Sol
hasta que dejó de ser un idiota y accedió a vernos.
Le han dado permiso para ir al colegio medio día, pero sigue teniendo
que ir al hospital psiquiátrico para un control periódico.
—Ha pasado tiempo, Redwood —dice Sol al edificio principal. Cierra
los ojos y respira hondo.
—Para nosotros también ha pasado tiempo —comenta Finn. Me mira
arqueando una ceja—. Casi parecía que algunos de nosotros evitábamos
este lugar.
Ignoro la indirecta de mi hermano.
¿Y qué si no quería despedir a Cadence? Estoy bastante seguro de que
me habría dado un puñetazo en la boca si se hubiera cruzado conmigo y
entonces yo estaría dolorido y ella esposada.
No voy a disculparme por lo que hice para echarla. La vida no es un
paseo por el maldito parque. A veces, hay que tomar decisiones difíciles.
Cadence no pertenecía a Redwood Prep en primer lugar. Además,
tuvo la oportunidad de aceptar el dinero e irse a otro lugar por voluntad
propia.
No lo hizo.
Toda elección tiene consecuencias.
Ella hizo la suya.
—Hola, Sol.
—Sol.
—Sol, has vuelto.
Los estudiantes se detienen y se fijan en nosotros mientras caminamos
por el pasillo. Se siente bien tener a Sol caminando a mi lado de nuevo,
donde pertenece.
—Tío, este sitio es mucho más elegante de lo que recordaba —dice
Sol, deteniéndose delante de su taquilla.
Zane pasa un brazo por encima del hombro de Sol. —Hoy tenemos
asamblea. El texto salió en nuestra aplicación escolar.
—Van a anunciar que has vuelto. ¿Vas a estar bien? —pregunta Finn
con voz sobria.
—No van a —Sol baja la mirada y tira de la manga de su jersey—
decir por qué me fui, ¿verdad?
—Nadie lo sabe excepto nosotros. —Señalo con la cabeza a mis
hermanos y a mí.
—Y quizá Jinx —dice Zane.
Le dirijo una mirada sombría.
—¿Qué? —Mi hermano se encoge de hombros—. Ese asqueroso
parece saberlo todo—.
Christa pasa flotando, flanqueada por dos miembros de su equipo de
baile. Lleva el uniforme de animadora y el pelo recogido en dos coletas.
—Hola, chicos. ¿Están emocionados por la concentración? —El
saludo va dirigido a todos nosotros, pero sus ojos se detienen en mí.
Zane se ríe y me da un puñetazo en el brazo. —No creo que se dirija a
nosotros, hermano.
Mi expresión no cambia.
—Dutch —me llama Christa.
Levanto la barbilla y miro hacia otro lado. Nos ha ayudado por
razones egoístas. No voy a alimentar sus ilusiones haciéndole creer que
ahora somos algo.
Se le borra la sonrisa y me mira con el ceño fruncido.
Finn aprieta los labios para ocultar la risa.
Christa no se toma bien mi rechazo. —¿Así que ahora vas a
ignorarme?
—Más o menos —digo fríamente.
Los ojos de Christa se vuelven ardientes como llamas. Parece que
quiere decir algo más, pero cuando se da cuenta de que sus amigas la miran,
me suelta un resoplido. —¿Crees que puedes utilizarme y salirte con la
tuya, Dutch? Piénsatelo otra vez.
Veo cómo se aleja, con el orgullo herido y la falda abultada alrededor
de las nalgas.
Sol se inclina para susurrar: —¿Qué pasa contigo y Christa? He oído
que se te echó encima cuando volviste de la gira.
—Los gustos de nuestro querido hermano han cambiado. —Zane me
sonríe—. Ahora le gustan las pelirrojas y misteriosas.
Los ojos de Sol se abren de par en par con interés. —¿Tienes novia?
—No es mi novia —le corrijo.
Aunque yo quisiera, la pelirroja se largó antes de que pudiera
conseguir su nombre o su número. El encargado de la sala no quiso darme
sus datos y sabía que engañarla para que apareciera no volvería a funcionar.
Me arrepentí de no haber conseguido al menos su nombre y me puse a
buscar al guardia de seguridad con el que había estado hablando, pensando
que podría darme alguna pista, pero tampoco pude encontrarlo.
Después de que todos mis esfuerzos fracasaran, me di por vencido,
metí el rabo entre las piernas y me dirigí a Jinx.
Su respuesta fue: —Todo se sabrá con el tiempo.
Maldita estafadora.
Ahora estoy como al principio.
La pelirroja está en el aire. Podría haber sido un sueño.
Finn me da una palmada en el hombro cuando suenan las campanas.
—Hora de irse.
Voy delante cuando noto que Sol se queda atrás. Finn también se da
cuenta. Me llama la atención y señala a Sol con la barbilla. Zane se fija en
nuestra comunicación silenciosa, ve hacia dónde mira Finn y arquea una
ceja hacia mí.
Les hago un gesto con la mano para que se adelanten y aminoro el
paso para estar a la altura de Sol. —¿Estás bien, tío?
—Sí. —Se frota un lado de la cara—. Es que... han pasado muchas
cosas desde la última vez que estuve aquí. Es como un choque cultural.
—Tú perteneces aquí, Sol —le digo atentamente.
—Hm. —Me lanza una mirada pensativa—. He oído que alguien me
sustituyó al principio del curso. ¿Cómo conseguiste que lo dejara?
Algo que se parece mucho a la culpa se desliza por mi pecho. Pero
eso no puede ser cierto porque significaría que en realidad siento algo más
que resentimiento por Cadence.
Y no es así.
Me deshago rápidamente de la culpa y levanto la barbilla. —No te
preocupes por eso. Lo único que importa es que ahora estás aquí.
Parece preocupado.
Me rio entre dientes. —Somos los príncipes de Redwood, Sol. Nadie
se va a interponer en nuestro camino.
Eso le hace sonreír un poco.
Al ver que está de mejor humor, camino un poco más rápido para que
podamos alcanzar a mis hermanos. Juntos, tomamos asiento en lo alto de
las gradas.
Los niños claman por sentarse a nuestro alrededor, manteniéndose a
una distancia saludable, por miedo o por nervios, no lo sé y no me importa.
Miro a la asamblea y siento que la paz me inunda el pecho.
Sol ha vuelto a su sitio.
Se ha restablecido el equilibrio.
Ahora sólo tengo que encontrar a Pelirroja y tendré a mi reina. Todo
será perfecto.
El director Harris camina hacia el centro del gimnasio. Lleva un traje
demasiado ajustado y su barriga hace fuerza contra el botón. La calva que
tiene en medio de la cabeza brilla como una bola de discoteca a la luz del
sol.
—Cálmense todos —zumba con su voz seca y delgada. El hombre no
sonaría más débil ni aunque chupara antes un globo de helio—. En esta
asamblea matutina, tenemos un estudiante que regresa muy especial...
Zane le da un codazo a Sol en el costado.
Le aparta la mano a mi hermano, agachando la cabeza tímidamente.
—... Y estoy seguro de que no necesita presentación —añade el
director Harris.
Finn se inclina hacia mí. —¿Desde cuándo Harris es tan lameculos?
Me encojo de hombros. A mí tampoco me cuadra nada.
—... Todos, un aplauso para... —Harris lanza una mano a las puertas
del gimnasio.
Se abren.
La luz sale de detrás de una figura alta con camiseta negra, vaqueros
rotos y gafas de sol.
Mi cuerpo se retuerce y casi salto de mi asiento.
¿Papá?
—¡Jarod Cross!
El gimnasio estalla en gritos y exclamaciones.
—¿Qué demonios está haciendo aquí? —Zane exige.
Finn mira con los ojos muy abiertos.
Papá levanta las manos como si estuviera en uno de sus conciertos
con entradas agotadas. Da zancadas con confianza hacia el micrófono. La
voz que robó un millón de corazones y vendió cuatrocientas veces más en
discos retumba en la sala.
—¡Hola, Redwood!
La sonrisa de papá hace que se frunza mi ceño.
La inquietud se me clava en la piel.
Algo pasa.
—¿Te dijo papá que iba a venir a Redwood? —Zane sisea.
—Creía que aún estaba de gira —responde Finn.
Me callo. Algo me dice que esto no es lo peor y me preparo para que
caiga el otro zapato.
—Redwood Prep tiene una larga y vibrante historia de producir
excelencia en todos los campos, pero —se hace un gesto a sí mismo—
especialmente en la música.
Finn resopla.
Zane pone los ojos en blanco. —Qué manera de tocar tu propia
bocina.
Sol ríe suavemente.
Ninguno de nosotros se le une.
—Por eso me propuse construir el programa de música y llenarlo de
talentos. Como mis hijos. —Los ojos de papá se desvían hacia nosotros y
levanta una mano en nuestra dirección.
Todo el alumnado se gira, mirándonos también.
Aprieto los dientes. ¿De qué demonios va este espectáculo? ¿Por qué
está realmente aquí?
Papá nunca hace cosas así a menos que tenga que ocultar algo. Y
desde el último horrible secreto que tuve que guardarle, no tengo ganas de
ganarme ninguno más.
—Y no sólo mis hijos —se ríe papá— sino una joven muy especial
que por casualidad entró en mi radar.
La puerta se abre de nuevo y, de repente, el aire es aspirado fuera de
la habitación.
Oigo el clic, clic, clic de los tacones como si alguien estuviera
cerrando mi ataúd mientras yo sigo dentro. Mi corazón se ralentiza al ritmo
de los pasos. Cuando la veo, mis ojos se deslizan por sus mocasines de
tacón, los calcetines blancos, la falda demasiado corta y la blusa que
obviamente le queda pequeña.
Cuando mis ojos se clavan en los suyos, todo en mi interior se
paraliza.
—Cadence Cooper —anuncia papá.
El gimnasio se queda en silencio. Todo el mundo sabe que echamos a
Cadence de Redwood.
Los murmullos se encienden a nuestro alrededor.
Finn me mira atónito.
Los ojos de Zane están a punto de rodar por el suelo.
Sol parece intranquilo.
Sólo me tomo un momento para absorber sus reacciones antes de fijar
mi mirada de nuevo en Cadence. Me está mirando, con los ojos marrones
entrecerrados y una sonrisa de satisfacción.
Me suena el móvil.
Jinx: Tu búsqueda de Cenicienta no requiere zapatillas de cristal. La
que quieres ya la tienes delante.
Pulso el vídeo que me ha enviado junto con el mensaje y no puedo
respirar al verlo.
Pelirroja. Fuera del escaparate de la vuelta al cole. Quitándose la
peluca.
Se me acelera el corazón y me pongo en pie, bajando por las gradas
antes de darme cuenta de adónde voy. La gente se agacha para no ser
pisoteada. Papá se detiene en mitad de su discurso.
No importa.
Tengo que llegar hasta ella.
¿Cómo es posible que Cadence sea Pelirroja? ¿Ha estado jugando
conmigo todo el tiempo?
Apenas puedo respirar cuando llego al centro del gimnasio. Papá me
está mirando. Toda la maldita escuela me está mirando. Parezco un maníaco
en pie de guerra. Pero Cadence no parece asustada en absoluto.
De hecho, su sonrisa se vuelve cruel. —¿Necesitas algo, Dutch?
—¿Quién demonios eres tú? —Siseo, abalanzándome sobre ella.
Se acerca a mí. Se pone a mi altura. Con voz oscura y de advertencia,
susurra: —Soy tu peor pesadilla.
Jinx: Hola, ciudadanos de Redwood. Estoy enviando mi
proclamación real a través de nuestra aplicación escolar por última vez. A
partir de ahora, no se ocultarán los secretos de nadie. Si quieres saber lo
que está pasando con lo más alto de la élite en Redwood, todo lo que tienes
que hacer es suscribirte a mi nueva aplicación.
Aquí hay un jugoso pequeño chisme gratis. La mismísima Cenicienta
de Redwood fue vista entrando en el gimnasio del brazo de su hada
madrina. Y había un príncipe que no estaba muy contento con eso.
Parece que se está gestando una guerra entre el Príncipe Azul y su
amor de clase trabajadora, pero no hay que subestimar a esta Cenicienta.
El enfrentamiento de hoy es la prueba. ¿Cómo asestará nuestro príncipe
rubio su primer golpe? Únete a mi aplicación y serás el primero en saberlo.
Hasta el próximo post, mantén a tus enemigos cerca y tus secretos
aún más cerca.
-Jinx
PROXIMO LIBRO…
Este rey cruel no se detendrá hasta que me posea.