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The Darkest Note Redwood Kings 1 Nelia Alarcon

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XOXO
Staff
TRADUCCIÓN
BAIRO

CORRECCIÓN Y LECTURA
FINAL
SHEREZADE

DISEÑO Y MAQUETADO
SKY
Sinopsis
Este rey cruel no parará hasta
doblegarme.
Dutch Cross, cantante de The Kings, es un monstruo.
No dejes que sus ojos ámbar, su mandíbula cincelada y su voz
cantarina te engañen.
Merodea por los pasillos de Redwood Prep como si fuera el dueño de
cada centímetro.
Brutal.
Intocable.
Bestia.
Y cuando sus ojos dorados se cruzan con los míos, sé que soy su
próxima presa.
El monstruo me quiere fuera de Redwood.
Pero la lujosa escuela privada es mi última oportunidad de una vida
mejor para mi hermana.
Nadie se ha atrevido nunca a ir contra Dutch y sus igualmente
guapísimos hermanos.
Me siento honrada de ser el primero.
Verás, lo que pasa con los reyes y los monstruos es que siempre tienen
una debilidad.
Y para Dutch, su debilidad... soy yo.
Sólo que él aún no lo sabe.
Prólogo
No lloro cuando recibo la llamada de la policía.
No lloro cuando identifico el cadáver, cuando veo el pelo oscuro y la
piel hinchada.
No lloro cuando me entregan la nota que dejó mi madre.
Para mi dulce Cadey,
Cuando me senté a escribir esto, me temblaban los dedos y berreaba
como un bebé por toda la página. No sabes cuántos papeles he gastado
intentando encontrar las palabras adecuadas.
No hay una forma perfecta de decir esto, así que iré al grano.
Se acabó para mí.
Pero no es por ti o por Vi.
Cariño, eres todo lo que una madre podría pedir. Inteligente, fuerte,
perfecta.
Recuerdo cuando te oí tocar el piano por primera vez. No tenías ni
idea de lo que estabas haciendo, pero te las arreglaste para sacar una
melodía. Aquel día llovía. Y mi corazón se arrastraba por el suelo, pero en
cuanto empezaste a tocar, salió el sol.
Eso es lo que eres para mí, Cadey. Eres mi sol. Es sólo que he estado
luchando contra esta nube oscura mucho antes de que tú y tu hermana
nacieran. Ya no me quedan fuerzas para luchar contra ella.
Siento no ser lo suficientemente buena.
Siento tener que dejarte atrás en este mundo frío y cruel, pero sé que
vas a cuidar bien de tu hermana. Y sé que vas a ser fuerte.
No te preocupes. No te voy a dejar completamente sola. Me he puesto
en contacto con tu hermano para que venga a cuidarlas a los dos.
Soy consciente de que puede ser un shock. Nunca te hablé de él. Más
que nada porque me daba vergüenza admitir que había abandonado a un
hijo.
¿Sorprendida? Hay muchas cosas que no sabes de mí, Cadey. Y es
por tu propio bien. Por favor, no me guardes rencor. Es mi querido deseo
que nunca veas la magnitud de lo que he hecho.
Ya casi es hora de que me vaya. Estoy empezando a llorar de nuevo.
Todavía hay mucho que quiero decir.
Tú y Vi pueden quedarse en el apartamento para que no tengan que
cambiar de escuela. Ya lo he arreglado con el banco.
Desearía tener más para dejarte, pero es todo lo que puedo hacer por
ahora. Tu hermano se encargará del resto. Trata de no molestarlo
demasiado. No está muy emocionado por conocerlas, pero no es personal.
Confía en mí.
Tengo que irme ahora. Recuerda que las quiero a ti y a Vi más que a
nada en el mundo. Te veré en el otro lado.
Mamá.
No derramo ni una sola lágrima cuando rompo la nota y se la
devuelvo a la policía.
Tampoco lloro cuando le digo al funerario que queme su cuerpo.
CAPITULO 1
Cadence
- AGOSTO, CUATRO MESES DESPUÉS-

La tonalidad más triste de la música es Re mayor.


Es la tonalidad que resuena en mi cabeza cada vez que pienso en mi
madre, con los dedos temblorosos, los brazos salpicados de marcas de
arrugas, el cuerpo estirándose más allá del armario vacío hasta el alijo que
guarda en el tarro.
Algunas madres guardan galletas en esas macetas con forma de osos,
conchas o flores.
Mi madre guardaba hierba.
Me la echaba a la cara y se reía, grave e inquietante. Siempre era ese
tono.
Re mayor.
Como un vampiro tosiendo sangre.
Las quiero a ti y a Vi más que a nada en el mundo.
La línea de su carta de suicidio se reproduce en bucle en mi mente.
Pensé que si quemaba las palabras desaparecerían, pero las cenizas
resurgieron de entre los muertos y empezaron a atormentarme.
Las quiero a ti y a Vi más que a nada.
Mamá sólo tenía audacia.
¿Amor? Su retorcida versión del amor era un descenso directo a los
acordes más oscuros, lleno de quebrantos y teclas negras.
Siempre vi el caos en ella, pero nunca dejé que me manchara. Creé un
espacio dentro de mi cabeza donde la música moriría. Porque si no podía
oír música, tampoco oiría sus notas.
Pero ahora que se ha ido, la música ha vuelto de puntillas a mi vida. O
más bien se ha estrellado contra mí a cien kilómetros por hora y ahora me
encuentro en un viaje sin tener ni idea de cómo he llegado hasta allí ni de
cómo salir.
—¡Como una bola de wreeeecking! —Una versión optimista y sin
alma del éxito de Miley Cyrus suena por los altavoces del escenario.
Me había sumido en mis pensamientos para escapar de la ruidosa
portada, pero parece que la música se ha puesto aún más alta.
Tres chicas vestidas con versiones disfrazadas con sujetadores y
culottes giran al ritmo.
La chica del centro se eleva de repente en el aire, impulsada por un
fino arnés. Sus piernas se abren de par en par mientras vuela por encima de
la multitud, exhibiendo a todos los presentes.
Las cabezas se inclinan hacia atrás en señal de adoración. El público
ruge como si todos fueran sus adoradores y esto fuera una especie de ritual
de apareamiento.
Me pregunto si es demasiado tarde para arrancarme la peluca y salir
corriendo.
—¡Creía que te habías bañado, zorra!
Una mano me agarra antes de que pueda escapar.
Me fuerzo a sonreír y me doy la vuelta.
—¿Yo? ¿Huir de esto? —Señalo a la rubia intérprete que se está
empapando del -guau, guau, guau- que brota de los chicos presentes— ¿una
fastuosa exhibición de destreza musical? —Parpadeo inocentemente a mi
mejor amiga—. Nunca.
—Eres una snob de la música, Cadey. Ahora agáchate para que pueda
desabrocharte la camisa. No muestras suficiente escote.
Le aparté las manos de un manotazo. Breeze levanta la cabeza y me
regaña con la mirada.
—No te atrevas a desnudarme —murmuro.
—¿Ves el numerito que estás siguiendo? —me susurra—. Tienes que
quitarte más ropa. Enseguida.
Miro la cazadora de cuero, la camisa blanca y la falda skater
excesivamente corta que Breeze me ha impuesto. Los tacones negros, los
pendientes de aro gigantes, las lentillas verdes y el maquillaje cargado
completan el look. Todo forma parte del plan a prueba de tontos de mi
mejor amiga para librarme del miedo escénico, un plan que ideamos cuando
conseguí el papel de María en la obra de Navidad de nuestro colegio.
Seis años después, sigo necesitando la peluca para actuar ante el
público, pero al menos actúo. Supongo que puede considerarse un éxito
rotundo.
—Tal vez esta sea la prueba de que no pertenezco a Redwood Prep —
murmuro.
—Es demasiado tarde. Ya has aceptado la beca. —Se arregla el moño
rojo que cubre mi larga melena morena. Con los ojos azules concentrados,
se preocupa hasta que los mechones obtienen su aprobación—. Y ya sabes
por qué no puedes rechazarla.
Tiene razón. Todo mi futuro está en juego, pero ¿merece la pena pasar
el último año como la -chica nueva- en Redwood Prep, hogar de la élite y
los estúpidamente ricos? A las chicas del lado equivocado de las vías se las
comen y las escupen aquí.
Como si los hubieran convocado, el trío que acaba de actuar se
desliza por el escenario entre brillos y glamour. Miran a la izquierda, me
ven y se ríen groseramente mientras se alejan.
Breeze se da la vuelta, con las fosas nasales encendidas. Ya está a la
defensiva. —¿De qué te ríes?
—Breeze. —La agarro del brazo para mantenerla a mi lado. Lo único
más corto que mi pequeña mejor amiga es su mecha—. No te metas, no
quiero entrar en su radar.
—No puedes pasarte todo el año siendo invisible —argumenta,
enarcando las cejas para subrayar su argumento.
En realidad, ese es mi único plan. A partir de la semana que viene,
seré un fantasma flotando por los pasillos de Redwood Prep. Los fines de
semana, cambiaré el extenso césped y las elegantes fuentes por vallas
metálicas, grafitis y basura. Una vez en mi territorio, reviviré el tiempo
suficiente para orientarme y volver a hacerlo la semana siguiente.
Las cortinas del escenario ruedan cerradas y el personal de bastidores
barre frenéticamente toda la purpurina y el confeti del suelo. Hay personal
dedicado a la tarea. Nunca he visto una producción de instituto de este
tamaño y eso demuestra lo en serio que Redwood Prep se toma su programa
de música.
—Concéntrate. Ya casi es la hora —le digo a Breeze cuando veo que
sigue mirando mal al trío de Mean Girls.
Breeze resopla y se ajusta el cuello de su camisa acolchada. —Al
menos tienes talento de verdad —grita lo bastante alto como para que todo
el backstage la oiga.
—Eso aún está por determinar —murmuro.
Me da un golpecito con las uñas. —Cállate. No vamos a permitir que
la duda se siente a la mesa.
—La duda es la única que está en la mesa —refunfuño.
—¿Qué ha sido eso? —Breeze frunce el ceño y se inclina hacia mí.
Luego salta rápidamente hacia atrás—. De hecho, no quiero saberlo.
Seguramente era algo despectivo y falso. —Agita las manos—. Permíteme
repetirlo, Cadence Cooper. Vas a arrasar ahí fuera.
Incluso con el estómago hecho un nudo, sus palabras me arrancan una
sonrisa.
Un miembro de la tripulación se acerca en ese momento. —Hola,
¿eres Sonata Jones?
Entrecierra los ojos ante el portapapeles como si no estuviera seguro
de estar diciéndolo bien.
Breeze resopla y se tapa la boca con una mano. Finjo no darme
cuenta. Crear nuevos nombres artísticos para cada actuación es algo que
hago. Me ayuda a fingir que soy otra persona mientras toco.
Asiento con la cabeza. —Sí, soy yo.
Me echa otra mirada extraña antes de decir: —Aún no ha llegado
nuestro acto final, así que vamos a ir al intermedio. Te levantarás en cuanto
lleguen.
—¿Me tomas el pelo?
Me mira sin comprender.
—¿Qué acto es tan importante como para ir al intermedio en lugar de
eliminarlo de la cartelera? —le pregunto—. ¿No se supone que esto es una
exhibición de estudiantes?
No es que quiera actuar para los estudiantes de Redwood Prep esta
noche, pero estoy a mitad de camino de mis nervios en el escenario. La idea
de prolongar la tortura me pone físicamente enferma.
El tipo del portapapeles frunce los labios. —Mira, ya es inaudito que
un acto del que nunca hemos oído hablar, abra para The Kings —Su mirada
se vuelve gélida—. Siéntete libre de retirarte si tienes algún problema.
—Me echarías a mí antes que a los que no se molestaron en venir...
El resto de mis palabras mueren agitadas cuando mi mejor amiga me
empuja con la cadera y grita: —¿Juegan los Reyes esta noche?
Le lanzo a Breeze una mirada de desconcierto. —¿Los conoces?
—Claro que los conozco. ¿Cómo es que no los conoces? —me acusa.
El tipo del portapapeles se aleja como si no le importara.
Mi teléfono suena, atrayendo nuestras miradas hacia el aparato que
tengo en la mano.
Breeze se inclina hacia delante. —¿Tu hermano?
Siento un doloroso arañazo en el corazón cuando niego con la cabeza.
Intento que Breeze no vea cuánto me afecta y me encojo de hombros. —
Como si le importara lo suficiente como para llamarme antes de actuar.
Si llamara, probablemente no sería para decirme nada alentador.
Sus ojos se vuelven muy abiertos. —Pone 'número desconocido'.
Quizá sea un estafador. —Hace un gesto con la muñeca—. Dámelo. Yo me
ocuparé por ti.
—No es un estafador. —Apago el teléfono porque no quiero pensar
en otra cosa que no sea la actuación.
—¿Quién es entonces? —Breeze insiste.
—No lo sé.
—Si no lo sabes, ¿cómo estás tan segura de que no es un estafador?
—Ella planta las manos en las caderas, haciendo que sus brazaletes bailen.
Sí. Definitivamente no es una conversación que quiera tener ahora.
Levanto la cabeza y señalo el escenario. —Mira, están sacando el
piano.
Breeze mira hacia allí y sus ojos se iluminan. —Voy a echar un
vistazo. Tú quédate aquí e intenta no hiperventilar.
La miro con desconfianza mientras cruza el escenario. Cuando la veo
charlando con uno de los chicos del equipo, me doy cuenta de por qué
estaba tan ansiosa por irse de mi lado.
Típico.
La conozco desde que estábamos en pañales. Breeze nunca dejará
pasar una oportunidad para ligar.
Sin su efusiva presencia, vuelvo a estar atrapada en mi propia cabeza.
Miro hacia las salidas una última vez, preguntándome si debería
echarme atrás ahora en lugar de adentrarme en este nuevo y aterrador
capítulo.
Pero esos pensamientos se esfuman cuando la puerta se abre de golpe.
El aire se agita entre bastidores y algo en mi interior, una parte primitiva de
mí, me advierte de que no mire directamente a lo que ha causado el
alboroto.
De todos modos, levanto la mirada porque nunca escucho esa voz.
Tres deidades acechan entre bastidores, con hombros anchos y ojos
inquietantes. Se mueven al unísono, como una manada de leones a punto de
acorralar a la presa, y sus cuerpos se abren paso sin esfuerzo entre la
multitud que se les echa encima.
Depredadores. Y orgullosos de serlo. Su presencia desencadena un
coro de chillidos entre la gente del backstage.
Ignoran el ruido. Sin inmutarse. Como si este clamor, esta adoración,
fuera lo correcto.
No puedo apartar la mirada aunque quiera. Un murmullo constante
me invade la cabeza. La música de fondo perfecta para su andar. Una
progresión de acordes disminuidos.
A# D# G
Salvaje y dramático. El sonido de un huracán en su punto álgido,
vientos tan fuertes como para arrancar un árbol y estrellarlo contra un
edificio.
Se acercan. La música de mi cabeza se hincha cuando me fijo en los
detalles de sus rostros. Mandíbulas duras y pómulos cincelados por los
dioses. Narices rectas. Labios carnosos y fruncidos.
Los dos de delante son idénticos, aunque uno es rubio y el otro tiene
el pelo negro. El tercero tiene una espesa cabellera castaña y ojos
almendrados.
Todos llevan camisas desteñidas que se extienden sobre sus grandes
pechos en forma de tonel y se estrechan hasta las caderas. Los vaqueros
azules se ciñen a sus largas piernas. Su increíble altura los sitúa por encima
de todos los demás y sus andares son mejores que los de cualquier modelo
de pasarela. Jamás.
En la vida real, nunca he visto a nadie con un aspecto tan
inquietantemente bello y tan intimidante.
¿Son The Kings? ¿Los chicos que eran tan poderosos como para
apagar todo el espectáculo?
Las dos morenas de los extremos se separan. Una da vueltas a las
baquetas mientras la otra se aferra a una funda de guitarra. El rubio del
centro se ve acosado por dos chicas que se acercan a sus axilas para hacerse
un selfie.
El tipo del portapapeles resopla hacia mí.
Aparto los ojos de los tres tipos y me doy cuenta de que estoy
sonrojada y sin aliento.
—Vale, Soprana —dice el Tipo del Portapapeles.
—Es Sonata.
Hace un gesto para que no le corrijan. Sus ojos saltan de los tres
recién llegados a mi pálido rostro. —Se abre el telón en tres minutos.
Asiento con la cabeza.
Se gira y grita por los auriculares lo bastante alto como para que todo
el mundo le oiga. —¡Surano abre para The Kings en tres! Preparen las
luces.
Las tres fuerzas de la naturaleza -no hay otra palabra para describir la
forma en que succionan el aire de la sala- me avisan al mismo tiempo. Los
dos de los extremos sonríen y desvían la mirada, pero el rubio no me quita
los ojos de asesino.
Querido Bach, es precioso.
Las luces iluminan su piel morena con un resplandor anaranjado, y
parece que se esté bañando en fuego. Levanta un brazo musculoso -que
parece levantar más que la guitarra que lleva a la espalda- y aprieta la
correa. Juro que mi alma se aprieta junto con él.
Sonríe con satisfacción y mi aliento es arrancado por un carisma que
no pide sino que exige mi atención. Todo el mundo desaparece, sólo lo veo
a él. Sus ojos oscuros me atrapan. Violentos y despiadados.
Siento cada paso que da en mi dirección. El ritmo de sus pasos me
llega hasta los dedos de los pies.
Es aterrador el asfixiante control que ejerce sobre mí. No sé de dónde
viene. Sólo sé que, si las malas noticias tuvieran cara, sería la de este tipo.
Los tatuajes trepan por debajo de su pulsera de cuero trenzado con
cuentas doradas y desaparecen en la desgastada manga de su camisa. Desde
el pelo rubio desgreñado hasta la forma en que la camiseta ajustada
envuelve sus pectorales, todo grita peligro. Daño. Destrucción contenida en
el cuerpo de una escultura griega.
Mi corazón empieza a acelerarse a una velocidad insana. La música
de mi cabeza se detiene. No tengo una progresión de acordes para él. Ni
siquiera tengo una melodía. Es demasiado. Empuja cada sonido, cada
pensamiento hasta que es todo lo que queda.
Quiero apartar la mirada, pero no puedo dejar de mirarlo.
—¿Qué estás haciendo? —El tipo del portapapeles ha vuelto. Y suena
molesto.
Breeze está a su lado. Su sonrisa es de ensueño y me pregunto si
habrá congeniado con el tipo al que apuntó en el escenario.
—¿Estás lista para esto? —pregunta mi mejor amiga.
Aparto los ojos de The Kings y agradezco eternamente que Breeze los
vea cuando ya estoy camino del piano.
Oigo sus chillidos excitados y me imagino que el chico del
portapapeles está siendo atacado por sus espadazos. El brazo de mi mejor
amiga se convierte en una tabla de paddle cuando se alegra.
El piano cae en mi campo visual y siento la atracción como siempre.
Una corriente subterránea, similar a la que sentí cuando vi a aquel tipo entre
bastidores, hace vibrar el aire a mí alrededor. Excepto que este tirón no es
violento; Es suave. Agua tibia sobre la piel desnuda. La luz del sol besando
mi palma. Envolvente. Susurrando que podría ahogarme y gustarme.
Intenté con todas mis fuerzas resistirme a la llamada, sobre todo
cuando mamá descubrió que podía ganar dinero tocando música. Convirtió
algo hermoso y precioso y lo manchó con sus dedos de yonqui.
Aun así, incluso cuando la música me parecía sucia, me seguía
cantando. Cavaba bajo mi piel y me decía que nunca podría huir.
Siento cómo la falda se me ciñe a las caderas al sentarme detrás del
piano. Es un Steinman y estaría confusa, deslumbrada incluso, si no supiera
que esto es Redwood Prep. Por supuesto, tienen uno de los pianos acústicos
más caros por ahí para que lo usen alumnos cualquiera en su exhibición de
fin de verano.
Levanto la tapa y paso los dedos por las teclas relucientes. Su peso me
deja sin aliento. He estado practicando con el teclado que saqué de una
tienda de segunda mano. Aquellas teclas sonaban como un juguete
moribundo y el lecho de teclas era tan barato que saltaba como una caja de
sorpresas cada vez que lo tocaba.
Justo al salir del telón, un locutor grita mi nombre al público. Nadie
aplaude. Ni siquiera por educación.
No me conocen.
No me dan la bienvenida.
Respiro hondo y me tranquilizo. No importa. Nunca me conocerán.
Mi verdadero yo.
Y hay seguridad en eso.
No soy Cadence Cooper.
Con esta peluca roja y maquillaje pesado, soy más valiente que ella.
Más fría. Y no tengo que gustarle a esta audiencia, pero me respetarán.
Escucharán lo que tengo que decir.
Se descorre el telón y se enciende un foco que me apunta a la cabeza.
Siento el calor de la luz y oigo el barullo de los cuerpos agolpados frente al
escenario.
No pierdo de vista el piano.
Las primeras notas son una melodía inquietante. Oscura, aceitosas.
Fluyen por el auditorio como duendes liberados de las profundidades más
oscuras.
Cambio de octava y llevo al público de viaje. Más rápido. Más rápido.
Golpeo las teclas con todo mi corazón, entregándome al momento porque
es la única forma que conozco de tocar.
Y entonces hago una pausa.
Las luces se apagan.
Un nuevo y pesado ritmo sale de los altavoces. Es la pista que les di a
los técnicos de sonido. La música está cargada de graves y bombos. Hip-
hop al máximo. Le superpongo mi melodía. Los hilos se entrelazan como
amantes opuestos en todos los sentidos, pero que se atraen sin remedio.
El público empieza a animarse. Oigo sus vítores lejanos y sus gritos
de asombro desde algún lugar fuera de mí.
Sabía que eso ocurriría. Elegí esta pieza basándome en datos. Es la
canción que más dinero recaudó cuando trabajé en el parque.
Mis dedos bailan sobre dos teclas negras mientras mantengo el
crescendo, llegando al clímax junto con la pista de acompañamiento. Tengo
la espalda inclinada sobre el teclado. Tengo el pelo en la cara.
La adrenalina corre por mis venas. Mi alma se mueve entre las teclas,
baila entre las llamas y sopla calor por toda mi cara.
Por fin, golpeo las teclas una vez. Dos veces. Tres veces.
La nota se suspende y luego estalla como una burbuja, dejando nada
más que silencio. Me aparto los mechones rojos de la cara y me pongo en
pie.
Alguien inicia un lento aplauso.
Prende como una llama.
Luego se extiende por el auditorio hasta convertirse en un rugido.
Los ricos de Redwood lo aprueban.
Siguen los silbidos. El rugido me despoja de mi alegría y deja algo
desagradable en su lugar. La vergüenza llega rápidamente, empapando mi
piel. No importa cuántas capas de ropa lleve puestas. Me siento desnuda y
vulnerable.
Breeze está a mi derecha, entre bastidores. Me hace un gesto para que
me acerque. El tipo del portapapeles está detrás de ella, aplaudiendo. Me
mira impresionado.
Me esfuerzo por respirar.
Salgo.
Tengo que salir de aquí.
Corro hacia el lado opuesto del pabellón, donde está la cabina de
sonido. Paso entre el personal, que me mira con los ojos muy abiertos,
atravieso un largo pasillo de cemento y me cuelo por las salidas.
Sólo cuando estoy fuera y lejos de las miradas indiscretas de la
multitud siento que el oxígeno llega a mis pulmones. Un segundo después,
la puerta se abre de golpe y escupe a Breeze.
Se tambalea hacia mí. —Maldita sea, Cadence. Estuviste... eso fue...
maldita sea. Has estado increíble. Hasta Los Reyes se pararon y se fijaron
en ti. Vi a Dutch mirándote fijamente como si quisiera cogerte y —riza la
lengua— lamerte la cara.
—¿Dutch? —No sé por qué, pero el nombre me produce un
cosquilleo.
—El cantante de The Kings. El rubio. Su hermano es Zane. —Se
abanica la cara—. La sensualidad personificada. Es el baterista y el rey de
las redes sociales. Finn, es su hermano adoptivo pero es igual de sexy con
sus ojos y su boca... oh. —Se muerde el labio inferior—. Llevo meses
escuchando su música. —Breeze se agarra las manos y da un pequeño
brinco—. No puedo creer que haya estado tan cerca de ellos esta noche.
—¿Son profesionales? —Me pregunto. Eso explicaría por qué tienen
un trato preferente. Aunque parecen un poco jóvenes para ser estrellas de
rock famosas.
Se queda boquiabierta. —¿De verdad no lo sabes?
Me encojo de hombros. Entre cuidar de Viola, trabajar y estar al día
con los estudios, no tengo tiempo para estar al día de las últimas tendencias.
—Son increíbles. Sus singles se han vuelto virales. Además son los
hijos de Jarod Cross.
—¿Quién...?
—Si no sabes quién es Jarod Cross te voy a dar literalmente una
bofetada en toda la cara —amenaza mi mejor amiga.
La miro con el ceño fruncido. —Claro que sé quién es Jarod Cross.
Lo que iba a decir es que qué más da. Son un puñado de músicos ricos y
con derechos con un padre famoso. ¿Eso les da derecho a llegar tarde y
retrasar todo el espectáculo?
Sí, todavía no lo he superado.
—Su padre es prácticamente el dueño de esta escuela. —Parpadea—.
De todos los de Redwood Prep, son los únicos que tienen derecho a hacer lo
que quieran.
Un riff de guitarra eléctrica grita desde el edificio. Breeze se da la
vuelta, con los ojos brillantes. —¡Dios mío! ¡Están empezando!
—Adelante. Yo me voy ahora.
—¿Qué? —Su mandíbula cae decepcionada—. ¿No te vas a quedar?
Te garantizo que te va a encantar su set. Son increíbles.
—Viola está sola en casa —le digo. Mi hermana pequeña tiene trece
años y va a cumplir treinta y cinco, pero sigue sin gustarme que esté sola
sin supervisión.
Le tiembla el labio inferior. —Vale, iré contigo.
No hay hueso en su cuerpo que quiera decir eso.
La suelto. —Está bien. Te quedas.
—¿En serio? —Chilla.
Asiento con la cabeza.
Breeze salta sobre mí y engancha su brazo alrededor de mi cuello. —
¡La mejor amiga del mundo!
La veo entrar corriendo y me giro hacia el extenso patio de Redwood
Prep. El colegio es tan grande como un campus universitario y el doble de
distinguido.
Me arranco la peluca y vuelvo a ser la Cenicienta con harapos.

Número Desconocido: Bonita peluca, Chica Nueva. Pero un consejo


amistoso, es posible que desees dejártela puesta hasta que se despeje el
campus. Si no, no seré la única que conozca tus secretos.
Número Desconocido: Llámame Jinx, por cierto. Bienvenida a
Redwood Prep. Y buena suerte. La vas a necesitar.
CAPITULO 2
Dutch
—SEPTIEMBRE, UN MES ANTES—

—Lo entendiste mal. Aceptamos tu trato para cabrear a nuestro padre.


No porque seamos estúpidos.
Finn me llama la atención.
Sacudo la cabeza y le tiro el teléfono a mi hermano, que sigue
murmurando sumas de dinero y halagos vacíos.
Cojo la guitarra y me meto en el asiento trasero de la limusina,
contento de tener un hermano sensato dispuesto a enfrentarse a los
codiciosos agentes musicales y a los productores de discos con ojos de
estrella.
—Sabemos quién es nuestro padre —dice Finn al teléfono, con un
tono nervioso por la impaciencia.
Como si alguien fuera a dejarnos olvidar.
Los hijos de Jarod Cross.
Eso y el símbolo del dólar es todo lo que cualquiera puede ver cuando
nos mira. Por eso hemos decidido que nos importa un bledo perseguir la
fama y hacernos un nombre. Sólo nos tenemos el uno al otro y a la música.
Toco las cuerdas y la pesadez de mi estómago se aligera un poco.
Soy el único que quería volver a casa por razones distintas al
cansancio y el aburrimiento. Estar horas y horas en la carretera me revuelve
el estómago la mayor parte del tiempo. Seguro que hay una pastilla o
poción que podría tomar para el mareo, pero si hay alguna que funcione,
aún no la he encontrado.
El malestar aumenta cuando Zane asoma la cabeza por el asiento
trasero con una sonrisa lobuna.
Mi gemelo se desploma como una roca en el espacio a mi lado. La
limusina es cuadrada y más amplia que un coche normal. Pero no es
suficiente para que se desparrame así.
Lo fulmino con la mirada cuando veo sus ojos vidriosos. —¿No te
dije que íbamos directos a Redwood Prep?
—¿Por qué crees que tuve que repostar? —Me arquea una ceja. El
fuerte olor a colonia es su intento de cubrir el hedor a alcohol.
Lo único que Zane hace con cierta regularidad es tocar la batería
como un loco, colgar en Internet vídeos de mala muerte sin camiseta y
beberse la cara cada vez que se siente acorralado.
Cada uno de nosotros tiene una razón para no querer volver a la
escuela, pero Zane lo tiene peor que el resto de nosotros.
—Podríamos habernos quedado si hubieras querido —le ofrezco.
—No. Yo también me estaba cansando.
Toco la escala de sol en rápida sucesión, mis dedos se desdibujan
sobre las cuerdas.
—Esta vez no has tenido mucha acción. —Zane me da una palmada
en el hombro—. ¿Qué? ¿Ahora eres demasiado de clase alta para las
groupies?
—Tal vez.
Sonríe y coge una botella de agua de la nevera. —No deberías ser tan
exigente. Un polvo fácil es un polvo fácil.
Me encojo de hombros. No soy de los que se acuestan con
admiradoras. Es demasiado fácil toparse con locos de esa manera y no
tengo el gusto por el drama que a Zane parece encantarle.
Pero mi hermano se equivoca. Me metí en la gira. El problema es
que... ni siquiera cuando el aburrimiento me hizo entregarme a una chica sin
nombre con las piernas abiertas, me libró de la pelirroja del escaparate de la
vuelta al cole.
No recuerdo que una melodía se me haya quedado en la cabeza como
la suya. Tocaba como un animal. No en el mal sentido. Era cruda, desnuda,
enérgica. Como si nadie le hubiera enseñado las reglas o tal vez lo supiera
pero no le importara.
Es raro ver algo tan imperfecto y sin pretensiones en Redwood. La
pelirroja sirvió su corazón en una maldita bandeja y no le importó si la
sangre salpicaba. Si las cosas se ponían feas.
Me había fijado en ella desde el momento en que entré. Era hermosa,
de pie como una diosa con una chaqueta de cuero y una falda corta que
dejaba ver unas piernas de días.
Sus pestañas eran espesas y de un negro oscuro en comparación con
su pelo rojo. Tenía la nariz respingona e inclinada hacia arriba. El labio
inferior era demasiado grande para el superior. Era el tipo de boca que
podía mantener despierto a un hombre hasta altas horas de la noche.
Había querido tocarla en cuanto la vi entre bastidores, pero cuando la
oí tocar, supe que era el tipo de fuego del que debía alejarme.
Mujeres como ella... son la razón por la que los imperios caen y los
reyes se convierten en perdedores. La magia en sus dedos tiene esa clase de
poder. Y no quiero ser parte de eso.
Finn me hace un gesto. —Atención.
Tengo que andar a tientas para apartar la guitarra y liberar las manos,
pero consigo coger el teléfono en el aire—. ¿Te encargaste del problema?
—E hizo que pareciera que tomarse un descanso había sido idea suya.
Cuando Finn sonríe, sus ojos se convierten en medias lunas. Esa
expresión ha encantado a más chicas de las que nuestro callado hermano
admitiría jamás.
A diferencia de Zane, que publica su culo desnudo para conseguir
likes, Finn es el asesino silencioso. Para cuando parpadees, tendrá a tu chica
y a su hermana bajo el brazo. Sin decir nada. Sin disculpas.
Zane se reclina en el sofá. —¿Crees que papá se ha quedado callado
porque está planeando el castigo?
Levanto un hombro con calma. Nuestro padre no es de los que se
involucran a menos que esté realmente cabreado. Como cuando se enteró de
que habíamos aceptado ser teloneros de su archienemiga Bex Dane.
Durante un mes entero. Al comienzo de nuestro último año.
—No hay nada que pueda hacer para detenernos de todos modos.
Arruinará su bonita reputación. —Zane mueve las cejas—. Jarod Cross se
comerá su propio vómito para proteger su imagen de hombre de familia.
Una comisura de los labios de Finn se tuerce. Él es una parte
importante de esa imagen de hombre de familia. Nada más humanitario que
adoptar a un niño de un país extranjero por los puntos de virtud.
Al menos eso pensaba papá después de que su cuarto cargo por
conducir bajo los efectos del alcohol casi se convirtiera en un cargo por
agresión con agravantes. Si no se hubiera desviado en el momento justo,
dos niños estarían sin sus padres.
Normalmente, nada bueno sale de las veleidades sin sentido de papá
por llamar la atención, pero ganarse a Finn como hermano fue casi lo mejor
que ha hecho en una de sus giras de arrepentimiento.
—Joder. —La suave voz de Finn nos hace girar la cabeza a los dos.
Zane tapa su botella de agua. —¿Qué?
—Le he dado un toque a Jinx para saber si hay algo en el colegio de
lo que debamos estar al tanto —empieza Finn.
Zane lo interrumpe. —¿Por qué apoyas a esa chantajista? Sabes
cuántas veces he tenido que pagar a Jinx para que no hable de mí? —Se
queja—. No le des a ese asquerosa más de nuestro dinero.
—No es mi culpa que no puedas mantenerte tus pantalones puestos
frente a las cámaras de seguridad —replica Finn.
Levanto una mano antes de que los dos se peleen. Poniendo los ojos
en Finn, pregunto: —¿Qué secreto te ha contado Jinx?
—Se trata de Sol.
—¿Sol? —Zane pone los ojos en blanco—. Te han desplumado, Finn.
No hay nada que Sol pudiera haber hecho que nosotros no supiéramos.
No se equivoca. Solomon Pierce y su familia eran lo único normal en
nuestro loco mundo de rock and roll. Estamos más unidos que nunca. Lo
que pasó a principios de este verano lo demuestra.
—Expulsaron a Sol —dice Finn bruscamente.
Mi guitarra se desliza fuera de mi regazo.
El brillo de los ojos de Zane se ve temporalmente superado por la
sorpresa.
—¿Qué demonios quieres decir? —ladro.
Finn me enseña su teléfono.
Jinx: Cuatro tías buenas entraron en la taquilla de Mulliez y
manipularon las pruebas. Sólo tres salieron. La suspensión de Solomon
Pierce se convirtió en expulsión el día que la Chica Nueva consiguió su
beca para Redwood.
—¿Chica Nueva? —Zane frunce la nariz.
La limusina se detiene frente a Redwood Prep. Pongo la guitarra en el
regazo de Zane y salgo corriendo hacia la puerta.
—¿Adónde vas? —me pregunta mi gemelo.
Finn me mira con cara de preocupación.
—Cuida de mi guitarra. —Señalo el instrumento y entro furioso en el
edificio.
El pasillo está vacío. Las clases han empezado hace una hora, pero no
tenía prisa por llegar.
Paso por delante de la recepcionista del director y entro de golpe por
la puerta del despacho. El director Harris habla por teléfono cuando me ve.
Su calva se pone roja y sus mejillas se inflan en un suspiro.
—Te llamo luego —dice antes de volver a dejar el teléfono fijo en su
sitio.
—¿Por qué demonios han expulsado a Sol?
—Dutch, no sabía que hoy volverías al colegio. Voy a llamar a los
profesores para ajustar el horario...
Golpeo el escritorio con la mano. —Déjese de tonterías, director
Harris. ¿Por qué demonios una suspensión se ha convertido en una
expulsión?
Se queda boquiabierto. —El Sr. Mulliez presionó para ello. Dijo que
no era la primera vez que el Sr. Pierce se metía en problemas y que ya le
habíamos dado demasiada libertad.
Un hilo de culpabilidad me revuelve las tripas. Sol ha sido difícil,
claro. Pero esta vez sólo se ha metido en líos porque nos echó la culpa
aquella noche.
—Deberías haberme llamado. —Me meto un dedo en el pecho.
—No veo qué tiene que ver esta situación contigo. Fue el Sr. Pierce
quien se coló en la sala de profesores e intentó robar...
—No robó. La cámara de mi padre fue confiscada ese día. Nos
pertenecía. La estábamos devolviendo.
Coge un pañuelo y se seca el sudor de la frente. —Voy a fingir que no
he oído eso.
—No, lo has oído —gruño—. Es usted un hombre inteligente,
director Harris. Sabe que Sol no habría irrumpido solo en la escuela.
—Tal vez. Por eso no voy a informar a tu padre de este incidente.
—Papá está demasiado ocupado para ocuparse de algo así. Está de
gira. Lo que necesites, lo tratas conmigo. —Inclino la barbilla hacia arriba
—. Voy a suponer que este asunto está aclarado. Le diré a Sol que puede
volver a la escuela.
—Lo siento, Dutch. Alguien ya ha ocupado su lugar.
—¿Quién?
El director Harris sacude la cabeza. —No puedo decírtelo. —Frunce
los labios.
Intuyendo que no conseguiré nada con él, salgo furioso del despacho.
En el pasillo, me topo con el Sr. Mulliez, el profesor de música basura
que nos tiene manía desde el primer día.
No pudo ser músico profesional, por eso tuvo que esconder el rabo
entre las piernas y volver a Redwood. Está obsesionado con el éxito de mi
padre y se desquita con nosotros tres.
—Dutch, has vuelto. —Me dedica una sonrisa amistosa que no basta
para convencerme de sus intenciones—. Supongo que te veremos más a
menudo en clase.
Paso de largo, ignorando sus palabras.
Finn y Zane siguen fuera.
Zane me lanza una mirada preocupada. —¿Qué ha dicho Harris? ¿Es
por lo de la noche que entramos?
Asiento lentamente.
Mi hermano se pasa una mano por el pelo oscuro y maldice en voz
baja.
Finn se pone pálido. —He estado intentando llamar a Sol. No
contesta.
—Probablemente su madre le ha quitado el teléfono y el portátil. —
Camino nervioso—. El director Harris es un callejón sin salida. Cuando no
estábamos, Mulliez puso sus garras y consiguió que echara a Sol.
—Ese cabrón —sisea Zane.
Finn se apoya en la barandilla y se cruza de brazos. Sus ojos se
entrecierran pensativos. —¿Qué vamos a hacer ahora? Los padres de Sol
son más estrictos que los nuestros. No hay forma de que lo dejen quedarse
fuera de la escuela hasta que resolvamos esto. Probablemente esté
matriculado en otro sitio.
Pienso en la noche en que Sol se quedó atrás para quitarnos de encima
a los guardias de seguridad.
'¡Vamos! Yo los mantendré a raya'.
La presión en la parte superior de mi pecho aumenta.
—Sol va a volver a Redwood —gruño.
—Papá no va a mover un dedo. No después de que le escupiéramos a
la cara yéndonos de gira con Bex —señala Zane.
'No vamos a dejarte, Sol'.
'¡Vete!'
Mis ojos se abren de golpe. —Sol va a volver a Redwood —vuelvo a
decir. Como si no me hubieran entendido la primera vez—. Yo me encargo.
Mis hermanos intercambian miradas pero yo finjo no darme cuenta.
Jinx nos dijo que 'Chica Nueva' había ocupado el puesto de Sol y el
director Harris lo confirmó.
No sé quién es 'Chica Nueva', pero está apartando a mi mejor amigo
del lugar que le corresponde. Ella está en mi camino. Y haré lo que siempre
hago con las cosas que me impiden conseguir lo que quiero.
Las destruiré.
Y no quedará un ladrillo en pie cuando termine.

Dutch: He enviado el dinero a tu cuenta. ¿Quién es la chica nueva?


Jinx: Cadence Cooper. Tímida. Reservada. Ha sido invisible para
todos desde el comienzo del último año. Pero ten cuidado con ella. Puede
parecer frágil por fuera, pero esta alhelí1 muerde.
CAPITULO 3
Cadence
Las luces parpadean antes de apagarse del todo, sumiéndome en una
oscuridad tan densa que casi palpita. Me cae sudor en el ojo, a mitad del
champú. Me muerdo el labio inferior para contener mi grito de frustración.
Rick dijo que pagaría la electricidad este mes. Demasiado para
nuestro buen hermano que mantiene su palabra.
Este escenario me resulta familiar.
¿Nos da esperanzas para luego defraudarnos? Puede que no haya
crecido con mamá, pero la manzana no cae lejos del árbol.
La espuma es una sensación pegajosa que me recorre la cara. Me
quito la humedad. Me invade la ira, pero no va dirigida a Rick. Es una
flecha envenenada que sólo puedo clavar en mi propio pecho.
Soy una idiota por creerle.
En los últimos meses, nuestro hermano sorpresa demostró que puede
llenar los zapatos de mamá perfectamente.
Vale, eso es injusto.
Al menos Rick no nos roba el dinero de la compra para tener una cita
a medianoche con el traficante de crack local.
Las pequeñas misericordias siguen siendo misericordias.
Agito los brazos en busca del grifo. En cuanto se abre, me cae un
chorro de agua directamente del Polo Norte.
El agua caliente se cortó hace siglos. Si queremos un baño caliente,
primero tenemos que calentar agua en un hervidor y verterla en la bañera.
Como hay que dar tantos pasos más, Viola y yo dejamos de bañarnos y sólo
nos duchamos.
Me estremezco bajo la fría lluvia y rasco con rabia el jabón y la
espuma. Lo que más deseo es que mi hermanita se dé un baño caliente en
una bañera bonita y no oxidada. ¿Por qué parece una fantasía?
Cojo la toalla del perchero, me envuelvo en ella y me abro paso por la
oscuridad. El cuarto de baño no tiene ventanas, así que lo único que tengo
para guiarme es la memoria.
—¡Ay! —Me tropiezo con algo. Miro hacia abajo y tanteo el objeto
—. ¿Qué hace aquí la báscula? —Refunfuño—. Viola.
Sintiéndome impotente, irritada y a punto de llorar, abro de un tirón la
puerta del baño y me encuentro cara a cara con una luz cegadora. Levanto
las manos para salvar mis ojos justo cuando alguien enciende la linterna
sobre sí misma.
Veo una piel fantasmagóricamente pálida, el pelo oscuro cayendo
desordenadamente y los labios chorreando sangre.
Suelto un grito que rompe el cristal.
Un aullido familiar retumba en mis oídos.
Cuando me doy cuenta de que es mi hermana, cierro la boca de golpe.
—Vi, ¿qué te ha pasado en la cara?
—Estaba maquillándome cuando se cortó la luz. Resopla, dando un
pisotón para expresar su consternación—. ¿No pagaste la factura de la luz?
—Rick dijo que se encargaría este mes. —Le quito el teléfono y la
acompaño a la cocina.
—¿Y le creíste? —Su cara de loca maquillada tiene un -¿eres tonta?-
por todas partes.
Las lágrimas que habían estado abriéndose camino hacia mis ojos se
detienen por una oleada de vergüenza. Una cosa es saber que he metido la
pata, pero que una niña de trece años me lo diga es otro nivel de horror.
Me tomo muy en serio la responsabilidad de ser la hermana mayor.
Todo lo que he hecho desde que nació Vi ha sido protegerla de las duras
realidades de nuestra vida.
No quiero que se vuelva tan hastiada como yo. Quiero que sea libre.
Que tenga una infancia normal, que no se parezca en nada a la mía.
—No te preocupes. Yo me encargo —le digo, rebuscando las velas en
los cajones de la cocina.
La señora Dorothy, nuestra anciana vecina, me dio unas cuantas. Se
dedica a hacer velas para ayudar a alimentar a sus tres nietos. Su hija se
quedó embarazada a los dieciséis, a los veinte y a los veintiuno, y luego se
marchó, dejando a todos los niños con su madre enferma.
Apuesto a que mamá también lo habría hecho si nuestra abuela no se
hubiera muerto antes de angustia y decepción.
—¿Cómo vas a hacer eso? —Viola exige.
—Eso no es problema tuyo —le respondo con tono firme.
Cojo una caja de cerillas y las prendo. Las llamas se encienden. Un
parpadeo tan pequeño y, sin embargo, la oscuridad disminuye al instante,
como si no pudiera soportar el calor.
—¿Quieres que hable con él? —Viola presiona—. Después de la
muerte de mamá, no ha estado cerca.
El dolor me acuchilla las tripas, pero lo escondo rápidamente. —Lo
único que tienes que hacer es concentrarte en tus deberes. —Alargo la mano
y le paso el pulgar por el labio inferior—. Deja de perder el tiempo con
tutoriales de maquillaje.
—No es perder el tiempo. Cuando sea viral, ganaré mucho dinero y
nos compraré una mansión. —Levanta la barbilla y sus ojos brillan con la
esperanza de una niña de trece años con un sueño.
Sólo tengo cinco años más que ella, pero no puedo evitar el cansancio
que siento cuando veo su entusiasmo. El mundo te lo va a quitar de las
manos, Vi.
Diablos, yo misma podría hacerlo. Pero, como la valiente llamita que
se queda sola en la oscuridad, quiero proteger su luz el mayor tiempo
posible.
Me acerco a mi hermana y le tiro del pelo. —Bien. Una mansión
suena bien.
—¿Verdad? —Ella sonríe con ternura.
—Puedes hacer todas las filmaciones de maquillaje y vlogging2 de
belleza que quieras, pero asegúrate de hacer tus deberes primero.
—¿Cómo se supone que voy a hacer los deberes a oscuras?
Le doy un golpecito a la mesa donde está la única vela. —Aquí
mismo. Es sólo por esta noche. Pronto volverá la luz, tómatelo como una...
—Esbozo una sonrisa— una aventura de acampada. ¿Qué te parece? ¿No es
genial?
—Increíble. —Pone los ojos en blanco, pero una pequeña sonrisa se
dibuja en la comisura de sus labios.
Le toco el teléfono. —Guardaré esto hasta que pueda llegar a mi
habitación.
Sus ojos se abren de par en par. Sale disparada de la mesa y se
abalanza sobre ella. —No, no, no, no.
Las alarmas empiezan a sonar en mi cabeza. —¿Por qué no quieres
que use tu teléfono?
—I...
Muevo el dispositivo fuera de su alcance y hojeo las pestañas. —¿Qué
hay aquí?
—Nada —me dice con culpabilidad.
Como si nada, un vídeo de nada menos que Zane Cross aparece en la
pantalla del teléfono de mi hermana. Está en un fondo oscuro con algún tipo
de luz de ambiente que refleja el blanco y da a su piel bronceada un brillo
natural.
Y su piel brilla mucho.
Porque está desnudo desde arriba hasta las líneas en V que
desaparecen bajo sus pantalones de chándal caídos.
Zane lanza a la cámara una mirada lujuriosa. Sus ojos están a media
asta y sus labios brillan. Mientras mueve las caderas en un lento y
ondulante balanceo, sincroniza los labios: —Nena, sabes que eres la única a
la que quiero. ¿Te gusta?
—¡Dios mío! —Viola salta sobre mí, me arrebata el teléfono y lo
acurruca contra su pecho.
Estoy tan sorprendida que no sé ni cómo reaccionar. —¿Qué
demonios es eso?
—No es lo que piensas, ¿vale?
—¡Ni siquiera sé qué pensar!
—No tengo sed de Zane Cross. —Ella hace una pausa y piensa en ello
—. Bueno, tal vez un poco sí. —Su voz sube de tono—. ¿Pero mirarlo?
¿Quién no lo haría?
Doy un paso amenazador hacia delante.
Ella retrocede unos centímetros. —Pero no es por eso por lo que estoy
estudiando sus vídeos. —Sus palabras se precipitan—. Necesito que mi
canal de maquillaje crezca rápidamente para poder monetizarlo. La mejor
manera de hacerlo es colaborar con una cuenta popular y ya que Zane tiene,
como, un trillón de vistas y vas a la misma escuela, pensé...
—Whoa. ¿Qué te hace pensar que ir a la misma escuela significa
algo?
Sus grandes ojos marrones se clavan en los míos. —Él es un tercio de
The Kings, una de las bandas más calientes de la ciudad y ustedes
probablemente estén a unas taquillas de distancia el uno del otro.
—¿Y?
Ella arquea una ceja. —¿No los has visto por ahí?
—Ni una sola vez. —Sacudo la cabeza. No es que los esté buscando.
Miré fijamente a Dutch Cross a los ojos en el escaparate de la vuelta al cole,
algo que rara vez hago. Pienso evitarle especialmente a él. No puedo
arriesgarme a que me reconozca.
Viola se queda boquiabierta. —¿No puedes presentármelo? Por favor.
Me ayudaría mucho.
Le arrebato el teléfono. —Los deberes. Ya.
Hace un mohín.
Me doy la vuelta. —Y ni se te ocurra ponerte en contacto con Zane.
Una niña de trece años no tiene nada que hacer con ese tipo de contenido.
Jamás.
Da un pisotón, pero no contesta. Como mamá no era muy
disciplinaria, ni cocinera, ni chaperona, ni casi nada en realidad, yo me he
encargado de la mayor parte de la educación de Vi. No sé si estoy haciendo
un buen trabajo o no. Sólo sé que nadie cuidará de nosotros si yo no lo
hago.
Cuando vuelvo a mi dormitorio, dejo el teléfono sobre la cama. La
tentación se apodera de mí. Tengo curiosidad por ver si Zane tiene algún
contenido nuevo. Tal vez con su hermano Dutch.
Mi pulgar se posa sobre el teléfono, pero vuelvo en mí rápidamente.
Tiro el teléfono como si estuviera contaminado y cojo mi propio aparato.
El número de Rick es uno de los pocos de mi lista de contactos.
Una parte de mí se pregunta si se molestará en contestar, y me
sorprendo ligeramente cuando lo hace.
—¿Qué quieres, Cadence?
Oigo la reticencia en su tono y me escuece el orgullo. Pero no se trata
de suplicar. Se trata de que hace promesas y no las cumple.
—Dijiste que me ayudarías con la electricidad este mes. Sabes que
estoy luchando para pagar la matrícula de Vi.
—Surgió otra cosa —dice irritado.
Me froto el puente de la nariz. —Bueno. No pasa nada. Pero podrías
habérmelo dicho, creía que me quitaba un peso de encima y no lo tenía
previsto. Lo menos que podías haber hecho era avisarme de que los planes
habían cambiado.
—Maldita sea, Cadence. ¿Qué te crees que es esto? ¿Una obra de
caridad? Tenía mis propias responsabilidades antes de que llegaran ustedes.
Mis pestañas se agitan. Clavo los dedos en el teléfono. —Tienes
razón. —Rasco el fondo de mi corazón para encontrar la última pizca de
calma e inyectarla en mi voz—. Lo siento. No volveremos a molestarte ni a
ti ni a tu ajetreada vida.
Y cuelgo el teléfono.
Luego lo golpeo contra la cama. Una y otra vez. Hasta que la
tormenta de mi pecho se convierte en un volcán hirviente.
Con la respiración agitada, me enderezo y me aparto el pelo castaño
de la cara. La –ayuda- de mamá fracasó, como predije que ocurriría.
Pero no importa. Siempre hemos tenido que valernos por nosotras
mismas. Nada ha cambiado sin mamá.
Le di a Rick el beneficio de la duda porque somos medio hermanos.
Pero ahora no hay ninguna posibilidad de que le pida algo a ese hombre.

Jinx: Todavía no has respondido a mi mensaje de bienvenida, Chica


Nueva. Cambio secretos por secretos. ¿Quieres jugar?
Cadence: No sé quién demonios eres, pero no me interesan tus juegos
retorcidos. No vuelvas a mandarme un mensaje o te juro que te encontraré
y te despellejaré viva.
CAPITULO 4
Dutch
La madre de Sol no nos dejaba verle ni decirnos dónde estaba. Nos
dolía porque siempre nos había querido.
Solíamos sentarnos a su mesa sorbiendo tamales como si fueran
bolsas calientes y estropeando las conversaciones con nuestro lamentable
vocabulario español.
Aprendimos a bailar salsa de su mano. Adquirimos una obsesión
secreta por las telenovelas dramáticas con la abuela de Sol. Asistimos a la
fiesta de quince años de su hija. Finn fue el elegido para escoltarla porque
nadie confiaba en Zane para hacerlo y a mí no me interesaba ponerme un
traje azul brillante a juego con el vestido de la niña.
Pero a la señora Pierce se le apagó la luz de los ojos cuando nos vio
en la puerta esta mañana. No pudo sonreír, no había risas ni bienvenida. Vi
en su mirada que piensa que somos una mala influencia.
Y tiene razón.
Pero maldición. Eso no hace que duela menos. Tampoco hace que la
culpa mejore.
Sol es de la familia. Lo metimos en Redwood Prep. Hizo coros en
algunas de nuestras actuaciones. Era el único amigo permitido en nuestra
mesa durante el almuerzo. A veces, la gente pensaba que éramos cuatro
hermanos. La mayoría de los días, lo parecía.
Ralentizo el coche en nuestro lugar designado. No hay ninguna señal
que lo distinga, pero está claro que los Cross aparcan aquí.
Zane y Finn tienen su propio juego de ruedas, pero siempre salen de
la escuela con una chica del equipo de animadoras. Por supuesto que no lo
admiten. Le dicen a todo el mundo que vamos en el mismo coche porque
somos –ecológicos-.
Saco la mochila del asiento trasero, abro la puerta de una patada y
apoyo las botas en la acera.
Finn se une a mí, con los labios delineados.
Zane se pasa una mano por el pelo y muestra su frustración con el
ceño fruncido.
Camino junto a mis hermanos en un silencio pensativo. El revuelo
que provocamos al subir las escaleras de Redwood Prep apenas penetra en
mis sentidos.
Normalmente, puedo sintonizar con el parloteo, pero hoy es ruidoso.
Llevamos un mes fuera y los chicos han tenido tiempo suficiente para
encontrar una nueva razón para venerarnos.
Mientras caminamos por el pasillo, las miradas se clavan en nuestras
espaldas como imanes en el acero. Sin embargo, nadie se nos acerca. Saben
que no deben cruzarse en nuestro camino. Nos llaman engreídos. Nos
llaman gilipollas y cabrones. Hemos tenido demasiados –amigos- que han
intentado acercarse pensando que era un billete de ida a la Cruz de Jarod.
Después de unas cuantas decepciones, hemos aprendido que es mejor
mantenernos al margen.
La única persona que consiguió demostrar que realmente nos cubría
las espaldas fue Sol. Y lo decepcionamos de la peor manera.
Finn se mete las manos en los bolsillos. —Dijiste que tenías un plan,
Dutch. ¿Quieres iluminarnos ahora?
—No en el maldito pasillo —le gruño.
Finn me lanza una mirada sombría.
Me paso una mano por el pelo. Todos estamos nerviosos, pero no
quiero ponerme en contra de mis hermanos. Bajo el tono y lo miro. —Te lo
diré en la sala de prácticas.
Él asiente.
—Hola, Zane.
—Hola, Finn
—Hola, Dutch
Un coro de saludos brota de animadoras con faldas cortas. Corren por
el pasillo, su perfume floral llena mis sentidos.
Estoy bastante seguro de que hemos dado una vuelta con las mejores
al menos una vez. Aunque a Zane se le conoce por hacer doblete.
Las chicas de Redwood Prep no tienen problema en lanzarse sobre
nosotros. La mayoría de las veces, ni siquiera les importa cuál de nosotros
están arrodillados delante. Siempre y cuando puedan trabajar con uno de los
Reyes, eso es todo lo que necesitan.
Me estoy haciendo viejo.
O tal vez sólo me estoy cansando.
De alguna manera, he dejado de ordeñar la atención de la manera
Zane parece.
—Por cierto, recibí una llamada del manager de Bex Dane. Quieren
que toquemos en el Festival de Noviembre de este año. ¿Te interesa? —
pregunta Finn.
—Me apunto. —Zane empuja sus labios hacia mí—. Pero nuestro
melancólico líder podría pasar por diversión.
—Están intentando seducirnos para que firmemos con ellos. Es tan
obvio —digo.
Finn se encoge de hombros y asiente.
—Papá lo odiará. —Zane parece casi regocijarse.
—Si hacemos algo estúpido sólo para vengarnos de papá, entonces no
seremos mejores que él.
—Tiene razón —dice Finn.
—Lo sé. Odio cuando hace eso. —Zane suspira—. No te ofendas,
Dutch. Pero a veces tengo unas ganas increíbles de darte un puñetazo en
la... cara.
Mi hermano mira boquiabierto a alguien que sale de clase. Finn y yo
no necesitamos girarnos para ver quién le ha comido la lengua a Zane. Pero
lo hacemos de todos modos porque apreciamos una buena vista y la que
hace la señorita Jamieson vale la baba que resbala por la barbilla de mi
gemelo.
Una falda corta envuelve los muslos de chocolate dulce de la señorita
Jamieson. Una blusa de seda nítida bajo una chaqueta negra encierra unas
bonitas tetas que ganarían un diez sobre diez en los libros de cualquier
hombre. Lleva el pelo rizado hasta media espalda. Sus ojos marrones son
penetrantes e imponentes, y su aspecto actual, rodeados de sombra de ojos
gris oscuro, la hace parecer atrevida e intocable.
Todo en ella es seductor. Es la profesora más sexy de Redwood Prep y
camina como si lo supiera.
También camina justo al lado de Zane, cuya cara está más sonrojada
que un niño sin protector solar.
Es triste la forma en que mi hermano no puede superar esa única
noche con ella, una noche que la señorita Jamieson se aseguró de calificar
de –error- cuando descubrió que Zane era apenas legal y estudiante en su
nueva escuela.
Desde entonces, ella finge que él no existe y Zane finge que coquetear
con ella es sólo una estratagema para hacerla enojar.
—Señorita Jamieson —dice Zane, soltando la sonrisa practicada que
suele llevar a una chica a ponerse de espaldas.
—Sr. Cross. —Nuestra profesora de Literatura se detiene frente a él,
la única señal de su incomodidad es la forma en que aprieta las manos sobre
sus libros—. Veo que tú y tus hermanos han vuelto de la gira.
Zane le sostiene la mirada y se acerca. —¿Me has echado de menos?
Sus labios se curvan, pero no es la sonrisa de una animadora crédula o
una fanática que está cegada por la buena apariencia de Zane. Es una
sonrisa educada, de labios apretados, con un trasfondo de fastidio.
—Te he echado de menos tanto como tú probablemente has echado de
menos hacer los deberes. Que —levanta un dedo— por cierto, todavía
tienes que entregar los informes a final de mes.
Zane se acerca a ella. Sus ojos recorren su rostro como si intentara
grabarlo en su memoria. Sus labios se curvan. No oculta lo mucho que le
gusta lo que está viendo.
No sólo eso.
No oculta lo mucho que desea estar cerca de ella.
No estoy acostumbrado a ese destello de afecto en su mirada. Zane
nunca deja que nadie se acerque lo suficiente como para meterse bajo su
piel.
—Puede que necesite un poco de ayuda —susurra Zane—. Ya sabes.
Fuera de horario.
—Entonces te sugiero que consigas un tutor —dice ella, dando un
paso atrás. Sus dientes se hunden en su labio inferior.
Ladea la cabeza. —Prefiero aprender de la fuente.
Sus ojos se entrecierran. —Lo siento, pero estoy muy ocupada, Sr.
Cross.
—Llámame, Zane. —Él se inclina cerca—. Lo hiciste aquella noche.
Sus ojos se abren de par en par y sus libros salpican sus manos. Caen
al suelo con un ruido sordo.
Todos a nuestro alrededor se giran para mirar.
La piel de la señorita Jamieson probablemente ardería si no fuera tan
morena. Cuando siente que todas las miradas se posan en ella, reafirma los
hombros. Las llamas brotan de su mirada y aparta de un tirón los libros que
Zane recoge.
—Gracias —dice en voz suficientemente alta para que todos la oigan.
Luego baja la voz y gruñe: —Vuelve a mencionar esa noche y lo tomaré
como tu confesión de amor hacia mí. —Exhala—. Y antes de que lo hagas
tengo que recordarte que salgo con hombres, no con niños pequeños. Tú no
eres un candidato.
Finn y yo arqueamos una ceja.
Zane parpadea aturdido.
Los tacones de la señorita Jamieson chasquean en las baldosas cuando
se da la vuelta bruscamente y se aleja, con los rizos rebotándole contra la
espalda.
Estoy un poco impresionado. La señorita Jamieson sabe quiénes
somos en Redwood Prep y no tiene miedo de replicar a Zane. Hay que tener
agallas para echarle en cara sus sentimientos sin miedo a las consecuencias.
Zane señala en su dirección. —¿Acaba de...?
—Sí. —Finn le da una palmada en el hombro.
Sacudo la cabeza. Toda la situación está prohibida y desordenada y
tan llena de drama que no es de extrañar que Zane esté envuelto en el
escándalo. Por supuesto, elegiría a una profesora antes que a todas las
mujeres fáciles a las que les encantaría ser perseguidas por él.
—Aunque te graduaras mañana, nunca volverás a tocar eso —digo,
cerrando la mandíbula de Zane y apartándolo antes de que se estrelle contra
una taquilla abierta.
Me gruñe. —¿Quién ha dicho que quiera?
Finn se limita a sonreír disimuladamente.
Zane levanta la barbilla. —Ella no me importa.
—¿No? —pregunto.
—¿Ni siquiera un poco? —se burla Finn.
—Mira. —Se señala los pantalones—. Ya lo he superado, no hay
nada. No hay acción.
Resoplo y empujo a Zane. —Nadie quiere ver eso, pervertido.
—Hablo en serio. —Se pavonea hacia delante—. De todas formas,
¿quién querría una profesora que le pega al culo? ¿Honestamente?
—Parece que alguien quiere —dice Finn.
Zane se da la vuelta y casi choca con nuestro hermano. —¿Qué?
—Se dice por ahí que tiene novio. Un tipo en un Lambo la recogió la
semana pasada. Al parecer, se veían bien.
—¿Cómo lo sabes? —Las fosas nasales de Zane se encendieron.
—Alguien pagó a Jinx por la información. —Finn ladea la cabeza—.
Parece que no eres el único alumno de Redwood al que le gustaría tirarse a
nuestra profesora de Literatura.
Zane se gira completamente, con los ojos clavados en la señorita
Jamieson. Está en el pasillo hablando con un alumno. Su risa resuena por
encima del parloteo y el ruido de pasos.
El cuerpo de Zane se tensa y se le sale una vena antes de respirar
hondo.
—No importa. Como ya he dicho. Me da igual.
Finn y yo intercambiamos miradas.
Me rio suavemente.
Finn se ríe entre dientes.
Zane nos atraviesa con la mirada. —Los odio a los dos—. Pega una
mano acusadora en mi dirección—. ¿Quién eres tú para juzgarme, eh? Al
menos no tuve miedo de hacer mi movimiento. Todos sabemos que eres una
causa perdida.
—¿De qué estás hablando? —Gruño.
—Soprano Jones o como se llamara. —Zane señala con un dedo
acusador—. Te la estabas tirando fuerte en el escaparate, pero no has
intentado encontrarla.
Algo en mi interior se retuerce ante la mención de la pelirroja.
Empiezo a andar. —Vamos a llegar tarde a clase.
—¿Desde cuándo te importa llegar a tiempo a clase? —acusa Zane,
acelerando el paso.
Finn se queda detrás de nosotros, pero sigue con esa mirada divertida.
Los dos son molestos.
Un timbre musical llena los pasillos, la versión de Redwood Prep del
timbre del colegio. Los chicos pasan corriendo junto a nosotros,
apresurándose hacia sus clases.
Zane maldice. —Ni siquiera recuerdo en qué clase se supone que
tenemos que estar ahora. —Mira a Finn—. ¿Y tú?
—No he podido comprobar los horarios.
—Es Álgebra —le digo.
Zane me pasa una mano por encima del hombro. —Estoy
impresionado, Dutch. Normalmente no te preocupas por esas cosas.
Aprieto los dientes. No es que de repente me vuelvan loco las
matemáticas. Es que tengo que encontrarme con alguien en esa clase.
Entramos y se hace el silencio en el aula. Echo un vistazo aburrido a
los niños de la primera fila, observando metódicamente hasta que llego al
fondo.
Es entonces cuando la veo.
La chica nueva.
Reconozco su cara por las pocas fotos borrosas que he conseguido
encontrar en las redes sociales, pero la chica que tengo delante es mucho
más atractiva en la vida real que en la pantalla.
Piel pálida, cintura delgada, buenas tetas. Tiene esa belleza fresca de
ojos grandes e inocentes y cara redonda. La falda que lleva es demasiado
corta para sus largas piernas y el pecho le oprime la blusa.
La ropa ajustada no parece ser para llamar la atención. Está encorvada
en la silla y no mira a nadie a los ojos, como si quisiera pasar desapercibida.
Es un extraño contraste de inocencia y sensualidad. Fría y ardiente.
Seductora y distante.
Odio darme cuenta.
Odio que mis pantalones empiecen a apretarme.
Sólo empeora cuando veo su boca.
Esos labios carnosos son deliciosos. La parte de abajo es mucho más
grande que la de arriba. Rellenos. Rosados. Hechos para el pecado.
Exactamente como la pelirroja.
Maldita sea.
¿Estoy tan obsesionado con la chica misteriosa que todas las chicas
empiezan a parecerse a ella?
—Muy bien, chicos —nuestro profesor de álgebra entra en el aula—
si son tan amables de buscar sus asientos. La clase está a punto de empezar.
Me sobresalto un poco y me dirijo a un pupitre en medio de la clase.
Finn y Zane están justo detrás de mí.
—¿Qué estás mirando? —pregunta Finn en voz baja.
Me retuerzo en el asiento y señalo a la Chica Nueva con la barbilla.
—A ella.
Chica Nueva levanta la vista y nos descubre a los tres mirándola. Se
le pone la cara colorada y se pone rígida al instante. Se da la vuelta como si
fuéramos Medusa, se cubre la cara con una mano y se esconde detrás de su
libro de texto.
Zane también se da la vuelta y su silla cruje con el movimiento. —
¿Un traslado? Nunca la había visto.
—¿Qué piensas de ella? —Le pregunto.
—Guapa pero insegura. Extraña combinación.
—Debe de ser virgen —añade Finn pensativo.
Zane parece impresionado. —¿Estás a la caza de una virgen, Dutch?
Aprieto los dientes. —No es eso.
Mis ojos se arrastran de nuevo a la Chica Nueva.
Jinx la llamó frágil y creo que es una buena descripción. Delicada.
Peligrosa. Hay algo en su cuerpo delgado con el uniforme de Redwood Prep
que grita -fácil de romper-, pero Jinx me advirtió que no la subestimara.
Finn me mira interrogante. —¿Quién es?
—Te lo diré en la sala de prácticas —le digo, frunciendo el ceño a
Chica Nueva, que sigue agazapada detrás de su libro de texto.
Después de clase, es la primera en salir por la puerta con un
movimiento de su falda demasiado corta y sus zapatillas de tenis
desgastadas.
Me levanto perezosamente y me meto una mano en el bolsillo
mientras la veo alejarse por el pasillo. No importa lo mucho o lo rápido que
corra, la voy a echar de Redwood Prep. De una forma u otra.
—No puedo esperar hasta la sala de prácticas —dice Zane, cruzando
los brazos sobre el pecho.
—Hay demasiada gente aquí —digo yo.
—Ese es un problema que se resuelve fácilmente. —Zane se pone en
pie y se aleja un par de pasos.
Inmediatamente, los chicos que se están quedando se vuelven hacia
él.
—Todo el mundo. ¡Fuera! —grita Zane.
El ruido agitado de pasos y chirridos de sillas es seguido por un
silencio inmediato.
—Ya está. Tenemos la habitación para nosotros solos —dice Zane con
suficiencia. Balancea la pierna sobre la silla que tengo delante y la monta
hacia atrás.
Finn se inclina hacia mí. —Cuéntamelo, Dutch. ¿Qué pasa entre tú y
la chica nueva?
Les miro de frente. —¿Recuerdas el mensaje de Jinx sobre Mulliez
poniendo a alguien en el lugar de Sol?
Asienten.
—Ella es la razón por la que Sol no puede volver a Redwood.
Las preguntas saltan a la vida en sus ojos.
Finn cruza los brazos sobre el pecho. —¿Ella es la que ocupó su
lugar?
Levanto la barbilla una vez.
Zane aprieta la mandíbula. —Esa b...
—Si la sacamos, Sol puede volver.
—Eso si los padres de Sol quieren que vuelva —señala Finn.
La culpa se retuerce de nuevo en mi interior, pasando a primer plano.
Sol pagó el pato por nosotros. No hay otra opción que devolverlo al lugar
que le corresponde.
—Claro que quieren que vuelva —dice Zane con seguridad.
Finn se frota la barbilla. —Esto no me gusta. Sol habría encontrado la
forma de ponerse en contacto con nosotros si hubiera podido. Hay algo que
no sabemos.
—¿Crees que Jinx sabe dónde está? —pregunta Zane.
Lo miro de reojo. —¿Confías en Jinx ahora?
—Tiene ojos en todas partes. Quizá esos ojos se extiendan hasta Sol.
—Vale la pena intentarlo —Finn está de acuerdo.
—Contactar con Sol viene después. Primero tenemos que ofrecerle
algo. —Dudo un momento antes de contarles mi plan a mis hermanos—.
Quiero echar a Chica Nueva de Redwood Prep y necesito de su ayuda.
La afirmación resuena en el aire.
El silencio se hace eco.
Mis dos hermanos me miran, obviamente tratando de entender lo que
estoy diciendo.
Conseguimos lo que queremos porque la influencia de nuestro padre
es muy fuerte en Redwood Prep. La gente se aparta de nuestro camino de
forma natural. Y tenemos nuestro propio código. Nunca nos dirigimos a los
punks que no nos han hecho un mal personal.
Chica Nueva está en esa zona gris y sé que podría no sentarles bien ir
tras ella, pero es lo que tenemos que hacer. Lo que yo tengo que hacer. Por
el bien de Sol.
—¿Y si se va por su cuenta? —Finn pregunta.
—¿Quieres que le avisemos primero? —Zane frunce los labios.
Me encojo de hombros. —Yo la avisaré primero —le digo a Finn,
porque parece el más inquieto—. Dale la oportunidad de alejarse por su
propio bien.
—¿Y si no aprovecha esa oportunidad? —pregunta Zane.
Me centro en el escritorio donde Chica Nueva había estado
encorvada. —Entonces voy a convertir su vida en Redwood Prep en un
infierno.

Dutch: Desentierra el mayor pedazo de suciedad sobre Chica Nueva


que tengas. Estoy dispuesto a pagar.
Jinx: Oh-ho. ¿Qué ha hecho Chica Nueva para sacar de quicio a los
reyes de Redwood?
Dutch: No es asunto tuyo.
CAPITULO 5
Cadence
Ha pasado un mes desde que empecé Redwood Prep y todavía me
pierdo por los pasillos.
Cambiaría cualquier día la rica decoración de madera, las pretenciosas
lámparas de araña y las vidrieras de Redwood Prep, por la pintura
desconchada de mi antiguo instituto, los baños poco limpios y los pasillos
fáciles de recorrer.
Una sonora carcajada llena mis oídos. Vienen de las animadoras del
pasillo.
Todas tienen la piel bronceada, un maquillaje perfecto, sonrisas
blancas y cuerpos delgados y atléticos. Encajan tan perfectamente en este
mundo que casi me dejan sin aliento.
No puedo evitar mirarlas. ¿Cómo sería si mi única preocupación fuera
saber si se me han secado las uñas y si Jacey puede aterrizar después del
triple toque?
Es un pensamiento mezquino.
Nadie sabe lo que esas chicas están pasando en casa, aunque sus vidas
parezcan maravillosas por fuera.
Sin embargo, independientemente de sus batallas personales, al
menos pueden aliviar el dolor con coches caros, fiestas salvajes y joyas.
Agacho la cabeza cuando me cruzo con ellos y hago todo lo posible
por no llamar la atención de la rubia -bola de demolición- y sus secuaces.
Apenas me miran de reojo antes de dejarme de lado.
Respiro aliviada. Hasta ahora he conseguido pasar desapercibida, tal y
como le prometí a Breeze. No hablo en clase. No me he apuntado a ninguna
actividad extraescolar. Y, por supuesto, no hablo con nadie.
Al principio, la gente sentía curiosidad porque yo era nueva y todo
eso. Pero, con mi plan cuidadosamente trazado, me han adjudicado la
etiqueta de –perdedora- y me han abandonado a mi suerte.
Estaba segura de que el resto del último año sería coser y cantar.
Entonces aparecieron Los Reyes.
Mis esperanzas de un semestre sin problemas se derrumbaron cuando
los tres dioses de Redwood Prep entraron ayer en Álgebra.
No llevaban coronas ni túnicas, pero bien podrían haber sido de la
realeza por la forma en que todo el mundo respondió a ellos. Parecía que
toda la clase iba a dejar de respirar si ellos daban la orden.
Me dije que no me asustara. Supuse que no prestarían atención a la
insignificante chica nuevo del fondo.
Entonces un par de ojos color avellana fundido me acuchillaron en las
tripas.
Y mi mundo se hizo añicos.
Había dureza en la mirada de Dutch, un odio que no parecía
merecido. Estaba segura de que aquella mirada intimidatoria iba dirigida a
otra persona.
Pero más tarde, en clase, me fijé en que Dutch hablaba con sus
hermanos. Zane y Finn tenían la cabeza inclinada hacia él. De repente, se
giraron al unísono. Me estaban mirando. Me miraban fijamente.
Fuera lo que fuese de lo que estaban hablando, estaba claro que me
afectaba.
Intenté esconderme detrás de mi libro de texto, pero no pude evitar la
sensación de que me reconocían.
Desde ayer, tengo un nudo en el estómago.
The Kings saben quién soy.
¿Qué significa eso para mí ahora que estoy en su radar? ¿Y por qué
Dutch parecía tan molesto al verme? ¿Están enfadados porque mentí sobre
quién soy realmente en el escaparate? ¿Por qué? ¿Por qué iban a
preocuparse por alguien como yo?
Hundo los dedos sudorosos en la falda del uniforme y respiro con
dificultad para calmarme.
Ya vienen.
Son ellos.
Siento un revuelo en el aire y susurros excitados surgen de los
estudiantes a mí alrededor. Cuando levanto la vista, veo a un trío de chicos
al final del pasillo.
Dutch va delante, paseando con una expresión de tranquila intensidad
en el rostro. Lleva el pelo rubio revuelto, lo que no hace más que aumentar
su atractivo. Aprieto los dedos con más fuerza, resistiendo el extraño y
repentino deseo de pasar los dedos por los mechones color trigo.
Hoy lleva uniforme, pero se ajusta al statu quo sólo de nombre,
porque la forma en que el chaleco de jersey y la camisa blanca se extienden
sobre sus anchos músculos es francamente pecaminosa y va definitivamente
en contra del código de vestimenta.
Las mangas de la camisa están remangadas para mostrar su pulsera de
cuero y el comienzo de los tatuajes que asoman por su muñeca. Sus caquis
son interminables y cubren unas piernas ridículamente largas.
Me muerdo el labio inferior mientras se agita en mi cabeza el riff que
oí tocar a The Kings la noche del concierto.
DO# SOL# LA
Es agudo, chillón y complicado.
Zane pasa un brazo por los hombros de Finn. Le dicen algo a Dutch.
Sonríe y mi corazón deja de latir.
Con sus rasgos de una belleza sobrecogedora y su expresión altiva,
creía que Dutch había alcanzado la cima de la perfección masculina. Pero al
ver sus dientes blancos y perfectos brillar a la luz del sol, sé que no es sólo
hermoso. Es totalmente peligroso. Un rompecorazones en movimiento. Un
destructor de almas. Y yo no debería estar cerca de ellos.
Se están acercando y si levantan la vista en cualquier momento, me
verán. Tropiezo hacia atrás y me meto en el baño.
Miro por el cristal de la ventana para comprobar que mi huida ha
pasado desapercibida. Los chicos no aflojan el paso ni siquiera cuando las
animadoras les siguen con impaciencia.
Desde la seguridad del baño, observo sus perfiles. Los hermanos
Cross. Los Reyes. Adecuado, como la realeza, podrían tener a cualquiera de
la tierra si quisieran y está claro que les importa un bledo el privilegio.
—Gracias a Dios, se han ido —susurro, marchitándome contra la
puerta.
—Chica lista. —Una voz resuena en el baño.
Me doy la vuelta.
Una chica de más o menos mi edad, con los ojos delineados y una
chaqueta negra sobre el uniforme del colegio, enciende un mechero y se
queda mirando la llama.
—¿Perdona? —Me tiembla la voz.
Ella ladea la cabeza sin dejar de mirar el fuego. —Que algo sea bonito
no significa que no pueda quemar tu mundo.
Parpadeo inestable. —Eh...
—Ah, por cierto. Se te ha saltado un botón. —Me señala la camisa.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que tiene razón. Con un grito
ahogado, me retuerzo y agarro la tela. —Gracias. No me había dado cuenta.
La comisura de sus labios se tuerce. Sin decir nada más, pasa a mi
lado y sale del baño.
Aparto la mirada de la extraña chica y la dirijo a mi reflejo en el
espejo. Tengo el pelo largo, casi hasta las nalgas; No he tenido ocasión de
cortármelo. Mis ojos son marrones y mi cara es un poco demasiado redonda
para ser llamativa.
Mi aspecto corriente es directamente responsable de mi capacidad
para pasar desapercibida en Redwood. Pero eso podría cambiar si la gente
se da cuenta de que llevo uniformes desgastados y usados.
Tanteo el hueco de mi camisa. Qué vergüenza. Por desgracia, no
puedo hacer nada. En la oficina sólo tienen ropa de mi talla.
Como he tenido que pedir dinero prestado a Breeze para que me
devolviera la electricidad, no puedo encargar ropa nueva de Redwood.
Pensando rápidamente, saco un alfiler de los rincones polvorientos de
mi mochila escolar y cierro el hueco. Eso tendrá que funcionar por ahora
hasta que pueda localizar un botón junto con una aguja e hilo.
El corazón me late con fuerza cuando empujo la puerta para abrirla.
Miro a ambos lados para asegurarme de que los Reyes se han ido y me
apresuro a ir a mi siguiente clase.
Por suerte, la siguiente es música. Empujo la puerta y veo a un
hombre de mediana edad con un chaleco de jersey, hojeando las páginas de
un libro de partituras.
Cuando me aclaro la garganta, el Sr. Mulliez levanta la vista y sonríe.
—Cadence. —Asiente con la cabeza, con su espesa melena suelta
hacia delante—. ¿Qué haces aquí?
Miro fijamente las sillas vacías. —¿Dónde está todo el mundo?
—Es el día de la Teoría No Convencional. Su tarea es salir y hacer
música usando cosas que hay por la escuela y que no consideramos
instrumentos. —Sus gafas se deslizan por la nariz y levanta la barbilla para
volver a moverlas en su sitio.
Me rio y me rasco el bolso con una uña. —¿Tu idea?
—Mi idea. —Mueve la cabeza y le brillan los ojos.
—¿Por qué no me sorprende? Sólo a ti se te ocurriría algo tan fuera de
lo común.
El Sr. Mulliez cruza los brazos sobre su americana a cuadros. Afuera
hace treinta grados, pero él no parece sudar. —Estar dentro de la caja es
aburrido. Deberías saberlo — se inclina hacia delante— señorita Sonata
Jones.
Un rubor me sube por la nuca.
—Además —agita las manos— es esta mente brillante la que te metió
en Redwood Prep. No lo olvidemos.
Tiene razón. Le debo el haber sido mi defensor y el haber conseguido
mi beca aquí.
Venir a Redwood Prep venía con un montón de reglas estrictas sobre
mi conducta y mis notas, pero también incluía un generoso estipendio de
trabajo. Lo utilicé para pagar la mayor parte de los gastos escolares de
Viola.
—No sabía que no íbamos a tener clase —le digo, dando un paso
atrás—. ¿Cuándo hay que entregar la tarea de Teoría no convencional?
—Deberías haber recibido una notificación al respecto. —Me señala
el móvil—. ¿No tienes instalada la aplicación de la escuela?
Levanto la pantalla y navego hasta la elegante aplicación de Redwood
Prep. —Mi teléfono es muy viejo. Últimamente no recibo muchas
notificaciones.
Él asiente y me estudia, frotándose la barbilla bigotuda. —Hay algo
de lo que quería hablarte.
Esto no puede ser bueno.
Esto no puede ser bueno.
Me pongo rígida. —¿Pasa algo?
—No, no. Nada malo en sí. —Hace un gesto con la mano—. Como
me pediste, te cambié el nombre en el showcase y te permití actuar como
otra persona. Dijiste que era la única forma de superar tu miedo escénico.
Levanto la barbilla, con una sensación de inquietud en el estómago.
El Sr. Mulliez da un golpecito en su mesa. —Acordamos que
trabajaríamos sobre ese miedo tuyo. Sin embargo, no te he visto presentarte
voluntaria para tocar en clase ni participar en ninguna actividad musical, ya
sea como tú misma o como un alter ego.
—He estado ocupada —tartamudeo.
—Has estado corriendo. —Se endereza y camina hacia mí—.
Cadence, desde la noche en que te oí tocar por primera vez, supe que tu
enfoque de la música era... diferente. Ves patrones en lugares donde nadie
más buscaría para encontrarlos. Entretejes historias en cada nota. Es algo
especial, algo extraordinario. Por eso me acerqué a ti y te ofrecí estudiar en
Redwood Prep. No era para que pudieras mezclarte. Era para que pudieras
sacudir las cosas.
Recuerdo aquella noche con claridad. Cuando el Sr. Mulliez se acercó
por primera vez a mi piano, pensé que iba a hacerme una proposición como
hacían muchos de los sórdidos clientes del salón de lujo.
En lugar de eso, cambió mi vida. Fue lo primero bueno que me pasó
desde que mamá nos dejó solas a Vi y a mí.
Nunca pensé que tendría la oportunidad de matricularme en una
escuela como Redwood Prep. Mucho menos en un programa de música
apoyado por nada menos que la leyenda de la música Jarod Cross.
—Lamento decepcionarlo, Sr. Mulliez. De verdad. —Miro al suelo—.
Pero no quiero agitar las cosas. Lo único que quiero es graduarme, poner
Redwood Prep en mi currículum y conseguir un trabajo mejor pagado.
Quiero que mi hermana tenga un techo y comida en el estómago. Quiero
tener una vida normal con problemas normales.
Sus ojos se abren de par en par y me mira con simpatía.
Hago como que no me doy cuenta. —No quiero cambiar a Redwood.
No quiero ser el centro de atención. No quiero nada de eso.
Suspira pesadamente. —Lo entiendo, Cadence. —Sus labios se
arquean, pero parece que le cuesta sonreír—. Ya te he entretenido bastante.
—Levanta la barbilla hacia la puerta—. Empieza a trabajar en tu tarea.
—Lo haré. —Doy unos pasos hacia la puerta. Luego me detengo y
retrocedo—. Sr. Mulliez, puede que no lo parezca, pero le agradezco mucho
todo lo que ha hecho por mí.
—Ni lo menciones. Yo, como dicen los niños, te cubro las espaldas.
—Se golpea el pecho dos veces y luego me hace el signo de la paz.
Resoplo. —No vuelvas a hacer eso.
Se ríe y me echa.
Empujo la puerta y mi sonrisa se tambalea. La culpa se retuerce en mi
pecho como un cuchillo. El Sr. Mulliez me sacó de mi desesperada
existencia y me dio un nuevo comienzo. Odio no poder cumplir lo que
espera de mí, pero me costaría demasiado superar mi miedo escénico y
lucirme delante de Redwood.
No puedo hacerlo.
Lo que sí puedo hacer es entregar el mejor trabajo de Teoría Musical
No Convencional que Redwood haya visto jamás. Sólo para dejar claro por
qué mi beca merecía la pena.
Salgo e inclino la cara hacia el sol en busca de inspiración. Los
jardines de Redwood Prep son como sacados de una fantasía. El césped se
extiende a lo largo de kilómetros, con muchos árboles y bonitos bancos de
picnic a la sombra.
Doy un paso adelante cuando siento una presencia detrás de mí. Una
voz como de seda cruda susurra: —Chica nueva.
Me sobresalto cuando miro por encima del hombro y veo a Dutch,
Zane y Finn rodeándome. Mi lengua se vuelve pesada e instantáneamente
retrocedo.
—¿Quieres que trabajemos juntos en el encargo de Mulliez? —me
ofrece Finn.
Se me cae la mandíbula al suelo. —¿Qué?
—La mayoría de los chicos ya han elegido sus grupos —dice Zane
con facilidad. Su voz es mucho más ronca que la de su gemelo. De cerca,
puedo ver aún más diferencias entre él y Dutch.
Mientras que Dutch parece capaz de apalear a alguien hasta la muerte
si le enfada lo suficiente, Zane parece capaz de sonreír incluso cuando clava
el cuchillo en el pecho de su víctima.
Dutch es melancólico, oscuro y hosco, mientras que Zane emite
vibraciones de -alma de la fiesta-. No sólo sabe divertirse. Él es la
diversión. A diferencia de su gemelo, que le quita la vida a cualquier
habitación en la que entra.
Finn es difícil de entender. No arrastra una oscura nube de fatalidad
como Dutch, pero no es tan salvaje y ruidoso como su hermano.
Hay algo frío y calculador en la forma en que Finn me observa. Una
embriagadora mezcla de moderación y crueldad se esconde bajo la
superficie, como si pudiera ser peor que sus hermanos si quisiera, pero
decidiera no tomar ese camino.
Zane levanta una mano y se la pasa por el pelo perfecto, listo para un
champú comercial. Los anillos de sus dedos brillan a la luz del sol. —
Necesitamos un cuarto miembro.
—¿En tu grupo? —Me quedo boquiabierta.
Dutch frunce el ceño. —¿Por qué demonios íbamos a pedirte que te
unieras a nuestra banda?
Entrecierro los ojos. No tenía por qué parecer tan ofendido.
Me devuelve la mirada. Si cambiara su elegante uniforme por unas
espuelas y una pistola, Dutch encajaría perfectamente como un pistolero del
Oeste. O tal vez incluso un gladiador.
Su presencia es intensa, casi abrumadora. Es más o menos del mismo
tamaño que sus hermanos, pero su energía lo hace parecer más grande.
Como un toro a punto de empalar a un espectador inocente.
La mirada de Dutch desciende, imperceptiblemente, hasta mis labios
y se queda mirándolos como si quisiera conocer cada centímetro lo
suficiente como para trazarlo en sueños.
Afuera hace mil grados, pero se me ponen los brazos de gallina.
Seguimos mirándonos fijamente.
Me niego a romper su mirada para demostrar algo.
Él tampoco aparta la mirada.
Zane se ríe. —¿Ya se han mirado? Chica Nueva, no hemos obtenido
respuesta.
Aparto la mirada de Dutch para centrarla en los otros dos miembros
de Los Reyes. No entiendo por qué necesitan un miembro más para esta
misión.
En primer lugar, Mulliez lo hizo sonar como si fuera un trabajo en
solitario. Segundo, son tres. Y han dejado bastante claro que no necesitan a
nadie más.
Mis pensamientos comienzan a girar. ¿Por qué me están señalando?
¿Me reconocen del escaparate? ¿Es una trampa?
La parte más racional de mi cerebro sale a jugar. Quizá le estoy dando
demasiadas vueltas. Han faltado durante el primer mes de clase, así que
tiene sentido que vayan retrasados en el trabajo en grupo. Y no tengo ni
idea de cómo funcionan las cosas en Redwood Prep. Es totalmente
plausible que necesiten un extra para la tarea.
Lo que no es plausible es que quieran trabajar conmigo.
—No lo sé.
La sonrisa se quiebra en la cara de Zane. Supongo que estos chicos no
están acostumbrados a chicas que les nieguen nada.
Todos los hermanos intercambian una mirada cargada. Hay algún tipo
de comunicación mental entre hermanos y es rarísimo.
—Bueno —cambio en el incómodo silencio— gracias por la oferta,
pero yo...
Zane empuja a Dutch y éste tropieza conmigo. Huele a virutas de
madera y a sol. La sensación de su piel sobre la mía me provoca un
escalofrío en todo el cuerpo.
—Vamos, Cadence. —La voz profunda de Dutch me hechiza. Su
timbre es único; Suave y áspero a la vez. Como una gema en bruto
escondida en una cueva oscura.
La poca resistencia que me quedaba muere de inmediato cuando
Dutch se acerca a mí. Su cuerpo es duro, delgado y esculpido bajo el
uniforme.
El corazón traidor me da un vuelco en las costillas. Cierro las manos
en puños antes de cometer una estupidez, como deslizarlas por su pecho
para sentir cada mella de sus abdominales.
Su cincelada barbilla tiene un poco de barba incipiente, lo que no
hace sino realzar su robusto aspecto cuando agacha la cabeza y me mira con
ojos encapuchados. —Di que sí. Sabes que quieres.
Tiene algo oscuramente magnético, aunque es el menos simpático de
todos.
Y de repente, quiero decir que sí.
Realmente, realmente quiero decir que sí.
Es sólo una tarea, Cadence.
Había planeado hacer el mejor trabajo posible para Mulliez. ¿Qué
mejor manera de hacerlo que trabajar con un grupo que ha estado de gira?
Mis labios se curvan en una pequeña sonrisa vacilante. —De acuerdo.
—Trabajemos en la sala de ensayo —dice Finn. Su voz es más
tranquila y suave que la de sus hermanos, pero es la más profunda. Como si
hubiera un océano, no, un universo entero en su pecho.
Respiro hondo y me aseguro de que no me tiemble la voz cuando
digo: —Claro, hagámoslo.
Zane me sonríe. Su sonrisa me derrite las bragas y no me sorprende
que, de los tres magníficos rockstars, sea el que tiene fama de playboy.
Zane me pasa un brazo por el hombro. —Dime, Chica Nueva, ¿tienes
un nombre de verdad?
Un destello de algo oscuro pasa por los ojos de Dutch, pero
desaparece en un parpadeo.
—Cadence. —Me pongo de lado de Zane para salir de su alcance—.
Cadence Cooper.
—Cadencia ¿Como la cadencia de una canción? —Finn pregunta.
—Sí. Mi padre era músico. Mamá lo dejó elegir nuestros nombres; A
mí me llamó Cadence y a mi hermana, Viola. —Mis ojos se clavan en
Dutch. No dice nada, pero aprieta y afloja la mandíbula.
Me invade un presentimiento, pero lo alejo. No les he hecho nada, ni
a nadie. He sido invisible en este instituto durante un mes entero, sin
meterme en el camino de nadie ni ocuparme de nada que no fuera mío. No
tienen ninguna razón para buscarme y hacerme daño.
—¿Parece que la música está en la familia? —Finn dice.
—Eh... sí. Supongo que se podría decir que lo llevo en la sangre.
—¿Tu madre también es músico? —pregunta Finn.
—No, no exactamente. —Papá me dio todos los rasgos buenos.
Mamá me transmitió sus vicios como una enfermedad hereditaria.
Ahora estamos en el pasillo y, aunque está abarrotado de estudiantes,
parece como si alguien hubiera pulsado –pausa- en una película. Nadie se
mueve ni parpadea. Todos nos miran a mí y a los Reyes como si fuéramos
alucinaciones.
El calor me atraviesa el pecho y lucho por parecer indiferente. Ayer vi
cómo reaccionó la clase ante Dutch y sus hermanos. Y lo he vuelto a ver
antes en el pasillo.
Ellos no se alteran por la atención, así que debería fingir que yo
tampoco. Aunque este sea el momento más incómodo de mi vida.
—¿Estabas en el escaparate? —pregunta Zane, llevándome por otro
pasillo.
Me tenso de inmediato. —¿Yo? ¿En el escaparate? No. No estuve.
—Qué raro que Mulliez no metiera a alguien como tú en el escaparate
—murmura Dutch.
Le dirijo una mirada acalorada. No es que me avergüence de ser una
chica becada, pero la forma en que ha dicho -alguien como tú-, como si yo
fuera menos que nadie por venir de dónde vengo, hace que se me erice el
vello de la nuca.
—¿Adónde vamos exactamente? —murmuro. Nos alejamos mucho
de cualquiera de las salas de prácticas de Redwood Prep.
—Estamos aquí. —Finn levanta una tarjeta y la golpea contra un
escáner. Doy un respingo cuando una luz de neón recorre de arriba abajo el
plástico. Suena un pitido y se abre una puerta.
Clavo los talones. —¿Dónde es aquí?
—Nuestra sala de ensayo —dice Zane, dedicándome una sonrisa
arrogante.
Finn entra primero.
Zane le sigue.
Dutch extiende una mano. —Después de ti.
La tensión me invade, vibrando a través de mi cuerpo como un acorde
roto.
—¿Tienes miedo? —se burla Dutch cerca de mi oído.
Me pongo rígida y le lanzo una mirada feroz. —Ni de lejos. —
Entonces empujo la puerta y entro en la boca del lobo.
Jinx: Esta es gratis, Chica Nueva. Un rey nunca se casará con su
concubina. No cruces ninguna puerta creyendo que es tu -felices para
siempre-. El único camino frente a ti es el que lleva a la destrucción.
CAPITULO 6
Cadence
Las alarmas no tardan en sonar en mi cabeza, por encima de la música
que suena en bucle desde que los Reyes me acorralaron fuera.
La sonrisa de Zane desaparece en cuanto se cierra la puerta. Se acerca
a la ventana y mira fuera, con las manos en las caderas, como si no quisiera
ver lo que va a ocurrir a continuación.
Finn se retira a una silla, con los brazos cruzados sobre el pecho y la
mirada penetrante. La crueldad que había percibido en él toma el timón.
Los labios que habían parecido vacuamente laxos tienen una inclinación
casi cruel. Un caballero sustituido por un salvaje.
Pero la sensación de fatalidad se apodera de mí cuando mis ojos se
posan en Dutch. Ha dejado de fruncir el ceño y tiene la boca relajada, como
si estuviera contento de estar en su propio territorio, donde ya no tiene que
comportarse civilizadamente. Sus ojos ámbar no tienen fondo ni
profundidad cuando se acerca a mí.
Yo retrocedo.
La sonrisa que se dibuja en su rostro peligrosamente apuesto es
ladeada. Disfrutará con esto. Sea lo que sea.
Lo que empezó como una leve sensación de calamidad se reduce a un
constante e impoluto golpe de angustia, como grietas apenas visibles en la
pared que se transforman en gigantescas brechas que podrían derribar un
puente.
—Ahora que no nos van a oír, hay algo de lo que tenemos que hablar,
Chica Nueva —dice Dutch en voz baja.
—Es Cadence —le corrijo, pero me tiembla la voz y no suena ni la
mitad de intimidante de lo que debería.
Se ríe entre dientes, grave y profundamente. —Me importa un bledo
cómo te llames.
Ladeo los ojos hacia Finn y luego hacia Zane, que se ha dado la
vuelta y nos observa como si fuéramos un programa de televisión al que
apenas presta atención.
El cambio en su comportamiento es tan rápido que parece como
zambullirse en agua supuestamente caliente y descubrir que está helada
cuando ya te has sumergido.
Lucho por adelantarme a lo que está pasando, pero no puedo creerme
que todo esto esté ocurriendo. Si no fuera por el peligro que se arremolina
en el aire y las alarmas que suenan en mi cabeza, pensaría que todo esto es
un sueño.
—¿Qué quieres? —Vuelvo a tropezar.
—Una cosita. —Dutch gruñe sombríamente—. Abandona Redwood
Prep. Inmediatamente.
Las palabras me golpean el pecho y rebotan contra el suelo. Si no
estuviera tan conmocionada, intentaría recogerlas y darles la vuelta. Haría
todo lo posible por unirlas hasta que tuvieran sentido.
Pero como no estoy en condiciones de hacerlo, sólo puedo quedarme
boquiabierta. —¿Perdón?
—Deja. Esta. Escuela.
—¿Qué quieres decir? —Tartamudeo.
—Eres lista, chica Nueva, o no te habrían ofrecido un puesto aquí.
Por mucho que Mulliez te lo suplicara. —Dutch sigue avanzando hacia mí
—. Necesito que te vayas. Necesito que te vayas. Hoy mismo.
Sigo retrocediendo.
El corazón me retumba en el pecho. Esto no está bien. El único lugar
del que necesito salir es esta habitación. Pero Dutch se interpone entre la
puerta y yo. E incluso si corro, Zane y Finn podrían atraparme. Son
delgados y poderosos. No les costaría mucho arrastrarme de vuelta.
No puedo escapar de ellos.
No puedo hacer nada más que abrirme paso luchando.
—¿Quién demonios eres tú para decirme que me vaya? —grito. Pero
la mordacidad se pierde en mi tono cuando me alejo.
La mano de Dutch se levanta y me agarra del brazo. Su agarre es
fuerte. Aunque no me aprieta tanto como para causarme dolor, es suficiente
para demostrarme que podría romperme si quisiera.
Todo el cosquilleo que había sentido por él cuando nos conocimos
fuera desaparece, sustituido por una furia palpitante. Me tendió una trampa.
La amabilidad, la oferta de trabajar juntos, querían atraerme aquí.
Es diabólico. Es cruel. No tengo que adivinar a qué hermano se le
ocurrió la idea.
—¡Suéltame! —Peleo con él, agitando los brazos y luchando por
escapar de su agarre.
—Cuidado, chica nueva. —Me da un tirón y mi falda se agita
alrededor de mis piernas. Miro hacia atrás, sin aliento, y me doy cuenta de
que he estado a punto de chocar contra su brillante guitarra.
Dutch me empuja hacia delante y choco contra su pecho. Sus ojos
recorren mi cara. —Todos sabemos que no habrías podido pagarte la
matrícula de no ser por el dinero de nuestra familia. Tuviste la oportunidad
de vivir al otro lado durante un tiempo. Eres bienvenida. A cambio, todo lo
que pedimos es que te retires bien y en silencio. Puedes hacerlo, ¿verdad?
Mis fosas nasales se inflaman. Una cosa es hacer demandas ridículas
de la nada. Otra es despreciarme porque soy pobre. ¿Quién demonios se
cree que es?
Levanto la barbilla. —¿Y si no lo hago?
—Si no lo haces -sus labios se mueven sobre los míos, tan cerca que
puedo oler su aliento con aroma a canela-, mi misión personal será
destruirte.
Sus ojos son fríos como piedra. Habla en serio.
Su ardiente antagonismo roza lo más profundo de mi alma. La parte
de mí que cree en la justicia, el bien y la equidad se encoge por dentro.
Toda mi vida he sobrevivido creyendo que el bien existe y que las
cosas tienen que salir bien al final. Me aferré a esa verdad; Tenía que
hacerlo. Cuando todo lo que te rodea es dolor y oscuridad, no queda más
remedio que aferrarse a algo intangible.
Hermosos idealismos.
Sueños inalcanzables.
Pero Dutch Cross acaba de golpear mi castillo de naipes y lo ha
derribado. Me doy cuenta de lo impotente que soy realmente en este
mundo. ¿Suerte? ¿Trabajo duro? Tonterías.
Todo en mi existencia es moldeable. Por mucho orgullo que tenga, no
soy más que un juguete en manos de los ricos y poderosos. La mano que
agarra la mía es la prueba.
Es la decepción, más que el dolor, lo que espolea la rabia por mis
venas. ¿Cómo se atreve a robarme la esperanza? Esa pequeña flor que logró
sobrevivir bajo montones de tierra y basura. ¿Cómo se atreve a arrebatarme
algo tan valioso -mis propios ideales distorsionados- y hacerlo pedazos?
Lo fulmino con la mirada furiosa y veo el momento en que se fija en
mi expresión. Un atisbo de diversión pasa por su rostro. Y también lo odio
por eso.
—Yo no te sugeriría que eligieras el camino difícil, Chica Nueva. —
Sus dedos se deslizan por mi torso y se enganchan en el agujero de mi
camisa. De algún modo, con todo el roce, el alfiler se ha desabrochado. Una
pizca de carne pálida asoma a Dutch y sus ojos se clavan en ella como los
de un depredador.
Engancha su dedo anillado en el hueco y me empuja hacia delante. —
Me encantaría tener la oportunidad de romperte.
Mi cuerpo tiembla de pies a cabeza, pero no es por mi anterior y
lamentable enamoramiento. De hecho, me avergüenzo más que nunca de
haber caído en el hechizo de los hermanos Cross. Especialmente él.
El mismísimo engendro del mal.
Dutch respira mi miedo como una droga. Siento la oscuridad vibrando
en sus huesos y retumba contra mi piel.
Esto se siente personal.
Pero, ¿por qué? ¿Qué podría haber hecho yo para merecer esta
crueldad? No he conocido a estos chicos en mi vida. Incluso si los hubiera
conocido, habría pasado de largo, sabiendo que no soy más que una mota de
suciedad en sus mundos perfectos y prístinos.
—Sólo hay una respuesta correcta —me dice Dutch al oído—.
Déjame oírla, Chica Nueva.
—¿De verdad crees que puedes doblegarme? —exclamo.
Una comisura de sus labios se tuerce.
Cierro los dedos en puños y se los lanzo. Me rodea las muñecas con
los dedos y me hace retroceder. Me doy contra la pared con tanta fuerza que
se me escapa la respiración.
Su cuerpo se aprieta contra el mío. Hasta que puedo sentirlo entero.
Hasta que su peso prácticamente se hunde en mí.
Se inclina hacia abajo. Las palabras que pronuncia golpean mi cuello
como pequeñas dagas. La mordedura de un vampiro. —No me excites con
la idea de una pelea, Chica Nueva. Estoy intentando con todas mis fuerzas
acabar con esto ahora.
—Dutch. —La voz de Zane suena detrás de nosotros.
Finn se levanta de su silla.
Los hermanos tienen un aspecto sombrío y formidable.
Me suelta y me tambaleo contra la pared, con una mano en el pecho
mientras el corazón me golpea las costillas.
Miro hacia arriba a través del flequillo que me cae delante de la cara.
Dutch está merodeando delante de los instrumentos y me mira con desdén.
Apenas soy humana para él. Apenas digna de respeto.
Se me saltan las lágrimas, pero me niego a dejarlas caer. Con lo que
me queda de dignidad, cierro el agujero de la camisa con un alfiler.
Desde que era una niña que crecía en las sombras de la pobreza,
siempre estuve desesperada. Jadeando por aire, por una oportunidad de ser
libre. Con mamá colgada y mi hermana pequeña buscándome para comer,
no tuve más remedio que llevar mi pobreza en la manga.
Había algunos en mi barrio que podían ocultar el hedor del abandono
y la desesperanza, pero yo no era uno de ellos. Llevaba mi dolor como una
insignia alrededor del cuello y mantenía mi quebranto a flor de piel.
Por eso me alegré tanto cuando me enteré de que Redwood Prep
todavía usaba uniformes. Por fin podría pasar desapercibida y ser algo
parecido a la normalidad. Finalmente, la gente no sería capaz de mirarme y
saber. Saber que los brazos de mamá estaban llenos de marcas de agujas.
Saber que nuestras camas fueron colchones inflables durante la mayor parte
de mi infancia. Saber que las comidas calientes eran una mercancía y que el
agua caliente era un unicornio mágico que existía en los libros de cuentos.
¿Dejar Redwood Prep?
Pienso en Viola y en su emoción cuando se enteró de que había
entrado en Redwood.
—¿Tienes que estar bromeando? Qué guay. Tienen a los chicos más
guays. Sigo todos sus canales de maquillaje.
Se le rompería el corazón al verme abandonar el castillo en las nubes,
no sólo con las manos vacías, sino como una desertora.
Gracias a Redwood, mi hermana tiene la misma esperanza que yo.
Una salida. Un camino diferente. Una que no tenía nada que ver con vender
su cuerpo o sus sueños para rascar el fondo del barril en busca de
oportunidades.
Significa demasiado. Redwood. La beca. Significa todo. Y no dejaré
que Dutch Spawn-of-Evil Cross me la quite de las manos.
—No me importa lo que hagas —grito con voz ronca— no me iré de
Redwood a menos que se lleven mi cadáver frío.
Su risa siniestra es lo último que espero, pero sale de su boca y, de
alguna manera, es más aterradora que cualquiera del ceño fruncido y las
miradas que la precedieron.
La risa me dice que no le preocupa lo más mínimo. Me dice que soy
un ratón frente a un león, uno cuya muerte es inevitable y que jugará con su
comida hasta que se aburra.
El peso de lo que me espera me aprieta cuando veo a Finn y a Zane
trotar hacia Dutch y flanquearlo a ambos lados. Forman una imagen
formidable con sus anchos hombros, sus largas piernas y sus rostros fríos y
hermosos.
—A ver cuánto aguantas. —Mira a sus hermanos—. Le he dado una
oportunidad. ¿Están satisfecho?
Finn inclina la barbilla.
Zane frunce el ceño.
Sus ojos color avellana se clavan en mí. —Que sepas que primero te
lo pedimos amablemente. —Da un paso adelante, sus zapatillas besan las
mías—. Bienvenida a Redwood Prep.
Si no estuviera segura de que sus hermanos me bloquearían, cogería
su guitarra y se la partiría en la cara.
En lugar de eso, levanto la barbilla y paso junto a ellos. Me dejan, no
me persiguen ni siquiera cuando abro la puerta de golpe y salgo. Los
alumnos se paran en seco cuando me ven salir de su aula privada. Se oyen
jadeos de asombro como estallidos de fuego.
¿Qué hacía ahí dentro?
¿Está saliendo con uno de los Reyes?
¿Quién es esa chica? Nunca la había visto.
Sus susurros me persiguen mientras me alejo de la guarida del Rey y
avanzo por el pasillo como una posesa.
¿Acaba de ocurrir? ¿O ha sido una pesadilla sacada directamente de
una novela de terror?
No, no, no.
Sigo corriendo hasta que me fallan las piernas y lo único que puedo
hacer es hundirme contra una taquilla.
El pánico da paso a la racionalización. Ahora que estoy a la luz del
sol, ahora que me siento a salvo, busco una explicación.
Quizá iban de farol. Tal vez, si agacho la cabeza y me aparto de su
camino, se olvidarán de la diana que me han puesto en la espalda.
Encontrarán a otro a quien atormentar.
Mi corazón se hincha de esperanza y me aferro a ese hilo como un
pájaro que se ahoga.
Como si escuchara mis débiles plegarias, se produce un alboroto en el
pasillo.
Los teléfonos empiezan a sonar.
El sonido del ping retumba como un gong y llega hasta mí con fuerza.
El movimiento se detiene.
El parloteo se convierte en un silencio pensativo.
Las cabezas se inclinan como marionetas movidas por hilos que
responden a la atracción de sus dispositivos.
Vuelve la sensación premonitoria que tuve en la sala de ensayo del
Rey. Y esta vez es diez veces más fuerte.
Abro el teléfono y accedo a la aplicación Redwood Prep. Esa es la
única aplicación que enviaría una notificación a los dispositivos de todos al
mismo tiempo.
—Vamos. —Tiro de la pantalla hacia abajo y miro el botón de
actualización. No se carga—. Vamos. Vamos. —Froto el pulgar contra la
pantalla, sintiendo el calor de las miradas de todos.
El estúpido teléfono no se actualiza.
—¿Es ella?
—Se parece a ella.
—¿Cómo ha podido hacer eso?
Los susurros comienzan uno a uno. Ojos acusadores disparan en mi
dirección, azotándome como látigos en la hoguera.
Me enderezo y trato de caminar por el pasillo sin parecer agitada. A
cada paso que doy, las miradas se vuelven más y más pesadas.
—Tío, es ella. —Un novato con granos me señala y se ríe.
Incapaz de aguantar el suspense un segundo más, me acerco a él y le
tiendo la mano. —Dame tu teléfono.
—¿Qué?
Sin esperar respuesta, le arrebato el teléfono.
Lo que veo hace que un rebote de terror me recorra la espalda.
Es una foto mía -sin la peluca roja ni el maquillaje- y del Sr. Mulliez.
Estamos sentados en una cabina del salón. Fue tomada la noche en que me
ofreció una beca para Redwood.
Debajo hay una leyenda.
'CHICA NUEVA GOLPEA A PROFESOR DE MUSICA POR
BOLETO A REDWOOD'
La bilis me sube al fondo de la garganta y vuelvo a empujar el
teléfono a las manos del novato. Con el estómago revuelto, tropiezo con el
baño más cercano y vomito las tripas.
Los Reyes prometieron que me romperían.
Pero no esperaba que también se cargaran a gente inocente.
Gafe: Todos los peones caen primero. ¿Todavía no quieres jugar,
Chica Nueva?
Cadence: ¿De dónde demonios sacó Dutch esas fotos? ¿Fueron
tuyas?
Jinx: Cambia un secreto por un secreto. Entonces lo contaré.
CAPITULO 7
Cadence
Estoy furiosa cuando abro la puerta de un tirón y entro en el
desordenado apartamento. Nunca olvidaré la cara que puso el Sr. Mulliez
cuando corrí a la sala de música y vi que lo llevaban al despacho del
director como a un delincuente.
“Todo va a salir bien, me dijo”.
Incluso en ese horrible momento, estaba más interesado en
consolarme. Como si todo esto no fuera culpa mía.
Tiro la mochila al suelo, me agacho y grito como una loca.
Normalmente, comprobaría que Viola no está en casa antes de liberar
mi frustración, pero no puedo contener mi rabia. Hoy me he encontrado
cara a cara con un vórtice frío y despiadado envuelto en la cara de un dios.
Tres de ellos, de hecho.
Y apenas sobreviví.
Ahora mismo, estoy en estado crítico. Mi corazón pierde sangre y es
todo lo que puedo hacer para coserme y poder afrontar otro día.
El sudor me corre por el cuello y se acumula bajo la camisa. Levanto
el móvil. Todavía no hay ninguna notificación nueva en la aplicación de la
escuela. No es que la foto siguiera ahí aunque yo tuviera acceso. Apuesto a
que el colegio borró esa foto de los registros lo antes posible.
El Sr. Mulliez tiene que estar bien, ¿verdad? Explicará que la foto
estaba fuera de contexto. Les dirá que sólo estuvimos en el salón esa noche
para hablar de mi beca. Todo saldrá bien.
Camino a lo largo de mi estrecho salón, pasando junto a los estuches
de maquillaje de droguería esparcidos por el suelo, junto a mi piano barato
y el preciado espejo luminoso de Viola.
Intento no hiperventilar, pero creo que no lo consigo. Toda la
reputación del señor Mulliez podría quedar destruida y todo por mi culpa.
“Realmente disfrutaría la oportunidad de quebrarte”.
No esperaba que Dutch me golpeara tan fuerte. Él sí que sabía dónde
encontrar un lugar que doliera.
¿Cómo puede alguien ser tan cruel?
Llaman a la puerta en ese momento.
No pueden ser Viola o Breeze. Viola tiene llave y Breeze gritaría -
zorra, estoy en casa- para que la oyera todo el vecindario.
Ahora mismo no estoy de humor para recibir a vendedores a
domicilio, grupos religiosos o visitas, así que ignoro los golpes.
Vuelven a llamar, esta vez con más insistencia.
Me dirijo a la puerta y la abro de un tirón. —¿QUÉ?
—Vaya. —Un hombre apuesto me mira. Sus ojos de chocolate se
clavan en los míos—. Cálmate, pequeño rottweiler.
—Vendas lo que vendas, no quiero nada de eso —suelto, empezando
a cerrar la puerta.
Él asoma la cabeza. —Espera, soy Hunter Scott, un amigo de Rick.
Al oír hablar de mi hermano, se me cae la mano. No he sabido nada
de Rick desde que me dijo que no éramos su responsabilidad. Supuse que
nunca volvería a saber de él.
—¿Rick te envió?
—No exactamente. —Hunter me muestra una sonrisa atractiva. Las
líneas de la risa se forman alrededor de su boca, dándole un aspecto
accesible y cálido—. ¿Puedo pasar?
—No, no puedes —le digo con firmeza. Tener una madre drogadicta
me enseñó muchas cosas. Por ejemplo, que invitar a un desconocido a casa
cuando estoy sola puede hacer que me meta la mano en el muslo.
Una botella rota en la cabeza detuvo lo que podría haber sido un
desastre, pero fue una lección que no necesitaba aprender dos veces.
El apuesto desconocido sonríe, mostrando dos hoyuelos. —Vale, ya
veo por qué no me pones la alfombra roja. Tu hermano ha sido un poco
idiota contigo.
—¿Un poco? —Me burlo. Rick le hizo todo tipo de promesas a la
trabajadora social y luego nos escupió en la cara cuando lo necesitábamos.
No creo que su imbecilidad necesite un precursor.
—Que yo sea su amigo probablemente tampoco te caiga bien —añade
Hunter.
—¿Qué quieres? —pregunto impaciente.
Me tiende un sobre.
Lo miro con el ceño fruncido. —¿Qué es?
—Estaba allí cuando llamaste a Rick y le contaste que te habían
cortado la luz.
Las mejillas se me inflaman de humillación. Estupendo. ¿Así que la
ropa sucia de nuestra familia ha sido aireada a todo el grupo de amigos de
Rick?
—Fue un capullo contigo, pero él también lo está pasando mal. —
Empuja el sobre hacia mí—. No estoy seguro de cuánto es la cuenta, pero
creo que es suficiente para cubrirla.
Mantengo las manos a los lados. No solo tengo que aguantar que los
Reyes de Redwood Prep me llamen pobre y me acusen de acostarme con un
profesor, sino que ahora unos completos desconocidos piensan que soy tan
patética que me dan dinero al azar...
—No lo quiero —le digo, devolviéndoselo.
—Mira, sé lo que puede parecer. Si yo estuviera en tu lugar, tampoco
querría aceptarlo. Pero la cosa es así. —Ladea la cabeza y su rizado pelo
castaño cae delante de sus ojos—. He estado en tu posición antes. Hermano
mayor, cuidando de mi hermano pequeño. Intentando llegar a fin de mes,
con el mundo respirándome en la nuca. Lo entiendo.
Cruzo los brazos sobre el pecho y lo miro.
Sus labios se fruncen ligeramente. —Tu hermano tiene sentimientos
complicados hacia su madre. Es inevitable que la tome contigo. Este es mi
intento de pedirte que le des un respiro.
—¿Dijiste que eras amigo de Rick?
—Crecimos juntos en la casa de acogida.
Esa afirmación me dejó sin aliento. Rick nunca nos contó nada sobre
cómo creció y mamá, en toda su delirante sabiduría, tampoco había
divulgado esa información.
Miro con desconfianza a Hunter. Es guapo y parece que tiene buenas
intenciones, pero no pienso caer dos veces en esa jugada.
—Te agradezco que hayas venido a decirme todo esto y a tirarme
dinero -hago un gesto hacia el sobre-, pero estoy bien. De verdad. Así que
puedes volver con Rick y decirle que no necesito su dinero ni el de sus
amigos.
Después de cerrarle la puerta a Hunter, recojo mi bolso del suelo y me
dirijo a mi habitación.
Lo único que quiero es tirarme en la cama y dejar que alguien más
maduro que yo resuelva mis problemas. Pero eso no va a funcionar. Tengo
que preparar la cena para Viola y luego tengo que presentarme a mi turno
en la cafetería. Trabajo de camarera las noches que no pongo música en el
salón.
Mi teléfono vibra.
Me pongo rígida y me pregunto si será Jinx otra vez. El espeluznante
sabelotodo lleva acosándome desde mi primer día en Redwood Prep. No
tengo ni idea de quién es, pero después de lo que ha pasado hoy, no quiero
participar en su retorcido juego.
Afortunadamente, no es Jinx.
Es Breeze.
Breeze: Oí que hubo un escándalo entre profesor y alumna en
Redwood. ¿Puedes creerlo? Parece que hasta los ricos tienen sus secretos.
Gimo y me paso un brazo por la cara. Esto es malo. Si la noticia se ha
extendido fuera de Redwood Prep, no hay manera de que las cosas terminen
tranquilamente. El señor Mulliez tiene más problemas de los que pensaba.
Con un profundo suspiro, me incorporo y salgo de la cama. Viola
llegará pronto a casa y procuro tenerle preparado al menos un PB&J3. Se
quejará y se negará a estudiar si tiene hambre.
Estoy untando una tostada con mermelada cuando se abre la puerta.
Espero que entre mi hermana pequeña, pero en su lugar veo un saco de
arena andante. El saco de arena cae al suelo y los ojos oscuros de Viola me
miran.
Clavo el cuchillo en dirección al saco de arena. —¿Qué es eso?
—Lo encontré apoyado en la puerta. Creía que lo habías pedido tú.
Con el corazón acelerado, tiro el cuchillo sobre la encimera y me
apresuro hacia el saco. —¿Parece que tenemos dinero para pedir algo ahora
mismo?
Inspecciono el misterioso objeto y me fijo en una nota que cuelga de
un lado. La arranco y leo la letra de un hombre que parece un cangrejo.
Este podría ser un mejor calmante para el estrés que gritar. A mí me
ha funcionado.
Hunter
Mis cejas dan un respingo.
Viola coge la nota y la lee, una lenta sonrisa se dibuja en su rostro. —
¿Quién es Hunter?
—El amigo de Rick —murmuro, levantando el saco de boxeo e
inspeccionándolo. Hay algunas zonas descoloridas, pero por lo demás
parece intacto.
—¿Rick? —La expresión de Viola cambia al instante—. ¿Ahora habla
con nosotros?
—No exactamente.
—Oh. —Sus hombros se desploman y se queda mirando al suelo.
—¿Qué te parece si lo probamos? —Le ofrezco, con la esperanza de
animarla.
—¿En serio? —Su voz chirría—. Pensé que lo tirarías a la basura.
—No encaja exactamente con la decoración de aquí, pero... —Miro a
mí alrededor en busca de algún sitio donde poner el saco de boxeo y decido
colgarlo en el gancho del salón que nunca ha sostenido un marco de fotos.
—¿Puedo probar yo primero? —pregunta mi hermana.
Asiento con la cabeza y le hago un gesto para que se adelante.
Rebota en su sitio como una luchadora experimentada y mueve el
cuello hacia atrás y de un lado a otro. Sus coletas rebotan sobre sus
hombros.
Como el colegio de Viola -mi antiguo instituto- no exige llevar
uniforme, puede elegir lo que quiera. Hoy ha combinado una camiseta con
una margarita en el centro con unos vaqueros de cintura alta y unas
zapatillas blancas.
Es increíble cómo hace que la ropa de segunda mano parezca tan cara.
Sé que si sigue publicando con constancia, puede que empiece a tener
visitas. Pero no creo que esas visitas se conviertan en dinero.
Vi da un puñetazo en el saco de boxeo y suelta un rugido gutural. —
¡Eso es por llamar barato a mi maquillaje, Tiffany!
El saco de boxeo gira como una piñata desbocada.
Miro a mi hermana con preocupación. —¿Quién es Tiffany?
—Esa pija de mi instituto que se cree mejor que nadie sólo porque
tiene mil seguidores. Da igual. —Viola pone los ojos marrones en blanco de
esa forma tan experta que tienen los adolescentes.
Luego me hace un gesto. —Adelante. Tu turno.
—¿Mi turno? —Sacudo la cabeza—. Tengo que ir a trabajar.
—Tienes tiempo. —Ella levanta la barbilla hacia el saco de boxeo.
—Yo no...
—Sabes que quieres, Cadey.
Doy un paso adelante vacilante.
—No puedes enfocarlo así. —Viola se coloca detrás de mí y me
masajea los hombros. Sus dedos son largos y finos, perfectos para tocar el
piano. Por desgracia, no le interesa la música.
—¿Cómo se supone que debo abordarlo?
—Como si te perteneciera. —Hincha el pecho y levanta la barbilla—.
Como si fuera tu peor enemigo y hoy fuera el día de pisotearlo. —
Finalmente, baja la postura y vuelve a ser la niña de trece años linda y
burbujeante que prácticamente crie—. Así.
—De acuerdo. —Inspiro y miro fijamente el saco de arena,
imaginando la cara bonita y chulesca de Dutch. Llevo el puño hacia atrás y
le doy un puñetazo—. ¡Idiota! — Pienso en la risa de Dutch cuando me dijo
que disfrutaría destrozándome la vida—. ¡Cabrón! —Golpeo el saco una y
otra vez—. ¡Gilipollas! ¡Grifo de basura!
—Whoa, whoa, hermana. —Una mano se posa en mi hombro—. Vas
a romper el yeso. — Señala con la cabeza el saco de boxeo que se estrella
contra la pared.
Me enderezo torpemente y me aparto el pelo castaño de la cara. Estoy
sonrojada y me duele un poco el puño, pero ya estoy más ligera.
—Tenías razón. —Sonrío a Vi—. Eso sí que ayuda.
Mi hermana me mira como si estuviera loca. —Recuérdame que no
me ponga en tu contra.
Me rio y la rodeo con los brazos.
Por una vez, no se retuerce. Me devuelve el abrazo. —¿Pasa algo en
Redwood Prep?
—Claro que no —miento, acurrucándola más. De ninguna manera
voy a decirle a mi hermana pequeña que me he metido en el berenjenal de
los Reyes. Sólo la estresaría y, de todos modos, no puede hacer nada al
respecto.
—Todo va genial —añado.
—En ese caso —se contonea— ¿podrías ponerme en contacto con
Zane Cross? O incluso con Dutch o Finn. —Mueve las pestañas—. Están
súper buenos, son súper populares y les gusta la música. Como tú.
Se me caen los brazos y me alejo de ella. Con la voz entrecortada, le
digo: —Ponte a hacer los deberes.
—¿Los deberes? —Hace una mueca—. Acabo de llegar a casa. Deja
que me relaje un poco.
—Viola.
Mi hermana se sienta en el sofá y mira el móvil. —Vas a llegar tarde
al trabajo — dice con suficiencia.
La fulmino con la mirada, pero tiene razón. Señalo el bocadillo. —Te
he preparado un bocadillo. Haz los deberes y no...
—Le abras la puerta a nadie excepto a Breeze. Ya lo sé. Lo has dicho
un millón de veces.
Me acerco a ella, me inclino sobre el respaldo del sofá y le beso la
frente. —Volveré después de mi turno.
—No te esfuerces demasiado —me dice distraídamente, con la mitad
de su cerebro concentrada en cualquier tontería sin sentido que tenga en el
móvil.
De camino a la puerta principal, echo otro vistazo al saco de boxeo.
Me duelen un poco los nudillos, pero es un dolor de los buenos. Siento
como si algo en mi pecho se hubiera soltado.
Será mejor que Dutch tenga cuidado. Mi energía para luchar acaba de
activarse. Tal vez habría considerado dejar Redwood Prep antes, pero por lo
que hizo hoy, haré que mi misión sea resistir.
Nunca lo dejaré ganar.

Jinx: Cambia un secreto por otro secreto, Chica Nueva. ¿De verdad
te estabas acostando con el Sr. Mulliez? ¿Y qué clase de secreto quería él
proteger que estaba dispuesto a dejar Redwood antes que admitir por qué
estabas realmente en el salón esa noche?
CAPITULO 8
Cadence
No dejes que te vean sudar.
Redwood Prep se eleva en la distancia como una casa de pesadillas.
Casi espero que los monstruos de las sombras bajen corriendo por las
escaleras.
El miedo me recorre la espalda, pero meto los dedos en la correa de la
mochila y me obligo a seguir.
En mis oídos suena a todo volumen el Wiegenlied de Brahms. Mi
madre no era de las que cantaban nanas. En cambio, era Brahms, un hombre
muerto, cuya melodía ahuyentaba mis penurias y me arrullaba.
No importa lo que intenten hacer hoy, Cadence, no te romperás.
Puedes con todo. No les dejes ganar. No pueden ganar.
La entrada está llena de estudiantes. Algunos siguen llegando desde el
estacionamiento. Una de las mayores muestras de riqueza en Redwood está
en ese patio cerrado. A veces, el aparcamiento de Redwood Prep parece
más un concesionario de coches exclusivos que otra cosa. Cristales tintados,
pintura brillante, llantas de lujo, los chicos de mi barrio babearían si alguna
vez vieran esto. Llevo aquí un mes y todavía me deja sin aliento.
La gente empieza a fijarse en mí. Pongo el pie en la acera y la
respuesta es instantánea. Los ojos giran y se posan en mí. Las chicas
intercambian miradas cargadas. Las conversaciones se detienen a mitad de
frase, abandonando cualquier jugoso cotilleo que se estuviera
intercambiando.
Subo el volumen de Brahms en mis oídos y dejo que la música
ahogue el desdén que gotea de las caras ricas y privilegiadas de mis
compañeros de clase.
Miro hacia abajo para asegurarme de que no hay errores de vestuario.
El botón sigue ahí. Me lo cosí anoche después de mi turno en la cafetería.
Ahora ya no habrá más oportunidades para que chicos de corazón frío
y ojos color avellana me metan los dedos en la camisa y tiren de mí para
acercarme.
Me he cepillado el pelo y me lo he trenzado cuidadosamente en la
espalda. Incluso me he echado un poco del brillo de labios de Viola en la
boca. Mi hermana casi me parte el cuello cuando me ve jugueteando con su
maquillaje, pero conseguí salir ilesa.
Un grupo de chicas pasa riéndose y mirándome de forma extraña.
Hago como que no me doy cuenta. Con la relajante canción de cuna de
Brahms haciéndome cosquillas en los oídos, casi parece que sus intenciones
sean buenas.
Una vez dentro y arrastrando los pies por los pasillos, las miradas se
suceden en todas direcciones.
Llega a su punto álgido cuando me detengo delante de mi taquilla y
veo la palabra –zorra- pintada con spray.
Miro por encima del hombro y veo los teléfonos levantados para ver
mi reacción.
Me tiemblan los labios de rabia.
¿Ha sido Dutch?
Aprieto los dientes e intento mantener la calma mientras abro mi
taquilla. No les daré el privilegio de verme alterada.
No bajes la cabeza, Cadence.
—¿Se acostó con Mulliez?
—La puta.
—¿Crees que es el único al que se tiró para entrar en Redwood?
El volumen de sus risas está subiendo y está ahogando a Brahms. Mis
dedos se crispan. Si subo más el volumen de la canción, me voy a reventar
un tímpano. Tal vez eso sea mejor que soportar sus miradas y sus burlas.
La soledad me golpea fuerte y rápido. No pertenezco a Redwood Prep
y aunque la gente lo sabía, no les importa. Ahora, no sólo saben quién soy,
sino que todos me odian.
Sigo respirando al ritmo de la canción. Con un suspiro paciente, saco
los libros de la taquilla y la cierro de golpe.
Cuando levanto la vista, veo tres figuras altas que entran en el pasillo.
Todos los Reyes se detienen y me miran con orgullo.
Quieren que los vea.
Quieren que sepa que lo han hecho ellos.
Dutch está al frente, como siempre. Está de pie con los pies
separados, el pelo revuelto y los ojos como lava fundida. La camiseta que
lleva hoy es de manga corta y deja ver la tinta que trepa por su brazo.
La nana de Brahms termina abruptamente, como si incluso él temiera
al frío monstruo que me tiene en su línea de visión.
Dutch se pasea hacia mí. Si fuera más lista, me giraría hacia otro lado.
Pero ahora mismo no le tengo miedo. Estoy cabreada.
Así que yo también me abalanzo sobre él.
Chocamos en medio del pasillo y ninguno de los dos se aparta. Siento
que todo el mundo nos mira, pero no me importa. Estoy hirviendo de justa
indignación.
—Mulliez es inocente, cabrón —le digo.
Me mira aburrido. —Los profesores que conocen a alumnos en clubes
nocturnos no son mi definición de inocente.
—No era un club nocturno. Era un salón.
Se burla de mí como si fuera una deficiente mental y se niega a
escuchar lo que tengo que decir. Cuando se mueve para apartarse de mí, sé
que me está despidiendo.
Siguiendo un impulso, me interpongo en su camino y le golpeo el
pecho con las manos. El alumnado suelta un grito ahogado.
Zane y Finn arquean las cejas.
—No metas a Mulliez en esto —gruño.
—Permíteme recordarte —avanza Dutch, haciendo que mis brazos
queden aplastados entre su pecho y el mío— que no estás en posición de
exigir nada. —Se inclina para que estemos frente a frente—. Las cosas sólo
empeorarán a partir de ahora. ¿Estás lista para despedirte...? —sus ojos se
clavan en mi móvil— ¿Brahms?
—¿Estás listo para que mi puño se encuentre con tu cara? —gruño,
echando el brazo hacia atrás para poder pintar su perfecta mandíbula.
Dutch me agarra la muñeca y la sujeta. —Qué violenta.
No estoy segura, pero creo que los labios de Finn se curvan.
Zane tose en su mano.
Me muerdo el labio inferior e intento soltar las manos, pero él es
mucho más fuerte que yo. Es inútil.
Cuando me doy cuenta de que estoy atrapada, me rindo y lo miro
fijamente. La rabia me quema el pecho y el corazón me late como loco.
—Que te jodan. Que te jodan. —Puntualizo cada palabra.
La mirada de Dutch baja hasta mis labios y se agolpa en mi espacio
personal, prácticamente respirando encima de mí. Entonces parpadea; Una
oleada de algo oscuro le atraviesa los ojos. Su mandíbula se flexiona y
aparta mi mano como si fuera pan mohoso.
—Vete de Redwood antes de que las cosas empeoren.
Dutch se sube la correa de la mochila al hombro, pasa a mi lado y
continúa su desfile real por el resto del pasillo.
Finn y Zane le pisan los talones.
Me doy la vuelta, con el pecho agitado y la vista enrojecida. No les he
hecho absolutamente nada a esos chicos y el señor Mulliez tampoco. ¿Por
qué se esfuerzan tanto por destruirnos? ¿Es esto lo que hacen los ricos
cuando se aburren? ¿Destruyen vidas por diversión?
Antes de que pueda pensarlo, empiezo a correr por el pasillo, con toda
la intención de dejar mi huella en la espalda del impoluto chaleco de Dutch.
Por el bien del Sr. Mulliez.
—Srta. Cooper. —Una voz me llama antes de que pueda lanzar una
patada voladora.
Me detengo bruscamente y me giro para encontrar a la señorita
Jamieson, la profesora más joven de Redwood Prep, de pie en medio del
pasillo.
Me mira y hay un atisbo de comprensión en su mirada. Luego lanza
una mirada a los hermanos. Sus ojos se entrecierran. Tengo la sensación de
que hay una parte de ella a la que también le gustaría dar una patada
voladora a los Reyes.
—Ven conmigo. —Mueve la cabeza, indicando la escalera.
Frunzo el ceño. Desde que estoy aquí no me he fijado mucho en sus
clases y me sorprende que sepa mi nombre.
Tras dudar un segundo, la sigo.
Me lleva por el pasillo, con pasos rápidos y urgentes. No tengo ni idea
de lo que está pasando y el secretismo empieza a afectarme.
Finalmente, la señorita Jamieson me abre la puerta de la escalera y me
hace un gesto para que entre primero. La paso despacio, fijándome en su
hermoso rostro.
Una de las razones por las que la señorita Jamieson obtiene la mejor
participación de todos los profesores de Redwood Prep es su inmaculada
belleza.
Tiene largos rizos en espiral, rasgos delicados como los de una reina
de concurso y un cuerpo esbelto. Su ropa es siempre profesional pero
elegante y no tiene miedo de llevar faldas cortas o americanas extravagantes
en el campus.
He oído a más de un chico hablar de lo mucho que les gustaría -ejem-
conocerla.
Cuando entra tras de mí y cierra la puerta, sonríe. —Siento todo este
rollo, pero Harry tenía muchas ganas de verte antes de irse.
—¿Harry?
—Ese es mi nombre de pila —dice el señor Mulliez, saliendo de las
sombras.
Las lágrimas me oprimen el fondo de los ojos al oír su voz. —Sr.
Mulliez.
Vuelo hacia él. Su pelo está más desordenado que de costumbre y sus
ojos tienen bolsas oscuras. A pesar de su evidente cansancio, me sonríe.
Me fijo en la caja que tiene en las manos. Tiene partituras, algunos
premios y la placa que colgó sobre la puerta que dice -la música es el
lenguaje del alma-.
En cuanto veo la caja, sé lo que significa.
La culpa despliega sus poderosas garras y rastrilla un rastro
sangriento desde mi garganta hasta mi columna vertebral. Nunca había
experimentado un sentimiento así y es una mierda.
El Sr. Mulliez fue la primera persona que se preocupó por mí, me dio
una oportunidad sin esperar nada a cambio. Sin embargo, le costó todo.
—No. —Sacudo la cabeza—. No hiciste nada malo —insisto. Mi voz
se eleva y la reverberación natural del pasillo hace que rebote hacia mí. Me
oigo cada vez más desquiciada—. Tienes que quedarte. Tienes que luchar
contra ellos. No puedes dejar que ganen.
—Cadence. —Se acerca a mí y recalca mi nombre—. Cadence. Está
bien.
—No, no lo está. —Resoplo—. Iré a hablar con el director, le
explicaré todo. Ni siquiera han oído mi versión de la historia.
—No me voy por tu culpa.
—Sí, te vas —insisto. El mundo se vuelve borroso a causa de las
lágrimas que no puedo contener.
—Estoy cansado de esta escuela, de la política, de la forma en que las
familias poderosas creen que pueden controlarlo todo. —Sacude la cabeza
—. Llevo mucho tiempo pensando en mudarme. Me alegro de haber dejado
una gema en Redwood antes de hacerlo.
—¿Una gema?
—Tú. —Sus ojos son suaves y cariñosos—. No luché para que
entraras en Redwood sólo para que pudieras estudiar aquí. Tienes el talento
para hacer música y tener éxito en ello. Y todas las herramientas que
necesitas para llegar lejos están entre estas paredes.
—No. —Sacudo la cabeza—. Si te están echando injustamente
entonces yo...
—Ni siquiera termines esa frase. —Levanta un dedo—. Además, tu
contrato tiene una cláusula que dice que tendrás que pagar la beca y la
indemnización por despido. ¿Tienes tanto dinero en efectivo?
Parpadeo inestable. Me había olvidado por completo de esas
cláusulas. En aquel momento, pensé que terminar el último curso sería fácil.
No contaba con que Dutch se colaría en mi mundo e intentaría reducirlo a
cenizas en una semana.
El Sr. Mulliez levanta la vista. —Le pedí a la señorita Jamieson que
me ayudara a encontrarme con usted aquí porque no creo que sea la mejor
idea encontrarnos en público, ya sea dentro o fuera de Redwood. Después
de todo, creo que no sería apropiado.
Agacho la cabeza. —Lo siento mucho.
—No lo sientas. —Me palmea el hombro—. Sólo... trata de no
molestar a los chicos. —El Sr. Mulliez hace una pausa—. Y no te enemistes
con Jinx.
—¿Sabes lo de Jinx?
Asiente. —Intenta hacer amigos donde puedas. Así te mantendrás por
encima de sus esquemas.
El pomo de la puerta traquetea. —¿Por qué está cerrada? —Alguien
aporrea la puerta—. ¿Qué está pasando ahí atrás?
La Srta. Jamieson me mira asustada. —Se acabó el tiempo.
—Gracias por todo lo que ha hecho por mí, Sr. Mulliez. No lo
defraudaré.
Sonríe y se despide con la cabeza. En un segundo, se funde con las
sombras y sube las escaleras, dejándome atrás.
Las lágrimas han vuelto, pero esta vez no son de pena. Son de pura
furia. Mis fosas nasales se encienden como las de un toro y mi pecho se
infla con cada respiración.
Los Reyes van a pagar por esto.
Dutch va a pagar por esto. Pero aún no sé cómo.
La señorita Jamieson me hace un gesto para que salga primero y se
excusa ante los alumnos para explicarles por qué estamos ocupando el
pasillo. Apenas la oigo por encima del rugido de mi propio corazón.
De hecho, no oigo nada en toda la mañana.
No vuelvo en mí hasta que llego al almuerzo, donde se multiplican las
miradas, los susurros mezquinos y las burlas.
No hay ni una cara amable en la cafetería. De todas formas, no es que
quisiera comer entre esos bastardos pretenciosos.
Cojo mi bandeja, agacho la cabeza y salgo corriendo hacia mi mesa
de siempre.
Excepto que ya hay alguien allí.
—Bienvenida, compañera puta. —Levanta el puño y lo golpea dos
veces contra el pecho—. ¿Te importa si me cuelo?
Parpadeo sorprendida, fijándome en su pelo negro azabache, su
grueso delineador de ojos y su chaqueta de cuero.
—¿No eres tú con la que me encontré en el baño?
—¿Soy yo? —Ladea la cabeza—. ¿O sólo soy producto de tu
imaginación?
Arrugo la nariz.
Se ríe y ni siquiera su aspecto gótico puede ocultar el brillo de sus
ojos. —Solo te estoy tomando el pelo. Sí, era yo.
—Encantada de conocerte formalmente —le digo dejando la bandeja
en la mesa.
Me tiende una mano, mostrando sus largas uñas con estrellas pintadas
con esmero en el gel. —Serena.
—Cadence.
—Oh, ya lo sé. Te has hecho famosa de la noche a la mañana.
—¿Por ese estúpido rumor sobre mí y el Sr. Mulliez?
—No. —Ella resopla—. A nadie le importan tú y el Sr. Mulliez.
Profesores y alumnos son una cosa aquí. —Pela un plátano y le da un buen
mordisco—. Es por ti y por Dutch.
Mis músculos se ponen rígidos al oír su nombre.
Sus ojos recorren mi cara como si tomara nota de cada una de mis
expresiones. —¿No lo sabías?
—¿Saber qué?
—Se rumorea que ayer te vieron escoltada por Los Reyes. Incluso te
dejaron entrar en su sala de ensayo.
No tiene ni idea. No estaba siendo –escoltada- como una importante
invitada de honor. Estaba siendo secuestrada.
Y la invitación a su sala privada supersecreta era sólo para que
pudieran amenazarme.
¿Quién se está inventando todo esto?
Su sonrisa es curiosa. —Y hoy, Dutch casi te besa.
—Vaya. Eso no es lo que ha pasado —replico—. Le daría un rodillazo
en los huevos antes de dejar que me besara.
Se ríe. —Eh, no dejes que las princesas zombis descerebradas de este
colegio oigan eso. Empezarían a juntar sus horcas. —Se mete el resto del
plátano en la boca y habla a través de la comida—. Ser visto con uno de
esos chicos es el pináculo de la popularidad por aquí. ¿Y hablar con ellos?
—Pone los ojos en blanco—. Una quimera.
Ayer tenían mucho que decirme. Rompo el plástico que cubre mi
bocadillo. —Créeme. Los rumores son falsos. No hay nada entre esos
monstruos y yo.
—Hm. —Levanta la rodilla sobre la mesa, mostrando los vaqueros
rotos bajo su falda de cuadros—. ¿Es por eso que Dutch y sus hermanos
están sentados en la mesa justo enfrente de nosotros?
—¿Qué? —Levanto rápidamente la vista. Como un fantasma
invocado tras pronunciar su nombre tres veces, Dutch aparece a lo lejos,
acompañado por sus hermanos y un grupo de animadoras risueñas.
Hundo los dedos en mi sándwich hasta que el centro de crema se
desprende de él.
—Vaya. ¿Necesitas una servilleta? —pregunta Serena, abriendo su
bolso y rebuscando en él.
No, lo que necesito es que Dutch desaparezca de mi vista. Me cuesta
todo lo que llevo dentro permanecer sentada. Le debo una patada en la cara
a ese cabrón y ahora mismo me apetece mucho.
Respiro hondo a duras penas para calmar mi ritmo cardíaco. El señor
Mulliez me recuerda las consecuencias de perder la beca. No tengo dinero
para devolverle el dinero a Redwood Prep, así que tengo que mantener la
calma.
Dutch nos ve. Arquea una ceja en mi dirección y brinda con su botella
de agua.
Su suficiencia me hace hervir la sangre. Es como si supiera lo cerca
que estoy de patearle el culo y quisiera llevarme al límite.
Me agarro a la mesa y aparto la mirada antes de ceder a mis impulsos.
Lo mejor que puedo hacer ahora es fingir que no me está afectando. No le
daré la satisfacción de meterse en mi piel.
—¿Aún esperas que crea que no pasa nada? —El dedo de Serena
vuela entre nuestra mesa y la de Dutch—. ¿Después de todo ese coqueteo?
Si me preguntas a mí, es más como un -ojo-gape-. Pero cada uno tiene
derecho a su opinión.
—Ya no tengo hambre —digo, recogiendo mi bandeja.
Ella me agarra del brazo. —¿Vas a tirar esto? Porque más vale que me
lo des a mí que desperdiciarlo.
—Eh, claro. —La miro raro y vuelvo a dejar la bandeja sobre la mesa.
Serena devora lo que queda de mi sándwich como si no hubiera
comido en días.
Me cuelgo el bolso al hombro. —Disfruta de la comida.
—Oh, sí —dice con la boca llena. A pesar de las ganas que tengo de
darle un puñetazo en la cara a Dutch, Serena me hace sonreír. Hay algo real
en ella. Una falta total de pretensiones que hace que estar cerca de ella
resulte atractivo. Sólo para ver qué locura hará a continuación.
Pero está claro que es una solitaria y, como yo también lo soy, no nos
veo saliendo mucho.
Aparto una pierna del banco y siento un pinchazo en la espalda.
Cuando me doy la vuelta, veo que toda la mesa de Dutch me está mirando.
Dutch, Zane y Finn tienen expresiones duras. Pero las muecas más
feroces provienen de las animadoras. La rubia del escaparate me mira como
si quisiera apuñalarme repetidamente.
Empiezo a preguntarme si fue ella quien dejó la palabra –zorra- en mi
taquilla.
¿Así que los chicos de Redwood están más ofendidos de que 'pueda'
estar saliendo con uno de Los Reyes que de que pueda estar liada con un
profesor?
No sé si reír o llorar.
¿La gente rica siempre fue tan desordenada?
En cualquier caso, la rubia no tiene nada de qué preocuparse. De
ninguna manera me uniré a su secta de Reyes. De hecho, me parece
absolutamente repugnante la forma en que adoran y adulan a Dutch. ¿Se
dan cuenta de a quién se apresuran a complacer? ¿Saben lo negro que es su
corazón?
Ridículo.
Pero si lo quieren, se lo merecen.
Dutch levanta una mano y me señala con el dedo.
Arqueo una ceja.
Asiente y se echa hacia atrás, como un rey en su trono, esperando
pacientemente a que obedezca sus órdenes.
Frunzo el ceño, le hago un gesto y me doy la vuelta. Mis pasos se
hunden en la hierba mientras marcho hacia la cafetería.
Pasaré el resto del almuerzo practicando piano e intentando olvidar
que Dutch Cross existe. Es la única forma de sobrevivir al resto de este día
de mierda.
CAPITULO 9
Dutch
Cadence Cooper tiene las malditas agallas de ignorarme.
A mí.
Como si no me hubiera visto haciéndole señas desde el otro lado del
patio. Como si esos bonitos ojos marrones suyos no reconocieran lo que
significaba el gesto.
—Ooh. —Zane se burla de mí en voz baja—. Parece que no has roto
tu juguete con suficiente fuerza, hermano.
Finn me arquea una ceja. —Quizá estés perdiendo tu toque.
—Puede que tarde algún tiempo, pero va a aprender —digo
sombríamente.
Zane se ríe entre dientes.
Me alejo de la mesa cuando un par de manos cuidadas se aferran a mi
bíceps.
Christa me mira con sus brillantes ojos azules y los labios de abeja
que le regalaron por su decimosexto cumpleaños. Durante el verano, se hizo
aún más. Si sigue así, a los treinta años parecerá una muñeca hinchable.
Me la quito de encima. —No me toques.
—Deja que me ocupe de ella. —Christa mueve las pestañas. Con una
fuerte ráfaga de viento, esas cosas van a arrancarse y salir disparadas contra
un árbol—. ¿Viste el pequeño mensaje que dejé en su taquilla?
Me preguntaba quién seguía pintando –zorra- en la taquilla de
Cadence con pintalabios. No era ninguno de nosotros.
—Me encargaré de ella yo mismo —gruño, sin saber por qué me
molesta la intervención de Christa.
La pequeña necesitada hace un mohín y se acerca a mí. Sus manos se
deslizan por delante de mis caquis y susurra acaloradamente: —Olvídate de
la basura. Ella no importa de todos modos.
Mi cuerpo responde a su no tan sutil invitación. ¿Cómo no iba a
hacerlo? Christa está agarrando un puñado. Más que un puñado.
Se ríe profundamente en mi oído. —Mejor hagamos algo divertido.
Estoy interesado.
Pero no ahora.
Aunque arrastrara a Christa hasta el aparcamiento, la tirara encima de
mí y me la follara hasta dejarla sin sentido, no me quitaría el sabor de la
insolencia de Brahms de la boca.
Ella me ignoró. Me hizo quedar como un tonto delante de mis
hermanos. Y eso merece un castigo.
¿Es culpa mía que aún tenga tanto espíritu de lucha?
Tal vez.
Hay un fino arte para quebrar a alguien. El mejor camino es
desgastarlos con el tiempo. Molerlos en el polvo tan finamente, tan
completamente que no haya esperanza de levantarse de nuevo.
Pero Sol sigue desaparecido en acción.
Y la necesito fuera de la escuela lo más rápido posible.
Sin alternativa, me deshice de las granadas más pequeñas por una
explosión que seguro le arrancaría ese orgullo infundado. Y se llevó a
Mulliez con ella, lo cual fue un bonus.
Pero este hermoso grano en el culo sigue sin tener miedo.
Ya es hora de que le meta miedo de los Reyes.
—Dutch —se queja Christa. Su voz tiene un toque de desesperación,
como si sintiera que me está perdiendo, pero no sabe qué más puede hacer
para mantenerme enganchado.
—Más tarde. —No es tanto una promesa como una forma de
apaciguarla.
Cruza los brazos sobre el pecho y me mira malhumorada.
Apenas me doy cuenta de su expresión porque ya me estoy alejando
de nuestra mesa. Serena, una de las muchas becarias de nuestra clase,
levanta su bocadillo en un brindis e inclina la cabeza.
Paso de largo, sin preocuparme por su relación con Brahms. Cuando
se trata de aliados, Serena era la más propensa a entablar amistad con
Cadence.
Ella tiene su propio pasado accidentado. Su afinidad por las llamas
hizo saltar más de una alarma de incendios en Redwood. Nadie ha
encontrado pruebas para culparla de los crímenes, por lo que su
permanencia en Redwood no ha sido revocada. Sin embargo, todo el mundo
parece saber que fue obra suya. Eso ha hecho que la mayoría se mantenga
alejada.
Serena me llama a la espalda: —¡Yo también me alegro de verte,
Dutch!
Sonrío.
Dos parias unidas.
Menuda pareja.
Brahms se acerca ahora a la puerta de la cafetería, con la falda
coqueteando con un generoso trasero. A diferencia de las demás chicas de
Redwood Prep, que cambian, personalizan y rediseñan sus uniformes hasta
acercarse al código de vestimenta, ella lleva el mismo uniforme que ayer:
una falda a cuadros demasiado corta que deja ver sus largas piernas y una
camisa demasiado ajustada que parece rogarme que la desabroche y la
saque de su miseria.
No es broma. Ayer se le salió el botón. Pero eso no fue lo más
ridículo. Ver ese pedacito de piel hizo que una parte de mí se volviera loca.
Fue una reacción que no entiendo ni me importa especialmente. Lo
último que quiero es sentirme atraído por la chica a la que intento echar de
Redwood.
Mi mano rodea la muñeca de Brahms y la atraigo hacia mí. Su larga
trenza castaña casi me golpea en la cara y doy un salto hacia atrás por
reflejo para evitar que me dé un latigazo.
Sus ojos marrones se abren de par en par y me mira boquiabierta. —
¿Qué demonios estás haciendo?
—Deja que te lo aclare, ya que no parece estar suficientemente claro,
Brahms. — Me acerco a ella e intento ignorar el aroma de su piel. No es
perfume. Nada tan elegante. Es puro jabón, sol y algo propio de ella—.
Cuando te llamo, corres hacia mí.
Cierra los ojos y suelta un suspiro. Sin sus preciosos ojos de cierva
mirándome como dagas, tengo un momento para observar su cara. Su piel
es blanca como la nieve, más pálida que Blancanieves. Su nariz es larga y
fina. Y sus labios...
Sigo viendo a esa pelirroja cuando miro a esta chica y es exasperante.
Mis dedos la aprietan.
Vuelve a abrir los ojos y un rayo me ilumina.
—¿De verdad eres tan estúpido? —sisea Brahms.
Mis ojos se abren de par en par. No esperaba que dijera eso y tardo un
segundo en volver a poner cara de aburrimiento.
—En serio. ¿Te pasa algo en la cabeza? —Me mete el dedo en el
pecho—. Porque tienes que estar completamente loco para pensar que lo
que estás haciendo está bien.
Arqueo una ceja.
Da un paso hacia mí, intrépida y sexy como el infierno. —Escúchame
bien, Dutch. No soy de tu propiedad. No te pertenezco. Y mientras haya
aliento en mi cuerpo, nunca te daré el privilegio de decirme lo que puedo o
no puedo hacer.
—Ya veo —musito, asintiendo una vez—. Y lo respeto totalmente.
Se queda boquiabierta.
No pierdo ni un segundo. Le aplasto la mano contra el torso, la
desequilibro y la tiro por encima del hombro.
Los chicos de la cafetería corren a las ventanas para mirarnos.
—¡Bájame! —grita Cadence, pateando las piernas.
—Sigue haciendo eso y te vas a exhibir a todos los junior del
comedor —le advierto. Por alguna razón, la idea de que le miren el trasero
no me gusta nada.
Por suerte, Cadence está de acuerdo, porque deja de forcejear. Al
menos con las piernas. Pero sus delgados dedos forman puños y empiezan a
golpearme los abdominales como Zane cuando toca la batería después de
una borrachera.
—Suéltame —grita—. ¡Quítame tus asquerosas manos de encima!
—No lo creo —gruño.
—Te juro que te voy a dar una bofetada tan fuerte que tu cabeza dará
un giro de 360 grados.
—No te hagas ilusiones, Brahms. —Sigo avanzando hacia la arboleda
—. No te dejaría acercarte tanto como para hacer girar mi cabeza en un un
ocho.
—¡Dutch! Dutch, será mejor que... será mejor que pares. Te va a ver
un profesor. ¿Crees que puedes salirte con la tuya?
La ignoro. Incluso si hubiera profesores cerca, que no hay ninguno,
no intervendrían. No a menos que quisieran ser despedidos como Mulliez.
No puedo verle la cara a Cadence, pero noto la mirada helada que me
dirige al estómago como si deseara taladrarme la carne y el hueso y
drenarme la sangre hasta ponerme azul.
Para cuando me adentro lo suficiente en la arboleda como para estar
seguro de que nadie en la cafetería, ni siquiera la misteriosa Jinx, pueda
vernos, Cadence ha aceptado su condición de cabeza abajo y ya no forcejea
ni grita.
Buena chica.
No quiero quitarle las manos de encima, así que la tiro al suelo con
más brusquedad de la necesaria. Se tambalea, pero no se cae y me lanza una
mirada asesina.
—¿Qué demonios quieres de mí?
Me alejo de ella, controlando mi lujuria.
Sus ojos arden de furia. —¿En serio haces todo esto porque no corrí
directamente hacia ti cuando me llamaste? ¿Tan inseguro eres? ¿O tenía
razón antes? ¿Realmente estás mal de la cabeza?
Chica Nueva tiene mucho fuego para alguien que no tiene ni idea de
que está pinchando a un oso. La veo ponerse las manos en la cadera y
esperar, enfadada, una respuesta.
Cuando no obtiene ninguna, resopla y se mueve como si fuera a
volver al campus.
La agarro por las caderas y la atraigo hacia mí. Creía que Christa me
había puesto nervioso, pero no estoy preparado para la forma en que cada
nervio de mi cuerpo se activa cuando sus caderas se unen a las mías.
Mis dedos se clavan con más fuerza en su cadera mientras siseo.
Ella gime, retrocediendo. Por fin. El miedo que debe haber en sus
ojos está ahí.
Ojalá su presencia no me afectara tanto como la mía la asusta a ella.
Aprieto la mandíbula, tratando de entender cómo está haciendo que
mi cuerpo responda.
—Mira, no te quiero cerca tanto como tú no me quieres cerca de ti.
Así que terminemos con esto rápido, ¿sí? —No puedo evitar la
desesperación que se me escapa. No sé si necesito que se vaya por Sol o por
mí. Todo lo que sé es que está jugando con mi cabeza de formas que no me
gustan.
—Deja Redwood y no tendrás que volver a verme la cara —digo
entrecortadamente cuando ella exhala y sus labios brillantes se entreabren
como una tentadora en los mares tempestuosos.
Su pecho sube y baja casi violentamente. —¿Por qué me quieres tanto
fuera de Redwood Prep?
La miro fijamente.
Sigue respirando agitadamente, pero levanta la barbilla con valentía.
Su voz es suave pero firme. —¿Qué he hecho para merecer esto?
Una punzada de culpabilidad me recorre el estómago ante su
pregunta, pero no dejo que arraigue. La única opción es que se vaya.
Ningún otro camino es aceptable.
Me mira durante treinta segundos. —Estoy esperando.
—Lo único que tienes que saber es que no te queremos aquí —gruño,
mirándola fijamente.
No tiene la presencia de ánimo para estremecerse o suplicar
clemencia. No, levanta la barbilla en señal de desafío. —Sí, pero ¿por qué?
—¿De verdad quieres saberlo? —Dejo caer mi mirada sobre su
pecho, subo por su delicada garganta y finalmente me detengo en sus labios.
Joder. Brillantes y rosados, como un capullo de rosa pidiendo ser arrancado
de su tallo.
Mientras la acaricio con la mirada, sus ojos brillan con una mezcla de
deseo y asco, una mezcla embriagadora que siento reflejarse en mi propio
pecho.
Levanto los ojos hacia los suyos y dejo que mi expresión se endurezca
de nuevo, ocultando mi atracción por ella tras un muro de acero. Sus fosas
nasales se ensanchan y el pequeño pulso de su cuello se hace más evidente.
Estoy harto de su cháchara. Cansado de su descaro.
—No me presiones más, Brahms. O haré realidad tu deseo.
—¿Qué deseo?
—El de que te vayas de Redwood Prep en una bolsa para cadáveres.
Sus ojos se entrecierran y luego se encienden de indignación. —
¿Acabas de amenazarme con matarme? —Casi echa espuma por la boca—.
¿Es eso lo que estás insinuando?
Le lanzo una mirada de suficiencia.
Prácticamente está vibrando y me doy cuenta de que ha conseguido
hechizar a todo Redwood. Porque esta criatura ardiente y seductora que
tengo delante no es una cualquiera. Y, desde luego, no debería haber pasado
a un segundo plano con tanta facilidad.
Una sonrisa se dibuja en mi cara. Va a hacer de esto un desafío y me
encantan las buenas peleas.
—No me ignores la próxima vez que te llame —le advierto. Luego
me doy la vuelta y pisoteo los árboles.
Me he pasado de la raya. No debería haberla amenazado, pero no
pienso hacerle ningún daño terminal. Con tal de sacarla de Redwood Prep,
estoy dispuesto a hacer casi cualquier cosa. Incluso dejar que crea lo peor
de mí.
Sale de la arboleda unos minutos después y la veo lanzarse por las
puertas de la cafetería como si fuera una azotea y tuviera una cita con la
calle.
Zane, Finn y las animadoras se han retirado de la mesa. No necesito
llamar a mis hermanos para saber dónde han ido a parar.
Doy zancadas hasta nuestra habitación privada, deslizo mi tarjeta de
identificación contra la puerta y entro. En cuanto lo hago, oigo a Zane
aporrear la batería eléctrica. Lleva los auriculares puestos, así que suenan
como patéticos golpes de puntas de goma contra almohadillas de goma.
Pero el hecho de que consiga hacer tanto ruido sin percusiones es una señal
reveladora.
Me acerco a Finn y acepto el agua que me lanza. —¿Qué le pasa?
—¿Qué más?
—¿La señorita Jamieson? —Supongo.
Finn se encoge de hombros. —No quiere decirme qué pasó, pero
supongo que intentó meterse en su piel y ella se metió en la suya primero.
Sus palabras me oprimen el pecho. ¿Es eso lo que Brahms me está
haciendo?
Sacudo la cabeza rápidamente.
No. Lo que siento por ella es sólo la emoción de la caza. Lo que
siento por la pelirroja es algo más parecido a lo que está pasando mi
gemelo. Y es exactamente por lo que no quiero tener nada que ver con la
chica misteriosa.
Cuanto más lejos esté de los efectos debilitantes del amor, menos
estragos podrá causar en mí.
Zane levanta la vista, me ve y arrastra los auriculares y se los coloca
alrededor del cuello.
Hago un gesto de levantar la barbilla.
Se levanta bruscamente del taburete y se acerca a nosotros. Se tumba
en el sofá y levanta un brazo. Finn le lanza una botella de agua y él la atrapa
en el aire.
—¿Quieres explicarme qué está pasando? —le pregunto.
—¿No? —Zane echa la botella hacia atrás y se la bebe de un trago.
Cuando termina, me mira—. ¿Algún progreso con CC?
—¿CC? —Se me ponen los pelos de punta—. ¿Le estás poniendo
motes?
—Tú empezaste. La llamaste 'Brahms' en el pasillo —señala Zane.
—Porque era la canción que sonaba en su teléfono —gruño.
Wiegenlied de Brahms.
No me pareció una fan de la música clásica. Quizá fuera la camiseta
ajustada por la que prácticamente se le salían los pechos o la falda corta o el
brillo de sus ojos, pero me pareció más una chica rockera.
No es que me importe lo que escucha.
—Brahms —Finn agarra el mástil de su bajo y puntea una melodía en
las cuerdas agudas—. El mayor representante del movimiento musical
romántico. Adecuado.
—¿Por qué demonios es apropiado?
Finn sonríe como si supiera algo que yo ignoro.
Lo fulmino con la mirada. —¿Le has estado mandando mensajes a
Jinx?
—A este tío. —Zane le señala con el dedo a Finn—. La trata como si
fuera su novia.
—La información es poderosa. Y gracias a Jinx conseguí una pista
sobre Sol —dice Finn.
Eso hace que tanto Zane como yo nos callemos.
Miro los ojos oscuros de mi hermano. —¿Qué te dijo?
—Que el colegio había enviado sus expedientes fuera del país. Esté
donde esté, no es aquí. —Finn frunce el ceño.
Zane maldice y se echa hacia atrás. —¿Cuánto le pagaste a Jinx por
eso? No es una gran pista.
—Nos dice que ir a su casa e intentar convencer a su madre de que
nos deje entrar en su habitación no va a solucionar nada —digo con calma.
Junto las manos, las pongo entre los muslos y miro al suelo—. Significa que
tenemos que ampliar nuestra red.
—Sería mucho más fácil si simplemente cogiera un maldito teléfono
y nos avisara —resopla Zane—. Maldita sea.
—Eso puede ayudar a acotar la búsqueda —sugiere Finn—. Esté
donde esté, no tiene su teléfono.
—No creerás que está muerto, ¿verdad? —Zane se incorpora, con los
ojos muy abiertos.
Lo miro con el ceño fruncido. —Deja de decir tonterías.
—Sólo digo que. No importa dónde esté, Sol se habría escabullido o
habría robado un teléfono o encontrado alguna forma de ponerse en
contacto con nosotros.
Mi rodilla rebota en la silla. —Parece que nos estamos perdiendo
algo.
—Puedo intentar hablar con la madre de Sol otra vez. —Zane mueve
las cejas—. Prueba el viejo amuleto de la Cruz. Aunque podría ser un arma
demasiado poderosa. Podría enamorarse de mí.
—Es más probable que te golpee la cabeza con una sartén —dice
Finn.
Zane le frunce el ceño.
Doy vueltas y vueltas a mi banda de cuero mientras pienso. Fue un
regalo de Sol. La hizo él mismo y nos la dio a cada uno. Entonces teníamos
unos trece años. Dijo que era un símbolo de hermandad. Desde ese día,
hicimos un pacto para cubrirnos siempre las espaldas.
—Al menos podemos decirle que la escuela no le va a echar en cara
lo que pasó este verano. Nos hemos quitado de en medio a Mulliez —le
digo—. Y fue el único que protestó. Una vez que encontremos a Sol, no
debería haber nadie en nuestro camino.
—En eso te equivocas —dice Finn, curvando los labios.
Frunzo el ceño. —Ella no es un problema.
—Ella sigue aquí. —Zane señala—. Incluso después de tu brillante
idea.
Finn hace otro riff con su guitarra. Nunca he visto a nadie moverse
tan rápido como él. Es como si sus dedos no estuvieran limitados por el
tiempo o la física.
Mi hermano hace rebotar una cuerda. —No es que podamos devolver
a Sol a donde pertenece, aunque lo encontremos ahora.
—¿Estás dudando de mí?
—Estoy señalando lo obvio.
—Fuiste tú quien insistió en darle la oportunidad de que se fuera por
su propio pie —gruño—. Si la hubiéramos roto sin una explicación, habría
sido mejor. Pero ahora sabe lo que queremos. Va a ser testaruda.
—No se ha perdido toda esperanza. Christa ya está poniendo una
diana en su espalda —reflexiona Zane—. No le ha hecho mucha gracia que
la hayas rechazado hoy.
Mis dos hermanos me miran inquisitivamente.
Aprieto los dientes. —Tenía una misión.
—Tenías a Christa dispuesta a hacerte las cosas más raras y la
rechazaste para correr detrás de CC.
Miro con mala cara a Zane por el apodo.
Él me devuelve una sonrisa de suficiencia. —Ninguna misión es tan
importante. Imagina cuánto ha mejorado el juego de Christa ahora que sus
labios son más grandes.
—No te estarás ablandando, ¿verdad, Dutch? —Finn pregunta.
—Ya verás. —Cojo mi guitarra y toco una melodía a juego con la
línea de bajo de Finn—. Cadence no tiene ni idea de lo que le espera. Voy a
arruinarla tanto que nunca olvidará mi nombre.
Eso no es una amenaza.
Es una promesa.

Jinx: Cambia un secreto por otro secreto, Dutch. Estoy recibiendo


todo tipo de preguntas sobre tu relación con Chica Nueva. Acceso a tu sala
de juegos privada. Enfrentamientos calientes en el pasillo. Secuestros al
estilo Tarzán. ¿Hay algo que debería saber?
CAPITULO 10
Cadence
Echaba de menos los días en Redwood Prep cuando era
completamente invisible. Ahora, no puedo caminar por el pasillo sin que la
gente me mire boquiabierta, esperando la próxima sorpresa desagradable de
Dutch y sus secuaces.
Los Reyes son tan creativos como crueles. Sólo esta semana -aparte
de ser cargada sobre el hombro de Dutch como si fuera la cena de un
cavernícola- mi taquilla fue manguereada y mis libros arruinados, mi
teclado de prácticas fue untado con miel, y fui encerrada en el baño. Dos
veces.
Es una broma de nivel de escuela media, pero es muy frustrante.
En este punto, estoy deseando que llegue el fin de semana para poder
descansar de este infierno.
Me dirijo a la sala de música y miro con el ceño fruncido a la sustituta
que está detrás de la mesa del Sr. Mulliez. Es una mujer mayor con el pelo
canoso y ojos de insecto detrás de unas gruesas gafas de ventana.
La mayor parte del tiempo, parece asustada por todos los presentes en
el aula y no hace mucho más que zumbar sobre teoría musical mientras los
demás dormitamos.
Como de costumbre, tomo asiento al fondo y me pongo a mirar por la
ventana, temiendo el momento de empezar la clase.
Me resulta difícil sin el Sr. Mulliez aquí. Todavía siento un ardor en el
fondo del estómago por lo injusto que fue su despido. Cada vez que miro al
sustituto, me acuerdo de la maldad de Dutch.
Por el bien de mi cordura, no tengo más remedio que desconectar
durante la clase.
Estoy contando nubes e intentando averiguar cómo paga Redwood
Prep todo ese mantenimiento del césped cuando la puerta se abre de golpe.
Levanto la vista junto con el resto de la clase y contengo la
respiración cuando entran en el aula. Dutch, Zane y Finn están flanqueados
por sus groupies con uniformes de animadoras. ¿No se supone que las
bailarinas deberían ir colgadas del brazo de los atletas? ¿Por qué están tan
obsesionados con estas estrellas del rock?
—Disculpen —la sustituta se ajusta las gafas— ¿ustedes, alumnos,
pertenecen a esta clase?
Zane se adelanta. Lleva el pelo alborotado hacia atrás en lugar de
dejárselo suelto por la frente. Sus ojos azules brillan con una luz
incandescente.
—No estamos en la hoja de asistencia porque hemos estado de gira,
pero tenemos esta clase.
—Ah, ya veo. —Se ajusta las gafas y se muerde el labio inferior,
claramente encantada.
Uf. Hasta las abuelas se enamoran de la sonrisa de Zane. Supongo que
no debería sentirme tan tonta por haberle seguido directamente a una
trampa aquel día en la sala de prácticas de Cross.
Simplemente ignóralos, Cadence.
Intento desaparecer en mi silla cuando se me pone la piel de gallina y
me invaden oleadas de conciencia. Levanto la vista y veo a Dutch
mirándome.
Hoy lleva pantalones negros y un chaleco oscuro. El conjunto negro
sobre su piel de marfil y su pelo rubio dorado es algo parecido a la poesía.
Sus ojos ámbar me atraviesan y brillan como los de un depredador.
Es tan peligrosamente guapo que resulta imposible creer que tenga mi
edad. Sus ojos, su cara, su confianza pertenecen a alguien que ha vivido
mucho más mundo que cualquier joven de dieciocho años.
Enarca una ceja y yo sé, instintivamente, que no está aquí para seguir
el plan de estudios.
Están aquí para aterrorizarme.
Aprieto los dedos en torno al bolígrafo. Le fulmino con la mirada,
negándome a que me vea retorcerme.
Dutch tiene mucho valor para presentarse en la clase de Mulliez
después de lo que ha hecho. Estoy segura de que si alguien le hiciera una
radiografía del alma, sólo encontraría azufre.
Dutch sonríe cuando me ve fulminarle con la mirada. Se burla de mí
sin decir una palabra.
Mi corazón se revuelve de amargura. Necesito todo lo que hay en mí
para permanecer sentada. Ir corriendo a abofetearle sería hacerle el juego,
por eso me niego a ceder a ese impulso.
Es un secreto a voces que Jarod Cross, el padre de Dutch, Finn y
Zane, ha hecho generosas donaciones al programa de música y a la escuela
en general. Decir que los profesores están en nómina de los Cross no sería
una exageración.
Los hermanos son ahora más poderosos que nunca. Si alguien iba a
hacer algo con Dutch, Finn y Zane, seguro que les han vuelto a meter miedo
en sus agujeros después de lo que le pasó a Mulliez.
Si le doy a Dutch la patada en el culo que se merece, me hará salir
volando de Redwood tan rápido que me dará vueltas la cabeza. La única
manera de vengarme de ellos es aguantar. Y para hacerlo, no puedo ceder a
mi temperamento.
El tiempo parece detenerse mientras los hermanos se dirigen a sus
mesas. Agacho la cabeza, segura de que no van a sentarse a mi lado porque
todos los asientos de la última fila están ocupados.
Pero siguen andando.
Y caminan.
Y siguen andando.
Hasta que llegan a los pupitres que rodean el mío.
Dutch da un golpecito con los dedos en la mesa y el estudiante se
levanta inmediatamente, coge sus bolsas y se apresura hacia la primera fila.
Sus ojos se deslizan perezosamente por mi cara cuando toma asiento
frente a mí. —Brahms.
—¿Qué quieres? —siseo—. ¿Qué haces aquí?
Se limita a sonreír.
Christa, la rubia que había visto en el escaparate, pasa junto a Dutch y
se detiene frente a mi mesa.
Pone las manos en las caderas y me mira con su nariz perfectamente
recta. —Discúlpame. Estás en mi sitio.
No estoy en su sitio y, normalmente, no dudaría en decirle a dónde
puede llevar su escuálido trasero y su actitud remilgada, pero agradezco una
excusa para alejarme de los Cross sin que parezca que estoy huyendo.
—Claro. —Me cuelgo la mochila al hombro.
—Quédate —dice Dutch con voz tranquila y autoritaria.
Mis fosas nasales se encienden, pero finjo no haberlo oído. —Puedes
sentarte aquí. —Hago un gesto hacia mi escritorio y me levanto de la silla
—. Encontraré otro...
Antes de que pueda parpadear, unos dedos largos y calientes se
deslizan alrededor de mi muñeca. Luego, de un tirón, me empuja, pierdo el
equilibrio y vuelvo a caer en la silla.
Sin mirarme, Dutch ordena a su groupie: —Ve a sentarte a otro sitio.
Sus ojos se llenan de dolor, pero lo oculta rápidamente. Me lanza una
mirada asesina, se da la vuelta con un volantazo de la falda y se va dando
pisotones hacia delante.
—Quítame las manos de encima —siseo, arrancándome la muñeca de
su firme agarre.
Dutch arquea una ceja.
Me inclino hacia delante y susurro enfadada mientras la sustituta
empieza su aburrida lección. —¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?
—Sabes lo que quiero, Brahms. —Se gira ligeramente para que solo
pueda ver su llamativo perfil.
Es repugnante la forma en que no tiene un solo ángulo malo. Una
mandíbula dura deja paso a un pelo del color del trigo al sol del verano. Su
nariz es recta y sus labios carnosos y distraídos.
¿Por qué los guapos son siempre los más malvados?
—¿Este es nuestro chequeo semanal? —Siseo—. ¿Vas a pedirme que
me vaya de Redwood cada cinco días?
—Estoy aquí para recordarte que esto no va a mejorar. —Se gira
completamente y sus ojos se clavan en los míos—. Porque nunca voy a
parar.
Un escalofrío me recorre la espalda ante la amenaza y la fría mirada
de sus ojos. Lo dice en serio. Lo dice con todo su ser.
Pero, ¿por qué? Esta obsesión por deshacerse de mí parece demasiado
intensa para ser la huida del aburrimiento de un niño rico. ¿Qué le he
podido hacer a Dutch para que me tenga en su punto de mira?
Llevo días devanándome los sesos y sigo sin entenderlo. Estoy segura
de que no nos hemos cruzado en la vida. Por un lado, un tipo como él -con
estatus y riqueza- no tendría motivos para estar en mi lado de las vías. Por
otro, recordaría una cara como la suya.
—¿Señorita Cooper?
El sonido de mi nombre procedente de la profesora sustituta me hace
incorporarme, alerta.
—¿Hay una señorita Cooper aquí? —vuelve a decir la sustituta.
Todas las cabezas giran en mi dirección.
Con los nervios apretándome en el estómago, levanto lentamente la
mano.
—Tengo aquí —mira una hoja de papel— que eres la única que no ha
hecho su trabajo práctico.
—¿Q-qué?
—Según la oficina, tu tarea tiene que estar hecha hoy. —Aprieta los
labios y se ajusta las gafas—. Vamos.
El miedo se apodera de mi corazón como un perro a una muñeca de
trapo. Me estremezco en mi asiento. —El Sr. Mulliez me eximió de esa
tarea, señora.
—Probablemente porque era su bebé de azúcar. —La afirmación
procede de Christa, que se echa descaradamente el pelo por encima del
hombro y sonríe ante su propia brillantez.
Un estallido de risas sale de la clase y siento que la ira me sube por el
pecho. Estoy dispuesta a apostar dinero a que Dutch el Gilipollas lo ha
preparado todo.
Me tiemblan las piernas cuando me pongo en pie. No me ayuda sentir
la mirada de Dutch clavada en mí. Cuelga el brazo sobre el respaldo de su
silla y me observa atentamente mientras me dirijo al frente. Tiene una
pierna sobre la otra y su expresión es de suficiencia. Está disfrutando,
mientras yo lo odio con cada aliento de mi cuerpo.
Se me hace un nudo en la garganta y me acerco a la profesora en vez
de al piano.
—Perdone —le digo, dando la espalda a la clase— pero no estoy
preparada para el trabajo práctico. Hace unos días manipularon el teclado
que me asignaron en la escuela y no he...
—No importa. Puedes usar este teclado. —Señala su propio
instrumento.
—Por favor. Yo... tengo miedo escénico. —Me da vergüenza
confesarlo, pero no puedo actuar delante de la gente como yo misma. La
última vez que lo intenté me fastidió de por vida.
—Aquí dice que tienes que terminar la tarea para obtener la nota —
insiste la profesora.
—I...
—Vamos, Srta. Cooper. Pierde el tiempo. —Me empuja hacia el
piano.
El sudor me corre por el cuello cuando caigo en el asiento. Siento que
todos me miran, juzgándome. Mi corazón amenaza con explotar.
Doy unos golpecitos con el pie en el suelo, avanzo y pongo las manos
sobre las teclas.
Vamos, Cadence. No es tan diferente de cuando vas disfrazada. Haz
como si fueras otra persona.
Me tiemblan los ojos y me esfuerzo por respirar.
No funciona.
—Lo siento. No puedo —murmuro. Me pongo en pie de un salto,
paso corriendo junto a la asustada profesora y me alejo del sonido de las
risitas crueles. Dutch me mira fijamente hasta que la puerta se cierra detrás
de mí.

Cadence: ¿Fuiste tú quien le dijo a Dutch que tengo miedo escénico?


Jinx: Un secreto por un secreto, Novata. Yo soy la que hace las
preguntas. Tú eres la que responde. ¿Por fin estás lista para jugar?
CAPITULO 11
Cadence
Estoy agradecida por un fin de semana lejos de Redwood. Paso la
mayor parte del sábado trabajando en el restaurante. El domingo, mi día
libre, Viola y yo tenemos un día de spa e invitamos a Breeze.
En cuanto veo a mi mejor amiga, la abrazo. Se ríe torpemente -Breeze
no es muy amiga de las demostraciones de afecto en público- e intenta
soltarme el brazo, pero yo la agarro con más fuerza.
He decidido no contarle a nadie lo que está pasando en Redwood.
Especialmente a Breeze. Aparecerá en mi nuevo colegio con un machete,
exigiendo ver a Dutch.
Sería como una hormiga atacando a un gigante. Dutch no dudaría en
aplastarla bajo su bota.
No quiero que mi hermana o mi mejor amiga estén en la lista negra de
Dutch. Es más seguro para todos si me guardo mis problemas para mí.
Pero la rabia, la frustración y la impotencia han estado hirviendo
dentro de mí y necesitan una forma de salir. A veces, dar una paliza a un
saco de boxeo no es lo mismo que abrazar a un amigo.
—¿Tanto me echas de menos? —Breeze se ríe.
Asiento con la cabeza.
Me palmea la espalda. —¿Qué te pasa? ¿No has hecho ningún amigo
súper rico en Redwood?
—Ninguno tan bueno como tú —murmuro. Serena cuenta como
amiga, bueno, medio amiga. ¿Una especie de amiga? No la he visto por
aquí desde que se auto invitó a mi mesa.
—¿Y los chicos? —pregunta Breeze.
—¿Qué pasa con los chicos? —Respondo inocentemente.
—Dime que has tenido algo de acción. —Breeze mueve las cejas—.
Un poco de actividades por debajo de la mesa. —Hace un gesto con los
dedos—. Si sabes a lo que me refiero.
Le doy un manotazo. —Deja eso.
—¿Crees que los chicos ricos de Redwood Prep irían a por ella? —
pregunta Viola, entrando en la habitación.
Lleva el pelo largo recogido en una coleta que agita alegremente
cuando se sienta a mi lado. Tiene los brazos llenos de mascarillas baratas,
pepinos y esmalte de uñas.
—Tu hermana tiene una cara preciosa y un cuerpo espectacular —
argumenta Breeze—. Además, a los chicos no les importa si una chica tiene
dinero. Lo único que les importa es...
Le tapo la boca a mi mejor amiga con una mano. —Los chicos no son
una prioridad para mí ahora mismo. —Miro fijamente a mi hermana—. Y
definitivamente no deberían serlo para ti.
Viola pone los ojos en blanco.
Le muevo un dedo. —Lo digo en serio.
Mamá se quedó embarazada cuando era adolescente. Algunos vicios
son hereditarios, pero espero como una loca que el gen de -quedarse
embarazada antes de los dieciocho- nos salte por completo a las dos.
Viola está mucho más loca por los chicos que yo, lo que me preocupa.
Yo trabajo la mayor parte del tiempo y ella no tiene a nadie más que se
asegure de que está a salvo. “Una cosa llevó a la otra” no es el tipo de
historia que quiero que tenga mi hermana.
Se burla. —No voy a ser virgen como tú toda mi vida.
—Ser virgen no tiene nada de malo —me defiendo.
—¿Sabes qué sería genial? —Breeze me pasa un brazo por el cuello
—. Si encontraras a un chico muy guapo en Redwood Prep que te hiciera
estallar la cereza.
—No, eso suena fatal —murmuro, pensando en todos los chicos
pretenciosos que he conocido.
Breeze se ríe. —¿Estás segura de que nadie te ha prestado atención?
Quiero decir, te he visto con esa falda corta de Redwood Prep. Cada vez
que te agachas, enseñas una mejilla.
—¡No lo hago! —Jadeo.
Breeze sonríe. —A menos que esos tíos estén ciegos, alguien ya
debería haberte arrastrado a un rincón oscuro.
Pienso en las manos calientes y pesadas de Dutch. Al sentirlas sobre
mis muslos, todo mi cuerpo arde en llamas. Lo vergonzoso es que no estoy
segura de si esas llamas eran de deseo o de odio.
—Créeme. No hay ningún tío en Redwood —le digo al suelo.
—¿Y si no está en Redwood? —reflexiona Viola. Coge un pincel
pequeño, vierte una mezcla en un cuenco y empieza a remover—. ¿Y si es,
no sé, amigo de Rick?
—¿Tu hermano mayor buenorro tiene un amigo mayor buenorro? —
Breeze jadea—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no había nada que contar.
—Le dio eso a Cadence. —Viola señala el saco de boxeo.
—¿Qué demonios? —Los ojos de Breeze están a punto de salírsele de
la cara—. ¡Eso es tan dulce!
—¿Un saco de boxeo es dulce? —Resoplo.
Viola se levanta para coger algo de la nevera.
Mientras se va, acerco a Breeze y le hablo en voz baja. —No me
malinterpretes. Hunter intentó darme dinero para la electricidad, pero lo
rechacé. Después de eso, trajo el saco de boxeo.
—¿Vino hasta aquí para pagarte la electricidad? —Breeze sisea—.
¿Por qué no has saltado sobre él todavía?
—Porque no soy una prostituta —susurro acaloradamente—. ¿Se
supone que tengo que acostarme con el primer tío que me pague las
facturas?
—No, claro que no. —Breeze mastica otro pepino—. Te acuestas con
el segundo que te paga las facturas.
—Breeze.
—¿Le agradeciste al menos el regalo?
—No lo hizo —dice Vi con elegancia, volviendo al salón.
Le lanzo una mirada sombría por su traición.
Breeze se apoya en sus delgados brazos e inclina la cabeza hacia el
techo. —Estoy muy decepcionada contigo, Cadey. Te has pasado toda la
vida cuidando de ti misma y ahora que hay un superguapo...
—Nunca dije que estuviera súper bueno.
—-Es literalmente imposible que no esté súper bueno si te ha dado un
saco de boxeo. —Se echa el pelo rubio por encima del hombro—. Vas a
enviarle un DM a Hunter y darle las gracias.
—No, no voy a hacerlo.
—Bien. Entonces lo haré yo. —Breeze se abalanza sobre el sofá y
agarra mi teléfono.
—¡No! —Grito.
Viola me detiene. Me rodea con las piernas como una luchadora y
grita: —¡Hazlo, Breeze!
Mientras mi traidora hermana me sujeta, mi mejor amiga abre mi
teléfono.
Me doy cuenta de que va a ver mis mensajes a Jinx y el pánico me
invade. Haciendo retroceder a mi hermana con todas mis fuerzas, arremeto
contra el teléfono.
—¡Lo voy a hacer! Lo haré.
—Esa es mi chica —dice Breeze, sonriendo victoriosa.
Cojo mi teléfono, navego hasta los DMs de Hunter y tecleo un
mensaje.
—Gracias por el saco de boxeo. ¿Ves? Ya lo envié. —Se lo enseño
como prueba.
—¿Crees que responderá? —Breeze pregunta.
Espero que no. De hecho, en cuanto Breeze y Viola no estén mirando,
pienso borrar ese mensaje.
Como si pudieran leer mis pensamientos, se quedan mirando el
teléfono esperando una respuesta.
Cuando pasan cinco minutos, dejo el teléfono a un lado. —Fíjate. No
se molesta en responder. A lo mejor no quería decir nada.
—O quizá no le gustan mucho las redes sociales. —Breeze pulsa la
pantalla—. No ha actualizado sus redes sociales desde hace más de un año.
—¿Podemos dejar de hablar de Hunter y volver a un relajante día de
spa? —Le ruego—. Este es mi único tiempo libre del trabajo y no quiero
pasarlo pensando en chicos.
Breeze tira el teléfono. —Vale. Viola, cúbreme.
Disfrutamos del resto de nuestro tiempo juntas. Breeze incluso se
queda a dormir y me ayuda a prepararme para ir al colegio antes de irse con
Vi a coger el autobús.
Estoy tan renovada del día de spa que, el lunes, los enormes edificios
y las agujas en forma de castillo de Redwood Prep parecen más un cuento
de hadas que una mansión encantada.
Incluso consigo sonreír a las animadoras que se cruzan conmigo en el
pasillo y me miran con sus ojos de hielo. Sin embargo, no se interponen en
mi camino, lo cual es un pequeño milagro.
Lo bueno sigue rodando cuando llego a mi taquilla y la abro para ver
que está libre de agua, ranas o cualquier otra chiquillada que se le ocurra a
Dutch.
Hablando del imbécil real, no lo veo ni a él ni a sus hermanos durante
casi toda la primera hora. Espero que se hayan ido de excursión y no
vuelvan hasta la graduación.
Pasan tres horas sin incidentes. Me siento bien y voy a la cafetería por
mí almuerzo. Como tengo una beca, dispongo de una tarjeta especial para
comer. Como las opciones son limitadas, paso por alto la barra de sushi, las
hamburguesas gourmet y las bandejas veganas y elijo un sándwich de atún
y una botella de zumo de naranja.
Satisfecha, me doy la vuelta para llevar mi bandeja fuera.
Es entonces cuando un tipo con una chaqueta de fútbol me golpea en
el hombro.
Me tambaleo sobre mis pies, agarrando la bandeja mientras avanzo a
trompicones. A duras penas consigo mantenerme en pie, junto con el
bocadillo y el zumo.
—Cuidado, zorra —murmura.
Me sube la temperatura y no puedo contenerme. —¿Cómo dices?
El deportista gira suavemente sobre sus pies y me mira fijamente.
Le devuelvo la mirada.
Se burla, se revuelve el pelo alborotado y lanza a sus amigos una
mirada de —¿puedes creerte a esta tía?
—Estaba teniendo un día jodidamente bueno. —Me tiembla la voz
por la rabia y la irritación. Me siento tan bien cuando por fin puedo
arremeter contra alguien. Aunque ese alguien no sea Dutch—. Así que lo
menos que puedes hacer es disculparte.
—¿Por qué iba a disculparme? —resopla— con una puta.
Puedo sentir el calor subiendo por mis mejillas. Todo el mundo nos
está mirando y eso sólo empeora la humillación.
Aprieto con fuerza la bandeja, pensando si debería golpearle la cabeza
con ella. Entonces pienso en Viola y en el sacrificio que hizo el Sr. Mulliez
para que me quedara en Redwood. Pienso en el dinero que tendré que
devolver si pierdo la beca.
Decido que este imbécil no merece una pelea y contengo mi rabia.
—Da igual —murmuro. E intento pasar a su lado.
Se interpone en mi camino. —¿Adónde vas, cariño? —Me empuja y
yo retrocedo—. Ya que estás aquí, ¿por qué no me das el mismo trato que le
diste a Mulliez? —Saca la entrepierna hacia mí para que no se me escape lo
que quiere decir.
—Sí —dice una voz— ¿por qué no te pones de rodillas aquí mismo,
Brahms?
Cada nervio de mi cuerpo se tensa cuando oigo esa voz cruda y
sedosa.
Es Dutch.
CAPITULO 12
Cadence
La cafetería se sume en un tenso silencio. Todo el mundo contiene la
respiración por miedo a que la más silenciosa de las toses interrumpa el
drama.
Unos pasos retumban detrás de mí. Reconocería el sonido de los
pasos de Dutch en cualquier parte, no sólo porque suele insinuar mi
inminente miseria, sino porque es un ritmo entrecortado.
Thud, thud, thud.
Engreído y medido, inspira una melodía inquietante. Del tipo que
sonaría en el Conde Drácula justo antes de que el vampiro se levante de su
ataúd para darse un festín en la noche.
Ahora está más cerca. Puedo oírlo por sus pasos y sentirlo por las
punzadas que me recorren la piel.
No muevo ni un músculo cuando siento que Dutch se acerca a mí. Su
energía chisporrotea de ira, pero no se le nota en la cara. Su mirada es
tranquila, imperturbable.
—Vamos, Brahms. —Dutch coge el bocadillo de mi bandeja. Pela el
plástico transparente con grandes manos—. Todos estamos esperando el
espectáculo.
Giro la cabeza y le fulmino con la mirada.
Dutch arquea las dos cejas e inclina la cabeza, insistiendo. Apenas
puedo contener las ganas de golpearle con la bandeja.
—O, y aquí va una idea mejor —Dutch asiente despreocupadamente
al deportista—¿por qué no empiezas tú a desnudarte primero?
—¿Yo? —El deportista tiembla.
—¿Con quién más podría estar hablando?
Se queda mirando fijamente a Dutch.
Con el bocadillo aún en la mano, Dutch avanza tranquilamente. —
¿No quieres?
El deportista cae en la cuenta porque levanta ambos brazos y
retrocede temeroso. —Dutch, tío, no quiero problemas.
La mirada de Dutch se endurece. Toda su cara se ha vuelto fría.
Mis ojos oscilan entre el atleta zalamero que inclina la cabeza y el
príncipe tatuado. Dutch no ha hecho ningún movimiento, ni siquiera ha
levantado las manos, y sin embargo parece como si el deportista acabara de
recibir una paliza real.
—¿Ves a esa chica detrás de mí? —susurra Dutch.
Los ojos asustados del deportista saltan hacia mí antes de volver a
Dutch.
—No te metas con ella sin mi permiso.
Una bocanada de aire sale de mis pulmones y, con ella, la pizca de
gratitud que había empezado a sentir hacia Dutch.
Frunzo el ceño en su dirección.
—¿He sido claro? —Dutch coloca las manos sobre los hombros del
deportista y roza la parte superior de su camiseta de fútbol.
—Sí.
Con la mandíbula tensa, Dutch da una zancada hacia mí.
—¿Qué demonios ha sido eso? —siseo.
No contesta. En lugar de eso, destapa mi zumo de naranja y se lo bebe
de un trago. Luego se limpia la boca con el dorso de la mano, tapa mi
botella y la vuelve a tirar en la bandeja.
Estúpido imbécil.
Me doy la vuelta, con las fosas nasales encendidas y dos fuerzas
opuestas luchando en mi interior. Por un lado, ha puesto a ese deportista en
su sitio. Sean cuales sean sus intenciones, me ha ayudado.
Por otro, me reclamó como de su –propiedad- y básicamente admitió
ser el único que puede maltratarme.
Dutch no intentaba rescatarme. Sólo estaba impidiendo que otros
matones me destrozaran para poder hacerlo él mismo. Los motivos
básicamente anulan el resultado.
Los alumnos se apartan del camino de Dutch cuando sale de la
cafetería. El deportista corre en dirección contraria. Sus amigos futbolistas,
todos con cara de vergüenza, se arrastran detrás de él.
Me quedo sola, rodeada de las miradas de todos. Una vez más, soy el
fenómeno de Redwood Prep.
Con un resoplido, tiro el resto de la comida a la basura y salgo
corriendo detrás de Dutch. La puerta se cierra detrás de mí, pero cuando
miro a derecha e izquierda, Dutch no está a la vista.
Decidida, elijo un camino y empiezo a correr. Cuanto más pienso en
lo que acaba de pasar, más me indigno.
¿Cómo se atreve a –reclamarme- delante de todo el colegio? ¿Parezco
un juguete? ¿Parezco su juguete?
Mis alborotados pensamientos se detienen en seco cuando doblo la
curva y veo un espectáculo sensorial.
El tiempo parece ralentizarse cuando Dutch Cross se quita la camiseta
y se echa agua del grifo por la cabeza. Los músculos de su espalda se
flexionan y mis ojos recorren con avidez los tatuajes de su brazo y su
hombro.
Hay mucha más tinta de la que había imaginado. No es que hubiera
sido capaz de ver nada debajo de todos los chalecos de jersey. Pero resulta
que Dutch ha transformado su cuerpo en una obra de arte andante y es lo
más sexy que he visto nunca.
Se gira, mostrando unos abdominales igual de sexys, y lo único en lo
que puedo pensar es en lo peligroso que es estar aquí, sola, con él.
Doy un paso atrás, pero es demasiado tarde. Me ha pillado. Su
expresión se tensa y se me queda mirando como si pudiera ver cada sucio
pensamiento que ha pasado por mi desordenada cabeza.
Debo de estar loca si estoy sedienta por el chico que ha hecho de mi
vida en Redwood un infierno.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta sombríamente.
Al oír sus palabras, la ilusión se rompe y vuelvo a odiar sus hermosas
tripas tatuadas.
Aparto los ojos de su cuerpo y le fulmino con la mirada. —Te has
comido mi bocadillo y te has bebido mi zumo. Tienes que pagar por ello.
Su mirada parpadea divertida. Sus labios se curvan un segundo antes
de volver a su expresión natural de -me importa un bledo-.
Me siento valiente y levanto la barbilla. —Has arruinado mis libros de
texto, has arruinado mi piano de prácticas, has arruinado la vida de mi
profesor favorito. Pero no dejaré que me arruines el almuerzo.
—¿Qué?
—Te comiste mi sándwich. ¿No estoy hablando en inglés?
Me estudia durante un largo momento en el que empiezo a dudar de
cada parte de este plan.
Entonces empieza a moverse.
Cuando Dutch cruza hacia mí, toda pizca de valentía que creía tener
se evapora.
Empiezo a retroceder.
Dutch es enorme. Su cuerpo es glorioso, seguro, pero también es un
arma. Vi la forma en que tiró a ese deportista en la cafetería y el otro tipo no
era pequeño. No puedo imaginar lo que podría hacerme.
Los nervios se me revuelven en el estómago y levanto una mano. —
Mantén la distancia, Cross, o...
El resto de mis palabras se quedan atrapadas en la garganta cuando
Dutch extiende los brazos y me atrapa contra el lavabo. La parte baja de mi
espalda choca contra el saliente del lavabo. La humedad se cuela por mi
cadera, encontrándose con la superficie de mi piel caliente.
Retrocedo un poco, pero Dutch me sigue con la cabeza. Está tan
cerca, tan intenso. Lucho contra las ganas locas de restregar mis manos por
sus músculos. El calor me sube por la espalda y me ruboriza el cuello y la
cara.
Dutch me mira con los ojos entrecerrados. Tiene el pelo húmedo y
suelto. Veo cómo una gota de agua patina por su fuerte nariz hasta la parte
superior de sus deliciosos labios, curvándose a su alrededor de la forma en
que mi lengua me lo pide de repente.
—Yo exijo, Brahms. —Se inclina un poco más. El pulso de mi
corazón baja a algún lugar entre mis piernas—. Y yo hago las preguntas. —
Me agarra con fuerza cuando intento zafarme—. Ah-ah, ratoncito. Me has
seguido hasta aquí. Afronta las consecuencias.
—Suéltame. —Empujo contra él. Es como intentar mover una
montaña. Una montaña que me está mojando a mí y a mi ropa.
—¿Por qué huiste el viernes pasado? —me pregunta Dutch, con los
ojos fijos en mí.
Dejo de forcejear y miro fijamente su atractivo rostro, segura de haber
oído mal. —¿Qué?
—Pensé que nuestras fuentes estaban equivocadas, pero realmente
tienes miedo escénico.
—¿Fuentes? ¿Estás hablando de Jinx?
Esto se está volviendo espeluznante. ¿Cómo sabía ese número
anónimo lo de mi miedo escénico?
—Recuerda, Brahms —me agarra la mejilla para obligarme a mirarle
— yo hago las preguntas.
Su agarre no es duro, pero sí firme. Me lo quito de encima. —¿Por
qué quieres saberlo?
—Eres la elección especial de Mulliez. ¿Por qué demonios estudias
música si te da miedo?
—No me da miedo la música, bufón. —Le fulmino con la mirada—.
Me dan miedo las multitudes.
No tengo ni idea de por qué está teniendo lugar esta conversación y,
sobre todo, no tengo ni idea de por qué cuando Dutch está medio desnudo y
empapado, pero parece que estoy atascada.
Entrecierra los ojos y está claro que espera más.
Quizá sea el estrés o que aún estoy demasiado nerviosa por lo que
pasó en la cafetería, pero las palabras salen a borbotones.
—Cuando era niña, mi madre cambiaba la música por las drogas. Me
arrastraba a antros con gente rara y drogadictos y me sentaba al piano. Era
oscuro, humeante y tenía algo peligroso. —Me estremezco—. Había algo
raro en la música que tocaba allí. Me contaminaba. Lo manchaba todo. —
Resoplo—. No es que sea asunto tuyo.
Me mira pensativo. No sé qué significa y, sinceramente, no quiero
saberlo.
Por eso doy gracias cuando oigo voces que vienen hacia nosotros. Un
grupo de estudiantes se acerca desde el patio.
Las manos de Dutch se aflojan sobre mí cuando su atención se vuelve
hacia ellos. Aprovecho para sacarle la cartera del bolsillo trasero. Cuando se
da cuenta de lo que hago, ya me he llevado un billete de cinco dólares.
Sus cejas se cierran sobre sus ojos ámbar. Su voz es una profunda
advertencia. —¿De verdad quieres morir, Brahms?
Antes de que pueda abalanzarse, los estudiantes nos ven.
—Dutch, no sabíamos que estabas... ocupado.
No puedo imaginar la imagen que debemos dar. Dutch está sin
camiseta y me mira fijamente. Todo mi top está empapado de agua. Estoy
bastante segura de que todos pueden ver a través de mi sujetador de encaje
negro.
—¿Nos vamos?
Dutch hace un sonido en lo profundo de su garganta.
—No, pueden quedarse. —Tiro su cartera al fregadero y sonrío
cuando cae como una piedra—. Feliz pesca.
—¡Cadence! —Grita Dutch.
Es la primera vez que me llama por mi nombre, y no me quedo para
oír las palabras que le siguen.
Salgo corriendo, patino hacia la cafetería y me mezclo con los demás
chicos.
Espero haberle arruinado la cartera.
Espero haber arruinado todo su día.
Eso es sólo una muestra de todo el infierno que planeo provocarle.
Dutch Cross va a desear no haberse metido nunca conmigo.
CAPITULO 13
Cadence
El salón es un hervidero de charlas, tintineo de tenedores y risas, pero
yo estoy en mi propio mundo al piano. Mis dedos patinan sobre las teclas
blancas y negras, arrancando melodías de mi alma retorcida.
Ahora mismo debería estar embelesada. Esta semana en Redwood ha
sido tranquila. Sobre todo porque los hermanos Cross no han estado
deslizándose por los pasillos, dejando estragos y corazones rotos a su paso.
Se rumorea que fueron a visitar a su madre. En su ausencia, mi
casillero no ha sido manipulado. Mi teclado se ha mantenido limpio y el
profesor de música no tiene más ideas brillantes para obligarme a subir al
escenario.
Se suponía que la tranquilidad me haría sentir segura, pero sólo me ha
puesto más nerviosa.
Dutch no es de los que se echan atrás fácilmente. Aún no me he ido
de Redwood Prep, lo cual es... obvio. Y también empapé su costosa
billetera. Va a tomar represalias.
Sólo que no sé cómo.
O cuándo.
Y esa aterradora espera ha estado jugando con mi cabeza.
Inhalo profundamente e intento alejar de mi mente los pensamientos
sobre su preciosa cara y su físico aún más atractivo.
No funciona y acabo lanzando acordes disminuidos a mi pieza. La
música se vuelve entrecortada, insuflando vida a mi agitación. O quizá es
mi agitación la que da vida a la melodía. En cualquier caso, se alimentan
mutuamente.
Ahora la pieza es mía. Estas notas no pertenecen al compositor
original, pero me siento bien, así que continúo.
Estoy en el crescendo. Ojos cerrados, balanceándome, la cabeza
echada hacia atrás. El único lugar donde me siento libre es aquí, en la
música. Todas las notas se suceden. Un relajante efecto dominó. La lluvia
empapa el suelo agrietado y seco.
Me alegro tanto de haber podido volver a ella. Estoy tan contenta de
que la oscuridad que mamá trajo a la música no me alejara de ella.
En mitad de mi pieza, la piel empieza a hormiguearme por todas
partes. Abro los ojos y escudriño a la multitud.
El salón está lleno esta noche. Los clientes adinerados acuden en
masa a este bar de mala muerte, pero no es por su interior ahumado y su
decoración sutil pero elegante.
Es por el temperamental chef que se ha labrado una reputación.
Gorge's es el tipo de local que reparte menús para guardar las
apariencias, pero no esperan que los clientes pidan en ellos. De hecho,
siempre es fácil distinguir a los novatos por la forma en que hojean los
folletos.
Gorge es una criatura mitad humana y mitad sobrenatural. Echa un
vistazo a una mesa y sabe exactamente qué servir, además del vino perfecto
para acompañarlo. Nunca ha habido una mesa que se haya arrepentido de
dejarle elegir.
O al menos, eso es lo que me dijo el gerente cuando empecé a trabajar
aquí.
La gente rica y sus novedades.
No me importa si las -super habilidades- del chef son un truco. Estoy
aquí en Gorge's porque el sueldo es mucho más alto que el de ayudante de
camarero. El chef cree que mi música -combina perfectamente con sus
comidas- y eso significa que recibo un buen cheque al final de cada noche
más propinas.
Además, Gorge's es más seguro que la calle. El personal me cuida y,
aunque a veces los clientes se me acercan e intentan ligar, en cuanto me
siento incómoda, una de las chicas interviene de inmediato.
Presiono suavemente las teclas con los dedos, las notas son tímidas y
reprimidas mientras intento localizar la razón del cambio en el aire que me
rodea.
Y entonces lo encuentro.
Dutch está allí, en una cabina con Finn y Zane. Lleva una camiseta
desteñida que le cruza los hombros. Sus vaqueros están rotos por las
rodillas. Sus ojos ámbar son como los de un león, fieros y dorados.
Mis dedos no aciertan con la tecla correcta y una nota discordante y
fea resuena en el salón. Nadie parece darse cuenta de la torpeza, pero aun
así siento que las mejillas se me inflaman. He suspendido porque él estaba
mirando.
Finn y Zane abandonan la mesa, sus intimidantes figuras se
confunden con las sombras del fondo. Dutch permanece sentado, con los
ojos clavados en mí. Tiene una expresión que nunca había visto antes. Sigue
siendo intensa, pero no tan gélida. Es contemplativa y un poco
desagradable, como si odiara los sentimientos que la música despierta en él,
pero no podría apartar la mirada aunque quisiera.
Los latidos de mi corazón se aceleran porque no sé qué hacer con eso.
¿Sentirme orgullosa de que mi música afecte al dios de Redwood Prep?
¿Estar triste porque eso demuestra que tiene alma?
Le echo otro vistazo. Ahora tiene la cabeza inclinada y los ojos
cerrados. La inclinación de su boca golpea la luz y es todo lo que puedo
hacer para seguir tocando.
Una inquietud largamente guardada choca con una nueva rabia, como
una guerra de olas opuestas.
Vuelvo a aquel momento en que me atrapó contra el lavabo exterior,
con las gotas de agua brillando sobre su piel morena y su cuerpo esculpido
y cincelado a la perfección, apretándose contra el mío.
Odio que pueda hacerme sentir así, fuera de mí y sin aliento.
Arrancando mi mirada de la suya, termino la canción con dedos
temblorosos, cerrando un final abrupto.
Las patas de la silla rozan la tarima de madera cuando retrocedo.
Ignorando los aplausos de los comensales, me pongo en pie de un salto y
atravieso las puertas exclusivas para empleados que hay detrás de la barra.
Necesito distancia. Necesito un coche para huir. Pero todo lo que
puedo hacer es agacharme contra la pared e intentar recuperar el aliento.
—¿Has visto a esos modelos ahí fuera?
—Pensé que me desmayaría. No creía que existieran personas con ese
aspecto fuera de las películas.
—Lo sé bien.
Las camareras dejan de chillar un rato.
Luego una de ellas dice: —Me gustaría ser Cadence como-se-llame.
—Lo sé. Daría literalmente lo que fuera por ser la chica que buscan.
Sus palabras me paran en seco. Sin pensarlo, tropiezo hacia ellos. —
¿Qué acabas de decir?
Las mujeres me miran asustadas.
—¿A quién buscan? —vuelvo a preguntar, con la voz tensa.
—No lo sé. La asiática volvió aquí preguntando si conocíamos a una
chica llamada Cadence.
El sudor brota bajo mis axilas y bajo mi camisa.
Jinx ataca de nuevo. Es la única forma de que los Reyes sepan dónde
trabajo después de clase.
¿Cómo sigue sabiendo todas estas cosas sobre mí?
Es un misterio para otro día. Sólo hay una razón por la que Dutch,
Finn y Zane estarían buscándome justo después de volver de visitar a su
madre. Y dudo que sea para traerme recuerdos de su viaje.
—¿Sabes quién es Cadence, cariño?
Las camareras me miran fijamente.
Mis nervios y mi miedo se disparan. No di mi verdadero nombre a la
sala cuando me contrataron, pero aun así me siento expuesta.
—Eh, no. Yo... no. —Parpadeo rápidamente.
Vaya forma de sonar legítima, Cadence.
—Por cierto, ¿qué haces aquí detrás? Tu set aún no ha terminado.
Me cubro el estómago con un brazo. —No me encuentro bien, así que
me quitaré esto -hago un gesto hacia mi ropa de actuación, que consiste en
una camiseta roja de tirantes, una cazadora de cuero y unos vaqueros
ajustados- y me iré ya.
—Muy bien, cariño. Se lo diremos al encargado.
—Gracias.
Mientras salgo de la cocina, miro a mis espaldas para asegurarme de
que ninguno de los hermanos me ha visto.
Como Dutch no ha irrumpido automáticamente en mi piano y Finn y
Zane andaban preguntando por mí aunque estaba justo delante de ellos,
significa que mi disfraz ha funcionado. Soy totalmente invisible para ellos.
Sin embargo, si siguen mirándome fijamente, van a ver las similitudes
entre esta versión disfrazada de mí y la que aterrorizan en Redwood Prep.
No puedo permitirlo.
Me lanzo al camerino y cierro la puerta de un portazo. Hay un
pequeño espejo en el tocador y veo mi reflejo.
¿Tan diferente estoy?
Levanto el cristal y me miro la cara. Vi me maquilla antes de irme al
salón. Se lo toma como una práctica y le da un berrinche si alguna vez
intento hacerlo yo.
Normalmente, cuando me miro en el espejo mientras ella trabaja, veo
unos grumos de color bronce que parecen pintura de guerra. Pero para
cuando lo alisa todo, mis pómulos parecen más afilados, mi mandíbula más
delgada y mi nariz como si me hubiera hecho la cirugía plástica.
El maquillaje da miedo.
Junto con las lentillas verdes y la peluca roja, estoy a salvo. Mientras
ninguno de los chicos me vea de cerca.
Mis dedos trepan hasta la peluca y empiezo a arrancármela cuando
llaman a la puerta.
—Hola, ¿busco al pianista? El gerente me dijo que podía encontrarte
aquí —dice una voz familiar.
El pánico me recorre las venas.
El pánico se multiplica por diez cuando veo girar el pomo de la
puerta.
Tengo segundos para ponerme la peluca en su sitio.
Dutch entra y, a estas alturas, ya debería estar preparada para la forma
en que llena la habitación.
Pero no lo estoy.
Sin el uniforme de Redwood Prep, parece más grande, más alto y más
peligroso. Ojalá pudiera detener el tiempo de algún modo para verlo y
rodearlo, dejándolo solo en una habitación vacía.
Tiene el pelo revuelto por toda la cara y me doy cuenta de que me
gusta ese aspecto desordenado. Lo cual es inquietante, porque es una
amenaza y un destructor de vidas y no debería gustarme nada de él.
Unos ojos ambarinos me estudian.
Siento calor por todo el cuerpo y desvío rápidamente la mirada.
Cuanto más tiempo paso cerca de Dutch, más me doy cuenta de por
qué no se molesta en hacer demostraciones de violencia machista. Su
mirada es violenta. Es pesada, oscura e imponente.
Nerviosa, bajo la voz y le pregunto: —¿Me has perseguido hasta aquí
sólo para mirarme?
Sus cejas se fruncen y espero que no sea porque reconoce mi voz.
Desde que era niña, he sido capaz de hacer grandes imitaciones. Al
igual que las notas musicales, cada voz tiene su propio tono.
Cuando Viola era más pequeña, me rogaba que le leyera cuentos antes
de dormir. Insistía: -Voces, voces-. Y yo me metía en su personaje,
cambiando mis tonos para dar vida a los personajes de los cuentos.
Ahora me apoyo mucho en esa habilidad, esperando que Dutch no se
dé cuenta.
Se lleva una mano al bolsillo. —He venido a...
—¿Preguntar si he visto a una chica llamada Cadence? —Me
entrometo.
Mi ansiedad está por las nubes. Necesito sacarlo de esta habitación,
de este salón, de mi vida lo antes posible.
—No la he visto. —Me alejo de él, esperando que capte la indirecta y
se aleje por su cuenta.
Pero debería saberlo.
Dutch Cross no se va antes de conseguir lo que ha venido a buscar.
Se queda en la puerta. Su mirada me acaricia de una forma que me
hace arder la sangre.
Cuando se hace el silencio, me doy cuenta de que no debería ser tan
despectiva. Dutch nunca me contaría -a mi verdadero yo- la razón por la
que está tan empeñado en hacerme la vida imposible. Pero él no conoce esta
versión. Quizá pueda sonsacárselo mientras estoy disfrazada.
Me giro bruscamente y levanto la barbilla. —¿Por qué vas por ahí
preguntando por ella? ¿Te ha hecho algo?
Da un paso hacia la habitación, despacio, como si fuera a desaparecer
como un espejismo si se mueve demasiado rápido. Tiene el rostro
pensativo. Su nariz fuerte y su barbilla se abren paso entre las sombras.
El silencio es opresivo y la temperatura sube cuando se acerca a mí.
Nunca había sentido tanta tensión. Es tan frágil que una palabra la haría
añicos.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta. La vibración de su voz me
estremece de un modo que ni siquiera la música es capaz de hacerlo.
Su cuerpo es más grande de lo que recordaba, su duro pecho se
detiene a un suspiro de mi cara. Es mi enemigo en Redwood Prep. Pero
ahora mismo no me mira como si quisiera destrozarme.
Tardo un momento en darme cuenta de que estoy boquiabierta. Cierro
la boca de golpe y cambio de una pierna a otra. —¿Por qué quieres saberlo?
—Porque toda canción perfecta merece un nombre.
Mis pestañas parpadean. ¿Acaba de decir algo romántico?
Cuando su mirada ámbar se clava en mí, juro que el corazón se me
sale de las costillas y empieza a latir como un murciélago por la habitación.
Entonces lo veo: el interés que parpadea en su mirada. Creía que
había venido a buscarme a mí, a mi verdadero yo. Pero no es así. Ha vuelto
porque le gusta mi alter ego.
La energía recorre mi cuerpo, crepita como un relámpago. Ha habido
tantos momentos en Redwood Prep en los que sentía que la luz al final del
túnel se hacía cada vez más pequeña. Tantos momentos en los que todo lo
que quería era una oportunidad para nivelar el campo de juego.
No he tenido muchas oportunidades de volver al gran Dutch Cross.
Ahora que se abre una puerta ante mí, me siento audaz.
De ninguna manera voy a dejar que este momento se me escape de las
manos.
Con una mirada poco impresionada, le sonrío. —¿Te suele funcionar
esa frase?
Se le dibuja una sonrisa en la cara, pero desaparece tan rápido que no
sé si me la he imaginado.
—Suele bastar con eso, sí. —Se encoge de hombros, pero el brillo de
sus ojos es cualquier cosa menos despreocupado—. ¿Cuánto tiempo llevas
jugando?
El interés de su voz me toma por sorpresa. —Hace tiempo.
—Nunca había oído a nadie deconstruir a Chopin así. Tu profesora de
piano debe de adorarte.
La mención de mi profesor de piano me recuerda al Sr. Mulliez y me
hace desear el dolor de Dutch.
Doy un paso deliberado hacia delante. —La gente evoluciona. No veo
por qué la música no puede hacerlo también. La música es un reflejo de
nosotros. De quiénes somos, de dónde venimos y quiénes queremos ser.
—También es una medida de perfección. Si no la tocamos
exactamente bien, no ganamos.
Arrugo la nariz. —Creo que nuestra obsesión por aferrarnos a las
cosas, por intentar conservarlas para que sean exactamente como siempre
fueron, puede impedirnos ver lo que es importante.
Su mirada se desliza por mi cuerpo. Cuando vuelve a subir, me doy
cuenta de que no es un juego al que pueda jugar a la ligera. —¿Y qué es
eso?
Hinco los dientes en el labio inferior. —Los compositores intentan
transmitir un sentimiento, no una partitura perfecta. Es más fácil destruir los
clásicos cuando pienso que algunos de esos tipos podrían ser los primeros
en destruir también su propia obra.
Mis palabras me hacen ganar una lenta sonrisa que hace que las
llamas me lleguen hasta los dedos de los pies.
Me paralizo, odiándome por haberme dado cuenta. Es Dutch, el
destructor de vidas y almas. El tipo que se ha asegurado de que, en las
últimas semanas en Redwood Prep, haya tenido algo con lo que
destrozarme el día entero.
Arrastro al Sr. Mulliez al frente de mi mente y mantengo mi corazón
en la misión. ¿Cómo utilizo el interés de Dutch de forma que le haga más
daño?
Sigo mordiéndome el labio inferior. Como no paso la mayor parte del
tiempo arrebatando caramelos a los bebés como hace Dutch, las ideas no
me vienen tan rápido como pensaba.
Necesito entretenerme un poco más.
—Deberías saber lo importante que es marcar tu propio camino —
digo con voz ronca—. Después de todo, tú también eres músico.
—¿Cómo lo sabes? —Me mira más de cerca—. ¿Has estado
siguiendo a mi banda?
El aire se me congela en los pulmones al darme cuenta de que podría
haberme delatado. Si admito que he oído hablar de su grupo, puede que me
pregunte por mi canción favorita o algo así. Pero aún no he oído tocar a
Dutch.
Los bordes de mis fosas nasales se ensanchan mientras pienso en mis
pies. —Yo no. —Le cojo la mano y se la levanto—. Tienes callos en la
punta de los cuatro dedos, pero no en el pulgar. Es la marca de alguien que
pasa más horas tocando la guitarra que comiendo y durmiendo.
Miedo y algo más que no quiero nombrar recorren mi espina dorsal
cuando Dutch entrelaza nuestros dedos.
Se inclina. —Voy a decirte algo y lo digo sinceramente.
Me estremezco. —¿Qué?
—Te oí en el showcase y no he podido quitarme esa melodía de la
cabeza. Nunca había oído a nadie tocar así.
Mi mirada se posa en la suya. —No estaba tocando para ti.
—Lo sé. No tocabas para nadie más que para ti.
Me muevo hacia delante para que nuestros rostros estén lo bastante
cerca como para que pueda ver las motas oscuras de sus ojos dorados. —¿Y
para quién juegas tú?
Su mandíbula se tensa. Una mirada pensativa cruza su rostro. —No lo
sé. Es más una costumbre que otra cosa.
Eso parecía real. Eso se sintió crudo.
No puedo creer que Dutch Cross me deje entrar así en sus
pensamientos. Se siente casi mal usarla. Y eso demuestra que no soy una
persona tan horrible como él.
Dejo que mi mirada se detenga en sus labios. —La música puede ser
muchas cosas, pero si es una carga, es señal de que algo va mal.
—Tal vez.
Se me aprieta el pecho, con fuerza.
No, no voy a conectar con el mayor dolor de mi culo. No se
convertirá en humano para mí.
Dutch se acerca hasta que sus zapatillas besan mis botas. Bach huele a
cielo. Es pura tela más suave y sándalo, y si la tentación tuviera un aroma
olería así.
—Sé que no soy el único que siente esto —dice Dutch en voz baja,
con un aspecto relajado e intenso a la vez.
—No —le agarro del cuello—. No lo eres. —Con brusquedad, lo
arrastro más cerca y aplasto su boca contra la mía.
Se supone que es sólo una presión furiosa de los labios, pero en el
momento en que la calidez de sus labios llenos empapa los míos, todos los
demás pensamientos vuelan por la ventana.
No sólo estoy besando a mi peor pesadilla. Lo estoy disfrutando. Es
enfermizo y retorcido, y ansío más con una desesperación que me deja sin
aliento.
Los dedos de Dutch rozan mi mejilla y luego se deslizan hasta mi
nuca, empujándome hacia delante y con más fuerza contra su boca. Es
como si intentara decirme algo. Como si intentara decírmelo todo.
El deseo dentro de mí se retuerce más y más. Es un sonido
discordante. Tan desordenado como las notas que toqué cuando lo vi por
primera vez en el salón.
Debería resistirme.
Debo resistirme.
Pero hay una atracción hacia él, sin adulterar y magnética. Cuanto
más quiero resistirme, más me cuesta soltarme.
Él siente el momento en que me derrito porque sus labios se ablandan
sobre los míos, deslizándose más que atacando. Es tan inesperada esa
ternura. Un hombre tan grande y oscuro como Dutch no debería ser capaz
de algo así.
Pero sigue besándome como si fuera preciosa y se me doblan las
rodillas. Deslizo las manos por sus brazos, recorriendo las líneas que cubren
sus musculosos bíceps. Mis dedos se enredan en su pelo, que es tan suave y
espeso como había imaginado.
Gruñe cuando mis uñas pasan por primera vez por su cuero cabelludo
y vuelvo a hacerlo. Me agarra la cabeza con una fuerza extrañamente dulce
y posesiva a la vez.
No puedo evitar el pequeño sonido estrangulado que se me escapa de
la garganta cuando su lengua recorre la costura de mis labios.
Por un segundo, el mundo se llena de posibilidades.
Entonces recuerdo con quién me estoy besando y mis sentidos
vuelven a mí, atravesando la energía extrañamente tenue que chisporrotea
en cada interacción que tengo con Dutch.
Introduzco las manos entre mi cuerpo y su enorme pecho y empujo.
No soy lo bastante fuerte para moverlo, pero con esta versión de mí, es más
respetuoso.
Dutch se echa hacia atrás y me mira con los ojos encapuchados.
Me invaden las emociones: ira, deseo, arrepentimiento, frustración.
También hay vergüenza y, con ella, surge la ira. Por instinto, levanto la
mano y le golpeo con fuerza en la cara.
El sonido de la piel al chocar resuena en el silencio.
La cabeza de Dutch vuela hacia un lado.
Con el pecho agitado, levanto la mano como si fuera a abofetearle de
nuevo y suelto el brazo. Estoy loca. Él está loco. Y esto no debería haber
pasado, pero lo menos que puedo hacer es obtener una respuesta.
—¿Has venido aquí buscando a una chica y ahora me besas? —acuso
con mi voz ronca.
A Dutch se le desencaja la mandíbula. Sigue mirando a un lado, su
cara se vuelve de un extraño tono rojo.
Le clavo un dedo en el pecho. —¿Por qué estabas aquí esta noche?
¿Por qué buscabas a Cadence?
—¿Tan importante es oír la respuesta? —gruñe.
Tiemblo de vehemencia. —Sí.
Me estudia durante un largo momento y da un paso atrás. Cuando
abre la boca, sé que por fin se revelará la respuesta a la locura que él y sus
hermanos han estado sembrando sobre mí.
Pero llaman a la puerta.
—¿Interrumpimos? —pregunta Zane.
Jadeo y me alejo de los hermanos. Puede que Dutch no me reconozca,
pero si estoy bajo la mirada aguda de Finn y los ojos experimentados de
Zane, puede que empiecen a atar cabos.
—Sí —gruñe Dutch.
Me miro en el espejo y me doy cuenta de que la peluca no estaba
completamente en su sitio. Un mechón de mi pelo castaño asoma por
debajo.
Presa del pánico, bajo la cabeza y paso rozando a los chicos.
Dutch me coge de la mano. —Espera, ¿adónde vas?
—Tengo otro concierto —miento.
—Quédate.
Me deshago de él, asegurándome de mantener la cara baja. —Si
quieres hablar, nos vemos en el Crossroads Cafe este sábado.
Dutch me mira fijamente cuando salgo corriendo por el pasillo.
Espero que aparezca el sábado, pero no tengo intención de
encontrarme con él. Sería mejor que el príncipe de Redwood Prep dejara en
paz a esta versión de mí.
CAPITULO 14
Dutch
—¿Quieres explicar lo que pasó ayer? —Zane pregunta, girando sus
palos alrededor—. ¿O vamos a fingir que no te estabas tirando a la pelirroja
del salón cuando entramos?
Toco un riff complicado y espero que mis hermanos lo tomen como
una señal de que no los he oído.
Si la misteriosa pelirroja no me hubiera empujado y abofeteado, quizá
habrían visto algo más que una intensa mirada y respiraciones
entrecortadas.
El recuerdo del beso hace que el calor se me hinche en el pecho y
dejo sonar una nota de rabia. No hace nada por atravesar la bruma y
librarme de mi inquietud.
La chica misteriosa me hizo un número ayer.
Y no me refiero sólo a la bofetada que casi hace que se me salga el
cerebro del cráneo. Una bofetada que vino después de que ella me besó.
—Sigue adelante y rompe esa guitarra contra el suelo —grita Finn
para que se le oiga por encima de mis golpes—. Será más satisfactorio.
Levanto la cabeza y lo fulmino con la mirada.
Finn está en una silla alta, con el bajo en el regazo. Zane está detrás
de la batería, girando las baquetas y dedicándome una sonrisa estúpida.
—Empezamos por el segundo set —gruño.
Luego espero a que Zane haga sonar la batería.
No lo hace.
Me esfuerzo por ignorarlos a los dos, pero cuando mis hermanos se
niegan a tocar, me doy la vuelta.
—Sólo tenemos unos días de práctica hasta ese estúpido baile —
refunfuño.
El director Harris nos obliga a hacer -servicios comunitarios- de vez
en cuando, sobre todo para castigarnos por nuestra irregular asistencia. El
próximo fin de semana vamos a tocar para un instituto de una zona en la
que probablemente nos robarán o dispararán a todos.
—No tenemos tiempo que perder —añado, gruñendo.
—No somos nosotros los que perdemos el tiempo, Dutch. —Zane me
señala con una baqueta—. Son ustedes.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando —refunfuño.
—¿Qué pasó entre tú y la pelirroja? —insiste Zane.
—Nada.
—No nos vengas con esas tonterías —se queja Finn.
—Fuera lo que fuera ese 'nada', hizo que corrieras detrás de esa chica
como si estuvieras haciendo una prueba para las Olimpiadas. Y cuando no
la encontraste, te saltaste cinco semáforos en rojo antes de echarnos del
camión y desaparecer quién sabe dónde.
Yo sé dónde.
Le envié un mensaje de texto a Christa y le dije que la llevara a ella y
a esa boca hinchada a la Cuarta Base, el mirador sobre el pueblo donde casi
la mitad de nuestra promoción perdió la virginidad.
Mis intenciones eran follarme a la pelirroja. Christa siempre es
garantía de buen rollo y supuse que podría sustituir el sabor de las cerezas y
la inocencia por el del caviar y el ron.
No funcionó.
Estaba hundido cuando me di cuenta de que Christa estaba maullando
sobre mí y la única razón por la que me esforzaba era porque me imaginaba
la cara de la pelirroja encima de la suya.
Apreté los dientes. —¿Desde cuándo son tan cotillas?
—Es la primera vez que te veo perder la calma delante de una chica
—observa Zane, pasándose una mano por el pelo negro.
Finn está de acuerdo. —Parecías un poco alterado cuando la dejaste.
—Me dio una bofetada.
Mis dos hermanos se quedan inmóviles.
Finn parpadea rápidamente. —¿Ella hizo qué?
—¿Y la dejaste?
No sólo la dejé. Iba a contarle cada uno de mis secretos. Por qué
estábamos buscando a Cadence esa noche. Por qué la necesitamos fuera de
la escuela. Por qué mi lealtad es hacia Sol sin importar qué.
Me tenía calado desde el momento en que entré en el salón y la vi
detrás del piano. No había ningún foco sobre ella esa noche, pero bien
podría haberlo habido por la forma en que no podía quitarle los ojos de
encima.
Todo en ella era tan puro y auténtico que me daban ganas de atraparla
dentro de mí hasta que lo que fuera que la hacía ser como era, se me pegara
también.
Demonios, tal vez era sólo eso. La necesidad de sentir a alguien tan
genuino debajo de mí. Juro que no voy por ahí siguiendo a las chicas a los
vestuarios como un asqueroso. Normalmente es al revés.
Pero la forma en que me sentía con ella, era casi como si la conociera.
Como si estuviéramos cortados por el mismo patrón.
—Dutch, ¿qué pasa contigo, tío? —Zane exige.
No lo sé.
No tengo ni puta idea de por qué esta chica se mete con mi cabeza. De
hecho, después del dúo beso-bofetada, tardé un buen rato en comprender
qué demonios acababa de pasarme.
—¿Por fin vas a perseguirla? —pregunta Finn.
—No.
—Es la única forma de que Jinx revele su información —me informa
Zane.
Mis ojos se clavan en ellos. —¿De qué están hablando?
—Intentamos pagarle a Jinx por un nombre —explica Zane—. Fue de
lo más extraño. Se negó a dárnoslo. Dijo que sólo te daría esa información a
ti.
—¿Por qué crees que está jugando? —Finn pregunta.
—Ella siempre está jugando —refunfuña Zane—. Esta vez, está
jugando duro.
—Probablemente porque quiere más dinero —gruño. Sea quien sea
Jinx, es una buena mujer de negocios. Eso se lo reconozco. No puedo
contar cuánto ha conseguido sacar sólo de los hermanos Cross.
—Hay algo más en esa pelirroja —dice Finn pensativo—. Puedo
sentirlo.
Lo señalo con ojos furiosos. —¿Qué sientes exactamente?
—Cuidado, Finn. Dutch te va a dar una paliza por pensar en su chica.
—Ella no es mi chica. —Dejo la guitarra en el suelo—. Si no vamos a
practicar, entonces me voy.
—¿Por qué? Tu cita no es hasta el sábado —se burla Zane.
Inmediatamente me pongo rígido.
Por un lado, quiero ser inteligente. Siempre que estoy cerca de la
pelirroja, mi cerebro se descontrola. Es lo único que veo. Todo lo que
quiero. De hecho, ni siquiera los labios de treinta mil dólares de Christa me
quitaron el sabor de su brillo labial con sabor a cereza. Cuando terminó, no
pude evitar desear que fuera la pelirroja a la que había inmovilizado al
volante.
Por muy enfadado que esté por esa bofetada y por el numerito de
Cenicienta que hizo huyendo sin dejar su nombre, sé que la seguiría a
cualquier parte.
Y eso significa que estoy metido hasta el cuello. Mucho más de lo que
me gustaría. No puedo perder el control y, en cuanto la vea, seré como la
palma de su mano.
Frustrado con mis hermanos y conmigo mismo, me cuelgo la guitarra
al hombro y la vuelvo a colocar en su soporte.
—Practiquen sin mí. Me voy.
Zane hace un mohín. —No seas así, hermano mayor.
Pongo los ojos en blanco. Sólo le llevaba un par de minutos de
ventaja, pero nunca dejará de exprimir la distinción.
Finn me sonríe como si supiera que se me ha metido en la piel.
Cojo mi mochila y me la cuelgo de un hombro. —¿Qué clase tenemos
ahora?
—Probablemente música. —Señala la batería—. Por eso estamos
aquí.
Me animo un poco. Cadence está en nuestra clase de música. En lugar
de pasar el tiempo enfurruñado por la pelirroja, puedo intentar hacer más
progresos para echarla de Redwood.
Me destrozó la cartera la semana pasada. No puedo permitir que
piense que se ha librado de mi ira.
Mis hermanos guardan silencio y me miran fijamente.
—¿Por qué se le iluminó la cara? —Zane le pregunta a Finn.
Mi hermano se limita a encogerse de hombros.
Sin que se den cuenta, salgo de la sala de prácticas y me dirijo a la
clase de música. Brahms se está sintiendo demasiado cómoda conmigo. Ya
que estoy de humor, creo que es hora de armar jaleo.
Jinx: No podía dar a tus hermanos un buen golpe para sus dólares,
así que aquí está un regalo. Tu par favorito de labios acicalados ha estado
tramando e intrigando por un tiempo. Hoy planea golpear a tu chica donde
más le duele.
Jinx: ¿Qué será, Dutch? ¿Quieres hacer de héroe o de villano?
CAPITULO 15
Cadence
La música es mi escape.
Hasta la cuarta hora, cuando se convierte en algo parecido a clavos en
una pizarra gracias a la Sra. Eunice, nuestra sustituta, que se queda mucho
más tiempo del que nadie creía posible.
Echo un vistazo por la ventana y me fijo en las nubes que se
acumulan en el cielo. El tiempo tormentoso de fuera encaja perfectamente
con mi estado de ánimo. Lo único que quiero es que acabe ya esta clase.
Un vistazo al reloj me alivia un poco. Sólo falta un minuto para que
suene la campana, o las -campanadas de fin de clase-, según mi manual de
Redwood Prep.
—Cadence y Christa, necesito que vengan aquí después de clase —
grazna Eunice.
Todos se mueven en sus asientos para mirarme. Luego miran a
Christa. La animadora bocazas que probablemente lleva tatuado en las tetas
-futura esposa de Dutch Cross- me lanza una mirada de suficiencia.
No tengo ni idea de a qué viene esa sonrisa, pero me siento incómoda
de inmediato. Lo último que quiero es acercarme y averiguar qué tiene a
Christa tan contenta.
Suenan las campanadas, indicando el final del periodo. Respiro
hondo, me levanto de la silla y me acerco a la mujer mayor que está delante.
Puedo sentir los ojos ardiendo en mi espalda mientras hago el camino.
Después de mi humillante zancadilla durante el trabajo práctico, mis
compañeros han estado clamando por ver una segunda parte.
No es ningún secreto que todo lo que hago en Redwood Prep se queda
grabado en la memoria de todos gracias al inusitado interés de Dutch por
mí. Mis antecedentes como chica becada hacen que esta supuesta -historia
de amor- sea aún más jugosa para estos niños ricos.
Mis pasos se ralentizan y me devano los sesos para averiguar de qué
va esta reunión. Estoy bastante segura de que la Sra. Eunice no me está
llamando para otro trabajo práctico.
Después de aquel bochornoso día, me guardé el orgullo en el pecho y
fui a hablar con ella. Le expliqué mi fobia y le pregunté si podía permitirme
hacer la práctica cuando estuviéramos solas ella y yo en clase.
Aceptó y, cuando me oyó tocar, me puso una nota alta en la tarea.
No creo que vuelva a sacar ese tema a la luz.
Las campanadas suenan por segunda vez, avisando a todos de que el
periodo libre ha comenzado oficialmente, pero nadie se mueve de su
asiento. Están demasiado ansiosos por ver el espectáculo.
No es de extrañar que alguien como Jinx tenga tanto control sobre
estos niños ricos. Les gustan los cotilleos y los escándalos tanto como a las
viejas de mi barrio.
El silencio es expectante y pesado.
Finjo no darme cuenta y me detengo frente a la mesa de la profesora.
La señora Eunice no parece interesada en echar a nadie de clase. Sus ojos
apagados se detienen en Christa y en mí y tiene los labios fruncidos.
Da golpecitos a las partituras que tiene delante. Luego, sin decir nada,
junta los dedos, apoya la barbilla en ellos y espera.
Al principio, no entiendo por qué nos enseña nuestras tareas
anteriores. Luego lo miro más de cerca y se me cae el corazón a los pies.
Nuestro último proyecto con el Sr. Mulliez fue la tarea de Teoría
Musical No Convencional. Antes de entregar nuestra canción, teníamos que
enseñar nuestras partituras. Hice los deberes yo sola, ya que en mi último
intento de unirme a un grupo me secuestraron, me encerraron en una sala de
ensayo secreta y me amenazaron los Reyes de Redwood Prep.
Pero nadie lo sabría porque las partituras que tiene delante la señorita
Eunice son completamente idénticas. Hasta los silencios, los crescendos y
el ritmo.
Me estremezco. Lo primero que pienso es que tiene que ser un error.
Y entonces recuerdo con quién estoy tratando y me doy cuenta de que hay
un cero por ciento de posibilidades de que las similitudes sean una
coincidencia.
Dutch siempre está metiéndose en mi taquilla. Si no está tirando
basura, está tirando agua y arruinando todos mis libros. Es posible que haya
encontrado mis apuntes, los haya fotocopiado y se los haya ofrecido al
capitán de baile.
—No tengo ni idea de cómo ha pasado esto, señorita Eunice —digo
atentamente—pero le aseguro que no he copiado de nadie.
—Yo tampoco —insiste Christa.
Le dirijo una mirada furiosa. —Deja de mentir. Sabes que no has
escrito esta canción.
—Cómo puedes acusarme cuando eres tú la que me ha robado el
trabajo. —Cruza los brazos sobre el pecho. Su tono es altanero y
condescendiente—. Como sabes, tenemos una política de tolerancia cero
para hacer trampa en Redwood Prep. —Su sonrisa es la definición del mal
—. Así que me temo que tendremos que escalar esto a la junta que preside
mi papá.
Una vez más, me siento como un pequeño insecto bajo la bota de un
gigante. Normalmente, siempre tengo el control. Incluso cuando las cosas
van mal, soy yo quien se remanga y lo resuelve. Mamá no podía. Y Viola
dependía de mí para mantenerse a salvo.
Desde que llegué a Redwood Prep, no paro de chocar contra un muro
de ladrillos. Me hace arder de odio, de ira, y me roba toda esperanza. He
visto lo peor del mundo, pero de donde yo vengo, la mugre parece mugre.
Es un yonqui, con los ojos vacíos y la piel cetrina, dándose una última
calada aunque le cueste su matrimonio, su trabajo y su vida. Es ese chaval
del barrio que sabe que no hay otra vida para él que aquella en la que acaba
siendo abatido a tiros tratando de llenar los bolsillos del jefe de su banda.
De donde yo vengo, el mal parece lo que es.
Pero en Redwood, los más crueles se ahogan en joyas y buena
apariencia. Alardean de su estatus y poder. Sonríen y hacen brindis con
champán y pegan tarjetas negras en los mostradores.
Yo no soy nada de eso. Y parece que aquí todo el mundo quiere
recordarme mi verdadero valor. Porque vengo de la nada, no tengo poder.
Y la impotencia se pega.
Christa pestañea unas pestañas ridículamente largas. El hedor de la
petulancia es tan espeso en ella que daría incluso a Dutch una carrera por su
dinero.
Lo que me molesta más que este evidente intento de Dutch de
echarme de Redwood es la acusación. La música estuvo a punto de
destruirme, pero al final acabó salvándome a mí y a mi familia. Puede que
me convierta en una persona diferente para tocar ante multitudes, pero mi
música siempre es honesta.
Si Dutch quiere echarme de Redwood, bien.
Pero parece empeñado en poner la música en mi contra, primero
llevándose al Sr. Mulliez, luego acechando mi trabajo de sala anoche, y
ahora mintiendo sobre mi trabajo.
No lo dejaré ganar.
No de esta manera.
Si está decidido a ser más astuto para echarme de Redwood Prep,
entonces tengo que mejorar mi juego también si tengo la intención de
quedarme.
—No vamos a escalar entonces —digo simplemente—. Vamos a
resolverlo aquí mismo—.
Nuestra profesora abre la boca.
—La señorita Eunice es una sustituta. No puede tomar decisiones
como ésta —dice Christa, interrumpiéndola.
—No tiene sentido llevar esto al director cuando podemos resolverlo
aquí.
La Sra. Eunice levanta un dedo.
Christa frunce el ceño. —No me fío de ti. Cualquiera lo bastante
taimado como para robarme la canción encontraría la manera de evitarlo.
Aprieto los dientes. —No soy una ladrona.
—Eres pobre —dice desdeñosa— así que claro que eres una ladrona.
Le dirijo una mirada larga y oscura, esperando que mi sola mirada
pueda intimidarla para que diga la verdad. Pero como es la actual ligue de
Dutch, eso básicamente garantiza que su corazón es tan negro como el de
él.
No hay ni una pizca de compasión en su rostro.
La Sra. Eunice golpea la mesa con la mano. —Señoritas, si me
permiten la oportunidad de hablar. —Nos mira fijamente a cada una de
nosotras antes de continuar: —Conozco una forma de averiguar quién
escribió realmente la canción.
Los ojos de Christa se vuelven temblorosos. —¿Cómo?
La señora Eunice sonríe, dejando que sus finos labios se estiren sobre
su piel de papel. —Vamos a reescribirla.
Pone hojas de música nuevas sobre el escritorio.
Christa palidece.
Yo empiezo a sonreír.
Sí, puedo hacerlo.
—Y luego las dos la interpretaran —añade la Sra. Eunice.
Mi victoria se hace cenizas ante mis ojos. —¿Qué quiere decir con
interpretarlo? Como... ¿delante de la gente?
—Sí.
Me inclino hacia delante. —Señorita Eunice, ya le he dicho que no
puedo... no puedo hacer eso.
—Estoy de acuerdo. Tiene que haber otra manera —argumenta
Christa.
La señorita Eunice levanta una mano. —La persona que no puede
escribir e interpretar la canción con precisión obviamente no es la que la
escribió.
Nerviosa, me pico el dobladillo de la falda del uniforme.
—Es una pérdida de tiempo —dice una voz.
Giro la mirada y veo a Dutch apoyado en la pared del fondo de la
clase. Al verlo, una lenta sensación de ardor recorre la parte inferior de mi
pecho.
La mirada dolorosamente intensa de Dutch me atraviesa.
Ojalá pudiera huir de él y de los recuerdos que me inspira.
En lugar de eso, sigo mirando fijamente su mandíbula cincelada, la
nariz recta y los ojos ámbar perversamente brillantes y recuerdo nuestro
beso en el vestuario.
El mero recuerdo de sus labios me quema tanto que no puedo mirarlo
a los ojos. No sin prácticamente saborear su boca y la forma en que se burló
de la mía y luego la separó.
De hecho, aún siento el peso de su beso.
Como un tatuaje.
Me rodeo la cintura con las manos y me abrazo a mí misma para
controlar mi cuerpo.
Dutch es un huracán, diseñado para destruirme hasta que no sea más
que un muñón. Se levanta cada mañana pensando en las formas más astutas
de infligirme dolor. Puede que no me haya pegado o agredido, pero su
guerra psicológica es diez veces peor.
Cada terminación nerviosa de mi cuerpo podría estar parada ahora
mismo, pero no hay manera de que me permita caer tan bajo.
—Se supone que estamos en el período libre. —Dutch mira su reloj
—. Pero todo el mundo sigue sentado aquí.
Las mejillas de la Sra. Eunice se sonrojan. Parece nerviosa. —Di por
terminada la clase hace tiempo...
—Pero no se han ido —dice él de forma mordaz.
La Sra. Eunice se aclara la garganta y se levanta. —Que se vayan
todos. Excepto tú. —Señala a Dutch—. Ven aquí.
Se acerca perezosamente a su mesa, moviendo el cuerpo casi
rítmicamente. Es un depredador al acecho, totalmente en control de su lado
de la selva. Es lo más alto de la cadena alimenticia. ¿Qué tendría que
temer?
Christa lanza a Dutch una mirada de alivio. En el momento en que él
se acerca, ella envuelve sus manos alrededor de sus bíceps.
Siento que todo mi cuerpo se eriza y me digo a mí misma que no es
porque Dutch me besara ayer y veinticuatro horas después tramara mi ruina
con su novia. Es solo porque verlo me da asco. Créeme. Sólo es eso.
—Espero que ambas entreguen nuevas tareas. Copiar no será tolerado
en mi clase. —Dirige una mirada dura a Christa—. A pesar de que sólo soy
una profesora sustituta, todavía puedo hacer esto.
Christa parpadea rápidamente.
Así se hace, Sra. Eunice.
Empieza a gustarme un poco más.
—Y tú —señala a Dutch— ya que estás tan preocupado por este
asunto, te doy la responsabilidad de ayudar a la señorita Cooper con su
miedo escénico, así que si hay necesidad de manejar casos como este en el
futuro, ella podrá participar.
—¿Qué? —Se me cae la mandíbula—. No, no puedes dejar que
Dutch me ayude.
—¿Por qué no? —pregunta Dutch suavemente. Tiene una sonrisa
arrogante en los labios mientras me observa.
Le dirijo una mirada furiosa. —Porque prefiero atragantarme con una
cesta de melocotones.
—¿Duraznos? —Arquea una ceja.
Soy mortalmente alérgica a ellos, pero no es como si fuera a darle a él
o a Christa esa información para que intenten asesinarme en el futuro.
—He oído que Dutch y su banda son aclamados por derecho propio.
—La Srta. Eunice le hace un gesto—. Y ya que él y sus hermanos no
pueden molestarse en venir a clase —su mirada agraviada en su dirección
me dice que a la señorita Eunice no le hace mucha gracia— puede
contribuir a la lección ayudando a un compañero durante la clase.
—¡No! —Christa da un pisotón—. Protesto.
—Esto no es un tribunal, jovencita. —La Srta. Eunice se levanta y
recoge las hojas de música copiadas—. Que me entreguen los nuevos
proyectos para mañana.
—¿Mañana? —Chillo.
—¿Mañana? —Christa palidece.
—¿O prefieres que siga con mi plan anterior? —Arquea una ceja.
Las dos negamos con la cabeza.
Cuando la Srta. Eunice se va, me doy la vuelta y me encuentro con
una mirada furiosa apuntándome.
Pero no es de Christa.
Dutch cruza los brazos sobre el pecho. —Parece que ahora eres mi
problema, Brahms.
—No estarás pensando seriamente en ayudarla, ¿verdad? Eunice está
claramente loca si cree que puedes hacerlo. —Christa se burla—. Ella
necesita un terapeuta.
Lo que necesito es que los dos salgan de mi vista.
—Sé que me robaste mi partitura. —Apunto con un dedo al pecho de
Christa—. Y sé que tú —miro fijamente a Dutch— me tendiste una trampa.
Su ceja se arquea y sus labios se tuercen de forma culpable. La
confusión en el rostro de Dutch me hace dudar. ¿Estoy sacando
conclusiones precipitadas? ¿Intentó Christa este truco por su cuenta?
En el momento en que empiezo a ablandarme, sacudo la cabeza. No
importa si Dutch estuvo involucrado o no. Ha dejado clara su posición y no
voy a confiar en él. Todo lo que ha hecho ha sido para echarme de Redwood
Prep. Esta vez no es diferente.
—No me importa lo que pienses, Brahms. Sólo prepárate para mi
terapia.
Creo que sacarme los ojos con lápices afilados sería menos doloroso
que tener a Dutch como terapeuta.
—No lo creo —replico.
—Es demasiado tarde. Ya te has colado entre mis responsabilidades,
Brahms. — Ladea la cabeza y me sonríe—. No se siente bien cuando te
metes en un sitio al que no perteneces, ¿verdad?
Lo desprecio. Desde lo más profundo de mi alma, hasta el lugar
donde la música fluye por mis venas, todo lo aborrezco.
Las ganas de darle un puñetazo en su carita engreída casi me
abruman.
Christa aprieta los dientes y dice: —Dutch, ¿puedo hablar contigo?
¿Fuera?
—No, no puedes. —Me señala con el dedo—. Vete. Tengo que hablar
con Brahms. A solas.
Le gruño. —Eso no va a pasar.
Cuando empiezo a irme, Dutch me coge de la mano. En cuanto me
toca, siento un escalofrío. Sus ojos parpadean y suelta mi mano como si
también lo sintiera. La mirada que me dirige a continuación es casi
desdeñosa.
Christa se queda, sin saber cuándo irse. —Dutch.
Él ignora su mohín. —Fuera. Ahora.
No decimos nada mientras ella sale dando un portazo. Por un
segundo, nuestra respiración agitada es todo lo que llena la habitación.
Cruzo los brazos sobre el pecho y no me pierdo la mirada de Dutch.
Ayer estaba tan enamorado de mí y de mi música. Ahora no pierde el
tiempo mirándome lascivamente.
Su mirada vuelve a la mía y gruñe: —Si tengo que curarte, tendrás
que hacer algo por mí también. No soy una maldita obra de caridad.
—Estás mal de la cabeza si crees que voy a seguirte...
Me corto cuando Dutch se abalanza sobre mí y se acerca tan
peligrosamente a mi cara que mi cuerpo se vuelve gelatina.
Con los ojos oscurecidos, gruñe: —Entonces puedes pagar mi cartera.
Es una pieza personalizada que vale más de cinco mil dólares.
—No lo es —chillo—. No te creo.
Sus labios se curvan, dándole un aspecto peligroso y asquerosamente
bello a la vez. —Haré que mis abogados llamen a los tuyos.
Se me acelera el pulso. No tengo abogados, ni siquiera conozco a un
abogado.
Trago saliva. —¿Qué quieres que haga a cambio?
—Vas a ser mi sirviente hasta que pagues la deuda. —Se endereza
hasta alcanzar toda su estatura.
—¡No haré tal cosa! —grito, horrorizada y a punto de aporrearle con
mis partituras.
Camina hacia atrás, con los labios torcidos. —Ya veremos.
Furiosa, sólo puedo mirarlo mientras sale de la habitación, llevándose
todo el aire con él.
CAPITULO 16
Cadence
Dutch Freaking Cross es un maníaco. Dudo mucho que su cabeza
funcione como la de un ser humano normal, porque nadie podría ser tan
psicótico en la vida real.
Mi teléfono móvil suena a las cuatro de la mañana con una
instrucción de mi malvado señor.
“Consíguenos café con leche antes de la primera campana. Doble
batido. Sin espuma”.
No sólo es un pedido de café con leche inhumano, sino que además es
un pedido que nunca va a suceder.
Cada vez tengo más claro que Dutch se cree un dios. El sábado
pasado, me aseguré de recordarle que no lo era... dejándolo plantado para
nuestra –cita-.
¿Qué cara puso cuando se dio cuenta de que no iba a venir?
Me revuelvo en la cama, soñando con la miseria de Dutch, solo para
despertarme con otro chirrido de mi teléfono.
Es un nuevo pedido de Dutch.
“También queremos magdalenas de melocotón. Las mejores que
encuentres”.
Me estremezco. No se habrá enterado de mi alergia al melocotón,
¿verdad? Si Jinx sabe tanto, voy a tener que preguntarle a Breeze si es la
agente secreta que conoce todos los trapos sucios de Redwood.
A las seis, recibo otro mensaje, pero esta vez estoy totalmente
despierta gracias al cruel acoso de Dutch. Me cuesta conciliar el sueño
cuando me cabreo, que es exactamente lo que me hace este imbécil de
Redwood Prep.
Golpeo la pantalla grogui. La tercera instrucción de Dutch hace que
todo mi cuerpo se contraiga de miedo.
“Encuentra a esta chica”.
Debajo del texto hay una foto mía en el escaparate. Mi pelo rojo
parece arder bajo las luces del escenario. Mi cabeza está inclinada sobre las
teclas y mi expresión es pura confianza.
Una de mis primeras tareas como sierva de Dutch Cross es
encontrarme a mí misma. Y no en el sentido figurado, ir de viaje a Italia y
besar a un extranjero guapo para enamorarme.
Mi rodilla empieza a palpitar y me paso una mano por el pelo,
dejando que mis dedos se enreden en la trenza con la que duermo todas las
noches. ¿Cómo demonios voy a salir de ésta?
Hecha un manojo de nervios, tiro el teléfono y me dirijo a
trompicones a la cocina. Necesito encontrar una salida a esta inquietud.
Para cuando Viola despierta de su sueño reparador y se tambalea por
el pasillo como la hija de Frankenstein, ya tengo tostadas, Spam4 y huevos
fritos sobre la encimera.
Se le congela la boca al bostezar y se me queda mirando. Su pelo
oscuro es un nido de pájaros amontonado en lo alto de la cabeza y aún tiene
una arruga de almohada bajo la mejilla del ojo izquierdo.
Parece desordenada y adorable cuando se ilumina. —¿Es mi
cumpleaños?
—No —resoplo.
—Tiene que ser mi cumpleaños. Si no, ¿por qué harías todo esto para
desayunar? — Salta vertiginosamente a la mesita de la cocina y deja caer
las piernas vestidas de pijama en un asiento—. Vaya. ¿Cuándo has tenido
tiempo de hacer todo esto?
—Me levanté temprano —digo simplemente.
Mi hermanita no necesita saber que me ha echado de mi sueño King
Butt-hole, cuyo único propósito en la vida es sacarme de Redwood Prep
como un grano indeseado.
Tomo asiento frente a Viola y reparto unos huevos.
—He notado que has estado practicando maquillaje extra duro
últimamente. — Unto los huevos con ketchup en forma de carita sonriente,
como he hecho toda la vida, y le pongo el plato delante.
—Porque se acerca el baile de fin de curso. Tengo pensado maquillar
a algunas de mis amigas.
—Es muy amable por tu parte, Vi —le digo mordisqueando mi trozo
de carne frita.
—Oh, no es dulce. Les cobro por horas.
Casi me atraganto con la comida. —¿Qué?
—El mes está a punto de acabar y pronto nos llegará la luz. No quiero
que vuelva a pasar lo de la última vez. —Frunce el ceño—. Ya sabemos que
Rick no va a mover un dedo para ayudarnos. Demasiado para tener un
hermano mayor.
—Rick es la razón por la que podemos vivir juntos aunque las dos
seamos menores. —Dejé el tenedor, alarmada por su amargura—. Vi, no es
responsabilidad de Rick cuidarnos. Es la mía.
—Pero yo también puedo ayudar.
—No tienes por qué. —Odio la preocupación que cruza por su cara.
Solo tiene trece años. Demasiado joven para estar preocupada por si nos
cortan la luz en una semana—. Últimamente recibo más llamadas para tocar
en el salón. Y las propinas han sido especialmente generosas. Puedo pagar
la electricidad este mes. Eso no es algo que necesites tener en tu bonita
cabeza.
Frunce los labios. —¿Estás segura?
—Sí. Maquilla si te gusta y lo disfrutas. No porque te sientas
presionada para poner comida en la mesa. —Le cojo la mano y la aprieto—.
Como siempre, te tengo a ti.
Su sonrisa es dulce y me da un vuelco el corazón cuando veo que la
luz del sol vuelve a sus ojos. Puede que Vi sea caprichosa y rebelde, pero es
una buena hermana pequeña. Mucho más madura y emprendedora de lo que
yo era a su edad.
—De acuerdo. —Rodea con los dedos el vaso de zumo de naranja—.
Pero aun así voy a cobrar por el maquillaje. Puede ir para mi vestido.
Se me hace un nudo en la garganta cuando me doy cuenta de que
probablemente querrá un vestido nuevo. Intento pensar de dónde puedo
sacar el dinero, pero no lo consigo. El presupuesto no da para esas cosas.
Viola niega con la cabeza. —Breeze ya se ha ofrecido a prestarme
uno de sus conjuntos. Ya sabes que tiene como un trillón de vestidos.
La culpa amenaza con aprisionarme, pero me fuerzo a sonreír. —
Siento no poder conseguirte uno nuevo, pero puedes coger prestado uno de
los míos.
—Qué asco.
Mis pestañas se agitan. —¿Asco?
—No te ofendas, hermanita, pero no tienes necesariamente el mejor
sentido de la moda.
—¡Oye!
—Menos mal que Redwood Prep usa uniformes. —Viola levanta una
mano—. Eso es todo lo que digo.
Me acerco a la mesa y le pellizco la mejilla. —Boca lista.
Se ríe.
Vuelvo a sentarme.
—Por cierto, uno de mis amigos va a traer una cita...
Aprieto el tenedor. —No necesitas una cita para la fiesta de los
novatos.
—No iba a decir eso, monja sobreprotectora. —Viola pone los ojos en
blanco—. Quería decir... —Saca su teléfono y hace una captura de pantalla
—. Este es él.
Me enseña una foto de un chico de ojos marrones claros y pelo
escotado que levanta un cartel de la calle. Parece demasiado joven y
esmirriado para pertenecer a una banda, pero sin duda está mostrando de
dónde viene.
—¿Hay alguna razón por la que me estás mostrando a un adolescente
pubescente5 tratando de parecer duro en línea? —pregunto, arqueando una
ceja.
—¿No te resulta familiar?
Frunzo los labios y miro más de cerca. —La verdad es que no.
—¡Cadence!
—¿Qué? —Salto cuando grita.
Viola pasa el pulgar por la pantalla y me enseña otra captura. Esta es
del aspirante a gánster y Hunter.
Jadeo cuando veo la preciosa cara de Hunter mirándome fijamente.
Tiene el brazo alrededor del chico. El pie de foto dice: —Hermanos de por
vida.
—¿Están juntos en una banda? —Jadeo.
—Podría abofetearte... —Viola refunfuña acaloradamente—. Son
hermanos, Cadey. Hermanos. Me enteré por mi amiga que va con el
hermano de Hunter. Hunter va a estar en el colegio de carabina.
Suspiro. —¿Por qué necesito saber esa información?
—¡Hola! Tú también puedes apuntarte como chaperona. Así podrás ir
al baile de bienvenida, bailar lento con Hunter y enamorarte. —Se golpea
las manos—. Es perfecto.
—Es una fantasía que has construido en tu cabeza. ¿Has leído novelas
románticas últimamente?
Mi hermana agita los brazos como una niña en plena rabieta. —No
eres divertida.
—Y vas a llegar tarde al colegio si no te das prisa y terminas de
comer ahora. — Hago un gesto hacia la comida.
Hunter puede estar bueno, pero no me gusta así. Apenas conozco al
tipo, así que hay una posibilidad de que hagamos buenas migas. Tal vez. No
es que esté buscando nada.
Un recuerdo del beso de Dutch pasa por mi mente y mi cuerpo siente
un hormigueo en todos los lugares equivocados.
No soy apática hacia Hunter por Dutch.
Él no tiene nada que ver.
De hecho, Dutch es la razón por la que estoy en contra de los hombres
en general.
Hace que me suba la tensión sólo con entrar en la habitación. Y cada
vez que hace de mi vida un infierno, quiero abofetearlo. Pero en cuanto lo
veo sin camisa, quiero abrazarlo.
Es peligroso y malvado, seguro.
Pero es obvio que me faltan algunos tornillos si no puedo ver más allá
de su preciosa cara, su feo interior. Está claro que mis hormonas no saben
juzgar el carácter.
Suspirando, voy primero al baño y me pongo el uniforme de
Redwood Prep.
Viola está en su habitación maquillándose por arte de magia, así que
le hago un leve gesto con la mano, que ella me devuelve, y me dirijo a
Redwood.
Siempre es un buen día cuando la gente no me mira, mira sus
teléfonos y se ríe. Sólo suelto un suspiro cuando veo que las miradas
embobadas y fijas son más o menos las habituales.
El día de hoy ya va por buen camino.
Me detengo en mi taquilla y compruebo que todo está seco.
Otra buena señal.
Quizá ahora pueda empezar a respirar.
—Hola, forastera —dice Serena, acercándose a mi taquilla.
Le sonrío. Estoy de buen humor y su presencia demuestra que hoy va
a ser mi día. Que le den a Dutch y a su prepotencia.
No soy la esclava de nadie.
—Hola. —Le doy un repaso—. Vaya. Estás muy guapa.
Lleva un delineador especialmente grueso que resalta el brillo de sus
ojos. Lleva su habitual chaqueta de motorista sobre la versión masculina del
uniforme de Redwood Prep: chaleco suéter y caquis rectos.
—Gracias. Estaba cansada de llevar falda, así que pensé en cambiar
hoy. —Se queja contra la taquilla—. Esta estúpida escuela no nos deja ser
geniales y llevar vaqueros.
Me rio entre dientes. —Señores del mal. Todos ellos.
Su sonrisa de respuesta me tranquiliza el corazón. Aunque no me
propuse tener amigos en Redwood Prep, tener a Serena como cara amiga
realmente marca la diferencia.
—Me enteré del alboroto en tu clase de música. —Cruza los brazos
sobre el pecho—. Se dice que Dutch te salvó.
—¿Qué? —Se me abren los ojos.
—Después de lo que pasó la última vez, cuando te congelaste ante el
teclado y saliste corriendo, llorando y gritando...
—Whoa, whoa, whoa. No hubo llantos ni gritos —me defiendo.
Increíble. No me extraña que los cotilleos sean tan poderosos y
mortíferos. La historia cambió por completo después de ser difundida a toda
la escuela.
—De todas formas, te protegió para que el sustituto de música no te
obligara a tocar. —Serena sacude la cabeza y el bonito pelo negro se agita
alrededor de sus mejillas.
—Eso está tan lejos de lo que pasó que es diabólico. —La miro con el
ceño fruncido, apretando los libros contra el pecho.
—De todas formas, no te creía del tipo holandés. —Me mira de arriba
abajo—. Me parecías más un finlandés.
—¿Un finlandés?
—Sí. ¿Un fan de Finn? Es el hermano más callado, pero tío... esos
ojos y cuando toca el bajo... —Ella mira fijamente al espacio. Y luego
vuelve a centrar su atención en mí—. No es que lo note.
—Totalmente de acuerdo. —Me rio.
Ella sonríe y me da un codazo en el costado.
En ese momento, veo a los hermanos Cross caminando por el pasillo.
Maldita sea. Me giro por instinto, intentando pasar desapercibida
entre los estudiantes que nos rodean.
—¿Qué pasa? —pregunta Serena, confusa.
—Nada —susurro con urgencia—. Hasta luego.
Cojeo, manteniendo la espalda encorvada e intento escabullirme en
dirección contraria. Demasiado asustada para mirar atrás, no me doy cuenta
de que Dutch me ha visto hasta que siento una sacudida.
La camiseta me aplasta las tetas y casi tropiezo. Cuando miro por
encima del hombro, veo a Dutch, Finn y Zane mirándome fijamente.
Dutch tiene el dedo índice en el cuello de mi blusa y me está
sujetando físicamente.
Hoy voy a matarlo. Tengo que hacerlo.
Me doy la vuelta y le golpeo la mano. —¿Qué demonios crees que
estás haciendo?
—¿Dónde está mi café con leche, Brahms? —Su voz es suave y
pausada. En sus labios se dibuja una sonrisa que me indica que disfruta con
la furia que se dibuja en mi cara.
—Te voy a partir la cara —le amenazo.
Mis palabras parecen rebotar en su espalda como un guijarro en una
montaña. A Dutch no le importa que estuviera teniendo un buen día. Está
aquí para arruinarlo.
Que le den.
Y que se jodan también sus preciosos hermanos.
—¿Y nuestras magdalenas de melocotón? —Arquea una ceja.
—Soy alérgica, cabrón —siseo—. De muerte.
Se queja. —Podrías haber usado guantes.
Lo fulmino con la mirada y me doy la vuelta.
—¿Adónde vas, Brahms? —Dutch gruñe.
—Lejos de ti, obviamente.
—Necesitamos que nos lleven el café a la sala de prácticas.
Le saludo con un dedo. Mi mochila rebota mientras me alejo de él.
—De acuerdo, entonces. —Gruñe y, un momento después, estoy en el
aire. Un instante después, estoy prácticamente besando el firme y sexy
trasero de Dutch mientras mis piernas bajan en espiral por su pecho.
—¡Dutch, bájame ahora mismo! —Grito. Noto que la sangre se me
escurre por la cara, pero no es por eso por lo que me estoy poniendo roja.
No, es por la furia candente—. ¡Dutch!
Me golpea el trasero y grito.
Hay suficiencia en su tono cuando dice: —Cálmate, Brahms. Si
sigues así, todo el mundo va a ver tu regordete trasero.
Clavo los dientes en el labio inferior, segura de que hoy es el día en
que todo va a acabar.
Hoy es el día en que mato a Dutch Cross.
CAPITULO 17
Cadence
Parece como si toda Redwood Prep observara en silencio mientras
Dutch básicamente me secuestra. Cuelgo como una muñeca de trapo
flácida, con los brazos y el pelo apuntando al suelo y el culo levantado
hacia el techo.
Tengo el cuerpo tenso y los dedos cerrados en un puño. Espero
impaciente a que me baje para poder desatar mi furia.
Finn se detiene frente a la sala de prácticas y pasa su tarjeta por el
escáner. Se ilumina en neón. Se oye un clic cuando las cerraduras se abren.
Zane le hace un gesto a Dutch. —Las damas primero.
—Qué caballero —gruño. Mis palabras golpean el trasero de Dutch,
pero van dirigidas a su odioso gemelo.
Zane se ríe, guapo y travieso. Hoy, su uniforme de Redwood Prep es
una sencilla camisa blanca abotonada y unos caquis. Le queda como un
esmoquin. No es ningún secreto por qué tiene tantos seguidores en las redes
sociales. Su apuesto aspecto, incluso boca abajo, es letal.
Dutch me lleva al interior de la sala de prácticas. Zane y Finn lo
siguen.
El descaro de estos idiotas. ¿Creen que pueden robar a toda una
persona y salirse con la suya? ¿O asumen, erróneamente, que he estado
aguantando su mierda porque soy una persona débil? Por supuesto que no.
Me las he arreglado para sobrevivir en Redwood Prep todo este
tiempo porque voy hacia abajo oscilante. Y eso es exactamente lo que
planeo hacer cuando mis pies toquen el suelo alfombrado.
—Ahora, Brahms —los musculosos brazos de Dutch me rodean la
espalda— voy a ponerte de pie. Y necesito que me prometas que no vas a
apuntar a mi cara.
—Eso es lo que da dinero —dice Zane.
Permanezco en silencio.
Dutch me pasa una mano por el dorso del muslo. —¿Cadence?
Me estremezco, desconcertada por su contacto, pero me niego a dejar
que el atractivo de Dutch se apodere de mí. Que le den a mis estúpidas
hormonas. Estoy encerrada en una habitación con tres grandes e
intimidantes estrellas del rock. Podrían hacerme cualquier cosa y no sería
capaz de huir.
Eso no es excitante. Es una situación peligrosa.
Y estas son personas peligrosas.
Que sean sexys no significa que pueda bajar la guardia.
—Bien —refunfuño.
En cuanto me deja en el suelo, me lanzo sobre él.
Dutch me coge de la muñeca y me atrae hacia su pecho. Estoy pegada
a él, con su frente contra mi espalda. Al sentir la reacción de su cuerpo
contra el mío, una ola de calor me recorre la piel.
—Brahms, lo prometiste —dice, con un tono similar al de un padre
que regaña a un hijo.
Zane se ríe.
—Te juro, Dutch, que aunque sea lo último que haga, voy a hacer que
tu cabeza ruede por el jardín delantero como una pelota de baloncesto.
—Ooh. Gráfico —se burla Zane, tomando asiento detrás de su
batería.
Finn frunce el ceño exactamente igual que Dutch y eso me recuerda
que, aunque él y Dutch no estén emparentados biológicamente, son
hermanos.
Dutch está detrás de mí, así que no puedo ver su expresión, pero
supongo que está sonriendo.
Miro fijamente las enormes manos que me atan. —Será mejor que me
sueltes. Ahora mismo.
—No antes de que entiendas que aquí no tienes elección —insiste—.
Mientras estés matriculada en Redwood Prep, me perteneces.
Cada palabra hace que mi temperamento suba más y más.
Se inclina hacia abajo. Sus labios rozan mi oreja y me ponen la piel
de gallina.
—Sólo hay una salida, Brahms —susurra.
—¿Y si no la cojo? —Respiro, girándome ligeramente hacia él.
Sus dedos suben por mi brazo y se posan en mi cuello. —Entonces
me presentaré en tu casa. —Me aprieta ligeramente—. Y me presentaré en
tu trabajo. Y voy a seguir apareciéndome delante de ti hasta que sepas que
no hay ningún sitio al que puedas huir en el que no te vaya a cazar.
Se me aprieta el pecho y me doy cuenta de que, más allá de cualquier
sombra de duda, nunca he odiado a nadie como odio a Dutch Cross.
Es una amenaza aquí en el colegio, pero me niego a dejar que él y su
banda de hermanos revoltosos se acerquen a mi hermana. Moriría por Viola
antes de dejar que se enfrentara a este trato infernal.
Luchando contra el impulso de morderle la mano por si me contagia
algún tipo de enfermedad, me relajo. —De acuerdo. Acepto.
Dutch se sobresalta de sorpresa.
Finn y Zane intercambian miradas.
Dutch suelta lentamente los brazos y camina hacia mí, todavía con
cara de desconfianza.
—Trabajaré para ti —escupo las palabras—. Cinco de los grandes son
como dos semanas de salario si trabajo ocho horas al día. Si trabajo
veinticuatro horas, son ocho días. —Levanto el puño y él arquea una ceja en
señal de advertencia. Pero no lo golpeo. En lugar de eso, levanto la mano—.
Te devolveré lo de la cartera.
Dutch entrecierra los ojos. Puedo sentir cómo intenta destrozarme,
cómo intenta adelantarse a lo que sea que esté planeando. Le ofrezco un
asentimiento resignado y eso parece ponerle aún más nervioso.
—Tú ganas —le digo.
—¿Vas a dejar Redwood Prep?
Frunzo el ceño. ¿Qué obsesión tiene con echarme del colegio?
—No, yo... —Parece que no puedo decir 'ser su sirviente'— seré tu
ayudante hasta que la deuda esté pagada. ¿Estás contento?
Dutch gruñe.
Finn nos saluda. —Ahora que eso está arreglado, ¿podemos practicar
para el baile de esta noche?
—¿Qué baile? —Le pregunto.
—No es asunto tuyo. —Dutch rebusca en su bolsillo, saca una cartera
que parece la versión roja de la que destrocé y me da una tarjeta—. Tráenos
tres cafés de la cafetería.
—¡El mío con espuma, por favor! —Zane añade en su pedido. La
única razón por la que no estoy echando humo es porque ha dicho por favor,
lo que demuestra una cortesía que Dutch aún no me ha revelado.
Vuelvo la mirada hacia Finn. —¿Y tú?
—Lo que te parezca bien —dice, acomodándose el bajo en la cabeza.
La luz del sol se cuela tras él, creando un halo alrededor de su pelo castaño.
Me giro bruscamente. —¿Y tú?
Dutch aún parece desconcertado. —Azúcar extra.
Me sorprende. Pensé que tomaría su café tan negro como su alma. —
Claro.
—Dale una tarjeta para entrar en la sala de prácticas —sugiere Zane.
Dutch se pone rígido.
Intento ocultar mi sonrisa.
—Eso no va a pasar —murmura Dutch—. Iré con ella a la cafetería.
—Tenemos que practicar antes del primer timbre —le recuerda Finn.
—Bien. —Dutch saca otra tarjeta—. Tráela en las mismas
condiciones.
—Me lo pensaré —murmuro.
Se inclina hacia mí y juro que aprieta la mandíbula. —No me pongas
a prueba hoy, Brahms.
—Ni lo sueñes —le respondo con un gruñido.
Sus ojos bajan hasta mis labios y un destello de confusión aparece en
su expresión. Cuando se le pasa, parece aún más enfadado que antes.
Le arrebato la tarjeta y la agito. —Ahora vuelvo.
De camino a la cafetería, inspecciono la tarjeta de la sala de prácticas
y le hago fotos. Hay un tipo en mi barrio que hace carnés falsos. Algo me
dice que también sería capaz de hacer un pase falso.
Dejar plantado a Dutch el sábado no fue suficiente. Quiero que sepa
que el dolor infligido viene de mí.
Mientras camino, alguien se cruza en mi camino. Reboto contra un
hombro huesudo y miro hacia arriba.
Christa está en mi camino, mirándome. Hoy va vestida de animadora,
con una falda corta con volantes y un top entubado.
—¿Puedo ayudarte? —le pregunto, sin molestarme en ocultar mi
desdén. No he olvidado lo que hizo durante la clase de música.
Sus ojos se posan en mi mano y se abalanza sobre ella. —¿Qué es
eso?
—Nada. —La escondo rápidamente detrás de la espalda.
Su mirada se desliza hacia mí y su expresión se tuerce de horror. —
¿Te ha dado Dutch una tarjeta para su sala de ensayo?
Estoy a punto de negarlo con vehemencia cuando me doy cuenta de
que es una oportunidad inmejorable. Christa lo tiene todo en el mundo,
excepto el verdadero afecto de Dutch. Claro, puede que se acueste con él,
pero no es ningún secreto que él no está interesado en ella. No de la forma
en que está interesado en mí.
Bueno, la otra versión de mí.
Agito la tarjeta, haciendo ademán de abanicarme la cara con ella. —
Quiere que tenga acceso a él. En todo momento.
—Dame eso. —Lo coge.
Se la quito de las manos. —Ah-ah-ah. Esto es para la gente que
realmente significa algo para Dutch. —Me acerco a ella y bajo la voz—.
¿Qué significas tú para él, Christa? Aparte de ser la persona a la que llama
cuando necesita que le rasquen un picor.
Su cara enrojece. Temblando de rabia, levanta la mano e intenta
abofetearme.
Por suerte para mí, la esquivo justo a tiempo.
Por desgracia para Christa, pierde el equilibrio y se da de bruces
contra la taquilla.
El pasillo resuena con un ruido metálico.
Me estremezco. —¿Estás bien?
Un grito ensordecedor atraviesa el pasillo.
Me acobardo. —Supongo que... no estás bien.
—¡Christa!
—¡Oh, no!
Sus secuaces del equipo de baile corren a su alrededor, formando un
círculo. Con su ayuda, Christa se pone en pie. Jadeo cuando veo toda la
sangre corriendo por su barbilla.
Viene de una grieta en sus carnosos labios.
—¡No, no, no! —Se marchita como si tuviera una pierna rota en vez
de una pequeña herida en el labio—. He pagado mucho por esto.
No me sorprende en absoluto esa afirmación y sólo demuestra lo
mucho que Redwood ya me está cambiando.
—¡Tú! —La voz de Christa es un gruñido. Me apunta con un dedo y,
con su piel pálida, su pelo rubio y toda esa sangre que le cae por la barbilla,
parece un zombi—. ¡Tú has hecho esto!
—¿Yo? —Me meto un dedo en el pecho.
—Tú... ¡ay! —Christa se tapa la boca y gime patéticamente.
Sus secuaces me lanzan miradas agudas, como puñales. No pueden
creer en serio que la empujé a la taquilla, ¿verdad? Quiero decir, una parte
de mí desearía haberlo hecho, pero ni siquiera toqué a esta chica.
—¿Christa? —Unos tacones altos chocan contra el suelo y suena una
voz suave—. ¿Qué está pasando aquí?
—¡Señorita Jamieson! —Christa berrea. Grandes lágrimas de
cocodrilo caen por sus mejillas.
La hermosa profesora de literatura aparece. Lleva una falda lápiz
morada ajustada a la cadera, medias negras y una blusa con volantes. Sus
rizos están recogidos en una coleta alta y sus espesos bucles caen en
cascada por su espalda.
—Christa, ¿qué te pasa en la cara? —Alarmada, la señorita Jamieson
se acerca corriendo. Inspecciona a Christa durante un segundo y luego
frunce el ceño—. Chicas, llévenla a la enfermera.
—Esto no ha terminado. —La voz de Christa es baja y apagada
debido a la enorme brecha en su labio inferior.
La capitana del equipo de animadoras lanza un brazo alrededor de los
hombros de sus amigas y juntas, salen cojeando. Estoy bastante segura de
que un labio roto no debería impedirle caminar correctamente, pero me
imagino que exagerar es lo que le gusta a Christa.
No voy a mentir. Hay una pequeña parte de mí que se siente
justificada. Si la señorita Jamieson no me estuviera mirando, probablemente
chocaría los cinco con la taquilla que aún tiene la huella ensangrentada del
labio de Christa.
Con ojos severos, la profesora de Literatura hace un gesto: —Señorita
Cooper. Una palabra.
Oh, no. ¿Ahora estoy en problemas?
La sigo con urgencia hasta el aula. Por lo escrito en la pizarra,
supongo que se estaba preparando para la primera clase.
La Srta. Jamieson cierra la puerta. —Siéntese, Srta. Cooper.
—Realmente no la empujé, Srta. Jamieson. Puede comprobar las
cámaras. —Salto en mi propia defensa antes de haberme acomodado
completamente en mi asiento.
—No importa si la empujaste o no. Lo cierto es que no puedes
permitirte cometer ni un solo error, Cadence. A los becarios se les exige
más en Redwood.
—Ya lo sé. —Esta estúpida escuela permitía que gente como Dutch,
Finn y Zane armaran un escándalo en sus pasillos. Pero los pobres e
indefensos becarios son los que son expulsados por las más pequeñas
infracciones.
—Puede que no sea justo, pero es lo que hay —dice la señorita
Jamieson como si pudiera leerme la mente. Sus ojos marrones me miran
fijamente—. Un mal movimiento y puedes perder la beca.
—Pero yo no he hecho nada malo.
La señorita Jamieson apoya las manos oscuras sobre el escritorio. —
Cadence, el señor Mulliez tenía mucha fe en ti y en tu camino aquí en
Redwood Prep. Estaba dispuesto a arriesgar su reputación por ello. —Ella
traga saliva—. Y aunque se ha ido a seguir estudiando a Europa, sigue
preguntando por ti. No quiero decirle que ya no estás en la escuela. ¿Me
entiendes?
Bajo la mirada. El recuerdo del señor Mulliez me hace sentir pesada.
—Si alguna vez necesitas hablar, de cualquier cosa —desliza por el
escritorio una tarjeta de visita con su número personal escrito— aquí estoy.
—Inclina la cabeza y sonríe—. Yo también fui becaria aquí en Redwood.
Así que sé un poco por lo que estás pasando.
Miro fijamente su impresionante rostro. Dudo mucho que tenga ni
idea de lo que está hablando.
La señorita Jamieson era probablemente la chica más popular de
Redwood con un aspecto como el suyo. Y apuesto a que tampoco había
ningún holandés alborotando su mundo.
Sonrío cansada. —De acuerdo.
—Estupendo. —Le brillan los ojos.
Tanto si va a ser de ayuda como si no, me basta con saber que tengo
una aliada si la necesito. También es un alivio que esté en contacto con el
Sr. Mulliez. Siento como si siguiera aquí, velando por mí.
Suenan las campanadas de comienzo de curso en el pasillo y los niños
empiezan a entrar en el aula.
—A clase —dice la señorita Jamieson.

Mi teléfono vibra mientras voy de camino al primer período.


Dutch: ¿Estás cultivando granos de café? ¿Por qué tardas tanto?
Aprieto los dientes e imito un puñetazo. Ojalá Dutch entrara en una
taquilla y me ahorrara problemas.
—¿Eso era para mí?
Me doy la vuelta, atónita al ver a Dutch acercarse. Los pasillos están
vacíos y sus pasos golpean el suelo.
Mi mirada se desvía hacia la suya y veo la oscuridad que acecha justo
debajo del oro.
—¿Me has seguido?
—Estoy aquí para asegurarme de que no nos echas lejía en los cafés
—dice en un tono totalmente serio—. Zane tiene un estómago débil.
—Si manipulara tu bebida, créeme, no serías capaz de notarlo.
La amenaza pende entre nosotros, como el ojo de un huracán.
—Deberías tener cuidado con tus palabras, Brahms.
—Quizá quieras no ser tan paranoico, Dutch. Era una broma.
No era una broma.
Si me dan su café todos los días, entonces puedes apostar a que voy a
deslizar un laxante en el de Dutch.
Sus ojos se clavan en mí, pero antes de que pueda decir nada, unos
pasos se acercan por el pasillo.
—¿Qué hacen fuera de clase? —pregunta un profesor con las manos
en la cadera.
—Estábamos a punto de ir para allá —dice Dutch. Me coge de la
mano y me arrastra en dirección contraria.
Tropiezo con él. —Mi clase no está en esta dirección.
—Todavía no hemos tomado el café. —Su voz es grave y firme.
—¿Me estás tomando el pelo ahora mismo?
—Una cosa vas a descubrir, Brahms. No bromeamos con el café.
Llegamos a la cafetería, que está vacía porque todo el mundo está en
clase, como debe ser. Pero supongo que los hermanos Cross siguen sus
propias reglas.
Dutch me lleva detrás del mostrador, donde la comida se guarda en
cacerolas calientes. Veo que alguien se asoma por la ventana y espero, casi
con regocijo, a que nos regañe.
En lugar de eso, la puerta se abre de golpe y una mujer corpulenta de
la cafetería sale disparada, le echa el brazo al cuello a Dutch y le besa la
mejilla.
Dutch le dedica una suave sonrisa. —María, no me tomes el pelo si
no vas a dejar a tu marido.
Ella se ríe y le limpia la mancha de carmín de la mandíbula. —
Gracias por lo que has hecho por...
Él le guiña un ojo, cortándola. —Ni lo menciones. ¿Tienes lo que
necesito?
—Oh nena. —Ella hace un giro de cadera—. Tengo todo lo que
necesitas, pero hoy has llegado tarde. No puedo darte más cariño.
—No pasa nada. —Me hace un gesto con la cabeza—. Ella misma
hará el café.
Me erizo.
Los ojos de María brillan. —¿Tienes una noviecita, Dutchy?
Se inclina hacia ella y le susurra: —María, sabes que sólo tengo ojos
para ti.
La mujer mayor le da una palmada en la nuca y se ríe a carcajadas. —
Ve a prepararte el café.
Confundida y un poco desarmada, sigo a Dutch a una pequeña
habitación. Tiene un mostrador, marcos en blanco y negro en la pared y
sacos de granos de café de primera calidad.
—¿Qué es este sitio?
—El taller de María. Hace todo el café para Redwood Prep. —Arquea
una ceja—. ¿Aún no has probado una taza?
Me niego a decirle que no he podido permitirme nada más que
bocadillos, agua y zumo de naranja.
Me encojo de hombros.
Él señala la máquina, imperturbable. —Voy a mirar.
—¿De verdad crees que voy a envenenar tus bebidas?
Me dirige una mirada plana.
Finjo ofenderme, aunque si tuviera un laxante me lo colaría al cien
por cien.
Dutch me detiene cuando cojo la cafetera. —Sabes hacer café,
¿verdad?
Le dirijo una mirada aguda. —Sí. Solía hacer café para mi madre todo
el tiempo.
—¿Solía?
Me pongo rígida y cierro la boca.
Se apoya en la encimera donde estoy trabajando, con los ojos fijos en
mí.
Me retuerzo ante su mirada y le digo. —¿Puedes retirarte? Estoy
intentando hacer tu estúpido café.
—¿Tu madre es un tema delicado, Cadence?
Me sorprende que utilice mi nombre real. Pestañeo rápidamente,
luchando contra el malestar en mi pecho con la única arma que tengo: la ira.
—Te diré una cosa —me inclino hacia él, bajando las cejas— te
hablaré de mi madre si me dices por qué tengo que buscar a esa pelirroja.
Sus ojos se encienden y, aunque no pude ver la decepción y el enfado
cuando lo dejé plantado el sábado, esto es lo más parecido.
Aprieta la mandíbula. —No tienes que hacer preguntas. Haz lo que te
digo.
—¿Te da vergüenza, Dutch? ¿Hay otra chica ahí fuera que te ve como
el despreciable ser humano que realmente eres?
Las llamas de sus ojos se convierten en fuego infernal. Es casi
alarmante la forma en que me alimento de su furia. Es como si la parte de
mí que está rota y entumecida cobrara vida cuando le aprieto las tuercas. Y
tal vez eso es lo que le pasa a él también. Los fragmentos que hay en mí se
introducen en sus partes blandas y lo convierten más en un monstruo que en
un hombre.
Sus fosas nasales se agitan y nos miramos fijamente. No me alejo
como de costumbre. Mi pecho es un torbellino de emociones. Dutch abre el
cajón de –mamá-. Siempre lo tengo cerrado por una buena razón.
La embriagadora mezcla de ira y dolor es una combinación
tumultuosa.
Burlándome de él, me acerco más. —¿Qué ha hecho, Dutch? ¿Se ha
llevado tu coche? ¿O tu cartera? ¿O tal vez el agujero negro de tu corazón?
Se le afinan los labios y le sale vapor de la camisa. Se encienden las
alarmas en mi cabeza, gritando asesinato sangriento.
Sigo adelante porque, al parecer, me encanta pinchar a leones
enfadados. —O —mi pecho roza el suyo— se ha enterado de que eres un
niñato asustadizo que juega y destroza taquillas en vez de tener una
conversación sobre qué demonios quiere realmente.
El espacio entre nosotros se elimina de repente. Unas manos callosas
me golpean a ambos lados, atrapándome. Me ahogo en mi propia
respiración, el calor de mi corazón se extiende hasta tocarme los dedos de
las manos, el estómago y hasta los dedos de los pies.
Debo de estar trastornada, porque no odio la sensación que produce el
cuerpo duro y esculpido de Dutch contra el mío. Y tampoco odio su olor a
sándalo, a sol y a algo oscuro. A música angustiosa.
Respiro y recuerdo su sabor. La explosión de canela. La suavidad de
su pelo en el dorso de mi mano. El gruñido que hizo cuando le rasqué el
cuero cabelludo.
Quiero su dolor.
Pero necesito ese gruñido otra vez. Lo necesito más de lo que puedo
expresar.
No sé qué me pasa, pero un lado retorcido está listo para salir a jugar.
Se hace más fuerte cuanto más me mira Dutch.
Porque la verdad es que Dutch Cross es dueño de todo en Redwood
Prep, pero nunca podrá serlo de mí. No el –yo- que realmente quiere. Y es
un viaje de poder tan grande que prácticamente me salgo de la piel.
Los tonos ámbar de sus ojos son como pequeños rayos de sol, que
adquieren un brillo casi sobrenatural. Sus labios carnosos y ardientes se
inclinan con rabia y me mira fijamente.
El calor arde en el espacio que nos separa y me hace sudar. Me niego
a tocarlo, me niego a ser la primera en ceder a la tensión perversamente
caliente que hierve a fuego lento entre nosotros. Aunque palpite de lujuria y
deseo, no seré la primera en ceder.
—¿A quién llamas niñito? —Dutch presiona hasta que su cabeza
queda pegada a la mía. El lobo feroz preparándose para derribar una casa.
El sonido de su respiración aguda y rápida es todo lo que oigo. Ahoga
el latido de mi corazón y el rugido de mi cuerpo. Me tiemblan las piernas
como a un potro recién nacido.
Incapaz de mantenerme en pie, me agarro a su hombro cuando su
lengua chasquea contra la concha de mi oreja.
—¿Quieres ver el miedo, Brahms? —se burla.
Gimo, clavo los dedos en su hombro y arqueo la espalda. Toda la
sangre se me acumula entre los muslos y es todo lo que puedo hacer para no
estallar en llamas.
—Dime —insiste Dutch.
—No.
Y entonces sonríe. Malvado. Sádico.
—Sigue presionándome y no sólo te destruiré —susurra—. Destruiré
todo lo que te importa.
Inmediatamente, la tensión se divide en dos y me alejo de él. Me
suelta, pero el rubor de sus mejillas y la tirantez de sus pantalones me dicen
que no he sido la única afectada por... lo que quiera que fuera aquello.
Tropezando con piernas temblorosas, lo empujo y me apresuro hacia
la puerta. Dutch es mi pesadilla hecha realidad, pero mi cuerpo sigue
rugiendo por su contacto.
Me odio por ser tan débil.
Porque después de todo lo que ha hecho y de todas las formas en que
ha arruinado mi vida, no puedo evitar sentirme atraída por él.
CAPITULO 18
Dutch
¿Qué demonios acaba de pasar?
Decir que mi cuerpo estaba furioso por meterse bajo la falda de
Cadence es quedarse corto.
Si hubiera tenido un poco menos de autocontrol, la habría
inmovilizado contra la encimera y todas las tazas de café habrían sonado y
temblado de lo fuerte que me habría abalanzado sobre ella.
Incluso ahora, tengo que inclinarme sobre la cafetera y agarrarme con
fuerza a la estantería para no explotar. Contar hacia atrás desde diez no
funciona. Ni tampoco prepararme una taza de expreso y escurrirla.
Aún puedo oler el perfume de Cadence: floral y ligero. Aún puedo ver
sus ojos marrones entrecerrados, ardiendo de ira y lujuria. Es una cosita
retorcida. La oscuridad de su interior salió a la superficie, clamando por mí.
Podía verla y me llamaba de una forma que me encendía los nervios.
Estoy perdiendo la paciencia con ella y no es porque quiera quebrarla.
La quiero debajo de mí, sudando, vibrando, gimiendo clemencia.
No es que se la vaya a dar. No es que se la merezca.
Sacudo la cabeza con rabia.
Se supone que debería estar pensando en formas de echarla, no de
follármela.
Mis interacciones con la chica nueva de lengua afilada siempre hacen
que me suba la tensión. Pero últimamente, ella ha estado elevando mucho
más que mi temperamento.
Al principio, pensé que era por su parecido con la pelirroja que me
dejó plantado el sábado. Comparten la misma altura y complexión, junto
con los mismos labios de capullo de rosa.
Cada vez que vislumbro los labios de Cadence, la pelirroja parpadea.
No puedo explicarlo. Es como si la chica del escaparate estuviera delante de
mí. Entonces Cadence abrirá la boca y me daré cuenta de que no es mi
musa. Es la chica más exasperante de Redwood Prep.
Aun así, mi cuerpo no puede diferenciar entre las dos y me entran
unas ganas incontrolables de arrinconarla contra la pared más cercana y
besarla hasta dejarla sin sentido.
Mi cuerpo nunca me había traicionado así. Es muy frustrante y ya no
puedo culpar a la pelirroja.
Cadence no es la bruta y talentosa escupefuegos de las teclas. Es una
persona distinta. Es callada, reservada y tímida al máximo. Pero hay
momentos en los que es bocazas, descarada e intrépida.
Cada vez que me presiona, me vuelvo loco. Es como si estuviera
cayendo por un acantilado y la cuerda se me escapara de los dedos.
Soy peligroso.
Ella me hace peligroso.
Las cosas podrían haber ido mucho más lejos si ella no hubiera huido
de mí. Y no puedo prometer que sea capaz de mantener el control si ella
vuelve a meterse en mi piel.
Zane y Finn me miran a la cara cuando salgo corriendo hacia la sala
de prácticas y cierran la boca.
Nadie me pregunta por qué fui a recoger las cartas y el café de
Cadence y volví con las manos vacías. Nadie me dice nada durante nuestro
primer set.
Mis hermanos se marchan un minuto después de nuestra última
canción, poniendo excusas para ir a clase. Me quedo atrás y toco la guitarra
hasta que me pitan los oídos y mis dedos tienen su propio latido.
Entonces voy a buscar a una de las animadoras. Christa no está
disponible, así que elijo a alguien al azar que esté dispuesta a abrirse de
piernas el tiempo suficiente para que yo pueda descargar mi frustración.
Empieza a gemir, pero no es suficiente para mí. Acabo cortando por
lo sano y la mando a paseo.
¿Qué demonios me pasa?
Salgo del aparcamiento y veo a Cadence en el pasillo. Mis ojos se
deslizan lujuriosos por sus largas y pálidas piernas con esa falda. Tuerzo el
dedo y la llamo antes de pensármelo.
Agarra con fuerza su mochila y camina hacia mí.
—Dame las cartas —le ladro.
Me mira con ojos furiosos y me empuja las cartas. Incluso el breve
contacto de sus dedos con la palma de mi mano me hace estremecerme de
lujuria otra vez.
—Ve a buscar una mesa en la cafetería. Asegúrate de que esté
calentita para cuando yo llegue.
Aprieta los dientes, su cuerpo se tensa con una rabia silenciosa, pero
no contesta. Camina por el pasillo y desaparece al doblar la esquina.
Siento dos presencias a mi lado.
Un momento después, Zane habla. —¿Se han vuelto a pelear?
—No —gruño.
—Eso parece —refunfuña Finn.
Zane pone los ojos en blanco. —Se supone que eres tú quien tiene que
meterse en su piel, Dutch. No debería funcionar en ambos sentidos.
—Me atengo al plan —les digo bruscamente—. Voy a echarla de
Redwood.
—¿Por qué parece que es ella la que te está corriendo a ti? —observa
Finn.
Le lanzo una mirada sombría llena de advertencia.
Él responde sin inmutarse.
Los tacones chasquean contra el suelo y, al oírlo, Zane se levanta.
Mira ansioso detrás de él. Su cara cae de decepción cuando ve que no es la
señorita Jamieson trotando hacia nosotros.
—¿Por qué sigues cayendo en eso? —gruño—. Sabes que se
escabulle por otro pasillo si te ve delante.
—Tiene razón —Finn está de acuerdo.
—¿Por qué no sigues adelante? —le pregunto a mi gemelo.
—¿Por qué no le pides a Jinx el número de esa pelirroja y averiguas
por qué te abandonó el sábado? —acusa Zane.
—Lo solucionaré a mi manera.
—¿Cuál es? —Zane se burla—. ¿Esperando que te tropieces con ella
en otro bar?
—He oído que lo dejó porque la estabas acosando —dice Finn.
—No, no lo hizo —refunfuño. Según el jefe de sala, pensaba dejar el
trabajo de todos modos.
—Si no te ocupas de... lo que sea que te esté pasando por la cabeza, te
vas a tirar a toda la clase de último curso y seguirás sin sentirte mejor.
—Deberías saberlo, ¿verdad? —siseo.
Los ojos de Zane se oscurecen. —Sí, tío. Lo sé. Me mata que sea así.
Pero sé que esa mujer es demasiado buena para mí y sé que la arruinaría, así
que hago todo lo posible por mantenerme alejado.
Tanto Finn como yo miramos a Zane sorprendidos. No suele ser tan
consciente de sí mismo.
—Joder. Creo que nunca antes habías sido tan sincero —murmura
Finn.
—Quizá si te oyera hablar como un adulto en lugar de como un
adolescente cachondo, te tomaría más en serio —digo yo.
—Y quizá si no te hubieras acercado sigilosamente a esa tía y la
hubieras besado como un fan enloquecido, no te habrían abofeteado y
dejado plantado. Mira eso —dice Zane—. Los dos hemos aprendido algo
hoy.
Finn se ríe entre dientes.
Mis labios se crispan. Cuento con mis hermanos para que me ayuden
a tomar una situación ridícula y hacer que parezca factible.
En ese momento, suena mi teléfono.
Se me hiela la sangre al ver el mensaje.
—¿Qué pasa? —me pregunta Finn, que se da cuenta enseguida de mi
cambio de humor.
—Es Jinx —digo, mirando entre mis hermanos—. Dice que está cerca
de conseguir la localización de Sol.

Jinx: No todos los héroes llevan capa. ¿Qué me darán por encontrar
al cuarto miembro de su banda, los Cross Boys? No creo que el dinero sea
suficiente. ¿Qué tal un intercambio? ¿Un secreto por un secreto? ¿Dutch
puede empezar diciéndome por qué él y Stage Fright6 fueron pillados
calentándose en la sala del café?
CAPITULO 19
Cadence
—¿Seguro que no nos van a disparar? —murmura Zane desde fuera
de mi camerino.
—Es el baile de bienvenida del instituto —ladra Finn, pero le tiembla
la voz como si la idea también se le hubiera pasado por la cabeza.
—¿Crees que los de primer año no hacen las maletas? ¿O que sus
hermanos mayores no lo hacen? ¿Has oído el término 'drive-by'?
—Tiene razón —dice Finn con un deje de nerviosismo.
—Los dos hacen el ridículo —gruñe Dutch.
Su voz me pone rígida. Como de costumbre, suena irritado y gruñón.
Pero no creo que sea por sus hermanos, porque con ellos tiende a relajarse.
No, está melancólico y sombrío desde que me vio después del
colegio. Hoy es el día de su actuación, de la que todavía no me han hablado
mucho.
Hemos pasado un par de horas en la sala de ensayo antes de que él y
sus hermanos me sacaran de Redwood Prep para prepararme.
Hoy estoy especialmente agotada y no tengo muchas ganas de estar
aquí. Me estoy perdiendo la primera vuelta a casa de Viola y tendré que
conformarme con las fotos que Breeze haga en mi nombre.
No es que a Dutch le importe. Mi malvado señor ha estado detrás de
mí desde aquella mirada en la cafetería.
Todos los días, sin falta, me obliga a tomar café y primero me hace
beber el suyo para comprobar si tiene lejía. Luego me ordena que lleve sus
libros a clase. Luego tengo que aparecer a su entera disposición para
cualquier estúpido recado que necesite que le haga. Luego, como si también
quisiera hacer de mi vida después de clase un infierno, Dutch me hace
practicar con ellos hasta el atardecer.
Pero no con el piano, no.
Me hace tocar el triángulo.
Sé que es una venganza. Está tratando de asegurarse de que las
corrientes subterráneas entre nosotros nunca vuelvan a salir a la superficie.
Si su objetivo era hacer que me resintiera más, entonces... misión
cumplida.
Vuelvo a casa cada noche y le doy una bofetada al saco de boxeo,
fingiendo que estoy reorganizando la mandíbula cincelada de Dutch.
—Espera. —Sus palabras registran y empujo la puerta del camerino
para abrirla—. ¿Acabas de decir que tu banda va a tocar para una fiesta de
bienvenida de novatos?
Nadie me responde. Probablemente porque todos están ocupados
mirando.
Zane se queda boquiabierto.
Finn arquea las cejas.
Y Dutch... Dutch parece más enfadado de lo normal.
Nerviosa, deslizo una mano sobre mi vestido. —¿Qué?
Hoy, cuando hemos salido del colegio, Dutch ha conducido
directamente a un almacén en el corazón del -distrito del dinero-. Es el
equivalente en nuestra ciudad a Rodeo Drive, donde todas las tiendas son
excesivamente caras y pretenciosas.
Una mujer muy cuidada nos recibió en la puerta y nos acompañó
hasta el piso de arriba. Allí, los chicos desaparecieron en sus propios
vestuarios y una dependienta me regaló un sedoso vestido negro y unas
botas góticas de plataforma para que me las pusiera.
Le seguí la corriente porque las botas me parecían increíbles con
todos sus tirantes y cadenas colgantes. Además, un vestido tan caro nunca
había tocado mi piel.
Dutch es el primero en apartar la mirada. Flexiona la mandíbula y
cierra los dedos en un puño.
Zane salta del sofá. —Joder, Cadence. Vaya manera de aparecer.
Finn asiente con la cabeza.
Mis labios se curvan un poco. —Gracias.
Dutch se da la vuelta. Su mirada oscura se clava en mí.
Veo cómo el deseo se enciende en sus ojos. Aparta la mirada, pero
sigue ahí, en la tensión de su mandíbula, el aleteo de sus fosas nasales y la
mano agitada que mete en los bolsillos de sus pantalones de vestir.
Todos los chicos parecen príncipes góticos con pantalones oscuros y
camisas abotonadas, pero hay algo en la forma en que Dutch lleva las
mangas dobladas hacia atrás para revelar su tinta que lo distingue como el
más peligroso y el que más probabilidades tiene de destrozarte el alma.
Su pelo rubio lleva producto para que no le caiga sobre la frente. Su
estilo arreglado lo hace aún más atractivo.
En mi cabeza surgen pensamientos perversos, empezando por cómo
se sentirían sus manos al deslizarse por la seda de mi vestido y terminando
por lo musculoso que sería su cuerpo sin esa camisa.
Me chupo los labios despacio, observando cómo la mirada de Dutch
se clava en mi boca como si él mismo quisiera trazar el camino.
La tensión entre nosotros no ha disminuido. No desde que casi nos
besamos en la cafetería.
Es una tortura estar tan cerca de él. Quererlo y odiarlo al mismo
tiempo. Ahora que he admitido mi oscuro deseo, no puedo mirar a Dutch a
los ojos. Por si acaso se da cuenta de que estoy más loca que él.
Porque para él, podría ser una simple cuestión de atracción.
Pero para mí... debería saberlo.
El historial de malas decisiones de mamá tiene que saltarse una
generación. Dutch Cross no es el tipo de hombre que promete un futuro y lo
cumple. Es el tipo de hombre que le quita la boca y la virginidad a una
mujer y luego desaparece en la oscuridad de donde vino.
No quiero ver el desastre que puede hacer de mi corazón. Nunca le
daré esa oportunidad.
—¿Por qué llevo esto? —Pregunto.
—Ya lo averiguarás —dice Dutch crípticamente.
Esto me da mala espina.
En primer lugar, la banda de Dutch tocará en mi antiguo instituto. Lo
que significa que tocará delante de mi hermanita.
Viola ya está enamorada de Zane. Gracias a Breeze, ahora es fan de
los Kings. Seguro que se acercará a ellos y si me ve con ellos, actuará como
si fuéramos amigos.
No quiero que estos mundos choquen.
—Yo no voy —digo.
Los tres guapos hermanos se detienen a medio camino de la puerta.
Me agacho y finjo tener un retortijón en el estómago. —De repente,
no me encuentro bien. —Me abanico la cara—. Creo que he comido algo
con melocotones.
—¿Alguien le dio melocotones antes de que viniéramos? —Dutch
gruñe a sus hermanos.
Intercambian miradas.
—No —dice Finn.
Dutch frunce el ceño. —No te he visto comer nada desde el almuerzo.
—No sabes todo lo que he hecho desde el almuerzo —respondo.
Zane parece divertido. —¿Hay algo que debamos saber? —Le arquea
una ceja a Dutch—. ¿Hermano?
—Deja de joder —me advierte Dutch.
—Deja de creerte mi dueño —le respondo—. No te pertenezco.
—Entra en el maldito coche, Cadence.
—No.
Finn me mira preocupado. —¿De verdad has comido algo con
melocotones? Dutch mencionó que eras alérgica.
Tengo que urdir otra mentira para que esta sea más creíble. Me pongo
una mano en la cadera. —Puede que me haya estado enrollando con un
jugador de fútbol esta tarde. Creo que podría haber almorzado melocotones.
Dutch se mueve como un rayo por la habitación. Cuando se detiene,
está más cerca de mí que mi próximo aliento.
Sus ojos se clavan en mí y su mano cae sobre mi espalda baja. Se me
escapa un pequeño sonido de la garganta, que parece sacar a la bestia que
hay en Dutch, porque sus ojos se oscurecen al instante.
Su mirada se clava en mí y el deseo me recorre las venas.
No puedo besarle ahora.
Sus hermanos están mirando y necesito mantener la cabeza despejada
para poder alejarlo de Vi.
Levanto las manos para apartarlo.
En cambio, sus dedos se aferran a una de mis muñecas. No me pierdo
la forma en que ambos respiramos agitadamente.
Dutch se recupera rápidamente. Se da la vuelta y me arrastra escaleras
abajo.
Mi cuerpo zumba de furia y empujo sus dedos. —Suéltame.
—Sigue luchando y te llevaré al baile de bienvenida. Sobre mi
hombro. —Sus ojos son oscuros y sé que es bueno para la amenaza porque
ya lo ha hecho dos veces antes.
—Que te den —siseo.
Su sonrisa es siniestra y hace que mi cuerpo palpite de la peor
manera.
—Sigue suplicando y puede que lo haga, Brahms.
Dejo de forcejear inmediatamente.
Dutch levanta la barbilla hacia el coche y yo resoplo antes de subir.
Sus hermanos me acompañan y nos vamos.
El silencio sólo se rompe por mi respiración agitada. Clavo la mirada
en la cabeza de Dutch, ignorando la forma en que Finn lo observa todo.
Zane se aclara la garganta. —Cadence, he oído que este era tu antiguo
instituto.
—No te metas con ella —le regaña Dutch.
¿Qué? ¿Se supone que tienen que tratarme como si no estuviera aquí?
Le lanzo otra mirada de daga y contesto a Zane con altanería. —Sí, fui a ese
instituto.
—¿Por eso actuaste como si estuvieras enferma? ¿Porque hay algo ahí
que no quieres ver? —pregunta Finn.
—¿O alguien? —Zane se da la vuelta en el asiento del copiloto y
mueve las cejas.
El coche se detiene de golpe.
Finn casi se golpea la cara contra el reposacabezas.
Zane se agarra con fuerza el cinturón de seguridad.
Me agarro a la manilla de la puerta y me salvo de un latigazo cervical.
—Dutch, ¿qué demonios? ¿Qué forma de conducir es esa? —grita
Zane.
—Hay un semáforo en rojo —refunfuña Dutch.
Finn mira a su hermano con los ojos entrecerrados. Y luego se vuelve
hacia mí de modo que nuestras rodillas casi se tocan. —¿Es un ex?
—I…
—¿Qué demonios es esto? ¿Un interrogatorio? —Dutch gruñe.
—Sólo estamos haciendo preguntas —dice Zane.
—No preguntes nada. De todas formas, no va a estar por aquí el
tiempo suficiente para que importen las respuestas.
Ojalá estuviera sentada detrás de Dutch para poder patearle la silla.
—Tiene razón. No veo por qué eso es asunto tuyo —digo con
pertinacia.
Finn se limita a sonreír.
Dutch enciende la radio. —¡Basta de charla!
—Mandón —se burla Zane, pero sube las piernas al salpicadero,
golpea el ritmo de la canción en el muslo y no me hace más preguntas.
Estoy pensando en cómo evitar a mi hermana cuando Dutch entra con
su lujoso coche en el aparcamiento de mi antiguo instituto.
Me quedo mirando las vallas metálicas. Tienen que cerrarlo todo o los
yonquis entrarán, usarán los baños y saquearán el lugar. Los edificios están
destartalados, con la pintura desconchada.
Sé de memoria que dentro no es mejor. Tenemos que golpear las
taquillas para que se abran. Nuestra cafetería sirve pastel de carne
misterioso en lugar de sushi y hamburguesas gourmet. Y la mayoría de
nuestros profesores parecen haber renunciado ya a la vida.
Volver aquí después de pasar casi dos meses en el lujoso Redwood
Prep, con su gimnasio, su piscina cubierta climatizada, su pista de tenis, sus
amplios jardines y su elegante decoración, es como si te hubieran metido en
un cubo de agua fría.
—Así que así es como se vive en el otro lado —murmura Zane, casi
emocionado por estar aquí.
Dutch le lanza una bolsa a su hermano. Es redonda y grande, así que
supongo que lleva los platillos.
Zane abre las manos y la coge justo a tiempo.
—Lleva eso. Dijeron que nos instaláramos por la puerta de atrás.
Empiezo a sacar una guitarra.
Dutch me la arrebata.
—¿Qué haces?
Su mirada serpentea perezosamente por mi vestido hasta mis zapatos.
—No deberías llevar nada encima. —Antes de que pueda empezar a pensar
que le ha crecido el alma de la noche a la mañana, añade: —Podrías
tropezar y caerte y entonces se estropearía nuestro equipo.
Demasiado para ser un caballero. Dutch es pura maldad. Estoy segura
de ello.
—Déjame llevarlo dentro. —Agarro el equipo.
Él entrecierra los ojos y lo arrastra fuera de su alcance. —¿Vas a
pagar si se rompe algo, roadie7?
Le frunzo el ceño.
Me devuelve la mirada, negándose a romper el contacto visual.
—¿Pueden ir a apuñalarse con el ojo por ahí? —dice Zane con un
toque de picardía en el tono—. Tenemos que descargar el camión.
—No me digas lo que tengo que hacer.
—Cállate, Zane.
Dutch y yo hablamos al mismo tiempo. Cuando nos damos cuenta de
que en realidad estamos de acuerdo en algo, los dos resoplamos disgustados
y nos apartamos.
A pesar de mi insistencia y de algunos intentos furtivos, los hermanos
Cross consiguen descargar el equipo sin mí. Dutch no me quita ojo cada vez
que me acerco demasiado y me ahuyenta fielmente.
Ya estoy lista para que acabe la noche cuando oigo una voz cantarina:
—¡Ya estás aquí!
Mi mejor amiga baja corriendo las escaleras de la escuela. Lleva un
vestido azul ajustado que cae sobre su despampanante cuerpo. Lleva el pelo
rubio recogido sobre la cabeza.
Se para en seco cuando me ve. —¿Cadence?
—Breeze. —El pánico se apodera de mi cabeza y me aprieta con
fuerza—. ¿Qué haces aquí?
—Te dije que estaba en el comité de planificación de este año. Me
pidieron que ayudara con el baile de primer año.
Probablemente me lo dijo, pero no lo recuerdo. Aunque eso explica
por qué nuestro antiguo instituto insistió en contratar a The Kings en lugar
de a un DJ normal, como siempre.
Breeze me mira a mí y a los tres guapísimos rockstars que están a mi
lado. —¿Qué es esto?
Esta es una historia muy larga que aún no he compartido con mi
mejor amiga.
—Somos amigos de Cadence —dice Dutch.
Le lanzo una mirada tan llena de veneno que es una sorpresa que aún
no haya caído muerto.
Dutch ignora mi mirada de perdición. Se adelanta y le tiende la mano
a Breeze. —¿Y tú eres?
—Soy lo que tú quieras que sea —dice ella, riéndose y revolviéndose
el pelo.
Dutch le dedica una sonrisa encantadora y juro que no creía que su
cara fuera capaz de hacer esa expresión. Sus ojos brillan, sus labios están
relajados y parece un ser humano de verdad en lugar de un frío dios.
—Soy Dutch —dice—. Estos son Finn y Zane.
—Hola. —Zane saluda con la mano.
Finn le hace un gesto de reconocimiento con la cabeza.
Breeze casi se desmaya. —Vaya, es... es genial conocerlos
oficialmente. Estoy tan emocionada por lo de esta noche.
—Nosotros también. —Dutch arquea una ceja—. ¿Dónde podemos
empezar a prepararnos?
—Pueden ir por esa puerta lateral. —Ella señala.
—Genial. —Dutch le dedica otra sonrisa de infarto. No tengo ni idea
de dónde viene este acto de chico dulce. Se ha portado como un demonio
conmigo y, sin embargo, se hace pasar por alguien que nunca haría daño a
una mosca.
—Genial —dice Breeze soñadoramente.
Dutch le guiña un ojo.
Casi vomito.
Los miembros de la banda recogen todos los instrumentos y el equipo
que pueden cargar y desaparecen en la escuela. En el momento en que están
fuera del alcance del aire, Breeze me ataca el brazo.
—¿Cómo. Pudiste. No. Decírmelo? —Puntúa cada palabra con una
bofetada—. ¿Cuándo ibas a mencionar que no sólo conoces personalmente
a los Reyes, sino que ellos saben tu nombre y te llevan a los conciertos?
—Eso no es lo que pasa.
Breeze da un paso atrás y sus ojos se abren de par en par. —¿Y qué es
este vestido? ¿Es de diseño? ¡Dios mío! ¿Te lo han comprado?
—No. Quiero decir, más o menos.
—Tu voz acaba de subir dos octavas, cariño. Si quieres mentirme,
esfuérzate un poco más.
—No es lo que piensas.
—¿Qué es lo que pienso? —Ella desafía.
—No estoy con ellos. Sólo estamos... haciendo un proyecto juntos.
—¡Perfecto! —Ella levanta las manos—. Porque si estuvieras con uno
de Los Reyes, volvería a entrar y le diría a Hunter que no contuviera la
respiración.
—¿Hunter está aquí? —Se me corta la respiración.
Viola me dijo que vendría, pero no esperaba que viniera a la fiesta de
bienvenida de un novato. No me parecía el tipo de hermano mayor de la
Asociación de Padres de Alumnos.
Dutch baja corriendo las escaleras del instituto, con los brazos
musculosos libres de su guitarra y sus altavoces. Sus hermanos no lo
acompañan, lo que significa que aún están dentro preparando todo.
Su mirada se enreda con la mía e, incluso en la oscuridad, es
hipnótica. Le devuelvo la mirada a Breeze.
—Será incómodo bailar con Hunter. Desde que vino aquel día, no
hemos hablado. Además, nunca respondió a mis mensajes.
Los músculos de la espalda de Dutch se flexionan mientras busca algo
en su camioneta. Sus movimientos son lentos y medidos, aunque tenga
prisa. Sé que me está escuchando atentamente.
Breeze observa su cuerpo delgado y atlético y la baba se desliza por el
lateral de sus labios.
—Breeze —le digo.
—¿Eh? Ah, claro. Tú. Cazadora. Este vestido. —Sus ojos se fijan en
mí y me agarra la mano—. Cadey, tiene que verte con este vestido. No hay
forma de que vuelva a pensar en ti como la hermana pequeña de su amigo.
Empiezo a tropezar detrás de mi mejor amiga cuando siento que unos
dedos fuertes me rodean la otra muñeca. Su tacto irradia un calor abrasador
mientras me agarra con más fuerza.
Breeze nos mira a los dos con los ojos muy abiertos.
—¿Qué estás haciendo? —exclamo.
Su ceño fruncido me dice que no le gusta mi tono. —Te necesitamos
en el escenario.
—¿En el escenario? —Siseo—. ¿Por qué?
—Ya lo verás. —Sus labios se curvan y vuelvo a recordar a un león.
Dutch me mira fijamente—. Tengo otros planes para ti esta noche, Cadey.
CAPITULO 20
Cadence
—No, en absoluto.
Dutch y yo estamos de pie en el pasillo a un lado del gimnasio
mientras Finn y Zane están en el otro.
Pensé que Dutch me arrastraba con él para tener una última discusión.
Suponer que Dutch no estaría maquinando formas de hacerme la vida
imposible fue mi primer error.
Dejar que me arrastrara hasta aquí mientras Breeze miraba fue mi
segundo.
—No voy a subir al escenario —le siseo.
—Dijiste que serías mi asistente. Veinticuatro siete. Ese es el trato. —
Sus cejas se arquean sobre sus ojos ámbar. Parece muy impaciente esta
noche. Es extraño. Dutch siempre está de mal humor, pero esto es diferente.
Parece... volátil.
—Tocas en el escenario. Los fans gritando. Los sujetadores que te
tiran. Eso es lo tuyo —digo.
—¿Sujetadores? —La tormenta en sus ojos se suaviza un poco—.
Cadey, esto es un baile de instituto. Si recojo algún sujetador aquí, es medio
delito.
—No me importa. No voy a subir al escenario.
Dutch se mete las manos en los bolsillos. —Te necesitamos en
nuestro set.
—¿Porque el triángulo es tan importante para el sonido general? —Mi
voz resuena con sarcasmo—. Lo dudo mucho.
Mi mirada pasa de Dutch a las salidas. Me pregunto cuánta fuerza
bruta necesitaría para empujarle y salir corriendo hacia la autopista.
Prefiero arriesgarme con los pandilleros de la calle que subirme a esa
plataforma toscamente construida con adornos que ya se están cayendo. La
única forma en que me plantearía hacer algo así sería si tuviera mi pelo
rojo, maquillaje y nombre artístico.
—He oído que tu hermana asiste a esta escuela. —Dutch se acerca.
—¿Cómo lo sabes?
—Jinx envió una foto. —Sonríe—. Viola Cooper. Grandes ojos
marrones. Bonita sonrisa. Quiere ser una estrella del maquillaje.
Mis hombros se endurecen. —Ni se te ocurra hablar con mi hermana.
—Entonces mueve el culo. —Levanta la barbilla hacia el escenario.
Se me revuelve el estómago de los nervios y empiezo a sudar frío. —
No puedo.
—Sí que puedes.
—¿Por qué me haces esto? —gimo. Aunque lo sé. Es porque me odia.
—Necesitas superar tu miedo escénico.
—Dutch, realmente no puedo.
Se inclina y me mira. —No pienses en la multitud. Imagina que sólo
estamos tú y yo. Golpea ese triángulo como si quisieras golpearme la
cabeza con un martillo. —Hace una pausa y parece pensárselo—. Pero a
tiempo.
—Me niego.
—No es una opción, Brahms. —Sacude la cabeza.
Fuera, el presentador anuncia la banda. Los estudiantes de primer año
gritan.
—Es la hora. —Dutch me coge de la mano y me arrastra hacia el
escenario.
—¿Puedes dejarlo ya? —Me agarro a su camiseta y la retuerzo.
Nunca pensé que le suplicaría nada a Dutch, pero aquí estoy. Prácticamente
de rodillas.
—¿Desde cuándo te echas atrás ante un desafío, Brahms?
Me centro en su mirada obstinada. —Esto es diferente. No he tocado
en un escenario como yo misma desde que tenía doce años.
Esta vez, la mano que cierra a mí alrededor es paciente. Lentamente,
Dutch frota círculos en mi muñeca como para calmar mi pulso acelerado.
—No los mires, Brahms. —Me guía a través de la puerta—. Mírame a
mí. Sigue mirándome. —Me devuelve la mirada—. Porque si huyes, voy a
encontrarte y no te va a gustar lo que te haga.
Entrecierro los ojos con desagrado, pero no puedo gritarle porque ya
estamos subiendo al escenario.
Los instrumentos están preparados. Las guitarras, batería, luces
multicolores. Grandes globos sujetos por un toldo de red. Y luego están los
ojos.
Un mar de rostros se extiende ante mí, todos vestidos
maravillosamente y envueltos en sombras. No puedo ver a Viola pero,
sinceramente, no puedo ver nada más allá de mi propia neblina de miedo.
Creo que voy a vomitar.
Dutch me suelta la mano y me dispongo a salir corriendo del
escenario cuando Finn se cruza en mi camino. Lleva un bajo colgado del
hombro. Me mira fijamente.
Le dirijo una mirada desesperada. —Finn, por favor.
Sacude la cabeza y levanta la barbilla hacia el triángulo.
Zane está sentado detrás de una batería de aspecto impresionante. Su
pelo negro le cae sobre la cara y sacude la cabeza para apartárselo de los
ojos. Me sonríe y me apunta con una baqueta.
El miedo y la confusión me ahogan. ¿Por qué me hacen esto?
¿Quieren ver cómo me ahogo? ¿Es este su plan final para echarme de
Redwood Prep para siempre?
—Siéntate ahí. —Finn señala una silla que está al fondo del
escenario.
Corro hacia allí, con el corazón palpitando de alivio y mi fiel
triángulo pegado al pecho.
Le devuelvo el saludo con la cabeza y observo cómo coge la guitarra
del atril y la balancea por encima de la cabeza sin esfuerzo. Parece tan a
gusto. Qué cabrón.
Me arde todo el cuerpo y me esfuerzo por no hiperventilar. La última
vez que me puse delante de una multitud, tenía doce años, lloraba y tenía
miedo.
Aprieto mi triángulo con más fuerza. Esto es diferente. No estás
detrás de un piano.
La autoconversación me ayuda. Empiezo a calmarme un poco. Dutch
está aquí, También Finn y Zane. Y aunque han sido horribles conmigo, al
menos no estoy sola. Estoy metida hasta el fondo, sana y salva, tocando un
instrumento que no tiene peso en la actuación.
Sólo respira, Cadence. Sólo respira.
Dutch está de cara al público. Rodea el micrófono con sus dedos
largos y finos. Su voz retumba en el auditorio mientras presenta a la banda
y veo a varias chicas desmayarse. Las pobres ya están bajo su hechizo, lo
que no me sorprende. Dutch es alto y hermoso bajo las luces.
Mirarle es mejor que perderme en mi cabeza. Me fijo en su sonrisa
arrogante cuando desengancha el micrófono. Merodea por el escenario
mientras Zane empieza a tocar un pegadizo ritmo de batería. Mueve la
cabeza y suelta otra sonrisa confiada. Este es su mundo y le pertenece.
Zane deja de tocar.
Luego levanta las baquetas y cuenta hacia atrás.
Uno, dos, tres.
Estoy tan cerca de la batería que cuando Zane golpea los platillos,
casi me desgarro la piel. Finn entra con un riff funky en el bajo y Dutch lo
iguala en la guitarra eléctrica compás a compás, con el rostro tenso por la
concentración.
Me quedo boquiabierta cuando oigo tocar a Dutch. Utiliza la música
como un arma, destrozando todo lo que creía saber de él y reconstruyéndolo
todo de nuevo.
Los rugidos se hacen más fuertes mientras el mar de novatos sonríe y
rebota de emoción.
Estoy en la parte de atrás, así que lo único que puedo ver es el perfil
de Dutch, pero es lo suficientemente potente como para mantener mi
atención. Pómulos afilados, mandíbula fuerte, labios carnosos. Toca la
guitarra como yo pongo mi alma en un piano, como si fuera su última noche
y nada importara más que este momento.
En el escenario hace mil grados, pero se me ponen los pelos de
gallina.
Los labios de Dutch se entreabren, su pelo se alborota mientras
mantiene la atención en la guitarra. Nos tiene a todos hechizados,
esperando.
Y entonces...
Pone la boca en el micrófono y una nota tiembla en el aire.
Los gritos del público casi destrozan lo que queda de mis tímpanos.
Dutch se balancea de un lado a otro, entregándose por completo a la
canción. Es una faceta suya que nunca antes había visto y que me atrae
sobremanera.
Me encanta la aspereza de su tono y la autenticidad que aporta a su
interpretación. Es crudo y vulnerable, aunque el ritmo sea alegre.
Su confesión de la otra noche me da vueltas en la cabeza. No sé para
qué toco. Es difícil pensar que esté luchando tanto cuando lo hace tan bien.
Los Kings empiezan su primera canción y los niños estallan en
vítores.
En un instante recuerdo por qué la música es tan universal. No
importa que Dutch tenga en su cuenta bancaria mucho más de lo que
cualquiera de estos estudiantes podría soñar. No importa que conduzca un
coche lujoso, que viva en una mansión o que su padre sea una leyenda de la
música. Ahora mismo, en este momento, está hablando el idioma que todo
el mundo entiende.
Muevo la cabeza al ritmo, conectando con cada línea, cada verso y
cada acorde. No porque sean perfectos, sino porque el cantante no me da
otra opción que animarme.
Con el tiempo, paso de mover la cabeza a bailar en mi asiento. A
veces, incluso olvido dónde debo tocar el triángulo.
Hacia el final del concierto, la banda hace una pausa musical. Dutch
toca un complicado solo con su guitarra. Finn marca un ritmo con el bajo y
Zane se lanza a la batería, provocando la mayor reacción de los estudiantes.
Veo que Dutch me hace un gesto.
Casi se me salen los ojos.
Niego con la cabeza. No.
Me levanta la barbilla como diciendo que tú eres el siguiente.
Vuelvo a negar con la cabeza.
Él vuelve a asentir.
Hacemos la rutina del cabezón durante un minuto hasta que Zane
golpea los platillos con las baquetas y, mientras suenan los discos dorados,
me señala.
Trago saliva. El público se concentra y el miedo me mastica viva.
—¡Te toca, Cadence! —advierte Zane mientras termina su solo.
Con el corazón en la garganta, me pongo en pie con dificultad,
levanto el triángulo y golpeo el palo contra él. El aro estalla en el aire y
Dutch envuelve inmediatamente una melodía alrededor de la nota para que
parezca algo nuevo.
Los estudiantes de primer año enloquecen, golpean sus cabezas y
bailan.
Salto de emoción.
No... Me he desmayado.
Lo he conseguido.
Miro a Dutch a los ojos y le sonrío. Él inclina la barbilla en señal de
aprobación. Le corre el sudor por la cara y tiene el pelo revuelto, pero
nunca lo había visto tan cautivador.
Se da la vuelta y vuelve a cantar el estribillo. La guitarra grita bajo
sus dedos. Nos preparamos para el final.
Para mi sorpresa, Dutch se da la vuelta y me hace un gesto para que
me acerque a él.
Muevo un dedo.
Él mueve la cabeza en un gesto de –vamos-.
Camino hacia el frente, me tiemblan las rodillas.
Me miran con ojos ámbar y, aunque Dutch no dice nada, noto que me
pregunta si estoy preparada para esto.
Muevo la cabeza de un lado a otro en un desesperado –no-. No es que
le importe. Dutch rasguea las cuerdas de su guitarra y Zane aporrea la
batería. Es hora del gran final.
Golpeo el triángulo a tiempo.
Una vez.
Dos veces.
Imitando a Dutch, me sacudo el pelo de un lado a otro.
El golpe final de mi triángulo es recibido con aplausos y gritos. Dutch
toca una última progresión de acordes antes de dejar sonar la nota.
Se acabó. Un zumbido recorre todo mi cuerpo. No puedo creer lo que
acabo de hacer. Me he subido al escenario y he tocado ese triángulo como
yo misma.
Como yo.
Cadence.
Sin pelucas. Sin maquillaje. Sin nombre artístico.
Siempre he sido sincera con mi música, pero ésta es la primera vez en
años que soy sincera con quién soy cuando la interpreto.
Esta noche, gracias a Dutch, he roto ese molde.
Sin pensarlo dos veces, acorto la distancia que nos separa y le echo
los brazos al cuello justo cuando se rompe la red y los globos llueven sobre
nosotros.

CAPITULO 21
Dutch
Mis brazos rodean la cintura de Cadey y respiro su aroma.
Quiero que el abrazo dure más, pero ella se aparta y sus ojos castaños
me miran con desconcierto. Luego, como si hubiera tomado una decisión,
una sonrisa incómoda se dibuja en sus labios.
Su pelo me da una bofetada en la cara cuando se da la vuelta y rodea a
Finn con los brazos. Mi hermano exhala sorprendido y me mira.
Cadence lo suelta y se acerca a Zane. Frunzo el ceño en dirección a
mi gemelo y me aseguro de que sus manos no bajen más de lo necesario.
La posesividad me coge por sorpresa. ¿Y qué si Zane abraza a
Cadence? A mí no me importa. Ella no me importa.
Aparto los ojos de ella aunque todo en mí quiere seguir mirándola.
Arrodillado junto a mi guitarra, bajo el volumen.
Normalmente, esperaría a que terminara el evento para empezar a
desmontar instrumentos, pero salto directamente a la mesa de mezclas,
silencio las otras guitarras y empiezo a desenchufar cables.
Cadence baja del escenario y yo hago como que no me doy cuenta.
—Dutch, ¿qué haces? —Unas zapatillas blancas y negras caen en mi
campo de visión. Están impecables, lo que significa que son de Finn. Es un
fanático de las zapatillas y las atesora como trofeos.
—Estoy desmontando los instrumentos —murmuro. Debería ser
bastante obvio.
—¿Dónde ha ido Cadence? —Zane pregunta, uniéndose a mí en la
parte delantera de la mesa de mezclas.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? —Gruño.
Hay una delgada línea entre una broma inofensiva y una pelea. Sé que
estoy más cerca de empezar una pelea que de otra cosa.
Pero Zane no parece molesto. Parece divertido.
—¿Qué te pasa?
Doblo toscamente nuestros cables para que quepan en nuestra maleta
de viaje. —He suspendido en el último riff.
Me puse nervioso con Cadence a mi lado y mis dedos no doblaron
bien las cuerdas.
Mis hermanos asienten porque saben lo en serio que me tomo la
música. Lo que no saben es cuánto de la música de esta noche he disfrutado
simplemente porque Cadence estaba allí con su estúpido triángulo.
Tengo la cabeza hecha un lío y todo por su culpa. Cuando la vi salir
del vestuario con ese sedoso vestido negro, la boca brillante y rosada...
Casi me rompo una vena.
Luego me abrazó después de la actuación de esta noche.
Fue sólo un apretón, tan básico e inocente como la crema de vainilla,
pero los pantalones me apretaron tanto que creí que se me saldrían.
Cada nervio de mi cuerpo está vivo por su contacto.
Finn me mira como si supiera la verdadera razón por la que estoy
inquieto. Necesito que mis hermanos salgan de mi vista tan pronto como
sea humanamente posible.
—Oh, la encontré. —Zane asiente en dirección a la multitud.
Levanto la vista casi con impaciencia. Y luego frunzo el ceño al no
ver a Cadence por ninguna parte.
—Con ella, me refiero a su sexy mejor amiga. —Zane me guiña un
ojo—. ¿De quién creías que estaba hablando, Dutch?
—Que te den. —Regaño a mi hermano.
Finn se frota la barbilla. —¿A alguno le parece que hemos visto a su
amiga antes?.
—¿A quién? ¿A la amiga de Cadence? —aclara Zane.
Finn asiente.
—No lo sé. —Zane me quita los cables del micro de las manos—. Lo
que sí sé es que Dutch no puede quitarnos los instrumentos esta noche.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Nos encargaremos de esto.
—Yo me encargo. —Cojo el cable de la música.
Zane me bloquea. —Gastamos una locura en estos cables y los estás
doblando mal. Si dejan de funcionar en medio de un set, te culparé a ti.
—Vete a pinchar o algo. —Finn me da una palmada en la espalda y se
retira a su bajo donde coloca cuidadosamente la guitarra en su funda.
—¿Necesitan ayuda, chicos? —Un profesor con gafas y aspecto de
empollón se acerca a nosotros. Pero en realidad no nos mira. Sus ojos van
de un lado a otro como si buscara polizones.
Empiezo a notar lo vacía que está la parte delantera del escenario.
Normalmente se nos acercan muchas chicas después de una actuación. Por
el aspecto de los profesores que nos rodean, supongo que la falta de
interacción es intencionada.
Me paso una mano por el pelo y vuelvo a observar a la multitud. Está
oscuro y es casi imposible distinguir las caras, pero localizo a Cadence por
el brillo de su vestido.
Diablos, pasé la mayor parte del trayecto hasta la escuela intentando
no pensar en ella con ese vestido, pero fracasé. A lo grande.
Todo en ella me afectaba.
La forma en que sus tetas se salían de la parte superior.
La forma en que se mordía la boca brillante cuando se daba cuenta de
adónde íbamos.
La forma en que seguía jugando con sus pendientes.
No debería estar pensando en ella.
Pero hay...
...no lo sé. Hay algo ahí.
En la distancia, Cadence tropieza hacia atrás cuando una chica más
pequeña se abalanza sobre ella. Está demasiado lejos para distinguirla, pero
supongo que es su hermana pequeña. La otra niña lleva un vestido con
volantes y el pelo largo.
Parece que Cadence viene de una familia de abrazadores.
Zane me hace un gesto. —¿Puedes meter esto en el camión?
—Sí. —Acepto la batidora de sus manos, contento por tener una
excusa para salir del gimnasio.
Cuando vuelvo, Cadence está de pie más cerca del escenario.
Y está con un tío.
Aprieto los puños cuando veo lo cerca que está de ella. Ella se ríe de
algo que él dice y su mano se posa en la manga de su chaqueta.
Me pongo furioso.
He sentido un montón de sentimientos oscuros a lo largo de mi vida,
pero los que ahora bullen en mi interior son los más aterradores, porque no
tengo derecho a ellos. No con Cadence.
Agarro bruscamente la funda de mi guitarra y salgo a la calle. El
viento nocturno no hace nada por enfriar mi furia. Me inclino sobre el
asiento trasero, tensando los músculos de los hombros y haciendo todo lo
posible por no moverme.
¿Y si entro e impido que ese tipo hable con Cadence? ¿Y entonces
qué?
No la quiero para mí.
No es la chica que me importa.
Ella es la chica que necesito para salir corriendo de Redwood.
Enrosco los dedos en puños y golpeo la silla. Es como si me
desgarraran por dentro.
La conexión que siento con la pelirroja es real. Cada vez que creo que
me controlo, la oigo tocar y me arranca algo de lo más profundo y oscuro
de mí.
Pero no puedo fingir que Cadence no se está metiendo bajo mi piel
también. Incluso ahora, quiero arrastrarla a una de las aulas vacías. Pasaría
mis manos por su cuerpo, por sus curvas. Me tragaría sus gemidos guturales
para mantenerla callada y que no nos descubrieran los chaperones.
Porque una vez que la pruebe, estoy seguro de que no me detendré
por nada que no sea un huracán.
Me paso las manos por el pelo, respirando fuerte y deprisa.
La necesidad late en mis venas.
Me meto una mano en los pantalones.
Se me escapa un largo gemido. Parezco un enfermo mental torturado.
Unos pasos me avisan de que vienen mis hermanos. Me enderezo y
los miro con el ceño fruncido.
Zane lleva una batería en un estuche acolchado. El colegio me
proporcionó una batería totalmente equipada, pero mi gemelo nunca toca
sin su propia caja.
—¿Estás listo para salir? —pregunta Zane.
Miro detrás de él. —¿Dónde está Cadence?
—Se queda —dice Finn.
Mis fosas nasales se encienden. —¿Quién la lleva a casa?
Me imagino a ese tipo ofreciéndole llevarla, acercándose a la palanca
de cambios, poniéndole la mano en el muslo... y se me dispara el
temperamento.
—¿Por qué te importa? —Zane me desafía.
Lo miro fijamente. —No me importa.
—Entonces pongámonos en marcha. No hay razón para que nos
quedemos. —Zane esboza una sonrisa divertida por encima del hombro—.
La administración quiere que nos vayamos más rápido. Creen que caeremos
en la trampa.
Mis pies están arraigados en su lugar. Dejar a Cadence aquí para que
coquetee con un chaperón imbécil me hace querer romper una ventana con
el puño.
Pero no tengo una razón para quedarme.
Al menos, no una buena.
Me obligo a darme la vuelta y sigo a mis hermanos hasta el coche.
—¡Espera! —Suena un chillido de niña que hace que todos nos
detengamos.
La chica que abrazó a Cadence antes viene saltando por los escalones
de atrás. Está resoplando cuando llega hasta nosotros.
—Estoy... —Ella jadea—. Viola... la... hermana de Cadey.
Arqueo una ceja, reparando en el parecido familiar. Viola no es tan
alta como su hermana mayor, pero tiene la misma delicada belleza. Veo el
parecido familiar en sus ojos y en sus sonrisas. Aunque no tengo mucho con
qué compararlas, ya que Cadence rara vez me sonríe.
—Hola, Viola —dice Zane.
Finn levanta la barbilla.
—Sé que estás ocupado y no he venido aquí a flirtear contigo. —Se
endereza después de recuperar el aliento. Sus mejillas se sonrojan y sus ojos
brillan—. Pero no me malinterpretes. Lo haría porque los adoro. Estuvieron
increíbles esta noche.
—Gracias. —Zane le muestra su sonrisa característica.
La pobre chica casi se desmaya.
Doy un paso adelante. Cadence empezó a ponerse a la cola cuando la
amenacé con presentarme delante de su casa. Lo que significa que está
tratando de proteger algo cercano. A su hermana.
—Tenemos tiempo. —Me acerco más a ella.
Se sonroja.
—¿Tocas el piano como tu hermana? —Zane pregunta en tono
amistoso.
—No, no toco. Le suplico a Cadey que me enseñe, pero siempre
trabaja hasta tarde. —Su risita es cohibida—. Así que me las apañé por mi
cuenta.
Al mencionar a Cadence trabajando hasta tarde, siento una punzada
en el pecho.
—De todos modos —Viola agita una mano— quería darte las gracias
por ayudar a mi hermana a superar su miedo escénico.
—Todavía queda mucho camino por recorrer —le advierto. Tocar el
triángulo de fondo está muy lejos de ser capaz de tocar sola delante de
multitudes.
—Sí, pero tienes que entender que antes Cadey nunca se subía a un
escenario. Le daba urticaria, vomitaba y... —Se estremece—. Era horrible.
—¿Cuándo empezó el miedo escénico? —pregunta Zane.
Viola se muerde el labio inferior y me recuerda a su hermana. —
Mamá no siempre estaba... en sus cabales. A veces, llevaba a Cadence a
lugares que no eran seguros y la obligaba a jugar.
Finn parece perturbado.
Zane maldice. —¿Qué clase de madre haría eso?
—Una que tiene problemas con las drogas —confiesa Viola.
El corazón se me hunde hasta la boca del estómago.
—Cuando nuestra madre murió -los ojos de Viola se empañan-, pensé
que Cadey no volvería a jugar. Pero entonces consiguió una beca para
Redwood, los conoció a ustedes y ahora se divierte. Puede que mamá ya no
esté, pero es casi como si siguiera aquí, cuidándonos.
—Siento lo de tu madre —dice Zane en voz baja.
—No fue una gran madre, para ser sincera —admite Viola, con los
ojos en el suelo—. Cadey era la que pagaba las facturas y cuidaba de mí.
Nunca tuvo la oportunidad de ser normal. —Viola debe darse cuenta de que
está compartiendo demasiada información personal porque de repente se
encoge—. Dios mío. No le digas que te he contado todo eso. Me mataría.
—Tu secreto está a salvo con nosotros —dice Finn con sinceridad. En
ese momento, su teléfono suena y él baja la mirada. Su expresión cambia al
instante. Es suficiente para ponerme nervioso.
—¿Qué pasa? —le pregunto a mi hermano.
Finn se aclara la garganta. —Tenemos que irnos. Ahora.
—Viola, ha sido un placer conocerte —dice Zane, trotando hacia el
camión.
—Avísanos si alguna vez necesitas algo —le digo, retrocediendo.
Se alegra. —Por supuesto.
Subo al lado del conductor y espero a que se cierren las puertas de mi
hermano. Arranco el motor y miro a Finn.
Descuelga el teléfono. —Es Jinx. Ha localizado a Sol.

Jinx: Ninguna buena acción queda sin castigo. Ya que los Reyes
fueron tan amables de otorgar su presencia real a los niños del sur, este es
mi regalo para ti. Encontrarás a tu amigo Sol aquí. Ubicación adjunta.
Pero tengan cuidado. No todos los pájaros enjaulados pueden ser
liberados.
CAPITULO 22
Dutch
El silencio es sofocante cuando irrumpimos en el vestíbulo de las
instalaciones de entrenamiento de Holy Oaks.
Finn lo buscó por el camino. Se describe a sí mismo como un
campamento de entrenamiento a medio camino entre un campo de
entrenamiento militar y un centro psicológico para adolescentes con
problemas.
Se me ha revuelto el estómago desde que supe que la familia de Sol lo
había internado allí después de que lo expulsaran de Redwood Prep. Lejos
de su familia y amigos, probablemente se ha estado asfixiando aquí.
—¿Puedo ayudarle? —Un hombre con corte de pelo, ojos apagados y
labios finos nos mira fijamente desde detrás de un mostrador de recepción.
—Venimos a ver a Solomon Pierce —dice Zane con calma. Finn y yo
decidimos dejar que sea él quien hable.
Estoy demasiado nervioso para fingir cortesías y Finn siempre va al
grano, esté donde esté. Como a Zane le gusta hablar con dulzura de mujeres
y figuras de autoridad, nos callamos la boca.
Buzzcut8 me mira y luego a Finn. —Las horas de visita han
terminado.
—Verás —Zane se apoya en el escritorio— hemos conducido hasta
aquí para visitar a nuestro querido amigo.
Señala un cartel. —Pide cita y vuelve mañana.
Cierro los dedos en puños. Somos tres y él uno. Si le quitamos de en
medio, podemos ir asaltando las instalaciones en busca de Sol.
Finn extiende la mano delante de mi puño. Sus ojos me miran y
parecen decir -cálmate-.
¿Cómo demonios voy a calmarme?
Sol está aquí por mi culpa. Lleva aquí casi dos meses sin tener ningún
contacto con nosotros.
Después de recibir el golpe así, no deberíamos habernos ido de gira.
Deberíamos haber hecho un mejor esfuerzo para mantenernos en contacto.
Entonces tal vez nada de esto habría sucedido.
Zane se aclara la garganta y baja la voz. —Señor... —Dusty, Sol es
como nuestro hermano. Estoy seguro de que nos ha mencionado. Todos
formábamos parte de una banda juntos. Los Kings.
—Ah, son los gamberros que lo metieron en líos y luego lo
abandonaron.
Me acerco.
Finn me agarra del brazo y me inmoviliza.
Zane se ríe con fuerza, pero me doy cuenta de que incluso él está
empezando a perder la paciencia. —Las cosas se nos fueron de las manos y
hace tiempo que no podemos ponernos en contacto con Sol. Como eres
consciente de nuestra situación, estoy seguro de que puedes hacer una
pequeña excepción para que solucionemos las cosas.
—Ya que estoy al tanto de la situación —se eleva a su altura completa
— no aprobaré ninguna visita de ustedes. Cuando Sol sea liberado, podrá
elegir ponerse en contacto con ustedes, pero no lo facilitaremos.
—Pero...
—Váyanse. Ahora. —Cruza los brazos sobre el pecho.
Zane vuelve hacia nosotros, con los labios apretados.
Me inclino hacia él. —Podemos llevárnoslo.
—Que nos arresten no nos llevará a Sol más rápido —responde Zane.
Maldita sea. Cuando Zane es la voz de la razón, sé que oficialmente
he perdido la cabeza.
La desesperación me vuelve terco. Fui yo quien le dijo a Zane que
conseguiría que le revocaran la suspensión. Las cosas se han salido de
control, pero no puedo decepcionarlo.
Mis hermanos me flanquean a ambos lados mientras salimos del
vestíbulo. Noto la tensión en sus hombros y no sé si es porque tienen miedo
de que intente atacar a Dusty o porque están luchando contra su propia
culpa.
Cuando pasamos por delante de la cabina de seguridad, se me ocurre
una idea.
Zane cierra la puerta del coche. Con el ceño fruncido, murmura: —Yo
digo que volvamos con una escalera y unos sopletes.
—¿Planeas quemar el lugar? —Finn pregunta.
—Si creamos una distracción...
—Maldita sea, Zane. No somos pirómanos —le recuerda Finn.
—¿Tienes una idea mejor?
Finn se frota las sienes. —Quizá si te callaras, se me ocurriría alguna.
Zane le frunce el ceño.
Finn le devuelve la mirada.
Me vuelvo hacia ellos y arranco el coche.
—¿Adónde vas? —acusa Zane—. ¿Vas a rendirte sin más?
—No —digo.
—¿Y bien?
No siento la necesidad de dar más explicaciones y mis hermanos me
conocen lo suficiente como para dejarme en paz cuando mi cerebro está en
plena ebullición.
Nuestro coche avanza a toda velocidad por el centro mientras paro en
todos los cajeros automáticos que encuentro. Cuando termino, tengo una
bolsa llena de billetes.
Zane mira la bolsa a sus pies. —¿Crees que Dusty caería en esto?
—No parece de ese tipo —dice Finn.
De nuevo no contesto.
Cuando volvemos al campo de entrenamiento, miro el reloj.
—Chicos, espérenme —les digo a mis hermanos.
—¿No necesitas refuerzos? —pregunta Zane, con una mano en el
pomo de la puerta.
Niego con la cabeza, cojo el petate y salgo a la lloviznada noche.
Después de unos minutos con el guardia de seguridad, me apresuro a
volver con mis hermanos.
Zane me sonríe. —Veo que has vuelto con las manos vacías.
—No del todo. —Muestro el pase de seguridad a mis hermanos.
Finn abre los ojos y me lo arrebata. —¿Quién es Orville?
—El de seguridad de enfrente. —Miro entre los dos—. Dice que sale
de servicio dentro de diez minutos. El otro tipo siempre llega tarde, así que
tenemos unos cinco minutos para entrar.
—Que es donde entra esto, supongo. —Zane agita el pase.
Asiento con la cabeza. —Sol está en la habitación 201. No podemos
tardar o descubrirán que nos dejó entrar.
—Dutch, genio. —Zane me da una palmada en la espalda.
Finn me sonríe. —Impresionante.
—Me bañaré en tus alabanzas más tarde. Tenemos que darnos prisa.
Mis hermanos se alinean detrás de mí mientras nos colamos por la
puerta trasera y subimos con cuidado las escaleras. Es tarde y no hay nadie
moviéndose por los pasillos.
—¡Allí! —susurra Zane, señalando la habitación 201.
Miro a ambos lados y atravieso el pasillo con el corazón palpitante.
Abro la puerta y dejo pasar primero a mis hermanos antes de deslizarme
dentro.
—¿Qué demonios? —brama Sol desde la cama.
—¡Sh! —Finn le hace callar.
—Hola, tío. —Zane sonríe ampliamente—. Cuánto tiempo sin verte.
—Sol —digo.
Nuestro mejor amigo nos mira con grandes ojos marrones. Luego
salta de la cama y ataca a Finn y Zane con un abrazo de dos brazos.
—Cabrones —dice Sol, con la voz entrecortada.
Finn le golpea en la espalda.
Sol los suelta y me mira. Sus pies descalzos presionan el suelo
mientras da unos pasos hacia mí.
Evito sus ojos. —Sol, tío... yo... lo siento.
—Cállate, Cross. —Sol me envuelve en un abrazo.
Me tiembla el labio inferior, pero lo reafirmo como un hombre y me
niego a emocionarme.
Sol se echa hacia atrás. La luz le ilumina la cara. Parece más delgado
de lo habitual, tiene los pómulos y los ojos un poco hundidos. Su piel, que
siempre tuvo un bronceado saludable, está pálida.
—Como la barba —dice Zane, haciendo un movimiento sobre su
propia barbilla.
—Sí. —Sol sonríe tímidamente—. Supuse que, ya que las damas de
aquí no son nada del otro mundo, lo probaría. Tienes suerte de haber venido
hoy. Hace unos meses, la habrías visto en la fase rara y desgreñada.
Nos reímos, pero es hueco y vacío.
Se hace el silencio cuando las risas se desvanecen. Es como si
estuviéramos en un charco de arrepentimiento. Estoy hasta las rodillas y no
sé cómo salir de él.
—¿Cómo me han encontrado? —Pregunta Sol, dándose la vuelta y
volviendo a sentarse en la cama—. Estos psicópatas no nos dejan usar los
teléfonos ni los portátiles. E internet está fuertemente supervisado.
—Eso debe ser divertido —bromea Zane.
—Increíblemente. —Sol se tira del dobladillo de la camiseta del
pijama. Es de un horrible color marrón verdoso con botones estándar y
pantalones de pijama de pata ancha. Me pilla mirándolo y sonríe—. Aquí
nos obligan a llevar uniforme. Incluso cuando dormimos.
—Sol, tío, vamos a sacarte de aquí —dice Zane. Miro a mi gemelo y
su expresión es más seria que nunca.
Finn asiente. —No deberías haber cogido el rap por tu cuenta aquella
noche.
—No. —Sol sacude la cabeza—. Lo hecho, hecho está.
—Eso no nos vale —declaro con firmeza—. Vamos a devolverte a
Redwood Prep. Donde perteneces.
Sus ojos parpadean hacia mí antes de caer al suelo. —Olvídalo, tío.
Ya he perdido dos meses de clase.
—Eso no es un problema.
—¿Por qué crees que estoy aquí, tío? Quería volver a Redwood Prep,
así que actué en cada escuela en la que mi madre trató de meterme. No duré
más de una semana aquí o allá. Por eso me metió en este infierno. —Mira al
techo—. Y por eso sé que si no me meten pronto en un colegio, voy a tener
que repetir un año entero.
—¿Cuándo? —pregunto con urgencia.
—En dos semanas. —Levanta un hombro encogiéndose de hombros a
medias.
¿Dos semanas? El plazo me recorre el cuerpo.
Finn me lanza una mirada mordaz. —Dos semanas no es mucho
tiempo. Llevamos intentando encontrar una forma para ti desde que
volvimos a Redwood, pero...
—¿Pero qué? —pregunta Sol, con los ojos muy abiertos e inocente.
Zane se frota la nuca y me lanza una mirada cargada. —No hemos
tenido éxito.
—No pasa nada. —Suspira, resignado.
—Ya se nos ocurrirá algo. Te lo prometo. Saldrás de aquí de una
forma u otra.
—¿A menos que quieras unirte al ejército? —Pregunta Zane con una
sonrisa incómoda.
—No, no, tío. —Sol se ríe entre dientes. Luego se deja caer de
espaldas en la cama y se queda mirando el techo—. Quiero comer las
enchiladas de mamá con la salsa que es un secreto de familia. Quiero ir en
coche al colegio con mis amigos y actuar como un ingeniero de sonido
aunque no sepa nada de música.
Zane ríe suavemente.
Finn sonríe.
Miro al suelo con culpabilidad.
La voz de Sol se vuelve grave y vulnerable. —Quiero volver a
sentirme normal.
En ese momento, suena una alarma.
Finn busca su teléfono y lo borra. Le dirige a Sol una mirada de
disculpa. —Tenemos que irnos.
—¿Ya han pasado cinco minutos? Maldita sea. —Zane sacude la
cabeza.
—Gracias por pasar, chicos. Siento no haber podido ofrecerles
refrescos ni nada.
—Compénsanos la próxima vez. —Zane ofrece su puño.
Sol lo choca.
Finn lo saluda con los dos dedos.
—Veré qué puedo hacer con las enchiladas de tu madre —le digo a
Sol con firmeza.
Sus labios se curvan en una media sonrisa. —No me hagas ilusiones,
Dutch. Ya me muero de hambre. —Como para demostrarlo, se frota la
barriga.
El pijama de Sol se levanta por las esquinas y deja al descubierto su
piel. Veo unos extraños arañazos que le rasgan el bajo vientre.
Enarco las cejas.
Sol mira hacia abajo y se baja rápidamente la camiseta. —Deberías
irte. No quiero que te pillen. Dusty te vetará de por vida.
—Ven. —Finn me tira cuando no me muevo—. Viene alguien.
Me apresuro detrás de mis hermanos.
Los pasos se hacen más fuertes y saltamos por el recodo, conteniendo
la respiración mientras el sonido de una puerta cruje al abrirse.
—He oído hablar —dice alguien.
La voz de Sol responde. —Hablaba solo, Pete. Se está muy solo aquí
por la noche.
Siento un nudo en el estómago y no sé si es culpa por lo que ya he
hecho o por lo que estoy a punto de hacer.
CAPITULO 23
Cadence
Mi teléfono está en silencio desde el baile de anoche.
Salgo a trompicones de la cama, aturdida y confusa. Normalmente,
Dutch revienta mi móvil con instrucciones.
Compra café.
Compra cuerdas para mi guitarra.
Imprime mis deberes.
Es como un jefe de dieciocho años trastornado del infierno.
Hoy, nada.
En lugar de alegrarme por tener un respiro, me siento incómoda.
¿Qué me pasa? ¿Por qué me importa que mi mayor atormentador
decida tomarse un día libre?
Saco la tabla de planchar y la coloco cerca de la cama. Ayer se me
olvidó lavar el uniforme y tuve que hacerlo cuando Hunter nos dejó a Viola
y a mí en casa después del baile. Ahora, la tela sigue húmeda. Espero que el
vapor ayude a que se seque más rápido.
—¡Toc, toc! —Viola canta desde la puerta.
—Hola. —Sonrío cuando entra bailando en mi habitación. Su pelo,
como siempre, es un desastre—. Vi, te he dicho un millón de veces que te
trences por la noche para que luego no sea un lío peinarte.
—¿Quién tiene tiempo para eso? —chilla. Cuando me ve con la
plancha, corre hacia mí—. Déjame ayudarte.
La miro con desconfianza. —¿Qué has hecho?
—Nada.
Frunzo el ceño. —Si estás intentando librarte de la escuela hoy, no va
a pasar.
—No lo estoy haciendo. —Arruga la nariz—. Aunque me parece
totalmente ridículo organizar un baile un jueves. Después de toda la noche
de fiesta, ¿esperan que nos levantemos y vayamos al colegio? Idiotas.
—Creo que eso es exactamente lo que quieren, sí.
Cuando estuve ayer en el baile, me di cuenta de cómo los profesores
evitaban que las chicas se acercaran a Dutch, Zane y Finn.
Como la tasa de embarazos adolescentes es tan alta en nuestro barrio
y las chicas jóvenes abandonan constantemente los estudios, la junta debe
estar haciendo todo lo posible para mantener a los chicos en el buen
camino.
—Así que... —Viola levanta la vista con una sonrisa pícara.
—¿Y qué? —La espanté para que siguiera planchando.
Se deja caer en mi cama y levanta la cadera en una pose sexy. —¿Qué
se siente cuando te persiguen no uno, sino dos chicos?
—¿De qué estás hablando? —Me rio.
—Hunter es mucho más guapo y simpático en persona. Admítelo. Le
gustabas.
Recuerdo nuestra breve conversación de ayer en el baile. Los ojos
marrones de Hunter eran cálidos mientras ambos nos reíamos de cómo le
había enviado un DM el día que se desintoxicó de las redes sociales.
—No lo hizo —insisto.
—¿Entonces por qué se ofreció a llevarnos a casa? —Viola se
deshace el moño y se pasa los dedos por el pelo oscuro.
—Porque está de camino —le digo.
—Sé a ciencia cierta que no está de camino —argumenta Viola—. Y
apenas nos dirigió la palabra ni a mí ni a su hermano. Estuvo mirándote
todo el viaje. —Me da un codazo en la cadera con el pie—. Y te gustó.
—Se llama ser educado.
—No tenías por qué aceptar que te llevara —replica mi hermana.
—Sí, tenía que hacerlo.
No había forma de que volviera a subirme a un vehículo con Dutch
después de jugar juntos.
—Bueno, si no te gusta Hunter... ¿te gusta Dutch?
Casi me quemo la mano con la plancha. Sólo mis rápidos reflejos me
hacen saltar cuando la plancha se tambalea fuera de la tabla.
Viola grita. —Cadey, ¿estás bien?
—Estoy bien. —Me cepillo el pelo detrás de la oreja y me agacho
para recoger la plancha. Por suerte, no está rota.
—Breeze pensaba que estaban saliendo.
—Hablé con Breeze y lo aclaré. —Antes de salir del baile, me llevé a
mi mejor amiga aparte y le expliqué toda la situación que pude. Me juró que
no me perdonaría por no haberle dicho que era 'amiga' de los Reyes, pero al
final nos dimos un abrazo.
Breeze aún no sabe que Dutch me atormenta. Y tampoco sabe que
estoy jugando con él como mi alter ego. No le diré todo eso hasta que tenga
que hacerlo.
—No, no me gusta Dutch.
Al menos no el Dutch que hizo que echaran a Mulliez.
O insinuó que me acostaba con un profesor.
O arruinó mi taquilla, destrozó mi teclado y me trató como a una
absoluta mierda.
Pero el holandés que me defendió en la cafetería y me empujó a
enfrentarme a mis miedos es... bueno, otra historia.
No estoy en contra de ese holandés.
De hecho, me gustaría ver más holandeses así por aquí.
—Oooh. ¿Estás pensando en él ahora mismo? —se burla mi hermana.
—Me estás distrayendo. —Echo a Viola de la habitación—. Ve a
prepararte para ir al colegio.
—Vale. Pero si te sirve de algo, soy del equipo Dutch.
Mis ojos se desorbitan. —Ni siquiera lo conoces.
—Sé que no dejaba de mirarte cuando jugaba ayer. Y tú también lo
mirabas.
Mi boca se abre y se cierra.
—Sé que fue él quien te ayudó a superar tu miedo escénico.
—Eso... no es lo que piensas.
—Me cae bien —vuelve a decir Viola—. Pero lo más importante es
que a ti también te gusta. —Me sonríe y empieza a cantar: —Dutch y Cadey
sentados en un árbol...
Cojo una almohada y le apunto a la cabeza.
La puerta se cierra antes de que pueda alcanzarla y la risa maníaca de
mi hermana resuena por toda la casa.

Dutch sigue sin enviar ningún mensaje.


Abro mi taquilla y busco mis libros de texto. Miro por encima del
hombro y me pregunto si Dutch habrá llegado ya al colegio.
—¿Qué estás buscando?
—¡Ah! —Grito y me giro hacia una sonriente Serena—. Me has
asustado.
—Lo siento. —Se revuelve el pelo negro. Hoy, el maquillaje de su
cara es un poco más claro que de costumbre, pero ha embadurnado sus
finos labios de negro. Vuelve a llevar la chaqueta de moto junto con la blusa
y la falda del colegio.
—Estás muy guapa. —Serena me choca con la cadera.
—Gracias. —Antes de irme esta mañana, Viola insistió en
maquillarme.
—Tienes a dos chicos intentando ligar contigo. Ahora eres popular.
No puedes andar por ahí sin delineador.
La obligué a mantenerlo ligero, pero me veo bien.
—He oído que ayer lo destrozaste con Los Reyes.
—Déjame adivinar. ¿Alguien le mandó un mensaje a Jinx pidiendo
información? — Suspiro.
—No. —Ella resopla—. Estaba en todas las redes sociales. Los Kings
tienen su propio hashtag, ya sabes.
—Oh.
—¿Qué se siente al ser el miembro más nuevo de la banda?
—No soy el miembro más nuevo.
—¿No lo eres? —Me pasa un brazo por el hombro—. Pensé que eras
el reemplazo de Sol.
—¿Sol? ¿Quién es Sol?
—El único chico al que se le permitía sentarse con los hermanos
Cross durante el almuerzo. Pero dejó Redwood al final del tercer año. Nadie
sabe por qué, aunque algunos dicen que fue porque lo echaron de la gracia
de los hermanos Cross por no ser lo suficientemente rico. —Levanta una
mano y dice: —Y antes de que preguntes, no. No se lo he preguntado a
Jinx. Eso también era sólo un rumor.
—De todas formas, ¿qué pasa con eso de Jinx? —pregunto, pensando
en todos los mensajes que me ha enviado. No ha aflojado en absoluto.
—Nadie lo sabe realmente. Compra y vende secretos. A veces, si se
siente bien, da secretos gratis. —A Serena le brillan los ojos—. Pero todos
sabemos una cosa con seguridad. Si Jinx se pone en contacto contigo,
significa que tu vida está a punto de volverse loca.
Frunzo el ceño ante su explicación.
Justo entonces, veo a Dutch entrar en el pasillo. Como de costumbre,
Zane y Finn lo flanquean a ambos lados. Hoy lleva la cara tapada con una
capucha.
Inmediatamente, noto que algo va mal. Sus ojos son más oscuros de
lo habitual, menos ámbar y más como un eclipse solar. Sus pasos no son
mesurados, son más pesados, más urgentes. Como si fuera un mercenario,
marchando para eliminar a su próximo objetivo.
No puedo ponerle melodía.
La multitud les abre paso, pero yo permanezco en mi sitio.
Dutch me ve y, por un segundo, siento que no puedo respirar. Luego
aparta la mirada y sigue caminando a mi lado como si yo no existiera.
Zane y Finn me miran con lástima, pero tampoco me dirigen la
palabra.
Se me rompe el corazón, pero hago fuerza para que el dolor
desaparezca de mi cara. Después de lo de anoche, parecía que habíamos
llegado a un acuerdo, pero, obviamente, me equivoque.
—Supongo que, después de todo, no eres el sustituto de Sol —dice
Serena con voz inexpresiva.
Una melodía suena en los altavoces del pasillo.
Es hora de ir a clase.
—¿Estás bien? —pregunta Serena.
Asiento distraídamente. —Sí, hasta luego.
Enrosco los dedos con más fuerza alrededor de mis libros y pongo un
pie delante del otro. Dutch puede tirarme de los pelos todo lo que quiera.
No significo nada para él. Y a partir de ahora, voy a dejar claro que el
sentimiento es mutuo.
CAPITULO 24
Cadence
Mi objetivo de superar cualquier cosa rara que estuviera pasando
entre Dutch y yo se pone a prueba en la comida.
—¿Quieres que vaya a tu fiesta? —Me quedo boquiabierta, mirando
la invitación.
—¿Hoy en día la gente da invitaciones de papel? —pregunta Serena.
Estamos sentadas alrededor de nuestro árbol habitual en el césped de
Redwood Prep. El chico que tengo delante es un deportista de fútbol con
una bonita sonrisa, piel morena y brillantes ojos color avellana.
—Es una fiesta retro. —Señala con la cabeza el guion de máquina de
escribir que hay en la página—. Será divertido.
—Eh... no soy muy de fiestas —admito.
—Cualquiera que se junte con Los Reyes es del tipo fiestero. —Me
guiña un ojo—. Además, creo que eres guay y me gustaría verte allí.
—Ah.
Con otra sonrisa lista para la cámara, se marcha.
Parpadeo confundida. —¿Qué acaba de pasar?
—Para empezar, te han flirteado. Segundo, tienes tu primera
invitación oficial a una fiesta de Babe Gordon. —Serena parece
emocionada. Lo cual es raro en ella, ya que ve todo con una lente pesimista.
—Vale, ¿pero por qué?
—Probablemente porque Dutch te faltó el respeto esta mañana. —
Señala las sobras que empaqué esta mañana. Robé algo de comida del baile
para ahorrar dinero de mi tarjeta de comidas.
—¿Te lo vas a comer? —pregunta.
—No... —Antes de que pueda terminar, Serena me arrebata el plato y
lo engulle.
Me rio. —Más despacio.
—Lo siento. —Deja el plato y se lame los labios—. ¿Por qué crees
que Jinx tiene tanto poder? Nuestra escuela funciona a base de secretos y
escándalos. Desde ese momento de tensión en el pasillo, la gente ha estado
susurrando que tú y Dutch rompieron. Ahora eres un juego libre.
—Nunca estuvimos juntos —refunfuño.
—No importa. En sus mentes, estabas con el dios de Redwood Prep.
Y como él era lo suficientemente cercano a ti como para dejarte tocar en su
banda ayer, la gente está asumiendo que tú eres la que lo rechazó.
—¿La gente no tiene nada mejor que hacer que chismorrear?
—¿La gente rica? No. —Ella sacude la cabeza.
Deslizo la invitación hacia ella. —¿La quieres?
—Sólo si vienes conmigo. —Hace un mohín—. Tengo unos
pantalones de piloto vintage que compré en una tienda de segunda mano y
aún no he encontrado dónde ponérmelos.
Miro su delineador oscuro y sus labios negros. —¿De verdad irías a
una fiesta? Voluntariamente.
—¿Crees que no puedo?
—No, quiero decir... —Frunzo el ceño—. No quiero ofender.
—No lo has hecho. —Ella se ríe—. Voy por comida y bebida gratis.
Me rio.
Serena me sonríe. —¿Has ido alguna vez a una fiesta de ricos?
—La verdad es que no. —Breeze siempre iba de juerga en juerga,
pero dudo que las fiestas de nuestro barrio se parezcan en nada a las de
Redwood Prep.
—He estado en unas cuantas. Siempre llevo recipientes de plástico y
botellas de agua vacías. Si me organizo bien, puedo tener almuerzos bomba
para toda una semana.
—Serena...
—¿Hm? —Se chupa los dedos.
Quiero preguntarle por qué nunca come, pero decido no hacerlo.
Somos amigas que pasan el rato, pero aún no hemos profundizado tanto.
—Nada.
Me coge de la mano. —Vendrás conmigo, ¿verdad?
—¿Sólo para comer algo e irnos?
—Por supuesto. ¿Pensaste que realmente pasaría tiempo allí? —Me
saca la lengua como si fuera un pensamiento repugnante—. He estado con
estos esnobs durante cuatro años. Sólo se vuelven más odiosos cuando están
borrachos.
Me lo pienso. De todas formas tengo la noche libre y pensaba pasarla
con Breeze. Pero sé que mi mejor amiga me mataría si no aprovechara una
oportunidad como esta.
—Vale.
—¡Sí!
—Sólo entrar y salir, ¿no? —Aclaro.
—Sólo entrar y salir.

Me arrepiento en el momento en que Serena frena su destartalada


motocicleta frente a una mansión. Las luces están encendidas en todas las
ventanas. La música suena a todo volumen. La gente se desparrama por el
jardín delantero sosteniendo copas rojas.
Todas van muy bien vestidas con peinados y vestidos retro. Los
chicos llevan chaquetas de esmoquin de gran tamaño. Las chicas llevan
plumas de boa y guantes largos.
—Empiezo a arrepentirme de no haber puesto más empeño en mi
disfraz. —Miro el vestido plateado que me compró Dutch. Lo llevo porque
no tengo nada mejor en el armario. Lo he combinado con un abrigo falso de
plumas de avestruz que he cogido prestado del armario de Viola. También
llevo una diadema en la frente.
—Oh, nadie se dará cuenta. —Serena me hace señas—. De todas
formas, no estamos aquí para quedarnos.
—Para ti es fácil decirlo —murmuro—. Estás increíble.
Lleva una camisa pirata ondeante con sus pantalones vintage. Lleva el
pelo recogido y largos collares de perlas le caen sobre el pecho.
—Gracias. —Se despeina—. Ahora vámonos.
Me arrastra al interior de la casa.
Es sorprendentemente frío dado el volumen de la música. La mayoría
de los estudiantes están bailando, hablando o bebiendo en la cocina.
Nos adentramos. Mis ojos saltan de los techos abovedados a los caros
cuadros y a la piscina iluminada a través del balcón acristalado. Lo único
más deslumbrante que la decoración son los trajes. Tengo que reconocer
que los niños ricos saben cómo vestirse para una fiesta temática.
—¿Estás lista? —Serena sonríe y levanta su bolso gigante. Dentro
hay envases de comida vacíos.
Empiezo a asentir, pero me quedo paralizada cuando veo a Christa y
sus secuaces en la cocina. No nos habíamos cruzado desde que me atosigó
en el pasillo. Ha estado fuera de la escuela –recuperándose- de su labio
partido.
Si me ve esta noche, sé que causará problemas. Sus secuaces me han
estado gruñendo cada vez que pasamos por el pasillo.
Tengo la sensación de que han estado posponiendo su venganza por
Dutch. Desde que regañó a ese deportista en la cafetería, la gente se ha
mantenido a distancia. Pero ahora que todos creen que lo dejé, estoy libre.
—¿Qué pasa? —Serena pregunta.
—Creo que voy a esperar fuera —le digo.
—¿Afuera? ¿Por qué? —grita para que se la oiga por encima de la
música.
Levanto la barbilla en dirección a las animadoras.
—Ah. —Mueve la cabeza en señal de comprensión—. Iré a buscarte.
Mientras me muevo entre las bailarinas del salón para alejarme lo más
posible de Christa, siento una mano en mi brazo.
Es Babe.
—Oye, estás estupenda —me dice al oído.
—Gracias. —Mi primer instinto es apartar sus manos de mí, pero me
detengo. Esta noche quiero probar algo nuevo. Es el segundo paso de mi
plan para quemar el estúpido puente que creía haber construido con Dutch.
—Tú también tienes buen aspecto —añado, acercándome.
La verdad es que sí. Tiene el pelo peinado a lo afro y lleva ropa
brillante de discoteca.
—Gracias. —Da una pequeña vuelta y muestra su chaqueta brillante.
Sonrío porque su sonrisa es contagiosa. Es muy mono.
—¿Quieres bailar?
Niego con la cabeza. —No sé. La verdad es que no...
Pero ya me está llevando a la pista de baile. —Vamos. Sabes que
quieres bailar.
Qué demonios. Sólo se vive una vez, ¿no?
Lo sigo sin protestar, contenta de que me lleve en medio de la
multitud para que no parezca que todo el mundo me está mirando.
La música tiene un ritmo funky y el cantante canturrea sobre el -buen
amor-. No es lo que suelo escuchar, pero aprecio la música en todas sus
formas.
Meneo la cabeza y dejo que mi cuerpo se mueva al ritmo.
—Eso es, chica. —Babe me anima cuando empiezo a sentirme un
poco estúpida.
Hace un movimiento a lo Micheal Jackson, con una patada en la
pierna.
Me rio y nos volvemos a juntar. Babe me pone la mano en las caderas
y no me resulta incómodo.
Muevo el cuerpo de un lado a otro y él baila pegado a mí, ritmo a
ritmo. Cuando el ritmo se acelera, muevo los dedos, imitando las notas
como si tuviera un piano delante.
Vaya.
Esto sí que es divertido.
Me doy la vuelta para decírselo cuando la cara de Babe se pone
rígida. Me quita las manos de las caderas como si fuera veneno.
Atónita, miro en la dirección en la que me mira y veo a Dutch
mirándonos. Tiene un vaso de cerveza en la mano, pero no bebe. De hecho,
parece a punto de tirárnosla a la cara.
Mis dedos rodean con más fuerza las manos de Babe. Levanto la
barbilla en señal de desafío. —No te preocupes por él.
—Lo siento, cariño. No merece la pena mezclarte con los Reyes.
Maldito sea.
Me niego a dejar de disfrutar incluso cuando Babe se escabulle para ir
a revolcarse con alguna otra morena. Mi razón para venir a esta fiesta era
llevarle un montón de comida a Viola, pero ahora... Mi misión ha cambiado.
Voy a pasármelo en grande en esta pista de baile y no pienso irme hasta que
esté lista.
Le doy la espalda a Dutch y sigo bailando. Si parezco una loca o no
bailando sola, me da igual. Llevo la música en la sangre y puede que no sea
la mejor bailarina del mundo, pero entiendo el ritmo y entiendo un roce
cuando lo veo. Espero que Dutch también.
Oigo sus pasos pesados acercándose a mí, incluso por encima de la
música. Mi cuerpo se retuerce de tensión al imaginármelo haciéndome un
agujero en la espalda.
Todo el mundo retrocede, mirando y susurrando. Dejo de bailar tan
exuberantemente porque estoy segura de que a estas alturas parezco idiota.
Dutch se inclina y me susurra al oído: —Ven conmigo.
El calor me sube por el cuello y la cara. Probablemente estoy más roja
que un tomate.
Estamos cerca. Demasiado cerca. Me abruma. El sutil aroma de su
colonia, el calor de su cuerpo, el sonido de su voz ronca... todo me llega al
pecho.
La música de los altavoces cambia a una canción de soul y noto la
tensión en el cuerpo de Dutch.
Me agarra del brazo. —Eso no es una petición, Brahms.
—Por si no te has dado cuenta, estoy ocupada. Así que lárgate.
La multitud lanza un grito ahogado.
Levanto la vista y veo a Dutch apretando la mandíbula. Asiente una
vez con la cabeza y marcha hacia donde estaba. Sus hermanos están allí,
mirando con expresión de conflicto.
Dutch empuja su copa hacia Zane. Cuando se vuelve y me mira, su
expresión es atronadora. Me estremezco de miedo. Mis alarmas empiezan a
sonar y retrocedo un paso.
Dutch va directo hacia mí.
Me da un vuelco el corazón cuando leo sus intenciones.
—No te atrevas, Dutch.
Pero mejor me ahorro el aliento. El zoquete me coge por los brazos y
me dobla por las rodillas. Me levanto y me pongo sobre su hombro en
menos de un parpadeo. La fiesta enmudece por completo, salvo por el
cantante que suena por los altavoces.
Me retuerzo intentando enderezarme. Después de haberme girado
tantas veces sobre su hombro, uno pensaría que ya habría encontrado la
forma de enderezarme.
Al menos esta noche no llevo una falda de Redwood Prep ni enseño
las nalgas a todo el mundo.
Cuando pasamos por la cocina, Serena sale a trompicones con dos
platos llenos de alitas. Tiene los ojos desorbitados y parece dividida entre
querer salvarme y no querer acercarse a este desastre.
Le hago un gesto con la mano para que se aleje, sabiendo mejor que
nadie que no debería meterse en el camino de Dutch ahora mismo. Su
mente enferma y retorcida podría intentar vengarse de ella y no quiero a mis
amigos en el punto de mira de esta guerra.
Dutch me sube al segundo piso, abre de una patada la puerta de un
dormitorio e irrumpe en él.
Los dos ocupantes de la cama chillan e intentan taparse.
—Fuera.
Dos borrones desnudos pasan junto a nosotros, llevándose la ropa y
los zapatos.
Dutch cierra la puerta de una patada y me tira sin contemplaciones
sobre la cama.
Chillo como si me hubiera arrojado a una bañera llena de pulpos
vivos. Qué asco. Sé exactamente lo que ha pasado en esta cama hace un
segundo y no quiero que nada de eso toque mi piel.
Hecha una furia, me pongo en pie. —¿Quién demonios te crees que
eres?
—¿No te acuerdas, Brahms? Mientras estés en Redwood Prep, me
perteneces.
—No pertenezco a nadie.
—Ahí es donde te equivocas, Cadey. —Sus ojos ámbar brillan—. Tú.
Perteneces. A. Mí.
—Siento reventar tu pequeña burbuja sádica, Dutch, pero no soy de tu
propiedad. No tienes derecho a mangonearme —se me sube la voz al
estallar mi mal genio.
—Eso es exactamente lo que puedo hacer y haré —dice rígido.
—¿Qué demonios quieres de mí? —Me abalanzo sobre él—. ¿Llevas
todo el día dándome el coñazo y luego te cabreas cuando me ves bailando
con otro? Elige un maldito bando y cíñete a él.
Su ceño se tensa. Dutch suele ser muy bueno conteniendo sus
emociones, pero esta noche puedo ver cómo burbujean bajo la superficie.
No sólo está enfadado. Está furioso. Una rabia tan oscura y turbulenta que
no puede ser controlada. Es como si una parte de él se estuviera
desquiciando.
Debería tener miedo. Es lo suficientemente grande y fuerte como para
partirme por la mitad. Pero me doy cuenta de algo cuando veo sus
emociones al descubierto.
Es falible.
Vulnerable.
Humano.
Está luchando conmigo, sí, pero en realidad está luchando consigo
mismo. Tiene cicatrices por todas partes, desde la vena que sobresale de su
cuello hasta el resplandor de sus fosas nasales.
No es el dios engreído de Redwood Prep.
Es como yo, destrozado, conflictivo y roto como el demonio.
Sonrío y eso parece encender una llama en él. Su mirada tormentosa
se fija en mí. —¿Crees que esto es divertido?
—Creo que eres patético —escupo.
Aprieta los labios, que se aplastan en finas líneas.
—Actúas como si fueras el dueño de Redwood Prep, pero me tienes
tanto miedo. Tanto miedo de decirme lo que te hice. ¿Por qué me odias
tanto?
Se da la vuelta, su mandíbula flexionada.
—¿De verdad crees que eres impresionante por atormentar a alguien
como yo? Vas por ahí convirtiendo mi vida en un infierno, ¿y para qué?
¿Qué podría tener una pobre chica como yo que el lobo feroz de Redwood
Prep tiene que quitarle?
Me agarra por los hombros y me arrastra cerca de él. Puedo sentir los
latidos de su corazón golpeando contra su pecho.
—Sabes lo que quiero —me dice.
Mis ojos se posan en sus labios. Hay algo más detrás de su obsesión
por echarme de Redwood Prep. Puedo sentirlo.
—¿Por qué quieres que me vaya? —susurro atentamente.
En lugar de responder, Dutch me mira fijamente. Sus ojos están
atormentados. Es como si estuviera viendo cómo se parte en dos.
Me pongo de puntillas, con los labios a un centímetro de los suyos. —
Dime, Dutch.
Gruñe en voz baja.
El calor entre nosotros no me es desconocido, pero esta noche es
diferente. La temperatura sube, lenta y constante, como las notas que
preceden al clímax de una canción.
Mi respiración se hace más profunda cuando Dutch se acerca a mí,
penetrando en mi espacio personal. —Deja de ponerme a prueba, Cadey.
Estoy tan absorta en él que tardo un segundo en darme cuenta de que
tengo las manos bajo su camisa. Me agarra la muñeca y flexiona la
mandíbula.
Ya había sentido esta oleada de deseo antes, en el camerino cuando
me besó y cuando tuvimos ese momento en la cafetería. En ambas
ocasiones pude contenerme, pero no sé si podré hacerlo ahora.
Dutch parece haber tomado una mala decisión. Su camisa es negra y
sus pantalones también. Es oscuridad en movimiento, imponente y a la vez
increíblemente magnético. Cuando me mira, siento como si estuviera
desnuda. Como si no pudiera ocultar nada a sus ojos.
Esta conexión, en todo su palpitante desgarro y sus bordes afilados, es
lo que quiero. Igual que la música que me llenaba cuando estaba abajo,
puede que no la haya experimentado antes, pero me resulta familiar. A mi
cuerpo. Para mi alma.
Lo anhelo.
Más.
Mi piel cobra vida al sentir los fuertes dedos de Dutch deslizándose
bajo mi abrigo y bajándolo por mis brazos. Las plumas postizas me hacen
cosquillas y me acarician la piel antes de formar un charco a la altura de los
tobillos.
Sin dejar de observarme, Dutch presiona una mano contra la parte
baja de mi espalda. La seda se encuentra con la carne caliente y una oleada
de aire me golpea la parte posterior de los pulmones. Me acerca con un
movimiento brusco, aplastándome contra su cuerpo esculpido.
—¿Por qué llevas este vestido? —No es tanto una pregunta como una
reprimenda.
No tengo tiempo de pensar en una respuesta cuando sus labios se
posan sobre los míos. El calor de mi interior se hincha, palpita con su
propio pulso y envía señales de deseo por todo mi cuerpo.
Deslizo las manos por su cintura y me aprieto contra su espalda,
empujándolo más cerca de mí. Tan cerca que puedo sentirlo todo.
Es algo nuevo y emocionante. Nunca había dejado que un chico se
acercara tanto a mí como Dutch. Nos respiramos mutuamente, nos
ahogamos el uno en el otro. No hay suficiente oxígeno para seguir vivos.
La canción del piso de abajo se cuela por la rendija de la puerta,
llenando la habitación de un ritmo sensual. Me acerco a su boca, deseando
saborear más de él.
Este beso es diferente al que nos dimos en el vestuario.
Aquella vez, yo no era yo misma, mi verdadero yo.
Y Dutch fue delicado con ella. El otro yo.
Esta noche, no lo es. Me sube el vestido y frota sus manos sobre mí,
luego me aprieta con fuerza. Gimo y él me gruñe antes de arrastrar las
mangas de mi vestido por mi hombro y deslizar su lengua por mi pecho.
Clavo los dedos en sus hombros. Me recorren sensaciones calientes y
desesperadas, demasiado rápidas para contenerlas. Demasiado para mí.
Su nombre sale de mis labios y él se levanta, aplastándome la cabeza
contra la pared con la fuerza de su beso. Puede que vea estrellas. O tal vez
oigo fuegos artificiales. No lo sé. Le beso más profundamente y él me
chupa el labio inferior, haciendo que me tiemblen las rodillas.
Sin previo aviso, Dutch me levanta y me deja caer encima del espejo
del tocador. Sus labios no se separan de los míos ni un segundo.
Ya estoy demasiado lejos para detenerme. Hace tiempo que resbalé
por el borde del precipicio. Ahora sólo puedo caer, esperando la inevitable y
dolorosa caída hasta el fondo.
Sólo que no es doloroso. Los dedos que se posan sobre mí dejan
punzadas de placer por todas partes. Su caricia es cálida y paciente cuando
me acaricia el interior de los muslos.
El corazón me martillea contra las costillas. Separo más las piernas.
Nunca me había acostado con nadie, nunca he pasado de la segunda base.
Pero si Dutch deja de tocarme, creo que me muero.
—Dutch —gimo.
Sus ojos se abren de golpe y me mira a la cara como si buscara algo.
Cuando no lo encuentra, la bestia que nunca se aleja demasiado surge de las
profundidades, ante mis ojos. Su expresión gélida vuelve y retira las manos
justo cuando estaban a punto de...
—Maldición. —Maldice—. Ya he tenido bastante de ti en mi cabeza.
—Se aleja de mí, con los hombros tensos—. He tenido suficiente de ti en
mi escuela. Ya he tenido suficiente de ti en Redwood, Brahms.
Cierro rápidamente las piernas, avergonzada por la necesidad que
arde en mí incluso ahora, bajo su ardiente desdén. Apago las llamas con un
rápido pisotón, salto de la cómoda y le fulmino con la mirada.
—Cabrón. —Me ajusto los tirantes del vestido y cruzo la habitación.
Los ojos se me llenan de lágrimas de humillación y no quiero que me vea.
—Para.
No quiero, pero se me congelan las piernas.
Dutch pisa fuerte delante de mí. Sus ojos aún están oscuros de deseo y
una mirada a sus pantalones me dice que luchar es lo último que quiere
hacer ahora mismo.
No sé si me alegro de que nos haya detenido o si debería haber
seguido adelante y haberme quitado de en medio. Sólo sé que me vuelve
loca y que lo quiero fuera de mi cabeza tanto como él me quiere fuera de la
suya.
Dutch saca un cheque de su bolsillo trasero. Tiene una cantidad loca
de ceros y mis ojos se desorbitan.
—¿Qué demonios es esto?
—Es tuyo —dice en tono sombrío—. Y no sólo eso. He hablado con
un amigo de mi padre. Una vez que dejes Redwood, podrás matricularte en
una nueva escuela.
—¿Esto es lo que creo que es? —Me burlo—. ¿Estás intentando
sobornarme, ahora mismo?
Dutch frunce el ceño en un punto justo por encima de mi cabeza. —
Conozco tu situación, Cadey. He hablado con tu hermana...
Aprieto los dientes. —¿Hablaste con mi hermana?
Una sensación peligrosa se apodera de mi pecho y me advierte de que
estoy a punto de cometer un asesinato.
—Necesitas ese dinero. Sé que lo necesitas. No vale la pena
demostrarme tu orgullo. —Deja escapar un suspiro, su mandíbula cincelada
se aprieta y se desencaja.
—Te odio.
Sus ojos arden. —¿Por eso estabas gimoteando mi nombre hace tres
segundos?
Una carcajada enloquecida sale de mis labios cuando todo empieza a
encajar. —Así que ese era el plan, ¿no? ¿Atraerme hasta aquí para que me
quitara el vestido? ¿Divertirte conmigo antes de pagarme?
Se da la vuelta y me da la espalda. —Todo el mundo tiene un precio.
La gente como tú siempre tiene un precio.
Sus palabras desatan mi ira.
—¿Porque soy pobre crees que estoy tan desesperada como para dejar
que me folles y luego aceptar tu dinero? —Arqueo las dos cejas—. ¿Quién
demonios te crees que eres?.
—Cadey.
—¡No me llames Cadey!
—No sé qué clase de fantasía te has montado en la cabeza sobre mí,
pero no soy un maldito príncipe azul.
—No, tú eres el villano.
Y yo soy una idiota.
La mayor del planeta.
Se hace el silencio mientras nos miramos fijamente.
Mi pecho se hincha y se contrae.
Sus ojos se clavan allí y desvía la mirada a la fuerza.
—Aunque te hubiera follado esta noche, no habría significado nada
—dice Dutch como si necesitara aclararse a sí mismo más que a mí. Se da
la vuelta para mirarme—. Intento acabar con esto antes de que empeore. Lo
creas o no, esto es piedad.
Quiero quitarme los tacones y aporrearle la cabeza con ellos.
Mostrarle cómo se siente esta misericordia.
Me acerco a él y le siseo: —Puedes coger tu dinero y metértelo por
donde te quepa. No voy a dejar Redwood Prep. Nunca.
Sus ojos se entrecierran.
Abro la puerta de un tirón y salgo, dejando atrás mi corazón
destrozado y mi estupidez.

Jinx: Cambia un secreto por otro secreto. ¿Quieres contarme qué


pasó entre Dutch y tú en la fiesta de esta noche? Las mentes inquisitivas
quieren saberlo. Ten cuidado con tu silencio, Cadence. Si no te adelantas a
la historia, la historia te aplastará.
CAPITULO 25
Dutch
Me agarro al cabecero y lo golpeo con fuerza y rapidez contra la
pared. Cada golpe es más fuerte que el tambor de Zane en pleno solo.
Me sorprende que el cabecero no agriete el yeso y, aunque debería
estar más ocupado con la chica que está debajo de mí, poniendo caras que
demuestran que se lo está pasando realmente bien, mis pensamientos están
atascados en la fuerza de la lechada de la pared, así que no pienso en la
chica que está realmente en mi mente.
O chicas. En plural.
Porque tengo un maldito gusanillo por las dos.
Sea lo que sea que eso signifique.
—Tu turno, Dutch —murmura Christa. Miro hacia abajo e intento no
encogerme. Su labio inferior tiene una gran puntada, lo que no ha detenido
su actuación en absoluto. Al menos eso dicen los rumores.
Debería estar emocionado por descubrirlo por mí mismo, pero no es
así.
Hace unos minutos, Cadence estaba aquí gritándome como una loca.
Y unos minutos antes de eso, estaba lloriqueando mi nombre como
una maldita provocadora.
Tal vez fue una mala idea traer a Christa a la misma habitación.
—He terminado.
Unos ojos atónitos se encuentran con los míos. —Pero...
—Fuera. Ahora.
Se queda quieta.
—¿Tengo que repetirlo? —Gruño.
Christa rueda hasta sentarse. Antes descubrí que sus labios no son lo
único falso de ella. Los dos melones gigantes que ahora mismo le giran
alrededor del pecho me llaman la atención.
No podrían importarme menos.
Se burla. —¿Qué demonios te pasa?
La fulmino con la mirada.
—Ya no eres divertida. —Hace un mohín que atrae aún más mis ojos
hacia su boca cosida.
—¿Quieres divertirte? Ve abajo.
La fiesta está en pleno apogeo. La música ha cambiado a disco y los
gritos de los borrachos llegan hasta el segundo piso.
—Dutch. —Christa se arrastra por la cama hacia mí como algo salido
de una película de terror.
La fulmino con la mirada. Debe tener la memoria de un pez. ¿Olvidó
convenientemente mis instrucciones de largarse?
—Nunca eres así. —Christa arrastra sus uñas sobre mi pecho.
Eso es cierto.
No abandono un buen partido.
Lo que me dice que Cadence me tiene más mal de la cabeza de lo que
pensaba.
Maldita sea.
Me restriego una mano por la cara. Cuando la vi en la pista de baile,
algo dentro de mí se oscureció. La llevé arriba para darle el dinero. Me dije
a mí mismo que no iba a besarla. No iba a tocarla. ¿Adivina qué? La besé.
La toqué. Y quería más.
Pero no puedo. Ella es una distracción. Y cuanto más tiempo esté
cerca, más daño hace a la gente que me importa.
Ya es bastante malo que mientras Sol estaba en la maldita cárcel, yo
me paseaba por Redwood Prep, apoyando a Cadence contra las máquinas
de café y preocupándome por su miedo escénico. Ahora que sé lo
desesperada que es su situación, no puedo contenerme más.
Es por eso que no la perseguí cuando salió acechante de la fiesta esta
noche. Por eso no rechacé a Christa cuando se me pegó abajo, se restregó
por mis vaqueros y me susurró que fuéramos a un sitio privado.
Pensé que podría sacar a Cadence de mi sistema. Pero cada vez que
cierro los ojos, es su cara la que está tatuada detrás de mis párpados.
No la de Pelirroja.
No la de Christa.
La de ella.
Estoy jodido.
—No puedes ir en serio con esa becaria. —Christa se queda
boquiabierta.
Maldita sea. Si ella no se va, lo haré yo.
Me bajo de la cama, cojo mis vaqueros y me los pongo. Christa me
mira enfadada, con los brazos cruzados y la cabeza girada hacia un lado.
Parece una niña pequeña con una rabieta.
—Te arrepentirás, Dutch —me advierte Christa.
Diablos, ya me arrepiento.
Bajo las escaleras y salgo a la piscina. Las chicas en bikini juegan a la
gallina, chillando y riendo. El chapoteo del agua es más fuerte que la
música.
—Eso ha sido rápido —bromea Zane con una sonrisa en la cara. Dos
chicas están acurrucadas a ambos lados de él. A una le toca entre los muslos
y la otra prácticamente le lame la oreja.
Finn está en la piscina –enseñando- a nadar a una chica. Aunque
parece más bien que se está restregando contra él bajo el agua.
Cojo la cerveza que me ofrece mi gemelo y me la bebo de un trago.
—¿Qué tal Christa? —Zane, entrometido como es, me interroga—.
¿Todos los — hace un gesto a su boca— rellenos hicieron alguna
diferencia?
—La verdad es que no —gruño.
—Qué pena. —Sacude la cabeza y suspira.
A través de las puertas del balcón, veo a Babe -el anfitrión de la
fiesta- con la lengua metida hasta el fondo en la garganta de una chica. Esa
chica no es Cadence, pero aun así me cabrea.
La forma en que estaba moliendo todo Cadence esta noche me hizo
ver rojo. Parecía que estaba disfrutando. Su expresión era una que nunca
había visto en ella antes y el hecho de que se viera así con él me hizo actuar
sin pensar.
Me alegro de que mi reputación me preceda. Si el deportista no se
hubiera echado atrás en la pista de baile, le habría dado un motivo para
hacerlo.
Algo en ella me hace romper todas mis reglas.
Zane mira en la dirección en la que estoy y sonríe. —Él y Cadey se
veían bien juntos. Quizá deberíamos dejarle hablar con ella la próxima vez.
Parece que han hecho buenas migas.
Lo miro fijamente, sólo con mi expresión lo desafío a que diga una
palabra más.
Finn sale del agua para unirse a nosotros. Le tiro una toalla y la acepta
con un gesto de agradecimiento.
Zane besa a cada una de las chicas en la boca y luego las despide.
Cuando nos quedamos solos, se inclina hacia delante. —¿Qué vamos a
hacer ahora? Sólo tenemos un par de días para salvar a Sol.
Miro las colinas a lo lejos.
Finn se pasa una mano por el pelo con brusquedad.
No tengo una respuesta que quieran oír. —Vamos a tener que subir el
nivel.
Finn me lanza una mirada de preocupación.
Zane parece inquieto.
No tenemos elección. ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejar que Sol se pudra
en ese campo de entrenamiento mientras Cadence corretea, sin obstáculos,
en Redwood?
—Mi lealtad está con Sol, siempre. Pero ya has oído hablar de su
situación familiar —dice Zane—. Su madre fue un desastre en vida y
probablemente lo fue aún más al morir. Después de que Viola soltara esas
indirectas, investigué un poco. No querrás saber la clase de gente con la que
se relacionaba su madre antes de morir.
—Tal vez deberíamos parar aquí —dice Finn.
Oigo una súplica en su voz para que no me pase de la raya.
Pero niego con la cabeza. —Si era lista, debería haber aceptado el
dinero. Ahora está siendo testaruda. No tenemos más remedio que ser más
drásticos.
Finn me frunce el ceño. —Probablemente no quería quitarte el dinero.
—Frunce el ceño—. Te dije que deberíamos haber enviado a Zane a hablar
con ella en su lugar.
—Ese era el plan hasta que nuestro cavernícola residente aquí la echó
para atrás. — Zane pone los ojos en blanco.
—Vi una oportunidad y fui a por ella.
—No. —Zane toma un sorbo de su cerveza—. Viste a otro hombre
tocándola y perdiste la cabeza. Hay una diferencia.
Odio que pueda ver a través de mí.
—¿Tienen alguna idea brillante entonces? —Me quejo.
—Seguimos intentándolo con el director Harris —dice Zane—.
Involucramos a papá si es necesario.
—Ya hemos quemado ese puente. —Me burlo.
—¿Cuál? —pregunta Finn.
—Los dos. Si ven que estamos desesperados, nos darán largas a
propósito.
Mis hermanos vuelven a callarse.
Golpeo con los dedos el brazo de la silla de playa. Los ojos de
Cadence cuando me regañó esta noche están grabados a fuego en mi
cabeza. No tengo ni la más remota idea de cuándo empezó a molestarme,
pero es de una forma distinta a la de Pelirroja.
De buena gana le di a esa pianista un pedazo de mí. Con Brahms, no
quería que ella irrumpiera. No lo pedí. Estoy luchando contra ella con cada
aliento de mi cuerpo. Cada músculo, cada nervio. Cada vena.
Me encorvo en mi asiento. La ansiedad de mis hermanos se alimenta
de la mía. Odio que no todos estemos de acuerdo en cómo manejar esto.
Pero no puedo dejar que sus miedos o mis propias emociones me sacudan.
Le debo mi lealtad a Sol. Su tristeza era palpable esa noche. Se vio
envuelto en una situación que no era obra suya y aun así cargó con la culpa.
Él es el que sufre todas las consecuencias.
Tengo que sacarlo de ahí.
Nadie se interpone en ese camino. Por mucho que la desee.
—No tenemos tiempo para deliberar sobre esto —les digo a mis
hermanos—. Necesita recibir un frío y duro golpe de realidad. Rápido.
Finn me lanza una mirada aleccionadora.
Arqueo una ceja. —¿Estamos de acuerdo?
Zane mira al suelo.
Finn junta los labios.
—No importa si lo estamos. —Me pongo en pie—. Lo manejaré de
una forma u otra.
La simpatía no tiene cabida en esta guerra. Mis hermanos pueden
haber caído en el hechizo de Brahms, pero si soy el único que queda en pie,
que así sea.
Lo quemaré todo para acabar con esto.
Incluso si eso significa que tengo que quemarme con ella.
CAPITULO 26
Cadence
Una nota se desliza fuera de mi taquilla en la escuela el lunes.
“Nos vemos en la piscina antes de la primera hora”.
Está escrita con un garabato masculino y firmada simplemente como
–Dutch-.
Miro a mi alrededor para ver si me está mirando. Qué raro. Dejar una
nota en mi taquilla no suele ser el estilo de Dutch. O me envía un mensaje
de texto o aparece de la nada y me carga al hombro como un neandertal.
Saco el móvil y le envio un mensaje.
“¿Por qué quieres que nos veamos en la piscina?
No responde.
Lo más inteligente sería ignorar por completo el mensaje, pero tengo
la sensación de que, si lo hago, la venganza que Dutch esté planeando será
diez veces mayor y diez veces más pública.
El instituto ya está alborotado porque él me subió a rastras a la
segunda planta durante la fiesta. No quiero ni saber qué rumores corren
ahora sobre nosotros. Es mejor tratar con él lejos de miradas indiscretas
para que esta locura termine en silencio.
La piscina está en el extremo opuesto de la escuela, donde se
encuentran el campo de fútbol y el gimnasio. El pasillo está vacío cuando
paso.
Mis pasos retumban. Siento como si mi respiración rebotara en las
paredes. Me pregunto dónde está todo el mundo hasta que veo un cartel de
obras.
Eso lo explica todo.
A medida que me acerco a la piscina, las alarmas empiezan a sonar en
mi cabeza. Nunca aprendí a nadar, así que me mantengo a una distancia
prudencial de esta trampa mortal.
Me alejo del agua y miro a mí alrededor. Los reflejos azul pálido
bailan en las paredes. Las gradas están vacías y en el aire flota un ligero
rastro de polvo. A Dutch no se le ve por ninguna parte.
Giro en redondo. Hay algo que no me cuadra. Decido hacer caso a la
voz que grita en mi cabeza esta vez y no me entretengo.
Doy un paso hacia la puerta cuando oigo un ruido detrás de mí. Antes
de que pueda darme la vuelta, dos manos me golpean la espalda. Grito y
caigo hacia delante.
Por instinto, estiro los brazos y lucho por mantenerme en pie.
Pero no consigo recuperar el equilibrio.
Caigo al agua de golpe y me hundo rápidamente. El pánico me
invade. Clavo los brazos en el agua y lucho por salir a la superficie.
Mis patadas y revolcones producen un montón de burbujas, pero no
me empujan hacia arriba. Al contrario, siento que me hundo más deprisa.
Más profundo.
Más profundo.
No puedo respirar.
Me arden los pulmones.
Sálvenme. Que alguien me salve.
Pero no hay nadie cerca. Todas las señales evitarían que la gente se
aventurara siquiera cerca de este lugar. Yo fui la idiota que creyó a Dutch.
Yo fui quien me puso en medio de su peligroso juego.
Por favor.
La lucha en mí comienza a debilitarse. Me siento más y más agotada.
Aunque estoy poniendo todo mi esfuerzo en agitar mis brazos y piernas, no
está funcionando.
La verdad me golpea en la cara.
Voy a morir.
Aquí.
En Redwood.
Sola.
Sólo pienso en mi hermana y en quién cuidará de ella cuando yo no
esté.
Lo siento, Vi.
Ojalá nunca hubiera venido a Redwood.
La oscuridad se apodera de mi visión, robándome la ira y el último
aliento.

Dutch
—¡Muévanse! —Grito, abriéndome paso entre la multitud que se
dispersa delante de mí. Los chicos se giran y me miran con los ojos muy
abiertos.
¿Qué demonios?
¿No entienden las palabras que salen de mi boca?
—¡Fuera de mi camino!
Corro por el pasillo, apartando a cualquiera que sea lo bastante tonto
como para interponerse en mi camino. Lanzándome por la puerta trasera,
tomo un atajo hacia la zona de atletismo.
Tiene que estar bien. Tiene que estar bien.
Es la única línea en mi cabeza.
Estaba conduciendo hacia la escuela cuando recibí el mensaje de
Cadence. Al principio, pensé que era una broma, pero había una sensación
en mi interior. Algo me decía que lo comprobara.
Fue entonces cuando un vídeo de Cadence cayendo a la piscina
iluminó mi móvil. Antes de que pudiera pensar en lo que debía hacer, ya
estaba corriendo como un loco lejos de mis hermanos.
—¡Cadence! —Rujo. Mi voz choca contra la pared y resuena en mi
interior.
Sin detenerme, agito los brazos a los lados y me zambullo en el agua.
El frío golpea mi piel, pero apenas lo noto. Dando vueltas
desesperadamente, me quedo helado cuando veo a Cadence quieta y
flotando en el fondo.
Su pelo se enrosca en la parte superior de la cabeza como si una parte
de ella aún buscara la superficie. Tiene los ojos cerrados y no le salen
burbujas de la nariz.
Maldita sea. Maldita sea.
Nado hacia ella, engancho una mano alrededor de su estómago y nos
impulso a los dos de vuelta a la superficie. Salgo del agua y respiro hondo.
Cadence ladea la cabeza.
Creo que no respira.
Llevo su cuerpo inerte hasta la orilla, la dejo en el suelo con cuidado
y salto tras ella.
Le pongo un dedo bajo la nariz. Sólo una bocanada de aire golpea mi
piel.
Apenas respira.
—Cadey. Cadey. Despierta. —Le presiono el pecho, recurriendo a mis
débiles recuerdos de la reanimación cardiopulmonar que hice hace unos
veranos.
Oigo el pánico en mi voz. Rebota contra las paredes como una partida
de ping pong. Pero que le den. No me importa lo que este miedo en el fondo
de mi estómago esté diciendo de mí, diciendo lo que siento por ella.
No me importa nada más que ver sus grandes ojos marrones abiertos
y saber que está bien.
—Cadey. Despierta —gruño—. Es una orden. Le rozo la nariz y
aprieto la boca contra la suya.
Un momento después, traga agua.
La mantengo erguida, dándole palmaditas en la espalda mientras saca
todo. Tiene los ojos nublados y la piel pálida.
—Cadey, ¿estás bien?
No contesta. Su cuerpo se debilita de nuevo y cae sobre mi pecho.
No es una buena señal.
Unos pasos suenan a lo lejos. Mis hermanos corren hacia la piscina.
Sus ojos se desorbitan cuando me ven, empapado y sujetando a una
Cadence igualmente empapada.
—¿Qué demonios ha pasado? —Finn estalla.
—Luego te lo explico. Tengo que llevarla a la enfermera.
—Toma. —Zane se quita la chaqueta y me la da—. Sus labios están
azules. Su cuerpo podría estar entrando en shock térmico. Tienes que
mantenerla caliente.
Le quito la chaqueta y la pongo alrededor de los hombros de Cadence.
Está temblando. Aunque tiene los ojos cerrados, le castañetean los dientes.
Maldita sea. Me rompe el maldito corazón.
—Todo va a ir bien —le susurro. Empujo mis brazos por debajo de
ella, la levanto de las frías baldosas y acuno su cuerpo inerte contra mi
pecho.
Casi resbalo cuando corro hacia la puerta. Me recupero rápidamente,
mantengo el ritmo y atravieso las salidas.
Mis hermanos corren detrás de mí.
No hablo con ninguno de ellos. Mis dedos se enroscan en el cuerpo de
Brahms, dándole todo el calor que puedo mientras corro como un loco.
Cuando veo la enfermería más adelante, derribo la puerta de una
patada.
La enfermera grita y se pone en pie. Sé qué aspecto debe de tener. Yo,
empapado hasta los huesos. Cadence, cubierta con la chaqueta de Zane,
pálida, azul y sin vida.
—¡Necesita ayuda! —Ladro. Atravieso la habitación a toda prisa y
dejo a Cadence con cuidado en un catre de hospital mientras, detrás de mí,
la enfermera se apresura a entrar en acción.
—Apártate —me dice, apartándome para poder inspeccionar a
Cadence.
Quiero gritarle, decirle que trabaje a mí alrededor, pero Finn me
agarra del brazo. Zane me coge del otro.
Mis hermanos me sujetan físicamente para que la enfermera pueda
rodear a Cadence. Cuando me quedo mirando, corre la cortina para que no
pueda ver nada.
—Cállate —me sisea Finn al oído antes de que pueda protestar.
—Déjala hacer lo suyo —me aconseja Zane.
Recorro la enfermería. Es un espacio pequeño con un par de
certificados enmarcados en la pared. La luz del sol rebota a través de las
ventanas. Es demasiado alegre para lo que siento ahora.
Zane se mete una mano en los bolsillos. Me lanza una mirada
exigente. —¿Eras tú?
—¿Qué demonios? —Frunzo el ceño—. ¿Por qué iba a organizar que
se ahogara y luego salvarla?
—El viernes pasado dijiste que ibas a ponerte drástico —recuerda
Zane.
—¿Es esto lo que querías decir? —Finn sisea.
Mis dos hermanos me miran como si me hubiera vuelto loco.
Cierro los dedos en puños. He hecho algunas cosas mal, seguro. No
voy a negarlo. No soy un santo. Pero nunca he intentado asesinar a nadie.
Antes de que ninguno de nosotros pueda decir otra palabra, la
enfermera aparta las cortinas. —Se pondrá bien.
El alivio que me invade casi me derrumba el pecho.
—Pero estuvo muy cerca del peligro. Si no la hubieras traído aquí —
se tranquiliza su expresión— la historia podría haber sido diferente.
—¿Necesita ir al hospital? —pregunto con urgencia.
—Su temperatura corporal aumenta lentamente. Le daré de beber algo
caliente cuando se despierte. La vigilaré hasta entonces. Ya pueden ir todos
a clase. No pueden hacer nada más.
Me acerco. —Necesito verla.
—Necesita descansar...
—Ya lo sé. —Se me levanta la voz y me encojo. Bajando el tono,
digo—. No la despertaré.
Ella frunce los labios, se lo piensa y luego asiente.
Finn y Zane me hacen un gesto para que me adelante.
—Esperaremos aquí fuera —dice Finn.
—¿No tienes clase? —insiste la enfermera.
Zane esboza una sonrisa que la hace sonrojarse. —¿Puede darnos un
minuto más? Nos iremos en cuanto acabemos aquí.
Ella se aclara la garganta, todavía parece nerviosa. —Cinco minutos.
—Muchas gracias —dice Zane roncamente.
Agarro la cortina que oculta a Cadence. Justo antes de echarla hacia
atrás, vacilo.
¿Qué demonios me pasa?
Se supone que no soy el héroe obediente de la historia. Me pasé todo
el fin de semana planeando todas las formas en que podría llevarla a la
perdición. Ella está en mi camino. Está en el camino de Sol.
Tal vez debería haberla dejado en el agua.
Sólo ese pensamiento es un desastre. No merezco correr la cortina,
pero lo hago de todos modos porque rompo todas las malditas reglas,
aunque sean las mías.
Cadence está tumbada boca arriba. Aún tiene el pelo mojado y se le
escurre por la almohada. Tiene varias mantas apiladas encima. Noto que sus
labios de capullo de rosa empiezan a recuperar su color rosado normal.
Es desconcertante lo guapa que está incluso sin maquillaje. La
mayoría de las chicas se lo ponen, lo necesitan para aumentar su confianza,
necesitan una máscara. Yo no estoy en contra. La pelirroja y sus ardientes
labios rojos protagonizan mis sueños la mayoría de las noches... cuando
Cadence no se apodera de la fantasía. Pero hay algo en la belleza fresca de
Cadey que la hace parecer inocente y frágil. Como algo que hay que
proteger.
¿Algo que hay que proteger?
¿Qué. Demonios.
No puedo hacer esto. No puedo ablandarme con ella. No cuando hay
tanto en juego y el reloj está en cuenta atrás. Tenemos menos de diez días
para que Sol vuelva a Redwood.
Aunque tenga una madre de mierda y una vida hogareña difícil, no es
asunto mío. No está donde debe estar. Eso no ha cambiado.
A pesar de los elocuentes argumentos, sigo sin salir de la improvisada
habitación de Brahms. Veo unas toallas en la estantería, cojo una y se la
pongo suavemente en el pelo.
Si de lo que se trata es de mantenerla caliente, entonces su cabeza
también debería estarlo.
Trabajo en silencio hasta que la mayoría de los mechones
apelmazados están secos. Luego le levanto la cabeza con cuidado y le
pongo una almohada nueva.
Cuando vuelvo fuera, oigo a la enfermera preguntar a Zane: —¿Hay
algún familiar al que podamos avisar?
—No —gruño.
La enfermera arquea una ceja.
—Su madre ha muerto. Su hermana pequeña no debería preocuparse
por esta mierda. —Mis dedos se flexionan y se cierran en un puño.
—Vale. —Parece sorprendida.
Zane se ríe, haciendo lo que mejor sabe hacer: suavizar un momento
tenso con encanto. —¿Podrías avisarnos cuando se despierte, preciosa? Te
lo agradeceríamos mucho.
—Se supone que sólo debo contactar con su familia...
—Sólo avísanos —corté bruscamente.
—Te lo agradeceríamos mucho —dice Zane, subiendo un poco más el
encanto.
Ella le dedica una apretada inclinación de cabeza.
Cuando salimos, mis hermanos me flanquean a ambos lados.
—¿Quién crees que está detrás de esto? —pregunta Finn, con los
brazos rígidos.
—Solo una persona sería tan estúpida. —Saco el móvil del bolsillo y
les enseño el vídeo. Si solo se tratara de Cadence, no habrían enviado un
vídeo. Alguien quería dejarme claro a mí también.
—Christa —sisea Zane.
Finn me pone una mano en el hombro, intentando detener mi marcha
por el pasillo. —Vamos a la sala de prácticas. A pensar en nuestro siguiente
paso.
—Ya sé cuál es mi siguiente paso.
Zane parece preocupado. —¿Qué vas a hacer?
—No te preocupes. —Lanzo una mirada fría por encima del hombro
—. Lo único que voy a hacer es hablar.
—Iremos contigo.
—No te molestes. Me haré cargo de esto yo solo. —Levanto la
barbilla hacia el pasillo de enfrente—. El director Harris nos perseguirá si
los tres faltamos a más clases. Llegan tarde por mi culpa. No le den otra
razón para fastidiarnos.
Finn sacude la cabeza.
Zane tampoco mueve un músculo.
Resoplo y empujo a mis hermanos en dirección contraria. —Vayan.
Se van de mala gana. Miro para asegurarme de que no van a volver
sobre sus pasos y acercarse sigilosamente como hicieron en la piscina.
Aunque antes les agradecí la ayuda, esta vez no quiero que interfieran.
Salgo corriendo por el pasillo y me detengo delante de la clase de
literatura. La señorita Jamieson está en la pizarra, hablando de Shakespeare.
Llamo a la puerta por respeto a ella e irrumpo.
Deja de hablar bruscamente. Los grandes ojos marrones que Zane vio
una vez y que le enamoraron me miran parpadeando.
—Sr. Cross, ¿puedo ayudarle?
Mis ojos recorren la habitación hasta que se posan en la cara engreída
de Christa. Lleva una camiseta rosa bajo el chaleco de jersey y una boina de
aspecto estúpido.
—El director necesita ver a Christa —digo apretando los dientes.
Normalmente, gruñiría lo que quisiera y a la mayoría de los
profesores no les importaría detenerme.
Pero sé que no debería intentarlo con la señorita Jamieson. Aunque
funcionara, probablemente no se quedaría en Redwood Prep si pensara que
ha perdido el respeto de sus alumnos. Y entonces mi gemelo me mataría.
—¿El director? —La señorita Jamieson levanta ambas cejas, como si
no estuviera segura de creerme.
Asiento con la cabeza. —Sí.
—De acuerdo. —Me hace un gesto—. Christa, puedes irte.
Christa y sus amigas intercambian miradas cómplices y risitas
mientras ella se pone en pie. Coge su bolso, lo balancea a su lado y me
sigue por la puerta.
—¿Qué pasa, Dutch? —me pregunta, pero su voz es demasiado
chillona para que la pregunta suene casual.
No digo nada.
Todavía estamos demasiado cerca de las aulas. Noto los ojos de la
señorita Jamieson a través de las ventanas. Es una mujer lista y
probablemente se huele mi mierda a la legua. Probablemente por eso fue
capaz de oler la de Zane también.
Christa me sonríe. —Basta de paseos, Dutch. ¿Qué es tan importante
para que me saques de clase?
Miro a ambos lados para asegurarme de que estamos en el punto
ciego de la cámara. Luego me abalanzo sobre ella, desatando toda mi furia
con la mirada entrecerrada.
—¿Qué demonios has hecho?
Los ojos de Christa se abren de par en par y retrocede. —Dutch.
Le enseño el móvil, intentando mantener la calma. Si Christa fuera un
chico, le habría dado un puñetazo. Pero como una pelea física no es posible,
lo único que puedo hacer es advertirle de que no vuelva a cruzarse en mi
camino.
—¿Qué es eso? —Su voz se entrecorta y pone una expresión de falsa
preocupación—. Dios mío. ¿Cadence está bien?
—Sé que eres la responsable de este pequeño espectáculo. —Me
inclino sobre ella, manteniendo la voz baja y calmada. He descubierto que
da más miedo cuando alguien carece de emociones que cuando es ruidoso y
odioso.
Ayer perdí la calma con Cadence y ella vio a través de la ira lo que
estaba tratando de ocultar.
—¿Yo? —Christa se lleva una mano al pecho.
—Sé que fuiste tú quien envió el vídeo.
—No fui yo. —Sus pestañas se agitan con tanta fuerza que es un
milagro que sigan pegadas a su cara.
—¿No? —Asiento bruscamente. Vuelvo a coger el móvil y llamo al
número anónimo que reenvió el vídeo.
Suena el teléfono del bolso de Christa.
Su cara se vacía de sangre y su boca se abre en una –o-.
No creía que nadie pudiera ser tan estúpido, pero subestimé mucho a
Christa.
Cuando se da cuenta de que está acorralada, su expresión se
desmorona y grandes lágrimas de cocodrilo afloran a sus ojos.
—Dutch, no sé qué me pasó. Estaba tan enfadada y quería asustarla
un poco. — Solloza.
—Casi se muere, Christa. Podrías haberla matado.
Sus ojos se llenan de auténtico horror. Se agarra a mi mano. —No
pensé que se ahogaría. Quiero decir, ¿quién no sabe nadar? Hay miles de
maneras de aprender.
Me muerdo el labio inferior para no desatar mis frustraciones contra
ella. No merece ni un segundo más de mi tiempo.
Soltando la mano de Christa, me alejo.
—Dutch. —Christa se lanza hacia mí y desliza sus brazos alrededor
de mi cintura, abrazándome por la espalda.
—Déjalo.
—Puedo sacarla de Redwood —balbucea desesperada.
Todo mi cuerpo se queda inmóvil.
—He estado hablando con mi padre. Desgastándolo. Sabes que es el
presidente del consejo, ¿verdad?
Como sigo sin decir nada, Christa me rodea y me mira a la cara. Sus
ojos aún brillan por las lágrimas. El rímel le corre por las mejillas.
—Si lo dices, Dutch, llamaré a mi padre. Tiene el oído de todos los
miembros del consejo escolar. Inventaré una razón para echarla de
Redwood Prep para siempre.
CAPITULO 27
Cadence
—¿Estás bien? No te he visto por el colegio últimamente —murmura
Serena—. Al principio pensé que me estabas abandonando por lo que pasó
en la fiesta, y luego no te vi al día siguiente y me pregunté si Dutch te
habría echado por fin de Redwood.
Ajusto el teléfono a mi otra oreja mientras remuevo una taza de té
caliente. —No, no me han echado de Redwood.
Ella emite un sonido de puro alivio. —¿Qué pasó entonces?
Me envuelvo en la manta y me hundo en el sofá. —Me puse enferma.
Resulta que meterse en una piscina helada puede debilitar el cuerpo.
Después de despertarme en la enfermería, descubrí que tenía fiebre. Me
enviaron al hospital y, para entonces, la fiebre se había convertido en
síntomas de gripe. Recibí una nota del médico diciendo que no podía
reincorporarme a la sociedad hasta dentro de tres días.
—Dios mío. ¿Estás bien? —Serena pregunta.
—Estoy bien. —Sonrío cuando Breeze sale del baño, me ve
preparándome el té y me lanza una mirada estruendosa.
Mi mejor amiga se acerca dando pisotones y me arranca la taza de la
mano. Señalando con un dedo el sofá, me dice: —Siéntate. Ahora.
Le saco la lengua, pero obedientemente tomo asiento.
Serena suspira. —Estás siendo totalmente comprensiva, pero ya he
preparado mi discurso, así que voy a hacerlo de todos modos.
Me rio suavemente y me acurruco en la esquina del sofá, observando
cómo Breeze trae un antigripal junto con mi té.
—En la fiesta de Babe, intenté seguirte por las escaleras. Zane y Finn
estaban allí de pie como dos guardaespaldas. Ni siquiera dejaban subir al
segundo piso. Les dije que mi amiga estaba allí. Dijeron que Dutch te
llevaría a casa.
Se me saltaron los ojos. No tenía ni idea de que Zane y Finn estaban
justo al otro lado de la puerta de la habitación. ¿Nos habían oído aquella
noche?
El calor se enciende en mis mejillas. —No pasa nada. Llegué bien a
casa.
Ella no necesita saber que estaba tan enojada que caminé casi una
milla sola antes de darme cuenta de que estaba completamente perdida. En
ese momento, me tomó otra media hora para caminar a una parada de
autobús. Por lo visto, los autobuses no pasan por barrios tan elegantes como
el de Babe.
—¿Te reconciliaste con Dutch? He oído que corría por los pasillos
cogiéndote en brazos como si estuviera rodando una escena de El diario de
Noa. —Serena se ríe—. ¿Vuelves a ser la pareja de oro de Redwood?
Toso, fingiendo que me ahogo con algo.
Ella grita. —Vaya, eso suena mal. Te dejaré descansar un poco.
—Gracias. Nos vemos luego en el colegio.
Cuando cuelgo, Breeze me lanza una mirada mordaz. —La vieja
maniobra de la tos. ¿Se lo ha creído?
Acepto la pastilla, me la pongo en la lengua y me la trago con el té.
Breeze se sienta en la silla de al lado y me observa atentamente.
—Te agradezco que dejaras los estudios para cuidar de mí —le digo,
apartándome de ella—. Pero no tenías por qué hacerlo.
—Sí, tenía que hacerlo. Ya casi no me cuentas nada. Ahora que no
tienes adónde huir, quiero oírlo todo.
—¿Todo?
—¿Crees que me creo esa excusa débil que me diste en el baile? Vi
cómo te miraba Dutch cuando hablabas con Hunter esa noche. Parecía que
quería arrancarle la cabeza a Hunter.
—Créeme. Si quisiera arrancarle la cabeza a alguien, lo habría hecho.
Breeze frunce los labios. —Incluso los niños en Redwood están
susurrando sobre ustedes dos. ¿En serio vas a seguir mintiéndole a tu mejor
amiga?
Agarro una almohada y tiro de las cuerdas hechas jirones. Tiene
razón. No puedo confiar en nadie si no puedo confiar en Breeze. Es hora de
que me sincere.
—Dutch ha estado intentando echarme de Redwood.
Sus ojos se desorbitan. —¿Qué? ¿Por qué?
—No tengo ni idea. No me lo quiere decir.
—¿Qué ha hecho?
Arrugo la nariz. —¿Recuerdas el escándalo con la profesora hace
unas semanas?
—Sí. —Mueve la cabeza.
Le dirijo una mirada mordaz.
Jadea. —¡No! ¿Estaban hablando de ti?
—Eso no es lo único. Destruyó mi taquilla, mi teclado y...
Breeze se levanta de la silla.
—¿Adónde vas? —Le llamo.
—A matarlo! —Se sube las mangas de la camisa y se vuelve hacia la
puerta.
La persigo y la arrastro de vuelta al sofá. —Breeze. Espera.
—¿Por qué debería esperar? ¿Por qué no está su cabeza en una
maldita pica? —El color enrojece sus mejillas. Su voz tiembla, pero no es
porque esté asustada. Es porque está enfurecida—. ¿Quién demonios se
cree que es para intentar arruinarte la vida? —Una risa sin gracia se escapa
de sus labios—. Y yo que pensaba que era un buen partido por ayudarte con
tu miedo escénico. No sabía que era una actuación.
—Ésa es la cuestión. —Me muerdo el labio inferior.
Ella se revuelve el pelo, con los ojos encendidos. —¿Qué pasa?
—No... Sé si fue una actuación.
Me mira con el ceño fruncido. —Explícamelo.
—Sé que puede parecer una locura, pero... hace unas semanas, me
defendió cuando un deportista intentó avergonzarme delante de todos en la
cafetería. Y cuando me empujaron a la piscina, oí que fue él quien me
salvó.
—Vale, así que no es un capullo total. ¿Le perdonamos todo lo que ha
hecho?
—Por supuesto que no —digo con vehemencia. Y luego, con menos
vehemencia, añado—. Pero es complicado.
Se lo piensa y asiente. —¿Crees que un chico al que le gustas te va a
tratar como a una mierda? Cariño, ¿cuántas chicas hemos visto en nuestro
vecindario que acaban haciéndose daño pensando así?
Mi pecho se estremece de dolor. —Tienes razón. Sé que tienes razón.
Lo que pasa es que.... que debería odiarlo. Y lo odiaba. Al principio, quería
que tuviera una muerte dolorosa, pero ahora...
—¿Ahora te estás enamorando de él?
—Absolutamente no.
—Bien. —Me pasa la mano por la espalda—. Olvídalo, Dutch. Puede
que esté bueno y sea rico... y sea guapísimo y tenga talento... y...
—¿No puedes? —La miro con el ceño fruncido.
—Pero —sonríe— no necesitas a un tío que oscila entre caliente y
frío. Además, confiar en que Dutch te elija entre todas las chicas que se le
echan encima es sólo una ilusión. Te mereces un tipo con los pies en la
tierra. Alguien que sólo tenga una o dos chicas detrás de él, en lugar de una
horda.
—Interesante forma de pensar.
—Hablemos de Hunter. —Breeze sonríe.
Yo gimo. —Breeze, ¿puedes dejar de insistirme con Hunter?
—¿A estas alturas no está claro que soy del equipo Hunter?
—Apenas he hablado con él. Y es varios años mayor que yo.
—La edad es sólo un número, cariño. Y no vas a ser menor por
mucho más tiempo.
—Sí, pero...
—Sé de buena tinta que quiere hablar contigo más a menudo. —
Señala mi teléfono—. ¿No dijiste que se coló en tus DMs?
—Todo lo que dijo fue 'hey'.
—¡Exacto! Eso es básicamente una confesión de amor.
Pongo los ojos en blanco. —Ahora estás siendo ridícula.
—Yo digo que te olvides de Dutch y pases a Hunter. El hombre te dio
un saco de boxeo. —Le empuja una mano—. Un saco de boxeo. Si eso no
es material de novio, no sé lo que es.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —pregunta.
—¿Sobre qué?
—Sobre Hunter.
—No lo sé.
—Devuélvele el mensaje —dice, dándome un manotazo.
—¡Ay! ¡Ay! Me has hecho daño —grito.
—Ooh. Lo siento. —Me alivia la mano.
Suspiro pesadamente. —Quizá me plantee devolverle el mensaje.
Sólo por amistad.
Breeze me lanza un beso. —Buena chica.
Sonrío mientras me arregla las almohadas y pone una película. Pero
mis pensamientos no están en la comedia romántica. Sino en cierto
guitarrista rubio con predilección por el ceño fruncido y los tatuajes.
Sé que Breeze tiene razón cuando dice que Dutch es muy difícil de
tratar. Y sé que probablemente debería seguir su consejo. Mamá no se
convirtió en una narcisista drogadicta de la noche a la mañana. Empezó
enamorándose del tipo equivocado en el momento equivocado.
Pero hay momentos en los que Dutch no parece el tipo equivocado.
Especialmente cuando hace el tonto con sus hermanos o encanta a las
señoras de la cafetería.
Pienso en el día que se interpuso entre el deportista y yo en la
cafetería. El día del baile en que pude divertirme en el escenario, rodeada de
toda una clase de primer año, sólo porque él estaba a mi lado.
Más que eso, vi destellos de su verdadero yo cuando estaba con mi
otro yo.
Después de todo lo que ha pasado, no puedo negar que hay algo
peligrosamente volátil entre nosotros.
Especialmente cuando estoy disfrazada y puedo sentir que está
interesado en mí.
Ya sea como yo misma o como otra persona, siempre vuelvo a Dutch.
Y lo admita o no, hay una parte de él que también vuelve a mí.
Un día, cuando choquemos, nos destruirá a los dos.
Lo que más me asusta es que no creo que ninguno de los dos pueda
evitarlo.
Después de la película, Breeze se va. Mientras la acompaño, veo una
carta en el buzón.
Mis ojos se desorbitan cuando la meto dentro y la leo.
¿Atraso en los pagos de la hipoteca?
Parpadeo y parpadeo, esperando a que cambien las palabras.
No cambian.
Convencida de que se trata de un error, llamo al banco para
comprobarlo.
—Aquí dice que la señorita Mónica Cooper retiró los fondos ella
misma —me dice la trabajadora del banco.
Un escalofrío me recorre la espalda. Hundo los dedos en el móvil.
—¿Habrá algo más? —me dice.
—No. Nada más.
Me hundo en el sofá, la cabeza me da vueltas. Una sensación de pavor
me recorre la espalda.
Que no cunda el pánico, Cadence.
Lo primero es lo primero. Tengo que encontrar la forma de pagar al
banco. Si no, Viola y yo podríamos quedarnos sin casa. Rick solo accedió a
firmar los papeles de la tutela por la última petición de mamá, pero no nos
acogerá. Breeze no tiene suficiente espacio para las dos.
De ninguna manera permitiré que mi hermana duerma en la calle. Me
quito la manta, me pongo unos vaqueros, unas deportivas y una camiseta y
me presento en el restaurante. Está tan lleno que el encargado me permite
hacer mi turno siempre que lleve una mascarilla.
Más tarde, esa misma noche, recibo una llamada del salón
invitándome a hacer un evento improvisado.
—Es dentro de una hora. ¿Crees que podrás venir?
—Sí, ya voy.
Viola llega a casa cuando estoy a punto de irme.
Echa un vistazo a mi atuendo y frunce el ceño. —¿Por qué llevas
peluca? ¿Te has maquillado tú misma?
—Sí. ¿Me queda bien?
—Supongo. —Ella frunce el ceño—. ¿Vas a actuar?
Evito su pregunta. —Hay una hamburguesa de la cafetería en el
horno. Sólo tienes que calentarla en el microondas. —Salto sobre un pie y
me subo la cremallera de las botas—. Asegúrate de hacer los deberes antes
de jugar con el móvil.
Viola me coge de la mano. Sus grandes ojos marrones se clavan en los
míos. —Cadence, estás enferma.
—Gracias, hermanita —digo secamente.
Ella frunce el ceño. —Me refería a físicamente enferma. No deberías
ir a ningún sitio ahora mismo.
—No tengo tiempo para esto, Vi. Tengo que irme.
—No. —Ella envuelve sus dedos a mi alrededor.
—Vi, suéltame.
—Te vas a matar trabajando si sigues así.
Su insistencia es la cerilla en mi barril de pólvora de una bola de
estrés. Después de ser empujada a una piscina, casi ahogada, y, ahora,
dándome cuenta de que vamos a ser desalojados, estallo.
—¡No ves que estoy haciendo esto para cuidar de nosotras! —grito.
Sus claros ojos marrones se llenan de dolor.
Al instante me arrepiento de haberle gritado. Se me caen los hombros.
Me froto la frente con la mano. —Vi, lo siento. No debería haber gritado.
Es que... están pasando muchas cosas.
—¿Crees que no sé lo duro que trabajas? ¿Crees que no estoy
agradecida? —Ella grita—. Sólo estoy preocupada por ti. No hay mucho
que puedas hacer, Cadey. Con el tiempo, te vas a romper y yo no podría
sobrevivir a eso.
—Sí, podrías. Eres más fuerte de lo que crees, Vi.
—No, no lo soy —insiste ella—. Mamá se ha ido y si tú también te
vas, me voy a quedar sola. Me derrumbaría sin ti.
El corazón se me retuerce dolorosamente. Pienso en la carta del
correo y en mi llamada al banco. Hay tanto en juego ahora mismo. No
puedo dejarme vencer por sus lágrimas.
—Vi —trago saliva— me encuentro mucho mejor. No tienes que
preocuparte.
—El médico dijo que debías descansar tres días. No han pasado tres
días, Cadey. Si sales ahí fuera y te desmayas o algo así por unos dólares...
—No me desmayaré. De verdad necesito este trabajo y de verdad
necesito ir, ¿vale?
Se reprime las lágrimas y asiente.
Estoy a medio camino de la puerta cuando me vuelvo. —¿Y Vi?
—¿Eh?
—Cierra bien las puertas detrás de mí. No abras a nadie.
—¿Por qué sigues diciéndome eso? No soy una niña —resopla.
Pienso en la carta del banco. —Para nadie, ¿vale?
—Vale.
Con el corazón en la garganta, abro la puerta de golpe y bajo
corriendo las escaleras.

Jinx: ¿Cuánto tiempo te vas a resistir a mí, Chica Nueva? ¿O debería


decir Cadey? ¿Pelirroja? Una rosa con tantos nombres huele igual de
dulce. ¿Serán tus pétalos finalmente arrancados esta noche?
CAPITULO 28
Cadence
Lo último que esperaba ver en el evento pop up era a mi hermano,
pero Rick está dando vueltas por el escenario con una camiseta negra en la
que pone –SECURITY-.
Agacho la cabeza, tirando de mi peluca roja por si me reconoce. Es un
ajuste bastante inútil.
No es que sea invisible. Estaré delante de él, tocando el piano todo el
rato. En ese momento, no habrá ningún lugar al que huir.
Mi corazón sigue latiendo con fuerza hasta que consigo escabullirme
y subir al escenario.
El evento pop up se celebra en el parque. Las estrellas centellean en lo
alto y una suave brisa me acaricia el pelo pelirrojo. En el extenso césped
verde, el salón coloca mesas elegantes y sillas negras, invitando a la gente a
sentarse y probar el vino.
Gorge's nunca había organizado un evento así y me sorprende un poco
que me hayan llamado. El chef tiende a guardar rencor y no se alegró
cuando presenté mi carta de dimisión. Estaba segura de que mi relación
comercial con el salón había terminado.
Mis botas golpean los escalones de madera. Detrás de mí, unas
cuerdas de luces decoran un hermoso arco. Está adornado con enredaderas
y flores. Por la hermosa fragancia que navega hasta el piano, estoy segura
de que esos pétalos son reales.
Es un montaje precioso. Bien pensado. No sé por qué Gorge's esperó
hasta el último minuto para pedirme que tocara. ¿Quizás su pianista
contratado se echó atrás?
Levanto la caja y pongo la mano sobre las teclas blancas y negras. La
primera nota rompe el aire a mí alrededor. La gente que estaba en su propio
mundo se ve arrastrada al mío, atraída por un sonido que habla a algo en sus
almas.
No levanto la vista, pero noto sus miradas inquisitivas. Me inquieta.
No estoy en mi elemento, aquí en el centro de atención, donde todo el
parque puede verme y juzgarme, pero me siento menos nerviosa que de
costumbre.
Levanto la barbilla mientras cambio de nota.
Mi corazón está tranquilo en lugar de latir como un loco.
¿Será por lo que pasó en el baile de bienvenida con Los Reyes? Toqué
el triángulo delante de una multitud de catorce años. Quizá me afectó más
de lo que pensaba.
Respirando hondo, levanto la vista.
Y no me asusto.
Vuelvo a mirar al piano y vuelvo a levantar la vista.
No se me revuelve el estómago. De hecho, es un poco estimulante ver
cómo la gente disfruta con mi música.
Es una victoria. Y después de la semana, no, después de las semanas
que he tenido, necesitaba una.
Estoy bien.
Por primera vez desde que tengo uso de razón, sonrío cuando toco.
Mis dedos recorren las teclas, bailando a un ritmo que nadie más entiende.
Cierro los ojos y dejo que fluya como quiera.
La música me acoge. Me envuelve. Es una marea que recorre todo mi
cuerpo. Áspera en la superficie, frágil en el fondo.
No he tenido tiempo de preparar una banda sonora de hip-hop ni de
planificar un concierto que fluya sin problemas. Esto soy yo. Mi sangre. Mi
corazón. Mi todo. Como si me hubiera metido una mano en el pecho y
sacado los intestinos.
Cuando termino, oigo aplausos. El evento pop up está lleno de
movimiento. Los camareros entran y salen de las mesas. Parejas de todas
las edades se sientan, entrelazadas, frente al escenario. No hay ni una sola
mesa libre. De hecho, hay una cola de clientes mirando y esperando más
allá de las cuerdas de terciopelo que acordonan el evento.
Vuelve la vergüenza, feroz y paralizante. Esta vez es peor porque sé
lo que se siente al jugar como yo misma. La liberación. La autenticidad. La
peluca y el maquillaje me pesan aún más que antes.
Me apresuro a bajar del escenario y saludo con la cabeza a los dos
violinistas que suben a continuación.
El director del evento está debajo de la carpa de bebidas. Me saluda
con el pulgar hacia arriba. Le devuelvo el saludo torpemente.
Mi teléfono suena.
Miro hacia abajo sorprendida al ver que han ingresado en mi cuenta
una cantidad superior a la acordada. ¿Desde cuándo Gorge paga justo
después de una actuación y no tres días después?
No voy a quejarme. Esto me ayudará a pagar el alquiler.
—Hey.
Al oír la voz de mi hermano, me salpica un cubo de agua fría.
Después de la muerte de mamá, le di muchas oportunidades.
Acababa de descubrir que su madre era drogadicta y tenía dos
hermanastras tan pobres y desastrosas como él. Probablemente era mucho
para asimilar. Lo comprendía.
Pero no se puso en contacto con nosotras durante semanas. Y luego,
cuando le pedimos ayuda, me dijo que saltara de un acantilado. Tal vez no
usó esas palabras exactas, pero estaba claro que no éramos más que una
carga para él.
Juré apartarlo de mi vida y fingir que nunca existió, fingir que mamá
nunca nos dijo que existía.
Entonces, ¿por qué hay una parte de mí que quiere recibir un abrazo
suyo?
Dándole la espalda, toso. —¿Qué?
—Sólo quería que supieras que tocas muy... bien... —Se pone delante
de mí de repente y sus ojos se abren de par en par con asombro—.
¿Cadence?
—¿Cómo has...? —Me doy cuenta de que acabo de delatarme y
enrojezco. Aterrorizada, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que todas
las camareras nos miran raro. ¿Nos habrán oído?
Sus ojos se clavan. —Eres tú.
Levanto la vista hacia el rostro de mi hermano. Nos conocimos un día
después de recibir la nota de suicidio de mamá. Vino a casa con unos
vaqueros polvorientos, una camisa de botones manchada y unas zapatillas
viejas. Tenía el pelo grueso y ondulado y no se parecía en nada a mí ni a Vi.
Si no fuera por las lágrimas de rabia de sus ojos y la forma en que se
le quebró la voz cuando preguntó si estaba muerta de verdad, no habría
creído que era mi hermano.
Hoy, Rick lleva una bonita camiseta y unos vaqueros sin rotos ni
agujeros. Sus zapatos son negros brillantes y lleva el pelo bien peinado.
Rick me mira con el ceño fruncido. —¿Por qué llevas peluca?
—Aquí no. —Le cojo del brazo y le arrastro lejos de la tienda.
Me detiene. —No puedo ir a ninguna parte. Tengo que trabajar.
—¿Dónde está tu puesto? —Le susurro.
—Por ahí. —Señala con la barbilla el borde del parque.
Lo sigo, agachando la cabeza y caminando deprisa. Cuando llegamos
al grupo de árboles, me detiene. —No puedo ir más allá de aquí o mi jefe
podría echarme la bronca.
Mil pensamientos se agolpan en mi cabeza. ¿Cómo sabía que era yo?
¿Dónde ha estado? ¿Cómo ha estado? ¿Por qué no nos ayudó cuando lo
necesitábamos?
Me niego a parecer una niña desquiciada delante de él. A pesar de mi
peluca, mis ojos verdes y mi extraño atuendo.
Me mira a los ojos y los suyos se llenan de una extraña emoción. —
Te pareces a ella.
—¿A quién?
—A mamá.
Inmediatamente, la culpa y la rabia se apoderan de mí. Es una extraña
mezcla que se mete en mi corazón y envía una sensación de ardor
directamente a mis pulmones. Que me relacionen, de cualquier manera, con
mi madre es como un puñetazo en las tripas.
—Vino a visitarme una vez. —Patea una piedra—. Vestida así. Con el
pelo rojo. No sabía que era ella en ese momento. Nunca se presentó.
Cruzo los brazos sobre el pecho y fuerzo el aire en mis pulmones. —
Supongo que eso responde a cómo me reconociste.
—¿No eres demasiado joven para estar tocando en bares de vinos?
Gorge nunca me ha preguntado mi edad ni mi verdadero nombre, que
es una de las razones por las que me encantaba trabajar allí.
—¿No estás demasiado ocupado con tu propia vida para preocuparte
por lo que yo hago con la mía? —le respondo.
Sus cejas se arrugan y un destello de culpabilidad atraviesa sus ojos
castaños. Lo disimula rápidamente agachándose y riendo.
—Tú también tienes un carácter como el de ella.
—Deja de compararme con mamá —espeto—. Apenas la conociste.
—Ojalá no la hubiera conocido. Créeme. Si se hubiera mantenido al
margen de mi vida como siempre ha hecho, las cosas habrían sido más
sencillas. —Su ceño fruncido me hace preguntarme si sabe más de lo que
dice.
La molestia me punza la piel. —No te preocupes. No vamos a
irrumpir en tu vida y trastornarla como hizo mamá. ¿Hemos terminado?
Es difícil mirarlo ahora. Se queja de haber conocido a mamá hace
unos meses mientras que yo llevo años lidiando con su mierda. Sabiendo
eso, todavía no ha mostrado ni un poco de cuidado. Me dio la espalda y me
dejó lidiar con las consecuencias.
Está bien. De todas formas nunca lo he visto como un hermano. Pero
a veces, tener esperanzas y decepcionarse es peor que no tenerlas nunca.
—No, Cadence. No hemos terminado aquí —dice con un resoplido.
Las emociones empiezan a quemarme el fondo de los ojos. —¿Qué
quieres de mí? —grito.
Gritar es la única forma que tengo de evitar que se me salten las
lágrimas. Estoy agotada. Física y mentalmente al límite.
—Mira, sé que me odias ahora mismo. Y para ser honesto, no me
gustas particularmente tú o lo que representas. Te pareces tanto a ella que
me revuelve la cabeza.
Me rasco una lágrima furiosa que cae por mi mejilla.
Él me mira, con la cara roja, como si luchara contra sus propias
lágrimas. —Pero lo he pasado mal. No es porque quiera dejarte fuera,
¿vale?
—¿Lo has pasado mal? —Siseo—. Intenta tener diecisiete años e ir a
la escuela más elegante con una beca de trabajo. Intenta quedarte a limpiar
aulas y luego correr a la cafetería a trabajar un turno. Y luego tocar música
en un salón por la noche porque necesitas dinero para el alquiler. Ah, y
hablando del dinero del alquiler, ¡intenta recibir una notificación por correo
diciendo que has dejado de pagar un préstamo!
Sus ojos se abren de par en par y da un paso hacia mí. Me pone las
manos en los hombros y balbucea: —¿Qué te han dicho por correo?
—Suéltame. —Me encojo de hombros.
Todavía aturdido, Rick se pasa una mano por la boca. —Ha habido un
error. Se suponía que no ibas a recibir ninguna carta.
Me quedo paralizada. Sus palabras rebotan en mi cabeza, pero no
tienen sentido.
Se lleva los labios a la boca, parece derrotado.
—Eres tú quien ha estado pagando al banco. —Las piezas del
rompecabezas van encajando a medida que hablo—. Tú... por supuesto.
Mamá no habría sido lo bastante responsable como para arreglar nada con
ellos. Eras tú quien pagaba el alquiler desde que ella...
—No quería decírtelo. Pero perdí mi trabajo y tuve que buscarme
otro. Este trabajo -señala el uniforme de seguridad- me permite ganar lo
suficiente para pagar el alquiler de los dos. Pero cada mes me quedo corto.
No he podido seguir pagando.
Me sobresalto. No me extraña que se enfadara conmigo cuando le
pregunté por qué no se hacía cargo de la factura de la luz como había
prometido. Ya se había extendido tratando de cubrir nuestro préstamo.
Mamá nunca nos dejó nada. Su último acto como nuestra madre fue
descargar las responsabilidades sobre los hombros de sus hijos.
Me doy la vuelta porque me duele oír la verdad. Había una parte de
mí que pensaba que había cambiado al final. Tal vez había hecho algo
desinteresado por una vez.
Es un golpe saber que estaba equivocada.
Es un golpe saber que mi medio hermano ha estado cuidando de
nosotras mientras yo estaba resentida con él.
Es un golpe saber que tantas cosas que creía saber eran mentira.
Me duele la cabeza.
—Cadence.
—Ya no tendrás que hacerte cargo de nuestro alquiler —escupo por
fin—. No lo hagas. —Tuerzo el brazo hacia atrás antes de que pueda
tocarme—. Realmente hemos sido una carga para ti. Entiendo por qué estás
resentido con nosotras. Si lo hubiera sabido, me habría ocupado de ello
antes. —Mis fosas nasales se inflaman. Estoy hablando a lo grande, pero no
tengo escapatoria. Siento que me ahogo. Todo por dentro me aprieta tanto
que no puedo ni respirar.
Mamá no para de lanzarme sorpresa tras sorpresa, pero todos sus –
regalos- me estallan en la cara. No sé cuántos secretos más podré soportar.
—Espera. —Rick me pone la mano en el hombro.
—Quítale las manos de encima —sisea una voz a través de la noche.
Cuando me siento más frágil y lucho contra un caos de gritos en mi
cabeza, Dutch entra en nuestra línea de visión.
Lo miro y los fragmentos rotos que perduran en el fondo de mi alma,
dispersos por años de vivir con dolor y angustia, cobran vida. Una serpiente
que surge del humo.
El caos en mí se hace más fuerte. Más salvaje.
Esta noche quiero sangre.
Y voy a tomar esa libra de carne de Dutch.

Dutch
Es salvaje. Ardiente. Mía.
Mía.
Esa certeza encaja cuando veo a Pelirroja de pie cerca de un guardia
de seguridad.
Cadence ha estado jugando con mi cabeza y rompiendo mis defensas.
Siento algo por ella y es más fuerte de lo que me gustaría admitir. Pero no
es nada como esto.
Maldita sea. Cuando oí tocar a Pelirroja esta noche, no sólo se me
apretaron los pantalones. Mi corazón, mis pulmones, mis dedos, todo
respondía a ella. Ella es lo que se supone que debe ser la música. Todo lo
que mi música no es.
Ahora, de pie tan cerca de ella, es como si un interruptor se ha
activado.
Otra vez.
Pero esta vez está firmemente bloqueado en Pelirroja.
Hago todo lo que puedo para controlarme. Porque mi mano me
suplica que me acerque a su cintura y la empuje hacia mi lado. No es sólo
algo físico. Es más que eso.
La necesito sobre mi piel como un bálsamo sobre una víctima de
quemaduras. Necesito respirarla hasta que lo que sea de lo que ella está
hecha sea de lo que yo también estoy hecho.
Mis pasos son largos y furiosos. No me detengo hasta que estoy a su
lado.
—¿Quién demonios eres? —me advierte el guardia de seguridad. Es
más o menos de mi altura, tiene los hombros anchos y los ojos marrones.
Hay algo familiar en su cara, pero estoy demasiado enfadado para ubicarlo.
—¿Yo? —Señalo a Pelirroja con la cabeza—. Soy su fan número uno.
Ella resopla. —Es mi acosador.
—¿Tienes un acosador? —El tipo de seguridad da un paso
amenazador hacia delante.
Me cuadro, listo para cogerle. Ha sido una semana muy larga.
Cadence ha estado fuera de la escuela y Christa me ha estado molestando
todos los días, preguntando si estoy listo para apretar el gatillo.
Con una llamada de teléfono, ella puede terminarlo.
Sólo tengo que encontrar una razón para poner a Cadence en el radar
de la junta.
Fácil.
Uno y listo.
Es la respuesta que quiero.
La respuesta que necesito.
Pero he estado dudando en tomarla.
Locura.
Sol está esperando que lo saque de prisión. No hay tiempo para
vacilar. Necesito sacar mi cabeza de mi raja del culo. Rápido.
Por eso le pedí al gerente del salón que me hiciera un pequeño favor.
Me sorprende que Pelirroja mordiera el anzuelo.
Me mira con sus fieros ojos verdes. Yo le devuelvo la mirada. Me ha
hecho de Cenicienta demasiado. Esta noche no la dejaré marchar hasta que
consiga lo que he venido a buscar.
Su mirada se dirige al guardia y le hace un gesto con la mano para
que se vaya. —Yo me encargo.
—No hemos terminado de hablar. —El tipo tiene la osadía de ponerle
las manos encima delante de mí. Me adelanto, dispuesto a estamparle la
cara contra el siglo que viene.
La pelirroja se me adelanta. Le aparta las manos de un manotazo y se
mete en su espacio. —Déjanos en paz. A partir de ahora nos ocuparemos de
nuestros asuntos.
Abre la boca como si fuera a llamarla, pero lo miro fijamente a los
ojos. No sé si es la advertencia en mi expresión o la firmeza de su tono,
pero algo lo convence de que se retire.
La pelirroja ya me lleva una buena distancia de ventaja. Tengo que
alargar la zancada para alcanzarla.
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —pregunta sin aminorar la marcha.
—Pagué al salón para que organizara esto.
Se detiene en seco. Me mira con ojos oscuros. Hay algo salvaje en
ella esta noche. Lo oí en su música, cuando sus dedos golpeaban las teclas
como si tuviera algo que demostrar. Y lo veo aquí mismo, en la arruga de su
entrecejo y la tensión de sus labios. En todo caso, la música era sólo un
destello del caos que llevaba dentro. El caos que siento en mi propio pecho.
—Así que realmente eres un acosador.
Las palabras no están dichas con miedo.
Eso me infunde valor.
—Como le dije a ese tipo de ahí atrás... —El tipo que realmente
espero que no sea su novio. Porque, como dije antes, ella es mía ahora—.
Soy tu fan número uno.
—Hay una delgada línea entre eso y un psicópata. —Dobla la curva y
se dirige al aparcamiento.
Su fuego hace que algo dentro de mí cobre vida.
La necesito.
Es menos un pensamiento y más una reacción física.
—¿Sueles ir por ahí besando psicópatas? —Pregunto, pisándole los
talones.
Sus tacones patinan contra el pavimento. Su pelo rojo se agita
alrededor de sus mejillas. Lleva una blusa blanca normal y pantalones
negros. Sencilla. Elegante. Me recuerda un poco a Cadence.
Sacudo la cabeza para soltar el pensamiento.
Estoy aquí con la chica que quiero. La chica que me conmueve.
Nada ni nadie más importa.
Frunce los labios. —¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Vengándote?
—¿Por qué me dejaste plantado esa noche? —Pregunto, acercándome
a ella. La fragancia de su perfume flota hasta mí. Es sutil y dulce. Como el
sol y la vainilla. Como Cadence.
Aprieto los ojos y le doy un puñetazo en la cara a ese pensamiento.
Es Pelirroja.
Pelirroja.
No Cadence.
—¿Qué noche? —pregunta ladeando la cabeza y moviendo las
pestañas inocentemente.
Mi interior se ilumina de expectación. ¿Quiere jugar? Pues vale. Le
daré tantos problemas como ella me está dando a mí.
—Me debes una cita, cariño.
Pone los ojos en blanco. —No te debo nada.
—Entonces soy yo quien te lo debe.
Enarca una ceja.
—Siempre pago mis deudas. —Me inclino y me acerco a sus labios
frustrantemente sexys—. ¿Puedo enseñarte cómo pienso pagarte?
Le da vueltas a la cabeza. Puedo ver cómo se agitan sus
pensamientos.
—Vamos. —Deslizo la mano hacia la parte baja de su espalda. Me
resulta familiar. Se siente bien. Como si la hubiera tocado un millón de
veces antes.
—No voy a entrar en un coche contigo.
—¿Porque podría ser un psicópata?
—¿No lo habíamos dejado claro? —contesta con descaro.
Me río. Todo en ella me encanta. No puedo explicarlo. Ni siquiera
puedo empezar a encontrarle sentido. Pero cambiaría todo de mí, me
convertiría en algo totalmente nuevo por esta chica. —Me imaginé que
tendrías tus reservas. Por eso no hay coches de por medio. —Apoyando la
barbilla en el edificio frente al parque, le susurro al oído—. Dime qué
quieres hacer.
Tiembla ligeramente.
Respiro sobre su cuello, justo contra su clavícula. —Si aceptas, no
volveré a aparecer delante de ti.
—¿Y si no lo hago?
—Te perseguiré hasta el fin del mundo.
Sus labios se curvan. —¿Una amenaza?
—Una promesa.
Sus ojos parpadean hacia mi boca antes de bajar la barbilla. —De
acuerdo. Pero sin nombres. Sin preguntas.
—Un misterio. Qué emocionante.
—Una medida de seguridad. No quiero que me persigas a ninguna
parte.
Le tiendo la mano. —Ven conmigo, pelirroja.
Sus ojos se desvían un instante. La veo dudar, pero no me muevo
hacia ella. Tiene que ser ella quien decida.
Cuando por fin pone su mano en la mía, el alivio estalla en mi pecho.
La agarro con fuerza y conduzco a mi chica misteriosa hacia la oscuridad.
CAPITULO 29
Cadence
No le encuentro sentido.
Dutch se tomó tantas molestias para ponerse en contacto conmigo.
Me persiguió hasta la noche.
Y ahora me tiene sola.
Estamos en un ascensor. Me zumba la piel de estar tan cerca de él,
pero se mantiene a una distancia respetuosa.
Si no llevara esta peluca roja, ¿tendría tanto autocontrol? Cierro los
ojos e imagino las veces que me tiró por encima del hombro en el colegio.
O cuando me arrinconó contra las máquinas de café. Dutch nunca parece
saber lo que es el espacio personal cuando está con mi otro yo.
La verdadera yo.
Incómoda, me relamo los labios y lo miro. Va vestido de negro, como
si quisiera pasar desapercibido. Pero un tipo como él nunca podría pasar
desapercibido en ningún sitio. Sus ojos son dos brillantes soles dorados
asomando en un rostro esculpido a la perfección. Su cuerpo es un arma de
destrucción masiva. Los tatuajes trepan y desaparecen bajo la manga de su
camisa. Sus músculos sobresalen cuando cruza los brazos sobre el pecho.
Dutch me mira y me sostiene la mirada. No hay ningún indicio de
incomodidad. Está tan chulo como siempre. Incómodamente a gusto.
Esto no es lo que me imaginaba cuando me dijo que íbamos a un
hotel. Esperaba una tarjeta llave y un sensor de pitidos. Esperaba sus manos
sobre mí, encontrando los lugares suaves, los lugares tranquilos.
Explorando partes de mí que nunca antes había expuesto a nadie.
¿No sabíamos los dos lo que significaba su invitación? ¿No la había
aceptado?
Estaba preparada. Dispuesta, incluso.
Cualquier cosa con tal de escapar del pavor palpitante que se acumula
como nubes de tormenta en mi corazón.
La oscuridad de la que he huido toda mi vida me está respirando en la
nuca. Salió de las sombras cuando vi a mi hermano. Los ojos de Rick
cuando admitió que no podía pagar nuestro alquiler y los suyos están
clavados en mi mente.
Otra alma más aplastada por el egoísmo y la irresponsabilidad de
mamá. Otro peso más que tengo que soportar ahora que sé la verdad.
¿Cuánto más hasta que me entierre? ¿Hasta que sea un desastre destrozado?
Siento la piel demasiado tensa. Como si estuviera a punto de reventar.
El corazón me martillea detrás de las costillas. Sé de lo que estoy huyendo.
Del fantasma de mamá. Me persigue esta noche como un espíritu maligno.
Sombras oscuras en cada esquina. Secretos que amenazan con brotar como
serpientes.
Agarro la mano de Dutch antes de que lleguemos a la azotea. —¿Qué
hacemos aquí arriba?
Lo que quiero decir es... ¿por qué no estamos en una de esas
habitaciones de hotel?
No quiero sentirme ahora mismo.
Lo necesito para deshacerme de mis pensamientos.
Necesito sentir su piel para olvidar que la mía ya no me queda bien.
¿No es el príncipe de Redwood? Probablemente ha reventado más
cerezas de las que puede contar con los dedos de sus manos y pies.
¿Realmente estamos caminando hasta aquí para contemplar las estrellas y
hablar de nuestros sentimientos?
No quiero hacer eso. Quiero escapar a algo que me deje sin aliento.
—Ya lo verás —dice sonriendo ligeramente. Me coge de la mano y
me lleva hacia delante.
En la azotea, los farolillos colgados de las luces ondean con la brisa.
Los arbustos de flores levantan sus rostros hacia el cielo. En el centro hay
un piano de cola. La luz de la luna resplandece sobre la brillante pintura
negra.
Me detengo en seco. —¿Cómo... cómo has subido esto hasta aquí?
Dutch me suelta la mano y se sienta detrás del piano. Sin mediar
palabra, empieza a tocar. Sus dedos son largos y finos, perfectos para el
piano. Se deslizan sobre las teclas sin vacilar.
Reconozco la melodía. Es una versión ralentizada de la pieza que hice
en la vitrina justo antes de empezar Redwood Prep.
La incertidumbre me agarra por la garganta cuando me doy cuenta de
que me he metido en un lío. Pensé que Dutch me tocaría físicamente, pero
se ha vuelto mucho más oscuro. Mucho más profundo. Porque no podía
conformarse con tomar mi cuerpo esta noche. Intenta tocarme el corazón.
Mientras sigue tocando, me acerco al piano. El zumbido que sentí
entre nosotros en el ascensor salta otro grado.
Con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, parece una escultura que
cobra vida. Cálido. Magnético. Vivo. No se parece en nada al frío y odioso
Dutch que merodea por los pasillos de Redwood Prep.
Esta noche, su guardia está baja. Hay oscuridad, sí. Pero hay algo
más. Ruptura. Vacío. Un anhelo de más. Me está dejando ver la crudeza que
permanece bajo la superficie.
Algo se mueve dentro de mí.
—No sabía que tocabas el piano —le digo.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dice riendo por lo bajo.
Sonrío. —Te sorprendería lo equivocado que estás.
—Dímelo entonces. ¿Quién crees que soy? —me desafía.
—Alguien que siempre se sale con la suya. —Me siento a su lado y
empiezo un dúo. Con mis dedos dibujando la música, añadiendo una nueva
capa a la melodía, la pieza se vuelve plena e inquietante—. Alguien que no
acepta un no por respuesta —añado. Pienso en lo que nos hizo al Sr.
Mulliez y a mí—. Alguien que no tiene miedo de ser cruel.
—Crees que soy malvado.
—Creo que es más fácil elegir la oscuridad que la luz. —Toco las
teclas oscuras para probar mi punto—. Así, en lugar de ser herido, eres tú el
que hace daño.
Retira una mano del teclado y yo relleno impulsivamente las notas
que faltan.
—Tienes razón. No soy una buena persona. —Los ojos de Dutch se
clavan en mi cara—. Pero si queda algo de luz dentro de mí, está toda
atraída hacia ti.
Una bocanada de aire golpea mis pulmones y lo miro, suspendiendo
el acorde.
—Estás en mi cabeza. —Mantiene una mano en el teclado, se levanta
y me rodea con el otro brazo, jugando conmigo entre sus brazos—. Y lo que
odio aún más —me susurra Dutch en el pelo— es que no puedo saber si
estoy dentro de la tuya.
Una sensación de náuseas me revuelve el estómago. Porque... lo está.
No tengo ni idea de cuándo empezaron a cambiar las cosas, pero me
siento atraída por él. Por lo roto que está. Tal vez hay una parte oscura y
retorcida de mí que se nutre de eso. A esa parte le encanta que alguien
como Dutch, rico, guapo y con el mundo al alcance de la mano, pueda ser
empalado por la vida.
—Dime que tú no sientes lo mismo. —Su aliento me golpea la concha
de la oreja y me recorre la espina dorsal.
Es un desafío.
Mis cejas se tensan. —Debes de ser muy popular entre las chicas si
así es como pagas tus deudas.
Su mirada se desliza hacia el piano. Una risita baja retumba en su
pecho y, como está justo detrás de mí, siento cada vibración. Mi corazón da
un vuelco extraño, pero mantengo mi expresión fría y sigo concentrada en
la música.
Toco suavemente, eligiendo mis propios acordes en lugar de los que
pertenecen a esta pieza.
—Ninguna otra chica se te acerca —dice con oscura confianza.
Sorprendida por la franqueza de la confesión, desvío la mirada en su
dirección.
—Ahora que tus dudas han sido resueltas —continúa, sus labios
patinan desde mi oreja hasta mi mejilla— ¿tienes alguna otra pregunta para
mí?
Mi cuerpo se siente lánguido. Aprieto los dedos contra el piano, pero
ya he olvidado qué canción estamos tocando. Sólo puedo pensar en el
recuerdo de nuestro último beso. El calor de su boca sobre la mía, los callos
ásperos en mi carne sensible. Una lengua húmeda deslizándose por debajo
de mi cuello.
Está mintiendo.
Hay otra chica.
Soy yo.
Mi corazón tartamudea. —¿Por qué yo?
¿Por qué no Cadence Sin Maquillaje? ¿Es porque le gustan las
cabezas rojas? ¿O los ojos verdes? ¿Es porque soy una fantasía?
—Porque tu música me habla. —Deja una mano sobre el piano y la
otra presiona un acorde en mi espalda—. Porque —baja las manos—
cuando te oigo tocar, me hace sentir. Hacía mucho tiempo que no sentía
nada. Hace una eternidad que no siento nada. —Sus manos patinan de
nuevo hacia el piano y termina la nota que he dejado colgando—. Me
obligas a enfrentarme a la verdad, aunque la verdad sea más cruel de lo que
yo jamás podría ser.
Su tacto es una droga. Me derrito en él, busco el calor de su pecho. La
dureza de sus abdominales. La promesa de su beso.
Aun así, hago un esfuerzo medio inútil por mantener el control. —
¿Cómo voy a saber si estás diciendo la verdad? —pregunto.
Se ríe por lo bajo y con fuerza. La música vuelve a cambiar. Mis
dedos se hunden más en las teclas. Produce un sonido diferente. Uno lleno
de decadencia, como si nos acercáramos a algo emocionante pero peligroso.
—Supongo que tendrías que llamar a mi farol —dice.
—¿Y si lo hiciera? —Vuelvo la cara hacia un lado, respirando
agitadamente.
Él baja por encima de mi hombro. Abandona el piano y sus toscos
dedos me agarran la barbilla.
El corazón se me acelera hasta que estoy segura de que se me va a
salir del pecho.
Dutch se inclina y habla contra mis labios. —Entonces tendría que
demostrarte cuánto te deseo.
No me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración hasta que
su mirada se posa en mis labios y exhalo por el impacto. En cuanto ve que
separo la boca, sus ojos ámbar se oscurecen. Entonces sus labios se
estrellan contra los míos.
Cada vena de mi cuerpo cobra vida al sentir su boca separándose,
acariciándome y provocándome.
Mis manos abandonan por completo el teclado y rodean su cintura
para acercarlo. Se queda quieto, como si quisiera que me acostumbrara a su
presencia. Como si me diera tiempo para apartarlo si no es lo que realmente
quiero.
Está alargando los momentos.
Tortura.
Necesito tanto el roce que me está destrozando. Quiero gritar con él.
—Espera —susurro.
Se retira inmediatamente y me mira.
—No me toques el pelo —le exijo. Entonces avanzo y le beso.
Aunque todo lo que pueda ofrecerme sea dolor, esta noche quiero
perderme en Dutch.

Dutch
Aprieto mi boca contra la suya y me mantengo firme.
Sólo quiero sentirla durante un latido. Dos.
Entonces me besa igual que en el vestuario.
Mi determinación de ser un caballero se hace añicos.
Jadea cuando la agarro por las caderas y la empujo encima del piano.
Suenan notas discordantes. Sus dedos presionan las teclas mientras intenta
encontrar el equilibrio.
La sujeto con una mano en la nuca y la empujo hacia mí para
profundizar el beso. Su mano empuja contra las teclas mientras se enfrenta
a mi pasión con la suya.
El piano emite más notas inconexas.
Puro caos.
La tensión antes del crescendo.
—Esto es tan... —me chupa el labio inferior— irrespetuoso... con el
piano.
—No te preocupes. —Le inspiro—. Sé una chica mala esta noche.
Mis pensamientos se disuelven cuando mi lengua explora su boca.
Ella gime en voz baja y yo la agarro con más fuerza, necesitando volver a
oír ese sonido. Necesito estar más cerca de ella.
No es suficiente. Necesito más de su piel.
Intento pasar entre sus piernas, pero choco con la tapa del teclado.
Frustrado, gruño y vuelvo a evaluar.
Me mira con los ojos entrecerrados y la boca húmeda. La luz de la
luna brilla sobre su melena pelirroja. Sus ojos verdes son oscuros y
sensuales, como los de un gato a punto de abalanzarse.
Es muy sexy, pero me doy cuenta de que su postura sobre las teclas
no es la mejor para lo que tengo que hacer. Decidido, la agarro por los
muslos. Su chillido de sorpresa hace que me dé un vuelco el corazón.
La levanto y la dejo sobre la mesa del piano.
—¿Mejor? —Gruño.
Se gira para que sus piernas cuelguen de un lado. —Tal vez.
El calor me recorre todo el cuerpo. Enrollo los dedos alrededor de un
tobillo, tiro con decisión hasta que está al borde del piano y paso entre sus
piernas.
—Eres una chica difícil de complacer —murmuro.
Sus ojos se oscurecen. —Si te hace sentir mejor, ahora mismo no lo
estás haciendo nada mal.
El pulso se me acelera en el pecho cuando dobla la pierna contra mi
cuerpo para inmovilizarme.
Vuelvo a chocar contra ella. Luego, apartando los labios de su boca,
la beso en el cuello mientras mis manos tratan de liberarla de la blusa.
Sus dedos me rozan el cuero cabelludo y la espalda. Una sensación de
ardor me recorre por todas partes.
Le quito la camisa y persigo el rastro de piel de gallina que recorre su
hombro. Su piel es más suave que un lirio. Lo necesito tanto que casi me
quedo ciego.
Mía.
Mía.
Tiene que entenderlo después de esta noche.
Sus dedos me agarran y tiran de mi pelo mientras le quito el sujetador.
Su sabor me es familiar. También los sonidos que hace.
Sus pequeños gemidos hacen que mi lengua se mueva más rápido y
me concentro en el momento. Solo la tengo a ella en la cabeza. Nadie más.
No puede compararse con Cadence. No lo permitiré.
Cuando noto que sus delgadas manos tiran del dobladillo de mi
camiseta, la suelto el tiempo suficiente para arrancármela. Sus ojos se abren
de par en par, pero no le doy tiempo para admirar mis tatuajes. Cuando
acabe con ella, se los sabrá todos de memoria.
Cuando volvemos a besarnos, con la respiración entrecortada, le guío
la mano para que me toque. La electricidad salta por todas partes donde
tocan sus manos. La guío por mis pectorales, los abdominales. Más abajo.
Más abajo.
Me arranca un gemido y luego sonríe como si acabara de encontrar un
juguete nuevo.
Gruño una advertencia: —Cuidado.
Sus ojos brillan de lujuria. Un lado de sus labios se curva en una
sonrisita sexy. Siseo cuando me coge la cara con una mano y me aprieta el
pulso con sus labios rojos, como si fuera un vampiro intentando chuparme
la vida. Me vuelve loco.
Mi boca choca con la suya y la inclino hacia atrás hasta que la mitad
superior de su cuerpo queda plana sobre la mesa del piano. Cierra los ojos
cuando le desabrocho el botón del pantalón.
Mi desesperación hace que me tiemblen las manos.
Nunca me había sentido así. Se lo daría todo.
Dejaría que se hundiera en todos los lugares donde sólo la música este
permitida.
La cremallera hace ruido cuando la bajo. El sonido hace que se
muerda el labio inferior.
—¿Estás bien? —Pregunto, dándome cuenta.
—Sí. —Le tiembla la voz.
Me inclino sobre ella de modo que la parte superior de mi cuerpo la
aplasta sobre el piano y mi cadera se clava en su lugar. La sensación de su
pecho desnudo clavándose en el mío me hace girar la cabeza.
—¿Has hecho esto antes? —le pregunto con gravedad.
Ella traga saliva y su delicada garganta se estremece.
Deslizo los dedos entre los suyos y le sujeto las muñecas a ambos
lados de la cabeza. La superficie del piano está fría y me froto contra ella
para conseguir fricción y calor.
—Respóndeme.
—No —admite, con la cara aún más roja.
Maldita sea. No trato con vírgenes. Le dan demasiada importancia a
sus primeras veces. Construyen fantasías en sus cabezas sobre pasar sus
vidas conmigo.
Pero sólo hay un momento de vacilación antes de desechar esas
preocupaciones.
—¿Quieres hacer esto conmigo? —Gruño.
Ella asiente nerviosa.
No creía que pudiera hacerme romper mis reglas, pero aquí estoy.
Ansioso como una maldita abeja por meterme en una trampa de miel.
Le estoy bajando los vaqueros cuando mi teléfono vibra en el bolsillo.
Al principio, lo ignoro. Estoy concentrado.
Pero el teléfono no deja de sonar.
Aprieto los ojos, muy molesto.
—Quizá sea importante —dice.
La miro a la cara, inseguro de si está intentando apartarme para no
tener que hacer esto.
Su mano desaparece dentro de mis vaqueros como si le pertenecieran
y la miro con expresión aturdida cuando me saca el móvil del bolsillo y me
lo empuja.
Quiero tirar esa cosa zumbona por el tejado, abrirle las piernas y
tocarla como un instrumento hasta que grite más fuerte que mi guitarra.
Pero no puedo.
Porque el nombre que parpadea en la pantalla es el de mi hermano.
Finn no me llamaría sin parar si no fuera una emergencia.
Me acerco el teléfono a la oreja. —¿Hola?
—Dutch.
Me pongo rígido al instante. Mi hermano nunca ha sido el más alegre
de los tres, pero tampoco ha sonado nunca tan desquiciado.
La pelirroja debe de notar algo en mi expresión porque se incorpora
enseguida y cierra las piernas. El monstruo que llevo dentro gruñe de
desagrado. Quiero que mantenga las piernas abiertas. Quiero ser el primero.
Quiero meterme en su bonito cuerpecito como ella se ha metido en mi
cabeza.
En lugar de eso, agarro el teléfono con más fuerza.
—Es Sol, tío —Finn suena asustado—. Ha intentado suicidarse.
Todo dentro de mí se apaga.
No puedo asimilar esas palabras. ¿Sol? ¿Suicidarse?
—Zane está en el hospital —dice Finn—. Yo también voy para allá
ahora.
Se me sale el corazón del pecho. —Voy para allá.
Cuando me doy la vuelta, Pelirroja ya se ha bajado del piano. Se
agacha para recoger su ropa.
La ayudo y le entrego el sujetador que, de algún modo, ha caído sobre
el banco del piano. Luego localizo mi camiseta y me la pongo por encima
de la cabeza.
—Tengo que irme —le digo.
—Ya lo he recogido. ¿Te pasa algo? —Parece más preocupada que
tímida.
—Sí. Es...
Sol... suicidio.
Ni siquiera puedo terminar la frase. Es imposible que Sol se haga
daño. Es imposible.
El mundo da vueltas. La culpa me mastica vivo. La culpa es mía. Si
no lo hubiera metido en este lío durante las vacaciones de verano, si no lo
hubiera abandonado, si no me hubiera tomado mi tiempo para ocuparme de
Cadence, nada de esto habría ocurrido.
Mientras doy vueltas, algo me aterriza.
Miro hacia abajo.
Unos dedos pálidos se deslizan sobre mi mano y me sujetan con
fuerza. Por un segundo, me quedo mirando su mano.
No soy de los que caminan por la playa cogidos de la mano. Pero
siento su mano en la mía, así que no la suelto.
Corremos hacia el ascensor y uso la mano libre para llamar a Zane
por teléfono.
Por fin contesta. —Dutch.
—¿Cómo está Sol? ¿Qué dicen?
—Por ahora está bien, pero es malo, tío. —Su voz se quiebra y suena
como si estuviera al borde de un colapso mental.
Conozco a mi hermano y cuando Zane se siente desamparado, hace
una de dos cosas: tocar la batería o tirarse a una tía. Desde que está atrapado
en el hospital, no hay posibilidad de hacer ninguna de esas cosas.
—Cálmate...
—No me digas que me calme —explota Zane—. Sol intentó
suicidarse. Y si lo hubiera conseguido, habría sido culpa nuestra.
Miro a Pelirroja. Me mira fijamente. Sé que probablemente esté
oyendo los gritos de Zane y preguntándose qué está pasando.
Le aprieto la mano y luego me giro ligeramente hacia otro lado. —
Tienes razón. He estado arrastrando los pies con Cadence. Pero ya he
terminado con eso.
La mano de la pelirroja se desliza fuera de la mía.
—¿Qué vamos a hacer? —Zane pregunta.
—Lo que debería haber hecho desde el principio. —Exhalo un
suspiro, con la mente alerta y agitándose con todos mis próximos pasos—.
Quédate con Sol y su familia. Yo iré cuando me haya ocupado de los
asuntos.
Cadence me ha estado destrozando por dentro, pero no puedo
permitirme seguir dudando.
La vida de Sol está en juego.
El ascensor se abre.
Le hago un gesto a Pelirroja para que salga primero. Tiene los ojos
muy abiertos y la cara pálida. Quiero preguntarle qué le pasa, pero mi
teléfono vuelve a sonar.
Es Finn.
—¿Alguna novedad? —Pregunta mi hermano—. Estoy en un atasco.
Le pongo al día y luego añado: —Lo he decidido. Es hora de que nos
ocupemos de Cadence para siempre.
Hago una pausa. Tengo la sensación de que alguien me está mirando,
pero cuando me giro para ver si Pelirroja me está observando, aparta
rápidamente la mirada.
—¿Qué quieres que hagamos? —pregunta Finn.
Cruzo las puertas de cristal del hotel y bajo corriendo las escaleras
con Pelirroja a mi lado.
—Conseguimos que le revoquen la beca. —Bajo la voz. No quiero
asustar a Pelirroja, pero esto tiene que pasar. Esta noche—. Haz que el
informático borre sus notas. Le diré a Christa que involucre a su padre.
—¿Crees que funcionará?
—No hay manera de que salga de esta. —Vuelvo a meter el teléfono
en el bolsillo y toco el hombro de Pelirroja. Incluso en medio de mi pánico
y mi miedo, hay un atisbo de afecto por ella—. Siento lo de esta noche. Te
lo compensaré.
Con la cara desencajada, me hace un gesto con la mano para que me
vaya. —Vete.
Hay algo que no me cuadra, pero no tengo tiempo de investigarlo.
Mis pasos son lentos mientras me alejo de ella, pero ni siquiera me mira
mientras se apresura a doblar la esquina.
Me prometo que la alcanzaré.
Me doy la vuelta y corro hacia mi coche.
CAPITULO 30
Cadence
Me cae agua fría sobre la cabeza mientras estoy de pie, temblando en
la ducha. Me froto y froto y froto la piel hasta dejarla en carne viva. El agua
me salpica los pies y se va por el desagüe, pero no se lleva consigo la
película de asco.
Mi corazón late a allegrissimo, uno de los ritmos más rápidos de la
música. Sigo fregando hasta que me arde la piel y me inclino, con una mano
contra la pared y el pelo apelmazado delante de la cara.
Dutch ideó un plan para arruinarme y lo hizo delante de mis narices.
Sin piedad. Sin vacilaciones. Fue tan frío y cruel como siempre.
Vuelvo a golpear la pared. Mi frente se apoya en la ducha. Está fría al
tacto.
Mi mente da vueltas en círculos. Antes de que Dutch recibiera la
llamada, le rodeaba el cuello con los brazos y lo besaba como si mi vida
dependiera de ello. Le clavaba los dedos en los hombros y gemía mientras
me desabrochaba los vaqueros.
Me estaba preparando para dárselo todo.
Algo precioso. Algo que no se merecía.
Idiota.
La frustración crece y golpeo el grifo para cerrarlo. Me retiro el pelo
de la cara e inspiro. Aún puedo olerlo en mí. La fragancia del sándalo, la
menta y el dinero. Aún puedo sentir sus dedos clavándose en mis muslos
mientras se preparaba para desenvolverme como un regalo de Navidad.
Entonces llegó esa llamada.
Y lo cambió todo.
Volví a chocar contra la pared. Y otra vez.
Lo más ridículo de todo esto es que, antes de que expusiera sus
planes, realmente sentía algo por él. Cuando Dutch recibió esa primera
llamada, toda su cara palideció.
Miré fijamente sus vibrantes ojos ámbar, vi el pánico destellando allí
y mi primer instinto no fue deleitarme con su dolor.
Fue protegerle.
Después de todas las cosas horribles que me había hecho, de todas las
formas en que me había arruinado, de todas las veces que me había hecho la
vida imposible, aún quería cogerle la mano, abrazarle y aliviarle la tensión.
—Yo me ocuparé de Cadence.
Pero mi cuidado de él era unilateral.
Estaba ansioso, incluso desesperado, por acabar conmigo. Un asesino
a sueldo probablemente tendría más corazón. Fue esa frialdad, esa completa
falta de humanidad, lo que me recordó exactamente con quién estaba
tratando.
Un monstruo.
—Ah. —Me tapo la boca con una mano para ahogar el grito de
frustración y arrepentimiento. Siento que el corazón está a punto de
salírseme del pecho.
Ojalá pudiera decir que Dutch me pilló en un momento de debilidad,
pero la energía cegadora que había entre nosotros era inevitable. No fue un
momento de locura temporal.
Fue una elección.
Mi elección.
El alcance total de mis sentimientos por él explotó en el momento en
que tocó el piano. No había una sola parte de mí, ni un solo centímetro de
mí, que quisiera que se detuviera.
En sus brazos, me sentía segura. Como una idiota, creí ver más allá de
su fría apariencia al verdadero Dutch, el que me rescató de ahogarme y me
empujó a superar mi miedo escénico.
Pero una bestia no sabe hacer otra cosa que destruir.
Salgo de la ducha. Mis pasos son torpes. Goteo agua por todas partes,
pero no me importa.
Está oscuro cuando salgo al pasillo. Viola se despierta cuando llego a
casa, me echa un vistazo y se va. Sigue enfadada porque le he gritado. Otro
fracaso más.
Me encierro en mi habitación y me hundo contra el viejo colchón.
Cruje al recibir mi peso. Mi teclado destaca entre las sombras. Las
brillantes teclas blancas y negras me recuerdan a Dutch.
Desesperada, me pongo en pie y tiro una manta por encima para que
no se vea.
Cojo el teléfono y me pregunto si debería llamar a mi mejor amiga.
Decido que no. Breeze sólo me dirá 'te lo dije'. Me advirtió de que un tipo
como Dutch no era de fiar. Es culpa mía por no evitarlo como a la peste.
Mi pecho sube y baja mientras mi respiración se agita. La ansiedad
hace girar mi cabeza en caída libre.
¿Es este mi final en Redwood?
Dejo a un lado el arrepentimiento y el disgusto en favor de algo
mucho mejor: la ira. Me invade como un huracán, destruyendo la
desesperanza que llevo dentro.
No, no puedo hundirme así.
Esta noche es culpa mía. Lo acepto.
Abrí mis piernas para Dutch. Dejé que se acercara a mí.
Tal vez eso me hace una idiota. Pero no tengo que emparejar eso con
ser una víctima. ¿Por qué debo ser la única que sufre? ¿Por qué él debe
caminar hacia el atardecer mientras yo me escondo en la oscuridad?
A pesar de ser débil, tengo algo que antes no tenía.
Información.
La revelación de esta noche es una bendición disfrazada.
El cambio en mi forma de pensar hace que la sangre me lata de otra
manera. No puedo evitar ponerme en pie de un salto y caminar por la
habitación mientras pienso qué hacer a continuación.
Dutch tiene todo el poder en Redwood. Tiene al padre de Christa en
su bolsillo trasero también. Necesito a alguien más alto que ellos. Alguien
con más influencia. Alguien a quien toda la escuela crea.
Me detengo en seco cuando me doy cuenta.
Jinx.
Muevo los hombros para deshacer los nudos y envío un mensaje.
Cadence: Estoy lista para hacer negocios.
La ansiedad me ataca con fuerza mientras espero una respuesta.
Mi teléfono suena.
Me abalanzo sobre él.
Jinx: Un secreto por un secreto, Chica Nueva.
Cadence: Dutch planea arruinar mis notas para que pierda la beca y
me echen de Redwood.
Jinx: ¿Pruebas?
El atisbo de esperanza que crecía en mi pecho muere violentamente.
¿Pruebas?
Golpeo el teléfono con la palma de la mano y camino en otra
dirección.
Jinx: Lo siento Chica Nueva. Sin pruebas, no hay trato.
Cadence: Estoy diciendo la verdad.
Jinx: No puedes creer cuántas mujeres despechadas tratan de usarme
para vengarse. Necesito más que eso para que valga de algo.
Gruñendo de frustración, vuelvo a tirar el teléfono sobre la cama y
sigo caminando. Mi ira es más fuerte que la decepción. Que se haya cerrado
una puerta no significa que no se vaya a abrir otra.
Respiro hondo varias veces y me repongo. ¿A quién más puedo
recurrir?
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Sigo adelante hasta que tropiezo con otro camino: el Sr. Mulliez.
La idea pierde fuerza cuando salta su buzón de voz. Le envio un
mensaje de texto, pero no hay respuesta. La señorita Jamieson me ha dicho
que ha dejado el país para ampliar sus estudios.
Maldita sea.
Empiezo a colgar el teléfono hasta que recuerdo que tengo una opción
más. La señorita Jamieson. Ella me creyó a mí y al Sr. Mulliez. Y me dio
ánimos cuando Christa intentó culparme por romperle el labio.
—¿Dónde puse su número? —Murmuro desesperadamente. Los
libros caen al suelo con un ruido sordo mientras vuelco mi mochila. Me
arrodillo y empujo desesperadamente las lociones, los sobres de azúcar y
las notas hasta que encuentro el papelito con su número.
Siento alivio y marco rápidamente.
No respiro mientras escucho cómo suena.
Se oye un clic.
Y entonces...
—¿Hola?
—Señorita Jamieson —llamo con urgencia.
—¿Quién es?
—Soy Cadence Cooper. Lamento molestarla pero realmente no sabía
qué más hacer.
—¿Cadence? —El sonido de las sábanas crujiendo me dice que la he
despertado de la cama.
—¿Quién es? —Una voz masculina dice.
—Sólo un estudiante. —Se aclara la garganta—. Dame un segundo,
Cadence.
—Claro.
Oigo más crujidos y luego una puerta se abre y se cierra.
—¿Estás bien? —pregunta. Por la reverberación de su voz, sé que
está en un baño.
—No, la verdad es que no. —Mis palabras salen a borbotones—.
Mira, si tuviera a alguien más a quien recurrir, no te estaría molestando en
tu tiempo privado, pero si no hago algo, me van a echar de Redwood
injustamente y no puedo... —Se me corta la respiración—. No puedo dejar
que Dutch gane. Moriría antes.
—Cariño, cálmate, vale. Empieza por el principio. Cuéntame lo que
pasó.
Le cuento el plan de Dutch. —Parecía que iban a cambiar las notas
esta noche.
—¿Estás segura?
Recuerdo el momento en el ascensor. —Sí.
Ella suelta un suspiro.
Golpeo un dedo contra mi pie. —Christa ya me odia y siendo su padre
el presidente de la junta de Redwood, no importa cuál sea la verdad.
—¿Por qué te harían esto? En serio, ¿qué demonios les pasa a esos
chicos? Uno de ellos va por ahí mintiendo sobre su edad y el otro...
—¿Dutch mintió sobre su edad? —Pregunto. No parece propio de él.
Puede que sea un cabrón despreciable, pero no lo oculta.
Hay una larga pausa, como si la señorita Jamieson hubiera revelado
algo sin querer.
Después de un momento, vuelve a hablar en un tono más sereno. —Si
se tratara simplemente de cambiar sus notas injustamente, podría intervenir.
El problema es si lo llevan directamente a la junta. Hay una cadena de
mando en Redwood Prep. Una vez que la situación ha escalado, no
podemos hacer mucho para revertirla desde nuestro nivel.
Gimo y me dejo caer contra la cama. —Así que estás diciendo que
estoy jodida.
—Digo que tenemos que movernos más rápido que ellos o encontrar a
alguien más alto que el presidente que te apoye.
—¿Quién está por encima del presidente?
Hay un momento de silencio.
—Puede que conozca a alguien. Bueno, yo no. El Sr. Mulliez tiene
una conexión que podemos explorar.
—Intenté llamarle, pero no contestó —le digo.
—Consiguió un nuevo número de teléfono cuando se mudó de
Estados Unidos.
La esperanza vuelve a brotar. —Así que estás diciendo...
—Déjame hablar con el señor Mulliez. Incluso si esto es un callejón
sin salida, vamos a seguir luchando. No vamos a dejar que ganen, Cadence.
Después de esa conversación, no puedo dormir. Mi mente está
demasiado ocupada repasando todas las cosas que podrían salir mal con su
plan.
Cuando la señorita Jamieson por fin me llama a la mañana siguiente,
no he pegado ojo.
Cojo el teléfono y grazno: —¿Qué ha dicho el señor Mulliez?
—Está cobrando un favor de un viejo amigo.
—Quiere decir...
—Quiero decir que no te vas de Redwood.
Todo mi cuerpo cede en un suspiro. —Bueno, ¿tengo que hacer algo o
asistir a una reunión para explicar por qué mis notas son repentinamente
bajas?
—No. —Hace una pausa—. Pero tengo una pregunta.
—¿Cuál es?
—¿Te gustan las entradas dramáticas?

CAPITULO 31
Dutch
—Cuidado, tío. —Agarro a Sol del brazo mientras sale del coche.
Se ríe tímidamente y aparta el brazo. —Joder, no soy un inválido.
Puedo andar.
Es difícil de creer, porque hace unos días estaba a punto de morir.
Cuando llegué al hospital esa noche, Sol se negó a vernos. Su madre
no paraba de llorar y Zane apenas había conseguido calmarla.
Los tres salimos del hospital dispuestos a hacer lo que hiciera falta
para arreglar las cosas.
No había otra alternativa.
Cadence Cooper tenía que irse.
Para todo el esfuerzo que puse antes de esto, sacar a Cadence de
Redwood fue, sorprendentemente, fácil.
Tal vez demasiado fácil.
Una vez que nos colamos en el sistema y cambiamos las notas de
Cadence, Christa hizo la llamada a su padre. Envió la orden de inmediato y
el director Harris emitió el veredicto.
Sin alboroto.
Sin dramas.
O eso he oído.
Hacía unos días que no iba a Redwood. Los dos primeros, estuve
enfermo en casa, luchando contra una gripe que surgió de la nada. Después
de eso, mis hermanos y yo fuimos al hospital, golpeando la puerta de Sol
hasta que dejó de ser un idiota y accedió a vernos.
Le han dado permiso para ir al colegio medio día, pero sigue teniendo
que ir al hospital psiquiátrico para un control periódico.
—Ha pasado tiempo, Redwood —dice Sol al edificio principal. Cierra
los ojos y respira hondo.
—Para nosotros también ha pasado tiempo —comenta Finn. Me mira
arqueando una ceja—. Casi parecía que algunos de nosotros evitábamos
este lugar.
Ignoro la indirecta de mi hermano.
¿Y qué si no quería despedir a Cadence? Estoy bastante seguro de que
me habría dado un puñetazo en la boca si se hubiera cruzado conmigo y
entonces yo estaría dolorido y ella esposada.
No voy a disculparme por lo que hice para echarla. La vida no es un
paseo por el maldito parque. A veces, hay que tomar decisiones difíciles.
Cadence no pertenecía a Redwood Prep en primer lugar. Además,
tuvo la oportunidad de aceptar el dinero e irse a otro lugar por voluntad
propia.
No lo hizo.
Toda elección tiene consecuencias.
Ella hizo la suya.
—Hola, Sol.
—Sol.
—Sol, has vuelto.
Los estudiantes se detienen y se fijan en nosotros mientras caminamos
por el pasillo. Se siente bien tener a Sol caminando a mi lado de nuevo,
donde pertenece.
—Tío, este sitio es mucho más elegante de lo que recordaba —dice
Sol, deteniéndose delante de su taquilla.
Zane pasa un brazo por encima del hombro de Sol. —Hoy tenemos
asamblea. El texto salió en nuestra aplicación escolar.
—Van a anunciar que has vuelto. ¿Vas a estar bien? —pregunta Finn
con voz sobria.
—No van a —Sol baja la mirada y tira de la manga de su jersey—
decir por qué me fui, ¿verdad?
—Nadie lo sabe excepto nosotros. —Señalo con la cabeza a mis
hermanos y a mí.
—Y quizá Jinx —dice Zane.
Le dirijo una mirada sombría.
—¿Qué? —Mi hermano se encoge de hombros—. Ese asqueroso
parece saberlo todo—.
Christa pasa flotando, flanqueada por dos miembros de su equipo de
baile. Lleva el uniforme de animadora y el pelo recogido en dos coletas.
—Hola, chicos. ¿Están emocionados por la concentración? —El
saludo va dirigido a todos nosotros, pero sus ojos se detienen en mí.
Zane se ríe y me da un puñetazo en el brazo. —No creo que se dirija a
nosotros, hermano.
Mi expresión no cambia.
—Dutch —me llama Christa.
Levanto la barbilla y miro hacia otro lado. Nos ha ayudado por
razones egoístas. No voy a alimentar sus ilusiones haciéndole creer que
ahora somos algo.
Se le borra la sonrisa y me mira con el ceño fruncido.
Finn aprieta los labios para ocultar la risa.
Christa no se toma bien mi rechazo. —¿Así que ahora vas a
ignorarme?
—Más o menos —digo fríamente.
Los ojos de Christa se vuelven ardientes como llamas. Parece que
quiere decir algo más, pero cuando se da cuenta de que sus amigas la miran,
me suelta un resoplido. —¿Crees que puedes utilizarme y salirte con la
tuya, Dutch? Piénsatelo otra vez.
Veo cómo se aleja, con el orgullo herido y la falda abultada alrededor
de las nalgas.
Sol se inclina para susurrar: —¿Qué pasa contigo y Christa? He oído
que se te echó encima cuando volviste de la gira.
—Los gustos de nuestro querido hermano han cambiado. —Zane me
sonríe—. Ahora le gustan las pelirrojas y misteriosas.
Los ojos de Sol se abren de par en par con interés. —¿Tienes novia?
—No es mi novia —le corrijo.
Aunque yo quisiera, la pelirroja se largó antes de que pudiera
conseguir su nombre o su número. El encargado de la sala no quiso darme
sus datos y sabía que engañarla para que apareciera no volvería a funcionar.
Me arrepentí de no haber conseguido al menos su nombre y me puse a
buscar al guardia de seguridad con el que había estado hablando, pensando
que podría darme alguna pista, pero tampoco pude encontrarlo.
Después de que todos mis esfuerzos fracasaran, me di por vencido,
metí el rabo entre las piernas y me dirigí a Jinx.
Su respuesta fue: —Todo se sabrá con el tiempo.
Maldita estafadora.
Ahora estoy como al principio.
La pelirroja está en el aire. Podría haber sido un sueño.
Finn me da una palmada en el hombro cuando suenan las campanas.
—Hora de irse.
Voy delante cuando noto que Sol se queda atrás. Finn también se da
cuenta. Me llama la atención y señala a Sol con la barbilla. Zane se fija en
nuestra comunicación silenciosa, ve hacia dónde mira Finn y arquea una
ceja hacia mí.
Les hago un gesto con la mano para que se adelanten y aminoro el
paso para estar a la altura de Sol. —¿Estás bien, tío?
—Sí. —Se frota un lado de la cara—. Es que... han pasado muchas
cosas desde la última vez que estuve aquí. Es como un choque cultural.
—Tú perteneces aquí, Sol —le digo atentamente.
—Hm. —Me lanza una mirada pensativa—. He oído que alguien me
sustituyó al principio del curso. ¿Cómo conseguiste que lo dejara?
Algo que se parece mucho a la culpa se desliza por mi pecho. Pero
eso no puede ser cierto porque significaría que en realidad siento algo más
que resentimiento por Cadence.
Y no es así.
Me deshago rápidamente de la culpa y levanto la barbilla. —No te
preocupes por eso. Lo único que importa es que ahora estás aquí.
Parece preocupado.
Me rio entre dientes. —Somos los príncipes de Redwood, Sol. Nadie
se va a interponer en nuestro camino.
Eso le hace sonreír un poco.
Al ver que está de mejor humor, camino un poco más rápido para que
podamos alcanzar a mis hermanos. Juntos, tomamos asiento en lo alto de
las gradas.
Los niños claman por sentarse a nuestro alrededor, manteniéndose a
una distancia saludable, por miedo o por nervios, no lo sé y no me importa.
Miro a la asamblea y siento que la paz me inunda el pecho.
Sol ha vuelto a su sitio.
Se ha restablecido el equilibrio.
Ahora sólo tengo que encontrar a Pelirroja y tendré a mi reina. Todo
será perfecto.
El director Harris camina hacia el centro del gimnasio. Lleva un traje
demasiado ajustado y su barriga hace fuerza contra el botón. La calva que
tiene en medio de la cabeza brilla como una bola de discoteca a la luz del
sol.
—Cálmense todos —zumba con su voz seca y delgada. El hombre no
sonaría más débil ni aunque chupara antes un globo de helio—. En esta
asamblea matutina, tenemos un estudiante que regresa muy especial...
Zane le da un codazo a Sol en el costado.
Le aparta la mano a mi hermano, agachando la cabeza tímidamente.
—... Y estoy seguro de que no necesita presentación —añade el
director Harris.
Finn se inclina hacia mí. —¿Desde cuándo Harris es tan lameculos?
Me encojo de hombros. A mí tampoco me cuadra nada.
—... Todos, un aplauso para... —Harris lanza una mano a las puertas
del gimnasio.
Se abren.
La luz sale de detrás de una figura alta con camiseta negra, vaqueros
rotos y gafas de sol.
Mi cuerpo se retuerce y casi salto de mi asiento.
¿Papá?
—¡Jarod Cross!
El gimnasio estalla en gritos y exclamaciones.
—¿Qué demonios está haciendo aquí? —Zane exige.
Finn mira con los ojos muy abiertos.
Papá levanta las manos como si estuviera en uno de sus conciertos
con entradas agotadas. Da zancadas con confianza hacia el micrófono. La
voz que robó un millón de corazones y vendió cuatrocientas veces más en
discos retumba en la sala.
—¡Hola, Redwood!
La sonrisa de papá hace que se frunza mi ceño.
La inquietud se me clava en la piel.
Algo pasa.
—¿Te dijo papá que iba a venir a Redwood? —Zane sisea.
—Creía que aún estaba de gira —responde Finn.
Me callo. Algo me dice que esto no es lo peor y me preparo para que
caiga el otro zapato.
—Redwood Prep tiene una larga y vibrante historia de producir
excelencia en todos los campos, pero —se hace un gesto a sí mismo—
especialmente en la música.
Finn resopla.
Zane pone los ojos en blanco. —Qué manera de tocar tu propia
bocina.
Sol ríe suavemente.
Ninguno de nosotros se le une.
—Por eso me propuse construir el programa de música y llenarlo de
talentos. Como mis hijos. —Los ojos de papá se desvían hacia nosotros y
levanta una mano en nuestra dirección.
Todo el alumnado se gira, mirándonos también.
Aprieto los dientes. ¿De qué demonios va este espectáculo? ¿Por qué
está realmente aquí?
Papá nunca hace cosas así a menos que tenga que ocultar algo. Y
desde el último horrible secreto que tuve que guardarle, no tengo ganas de
ganarme ninguno más.
—Y no sólo mis hijos —se ríe papá— sino una joven muy especial
que por casualidad entró en mi radar.
La puerta se abre de nuevo y, de repente, el aire es aspirado fuera de
la habitación.
Oigo el clic, clic, clic de los tacones como si alguien estuviera
cerrando mi ataúd mientras yo sigo dentro. Mi corazón se ralentiza al ritmo
de los pasos. Cuando la veo, mis ojos se deslizan por sus mocasines de
tacón, los calcetines blancos, la falda demasiado corta y la blusa que
obviamente le queda pequeña.
Cuando mis ojos se clavan en los suyos, todo en mi interior se
paraliza.
—Cadence Cooper —anuncia papá.
El gimnasio se queda en silencio. Todo el mundo sabe que echamos a
Cadence de Redwood.
Los murmullos se encienden a nuestro alrededor.
Finn me mira atónito.
Los ojos de Zane están a punto de rodar por el suelo.
Sol parece intranquilo.
Sólo me tomo un momento para absorber sus reacciones antes de fijar
mi mirada de nuevo en Cadence. Me está mirando, con los ojos marrones
entrecerrados y una sonrisa de satisfacción.
Me suena el móvil.
Jinx: Tu búsqueda de Cenicienta no requiere zapatillas de cristal. La
que quieres ya la tienes delante.
Pulso el vídeo que me ha enviado junto con el mensaje y no puedo
respirar al verlo.
Pelirroja. Fuera del escaparate de la vuelta al cole. Quitándose la
peluca.
Se me acelera el corazón y me pongo en pie, bajando por las gradas
antes de darme cuenta de adónde voy. La gente se agacha para no ser
pisoteada. Papá se detiene en mitad de su discurso.
No importa.
Tengo que llegar hasta ella.
¿Cómo es posible que Cadence sea Pelirroja? ¿Ha estado jugando
conmigo todo el tiempo?
Apenas puedo respirar cuando llego al centro del gimnasio. Papá me
está mirando. Toda la maldita escuela me está mirando. Parezco un maníaco
en pie de guerra. Pero Cadence no parece asustada en absoluto.
De hecho, su sonrisa se vuelve cruel. —¿Necesitas algo, Dutch?
—¿Quién demonios eres tú? —Siseo, abalanzándome sobre ella.
Se acerca a mí. Se pone a mi altura. Con voz oscura y de advertencia,
susurra: —Soy tu peor pesadilla.
Jinx: Hola, ciudadanos de Redwood. Estoy enviando mi
proclamación real a través de nuestra aplicación escolar por última vez. A
partir de ahora, no se ocultarán los secretos de nadie. Si quieres saber lo
que está pasando con lo más alto de la élite en Redwood, todo lo que tienes
que hacer es suscribirte a mi nueva aplicación.
Aquí hay un jugoso pequeño chisme gratis. La mismísima Cenicienta
de Redwood fue vista entrando en el gimnasio del brazo de su hada
madrina. Y había un príncipe que no estaba muy contento con eso.
Parece que se está gestando una guerra entre el Príncipe Azul y su
amor de clase trabajadora, pero no hay que subestimar a esta Cenicienta.
El enfrentamiento de hoy es la prueba. ¿Cómo asestará nuestro príncipe
rubio su primer golpe? Únete a mi aplicación y serás el primero en saberlo.
Hasta el próximo post, mantén a tus enemigos cerca y tus secretos
aún más cerca.
-Jinx
PROXIMO LIBRO…
Este rey cruel no se detendrá hasta que me posea.

Dutch Cross, cantante principal de The Kings, es


una pesadilla hecha realidad.
Me enamoré de sus ojos ámbar, la línea de la
mandíbula cincelada y la voz cantarina una vez antes y casi me
cuesta mi futuro.
Nunca más.
Esta vez, seré yo quien lo haga sangrar.
Pero Dutch no tiene intenciones de darme la ventaja.
Cruel.
Implacable.
Salvaje.
Busca venganza por mis secretos y declara la guerra a
lo más preciado que tengo.
La bestia cree que puede quebrarme.
Pero no me abrí camino de regreso a Redwood solo para caer en llamas, no a menos que
quemé a Dutch y sus hermosos hermanos conmigo.
Encontraré una forma de resistirme a él, incluso si eso significa jugar sucio.
Porque caer en la trampa de Dutch suena como la versión del infierno de un matón. Ya he
estado allí y no voy a volver.
Incluso si me mata.
SOBRE LA AUTORA

Muchas gracias por leer La nota más oscura, Libro 1 de la serie


Redwood Kings. Si ha disfrutado visitando Redwood Prep, muéstreselo a
otros lectores dejando una reseña.
La serie continúa con el Libro 2 a finales de este año, ¡así que
permanece atento! Únete a mi lista de correo AQUÍ para recibir alertas
exclusivas y adelantos.
Notes
[←1]
Alguien con un tipo de personalidad introvertido que asistirá a fiestas y
reuniones sociales, pero por lo general se distancia de la multitud y evitará
activamente ser el centro de atención.
[←2]
Videos en los que una personal se dirige directamente al usuario, y en
algunos casos, comparte pensamientos o impresiones privadas con ellos.
[←3]
Sándwich de mantequilla de cacahuete y jalea, mas conocido por su
abreviación PB&J.
[←4]
Variedad de carne en lata elaborada por la empresa Hormel Foods
Corporation.
[←5]
Persona que ha llegado a la pubertad.
[←6]
Miedo escénico, hace referencia a Cadence.
[←7]
Técnicos y personas de apoyo que viajan con un grupo musical durante sus
giras.
[←8]
Corte de pelo, al estilo militar.

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