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The Lies We Steal (Monty Jay) (Z-Library)

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Disfruta de la lectura…
Just Read.
The lies we steal
Monty Jay
Para aquellos que aman la oscuridad y todo lo que acecha en
ella.

Y a Stephen King, porque gracias a ti, lo soy.


Sinopsis

Han pasado meses desde el día en que nos paramos sobre esa
tumba vacía que apestaba a carne quemada y secretos. Todos
estábamos vestidos de punta en blanco, uno de nosotros con
un vestido de novia, un día que se suponía que sería el
comienzo de una nueva aventura.
Marcó el amargo final de nuestra venganza.
Hemos hecho cosas que han marcado nuestras almas para la
eternidad.
Pero antes de llegar allí, tenemos que volver atrás.
Volver a donde todo empezó.

El lugar que podía encontrar en mis sueños.


La Universidad de Hollow Heights en el macabro y sombrío
pueblo costero de Ponderosa Springs.
Una universidad para que chicos prestigiosos y adinerados
reciban la más alta educación. Un pueblo ahogado en
traiciones y secretos que se convirtieron en nuestra condena.
Pero no era el bosque que rodeaba el recinto ni siquiera el
misterioso mausoleo oculto lo que me atormentaba.
Eran ellos.
Los que acechaban en la noche, cosas tan perversas, tan
retorcidas, tan malvadas, que se convertirían en los
gobernantes de mis pesadillas.
Los Hollow Boys.
Un paso en falso y me ponía en su línea de fuego.
Esta no es una historia de amor, no es una historia de finales
felices.
El amor floreció en nuestras penas, en nuestro dolor, nuestro
miedo, nuestra sangre.
Todas las cosas terribles que hicieron, las vimos, las
ayudamos, las amamos de todos modos.
Algunos huyen de sus monstruos, nosotros nos enamoramos
de los nuestros.
Playlist

Beyond the Pines-Thrice


Baby-Bishop Briggs
37 Stitches- Drowning Pool
Chalk Outline-Three Days Grace
It Was a Sin-The Revivalist
Control-Halsey
In Chain’s- Shaman’s Harvest
Into the Fire-Asking Alexandria
Happy Song-Bring me the Horizon
Skeleton Key- Love Inks
Help-Papa Roach
The Devil-Banks
Killer- Valerie Broussard
Black Honey-Thrice
Contenido
Capítulo Uno

Cuando la oscuridad te llama


Capítulo Dos

A través de la niebla
Capítulo Tres

Vaya camino que recorremos


Capítulo Cuatro

Bienvenida a casa
Capítulo Cinco

Conoce a tu demonio
Capítulo Seis

Los Hollow Boys


Capítulo Siete

Niños en las sombras


Capítulo Ocho

Aplicar Alistairtacticas
Capítulo Nueve

Spade One
Capítulo Diez

Hawthorne en el bosque con el candelabro


Capítulo Once

¿Vienes a jugar?
Capítulo Doce

Los soplones reciben puntos de sutura


Capítulo Trece

Justo en el blanco
Capítulo Catorce

Por el pinchazo de mis pulgares


Capítulo Quince

Algo malvado se aproxima


Capítulo Dieciseis

La chica muerde
Capítulo Diecisiete

Entre las olas


Capítulo Dieciocho

Sesión de terapia
Capítulo Diecinueve

Cafetería de Tilly
Capítulo Veinte

Depredadores territoriales
Capítulo Veintiuno

Marcada
Capítulo Veintidós

Árbol genealógico
Capítulo Veintitrés

¿Vendrás al baile conmigo?


Capítulo Veinticuatro

Maestro en acción
Capítulo Veinticinco

Lo que ocurre en la oscuridad


Capítulo Veintiséis

Permanece en la oscuridad
Capítulo Veintisiete

Dios de la ira
Capítulo Veintiocho

Encuéntrame
Capítulo Veintinueve

Paseo por el carnaval


Capítulo Treinta

Dia del juicio


Capítulo Treinta y uno

Ajuste de cuentas
Capítulo Treinta y dos

Felices fiestas
Capítulo Treinta y tres

Envuélveme
Capítulo Treinta y cuatro

De ladrón a pirómano
Capítulo Uno
Cuando la oscuridad te llama

Alistair
Siempre supe que había nacido con un apetito voraz por la
violencia. Destinado a ser la oveja negra de mi familia.
Deberían aprender a advertir a los demás sobre los niños que
se dejan cultivar con la ausencia de luz. Cuando les quitas el
brillo, la oscuridad no sólo se convierte en parte de ellos, sino
que ellos se convierten en la oscuridad.
La energía onduló a través de mi brazo cuando sentí que la
nariz de este niño se hacía añicos. Mis nudillos se clavaron en
la carne de su cara persiguiendo lo único que podía sostener
mi hambre.
El dolor.
El alto y larguirucho imbécil que había pensado que sería una
buena idea desafiarme cayó al suelo con un ruido sordo.
En las artes marciales mixtas oficiales se supone que debes
parar cuando tu oponente cae tan fuerte.
Afortunadamente para mí, esto es El Cementerio. La pista de
carreras abandonada a las afueras de la ciudad, donde se
reúnen chicos de los alrededores en busca de problemas.
Carreras callejeras ilegales, peleas, drogas y chicas medio
desnudas. Es el Jardín del Edén para los niños ricos. La
hierba en medio del círculo de asfalto agrietado era donde
tenían lugar las peleas, mientras rugían y resonaban los
motores para ver qué máquina comprada por su papi pasaba
primero la línea de meta.
El Cementerio es el lugar donde vienes a que te entierren.
Sobre todo si te enfrentas a mí.
Me abalanzo sobre él y presiono con mi rodilla tan fuerte para
mantenerlo en el piso que noto cómo sus órganos se mueven
debajo de mí. Mis ágiles puños, golpe tras golpe, chocan con
su ya inflamada cara. Mi respiración se acelera
metódicamente, en cada punto de contacto suelto otro aliento.
Hay manos agarrándome de los hombros, arañándome para
que me detenga.
No me importa, sólo hace que presione mi rodilla más fuerte.
Mis puños le golpean sin piedad.
¿Por qué debería ceder porque fue tan estúpido como para
subir al ring conmigo?
Parece un problema personal.
Mi corazón se agita dentro de mi pecho, la energía corre por
mis venas como tambores en mis oídos. Se mezcla con los
gritos de la gente que nos rodea, los motores acelerados y el
olor a aceite.
Joder, lo que daría por sentirme así cada segundo del día.
Lanzo un gancho de derecha y veo cómo mi anillo imprime
mis iniciales en la tierna piel de su mejilla, abriéndola justo
por encima de las letras A.C.
Un chorro de sangre caliente me salpica el pecho desde su
cara. Un rugido feroz me atraviesa, el líquido carmesí actúa
como gasolina para las llamas del interior de mi cuerpo. Pero
no era sangre lo que quería. Quería su agonía. Quería verle
herido. Quería saber que esta noche tendrían que llevarlo en
brazos hasta su auto, conducirlo a casa y probablemente
arrastrarse hasta su puta cama. Donde se quedaría la
semana siguiente porque los moretones que le había dejado
eran demasiado para soportar.
Sentí escalofríos.
Ese es mi secreto, no tan secreto.
Siempre, siempre estoy enojado.
—¡Jesucristo, Caldwell, déjalo que se levante! ¡Ya basta,
hermano! —La voz resuena entre mis oídos, pero le doy un
último puñetazo, antes de sacudir la furia lejos de mi piel.
El círculo de gente que nos rodea corea la brutalidad que
acaba de tener lugar. La incapacidad de apartar la vista de la
tragedia o el desastre. Todos ellos son iguales que yo por
dentro, adictos a la crueldad. Sólo que tienen demasiado
miedo para admitirlo.
Odio a los cobardes. Y cada maldita persona en esta maldita
ciudad es uno.
Monstruos detrás de máscaras aterrorizados de que sus
vecinos vean los esqueletos que siguen metiendo en sus
armarios. Lo que no saben es que no se puede mantener nada
en secreto en Ponderosa Springs. No por mucho tiempo. Lo sé
mejor que nadie.
Sombras rojas brillan detrás de mis ojos mientras me levanto,
con saliva caliente saliendo de mi boca y aterrizando justo al
lado de su cuerpo gimiendo. Tiene suerte de poder hacer
ruidos, más suerte aún de no estar muerto.
Aparte de la sangre de mi pecho, no tengo ni una marca en la
piel. Lo que casi me enfurece más. Ya nada me desafía.
Aprieto la mandíbula, mientras me doy la vuelta, la masa de
gente se separa como el Mar Rojo, dejándome un camino
abierto para salir.
—Dinero de las apuestas. —Uno de los tipos mayores que
dirigen esta mierda caótica, me presiona los billetes
arrugados en el pecho. Bajo la mirada y luego vuelvo a
mirarlo a la cara.
—Quédatelo. —Gruño.
No necesitaba ni quería ese dinero. Él podía hacer lo que le
diera la gana con el, yo no luchaba por dinero. Luchaba
porque si no, mataría a aalguien Recojo rápidamente mi
chaqueta de cuero, encogiéndola fácilmente sobre mis
hombros. Mi camiseta estaba en algún lugar de la hierba
embarrada y no sentí la necesidad de buscarla.
Mi respiración empieza a regularse mientras me dirijo a mi
auto. Aunque la pelea fuera insulsa, liberar aunque sólo fuera
un poco de mi furia significaba que podría dormir esta noche.
Con todo lo que está pasando, dormir no era algo que pudiera
permitirme perder.
La música salió de los altavoces en cuanto giré la llave. El
sonido es pesado y estimulante. Agarro con fuerza el volante
con la mano izquierda y veo el blanco bajo mis nudillos
ensangrentados. Palpitan tan fuerte que casi me siento bien.
Rápidamente lo pongo en marcha, dispuesto a conducir hasta
la casa de mis padres. Veintiocho mil metros cuadrados,
nueve dormitorios principales, diez de invitados, siete baños,
veintiséis acres, y todavía no hay suficiente espacio entre mi
familia y yo. Mi agarre se aprieta, se suponía que tenía que
estar en un vuelo a la Costa Este el próximo mes. Poniendo
un país entero entre ellos y yo.
En cambio, estoy atrapado aquí por otro año al menos,
persiguiendo a un fantasma.
Giro bruscamente a la derecha y entro en nuestro camino de
entrada. La carretera asfaltada se detiene momentáneamente
por las grandes puertas de acero que bloquean la entrada.
Pulso el botón del mando a distancia para abrirlas
automáticamente, las atravieso y me adentro en la propiedad
de mi familia.
Rodeo la fuente de mármol de mal gusto de enfrente y me
deslizo con facilidad hasta mi puesto de aparcamiento.
Ninguno de los autos habituales está aquí, lo que significa
que no hay nadie en casa. De todos modos, no importa,
aunque estén aquí, soy invisible para ellos.
Siempre lo he sido.
Se ve un relámpago en el cielo detrás de la casa, iluminando
la niebla durante una fracción de segundo antes de que un
trueno sacuda el suelo bajo mis pies mientras me dirijo hacia
la puerta. El teclado brilla al tocarlo, introduzco la contraseña
y entro.
Cuando mis padres y mi hermano están aquí, esta casa brilla
con luz propia. Su resplandor puede verse a través de los
árboles de la carretera. Fiestas extravagantes, celebraciones
por cada una uña del pie cortada, cenas familiares a las que
nunca me invitan. Pero cuando se van, sólo quedamos la
oscuridad y yo.
Mis botas resuenan en el suelo, paso a paso, hasta que estoy
en la cocina abriendo el grifo. Pongo las manos hinchadas
bajo el agua tibia. La sangre empieza a correr por el desagüe,
al menos una parte. Hay un poco pegada entre mis dedos, ya
seca.
No debería haber ruido dentro de la casa. Debería ser como
siempre cuando estoy aquí.
Silencio absoluto.
Pero no lo hay. Mis oídos se agudizan, captando el familiar
chasquido, seguido de un silbido al prender un encendedor.
—¿Intentas asustarme? —digo en voz alta, secándome las
manos lentamente antes de darme la vuelta.
Miro en la oscuridad de la sala de estar, la cara de Rook
iluminado por la única llama de su zippo mientras lo pasa por
los nudillos y entre los dedos. Veo la cerilla que tiene en la
boca, con la punta escarlata asomando por un lado.
Está recostado en una silla de cuero biselado, con los brazos
apoyados en los costados, mientras me mira fijamente en la
oscuridad.
—Si así fuera, no me habrías oído. —replica.
Me acomodo en la silla frente a él. Tiro de la cuerda de la
lámpara, iluminando la habitación con un resplandor ámbar.
Justo cuando me hundo en el material rancio, apoyando los
brazos en las rodillas, oigo pasos que se acercan a mis
espaldas. No me molesto en mirar por encima del hombro.
—Thatch. —saludo, mientras veo su sombra pasar junto a mí,
ocupando el asiento de nuestra izquierda.
Con su metro noventa y cinco, Thatcher es el más alto del
grupo. No es que necesite su tamaño para asustar a nadie.
Pasa una pierna por encima de la otra, con el tobillo apoyado
en la rodilla: —¿Te excita romperle la cabeza a un
pobre chico, Ali? —Aprieto los dientes, el imbécil pomposo
sabía que odiaba que me llamaran así. Lo sabía desde que
nos hicimos amigos, pero no sería él si no intentara meterse
en la piel de alguien.
Verás, las venas de Thatcher estaban constantemente
bombeando agua helada y las mías estaban siempre
hirviendo.
—¿De verdad quieres hablar de lo que excita a la gente,
Thatcher? —Levanto una ceja, observando su traje de
Armani. Hace tiempo que aprendí a dejar de cuestionar su
extravagante vestuario.
—No quisiera darte pesadillas. —Sonríe, y no puedo evitar
que en mi cara aparezca una sonrisa a juego.
Mentiría si dijera que no he querido arrancarle la cabeza a
cada uno en algún momento. Sabíamos cómo sacarnos de
quicio mutuamente. Sin embargo, ahora mismo, recordaba
cómo mataría a cualquiera que intentara hacer lo mismo.
Es por eso que estoy dispuesto a quedarme en este pueblo
dejado de la mano de Dios porque uno de los nuestros había
sido despreciado.
—¿Dónde está Silas? —le pregunto.
—Durmiendo por primera vez en, joder, ni siquiera lo sé. —
responde Rook.
—No seas ingenuo, Rook. Silas ya no duerme. Cuando lo
hace, la ve. Eso lo sabemos todos. —Thatcher interviene,
recordándonos a todos por qué estamos aquí en primer lugar.
El reloj de pie del pasillo da las campanadas que indican que
ha llegado la medianoche. El peso de sus palabras se apodera
de la habitación. La ira que había tratado de liberar antes,
comenzó a arrastrarse de nuevo. Podía sentir las llamas
lamiéndome los talones, el sabor a cobre en la boca.
—Hablando de ella. —Rook extiende la mano hacia adelante y
arroja una carpeta color crema sobre la mesa, en medio de
todos nosotros. Ventajas de ser el hijo del fiscal del distrito.
Me inclino hacia delante y la tomo: —¿Ya has mirado dentro?
Niega con la cabeza: —Quería esperar a que estuviéramos
juntos. —Se levanta un poco y mete la mano en el bolsillo
trasero para agarrar el paquete blanco de cigarrillos. Saca
uno y se pasa una mano por su largo cabello castaño.
—¿Te importa? —pregunta, refiriéndose al humo.
—Por mí puedes encenderlo, no me importa. —le digo con
sinceridad. Rook se echa hacia atrás en la silla, se saca la
cerilla de la boca y la enciende con los dedos, un truco que le
habían enseñado cuando estábamos en el campamento de
verano. Enciende el extremo del cigarrillo e inhala
profundamente acumulando una nube de humo alrededor de
su cara.
Desde que tenía seis años, lo único que me importaba eran
Rook, Thatcher y Silas. Habíamos jurado protegernos siempre
los unos a los otros, incluso si eso significaba causar estragos
a otros en el proceso. Nada más importaba aparte de ellos,
para ninguno de nosotros.
Nunca ves a uno de nosotros sin los otros, somos los niños
que nunca fueron hechos para ser buenos. Siempre
estuvimos destinados a ser perversos y rotos.
—Todos somos conscientes de lo que ocurrirá cuando
empecemos a investigar esto, ¿verdad? —Thatch pregunta—:
Habrá sangre en todas nuestras manos. No sólo la pequeña
destrucción que hemos hecho en la ciudad durante toda
nuestra vida. No estaremos quemando iglesias históricas o
jugando a juegos perversos. Mataremos a alguien.
Deberíamos estremecernos o acobardarnos ante la idea de
quitarle la vida a alguien. Pero todos sabíamos de lo que era
capaz el otro.
—Es culpa de ellos. Deberían haber sabido que no debían
lastimar a alguien que nos importa.
Recuerdo esa noche. Recuerdo el olor de la casa donde la
encontramos. Como a mierda de cerdo y vómito. Una casa de
drogas donde los drogadictos se esconden y se inyectan su
oro líquido. Recuerdo el aspecto de su cuerpo, doblado y
abandonado terriblemente en el suelo mugriento.
Como un ángel que se hubiera perdido y encontrado en el
infierno. Ella no merecía morir allí. Y Silas no merecía
encontrarla así.
Todavía podía oír sus gritos cuando cerraba los ojos. Horas y
horas de gritos. Una bestia herida cuyo dolor crecía hasta
convertirse en rabia sin filtro. Una emoción que nos recorría a
todos.
—Averiguamos quién lo hizo. Acabamos con ellos. Y podrá
seguir adelante. Él será capaz de seguir adelante.
—No seguirá adelante. —Niego con la cabeza—: Aunque
encontremos lo que buscamos. No se sigue adelante con algo
así. —Abro la carpeta, revelando las páginas blancas pegadas
entre ellas. El nombre de la paciente en letras negras y
negrillas que hacen que me tiemble la mandíbula. Rosemary
Paige Donahue. Mis ojos recorren el informe, todas las
preguntas formuladas. ¿Se esperaba la muerte de la paciente?
No. ¿Se le practicó el ACLS1? Sí (por uno de mis mejores
amigos hasta que se lo quitamos de encima, aclaro). Al pasar
a la página siguiente, encuentro el dibujo de un cuerpo por
delante y por detrás, pero en lugar de tener círculos alrededor
de ciertas zonas como supuse que tendría. Estaba en blanco.
Mis cejas se fruncen al leer las conclusiones del forense:
No hay signos visibles de traumatismo o contusiones.
¿Entonces las marcas de arañazos en sus manos? ¿Los
círculos morados de los moretones obvios en sus brazos? Las
vi. Estaban allí.
El hallazgo más significativo en la autopsia fue la presencia de
metilendioximetanfetamina (MDMA2) en el sistema de la
paciente. Tras una minuciosa investigación, he llegado a la
conclusión de que la cantidad ingerida causó un golpe de calor
al paciente. La temperatura corporal central se elevó, lo que
provocó un paro cardiaco que condujo a la muerte. No se
detectó violencia.
¿Así que la suciedad bajo sus uñas, como si estuviera
arañando algo? ¿Fue sólo una coincidencia? ¿La policía no
investigó más el hecho de que Rose nunca había tocado
drogas hasta ese momento?
Había cosas que no cuadraban. Eso no me estaba sentando
bien.
—Aquí genio, léelo. Dime lo que piensas. —Le lanzo el
documento a Thatcher, observando cómo se apoya la mano en
la barbilla mientras sus ojos recorren el papel.
—¿No hay pruebas de violencia? ¿Ninguna documentación de
los moratones o las marcas en su piel? —dice en voz alta y
asiento en silencio.
—Vimos su cuerpo. No sé ustedes dos, pero yo tengo visión de
veinte-veinte. Rose no estaba allí por su propia voluntad.
Tampoco murió voluntariamente.
—Nunca fue a fiestas con nosotros, hizo que Si3 se quedara
en casa con ella todo el tiempo. ¿De verdad Ponderosa
Springs está intentando ocultar el asesinato de la hija del
alcalde? —comenta Rook, dando otra calada a su palo de
cáncer. Uno que estoy a punto de robar para mí.
Rose, no sólo era la novia de Silas, se había convertido... en
una de nosotros. Poco a poco se había colado en nuestro
grupo, haciéndose amiga nuestra. No lo admitiríamos en voz
alta, pero todos nos preocupábamos por ella como una
hermana. Su muerte nos carcomía a todos.
—No sería el peor escándalo aquí.
—Así que si un patólogo mintiera sobre algo como heridas de
defensa y violencia, ¿qué más está encubriendo? Mejor aún,
¿a quién está encubriendo? —Thatcher pregunta.
—Creo que deberíamos hacerle una visita al buen doctor. —
Recorro con la mirada a mis dos amigos. La boca de Rook
esboza una sonrisa mientras se pasa el zippo por los dedos y
lo cierra.
—No hace falta que me lo digas dos veces. —murmura.
Thatcher sonríe bruscamente: —Mientras pueda cortar
primero.
Nosotros hicimos un trato.
Una promesa a uno de nuestros mejores amigos, que
averiguaríamos quién le hizo esto a su chica. Dejada muerta y
manchada. Todos nosotros renunciamos a nuestros planes de
dejar este tóxico lugar durante un año entero, sólo para
conseguir la venganza que necesitaba.
Ni siquiera Dios podría salvar a la gente que hizo eso.
Capítulo Dos
A través de la niebla
Briar
Todos somos ladrones, Briar. Me acaban de atrapar.
Eso es lo que mi padre solía decirme cada vez que se lo
llevaban en la parte de atrás de un auto de policía.
Hasta cierto punto, tenía razón. Todos somos ladrones.
Robamos aire de la atmósfera para poder respirar. Robamos
felicidad. Robamos encendedores, no existe eso de: “Oye
hermano ¿me prestas tu encendedor?”
Si crees que te lo van a devolver, pues eres un idiota con un
encendedor menos.
Pero la mayoría de nosotros, todos en realidad, robamos
tiempo.
No se nos debe ningún número fijo de minutos en esta tierra,
pero los aprovechamos de todos modos. Cada día que te
levantas, es otro día arrancado del interior del reloj de arena.
Tenía once años cuando aprendí a robar carteras. Casi una
profesional, había dominado el arte de los siete cascabeles en
seis meses y pronto me convertiría en un prodigio criminal.
Así que mientras mi madre hacía hamburguesas, mi padre
montaba maniquíes vestidos con trajes de hombre, llenos de
bolsillos, y les colocaba siete campanillas estratégicamente
situadas.
Mi objetivo era robar al maniquí, sin tocar una sola campana.
Yo era su mini-yo. Su orgullo y alegría. Su pequeña criminal.
Tenía destreza, velocidad y era ágil.
Robar carteras, forzar cerraduras, abrir cajas fuertes, todas
las cosas que hacen de mí una ladrona perfecta y en las que
ya destacaba a los trece años.
Otras niñas aprendían ballet. Yo podía abrir una caja fuerte
sin sudar. Quiero decir, diablos, no había mucho que no
pudiera hacer. Incluso cuando él empezó a guiarme, yo sabía
que estaba mal. Robar era malo. Todo el mundo lo sabía.
¿Pero esos momentos que pasé con mi padre? Esas
madrugadas perfeccionaron mi técnica y fueron el mejor
momento de mi vida. Su profesión mantenía las luces
encendidas, la comida en la mesa y a mi familia unida.
Sí, algunas familias probablemente se unieron por los juegos
de mesa, la mía se unió por el hurto.
“Hay honor entre ladrones, Briar. Honor entre nosotros”.
Estaba acostumbrada a que entrara y saliera de la cárcel, a
que pasara unos meses aquí y allá, pero siempre volvía
conmigo. Prometió que siempre volvería con nosotros.
Pero un día no lo hizo.
Mi brújula moral nunca tuvo un norte verdadero. Quizá por
eso siempre sentía curiosidad por cosas que no debía. Era
consciente de que mi comportamiento no era ético desde el
punto de vista social, pero no me arrepentía de nada de lo que
había hecho. Lo hice por mi madre. Trabajaba con las
habilidades que me habían dado.
Cuando la vida te da limones, roba un jodido exprimidor.
—¿Estás entusiasmada con este nuevo comienzo? Es una
gran cosa que te hayan aceptado, incluso con mi
recomendación. Les gusta aceptar sólo a los locales. —Mi tío
Thomas, hermano de mi madre, me habla por primera vez
desde el viaje en avión.
Es así de tímido. Mi madre dice que es porque nació torcido,
todo ese conocimiento y ninguna habilidad social. Sin
embargo, siempre me había caído bien ya que hacía grandes
regalos de Navidad. En vez de hablar siempre estaba atento a
las pequeñas cosas.
—Parece más una secta que una escuela, T.
Probablemente era una secta. De hecho, sé que es una
maldita secta. Es la única universidad de los Estados Unidos
con suficiente dinero y poder como para aceptar sólo a gente
de la zona, antiguos alumnos o hijos de familias
extremadamente ricas.
Cualquiera que tuviera su cabeza fuera de una roca sabía
acerca de Hollow Heights.
¿Cómo aceptaron a una ladrona con antecedentes, las puntas
abiertas y apenas dos centavos? Esa es una buena pregunta.
Tenía poco que ver con mi 4,0, mis altas calificaciones en los
exámenes y mi gran capacidad atlética. Y todo que ver con el
hecho de que Thomas era el profesor de biología y lo había
sido durante los últimos tres años.
Mi tío tenía unos treinta años, era el menor de los dos
hermanos. Mi madre y él habían crecido pobres toda su vida,
igual que yo. Excepto que cuando Thomas cumplió dieciocho
años se escondió y huyó lejos de su familia. Volvió años
después con un título elegante y un Rolex.
No, no intenté robarlo.
—No es tan pretencioso como imaginas. Es
sorprendentemente realista. —dice con una sonrisa.
Me burlo: —El folleto incluía un segmento entero sobre cómo
un príncipe, un príncipe escocés de verdad, se graduó allí.
Parece como si todas las escuelas de la Ivy League se
hubieran reunido y organizado una orgía. —Bostezo un
poco—: ¿Vas a mirarme y decirme que ese lugar no está lleno
hasta los topes de niños ricos con derechos y tarjetas Amex?
Cruzo los brazos sobre el pecho y le miro con una ceja
levantada.
No me malinterpreten, estoy agradecida por asistir. La
educación que recibiré aquí me garantizará un trabajo
después de graduarme. Pero no me entusiasma ser la chica
“becada”. Es muy parecido a ser el niño de la bolsa de papel
marrón para el almuerzo, o el que se saca los mocos y se los
come.
No tiene buena pinta.
—No seas tan crítica. Puede que haya mucha gente aquí que
no tenga mucho dinero, Briar. Estos van a ser los mejores
cuatro años de tu vida, te lo prometo. —Se acerca y me
aprieta la mano para tranquilizarme, y no sabía cuánto lo
había necesitado.
Cuanto más conducíamos por este interminable camino de
entrada hacia las inminentes puertas negras, peores eran mis
nervios. Aunque era un sueño ser aceptada, este lugar se
parecía mucho a una pesadilla.
Me quedé mirando por la ventana las pequeñas gotas de
lluvia que se pegaban al cristal. Inspeccioné las filas y filas de
pinos. En cualquier momento parecía que iban a echarse
hacia delante y agarrar el auto.
El sol utilizó las nubes húmedas como protección para que
cada momento aquí se sintiera gris. Vacío de todos los
colores. Vacío de calor.
A mí me parecía que estos chicos estaban pagando un
montón de dinero para vivir dentro de una novela de Stephan
King.
Me aclaré la garganta, me senté un poco más erguida, me
subí la sudadera por la cabeza y me coloqué los auriculares
en los oídos intentando calmar el estómago. El inquietante
silencio que se había instalado a nuestro alrededor me daba
serias vibraciones de casa embrujada.
Incluso con la música sonando, podía oír el crujido de la
grava bajo los neumáticos mientras seguía conduciendo hacia
el interior del campus. La primera pieza de la universidad que
se ve, dando la bienvenida a todos los estudiantes nuevos y a
los que regresan, era un gran arco de ladrillo desgastado con
una burlona placa metálica atornillada a la parte delantera.
El óxido y la hiedra intentaban proteger las palabras escritas
en ella, pero era inútil.

Universidad de Hollow Heights Est. 1634


“Invitamos al éxito”.

El nombre estaba grabado con valentía, dando su nombre a


todos los que entran. Donde los libros encuadernados en
cuero susurran en lenguas muertas y los vacíos pasillos de
mármol crujen desafiantes. La luz nunca toca el suelo, un
manto constante de niebla baila entre los altísimos pinos.
La infame universidad para chicas y chicos ricos. Una de las
universidades más aisladas y elitistas de la historia. Se
rumorea que albergó a algunas de las mentes jóvenes más
ricas del país.
Hollow Heights aseguraba que los padres no se sentirían
decepcionados cuando sus hijos terminaran el programa aquí,
que volverían tras la graduación diplomados y refinados.
Listos para aceptar cualquier trabajo que se les pusiera por
delante.
La universidad estaba situada en la costa de Oregón,
trescientas hectáreas de arquitectura victoriana que parecían
más viejas que la tierra. Lo había visitado por Internet, pero el
ordenador no le hacía justicia.
El pueblo en el que se construyó era Ponderosa Springs,
conocido por, lo has adivinado, por los pinos del mismo
nombre. No sabía mucho de su historia, salvo que estaba
lleno de familias adineradas, que había que atravesarlo en
auto para llegar al campus y que no era muy grande.
Ya fuera a propósito o por accidente, los arquitectos de la
escuela habían hecho que este lugar se sintiera a kilómetros y
kilómetros de cualquier tipo real de civilización. Era como su
propio mundo más allá de los árboles construidos sobre un
humedal sombrío, que me daba náuseas. Ya sabes, ¿como
después de comer sushi de gasolinera?
—Tu cosa me está asustando de nuevo con sus ojos rojos y
brillantes. —dice Thomas, mientras se detiene en el punto de
entrega de los dormitorios.
Miro al pequeño animal que tengo entre las manos, con su
pelaje blanco y puro suave bajo mis dedos y su naricilla
levantada para olfatear su entorno.
—Se llama Ada y no es nada. Es una rata albina. Si vuelves a
llamarla cosa, te morderá. —Advierto, aunque sé y Ada
también, que no haría daño ni a una mosca.
Cuando mi padre me dejó elegir una mascota de joven, escogí
una rata. No porque quisiera ser diferente o fuera de lo
común, sino porque las ratas tenían algo súper genial. Tuve
tres, cada una de las cuales vivió los dos años previstos antes
de morir. Esperé unos meses para guardar luto, lloré todas
las veces, y luego empecé a buscar una nueva compañera.
Ada y yo llevamos juntas un año.
—¿Necesitas ayuda para llevar las maletas a tu habitación?
¿O crees que puedes arreglártelas? —pregunta desde el
asiento del conductor.
Miro hacia el dormitorio, el Distrito Iruine, donde se alojaban
todos los alumnos de los cursos inferiores. Una fuente de
agua circular descansaba en el centro, un gran santo creo
que hacía las veces de escupidor de agua. El mármol
agrietado me hizo sentir que se desmoronaría en cualquier
momento.
Los cuervos graznaban desde lo alto, con sus alas negras
atravesando la bruma. Mis ojos intentaban contar el número
de gárgolas que montaban guardia en lo alto de los pedestales
y pilares.
Le hago un gesto con la mano para que se vaya.
—Puedo manejarlo. Gracias sin embargo. —Abro la puerta y
me meto a Ada en el bolsillo de la sudadera, donde pasa la
mayor parte del tiempo cuando no está en su jaula.
Automáticamente deseé haberme puesto unos jeans en lugar
de estos pantalones cortos de atletismo, no estoy
acostumbrada al frío. En Texas no hacía frío ni había tanta
niebla.
Me dirijo al maletero del auto, lo abro, me coloco la mochila
sobre los hombros y tomo la maleta.
Una fría ráfaga de viento me recorre la espalda, como si algo
me hubiera pasado por encima. Giro ligeramente la cabeza y
miro hacia los edificios esperando ver a alguien allí.
Esperando ver a alguien mirando en mi dirección, pero sólo
me encuentro con estudiantes arrastrando los pies por los
terrenos de la escuela, cargando sus maletas en el interior.
—¿Estás bien? —pregunta Thomas a mi lado.
—Sí —sacudo la cabeza, sonriendo—, estoy bien.
—Esto va a ser muy bueno para ti. Tengo este presentimiento.
—Se frota las manos—: Aquí tienes la llave de tu residencia y
la tarjeta para comer. Si necesitas algo, tienes mi número, mi
apartamento está fuera del campus, en la ciudad, pero es un
corto trayecto en auto, así que no dudes en pedírmelo. —Me
rodea el hombro con un brazo y me da el abrazo lateral más
incómodo de la historia.
—Gracias, tío T.
Para empezar, el afecto no era algo que me entusiasmara. No
se puede ser pobre y blando.
Debería haberme puesto nerviosa al caminar hacia una
escuela que hace que Harvard parezca una universidad
comunitaria.
Pero no lo estaba.
No estaba en mi naturaleza estar nerviosa o asustada.
Cuando vives la vida que yo he vivido. Aquella en la que
tienes que luchar por tu supervivencia, la comida en tu mesa,
el techo sobre tu cabeza... No tienes tiempo para tener miedo
de nada.
Haces lo que hay que hacer.
Capítulo Tres
Vaya camino que recorremos

Alistair
—Les tomó bastante tiempo a ustedes dos —murmuro
empujándome del auto con la bota, tirando el cigarrillo al
suelo y apagando la brasa moribunda.
—Thatcher tuvo que planchar su traje. —Silas empuja el
cuerpo de Thatch con el hombro, su cuerpo cubierto con una
sudadera con capucha completamente negra. La luz de la
luna reflejándose en su rostro endurecido.
—¿Versace? ¿A una escena del crimen? Un poco pretencioso,
incluso para ti. —Miro su atuendo, como si estuviera
asistiendo a un puto debate político sobre el calentamiento
global o salud.
—Es bueno ver que no odias demasiado a papi y mami,
parece que al menos aprendiste tus marcas de ellos. —su voz
neutra—: Sabemos que te opones a todo lo que sea riqueza,
Alistair, pero no hay necesidad de estar celoso de mi increíble
estilo. —Se endereza el cuello.
Me acerco más a él en señal de advertencia, pero el alto
sonido de un motor interrumpe mi enfado temporal hacia mi
mejor amigo.
La moto de color acero de Rook se desvía hacia el
estacionamiento del depósito de cadáveres. El retumbar de la
moto termina de repente cuando gira la llave. Se quita el
casco negro mate de la cabeza y se sacude el cabello como si
fuera un miembro de una banda de chicos.
—Me alegro de que te unas a nosotros, Van Doren. —
comento.
Camina hacia el resto de nosotros, sin quitarse los guantes de
montar, el único de nosotros con una sonrisa de satisfacción
en la cara. Levanta su mochila.
—Tengo todo, extra en caso de que decidamos...
—No vamos a volar nada hoy, Rook. —Thatcher le corta
sabiendo ya hacia dónde se dirigen sus pensamientos.
Levanta las manos en señal de defensa.
—Vamos a averiguar qué sabe el buen doctor. —Giro sobre
mis talones, la grava cruje bajo mis botas mientras
caminamos hacia la puerta trasera del edificio. Rook había
venido antes, había hecho un recadito para su padre en la
oficina del fiscal hoy.
Cualquier cosa para ayudar a su padre y abrir la puerta para
que pudiéramos entrar fácilmente.
Me escuecen los nudillos de anticipación mientras abro la
puerta con cuidado. Oigo a Silas cerrar la cerradura detrás de
nosotros, para que no nos siga nadie más. Nos abrimos paso
a través de la recepción, con el corazón latiéndome en el
pecho. Un sabor metálico se extiende por mi boca mientras
aprieto la mandíbula.
¿Qué decía de mí y de quién era que esta situación me
pusiera entusiasmado?
Veo el resplandor de las luces, justo antes de presionar las
manos contra las puertas dobles, que se abren con un fuerte
golpe. El olor dentro de la oficina del forense es horrible. Se
adhiere e impregna. Un cuerpo frío con una sábana arrimada
al pecho.
A la izquierda, el doctor Howard Discil salta sobre su
escritorio y la silla cruje bajo su peso. Se ajusta rápidamente
las gafas, intentando recuperarse de nuestro susto.
—Disculpen —se aclara la garganta, intentando sonar un
poco más severo—, pero ustedes no pueden estar aquí ahora.
—Se acomoda en su asiento y nos mira con recelo.
Miro a los chicos, todos hacemos contacto visual durante un
breve instante, como si fuera la última oportunidad de
alguien de echarse atrás antes de que empecemos a ensuciar
de verdad nuestros expedientes. Cuando nadie dice nada, me
vuelvo hacia Howard.
—No recuerdo que te pidiéramos permiso.
Es un trabajo rápido después de eso. Silas y Rook sacan la
cuerda de nailon de la mochila y sujetan al doctor a su silla.
Lucha, desesperadamente, pero sigue luchando. Se contonea
mientras le envuelven el cuerpo con la cuerda negra, atándolo
por completo.
—¡¿Qué demonios creen que están haciendo?! —grita, su cara
se vuelve de un feo tono rojo.
Rook presiona el pie contra su espalda, empujando la silla
rodante hacia el centro de la habitación. Se queda detrás del
escritorio mientras empieza a abrir cajones y a rebuscar entre
los papeles.
Me meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y saco un par
de puños de acero. El metal está frío en mi palma, pero el
calor de mi piel los calienta rápidamente. Me acerco a Howard
y deslizo los dedos por las asas para que el extremo curvado
se asiente en mi palma y lo aprieto con fuerza.
—Rosemary Donahue. —digo sin dejar de mirar el metal
reflectante de mi mano, mis iniciales grabadas en la parte
superior de cada nudillo—. Tú hiciste el informe de su
autopsia, ¿verdad?
—Eso es información privilegiada. No puedo decirte algo así.
—argumenta, luchando contra sus ataduras.
El músculo de mi mandíbula da dos tics mientras inclino la
cabeza hacia la izquierda, haciendo sonar mi cuello.
Mi brazo golpea hacia delante, repentino y contundente. Mi
mano está protegida del impacto con el acero que la protege
del exterior, pero aun así noto el metal clavándose en su
pómulo.
Un silbido de aire nos atraviesa, mientras su cabeza se
desplaza hacia la izquierda por el impacto. Un gemido de
dolor sale de su boca, junto con un líquido carmesí. Salpica el
suelo y su camisa. Probablemente le haya arrancado un
diente.
La piel donde hice contacto está partida, sangrando por el feo
corte que ya empieza a hincharse, volviéndose enrojecida.
Pongo las manos a ambos lados de su silla, me inclino para
acercar mi cara a la suya, muevo la cabeza y chasqueo la
lengua.
—Respuesta equivocada, Howard.
Algo agudo, como electricidad, me recorre el cuerpo cuando
sus ojos brillan de miedo.
La adrenalina de saber que está aterrorizado por su vida en
este momento, hace que los dedos de mis pies se enrosquen
dentro de mis botas. Podría vivir de esto. De su miedo. Podría
alimentarme de él como un jodido perro hambriento.
—Voy a preguntar de nuevo —digo mientras me pongo de pie
en mi completa altura—, Rosemary Donahue. Su autopsia.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Yo le hice la autopsia! ¡¿Por qué importa?! Sólo fue
una sobredosis. —grita frenéticamente.
Asiento con la cabeza, —Bien, eso está muy bien, ahora dime,
¿por qué olvidaste mencionar las heridas defensivas en su
cuerpo?
En su cara se dibuja el asombro, como si por fin se unieran
los puntos de por qué estamos aquí. Sabe que sabemos algo.
La pregunta es, ¿será tan estúpido como para mentirnos a la
cara?
Niega con la cabeza brevemente.
—No habían. Fue sólo una sobredosis.
Casi me alegré de que volviera a mentir.
Otro puñetazo agudo y mortalmente duro aterriza en el
mismo lugar. Esta vez, realmente escupe un diente, tal vez
dos. El peso de los puños de acero hace que mis puñetazos
sean aún peores.
Esta ira, la que siempre me apresuro a soltar, lleva ahí un
tiempo, escapándose cada vez que abro los ojos. Me enfado
con los empleados de la tienda y los conductores. Con todo y
con nada.
Y cada vez que doy estos golpes, cada vez que hago daño a
alguien, es a ellos a quienes imagino. La gente que me dio mi
apellido, y todos los que están unidos a él.
Los que me hicieron nada más que una pieza.
Cambié de dirección, clavándole un golpe salvaje en las
costillas, juraba que mis oídos podían oírlas crujir dentro de
su pecho. Un dolor aplastante de huesos, que me hizo sentir
como si estuviera bajo la mejor droga del planeta. Nada podía
tocar esta euforia.
—Yo estaba allí, maldita escoria —escupo las palabras—, vi
su cuerpo antes que llegara la policía. Sus uñas
ensangrentadas y sucias de arañar algo. Magullada como si la
hubieran sujetado. ¿Vas a mentirme otra vez? Te prometo que
si lo haces, te arrepentirás. Lo creas o no, Howard, voy a ser
suave contigo comparado con lo que hará mi amigo.
—No estoy mintiendo —Sus pulmones respiran con dificultad
—, lo juro, todos mis hallazgos estaban en el informe. Eso era
todo. —La sangre le gotea de la boca a la bata blanca de
laboratorio.
Me pregunto si cuando planchó sus pantalones esta mañana
pensó en mancharse de sangre más tarde.
Si quería ser difícil, entonces podríamos hacerlo difícil.
—No digas que nunca te lo advertí.
Le doy la espalda, cabreado por no haber conseguido que
soltara más información.
—Es todo tuyo —murmuro.
Dándole a Thatcher el visto bueno para hacer lo que se le
ocurriera a su retorcida mente. No fui tan cruel como para
dejarlo ir primero. Yo al menos intenté darle una oportunidad
al buen doctor.
El clic de sus Oxfords rebota en el suelo de madera. El peso
de sus siniestras intenciones vibra en las paredes de este
despacho. Apoyo la espalda en la pared, descansando allí
mientras observo a Thatcher participar en uno de sus
pasatiempos favoritos.
Hacer sangrar a la gente.
Se despoja de la chaqueta y la arroja sobre el escritorio,
mientras se toma su tiempo para subirse las mangas hasta
los codos. Todo ello forma parte de su juego mental.
Éramos un buen contraste, él y yo. Él era frío y calculador. Yo
era instintivo y cruel de sangre caliente.
La pareja perfecta de sociópatas.
Howard sacude violentamente la cabeza: —¡¿Por qué te
importa?! Vamos chicos, piensen en esto. Si alguien
descubriera que me han agredido, ¡sus futuros se
arruinarían! —argumenta frenéticamente—: Es sólo una chica
rica. Sólo una chica tonta con una sobredosis, probablemente
de fiesta todo el tiempo, ¡ya conocen a ese tipo!
El aire es frío, no se oyen más sonidos que su respiración
agitada. Desde detrás de él, como agua silenciosa, Silas se
mueve desde las sombras. Su capucha negra oculta su cara
mientras agarra la parte posterior del cabello de Howard,
retorciéndolo bruscamente en su agarre.
Con un movimiento fluido, el mueve su cabeza hacia atrás y
el médico gime en señal de protesta,
—Su nombre era Rosemary. Y no era sólo una chica. —su voz
es áspera, no rápida y aguda como la de Thatcher, o
sarcástica como la de Rook. Es tosca, áspera, maltratada y
golpeada. Está llena de angustia y venganza.
—Ella era mía. Y ahora, vas a ver lo que pasa cuando alguien
jode con las cosas que me pertenecen. —le gruñe al oído.
Thatcher agarra el taburete circular que hay cerca de la mesa
de la morgue, se sienta encima y se dirige rodando hacia el
hombre atado. De forma similar a como lo haría un médico al
examinar a un paciente. Silas retrocede de nuevo, cruzado de
brazos y apoyado en la pared sin dejar de mirar.
—Se gana la vida modestamente, ¿verdad, Dr. Discil?
¿Sesenta de los grandes al año? Presumiblemente más aquí
en Ponderosa Springs. Es una vida agradable para sus dos
hijos, ¿no? ¿Cuántos años tienen? ¿Cinco y diez?
—pregunta con calma, esperando cortésmente su respuesta.
Mientras lo hace, extiende un bolso de cuero negro enrollado.
Con manos relajadas desabrocha las hebillas de los laterales,
volteándolas hacia arriba, y comienza a desenrollarlo
lentamente sobre el escritorio. El metal de los objetos de su
interior capta la luz de la luna, brillando en la oscuridad
como estrellas mortales.
—Pequeña mierda retorcida... —Howard sisea, tratando de
levantarse de la silla.
Los dedos largos y helados de Thatcher recorren su colección,
de un lado a otro: —Se lo pregunto porque sus manos son
vitales para su trabajo. Yo más que nadie sé lo importantes
que son las manos para el arte del desmembramiento, así que
me correlaciono con usted, Dr. Discil.
Aprieto los dientes, observando cómo el médico mira todas las
sofisticadas cuchillas de su mesa. Su nuez de Adán se
balancea.
—Todavía no has aprendido a dejar de jugar con tu comida
antes de comer, ¿verdad Thatch? —dice Rook mientras sigue
mirando por la oficina.
Thatcher sonríe y continúa con sus preguntas. Meterse en su
cabeza es la mitad de la diversión para él. No sólo le gusta
hacerles sangrar por fuera, sino que ansía sentir miedo que
les da por dentro.
—Mi padre me concedió éste —dice tomando uno de los
cuchillos—. Conoces a mi padre, ¿verdad?
La pregunta hace temblar al médico.
—Sí, supuse que lo harías. Verás, con este cuchillo, podría
usar este diminuto gancho de aquí e incrustarlo en la carne
de tu espalda antes de despellejarte limpiamente. He estado
en el mercado buscando un nuevo par de botas de piel.
—¡Yo no sé nada! ¡Esto no tiene sentido! —continúa Howard,
con la voz temblorosa ante la idea de que Thatch lo convierta
en un par de zapatos.
Acabadas las bromas, toma un cuchillo más grueso y largo y
la siente en su mano un momento antes de agarrar al doctor
por la muñeca para mantenerlo firme. Con precisión y casi
gracia, Thatch atraviesa de un tajo el primer nudillo del dedo
meñique. El trozo del apéndice cae indefenso al suelo.
El hueso blanco se cubre rápidamente con una fuente de
sangre, que brota de lo que queda de su dedo meñique. Suelta
un grito inhumano mientras se mira la mano, horrorizado por
lo que estamos dispuestos a hacer.
—¿Crees que dolió lo que él hizo? ¿Varios puñetazos en las
tripas y un labio partido? Le mostraré dolor, Dr. Discil. Dolor
extremo. Hasta que las últimas palabras que salgan de su vil
boca sean, por favor, mátame. Así que te sugiero que
respondas a nuestra pregunta antes que no me quede nada
que cortar.
Por un momento la fachada del futuro político más rico de
Ponderosa Springs se resquebraja. La criatura que acecha
debajo sale a jugar.
—Yo no, yo sólo... —tartamudea sobre sus palabras, listo
para quebrarse. Excepto que no es lo suficientemente rápido
para nosotros.
El sonido de alguien cortando una zanahoria vuelve a llenar
la habitación, otro nudillo cortado, dejando sólo un trozo de
dedo. La sangre empapa la parte delantera de la camisa
blanca de Versace de Thatch.
Otro grito llena la habitación y agradezco que hayamos podido
entrar aquí fuera de horario.
Howard intenta recuperar el aliento, mientras Thatcher se
alinea de nuevo: —¡Espera, espera, para, por favor!
¡Se los diré! Te lo diré, ¡para!
Por fin las palabras que esperábamos oír. Me alejo de la
pared, caminando un poco hacia ellos.
—No sé quién fue. Todo lo que sé es que recibí una carta
cuando el cuerpo de Rosemary llegó a mi oficina, pidiéndome
que encubriera cualquier evidencia de violencia en el cuerpo.
—Respira, gimiendo de dolor entre palabras.
—Y esto tiene que ver con Rose, ¿cómo? —Thatch aplica
presión a su dedo.
—Espera, espera, ya voy a llegar a eso. —suplica—. Al
principio estaba en contra, iba a poner mis conclusiones en el
informe de todos modos pe...pero...
—Hicieron lo que hacen todos en Ponderosa Springs. Te
dieron dinero por silencio. —Termino, mi sangre bombeando
caliente en mis venas.
—¡Sí, y necesitaba el dinero extra! No podía dejarlo pasar.
Comprobé mi cuenta bancaria y, efectivamente, allí estaba el
dinero.
—¿Y Rose? ¿Cuál fue la causa de su muerte? —Rook
pregunta desde detrás del escritorio, sus manos agarrando el
borde con tanta fuerza que pensé que la madera podría
astillarse bajo su agarre.
—Tuvo una reacción alérgica a algo en la droga. Se la
inyectaron en un lado del cuello, encontré un orificio de
entrada. Pero cuando la examiné, alguien le había metido
algunas de las pastillas en la garganta, intentando hacer más
creíble que se las había tomado ella misma, pero lo hicieron
postmortem, así que...
—Así que no podía tragárselas. —Termina Thatch por él.
Asiente: —¡Murió de un shock anafiláctico! Es todo lo que sé,
lo juro por Dios. —grita, la sangre que gotea de su
mano bombea al compás de los latidos de su corazón.
Se hace un rápido silencio entre todos nosotros. Habíamos
esperado que tal vez alguien con dinero estuviera encubriendo
el hecho de que la habían matado para atacar al alcalde.
Supongo que no éramos los únicos monstruos que
merodeaban por la ciudad.
Thatcher me mira y yo asiento con la cabeza, dándole el visto
bueno. Empieza a limpiar sus cuchillos, los limpia en el
pantalón y los coloca ordenadamente en su estuche.
—Las píldoras en su garganta, ¿dónde están? —Silas
pregunta desde detrás de él.
—Abajo, cajón izquierdo. Están en una bolsita Ziplock. Por
favor, por favor, sólo ¡No me mates! —se lamenta.
Rook recupera la bolsita, todos caminamos hacia los demás,
creando un pequeño círculo.
—Están marcados, algún tipo de símbolo en ellos. Aunque
está descolorido, tendría que comprobarlo. —Entrecierra los
ojos, mirando las píldoras de color rosa brillante—. Puedo
llamar a algunas personas, ver quién está vendiendo éxtasis
con esta etiqueta en ellos.
Malditos traficantes marcando su mierda.
—¿Y seguir las drogas qué va a hacer por nosotros? —impone
Thatcher.
—Es todo lo que tenemos ahora. Es eso o nada. —señalo—.
Thatcher, termina y larguémonos de aquí.
Mirando a Silas le pregunto: —¿Estás bien?
Él asiente, metiendo las manos en los bolsillos de su
sudadera, —Bien.
Sabiendo que eso es todo lo que obtendré de él, no me
molesto en volver a preguntar. Cuando necesite algo, nos lo
hará saber. Silas no habla a menos que sea absolutamente
necesario.
—Espera, espera, ¿qué estás haciendo? Te lo he contado todo.
—Howard grita mientras Thatcher acecha hacia él.
Se agacha, le agarra la nuca con una mano mientras con la
otra le presiona la garganta con un cuchillo, un pequeño
hilillo de sangre gotea por la presión.
—Si dices una palabra, volveré por el dedo completo.
Entonces me llevaré tu lengua traicionera. O tal vez, iré por
tus niños. ¿Crees que les gustará mi colección de cuchillos?
—Hay un murmullo de palabras de Howard, alguna forma de
ruego.
—Has sido bueno ocultando cosas últimamente, asegúrate de
que siga así Dr. Discil. No. Me. Hagas. Enojar. —Lo empuja—.
¿Está claro?
Thatcher recoge su bolso, agarra la chaqueta del traje negro y
se la dobla sobre el antebrazo.
Podía sentir el peso sobre mis hombros mientras
caminábamos hacia nuestros autos en el estacionamiento,
una serpiente se deslizaba por mi espina dorsal, sabiendo que
era la última persona a la que dejaríamos con vida en nuestro
viaje hacia la venganza.
La misericordia ya no existe.
Capítulo Cuatro
Bienvenida a casa

Briar
El negro y el dorado, colores de la extravagancia, la riqueza y
el misterio se notan por todas partes. Son los colores
distintivos de la escuela y no podrían ser más apropiados.
Deambulo por los pasillos de ornamentada decoración. Altas
ventanas arqueadas y caleidoscópicas que me daban vértigo
por cómo deslumbraba la luz a través de ellas. Todo a mi
alrededor me parecía... caro.
Vi grupos de chicas apiñadas que pasaban a mi lado,
tomadas del brazo, riéndose de algo gracioso. Sus tacones
chasqueaban sincronizados, cada una con el cabello bien
trenzado a la espalda. Perdidas en su propio mundo. Ada
chirría en mi bolsillo, asoma la cabeza y vuelve a esconderse
cuando me agacho por una pelota lanzada por encima de mi
cabeza y me giro bruscamente para ver a un chico que la
atrapa con un palo de lacrosse. Levanta los brazos en señal
de celebración, mientras sus amigos pasan a mi lado
golpeándome en el hombro riéndose y chocando los cinco.
Otra chica estaba repartiendo folletos para un equipo de
debate; su falda de cuadros planchada y su chaleco me
decían que probablemente quería hacer algo importante en la
vida. Me sentía fuera de mi elemento, como si no fuera más
que una sombra en sus vidas.
Quiero decir, ellos no tienen la culpa de haber nacido ricos y
yo no. Esta ola de comprensión me golpea mientras camino
por esos pasillos serpenteantes, a través de los arcos
apuntados y subiendo un tramo de las decoradas escaleras.
Mis auriculares vibraban dentro de mis oídos.
Aquí nadie me conoce.
Ni un alma sabe quién soy.
Me abrí paso entre los compañeros de clase, cambié y me
moví entre los abrazos de reencuentro de los alumnos de
segundo. Apenas se fijaron en mí, no porque fuera rara o me
ignoraran, sino porque era nueva.
Llegué a la habitación hasta el final del tercer piso.
Escondidos a la izquierda, los números dorados, el 127 en el
frente. Mi mano agarró el pomo de la puerta, justo después de
que alguien me tocara el hombro. Me arranco el auricular de
la oreja izquierda, la música sigue a todo volumen en la
derecha.
—¿Sí? —pregunto, mirando a la rubia alta y guapa de dientes
súper blancos. Lleva un balón de fútbol bajo el brazo y no
para de reventar chicles una y otra vez.
—Lizzy Flannigan, —Ella empuja su mano libre hacia mí.
Le devuelvo el saludo, —Briar, eh —hago una pausa sin saber
por qué nos presentamos con apellidos—, Lowell.
Los nervios burbujean en mi estómago. Miedo al rechazo
automático que suele venir unido a mi apellido.
—Hmmm, nunca había oído hablar de Lowell. De todos
modos, es Flannigan como en Flannigan aceite. Sí, mi padre
es el dueño, bastante genial. Sólo quería avisarte antes de que
entraras en el palacio de los bichos. —Ella asiente con la
cabeza hacia mi dormitorio, haciendo estallar una burbuja
mientras lo hace.
Un suspiro de alivio pasa por mis labios, como he dicho, aquí
no me conocen.
—¿Palacio de los bichos? —pregunto, desviando la atención
de mí misma.
¿Un lugar tan bonito tenía un problema de bichos? Quizá si
dejaran de pagar tanto para que los jardineros hicieran
cuadros perfectos podrían contratar a un exterminador.
El presupuesto ayuda mucho, ¿sabes?
—Sí. Lo siento por ti, pero compartes habitación con Lyra
Abbott. Una chica gótica súper rara con una obsesión por los
bichos asquerosos, eres bienvenida a pasar el rato con
nosotras en la sala de estudiantes si no quieres estar allí.
Puede que incluso consigas un intercambio de compañeras.
—Se balancea sobre sus talones, adelante y atrás.
Tengo la sensación de que Lizzy está siendo amable porque no
ha encontrado una razón para estar A. Amenazada por mí. O
B. No ha olfateado mi debilidad.
Me gusta hacer mis propias suposiciones sobre la gente y me
gustaría hacerlo sobre mi propia compañera de piso.
—Gracias por la advertencia. Aunque creo que puedo
manejarlo.
Texas tiene serpientes de cascabel, creo que puedo soportar
algunos bichos. Empiezo a apartarme de ella cuando vuelve a
hablar.
—De todos modos —suspira—, se supone que tengo que
repartir esto a todos los de primer año. —Me entrega un
folleto negro—: Es una fiesta de bienvenida. Jason Ellis es el
anfitrión este año, lo que significa que sus padres están fuera
de la ciudad por negocios, así que tenemos toda su propiedad
para delirar.
Nunca me habían invitado a una fiesta, y mucho menos había
ido a una. Estoy segura de que la gente de mi instituto las
celebraba, pero nunca había ido. Esto me pareció un paso en
la dirección correcta.
Me preguntaba cómo serían las fiestas aquí. Por lo que había
oído, a los niños ricos les encantaba meterse en cosas que no
debían. Algo así como tener todo lo que se puede desear, pero
seguir necesitando más.
—Suena bien. Gracias por la invitación —digo fríamente.
—¿Eres de aquí? ¿O de una de esas grandes familias del
monopolio de la costa este? Nunca te había visto antes. —
Ladea la cabeza, mirándome de arriba abajo. Estudiándome.
Aquí está, está tratando de averiguar si soy competencia o
sólo otra chica rara de la que puede cotillear a sus amigas.
—Um, no —sacudo la cabeza—, soy de Texas.
—Ohhhh, dinero sureño ¿eh? Eso es genial.
Abro la boca, queriendo corregirla, no quiero darle una falsa
impresión. No me avergüenzo de ser pobre. Luchar por lo que
tienes sólo demuestra fortaleza. No hay nada de lo que tenga
que avergonzarme.
—¡Lizzy! ¡Vamos! —Alguien grita desde el pasillo.
—Esa es mi señal, ¿te veo mañana por la noche? —Ella
ofrece.
—Uf, claro, sí, totalmente. —tartamudeo sobre mi respuesta,
sonriendo un poco.
Al abrir por fin la puerta de mi dormitorio, lo único que quiero
es dejarme caer sobre el colchón con olor a naftalina y
cubrirme con el edredón rasposo que compré en Walmart.
—Sí, claro, totalmente... Qué jodida idiota. —Me imito a mí
misma, con ganas de estamparme la cabeza contra una pared
por ser tan torpe.
Ada empezó a moverse en el bolsillo de mi sudadera, lo que
significaba que estaba lista para instalarse en su nueva jaula.
Thomas había metido algunas de mis cosas dentro antes de
que yo llegara, pensó que me facilitaría la transición.
Dos camas individuales a juego en lados opuestos del
dormitorio, un escritorio en el extremo para cada uno de los
estudiantes que están dentro. Me acerco al escritorio, abro la
jaula mediana llena de cuerdas, juguetes y puentes y dejo
entrar a Ada para que se acostumbre a su nuevo entorno.
Me tomo mi tiempo para mirar su decoración. Ahora me doy
cuenta de por qué lo llaman el palacio de los bichos. Sus
paredes están llenas de cajas de cristal y carteles de bichos
muertos. La mayoría son escarabajos y mariposas, pero estoy
segura de haber visto alguna araña.
Oigo la descarga del inodoro, justo cuando me giro al ver que
se abre la puerta del baño. Sale mi compañera de piso, con
unas botas de lluvia rojas llenas de barro empapado,
secándose las manos en una toalla de papel.
No hablamos ni un segundo, me observa y yo a ella. Su
cabello castaño encrespado, que intenta ocultar bajo un
sombrero de cuero negro, y los mechones de su flequillo recto
sobresalen un poco. Me fijo en el anillo ovalado de color
ámbar que lleva en el dedo índice y que parece tener algún
tipo de insecto atrapado en su interior.
—Está muerto —dice, pillándome mirándola, mueve el dedo,
antes de señalar las de la pared—. Todos están muertos. Así
que no tienes que preocuparte que algo se arrastre sobre ti
por la noche.
La forma en que lo dice me hace pensar que ha tenido que
decir esas palabras antes o que está acostumbrada a defender
su afición. A ella le gustan los bichos y yo robo cosas, ¿quién
soy yo para juzgar?
—No me molestan —digo, escudriñando la habitación,
riéndome un poco—. Quiero decir que las arañas son un poco
espeluznantes, pero son geniales. Nunca había conocido a
nadie que las coleccionara.
Se quita un poco de peso de encima y una bonita sonrisa se
dibuja en su rostro mientras tiende hacia mí su mano recién
lavada: —Soy Lyra. Se llama entomología. El estudio de los
bichos, pero hoy en día soy sobre todo lepidopterista, sólo
mariposas y polillas, menos algunos escarabajos.
Ah, sólo nombres de pila. Qué buen comienzo.
—Briar. Un poco celosa de no tener un hobby genial. ¿Hay
alguna razón para ello? ¿O es que siempre te han gustado los
bichos? —Le devuelvo el apretón de manos con una sonrisa.
—Me gustan las cosas muertas. Es una larga historia, así que
Briar Lowell, ¿verdad? Te oí hablando con Lizzy. —Empieza a
caminar hacia su lado de la habitación mientras sigue
hablando—. Princesa de la industria petrolera. Campeona
estatal de fútbol durante cuatro años, se graduó la cuarta de
nuestra clase y empujó a su mejor amiga a una piscina en el
baile de graduación por accidente, porque accidentalmente
llevaba el mismo color que ella. —Las palabras
accidentalmente se utilizan entre comillas.
—Entonces, ¿es la abeja reina por estos lares? —Arrojo mis
cosas sobre la cama y me siento en el mullido colchón.
Intentaba no ser crítica, pero Lizzy me daba la sensación de
ser el tipo de chica de la que eres amiga sólo porque no la
quieres como enemiga.
—Es lo que tiene Ponderosa Springs. —Sigue mis
movimientos en su propia cama, quitándose las botas—.
Otros lugares tienen una Regina George. Aquí, nunca hay una
sola. Cada parte de la jerarquía tiene su propia chica mala,
los deportistas, tienen a Lizzy. Los nerds tienen a Emily
Jackville, futura ingeniera aeroespacial. Los locos por el arte
tienen a Yasmine Poverly, hija de no uno sino dos magnates
del arte, y se dice que tiene remolinos como Picasso. O lo que
sea que eso signifique.
—Este lugar es el sueño de cualquier adolescente. —bromeo
sarcásticamente.
Ella resopla: —Básicamente.
—Entonces, ¿cómo sabes todo esto? ¿Eres de aquí?
Girando el anillo en su dedo y mirando al techo, responde: —
Sí. Nací y crecí en Ponderosa Springs. No vengo de una
familia rica, así que para mí eso significa que soy un
fantasma. En realidad no me acosan, pero tampoco nadie me
habla. No beneficio a nadie, así que no me incluyen.
Simplemente floto por aquí, observando a los demás. —Gira la
cabeza para mirarme—: Todo lo que necesites saber sobre
este lugar y la gente que vive aquí, probablemente ya lo sé.
Asiento con la cabeza: —Sé lo que se siente. Ser invisible, es
más fácil así cuando conoces la alternativa. En casa tampoco
tenía muchos amigos.
—Bienvenida a la sociedad de solitarios, Briar Lowell. Soy la
presidenta, pero hay una vacante para vicepresidente.
Me río, inclinándome y sentándome con las piernas cruzadas.
Sociedad solitaria fiesta para dos. Me gustaba cómo sonaba
eso. Tener una amiga, formar parte de algo. Me agacho y
recojo el folleto que Lizzy me había dado.
Mis dedos rozan el grueso papel, leyendo las palabras una y
otra vez.
Cuando estaba en la escuela secundaria, me invitaron a una
fiesta de cumpleaños. Nada importante, sólo unas cuantas
chicas de mi clase de inglés. Nunca antes había ido a casa de
nadie en y me emocioné como una tonta.
Resumiendo, mi diversión terminó después de la manicura y
pedicura cuando pillaron a mi padre intentando robar un
banco. Todo el pueblo se enteró en cuestión de segundos y
rápidamente pasé de ser Briar, chica tranquila en inglés. A
Briar Lowell, basura de parque de caravanas cuyo padre
robaba para salir adelante.
Me dijeron que abandonara la fiesta esa noche. Y nunca volví
a hablar de ello.
Pero aquí las cosas son diferentes. Nadie reconoce mi
apellido. Nadie sabe quién soy. Puedo ser quien quiera. No
hay límites. Ya no tengo que ser un prodigio criminal con una
reputación manchada.
Ya no tengo que ser la forastera. Disimular para poder robar
cosas porque aquí ya está todo pagado. Todo porque me
preocupaba que me cortaran la luz o no tener comida en la
mesa.
Quería una vida en la que no sólo tuviera que sobrevivir. Una
que pudiera disfrutar.
Y sabía cómo empezar.
Capítulo Cinco
Conoce a tu demonio

Briar
Esta idea tenía mucho más sentido dentro de mi cabeza que
ahora mismo. Había parecido un gran plan toda la noche,
preparándome, conduciendo hasta aquí, incluso los primeros
veinte minutos parecían prometedores.
—No puedo creer que dejara que me arrastraras hasta aquí —
Ríe Lyra, ocultando el rostro tras su vaso rojo que sigue con
la misma cantidad desde que llegamos y se lo serví.
Estábamos agrupadas en un rincón fuera mirando a la gente.
En mi cabeza, cuando llegara aquí iba a ser una mariposa
social. Lyra y yo charlaríamos con chicas sobre las clases o
con chicos que nos parecieran guapos. Tal vez incluso
hablaría con un chico al que podría darle mi número de
teléfono.
No fue así, en absoluto.
—Bien, tal vez, —hago un sonido de oof cuando alguien choca
contra mí borracho, murmurando un lo siento antes de
continuar caminando a mi lado—. Tal vez este no era el
mejor plan. En mi defensa, ¡no pensé que la fiesta sería así!
Miro hacia el patio de la casa de Jason, estábamos en el patio
trasero donde los cuerpos llenaban el patio y la piscina
enterrada. Era una piscina preciosa, que provocaba la envidia
del nadador que había en mí. Era el único deporte que se me
daba bien y ni siquiera mi instituto tenía una tan bonita.
Bueno, menos los fluidos corporales y la basura por el
momento. El DJ ponía música a todo volumen por los
altavoces de la casa, y Dios se creía que el patio estaba lleno.
Los cuerpos llenaban cada centímetro cuadrado de esta
mansión, saliendo a borbotones del salón, la cocina e incluso
los dormitorios superiores.
Observé a través de la bruma de la máquina de niebla y la
hierba, cómo los cuerpos se rosaban al ritmo de la música.
—Te lo dije, los chicos de Ponderosa Springs no son normales.
Todo lo que hacen, tienen que hacerlo diez veces más duro
que los adolescentes normales. Es el dinero. Les da ese
complejo de que son intocables —grita por encima de la
música.
Prácticamente había arrastrado a mi nueva compañera de
piso a este lugar, soltando alguna estupidez sobre que
intentábamos ser algo más que fantasmas. Era nuestro
primer año de universidad, se suponía que los cuatro años
siguientes iban a ser los mejores de nuestras vidas.
Pensé que una fiesta era la forma perfecta de ponerlo en
marcha.
Obviamente, tenía las intenciones correctas, pero la ejecución
fue un poco mala.
—Voto por que nos vayamos y vamos a la cafetería de Tilly por
hamburguesas grasientas y patatas fritas, ¿qué te parece? —
ofrece Lyra, al ver lo incómodas que ambas estamos.
Echo otro vistazo a mí alrededor, parejas, tríos y más con la
lengua en la garganta del otro. Observo la astuta transacción
de pastillas en bolsitas de plástico. Me arden los pulmones
por el aire reciclado aunque estemos todos fuera, quisiera
estar en cualquier otro sitio menos aquí ahora mismo.
—Claro que sí... —empiezo, pero mi voz queda ahogada por el
cántico del nombre de alguien.
Lyra y yo desviamos la mirada hacia el tejado, donde hay un
tipo de pie en lo alto, vestido sólo con lo que Dios le dio y un
casco de lacrosse.
—Dios mío... —murmura Lyra, protegiéndose los ojos justo
cuando él grita algo incoherente y se impulsa desde el tejado
hacia la piscina.
Los que nos rodean pierden el sentido común que les queda,
gritan, ríen, se sumergen por completo en el momento.
—Si alguna vez vuelvo a venir a uno de estos, no será muy
pronto —murmuro, Lyra asiente con la cabeza. Tirando su
bebida por encima del hombro,
—Tengo que ir al baño muy rápido, entonces podemos irnos.
—¿Quieres que vaya contigo? No sé si me fío de todo el
mundo aquí —grita por encima del caos.
—¡Sí! Así no nos perdemos.
Juntas atravesamos el patio en dirección a la puerta trasera.
El calor que hace en el interior del salón me abofetea en el
rostro y me desconcierta un poco. La oscuridad es total, la
única luz son las bombillas estroboscópicas plateadas que se
extienden esporádicamente por la habitación. Es un lugar
estrecho, la gente se apiña imposiblemente.
¿Cómo puede alguien disfrutar de esto?
Mis manos sudorosas se agarran a las de Lyra mientras ella
se abre paso entre la gente lo mejor que puede. Parece que
avanzamos entre todos hasta que alguien se mete en medio de
nosotras.
Mi mano se escapa de la suya, mi bebida se derrama por la
parte delantera de mi camisa y, para colmo, hay tan poca luz
que apenas puedo ver la cara de alguien.
—¡Lyra! —grito por encima del desorden, entrecerrando los
ojos intentando vislumbrar su ondulado cabello castaño y su
camisa estampada.
Mi respiración se acorta, mi boca se seca mientras me relamo
los labios para humedecerlos un poco. Deseando no tener
encima de mí ropa la bebida porque siento la garganta como
el Sahara. Trato de mantener la calma, no quiero asustarme y
de repente desarrollar miedo a los espacios cerrados.
Mis pies avanzan arrastrando los pies, mis ojos divisan la
puerta principal y suponen que ahí es donde Lyra iría
también si nos perdiéramos. Solo hay una montaña de gente
que necesito atravesar primero.
La música cambia, ya no es una canción alegre de hip-hop
con una extraña remezcla, sino un chirrido desgarrador de
guitarra acompañado de una batería frenética. De repente,
una brisa helada me recorre la espalda y unos escalofríos
indeseados me salpican la piel. Mis sentidos se agudizan.
Siento un cosquilleo en la piel, mi respiración se hace más
profunda. Mis oídos casi se agitan con cada pequeño sonido.
Conozco esta sensación. He sido entrenada para notarla,
incluso cuando otras personas no reconocen la sutil
sensación de ser seguido, yo sí. Como ladrón, siempre tienes
que confiar en tu instinto, saber cuál es el momento
adecuado para atacar es tan importante como la propia
habilidad.
Entonces pienso, en realidad, sé que hay alguien aquí
observándome. Me giro rápidamente, comprobando mi
izquierda y derecha, todo el mundo está atrapado en la
euforia que esta fiesta les ha dado.
Alguien me sopla una nube de humo al rostro, haciéndome
toser y agitando la mano para quitármela de la vista.
Mi cuerpo retrocede, el corazón se me hunde hasta los pies,
asustada por lo que he encontrado. La luz estroboscópica
capta los ángulos de su cara a intervalos. Un segundo está
ahí en y al siguiente, en la oscuridad.
Viene a mí en secciones, como un rompecabezas.
Sus anchos hombros estaban protegidos por cuero negro, una
camisa blanca ceñida al pecho, que se estiraba contra los
rígidos músculos que hay debajo. El cuerpo perfecto de un
nadador. Alto, ancho, todo estrechado hasta una cintura
ajustada. Encuentro una de sus manos suspendida a su lado,
mientras se apoya contra la pared y su bota lo mantiene allí.
Piernas largas cubiertas con jeans desgastados oscuros, un
estándar para los universitarios, menos la cadena de la
cartera que abraza su pelvis y hace que mis pulmones
palpiten de adrenalina.
Hay al menos veinte personas desde mí hasta él, rodeándole
por ambos lados, y sin embargo él sobresale. Me quedo
inmóvil, sin dejar de verlo. Se me hace agua la boca, las
manos me sudan profusamente y siento un golpeteo en el
estómago.
El humo de su cigarrillo crea un velo de misterio alrededor de
su cara, la luz estroboscópica lo revela poco a poco. Capto las
venas de sus manos dominantes, dedos salientes, demasiado
grandes, adornados con anillos de plata.
Me estremezco inconscientemente, manchas de sangre se
aferran a sus nudillos. Hacía poco que los había conectado a
la cara de alguien y no estaba segura de si eso me
emocionaba o me asustaba. ¿Alguien capaz de luchar? ¿O
alguien violento por naturaleza?
Tenía mucha curiosidad. Mi yo entrometido quería más. Más
que las partes de él que podía ver. Eso fue hasta que empecé
a juntar los bordes de su cara. El latido de mi estómago
bajando hacia el sur, arrastrándose entre mis piernas.
Apreté el cuerpo y me mordí la lengua con dureza.
El ceño fruncido que adorna su cara angelical me deja sin
aliento. No entiendo cómo alguien tan guapo puede parecer
tan amargado. Siempre se me habían dado bien las
matemáticas, los ángulos, los puntos y los números.
Todo en él estaba perfectamente proporcionado. Alineado,
afilado e intenso.
Cabello oscuro, del color del ónice. Ojos oscuros como hilos
de regaliz, lo bastante azucarados como para comérselos y lo
bastante agrios como para ponerte enfermo. No era uno de
esos casos en los que crees que alguien te está mirando, pero
en realidad está mirando a otra parte.
Sus ojos no dejaban lugar a dudas. Me estaba mirando
fijamente.
Pero fue el tono de su corazón lo que me asustó. Un nivel de
negro tan aterrador barnizaba el órgano del interior de su
pecho que reciclaba sangre una y otra vez. Me hizo
preguntarme si al abrirle en canal su sangre se derramaría
carmesí.
La parte más baja de mi abdomen temblaba de miedo, de
deseo. Su aspecto ejercía una fuerza gravitatoria que me
atraía. Pero podía sentir las sensaciones que se desprendían
de él como una piedra en un estanque inmóvil. Estaba lleno
de alboroto, anarquía, violencia personificada, y eso tocó una
fibra sensible en mí que no había sido pulsada en mucho
tiempo.
Miedo.
Un miedo de sangre caliente que me hervía en la garganta, me
carcomía la piel y me provocaba la repentina necesidad de
huir, lejos, muy lejos de él.
Mientras mi cerebro se movía en alerta máxima, gritando que
me fuera y me pusiera en camino.
Mi cuerpo tuvo una reacción totalmente distinta. Se negaba a
abandonar su mirada. En el exterior estaba congelada. Pero
mi interior estaba vibrando. La sensación atrapada entre mis
piernas se intensificó porque había algo en los problemas que
siempre me había encantado.
Cuando la luz estroboscópica se atenuó durante una fracción
de segundo, iluminando de nuevo la habitación, ya no estaba
apoyado en la pared. Ahora estaba unos metros más cerca de
mí.
Un segundo estaba allí, al siguiente ya no, sólo para
reaparecer otro centímetro más cerca de mí.
Era un depredador al acecho de algo con lo que darse un
festín. Algo a lo que pudiera hincar el diente y destrozar por
las costuras, avivando su necesidad de caza y curando su
hambre.
Me rodeo la muñeca con la mano, clavando mis uñas en la
suave carne de mi brazo. Me obligo a no moverme. Tenía que
ver qué pasaba.
Lo que él haría.
Otro estallido de luz y entonces, pude sentirle en mi espacio.
Estaba tan cerca de mí. Absorbiendo todo mi oxígeno.
Mirando por encima de mi cuerpo. Sólo otro paso adelante,
sólo otro centímetro, y podría tocarlo. Olerlo. Sentir su
presencia diez veces más.
Como si pudiera intuirlo, se metió la lengua en la mejilla, se
la pasó por los dientes caninos y bajó la cabeza, con la
mandíbula tensa. Sus ojos me hacían señas y me daban
ganas de mostrarle algo... especial.
El sabía que estaba nerviosa. Estaba listo para que yo me
diera la vuelta y corriera hacia las colinas. Creo que una parte
de él quería perseguirme, quería que intentara escapar para
que el lobo que lleva dentro pudiera cazarme.
La oscuridad me envuelve un segundo más, conteniendo la
respiración, preparada para afrontar las consecuencias de mi
decisión. Para hacer frente a cualquier destrucción que
estuviera dispuesto a hacerme, preparada para ver cómo se
ilumina su cara con algo parecido a la sorpresa por haberme
quedado quieta.
Durante un milisegundo, pude oler algo picante y cálido.
Podía sentir su proximidad justo sobre mí, incluso oír su
aliento abanicarse sobre mi rostro.
Mis ojos se cerraron, flotando en los segundos antes que
atacara.
—¡Briar!
La voz de Lyra atraviesa la neblina, mis ojos se abren de golpe
y me doy cuenta que el hombre misterioso se ha ido, ha
desaparecido entre la multitud sin decir ni una palabra.
—Oye, ¿sabes quién...? —Me detengo, sabiendo que Lyra está
llena de conocimientos sobre la gente que vive aquí, pero
¿cómo se lo explicaría?
¿Alto? ¿Caliente? ¿Cuando te mira, sientes que podría
comerte viva? Pensaría que estoy loca.
—¿Saber sobre quién? —grita, juntando las cejas en señal de
preocupación.
Miro a mi alrededor una vez más, intentando vislumbrar
siquiera su chaqueta de cuero o sus anillos de plata.
Sólo para decepcionarme.
—Nadie, no era nadie. Vamos, salgamos de aquí.

Alistair
—Bueno, ¿conseguiste tu dosis, Alistair? No te conozco como
el tipo de hombre que sólo mira. Seguí esperando a ver
cuándo te abalanzabas, me decepcionaste, amigo. Estaba listo
para un espectáculo.
Bajo los escalones de la entrada encendiendo un cigarrillo. El
humo me quema el pecho, prendiendo fuego a todo lo bueno
que queda ahí dentro.
—¿No tienes suficiente acción, chico perfecto? ¿Necesitas
excitarte mirándome ahora? Todo lo que tenías que hacer era
pedirlo, Thatch, y te dejaría.
Con el brazo apoyado en la ventanilla del conductor, me mira
con fijeza. Lentamente levanta el dedo corazón, la gema de
rubí con el sello de su familia reflejándose en la noche.
—Muévete, cariño. —Abro la puerta del conductor, con una
sonrisa sarcástica.
—¡Este es mi auto!
—Y lo conduces como si fueras un anciano con cataratas.
Ahora muévete de una puta vez.
Aprieta las muelas, se eleva por encima de la consola central
y hasta el asiento del copiloto. Reajustándose el traje de tres
piezas. Odiaba este auto. El Lamborghini Huracán era uno de
los mejores del mercado, bañado en el color característico de
Thatcher. Rojo oscuro. Pero incluso yo podía respetar que este
auto necesitaba ser conducido correctamente e ir diez por
encima del límite de velocidad no lo era.
—Abróchate el cinturón, cariño. No quiero que te hagas daño.
Siento su mirada en un lado de mi cabeza mientras lo pongo
en marcha, pisando agresivamente el acelerador, con los
neumáticos chirriando ruidosamente.
—Si lo rompes, lo compras. —Thatcher gruñe mientras
salimos de la entrada y nos dirigimos a la dirección que Rook
nos había enviado.
Su mano derecha agarra el lado de la puerta, es sutil, la
mayoría ni siquiera notaría que su mano, ya pálida, se vuelve
de otro tono de blanco al apretar la manilla.
Excepto que sé que esto es lo único con lo que Thatcher no
puede lidiar y es no tener el control.
—¿Ah, sí? ¿Con qué dinero? ¿Crees que puedo desembolsar
los doscientos mil dólares por esto?
—Oh, no seas modesto, Alistair. Todos sabemos que tienes
más dinero que Dios. Una de las ventajas de tener tu apellido
en todo en la ciudad.
Mis manos agarran el volante con una fuerza imposible. El
animal de mis entrañas se despierta, lo hace cada vez que se
menciona el dinero de mi familia. Mi familia en general.
—No es mi dinero. Es suyo.
Se relaja un poco en el asiento y apoya la cabeza en el
reposacabezas con un suspiro,
—Lo que tú digas, Ali. Lo que tú digas.
El trayecto pasa rápido, este auto se come el asfalto para
desayunar. No tardo en girar el auto en la sucia entrada. Un
viejo y desvencijado buzón marca la casa.
Veo el fuego incluso antes de que aparquemos delante de la
casa, el resplandor naranja entre los árboles crepitando y
aumentando.
—Voy a jodidamente matarlo —gimo, pasándome una mano
por el cabello con la agitación sacudiendo mis manos.
El auto se detiene cuando estamos aparcados a varios metros
del remolque en llamas. Me apresuro a salir del auto y veo a
Silas que se cierne sobre un cuerpo arrodillado con un bate
de béisbol de madera en la mano.
—¿Dónde diablos has estado? —sisea Rook, acechándome,
con ira irradiando de su cuerpo.
—Sí, ¿por qué tardamos tanto en llegar, Ali? ¿No te habrías
distraído? —pregunta Thatcher, astutamente. Tiene tendencia
a hacer preguntas de las que ya sabe las respuestas.
Aumenta su monstruoso ego.
Empujo el pecho de Rook antes de que pueda encararse
conmigo, señalándole con el dedo: —Te dije que esperaras. Te
dije que en el peor de los casos podías encenderlo, pero no
antes que yo llegara.
El anarquista que hay en él se niega a echarse atrás, y mucho
menos a admitir que lo que hizo fue imprudente. Debería
haber sabido mejor que dejarle tomar la iniciativa en esto.
Rook es tan impredecible como las llamas rugientes detrás de
nosotros.
Me distraje. Es culpa mía no haber venido antes.
Las distracciones te hacen débil. Te hacen estúpido y no soy
ninguna de esas cosas.
Esta noche me he permitido ser ambas cosas.
Normalmente no disfruto de las fiestas. Fui esta noche porque
necesitábamos vigilar a Nate. Esperar a que se fuera. Antes de
eso sólo voy cuando tenemos un plan para causar algún tipo
de caos, asustar a la gente, pelearme con alguien, quemar
algo, arruinar la diversión de todos. Nunca voy a la fiesta de
verdad. Sin embargo, esta fiesta de Hollow Heights resultó
ser... interesante.
Debería haberme concentrado en la tarea que tenía entre
manos. Ahora mismo había mucho en juego, pero en lugar de
eso me detuve a observarla.
La que nunca apartaba la mirada de mis ojos, ni siquiera
cuando mi presencia empezaba a asustarla. Su rostro
querúbico brillaba en la oscuridad, reflejándose en las luces
estroboscópicas. No podía ver mucho de ella, no estaba
seguro de si su cabello era castaño o si era ese tono de rubio
oscuro que parecía gustarme.
No estaba tan seguro que importara.
Había algo dentro de ella que era más interesante que su
aspecto. La forma en que no huía de mí. No se dejaba vencer
por el miedo. No, era curiosa. Dejó que su curiosidad ganara,
quería ver lo que yo haría.
Mi polla se hinchó.
Preguntándome hasta dónde me dejaría llegar antes de gritar
misericordia.
—No eres mi maldito jefe, Caldwell. Si quiero quemar esta
mierda porque creo que es la mejor opción para protegernos,
eso es lo que voy a hacer.
—Cuidado, Rook. —le advierto.
—¿O qué? ¿Vas a pegarme? —Levanta una ceja—: Hazlo,
seguro que puedo soportarlo. —Me está provocando. Pero esto
no es sparring en mi sótano como de costumbre, esto es yo
descargando mi ira y él necesitando dolor. Estoy a punto de
arrancarle las pelotas y ponerlas en una estantería en mi
puta habitación.
—Señoras, tenemos asuntos más urgentes en este momento.
Guarden sus pollas, son inadecuadas comparadas conmigo,
centrémonos en no morir o ir a la cárcel por el momento.
Thatcher nos da una palmada en el hombro, empujando entre
nosotros y caminando hacia Silas. Sabe que esto no es nada
que deba preocuparle porque es como hermanos discutiendo
por el último trozo de tarta.
—¿Al menos cubriste tus huellas? —le pregunto a Rook
mientras seguimos los movimientos de Thatcher.
Me mira de reojo: —No soy un aficionado. Se rompió la
bombilla del horno, lo puse al máximo y tardó diez minutos
en explotar. Sin embargo, tenemos que hacerlo rápido, tiene
un laboratorio en el dormitorio de atrás, y he oído que la
metanfetamina es altamente inflamable.
Maldita sea.
—¡A batear! —Thatcher aúlla como un lobo a la luna llena.
Silas se endereza, como si estuviera bateando por un título de
las Series Mundiales. Hace retroceder el cañón de madera y lo
lanza hacia delante, balanceando con él las caderas y la parte
superior del cuerpo. Un ruido sordo, seguido del estallido de
algo que suena como Rice Krispies, electriza la noche.
Al parecer, Silas se había cansado de ver cómo nos
divertíamos.
Una carga de excitación recorrió mi sangre y mi polla volvió a
hincharse. Esta noche había estado llena de cosas que
aparentemente me excitaban.
—¿Quién es? ¿Y qué sabemos?
—Nate Robbins, autoproclamado Candy King4. Vende de todo,
desde hierba a heroína. La única persona en la ciudad de la
que puedes conseguir éxtasis con una corona. —Rook nos
dice—: Aunque no ha dicho nada sobre de quién lo consigue.
Sólo las respuestas normales: “para, no me mates”.
Miro hacia el remolque que se quema, todo el lado izquierdo
está invadido por el fuego naranja, que avanza rápidamente
hacia la parte trasera. No estaba interesado en ser quemado a
crujiente esta noche. Así que íbamos a tener que acabar con
esto.
Por suerte para nosotros, estaba aislado. Situado en una
parcela de tierra que estaba rodeada de árboles imponentes, a
kilómetros de distancia de cualquier otra persona. El lugar
perfecto para cometer un asesinato.
El viento aullaba, los búhos cantaban en las ramas y podía
oler la lluvia en camino. Siempre hay un aroma que se instala
en el aire cuando se acerca una tormenta.
Nate apenas podía sentarse sobre sus rodillas, si era listo, y
sabía que Silas lo era, golpeó primero las piernas. La suciedad
cubría su ropa, la sangre goteaba de su cara demasiado
rápido para ser saludable.
Dudo que sea capaz de salir de esta, si le dejamos vivir tanto
tiempo.
Bramó de puro dolor. Sabía que este sería un poco más difícil
de descifrar que el Doctor Howard. Nate era un criminal, tenía
más que perder si decía la verdad.
—¡No les voy a decir una mierda, idiotas! —Escupe saliva y
sangre al suelo delante de él.
—Qué heroico. —Thatcher gruñe.
No teníamos tiempo para andarnos con rodeos con este tipo,
no como con Howard. El reloj corría y necesitábamos
respuestas.
Me trueno el cuello y agarro a Nate por la parte trasera de su
grasiento cabello. Silas le había hecho un número, las heridas
abiertas rezumaban sangre y los moretones ya habían
comenzado.
—Thatcher, dame tu navaja. —Extiendo mi mano libre hacia
él, sintiendo el frío metal de la Swiss Army en mi mano.
Abro la hoja con facilidad, enganchándola bajo una herida ya
abierta, levantando la piel, destrozando ligamentos y nervios.
Es muy doloroso, algo que no me gustaría que me pasara a
mí.
—¡Hijo de puta! —grita, puedo sentir sus cálidas lágrimas en
el dorso de mi mano mientras se marchita en mi agarre. Cada
hueso que Silas golpeó está probablemente roto o destrozado.
Duelen con todos sus movimientos.
No podía imaginarme el dolor que sentía.
—Yo no volvería a mentir, Nate. Háblame del éxtasis.
—¡Maldita sea! ¡Joder! ¡AYÚDENME! ¡QUE ALGUIEN ME
AYUDE! —Se lamenta en la noche como una banshee.
Pongo los ojos en blanco y corto aún más la piel, tirando de
ella hacia arriba y presionando con la punta de la navaja el
tejido que hay debajo. Noto que la hoja le golpea el pómulo,
así que empiezo a frotarla de un lado a otro.
—Grita como una maldita marica todo lo que quieras, Nate.
Nadie puede oírte aquí fuera. No hay nadie que vaya a
salvarte de esto. —Me enfurezco.
—¡Joder agh, bien! —Se queja, berreando como un bebé.
Aunque no le culpo—. ¡Hablaré, por favor, hablaré!
Le doy una bofetada en el lado opuesto de la cara: —La
jugada más inteligente que has hecho nunca, Nate.
—Recibo mi X de un ayudante de profesor en Hollow Heights.
Se llama Chris. Es un buen producto, el único tipo que lo
hace así en el estado. Yo sólo, yo... —se detiene.
—Ah ah, sigue Candy King. —añado, moviendo la navaja
delante de su cara.
—Sólo lo marco con mi símbolo, ¿bien? Hacer que la gente
piense que soy yo el que hace la mierda. Me encuentro con el
tipo en el estacionamiento de Tilly's los sábados, conduce un
Volvo blanco. Eso es todo lo que sé, lo juro.
—¿Un ayudante de profesor? Me estas jodiendo. —suelta
Rook.
Hago caer el cuerpo de Nate al suelo, que golpea con un ruido
sordo. Las ventanas del interior de la casa se hacen añicos,
una explosión audible resuena desde el interior de las
paredes. El fuego sisea y cacarea, advirtiéndonos de su furia.
Levanto el brazo para protegerme la cara de la ola de calor.
Teníamos que irnos. Ahora mismo.
Dejando a Nate allí, sin miedo a que hable o si muere, de
cualquier manera no puede tocarnos. Es un traficante de
drogas y nosotros somos cuatro de los hijos más importantes
de este puto agujero de mierda.
Corro hacia el auto de Thatcher y, con la navaja, rajo los
neumáticos de Nate para que le resulte más difícil conseguir
ayuda.
—¿Están todos los de esta puta ciudad involucrados? ¿Quién
será el siguiente, los putos curas? —murmura Rook,
echándose la mochila a la espalda, con el casco en la mano,
mientras se gira para mirarme.
Miro a Silas, que mira fijamente las llamas que suben más y
más a cada segundo. Perdido en su cabeza y me pregunto si
está viendo algo más que llamas. Se preguntara si las voces
están ahí, o si está imaginando gente bailando a través del
fuego.
Me pregunto si la está viendo.
Mis ojos se enrojecen al saber que no puedo hacer nada más
que verlo sufrir. No puedo ayudarle, al menos no todavía. Pero
puedo masacrar a las personas involucradas en su muerte.
No puedo traerla de vuelta, pero puedo vengarla.
Por Silas.
Vuelvo los ojos a Rook, —Si lo están —una erupción sacude el
suelo, una ráfaga de viento caliente nos golpea a todos. Nate
grita, el fuego probablemente se extiende hasta fuera de la
casa y se arrastra hacia él—, entonces veremos arder toda la
ciudad por ese error. Por Rose.
Capítulo Seis
Los Hollow Boys

Briar
—Así que vamos, suéltalo. Dime lo que necesito saber sobre
este lugar. Dónde evitarlo, sociedades secretas —le pregunto a
Lyra mientras empezamos a picotear nuestro almuerzo.
El clima era lo suficientemente agradable como para comer
fuera, sin sol, por supuesto, pero no había lluvia y necesitaba
dar a mis alergias un descanso de todo el polvo dentro de las
paredes del edificio.
Apuñalo un tomate con el tenedor y me lo meto en la boca
mientras Lyra empieza a arrancar las semillas de sus cerezas
negras. Los jugos oscuros manchan sus dedos. Hoy había
sido una orientación obligatoria para todos los estudiantes.
Las clases empezaban mañana y no sabía si estaba
emocionada o quería vomitar sobre mis Chucks.
La orientación fue un festival del sueño. Profesor tras
profesor, luego el decano expresando su necesidad de
obediencia y excelencia. Profesores que hacían cumplir
normas que llevaban aquí más tiempo del que la mayoría de
nosotros llevábamos vivos. Apenas escuché, no pensaba hacer
nada demasiado escandaloso que me obligara a conocer los
detalles de su autoridad.
—¿Qué quieres saber? —responde, metiéndose una de sus
gruesas Doc Martens negras por debajo.
—Todo, cualquier cosa. —Me encojo de hombros—: ¿De
verdad está embrujada la Sala Kennedy? —Levanto una ceja
con una sonrisa juguetona.
Lyra se ríe un poco: —¿Quién sabe? Cuentan que una chica
se acostaba con uno de los profesores de inglés cuando se
inauguró la escuela. Al parecer, él intentó poner fin a la
relación y a ella se le rompió tanto el corazón que saltó desde
el borde de una de las aberturas de las columnatas5.
Recuperaron su cuerpo en el fondo del acantilado, clavado en
una de las rocas dentadas. Se rumorea que si caminas por
Kennedy Hall pasada la medianoche, puedes oír sus gritos al
caer.
El viento me pasa el cabello por detrás de los hombros, un
pensamiento me ronda la cabeza. ¿Qué tiene el amor que
hace que la gente quiera morir si no puede tenerlo? Había
oído una vez que era una sustancia química del cerebro y
empezaba a pensar que carecía de la biología necesaria para
sentir eso.
—Es una locura cómo la gente ama tan profundamente, ¿no?
—digo en voz alta.
Lyra muerde su cereza sin semillas, masticando suavemente:
—Eso no es amor. Es obsesión. Dos cosas muy diferentes.
—¿Sí? ¿No crees que es lo mismo?
—No, —Niega con la cabeza— el amor es real. Algo tangible
sobre lo que puedes pasar los dedos, cálido y seguro. La
obsesión es vivir una fantasía en tu cabeza, una y otra vez. La
obsesión es vivir en una pesadilla, pero no querer despertar
nunca.
Entrecierro los ojos y reprimo una sonrisa. Tiene el rostro
muy serio, mirándose las yemas de los dedos empapados de
cereza, como si hubiera algo ahí mirándola fijamente. Soy
consciente de que hay esqueletos en el armario de mi
compañera, todo el mundo los tiene.
Algo que les mueve. Un secreto esencial que motiva cada uno
de sus movimientos y cuando esté preparada, me lo dirá. Pero
una parte de mí piensa que esto es una pista sobre quién es
realmente Lyra Abbott.
—Vaya, qué profundo. —murmuro sarcásticamente.
Al oír mi voz, me da un empujón en el hombro de manera
juguetona: —Hablo en serio. Hay una delgada línea entre las
dos cosas, pero hay una línea.
Abro mi zumo y miro a mi izquierda al oír ruidos fuertes, y
veo a un pequeño grupo de chicos jugando al fútbol en medio
de las áreas comunes. Habíamos elegido una de las mesas
situadas bajo un árbol, lejos de las zonas concurridas,
porque, como nos dimos cuenta la otra noche, socializar era
algo que íbamos a tener que aprender.
Uno de los jugadores se abre paso entre el resto que intenta
llegar hasta él, cruzando la línea acordada para conseguir un
touchdown. Levanta los brazos por encima de la cabeza, su
cabello rubio oscuro espolvoreando la parte superior de su
frente. El tipo de chico hecho para llamar la atención.
Su camisa blanca de manga larga deja poco a la imaginación,
su material transparente permite una visión directa de los
profundos músculos del torso que contrae mientras ríe y
anima con sus amigos.
—Easton Sinclair —Lyra susurra—, el hijo de Dean Sinclair.
Uno de los hijos más queridos en Ponderosa Springs. Atleta,
presidente del cuerpo estudiantil, voluntario en el refugio de
animales local. Un humano perfecto si alguna vez hubo uno.
Me muerdo el interior de la mejilla, me cuesta no mirarle. No
puedes culparme, en casa no teníamos tipos así. Unos que
parecen modelos de Abercrombie.
Bastante seguro de que mi mirada le está haciendo agujeros
en un lado de la cabeza, gira la cara en mi dirección, sus
cejas se fruncen en su apuesto rostro mientras busca los ojos
que le miran.
Me vuelvo rápidamente hacia Lyra, con el rostro de un rojo
vivo.
—Sí —ríe Lyra— tiende a tener ese efecto en las chicas.
Veamos, quién más... ¡Oh! Scottie Campbell —Señala a
nuestra derecha—, sus padres son dueños de un montón de
acerías, y me tiró toda su bandeja de comida encima el primer
día de quinto curso. Al día siguiente se cayó por toda una
escalera en la universidad, después de eso empecé a creer en
el karma.
El tipo es alto, larguirucho y tiene pinta de ser de los que se
meten con los demás hasta que llega alguien más grande.
Sin poder evitar mi curiosidad, vuelvo la cabeza hacia Easton,
lo suficiente para vislumbrar a una guapa castaña que le
rodea los hombros con los brazos y le da un beso en los
labios.
—¿Y ella? —pregunto, envidiando un poco la forma en que su
falda de cuadros se ajusta a su figura. Una bonita rebeca le
cubre los hombros y una diadema le sujeta el cabello. Serena,
elegante y despampanante.
Todo lo que no soy.
—Mary Turgid, sus padres son propietarios de cadenas de
tiendas. Una de las personas académicamente más
competitivas de nuestro curso. Doble licenciatura, con
objetivos de ser abogada defensora en uno de los mayores
bufetes de América. Impulsiva, guapa y la maestra de matar a
la gente con amabilidad.
Sí, definitivamente lo opuesto a mí. Aunque hacen una bonita
pareja. La versión más joven de John F. Kennedy y Jackie O.
Me pregunto qué se siente al ser esa chica. Miss América, la
que todos aman, la que prospera en el centro de atención.
Llevaba aquí una semana y ya estaba pensando en cosas que
sé que nunca seré.
Aunque Hollow Heights fuera brumoso y un poco misterioso.
Tenía algo que Texas nunca tuvo.
Esperanza de una vida mejor.
Una gélida ráfaga de viento hojea violentamente las páginas
del libro de Lyra, aúlla entre los árboles haciéndolos gemir y
balancearse. El cielo, antes silencioso, se resquebraja con un
trueno. Un aviso de tormenta. Ahí va nuestro almuerzo.
Empiezo a recoger mis cosas, no quiero que me pille este
chaparrón cuando oigo a Lyra inhalar profundamente, como
si alguien le hubiera dado un puñetazo directo en las tripas.
—¿Por qué están aquí? —gruñe, con la voz temblorosa por el
miedo. Aprieta su libro contra el pecho como si fuera a
protegerla.
Miro rápidamente a mi alrededor, observando los murmullos
y susurros que se extienden por la comunidad. Todos miran
en la misma dirección. Noto un cambio de humor en el
ambiente, como si una fuerza oscura se hubiera apoderado de
todos.
—¿Quién? ¿Qué está pasando? —Arrugo las cejas, miro hacia
el vestíbulo principal, la puerta se abre y sale un agente de
policía. ¿Había ya una redada antidroga? ¿Por qué está todo
el mundo tan alterado?
El umbral de la puerta da paso a un cuerpo alto que hace que
un pequeño destello de algo muy parecido al miedo recorra mi
espina dorsal. La luz del día ilumina sus cuerpos, uno a uno
a medida que aparecen, con las manos esposadas a la
espalda. No podían estar a más de seis metros de mí.
Incluso atados con brazaletes metálicos, la histeria que
estallaba entre los estudiantes a mi alrededor me decía que
las esposas hacían poco por contener el poder que
reverberaban.
—Los Hollow Boys.
Lo dice como una oración de un culto satánico. Casi espero
que el suelo empiece a temblar y que empiece a llover fuego
del infierno con el peso de su tono. Era obvio que, por la
razón que fuera, no era la primera vez que estos tipos hacían
algo así.
La gente les tenía miedo por una razón. Cuatro en total.
Y era difícil negar lo atractivos que eran. Lo suficientemente
bellos como para atraerte, pero el aire que los rodeaba te
hacía querer dar un paso atrás. Varios pasos atrás.
Salieron, uno tras otro como dominios demoníacos, cayendo
en perfecta alineación. Cada uno de ellos tan diferente, y sin
embargo parecían engranar tan bien. Como cuchillos y
sangre.
El sonido de alguien que hizo un silbido vibró por la zona.
—No podían empezar el año sin algún tipo de caos, ¿no es así,
chicos? —aúlla en voz alta.
Los estudiantes se estremecieron físicamente, el vello de mi
nuca se erizó dolorosamente consciente del desasosiego que
recorría mi cuerpo. Me enorgullecía de no tener miedo a nada,
pero había algo contagioso en el miedo. Una vez que se
apoderaba de una persona, contagiaba a las que estaban a su
alrededor.
El primero, de pie, con los hombros echados hacia atrás, lucía
una sonrisa lobuna mientras una sola cerilla se posaba en
sus labios rojos, como una advertencia. Cada vez que movía
la boca, la hacía rodar hacia el otro lado.
—¿Es eso una cerilla? —pregunto, ridículamente.
Lyra asiente: —Se llama Rook. Rook Van Doren. Hijo del fiscal
del distrito. Es el más... accesible de los cuatro. Se podría
pensar que sus rasgos de chico de al lado le harían el más
dulce. Pero la cerilla está ahí por una razón —murmura como
si me estuviera contando una historia espeluznante alrededor
de una hoguera.
—La gente bromea diciendo que la cerilla está ahí para
encender su mecha corta. El año pasado quemó el sauce más
viejo de la ciudad. No había razón para ello. Sólo lo hizo
porque le gusta ver las cosas arder. Cada incendio, cada
crimen provocado, todo el mundo sabe que es él. Pero eso es
sólo lo que he oído.
Quería poner los ojos en blanco. Decirle que estaba siendo
dramática, incluso tonta. Pero podía sentir lo salvaje que era,
estaba en sus ojos. La forma en que se encendían y
crepitaban como un incendio forestal, a la espera de derribar
cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
—Una encantadora bienvenida a casa, creo. —La persona que
está detrás de él, su voz resuena como gritos en una cueva
vacía. Rebota en el interior de mi pecho y sus ojos azules
como el hielo queman a todos los que están frente a él,
incluida yo. Son los ojos más azules que he visto en un ser
humano. Es el más alto y más delgado de sus colegas, pero
por mucho creo que podría ser el más intimidante.
Su piel de porcelana, combinada a la perfección con su abrigo
gris oscuro, un jersey de cuello alto negro planchado y unos
pantalones a cuadros, me daban envidia de lo bien que iba
vestido. Todo en él me decía que le importaba cómo le veía la
gente. Se aseguraba de que cada mechón de cabello rubio
estuviera siempre en su sitio.
—Thatcher Pierson. La muerte manifestada en un humano
hecho perfectamente. —Lyra suspira igual que cuando admira
a uno de sus bichos muertos. Con emoción.
—Capaz de asfixiarte con sus propias manos y no sentir nada
en su frío y oscuro corazón. Es incapaz de sentir nada. Por
eso, se cree que la manzana no cayó lejos del árbol. Su padre
fue el único asesino en serie de Ponderosa Springs.
—Estás bromeando. ¿Un asesino en serie? —siseo. Pensaba
que mis padres estaban jodidos. Un padre psicópata supera a
unos padres arruinados con creces.
—¿Crees...? —No puedo creer que esté preguntando esto—.
¿Crees que es como su padre? ¿Ya sabes, mata gente? —
susurro porque que me condenen si me oye.
Lo único que hace es encogerse de hombros, viéndole caminar
a cada paso hacia los autos de policía.
—No lo sé y no es una teoría que muchos hayan probado. Así
que hasta entonces, nadie lo sabrá. —Sigue con sus ojos en
él, incluso cuando le pregunto por los demás.
—Uh, Silas Hawthorne. —Ella asiente—. Heredero de un
imperio tecnológico. Le diagnosticaron esquizofrenia cuando
tenía doce años. Por supuesto, sus padres trataron de
encubrirlo, pero no hay nada que permanezca en silencio en
Ponderosa Springs. No para siempre, al menos. Nunca solía
hablar mucho, pero ahora, desde Rosemary, es prácticamente
mudo.
Despliego mis ojos sobre el de piel dorada. Una apariencia
exterior diseñada para la luz del sol que llevaba eones de
oscuridad en su interior. Bonitos ojos dorados y marrones
que se suponía que transmitían calidez, pero tenía la
sensación de que solo albergaban demonios.
—¿Rosemary? —pregunto, sintiéndome como si me estuvieran
poniendo al corriente del funcionamiento local de una banda
o de algún club de asesinos.
—Rosemary Donahue, la hija del alcalde. No estoy segura de
lo que pasó exactamente, pero todo el mundo dice que tuvo
una sobredosis. Silas era su novio. Llevaban juntos desde la
escuela media, creo. Él fue quien encontró su cuerpo. Todos
lo hicieron.
Tenía sentido. Podía ver la ira que se sentaba sobre su
hombro. La oscuridad de la razón brotaba de él en oleadas. La
pérdida de alguien a quien amaba le había convertido en algo
completamente distinto.
Tenía tantas preguntas. Tantos sentimientos. No había
tiempo suficiente para aclarar mis pensamientos.
Fue entonces cuando las nubes empezaron a llorar, lágrimas
pesadas y húmedas que salpicaron mi fina chaqueta de tela
gris. Pronto se empaparía. El material barato no retenía bien
el agua.
Necesitábamos entrar antes que la lluvia cayera con toda su
fuerza, pero me quedé sentada en mi asiento. Porque el
último miembro se filtró por unos escalones empedrados y no
estaba segura de que necesitara presentación.
Le conocía.
Recordaría esos ojos en cualquier parte.
Los otros chicos habían ido vestidos con elegancia, ropa de
diseño, luciendo su riqueza como una insignia de orgullo.
Pero él llevaba una chaqueta de cuero desgastada que se
amoldaba a sus poderosos hombros. Debajo llevaba un
Henley gris y unos sencillos jeans.
La misma sensación que había tenido la otra noche se deslizó
por mis piernas, en la oscuridad era seductor, pero a la luz
del día tiene un aspecto tan impactante que me deja sin
aliento.
—Ese es Alistair Caldwell. Nunca lo dirían en voz alta, pero
todo el mundo sabe que él es el que manda. Su familia es
dueña de medio pueblo, uno de sus bisabuelos fundó
Ponderosa Springs. Pelea en El Cementerio cada fin de
semana, y nunca ha perdido. Dudo que nadie le haya puesto
la mano encima.
Alistair.
Así que ese es el nombre del tipo misterioso que había visto
en la fiesta.
Mi aliento sale en bocanadas visibles, la cadena en su
cintura, los anillos en sus dedos. Todo funcionaba tan bien
para encajar en esta imagen de un chico enfadado. Un dios
enfadado. Ni una sola emoción registrada en su rostro,
excepto la rabia.
Podía sentirlo incluso desde aquí.
—Los hijos de los tortuosamente ricos. La peor pesadilla de
Ponderosa Springs. Son la peste negra de este pueblo. No
porque sean populares, sino porque tienen el poder de
asustar a la gente. Leyendas. Pretenciosos y son dueños de
todo. Es que no sé por qué están aquí. —Lyra dice
confundida.
Estaban disfrutando de esto. Cada uno de ellos. Evocando
terror y preguntas. El alumnado tan preocupado por saber
qué era lo que les obligaba a salir esposados. Les encantaba
el miedo. Como monstruos hambrientos y era la comida
perfecta.
—Viven aquí, ¿por qué no vendrían a Hollow Heights? —De
alguna manera encuentro suficiente voz para hacer otra
pregunta.
—Odian estar aquí. Todos ellos. Se suponía que se irían
después del último año. Pensé... no sé. Simplemente no se
supone que estén aquí.
El viento me pincha la piel expuesta, el sudor se me acumula
en las palmas de las manos y se me escapa una respiración
agitada. La lluvia cae con más fuerza, pero nos quedamos
sentadas viendo cómo los meten en la parte trasera de los
todoterrenos negros.
La adrenalina que sentí cerca de él, Alistair, rivalizaba con
cualquier crimen que hubiera cometido. El corazón me
martilleaba la cavidad torácica. Mientras le metían la cabeza
dentro, sus ojos oscuros atravesaron los míos hasta aquí.
Sabía que me había visto. Como lo hizo en la fiesta.
La comisura de su labio se crispó y aspiré un suspiro.
Lentamente, guiñó un ojo antes de que la puerta se cerrara
del todo y se dirigieran a la comisaría.
Aquel día me persiguió una nube oscura, incluso después de
quitarme la ropa mojada y ponerme bajo la ducha caliente.
Me quedé allí, con la sensación de que Alistair aún no había
terminado conmigo.
Capítulo Siete
Niños en las sombras

Alistair
A lo largo de mi vida, había muchas cosas que nunca había
sentido. Cosas que no me importaría experimentar ahora.
Cosas triviales como, paz, consuelo, amor.
Verás, un niño necesita esas cosas para crecer. Es vital para
su desarrollo. Sin embargo, hacía tiempo que había aceptado
que lo que me nutría no era algo suave y dulce.
No me criaron con amabilidad ni alegría. Desde que llegué a
este mundo me dejaron muy claro cuál era mi papel en mi
familia.
Nada más que un repuesto. Una copia de seguridad.
A menos que le ocurriera algo a mi hermano mayor, yo no era
más que un desperdicio de espacio mobiliario en perfecto
estado.
Pero había un sentimiento que conocía. No por mi familia de
sangre. No porque mi padre me lo enseñara, o mi madre me lo
mostrara de pequeño.
Era algo que sentía en los huesos y me corría por las venas.
Algo que había aprendido tras años de experiencia. Era una
de las únicas cosas de las que me sentía seguro.
Lealtad.
Sabiendo que había alguien ahí fuera que me cubría las
espaldas igual que yo a ellos. Sabiendo que si se trataba de
ellos o de mí, me tiraría debajo del autobús cada vez.
Y así es como supe que este imbécil con placa estaba lleno de
mierda.
—Rindete, Alistair. Los otros chicos ya nos lo han contado
todo, inculpándote de todo. No querrás caer por intento de
asesinato e incendio provocado, ¿verdad, hijo?
Me tiembla el labio superior, tengo que tragarme físicamente
las ganas de levantarme y estamparle la cara contra la mesa
metálica que nos separa. Sin embargo, no me muevo y
mantengo las manos esposadas en el regazo.
Estoy impresionado con mi propio autocontrol.
—¿Sí? Dime, papá, ¿qué es lo que he hecho? ¿Me vas a decir
cómo lo he hecho? ¿Hmm? —tarareo sin inmutarme por sus
juegos.
La agravación le corroe. Probablemente está recibiendo la
misma mierda de Rook y Thatcher, Silas dudo que haya
siquiera murmurado una palabra desde que nos arrastraron a
la comisaría.
No obtendrían nada de nosotros y pronto se darían cuenta de
lo inútil que era, en primer lugar, siquiera traernos.
—Yo no soy tu papá, muchacho. Si lo fuera, irías a la escuela
militar antes de que pudieras abrir la boca. —Su acento
sureño me molesta, es obvio que se mudó aquí cuando ya era
grande porque los lugareños no suenan como pueblerinos.
—Y no soy tu hijo ni tu chico, campesino endogámico. Y no
voy a decir nada más, así que pierdes el tiempo.
Despreocupadamente, subo las piernas a la mesa y el barro
de la suela de mis botas cae sobre la superficie. Pongo las
manos detrás de la cabeza y me reclino hacia atrás, cerrando
los ojos. Nunca me había sentido tan despreocupado.
No éramos perros hambrientos dispuestos a despedazarnos el
uno al otro en cuanto se pusiera a prueba nuestra lealtad.
Llevábamos años cubriéndonos el uno al otro, ni siquiera
necesitábamos conocer los detalles de lo que uno de los dos
había hecho y, sin embargo, podríamos haber mentido de
forma tan impecable que nunca se sospecharía.
¿Creían que nos delataríamos? ¿Nos pondrían en
habitaciones separadas? ¿Bajar el termostato? ¿Mantenernos
esposados y dejarnos aquí una hora antes de entrar? ¿Que
podrían asustarnos para que nos delatáramos unos a otros?
No éramos unos putos perros.
Éramos lobos. Rabiosos, salvajes y ferozmente leales a
nuestra manada y sólo a nuestra manada.
—¿Crees que esto es una broma? Estos son cargos serios, te
enfrentas a años de prisión. ¿Crees que esa actuación de tipo
duro va a funcionar en una penitenciaría estatal? —levanta la
voz, oigo su puño golpear con fuerza la mesa, pero no me
molesto en abrir los ojos.
—Si tuvieras una pizca de prueba, podría, y lo digo en serio,
podría pestañear. Hasta entonces, voy a dormir un poco, ¿te
importa? —Abro un ojo y señalo el interruptor de la luz.
El chirrido de su silla hace vibrar la habitación, unos pasos
pesados se acercan a mí, siento sus dedos clavarse en los
bordes de mi chaqueta de cuero, acercándome a su cara.
Huelo su café matutino y su locion para después del afeitado
barato.
—Te atraparé por esto, pequeño imbécil. Si es lo último que
hago, yo mismo te meteré en la cárcel —sisea.
Aprieto los dientes, mis ojos se abren y estoy seguro de que
no hay nada más que pura maldad tras ellos. El burbujeo del
rojo empieza a filtrarse por mis iris, la habitación gira en
rápidos círculos, el policía de cuyo nombre ni siquiera estoy
seguro empieza a convertirse en nada más que una silueta
negra.
Algo que necesito borrar. No puedo detener el temblor de mis
manos, ni la forma en que mis manos se balancean hacia
arriba, incluso unidas por las esposas, golpeando la parte
inferior de sus brazos. Sus manos vuelan lejos de mí.
—Vuelve a ponerme las manos encima y te meteré el puño tan
adentro de tu culo de basura blanca que me lamerás los
malditos nudillos.
Me pongo de pie, mi altura me da tal vez una pulgada sobre
él. Lo miro fijamente, preguntándome si tendría las mismas
pelotas si yo no estuviera esposado y él no tuviera una puta
pistola. Lo dudo.
—¿Ah sí, muchachote? Hazlo. Dame una razón para tirarte a
la fosa. —Sonríe, engreído, como si no fuera a partirle la cara.
Mi moderación no es algo por lo que se me conozca y lo único
que me salva de verle recoger la mandíbula del suelo es la
puerta de la sala de interrogatorios abriéndose con un ruido
sordo.
—¡Tu caballero de brillante armadura está aquí! —Rook canta
mientras baila el vals en la habitación.
Oficial imbécil, da un paso atrás de mí.
—No puedes estar aquí, esto es una interrogación en curso.
—Bueno, verás, lo que pasa es que —empieza Rook, pero no
llega a terminar porque oigo a su padre en el pasillo detrás de
él.
—¡¿Alguien quiere decirme por qué detuvieron a mi hijo por
algo que dijo un traficante de drogas?! —bramó, y sé que el
agente que estaba a mi lado se estaba dando cuenta que la
había cagado.
El padre de Rook, Theodore, no era un enemigo que la gente
se hiciera a la ligera. Su padre fue una vez juez y Theodore
iba camino de pasar de fiscal del distrito de Ponderosa
Springs a juez en pocos años. Y como su padre antes que él,
se había convertido poco a poco en la peor pesadilla de su
propio hijo. Pero dejarlo ir a la cárcel no iba a suceder. Eso
mancharía demasiado su nombre.
Miro a Rook, con algo parecido a la comprensión en mi rostro
por lo que sé que tendrá que afrontar esta noche. Si alguien
merecía irse de este lugar, era él. Si alguien necesitaba
alejarse de su familia tóxica, era Rook.
Sacude la cabeza, diciéndome en silencio que lo deje.
Levanto las manos, sacudiendo las esposas. Le corroe por
dentro tener que soltarme. Esto se cierne sobre el mientras
mete la llave en la cerradura, liberando mis manos de los
brazaletes metálicos.
No le doy ni un momento más de mi tiempo, ya tengo
demasiadas cosas que hacer. Lidiar con las estupideces de
este idiota no es algo que quiera añadir a la lista de cosas que
tengo que hacer.
Caminando hacia la salida con Rook a la cabeza, le oigo abrir
la boca de nuevo.
—Caldwell —dice.
Giro la cabeza lo justo para que sepa que le escucho.
—¿Qué se siente al saber que tus padres son los únicos que
no han atendido el teléfono? ¿Están ocupados? ¿No están
visitando a Dorian en Boston, que ganó otro premio?
Odio el sonido de su nombre.
Dorian.
La razón por la que me volví así. La razón por la que incluso
nací en mi jodida familia. Creo que era la única persona en el
mundo que odiaba a Dorian Caldwell.
Sin embargo, hace mucho tiempo que dejó de importarme lo
que hacían y no necesitaba que me pusieran al día de lo que
hacían con su querido hijo adorado.
Todos en esta ciudad saben que soy su sombra. Les veo
susurrar y murmurar sobre ello cuando entro en salas llenas
de gente. No soy más que el sustituto barato que nunca tuvo
una oportunidad.
Sé que está tratando de meterse bajo mi piel, tratando de
hacerme enojar, pero no merece una reacción. No vale la pena
y ellos tampoco.
En lugar de hacer algo, sigo caminando hacia la salida de la
comisaría. Silas está sentado en el banco esperándonos, se
levanta en cuanto nos ve.
Íbamos a tener que hablar de esto, pero ahora no era el
momento ni el lugar.
Thatcher sale de una de las salas de interrogatorio, con el
padre de Rook no muy lejos detrás de él. Con el abrigo
colgado del hombro y una sonrisa en la cara.
Rook encendió un cigarrillo para que su padre se lo quitara de
la boca y lo tirara al suelo.
—¿Arrestado? ¿En el primer día de clase, Rook? ¿Cuánto
tiempo más durará esta rebelión? ¿Otro año, dos? ¡Porque me
estoy cansando de cubrirte el culo! ¿No crees que ya has
hecho sufrir bastante a esta familia? —Levanta un poco la
voz, al fin y al cabo está en público. Con un movimiento de
cabeza y una sonrisa forzada termina—: Sabes qué, podemos
tener esta conversación esta noche.
Aprieto el puño, no era la primera vez que quería partirle la
cara al Sr. Van Doren. Tampoco era la primera vez que me
ofrecía.
Pero por alguna razón, una que en nuestros años de amistad
nunca habíamos descifrado, Rook no nos dejaba ponerle una
mano encima a su padre. Incluso después de todo lo que le
había hecho pasar.
Sin embargo, yo tenía mis opiniones. Sabía que a Rook le
gustaba que le hicieran daño. Cuando me llamaba a
medianoche y necesitaba que le diera una paliza. Decía que
era para liberar tensión. Yo sabía que no era así.
Sabía que lo sentía como un castigo por algo que había hecho
en su vida, algo que había herido a su padre en un momento
dado, pero nunca estaba seguro de qué era.
Baja la escalerilla de la comisaría, caminando con los
hombros enfadados hacia su Cadillac.
—Tengo que ponerme al día con todo el trabajo que me perdí
porque mi hijo es un pedazo de mierda desconsiderado, pero
espero que estés en casa cuando llegue, ¿está claro, Rook?
Lo único que hace es asentir, ni siquiera le mira a los ojos.
—Y ustedes tres —Se gira señalándonos con el dedo—, estoy
así de cerca de dejar que se pudran en la cárcel, nunca debió
hacerse amigo de ustedes. Todo lo caótico que ha hecho es
por ustedes tres. —Acusa, como si estuviera en un tribunal
juzgándonos por la corrupción de su dulce e inocente Rook.
—Terrible mojigatería de tu parte, Theodore. —Thatcher
responde, mirándole fijamente.
No hace falta que digamos en voz alta que conocemos la
relación que comparten Rook y su padre. Él sabe que somos
muy conscientes de lo que sucede cuando pierde los estribos.
No intercambiamos nada más hasta que su auto sale del
estacionamiento.
Me vuelvo hacia Rook, pasándole el brazo por el hombro.
—¿Ya podemos matarlo?
—Lo secundo y hablando en nombre del mudo, él lo tercia —
añade Thatcher.
El niega con la cabeza, mirando al cielo gris como si hubiera
algún mensaje en esas nubes para él.
—No. La muerte es una recompensa para él. Quiero que
sufra. Igual que yo.
Capítulo Ocho
Aplicar Alistairtacticas

Briar
Desde pequeña, siempre se me habían dado bien los
números. Aunque puede que eso tenga algo que ver con que
mi padre me enseñara a contar cartas cuando era pequeña,
seguía prefiriendo los números a cualquier otra cosa.
Dos más dos siempre serán cuatro.
La raíz cuadrada de ciento sesenta y nueve nunca dejará de
ser trece.
En matemáticas todo tiene una resolución fija, claro que hay
varias formas de llegar a la respuesta, pero la mayoría de las
veces se sigue una fórmula fija y se obtiene siempre la misma
solución.
Las matemáticas son más fáciles que cosas como el inglés o
las personas. Ambas cosas son demasiado complejas, podrían
tener múltiples respuestas, dieciocho mil posibilidades
diferentes de cómo desglosar un poema o leer lo que alguien
quiere decir cuando dice “estoy bien”.
En un mundo donde todo tiene demasiadas probabilidades,
prefiero los números. Siempre.
Jugueteo con el cuaderno limpio que tengo delante, dando
golpecitos con la punta del bolígrafo en las hojas blancas,
lista para que empiece ya la clase. Todos los demás a mi
alrededor están socializando, buscando su sitio en los
asientos que rodean la sala de conferencias. Yo había elegido
un asiento al fondo, a la izquierda del frente, porque odiaba
sentir que alguien hablaba de mí a mis espaldas.
También admito que me encantaba observar a la gente.
Me pongo manos a la obra y empiezo a sacar el ordenador de
la mochila, deslizando el flamante MacBook sobre la mesa,
asombrada de tener uno de estos. Thomas me lo compró
como regalo, casi me negué a aceptarlo, pero sabía que lo
necesitaría para los cursos que iba a seguir.
—Briar, ¿verdad? —Capto a mi derecha, inconscientemente
hago una mueca antes de encontrarme con un par de
delicados ojos azules.
Arrugo las cejas porque no sé qué hace hablándome ni cómo
sabe mi nombre.
—Soy Easton, Lizzy mencionó que eras nueva en la ciudad. —
Extiende su mano para estrechar la mía como si fuera una
conferencia de negocios legal. La sonrisa que tenía cuando
llegó no ha bajado ni un milímetro.
Le devuelvo tímidamente el gesto, agarro su cálida mano
entre las mías y sigo su movimiento de arriba abajo. Me he
duchado esta mañana, pero algo en tocarle me hace sentir
sucia. Parece tan limpio, tan sereno y perfectamente arreglado
que me siento como agua de alcantarilla a su lado. Me
preocupa mirar hacia abajo y ver el barro de mis dedos en su
palma.
—Uh, ¿encantada de conocerte? —La forma en que lo digo,
llena de nervios, hace que suene más a pregunta que a
afirmación.
Se ríe sin esfuerzo, sus mechones rubios se mecen con la
fuerza, su gran pecho tiembla un poco.
—Mi padre podría matarme si no diera una bienvenida formal
a un no local. Lleva años intentando traer estudiantes de
fuera. ¿Estudias matemáticas?
Hablar con la gente es una habilidad que había dominado a lo
largo de los años. Se nota. En la forma en que se sostiene. La
confianza en sus hombros y la energía natural que desprende
hacen que parezca fácil charlar con él. No estoy segura de por
qué ha elegido hablar conmigo. Teniendo en cuenta que estoy
bastante segura que estoy en la parte inferior de la cadena
alimenticia metafórica en comparación con él.
—Estadísticas en realidad.
—Inteligente y guapa. Vaya combinación que tienes ahí. —Su
sonrisa se vuelve más coqueta.
Juraría que Lyra dijo que tenía novia. ¿Quizás se equivocó?
—Apenas. —Me burlo, la tensión en mis articulaciones se
alivia un poco—, ¿Y tú? ¿Estudias matemáticas?
—Informática. —Mueve los dedos como si tecleara—: Soy
bastante bueno con los dedos.
Sé que se refiere a sus dedos sobre un teclado, pero no puedo
evitar el rubor que empieza a calentarme las mejillas. Incluso
pensando en él con gafas, camisa blanca remangada,
tecleando en un ordenador, con el resplandor de la pantalla
iluminando los delicados bordes de su cara.
Es suficiente para sonrojar a cualquier chica.
Me doy cuenta que el asiento de al lado está vacío en ese
momento, mordiéndome el interior de la mejilla decido ¿qué
diablos? Lo peor que puede decir es que no.
Hago un gesto a la silla de al lado: —¿Quieres tomar este
asiento...?
—¡Easton! Cariño, ¡tengo nuestros asientos delante! —Una
voz dulce y azucarada resuena en la habitación, nuestras
cabezas miran en la dirección de donde viene. ¿Molly? ¡No,
Mary!
Es su novia, me advierto. Sabiendo por lo que me dijo Lyra
que no quiero enemistarme con ella, aunque parezca
inofensiva con su vestuario inspirado en Blair Waldorf.
—Probablemente deberías tomar tu asiento. Creo que está a
punto de empezar. —Me apresuro a salir, no queriendo
ningún conflicto entre él y ella. No necesito estar en medio de
una pareja de informáticos. No está en mi lista de cosas que
hacer.
—Sí, ha sido un placer conocerte —Me quita el bolígrafo de
las manos, tira de mi cuaderno abierto hacia él y garabatea
algo rápidamente—, llámame si alguna vez necesitas algo o
quieres ir a la biblioteca a estudiar.
Sólo está siendo amable, Briar.
Los chicos pueden tener amigas que sean chicas. Sólo está
siendo cortés, no le des demasiada importancia.
Probablemente a su novia le parezca bien.
—Gracias, lo haré. —Le agarro mis cosas, las vuelvo a poner
delante de mí mientras él camina hacia la parte delantera,
deslizándose en su asiento junto a Mary. Supongo que
pregunta por mí, porque sus ojos se dirigen rápidamente
hacia mí, antes de empezar a susurrarle al oído.
Le planta un beso rápido en la mejilla que responde a la
pregunta que le estaba haciendo, porque ella sonríe y se
acomoda a su lado.
No tengo mucho tiempo para pensar en ello porque entra
nuestro profesor, con su voz alta y controlando la sala. Le
sigue de cerca un chico más joven que toma asiento en un
rincón de la sala, en su propio pupitre.
—Bienvenidos a Matemáticas Aplicadas. Soy el profesor
Sheridan y este es mi ayudante, el Sr. Crawford. Asumiendo
que todos aquí están estudiando algún campo relacionado
con las matemáticas es seguro decir que este debería ser un
curso muy sencillo para ustedes. ¿Alguna pregunta antes de
empezar? —Se lleva las manos a la espalda y se pasea por
delante de la larga pizarra verde dando tiempo a los alumnos
para que levanten la mano.
Cuando se hace el silencio, asiente: —Estupendo,
empecemos.
Mi primer día había empezado como empiezan la mayoría de
los primeros. Natural. Tenía un profesor duro que hablaba
rápido y escribía aún más rápido. Como mi bolígrafo
trabajaba a contrarreloj, a mitad de curso decidí grabar en el
ordenador para no perderme nada.
Había superado la parte difícil, creo, el primer día siempre es
el más difícil y había hecho un amigo. Creo, así que me lo
tomo como una victoria.
Quiero decir que pensaba que había superado mi primer día
sin ningún obstáculo. Todo iba tan bien, estaba concentrada,
lo entendía todo, estaba satisfecha, y entonces el aire se agitó.
Llevábamos unos treinta minutos en clase cuando la puerta
se abrió con un fuerte crujido. Unas botas pisaron el suelo de
tablas y la misma cara de desprecio que había visto los
últimos días cada vez que cerraba los ojos apareció en el aula.
Esto no era confianza, él no se comportaba de una manera
encantadora como Easton. Su sonrisa no me hacía revolotear
mariposas en el estómago. Las incendiaba. Era desafío y el
poder de “me importa una mierda”.
No le importaba que llegara tarde, que estuviera infringiendo
o que todo el mundo le estuviera mirando. No le importaba
nada.
Vuelve la oscuridad que sentí en la boca del estómago aquella
noche. Crece dentro de mí, carcomiéndome la garganta.
Veo cómo el profesor Sheridan empieza a reñirle por su
tardanza, pero cuando se da cuenta de quién es, lo único que
dice es un mero: —Por favor, tome asiento, señor Caldwell.
Alistair examina la sala durante un rato, deteniendo a
nuestro profesor y a su ayudante un segundo más antes de
dirigirse a la sala de conferencias, a la caza de una silla vacía.
Los alumnos de delante tienen reacciones divididas. Algunos
de ellos, en su mayoría chicas, mueven sus bolsas para
despejar un sitio libre a su lado con la esperanza de que él
elija el asiento de al lado. Otros hacen todo lo posible por
eludir su mirada.
Miedo y admiración.
Dos emociones muy diversas y muy comparables. Ambas
tienen sus raíces en el mismo lugar, el interés.
Al mirar a los demás, le he quitado los ojos de encima, así que
cuando vuelven a él, veo que ya está subiendo los escalones
hacia mi sección de asientos.
Hay varias sillas vacías delante de mí. Tiene que elegir una de
ellas. Si no lo hace, va a quedar muy claro que eligió el
asiento a mi lado por una razón. El resto de la clase se dará
cuenta. No quiero que me conozcan como la chica que Alistair
Caldwell eligió entre el resto.
Pero la buena suerte es demasiado pedir porque su cuerpo se
desliza en la silla junto a la mía. Su gran cuerpo llena el
espacio, asfixiándome, haciéndome sentir tan pequeña. Como
si estuviera confinada en un rincón y un animal salvaje me
mantuviera en mi sitio.
Agarro el bolígrafo con tanta fuerza que tengo los nudillos
blancos. Siento los latidos erráticos de mi corazón, que me
oprime tanto las costillas que creo que me voy a desmayar.
Tontamente miro a mi alrededor y veo cómo la gente con la
que ni siquiera había tenido la oportunidad de hablar empieza
a jadear y susurrar. Suponiendo por qué se sentaría
precisamente aquí. Sus voces bajas y sus miradas poco
reservadas me hacen sentir incómoda en mi asiento.
—¿Hay algún problema? —El tono grave de esas pocas
palabras basta para decirme que su voz se parece a todo lo
demás que le rodea.
Inquietante.
Los estudiantes mirones y cotillas se mueven tan rápido que
me sorprende que no les dé un latigazo cervical.
Todo se calma mientras nuestro profesor procede a explicar
alguna fórmula que hace cinco segundos entendía
perfectamente y ahora ni siquiera podía reconocer de qué
clase se trataba.
Es su olor. Me estremece.
No sólo un atisbo como en la fiesta, sino todo su aroma.
Picante, como a clavo y carnal. Es el olor de la magia negra a
medianoche. Cuando las brujas se paran alrededor de su
brebaje por la noche con la luna y las velas quemando la
habitación. Incentivos flotando en el aire. Hechizos antiguos y
brujería oculta pican mi nariz. Es humo, madera y odio lo
mucho que me gusta este olor.
Malditas hormonas estúpidas.
Me prohíbo mirarle y me hundo en el asiento, manteniendo la
vista al frente y fingiendo concentrarme en lo que dice el
profesor Sheridan. Pero mi visión periférica ve mucho de él.
Suficiente para mantenerme preocupada. Sus manos
carnosas apoyadas en la mesa despreocupadamente. Es algo
tan extraño de notar. Cómo sus manos parecen normales en
este momento y no como armas. Me parece imposible ver en
él otra cosa que no sean problemas.
El anillo de su dedo índice lleva sus iniciales, algo que
llamaría bonito en cualquier otra persona.
Dios mío, incluso en mi vista lateral es guapísimo.
Pero no tan guapo como Easton. No. Easton es vallas blancas,
padre futbolista, almuerzos de domingo y sexo con las luces
apagadas. Y no hay nada malo en eso, es algo que quiero.
Algo duradero y seguro. Fiable.
Alistair es guapísimo de una forma siniestra. Abandono
temerario, agitación, corazones rotos, pero nunca lo dejarás
porque la forma en que su boca recorre tu cuerpo mientras
estás encadenada a su cama es suficiente para hacer que
cualquier mujer se quede.
No quería problemas. Quería seguridad.
Esta oportunidad, esta escuela, es mi oportunidad de tener
eso algún día. Una vida de la que no tenga que huir. Sin
embargo, todavía me estaba dejando afectar por él.
Aunque sabía lo que pasaría si me involucraba con un chico
como él.
Me sudan las manos, me pican las palmas. La misma
sensación que tengo cada vez que estoy a punto de robarle
algo a alguien. Te deja un sabor en la boca como a néctar.
Dulce y adictivo.
Por eso es tan difícil alejarse del lado equivocado de las vías.
Sabes lo malo que es para ti. Has visto lo que puede hacerte.
Pero se siente tan jodidamente bien que sólo tienes que
tenerlo.
Lo anhelas. Harías cualquier cosa por el. Morirías por el.
—¿Le guardas rencor a ese bolígrafo? —dice, todavía mirando
al frente del aula.
Parece que no soy la única que utiliza su visión periférica en
este momento.
Su voz no hace más que agitarme más. Quiero decir, ¿por qué
está aquí? ¿Acaso toma esta clase?
Me molesta que me agite así.
No es inesperado, pero uno pensaría que al menos traería una
hoja de papel y un lápiz, ¿incluso un libro? ¿Quién va a clase
sin material?
La gente como él siempre me ha molestado. Los que dejan que
el dinero de sus padres gestione todos sus problemas. Nunca
entienden lo que significa luchar porque papá y mamá les han
sacado de todo.
Claro, la gente de este pueblo le tenía miedo. A él y a sus
perros rabiosos.
Pero, ¿qué eran sino cuatro mocosos malcriados a los que les
encantaba hacer berrinches? Quiero decir que no eran
asesinos por el amor de Dios, ¡estarían en la cárcel si lo
fueran! No son más que una pandilla de niños ricos con
malas actitudes.
—¿Estás siquiera en esta clase? —Tan pronto como lo digo,
quiero retractarme. No porque no lo dijera en serio, sino
porque sé que va a responder.
Ni siquiera debería haberlo reconocido. Pero mi boca nunca
ha sido buena para mantenerla cerrada, especialmente
cuando estoy molesta.
Nos sentamos en silencio y espero, joder, rezo para que no me
haya oído. Así podré olvidar que he hablado y salir de esta
clase sin un rasguño.
Gira la cabeza despreocupadamente, mirándome
directamente a los lados como si tampoco pudiera creerse que
yo haya dicho algo.
—No. —Es todo lo que obtengo.
Déjalo en paz, Briar. Déjalo en paz.
—Entonces qué, ¿te sientas en la clase que quieras? ¿Es eso
una ventaja de tener tu apellido en una placa fuera de la
biblioteca? —Lo miro, sus ojos oscuros observan mi rostro.
Al diablo con eso. Voy a dejarle claro que no le tengo miedo ni
a él ni a sus amigos. Que meterse conmigo no es una buena
idea.
Una sonrisa se dibuja en sus labios y no puedo evitar
preguntarme qué aspecto tendría cuando sonríe. Si ese simple
movimiento suavizaría algo sus rasgos.
—Cuidado —sugiere—, yo no iría por ahí hablando de cosas
que no entiendes. No tienes ni idea de las ventajas que tengo
por mi apellido.
Pongo los ojos en blanco y aprieto el bolígrafo con más fuerza
como si fuera a protegerme de algún modo.
—Lo entiendo perfectamente. —La única forma de superar lo
que te asusta es enfrentarte a ello, derribarlo para que no se
convierta más que en una molestia—. ¿Eres un niño rico al
que probablemente le quitaron su AMEX? ¿Estás castigando a
papá y mamá por haberte castigado con tu Lambo? ¿Aburrido
de tu extravagante estilo de vida y quieres causar problemas?
Supéralo y bienvenido a todos los clichés de adolescentes
ricos. No eres especial.
Briar, eso fue duro. Más de lo que me hubiera gustado, pero
quería dejar bien claro que no iba a dejar que ni él ni sus
locos amigos me mangonearan. Me negaba a ser la Briar
invisible.
No es como si pudieran hacerme algo. Nada demasiado
dañino.
Sin embargo, no estoy segura de que eso sea cierto, ya que
cuento los tics en su mandíbula.
Uno, ¿trabaja el músculo de su mandíbula?
Dos, debería afeitarse el rastrojo.
Tres, joder.
Suelta un suspiro oscuro que le hace sonar la nariz,
inclinando el cuello lo suficiente como para romperlo. Siendo
realistas, no va a pegarme delante de toda esta gente.
Teóricamente, no le conozco lo suficiente como para saber que
no lo haría.
Actualmente, estoy enloqueciendo tratando de averiguar cómo
arreglar esto antes de que explote.
Vuelve a ponerse frente a mí y me mira con ojos de lince,
extiende la mano, agarra la pata de mi silla y me empuja
hacia él. No sé si es la silla la que chirría o soy yo. En
cualquier caso, mi rostro se tiñe de un rojo feroz porque sé
que la gente me está mirando.
Hago un ruido bochornoso cuando la esquina de mi asiento
choca con la suya. Esa misma mano que había estado
mirando empieza a trepar hasta agarrarme el muslo, sus
dedos aprietan con brusquedad de modo que la tela vaquera
de mis jeans me rechina. Y de repente me siento dividida
entre mis dos mitades.
La parte de mí que quiere abofetearle por ponerme la mano
encima y la parte que palpita por el calor de sus dedos en el
interior de mi muslo. Peligrosamente cerca de mi centro.
Su aliento me golpea en el rostro y me recorre los labios y las
mejillas. Huelo su café, su cigarrillo matutino y el chicle de
sabores que está mascando.
Se arremolina en mi cerebro, desordenando mis
pensamientos. Adormeciendo el lado lógico de mi cerebro
como la noche que lo vi por primera vez. Sabía que debería
haberme ido, pero me quedé de todos modos. Igual que estaba
haciendo ahora.
Me quedo boquiabierta, mientras sus ojos oscuros pasan de
mis labios a mis ojos una y otra vez antes de hablar.
—Hay una delgada línea entre valiente y estúpida, chica. La
estás pisando. —Susurra, mi cuerpo retrocede ante
el insulto, su cara se inclina aún más cerca.
Sus labios se acercan desesperadamente a los míos, a unos
centímetros, quizá. Siento el calor de su piel sobre la mía y sé
que debería apartarme, pero no lo hago. Mi cuerpo no me lo
permite. Se niega.
—No me temen por mi dinero, me temen porque podría, y les
mataría si se cruzaran conmigo. Deberías pensar en eso antes
de volver a abrir esos labios chupapollas.
Respiro bruscamente, con la lasciva imagen de mí arrodillada
frente a él mientras decía exactamente esas palabras. Mi boca
envuelta cómodamente alrededor de la gruesa longitud en sus
jeans, su mano enrollada en mi cabello tirando de mí hacia
arriba y hacia abajo para que pudiera darse placer.
—No seas estúpida. Conseguirás que te maten. —Termina,
soltando mi muslo y empujando mi silla a su sitio. Volviendo
a mirar al pizarrón, cruzando los brazos sobre el pecho como
si esto no acabara de ocurrir.
Algunos estudiantes se giran para mirar, pero nuestro
profesor no se da cuenta porque estamos en la parte de atrás
y nos da la espalda.
Contengo la respiración, con ganas de darme una bofetada,
pero también diciéndome a mí misma que necesito echar un
polvo cuanto antes porque, obviamente, estoy sufriendo un
caso de privación sexual si este psicópata me está excitando.
Solo estoy proyectando, eso es todo. Me digo mientras intento
calmar mis mejillas sonrojadas y mi respiración errática.
—¿Estás bien, Briar? —La melodiosa voz de Easton llega
como una manta de seguridad mezclada con agua helada,
devolviéndome a la realidad.
Parpadeo, mirando a los alumnos que salen corriendo del
aula y recogen sus cosas. Al parecer, estaba ausente. Ni
siquiera me he enterado de si teníamos deberes. Me doy las
gracias en silencio por grabar en mi ordenador, guardo el
archivo al instante y meto mis cosas en la mochila.
Me pongo de pie, —Sí, estoy uh, bien. Totalmente bien.
Realmente creíble, Briar. Honestamente. ¿Dónde está tu
Oscar?
Easton mira a Alistair, su cara antes encantadora se vuelve
gélida: —Caldwell —pronuncia dándole un saludo poco
estelar.
—Sinclair. —Canta, mirándole con una sonrisa.
Uno junto al otro, parecen la representación perfecta del día y
la noche. El ying y el yang. El bien y el mal.
No puedo moverme de mi sitio, a menos que Alistair mueva su
silla hacia delante. Así que me quedo quieta, observándoles
torpemente.
—¿Cómo está tu hermano? —Easton pregunta con suficiencia
como si fuera una broma interna o algo así.
Rápido como un látigo, Alistair responde con la misma ironía:
—¿Cómo está tu madre?
Durante unos instantes, se miran fijamente, ninguno de los
dos dice una palabra, sólo se observan. Está claro que no se
llevan bien, pero se conocen lo suficiente como para meterse
en la piel del otro.
—Vamos, Briar, te ayudaré a encontrar tu próxima clase. —
Easton se vuelve hacia mí, con una sonrisa amistosa en la
cara.
Agradezco la ayuda, deseando alejarme de esta situación lo
antes posible, pero Alistair aún no ha movido su silla.
—Déjala salir, idiota —gruñe.
—Si me lo pide amablemente, me lo pensaré. —Esto va
dirigido a mí. Esos ojos oscuros me miran y brillan con un
desafío.
Desafiándome a hacer algo al respecto.
Trago la bilis en mi garganta, no queriendo llegar tarde a mi
próxima clase y necesitando un poco de aire fresco que no
huela a clavo picante. Odiaba estar aquí, estar en medio de
todo esto.
No era una chica que se dejara intimidar. Mi padre me educó
mejor que eso.
Puedes hacerlo, Briar.
Me subo la mochila al hombro, me echo el cabello a un lado y
respiro para infundirme valor.
Con facilidad, balanceo la pierna sobre el regazo de Alistair
intentando ignorar el deseo entre mis piernas que está
directamente sobre su regazo. Nuestras miradas se cruzan
durante una fracción de segundo, él aprieta la mandíbula y
cruza los brazos sobre el pecho, con las venas abultadas.
Easton me toma de la mano para apoyarme y me ayuda a
tirar de la otra pierna antes de colocarme a su lado en la fila
exterior.
—Tengo estadísticas con Gaines —le digo ya caminando por el
pasillo hacia la puerta, sintiendo que el par de ojos de ébano
siguen cada uno de mis movimientos.
Intento no hacerlo. Intento luchar contra la parte de mí que
busca problemas. La parte de mí que echa de menos la
adrenalina de robar y vagar por las sombras. Me digo que
ahora puedo ser diferente, que no tengo que ser esa persona.
Pero gana. La lucha es inútil.
Con cautela, giro la cabeza hacia la parte superior de la sala
de conferencias, mirando al inmóvil Alistair. Sus ojos no se
apartan de los míos, como si supiera que le devolvería la
mirada.
Una sonrisa de satisfacción adorna su cara justo cuando
levanta la mano, moviendo suavemente los dedos en un
simulacro de despedida.
Desde aquí abajo, sus ojos no son tan oscuros. Son de un
impresionante color marrón y me parece casi injusto que los
chicos cosidos con magia oscura y crueles intenciones tengan
siempre los ojos más bonitos.
Capítulo Nueve
Spade One

Alistair
Una vez fui a terapia.
Una vez, una sola cita que duró unos veinticinco minutos
antes que los psiquiatras se negaran a seguir trabajando
conmigo.
Tenía doce años, medía cinco centímetros menos que ahora, e
intenté apuñalar a mi hermano de diecinueve años en nuestra
cocina durante una fiesta de Navidad, después de romperle la
nariz y mis nudillos derechos.
Es curioso, no recuerdo mucho de ello aparte de lo que me
han contado y en perfecta visión recuerdo estar sentado en el
suelo de la cocina viendo como gente con conexiones movían
los hilos llamando a los mejores cirujanos plásticos y médicos
que el dinero podía comprar.
Mi madre berreaba, sosteniendo la cara de Dorian entre las
manos mientras él se llevaba un pañuelo empapado en sangre
a la cara, haciéndole señas para que se apartara de él.
Salieron corriendo por la puerta, todos se fueron poco
después y ni uno solo me buscó. Ni por castigo. Ni por que
estuvieran preocupados. Ni siquiera para preguntarme por
qué lo había hecho. Por nada. La única razón por la que me
habían llevado a terapia fue porque mi abuela insistió en ello
para salvar el apellido Caldwell. Alegó que yo tenía un
trastorno explosivo temporal, cualquier cosa para que se viera
mejor.
Todos pasaron por delante de la cocina, donde yo estaba
sentado, apretándome los nudillos destrozados con la mano,
viéndoles mirar a través de mí como si no fuera más que
cristal. Algo a lo que sólo mirar a través de, nunca a ello. No
como Dorian, que no era más que oro puro.
Ese había sido mi primer puñetazo. Mi primera explosión de
rabia que no pude contener. Físicamente no podía tragarlo
más, tenía que hacer algo. Quería hacerle daño. Quería
matarle.
Me dirigí a la nevera y agarre una bolsa de guisantes
congelados, sabiendo que el frío me ayudaría a bajar la
hinchazón. Rook me lo había enseñado incluso antes de
cumplir los siete años.
Dorian estaba en su segundo año en Hollow Heights y había
decidido que quería un despacho, para estudiar, follar con
chicas, cualquier mierda que le hubiera dicho a mis padres.
En vez de tomar una de las otras quince mil habitaciones
libres, tomó mi invernadero. Lo eligió porque sabía que era el
único sitio de la puta casa en el que yo podía estar. Ni
siquiera quería un despacho, sólo quería demostrarme, una
vez más, que todo en mi vida era suyo.
El invernadero estaba en el extremo oeste de la casa, era una
pequeña extensión circular de la casa original. Mi abuelo lo
había construido para mi padre cuando él tenía mi edad, y
nunca se había utilizado hasta que yo tuve cinco años.
Me quedaba allí todo el tiempo. Nunca salía a menos que no
estuviera en casa.
Me gustaba escuchar cómo la lluvia golpeaba la vitrina que lo
rodeaba, ver cómo los relámpagos caían sobre los árboles y
los truenos sacudían el pequeño sofá verde que había dentro.
No había mucho más que el sofá. Unas cuantas plantas
muertas y estanterías inútiles, pero era mío y era el único
lugar que tenía.
Y me lo quitó.
A la misma edad que él tenía cuando intenté asesinarle, yo
seguía sin poder pisar esa habitación. Cuando se fue a la
escuela de posgrado, dejaron toda su mierda allí y, la verdad
sea dicha, dejó de ser mía en el momento en que pidió
tenerla.
La corta lista de lugares a los que podía escaparme se había
reducido aún más aquel día. Sigue siendo igual de corta.
El Cementerio era sólo para los fines de semana, yo
gobernaba el ring. Nunca vencido. Nunca tocado. Pero no era
mío. En realidad, no. De vez en cuando iba a casa de
Thatcher, pero incluso allí me sentía fuera de lugar con todas
las esculturas únicas y decoraciones victorianas.
El único lugar que tenía ahora era Spade One.
Era una tienda de tatuajes a las afueras de Ponderosa
Springs, encajonada entre una vieja barbería y un almacén
general. El letrero de neón que colgaba a un lado de la
ventana zumbaba y proyectaba un resplandor púrpura a
través del ventanal de la tienda.
Con dos niveles, el inferior es la sala de espera con sofás de
cuero negro, el mostrador de recepción y un pequeño armario
de almacenamiento.
La planta superior estaba dividida en secciones por altas
placas de cristal, lo que daba a cada artista su propio espacio
para decorar su puesto como mejor le pareciera. La mayoría
eran diseños personalizados enmarcados en las paredes,
pegatinas y equipos de tatuaje. Y al fondo había un escritorio
de madera donde yo me quedaba a menos que estuviera
limpiando la tienda o ayudando.
La razón por la que me había enfurecido tanto con Dorian
hacía tantos años, la razón por la que me había empujado a
dar mi primer puñetazo, a despertar de verdad esa rabia que
llevo dentro y que no se va, es porque es donde yo había
dibujado.
No lo mantuve en secreto porque, bueno, no es que a mis
padres les importara una mierda lo que hacía. Así que los
colgaba en los paneles de cristal de las paredes del
invernadero. Cada uno cubierto con una hoja de papel crema
y algún tipo de diseño que había dibujado. Dorian lo sabía. Lo
había visto.
A los doce ya había cubierto el espacio con ellos. Así que,
cuando lo remodelaron para convertirlo en su despacho,
nunca volví a ver esos dibujos. Los habían tirado todos. Un
clavo más en mi ataúd emocional.
Como no quería que ganara, como no quería que mis
garabatos volvieran a caer en sus manos, empecé a dibujar
sobre mí mismo. Mis dedos, mis manos, brazos y muslos.
Dondequiera que pudiera alcanzar.
A menudo me preguntaba si mi padre y mi madre me habían
echado un vistazo, si habían visto que tenía talento. Pero
podría haberme graduado en el MIT a los diez años, con un
coeficiente intelectual que rivalizara con el de Einstein, y aun
así no habría sido suficiente para igualar a mi hermano. No
había nada que yo pudiera hacer que fuera lo bastante bueno
para ellos.
Creo que fue mejor que aprendiera eso a una edad temprana
en lugar de vivir toda mi vida compitiendo por su atención
cuando nunca sucedería. Tenían todo lo que necesitaban en
un niño cuando tuvieron a Dorian. Yo sólo era un desperdicio.
Desde los diecisiete años había empezado a venir aquí. Lo
encontré una noche mientras conducía mi auto hasta tarde,
contemplando la posibilidad de tirarlo por un popular
acantilado de saltos conmigo dentro. No tenía nada por lo que
quisiera vivir.
No es tan triste como crees. Quiero decir, pasa todos los días.
La gente muere, lo superas.
Había estado deseando morir desde que descubrí la razón por
la que me dieron la vida. Los chicos se hubieran tenido el uno
al otro. No me necesitaban y estaba cansado de luchar por
una vida que odiaba. Y fue entonces cuando vi la tienda.
Así que, si creyeras en estupideces de Hollywood como el
destino, podrías llamarlo algo así.
Cuando entré, conocí al dueño, Shade, y empecé a
presentarme con un carné falso sólo para tatuarme, me di
cuenta de que por fin había encontrado algo que era
verdaderamente mío.
No de mi hermano. Ni de mis padres. Ni siquiera de los
chicos. Era todo mío, y nadie podía quitármelo.
Shade me dejaba trabajar aquí cuando tenía tiempo, de forma
gratuita por mi parte, y la única vez que utilicé un céntimo
del dinero de mis padres voluntariamente fue cuando solicité
mis prácticas aquí después de enterarme de que me quedaría
en Ponderosa Springs el año siguiente.
El plan original, antes de Rose, era irme a Nueva York. A
Shade le había gustado mi trabajo y dijo que me pondría en
contacto con una tienda de la costa este para hacer las
prácticas. Era como si alguien me hubiera quitado un peso de
toda la vida de encima y por fin sintiera que las alas que me
habían cortado de niño empezaban a crecerme de nuevo.
Entonces alguien tuvo que ir y asesinar a la chica de mi mejor
amigo. Una chica que había visto como una hermana
pequeña. Y todo ese plan se puso en pausa.
Iba a largarme de este puto lugar, lejos de toda la mierda y
empezar una vida donde nadie me conociera. Donde nadie
supiera mi maldito apellido.
El lápiz que tengo en la mano se rompe en dos pedazos,
astillándose sobre la mesa de trabajo y mi diseño de tatuaje
inacabado. Era un trozo de muslo en el que había estado
trabajando desde que llegué. Todos los tatuajes de mi cuerpo
los había hecho o dibujado yo mismo. Todo mi cuerpo era mi
portafolio. Había dejado que Shade hiciera los que yo no
podía, pero mis piernas eran todas mías.
—¿Es buen momento para fumar? —dice Shade desde su
cabina, levantando la vista de la pierna del tipo al que está
tatuando.
Asiento con la cabeza: —Creo que sí. —Empujo mi silla hacia
atrás y me pongo de pie para estirarme.
—Cuando vuelvas a subir tráeme más guantes del almacén,
asegúrate...
—Los negros. Recuerdo cosas, ¿sabes? —Llamo mientras mis
pies me llevan por los escalones y fuera de la puerta principal.
El tráfico peatonal es lento, lo que me deja un poco de paz y
tranquilidad mientras enciendo un Marlboro Rojo y dejo que
el humo familiar llene mis pulmones con la primera calada.
Pensé que iba a tener paz y tranquilidad.
Mi teléfono empezó a vibrar en mi bolsillo delantero en mi
segunda calada y no puedo no contestar. No con todo lo que
está pasando.
Me coloco el cigarrillo en el labio, sosteniéndolo entre los
dientes mientras deslizo el dedo por la pantalla, acercando el
altavoz a la oreja.
—¿Sí, esposa?
Oigo una burla: —Si yo fuera tu mujer, no te vestirías como el
presidente retirado de un club de moteros con problemas con la
bebida. —Me informa Thatcher.
—Sí que te quejas como una esposa. —Me deslizo por la
pared, me pongo en cuclillas y apoyo la espalda contra las
ventanas que van del suelo al techo del exterior de la tienda
—. ¿Por qué me llamas?
—Mejor pregunta, ¿dónde estás?
—¿Por qué? —respondo a su pregunta con una propia.
—Porque se supone que deberías estar aquí ayudándonos a
supervisar a Rook. Ya sabes, asegurándote de que no vuele mi
casa de un millón de dólares en pedacitos, mientras hace
cloroformo en mi sótano.
Joder.
Lo había olvidado.
De acuerdo, era bastante importante, pero estoy seguro que
podrían arreglárselas sin que yo estuviera allí.
Chris Crawford, el ayudante de profesor del que nos habló
nuestro traficante de drogas soplón, era la única pista que
nos quedaba. Decirlo así nos hacía parecer detectives
vengativos. Tomarnos la justicia por nuestra mano, guardar
la placa y darnos cuchillos.
Llevábamos toda la semana siguiéndole, intentando pillarle
haciendo algo fuera de lo normal y casi habíamos dejado de
hacerlo, nos habíamos dado por vencidos, hasta que Thatcher
sacó fotos de él revisando productos en su auto después de la
universidad. Estaba por determinarse si era nuestro asesino.
Pero estaba suministrando las drogas que mataron a Rose y
eso era mejor que nada.
Teníamos que tener algo a lo que aferrarnos. Cualquier cosa.
Si no lo teníamos, tenía miedo de lo que Silas haría.
—Es químico, Thatcher. Es sólo acetona y lejía, tu abuela
muerta podría hacerlo. Mientras no se ponga nervioso,
estarás bien sin mí por unas horas.
Tan hambriento como estaba de represalias, no podía evitar
esperar que este fuera el final. Que Chris drogara a Rosemary
tratando de meterse en sus pantalones y terminara
terriblemente. Podríamos torturarlo hasta que muriera
lentamente. Entonces podríamos seguir con nuestras vidas.
Excepto Silas, por supuesto. Le llevaría años.
Los había visto crecer juntos, a Rose y a él. Ella era la única
que realmente entendía su esquizofrenia. Cuando estaban
juntos, era como si estuvieran en su propio pequeño y
retorcido mundo.
No estaba seguro de cuánto tardaría en recuperarse. Si es que
alguna vez lo hiciera.
—Nunca respondiste a mi pregunta original, Alistair.
Oh, aquí viene.
—Pensé que había dejado muy claro que serías una esposa de
mierda. —Intento distraerle, pero todo es en
vano, ya debería saberlo.
—¿Dónde estás? —exclama, dejando claro que no quiere
volver a preguntar.
—Estoy fuera. —Exhalo, mirando a mi alrededor.
Sí, podría decirle a mi mejor amigo que estaba en una tienda
de tatuajes donde estaba haciendo un aprendizaje. No es que
esté haciendo un drive-by6, pero es el principio.
El hecho de tener esto para mí solo. Algo que no necesito
compartir ni preocuparme de que me lo quiten.
Nunca se sabe lo bien que sienta la propiedad hasta que uno
es al que nunca se le permite tener nada, al que siempre le
están quitando.
—Necesitaba un respiro, fui a dar una vuelta. Ya sabes lo que
Ponderosa Springs me hace. ¿Por qué tienes tanto interés en
saberlo?
Se hace un silencio, antes de que vuelva a hablar: —¿Así que
ahora nos guardamos secretos? ¿Eso es lo que estamos
haciendo?
—No. —Aspiro el humo—: Si necesitaras saberlo, te lo diría.
—Me paso una mano por el cabello porque sé que está a
punto de tener una actitud conmigo.
Prácticamente puedo oír cómo le rechinan los dientes. Ni
siquiera estoy seguro de por qué le importa lo que hago, no es
como si fuera capaz de preocuparse realmente por alguien.
Todo dentro de Thatcher está muerto.
Toda emoción. Sentimiento. Remordimiento. Todo.
—Claro, amigo —murmura fríamente.
—Nos vemos mañana —digo, pero él no lo oye porque me
recibe el tono de llamada finalizada en el oído antes incluso
de que termine la frase.
—Maldito idiota.
Miro mi teléfono y veo un mensaje perdido de Silas de antes.
Lo abro y veo un enlace y su texto debajo.
Lo que querías.
Al pulsar con el pulgar sobre el enlace, me lleva a una carpeta
de documentos que supongo que ha reunido Silas. Una
sonrisa de satisfacción se dibuja lentamente en mi cara, como
cuando llevas meses buscando algo y empiezas a hincarle el
diente.
En mi pantalla está todo lo que Silas pudo averiguar sobre
Briar Tatum Lowell.
Aparte de saber que era una sabelotodo y que Easton Sinclair
estaba empalmado con ella, no sabía una mierda y lo odiaba.
Las incógnitas no eran algo que me gustara.
Su actitud hacia mí dejó claro que no era de la zona y,
aunque me gustaban las chicas que podían dar tanto como
recibir, estaba bromeando cuando dije que se estaba pasando
de la raya.
Para meterme en su piel como yo quería, necesitaba saberlo
todo sobre mi oponente. Aquella tan valiente y audaz, tan
segura de que no me tenía miedo mientras sus muslos
temblaban bajo mi contacto.
Al principio iba a dejarlo pasar, pero incluso después de esa
clase me estaba carcomiendo. Molestándome con sus ojos
multicolores. Una mezcla de dorado, marrón y verde
arremolinados en una espiral. Así que busqué en Facebook
antes de mandar un mensaje a Silas. Hacía años que no
entraba en Facebook, joder. Tuve que crear una cuenta falsa
para buscarla. Resulta que a ella tampoco le gustan las redes
sociales.
Según su expediente académico, nunca faltó a clase, tenía un
promedio de 4,0 y estuvo en el equipo de natación los cuatro
años. Incluso había una adorable foto de su primer año,
cuando llevaba ortodoncia.
En todas sus fotos del colegio no había ni una sola en la que
saliera con una amiga, parecía que mi listilla era una
solitaria. En la noche de su último año en el equipo de
natación, estaba de pie junto a sus padres, apenas sonriendo
con cara de estar dispuesta a hacer cualquier cosa para
desaparecer entre la multitud. Intentaba que su cuerpo
pareciera más pequeño para no ocupar mucho espacio. Debo
admitir que las trenzas dobles que llevaba en la piscina me
crispaban la polla.
Seguí hojeando los expedientes, curioso por saber cómo había
podido permitirse una escuela como Hollow Heights debido a
la procedencia de sus padres. Apenas tenían dos monedas.
Pero rápidamente me puse al día, descubriendo que su tío era
profesor, Thomas Reid.
Mis cejas se fruncieron cuando apareció un antecedente
penal, no sólo uno, sino tres. Me pasé la lengua por el labio
superior. Sabía que había algo en ella que me ansiaba
dándome cuenta que no era a mi, sino el caos que me
acompañaba.
A ella también le gustaban las sombras. Le gustaba acechar
allí. Quedarse allí.
Un cargo de asalto y agresión, que no sólo es impresionante
por sí mismo, sino que además fue contra un tipo que había
intentado agredir a su madre. Otro cargo de vandalismo que
sólo parecía ser una broma de algún tipo. Y un cargo de hurto
menor.
Así que es una luchadora y una ladrona. Qué interesante.
Me pregunto cuántos hilos tuvo que mover Thomas para que
una delincuente entrara en esta escuela. Para que tu solicitud
fuera siquiera ojeada aquí, tenías que tener trece putos clubes
y un GPA demencial acompañado de unos resultados
estelares en los exámenes.
Y sin embargo, ella estaba aquí.
Aquí, en Ponderosa Springs, donde no pertenecía.
Haciendo hablar su boca rosada pensando que yo sólo me
sentaría a mirar. Pensando que Easton Sinclair la ayudará
mientras la persigo. Me va a llenar de tanta testosterona
cuando ella vea que él no podrá serle de ayuda contra mí, que
podría quemarme. Esa pequeña mierda no ha podido hacerme
nada desde la guardería, hay cosas que el dinero de papá no
puede ocultar y eso son los coños de zorras.
Tiro la colilla al suelo y las brasas bailan en el aire. Me pongo
en pie y me giro hacia la ventana de la tienda.
El logotipo de la calavera es transparente en mi cara, lo que
me da un efecto de máscara. La calavera blanca me cubre los
pómulos y los ojos. Inclino la cabeza a derecha e izquierda, y
la calavera parece moverse conmigo. Una cruel representación
de lo que soy por dentro.
Muerto. Hueco. Vacío. Despiadado.
Excepto que no necesito una máscara para ser ninguna de
esas cosas. Simplemente lo soy. Briar Lowell puede pensar
que no me tiene miedo porque no le he dado nada de qué
temer.
Todavía no.
Capítulo Diez
Hawthorne en el bosque con el candelabro

Briar
—¿Cómo has encontrado este sitio? —susurro ingenuamente,
sacudiendo la cabeza ante mi ignorancia.
No es que los muertos puedan oírme, no que yo sepa. Cuando
Lyra me preguntó si quería ver algo genial, pensé que ella se
refería a un pasadizo secreto en los pasillos de la universidad.
Lo cual no me sorprendería, de hecho estoy decidida a
encontrar uno. Este lugar es demasiado antiguo para no tener
uno.
No preveía adentrarme al menos tres kilómetros en el bosque
a la espalda de los edificios Rothchild. Habíamos caminado
detrás de los edificios, hundiéndonos en los inminentes
árboles que se mecían y agitaban.
La niebla estaba justo encima de nuestras cabezas, bajando
cada vez más a medida que el sol empezaba a ponerse. Se
fundía en una oscura puesta de sol de púrpuras oscuros y
naranjas amargos. Estábamos caminando cerca de la costa,
podía oír el chocar de las olas contra las rocas cercanas y oler
la salinidad que cubría el aire. Era tan potente que casi podía
olerlo por encima del rico aroma a tierra mojada y pino.
No fue hasta que vi las lápidas que brotaban del musgoso
suelo cuando empecé a preocuparme de verdad. Había diez,
tal vez doce tumbas marcadas con lápidas astilladas y
dañadas, que estaban tan cubiertas de follaje y suciedad que
apenas se podían distinguir.
Pero eso ni siquiera era lo más inquietante.
—Lo que más me gusta de Oregón es su población de
insectos. Cuando era pequeña, mi madre me dejaba jugar en
su jardín y nunca faltaba que volviera con una mariquita o
algún tipo de insecto. De modo que, lo hice aquí cuando salía
en busca de Scolopocryptops sexspinosus7 en verano, antes
que empezara la universidad.
Aunque era algo insólito, me parecía fascinante lo mucho que
sabía sobre los bichos. Lyra era tan inteligente que a veces me
daba envidia. La forma en que su cerebro absorbía datos y los
escupía de memoria. Era impresionante, pero ella era tan
inconsciente que no parecía una sabelotodo. Sólo era una
chica a la que le gustaba hablar de cosas espeluznantes.
Arrugo las cejas, siguiéndola por el esponjoso pantano.
—En español, por favor.
Se ríe: —Ciempiés de corteza. Necesitaba uno para terminar
mi caja de especímenes de ciempiés y normalmente se
encuentran en o alrededor de madera podrida. Había habido
una gran tormenta, así que fui a buscar árboles caídos y
descubrí este lugar. —Sostiene las correas de su mochila
mirando el imponente edificio que tenemos delante.
Era gris, lúgubre y parecía que iba a intentar engullirme si no
tenía cuidado. La delgada verja de aleación que actuaba como
una puerta colgaba lateralmente de las bisagras, y vi un
camino de arañas deslizarse por la parte superior que hizo
que mi columna vertebral hiciera un movimiento tembloroso
muy extraño.
—¿Es una iglesia o...? —pregunté, mirándolo con ella, con
una expresión de incertidumbre en mi rostro, todo lo
contrario para ella. Estaba radiante, entusiasmada, mientras
tiraba de la puerta metálica y la abría con dedos impacientes.
—Es un mausoleo.
Oh, a la mierda con eso. Absolutamente no.
Ni siquiera parecía lo bastante grande como para albergar
cadáveres, y mucho menos un montón de ellos. La estructura
no podía ser más grande que un pequeño cobertizo o un
edificio de trabajo.
Lyra se mueve hacia mí, agitando su linterna burlonamente,
—Vamos, no seas cobarde. Adentro es fresco.
Luego desaparece en la oscuridad, con un pequeño
resplandor que la guía. Mis pies permanecen en el exterior. Mi
cerebro intenta asegurarme que se trata de una idea
desastrosa, pero mi curiosidad es codiciosa.
Levanté la vista hacia las ominosas nubes, el cielo se fundía
con el negro y empecé a sentir unas gotas de lluvia heladas en
la piel.
—Voy a arrepentirme de esto —murmuro para mis adentros,
echándome la capucha a la cabeza y siguiendo a mi extraña
amiga en busca de lo que sea que vinimos a buscar aquí.
Saco mi propia linterna, iluminando unos escalones de
hormigón que bajaban estrechamente. Tomo aire, mi primer
paso lo doy con cautela intentando asegurarme de no caerme.
A mitad de camino, mis Converse se toparon con algo,
haciéndome dar un respingo. Me agarré apresuradamente a la
pared, haciendo una mueca de dolor al tocar la superficie
húmeda. Después de calmarme un momento y limpiarme la
mano en los jeans, seguí bajando los escalones hasta llegar
abajo.
Lyra ya había empezado a encender las lámparas de aceite,
supongo que las había dejado aquí de sus anteriores visitas,
iluminando la habitación con un tenue y cálido resplandor. El
olor era horrible. Era mohoso, húmedo, y la madera podrida
se pegaba al aire como la muerte.
El techo era mucho más alto de lo que esperaba, las paredes
a ambos lados de mí estaban cubiertas de criptas, algunas de
las cuales estaban destrozadas y no iba a comprobar si el
cadáver seguía allí dentro. Una cruz innecesariamente grande
yacía contra la pared frente a mí y en el centro había una
mesa rectangular de granito donde Lyra dejó todas sus cosas.
—Aquí es donde hago mi taxidermia. Es mucho más
espacioso y no tengo que preocuparme de que nadie me
sorprenda. —Se arremolina en un pequeño círculo, con los
brazos extendidos mientras mira hacia el techo, como si este
lugar fuera un gran comedor y supongo que para Lyra lo es.
—Entonces, ¿por qué bichos? —pregunto, agarrando un cajón
de madera y poniéndolo boca arriba para poder sentarme en
él.
—¿Por qué no bichos?
—Touché.
—Mi madre era bióloga y trabajaba con serpientes en sus
investigaciones médicas, así que los animales raros eran
habituales en mi casa. Probablemente por eso tu rata me cae
tan bien —guiña un ojo, mientras usa la linterna para mirar
por las esquinas y debajo de cajas viejas.
—¿Tu madre sigue...? —pregunto, alargando la conversación
con la esperanza de no haber sacado un tema delicado. Cada
vez que habla de ella, siempre es en pasado, y supuse que
había fallecido.
—No. Muerta como bien muerta. —Mis ojos se abren
ligeramente ante sus crudas palabras, pero probablemente sé
mejor que nadie que las personas afrontan las pérdidas de
forma muy diferente—. Murió cuando yo tenía siete años. Me
metieron en un hogar de acogida y, cuando cumplí dieciocho,
tuve acceso a mi herencia y al dinero del seguro. Así que me
matriculé, pensé que ya había pasado toda mi juventud aquí,
bien podría recibir mi educación aquí.
Asiento con la cabeza, asimilando toda esta nueva
información, gustándome el hecho de que estaba empezando
a conocerla. Nunca había tenido una amiga de verdad y esto
empezaba a parecerse mucho a una amistad que duraría toda
la universidad.
Salta hacia un insecto esparcido por el suelo, sus pequeñas
manos lo recogen con destreza, sosteniéndolo en la palma
mientras se arrastra sobre sus seis patas. Su linterna ilumina
el exoesqueleto, los colores del insecto casi iridiscentes con
sus verdes intensos y azules brillantes.
—Escarabajo Joya, la gente solía usar su caparazón como
joya en ceremonias religiosas. Ahora son sólo un objeto de
coleccionista debido a su color. —Se queda mirando al bonito
insecto y sus ojos se iluminan de asombro y curiosidad.
Agarra un tarro transparente y lo mete dentro antes de cerrar
bien la tapa.
—¿Qué hay de ti? ¿Ha muerto tu madre? ¿Tu padre?
¿Hermanos? No hablas mucho de ti, me he dado cuenta. No
eres una consejera residente en secreto, ¿verdad? —bromea,
su voz etérea me hace sonreír.
Nunca nadie me había preguntado eso. En toda mi vida nadie
se había tomado la libertad de preguntarme sobre quién era,
sobre mi vida. Me debatía, intentando decidir si quería ser
sincera sobre mis padres, sobre lo que hizo mi padre y en
quién me convirtió. O si quería mentir, porque Lyra nunca lo
sabría.
Sólo sabrá lo que yo le diga.
Podía convertirme en quien quisiera.
—Mi madre aún vive en Texas y mi padre está en la cárcel
estatal, lo ha estado desde que yo tenía trece años. —suspiro
—: Crecí en la misma caravana destartalada desde que nací y
soy hija única. No hay mucho que decir sobre mí,
sinceramente.
—¿Está tu padre metido en algo malo? ¿Como matar a
alguien?
Sacudo la cabeza: —No. Era un ladrón profesional. Carterista,
saqueador, ese tipo de cosas. Un día pensó que podía atracar
un banco. Se equivocó.
—¿Le echas de menos?
—Sí, todos los días. Sé que ser un criminal es malo, robar
está mal, pero todo lo que hizo lo hizo por mí y por mi madre.
Trabajaba con lo que tenía. Aunque aprendí algunos trucos
de él —digo con una sonrisa.
Elegir ser sincera con Lyra no fue tan problemático. No quería
que los cimientos de nuestra amistad se basaran en mentiras.
Eso nunca es sano ni bueno para nadie a largo plazo.
Además, sabía que podía confiar en que no me juzgaría por
nada de lo que le contara.
—¿Voy a tener que guardar bajo llave mi Coca-Cola de cereza
y mi chocolate negro para evitar que te lo lleves por la noche?
—dice con una sonrisa a juego.
Me río: —Tu alijo está a salvo, palabra de boy scout. —
Levantando dos dedos y colocando mi mano sobre mi corazón.
Los minutos pasan, mientras la observo husmear en busca de
criaturas interesantes que la mayoría aplastaría debajo de
una chancla. Incluso sostuve un escarabajo que ella juró que
no me mordería y fue un poco genial. Cuanto más tiempo
estoy aquí abajo menos espeluznante se vuelve, una vez que
superas el hecho de que los cadáveres te rodean no es tan
malo.
Es una especie de escondite aislado y, por eso, hemos
decidido convertirlo en nuestro lugar de reunión para la
Sociedad de Solitarios. Una orden secreta de dos personas y
sólo dos personas. Bueno, supongo que hasta que hagamos
más amigos, si es que eso ocurre.
Todo iba bien hasta que el agudo sonido de alguien gritando
penetró en el aire. Rebotó en las paredes, hizo vibrar mis pies
y las cavidades de mi corazón se contrajeron de pánico. Di un
respingo involuntario y me asomé a los escalones de donde
procedía el sonido. Era un grito de auxilio y lo más aterrador
era que no estaba lejos.
Estaba cerca.
Justo a las puertas del mausoleo.
Dicen que nunca sabes cómo va a funcionar tu instinto de
lucha o huida hasta que se dispara. Es muy fácil sentarse
detrás de una pantalla de cine y gritarle a la chica: “¡No
entres en el armario!”
Pero no es sencillo cuando eres la chica atrapada en un
espeluznante cementerio subterráneo y la única forma de
salir de él es enfrentarte a lo que sea que está fuera haciendo
gritar a un humano indefenso.
—¿Escuchas...? —empiezo.
—Sí. —Lyra termina, asintiendo con la cabeza rápidamente.
Su rostro está tan pálido como el mío.
En silencio, empezamos a apagar las lámparas de aceite,
echándonos las mochilas al hombro sin musitar palabra. Aún
no estamos seguras de cómo vamos a conseguir salir de esta
situación cuando ni siquiera sabemos lo que nos espera
fuera.
La miro, me sudan las manos mientras agarro la linterna.
—Tenemos que ir a ver lo que hay ahí arriba, entonces
podemos encontrar una manera de escapar, ¿de acuerdo? —le
digo, su rostro brilla por mi luz blanca. Ella asiente y apaga la
suya, oscureciendo mucho más la habitación.
Respiro entrecortadamente y retrocedo al oír otro grito
agónico. Como el de alguien que está siendo despedazado por
un animal. Me vienen a la cabeza visiones de los peores
escenarios posibles.
Alguien siendo comido vivo por un oso o un lobo empapado
en sangre. Peor aún si es torturado por otro ser humano.
Arrastrados al bosque, donde nadie puede oírlos gritar a
causa de las olas que rompen y el viento constante que aúlla.
Me trago la bilis que tengo en la garganta y apago la linterna.
Ni siquiera puedo verme la mano delante del rostro, está tan
oscuro. Siento que Lyra extiende la mano y me agarra por la
parte de atrás de la mochila, aferrándose a mí con fuerza
mientras empiezo a avanzar hacia los escalones.
Mis manos palpan la sucia pared, mi pie encuentra el primer
escalón. Aprieto los dientes con tanta fuerza que palpitan,
intentando callarme con urgencia, aterrorizada de que incluso
la más leve de las respiraciones le diga a la cosa de fuera que
estamos aquí abajo.
Doy cada paso poco a poco, veo que la verja metálica sigue
abierta y el reflejo de la luna nos ilumina el exterior. Puedo
ver los árboles meciéndose violentamente, una vez más puedo
oler el océano y sé que estamos a punto de ver lo que está
haciendo ese ruido.
Cuanto más subimos, más oigo. Como los aullidos graves y
los gemidos ahogados. Cuando llegamos a la cima, ambas
asomadas para ser testigos, el aliento en mis pulmones deja
de existir.
Las cuerdas del terror se estremecen en mi interior.
Cuatro hombres altos rodean un cuerpo a pocos metros. Su
presencia es ominosa. La del mal y el tormento.
Me relamo los labios, su sequedad aparece de repente
mientras se me seca la boca.
—¿Qué están...? —Coloco una mano tierna pero firme sobre
la boca de Lyra, silenciándola a mi lado. Mis ojos se abren de
par en par mientras sacudo la cabeza, colocando mi mano
libre sobre mis labios y haciendo la cara de shh.
Todos van vestidos de negro, de la cabeza a los pies. Uno de
ellos se sitúa detrás del hombre arrodillado en el suelo. Desde
esta distancia, puedo ver lo ensanchada y golpeada que está
su cara. Sus ojos están tan amoratados que apenas se abren,
la suciedad y la sangre cubren sus pómulos.
El ácido se agita en mi estómago y lo único que quiero es
vomitar ahora mismo. Estamos presenciando un crimen. Uno
que no estoy segura de que Lyra o yo podamos detener.
Sólo oigo murmullos, nada más. Sólo susurros y el sonido de
uno de sus puños golpeando sus huesos. Es enloquecedor, lo
poderoso que es el impacto. Particularmente puedo oír su
mandíbula romperse desde aquí.
Parecía un juego de espera.
¿Corremos por ellos? ¿Esperamos a que terminen?
Lyra y yo nos quedamos aquí. Acurrucadas en el interior del
mausoleo, forzando la vista para contemplar el horror que
tenemos delante. Lo golpearon. Una y otra vez. Sin piedad, sin
compasión. Sólo rabia y vigor sin adulterar.
Este hombre, al que habría que identificar por sus dientes
porque su cara era irreconocible, gimió. Pero no suplicó por
su vida, simplemente lo tomó. Cuando hacían una pausa,
posiblemente para hacerle una pregunta, y cuando no
respondía con lo que ellos querían era otro golpe en la cara.
La pausa esta vez fue un poco más larga, su atención
completamente centrada en él. Un segundo después, pude oír
el siseo de las criaturas más asociadas con el diablo. Uno de
ellos, el más bajo del grupo, deja caer una bolsa de serpientes
coloridas y viscosas sobre el tipo. Se juntan y se enroscan
alrededor de su cuerpo, y nunca había oído el terror como en
ese momento.
No era sólo un grito de miedo. Estaba horrorizado. Esto
traumatizaría a este hombre de por vida. El recuerdo de las
serpientes moviéndose alrededor de su piel, siseando y
chasqueándole. El sonido que fue arrancado de sus pulmones
rasgó el bosque.
Agarré a Lyra de la mano, guiándola sin hacer ruido por la
puerta abierta y hacia la izquierda del mausoleo. Mantuvimos
la distancia con ellos, pero seguimos en dirección a la
universidad.
Necesitábamos ayuda. Necesitábamos salir de allí antes que
nos atraparan.
Nos arrastrábamos sin prisa, cada hoja que sonaba bajo
nuestros zapatos nos hacía hacer una pausa, conteniendo la
respiración para asegurarnos que no nos habían oído antes
de seguir avanzando. Era casi doloroso. Cómo tensaba mi
cuerpo. El cuidado que ponía en no hacer ruido.
Me dolía la mandíbula de tanto apretarla y me dolía la cabeza
de toda la sangre que latía en su interior.
—Briar, ¿eso es un cuchillo? —susurra Lyra nerviosa.
Me giro para mirar al malvado grupo de gente, aunque
intentaba ignorarlos, con la esperanza de que si lo hacía la
presión en mi pecho desapareciera.
Uno de ellos había agarrado al hombre por el cabello,
colgándolo delante de todos como un cordero de sacrificio. Su
cuello estaba expuesto a la luz, su nuez de Adán cubierta de
gotas de sangre sobresalía hacia fuera mientras le sujetaban
la cabeza hacia atrás. Exponiéndolo al grupo.
Contuve la respiración.
Observé en cámara lenta cómo la figura encapuchada alzaba
un cuchillo que captó el resplandor de la luna, brillando por
un instante. Mi aliento quedó suspendido en el aire, los
segundos parecían pasar en horas.
El cuchillo atravesó la tráquea del hombre, el espeso líquido
carmesí empezó a gotear como una presa que acabara de
liberar sus compuertas. En un acto de supervivencia, se llevó
ambas manos al cuello, tratando de mantener la presión,
intentando evitar una mayor pérdida de sangre, pero era
inútil.
Gorgoteó, echando aún más espuma por la boca mientras
luchaba por su vida. Marchitándose y chorreando. Los
últimos momentos de vida abandonando su cuerpo.
La sangre había empapado la parte delantera de su ropa,
salía de él a una velocidad antinatural y simplemente no
había forma de detenerla.
Me llevé la mano a la boca, con los dedos temblorosos contra
la piel, mientras en mis ojos se acumulaban lágrimas
ardientes. Caían por sí solas y no tenía intención de
detenerlas. El miedo me envolvió. A diferencia de una sombra
que sólo sigue, el miedo infestó mi cuerpo. Una infección que
se extendió en milisegundos. Fue consumiendo cada fibra,
cada pensamiento, cada fugaz pedazo de esperanza hasta que
no quedó nada entre el manto y yo.
Sólo oscuridad.
Algo más dentro de mí se encendió. Si me preguntaran sobre
ese momento dentro de unos años, de unas horas quizá, no
sabría qué decir. Porque no estaba en mi propio cuerpo.
Mi humanidad había cortado todos los lazos con mi alma. No
sentía remordimientos. Ni pena. Ni dolor. Como si mi cerebro
hubiera ordenado a mi cuerpo dejar de sentir por completo.
Su único propósito ahora era sacarme de esto con vida.
Me apresuré a moverme y agarré a Lyra del brazo para
arrastrarla hacia el campus, pero ella se resistió.
—E...él, está...muerto. —murmura—: Muerto de verdad. —
Sus ojos están vidriosos. Poseída por algo que la está
enraizando en su lugar, algo que la está haciendo mirar. Si no
estuviera allí, temería que se quedara aquí, observándolos
hasta que se fueran.
—Muerto, Lyra. Lo sé. Ahora vamos, tenemos que salir de
aquí, por favor. —le suplico tirando de su brazo.
El temblor de mi voz debe despertarla, desviando finalmente
su mirada de la escena y volviendo a mí. Ella asiente una vez
que ve mi rostro y ambas comenzamos a acelerar el paso en
nuestra salida.
Dejo que Lyra vaya delante de mí porque conoce el camino
mejor que yo, pero sin linternas, es un juego de adivinanzas.
Sólo ves destellos de la luz de la luna entre los árboles,
irregulares e insuficientes para iluminar el suelo que tienes
delante. Lo que hace que navegar por un bosque sea mucho
más difícil.
Creo que estamos avanzando. Creo que saldremos ilesas de
esta, pero el cordón de mi zapato se engancha en algo, el
brusco tirón de mi pierna me hace caer al suelo con un fuerte
golpe y un ligero grito que no puedo controlar.
Mi cuerpo golpea el suelo mojado, las palmas de las manos
me escuecen con el impacto y sé que me he cortado por el
dolor abrasador que siento. Pero el dolor parecía trivial. Una
idea de último momento, sinceramente.
Porque cuando mis ojos miraron a Lyra, ella no me estaba
mirando a mí. Estaba mirando más allá de mí, hacia el grupo
de gente que acababa de asesinar a alguien a sangre fría.
Tenía la boca ligeramente abierta y los ojos brillantes por las
lágrimas. Tenía miedo.
Y al mover la cabeza para mirar detrás de mí, comprendí por
qué.
Como una manada de lobos hambrientos que acaban de oler
carne fresca, sus cuatro cabezas se giraron en nuestra
dirección. Cada una de ellas nos miraba fijamente. Aún
llevaban las capuchas puestas y no podía distinguir sus
rostros en la oscuridad, pero sabía que nos estaban mirando.
A mí.
Una descarga de adrenalina me recorrió las venas, se me
apretó el pecho y una fuerte oleada de vértigo me golpeó.
Estaba segura de que esta vez estaba viviendo una
experiencia extracorpórea.
Todo en mí sentía la necesidad de trabajar a toda marcha y lo
supe, este era mi cuerpo desencadenando mi lucha o huida. Y
cuando llegó el momento de elegir, pensé que era mejor no
discutir.
Me giré hacia mi amiga, que seguía sin mirarme.
—Lyra —le dije con calma—, corre.
Capítulo Once
¿Vienes a jugar?

Alistair
Todo iba según lo previsto. Todo iba jodidamente perfecto y
debería haber estado preparado para que se fuera a la
mierda.
Silas y Thatcher habían agarrado a Chris en el
estacionamiento después que saliera tarde, el sol se había
puesto y el cloroformo funcionó a las mil maravillas. Había
quedado inconsciente en segundos.
Se habían reunido conmigo aquí, kilómetros más allá de la
universidad, Thatcher cuidando su cuerpo por encima del
hombro. Después que Silas revisara su teléfono y no
encontrara nada útil, aparte del historial de búsqueda de
porno anime de Chris, metimos el teléfono en el auto para que
no lo rastrearan hasta nosotros. Mientras Rook dejaba su
auto a un lado de la autopista Devils, una caída de 30 metros
en el Océano Pacífico. No lo encontrarían en meses y para
entonces, nunca serían capaces de encontrar su cuerpo.
Cuando nos encontramos todos aquí en el bosque y Chris se
había despertado, todo lo demás también había salido según
lo previsto.
Bueno, tardó un minuto o dos en hablar, después que
terminara de gritar y yo lo golpeara hasta dejarlo literalmente
hecho papilla. Seguía sin entender la puta indirecta. No
aceptamos un no por respuesta.
—Sólo dinos cómo tu producto terminó inyectado al costado
del cuello de una chica muerta, Chris. Dínoslo y todo esto
desaparecerá. —le escupí en la cara, mientras él se
arrodillaba en el suelo delante de mí.
Tenía una de esas caras elegantes, con la nariz muy fina y los
ojos muy abiertos. Había conocido a Chris, antes de este
momento y antes de empezar en Hollow Heights. Lo conocía
antes que empezara a ir a clases a las que no asistía, sólo
para verlo ser un asistente de enseñanza de mierda. Hojeando
su teléfono y jugando al Candy Crush.
Había sido amigo de Dorian en el instituto. Corrían en los
mismos círculos, ambos estaban en el equipo de natación y
Chris siempre había sido un imbécil. Hay algunas personas a
las que se pega como el pegamento.
—Vete a la mierda, Caldwell. Esto no va a desaparecer, ¡mi
padre se va a enterar! —se queja, el cabello rubio oscuro
cubierto de asqueroso barro, sus palabras salen
tartamudeando debido a su labio roto.
Agarro el cuello de su camisa con las dos manos apretando el
material con fuerza mientras lo levanto hacia mi cara.
—¿Crees que tengo miedo de tu maldito papá? La única
persona que debería tener miedo ahora mismo eres tú.
Especialmente si no me dices lo que sabes. —repito.
Había una sensación en el aire. Una especie de zumbido.
Zumbaba y se deslizaba por mi cuerpo como una corriente
eléctrica, porque sabía que pasara lo que pasara esta noche,
Chris Crawford no saldría vivo de este bosque.
Un sentimiento de encontrar la verdad sobre Rose. De vengar
un alma que nunca mereció lo que le pasó. Mi agarre parece
tensarse en su camisa, la mandíbula crispada por la
impaciencia.
No me sorprendió, pero no creí que tuviera agallas para
escupirme a la cara. Pero, efectivamente, se echó hacia atrás
y me escupió en la mejilla. La saliva caliente mezclada con
sangre fue mi punto de ruptura.
Se rió mientras yo le giraba la cara, haciéndole caer al suelo
con un ruido sordo. Los demonios que viven dentro de mi
cabeza se enfurecieron. Había terminado de hacer mi papel.
La verdad era que yo era el menos peligroso de los dos.
Siempre lo había sabido.
—No puedo decirte cuánto vas a lamentar eso. —dice
Thatcher detrás de mí.
Vivía para el dolor. Para ver cómo la gente se derrumbaba
bajo mis pies y sucumbían a la agonía que yo justificaba. Si
no volviera a comer, pero pudiera seguir infligiendo daño a los
demás y alimentarme únicamente de la energía que me
proporcionaba su sufrimiento, prometo que lo haría.
Pero algo que nos unía a los cuatro. Algo que todos
disfrutábamos, era el miedo de la gente. Nunca quisimos ser
populares o reyes del baile. Queríamos asustar a todo el
mundo. Así que cuando entrabamos en la habitación, estaban
aterrorizados de mirar hacia arriba. Temerosos de que el
contacto visual fuera la gota que colmara el vaso antes de que
hiciéramos algo horrible.
Me propuse conocer las cosas que asustaban a alguien. Lo
que les hacía palpitar el corazón y sudar la gota gorda.
Aunque sabía que Chris nadaba y disfrutaba drogando a las
chicas en las fiestas del instituto sólo para poder echar un
polvo, también sabía algo muy importante sobre él que me iba
a ayudar a conseguir lo que quería de él ahora.
Chris le tenía un miedo mortal a las serpientes.
Un verano había estado en la propiedad, jodiendo en el patio
con mi hermano, cuando una simple e inofensiva serpiente de
jardín se les abrió paso. Dorian se había reído de ello durante
días, de cómo Chris gritó como una niña corriendo hacia la
casa sin pensárselo dos veces.
Me encantaba ese recuerdo. Ese don que se me había
concedido a una edad tan temprana. Recordar qué era lo que
realmente asustaba a la gente. No sólo superficialmente, sino
en el fondo. Lo que les erizaba la piel y les provocaba terrores
nocturnos.
Y luego lo explotaría. Porque anhelaba el poder que me daba.
Todos lo hacíamos.
El único poder real en la vida es el miedo.
El dinero puede ser quitado. Los títulos pueden ser
despojados. Pero una vez que te forjas una reputación como
la nuestra, la inclinación que recorre la espina dorsal de todo
el mundo cuando entramos en una habitación, no te la
pueden quitar.
Me levanté la parte inferior de la camisa, limpiándome
bruscamente la cara. La saliva salió con facilidad.
—¿Las trajiste? —le pregunto a Rook.
Levanta el saco marrón, sacudiéndolo un poco, el peso del
mismo parecía pesado.
—Claro que sí. Este no es mi primer rodeo. ¿Te olvidas de
nuestro baile de graduación?
El baile de graduación al que nunca asistimos. Bueno,
técnicamente no.
Sin embargo, soltamos cuatro boas constrictoras adultas
dentro del edificio donde se celebraba. No mordieron a nadie,
pero fue divertido sentarse en el tejado y ver cómo los
alumnos y profesores salían al estacionamiento. Sus gritos
resonaban desde el interior.
Uno de los muchos trucos que habíamos hecho.
Rook camina hacia Chris, con la bolsa en una mano. Por un
momento hay alivio en los ojos de Chris, agradecido de que
haya terminado de golpearle. Se me encogen los dedos de los
pies pensando en que en unos segundos me suplicará que le
pegue una paliza si detenemos lo que está pasando.
Rook se abrió paso detrás de Chris y dice: —La muerte por
mordedura de serpiente no es el camino a seguir, Chris —
dice, antes de voltear cuidadosamente el saco y verter el
contenido sobre el hombre arrodillado frente a él.
Las serpientes negras, rojas y amarillas cayeron sobre su
cuerpo. Cubriéndole los hombros y el regazo. Tardó menos de
un milisegundo en darse cuenta de lo que estaba pasando.
Registrando que su peor temor se había hecho realidad.
—¿Cómo dice esa canción, Thatcher? ¿El rojo y el amarillo
pueden matar a un tipo? —dice Rook mientras se pone en
cuclillas detrás de él, diciéndolo lo suficientemente alto como
para que lo oiga por encima de su histeria.
Los gritos eran tan fuertes después de eso, que no habría sido
capaz de oírnos atormentarlo. Tan agudos que estaba seguro
que había roto la barrera del sonido. Ni siquiera estaba
seguro que hubiera suficiente capacidad en los pulmones
humanos para proyectar gritos así.
Agitó los brazos salvajemente, lanzando a las tontas criaturas
en múltiples direcciones, con sus esbeltos cuerpos
arremolinándose en el viento. Dudo que supiera que si se
hubiera quedado tranquilo, se habrían ocupado de sus
asuntos y le habrían dejado en paz.
Pero las serpientes de coral muerden cuando se sienten
amenazadas, y que te lancen de un lado a otro parece
bastante amenazador cuando eres una serpiente. El primer
golpe aterrizó en su cuello, la pequeña boca de la serpiente se
abrió para liberar la segunda neurotoxina más venenosa del
mundo. Otro golpe le alcanzó la mano. Con dos mordeduras,
tendría menos de tres horas antes de que todo su sistema
respiratorio se apagara.
—Dinos lo que queremos saber Chris. Puedes salir de esto. —
le ofrezco—: El proceso previo a la muerte por una
neurotoxina es doloroso. Sudores, vómitos, dolor
insoportable. Puedo hacer que desaparezca. —continúo,
caminando hacia su cuerpo blanquecino, tan curioso por
saber por qué se empeña tanto en permanecer callado. ¿Qué
era lo que ocultaba?
Los gritos se habían acallado, los sollozos habían ocupado su
lugar. Su cuerpo temblaba por la fuerza de sus lágrimas. Me
miraba con la cara pálida y los ojos aguados. Desesperado,
roto, su voluntad se había quebrado bajo mi peso.
—¡Recibí un mensaje! Recibí un te...¡texto, de mi chico! —se
lamenta, temblando—. ¡Por favor, quítamelas! Quítamelas y te
lo diré. —se atragantó con sus lágrimas, la humedad bajando
por su cara, cortando un camino a través de la sangre que se
ha convertido en una consistencia como la pintura.
Rook acude a su rescate, bueno, tanto como puede después
de las mordeduras de serpiente. Usando su pie, las aleja de
su tembloroso cuerpo. Recoge algunas con sus propias manos
y las deja a varios metros de distancia. Guarda una en su
mano, jugando con ella.
—Baja esa mierda antes de que te muerda —le regaño.
Pone los ojos en blanco y la baja.
—Sí, capitán imbécil.
Vuelvo a mirar a Chris y veo cómo se agita de rodillas. Todo el
contenido de su estómago se vació en el suelo. No estaba
seguro de si era por los nervios o por los mordiscos. De
cualquier manera, me resultaba difícil sentir lástima por él.
Me preguntaba si Rose se sentía así. Si él hubiera sido el que
acabó con su vida, si ella se sintiera así de asustada. Si
suplicaba, si lloraba por Silas. Mis fosas nasales se
encendieron, mi bota presionando el costado de Chris,
pateándolo sobre su espalda.
—Habla.
—Yo no hago las drogas. —Tose—: Yo no... yo sólo, yo la
recojo y la dejo donde tiene que ir. Cuando empecé a trabajar
allí recibí un mensaje de un número al azar. Pensé que era
una mierda, pero siempre había dinero en mi cuenta después
de las entregas. Este trabajo de asistente no paga una mierda
y es dinero extra. —Respira, limpiándose la boca con el dorso
de la mano.
—Recibí un mensaje de mi chico, no sé quién es, sólo sé que
me dice dónde recoger las drogas y hacia dónde se dirigen. Me
dijo que tenía algo de lo que necesitaba que me encargara,
sólo pensé... pensé que era otra entrega de droga o algo así.
Me dijo que pagaría mis dos mil quinientos por ello.
Todo en esta ciudad se reduce a dinero. Todo. Todo este lugar
había vendido su alma al diablo por monedas de cinco y diez
centavos.
—Continúa. —presiono.
Se lleva la mano al cuello, donde la mordedura está hinchada
y roja, y hace una mueca de dolor.
—Me presenté en la dirección y había un auto aparcado. Me
había dicho que mirara en el maletero y fue entonces cuando
la encontré. Ya estaba muerta —dice preso del
pánico.
—Le dije que estaba fuera. No podía hacerlo, pero todo lo que
necesitaba era que plantara su cuerpo, que pareciera una
sobredosis accidental. ¡Era dinero fácil, amigo! Así que yo... yo
sólo, yo... la dejé en esa casa de drogadictos porque sabía que
era donde los chicos todavía salían de fiesta.
Su explicación sólo hace que me enfade más, no me alivia ni
me ayuda. Sólo lo empeora.
—¿Así que se supone que debemos creer que no la mataste?
¿Se supone que debemos creer en tu palabra, Chris? —
Thatcher acusa.
Chris levanta la mano para defenderse: —¡Lo juro! ¡Lo juro!
¡Es todo lo que sé! No sé quién la mató, —Llora, como un
bebe recién nacido—. El tipo que me manda los mensajes es
un profesor, él hace las drogas, las crea en los laboratorios de
la escuela. Supongo que es él, ¡él lo hizo! No lo sé, por favor,
hombre, ¡no me dejes morir! —Y poco a poco se convierte en
otro desastre lloriqueando, el dolor empieza a hacer mella en
él. Se hizo un ovillo, acunándose a sí mismo.
Me paso las manos por la cara. Estoy tan jodidamente
cansado de correr en círculos. Más callejones sin salida. Más
gente que no tiene ni puta idea de nada. Clavo el puño en la
corteza del árbol más cercano, astillando la primera capa y,
por la sensación, abriéndome los nudillos de par en par.
—¡Maldita sea! —grito al cielo.
Y si pensaba que estaba enfadado. Si pensaba que mi rabia
era insaciable en este momento, no podía imaginar lo que
Silas estaba sintiendo al aparecer de entre las sombras.
No le dio a Chris ninguna oportunidad de defender su caso,
se había enterrado en el momento en que admitió haber
puesto las manos sobre el cadáver de su novia. No había nada
que le impidiera caminar detrás de Chris, agarrarle del
cabello y ponerle de rodillas.
No pude discutir al ver el afilado corte que atravesaba la
carne del cuello de Chris. El espeso líquido que manaba de la
herida se derramaba por el suelo.
Hubo un momento de silencio, nuestra respiración agitada y
el sonido del cuerpo de Chris pidiendo a chorros una ayuda
que no iba a recibir de ninguno de nosotros antes de morir.
Nos tomamos un segundo para aceptar el hecho de que Silas
acababa de matar a alguien. Por primera vez había acabado
con la vida de un humano y debería haberme golpeado más
fuerte de lo que lo hizo. Algo dentro de mí debería haber
cambiado si yo fuera una persona normal. Pero no lo era. Me
sentí como un día normal.
Y desde ese momento, fue cuando todo se fue a la mierda. Lo
escuché.
El sonido de una rama quebrándose, que podría ser un
animal, pero entonces oí a una chica gritando. Hizo eco a
nuestro alrededor, pero me di cuenta que estaba cerca.
Demasiado cerca.
Moví la cabeza hacia el sonido, viendo sólo árboles, hasta que
la luna me permitió vislumbrar perfectamente de dónde había
venido aquel grito.
No un animal, sino una muy asustada, Briar Lowell tendida
en el suelo del bosque. Una amiga suya, de pie detrás de ella
nos miraba con la mandíbula en el suelo.
Hice contacto visual con Briar. Vi cómo en su cerebro el
instinto se imponía a las reacciones humanas normales.
Estaba a punto de salir corriendo.
Una mezcla de emociones inundó mi cuerpo. Una era
irritación. ¿Por qué mierdas estaba en medio de este bosque?
¿Nos había estado siguiendo? Irritación porque ahora tenía
otro problema que iba a tener que resolver. Irritación porque
ella podía ser la razón de que cayéramos por asesinato.
Ella sólo pasó de ser una molesta plaga, que se sentía bien
bajo mis dedos. Al enemigo público número uno.
Sin embargo, la otra emoción era cruda.
Era el golpe del pedernal dentro de la parte carnal de mí.
Como una cebra herida, en sus ojos sólo había miedo y
supervivencia. Acababan de presenciar todo lo que le
habíamos hecho a Chris. Acababan de ver de lo que éramos
capaces y dudo mucho que pensaran mantener la boca
cerrada al respecto.
Como la noche de la fiesta, ella sabía lo que yo haría a
continuación.
Ella sabía que yo era el cazador y ella era mi presa, incluso
más ahora. La selección natural en su máxima expresión.
Una carrera para ver quién lo quería más. Ellas querían vivir
y a nosotros no nos van a pillar.
Depredador contra presa.
Y nunca pierdo.
—La rubia es mía —digo con arrogancia.
Rook aúlla en la noche entre risas, con su risa siniestra
rebotando en los árboles. El que no se toma nada en serio y
sólo está emocionado por formar parte de la persecución.
Thatcher ya ha empezado a correr tras ellas y Silas ha tomado
la decisión ejecutiva de esperar con el cuerpo de Chris hasta
que solucionemos este problema.
Mis pies me llevan a través de los sinuosos árboles, la lluvia
cae en pequeñas gotas que resbalan por la parte de atrás de
mi camisa. Las botas retumban bajo mis pies, presionando la
tierra para empujarme hacia delante. Puedo ver mechones de
su salvaje cabello color miel, azotándose detrás de ella
violentamente mientras agita los brazos, deseando que su
cuerpo la lleve lejos de mí.
Había entrado en modo instinto. Ignoraba el ardor que sentía
en el pecho por los breves lapsos de falta de oxígeno. No
pensaba en lo que pasaría después. La adrenalina que cubre
mis entrañas sólo me permite concentrarme en una cosa.
Atraparla.
Mis reflejos me ayudan más que nunca en este momento
mientras esquivo árboles, ramas caídas y rocas que
sobresalen del suelo. Veo cómo las piernas de Briar la
impulsan hacia delante, forzando sus ajustados jeans. Su
camisa de cuadros rojos y negros ondea al viento.
Mi caperucita roja huyendo del lobo feroz. Nuestra historia es
inevitable.
La atrapo.
Me doy un festín.
Su pie izquierdo es su ruina. Se engancha en una raíz crecida
y tropieza lo suficiente para que pueda alcanzarla.
Le estoy pisando los talones, ahora puede sentirme detrás de
ella, toda fe en escapar está abandonando lentamente su
cuerpo y la desesperanza pronto empezará a instalarse en su
interior.
Dando un salto hacia delante, extiendo el brazo, lo engancho
a su cintura y la atraigo hacia mí mientras avanzamos. Mi
cuerpo se retuerce instintivamente para que mi espalda sufra
la caída.
Caemos al suelo rodando hasta detenernos. Se zafa de mis
brazos y se arrastra sobre las manos y las rodillas para
alejarse de mí. La agarro por el tobillo y la atraigo hacia mí.
Maniobrando rápidamente mi cuerpo para sentarme encima
de ella. Apretando su cintura con la mía. Mis dos rodillas
firmemente plantadas a ambos lados de su cuerpo. Sus
brazos y piernas patalean, me araña, hace todo lo posible
para despistarme, pero es inútil.
Un grito empieza a salir de su pecho, justo cuando le pongo la
mano en la boca y presiono sus labios con mi palma. Mi mano
libre toma sus manos y las mantiene sobre su cabeza.
Estamos a sólo veinte metros del campus, así que tenemos
que tratar esto con delicadeza. No puedo permitir que sus
gritos despierten a toda la universidad.
—Aquí estaba yo pensando que eras inteligente —Respiro, con
el pecho agitado por la persecución, una sonrisa se dibuja en
mi cara—. Deberías saber lo que pasa cuando corres. Sólo me
dan más ganas de perseguirte.
Su rodilla golpea mi culo, un triste intento de apartarme de
su cuerpo. Elogié el esfuerzo, por triste que fuera. Puedo
admirar a alguien que se resiste en lugar de suplicar ayuda.
El tipo de persona que era su propio salvador.
Grita detrás de mi palma, todo amortiguado. No tardará en
darse cuenta que gritar no va a servir de nada.
Levanto su cuerpo del suelo de un tirón, empujando su
cuerpo frente al mío, sus manos en mi agarre detrás de su
espalda, mi otra mano aún manteniendo su boca cerrada.
Rook aparece del bosque, con su amiga en brazos en una
posición similar. Respira con dificultad, su cabello largo
despeinado y revoloteando. También debe de haber dado
mucha guerra.
—Bueno, parece que tenemos un pequeño problema. —dice
Thatcher sarcásticamente, ajustándose el abrigo y
aclarándose la garganta. Coloca las manos en las caderas y
respira hondo.
—¿Pequeño? Acaban de vernos matar a alguien. Entonces,
¿qué mierda vamos a hacer con ellas? —Rook respira, el ligero
pánico en su voz me molesta.
Me ocuparé de ello. Siempre me ocupo de ello.
—Quiero decir que tenemos opciones. —dice Thatcher,
mirando a Briar—. Parece que has atrapado la que querías,
Ali. —Sus ojos se dirigen a la amiga de Briar.
La había visto antes, brevemente, quizá dos veces en toda mi
vida, pero sabía que vivía por aquí. Sólo que no estaba seguro
de quién era exactamente.
Thatcher la observa y ella le devuelve el favor. Sus ojos se
clavan el uno en el otro, en un extraño ritual de apareamiento
satánico.
—No podemos jodidamente matarlas, Thatch.
Mi amigo rubio, el que tenía más problemas que buscavidas,
sonreía en la oscuridad. La luna reflejándose en el,
cegándonos.
—¿Quién lo dice? —Levanta una ceja, sin dejar de mirar a la
pequeña chica de cabello oscuro. El destello de su navaja
aparece y Briar se pone rígida en mis brazos. Recta como una
tabla. El vello de sus brazos erizándose.
Ella era diminuta, comparada con la larguirucha que tenía en
mis brazos. Tenerla apretada contra mí me demostró que era
alta para ser una chica. También me di cuenta, respirando
hondo, que olía a flores.
Suave, exótico, dulce.
Briar se sacudió en mis brazos, oponiéndose a la declaración
de Thatcher. No estaba seguro de si estaba luchando por sí
misma en esto, o si estaba luchando por su amiga que se
había convertido en una fascinación para mi compañero
psicópata.
—Cálmate, chica. —murmuro en su cabello. Mi voz contiene
una sonrisa burlona, pero lo digo como si le hablara a un
caballo asustado.
—Yo lo digo, Thatcher. Las matamos y no somos mejores que
la escoria que perseguimos. —Rook discute conmigo.
—Dulce, Rook. Eso es lo que nunca entenderás. No soy mejor
que ellos. —dice Thatcher
—¿Quieren callarse de una puta vez para que pueda pensar?
—grité.
Tan fácil como sería matarlas ahora mismo, no era la mejor
idea. Lamentablemente, no habían hecho nada, todavía. Así
que matarlas sería masacrar a gente inocente y eso no era lo
que me gustaba.
Sin embargo, matarlas nos aseguraría a los chicos y a mí
estar protegidos. Haría cualquier cosa para asegurarme que
no les pasara nada, incluso si eso significaba herir a alguien
inocente.
Maldita sea.
—No vamos a matarlas. Porque se van a quedar calladas, ¿no
es así, Briar?
Se estremece en mis brazos, como si un escalofrío acabara de
golpearla, así es nena, lo sé todo sobre tu dulce culo.
Agarro con fuerza sus manos, inclino la cabeza hacia su
hombro y mi aliento pasa cerca de su oreja.
—¿Y si no lo haces sabes lo que te voy a hacer? ¿Quieres
saber lo que le haré a tu amiga? ¿Lo que dejaré que le haga a
tu amiga? —Hago un gesto con la cabeza hacia Thatcher.
De sus labios se escapa un pequeño gemido que dudo que
quisiera soltar. Aprieto los dientes, con la polla retorciéndose
en mis jeans, apretada contra su culo.
—Muéstrame lo asustada que estás. —Le gruño al oído, el
sonido de mi voz la hace temblar.
Dámelo, quiero susurrar. Déjame alimentarme de el. Quiero
verla de rodillas, mirándome con esos ojos de caleidoscopio
dispuesta a hacer lo que yo quiera. Estaba tan excitado en ese
momento.
Quería estar bajo su piel. Encima de su cuerpo. Entre sus
piernas. Festejar, conquistar, mostrarle lo fuerte que podía
correrse cuando temblaba de placer y de miedo.
No íbamos a matarlas. Eso es demasiado fácil. No es
divertido. Íbamos a hacer lo que mejor sabemos hacer.
Asustar a la gente.
Y secretamente, no tenía miedo que nos delataran. ¿Qué iban
a decir una don nadie de Texas y su amiga que alguien
pudiera creer?
—¡Joder! —Oigo gritar a Rook, que se tapa la cara con las
manos mientras su cautiva se aleja hacia los terrenos de la
universidad. Rook me distrae demasiado como para prever
que Briar me clava los dientes en la palma de la mano y me
da un codazo en las tripas que me hace soltarla.
Ambas chicas huyen hacia el campus, dejando polvo a su
paso.
Rook y Thatcher, van a despegar tras ellas pero los detengo.
—No lo hagan.
—Pero, ¿y si...?
—Tengo un plan. —Es todo lo que digo y para ellos, es
suficiente.
Confían en mí. Saben que todo lo que hago es por ellos.
Capítulo Doce
Los soplones reciben puntos de sutura

Briar
Me sentía mal.
Físicamente, mentalmente, espiritualmente, todo es posible
en el cuerpo humano.
Los dos últimos días había estado acosada por la ansiedad.
Miraba constantemente por encima del hombro esperando ver
a un agente de policía o, peor aún, a uno de ellos. La comida
apenas tenía sabor y, lo que es peor, apenas podía retener
nada.
Cada vez que algo golpeaba el fondo de mi estómago, pensaba
en la sangre. Pensaba en las serpientes y en los gritos, que
me devolvían a la garganta todo lo que había tragado.
Me ardían las entrañas, el reflujo ácido y la necesidad de
contárselo a alguien. A cualquiera. Guardar este secreto que
no tenía por qué guardar me estaba matando por dentro. Me
carcomía.
Mis noches estaban atormentadas por cadáveres, muerte y
cuerpos putrefactos que daban vueltas en la cama hasta que
los primeros rayos de sol se proyectaban en el dormitorio.
Pesadillas de cómo el corazón casi se me sale del pecho. Cómo
me dolían los pies de tanto correr y aún así no era suficiente
para alejarme de sus garras. Vi sus ojos mientras dormía, los
vi cuando estaba encima de mí, escudriñando en mi alma.
Tan oscuro. Malvado. Alimentado por tanto odio.
Me hizo sobresaltar de la cama, cubierta de sudor. Su voz
resonaba en mis oídos.
“Muéstrame lo asustada que estás”.
La forma en que sus manos me sujetaban las muñecas, sus
dedos clavándose en mi piel. Su palma sobre mi boca, el
modo en que su olor me asaltaba de un modo que me hacía
doler. Aún podía sentir su cuerpo áspero y duro presionado
contra el mío.
Se sentía peligroso. Como aferrarse a un rayo. Todo en él me
hacía sentir insegura y vulnerable. Había estado a su merced.
Podía haberme hecho lo que quisiera, y lo odiaba.
Le odiaba por ese poder que tenía sobre mí.
Pero lo que más me asustaba, más que sus amigos
psicópatas, más que sus manos asesinas, era cómo a pesar
de temer por mi vida, me excitaba.
En ese momento me había sentido viva. Cada célula de mi
interior reverberaba vitalidad. Podría haber saltado de un
acantilado sin miedo, haber atracado un banco. Me sentía
sobrehumana con toda la adrenalina que me recorría.
Mi cuerpo seguía aferrado a la atracción que sentí por él la
noche de la fiesta. Mi mente sabía lo retorcido que era
sentirse atraída por un tipo como él, mi cerebro comprendía
las consecuencias. La destrucción que él haría.
Pero mi cuerpo.
A mi cuerpo le encantaba el flujo de electricidad. Las
endorfinas.
Arriesgar mi vida, mi libertad, era algo que había hecho desde
que me enseñaron a robar. Era una droga que había dejado
antes de venir aquí, a la que estaba decidida a no volver.
Y las manos de Alistair Caldwell parecían la peor de las
recaídas. Lo odiaba más por eso.
Pensar en él me hizo meter la mano en el bolsillo de la
sudadera, deslizando el dedo por el voluminoso anillo que una
vez adornó la mano del rey de mis pesadillas. Podía sentir los
trozos huecos de sus iniciales talladas, trazándolas una y otra
vez.
Lo robé por si nos mataban. Así la policía sabría a quién
buscar. Si iba a caer, no lo haría sola.
Llevaba dos días esperando que cayera el otro zapato. Verle
entrar en mi clase de matemáticas, dirigirse directamente
hacia mí y asfixiarme con sus propias manos. Terminando el
trabajo que había empezado en el bosque.
No había visto a ninguno de ellos y Lyra tampoco.
Los silenciosos crujidos y gemidos de la casi antigua
biblioteca me hacen estremecer. Giro rápidamente la cabeza
por encima del hombro, asegurándome que no hay nada ni
nadie detrás de mí.
Hago que mis ojos se esfuercen en buscar entre las filas y
filas de estanterías poco iluminadas casi esperando que esté
acechando en las sombras. Sin embargo, no había nadie
importante, solo otros estudiantes buscando material.
Me doy la vuelta en mi asiento, subo el pie en la silla y lo
meto debajo de mí. Me pongo los auriculares en los oídos y
vuelvo a mirar los artículos de periódico plastificados.
El departamento de genealogía de la biblioteca de la escuela
era mucho más extenso de lo que había pensado. Había leído
lo que me parecieron cientos de artículos sobre la historia de
este lugar y de la ciudad en la que se asienta.
Principalmente, había buscado cualquier cosa con los
apellidos Caldwell, Van Doren, Hawthorne y Pierson. Todo
esto me parecía una elaborada partida de ajedrez, y estaba
perdiendo terriblemente por no conocer bien a mi oponente.
Por lo que había leído, cada uno era descendiente de los
fundadores originales de la ciudad. Sus familias habían
estado entrelazadas desde 1600. Lo que significaba dinero
antiguo y secretos aún más antiguos. Aunque básicamente no
había nada relativo a ellos por sí mismos, había un montón
de informes en torno a sus familias.
El padre de Silas era uno de los propietarios de tecnología con
más éxito del mundo. Había creado un sistema que protegía a
las grandes corporaciones de ser pirateadas cibernéticamente.
Parecía que cualquier empresa que ganara dinero había
invertido en Hawthorn Inc. También tenía dos hermanos
pequeños, ambos en la escuela secundaria y bastante
inteligentes, que ganaban premios a diestro y siniestro.
La familia de Rook estaba plagada de abogados y jueces. Los
encargados de equilibrar la balanza del bien y el mal. ¿Cómo
pudieron equivocarse tanto con esta generación? No había
mucho sobre su madre, y ni siquiera estaba segura que
estuviera cerca.
Los Pierson, a falta de una palabra mejor, eran unas putas
hambrientas de atención. No había mucho sobre Thatcher, lo
que no me sorprendió, pero sus multimillonarios abuelos
estaban por todas partes. Habían construido un imperio
inmobiliario tras abandonar el negocio agrícola en los años
cincuenta. Pero el mayor escándalo que rodeaba a esa familia
era el padre de Thatcher, que estaba condenado a muerte tras
matar a trece mujeres en cuatro años.
Aquí estaba yo, pensando que mi familia estaba jodida. Yo era
el ejemplo de felicidad comparado con algunas de estas
personas. Quiero decir, imagina crecer como el hijo de un
asesino en serie, no puedes dejar de preguntarte lo que eso le
hace a un niño.
No puedes evitar entender cómo ha resultado ser como es
ahora.
También me hizo preguntarme: ¿es la naturaleza? ¿O
crianza? ¿Hay algo biológicamente codificado en el cerebro de
Thatcher? ¿O las tendencias sociopáticas sólo afloraron
después de que el mundo le dijera que era un monstruo?
Aunque las otras familias tenían varios artículos, los Caldwell
se llevaron la palma de la mayoría de los artículos publicados
en Ponderosa Springs.
Páginas y páginas de su historia. Cómo partieron de la nada y
construyeron un legado. La migración original a la zona había
sido por la libertad religiosa y a partir de ahí crearon una de
las ciudades más ricas del mundo. Más que eso, había
descubierto que Alistair tenía un hermano mayor llamado
Dorian y parecía que le encantaba ser el centro de atención.
Nadador estrella, mejor alumno del instituto y de Hollow
Heights, había ganado casi todos los premios imaginables.
Casi me asombro de lo parecidos que eran. Casi como
gemelos, aunque Dorian era mayor. La principal diferencia
era que Dorian era alegre, con una sonrisa brillante que
iluminaba sus rasgos, de modo que su cabello oscuro y sus
ojos no parecían tan oscuros.
Ahora vivía en Boston, formaba parte de uno de los mejores
programas de residencia de Estados Unidos y pronto sería
cirujano, según este nuevo artículo.
No pude evitar mirar fijamente la foto de la portada de un
artículo anterior sobre los lazos familiares, el señor y la
señora Caldwell estaban orgullosos detrás de Dorian, cada
uno con una mano en el hombro mientras él se sentaba en
una silla frente a ellos. Mientras tanto, a Alistair lo hacían a
un lado, sin darle afecto ni atención.
Era un extraño en todas partes. Incluyendo alrededor de su
familia.
—Oye, ¿estás lista para irnos?
Salto, me pongo la mano en el corazón, el rápido cambio de
velocidad me hace querer desmayarme. Había estado tan al
límite, inquieta, que todo me hacía estremecerme.
—Lo siento, no quería asustarte. —Lyra sonríe suavemente,
con su mano aún apoyada en mi hombro.
Recojo rápidamente la investigación en la que me había
sumergido, organizándola en una pila ordenada, antes de
asentir.
—Sí, volvamos antes de que oscurezca. —digo.
Normalmente no me importaría caminar por el campus de
noche. Pero normalmente tampoco me preocupan cuatro
idiotas asesinos que me guardan rencor.
Juntas salimos de la biblioteca. Al instante, me ciño más la
ropa para evitar que me atraviese la fresca brisa.
—Sé que no quieres hablar de ello, pero creo que tenemos que
hacerlo. Tenemos que idear un plan, a quién se lo vamos a
contar. —Mi voz interrumpe el silencio vacío de nuestro
paseo.
Para cualquiera que pasara por allí sólo éramos dos chicas
charlando de la vida.
Había querido contárselo a alguien inmediatamente después
de ponerme a salvo. Todavía quería decírselo a alguien. Sentí
que ahora sería el momento perfecto.
La única razón por la que no lo había hecho era porque Lyra
insistía en lo horrible que era la idea.
Les tenía tanto miedo que hasta la idea que se enteraran de
que habíamos dicho algo le provocaba un ataque de nervios.
—Otra vez esto no. Pensé que habíamos acordado no hablar
de ello. —Ella gime.
—No, no. Tú estuviste de acuerdo. Nunca dije eso. Es nuestra
responsabilidad decírselo a alguien. ¿Qué pasa con la familia
de ese hombre? ¿No crees que merecen saberlo?
Me molestaba pensar que había alguien desaparecido. Alguien
con una familia desaparecida y aún no habíamos informado a
nadie.
—No lo entiendes, Briar. —Lyra me dice de nuevo mientras
caminamos por los terrenos hacia nuestro dormitorio. Mi
chaqueta delgada está haciendo un trabajo de mierda
manteniendo el viento frío fuera de mi piel. El verano se ha
ido y el otoño ha llegado rápidamente.
—Sé que tienen dinero, pero eso no les protege de todo. —
argumento por enésima vez—. Esto no es una película de
Tarantino. La gente no se libra de este tipo de cosas si se lo
cuentas a alguien.
—Lo hacen si tienes el apellido correcto, mira —respira,
mirando rápidamente a su alrededor como para asegurarse de
que no están allí—. Son hijos de familias fundadoras. Las
cosas son diferentes en Ponderosa Springs que donde tú
creciste. Hay una jerarquía, reglas tácitas, y una de ellas es
que esos chicos son intocables.
Todo sonaba tan increíble. ¿Estaban tan protegidos que
realmente podían salirse con la suya?
—Lo sé todo. Familias fundadoras. Ricos de mierda. Lo sé.
Podemos ir a las autoridades fuera de Ponderosa Springs.
Tenemos opciones, Lyra. No podemos dejar que se salgan con
la suya. Su legado no los hace invisibles a la ley.
Su rostro es frío, serio, pero aún puedo ver la inclinación del
miedo en sus ojos.
—Sí, así es. Están por encima de todo eso. Claro, cada uno
odia a su riqueza y a su familia por el daño que han infligido,
pero esos apellidos los protegen de todo. El hecho que nos
dejaran ir en primer lugar es un regalo. No lo sabes porque no
creciste aquí, pero harán lo que sea para protegerse unos a
otros. Mentir, robar, engañar, matar. Somos chicle bajo sus
zapatos. Si se trata de que ellos no vayan a la cárcel o de que
nosotras vivamos, no se lo pensarán dos veces antes de elegir
al otro.
Mis Converse se deslizan sobre el adoquinado mientras
serpenteamos por el campus y otros estudiantes pasan a
nuestro lado. Todos ellos preocupados por las notas o las
fiestas, y nosotras, de alguna manera, sacamos la pajita más
corta. Nos preocupaban nuestras vidas y lo que podríamos
haber hecho para maldecir a Dios tan injustamente, que nos
había arrojado en el camino de Los Hollow Boys.
Me agarro con fuerza al anillo de Alistair.
—Entonces qué, ¿de verdad quieres guardártelo para
nosotras? ¿Actuar como si nunca hubiera pasado? ¿Crees que
puedes hacerlo? —pregunto.
—¡No me juzgues! Tú no lo ves pero es lo mejor para las dos.
—responde deslizándose primero por la puerta.
—Lyra, no podemos...
—¡Briar! Ya sé lo que pasa cuando delatas a gente como ellos.
Cuando sueltas secretos sobre esas familias de los que no te
corresponde hablar. —Extiende el brazo hacia afuera—. Mi
vida entera se arruinó porque mi madre pensaba igual que tú.
Y ahora está a dos metros bajo tierra pudriéndose por eso. —
Se le quiebra la voz, le tiembla el labio inferior cuando se
vuelve hacia mí en el pasillo.
Mis cejas se fruncen: —¿De qué estás hablando?
Había supuesto que su madre había muerto de un ataque al
corazón, ¿tal vez un accidente de auto? ¿Qué tenían que ver
con la muerte de su madre?
Se pasa la mano por el cabello rizado, la lluvia lo encrespa y
sus dedos se enredan en él mientras suspira frustrada.
—Henry Pierson es de lo que estoy hablando. El padre de
Thatcher. El Carnicero de Spring. Asesinaba y violaba
mujeres. Las mantenía en su sótano durante semanas, sólo
para prolongar la tortura lo más posible. Hizo cosas
indescriptibles a esas mujeres. Y como mi madre intentó ser
una heroína, intentó ser como tú, fue una de esas mujeres.
Mis ojos se abren de par en par, el burbujeo de la acidez
estomacal me pone enferma.
Hace unas semanas, este lugar había sido un sueño. Una
tierra de oportunidades.
Se había convertido rápidamente en mi mayor pesadilla.
—Lo vio metiendo un cadáver en el maletero mientras ella
salía a correr. Inmediatamente, acudió a la policía pensando
que harían algo. Pensando que la protegerían —se burla Lyra,
mordiéndose con fuerza el labio inferior y mirando al techo.
—Pero aprendió por las malas, que no hay nadie que pueda
protegerte de alguien así. Aquí no hay donde esconderse. Ni
de las familias fundadoras. —Lágrimas de rabia brotan de sus
ojos, acumulándose en las comisuras antes que unas pocas
caigan—. Yo estaba allí la noche que él apareció. Buscando
atar cabos sueltos.
Jadeo con los dedos tapándome la boca, casi como si
haciendo esto fuera a evitar el final de la historia de Lyra.
—Entró y mi madre, me metió en su armario. Me gustaba
dormir con ella cuando era pequeña. Ella trató de pedir
ayuda, pero fue inútil, él la dominó. Vi lo que le hizo, Briar. Vi
de lo que son capaces hombres como ellos. Vi la muerte esa
noche. Me tumbé a su lado hasta que la señora de la limpieza
apareció al día siguiente. La vi descomponerse e hincharse. Vi
todo eso. Vi lo que pasó, y estoy tratando de advertirte.
Intento salvarte rogándote que no digas nada. No acabará
como crees.
Pequeñas lágrimas caen de sus ojos, gotean por su barbilla y
caen al suelo del pasillo de nuestro dormitorio. Ni siquiera
supe qué decir. ¿Cómo responder a algo así?
Durante los dos últimos días no había hecho más que
molestarla para que se lo contara a alguien, a quien fuera,
necesitaba desahogarme, pero nunca me había dado cuenta
de lo que esto podía estar haciéndole.
Cómo abrir mi boca a las personas equivocadas que afectan
su vida y la mía. Nunca había estado en esta posición, a
merced de otra persona. No había nada que pudiera hacer
para protegerme o a Lyra. No podíamos pedir ayuda ni tender
la mano. Estábamos solas en esto.
Contengo la respiración, me adelanto y agarro la mano de
Lyra mostrándole mi apoyo. Esa hinchazón desconocida en mi
estómago. Nudos de nervios y ansiedad porque no sabía qué
pasaría a continuación. No sabía cuál sería mi siguiente
movimiento, pero lo haríamos juntas.
¿Nos dejarían en paz? ¿Terminarían lo que empezaron? ¿Qué
hacían matando a alguien en primer lugar? ¿Qué había en
sus vidas que era tan malo, que les hizo recurrir al asesinato?
Eran preguntas persistentes a las que temía no encontrar
nunca respuesta.
—Bien, lo entiendo. No diré nada. Lo prometo. —susurro
suavemente, tirando de ella en un fuerte abrazo. Aunque no
creía del todo las palabras que decía. No diría nada, no hasta
estar segura de que a Lyra no le pasaría nada.
Cerré los ojos un momento, pensando en lo horrible que debió
de ser para ella. Las pesadillas que debió de tener, el odio que
debió de sentir al tener que ver a Thatcher bailar el vals por el
campus. Saber que su padre es la razón por la que se quedó
huérfana. Sentí rabia en el estómago por ella.
Sus brazos me devolvieron el abrazo: —¿Cómo soportas
mirarle, Lyra? ¿Por qué sigues aquí? —pregunto. Si fuera yo,
siento que habría huido de este pueblo lo antes posible.
—Es difícil de explicar, pero me siento cerca de ella cuando
estoy aquí. Irme de aquí es como dejarla a ella, no creo que
esté preparada para hacerlo todavía.
Me doy cuenta que quiere decirme algo más, que hay algo que
no me está contando, pero no la presiono. Creo que ya ha
compartido suficiente historia familiar por hoy.
Vuelve el silencio mientras caminamos hacia nuestra
habitación. Subimos las escaleras hasta el tercer piso. Me
había acostumbrado a la decoración extravagante y a las
formalidades exageradas. Empezaba a ser normal. Aunque
acababa de empezar a adaptarme, sabía que si estas noches
de insomnio y recuerdos atormentados continuaban, tendría
que trasladarme el próximo semestre.
No podía quedarme aquí si me preocupaba constantemente
quién me vigilaba. Quién estaba a mis espaldas. Pero tampoco
podía dejar sola a Lyra para que se defendiera sola de lobos
hambrientos.
Había ruido en el vestíbulo cuando llegamos al último
escalón, al final del largo pasillo donde estaba nuestra
habitación a la izquierda había una multitud de chicas
vecinas. Sus voces rebotaban en las paredes y rebotaban
hacia nosotras.
Empieza a cundir el pánico. Sé que no es una coincidencia
que estén acurrucadas alrededor de nuestro dormitorio, igual
que no fue una coincidencia que sintiera que alguien me
observaba en la biblioteca antes que Lyra apareciera.
Nos estaban observando. Jugaban con nosotras.
Aunque ni Lyra ni yo los habíamos visto físicamente desde la
otra noche. Seguían ahí. Merodeando en la oscuridad.
Esperando pacientemente el momento perfecto para atacar.
Depredadores de emboscada, animales que capturan a sus
presas con sigilo y señuelo.
Se habían convertido en criaturas de persecución anoche por
necesidad. Pero yo sabía tan bien como ellos que los hombres
como ellos no perseguían. Esperaban. Usando el elemento
sorpresa a su favor para atacar cuando menos te lo esperas, y
el miedo está recién encendido en las brasas de tus ojos.
Eso es lo que hace que la caza sea divertida para ellos.
No dejo que mis temores me disuadan de averiguar qué era
exactamente lo que había captado la atención de todas. Qué
había sido tan interesante que hizo que todas se escaparan de
sus propios espacios y salieran al pasillo después de un largo
día de clases.
—Disculpen —murmuro, abriéndome paso entre los cuerpos.
Me abro paso entre ellas con Lyra pisándome los talones. Sus
pasos menos ansiosos que los míos, como si ya supiera lo que
le esperaba.
—¡¿Qué es eso?!
—¡Malditas bichos raros!
—¡Apesta!
Un solo clavo atraviesa el cráneo de un animal desollado y
rebanado. Su cuerpo, de tamaño mediano, colgaba de un
clavo, un chorro de líquido oscuro fluía por la puerta y se
congelaba en una mancha en el suelo. El olor se había
fermentado debido al calor que soplaba por los pasillos.
La carne podrida y la intención salvaje se filtraron en mi
cuerpo. Se me erizó la piel de forma inevitable. Me sudaban
las palmas de las manos, tenía la boca seca y el corazón me
golpeaba el esternón como un tambor. Me abrí paso, agarré el
pomo de la puerta y la abrí de un empujón.
Me dirijo frenéticamente a la jaula de mi escritorio, abro la
tapa y chasqueo la lengua. La esperanza se desintegra en mi
pecho. Mi dulce niña blanca no sale de su escondite para
recibir una golosina, como suele hacer.
Desesperada, revuelvo los columpios y las casas, buscando
por todo el espacio de su hogar. Un sollozo se desgarra en mi
garganta mientras recojo la jaula de metal arrojándola
furiosamente al suelo. Los pedazos se hacen añicos en el
suelo.
Nunca había sentido tanta furia en mi vida. Nunca nadie me
había hecho algo así, había entrado en mi espacio y me había
robado. Siempre había sido yo la que robaba. Yo controlaba lo
que alguien podía quedarse y lo que no.
—Briar... —Lyra susurra detrás de mí, mis hombros suben y
bajan con respiraciones masivas, el agua corre por mis
mejillas. Mi visión está borrosa por la ira y el dolor. Sus ojos
tristes por mí, pero una parte de ella quiere decirme, decir te
lo dije. Puedo verlo.
Me giro y veo a toda la planta mirándome como si fuera un
número de circo. Quiero gritar, gritarles que se larguen, y
estoy a punto de hacerlo.
Pero veo el papel. El papel blanco que está debajo de la rata
muerta que cuelga de la puerta. Me limpio las lágrimas con el
dorso de la mano y me dirijo a la puerta, mientras las chicas
que están detrás saltan ante mi agresividad.
Arranco la nota de la pared, observando las palabras
garabateadas en rojo oscuro, sin duda sangre. No había
firma, nada, porque sabía que yo identificaría de quién era.
No era de Rook, ni de Thatcher, ni de Silas.
No, era del de los ojos oscuros.

Voy por lo que es mío, Ladronzuela.


Hasta entonces, guarda silencio.
Capítulo Trece
Justo en el blanco

Alistair
Pop-pop, pop-pop.
El agudo sonido se propaga por el aire y no tengo que avisar a
nadie para saber dónde están. La pólvora chocando el metal
pesado resuena mientras camino por la parte trasera de la
casa de Silas hasta el patio trasero, donde hay una sección
del espacio dedicada a una de sus muchas actividades
extraescolares.
El lugar al que sabemos que va cuando las voces son
demasiado fuertes. Cuando las cosas que tiene en la cabeza
empiezan a filtrarse al mundo real. El campo de tiro que su
padre diseñó para él es sencillo, dianas a diferentes yardas,
una caseta detrás de la cual se supone que debemos
colocarnos y un equipo de seguridad que nunca se ha tocado.
—Doscientos dólares a que no te pones delante de la diana de
quince yardas. —Oigo decir a Thatcher cuando el arma
deja de disparar.
—Que sean quinientos y trato hecho. —Rook regatea.
Hay un rápido apretón de manos y sé que debería decir algo.
Decirles que es estúpido e imprudente, cualquier otro lo
haría. Si fuera un buen amigo, lo haría. No necesitamos que
disparen a alguien encima de la mierda que tenemos encima,
pero si están haciendo la apuesta, sé quién dispara.
Y él no falla.
Nunca.
Las hojas han empezado a caer al suelo, crujiendo bajo mis
pies mientras me dirijo a la cabina. Apoyo los brazos en el
banco, observándoles. Silas se ha quitado sorprendentemente
la sudadera negra con capucha y lleva una camiseta gris que
le aprieta los hombros.
Siempre disimula. Nunca es de los que se pavonean o
presumen. Se conforma con estar en un segundo plano, pero
cuando está en su elemento, cuando hace lo que le gusta, le
encanta hacer alarde de su talento.
Rook lleva una bolsa de patatas fritas en la mano y camina
por el sendero de árboles abiertos, de pie frente a una diana
negra, blanca y roja con la forma de la parte superior del
cuerpo de un humano. Se vuelve hacia nosotros, sonriendo.
No hay miedo. No hay ansiedad. Sólo excitación por la
adrenalina que está a punto de llegar. Cuando superas los
obstáculos que te pone el cerebro ante una situación de
miedo, cuando te enfrentas al pánico de frente, el miedo
puede convertirse en el mejor afrodisíaco del mundo.
Se llama oleada.
Un subidón de endorfinas en todo el cuerpo. Te hormiguea la
piel y se acelera el corazón. Por eso hay adictos a la
adrenalina en el mundo. Porque disfrutan pasando miedo. La
prisa de la muerte.
Algo que a todos nos gusta de una forma u otra.
Silas recarga su cargador con uno nuevo, el chasquido y el
tintineo del arma es el único ruido que emite, incluso
mientras observa a Rook sonreír como un bastardo descarado
delante de él.
Mientras Silas había reunido toda una colección de armas
durante los años que lo he conocido. Tenía una favorita. La
que usaba más a menudo, la que le habían dado a los quince
años.
El cañón de la Desert Eagle .50 capta la luz del sol, las dos
frases inscritas a cada lado dicen,
Timebo mala a la izquierda.
Vallis tua umbram a la derecha.
En latín significa: “No temas al mal. La sombra y el valle son
tuyos”.
Rosemary se la había regalado por su cumpleaños. La
empuñadura de calavera roja personalizada y el cañón de
cromo pulido habían costado nada menos que tres de los
grandes. Había sido el regalo perfecto para alguien como él,
un testimonio de su relación y de la conexión que habían
compartido.
Una conexión destinada a durar toda la vida, pero que fue
arrancada con saña de ambos.
Con facilidad levanta la pistola, la enorme arma
semiautomática no era algo de lo que yo fuera fan. Prefería
tener pleno control sobre la destrucción que implicaba. Las
pistolas me parecían demasiado impersonales. Por no
mencionar que disparar esa cosa era como golpear un
martillo contra la mano.
Sin embargo, él lo hacía parecer fácil. Sencillo. Como si no
fuera nada.
Apoyado en los codos, esperé, observando cómo levantaba el
hombro derecho justo por debajo de la mejilla sosteniendo el
arma frente a él con pericia. Rook levantó los brazos, dejando
a Silas espacio para disparar alrededor de su cuerpo.
Hay una pausa para conseguir un efecto dramático antes que
el arma empiece a dispararse. Apenas sacude las manos de
Silas hacia atrás mientras dispara una y otra vez, ajustando y
posicionando su puntería para pasar rozando el sólido cuerpo
de Rook.
Una vez que el arma está vacía, apunta al suelo. Se suena el
cuello mientras vuelve a mirar su trabajo.
Todos vemos a Rook alejarse del objetivo, una perfecta línea
de agujeros de bala marcando su silueta tras él. Había
pensado que estaba vacío, hasta que Silas dispara dos balas
más que hacen dos agujeros en las patatas.
—Intentaste tomar un poco de la parte superior, ¿no es así
imbécil? —Rook se burla, haciendo pucheros por su merienda
que está arruinada.
En la cara de Silas se dibuja una mueca de sonrisa y yo
sonrío un poco. La primera emoción real aparte de la rabia o
la angustia evidente que había visto desde la muerte de Rose.
Rook era bueno en eso. Hacía sonreír a Silas, le hacía olvidar
el dolor por momentos solitarios.
Necesitaba esto. Necesitaba a sus amigos. Necesitaba saber
que estaría bien y que estaríamos ahí si no lo estaba.
—Paga, zorra. —Rook tiende una mano a Thatcher, que
desliza las suyas dentro de sus pantalones, hojeando billetes
frescos de cien dólares que coloca en la palma de su mano.
—Lástima que falló. Esperaba un poco de sangre.
—Claro que sí, Drácula —dice metiendo el dinero en su
bolsillo trasero.
Paso la lengua por la parte superior de mis dientes: —No es
que no me guste pasar tiempo con ustedes tres, pero ¿hay
alguna razón por la que haya recibido un mensaje del 911? —
hablo por primera vez desde que llegué.
Había planeado ir a Spade One esta tarde, pero había recibido
un mensaje de emergencia de Silas, que casi nunca envía
mensajes al grupo, así que sabía que tenía que ser
importante.
Thatcher es el primero en reconocerlo: —Se trata de tu
pequeña mascota.
Briar Lowell.
No una mascota. Sólo un objetivo.
No me preocupaba que hubiera abierto su bonita boca, la
había vigilado de cerca tanto a ella como a su amiga. Un
testimonio de mis habilidades para mantenerme fuera de su
vista porque ambas no podían dejar de mirar por encima del
hombro.
Especialmente Briar.
Podía sentirme allí y creo que la volvía loca no poder
encontrarme cuando sentía mis ojos sobre su cuerpo.
Escondido en las sombras de la biblioteca, a través de las
ventanas de sus clases. Me había asegurado que no
murmurara ni una sola palabra.
No iba a hacer nada grave, no hasta que fuera completamente
necesario. Hasta que me di cuenta que faltaba una parte vital
de mí. Había pensado que tal vez lo había perdido en el
alboroto, pero cuando se asentó el subidón, me di cuenta que
no lo había perdido.
Me lo habían quitado.
Sus dedos pegajosos de años de ladrona, me habían robado el
anillo. La chica que rápidamente había pasado de ser una
ingenua espectadora con ojos de caleidoscopio a la mujer que
me había robado.
Me froté el dedo donde solía estar el anillo que me faltaba,
sintiéndome desnudo sin él. En mi enfado, había decidido
matar dos pájaros de un tiro.
Colándome en su habitación antes de dirigirme a la biblioteca
para vigilarla. Había planeado destrozar el lugar para
encontrar lo que había venido a buscar, pero al no
encontrarlo por ninguna parte, opté por la opción B.
Demostrar un punto y asegurarme que ambas sabían lo que
les esperaba si decían una palabra de lo que habían
presenciado.
Ni siquiera sabía que tenía una mascota. Eso fue suerte por
mi parte y un grave inconveniente para ella.
Por supuesto, dejé que Thatcher se encargara de desollar al
animal, pensé que sería grosero no incluirlo en algo tan
sangriento.
No había visto su cara cuando la encontró. Pero la había oído,
el grito iracundo, el estruendo de tirar cosas por la habitación
mientras esperaba al pie de los escalones de su vestíbulo.
Esa ira era toda mía. Yo le había hecho eso. Encendí un fuego
bajo su trasero. Y me pertenecía cada centímetro de esa
emoción. Todas sus emociones.
—¿Qué pasa con eso? —pregunto, con el puño apretado por la
necesidad de recuperar lo que me pertenecía.
—Silas entró por fin en la base de datos de acceso a las
credenciales de la escuela —dice Rook—. Un porro y dos
bolsas de Doritos después, descubrimos que el tío de Briar,
Thomas Reid, es profesor de biología.
—¿Y el estudio de los organismos qué tiene que ver
exactamente? —digo sin seguirle.
—Mírate, Ali, prestando atención en clase. Mamá y papá
estarían muy orgullosos. —Thatcher se burla, me rechinan
las muelas.
Mamá y papá pueden irse al infierno.
—¿Quieres decirme de una puta vez lo que has encontrado?
—Thomas Reid ha entrado y salido del laboratorio de química
más que cualquier profesor de ciencias de la universidad. —
Silas habla, con el chasquido del metal sonando. Me
sorprende un poco que realmente esté hablando.
—En los últimos dos años ha estado allí a deshoras, a la una,
a las dos de la madrugada. Cientos de veces.
Me chupo el labio inferior: —¿Creemos que es el profesor que
envió el mensaje a Chris? No es por decir lo obvio, pero ¿y si
Chris estaba mintiendo para que no lo matáramos? ¿Y si en
realidad fue él quien lo hizo?
Odiaba tener que jugar a unir los puntos. Me sentía como un
detective corrupto y ser policía no era algo a lo que hubiera
aspirado nunca.
—¿Por qué decirnos lo de plantar el cuerpo entonces? Si
quisiera mentir, ¿no lo habría negado todo? Además, ¿qué
profesor conoces que vaya al laboratorio de química a las dos
de la mañana? Tendría sentido que lo fuera, pero no podemos
ir a cortarle la cabeza —Sonríe Rook con maldad—. Todavía.
—Pero es una pista. Podemos vigilarlo, seguirlo, hasta que
tengamos las pruebas que necesitamos. —Continúa.
El zippo de Rook hace clic, la llama enciende el extremo de su
cigarrillo, —Y creemos que su querida sobrina está
involucrada o al menos lo sabe. Quiero decir, piénsalo —
inhala—. Está arruinada como un puto chiste. ¿Crees que
una beca es lo que está pagando por Hollow Heights? Para
empezar, ¿cómo consiguió entrar? Es una pregunta aún
mejor. No es excepcionalmente inteligente o superdotada.
Thomas debe haber movido algunos hilos para traerla aquí. El
tipo de dinero que compra la entrada de su sobrina de
aspecto hogareño en una prestigiosa universidad. La clase de
dinero que paga el silencio de la gente.
Cruzo los brazos sobre el pecho, mordiéndome el interior de la
mejilla. Esto era, una razón sólida para ir tras ella. Duro.
Para enseñarle lo que se siente cuando te metes en líos con
gente a la que le importa un carajo si vives o si mueres.
Las ideas crepitaban. Desatando pensamientos.
Imágenes de sus grandes ojos empapados de lágrimas no
derramadas y pánico. Su sonrosado labio inferior temblando
mientras contempla todas las decisiones que ha tomado en su
vida hasta ese momento.
Iba a quitárselo todo. Su alegría. Sus amigos. Sus secretos.
Su miedo. Todo era mío. Todo mío para robarlo.
—Sí. Estoy contigo, pero ella ni siquiera estaba en Ponderosa
Springs cuando Rose fue asesinada. Y dudo que su tío vaya
por ahí hablándole de asesinar chicas.
Sin embargo, debía proceder con cautela. Si perseguíamos a
la gente equivocada, pisábamos los pies equivocados,
hacíamos daño a la persona equivocada, toda esta operación
acabaría en veinte segundos.
—¿La defiendes?
Dirijo la mirada hacia Thatcher, con los brazos cruzados
sobre el pecho, igualando mi postura. El viento le despeinaba
el cabello rubio. El jersey de cuello alto gris y la chaqueta
negra le hacían parecer mayor. Más sofisticado. No era más
que otra capa de su proceso de intimidación.
Ten buen aspecto. Actúa el papel. Pero por dentro, ahí es
donde puedes pudrirte en paz.
Por dentro puedes ser tan malvado y siniestro como desees.
Thatcher cree en una máscara. Ocultando al mundo lo que
ocurre bajo la superficie.
Yo no.
Llevo lo que soy. No tengo motivos para esconderme.
Encaja en la cadena alimenticia social con apariencia y
comunicación. Pero somos los únicos tres que hemos visto lo
que hay realmente bajo la piel helada de Thatch.
Y porque lo sabemos, porque lo tenemos en desventaja,
desprecia la posibilidad de la deslealtad. De ser traicionado.
—¿Te parece que la estoy defendiendo, imbécil? Sólo expongo
los hechos. —Frunzo las cejas con rabia y salgo de
la cabina para que estemos en igualdad de condiciones.
Si había algo que odiaba, era que cuestionaran mi lealtad.
Especialmente hacia ellos.
Rook me pone una mano en el pecho.
—Cálmense, muchachos. Que nadie se ponga nervioso. No
estoy diciendo que sepa lo del asesinato. Sólo digo que tengo
la sensación que sabe algo sobre las drogas. Quiero decir... —
Suelta una carcajada—. Sólo mira su historial. No es
exactamente una ciudadana respetuosa de la ley.
—Bueno, no todos tenemos papás que limpien nuestros
registros. —Ahora Thatcher está siendo un idiota. Él es
plenamente consciente del precio que Rook paga al final del
día por ese favor de su padre.
—¿Qué tal si no entramos en temas de papás hoy, te parece
American Psycho?
Siempre había admirado eso de Rook. Su capacidad para
reírse del dolor, hacer una broma sobre algo que enfadaría a
cualquier otra persona.
Uniéndome a la diversión, olfateo el aire sarcásticamente: —
Ignóralo, es la semana del tiburón. —Golpeo el hombro de
Rook con una sonrisa burlona y una risita.
Siempre el que reparte y nunca al que le gusta recibir, una
mirada molesta se posa en sus ojos. Justo cuando levanta los
dedos hacia cada uno de nosotros.
Teníamos una dirección, teníamos otro plan, otra persona de
interés. Por molesto que fuera, nos estábamos acercando.
Cada marca en nuestra alma, toda la sangre que habíamos
derramado, valdría la pena al final.
Y ahora, podría divertirme un poco más con ello.
—Ahora tenemos que ser pacientes —digo, asegurándome que
todos me escuchan—. Observamos a Thomas. Seguimos sus
movimientos, lo que hace.
—¿Y las chicas? —pregunta Thatcher.
—Les asustamos. Hacemos lo necesario para asegurar su
silencio. Obtener cualquier información de Briar que podamos
en el proceso. Pero no les pongamos la mano encima, todavía
no. —advierto.
Teníamos que llegar a eso. Tenerlas tan paranoicas que
apenas pudieran parpadear por miedo a que esos segundos
con los ojos cerrados fueran el momento en que atacaríamos.
Hacerles sentir que en todo momento estábamos vigilando,
siempre ahí. Listos para atacar.
Las quería atormentadas. Las quería petrificadas y llenas de
horror. Sólo entonces, cuando tuviéramos las pruebas que
necesitábamos, podríamos terminar lo que habíamos
empezado.
La mayor euforia que he sentido en mucho tiempo. Mi sangre
bombea, mi boca se hace agua.
—¿A quién no le gusta un poco de juego previo antes del
evento principal? —Rook mueve las cejas,
trabajando por su cuenta para quitarle el arma a Silas, que lo
fulmina con la mirada por siquiera tocarla.
Tenemos que ser creativos. Tenemos que ser siniestros y
sigilosos.
Vamos a hacer que deseen que acabemos con ellas, sólo para
tener un respiro del terror que atormenta sus cuerpos.
Vivía para esto.
Capítulo Catorce

Por el pinchazo de mis pulgares8

Briar
Había llegado oficialmente a la privación extrema de sueño.
Empecé a sentir los efectos de la falta de sueño después de
cuarenta y ocho horas. Ansiedad, irritabilidad, e incluso
empecé a tener alucinaciones a altas horas de la noche. Oía
pasos, puertas que crujían y veía sombras en mi dormitorio
vacío.
Incluso cuando me tumbé en la cama, mis ojos se negaron a
cerrarse. Mi cerebro se empeñaba en mantenerse despierto y
alerta. No quería darles la oportunidad de pillarme vulnerable
o en desventaja.
Sentía que si estaba siempre despierta, estaría preparada en
cualquier momento.
Habían pasado unos días desde el revuelo de mi rata muerta
en la puerta. Los murmullos seguían siendo muy fuertes y la
gente hablaba de mí a mis espaldas en clase, pero había
aprendido a volver a mi antiguo yo. Bloqueando todo lo que se
decía, y realmente sólo empecé a apoyarme en Lyra quien
afortunadamente, estaba bien con ello, y se apoyó en mí
también.
Se ocupó del desastre de la puerta, metiendo rápidamente a
Ada en una caja y limpiando la sangre que había derramado.
Juntas la enterramos en la base de un árbol detrás de uno de
los edificios de la escuela y le hicimos un pequeño funeral
antes de volver a nuestro dormitorio y ver las películas de
Harry Potter.
Intenté ser optimista, pero no lo conseguí. Cada día me
parecía un juego de espera, otro día en el que veía una
sombra moverse con el rabillo del ojo pero me giraba para ver
que no había nadie.
Ayer comí con el tío Thomas, que estaba lleno de energía y no
paró de hablar. Lo cual estaba bien, significaba que todo lo
que tenía que hacer era sonreír y asentir con la cabeza. Había
oído decir a mis profesores que era una buena estudiante y se
alegraba que me estuviera adaptando bien.
Y aunque quería decírselo, le había prometido a Lyra que no
lo haría. Así que me lo guardé todo para mí, tragándomelo
todo con comida insípida mientras él seguía hablando de un
próximo acontecimiento escolar anual al que yo no quería
asistir.
Sin embargo, le dije que iría, con la esperanza de que sólo
fuera una asamblea de algún tipo. No estaba de humor para
hacer otra cosa que no fueran clases y esconderme en mi
dormitorio.
Ahora vivía mi vida en un constante estado de limbo, siempre
preguntándome cuándo acabaría.
Después de las clases de hoy me había ido a la biblioteca a
estudiar, dándome cuenta rápidamente de que el calor de la
calefacción dentro del gran edificio, mezclado con mis ojos
cansados intentando leer era una idea terrible porque había
acabado quedándome dormida sobre uno de mis libros y
soñando.
Y como siempre se trataba de él.
Ni sus malvados amigos que caminan con la cabeza alta y
sonríen como gatos de Cheshire mientras se pavonean por el
campus. Ni siquiera el que cree que darle la vuelta a su zippo
es un rasgo de personalidad con quien comparto clase.
Sólo sueño con él.
No sé qué tiene su comportamiento que me pone los vellos de
punta o cómo es capaz de hacer que mis sentidos se agudicen
como los de un gatito asustado. Nunca había temido a una
persona como lo hago con él.
Había algo en Alistair Caldwell que me daba pánico. Algo
dentro de él era tan oscuro, tan maldito, que llamaba a las
partes más profundas de mi alma. La forma en que me
miraba desde el otro lado del patio, como si conociera cada
detalle de mi vida.
Qué me hacía saltar, qué me hacía vibrar, mi pasado, de
dónde venía. Me miraba como si lo supiera todo. Lo que haría
incluso antes de hacerlo.
Y sabía que le había robado.
En retrospectiva, no estaba segura de salir con vida de sus
garras y necesitaba tener algo en mi cuerpo para que
supieran quién me había matado, no robaba porque quisiera.
Sino porque tenía que hacerlo.
Tampoco podía acercarme a él y lanzarle el anillo.
Me gustaba tener esa ventaja sobre él.
Tenía algo que él quería. Algo que necesitaba. Si lo quería de
vuelta, tendría que arrancarlo de mis manos muertas. Sentía
que lo tenía en desventaja, quizá en menor escala que él a mí,
pero desventaja al fin y al cabo.
Después de despertarme de mi rápido sueño, fui a nadar. El
agua fría de la piscina de la escuela había despertado mis
músculos y me había dado un muy necesario impulso de
energía. Me sentí bien haciendo algo normal de mi antigua
vida. Había sido una gran nadadora en el instituto, no es que
me importara ser titular ni nada por el estilo porque no tenía
el apellido correcto, pero era buena.
Cuando terminé, mi cabello olía a productos químicos, y mis
dedos arrugados, aunque me ponía nerviosa que una ducha
me diera sueño, necesitaba quitarme el agua de la piscina.
Así que me puse la ropa por encima del bañador húmedo,
planeando correr hasta los dormitorios antes de meterme en
el agua caliente que me aliviaría los músculos. Me estremecí
ante la perspectiva mientras empujaba la puerta de la piscina
y comenzaba a cruzar el campus.
El viento me pincha la piel con dureza, la piel de gallina
aparece automáticamente. Mis pies se apresuraron a cruzar
los terrenos cubriendo todo el terreno posible con mi veloz
andar. Podía ver la luz que se escapaba por la ventana
superior de la puerta de mi dormitorio, casi a salvo cuando
un frío diferente cayó sobre mis hombros.
Había sentido demasiado tarde la presencia de alguien detrás
de mí. El sol se había ido, estaba sola, y las ganas de gritar
burbujeaban en mi estómago. Rápidamente me di la vuelta,
preparada para ver lo de siempre, nada.
No me deja verle. Sólo se queda el tiempo suficiente para que
yo sepa que está mirando.
Pero estoy preparada. Estoy lista.
Levanto el puño y giro sobre mis talones cuando siento que se
acerca a mi cuerpo.
—Br... —Oigo el comienzo de mi nombre de su boca sólo un
segundo antes de que golpee mi puño hacia arriba esperando
hacer contacto con algo en su cara.
Mis nudillos palpitan al instante, mi rostro se calienta cuando
veo un mechón de cabello dorado colgando.
Ay, Dios.
—¡Qué mierda! —sisea Easton, sujetándose la mandíbula
donde le había lanzado el mejor gancho de derecha de mi
vida. Ronda Rousey estaría orgullosa.
El corazón me late deprisa, los nervios y la rápida bajada del
susto me suben a la cabeza. Me tapo la boca con las manos.
—Oh, mierda. Dios mío, lo siento mucho —murmuro.
Gira la cabeza para mirarme, sigue sujetándose la cara y se
frota la zona enrojecida del pómulo.
—Maldita sea chica. No me gustaría encontrarme contigo en
un callejón oscuro. —Bromea a través del dolor y yo me río
nerviosamente.
—Lo siento mucho, no era mi intención, es que... pensé que
eras... —Me paralizo, pensando que es mejor no terminar esa
frase como quería.
—¿Pensaste que yo era...? ¿Un atracador?
—Algo así, ¿estás bien? —pregunto preocupada, me siento
como si acabara de darle un puñetazo a un tipo que confía en
su cara más que la mayoría. Tomo aire, tratando de
calmarme.
—Sobreviviré. Una mejor pregunta ¿estás bien? Parecías muy
asustada.
Me paso las manos por el rostro, ansiosa, y suspiro: —Estoy
cansada, eso es todo. No he dormido bien, tengo la cabeza
hecha un lío.
Asiente en señal de comprensión, el enrojecimiento crece y sé
que por la mañana le saldrá un moretón.
—Si te hace sentir mejor, creo que me he roto el nudillo. —
Levanto la mano para que pueda ver la articulación ya
hinchada.
Me agarra la mano con facilidad, sin darme tiempo a
inmutarme. Baja los ojos para examinarme los nudillos. Su
pulgar roza la piel sensible y me estremezco ligeramente.
—Creo que te lo has roto; ¿quieres que te traiga hielo? —
Respira sus palabras sobre mi mano, sus labios más cerca de
lo necesario. Siento el calor de su piel cerca de la mía y retiro
la mano rápidamente.
He robado muchas cosas.
Una batidora, un televisor, un reloj, incluso robé pilas de
mandos a distancia.
Novios no es una de las cosas que planeo añadir a la lista.
—Estaré bien, sólo un pequeño rasguño es todo. Puedes
decirle a Mary que el otro tipo tiene peor aspecto que tú
mañana. —le digo, sonriendo suavemente.
—Sí —Asiente, rascándose la nuca con aire infantil—, lo
intentaré. Está todo bien, no debería haberme acercado así,
creo que todo el mundo está un poco asustado ahora.
Ahí está otra vez. El pánico.
—¿Por qué? —Hago la pregunta de la que estoy segura de
saber la respuesta.
—El asistente de profesor, ¿Chris? El de nuestra clase de
matemáticas aplicadas, ha desaparecido. Lo ha estado
durante los últimos días, y ahora Coraline Whittaker ha
desaparecido. Sus padres la reportaron ayer, todo el mundo
está asustado. A este pueblo le encanta alimentar los rumores
y asustar a los forasteros con sus historias de fantasmas —
Sonríe con satisfacción—. Probablemente acaban de
abandonar este lugar, no sería la primera vez que la presión
de Ponderosa Springs afecta a alguien.
Ya le había dado un puñetazo en la cara y ahora sentía el
impulso de vomitar en sus zapatos. Era la primera vez desde
que vimos el asesinato que alguien me lo mencionaba.
Se me secó la boca por completo. Mi cabeza se llenó de
imágenes de las serpientes arrastrándose por todo su cuerpo,
sus afilados dientes hundiéndose en su piel. Viendo la sangre
brotar como una cascada de su garganta. Los sonidos de sus
gorgoteos por su vida.
Me estremezco, alejándome de Easton, necesitando llegar a mi
dormitorio.
—Sí, probablemente sólo necesitaba un descanso de la
escuela o algo así. —le respondo—: Tengo que volver a mi
habitación, nos vemos mañana en clase. —
Agarrando la correa de mi bolso—. ¡Y siento lo de tu cara!
Algún día te lo compensaré con las respuestas a los deberes.
—Me apresuro, queriendo dejar esta conversación.
Arruga las cejas con incertidumbre. Probablemente pensando
en lo rara que soy, teniendo en cuenta que le había dado un
puñetazo en la cara y huía como una gallina descabezada.
Me vuelvo de espaldas, moviendo las piernas hacia mi pasillo.
—¡Briar! —Él llama detrás de mí.
Moviendo el cuello para mirarle: —¿Sí?
—Ten cuidado. No todo el mundo aquí es quien pretende ser.
—Levanta la mano en el aire, frotándose el dedo corazón en
referencia al anillo que adorna el mío. Lo había olvidado,
había olvidado que me lo había puesto después de nadar
porque no tenía bolsillos.
—Sí, gracias —respondo, desapareciendo en la seguridad de
mi dormitorio.
Estupendo. Perfecto.
Ahora piensa que estoy con Alistair. Vamos a añadir eso a la
lista de cosas que no necesitan estar pasando en mi vida
ahora mismo.
Casi corro hacia mi habitación, abriéndome paso a tientas
hasta la puerta. Todo empieza a girar, no consigo alcanzar la
velocidad de las cosas. La habitación está a oscuras, aparte
de la lámpara de Lyra, cuya luz tenue proyecta una sombra
sobre su rostro dormido. Un libro que había estado leyendo
descansa sobre su pecho mientras duerme plácidamente.
Lo que daría por hacer eso.
Por no soñar con él.
Para no pensar en él.
Me encierro en el cuarto de baño, corriendo hacia el retrete
donde me desplomo con fuerza sobre las rodillas. Se clavan
en el azulejo mientras vacío en la taza blanca la poca comida
que me queda en el cuerpo.
Se me tensan las costillas, la garganta ya me duele por el
ácido del estómago. Cierro los ojos mientras la estática
parpadea tras ellos. Todas las serpientes. Toda la sangre. El
sonido de sus aullidos de risa mientras nos perseguían por el
bosque.
Para ellos era un juego.
Probablemente sólo habían matado a Chris por diversión. Una
broma. Tan aburridos con todo su dinero y estatus que
tuvieron que subir la apuesta. Saber sus apellidos los salvaría
de cualquier reacción que recibieran.
Ni siquiera estarían cerca de ser atrapados, porque en todo el
caos está el cálculo. Tienen una razón para todo, un plan,
siempre tramando su próximo movimiento.
No me levanto hasta estar segura de que he terminado, sólo
entonces empiezo a despojarme de la ropa y me meto en la
ducha.
Cierro la cortina de plástico almidonado y levanto la cabeza
hacia la cabeza de la ducha mientras mis dedos convierten el
frío metal en agua abrasadoramente caliente. Quería derretir
los recuerdos.
—Ah —jadeo bruscamente, el agua es una sacudida para mi
sistema, los dedos de mis pies congelados escuecen bajo el
calor. Casi gimo de lo bien que me siento. Agacho la cabeza,
dejo que el chorro caiga en cascada por mi espalda y me
cubra el cabello.
Sentí cada gota rebotar en mi piel, silencio aparte del golpeteo
del agua al golpear la baldosa bajo mis pies. Me concentré en
mi respiración, en el líquido, en lo caliente que me sentía.
Desde que había sucedido, pensé en por qué habían cometido
el asesinato. ¿Estaban realmente tan aburridos? ¿O había
ocurrido algo más?
¿Realmente la gente nace monstruosa? ¿O estaban
condicionadas para ser así?
Y a esa chica, Coraline, no le habrían hecho algo, ¿verdad? Lo
que me llevó a preguntarme, si le habían hecho algo, ¿fueron
ellos la razón de que la novia de Silas acabara muerta?
No podía imaginar que alguien fuera tan cruel como para
asesinar a su propia novia, pero tampoco había visto nunca
nada parecido a esos cuatro chicos, así que todo era posible.
Cualquier cosa.
Yo era una extraña que miraba los secretos y traiciones de
esta ciudad. Estaba en gran desventaja, Lyra conocía los
entresijos. Todo lo que sabía era lo que aprendía día a día y
no era suficiente para prepararme para ellos.
Mis dedos rastrillaron los enredos de mi cabello, el vapor del
agua me despejó el pecho. Abrí los ojos, mi intención era
agarrar el champú para el cabello, pero me cegó el rojo,
literalmente.
Al principio pensé que me sangraban los nudillos, pero era
demasiado, había tanta sangre rodeándome que era imposible
que fuera mía, habría muerto.
Parecía sacado de una pesadilla.
Mis manos estaban cubiertas por una fina capa de líquido
rojo oscuro. Se derramó por mi rostro, cayendo en mis ojos
haciéndolo todo borroso. El color de la sangre envolviéndome.
Me azoto el cabello hacia la izquierda, viendo cómo salpica en
las baldosas blancas que se escurren hacia el desagüe. Me lo
unto por los brazos, por el estómago y me quedo boquiabierta
al ver la cantidad que hay. Lo espesa que se siente contra mi
piel suave.
Mi corazón se aceleró, latió, golpeó y trató de correr por su
vida.
Aunque era casi inoloro, el olor a hierro y a monedas viejas
me quemaba los pelos de la nariz. Parecía demasiado real.
Todo esto parecía tan real.
Me acordé de Chris y de toda la sangre que manaba de su
cuello. Este era mi karma por no contarlo, por dejarlo morir
como un animal sacrificado.
Las lágrimas se mezclan con el agua carmesí, mi garganta
obstruida por demasiadas emociones. Pero pronto la
animosidad se hincha. Burbujea y hace espuma en mi
estómago porque sé que esto no es el karma. Esto lo ha hecho
alguien con dos brazos y dos piernas, no el destino ni alguna
intervención divina.
Me sentí estúpida por dudar de ellos. Por dudar de lo lejos
que estarían dispuestos a llegar para asegurar nuestra
cooperación. Habían vuelto a entrar en nuestro dormitorio.
Mostrando la facilidad con la que podían entrar y salir de
nuestra casa, demostrando lo desprotegidas que estábamos
realmente.
Mis manos alcanzan la boquilla de la ducha, la desenroscan y
la rompen en pedazos. Dentro hay cinco cápsulas de plástico
que gotean sangre falsa. Tiro la boquilla al suelo, sin
importarme si despierto a Lyra.
Me apoyo en las baldosas y apoyo las manos en ellas mientras
agacho la cabeza y respiro hondo.
Cae en cascada sobre mí en ríos y charcos, chocando contra
mi piel y filtrándose por el desagüe. El color rojo se burla de
mí.
Su manera de decirme que tengo las manos manchadas de
sangre. Mostrándome que no soy inocente en esto. Vi cómo le
hacían eso a ese hombre. No grité pidiendo ayuda o que se
detuvieran, sólo dejé que sucediera.
La sangre de Chris cubre mis manos tanto como las suyas. Yo
era culpable. No era mejor que ellos y así querían que fuera.
Querían que fuéramos sucias. Mentirosas. Asesinas. Querían
que sintiéramos la culpa en nuestras almas.
Somos las marionetas atadas con sus hilos. Esperando su
próximo movimiento. Toda nuestra vida en sus manos, quién
sabe hasta cuándo nos lo seguirán recordando con estas
pequeñas payasadas.
Nos tienen justo donde nos necesitan. No había dónde
esconderse, dónde huir.
No hay escapatoria.
Capítulo Quince
Algo malvado se aproxima

Briar
La función escolar a la que Thomas me había hecho prometer
que asistiría no era, de hecho, una asamblea.
Toda la escuela, o supongo que lo que parecía, se había
reunido en la parte trasera del distrito de Burley, donde yo
pasaba la mayor parte del tiempo. En donde se impartían la
mayoría de las clases de matemáticas.
En vez de una zona común abierta como el centro de los
terrenos, una sala de recreo como detrás del Distrito Iruine, o
el espeluznante mausoleo más allá del Distrito Rothchild. En
su lugar había un laberinto de setos.
¿Era realmente una sorpresa que Hollow Heights tuviera un
fastuoso laberinto probablemente con alguna historia
espeluznante unida a su nombre? La verdad es que no.
Aprendí rápido que era parte del oficio.
Ponderosa Springs y la universidad que se construyó sobre él
no eran para los débiles de corazón.
Los siete círculos concéntricos de setos de boj, demasiado
ambiciosos, ocupaban todo el espacio detrás del edificio antes
de desvanecerse en la línea del bosque. Una sola entrada en
el césped formado por la invasión, y lo que supuse que era
una sola salida. En el centro había una torre con una
escalera exterior helicoidal doble, sólo para confundir más a
la gente.
La noche había llegado rápidamente, los estudiantes llevaban
pulseras que brillaban en la oscuridad y sostenían linternas
mientras se apiñaban en grupos, riendo, disfrutando de otro
acontecimiento colegial del que hablarían el día de su boda.
Les envidiaba.
Su naturaleza inconsciente y su privilegio.
Me preguntaba cuánta gente acudiría si supieran que se
llevaban a los alumnos y asesinaban a profesores en el
bosque.
¿Seguirían disfrutando? ¿Les protegería el paraguas de la
riqueza de cosas tan crueles como la muerte?
Yo no estaba tan segura.
Al deslizar los pulgares por los agujeros del puño de mi
camisa de manga larga, el poliéster se sintió suave contra mi
piel cuando el viento la apretó más contra mi cuerpo. Lyra me
había trenzado el cabello con fuerza por la espalda, ocultando
el ligero rojo que manchaba mis mechones rubio oscuro.
Fregamos la ducha durante horas con las manos y las rodillas
sin apenas resultados. El azulejo blanco tenía ahora una
tenue capa rosada. Por no mencionar que mi piel seguía
teñida del mismo color incluso después de una ducha limpia.
—Lo llaman el Laberinto. —dice Lyra, caminando en sintonía
conmigo mientras nos deslizamos por los escalones
empedrados hasta la hierba húmeda frente al laberinto.
Mi estómago rugió por la falta de comida y el cansancio: —
Claro que sí.
Cruzo los brazos delante del pecho y me apoyo en el pie
izquierdo para asomarme a la entrada, donde me encuentro
con la oscuridad y la escasa luz de la luna. No había forma de
que pudiéramos abrirnos camino sin una linterna.
—Se inspiró en el mito griego, ¿conoces a Teseo y el
Minotauro? Los constructores querían que fuera una réplica
del de Creta. Hacen este juego para los de primer año todos
los años, el reto siempre es diferente y suele ser un
rompecabezas de algún tipo. Me hacía mucha ilusión cuando
estaba en el instituto. —No se me escapa el uso del tiempo
pasado. Había estado esperando, como si ahora no pudiera
importarle menos.
No sólo nos habían robado la sensación de seguridad, sino
también la alegría. Teníamos tanto miedo de hacer algo
divertido, tanto miedo de que aparecieran a la vuelta de la
esquina y nos quemaran hasta los cimientos.
Lo cual era una mierda porque siempre me había considerado
bastante decente con los rompecabezas.
—¡Bienvenida la clase de primer año de Hollow Heights! —
anuncia uno de los profesores con un micrófono en lo alto de
los escalones empedrados que hay detrás de nosotras.
—Estamos encantados de que participen en una tradición
centenaria. Cada año es un juego diferente, pero la
recompensa es siempre la misma. Si encuentras la llave
dorada dentro del Laberinto ganas acceso a una de las
muchas habitaciones ocultas de la escuela que han sido
remodeladas como salones recreativos privados.
Hay una fuerte ovación y un rotundo entusiasmo por parte de
nuestros compañeros, más emocionados por la competición
que por la recompensa, estoy segura. Aunque esta es una
universidad de renombre, con más placas y premios que el
puto papa, no ofrecen deportes organizados, temerosos de que
el atletismo se convierta más en un priorato que en educación
y eso no puede ocurrir en una universidad como esta.
Si alguien pensara por un solo segundo que Hollow Heights
está haciendo algo para desviar el rumbo de las mejores
mentes jóvenes de generaciones, quedaría desacreditado de
inmediato. La gente intenta durante años que sus hijos
entren aquí, para que sus solicitudes sean tocadas siquiera
por un maldito clip.
De aquí saldría nuestro futuro Estados Unidos.
Me daba vueltas en la cabeza saber que cuatro de esas
personas ya tenían antecedentes penales sangrientos como
un tampón, ¿qué pensaban hacer después de esto?
¿Ayudarían a los niños? ¿Gobernar el mundo libre?
—¡Sólo equipos de dos y tres! Cada equipo tendrá quince
minutos dentro del laberinto para localizar la llave, si no lo
consiguen, después que suene la bocina de aire levanten su
linterna hacia el cielo y esperen a que un profesor venga a
guiarles fuera del laberinto. Como siempre, queremos
garantizar su seguridad durante estos momentos de
diversión... —Pasan a una lista de precauciones de seguridad
que más de la mitad de nosotros no recordará en veinte
segundos, la otra mitad no escuchó la primera vez.
Mis ojos recorrieron el mar de estudiantes, buscando
inconscientemente a uno de ellos. Otra lección rápida que
había aprendido era que si veías a uno de los Hollow Boys, los
otros tres no andaban muy lejos. Nunca había uno sin el otro.
Como los tiburones que cazan en manada, nunca hay que
preocuparse por el tiburón que ves, sino por el que acecha en
las sombras y no puedes ver, que es más probable que te
arranque un trozo de pierna.
No veo la sudadera negra de Silas, ni el cabello teñido de hielo
de Thatcher, ni oigo el clic del zippo de Rook por encima del
ruido. Ni siquiera siento la presión que se produce cuando los
ojos de Alistair están sobre mí. Así es como suelo saber que
están husmeando.
El pánico. El sudor. La adrenalina.
Es como si todas las sensaciones que había experimentado se
combinaran en una, pero al mismo tiempo no se parecía a
nada que hubiera experimentado antes.
Dios, lo odiaba por eso.
Pero esta noche no los vi. No podía sentir su presencia. Los
actos escolares organizados no eran exactamente lo suyo.
Demasiados ojos, demasiadas expectativas que mantener.
Le doy un codazo a Lyra con la cadera, sonriendo un poco: —
Todavía podemos hacer que esto sea divertido, ¿no? Estaría
bien tener un lugar secreto donde escondernos.
Se ríe, entrecortadamente, y es el primer sonido de alegría en
las últimas semanas.
—¿De verdad crees que vamos a encontrarlo antes que lo
hagan la esforzada Tracy y el chico de oro Garrett? —Sus ojos
se desvían hacia Easton y Mary, una pareja poderosa tanto en
visión como en personalidad.
No echo de menos el moratón amarillo y morado que adorna
su cara, por lo demás perfecta, ni el modo en que Mary ha
combinado intencionadamente su chaqueta con el color de su
camisa.
—No se trata de ver quién puede comprar el yate más grande.
Se trata de navegar por un laberinto. Sin dinero. Sin estatus.
Claro, de un día para otro tienen ventaja, pero ahora mismo,
nosotras tenemos la ventaja.
—¿Nuestras encantadoras personalidades?
Le empujo ligeramente el hombro, la brisa atrapa sus rizos y
se los pasa por detrás del hombro.
—Además de eso, listilla. Nuestra ventaja es la inteligencia
callejera. ¿Crees que estos chicos han tenido que pensar por
sí mismos alguna vez? ¿Salir por sí mismos de una situación
complicada sin sus padres? Lo dudo. —No estaba siendo
mala, sólo decía la verdad.
Me parecía que Lyra y yo éramos las dos únicas personas de
esta escuela que habíamos crecido por debajo de la línea de
los millonarios. Claro que Lyra tenía dinero ahora que tenía
dieciocho años, pero creció en el sistema y yo sabía cómo era
eso. Vi lo que los hogares de acogida hacían a los niños. En lo
que los convertía y los dejaba convertirse.
Desde que naces te traen a este mundo sin la capacidad de
cuidar de ti mismo. Tienes que aprender y adaptarte de los
demás. La mayoría tienen padres que les guían y enseñan.
Que les enseñan los errores y los derechos de la vida.
También hay otros.
Los marginados, los náufragos, los solitarios del mundo que
aprenden todas estas cosas por sí mismos. Aprendemos por
las malas, aprendemos fracasando, cometiendo errores. Nos
crecen garras y dientes afilados en lugar de corazones cálidos.
Luchamos para llegar a lo más alto. Cuidamos de nosotros
mismos y de los nuestros. Eso es todo.
—¿No te preocupa...? —Hace una pausa, mirando por encima
del hombro para asegurarse que nadie la escucha—, ¿que se
incendie el laberinto o que te enganche una trampa para
osos?
No me río, aunque debería. No me extrañaría que alguno de
ellos hiciera algo así.
¿Estaba preocupada? Sí.
¿Iba a dejar que eso arruinara esto? Iba a tratar como el
infierno de no hacerlo.
—Dudo que estén aquí esta noche. Además no pueden entrar
en el laberinto cuando estemos dentro, habrá profesores en
ambas entradas. Esta noche nos lo pasaremos bien, ¿de
acuerdo? —la tranquilizo.
Ella asiente, sin darse cuenta que planeo continuar: —Pero
realmente creo que deberíamos considerar contárselo a
alguien, Lyra.
No sale nada de su boca durante un rato, silencio mientras
oímos una y otra vez una bocina de aire que señala el
comienzo y el final del tiempo de la gente dentro del
Laberinto.
—Tomemos esta noche. Sólo este momento. Sólo una noche
de normalidad y podemos hablar de lo que tenemos que hacer
en la mañana.
Era lo más cerca que había estado de un sí por su parte.
Sabía que ahora era más propensa a decir que no, pero aun
así sentí que era una pequeña victoria. Estaba empezando a
aceptar la idea de confiar en alguien. En la policía. Un
profesor. Cualquiera que pudiera ayudarnos.
Engancho mi brazo al suyo: —¿Vas a poder seguir el ritmo
con esa falda?
La tela escocesa verde y negra rozaba la parte superior de sus
muslos, haciéndome pensar en los uniformes de Slytherin de
Harry Potter.
Resultaba simpática la forma en que Lyra era una paradoja.
Llevaba faldas escocesas y pantalones de pana para recoger
insectos espeluznantes del barro. Siempre llegaba a la
residencia con las rodillas y las palmas de las manos llenas
de tierra. Cruzaba las piernas cuando se sentaba con un libro
en el regazo, pero eructaba más fuerte que cualquier hombre
adulto después de beberse una lata de Coca-Cola. Cómo
podía ser tan suave, tan femenina y, sin embargo, hacer algo
que se consideraría propio de un chico. Me admiraba cómo
era capaz de equilibrar las piezas de sí misma con tanta
facilidad.
—Probablemente no, pero vamos a intentarlo. —Se ríe,
tirando de mí hacia la cola que se acorta para la entrada al
laberinto.
Hablábamos para pasar el rato, veíamos cómo los alumnos
fallaban una y otra vez, la estridente bocina perforaba el cielo
justo antes que un profesor anunciara que otro equipo aún no
había localizado la llave.
Nuestro turno era el siguiente, estábamos de pie entre el
profesor de psicología de Lyra y mi profesor de estadística,
esperando el visto bueno para entrar en la oscuridad que se
cernía entre los setos verdes de felpa.
Una ráfaga de viento me golpeó por la espalda, empujándome
hacia delante lo suficiente como para que tuviera que
agarrarme al borde del laberinto. Se abalanzó sobre los
árboles, cuyos miembros doloridos gemían y se balanceaban
más allá de nosotros.
Miro mis puños cerrados, la forma en que mis uñas se clavan
en la carne de mi palma, mientras el ritmo de mi corazón
comienza a acelerarse.
—¡Briar! —Lyra chasquea los dedos delante de mi rostro,
intentando devolverme a la tierra.
—Nuestro turno. —Sonríe, dirigiéndose primero al Laberinto.
La niebla se ha asentado en el suelo, absorbiéndola mientras
desaparece en su interior. El miedo me lame la nuca, pero
rápidamente me lo quitó de encima. Sigo a mi amiga.
Extiendo la mano para correr por el lado del laberinto de
setos y con la otra pulso el botón de encendido de la linterna.
El resplandor golpea a Lyra en el rostro y levanta la mano
para protegerse de la luz brillante.
Apunto la luz hacia la izquierda, luego hacia la derecha
viendo los dos caminos diferentes. La niebla hace casi
imposible la visibilidad lejana.
—¿Quieres separarte? Así podemos cubrir más terreno. —Ella
ofrece.
Mi primer instinto es decir que no. Siempre somos más
fuertes en número. Pero esto es una función escolar, no un
plan para escapar de ellos. Así que asiento.
—Tomaré la izquierda. Buena suerte. —Doy una sonrisa de
buen humor.
Mientras nos separamos, respiro hondo e inclino la cabeza
para crujirme un poco el cuello. Cuando empiezo a navegar
por las izquierdas y las derechas, todo se vuelve un poco
borroso al hacerlo, intento acelerar el paso.
Sé que sólo tenemos un tiempo aquí dentro y odio perderme.
Cuanto más me adentro, más perdida me siento, cada giro,
cada cambio de dirección me parece el camino equivocado. La
altura del laberinto me impide mirar hacia arriba y por
encima de los setos, así que ni siquiera sé si estoy cerca del
centro o no.
Estoy segura que la bocina sonará en cualquier momento,
sólo de pensarlo ya estoy corriendo más rápido.
—Soy dueña de una rata desde hace tiempo, debería poder
salir de esta estupidez. —refunfuño, respiro hondo y toso un
poco. Mis pulmones mojados de la niebla. Me duele un poco
el corazón ante la mención de Ada. Si me dejaban graduarme
sin matarme, iba a volver para apuñalarle por matar a mi
mascota.
Apoyo las manos en las rodillas y agacho la cabeza para
recuperar el aliento.
Cuando vuelvo a levantarme, lo hago con la linterna,
escudriñándolo delante de mí. La luz atraviesa la niebla,
captando la pintura blanca de la torre que se yergue erguida
unos metros frente a mí.
—Que me parta un rayo. —susurro, con una sonrisa en la
cara.
Al acercarme a la estructura, veo la llave maestra dorada que
cuelga de un solo hilo de los escalones. Me pongo de puntillas
y envuelvo el metal con los dedos, sintiendo un orgullo
desbordante.
Oigo el punteo de la cuerda que suelta la llave al caer en mis
manos. Me quedan unos segundos para admirar el oro de
imitación, pero mi acción parece desencadenar una horrible
serie de acontecimientos. Como si la cuerda hubiera sido una
trampa y yo la víctima perfecta.
Gritos, chillidos agudos y desgarradores surgen a mi
alrededor. Voces que gritan desde fuera del Laberinto. Salto y
giro de izquierda a derecha esperando que alguien esté cerca
de mí. En lugar de eso, se oye un ruido constante de disparos
en la noche, un sonido inconfundible de disparos.
Son sólo fuegos artificiales, racionalizo, aunque no haya
ningún destello ni parpadeo de luz colorida que ascienda
hacia las nubes. Puedo decirme a mí misma que son fuegos
artificiales todo lo que quiera, pero eso no cambiará la verdad.
—¡Todos mantengan la calma y, por favor, diríjanse al patio!
—Oigo a uno de los profesores anunciar por el micrófono, la
voz resonando hacia mí.
No sabía qué era peor.
Estar atrapada en este laberinto o no saber qué ocurría fuera
de él.
Mis instintos de supervivencia se habían disparado más que
nunca en las últimas semanas. Esto no era nada parecido a
que te pillara la policía o a que casi te pillara el tipo al que
estás robando.
Esto es mucho peor.
—¡Lyra! —grito con todas mis fuerzas, mi garganta zumba
dolorosamente—. ¡Lyra! —Rescato mi linterna guiándome
mientras empiezo a volver sobre mis pasos que ya había
empezado a olvidar.
Mis ojos se esfuerzan por ver en la oscuridad, trabajando para
buscar a Lyra, a la vez que intentan sacarme sana y salva de
este laberinto. La niebla y los gritos ya habían desconcertado
bastante mis sentidos, ahora había música a todo volumen
que empezaba a hacer vibrar las paredes del Laberinto. Sin
letra, sólo acordes discordantes que señalaban un destino
inminente en mi futuro. Sonaba como la música que se
tocaba en un carrusel, destinada a atraer a la gente hacia los
colores brillantes y los caballos giratorios.
Es sólo una broma que los alumnos de cursos superiores
gastan a los más jóvenes, creo. Eso es todo lo que es.
—¡Lyra! —Lo intento de nuevo, pero no oigo que me llamen. El
sonido de un fuerte golpe llega a mis oídos, justo antes que
mis ojos se desvíen hacia la derecha y se fijen en un delgado
cilindro negro que acababa de empezar a escupir humo rojo
brillante por la parte superior. Goteaba y burbujeaba
extendiéndose a mí alrededor en gruesas oleadas.
Empezando por los pies y subiendo por el cuerpo, no esperé a
que siguiera ocupando espacio. Empecé a avanzar, con los
brazos extendidos delante de mí como una momia glorificada.
Thud. Thud. Thud.
Más humo vuela por las copas de los setos, aterrizando en
puntos aleatorios a mí alrededor. El humo se ha apoderado de
mi visión, envolviéndome por completo en un alarmante color
rojo brillante.
El terror me invade y me eriza el vello de la nuca. El corazón
me palpita en los oídos mientras los ojos me arden de
irritación.
No me asusté ni tuve miedo. Lo que sentía iba más allá de un
sustantivo inútil.
Lo que sentía era una fuerza tangible y viva que se arrastraba
sobre mí como una bestia hambrienta. Masticaba mi carne
viva, desgarrándome miembro a miembro hasta que pudo
darse un festín con el corazón inmovilizado dentro de mi
pecho.
Ya no podía controlar mis manos, que temblaban.
La tos llenaba mis pulmones, agitaba los brazos con poca
utilidad intentando apartar el humo de mi visión. Todo era
borroso, todo giraba demasiado rápido. Me quedé de pie unos
instantes, con el estómago revuelto, cerrando los ojos y
deseando volver a ser pequeña. Deseando volver a casa, a
Texas, y buscar consuelo en los brazos de mi padre.
Permitiéndole que me protegiera.
Pensé en mi padre y en cómo me educó para ser más fuerte
que esto. Más valiente que la chica que se echa a los pies de
quienes están decididos a derribarla. Me enseñó a robar la
riqueza delante de sus narices respingonas. Me enseñó a no
temer a los golpes de la noche. Porque yo era el golpe de la
noche.
Una respiración temblorosa roza mis labios, mi linterna no
hace nada excepto iluminar las nubes de humo justo delante
de mi rostro. Enfoco mis oídos hacia los sonidos de gritos,
hacia el lugar de donde resuenan las voces, si pudiera
dirigirme en su dirección, me sacaría de este laberinto.
—¡Lyra! —Me ahogo, esperando que mi voz estrangulada
alerte a alguien.
Me meto la llave en el bolsillo, me meto la linterna en la boca
y la sujeto con los dientes mientras me arranco el jersey por
la cabeza y lo tiro al suelo.
Una camiseta negra se me pega a la piel con la ayuda de un
poco de sudor que se ha escurrido entre el valle de mis
pechos hasta el estómago. Contengo la respiración e intento
calmar el pánico, avanzando hacia la salida.
Es entonces cuando oigo las risitas.
Una risita oscura que hace que mis músculos se tensen. Me
hicieron mover las piernas más rápido. Sabiendo que algo
estaba cerca. Estaban cerca y yo estaba atrapada aquí con
ellos. El aura amenazadora del sonido hizo que mis huesos
temblaran de pánico. Ecos de risas rebotando en el interior de
mi pecho, zumbando en mi cabeza.
La música del carrusel giraba más rápido, cada vez más
fuerte a cada paso que daba.
Siento una brisa de viento detrás de mí, un toque casto en la
parte baja de la espalda que me hace girar para encontrarme
con más humo. Otro susurro de una mano contra mi pierna
izquierda me hace girar de nuevo. Estaban justo ahí. Justo
detrás del muro de humo, escondidos, jugando. Giré en
círculos mientras rozaban mi cuerpo cuando me aparté de
ellos.
Estaba atrapada en una falsa realidad. Metida en un juego
embrujado del que no quería formar parte. Mi estómago se
revolvía, mi mente nadaba mientras cacareaban y me
rozaban. Aparecían y desaparecían en las sombras.
Estaban en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.
Imposible seguirles el ritmo.
—¡¿Qué diablos quieren?! —grito, harta de juegos, cansada
del tormento del gato y el ratón. Mi linterna apuntaba al
frente mientras mi pecho subía y bajaba de rabia—. ¡¿Qué
quieren?! —vuelvo a gritar.
Más risas y mi linterna vislumbra sus rostros a medida que
se acercan más y más. Caminan uno al lado del otro, sus
anchos hombros se mueven en sincronía. Trozos de una
máscara de payaso cubren la del extremo izquierdo, la del
medio con la característica cara de Jigsaw, y la última luce
una sencilla máscara blanca de la que gotea sangre por donde
estarían tus ojos.
El vómito se asienta en mi garganta mientras se acercan a mí.
Retrocedo, más, más, hasta chocar con algo sólido. Estaba
segura que así se sentía el infierno. El de la máscara blanca,
el más alto, extiende la mano y engancha un mechón de mi
trenza entre sus dedos, frotándola entre el pulgar y el índice.
Me quedé tan quieta mientras él se inclinaba hacia mí,
presionando mi cabello contra los orificios nasales de su
máscara e inhalando desesperadamente fuerte.
—¿Qué quieres? —pregunto con voz rasposa y rota.
Lo que creía que era una pieza del laberinto, empieza a
moverse detrás de mí. Me alejo de él, sólo para acercarme a
otro cuerpo. No tenía adónde ir, no podía hacer nada para
evitar que me rodeara con sus brazos, que me apretara la
boca con la palma de la mano mientras apretaba su duro
cuerpo contra el mío.
El que acecha en la sombra y es un chico de la noche. Incluso
con una máscara sabía cuál era. Podía sentirlo.
Me preparo para gritar ante el horror que tengo delante.
—Tu miedo. —Su tono animal se eleva por encima de la
música y la conmoción. Puedo saborear el cuero de la palma
de su guante mientras gimo en su gran mano.
La parte delantera de su máscara me toca la nariz. Mis ojos
se cruzan para distinguir la calavera blanca y negra en la
parte superior de su cara, la parte donde deberían estar sus
labios está oculta por una gruesa máscara de gas negra que
distorsiona su voz.
—Tu silencio. —continúa.
El olor a plástico y humo es casi abrumador, pero no tan
fuerte como el aroma subyacente a clavo y magia negra. La
adrenalina corre por mis venas como oro líquido. Cada
terminación nerviosa se dispara, cada átomo tiembla de
energía. Estaba viva.
Estaba en manos de la muerte y me sentía jodidamente viva.
—La verdad. —gruñe.
¿Qué verdad?
¿Que es un asesino hijo de puta? Ya se lo podría haber dicho.
El brazo de Alistair serpentea alrededor de mi cintura,
acercándome más si cabe, y los sonidos entrecortados de su
respiración a través de la máscara me hacen temblar. Me
estremezco cuando sus ojos oscuros se clavan en mi alma a
través del cráneo.
—Ahora me perteneces, Ladronzuela. Nos perteneces. Tú nos
perteneces. Asegúrate de recordarlo. —El gruñido me
estremece los huesos, me tiembla el labio inferior.
Me acobardo ante su afirmación, sabiendo que, de todos
modos, no podía hacer nada al respecto. No podía salvarme
de este momento. No podía evitar que esto sucediera.
Mi corazón latía tan fuerte que sabía que él lo sentía contra
su propio pecho. Caliente, húmedo, empapado de fluidos
entre mis muslos, mi cuerpo sexualmente excitado por la
carga de terror primitivo. Me dije que era la reacción natural
de mi cuerpo. Que no podía evitarlo. Era una respuesta
biológica.
Su agarre sobre mi cuerpo se tensó, la mano sobre mi boca se
hizo más dura.
—Te gusta tener miedo, ¿verdad, Briar? ¿Te gusta jugar en las
sombras con nosotros, los monstruos? —me pregunta,
provocándome como a una niña.
Me sacudo contra su agarre, intentando mostrar la mayor
desviación posible en mis ojos. Estaba cansada de que me
persiguiera y que me atrapara. Estaba agotada de correr, de
esperar a que él hiciera un movimiento. No quería seguir
jugando a la niña asustada, aunque sabía que por dentro no
lo era.
Mi cuerpo estuvo a punto de negarse, partes de mí querían
buscar su calor y el deseo que emanaba de él en oleadas, pero
luché contra ello. Con toda la fuerza que me quedaba en el
cuerpo, eché la cabeza hacia atrás y se la golpeé en la nariz.
Un crujido satisfactorio sólo se registra brevemente antes que
me separe de su cuerpo y eche a correr hacia la dirección
opuesta, sin detenerme a ver cómo reaccionaba al cabezazo
que me hacía palpitar de dolor. Tropiezo en el laberinto,
cayendo a los lados de los setos, arañándome y cortándome
los brazos. Le oía detrás de mí, sus pasos pesados, el modo en
que sus botas golpeaban el suelo.
Me dolía el pecho por una bocanada de aire limpio, sin humo,
y las piernas me ardían al doblar otra esquina.
Me giré una fracción de segundo, sólo para ver lo cerca que
estaba de mí y cuando lo hice mi cuerpo chocó con otro. Mi
reacción inmediata fue luchar contra ellos, pataleando,
arañando y gritando de una puta vez.
—¡Briar! ¡Briar! —Mi atacante grita mi nombre mientras
intenta recoger mis manos en su agarre, luchando contra mis
uñas fuera de su cuerpo.
—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! —grito, continuando mi
lucha. Delirante y rota.
—¡Briar! ¡Soy el decano Sinclair, estoy tratando de ayudar! —
Quien pensé que era uno de mis atacantes resultó ser el
decano de nuestra universidad. Un decano que había entrado
en el laberinto en busca de las dos estudiantes atrapadas
dentro después de la conmoción fuera de él.
Las paredes que me rodean parecen caer en cascada mientras
me desplomo en los brazos de alguien que no son ellos. El
diablo podría tenderme la mano para ayudarme y yo la
aceptaría. El señor Sinclair me rodea con sus brazos y me
estrecha contra su pecho ancho que huele a especias
antiguas y me acuna la nuca.
—Tranquila, estás bien. —Me arrulla, probablemente
sintiendo los saltos erráticos de mi corazón y viendo mi
estado de agotamiento.
Cerré los ojos, se me escaparon las lágrimas y fue en ese
momento cuando me cansé de llorar.
Estaba harta de vomitar y sentirme impotente. Jugando a un
juego en el que ellos eran expertos. Nada más que un
pequeño y lamentable peón en su partida de ajedrez.
Gobernaban mi vida, mis pesadillas, se apoderaban de mi
vida.
Una vida por la que luché y estaba dejando que me la
quitaran.
Eran imbéciles malcriados con venganzas en las que yo no
estaba involucrada. Querían matarme, bien. Pero yo había
terminado con sus tormentos y sus bromas de mal gusto.
Me cansé de ser la marioneta. Me cansé de ser el ratón en
este juego dominado por gatos.
Si quieren jugar, bien.
También jugaré.
Capítulo Dieciseis
La chica muerde

Alistair
No la dibujaba porque fuera atractiva.
Muchas chicas son atractivas. Hay muchas chicas que son
guapas y algunas que están buenas, pero eso no es lo que
importa ahora. No me importa que sea guapa.
Repetí esas palabras una y otra vez mientras utilizaba mi
lápiz de carbón para realzar la curva de su rostro redondo, el
detalle extra de cómo se tiñen sus mejillas cuando está
nerviosa. Sus cejas arqueadas, incluso la izquierda, con una
hendidura provocada por una cicatriz que no dejaba crecer el
pelo. Aflojo la presión mientras dibujo la forma de sus labios
rosados.
La dibujaba porque era otro recuerdo de algo hermoso que no
hacía más que hacerme sangrar. Pasé toda mi vida rodeado
de cosas brillantes, de gente despampanante con sonrisas
resplandecientes y casas hermosas. Todo lo que hicieron fue
quitarme, herirme, hasta que no quedó nada que quitarme,
nada humano que herir.
Era apropiado que su nombre fuera Briar, un maldito arbusto
espinoso en mi costado. Pinchando, apuñalando,
molestándome.
El laberinto había sido divertido. Emocionante. Mis manos
rodearon su cuerpo asustado mientras ella temblaba bajo mi
contacto. Incluso en la oscuridad, con el humo acumulándose
a nuestro alrededor, podía ver esos ojos de colores bailando
de terror.
Temblaban por mí, suplicaban clemencia bajo la capa de
disensión. No moriría fácilmente, se negaba a tumbarse y
rendirse. Lo cual me parecía bien, más que bien.
Me gustó que estuviera dispuesta a intentar darlo tanto como
lo consiguió.
Mi lápiz presionaba con más fuerza sobre el papel, estos
dibujos eran sólo recordatorios. Advertencias de lo que ocurre
cuando confías en la belleza por encima de la acción.
Con el pulgar, empecé a difuminar los bordes duros,
sombreándolos hasta convertirlos en textura de piel que le
daba más profundidad de la que merecía.
Mi teléfono vibraba en mi bolsillo, lo único capaz de sacar mi
cabeza de mi cuaderno de dibujo durante las clases. Había
aprendido a ahogar los sonidos de los poderosos a una edad
temprana, la universidad era una brisa para mí ahora.
Después de sacarlo de mi bolsillo veo unos cuantos mensajes
de los chicos, la mayoría hablando de Silas y su culo lento.
Llevábamos unas semanas esperando noticias sobre las
grabaciones de seguridad que intentaba piratear.
Algo sobre que era más difícil de hacer que otras cosas, ¿creo
que mencionó algo sobre un cortafuegos? No lo sé. Todo lo
que sabía era que se estaba tomando su precioso poco
tiempo.
Habíamos estado siguiendo a Thomas, turnándonos para
vigilarle, y aún no le habíamos pillado haciendo nada
sospechoso. Nada de escapadas a medianoche desde su
apartamento en Main Street, nada de contrabando de drogas
ilegales en su auto después de clase, ni siquiera le habíamos
pillado entrando en el laboratorio de química.
Supuse que ahora guardaba todo en su casa. Intentaba pasar
desapercibido después que Chris desapareciera y el Candy
King casi muriera en un incendio en su casa. Quienquiera
que estuviera involucrado sabía que podía ser un objetivo.
Sabían que alguien vendría por ellos a continuación y
probablemente estaban haciendo todo lo posible para
mantener su presencia al mínimo.
Rook y yo acampamos toda una noche fuera de su casa y no
había ni un parpadeo de luz en la dirección equivocada.
Empezaba a creer que estábamos buscando al tipo
equivocado, que las entradas y salidas del laboratorio químico
eran sólo una coincidencia.
Le respondo con un mensaje de texto, vuelvo a guardar el
teléfono en el bolsillo y tomo el lápiz para terminar lo que
estaba haciendo.
Era raro que prestara atención en clase, incluso cuando tuve
suerte y tuve arte como asignatura optativa en el instituto,
seguía ahogando los sonidos de los profesores y sus
indicaciones. No porque pensara que era mejor, porque no
necesitaba su ayuda. No quería que me guiaran.
Paso a la siguiente página en blanco de mi cuaderno y
empiezo a trabajar en algunos diseños de tatuajes. Unos que
me gustaría tener, unos que me gustaría regalar a otros.
Cuanto más trabajaba, más me inclinaba por la ilustración de
diseños en negro y gris, incluso un poco de surrealismo donde
podía doblar el espectro creativo sobre la piel.
Shade creía en el dominio de todas las técnicas del tatuaje,
empezando por lo básico y subiendo. Puedes tener una
especialidad, una categoría en la que seas realmente bueno,
pero tienes que hacer las demás igual de bien. Así que,
aunque odiaba el estilo japonés tradicional, me puse a dibujar
un dragón en mi papel.
—Sr. Caldwell. —Oigo mi nombre segundos antes de que mi
cuaderno sea cerrado por alguien que no soy yo. Las páginas
de mi cuaderno caen sobre mi mano y mi lápiz.
El resto de la clase parece inhalar simultáneamente, todos
ellos posiblemente en estado de shock por ver a otra persona
faltándome al respeto descaradamente. Claro, los profesores
mandan en Hollow Heights. Es su trabajo dictar y guiarnos a
lo largo de nuestro viaje de cuatro años.
Pero yo no.
Ni yo.
Ni Silas.
Ni Rook ni Thatcher.
Nos dejan en paz. Dejan que las manzanas podridas se guíen
esperando que nuestros apellidos y nuestro dinero cubran
cualquier daño horrible que causemos en el tiempo que
estemos aquí.
No se molestan en darnos órdenes porque saben que caerían
en saco roto. No sólo podríamos causar el caos por nuestra
cuenta, disciplinar a uno de nosotros significaría la
posibilidad de disgustar a nuestras familias. Y con un nombre
como Caldwell. Uno que figura en medio pueblo, en la
biblioteca de la escuela y en el consejo de la universidad, la
mía era la última familia a la que querías cabrear.
—¿Le importaría decirme la definición de axón? En relación
con el cuerpo, por supuesto. —El profesor Thomas Reid se
mantiene erguido frente a mi escritorio, ni siquiera había
querido sentarme delante, pero al llegar aquí era lo único que
me quedaba.
Arrastro la lengua por delante de los dientes, haciendo un
profundo ruido de succión al hacerlo. Los estudiantes que me
rodean contienen la respiración, mirándome,
—¿Te importaría besarme el culo? En relación al cuerpo, por
supuesto.
No es la respuesta que quería, pero es la respuesta que
esperaba de mí. Se burla, las comisuras de sus labios se
inclinan en una sonrisa satírica. Aún no había visto nada en
Thomas y Briar que se pareciese el uno al otro, excepto el
color rubio oscuro de su cabello. Si no te lo dijeran, no creo
que nadie pudiera saberlo.
—Inteligente, Alistair, muy inteligente. Ya sabes lo que dicen,
el sarcasmo es la forma más baja de ingenio.
Sonrío: —Y la forma más elevada de inteligencia. Quizá
deberías dedicarte a enseñar biología en vez de dar clases
sobre Oscar Wilde. No parece ser tu fuerte. —Otra
indirecta fallida hacia mí ha cambiado su actitud casi por
completo.
La agravación se apodera de sus hombros mientras imagina
un escenario en el que pueda decirme lo que piensa sin que
yo le responda con la cabeza.
—Tienes razón. Esto es biología. Así que dejemos los
garabatos y bocetos para la clase de arte. Presta atención o te
echo.
Es evidente que al profesor Reid, un profesor que lleva aquí
pocos años, no le importan las reputaciones revoltosas que
me rodean a mí y a mi apellido. Respeto eso. Un hombre que
hace sus propias suposiciones, que no permite que otros lo
asusten para que no haga su trabajo.
Es una cualidad honorable y en cualquier otra situación,
podría hacerme respetarle más, pero tristemente, no es así y
lo único que hace es cabrearme.
Echo la silla hacia atrás y la madera chirría ruidosamente.
Agarro mis cosas y me deslizo el lápiz detrás de la oreja antes
de mirarle a los ojos. Si está implicado, espero que mi mirada
se lo diga todo.
Voy por ti.
Aprieto la mandíbula y me pongo en pie, unos centímetros
más alto que él.
—Permíteme —murmuro, sin importarme una mierda si me
echa o no. Me iba de todos modos.
Iba a marcharme sin decir una palabra más, caminar hasta
mi auto, conducir hasta casa y luego descargar mi frustración
contra un saco de boxeo o una pared. Sabía que su karma
estaba por llegar y saber que podría hacérselo pagar diez
veces más tarde fue lo que me impidió hacer algo imprudente
en ese momento.
Eso fue hasta que sentí su mano en mi pecho.
Su maldita mano.
En mi pecho.
Mi sangre está a punto de hervir cuando agacho la cabeza y
miro sus finos dedos pegados a la parte delantera de mi
camisa blanca. Mi mente se desconecta durante unos
segundos, dándole vueltas a un sinfín de posibilidades para
romperle todos los huesos del cuerpo.
Cada uno crujía bajo mi puño, bajo mi zapato mientras
pisaba su tráquea aplastándola lentamente. Quería hacerlo
pedazos y utilizar los trozos sobrantes como juguetes para el
perro de Silas, Samson.
Se me hizo agua la boca de hambre por una comida que no
existía. De dolor. De huesos rotos. De gritos de piedad.
—Puede que tus padres estén en el consejo, Alistair, pero eso
no te hace intocable. Todos respondemos ante alguien —dice
en voz baja, cerca de mi oído.
Levanto los ojos pausadamente, respiro hondo, siento que mis
fosas nasales se agitan con el aire agresivo que pasa a través
de ellas.
—Quítame la mano de encima —gruño, perdiendo de repente
todas las excusas que tenía en la cabeza para no estrellar mi
puño contra cada hueso de su cara. Cada vez pierdo más el
control.
—¿Va a pegar a un profesor, Sr. Caldwell? Eso es motivo de
expulsión sin importar su apellido.
¿Qué pasa con esta familia y poner a prueba mi maldita
paciencia? Primero su sobrina, que no va a distinguir su culo
de su cabeza cuando acabe con ella y luego esta maldita
marioneta. Ambos, ajenos a este lugar, a cómo funciona esto.
Creyendo que están por encima del interminable pedigrí.
La bestia que no me molesto en encerrar gruñe dentro de mi
pecho, lista para atiborrarse de mi objetivo.
Extiendo la mano para rodear su muñeca y le agarro con
demasiada fuerza para estar cómodo.
—No hay muchas limitaciones a lo que puedo hacer, profesor
Reid. —Mi lengua escupe su nombre como carne podrida.
Durante una fracción de segundo, un fuego artificial de
preocupación estalla en el centro de su pupila antes de
apagarse.
Le suelto la muñeca, le empujo un poco con el hombro y me
giro para mirarle, con la expresión de su cara desafiándome a
decir algo que pudiera meterme en problemas.
—Debe de tener cuidado profesor Reid. La gente desaparece y
todo eso.
Era irresponsable decirlo delante de la gente, pero pensé que
era algo mejor que matarlo con mis propias manos en esta
aula.
Abro la puerta de un tirón y avanzo por el pasillo,
agradeciendo que esté vacío y que no haya nadie a quien
apartar del camino mientras me dirijo al estacionamiento.
Dudaba que llegara a casa antes de que mi puño chocara
contra algo o alguien. El impulso de llamar a Rook y decirle
que se reuniera conmigo en casa para hacer de sparring era
tentador. A pesar de que Thatcher y yo estábamos
enfrentados, Rook y yo parecíamos congeniar.
A veces necesitaba que le pegaran y yo necesitaba pegar.
Supongo que había algo en el hecho de controlar quién le
pegaba que lo hacía diferente. Todo lo que sé es que a veces lo
necesitaba, necesitaba el dolor y yo podía dárselo.
Y haríamos cualquier cosa el uno por el otro. Sin importar el
favor. Incluso si eso significaba darnos una paliza el uno al
otro.
La ira me sale por todos los poros, me tiemblan las manos
cuando pulso el botón de desbloqueo del llavero, enrosco la
mano alrededor de la puerta y la abro de un tirón.
Necesitaba un segundo para recuperar el aliento. Necesitaba
un momento para calmarme.
Lo que no necesitaba era abrir la puerta de mi auto y
encontrarme con millones de bichos arrastrándose por el
interior. Cientos de cuerpos planos y ovalados se esparcían
por el salpicadero y se introducían en los asientos.
En mi delirio, pensé que había serpientes acompañando a los
gigantescos insectos de aspecto alienígena, pero enseguida me
di cuenta de que eran ellos los que hacían el ruido.
—Qué mierda —maldigo, inspeccionando el exterior de mi
vehículo asegurándome de no haber atropellado algo que
pudiera haberles atraído al interior de mi auto.
Cuando no veo nada, vuelvo a mirar dentro, rozando una hoja
de papel blanco con tinta roja salpicada. Introduzco la mano
en el nido de unos veinte, sacudiendo el papel hasta que cae
al suelo.
Tardaría meses en quitar el olor a humedad de los asientos.
Los bichos no me daban miedo ni me molestaban, pero me
resultaban muy irritantes.
Al parecer, el mundo quería ponerme a prueba hoy.
Escudriño la nota un par de veces, miro las cucarachas,
vuelvo a la nota una y otra vez. Un atisbo de sonrisa me hace
torcer los labios.
No te tengo miedo, Caldwell. Vete a la mierda y
búscate un nuevo hobby. Sugiero empezar con la
colección de insectos. Aquí, te daré una ventaja.

Me lamo el labio inferior, negando con la cabeza, qué jodida


guerrera es.
Una guerrera a la que iba a destrozar bajo mi bota de
combate. Vería desaparecer para siempre esa lucecita de
sabelotodo que centellea en sus ojos cuando no estoy cerca.
Tomaría todo lo que ella creía saber y le daría la vuelta.
Y me iba a saber a miel en la lengua cuando pasara.
Lo suficientemente humana como para tener miedo, pero lo
suficientemente fuerte como para no dejarse vencer. No era
estúpida, sabía que estaba asustada, pero tenía el fuerte
presentimiento que había terminado de dejarse atropellar.
Un picor en la mano me hace mirar hacia abajo y ver que el
grueso vertebrado se ha colado en mi piel. Arrojo el bicho al
suelo justo antes de aplastarlo con el pie. Cruje bajo mi peso.
No sólo había conseguido meter cientos de cucarachas en mi
auto, sino que además había entrado en mi vehículo sin
activar la alarma. Demostró talento. Mostraba promesa.
Era una jodida pena que se fuera a desperdiciar. Que tuviera
que llevarme a una chica que creía saberlo todo y enseñarle lo
que era la vida en realidad.
Arrastrarla a la oscuridad, a las sombras donde me gustaba
esconderme, y mostrarle exactamente por qué debería temer a
alguien hecho de pesadillas.
Alguien como yo.
Capítulo Diecisiete
Entre las olas

Briar
La autosatisfacción había corrido hoy con fuerza por mi
sangre. Tenía un ánimo diferente en mi paso a partir de hoy.
Caminando por el campus sabiendo que Alistair estaba
ocupado limpiando su auto de mierda de cucaracha.
Lyra estaba convencida de que esto no era más que
provocarles. Empeorando nuestra situación. Tal vez lo
estuviéramos, tal vez la broma fuera un error, pero al menos
ahora lo sabían, no íbamos a tumbarnos para que nos
escupieran.
El laberinto había sido la gota que colmó el vaso.
Harta de ser presa fácil, cansada de dejarles ganar, aunque
perdiera la guerra, ganaba una batalla. Le serví a Alistair una
cucharada de su propia medicina y esperaba que supiera a
leche podrida.
Me deslicé sigilosamente por la entrada de la sala de recreo de
la universidad, la puerta de cristal con una simple cerradura
era lo único que me alejaba de la piscina. El resplandor de las
luces bajo el agua se reflejaba en las paredes a medida que
me acercaba.
Con dedos suaves me saco dos horquillas del cabello,
tomando la primera y separándola con los dientes haciendo
un ángulo de noventa grados con ella. Acuclillándome en el
suelo para trabajar con la otra, la meto dentro girando hacia
la izquierda para crear tensión dentro del candado estándar.
Deslizo el primer pasador sobre el otro, jugando con los
pasadores del interior. En realidad, son matemáticas
sencillas: una cerradura estándar tiene cinco pasadores y
cada uno de ellos debe presionarse hacia arriba para que la
cerradura se abra. Sin embargo, hay clavijas incautadas, al
menos tres, que son más difíciles de liberar, así que empiezo
por ellas. Muevo la horquilla hacia arriba y hacia abajo, hasta
que siento la resistencia adecuada.
Cuando lo siento, aprieto con fuerza al oír el gratificante clic.
—Uno menos, faltan dos —susurro, continuando el mismo
proceso hasta que todos los pasadores están tirados y la
cerradura cede, cayendo abierta por un lado.
Sonrío con suficiencia mientras quito el candado de la puerta
y lo dejo a un lado antes de entrar en la sala de billar.
Contemplo el cielo oscuro que centellea sobre mí, la hiedra
inglesa trepa por los laterales de los paneles de cristal,
invadiendo la parte superior del tejado, donde más placas
transparentes conforman la parte superior de la casa.
Durante el día, la luz se mostraba en todas direcciones, era
acogedora y cálida. Pero por la noche, había un borde. Mirar
al bosque, preguntarse si hay algo entre los árboles que te
devuelven la mirada. Si te quedabas demasiado tiempo ahí
fuera, encontrarías exactamente lo que buscabas. Tu mente
se entretiene en la oscuridad si no tienes cuidado.
Enganché el teléfono a un pequeño altavoz, lo bastante alto
para escucharlo pero lo bastante bajo para no alarmar a
nadie de mi presencia. Decidí no encender las luces
interiores; las que iluminaban la piscina parecían suficientes.
Las luces brillantes y cálidas daban a la piscina un tinte
verde espuma de mar que la hacía más acogedora.
Despojándome de mi ropa con entusiasmo, dejándome en mis
dos piezas de color negro. Llevaba todo el día esperando para
meterme en el agua fresca. Nadar me hacía sentir ingrávida.
Nada importaba realmente, excepto la forma en que se movía
mi cuerpo. Mi cerebro podía desconectarse un rato y yo podía
flotar.
Lo necesitaba.
No más Hollow Boys. Nada de complots de venganza. Sin
problemas escolares ni matemáticos.
Sólo para flotar un poco.
Mis pies descalzos bailan por el frío suelo que rodea el
exterior de la piscina. Ligeramente inhalo el cloro que perdura
en el aire húmedo. La verbena y las rosas silvestres plantadas
alrededor de la piscina casi lo abruman, pero no del todo. Me
encantaba ese olor. Es decir, el cloro. Lo aspiraba como
pintura antes de encontrarme con él mientras me preparaba
en el trampolín para lanzarme al agua.
La música flotaba en el aire, melodías suaves y
distorsionadas, con letras subversivas y llenas de angustia. El
tipo de canciones que alimentaban los corazones rotos y
traían a casa a los náufragos.
Inquieta, me zambullo de cabeza en la piscina olímpica de dos
metros de profundidad. El torrente de agua me envuelve, se
instala en el exterior de mis orejas y hace que todo lo que está
por encima de la superficie sea trivial.
La presión del agua me abraza, mostrándome el consuelo que
me faltaba por estar aquí. Puede que mi familia fuera pobre,
que mi padre robara para trabajar, pero yo crecí amada.
Crecí en un hogar donde los abrazos se daban libremente y
con frecuencia. En verano, la parrilla estaba siempre
encendida y el olor a carbón flotaba en el aire caliente. Donde
en invierno encontrábamos la colina más grande de nuestro
parque de caravanas y bajábamos en trineo con las tapas de
plástico de los contenedores. Donde mi madre me leía cuentos
antes de dormir y me arropaba.
Estaba acostumbrada a ser invisible para todos fuera de casa.
A sentirme fría e indeseada en la escuela, juzgada en la tienda
de comestibles, pero sabía que entraría en una caravana de
dos dormitorios que me hacía sentir como en casa y me
apoyaba. Básicamente, no tenía nada a lo que llamar mío,
excepto a mi familia, y ahora sentía que ni siquiera tenía eso.
Nunca me había sentido tan aislada.
Sí, tenía a Lyra, tenía a Thomas y llamaba a mi madre
bastante a menudo, pero no me parecía suficiente. Caminar
por aquí es un escalofrío constante en mi espina dorsal,
siempre cargando el chip en mi hombro9 lista para
defenderme.
Menos ser perseguida por hombres psicóticos, supuse que la
mayoría de los universitarios de primer año se sentían así.
Tratando desesperadamente de encajar, de encontrar un
lugar al que pertenecer en el mundo sola. Irte lejos de tu
familia siempre suena mejor en tu cabeza, hasta que estás
lejos, sola, comiendo ramen con una sudadera con capucha
que no se ha lavado en tres días.
Pero es un proceso. Sé que esto pasará de una forma u otra.
O empiezo a acostumbrarme al tormento o dejo que me
asuste.
Permanecí sumergida hasta que mis pulmones quisieron
reventar, hasta que empezaron a salpicarme manchas negras
detrás de los párpados.
Atravesando el agua con una bocanada de aire, me quito el
cabello del rostro y me lo deslizo por la espalda. El cloro me
escuece tanto que me limpio los ojos.
A paso lento me dirijo a la parte menos profunda, estiro las
piernas en el borde de la piscina y me paso los brazos por el
pecho para ejercitar los músculos.
Quería dar mis vueltas de la noche, sabía que me cansaría y
posiblemente podría descansar esta noche. Lo cual
necesitaba, porque mañana tenía un examen y no quería
suspender mi primer examen universitario.
Elijo el carril del medio, el número cinco, la canción cambia
mientras me sumerjo de nuevo bajo el agua empezando con la
braza para mis primeros cien metros.
La combinación de quinientos metros eran siempre mi
prueba. Creo que a mi entrenadora de natación le mataba en
silencio que yo fuera la única del equipo capaz de nadar los
cuatro estilos. Ganaba encuentros sólo para ver la cara de
cabreo que ponía porque, al igual que todos los demás,
esperaban que fracasara.
Y supongo que todo esto se reduce a eso.
Es por eso que no he escondido la cola y huido lejos de esta
universidad homicida con tendencias de secuestro.
No quería darles lo que querían de mí.
Fracaso.
Es todo lo que alguien ha visto cuando me mira. Cuando
superan la invisibilidad, todo lo que ven es basura de parque
de caravanas destinada a las alcantarillas.
Quería más para mí. Quería demostrarles que estaban
equivocados. Vivía para los momentos en que lo hacía,
cuando podía ver la sorpresa en sus caras. Eso es lo que voy
a intentar hacer aquí.
Construirme un futuro mejor para que, cuando la gente me
mire, vea a una mujer llena de éxito y confianza. No podrían
imaginarme como otra cosa.
Esos chicos no me iban a quitar eso. Tampoco iba a dejar que
me vieran fracasar. Aunque me miraran desde sus respectivos
tronos, pensando que sus bromas de terror me harían huir,
me arruinarían.
No serán mi fin. No me quitarán mi futuro.
Al principio de la brazada de espaldas me ardían los brazos,
respiraba con más agudeza y permanecía cada vez menos
tiempo bajo la superficie. El cansancio se instalaba en lo más
profundo de mis músculos.
Pero seguí adelante. Exigí más a mi cuerpo porque mi mente
aún no había terminado. Nadaba porque el agua siempre
había sido una especie de libertad para mí. Un escape de las
reglas de la gravedad y la oportunidad de sentirme
absolutamente ingrávida.
Hay algo en el movimiento que, cuando superas la quemazón,
empieza a parecerte natural. La forma en que el agua se
arremolina a mi alrededor, el agua fría mientras me muevo
por un medio diferente al aire.
Me hice nadadora por accidente.
Tenía once años y mi madre me apuntó a un programa de
verano, me pasé los tres meses en la piscina. Y al final del
programa, hubo una carrera, una que yo había ganado a
pasos agigantados.
Era la primera etiqueta positiva que me ponían. La chica que
sabía nadar como un pez.
Así que nunca paré.
Di una última voltereta bajo el agua, presionando el borde de
la piscina con los dedos de los pies y los talones tan fuerte
como pude, impulsándome hacia delante bajo el agua como
una daga veloz en el viento.
Reaparezco en la superficie, girando los brazos en círculos
constantes mientras fuerzo mi cuerpo para terminar este
último metro de estilo libre. Mis brazos se deslizan dentro y
fuera de la piscina, mis piernas patalean con potencia
mientras lo último de mi resistencia empieza a menguar.
Mis dedos y mi mano golpean la superficie del hormigón,
marcando el final de mi combinación. Me pongo de pie en el
agua poco profunda, con las piernas temblorosas, mientras
respiro hondo. Sosteniéndome contra el borde, recupero el
sentido de la visión por encima del agua.
Con poco esfuerzo me recuesto, dejándome llevar por el agua.
Mi respiración se regula mientras contemplo el cielo estrellado
a través de las ventanas de cristal. Me dejo llevar a un mundo
completamente mío.
Imaginándome como una mujer con poder. Propietaria de un
negocio. Una pionera. Alguien importante. Alguien a quien no
se puede pasar por alto. No sabía qué quería hacer después
de la universidad, sobre todo porque no creía que pudiera
permitírmelo. Ahora las posibilidades son infinitas.
Tengo infinitas opciones con un título de lujo de Hollow
Heights.
Mis ojos se habían cerrado solos. Completamente absorbida
por el agua, el silencio del agua calmaba el caos dentro de mi
cabeza. No sé cuánto tiempo estuve allí tumbada, flotando,
pero notaba cómo mis dedos empezaban a arrugarse.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, la luz de la piscina que tengo
debajo ya no rebota en las ventanas. Todo está negro.
En mi altura de nadador, creo que todavía tengo los ojos
cerrados. Sólo cuando me pongo de pie en la piscina, con los
pies hundidos en el fondo, frotándome los párpados, acepto el
hecho de que estoy a oscuras.
No sólo oscuridad, el olvido negro como el carbón. Ni siquiera
puedo ver mi mano delante de mi rostro, ni siquiera la luz de
las estrellas es suficiente para atravesar el negro.
Es ridículo. Sé que probablemente las luces de la piscina se
apagaron o se acabó el tiempo, una explicación sencilla. Pero
miedos irracionales me suben a la columna vertebral,
susurrándome al oído.
¿Y si esta universidad tiene tiburones que dejan salir por la
noche? ¿O cocodrilos? Tienen casi todo lo demás peligroso y
espeluznante, ¿por qué debería ser tan descabellado?
Miro hacia el agua, el líquido negro como la tinta es sólo un
sonido en mis oídos. Apenas puedo distinguir la parte
superior, por no hablar de lo que hay debajo de mí. Los dedos
de mis pies pinchan deseando que los saque de esta piscina.
La sangre bombea con fuerza a través de mí, golpeando
contra mi piel con cada latido de mi corazón. Se me empieza a
secar la boca, como si me hubieran metido bolas de algodón
en la garganta.
Es una reacción humana normal. Cualquiera se sentiría así.
La sensación de que algo va a agarrar mi pie, arrastrándome
bajo el agua. Sin volver a ver la superficie nunca más. Ya sea
un feroz tiburón blanco o un humano.
Afortunadamente, aún puedo tocarla, aunque no estoy segura
de la distancia que me separa del borde debido a mi
imprudente flotación. Empiezo a avanzar de puntillas, con un
brazo extendido buscando algo sólido que pueda ayudarme a
salir de la piscina.
Mirar detrás de mí está fuera de lugar, sé que en cuanto vea
la interminable desolación por encima de mi hombro sólo
conseguiré que me entre más pánico.
Las bombillas se fundieron, eso es todo...
*Splash*
Me relamo los labios resecos, congelándome casi de
inmediato.
Lo que acababa de entrar en el agua conmigo lo hizo sin
gracia. Su peso hizo vibrar el fondo de la piscina, haciendo
sonar mis ya débiles piernas.
¿Anaconda gigante?
¿Tiburón toro cabreado?
¿Humano vengativo?
Estoy de frente a la dirección del sonido, empezando a
retroceder lentamente, midiendo mi distancia por donde el
agua me llega a la cintura. Cuanto más retrocedo, menos
agua se acumula alrededor de mi estómago, lo que significa
que me dirijo hacia la parte menos profunda.
Si es un animal, estoy perdida. Pueden verme en esta
oscuridad. Pueden sentir mis ligeros movimientos. Mi corazón
acelerado.
Pero si es un humano. Uno con una venganza, entonces tengo
una oportunidad porque ellos no pueden verme más de lo que
yo puedo verlos a ellos.
Sólo había una salpicadura, lo que significa que sólo había
uno de ellos aquí conmigo. Pero los otros tres bien podrían
estar esperando alrededor de todas mis salidas a la espera de
que yo haga un movimiento.
Oigo ondear el agua delante de mí, a unos metros tal vez si
mis sentidos son buenos. Otra ondulación, luego otra, como
si se moviera hacia mí con la misma lentitud con la que yo
retrocedo. Ambos atentos a razones opuestas.
Yo, queriendo salir de esta piscina con el mínimo daño y lo
más silenciosamente posible con la esperanza de que ni
siquiera se den cuenta de que me he ido.
Ellos, sin querer asustarme para que no corra, para que no
escape.
El agua está fría de repente. Helada. Como imagino que
corren las aguas de Alaska en pleno invierno. Pequeñas
protuberancias me acribillan los muslos, los brazos, me
tiembla el labio inferior. Nunca había querido salir del agua.
No como ahora.
Mi espalda se apoya en el borde de la piscina y el alivio
inunda mi alma. Levanto los brazos, presiono el suelo de
baldosa con las palmas y me levanto hacia atrás para tomar
mis cosas y salir corriendo de aquí.
Pero llego más lejos en mi cabeza que en la vida real.
Manos, manos humanas se aferran a mis caderas, tirando de
mí hacia el agua sin compasión. Vuelvo a caer a la piscina
como si nunca hubiera salido de ella. Mis pulmones se llenan
de un potente grito y abro la boca para pedir ayuda, pero me
la tapan con la palma de la mano.
—Tranquila, Briar. No querría que nadie supiera que entras
en sitios donde no deberías después del toque de queda del
campus.
Esa voz. Esas manos. Esa sensación.
Odio, odio vil hierve a fuego lento en mis venas. El hecho que
me haya puesto en esa posición otra vez, que sus manos me
tengan agarrada y mi cuerpo esté tragándoselo. Se me cae la
baba preguntándome qué hará a continuación, como una
niña ingenua. Me sujeta a la pared, fácilmente con una mano
en mi cadera.
Siento sus jeans rugosos y empapados rozar mis muslos
desnudos, su camisa suave pegarse a mis brazos expuestos.
¿Quién se tira a una piscina con la ropa puesta?
Arranco la boca de su agarre: —Creo que el asesinato tendría
prioridad sobre irrumpir en una piscina, ¿no, Alistair?
No puedo verle, sólo el oscuro contorno de su figura. Sus
musculosos hombros, la forma en que inclina la cabeza,
divertido, al oír mi respuesta, y sé, sin necesidad de verlo, que
en sus labios se dibuja una sonrisa fatal.
Rocas, enormes rocas pesan sobre mi pecho. Cada
respiración me duele cuando estoy cerca de él. Se lleva todo el
oxígeno. Me deja sin nada más que su aroma picante para
inhalar como combustible.
—¿Por qué vas a hablar de algo que no te concierne? Creía
que empezábamos a ser amigos. —me reprende, con una
amenaza subyacente, que me da náuseas. Me marea.
Siento su pulgar rozar mi vientre expuesto, pequeñas
sacudidas recorren mi vientre en cascada. Ignoro por
completo sus preguntas. No se merece una respuesta.
—¿Has venido solo? ¿O has traído a tus mascotas para que te
ayuden a acabar conmigo?
Golpeé un nervio porque siento su pulgar clavarse en mi piel,
áspero y exigente. Me hace tragar de dolor. Todos sus grandes
botones rojos, con los que se supone que no debo meterme,
rodean a sus amigos. Puedes atacarle, pero en cuanto diriges
tu atención a sus secuaces de mierda, está listo para
abalanzarse.
Intento zafarme de su agarre, sólo para ser recompensada con
un golpe. Mi espalda se estrella contra el borde de la piscina.
—Cucarachas. Un poco infantil, incluso para una inútil como
tú.
—Ropa puesta en la piscina. Un poco inseguro, incluso para
un tipo con una polla pequeña.
Se ríe, profundo y rico como un pastel de chocolate negro.
Amargo al principio, pero poco a poco se derrite en la lengua
volviéndose azucarado y pegajoso. Mi tipo de chocolate
favorito.
Mi cuerpo tiembla en sus manos, una vez más mi cerebro
está en guerra con el resto de mí. Las endorfinas me llenan,
me hormiguean en los muslos y me recorren el cuerpo. Me
trago la bilis y levanto la barbilla, aunque él no pueda verla.
La mano que no está sobre mi cuerpo, comienza a recorrer mi
hombro, sólo las yemas de sus dedos fantasmeando sobre mi
silueta. Viéndome con sus manos.
—Tienes algo que me pertenece, Ladronzuela. —Toda risa
desaparece. Toda reminiscencia de su humanidad se
desvanece.
Mi mirada se desvía hacia mi camisa abotonada en la silla,
cerca del altavoz donde aún suena música, sabiendo que su
anillo está metido en el bolsillo delantero de la camisa.
Agradezco por primera vez que no pueda verme.
—Y lo quiero de vuelta —gruñe, su tono me pellizca la piel
como lobos salvajes enseñando los dientes.
—No tengo una mierda. —Me opongo contra él, lo cual es
inútil, pero no quiero que piense que me estoy echando atrás.
Mi corazón palpita con la descarada mentira.
Me agarra la nuca y me sujeta el cabello con una fuerza
embriagadora. Me tira hacia abajo, de modo que mi cara
apunta hacia él. Siento su boca flotando sobre la mía y me
prometo que si me besa, le arrancaré la lengua de un
mordisco.
—Viste lo que le hicimos a ese profesor, ¿verdad? —Las
imágenes vívidas me persiguen—. Eso es lo que le pasa a la
gente que me quita cosas, Briar. Acaban muertos.
Su aliento es novocaína para mis sentidos, lo adormece todo.
El veneno de su voz rezuma en mis poros, infectándome. Me
vienen a la mente todas esas imágenes que me atormentan
por la noche. De la sangre, de las serpientes, de él.
Las de él son las peores porque siempre me despierto con el
sudor chorreando por la parte baja de la espalda y las bragas
húmedas.
—No te tengo miedo. —Hago una mueca, otra mentira.
—¿Sí? Pruébalo. —Juro que siento su labio superior golpear
el mío cuando pronuncia la P.
Enrolla su mano en mi cabello con más fuerza, convirtiéndola
en una correa con la que me controla. Con rapidez y
precisión, aloja su muslo derecho empapado entre mis
piernas. Abriéndome y levantándome al mismo tiempo.
Lanzo un grito ahogado, la respiración se me corta en la
garganta, la cabeza me vuelve a caer en su agarre cuando el
leve roce me recorre desde el centro hasta los dedos de los
pies. Un relámpago golpea mis huesos. Todo estaba
completamente vacío, cada molécula había desaparecido. Una
inmensa fuerza de energía me atraviesa, fue sólo un segundo
de contacto, pero me pareció más largo.
Todo mi cuerpo se balancea sobre su rodilla, toda la presión
dirigida a mi centro. Sus toscos jeans rozan la delicada piel
entre mis piernas. Tardo unos instantes en darme cuenta que
mis manos descansan sobre sus hombros cubiertos por su
camisa.
—¿Ya tienes miedo, Ladronzuela?
Aprieto los dientes, intento respirar, pero sólo consigo
bocanadas de él. Su aliento ahumado llenándome, más y
más. Iba a explotar. Tentáculos de terror me rodean la
garganta, ahogándome.
Tenía miedo, sí. Mi mente y mi corazón.
Pero mi cuerpo, mi jodido cuerpo enfermo, le gustaba. Le
gustaba demasiado.
Tanto que no pude evitar que me diera la razón.
—Devórame. —le respondí.
Siento su sonrisa de suficiencia, justo encima de mis labios.
Burlándose de mí. Jugando conmigo.
Lo siento en oleadas. La forma en que su rodilla empieza a
moverse en círculos cortos, la tensión que nunca abandona
mi clítoris. Puedo sentirlo todo como si no tocara nada más
que la piel desnuda. El fino material de mi bikini no hace más
que favorecer su fricción.
La intensidad empezó a aumentar lentamente. La lengua se
me hinchaba en la boca mientras la mordía, impidiendo que
se escapara ningún gemido. De repente siento calor, el agua
que antes se había convertido en hielo ahora era lava fundida.
Cada movimiento de su rodilla hace subir las llamas y yo sólo
puedo mirar. Sólo puedo sentir como el infierno se hace más
grande.
No soy más que brasas y cenizas de placer en sus manos.
Dios y él jodidamente lo sabe.
Se pasa la lengua por el labio inferior, atrapando el mío en el
proceso, y percibo su leve sabor. ¿Sabes lo aterrador que es
estar a punto de probar la única droga del mundo que podría
matarte?
Colgaba del columpio de la vida o la muerte en brazos de
Alistair. Buscando el placer de quien busca el silencio en mí.
Esto es sólo para probar un punto. Me recuerdo a mí misma.
Sólo estoy demostrando algo. Le estoy demostrando que no
me voy a rendir y que no puede asustarme. Ya no.
Se levanta de un tirón, arrancándome un gemido de tortura
de la garganta. Alistair inspira con fuerza, absorbiendo mi
placer mientras intercambiamos fuertes gruñidos y gemidos.
No podía negar la humedad que goteaba de entre mis piernas,
quizá podía echarle la culpa a la piscina, pero él lo sabía, lo
sabía tan bien como yo. Mi cuerpo ansiaba esto.
—Sólo dime lo que quiero oír. Dime que me tienes miedo,
vagabunda —murmura contra mis labios.
El calor sube dentro de mi vientre por su insulto, mis mejillas
sonrojandose, o tal vez se sonrojan porque vergonzosamente
giro mis caderas sobre su musculoso muslo. Se flexiona y
tensa bajo mi peso, empujándome más y más hacia el borde.
—Púdrete en el infierno, bastardo de fondo fiduciario. —Mi
insulto es apenas una amenaza con lo entrecortado que sale.
En lugar de los sonidos suaves y flexibles del nombre de un
amante cruzando mis labios. Es un término degradante lleno
de mucho odio.
Odiándolo por hacerme amar esto.
Mis uñas arañan su piel. Me aseguro que cuando se vaya,
lleve mis marcas. Para que cuando se mire en ese espejo de
oro por la mañana, recuerde que tengo uñas y dientes
afilados.
¿Cómo es posible estar tan excitada en este momento y que
mis sentimientos sean tan opuestos? La tensión en mi interior
sólo empeora cuando el deseo aumenta. Mis piernas tiemblan,
haciendo que el agua salpique a nuestro alrededor.
Mis caderas se mueven solas, persiguiendo alivio,
persiguiendo aprobación. Nunca me había sentido así.
No estaba segura de querer volver a sentirme así. Así de
caliente. Así de drogada. Así de imprudente.
Había demasiada adrenalina. Mi corazón no podía soportarlo.
Un grito valiente se acumula en mi pecho. Caigo, no, me
arrojan a lo más hondo de una pegajosa y ambrosía piscina
de necesidad. La espiral dentro de mi vientre se comprime con
más fuerza, todo por culpa del chico lleno de juegos
perversos.
No creí que pudiera acercarse, pero lo hace. Sus labios se
presionaron contra los míos, pero no en un beso.
—No puedes usarme. No para hacer que tu apretado y rosado
coño se corra. No por juegos tontos con tu amiga. No por
nada. Conseguiré lo que es mío, Briar. Incluso si tengo que
matarte por ello. —Él escupe, mi boca se mueve con cada
palabra.
Espera, ¿qué?
El agua a mí alrededor se había convertido en olas de placer,
a punto de succionarme bajo una marea de éxtasis, hasta que
vuelve a enfriarse.
Me deja caer en la piscina, el cambio brusco me hace caer en
el líquido frío, recuperar mis pensamientos antes de salir
disparada hacia arriba, tosiendo en busca de aire. Por mi
cordura.
Cuando me repongo, miro a mi alrededor, las luces de la
piscina vuelven a estar encendidas y no hay ni rastro de
Alistair Caldwell.
Mi pecho se agita, mi mente se tambalea.
¿Estaba realmente aquí? ¿Me quedé dormida en la piscina?
¿He tenido otro sueño?
El dolor entre mis muslos me da la respuesta. La palpitación
de su agarre en la parte posterior de mi cráneo me dice que
todo eso era muy real.
Estaba asustada.
Estaba enojada.
Estaba vacía.
¿Cómo está tan enfadado por un anillo? Es una joya, joder.
Detesto sentir que hay más en su historia de lo que puedo
ver. No quiero saber su historia. No me interesa.
Es un mocoso sádico que tiene más rabietas que un niño de
dos años. No hay excusa para su forma de actuar.
Ninguna.
Empieza a sonar otra canción, como si los últimos treinta
minutos nunca hubieran pasado. La vida vuelve a empezar y
me saca del túnel del tiempo en el que me ha metido.
La frustración me llena tanto que me hundo hasta el fondo de
la piscina. Caigo como una roca, nadando hasta sentarme en
el fondo.
Entonces, abro los ojos, dejando que el cloro lo queme de mi
memoria, abro la boca y grito.
Capítulo Dieciocho
Sesión de terapia

Alistair
—Fuerte.
—¡Más fuerte!
—¡Vamos, hombre, he dicho más fuerte! ¿Eso es todo lo que
tienes? No me extraña que seas el repuesto. —Su saliva
aterriza en mi pecho desnudo, el enrojecimiento de su cara es
del color de una boca de incendios. Por los gritos, por la
pelea.
Mis manos se clavan en su vientre y mis ojos no pueden
evitar fijarse en las profundas cicatrices lacerantes que tiene
allí y en el pecho. Apoyo la cabeza en su hombro y sujeto su
cuello con la izquierda para mantenerlo quieto mientras le
propino un puñetazo tras otro en las tripas.
El repuesto.
Odio ese nombre olvidado de Dios.
Prefiero que Thatcher me llame Ali todos los días del resto de
mi vida a que alguien vuelva a dirigirme esa palabra.
Es todo lo que ven, es todo lo que me han visto ser.
De mi puño salen golpes enfermizos, hechos para destrozar
huesos. No conozco a mucha gente que pueda soportar golpes
así. Supongo que después de años de abuso, se había
acostumbrado. Era un retorcido sentido de unión entre
amigos.
Viejas heridas que me encanta enterrar con rabia explosiva,
desenterradas en este sótano. Se abren de par en par,
dejándome desangrar todas las razones por las que desearía
no haber nacido nunca.
Ya fuera a propósito o por accidente, mis padres me pusieron
el nombre del principal verdugo y torturador del Infierno.
Antes incluso de que pudiera pensar cognitivamente, me
habían puesto un nombre que predestinaba en quién me
convertiría.
Alguien que causaba dolor a las almas. Nombre dado a los
espíritus malignos y a las personas de mal genio.
No podría haber sido más perfecto.
Rook impulsa mi temperamento con sus palabras, tal como
sabía que lo haría. Justo como lo necesito.
—Eres débil, Alistair. —Él gime, aunque le estoy causando
suficiente daño para quebrarlo, aún quiere más.
Mi cabeza palpita con toda la sangre que corre hacia ella.
—Cierra la puta boca, Rook.
Aquí es donde transformábamos años de dolor en momentos
de libertad, nos sacábamos a golpes el tormento de los
huesos.
Con el brazo que le rodea el cuello, tiro de su cara hacia mi
pecho, juntando mis manos en la base de su cabeza. Hundo
mi rodilla en el punto blando justo debajo de su caja torácica.
Un movimiento receptivo que hace que me escuezan las
piernas de cansancio. Empiezan a salirle moretones en la piel.
Nuestros cuerpos se pegan por la transpiración que gotea de
nuestros cuerpos. Usándonos el uno al otro como las salidas
que nunca tuvimos de niños.
El sudor, el humo y el persistente olor a goma de la
colchoneta llenan mi nariz. No lo suficiente como para olvidar
ese exótico aroma floral que se pegaba a mi piel como
sanguijuelas. Penetraba el cloro, incluso después de mi
ducha, aún podía olerlo. Aún podía olerla a ella.
El vigor que sentí después de dejarla allí, empapada hasta la
médula, sabiendo lo mucho que palpitaba por un orgasmo.
Podía sentir el calor, los jugos que brotaban de su coño,
incluso en el agua. Sabiendo que había retorcido su pequeña
mente en nudos.
Le había demostrado que no era mejor que nosotros. Una
chica sucia y audaz que disfrutaba de las cosas que se
arrastraban en la noche. Viéndola jadear y gemir en los
brazos del tipo que odia.
Persiguiendo un orgasmo en el muslo del hombre que iba a
ser su perdición. Era embriagador. Nunca había sentido un
poder así.
Mi cabeza no está en el espacio adecuado para esto. Cada
segundo que pasa se aleja más de esta lucha.
En mi estado de distracción, le doy a Rook la oportunidad de
ponerme las manos en el pecho, empujándome hacia atrás y
alejándome de su cuerpo. Él me lanza un gancho de izquierda
descuidado a la mandíbula, con suficiente fuerza como para
cortarme el labio inferior. Siento que la sangre empieza a
chorrearme por la barbilla.
Nos quedamos inmóviles un segundo, los dos en estado de
shock. Los ojos de Rook se abren un poco más y me llevo el
dedo al labio, apartándolo para inspeccionar el líquido rojo
brillante que ha quedado.
Nunca me habían golpeado.
Nunca había permitido que nadie me pegara.
No estaba seguro de quién estaba más conmocionado, si Rook
o yo. Por primera vez desde que éramos adolescentes, él había
dado un puñetazo que había hecho sangrar.
Ella lo estaba arruinando todo. Su olor, sus gemidos
patéticos, sus caderas demasiado ansiosas y los jadeos
estaban arruinando mi concentración. Su existencia me
estaba jodiendo la vida.
Tan consumido por ella, por deshacerme de ella, por
mantenerla callada, que las otras mujeres eran un borrón.
Todas desenfocadas y borrosas porque mi vista estaba tan
concentrada en lo que ella hacía, dónde estaba, con quién
hablaba.
La noche en la piscina, había hecho todo lo que yo quería.
Una marioneta en mi cable. Demostrándole que no era más
que un juguete que yo podía controlar. No era mi intención
hacerla cabalgar sobre mi muslo, pero sí era mi plan verla
descubrir quién mandaba exactamente en esta situación.
Sabía que no se echaría atrás. Ni aunque se meara de miedo
en los pantalones. Hay algo en Briar Lowell que se niega a
permitirle apartarse de lo que la asusta.
Y no quiero nada más que aplastarlo con mis malditas manos
desnudas.
Mis pensamientos estaban enredados, era un frenesí de
exasperación. Cargué duramente contra Rook, en mi histeria.
Arrollándole contra la colchoneta y oyéndole aterrizar con un
duro golpe contra el suelo.
La temperatura de mi cuerpo estaba por las nubes. Estaba
seguro de que pronto empezaría a derretirme.
Quería destruirla. Quería consumirla toda.
Había recuperado el poder tras su pequeña broma de
cucarachas, pero pronto encontraría algo más con lo que
devolverme el golpe. La quería tan destrozada y perdida que
no tuviera más remedio que someterse y suplicarme que
acabara con su sufrimiento.
De rodillas, jadeante y frágil.
Rook hacía gárgaras para respirar, mi técnica era descuidada
mientras giraba mi cuerpo en torno al suyo, tirando de él para
estrangularlo. Le rodeé la cintura con las piernas, le rodeé la
garganta con el brazo derecho y le apreté la tráquea con el
izquierdo.
Los demonios, los infiernos que ocultaba en mi interior,
salieron arrastrándose, arañando mis entrañas hasta
hacerlas trizas en el proceso. Apenas podía ver, con la vista
borrosa y rebosante de rojo.
Apenas había formas, sólo manchas de luz. El sabor de mi
propia sangre en la lengua me hizo retorcerle el cuello con
más fuerza. Cuanto más daño le hacía a él, más cerca estaba
de atraparla.
Cuanto más cerca estaba de corromperla por completo. Hasta
que no quedara nada de lo que era. Cuando se mirara al
espejo, ni siquiera se reconocería a sí misma. Y tal vez, se lo
pensaría dos veces antes de encubrir a su tío y sus negocios
turbios.
Tal vez entonces se arrepentiría de ser parte de la muerte de
Rose. Ser parte de la destrucción de uno de mis mejores
amigos.
—Ali... Alistair, ¡Para! A-amigo, Pa... Pa... para! —Rook
gorgotea a través de mi agarre, devolviéndome a la vida real.
Recordándome que estoy a diez segundos de matarlo. Ni
siquiera había sentido su mano golpeando repetidamente mi
antebrazo, hasta ahora.
Le solté inmediatamente, permitiéndole incorporarse y
arrastrarse hacia los bancos del otro lado de la sala. Su larga
melena cubierta de sudor se agitaba ante sus ojos.
Caigo de espaldas contra la pared que tengo detrás,
quedándome sentado sobre el culo. Dejo caer la cara para
mirar al suelo debajo de mí, sujetándome la cabeza entre las
manos. Tengo que controlar mi mierda.
Ella está ocupando demasiado espacio en mi cerebro.
Tomando todo el espacio de mi cerebro.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras engulle un litro de
agua en menos de quince segundos.
—Mejor que nunca —dice con una sonrisa cansada, la
hinchazón y el enrojecimiento de su cuello claros como el día.
Nos sentamos en silencio, recuperamos el aliento, nos
reponemos. Dejamos que la euforia del momento se calme y
que la adrenalina se agote.
Me recuerda a la primera vez que me pidió que le diera un
puñetazo. Cuando teníamos catorce años y estábamos en su
patio trasero. Su ojo ya estaba morado por la noche anterior
con su padre, nos turnábamos para disparar con su escopeta
de aire comprimido a los pájaros que surcaban el cielo.
Se había vuelto hacia mí con esa mirada en los ojos. Como si
me necesitara. Como si necesitara mi ayuda.
Y recuerdo que pensé en lo bien que me sentía, en que me
necesitaran. Que te quisieran como amigo y te buscaran para
ayudarles, aunque la ayuda fuera algo psicótico. A la manera
de Rook, al principio lo tomó a broma, quería ver lo fuerte que
podía golpear.
Pero cuando no daba todo de mí, era cuando veía un lado de
él que nadie veía casi nunca. Incluyéndome a mí y al resto de
los chicos. La parte de él que todavía es un niño roto.
“Necesito el dolor, Alistair. Lo necesito para no olvidar lo que
hice”.
Era todo lo que yo o alguien más había conseguido de él.
Nunca volvimos a hablar de ello. Simplemente aparecía
cuando me llamaba y me iba a trabajar como si fuera mi
bolsa de cadáveres móvil personal.
—¿Cuándo vuelven tus padres? —pregunta, apartándose el
cabello de la cara.
Me encojo de hombros.
—A la mierda si lo sé, tal vez la semana que viene. Tienen una
reunión de la junta directiva de la escuela próximamente y no
perderían la oportunidad de exhibir sus logros. Y con las
vacaciones a la vuelta de la esquina, mi madre tiene que
empezar a planear sus llamativas fiestas.
Las vacaciones siempre eran lo peor.
Navidad, Acción de Gracias, Halloween.
Cualquier excusa era buena para organizar una reunión en la
que la gente pudiera admirarles. Cualquier excusa para ser el
centro de atención, la aprovechaban.
La casa siempre estaba llena de gente, pululando como
avispones disfrazados de mariposas. Siempre demasiado
ruidoso, demasiado brillante, demasiado falso. Así que
normalmente me quedaba con Thatcher y sus abuelos
durante las vacaciones.
Porque daría igual que me presentara o no la mañana de
Navidad, no les importaría ni se molestarían en preguntarme
dónde estaba. Además, la abuela de Thatch hace unos
panqueques de muerte por la mañana.
—Silas no te culparía, ¿sabes?
Mis cejas se juntan, —¿Qué?
—No te culparía si decidieras irte antes de saber qué le pasó a
Rose. Él sabe por lo que pasas aquí. Ninguno de nosotros te
culparía.
Nunca lo había dicho en voz alta hasta ese mismo momento,
pero yo ya lo sabía. Todos lo sabíamos.
—¿Te culparías? Si le dejaras solo en su dolor, antes de que
obtuviera respuestas, ¿te culparías? —le devuelvo la
pregunta.
—Me odiaría si lo dejara.
—Entonces, ¿qué te hace pensar que me siento diferente?
Asiente, aceptando mi respuesta. No es que lo dudara, pero
creo que sentía que tenía que decirlo, para asegurarse que no
estaba aquí porque tuviera que estar.
Puede que este pueblo haya sido maldecido con mentiras y
padres basura, pero en él encontré a las personas por las que
derribaría las puertas del infierno.
La familia no era con quién nacías. Era por quién sangrabas.
Thatcher. Silas. Rook.
Son las únicas personas que importaban.
Nos dirigimos a la planta superior de la casa, ambos nos
separamos para ducharnos, tomándonos el tiempo justo para
asearnos antes que se abriera la puerta principal y, por el
chasquido de los zapatos Oxford, supe que era Thatcher.
—¿Qué mierda llevas puesta? —comenta Rook desde mi
cocina, donde está devorando un sándwich con solo una
toalla alrededor de la cintura.
Me tiro de la camisa por encima de la cabeza y miro a
Thatcher, que lleva un jersey de color marrón crema que
parece sacado directamente del cuerpo de un cordero.
—Lujo italiano, cariño. Cuesta más que tu testículo izquierdo.
Suelto una carcajada y veo que Silas viene detrás con las
carpetas bajo el brazo. Habíamos quedado vernos aquí hoy
temprano. Silas no había ido a clase y Rook tampoco, porque
los dos se habían quedado despiertos toda la noche mientras
Silas pirateaba las cámaras de seguridad.
Había enviado un mensaje de texto temprano diciendo que
había encontrado algo que nos interesaría.
Rook se quedó con él la mayor parte del tiempo. En parte
para vigilarlo y en parte para asegurarse que tomaba su
medicación. Lo último que necesitábamos era que fuera
vengativo y no estuviera medicado por sus drogas
esquizofrénicas.
Sigo a los dos hasta la cocina y le doy una palmada en la
espalda a Silas a modo de saludo, antes que deje la carpeta
sobre la isla de mármol.
—Thomas y Briar no están involucrados. —Es lo primero que
sale de su boca, antes incluso de abrir lo que hay dentro.
El sonido de su nombre hace que se me encojan los dedos de
los pies y las ganas de enseñar los dientes me golpean
bruscamente. No me gusta cómo dicen su nombre los demás.
Hay algo que me molesta.
—Perdona, ¿qué? —digo, con un tono de sorpresa evidente.
Abriendo la carpeta blanca saca hojas de lo que parecen
horarios, junto con fotos fijas en negro y gris.
—Por fin he entrado en las cámaras de seguridad y he
encontrado esto —las extiende para que todos las veamos.
Mis dedos agarran una de las fotos, viendo a un profesor que
no es Thomas saliendo de los laboratorios. Lo que podría
significar cualquier cosa en este momento.
—Sólo parece el Sr. West, es mi profesor de química orgánica.
¿Qué tiene que ver él con todo esto? —pregunta Rook.
—Greg West ha estado usando la credencial de Thomas para
entrar y salir de los laboratorios. No estoy seguro de cómo la
consiguió, pero las ha cambiado. Mira —desliza la hoja de
horarios hacia el centro señalando las entradas y salidas.
—Todas las veces que Greg pasa, se registra el número de
identificación de Thomas y viceversa. Greg es el que se cuela
en el laboratorio después de medianoche. Esta era su forma
de cubrirse las espaldas en caso de que alguien descubriera lo
de las drogas.
Se me revuelve el estómago.
La excusa para partirle la cara a Thomas Reid hasta que se
muera de hemorragia ya ha volado por la ventana. Ahora sólo
es un profesor con un palo gigante en el culo y una erección
por cabrearme.
—Semanas de vigilancia sobre la maldita gente equivocada. —
Maldigo.
Thatch me dirige la mirada.
—Ah, ah —chasquea la lengua—, no finjas que no has
disfrutado espiando a la querida sobrina de Thomas, Ali.
—Siempre podrías cambiar de lugar conmigo. Yo seguiría a
una chica buena en lugar de pasar por la oficina y el
apartamento de Thomas. El combina el color con su ropa
interior. —Rook bromea, hablando alrededor de una boca
llena de comida.
Rechino mis muelas, ignorando a Rook.
—¿Quieres que nos delaten? Alguien tiene que vigilarlas
mientras te lustras los putos zapatos, Thatch.
Con una sonrisa astuta, levanta las manos en alto, dejando
que Silas continúe contándonos lo que ha podido encontrar.
—Volví unos meses atrás y puedes ver que unas horas
después que Greg se fue, Chris aparece, entra y se va con una
bolsa de lona y se va a hacer cualquier entrega que necesite.
—Entonces, Greg es el profesor que le envió un mensaje a
Chris sobre plantar el cuerpo, lo que significaría que él lo hizo
o sabe quién lo hizo. ¿Eso es lo que estamos diciendo?
Silas asiente, con los puños apretados ante la mención de su
muerte.
—Es la única persona que hemos podido relacionar con Chris.
¿Y por qué robaría la credencial de Thomas, por qué no usar
la suya? A menos que...
—A menos que tenga algo que ocultar. —termino.
Dejamos que la nueva información se asiente. Me paso los
dedos por el cabello, apretando las palmas contra los lados de
la cabeza.
Sabiendo que hemos malgastado un mes entero mirando a la
persona equivocada, pero también sabíamos que esto no sería
fácil. Hablamos de esto antes que empezara. Sabiendo que
podrían pasar años antes que averiguáramos qué le pasó, si
es que le pasó algo.
Pero esto, esto se sentía como algo más cercano a una pista.
Podía sentir el final de esto acercándose sigilosamente,
sabiendo que cuando encontráramos la evidencia que
necesitábamos, confrontaríamos a Greg y descubriríamos
exactamente lo que pasó esa noche.
Podríamos dejar que Rose descansara en paz sabiendo que
quien le quitó la vida corrió con la misma suerte.
Capítulo Diecinueve
Cafetería de Tilly

Briar
—Dos hamburguesas dobles con queso, sin cebolla, una cesta
de Tilly's Curly Frillys, y dos batidos de fresa, ¿les parece bien
señoritas?
Me rugió el estómago cuando la camarera nos repitió el
pedido. La comida grasienta y deliciosa de un restaurante era
todo lo que necesitaba ahora en mi vida.
—Sí. —Lyra y yo decimos juntas, riéndonos un poco de
nuestra cohesión.
—¡Voy a prepararlo!
Cuando se marchó giré la cabeza para mirar por la ventanilla
de al lado, contemplando la oscura carretera y el
estacionamiento lleno de autos. Este pequeño café era lo
primero en esta ciudad que me recordaba a mi hogar.
La música de la vieja escuela que sonaba en la rockola de la
esquina, el suelo a cuadros, las cabinas rojo cereza y las luces
de neón azul brillante me transportaron a Texas y al Waffle
Palace que estaba a tres kilómetros de mi casa.
El olor a aceite frito, las risas, me hicieron sonreír la primera
vez que vinimos.
Las dos habíamos estado estudiando durante horas,
cansadas y hambrientas nos amontonamos en el auto de Lyra
y recorrimos los veinte minutos de trayecto hasta llegar aquí.
Eran sólo las siete, así que estaba ajetreado. El restaurante
estaba lleno de gente que nunca esperarías que estuviera
aquí.
Hombres con traje, mujeres con tacones.
Parecía un descanso del lujo. Reunir a todo el mundo en un
humilde establecimiento que servía desde churros hasta
pescado y patatas.
Llevábamos una semana y media de octubre y las hojas
habían cambiado por completo. Excepto los pinos. Mantenían
su follaje oscuro y verde todo el año, al parecer.
Desde el último encuentro con los engendros de Satán en la
piscina, aún no habíamos vuelto a saber de ellos. Los vimos
en el campus brevemente, pero las bromas, las cartas, todo
había cesado hacia principios de mes.
Todavía podía sentir la presencia de Alistair de vez en cuando,
observando, rondando, pero ya no era como antes. O estaban
planeando algo parecido a nuestro grandioso secuestro y
matanza, o creían que sus tormentos habían asegurado
nuestro silencio.
Una parte de nosotras quería olvidar todo lo que habíamos
visto. Quería estar fuera de su radar y lejos de sus miradas.
Aunque eso significara permanecer callada. Quería
concentrarme en la universidad y actuar como si esa noche
nunca hubiera sucedido y parecía que Lyra lo estaba
haciendo mucho mejor que yo.
La otra parte de mí sentía que me iba a quemar. Guardar un
secreto así el resto de mi vida. Estaba segura que me comería
viva, pero después de la piscina me prometí que me graduaría
de aquí, tendría los medios para protegerme y se lo diría a
alguien.
Les contaría todo lo que vi y esperaría que se hiciera justicia,
pero ahora no podía hacerlo. Sólo sería la chica rota de
ninguna parte de Texas que acusaba de asesinato a los hijos
más importantes de Ponderosa Springs.
Por muchos escenarios que recorriera, eso nunca acababa
bien para mí.
La promesa que había hecho había calmado un poco mi
ansiedad. Lo suficiente como para recuperar el apetito. Lo
cual era bueno para mí porque Thomas estaba empezando a
preocuparse por lo frágil que me estaba volviendo.
—Easton Sinclair me ha preguntado por ti hoy en clase. —
Anuncia Lyra, apoyando la espalda contra la ventana de
cristal, con los pies extendidos delante de ella al otro lado de
la cabina—. No me hablaba desde que estábamos en el
preescolar, y me pidió prestado mi lápiz de color amarillo.
Enarco una ceja: —¿Por qué preguntaba por mí?
Desde que accidentalmente me puse en modo Jackie Chan,
sólo le había visto en clase y una vez en la biblioteca, donde
repasamos juntos las respuestas de una guía de estudio. No
creía haber hecho nada que justificara que le preguntara a
Lyra por mí.
—Quería tu número de teléfono —se ríe—. Alguien está
coladito por tiiii. —Canta con voz suave,
moviendo en mi dirección su dedo índice.
Me lo quito de encima, poniendo los ojos en blanco con una
risita suave.
—Probablemente sólo necesitaba respuestas a los deberes o
algo así, ¿le dijiste que se largara y se preocupara por su
novia?
Ella niega con la cabeza.
—No, le dije que si querías dárselo, lo habrías hecho.
La quería aún más por eso.
—Además, no parece tu tipo de todos modos.
—¿Tengo un tipo? —pregunto, sin pensar nunca en mí como
una persona con un tipo. Quiero decir, menos el hecho de que
exigía que los chicos que me interesaban fueran solteros y
mayores de edad.
—No pareces la chica que termina con un tipo de nueve a
cinco. Te aburrirías demasiado. —Ella empieza—: Creo que
hay dos tipos de mujeres, las que buscan comodidad y las
que buscan amor.
Nunca había oído a nadie decir algo así. Quiero decir, puedes
tener ambas cosas, ¿no? Puedes tener una relación estable y
estar enamorada, pasa todo el tiempo.
—¿No crees que la gente pueda tener ambas cosas? ¿No se
supone que debes sentirte cómoda cuando estás enamorada?
No creo que se pueda tener una cosa sin la otra.
Más o menos en ese momento nuestra camarera vuelve con
nuestra bandeja de comida, deslizando todo delante de
nosotras y preguntando si nos puede traer algo más, cuando
declinamos nos deja comer.
Lyra agarra la cereza de su batido y se la mete en la boca.
—Para mí, el amor no debería ser cómodo. El amor debe
hacerte sentir incómodo, debe desafiarte, debe superar tus
límites, hacerte crecer como persona y todas esas cosas tienes
que hacerlas fuera de tu zona de confort. Así que no creo que
se puedan tener las dos cosas, no.
Me encanta escucharla hablar. Me encanta oír lo que piensa
de la vida, del amor, de la filosofía, incluso cuando debatimos
a fondo sobre un episodio de Mentes Criminales. Todo lo que
dice es como si hubiera estado gestándose en su cerebro
durante años. Cuando la ves por primera vez no te lo
imaginas, porque es tímida, pero Lyra es divertida. Es rápida
con las réplicas sarcásticas, y me entristece ser la única
persona de la universidad que lo sabe.
Todos los que dejaron pasar la oportunidad de ser sus amigos
se lo perdieron.
Agarro una patata frita y la mojo en ketchup.
—Así que tú eres la chica que quiere amor, ¿no? ¿Un chico
aventurero que te ayude a desenterrar gusanos y sepa
ensuciarse? —Entorno las cejas burlonamente, me meto la
patata frita salada en la boca y mastico.
El fantasma de una sonrisa recorre sus facciones, justo
cuando resopla como si estuviera pensando en cierto chico o
quizá en una chica, nunca le había preguntado por su
orientación sexual.
—Algo así, quién sabe.
Tomo mi hamburguesa, el queso fundido chorreando por el
lateral y los trozos de beicon asomando por debajo del pan. Se
me hace la boca agua cuando me la llevo a la boca y le doy el
bocado más grande de mi vida.
—¡Lyra Abbott! ¿Eres tú, dulce niña?
Casi me atraganto, intentando masticar este bocado impío de
comida, mientras un hombre con traje planchado se acerca a
nuestra mesa.
—Hola, alcalde Donahue. —dice Lyra en voz baja, sonriendo
al hombre de barba bien recortada y suave cabello rojo que
me mira ahora.
Por supuesto que me encontraría con el alcalde de una de las
ciudades más prestigiosas del país mientras tengo la boca
llena de comida. Me pongo la mano sobre la boca, masticando
lo más rápido posible.
—Hola —murmuro, tragando saliva con dolor—. Lo siento,
soy Briar. —Me limpio las manos en una servilleta y extiendo
una para estrechar la suya.
Me la devuelve con una sonrisa, moviendo mi mano arriba y
abajo con suavidad.
—Encantado de conocerte, Briar. Me enorgullezco de conocer
todas las caras de por aquí, ¡pero no puedo decir que te
conozca a ti! ¿Eres nueva aquí?
Asiento con la cabeza.
—Sí, señor. Asisto a Hollow Heights.
—Por favor, llámame Frank. Es emocionante saber que
tenemos estudiantes de otros lugares uniéndose a nuestro
rincón del mundo. ¿Están disfrutando de su primer semestre
hasta ahora? He oído que hubo un fallo accidental en unos
fuegos artificiales la otra noche en la caza anual del laberinto.
Lyra y yo nos miramos con los ojos ligeramente entrecerrados,
recordando aquella noche. Pero ella se repone rápidamente.
—Está yendo bien, simplemente dándole a los libros y
tratando de cumplir las expectativas puestas en nosotros los
estudiantes. —explica.
—Bueno, las dejo con la cena, Lyra, avísame si necesitas algo,
¿de acuerdo? —Él se ofrece, y ella asiente con la
cabeza viéndole alejarse y dirigirse hacia la puerta para
marcharse.
—¿Conoces casualmente al alcalde? —pregunto mientras nos
acomodamos de nuevo en nuestra cabina, continuando a
comer.
—Conoció a mi madre en su día, siempre estuve en las
mismas clases que sus hijas mientras crecía. —Hace una
pausa, toma una patata frita y la moja en su batido. Arrugo la
nariz, confundida por la combinación, sin embargo he
aprendido a no cuestionar las rarezas de mi amiga—. Lo
siento mucho por él.
—¿Por qué?
Mira a nuestro alrededor para asegurarse que no hay nadie, o
que puedan escuchar nuestra conversación antes de hablar.
—No sólo le dejó su mujer por otro hombre, sino que perdió a
sus dos hijas en seis meses. Lo ha perdido todo y no sé cómo
es capaz de seguir sonriendo.
Empiezo a recordarla hablando de la hija del alcalde que
murió, leyéndolo en uno de los artículos de las noticias
cuando buscaba cosas sobre los chicos. Decía que la habían
encontrado en una casa de fiestas local y que la policía había
dictaminado que se trataba de una sobredosis accidental,
pero al parecer a la fábrica de rumores le gustaba añadir sal a
una herida ya de por sí dolorida. Si preguntabas a alguien de
la escuela, te dirían que se suicidó o que Silas la mató porque
se acostaba con otro.
Si me preguntan, era triste de cualquier manera.
Una chica de mi edad, que ni siquiera había empezado a vivir
la mejor parte de su vida, tenía a gente especulando e
inventando mentiras sólo para añadir dramatismo a sus
propios mundos aburridos. Era patético.
Por las fotos de los artículos era guapa, muy querida por su
obituario, una chica normal a la que le llegó la hora
demasiado pronto.
—¿Rosemary tenía una hermana?
No podía imaginarme perder a mis dos hijos, ¿pero tan así de
cerca?
—Hermana gemela —se encoge de hombros—. Se llama Sage.
El alcalde Donahue tuvo que ingresarla en un centro
psiquiátrico en Washington tras la muerte de Rose. Se volvió
loca, supongo. No paraba de hablar de su muerte y de que
alguien la había matado. Era triste verla en los pasillos
después. Como si hubiera perdido la mitad de sí misma y
supongo que en cierto modo lo hizo —La tristeza de
la historia hace que me duela el corazón—. Aunque no era
amiga suya, fue nuestro último año. Se suponía que iba a ser
divertido y los momentos que recordaríamos cuando fuéramos
mayores. Y ella sólo lo recordará como el año en que murió su
hermana.
Yo no tenía hermanos, pero no podía imaginar lo que se
siente al perder a un gemelo. Venir al mundo juntos y que te
los quiten a los dieciocho años. Probablemente perdió la
mitad de sí misma cuando murió. ¿Pero una institución? Me
pareció un poco duro.
—¿No crees que un psiquiátrico es un poco severo? Quiero
decir que tal vez sólo estaba de duelo. Perder a alguien así
podría justificar un comportamiento extraño.
No quería parecer crítica, pero me resultaba difícil entender
por qué un padre que acaba de perder a una hija enviaría
lejos a otra. Quiero decir, ¿no querría aferrarse a ella tanto
como pudiera? ¿Nunca perderla de vista? ¿Padre helicóptero o
algo así?
—Sinceramente, nunca lo había pensado. Quiero decir,
¿quizás lo sea? No estoy segura de todos los detalles, pero
alguien dijo que el alcalde la encontró cortándose en la
bañera. Creo que estaba haciendo lo mejor que podía, ¿sabes?
Hacía lo que podía para protegerla. —Le echa otra patata frita
a su batido antes de beber un trago.
Las palabras flotan en el aire mientras empujo los restos de
comida a un lado del plato, jugueteando con algo para que el
silencio no sea incómodo. Dejo que mi cerebro asimile todo
esto.
Por todas partes hay algo oscuro, algo morboso y triste.
¿Por qué demonios vive alguien aquí?
—¿Te apetece un atracón de Netflix en el Club de la Sociedad
de Solitarios? —pregunta cambiando de tema, una
línea de crema batida dándole un bigote.
En la locura del laberinto, después que el decano Sinclair me
escoltara hasta un lugar seguro y viera que Lyra ya había
conseguido salir, recordé que había encontrado la llave. Se la
había presentado al decano y él nos declaró ganadoras.
La llave nos dio acceso a lo que apodamos la Casa Club SS,
una sala secreta dentro del tercer piso del Distrito Rothchild.
Dentro había sofás, un televisor, mesas e incluso una
maquinita de palomitas.
Tuvimos la habitación hasta el final de nuestro primer año y
fue donde empezamos a pasar la mayor parte del tiempo. En
parte porque era nuestra, también porque podíamos cerrar la
puerta con llave y sentirnos seguras.
—Siempre que pueda elegir la primera película. —Levanto mi
vaso de batido hacia ella.
—Trato hecho.
Chocamos nuestros vasos y por un momento me siento como
una universitaria cualquiera.
Me siento como una chica normal que iba a tener una noche
de películas con su compañera de piso.
Y no pude evitar preguntarme si Lyra tenía razón o no. ¿Era
yo la chica que necesitaba el desafío? ¿Quién necesitaba elegir
el amor? ¿Necesitaba el drama extra que le habían dado a mi
vida? ¿Un chico malo para mí pero bueno para mi sentido de
la aventura?
Porque este momento, por simple que fuera, me parecía
suficiente.
Capítulo Veinte
Depredadores territoriales

Alistair
Una vez, cuando tenía ocho años, mi abuelo me llevó de caza.
Le gustaban mucho los animales de caza mayor. Cosas que
podía destripar, despellejar y colgar en su pared o enyesar en
el suelo como alfombra frente a una de sus muchas chimeneas.
No porque disfrutara matando, sino porque disfrutaba
ganando.
Sin falta, cuando llegaba gente nueva a su casa, los
acompañaba a su estudio y presumía de una de sus muchas
muertes. Soltaba una historia absurda que siempre le convertía
en el héroe. Cómo defendió valientemente de un oso a sus
amigos cuando sólo era un adolescente o rastreó a un alce
herido durante veinte millas.
Mi padre adquirió su actitud fanfarrona honestamente.
Estuvimos en medio del bosque desde el amanecer hasta
media tarde, cuando un destello de pelaje leonado surgió entre
los árboles frente a nuestra tienda.
—Bonita hembra. —Su voz de fumador siempre me arañaba los
oídos como clavos en una pizarra.
Los brillantes ojos amarillos del puma escudriñaron la zona
frente a ella, sin pensar en mirar directamente a su derecha. Mi
abuelo me puso en las manos el arma escandalosamente
grande.
Lo miré confundido sobre lo que quería que hiciera con esta
maldita cosa porque nunca había disparado un arma antes.
—Continúa. Al final tienes que convertirte en un hombre. —
Asiente con la cabeza al desprevenido animal.
Nunca entendí eso. La necesidad de matar algo para probar tu
masculinidad. Siempre me pareció una estratagema para
convertir a la gente en asesinos en serie.
Pero como me sentía honrado que me hubiera elegido para
acompañarle hoy, levanté la pesada arma.
Imitando todas las películas del oeste que había visto, apunté
con el cañón de la pistola, apoyé el dedo meñique en el gatillo y
respiré hondo varias veces. Todo me parecía pesado, me sentía
incómodo sosteniéndola.
Aún no había crecido en mi cuerpo, todo en mí eran miembros y
huesos. Ni siquiera me sentía lo bastante fuerte para
sostenerla. Me dije que no sería diferente de las pistolas de
juguete con las que jugaba Silas, las que disparaban balas de
plástico con puntas de goma.
No era mi intención, pero cuando apreté el gatillo y la explosión
de la escopeta sacudió mi cuerpo, cerré los ojos. Los cerré con
fuerza y sentí un dolor inmediato. Sentí como si me hubieran
reventado el hombro y durante diez segundos pensé que me
había disparado accidentalmente.
Pero incluso a través del dolor mis tímpanos sonaban
agresivamente.
Pensé que, como los leones o los tigres, el puma rugiría para
defenderse. Que tendría una voz profunda y hueca que haría
vibrar el suelo con la bravuconada. En lugar de eso, era un
chillido miserable.
Sonaba como los lamentos de un niño, chillando una y otra vez.
Al abrir los ojos vi al animal caído en el claro, moviendo la
cabeza y apretando los dientes mientras gritaba con lo que
imaginé que era un dolor agonizante.
Mi abuelo, un hombre que ese día me dio una lección muy
importante. La única que recuerdo. Me arrastró por mi brazo
dolorido hacia el animal que lloraba.
Rápidamente sacó un cuchillo de su bota y me mostró la hoja
larga y gruesa.
—A veces poner algo fuera de su miseria es fácil, Alistair.
Como este puma —dice—. Es obvio que está
sufriendo, así que vamos a ayudarla. —Él rápidamente hunde
la daga justo debajo de su caja torácica perforando el corazón,
creo.
El sonido se calla en mis oídos, los ojos del animal se cierran y,
sin más, su vida se acaba.
—Otras veces, no es tan fácil saber cuándo hay que dejar algo.
Puede que no lo veas de inmediato, pero siempre está en los
ojos. Ahí es donde ves si una persona ya está muerta, aunque
esté completamente sana. Su corazón late, pero sus ojos ya se
han enfriado.
Pensé mucho en lo que dijo a lo largo de los años. Sobre todo
cuando me miraba al espejo.
Pensé aún más en ello mientras caminaba detrás de Silas. Sólo
oía el crujido de la tierra bajo nuestros zapatos y el eco en mi
memoria de los gritos de Silas. Como aquel puma cuando tenía
ocho años. Como si lo estuvieran despedazando miembro a
miembro. No fue un rugido, fue un chillido que atravesó un
cristal. Los pedazos clavándose en mi pecho mientras lo veía
hace unos momentos, sollozar sobre el cuerpo de Rosemary.
Sus manos bombeando en su pecho, una y otra vez. Apenas
podía mirar sabiendo que no estaba haciendo nada. Tan
doloroso que la esperanza ni siquiera era una opción. Me
estremecí cuando el crujido de sus costillas llenó el aire. Fue en
ese momento, Rook y yo tuvimos que hacer algo mientras
Thatcher pedía ayuda. Ella se había ido. Hacía horas que se
había ido. Todos lo supimos cuando la vimos.
Sin embargo, ninguno de nosotros tuvo el valor de decírselo
hasta que empezó a hacer más mal que bien.
Mis manos se agarraron a sus hombros, —Silas, —creo que fue
la voz más suave que había tenido desde que era niño—.
Tienes que parar. Se ha ido, se ha ido.
—¡Vete a la mierda! ¡Vete a la mierda, Alistair! —Llora,
empujando hacia abajo con más fuerza. El cuerpo de Rose
tiene cero resistencia a su fuerza. Tiembla con cada compresión
del pecho, sus mejillas normalmente sonrojadas son de un gris
mórbido y hace que mis ojos ardan al verla así.
Tiro más fuerte, enganchándome bajo su axila. Rook me sigue
y oigo su voz.
—Si, por favor, hombre. —Su voz se quiebra, las lágrimas
empapando su garganta—. Sólo vas a empeorarlo, déjala ir.
Las sirenas de la policía suenan a lo lejos, las luces
intermitentes rojas y azules rebotan en los árboles del exterior,
abriéndose paso a través de la casa destruida que los
adolescentes utilizaban para emborracharse sin que sus
padres se enteraran.
—¡No! ¡NO! ¡Rosemary, despierta, Rosie, por favor! ¡Suéltame!
Tengo que ayudarla, ¡maldita sea, ROSE! —Mis brazos ardían
de la tensión mientras lo sacábamos de su cuerpo, sus pies
pataleaban mientras luchaba contra nosotros todo el camino.
Había hecho mucho por mis amigos. Esto era lo más difícil.
Lo sujetamos como a un animal salvaje, nada de lo que le
dijéramos conseguía calmarlo. Seguía aullando su nombre en
la noche. Como si la luna fuera a escuchar sus súplicas y le
devolviera la vida.
Quería eso para él.
Si hubiera podido cambiar de lugar con Rose. Si alguien me
hubiera dado la opción, habría dejado que me llevaran en su
lugar. Sólo para que Silas estuviera bien.
La policía, los paramédicos, llegaron como un enjambre de
abejas. Zumbando alrededor de la escena, hablando en voz
baja. Cuando se le pasó un poco el shock, cuando se dio
cuenta que ella no iba a volver y que los médicos no podían
hacer otra cosa que cubrirla con una sábana, se quedó callado.
Me dolía la garganta por él, y aunque intentamos que se fuera,
que subiera al auto para que pudiéramos ayudarle. Se negó a
irse. Y como yo estaba agotado mentalmente, no tenía fuerzas
para luchar. No podría haber luchado con él hasta el auto, así
que esperamos con él.
Nos quedamos quietos hasta que la policía terminó, incluso
después que nos interrogaran. No nos movimos. No, hasta que
estaban a punto de subirla a la camilla y fue entonces cuando
él volvió a moverse. Como un toro furioso, se abrió paso entre
ellos, empujando de nuevo junto a ella.
Los agentes lo alcanzaron, gritándole que no podía pasar la
cinta amarilla como si no hubiéramos estado ya allí cuarenta
minutos antes de su investigación. Él los ignoró, como balas
que rebotan en el metal, sus voces hicieron poco para
detenerlo.
Rook le agarro del hombro: —Silas, ¿qué haces, hermano? —La
preocupación lo acribillaba, temeroso de su respuesta.
Se giró, a unos metros de su cuerpo cubierto de tela, de frente a
la policía y a todos sus amigos. Era como si mirara
directamente a través de nosotros cuando dijo: —Sólo quiero
cargarla una vez más. Se le enfrían los pies cuando no lleva
zapatos fuera.
Nadie, ni un alma trató de detenerle mientras la tomaba en
brazos. Su brazo perezoso cayó de debajo de la sábana
blanca, las puntas de sus dedos pintadas de rojo brillante.
Caminamos detrás de él, Thatcher, Rook y yo, mientras la
llevaba a la ambulancia. Vi cómo la mano de ella se
balanceaba a su lado, cómo su cabello se desparramaba por el
antebrazo de él, y odié saber que nunca volvería a reír. Que
nunca más contaría un chiste cursi ni se burlaría de Rook por
su cabello. Odiaba que nunca más estaría cerca para hacernos
sentir... normales. Como tipos normales en lugar de los hijos
bastardos de Ponderosa Springs.
Cómo se había colado en los espacios de mi corazón y se había
convertido en una amiga, sólo para desaparecer tan
rápidamente. La forma en que no le importaba cómo la gente la
miraba en el pasillo cuando tomo la mano de Silas por primera
vez en la escuela secundaria. El extraño esquizofrénico de la
mano de la hija del alcalde, susurraban.
Pero a Rose no le importaba.
Miró a Silas como si nada de eso importara.
Ahora, llevaba su cuerpo a una de sus últimas paradas antes
de ser enterrada a dos metros bajo tierra.
Su vida terminó, así como así. Sin ninguna advertencia.
Nos la arrebataron.
Robaron.
—¿Tomas tus medicinas?
La voz de Rook me devuelve al presente. Me recuerda que
tenemos una ventana de oportunidad muy corta que no me
incluye a mí soñando despierto y a él preguntando por la
medicación.
Silas le mira desde detrás del escritorio, con las manos llenas
de papeles mientras rebusca en los cajones, y baja un poco la
cabeza como diciendo: ¿De verdad me estás preguntando eso
ahora?
—No me mires jodidamente así. Son las doce de la noche, si
no las tomas ahora te olvidarás después de comer. Siempre te
olvidas después de comer —argumenta
Rook mientras saca libros de la estantería empotrada.
—No las llevo encima, las tomare más tarde. —gruñe Silas.
Me había preocupado durante meses después de aquella
noche si volvería a parecer humano. Si las bolsas bajo sus
ojos retrocederían y volvería a su piel bronceada normal en
lugar de la desagradable palidez que lucía.
Todos nos turnamos para sentarnos frente a su puerta,
deslizar comida dentro, agua, medicinas. Sólo esperando.
Tres semanas.
Esperamos tres semanas antes que saliera de su habitación.
Débil, notable pérdida de peso, y una demanda para
averiguar lo que le pasó a Rose.
Cuando aceptamos ayudar, fue como si le diéramos algo por
lo que trabajar. Quizá nos equivocamos al hacerlo. Tal vez
estábamos empeorando las cosas al abrir una caja de
Pandora que no necesitábamos, pero le estábamos ayudando.
Empezó a comer de nuevo, volvió a ganar músculo
entrenando en el gimnasio conmigo.
Pero incluso entonces, incluso ahora que le miro a los ojos,
puedo verlo. Sus ojos se habían enfriado la noche en que el
corazón de Rose dejó de latir.
Rook deja abruptamente lo que está haciendo, como si
tuviéramos todo el puto tiempo del mundo. Se acerca a su
mochila y abre el bolsillo lateral. Revelando una bolsita con
dos pastillas blancas en su interior.
—Estás de broma —comenta Silas mientras le observa
acercarse al escritorio.
—¿Parece que estoy bromeando? —Rook desafía.
Rook Van Doren, el único de nosotros que podía dejar este
pueblo y convertirse en una persona decente. Una parte de mí
se sentía culpable de haber alimentado tanto su lado caótico,
las palabras de su padre tenían algo de verdad.
Rook ya estaba jodido, pero en lugar de decirle que lo tapara
como todo el mundo, hicimos que lo aceptara.
Dependiendo de cómo se mire, eso podría ser bueno o podría
estar haciendo más daño.
—Bien, enfermera Jackie —le digo—, tómate las malditas
pastillas para que podamos terminar lo que hemos venido a
hacer.
Silas se toma la medicina y murmura un gracias por lo bajo.
Habíamos buscado en todos los rincones, debajo de las
alfombras, debajo de los cojines del sofá y no encontrábamos
nada. La tensión era máxima, ya que nos dirigíamos hacia lo
que parecía un grave callejón sin salida. Si no podíamos
conectar a Greg West con Rose, no teníamos mucho más para
continuar.
Y no podíamos ir por ahí irrumpiendo en la oficina de cada
profesor. Así que eso significaría que el asesinato de Rose
quedaría sin resolver. Sin policía para investigar, sin pistas
que seguir, su muerte permanecería en nuestra conciencia,
en la conciencia de Silas para siempre.
A menos que Thatcher lo matara por matarlo, estábamos
jodidos.
Observé a Silas pasar las páginas, los ojos escrutando en
busca de cualquier cosa, el más mínimo indicio de algo que
nos diera una excusa para visitar a Greg a altas horas de la
noche. Usando cualquier medio necesario para conseguir la
información que necesitábamos.
Estaba desesperado por respuestas y pensé, ¿era peor el
saber? Saber ahora que fue asesinada, pero aun así no poder
atrapar a su asesino.
No pude evitar preguntarme si deberíamos haberlo dejado
estar desde el principio. Si deberíamos haberle dicho que no y
haberle dejado llorar. Por otra parte, nos habríamos estado
vistiendo para otro funeral si hubiéramos hecho eso.
Silas, en su cabeza, no tenía nada más por lo que vivir aparte
de Rose. Esta cacería, le dio otra razón. No iba a ser el amigo
que se lo quitara, sólo para que se suicidara momentos
después.
Buscamos durante otros diez minutos, los segundos pasaban
deprisa, demasiado deprisa. Se nos acababa el tiempo y la
paciencia.
—¡Aquí no hay nada! Unos cuantos Hustlers arrugados con
colegialas encima prueban que es un jodido pervertido, no un
maldito asesino. —grita Rook, la frustración sale de todos
nosotros en oleadas.
—Bueno, ¿qué esperabas, tarado, que hubiera un mensaje
escrito en la pared con letras grandes, yo maté a Rosemary
Donahue? —le contesto, si alguien necesita estar cabreado es
Silas. Nuestro trabajo como amigos es mantener la
compostura por él, no estallar cuando las cosas no salen
como queremos.
—Sabes, no tienes que ser un maldito imbécil. —Él chasquea.
—Sin letras grandes pero, ¿qué tal una caja fuerte de metal
escondida detrás de una cortina? —la voz de Thatcher es la
única razón por la que no le he hincado el diente a Rook. Eso
y sólo eso.
Me giro y veo a Thatch apartando una cortina que, suponía,
ocultaba una ventana, que era lo que había querido el señor
West, supuse. En la pared había una gran caja fuerte
equipada con una cerradura de combinación incorporada.
La única forma de entrar en ella sin que nos descubrieran era
descifrar el código y, por lo que parecía, no era el tipo de
persona que se limitaba a escribir la contraseña de su caja
fuerte.
—¿Alguien conoce a alguien que pueda abrir una caja fuerte?
—murmura Rook desde la esquina.
La alarma de mi teléfono empieza a sonar, alertándome que
tenemos que irnos porque sólo quedan diez minutos antes
que vuelvan a encenderse las cámaras de seguridad.
—Si nos atrapan no importará si conocemos a alguien.
Vámonos. —Hago un gesto con la mano, asegurándome que
todo vuelve a su sitio antes de abrir la puerta y mirar a ambos
lados.
Cuando me aseguro que no viene nadie, salimos fácilmente y
cerramos la puerta tras nosotros. Nos dirigimos por el pasillo
del distrito Rothchild hacia la salida del edificio.
No fue un fracaso completo y no fue la mejor noticia, pero era
algo. Otra tarea, otro nombre que cazar. Lo que fuera
necesario para evitar que Silas volviera su arma favorita
contra sí mismo.
No quería enterrar a otro amigo este año.
Rook ya estaba enviando mensajes a la mitad de sus
contactos preguntando por crackers seguros y gente
especializada en ello para cuando llegamos fuera del edificio,
empezando a pasar por delante de las áreas comunes cuando
dos cuerpos delante de la biblioteca, la biblioteca con mi
nombre en ella, llamaron mi atención.
Estuve bastante cerca con el pecado de la ira. Si el diablo
repartiera premios por quién representaba más al pecado de
la ira, yo ganaría el trofeo con creces. Conocía la lujuria, mi
orgullo me había metido en más peleas de las que podía
contar, creo que la gula y la avaricia iban de la mano y yo era
un glotón de castigo.
La envidia era uno de los únicos pecados que no practicaba a
menudo. Los celos y su monstruo verde aparecían en torno a
una persona, y con los años se habían ido desvaneciendo
poco a poco. Había reconocido que no había nada de lo que él
tenía que yo quisiera a medida que me hacía mayor, y pronto
mis celos de hermano menor no deseado derivaron en odio.
No podía importarme menos si mi querido hermano mayor
vivía o moría, lo decía de la peor manera.
Y ahora mismo, nunca en mi vida había deseado tanto
cometer un asesinato en primer grado. Dorian Caldwell.
La pesadilla de mi existencia era intercambiar conversaciones
que no podía oír con la espina que tenía clavada.
No había visto a mi hermano desde las Navidades de hacía
tres años, me había propuesto estar fuera de casa hasta que
se fuera. Estaba de pie a unos metros, con una maldita y
estúpida chaqueta de tweed sobre los hombros que parecía
un saco de arpillera.
El éxito, la riqueza, se le pegaban como las moscas a la
mierda. Lo despreciaba un poco más por la forma en que se
peinaba el cabello, del mismo color carbón que el mío, pero
con menos gomina.
Dos fuerzas opuestas, a las que yo quería arruinar de formas
muy distintas, estaban ante mí.
Hacía buen tiempo, lo suficiente para que Briar luciera unos
pantalones cortos que las madres llevaban en los años
ochenta. Recorrí sus largas piernas hasta llegar a sus
Converse rotas, la del pie izquierdo tenía un trozo de cinta
adhesiva plateada en el lateral. Supuse que era para tapar el
gran agujero, que aún era evidente.
Su cabello atrapó una ráfaga de viento, deslizándose detrás
de ella mientras sonreía a mi hermano, que la ayudaba a
recoger sus libros del suelo.
Quería arrancarle los brazos por hacerla sonreír así. Por tener
su atención.
Me clavé las uñas en la palma de la mano, apretando con
tanta fuerza que pensé que podría haber sacado sangre a la
superficie. La forma en que ella se reía de algo que él decía, y
cómo él se aseguraba a propósito que sus dedos se tocaran al
entregarle los libros.
No estaba seguro de si quería matarlo a él o castigarla a ella
primero.
Se suponía que Dorian no vendría hasta dentro de una o dos
semanas, por lo menos. Nunca apareció para las vacaciones
tan malditamente temprano y el año que lo hace, está
tratando de tomar lo que es mío. Una vez más, me está
arrancando lo que me pertenece de mis malditas manos.
Demostrando que yo no era más que su repuesto. Todo lo que
tenía era sólo suyo.
Pero no esta vez. No ella.
Briar era mía.
Mía para atormentar.
Mía para manipular.
Mía para romper.
Ya era hora que aprendiera lo que pasaba cuando no seguía
mis reglas.
Miro a los chicos y siento que tengo que apartar físicamente
los ojos de ellos.
—Creo que conozco a alguien que puede ayudarnos con esa
caja fuerte.
Lo quiera o no.
Capítulo Veintiuno
Marcada

Briar
La bolsa que me cubría el rostro es arrancada
inesperadamente, con la suficiente brusquedad como para
que mi cuello sisee de angustia. Unas gotas de agua me
golpean en la mejilla. Aprieto los dientes, parpadeo varias
veces, haciendo que mis ojos se adapten a la iluminación
sombría.
Todo se me nublaba, incluida la memoria, mientras intentaba
averiguar cómo había acabado aquí. Lo último que recordaba
era haber salido de la biblioteca justo cuando se ponía el sol.
Había salido de mi residencia antes de que todo se volviera
turbio.
Saboreo el metal en mi lengua, más afilado que el cobre, más
amargo que la simple sangre.
El miedo a lo desconocido rueda por mi boca mientras asimilo
lo que me rodea. Mis Converse, el suelo de hormigón decorado
de moho en patrones obtusos, y puedo oler la descomposición
seca del edificio en el que me encuentro. Unas velas iluminan
la zona esporádicamente, lo suficiente para mostrarme el
resto de lo que hay dentro.
Las vidrieras rotas, los espacios cuadrados huecos donde
antes vivían los ataúdes, todas estas cosas me dicen que ya
he estado aquí antes.
El mausoleo al que Lyra me había arrastrado momentos antes
de presenciar la muerte de alguien. Al parecer, también iba a
ser mi última morada. Qué apropiado. Miré a mí alrededor,
sin ver rastro de mi compañera de piso, con la esperanza de
que mi ausencia la alarmara lo suficiente como para decirle a
alguien que había desaparecido. Si es que no la habían
capturado ya.
Sólo esperaba que la ayuda llegara antes que terminaran lo
que habían empezado.
Alistair se había aburrido oficialmente de nuestros juegos de
ida y vuelta. Supe cuando no se habían acercado a nosotras
ni habían hecho nada en las últimas dos semanas que habían
estado tramando algo serio.
Reuniendo el épico final de este festival infernal.
Reúno todo el miedo en mi boca, negándome a morir de
miedo. Y menos delante de estos imbéciles. Ya les había dado
bastante desde que llegué aquí.
Me lanzo hacia delante y escupo en la bota de alguien. Y como
Thatcher siempre lleva Oxfords, Rook tiene debilidad por
cualquier cosa que le haga parecer un playboy imbécil y Silas
se limita a llevar zapatillas, sé que mi saliva ha dado en el
blanco.
Mi miembro menos favorito de su secta satánica sacude un
poco la bota.
—He matado a gente por menos que eso. —La voz pulida de
Thatcher atraviesa el silencio.
Gruño, y si las miradas mataran, Thatcher Pierson estaría a
dos metros bajo tierra.
—Menos mal que no escupí en la tuya —le respondo. Me pica
la garganta y daría el dedo izquierdo del pie por agua.
Alistair se acerca a mí a grandes zancadas, agachándose para
que mis ojos estáticos se encuentren con los pozos negros de
su cara. Cristales de obsidiana que brillan, enviando
advertencias de crisis a mi alma. Tuerzo el gesto desafiante y
me obligo a mirar a Silas, apoyado contra la pared, con los
ojos fijos en el tatuaje de la parte interior de su muñeca. Rook
flanquea su izquierda, jugando con su mechero.
Aquellos dos eran espeluznantes por derecho propio. Sabía
que si hacía enojar a alguno de ellos, podrían asarme en una
hoguera para luego alimentar con mi carne a sus mascotas.
Conocía la reputación de Thatcher, y eso bastaba para tener
pesadillas.
Pero por muy desalentadoras que fueran, por muy
desconcertantes que pudieran resultar, seguían siendo más
fáciles de mirar.
Todos ellos eran mucho más fáciles de mirar que él.
Con calor en su tacto, hunde sus dedos en mis mejillas,
frunciendo mis labios, forzando mi cabeza hacia delante,
exigiéndome con sus manos que vuelva a encontrarme con su
mirada.
—Ojos en mí, Ladronzuela. —amenaza con un tono tan
enérgico que me electriza la piel—. ¿O has olvidado que me
perteneces?
Le sostengo la mirada, sin retroceder ni un segundo. Dejo que
sus ojos de ébano se claven en los míos. La naturaleza
posesiva de su mirada eleva mi desafío.
Él es el dueño de mi miedo. No ellos. Eso es lo que está
diciendo con sus ojos.
—Tu miedo termina y empieza conmigo, sólo conmigo. —
continúa, deleitándose en el poder que emana de esa
afirmación. Alistair sabe que pase lo que pase, sus amigos
nunca me asustarán como él.
Nunca harán que mi corazón se acelere o que el calor hierva
bajo mi piel de la forma en que él puede. Ellos nunca me
controlarán, de la forma en que él se ha asegurado.
Ambos sabemos que tiene razón, y me inquieta admitirlo,
incluso internamente. Para ser un grupo tan unido de
sociópatas, éste no comparte tan bien.
—No. —Acerco mi cara a la suya, nuestras respiraciones se
mezclan como en la piscina—, te halagues a ti mismo. —
concluyo, apoyándome en la silla.
—No eres dueño de una mierda, Alistair. Es el dinero de tus
padres. No tienes nada sin ese apellido. —Hago una mueca,
manteniendo mi ritmo cardíaco bajo control.
Iban a matarme de todos modos, ¿no? Bien podría ir
diciéndoles exactamente lo que pienso de cada uno de ellos.
—No creo que estés en condiciones de hacer comentarios
cínicos, pueblerina. —Thatcher defiende a su amigo,
con los brazos cruzados sobre el pecho, su camisa blanca
abotonada, arremangada hasta los codos. Las venas de sus
antebrazos son de un azul cobalto alarmante.
—¿Ah, sí? —Clavé mis ojos en él—. ¿Y qué vas a hacer al
respecto, Norman Bates? ¿Cortarme en pedazos porque tu
mami y tu papi no te quisieron? —Hago un mohín sarcástico.
Cuando Lyra habla de Thatcher, siempre lo hace en voz baja.
Como si fuera un boogie man que siempre está escuchando
debajo de tu cama. Aún no lo había visto en acción, así que
nunca lo tomé en serio. La forma en que se paseaba con sus
abrigos y jerseys de cuello alto.
Para mí, no era más que un tipo con problemas con su madre
que necesitaba ser tratado urgentemente.
Hasta ahora, cuando su máscara de sofisticación cae como
un ancla al fondo del mar, arrastrándome con ella. El vómito
me sube por la garganta mientras me amenaza con unos ojos
tan vacíos de emoción que no estoy segura que tenga alma.
—No lo hagas.
Se conocen tan bien que Alistair ni siquiera necesita darse la
vuelta para decirlo. Ya sabe que Thatcher iba a hacer algo
precipitado.
Sus manos caen sobre mis muslos, aplastándolos con
seguridad. Se me revuelve el estómago y se me derrite el
cuerpo. Me sacudo en la silla, me resisto a él, quiero escapar
de su contacto. Lo único que consigo es que las ataduras se
claven en la piel de mi muñeca.
—¡Si vas a matarme entonces hazlo, hazlo de una puta vez!
¡Estoy cansada de esto! —exclamo o lo intento, pero con la
falta de agua en mi garganta, solo sale ronco.
Rook se ríe desde la esquina, como una explosión, fuerte e
intrusiva.
—¿Alguien va a decirle lo que ha ganado? —Hace girar el
zippo sobre sus nudillos, como una ficha de dominó.
Dejé de moverme, mirando atentamente a cada uno de ellos.
Desconcertada por lo que había ganado. Me parecía lo más
opuesto a un premio.
—¿De qué está hablando? —dirijo mi pregunta a Alistair,
mirándolo frente a mí.
Me agarra los muslos con más fuerza y me sujeta un
momento más antes de soltarme.
Da un paso atrás: —No vamos a matarte. —Me rodea por la
espalda mientras Thatcher me pone los ojos en blanco.
—El jurado aún no se ha pronunciado al respecto. —Thatcher
añade.
—Que te jodan —siseo.
Alistair está de pie detrás de mí y me pone nerviosa. Tiemblo
de expectación cuando se dobla por la cintura detrás de mí y
su boca se acerca a mi oreja. El aire hirviendo me calienta la
sensible piel del cuello, una reacción en cadena de piel de
gallina se apodera de mi cuerpo.
Cada vez que está cerca, me siento como en las señales de
advertencia que preceden a un tornado o a una tormenta.
Sirenas sonando en mi cabeza, manteniéndome alerta.
—¿Entonces qué? ¿Van a seguir jugando conmigo? Qué
maricones de mierda. —gruño, inclinando la parte
superior de mi cuerpo lejos de él.
La punta de un cuchillo roza mis muñecas.
—Necesitamos tu ayuda.
Debe estar delirando. Debieron caerse directamente sobre sus
malditas cabezas cuando eran niños y les abrieron el puto
cráneo de par en par. Podrían preguntármelo hasta que se les
pusiera la cara azul y aún así les escupiría en la cara.
Es tan cómico lo que me preguntan, que empiezo a reírme de
verdad.
—Están de broma. Tienen que estar de broma —me río—.
Locos de remate, ¿esperan que me crea que han estado
haciendo todo esto sólo para que los ayude? ¡Vaya, sí que
saben cómo tratar a una dama!
Siento cómo se libera la tensión de mis muñecas cuando el
cuchillo atraviesa el plástico. Si creía que iba a quedarme
aquí sentada escuchando esta tontería, estaban muy
equivocados.
Pero Alistair ya está preparado para que tome represalias, se
agarra a mi hombro, pinchándome en el músculo,
manteniéndome pegada a la silla.
Inclinándose, su mejilla se apoya en un lado de mi cabeza.
—Qué tal si mantienes tu dulce trasero ahí. Sé una buena
chica, vas a querer escuchar lo que tengo que decir.
No puedo salir corriendo exactamente. Si mi memoria no me
falla, la última vez que hui de él me derribó al suelo y le hice
un agujero a mis jeans favoritos. Tiro de los brazos delante de
mí, a modo de escudo frotándome las muñecas
tranquilamente.
Me duelen las manos, los hombros me palpitan
dolorosamente por la incómoda posición en la que se
encuentran. Muevo los dedos, los estiro y vislumbro algo
negro en el dedo corazón derecho.
Entrecierro los ojos y me acerco la mano al rostro. En la parte
superior del dedo, debajo del nudillo, están las iniciales A.C.,
del tamaño de una moneda de un céntimo. Horrorizada,
intento borrar rápidamente lo que espero que sea un
rotulador.
Ni siquiera presto atención a nada más, sólo intento
limpiarme el dedo. Mi dedo que tiene las iniciales de Alistair
en él.
—Se va a curar como una mierda si sigues frotándotelo. —La
cara de Alistair luce una sonrisa de suficiencia que me
gustaría arrancar de un puñetazo.
—¿Me has tatuado? —grito, poniéndome de pie y presiono mi
pecho contra el suyo. Levanto la barbilla hacia su cara,
furiosa. Sus ojos oscuros arden contra los míos, mechones de
su cabello oscuro le caen un poco por delante de la cara,
mientras inclina la cabeza hacia mis labios.
—No puedo permitir que olvides a quién perteneces. Te lo dije
Briar —susurra—. Eres mía.
—Voy a arrancarte esa jodida cuchara de plata de la boca
para darte de comer toda tu mierda territorial.
—Ladronzuela, no hay cuchara. Aprendí a lamer la riqueza de
los cuchillos.
Nos quedamos allí, mirándonos fijamente, intentando ver
quién parpadeaba primero. Mi respiración era errática, mi
corazón no podía latir más rápido. Me tatuó, algo tan
permanente, algo tan visible. El mundo entero podría verlo.
Me sentí marcada. Estampada como su propiedad. Nunca
podría librarme de él, aunque me dejara en paz. Siempre
miraría la tinta negra de mi mano y recordaría lo oscuros que
eran sus ojos o cómo olía al apretarme.
Por eso hizo esto. Para que una parte de mí siempre le
perteneciera.
—Voy a agarrar algo de loción, esto es como porno Premium.
—anuncia Rook, dejando claro que no estamos solos en el
fondo de este mausoleo.
—Me voy. —Empujo mi hombro en el pecho de Alistair,
empujando más allá de él y hacia las escaleras. Me detiene
Silas, que no me dice ni una palabra. Sólo cruza los brazos
frente a la salida y me mira con la mirada perdida.
—Si te vas de aquí, tú y tu tío pueden empezar a empaquetar
sus cosas.
La columna se me pone rígida y aprieto los dientes, curvando
la cabeza para mirar por encima del hombro.
—¿Perdón?
—Necesitamos a alguien que nos ayude a entrar en una caja
fuerte. Si no quieres ayudar, está bien. Pero puedes
despedirte de esa beca y Thomas puede seguir adelante y
empezar a buscar otro trabajo de profesor —dice con poca
emoción en su tono.
Alistair no estaba fanfarroneando, podía mover fácilmente los
hilos necesarios para echarme. Su padre y su madre están en
el consejo de la universidad, con un chasquido de sus dedos
no sólo mi vida, sino también la vida de Thomas podría ser
arruinada.
Él había trabajado tan duro para salir de la cuneta. Para ir a
la universidad y mejorarse a sí mismo, ¿sólo para que yo
venga aquí y se lo arruine? ¿Para quitarle todo por lo que
había trabajado en un abrir y cerrar de ojos?
—¿Una caja fuerte? ¿Qué te hace pensar que puedo ayudar?
Ni siquiera sé cómo hacerlo. —Miento descaradamente. Lo
único que sabía que le había robado era su anillo, no creía
que supiera nada más.
—Puedes huir de tu pasado, pero no de tus antecedentes
penales. —dice Rook, encendiendo un cigarrillo y soltando el
humo por la boca.
Me sentí expuesta. Vulnerable mientras todos me miraban.
Cada uno de ellos lo sabían todo sobre mí y yo sólo sabía lo
que decían los periódicos sobre ellos. Estaba en gran
desventaja.
—Pues ahí tienes la respuesta. Si tengo antecedentes,
obviamente no sirvo para robar. —Otra mentira.
Todas las veces que me habían detenido o pillado fue cuando
era joven, antes de haber perfeccionado el arte del robo.
Dependiendo de la caja fuerte, sabía que podía abrirla
fácilmente. Sólo necesitaba tiempo y un estetoscopio. Pero no
quería ayudar a estos tipos. No quería ayudarles en nada. No
quería tener nada que ver con lo que fuera en lo que se
habían metido. Algún tipo de banda, drogas, asesinatos, no
quería nada de eso.
—Voy a tener que estar tristemente de acuerdo. ¿Cómo
sabemos exactamente qué puede hacer lo que necesitamos?
Es una pueblerina analfabeta y mal vestida. ¿Sería malo estar
fuera del reino de las posibilidades aquí? —La voz de Thatcher
está empezando a sonar más y más molesta, la picazón de
darle un puñetazo se estaba construyendo por segundo.
—Róbale la cartera.
Me vuelvo hacia Alistair y enarco una ceja: —No puedo.
—De acuerdo entonces, vete. Despídete de tu futuro fuera de
los barrios bajos. Estarás en un avión mañana.
Tenía que tomar una decisión. Tenía que tomarla ahora
mismo.
Ayudarles, y luego ya está. Me dejaban en paz porque sabían
que no diría nada porque si lo hacía, me tirarían debajo del
autobús con ellos. Esta era su manera de ensuciarme las
manos junto con las suyas.
Ahora sería igual de culpable.
O me iría a casa. Dejo este lugar y todas mis esperanzas y
sueños se irían por el desagüe.
—No puedo robarle la cartera ahora mismo. No funciona así.
—Me lamo el labio inferior, tratando de darme un poco de
humedad, apenas podía respirar sin sentir como si tuviera
bolas de algodón atascadas en la garganta.
—Yo no me acercaría a un tipo y le diría: oye, voy a robarte la
cartera. Tengo que pillarle desprevenido.
—Ves, te lo dije, es una mentirosa.
Harta de la boca de Thatcher, arremeto contra él,
empujándole con fuerza con las dos manos. Mis emociones
eran tan intensas que el más mínimo movimiento me habría
hecho estallar. Mi explosión de rabia mueve sólo un poco su
alto cuerpo. Cabreándome aún más, pero conseguí transmitir
mi mensaje.
—Podrías solo hacerlo —ordena Alistair, ignorando mi
arrebato. Molesta, cansada y con ganas de acabar de una vez.
Respiro y me acerco a él mientras observa todos mis
movimientos como un halcón. Sí, definitivamente esta es la
situación ideal para robarle la cartera a alguien.
—Simplemente me acerco al tipo, evito el contacto visual, me
hago a un lado —actúo todo lo que estoy explicando,
mirando al suelo mientras paso por el cuerpo de Thatcher—.
Los miro a los ojos una vez, y luego boom me voy.
Paso junto a él a grandes zancadas, girando sobre mis talones
para volver a mirar a todo el mundo. Extiendo las manos
como si fuera el Tada al final de un truco de magia. Thatcher
se mete la mano en los pantalones, saca la cartera y la agita
en el aire.
—Sigue ahí, puerca. Ves, te lo dije, vamos a deshacernos...
—Comprueba el interior —digo con cara de suficiencia. Muevo
los brazos hacia atrás mientras él lo hace y abre la billetera,
pero la encuentra vacía. Busco con cuidado en mi bolsillo
trasero y saco un par de billetes de cien dólares.
—Todo es cuestión de distracción —tarareo mientras los
frescos billetes resbalan por mis dedos al contarlos en voz
alta.
Cuando empujé a Thatcher le había robado fácilmente la
cartera. Deslicé mi mano en su bolsillo y tome la cartera
antes que se diera cuenta de lo que estaba pasando. A los
demás les pareció que estaba harta de su mierda, que lo
estaba, pero también me dio una forma de entrar.
Luego la había vuelto a meter dentro donde la encontré, sólo
que vacía. El dinero se ve bonito en mis manos. Lanzo los
Benjamines al aire hacia él, viéndolos revolotear por el
espacio, cayendo sobre el sucio suelo.
No quería hacer esto. Esto no era algo que imaginaba para mí
después de dejar Texas. Quería dejar atrás el robo y tal vez
podría hacerlo después de esto. Cuando todo esto terminara,
podría tener el nuevo comienzo que necesitaba.
Sólo tenía que hacer un trato con un grupo de demonios
primero.
—Entonces, ¿en qué caja fuerte estoy entrando?
Capítulo Veintidós
Árbol genealógico

Alistair
—Asegúrate de empacar un traje.
Oigo mientras meto otra camiseta en la bolsa de lona,
escudriñando mi habitación en busca de cosas que pueda
haberme perdido para no tener que volver aquí a buscar nada
más durante los próximos meses.
Resoplando, —Sí, claro.
Recojo un bloc de dibujo nuevo y un juego de bolígrafos de mi
escritorio y los meto allí también. La mayoría de mis cosas ya
estaban en mi dormitorio, pero cuando llegaran las
vacaciones de Navidad y Acción de Gracias todo el mundo se
iría de la escuela e iba a necesitar algo para mantenerme
ocupado mientras visitábamos a la familia de Thatcher.
Todos sus parientes lejanos por parte de madre venían de
visita y yo solía encerrarme en una habitación el segundo día
de las fiestas. Aunque era ruidoso y había más gente de la
que me sentía cómodo, lo prefería a mi propia casa.
Aunque no lo celebraba con ellos, las fiestas siempre me
parecieron más auténticas con Thatcher. No había un salón
de baile locamente decorado ni una comida para cien
personas. Era una cena familiar normal, con árboles de
Navidad y villancicos sonando de fondo.
Si su padre no hubiera sido un psicópata violento, Thatch
podría haber crecido y haberse convertido en un imbécil
adinerado normal y corriente. Si las cosas hubieran ido de
otra manera, sé que lo habría odiado. Probablemente
habríamos acabado siendo enemigos de por vida.
Para no tener que oírle, me dirijo a mi armario, enciendo la
luz y busco entre las hileras de ropa que nunca me he puesto.
Sobre todo trajes, esmóquines, que me regalaban o compraba
cuando era joven y podían obligarme a llevarlos.
—No vas a aparecer en jeans en un baile de máscaras, Alistair.
Es de mal gusto y destacarás aún más de lo que ya lo haces.
Tenemos que mezclarnos. —Él tiene razón, pero no por eso
deja de picarme la piel cuando pienso en llevar una camisa
con cuello.
—Ni siquiera veo por qué tenemos que ir. Además de darte
una excusa para ponerte algo ridículo —gruño, saco un
conjunto negro de una percha, necesito ver si siquiera me
quedará bien antes de preocuparme por meterlo en la bolsa.
Ojalá me quedara pequeño, así tendría una razón para no
ponérmelo.
—Porque es nuestra apuesta más segura. Sabemos dónde
estarán todos los profesores y alumnos. Nos dará más tiempo
por si tu mascota intenta hacer algo ignorante.
Mi mascota.
Es la mascota que peor se porta. Un perro apaleado que no
para de mear en el sofá solo para hacerme enfadar.
El baile de Noche de Todos los Santos era una de las muchas
tradiciones escandalosas de Hollow Heights. Era como el baile
de graduación de la universidad, pero mucho peor. Mi madre
aún conserva fotos de ella y mi padre cuando asistieron.
Ocurre todos los años y cada vez es más extravagante.
Claramente no estaba en mi lista de cosas que hacer, pero
como dije, Thatcher tenía razón. Todo el mundo estuvo de
acuerdo en que sería el mejor momento para colarse de nuevo
en la oficina de Greg garantizándonos más tiempo para que
Briar hiciera lo que le habíamos pedido.
Al quitarme la ropa y ponerme los pantalones con el teléfono
entre la oreja y el hombro, pensé en lo ingenua que había
sido.
Haciendo demandas que no tenía intención de cumplir.
Sabíamos que se lo contaría a Lyra, lo cual nos parecía bien.
Ella no hablaría y ya había visto demasiado como para no
involucrarse.
Fue cuando habló como si se esperara que la dejáramos en
paz después de hacer esto por nosotros. Claro, los otros
chicos cumplirían. Pero el tatuaje que le hice en el dedo
mientras estaba desmayada por la clorofila, estaba ahí por
una razón.
Era mía. Por el tiempo que considerara oportuno.
Saber que no había participado en la muerte de Rosemary la
convertía menos en una enemiga y más en una chica a la que
había que doblegar. Moviendo su dedo para ordenarnos que la
dejáramos en paz, que no volviéramos a molestarla.
¿De verdad creía que me detendría? Después de haber estado
tan cerca de hacerla pedazos delante de mí en la piscina, ¿de
verdad creía que mi terror hacia ella acabaría tan fácilmente?
¿Qué iba en serio cuando le di la mano?
El tatuaje había sido para el hombre posesivo que llevaba
dentro. Para que cuando Easton Sinclair volviera a pedirle
que estudiara en la biblioteca, supiera a quién pertenecía. Y si
mi hermano volvía a cruzarse con ella, cosa que no ocurriría
si yo podía evitarlo, sabría que Briar Lowell era una de las
pocas cosas que nunca tendría.
La observé, viéndola tratar desesperadamente de ocultar las
partes de sí misma que sentía que no pertenecían a un lugar
como éste. Como si sus oscuros deseos fueran algo sucio que
ocultar. Pero yo sabía, podía verlo, ella no era el tipo de mujer
que termina con un idiota como Easton.
No podría alimentar la curiosidad que acechaba bajo su piel.
No de la forma en que yo podía.
No pensaba parar. Cuando terminara, ella vería lo retorcida
que era en realidad, y le encantaría cada segundo después
que todo estuviera dicho y hecho.
Me había puesto la camisa negra sobre los hombros,
escuchando a Thatcher hablarme al oído.
—¿Me estás escuchando?
En absoluto.
—Sí, algo sobre que te faltan las camisas. ¿Me estás
preguntando si me las he llevado? Porque esa sería una
pregunta seriamente equivocada, yo nunca, y lo digo de la
peor manera, nunca me pondría nada tuyo.
—Perdóname por pensar que mi compañero de cuarto estaba
revisando mi armario. Tal vez fue Rook. De todos modos, te
veré más tarde, ¿a qué hora vas a estar aquí? —pregunta, y no
puedo evitar poner los ojos en blanco. Sí, el pirómano está
quemando mierda con tus camisas de cachemira de diez mil
dólares.
Pero ahora que lo pienso, Rook probablemente lo esté usando
como mechero.
—Dentro de las próximas horas. Enviaré un mensaje cuando
esté en camino. —Decimos adiós antes de tirar el
teléfono a la cama, me abrocho el resto de la camisa y me la
meto por dentro de los pantalones. Agarro la chaqueta de la
silla y me la pongo frente al espejo de cuerpo entero.
Cuando levanto la vista, veo el reflejo de mi madre detrás de
mí. Tiene el hombro apoyado en el marco de la puerta y lleva
un camisón morado oscuro que muestra lo mucho que se ha
hecho pasar hambre a lo largo de los años.
Ya debería haberla oído o, al menos, haberme dado cuenta de
su presencia, que normalmente delata el chasquido del vaso
de whisky o el olor de su cigarrillo Virginia Slims, que se
desprende de ella en oleadas, incluso cuando intenta
disimularlo con perfume Chanel.
Opto por permanecer en silencio mientras ella me observa,
sus ojos me miran de arriba abajo antes que sus pies se
adentren por completo en mi habitación. Me miro los botones
de la camisa, fingiendo que hago algo con ellos.
Una nube de humo golpea la parte delantera de mi cara y
levanto la mirada con desprecio. No se pronuncia ni una
palabra, no se dice nada mientras me mira por encima de los
bordes de mi cara como si fuera la primera vez que me ve de
verdad. Como si fuera un extraño en su propia casa y, para
ella, probablemente lo soy.
Por primera vez en años, levanta la mano, roza con los
nudillos mi pómulo y la frialdad de su piel hace que se me
tense la mandíbula.
—Hermoso muchacho... —susurra, su voz turbia y llena de
humo.
Solía preguntarme mucho por qué mi madre nunca me
miraba ni me tocaba como hacían las madres de otros niños.
Veía cómo los niños corrían a los brazos de sus madres en
busca de consuelo y elogios. El amor que debería compartirse
entre los dos, y solía preguntarme qué había hecho yo para
que mi madre me odiara tanto.
Por qué su tacto siempre parecía baba húmeda y su mirada
nunca era cálida, siempre fría y crítica. Por qué en lugar de
ahuyentar los malos sueños, me los traía.
Tiro de la cara hacia atrás, mirándola con desprecio, una cosa
que no habían planeado era que yo fuera tan alto.
—Pero tan podrido hasta la médula. —añade. La cosa es que
ella ni siquiera estaba tratando de ser mala. No trataba de
herirme, simplemente no le importaba lo suficiente como para
pensar en lo que me decía. Para hacerme daño tendría que
importarle una mierda, y no le importaba.
—Es una pena que una cara como la tuya se desperdiciara. Al
menos, tu padre y yo podemos decir que hicimos hijos
guapos.
Me burlo, mis fosas nasales encendidas: —Eso es lo que pasa
cuando crías a un hijo a la sombra de otro, madre. Se
convierten en pesadillas.
Se lleva el palo blanco a la boca, inhala profundamente y
sonríe con los ojos arrugados. El humo se arremolina en el
aire entre nosotros. No me molesté en quitarme el traje. Me
acerco a la cama, tomo la bolsa y me la cuelgo del hombro.
—Deberías quedarte a donde vas hasta después de Navidad,
es lo mejor, cariño.
Dejé que mi defectuoso padre exigiera mis ausencias en lugar
de preguntarme adónde iba. Por lo que sabían, podía ir a un
negocio de drogas. Creo que por fin he aceptado que
probablemente me animarían a ir a algún sitio peligroso, que
me mataran sería una forma limpia de deshacerse de mí. Así
podrían dejar de tenerme cerca para salvar las apariencias.
—Mamá, ¿has visto mi maletín médico...
Al parecer, me había retrasado con la reunión familiar,
porque Dorian pasó junto a la puerta del dormitorio y se
detuvo al vernos dentro.
Suplicaba en silencio que mi padre no asomara su cabello
canoso por la esquina. Aunque lo hiciera, me miraría un
momento y luego seguiría actuando como si yo no existiera.
Le prefería a él antes que a nadie. Ni siquiera intentaba fingir
que yo le gustaba.
El sueño de todo niño es tener un hermano mayor al que
admirar. Alguien que le defienda de los matones más grandes
y le enseñe a dar puñetazos. Alguien a quien puedan molestar
hasta que se rindan y jueguen a videojuegos contigo.
Eso es lo que un hermano mayor debe ser. Un protector. Un
guía. Alguien con quien puedes contar.
Creo que el mío es el anticristo.
Después de graduarse en Hollow Heights se fue a Boston a
estudiar medicina, creo que ahora es interno o algo así. Me
parece casi cómico que le confíen la vida de la gente.
Cómo alguien puede mirarlo y no ver lo egoísta, vil e imbécil
que es.
Y saber que mis padres me hicieron para ser como él.
Creándome a su imagen y semejanza. Quería despellejarme
pensando en ello.
Hace una pausa y me mira con repulsión: —¿Todavía estás
aquí? Me imaginaba que ya te habrían encontrado muerto en
una zanja.
—Eso te daría demasiada alegría, Dorian. No podemos tener
eso, ¿verdad?
—Cómo alguien piensa que nos parecemos está más allá de
mí. Es un insulto a mis genes.
—Créeme, yo tampoco quiero que alguien me diga que
parezco el culo de un mono, pero uno trabaja con lo que le
toca —digo esbozando una sonrisa despectiva.
—Deberían haber roto el molde conmigo. En vez de eso, tengo
que mirar mi pieza de repuesto cada vez que vuelvo a casa.
Quería pegarle por recordármelo, pero no quería enfrentarme
a la reacción.
—Por muy divertido que haya sido, prefiero suicidarme que
seguir aquí con ustedes dos.
Salgo a grandes zancadas de mi habitación, perfectamente
bien si esas son las últimas palabras que le digo a cualquiera
de los dos. Es duro, lo sé, pero no por eso es menos cierto.
—Asegúrate de cortar en vertical. Así la probabilidad que
sobrevivas es mínima. —añade Dorian, su voz rebota en
mi nuca mientras desciendo los escalones, intentando poner
la mayor distancia posible entre ellos y yo.
Meto mis cosas en el asiento del copiloto mientras salto al
asiento del conductor, arranco el vehículo y lanzo gravilla tras
de mí mientras salgo disparado de la entrada. Con la
esperanza de romper una ventana o dos en el proceso.
No respiro hasta que salgo de la urbanización y bajo a toda
velocidad por la carretera adyacente a mi casa. Cuando estoy
seguro que ya no pueden oírme ni verme.
Dejé de sentir lástima de mí mismo cuando conocí a los
chicos. Cuando me enseñaron que la familia no es con quien
naces. Es por quién matarías. Que a pesar que estar con mis
padres y mi hermano era vivir con demonios reales, todavía
tenía a los chicos.
Teníamos seis años y estábamos en una fiesta de verano en
un club de campo con nuestras familias. Esa fue la primera
vez que los conocí. Cuando encontré a Rook y Silas
intentando encender unos pequeños fuegos artificiales,
mientras Thatcher distraía a cualquiera que pasara por allí.
Tres chicos que procedían todos de la riqueza, pero que
seguían buscando el caos en la vida. Necesitaban la anarquía
para hacer frente a los horrores de sus hogares, en sus
mentes. Incluso a esa edad. Estas personas que no me veían
de forma diferente ni intentaban cambiar quién era, tres
personas que me aceptaron tal y como era y me hicieron
aceptar quién soy.
Nunca nos hicimos esconder. Vimos lo bueno, lo malo y lo
peor.
Debajo de todos los problemas, el tormento, el mal, éramos
sólo niños que habían sido destrozados. Niños inocentes que
fueron arrojados a este mundo sin protección. No nos dieron
opción, no realmente.
Así que ahora, los monstruos se protegen unos a otros.
Y sólo entre ellos.
Capítulo Veintitrés
¿Vendrás al baile conmigo?

Briar
El mes de octubre había empezado a desvanecerse tan rápido
como llegó. Los pasillos estaban decorados para la ocasión,
todo lucía algo espeluznante o naranja. Calabazas talladas en
las áreas comunes, líneas enclenques escritas en las pizarras.
El otoño había envuelto por completo la costa de Oregón,
haciendo imposible salir a la calle sin chaqueta, y a medida
que se acercaba Halloween, menos me entusiasmaba.
Ya se habían publicado los exámenes finales de todas mis
clases, todos ellos en algún momento de la primera semana
de diciembre, lo que significaba que ya estaba estudiando
para ellos. Noviembre no sería más que tarjetas y
subrayadores.
Me encantaba Halloween.
No por disfrazarme, sino por los Treinta y un días de
Halloween de Syfy. Acurrucarme en el sofá con mis padres
después del colegio con una bolsa de caramelos y palomitas
para ver viejas películas de terror. Todos riéndonos de los
gráficos de mierda o de las tramas cursis. No había nada
mejor que eso.
Este año apenas había visto ninguno.
Mi vida ya se parecía bastante a una película de suspenso.
Además, la semana que viene había un baile. Siempre había
querido probar a disfrazarme, porque no era algo que hubiera
podido hacer antes. Pero saber que iba a desaparecer a los
pocos segundos de empezar para ayudar a cuatro personas
que me importaban un bledo, le quitaba toda la gracia.
Incluso cuando Thomas me dio dinero para ir a comprar un
vestido. Incluso después que Lyra y yo los hubiéramos
elegido, seguía sin entusiasmarme. Vengativamente, esperaba
no poder entrar en la caja fuerte o que hubiera una alarma
para que los pillaran.
Por otro lado, si les pillaban, a mí también. A ellos les darían
un tirón de orejas y a mí me expulsarían. Lyra había tenido
razón desde el principio, aquí eran intocables. Años y años de
reputación basada en sus apellidos hacían imposible
castigarlos.
—Verdadero o falso, una función recursiva debe tener alguna
forma de controlar el número de veces que se repite. —
pregunta Lyra desde el otro lado de la mesa de la biblioteca,
con un Twizzlers colgando de un lado de la boca mientras se
echa hacia atrás en su silla, las patas levantándose un poco
del suelo.
Apoyo la cabeza en las manos mientras miro a la mesa: —
Verdadero.
—¡Correcto! Otro acierto para el genio de las matemáticas. —
anuncia, arrojando la tarjeta al montón que tenemos delante.
Nos sentamos una frente a la otra, ambas con los portátiles
abiertos y al menos tres libros abiertos cada una, apuntes,
bolígrafos, subrayadores. Habíamos pensado que mezclar los
estudios de los finales con nuestro tiempo tenía sentido,
hasta que intentamos concentrarnos en tres cosas a la vez
mientras tratamos de escribir trabajos de cuatro páginas.
¿Cómo es posible que yo estudie matemáticas y siga
escribiendo putos trabajos?
Tomo una de las tarjetas azules: —Dime la estructura de los
lípidos.
Lyra se especializaba en entomología, por supuesto, con una
especialización en biología. Cuando haga su licenciatura,
quería hacer investigación clínica sobre la posible importancia
médica de ciertos insectos.
Cuando me lo dijo pensé que estaba un poco loca, pero luego
pensé en que el veneno de serpiente se utiliza en algunos
medicamentos para el corazón, así que ¿por qué no
podríamos utilizar insectos?
—Monómero, glicerol y tres ácidos grasos. Los elementos son
carbono, hidrógeno y oxígeno. —Mastica un trozo del
caramelo rojo retorcido, tragando, antes que yo asienta.
—¿Necesitas estudiar siquiera? —Arqueo una ceja y sonrío.
—Probablemente no —Se encoge de hombros y me lanza su
caramelo. Me golpea en el pecho y las dos nos reímos.
Era en momentos como estos cuando me sentía más
reconfortada. Cuando mi vida se había convertido en todo lo
que había deseado. Sesiones de estudio con alguien con quien
podría llamar mi amiga.
Despistada, froto el pulgar sobre el dedo corazón como si
jugara con un anillo. La piel ligeramente levantada bajo el
nudillo me hace bajar la mirada. Todavía me sorprende que
esté ahí.
—¿Duele? —pregunta Lyra con curiosidad.
El maquillaje que me había puesto encima empezaba a
desvanecerse y pronto tendría que volver a aplicármelo.
—No. Creo que sería mejor si doliera.
—¿Por qué?
—Entonces estaría más inclinada a odiarlo.
Me había prometido que sería abierta y honesta con Lyra
sobre todo. Incluido el hecho de que el tatuaje en sí era
precioso. Me encantaba la forma en que las letras encajaban
en el espacio de mi dedo, la A y la C diseñadas para
arremolinarse como enredaderas alrededor de rosales.
Pensé en cubrirlo con una rosa de verdad cuando todo
estuviera dicho y hecho. Solo para demostrarle a Alistair que
podía con todo lo que me echara encima.
Aunque fuera un recuerdo permanente de él.
—¿Debería ofenderme por no haber sido invitado a esta
sesión de estudio? —La voz de Easton Sinclair me recuerda al
café por la mañana. Suave, caliente, todo lo que necesitas
para empezar el día.
Levanto la cabeza, mirándole con una sonrisa: —
Extremadamente ofendido. —bromeo—: Perdí tu
número o te habría invitado.
Pequeña mentira piadosa. Lo perdí. Después de tirarlo a
propósito. Easton era simpático, estoy segura que era un gran
tipo, y dada la oportunidad podría aceptar una oferta de cita
suya, pero no mientras tuviera novia.
Una, por lo que he visto, es bastante simpática. Es decir, me
mira como si yo debiera lustrarle los zapatos, pero aun así
parece simpática. Y nadie merece ser engañado, nunca.
Mi madre me enseñó que si la engaña contigo, te engañará a
ti después. El acento de Texas.
—No te preocupes —responde suavemente—: Hola, Lyra —
saludando suavemente para reconocer la presencia de mi
compañera de piso.
—Hola —Contonea las yemas de los dedos, agarra otro
caramelo y lo mastica.
—Le pregunté a mi padre por los árboles frutales para el año
que viene y creo que le he convencido con la idea de un
cerezo. Se acabaron las esperas en los envíos al
supermercado.
Los ojos de Lyra estallan de luz, los fuegos artificiales
explotan en su interior. Arrugo los ojos hacia él con
desconfianza, ganarse a mi amiga fue un movimiento suave.
Lo admito.
—Es genial, gracias Easton. —Ella responde, con emoción en
su voz. La capacidad de simplemente caminar fuera de su
dormitorio y recoger cerezas del árbol era todo lo que Lyra
necesitaba para ser feliz. Y bichos, obviamente.
—La verdad es que me alegro de haberme encontrado contigo,
quería preguntarte algo —Vuelve a centrar su atención en mí,
coloca las manos a la espalda y se balancea un poco sobre los
talones.
—Claro, ¿qué pasa? —Cierro mi libro de matemáticas
aplicadas, prestándole atención.
—El baile de Noche de Todos los Santos del próximo viernes,
si aún no has decidido no ir, quería saber si irías conmigo.
Incluso me aseguraré de dejar que me pinches con el
ramillete que inevitablemente nos comprará mi madre. —Su
cabello rubio alborotado le cae un poco por delante de la cara,
sus ojos azules confiados.
Sabe que diré que sí.
¿Quién diría que no a Easton Sinclair?
No sabía si esa confianza me resultaba atractiva o molesta.
—Estoy sorprendida, quiero decir, halagada. —Suelto una
carcajada, acomodándome un mechón de cabello detrás de la
oreja—. ¿Pero no vas a ir con Mary? Estoy bastante segura
que los voté a los dos para Reina y Rey de Hallow.
—Mary y yo rompimos la semana pasada. —suspira,
pasándose una mano por el cabello—. Simplemente no
funcionaba, pensamos que lo mejor sería que fuéramos sólo
amigos.
—¿Así que estás soltero? —cuestiono.
—Tan soltero como se puede estar. ¿Eso es un sí?
¿Quería ir con él a esto? Posiblemente. Easton era guapo,
simpático y todo el mundo le quería. Seguro que sería un
perfecto caballero, me abriría la puerta, me llamaría hermosa
cuando me viera vestida.
No había razón para decir que no, ya no.
Sin embargo, seguía queriendo decir que no y no sólo porque
tuviera que deshacerme de él en cuanto llegáramos. Easton
me atraía, pero no me gustaba. No lo suficiente como para
salir con él. Cuando piensas en los chicos que te gustan, se
supone que piensas en lo que se siente cuando te besan, en
cómo encajaría tu cuerpo con el suyo, en cómo te aceleran el
corazón.
Sólo pienso en una amistad platónica con él.
—Me encantaría, pero yo...
—Ella ya tiene una cita.
El chirrido de una silla arrastrándose resuena en mis oídos,
la que está justo a mi lado es apartada bruscamente antes
que el peso de alguien caiga sobre el asiento de madera. Rook,
se desliza en la silla junto a Lyra, con una sonrisa en los
labios mientras hace rodar la cerilla con la lengua.
Mi sombra vuelve detrás de mí, proyectándose sobre todo lo
que me rodea. Lo absorbe todo, robando toda la luz y
arrastrándome más profundamente hacia la oscuridad con él.
Ahí es donde me quiere. Justo ahí, en las sombras, con él. En
las películas siempre dicen que la luz vence a la oscuridad.
Que el bien vence al mal, así que ¿por qué es capaz de
destruir cualquier cosa que intente desafiarle?
Bien, la luz, no era rival para él.
—Señoritas. —Ofrece Rook con un guiño socarrón. Observo a
Lyra, mirándole de reojo, recogiendo su silla y alejándola de
él.
—Lo siento, ¿qué? —pregunta Easton tratando de ponerse al
día con esta situación. Estoy segura que cuando pensó en
preguntarme, Alistair Caldwell y sus amigos no formaban
parte de la ecuación.
—Dije —Alistair agarra el borde de mi asiento, acercándome
más a él, tirándome más en sus garras—. Ella ya tiene una
cita.
Siento su cabeza, justo al lado de la mía. La forma en que se
inclina hacia mi cuerpo, oliendo mi cabello, y yo lo empeoro
cayendo sobre su pecho. Sin querer, por supuesto, la
sacudida del movimiento me desequilibra.
Su brazo tonificado se desliza por encima de mi hombro y me
rodea el cuello, colgando sobre mi cuerpo, sus dedos
balanceándose con confianza justo encima de mi ombligo.
Muerdo con fuerza el interior de mi mejilla.
—Easton esto no es, él… —Agito las manos suavemente,
tratando de que esto no parezca peor de lo que ya es.
—¿No es qué? ¿Tu novio? —escupe, asqueado de que siquiera
permita que Alistair me toque. A pesar de que probablemente
tiene más dinero de lo que Easton podría imaginar, todavía
miraba con desprecio al hombre detrás de mí. Como si de
alguna manera fuera mejor que él.
—No, no lo es —rechino los dientes, girando un poco la
cabeza para lanzar una mirada de reojo por encima del
hombro—. Sólo somos... —arrastro la palabra con un sabor
raro en mi lengua—, amigos.
Siento que sus labios se mueven contra mi cabello y esbozan
una sonrisa de satisfacción.
Maldito bastardo engreído. Cuando Easton se aleje le daré un
puñetazo en la polla por esto. Sabía que teníamos que parecer
amistosos para que no fuera extraño para nadie que
estuviéramos juntos en el baile, pero esto estaba cruzando
una línea.
—Vamos, Ladronzuela. Somos más que amigos —susurra sólo
para mis oídos—. ¿No le has contado al golden retriever
cómo chorreaba tu coñito sobre mi rodilla la otra noche?
Prácticamente suplicándomelo.
Tiemblo y no porque haga frío.
—Ella es mía, Sinclair. Estoy seguro que puedes encontrar
otra chica desesperada a la que embaucar con tu acto de
caballero de brillante armadura —dice Alistair en voz
alta, sin mover su cabeza de al lado de la mía.
Los ojos de Easton se han convertido en un huracán de ira. El
color azul claro que parecían cielos felices, se han convertido
en oscuras y veraces señales de advertencia antes que una
tormenta desgarre la tierra.
—¿Este es el tipo de chico con el que quieres pasar tu tiempo,
Briar? ¿Un maldito idiota sin moral? Su propia familia ni
siquiera lo soporta, es un don nadie. —Easton lanza
las palabras duras como un látigo, con la esperanza de cortar
a alguien en el proceso.
No sabía mucho de Alistair en el ámbito familiar, pero
tampoco creía que le correspondiera a Easton juzgar a los
demás. No tiene ni idea de lo que ocurre tras la puerta
cerrada de la casa de los Caldwell.
¿Era Alistair un infierno con problemas de ira que me hacían
querer huir lejos de él? Sí.
Pero dudo que se volviera así después de haber sido criado
por una familia cariñosa.
Todo el mundo tiene secretos. Todo el mundo tiene una
historia.
Incluso los héroes.
Incluso los villanos.
—Un don nadie que se está follando a la chica por la que
estás babeando.
Jadeo ante su respuesta, dispuesta a negarlo de inmediato,
pero Easton ya está respondiendo. Tiembla de incredulidad y
su actitud cambia radicalmente.
—¿Babeando? Por favor, es una chica nueva con un buen
culo, pero ni por eso merece la pena lidiar contigo o con tus
amigos trastornados.
No debería sorprenderme. Pero aún me escuece.
Chicos como Easton los hay a montones. Los guapos que
parecen tenerlo todo, que se abren camino hasta tu corazón y
te lo pisan cuando no les das lo que quieren.
Al menos podía respetar a Alistair y el hecho que fuera
sincero sobre lo imbécil que era. Nunca intentó ser algo que
no era. Lo que viste es lo que hay, aunque no te gustara.
—Probablemente ni siquiera eras un buen polvo de todos
modos —refunfuña, mirándome como si fuera tierra bajo su
zapato.
—Creía que éramos amigos —digo un poco alto, lo que hace
que la bibliotecaria me haga callar, con los ojos entrecerrados
y llenos de irritación. Miro a los otros estudiantes que nos
observan y se me calientan las mejillas.
—¿Amigos? Parecías crédula y un polvo fácil. No eres más que
una chica de alcantarilla. —afirma—: No hay príncipe azul
para ti. Bienvenida a tu vida, Briar, rollos de una noche y
polvos rápidos, es para lo que estás hecha.
No tengo ni un segundo para pensar en contraatacar porque
Lyra ya ha saltado en mi defensa.
—Cómete una polla. Llévate tu ego herido a algún sitio donde
a la gente le importe una mierda.
Se va sin decir nada más, dejando que todos nos asentemos
en lo que acaba de pasar.
Me doy la vuelta, mirando a Alistair.
—Y tú —Le señalo con el dedo—, hago esto por ti. Eso es
todo. No somos amigos, y seguro como el infierno que no
vamos a follar. No puedes venir por ahí meándote en mí como
si estuvieras marcando tu territorio.
Parece que estoy fracasando estrepitosamente a la hora de
hablar en serio. Trago saliva nerviosamente cuando inclina la
cabeza y arquea una ceja para mirarme, como
preguntándome sin palabras: ¿Qué acabas de decirme?
Mi dedo índice se retrae, justo cuando él enrosca su mano
alrededor de mi muñeca. Las luces de la biblioteca iluminan
sus ojos y me muestran los remolinos de chocolate que hay
en su interior. Estaba tan acostumbrada al negro medianoche
que el nuevo color era un shock.
Se inclina hacia delante, su aliento roza sobre mi piel
mientras mantiene nuestras miradas fijas. Sorprendiéndome,
se mete mi dedo corazón en la boca.
Un grito ahogado sale de mis labios mientras lo observo. La
forma en que su cálida boca envuelve mi dedo y cómo su
suave lengua gira alrededor de la base hace que me
hormigueen los dedos de los pies. Me muerdo con fuerza el
interior del labio.
Despacio, retira su boca de mí. Me suelta la muñeca y se pasa
el pulgar por el labio inferior.
—No cubras eso —mira el tatuaje de mi dedo—, y no tendré
que ir a mear a ningún sitio —El suelo gime mientras el
aparta su silla, poniéndose de pie para elevarse sobre mí.
Intento ignorar lo atractivo que es a la luz del día. Cómo el sol
casi le hace parecer normal. La forma en que se refleja en su
piel bronceada y resalta los bordes de su cuerpo delgado.
Cierro las manos en un puño y miro brevemente hacia abajo,
donde me ha lamido. El maquillaje que había allí había
desaparecido, gracias a su saliva que había disuelto el
producto. Que era lo que él quería que pasara, por supuesto.
Maldito imbécil.
El sonido de sus botas se aleja en mis oídos, indicando su
marcha, pero no antes que se dé la vuelta para mirarme,
caminando hacia atrás mientras habla.
—Y Briar —empieza—, asegúrate de ponerte algo bonito para
mí el viernes.
Capítulo Veinticuatro
Maestro en acción

Alistair
El eco de un violín se oye a lo lejos mientras apoyo la espalda en el exterior
del distrito Rothchild, donde el comedor Salvatore ha dejado de tener las
mesas rectangulares habituales y un ambiente aburrido para convertirse en
algo a lo que Gatsby querría asistir.
Aún no había entrado, pero sabía que me esperaban candelabros colgantes y
decoraciones carísimas. Solo teníamos que hacer una entrada, lo suficiente
para que la gente viera que habíamos asistido.
Cuanto antes lo hiciéramos, más rápido nos pondríamos manos a la obra.
—Podría haber decidido no presentarse.
—Ya vendrá. —le digo a Thatcher mientras tiro la colilla de mi cigarrillo al
suelo, pisoteándola, aplastando la brasa bajo mi peso.
Y si no aparecía, lo que le pasara después se lo hacía a sí misma.
Rook y Silas estaban ocupados apagando las cámaras de seguridad, lo que
nos dejó a Thatcher y a mí escoltando a Briar y Lyra al pretencioso baile de
Halloween. Era básicamente una forma de que alumnos y profesores se
juzgaran abiertamente. Sobre sus atuendos, sus citas, cualquier cosa que
sus ojos santurrones pudieran ver, lo destrozarían.
Siempre son los que están en casas de cristal los que tiran más piedras.
Mi teléfono vibra en mi bolsillo, lo saco comprobando la pantalla iluminada.
Hay un mensaje de Shade que me hace fruncir las cejas mientras hago clic
en la aplicación de mensajería verde.
He enviado mi recomendación, deberías pensar en solicitarlo.
Adjunto un enlace a una tienda de Nueva York que estaba contratando
nuevos artistas del tatuaje. Buscaban a alguien especializado en negro y gris.
Pensé en cómo sería mi vida si pudiera aceptar esta oferta.
Me faltaban unos meses para sacarme el carné y podía trabajar donde
quisiera. Si no hubieran matado a Rose, ya estaría en la costa este.
Probablemente en Nueva York, ya trabajando en una tienda, viviendo en un
apartamento de una habitación caminando al trabajo donde no había ni una
sola persona que supiera mi nombre.
Estaría solo.
¿Me gustaría mi vida sin los chicos? Quiero decir que no tenía ninguna duda
de que Thatcher ya se iba a mudar al este y también Rook, pero Silas había
planeado quedarse aquí con Rose. ¿Podríamos irnos todos juntos? ¿Empezar
nuevas vidas donde el rastro de sangre dejara de seguirnos y pudiéramos
simplemente, vivir?
Quería decir que sí, pero eso era ser optimista.
—¿Qué es eso? —pregunta Thatcher, asomando la nariz hacia mi teléfono.
—¿Siempre has sido tan jodidamente entrometido? —Aparto la pantalla de
un tirón y lo vuelvo a meter en mi bolsillo, lejos de sus ojos.
—Nunca he tenido que serlo. Nunca habías sido tan reservado. —Me mira
como si le hubiera robado algo. Esta necesidad desquiciada de saberlo todo
sobre nosotros me esta cansando, rápido.
—Escucha... no te pregunto qué has estado haciendo cuando vuelves a casa
con sangre en las manos, ¿bien? Todos tenemos cosas que nos guardamos,
incluso tú.
No creo que esté matando gente. Quiero decir, podría ser, pero lo dudo. Sólo
creo que tiene sus propias formas de liberar vapor como el resto de nosotros.
La de Thatcher es sólo un poco más... horripilante.
Esto le hace dejarlo, porque ni siquiera él está dispuesto a confesar sus
propios secretos.
—Toma, elegí la más básica que encontré. —Me lanza una máscara, negra
con remolinos de astillas en la parte delantera.
—No voy a llevar esto.
Miro hacia él y le veo colocándose la de color rojo oscuro y negro en la cara,
atándosela detrás de la cabeza. La máscara le cubre la mitad superior de la
cara, a juego con el traje del mismo color.
—No seas cobarde, ponte la máscara.
Gruño de irritación mientras forcejeo con el cordel, presiono el plástico
contra mi cara y lo ato firmemente detrás de la cabeza. El mío me cubre la
mayor parte del lado izquierdo, dejando al descubierto parte de la nariz, el
pómulo derecho y los labios.
Sólo sabía que me veía jodidamente cómico en esta cosa.
El chasquido de los tacones al pisar me hace girar la cabeza, esperando que
no sea otra chica con una variación del mismo vestido aferrándose a su cita
porque no puede caminar con sus zapatos.
El vestido de Lyra es tul sobre tul, el encaje carmesí se estira alrededor de su
cintura dejando al descubierto un cuerpo entero que oculta bajo su vestuario
normal. Me recordó a una niña que había crecido escuchando cuentos de
hadas. Pero no los de ranas que se besan y felices para siempre.
Los cuentos de los hermanos Grimm.
Historias de brutalidad y muerte. No de oro y besos robados, sino de sangre y
el poder de la magia negra.
La tela se desvanece en un intenso color negro en la parte inferior y el vestido
de gala roza el suelo mientras ella camina hacia nosotros. Incluso yo puedo
admitir que la forma en que su flequillo despuntado cae por encima de su
máscara negra brillante, dejando al descubierto la pálida piel de su rostro,
combinada con un pintalabios rojo, es sexy.
—Parece que alguien te está robando tu color característico,
Thatch. —murmuro, inclinándome hacia él disimuladamente.
—Evidentemente. —Respira, como si necesitara todo su oxígeno para decir
esa simple palabra.
Sorprendentemente, la reina de los bichos lleva bien puestos los tacones
mientras se acerca a nosotros con cara de mala leche, o al menos con cara
de mala leche hacia mí.
Abro la boca, pero ella me interrumpe.
—Briar tuvo que ir a ver a su tío, quería hacer fotos para enviárselas a su
madre. Ella estará aquí pronto.
El silencio incómodo que llena el aire es suficiente para matar a alguien. Lyra
y Thatcher han entablado un extraño contacto visual. Ninguno de los dos
habla, solo se miran fijamente, esperando a que el otro parpadee.
Casi me río pensando en Lyra, la chica que disfruta recogiendo bichos y
teniendo barro en las manos, liándose con Thatcher, una de las personas
más limpias que conozco. Obsesivamente limpia. Ropa organizada por
marca, luego por color. Cama siempre hecha, todo tiene un lugar. Sin
embargo, estaban aquí de pie follándose con la mirada.
—Thatcher —Toso—, esta es Lyra, Lyra este es Thatcher. —Los presento a
los dos sarcásticamente, pero por lo que parece ella sabe muy bien quién es
él.
—Sí, sé quién es. Quiero decir —Se aclara la garganta mirándome—, sé
quiénes son todos ustedes.
La forma en que lo observa, como si mirara directamente a su alma a través
de los agujeros de su máscara. No es miedo, es... curiosidad lo que se instala
en su mirada. Aunque quiere distanciarse de él, le sigue pareciendo
interesante.
Que era más de lo que la mayoría de las chicas tendrían las pelotas de hacer.
En nuestro primer año de instituto, una chica salió corriendo desnuda del
vestuario de los chicos después que Thatcher le sacara un cuchillo cuando
estaba a punto de chupársela.
—Encantado de conocerte —él reprende con una sonrisa en los labios,
tendiendo la mano hacia la suya.
—¿Ahora te presentas? No sabía que las presentaciones venían después de
pintar con spray el auto de alguien y perseguirlo por el bosque.
Me giro hacia la familiar voz y miro a Briar, cuyos tacones repiquetean contra
la pasarela mientras se dirige hacia nosotros. Tiene los ojos encendidos, los
dientes enseñados como si estuviera dispuesta a despedazar a Thatcher por
mirar en dirección a Lyra.
A pesar de su agresividad, como si estuviera lista para ir a la guerra contra
mi amigo, me sorprende su elegancia.
Se me hace la boca agua mientras sigo el escote de la parte delantera de su
vestido, que se detiene justo encima de su ombligo.
Metí las manos en los bolsillos para evitar que corrieran por su piel. Una piel
que parecía tan suave, como los pétalos de una flor en verano. Me moría de
ganas de probarla.
Sólo uno.
Un lametón angustiosamente lento en el valle de sus pechos, donde su piel
queda al descubierto. La tela morada envolvía delicadamente su garganta,
exactamente donde mis manos descansarían cuando la hiciera sudar debajo
de mí. Sus tetas apenas se cubrían con tiras de tela, el viento fresco o tal vez
mi mirada había pellizcado sus pezones poniéndolos duros para mí.
En lugar de las indicaciones del vestido de baile, optó por algo sencillo.
Material de seda que se ceñía a su cuerpo, persiguiendo las curvas de su
figura por todo el cuerpo. El morado, que era más bien un tono lila, hacía
brillar el verde de sus ojos caleidoscópicos.
La sangre se me sube a la polla, los bóxers me aprietan muchísimo en la
ingle y no porque tenga los pezones erectos o los ojos bonitos.
No, es la forma en que se lleva la mano a la oreja, recogiéndose el cabello. Mi
tatuaje se reflejó en la luz y, aunque era pequeño, la fuente decorativa que
elegí combinaba demasiado bien con su vestido.
Qué delicadas se veían mis iniciales en su cuerpo. Qué jodidamente bien
quedaban en su dedo. Solo me ponía más rígido pensar en cubrir su cuerpo
con mi nombre, estampar mis iniciales en toda su piel.
Quería olerla. Ver si se había puesto ese perfume que no sabía que me
gustaba. El de flores exóticas y algo dulce. Me acerqué a zancadas hasta que
estuve de pie justo delante de ella.
Los tacones la hacían un poco más alta, con la cabeza justo debajo de mi
nariz. Apoyé la mano en la comisura de su cuello y extendí el dedo por la
clavícula y la parte inferior de la garganta. Las yemas de mis dedos
revolotearon contra su pulso, apretando lo justo para que me sintiera.
La máscara que rodea sus ojos apenas oculta cómo se ruborizan sus mejillas
al sentir mi contacto. El maquillaje de su rostro no hace más que realzar lo
que ya tenía.
Muchas chicas estaban buenas. Estar buena era fácil.
No muchas chicas podrían llevar mi nombre como ella.
—Me gusta tu cabello así —digo, mirándola fijamente sintiendo su corazón
acelerarse bajo mi tacto.
Los mechones de color miel caen hacia el lado derecho de la cabeza en ondas
profundas sobre el hombro, con un brillante gancho que se lo sujeta cerca de
la oreja izquierda. Me gustaba cómo dejaba al descubierto su cuello. Esbelto
y cremoso.
Sonríe: —Entonces me aseguraré de no volver a ponérmelo así. Creo que si te
dejas esa máscara puesta, podría pasar esta noche sin tener arcadas.
Sonrío, pasando la lengua por la base de los dientes.
—¿Te sientes luchadora hoy?
Con un poco de fuerza me quita la mano del pecho, apartándome de un
manotazo.
—Estoy harta de tus estupideces y dispuesta a acabar con esto.
Una pena que incluso cuando terminara con este favor, aún no hubiera
terminado con ella.
Le tiendo el codo y le hago un gesto para que lo tome.
—Pues acabemos de una vez —digo fríamente.
Caminamos juntos hacia la entrada del baile. Como sospechaba, las luces de
las cristalerías brillan con un suave resplandor. Las velas iluminan las
ventanas de tres en tres, y todo parece comprado en una feria renacentista
del siglo XVI. Los alumnos y profesores, todos con máscaras similares,
bailan, charlan, las señales sociales normales que se dan en este tipo de
eventos.
Hasta que los transeúntes se fijan en nosotros, Thatcher y yo cogidos del
brazo, vestidos para un acto al que nadie esperaba que fuéramos. No puedo
evitar la sonrisa de satisfacción que se dibuja en mi cara, la mayoría de ellos
probablemente temen que hayamos hecho algo. Alguna travesura para la que
queríamos un asiento en primera fila.
La mano de Briar se aferra al material de mi traje mientras la guío hacia una
mesa vacía, lejos de los cuerpos que bailan en el centro de la sala. La pista
de El lago de los cisnes de Chaikovski inunda la sala y solo lo sé porque
suena constantemente en mi casa cuando está mi padre.
Era lo único que sabía tocar y, de alguna manera, sentía que le daba más
lustre cuando se presentaba a los invitados.
—¿Por qué te están mirando? Es como si fueras el Papa, por el amor de
Dios. —Ella respira, tratando de mantener la cabeza baja y lejos de miradas
indiscretas. Huyendo de la atención que nunca tendría si no hubiera entrado
en esta habitación conmigo.
Nos miran desde todas partes y sé que Thatcher adora cada segundo. La
forma en que todo el mundo ha interrumpido su velada para prestarnos toda
su atención.
Me inclino hacia su oreja, rozando la parte superior con mis labios: —Porque
somos todo lo que ellos desearían ser, Ladronzuela.
Tomándome por sorpresa, resopla, riendo suavemente: —Justo cuando creo
que no puedes ser más engreído.
—No digo que sea por el dinero de mis padres. —le aseguro—: Nos negamos a
acatar las normas que Ponderosa Springs nos impuso cuando éramos niños.
Cuando nos miran, ven la libertad, la rebeldía que nunca tendrán. Las chicas
te miran a ti y se preguntan… —Mi aliento le pesa en la piel, me doy cuenta
por la forma en que su respiración se entrecorta.
—¿Qué tiene ella que haya podido captar mi atención? ¿Cómo puedo
parecerme más a ella? Somos unos crack para las chicas ricas. Porque por la
noche, cuando se acuestan con sus novios de polo, los que les comprarán
mansiones y las engañarán con sus secretarias, es en tipos como yo en los
que piensan. —Mi brazo serpentea alrededor de su cintura, dejando que la
suave tela de su vestido pique la palma de mi mano.
—Hombres duros, aterradores y turbios como yo que hacen que se les mojen
las bragas. Se corren más fuerte pensando en mí rompiéndoles el corazón,
que mientras sus novios se las follan. Así que sí, me miran a mí, pero
también te miran a ti. —Amaso su cadera, atrayéndola más hacia mi cuerpo
para no perder su olor—. Asegúrate de darles un espectáculo que recuerden.
Todo eso es cierto.
Las chicas a nuestro alrededor que estarían más que dispuestas, pero todas
ellas demasiado asustadas para admitirlo ante sí mismas. Demasiado
temerosas de que sus padres y curas descubran que les gusta que se las
follen los cabrones de esta ciudad.
A eso dedicamos la primera hora de nuestro tiempo, a ver cómo nuestros
compañeros giran a nuestro alrededor como marionetas, lanzando sus
piedras en nuestra dirección mientras nos sentamos a la mesa
guardándonos para nosotros mismos.
Bueno, eso es lo que Briar y yo hacemos.
Thatcher sacó a bailar a Lyra hace quince minutos y la está haciendo girar
en círculos sobre el suelo de mármol, con su cabello castaño meciéndose
detrás de ella mientras intenta seguirle el ritmo. Briar los observaba como un
halcón, sus ojos se movían con las manos de Thatcher como si estuviera
dispuesta a cortarlas si hacían el movimiento equivocado.
Parecían calcetines disparejos ahí fuera.
Saqué el móvil del bolsillo, justo a tiempo para ver aparecer un mensaje de
Silas dándome el visto bueno para las próximas horas. Se dirigían a la fiesta
para ayudar a Thatch y Lyra a vigilar en caso de que el señor West
abandonara la fiesta por cualquier motivo. Así podrían mandarnos un
mensaje para salir antes que él entrara en su despacho.
Este plan era a prueba de fallos.
Esperemos.
—Hora del espectáculo, Pequeña L. —le murmuré mientras salíamos a
hurtadillas del vestíbulo principal en dirección a la salida. Nos detuvimos
junto al auto de Thatcher para tomar el estetoscopio que nos había pedido
antes de emprender el corto paseo hasta el edificio contiguo donde estaba su
despacho, el viento agitaba su cabello mientras caminábamos. No estaba
seguro de si sus escalofríos se debían al frío o si simplemente estaba
nerviosa.
La oscuridad nos rodeaba, la escasa luz de la luna más allá de las ventanas
era lo que ayudaba a guiar nuestros pies por la escalera central. Las sombras
de los árboles alcanzaban nuestros cuerpos andantes mientras nos
arrastrábamos por los pasillos. Nuestros pies acompasados durante todo el
camino.
Por fin llegamos a la puerta, así que meto la mano en mi bolsillo para sacar
la herramienta que me había dado Rook para ayudarme a abrirla, pero Briar
ya había sacado unas horquillas. Desliza el metal por sus carnosos labios y
usa los dientes para doblarlos como ella quiere.
Con delicadeza, se apresura a abrir la cerradura, levantando y empujando
todos los pasadores correctos para que la puerta haga clic y nos indique que
está abierta.
Una vez dentro, opté por dejar la luz apagada por si alguien se asomaba a las
ventanas, no quería que vieran un resplandor procedente del despacho del
Sr. West cuando se suponía que estaba en la fiesta.
—Tráeme un bolígrafo y papel —dice, después de mostrarle la caja fuerte
detrás de la cortina.
—¿Por favor no forma parte de tu vocabulario? —Me dirijo al escritorio de
caoba, abriendo los cajones hasta encontrar un bloc de papel y un bolígrafo.
—¿Quieres que abra la caja fuerte o no? —Sus ojos se vuelven hacia mí,
arqueando una gruesa ceja, todo en su presencia me dice que está en modo
trabajo y que necesita concentrarse.
—Touché.
Le entrego lo que me ha pedido, me apoyo en la pared junto a la caja fuerte y
la miro mientras empieza a jugar con el dial. Lo gira a la izquierda un par de
veces, luego a la derecha. Siento cómo los engranajes del interior se mueven
y encajan.
Colocando el estetoscopio en ambos oídos, situando la pieza torácica justo
encima de la esfera. Desde aquí, soy testigo de lo que sólo podría llamarse
pura genialidad. La forma en que saca la lengua, mordiéndosela
distraídamente mientras escucha lo que necesita de la máquina.
Entonces empieza a anotar números, a crear gráficos en el papel, a
sumergirlos en fórmulas y mi mente se retuerce de incomprensión. En las
películas, se limitan a girar el dial con el estetoscopio escuchando los tics
correctos. Al parecer, eso no es todo lo que hay que hacer para obtener la
combinación correcta.
Se quita los auriculares y los deja en el suelo mientras garabatea números en
la hoja, haciendo cuentas para las que la mayoría necesitaría calculadoras.
—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —pregunto, curioso por saber cómo se
llega a la afición de robar.
—¿No deberías saberlo ya? Has leído mis antecedentes penales, supongo que
has leído otras cosas sobre mí.
Pongo los ojos en blanco: —Lo siento, en tu expediente no había ningún
apartado sobre aficiones. Bueno, menos la foto de tu equipo de natación de
segundo año. —Esbozo una pequeña sonrisa en la oscuridad y vislumbro sus
mejillas teñidas.
—Mi padre —respira, tachando una serie de números y volviéndolos a
escribir—. Estuvo entrando y saliendo de la cárcel toda mi vida, pero cuando
estaba en casa me enseñaba las habilidades del oficio. Robar carteras, abrir
cajas fuertes, contar cartas, si se trataba de dinero rápido me enseñaba.
—Extraña técnica de unión. —Observo, sus dedos empiezan a probar
diferentes combinaciones en la cerradura. Imaginé una versión más pequeña
de Briar, sentada en el suelo de su casa jugando con cerraduras y robando
carteras.
Éramos la prueba de que la supervivencia tenía poco que ver con el dinero y
todo que ver con el entorno en el que creces.
—Bueno, no todos podemos estrechar lazos con nuestros padres durante
inviernos en los Alpes suizos y veranos en Praga.
Chasqueo la lengua.
—Sí, ese soy yo —digo mientras flexiono los puños, estirando los dedos—.
Niño mimado, arrogante y rico con el mundo entero a sus pies. ¿Qué más
podría querer en la vida?
Me mira y hace una pausa en su trabajo.
—¿Esperas que me crea que tu vida no ha consistido en bandejas de oro y
mayordomos? No te quedes ahí fingiendo que lo has pasado mal. No tienes ni
idea de lo que fue crecer sin dinero suficiente para mantener las luces
encendidas, preocupada por cuándo podrías volver a comer, o cuándo sería
la próxima vez que la policía llamaría a tu puerta queriendo saber dónde
estaba tu padre. No eres mejor que ninguna de esas personas de ahí fuera,
tú y tus amigos están más desquiciados que el resto.
—¿Quieres sentarte aquí y discutir sobre la vida de quién es más triste? ¿La
infancia de quién fue peor? ¿Crees que eres la única que ha pasado por una
mierda? Si te hace sentir mejor pensar todas esas cosas sobre mí, adelante.
No te lo voy a impedir —replico.
A todas luces tiene razón.
No sé lo que es ser pobre.
Siempre he tenido dinero, siempre he tenido comida en casa cuando tenía
hambre. Tenía las necesidades básicas de la vida y algo más.
Pero lo que ella no sabe, lo que no merece saber con su actitud mocosa y de
pobre de mí, es que cuando yo era niño rogaba cambiar todo el dinero que
tenía por unos padres que me quisieran. Por una familia que se preocupara.
Hubiera preferido pasar hambre y ser amado, que pasar hambre por amor.
Entonces maduras y te das cuenta de que trabajas con las cartas que te han
repartido. Te callas la puta boca y sigues adelante porque todas las súplicas,
todas las oraciones no te llevarán a ninguna parte. A veces no eres más que
la manzana podrida que no cayó lejos del árbol.
No iba a discutir con ella.
No valía la pena. Hay cosas que la gente nunca entenderá.
No volvemos a hablar, dejando que el ruido de la caja fuerte al girar llene el
vacío. No hasta que por fin pone los números en el orden correcto y abre la
puerta con un fuerte gemido.
—Pan comido —susurra, dándose palmaditas en la espalda. Me alegro que lo
haya hecho porque yo no lo haría por ella.
Me pongo en cuclillas, mirando dentro con la esperanza de que algo de aquí
me dé la información que necesito. Nos dará lo que necesitamos.
Agarro el teléfono y el sobre de papel manila de la caja fuerte y lo acerco a su
escritorio para dejarlos sobre la mesa. Lo primero que hago es encender el
teléfono y esperar a que desaparezca la manzana blanca antes que aparezca
una pantalla de bloqueo básica.
No me sorprende descubrir que hay una contraseña que protege la
información que hay dentro.
Rechino los dientes: —¿Cuál era la combinación de la caja fuerte? —le
pregunto a Briar.
—5749.
Toco los números en el teléfono sólo para que vibre y me diga que no es el
correcto. Sabiendo que no voy a conseguir nada más que más frustración, lo
dejo en la mesa y abro el sobre.
Dentro hay un par de cientos de dólares, junto con un pendrive que parece
prometedor. Lo introduzco con cuidado en el ordenador y espero a que
aparezca el archivo mientras Briar se acerca y se coloca detrás de mí,
observando la pantalla por encima de mi hombro.
—¿Qué mierda te crees que estás haciendo? —Giro la cabeza para mirarla,
con las cejas fruncidas.
—Yo soy la que entró en la caja fuerte. Debería poder ver lo que ayudé a
robar. —Cruzando los brazos delante de ella como si esta postura de poder
me intimidara.
—Ve a vigilar la puerta. —Muevo la cabeza hacia la entrada. No necesitaba
que viera lo que había aquí, aunque no fuera nada. Si resultaba ser algo que
diera información sobre Rose y su muerte, Briar estaría más involucrada de
lo necesario.
La mala suerte la puso en mi camino la primera vez, cuando estaba en el
mausoleo. La pista equivocada la mantuvo allí, y su ayuda para entrar en
esta caja fuerte era el último papel que desempeñaría en nuestro viaje de
venganza.
La había mantenido atada a un hilo, una marioneta con la que podía jugar
de vez en cuando, pero no tendría nada que ver con Rose ni con lo que le
haríamos a la gente que tuvo que ver con su muerte.
—No. —Se mantiene firme—: O me dejas mirar o grito.
—¿Estás dispuesta a cargar con la culpa de esto? —Enarco una ceja,
sabiendo perfectamente que podríamos culparla a ella por lo que estamos
haciendo.
—Si eso significa que tú no obtienes la información de este pendrive por
supuesto.
Creo que esta mintiendo, pero la forma en que se endereza y me mira
fijamente a los ojos me convence. Sopeso mis opciones, sé que no tengo
tiempo para esto.
—Bien, pero lo que encontremos en esto se queda dentro de ese grueso
cráneo tuyo, ¿entendido?
Asiente con la cabeza y nos volvemos a mirar el ordenador.
Siento el roce de sus pechos contra mi hombro cuando se inclina sobre mí
para ver la pantalla, su olor está tan cerca de mi nariz que mi polla no puede
evitar ponerse tiesa. Me pregunto si me impediría tirarla sobre este escritorio
y mostrarle lo fuerte que puede correrse cuando tiene miedo de que la pillen.
Lo rápido que se aceleraría su corazón mientras veía cómo la adrenalina fluía
por su cuerpo.
Hundo los dientes en mi labio inferior, como haría con su piel, sólo para
mantener a raya las imágenes.
Cuando el archivo aparece con un ding, hago doble clic y aparece un vídeo de
vigilancia. No estoy seguro de dónde es, pero parece un almacén o una
construcción. Los suelos de hormigón y los techos altos no me dejan ninguna
pista a seguir.
Hay un hombre atado a una silla en el centro de la sala mientras Greg West
está de pie sobre él, caminando en círculos. Subo el volumen y oigo su voz
filtrarse por los altavoces.
—Creo que hemos sido más que flexibles contigo. Ahora nos debes bastante
dinero —dice, justo antes que el hombre misterioso levante la cabeza y
exponga su rostro a la cámara.
El aliento de Briar se enfría contra mi cuello mientras jadea: —¿Ese es?
Asiento con la cabeza, mordiéndome el interior de la mejilla: —Sí, lo es.
Juntos vemos al alcalde Donahue luchar contra las cuerdas que le atan,
contoneándose mientras habla: —¡Sólo necesito un poco más de tiempo, Greg!
Sólo un poco más de tiempo y lo tendré todo para ti, por completo.
El ácido quema el interior de mi garganta, mi cerebro no es capaz de
comprender lo que ven mis ojos. Porque sé que el hombre al que vi sollozar
sobre el ataúd de su hija no está implicado en su muerte. El hombre del que
me compadecí. Por el que sentí puta lástima.
Me agarro al borde del escritorio y aprieto las yemas de los dedos para no
tirar el ordenador contra la pared.
—Dijiste eso hace seis meses. No tenemos más tiempo que darte, Frank. El jefe
está cansado de esperar. O nos entregas el dinero ahora, o nos das otra cosa
que nos pueda servir, o —hace una pausa Greg, de pie frente al alcalde
encogiéndose de hombros—. Bueno, si se llega a esa opción, no estoy seguro
de que quieras saber lo que te haremos.
Frank Donahue, un hombre que había criado a sus hijas solo desde que
tengo memoria, una de las únicas personas de esta puta ciudad a la que
respetaba, se convierte en todo lo que desprecio en menos de veinte
segundos.
—¡Joder! —gime— ¿Qué quieres? Nómbralo y es tuyo.
Me hierve el estómago, los demonios me arañan el interior del pecho
dispuestos a destrozarme para poder salir.
—Bueno, nos pidió prestado mucho dinero para su última campaña,
alcalde. —Greg juega con él.
—¡Tenía que hacerlo! Iba a ir a la quiebra si no lo hacía. —argumenta, con la
voz un poco quebrada.
—Mucha gente quiebra, Frank, y aún así no piden prestado dinero a gente que
no tienen intención de devolver. Considerando que el dinero que te prestamos
habría ido a comprar otra chica, necesitamos producto.
Noto cómo la mano de Briar se apresura a taparse la boca, amortiguando el
sonido de un grito ahogado cuando sale a la luz una revelación que ambos
no esperábamos.
—Ahí es donde Coraline fue. Se la llevaron —murmura, el miedo sacude su
voz, incluso puedo oír las lágrimas que amenazan con caer por sus mejillas.
Sólo había oído hablar de la desaparición de Coraline Whittaker de pasada
hace unas semanas. Pensando exactamente lo mismo que todo el mundo, se
puso en camino y abandonó este pueblo maldito. Iba a mil por hora, ¿había
más chicas desaparecidas?
—El jefe no quiere ser demasiado codicioso, así que está siendo amable aquí,
Frank y sólo solicita una de tus hijas. Entrega a una de ellas y podrás
considerar tu deuda saldada. —Greg apoya las manos en los brazos de la
silla, inclinando la cara hacia el alcalde—: En su totalidad.
La batalla del Cielo y el Infierno intenta partir mi alma por la mitad. En mi
cabeza se libra una guerra que no esperaba.
Iba a machacar a Frank Donahue.
Cada hueso se convertiría en polvo bajo mis manos y cuando me asegurara
que no volviera a caminar, dejaría que Thatcher lo cortara en rodajas y se lo
sirviera a este puto pueblo en bandeja de oro.
—¿Quieres una de mis chicas? —Le tiembla la voz.
—O el dinero. Tú eliges.
—¿Qué... la matarás?
Me pone enfermo que tenga que hacer esa pregunta. Me enferma que
siquiera lo esté debatiendo. Estoy aún más enfermo que sé lo que va a hacer,
porque esta respuesta conduce directamente a la muerte de Rose.
La dulce e inocente Rose que nunca mereció nada de esta mierda. Mi amigo,
mi mejor maldito amigo que se quedó despierto por la noche preocupado por
algo que hizo, alguien con quien se cruzó fue la razón por la que su chica
terminó muerta.
—No seas ingenuo, Frank. Estarías vendiendo a una de ellas a una operación
sexual. Vendemos e intercambiamos chicas. Lo que hacen sus dueños después
de que las recogemos, bueno, eso está fuera de nuestras manos.
—Dios mío. —Briar gimotea.
Greg saca una pistola y la apunta al cráneo de Frank, dejando claro que no
espera una respuesta.
—¡Espera, espera! Necesito un segundo, ¡sólo un segundo!
—Te hemos dado mucho tiempo. Se nos ha acabado el tiempo. —Oigo el tic de
la pistola amartillándose, el breve silencio antes que Frank diga la frase que
cambia el curso de la vida de todos.
Para siempre.
—Rose. Toma a Rosemary.
Capítulo Veinticinco
Lo que ocurre en la oscuridad

Briar
Los siguientes minutos de mi vida transcurren entre
decisiones precipitadas. Hacía unos momentos había visto a
Alistair casi combustionar por el vídeo que ambos habíamos
visto. Solo de pensarlo se me revuelve el estómago.
Me daba náuseas pensar que había abrazado a Lyra, lo
apenada que se había sentido por él, cuando en realidad todo
eso se lo había hecho él mismo. La razón por la que había
perdido a una hija por la muerte y había llevado a la otra al
borde de la locura.
Sin embargo, incluso en mi estado de shock total, no podía
dejar de seguir a Alistair. La forma en que se paseaba por un
agujero en el suelo, con las mangas remangadas hasta los
codos. Su sangre bombeaba tan fuerte que las venas de sus
antebrazos eran gruesas lianas asfixiando a un árbol.
Había eslabones en mi cabeza que se encadenaban.
Reconstruí la narración en mi cabeza, entrelazando todas las
partes que había presenciado y lo que había oído. Finalmente
todo se unió para formar una imagen impactante.
No estaban matando gente porque sí. No estaban asesinando
profesores y secuestrando chicas porque podían, lo hacían
para poder averiguar qué le había pasado a Rosemary.
Vi cómo sus ojos negros se fragmentaban, resquebrajándose
como la tierra sobre la lava. El resplandor del magma de
abajo resplandecía a través de la oscuridad cuando
escuchaba a Frank entregar a su hija como si fuera un cerdo
en venta.
Había evocado esa vulnerabilidad real y cruda que nunca
antes había visto en su rostro. Aunque intentara
enmascararla con ira y cólera. Aún podía sentir su dolor
mientras miraba la pantalla.
Rose había sido importante para él. Y se la habían llevado.
Yo más que nadie debería saber lo que pasa cuando tomas
algo de Alistair Caldwell, casi siempre no acaba bien.
Pensé que tendría tiempo de calmarse antes que volviéramos
a bajar. Iba a darle espacio, a dejarle que golpeara algo, pero
ni siquiera salimos del despacho.
Habíamos estado tan absortos con el vídeo que ninguno de los
dos escuchó el zumbido de nuestros teléfonos en los bolsillos
hasta que fue demasiado tarde.
Lyra me había reventado el teléfono con mensajes y llamadas,
en todos se leía lo mismo: “Lárgate de ese despacho”. Greg
venía de camino de la fiesta, y para cuando habíamos leído
los mensajes, ya estaba trasteando el pomo de la puerta.
Se me cayó el corazón a los pies cuando nos apresuramos a
meterlo todo en la caja fuerte, cerrándola lo más silenciosa y
rápidamente posible. Mis ojos desorbitados buscaban lugares
donde esconderme, y el sonido de la cerradura me hacía
sudar.
Estábamos jodidos.
Hasta que Alistair me dio un golpe en el codo y me metió en el
armario que había al otro lado de la habitación. Cerró la
puerta, que nos permitía ver fragmentos de lo que ocurría
fuera.
No podía respirar, me sentía débil y mareada mientras
apoyaba las manos contra las paredes apretadas, mi espalda
pegada al pecho de Alistair mientras esperábamos con los
pantalones cargados. Me quedé helada al ver al señor West
entrar en su despacho.
Sus caros zapatos flotaban sobre la alfombra mientras se
dirigía a su escritorio. Podía sentir la furia en el pecho de
Alistair, su corazón latiendo vigorosamente contra mi
columna vertebral.
Quería hacer algo estúpido. Su ira sacaba lo mejor de él en
ese momento. El hombre que había hecho un trato que acabó
con la vida de su amiga estaba a sólo unos metros y yo no era
más que un palillo de dientes conteniendo la presa.
Sentí que cambiaba de peso y me asusté.
Mi mano bajó hasta la suya y rodeé sus largos dedos como
una niña que busca consuelo. Lo rodeé con la mano,
apretando con fuerza. No lo hacía para protegerlo, sino para
protegerme.
Si se largaba de aquí estábamos jodidos los dos y yo no iba a
caer con él. Por mucho que lo odiara, estábamos juntos en
esta situación.
Greg jugueteó con su ordenador, se sentó en su silla y se
puso cómodo. No tenía ni idea de cuánto tiempo estaría allí y
no sabía si podría estar de pie para siempre.
Cerré los ojos, pellizcándolos mientras intentaba imaginarme
cualquier otro lugar en lugar de esta habitación
claustrofóbica con el único hombre del mundo al que no
soportaba. Respiraba con dificultad y sentía que no podía
hacer nada para calmar mi corazón galopante.
Mi cerebro estaba sumergido en señales de angustia. La
capacidad de procesar esta ansiedad estaba apagando mi
sistema. Todo se sentía disperso y el funcionamiento normal
parecía improbable.
Más allá de mis ojos cerrados, Alistair me soltó la mano y sus
dos manos bajaron hasta mis caderas deteniéndose allí con
autoridad, anclándome en mi sitio. Sentí mi respiración en el
estómago, el hundimiento de mi caja torácica una y otra vez.
Con suaves caricias, siguió las curvas de mi cuerpo como un
camino reservado. Las yemas de sus dedos se deslizaban por
la tela de mi vestido hasta llegar a mi pecho, donde se
detenía.
Estaba soñando despierta, nada aquí parecía real.
Ni siquiera cuando sus manos, deslizándose por debajo de la
tela, rozaron con sus callosas palmas mis tiernos pezones y
eso envió pequeños relámpagos a mi centro. En algún lugar
de mi mente, sabía que debería haberme puesto furiosa.
Debería haberle detenido, pero era como si otra persona se
hubiera apoderado de mi cuerpo.
Un alter-ego había salido para protegerme del terror.
Incliné la cabeza hacia su hombro, mi nariz rozó su afilada
mandíbula y juré que casi me corta.
—¿Puedes sentirlo, Ladronzuela? —murmura, tan
inaudiblemente que pensé que podría estar alucinando.
Asiento con la cabeza para que siga amasándome los senos,
maniobrando en pequeños círculos, levantando su peso
mientras las yemas de sus dedos se hunden con más firmeza
en mi piel. Mi aturdimiento de calidez empieza a desvanecerse
cuando oigo al señor West moverse en su silla, inclinándose
para escribir algo en el teclado.
—Se llama la oleada. —Mis piernas se crispan ante su voz—.
Ese torrente de endorfinas que te llena. Tu cerebro lo hace
antes de que estés a punto de morir, para que sea menos
doloroso. Te pone eufórico y excitado. Por eso te gustaba tener
miedo. Es por eso que debajo de todo —resuena su pecho—,
somos iguales.
Podía sentirlo.
Esa sensación de éxtasis que me bautizaba de pies a cabeza.
Ahogándome en la necesidad. Lo viva que se sentía la
agitación entre mis muslos. La forma en que todo se elevaba
porque el Sr. West estaba a sólo unos metros de distancia. En
cualquier momento podía atraparnos, sus manos asaltando
mi pecho, mi espalda arqueada hacia él mientras jadeaba
como una perra en celo.
Me sentía tan cerca de la muerte, pero tan jodidamente viva.
Tragué con fuerza mientras movía su estudio hacia el sur, las
manos tirando de la falda de mí vestido hacia arriba y
alrededor de mi cintura, dejando al descubierto la parte
superior de encaje de mi tanga negro. Agradecí el color
oscuro, esperando que la excitación que ya se acumulaba allí
no fuera visible para él en la oscuridad.
—Puedo oler lo mojada que estás, Briar. Tu coño estaba
necesitado de mí en la piscina y está necesitado de mí ahora y
apenas te he tocado. —Me habla como si estuviera en
problemas. Hablándome por lo bajo, mientras su palma
trazaba la curva de mi culo.
Mi cuerpo se estremeció por la sensación, haciéndome mover
para que pudiera sentir su polla empujándome desde atrás.
Sentí que me quedaba con la boca abierta de placer silencioso
y que mi cuerpo traicionaba todo el control que hasta
entonces había tenido sobre mí misma.
Sin embargo, mis labios no se rendirían ante él. Todavía no.
—Vete a la mierda, Alistair. —siseo entre dientes.
La forma en que su boca descendió sobre la mía fue un
torrente de llamas. Un choque de lenguas y dientes mientras
nos provocábamos mutuamente. Nuestros labios mezclándose
en busca de pasión y resentimiento. Quería gemir de lo bien
que sabía, como el chocolate negro.
Me muerdo la lengua cuando se aferra a mi labio inferior con
sus dientes blancos, chupándolo antes de soltarme. Puedo
saborear la sangre en mi boca, el borde metálico
quemándome viva. Mis dedos se aferran a su ropa, sin saber
si es por rabia o por deseo.
—Deja de mentirte a ti misma, se está haciendo aburrido. —
su tono no dejaba lugar a discusiones—. Necesitas esto. Has
estado anhelando esto.
Sus dedos despiadados se introdujeron entre mis piernas,
deslizándose por el pliegue de mi coño y haciéndome temblar
en su poder. Nunca me había sentido tan pequeña, tan
diminuta entre sus brazos musculosos. Todo lo que él era me
absorbía y se negaba a soltarme.
Me contoneé, persiguiendo los pedacitos de fricción que me
proporcionaba. Mi boca, mi orgullo, nunca me dejarían
admitirlo en voz alta.
Que él tenía razón.
Que por la noche, cuando me despertaba sofocada, la única
forma que tenía de descansar era meter los dedos entre los
muslos y dejarlos bailar al compás de sus pensamientos. Que
después de la noche en la piscina, no podía correrme sin
imaginarme su cara.
La punzada en mi vientre era fuerte, pero tan, tan buena. Y lo
quería todo.
Le miré en este espacio reducido, nuestros labios flotando
uno sobre el otro.
—Lucha conmigo o fóllame, Caldwell. Se acabaron los juegos.
Había desatado deliberadamente una bestia furiosa con esas
palabras. Nunca había sentido un poder así, me envolvía por
completo. Tomó toda mi fuerza de voluntad contra él y la hizo
arder.
Dos dedos dibujaban patrones en mi centro, separando mis
labios y esparciendo mis jugos. Caricias perezosas e
intencionadas mientras exploraba mi empapado coño. Podía
oír los débiles sonidos que emitía entre mis muslos mientras
arrastraba mi lubricante natural desde el clítoris hasta el
orificio fruncido más cercano a él.
Jugaba conmigo, provocándome, y podía oír su respiración
gutural mientras me observaba. Miraba hacia abajo,
observando cómo mis caderas se molían contra sus dedos,
persiguiendo ese subidón.
Mis manos se montaron en los bordes del marco del armario,
agarrándome en busca de estabilidad mientras mi cuerpo se
inclinaba hacia delante. Mi cabeza apenas rozaba la puerta,
mechones de cabellos parecían asomar por las rendijas de la
entrada. Mis ojos no perdían de vista al profesor que sólo
tendría que encender la luz de esta habitación para vernos
más allá de las persianas.
Él vería mis mejillas sonrojadas y el brillo del líquido que se
derramaba entre mis piernas, goteando, corriendo hasta mis
tobillos.
Me estremecí en el agarre de Alistair, el fuego de mi calentura
sólo crecía a cada momento que pasaba. Hubo un segundo de
claridad cuando dejó de tocarme para desabrocharse los
pantalones, bajándoselos lo justo para sacar su polla, en el
que me pregunté qué diablos estaba haciendo.
Dios, Briar, ¿qué diablos estabas haciendo?
Entonces, como si nunca hubiera aparecido en primer lugar,
se disuelve en el momento en que siento su longitud
presionando entre mis pliegues, deslizándose entre mis
muslos untando su eje con mi fluido de olor dulce.
Las venas de su polla rugosa me acarician las partes más
sensibles, haciéndome cosquillas en el clítoris con cada
movimiento de sus caderas. Ambos respiramos
entrecortadamente.
Miré hacia abajo para ver cómo penetraba a través del hueco
que había creado en mis muslos, la punta de su polla
deslizándose más allá de mi montículo revelando lo difícil que
sería quedarme callada cuando se enterrara dentro de mis
estrechas paredes. Fue la experiencia más erótica de mi vida.
—¿Tienes miedo? —su voz se sintió como un trueno en mi
tímpano.
Negué con la cabeza porque no lo estaba. Estaba caliente.
Loca de deseo. Delirante. Y jodidamente desesperada pero no
estaba asustada, por primera vez estando cerca de él, no tenía
miedo.
Con cálculo, se estira hacia delante golpeando con el puño la
pared del armario.
Una vez.
Dos veces.
Tres veces.
El sonido rebotó en la sala haciendo que el Sr. West elevara la
mirada hacia nuestra región. No podía vernos desde su
escritorio, pero tenía las cejas fruncidas por la confusión. La
necesidad de investigar lo que fuera que acababa de oír.
Dios mío.
¿Qué estaba haciendo?
—Alist-
Sentí que me tapaba la boca con la palma de la mano justo
cuando se enfundaba por completo dentro de mí. No me dio
tiempo a adaptarme ni a asentarme.
Alistair no estaba teniendo sexo conmigo. Me estaba follando.
Estaba tomando cada emoción que tenía y deleitándose con
ella.
Mi humedad ayudó a aliviar su violenta embestida, pero aún
podía sentir la incomodidad de la brusca acción. Mis dedos se
clavaron en la madera del marco, con los ojos desorbitados
por el horror, mientras Greg se levantaba del escritorio.
Un miedo helado recorre mis venas ante la posibilidad de que
nos descubran. Alistair sabe lo que está haciendo, lo que
podría perder si nos atrapan. Creo que esos pensamientos
son los que alimentan su feroz ataque.
Empujes crueles y profundos por detrás me dejan
tambaleándome. Lo sentía por todas partes. Su olor
estrangulándome, su polla tan profunda que no sabía cómo
volvería a sentirme vacía.
—¿Tienes miedo? —me gruñó.
Estaba sumergida en demasiados sentimientos. Todo era
demasiado. Mi corazón martilleaba ante el temor que nos
pillaran, nos iban a pillar no solo entrando en su despacho,
sino follando en su armario.
Sabía las consecuencias que tendría para mí si eso ocurría.
Pero incluso cuando el Sr. West empezó a caminar hacia
nosotros, no pude decirle a Alistair que redujera la velocidad.
Ni siquiera le diría que se detuviera si tuviera la oportunidad.
Sentía un ardor en el vientre que aumentaba cuanto más
empujaba dentro de mí. Golpes cortos y despiadados que me
sorprendió que nadie pudiera oír. Mis gritos fueron tragados
por su palma sobre mi boca, y por mucho que quise no pude
cerrar los ojos. Tenía que seguir mirando.
Era como ver un choque de frente. No podía apartar los ojos
del horror. Tenía que ver cómo acababa.
A cada paso que daba el Sr. West, más cerca estaba del
clímax. Cuanto más intensamente sentía el eje de Alistair
rozar el punto sensible dentro de mí. Más me presionaba
contra él, dándole algo sólido contra lo que golpear.
Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al oír sus bajos
gruñidos de placer y la forma en que su mano libre me
sujetaba la cadera. Sus labios recorren mi garganta con
creciente urgencia. Puedo sentir cómo inhala mi aroma en lo
más profundo de sus pulmones. Atrapándome allí.
Quería correrme.
Lo deseaba tanto que no me importaba si me pillaban.
Mi mente se vació, mi cuerpo quedó totalmente deshuesado
en sus garras. Todo me daba vueltas, parpadeos de puntos
blancos llenaban mi visión mientras la euforia me lamía los
talones. Mis paredes se estrechaban cada vez más contra él.
—Dime, Ladronzuela. Quiero oírlo. Dímelo ahora mismo,
joder.
Se me llenaron los ojos de lágrimas por la fuerza de las
emociones. Su mano tirando de mi boca, dejándome libre
para gritar pidiendo ayuda o decirle exactamente lo que
quería oír. Estaba tan excitada que ya estaba a punto de caer
al vacío. La goma elástica de mi estómago empezó a romperse.
Así que cuando su pulgar encontró mi clítoris, frotándolo sin
piedad, no pude contenerme.
—Sí, tengo miedo —susurré con una voz frágil que me asustó
porque no sonaba como yo misma.
El colmo se había alcanzado cuando el Sr. West agarró con la
mano el pomo de la puerta del armario. Listo para abrirla y
ver cómo me rompía en mil pedazos mientras Alistair seguía
follándome por detrás. Mi orgasmo me golpeó con fuerza, una
avalancha de placer que hizo vibrar cada centímetro de mi
cuerpo.
Una ambrosía pegajosa y nectarífera se filtró por mis piernas,
ahogando la polla de Alistair. Mi coño se convulsionó,
succionándolo dentro de mí y negándose a soltarlo. Podía
sentir cada curva de su longitud dentro de mis paredes
mientras extraía mi orgasmo de él.
—Joder, necesito sacarlo. —Su voz es tensa, áspera y
estrangulada. Parece que se lo dice más a sí mismo que a mí.
Sus dientes se hundieron en la carne de mi hombro, no sólo
un pequeño mordisco de amor, sino un mordisco feroz que me
dejó la piel escocida. Alistair bombea sus caderas dentro de
mí un par de veces más, antes de deslizarse fuera de mí con
facilidad, otra oleada de satisfacción me llena el pecho al oír
mi nombre en sus labios mientras se corre.
No puedo evitar preguntarme si eso ocurre a menudo.
Cuando está en la ducha, si tiene la mano alrededor de la
polla, masturbándose hasta correrse con mi nombre en los
labios.
Más allá del punto de éxtasis, ni siquiera registré el sonido de
una alarma de incendios que había ocultado mis gemidos de
placer. Estaba volviendo a la tierra, las consecuencias de mis
actos se hacían cada vez más reales a medida que oía el eco
de la alarma.
Sonaba en todo el campus.
El Sr. West maldice, tan cerca que básicamente respira el
mismo aire que yo. Rápidamente se olvida de los golpes de su
armario, apresurándose a ir a ayudar con el aparente
incendio que ha salvado mi orgullo y mi reputación.
Salgo del armario, el aire limpio fuera de nuestro sudor y
hormonas es un brutal recordatorio de lo que acabo de hacer.
¿Y si tenía una jodida ETS? Ni siquiera usamos condón. Dios
mío, no puedo acabar embarazada.
Me pongo la mano en el pecho y me obligo a calmarme
mientras me giro para mirarle, con el vestido pegado a los
muslos por el sudor.
—Por favor, dime que estás limpio. —Respiro, haciendo una
mueca de dolor mientras intento no mirarle mientras se sube
los pantalones, se abrocha la cremallera y se pasa una mano
por el cabello. Sale del estrecho espacio como si nada de esto
le molestara.
Hay algo que destella en sus ojos. ¿Molestia? ¿Frustración?
Respira: —Estoy limpio.
El alivio me inunda y me ocupo de uno de los principales
problemas que tengo ahora mismo. La sirena sigue sonando
mientras me acerco a la ventana y veo que uno de los árboles
de la zona común está envuelto en llamas anaranjadas. El
fuego ruge y sisea ruidosamente, elevándose cada vez más a
medida que consume el viejo árbol.
—Dios mío, Lyra. —Respiro, la preocupación me llena por mi
amiga que dejé con tres de los cuatro psicópatas.
Me doy la vuelta dispuesta a salir corriendo del despacho y
volver al lugar donde la dejé en el gran vestíbulo. Los brazos
de Alistair me atrapan antes que pueda hacerlo,
deteniéndome con su alta estatura y sus manos sujetándome
con fuerza los antebrazos.
—Lyra está bien. —El humano en sus ojos se ha ido, volvieron
los orbes negros que no dejan espacio para nada más que la
oscuridad.
—¿Sí? ¿Y cómo lo sabes? —argumento.
Una sonrisa de complicidad se dibuja en su cara,
transformándolo en el asombroso villano que es. Se me
revuelve el estómago, Dios, me acosté con él. He tenido el
mejor sexo de mi vida con él, ¿y ahora qué?
—Porque ayudó a Rook a provocar el incendio.
Capítulo Veintiséis
Permanece en la oscuridad

Alistair
—¿No tienes tu propio dormitorio? —Me reclino en la silla de
mi escritorio—: ¿Y tu propia cama?
Rook, levanta la cabeza de mi almohada, alzando las cejas.
—¿No puedo salir con mis dos mejores amigos?
—Thatcher está en la ducha y yo prácticamente te ignoro.
Simplemente no quieres sentarte solo en tu habitación.
—Silas está en el Cementerio, quería ir solo. Tengo que
aprender a confiar en que haga las cosas por sí mismo, pero
si me quedo en nuestra habitación sin distraerme, acabaré
siguiéndole para asegurarme que no hace ninguna estupidez.
—admite, lanzando su zippo al aire por encima de su cabeza,
atrapándolo suavemente mientras vuelve a caer.
Asiento con la cabeza y vuelvo al boceto que tengo sobre la
mesa, con el lápiz presionando el papel para sombrear el
exterior de la rosa y darle más dimensión.
—Hablando de Silas —continúa Rook, sentándose y colgando
los pies del borde de mi cama—. Ya nos estamos ocupando de
Greg, lo sé. Pero, ¿qué vamos a hacer con el alcalde? ¿Vamos
a dejarle vivir sabiendo lo que hizo?
La punta de mi lápiz se rompe por la presión que estoy
ejerciendo.
—No es nuestra decisión —digo, todavía mirando el dibujo—.
Es de Si. Nos encargamos de Greg, le sacamos lo que
podamos, luego dejamos en manos de Silas si vamos por
Frank. Esta es su guerra. Nosotros sólo somos soldados.
Sabía que cuando les contara lo que había visto tardarían un
minuto en asimilarlo. Que la verdad quemara las heridas ya
sangrantes que teníamos. Una vez que nos enfrentáramos a
Greg sobre su implicación, una vez que averiguáramos si él
fue quien inyectó las drogas y acabó matando a Rose, sabía
que Silas empezaría a cambiar de dirección.
El plan era matar a Greg, agarrar el USB antes que nadie y
guardarlo para cuando estuviéramos listos para enviarlo
anónimamente a la policía. Queríamos a los que habían
estado enredados en la muerte de Rosemary, no a un círculo
sexual. Eso no estaba en nuestros planes, pero no podíamos
guardarnos la información cuando sabíamos que había otras
chicas desaparecidas. Dejaríamos que la policía se encargara
de eso una vez que hubiéramos terminado de obtener la
venganza que merecíamos.
El alcalde Donahue recibiría su merecido de cualquier
manera. Ya fuera a manos mías o del sistema penitenciario,
no saldría vivo.
He pensado en ese vídeo durante horas y horas en los últimos
días. Reproduciendo lo fácil de una decisión que fue para
Frank. Lo rápido que había elegido a una de sus hijas para
negociar.
En el fondo me sentía culpable.
Me sentí en parte culpable porque la relación de Rosemary
con nosotros fue probablemente la razón por la que la eligió a
ella en lugar de a su hermana. Sage Donahue no se movía en
nuestro círculo, ni siquiera alrededor de él. Mientras que a
Rose no le importaba ensuciarse, juntarse con los que tenían
reputación y dejar pasar nuestras travesuras, su hermana no
podía ser más opuesta.
Sage había sido animadora, la novia de Ponderosa Springs, y
no se habría muerto por estar cerca de gente como yo. No
había sido una zorra con nosotros, más bien había fingido
que no existíamos. Lo cual estaba bien, nosotros tampoco nos
esforzábamos por ser acogedores con ella.
Silas había dicho, ella siempre se hacía de rogar cuando él
venía a ver a Rose. Aunque eran gemelas que compartían el
ADN, no podían ser más opuestas. Menos el color del cabello,
que era bastante acertado, aunque a una le encantara el rosa
chicle y la otra lo odiara.
—¿Lo habrías hecho? —pregunta Rook, mirándome con la
mandíbula tensa. Una tormenta en su mente, que hizo sus
ojos tan azules que pensé que estaban brillando.
—¿Hacer qué?
—¿Habrías elegido si fueras Frank? ¿Habrías elegido entre tus
hijos?
Me pongo el lápiz detrás de la oreja y aparto el bloc de dibujo.
Cruzo los brazos delante del pecho y miro al techo. Muerdo en
la piel del interior de mi mejilla.
—Habría dejado que Greg me matara antes de ser la razón
por la que una de mis hijas acabara muerta.
El producto de una familia que había elegido desde el
principio a qué hijo querían. No sólo una pequeña línea de
favoritismo, pero yo ni siquiera estaba en la carrera por ser el
hijo más querido. Cuestioné mi existencia desde mi juventud.
Si me odiaban tanto desde el momento en que llegué al
mundo, ¿por qué me habían tenido?
Si Dorian era tan perfecto, ¿por qué iban a tener otro hijo? Lo
hicieron bien la primera vez, ¿verdad?
En esta ciudad, los secretos tienen una forma de escabullirse
y la respuesta a eso no era diferente.
Incluso como la persona que es representada como malvada
en la historia de todos. Me sacrificaría antes de hacer daño a
alguien que me importa.
Un golpe en la puerta detuvo la conversación antes de que
pudiera empezar.
—Probablemente sea Silas. —anuncia Rook, saltando de la
cama para abrir la puerta.
¿Por qué iba a llamar? ¿No entraría sin más?
La puerta se abre lentamente, la estatura de Rook bloquea el
pasillo de mi visión por lo que todo lo que oigo es su voz.
—Vaya, vaya, sabía que en algún momento llamarías a la
puerta del diablo. —Prácticamente puedo ver la
sonrisa en su cara desde aquí.
La voz sarcástica de Briar entra en la habitación, haciéndome
mucho más consciente de lo que me rodea.
Rook se gira para mirarme, señalando con el pulgar detrás de
él.
—Eso es todo tuyo, hermano.
Respiro, me levanto de la silla y me dirijo a la puerta entre
abierta. Enrosco los dedos en la parte superior, abriéndola y
apoyándome en el marco mientras miro fijamente a Briar.
Sus ojos se clavan en mi pecho desnudo, absorbiéndome por
completo, los tatuajes que no había visto antes, todo, y yo se
lo permito.
Esto me permite observarla abiertamente, los jeans de
pernera recta que lleva todo el tiempo, su camisa de rayas de
manga larga cortada en el ombligo que deja al descubierto la
piel de su vientre. Me pregunto cuántos chicos de este
dormitorio habrán mirado exactamente ese trozo de piel
mientras ella se dirigía a mi habitación.
Mis dedos aprietan la puerta: —¿Has terminado de mirar? —
suena más duro de lo que pretendía, pero bueno.
—Sí, um, sí, yo sólo... tus tatuajes son geniales. —Ella trata
de cubrir su descarada mirada folladora, fallando,
miserablemente.
Me miro la pieza del pecho, que es lo único que tengo en la
parte delantera, aparte de la moneda del bajo vientre. La
calavera de carnero y las espinas fueron algo que diseñé yo
mismo, Shade tuvo el honor de sujetarme durante las siete
horas que me llevó.
—Gracias —gruño—. ¿Hay alguna razón para que estés aquí?
¿O simplemente disfrutas acabando en sitios donde no
deberías estar? —Levanto una ceja y la veo balancearse sobre
los talones.
Mira hacia arriba y hacia abajo por el pasillo asegurándose
que no hay nadie alrededor.
—Sólo quería darte las gracias. —La iluminación de mierda
del dormitorio hace que sus ojos parezcan apagados.
Sabía por qué me estaba dando las gracias, pero decidí ser un
idiota de todos modos.
—¿Por hacer que te corras? No hace falta que me lo
agradezcas —No me molesto en quitarme la sonrisa de la cara
cuando empieza a ponerse roja. Sus mejillas redondas se
tiñen y se sonrojan.
—Eso no es lo que quise decir y lo sabes. —sisea—: Te estoy
dando las gracias por Ada.
Suspiro, salgo al pasillo, cierro la puerta tras de mí y apoyo la
espalda en ella. Cruzo los brazos delante de mí. Después de
salir corriendo del despacho de Greg, tuve el privilegio de
explicarle que, antes de follar en el armario, le mandé un
mensaje a Rook para que hiciera algo y pudiéramos salir de
allí.
No sabía que quemaría un árbol del patio, pero lo consiguió.
La pobre Lyra se había convertido en cómplice de un incendio
provocado porque intentaba arrancar la cerilla de la mano de
Rook, pero la llama golpeó contra el gas que la encendió. Esa
fue también la razón por la que me sentí tan confiado al
delatar nuestra posición mientras estaba enterrado dentro de
ella. No podía haber planeado un momento mejor, pero
aunque nos hubieran pillado, no me preocupaba.
Greg West estaba muerto para mí, ¿qué nos iba a hacer a
Briar o a mí si estaba a dos metros bajo tierra?
—No le des mucha importancia.
—Pero es que... ¿sabes qué? —Levanta las manos, como si se
estuviera impidiendo a sí misma hablar al hacer eso,
metiéndose la mano en el bolsillo—, no importa. —La luz
capta mi anillo en la palma de su mano cuando me lo tiende
para que lo agarre.
Sabía que lo tenía.
Después de la oficina, después del sexo, después de las
secuelas. El tormento de su rata muerta no era necesario.
Tenía suficiente con ella que si quería hablar, la arruinaría.
Así que no fue gran cosa devolverle el tonto roedor.
Debería haberla matado para empezar, habría sido más fácil
que comprar provisiones y comida para la maldita cosa. Una
maldita cosa que me mordió en los primeros tres días que la
tuve en mi dormitorio.
Había tenido una discusión con la rata blanca mientras
Thatcher estaba en clase sobre que más le valía ponerse las
pilas o iba a dejar que mi compañero de piso la despellejara
de verdad. No mentí cuando dije que había dejado que
Thatcher despellejara un animal, una ardilla, creo. Eso es lo
que usamos para la nota en la puerta de su dormitorio.
—Ahora tenemos las manos limpias el uno del otro. —
termina, esperando a que le quite la joya—. Tú sigue tu
camino y yo seguiré el mío.
Casi quería reír, ¿nuestras manos limpias el uno del otro?
Habíamos hecho todo lo contrario en ese armario. Me había
ensuciado las manos y la polla con ella. Mis dedos, mis
labios, estaban cubiertos de su olor. La ducha de después
sólo había endurecido mi polla. De pie bajo el ardiente chorro
de agua caliente, su olor rodando fuera de mí en el vapor
haciendo que sea mucho más fácil follar mi mano.
Estaba manchado con ella.
No había forma de limpiarme.
Ahora no.
—¿Sabes lo que la gente de aquí ve cuando te mira, Briar? —
la pregunta nos toma desprevenidos a los dos.
Ella retrocede, poniendo los ojos en blanco.
—No puedo esperar a escuchar esto.
Inclino el cuello hacia ella, pasándole un mechón de cabello
por detrás de la oreja mientras dejo que mis ojos se deslicen
por su esbelta garganta, hacia su hombro, donde
probablemente estén las marcas de mis dientes.
—Nada. No ven nada —murmuro.
Su reacción está justificada, la forma en que aparta mi mano,
apretando los dientes y poniéndose a la defensiva,
lamentando ya haber venido aquí a intentar ofrecer una rama
de olivo.
—Eso es muy dulce de tu parte, Alistair. De verdad, gracias
por recordarme el pedazo de mierda que eres.
Dejo que se aleje de mí, lo justo para que se sienta mejor
consigo misma, antes de seguirla. Mi paso es firme, sabiendo
que acabaré alcanzándola.
—Ven basura —continúo—, un desecho.
Estas palabras parecen empujarla más rápido hasta que se
balancea alrededor de la barandilla, a punto de bajar los
escalones. La sigo de cerca, para que oiga cada una de mis
palabras.
—Una chica de un pueblo de ninguna parte que no pertenece
aquí. Una chica invisible sin propósito, sin futuro.
Mis palabras son duras.
Pero son honestas.
Los profesores no la miran con potencial como a otros
alumnos. La miran como si ya hubiera llegado lo más lejos
posible en la vida. Con que esté aquí es suficiente. No la ven
inteligente ni con talento.
Apenas la ven.
Gira bruscamente, con la frustración y el dolor centelleando
en sus ojos. Aunque se ha detenido, yo no lo hago. Continúo
persiguiéndola, paso a paso, hasta que está presionada
contra la parte delantera de mi cuerpo.
Hasta que su espalda está contra la pared y puedo olerla.
—Sólo quería que esto terminara, Alistair. ¿Por qué me estás
diciendo esto? ¿Por qué sigues haciendo esto? —Hay un
quiebre en su voz mientras busca respuestas en mis ojos.
Mantengo la mandíbula apretada, la cara impasible. No hay
nada que ella pueda ver dentro de mí.
—¿Puedo decirte algo? —Ignoro por completo sus preguntas.
—No.
No le hago caso, agarro las trabillas de su cinturón
enganchando los dedos en ellas y tirando lentamente de ella
hacia mí. Mi boca respira el mismo aire que ella, nuestras
narices se rozan.
—A mí también me miran así —susurro, mi tono arenoso.
Venía de generaciones de riqueza y aun así me trataban igual
que a la chica que no tenía prácticamente nada. No tenía
nada que ver con el dinero y sí con lo que llevábamos dentro.
—Me miran como si no fuera nada. Con los años he
aprendido que me gusta. Me encanta ser la persona a la que
empujan a la sombra.
Sus ojos se encienden de pasión mientras nuestras caderas
se presionan mutuamente. Mi mano derecha descansa en la
base de su garganta, los dedos se enroscan un poco alrededor
de su cuello. Podía sentir los latidos de su corazón bajo mi
mano.
Me paso la lengua por el labio inferior, atrapando el suyo en el
proceso.
—Podemos hacer lo que queramos dentro de las sombras. Es
mi sitio. Nuestra invisibilidad no nos hace débiles,
Ladronzuela.
La presión de mi mano aumenta, un pequeño gemido sale de
sus labios.
—Nos da poder.
Su mirada pone a prueba mi autocontrol, es una mirada de
necesidad. Quiere que la bese. Que le bese los labios, el
cuello, el dulce lugar entre el hombro y la garganta, sus
amplias tetas, la curva de su columna. Me quiere encima de
ella, dentro de ella.
Nunca más podremos estar limpios el uno del otro.
Quiero que mis palabras calen en su piel. Que se impregnen
en su sistema para que comprenda el daño que puede causar
cuando reconoce que sus partes oscuras y retorcidas no son
algo que deba ocultarse. Tienen que ser lo que la impulse a
seguir adelante.
Es la única manera de que salga viva de este lugar.
Suelto mi agarre, empujando la pared detrás de ella para
poner distancia entre nosotros, mi polla odiándome por
alejarla de su calor.
Me quedo allí un momento más, mirándola, cómo sube y baja
su pecho. Cómo sus mejillas sonrojadas la hacen parecer aún
más inocente de lo que ya es. Sería tan fácil follarla, aquí
mismo, en este pasillo.
En lugar de eso, me doy la vuelta, obligando a mis piernas a
moverme de vuelta hacia mi dormitorio, donde probablemente
Rook y Thatcher estén intentando escuchar a través de la
puerta con un vaso de cristal.
—Espera-Alistair-espera —hago una pausa dándole la palabra
para hablar, aunque es sólo un segundo, y ella lo sabe.
—Quiero saber —murmura—, quiero saber qué es lo que hace
que las sombras sean tan grandes. Quiero que me lo enseñes.
Aprieto los puños mientras el fuego corre por mis venas, la
excitación bombea por mi sangre. Me muerdo la lengua,
conteniendo una sonrisa.
Sabía quién era Briar. Sabía la chica que era y quién podría
ser en el momento en que la vi en esa fiesta. Sabía el daño
que podría causar en este lugar.
Ahora era el momento que lo viera por sí misma.
Capítulo Veintisiete
Dios de la ira

Briar
El rugido de los motores hizo vibrar el estadio de hormigón en
el que entré. El olor a goma quemada y a hierba. Me había
asombrado cuando subimos desde el estacionamiento, al pie
de una pequeña colina, al ver que las altísimas luces seguían
funcionando en este lugar. Suponía que había sido el dinero
de los padres de alguien lo que había hecho que volvieran a
funcionar. Del rap underground al death metal, la música que
clamaba en la noche.
Gente que no aparentaba más de catorce años fumaba
cigarrillos en el centro de la pista, e incluso personas que
aparentaban cerca de treinta se apiñaban haciendo apuestas
sobre los lunáticos que corrían por la pista agrietada y rota.
El Cementerio era todo lo que esperaba que fuera. Caos.
Destrucción. Rebelión.
—¿Cómo es que la policía no ha cerrado este sitio? —le grito
por encima de la locura a Lyra, que me lleva a una fila de
asientos de hormigón que están abiertos. No están muy
arriba, así que podemos verlo todo con bastante claridad.
Incluido el improvisado ring de boxeo que hay en el centro del
estadio. Una gran mancha de tierra en medio de la hierba
donde el verde se negó a crecer después de haber sido pisado
demasiadas veces.
Me encogí al ver a un chico de mi edad derrumbarse en el
suelo tras recibir un rodillazo en la cara.
Si algo como esto ocurriera en mi pequeña ciudad de Texas, el
sheriff y la mitad de los policías del condado estarían encima
como moscas a la miel.
—Saben que no podrán hacer nada al respecto. No pueden
detener a todos los que estamos aquí, y aunque lo hicieran, la
mayoría de los que están aquí tienen dinero suficiente para
librarse de las esposas antes incluso de que los fichen. No
tiene sentido.
El aire de la noche es fresco y me doy las gracias por llevar
varias capas. El suave material de la sudadera con capucha,
junto con el abrigo grande abotonado que le he puesto por
encima, me abrigan a la perfección.
Mis Converse sin aislamiento eran otra historia, estaba
bastante segura que mis pies se congelarían antes que
acabara la noche.
Metiéndome las manos en los bolsillos para calentarme los
dedos, mientras observaba cómo dos autos se alineaban en la
línea de salida.
—¡Damas, caballeros, putas y bastardos, bienvenidos al
Cementerio!
Bueno, eso es agradable, pienso mientras la multitud que me
rodea empieza a retumbar y a gritar. Las palmas, los
abucheos y los cánticos hacen que mi estómago burbujee de
emoción. Lyra me golpea el hombro y se une a los aplausos
para animarme.
—Como siempre, si van a correr ya deberían estar esperando
en uno de los boxes. Por favor, que nadie camine por la pista
durante la acción, no tengo ganas de raspar cerebros del
asfalto esta noche. —anuncia con un tono bromista que hace
que la multitud aclame con más fuerza.
Eso que debería haberles asustado, sólo encendió su alboroto.
La primera tanda de autos revoluciona sus motores, los
motores ronronean. Pasamos los primeros treinta minutos
aplaudiendo a los vehículos, desde Mustangs a Ferraris, que
recorren la pista. Ni siquiera estábamos seguras de a quién
apoyábamos, pero sabíamos que era divertido.
Mentiría si dijera que no buscaba a Alistair entre las carreras.
La emblemática chaqueta de cuero no estaba por ninguna
parte y sus amigos tampoco, al menos de momento.
Mi curiosidad no me dejaba dejarlo estar.
Dejarlo a él.
Me presenté en su dormitorio con un plan. Agradecerle que
no matara a mi rata y que me la devolviera ilesa. En realidad,
parecía un poco más corpulenta, lo que significaba que la
estaba alimentando demasiado, pero me pareció algo lindo.
Le devolvería el anillo y tomaríamos caminos separados.
Sabía que yo no estaba implicada en la muerte de Rose, se
aseguró que no hablara de Chris y habíamos curado
cualquier tensión sexual que hubiera chisporroteado entre
nosotros. No había razón para que mantuviéramos el
contacto.
Se suponía que había terminado con él.
Entonces hizo lo que Alistair hace mejor. Me empujó. Me
tentó. Mi cerebro no quería tener nada que ver con él. Sabía
que todo Alistair no sería más que problemas y dolor para mí.
Pero mi curiosidad, mi cuerpo, querían un poco más.
Secretamente, también quería saber qué tramaban. Quería
entender por qué estaban investigando tanto la muerte de
Rose y cómo les había llevado al despacho del señor West. Y
si ellos no pensaban decir nada, yo sí, porque al parecer
había más chicas desaparecidas y no podíamos dejar que las
vendieran sin más.
Con una sincronización que yo misma no podría haber
planeado mejor, vi el cabello rubio de Thatcher reflejarse en la
luz de la luna apareciendo por la entrada del estadio. Silas le
seguía de cerca, sin la capucha puesta por primera vez.
Las chicas se dieron cuenta de inmediato al igual que yo.
El gorro beanie gris, combinado con un piercing de aro para
la nariz en el que acababa de fijarme, un cigarrillo metido en
los labios y una camiseta blanca de entrenamiento ajustada
que hacía poco por ocultar lo que lleva debajo.
Pensé en ese vídeo, pensé en lo terrible que debe ser el dolor
que guarda en su interior. Y aunque no me habían dado
ninguna razón para sentir lástima por ellos, aunque habían
sido un infierno, sentí lástima por Silas.
Se toman un minuto para escrutar a la multitud, buscando
dónde van a sentarse, creo, cuando los ojos de Thatcher se
posan en mí.
Me costaría mucho sentir lástima por él. Aunque fuera
civilizado con Alistair, no soportaba a Thatcher Pierson. Tal
vez fuera por su padre, tal vez porque permitió que la
reputación de su padre se le pegara. Como si el hecho de que
su padre cobrara vidas no le afectara.
Y aunque no sabía quién era Lyra para él, seguía odiando
cómo la miraba.
Comienza a subir las escaleras, dirigiéndose directamente
hacia nosotras. Mi columna vertebral se pone rígida,
preparándose para una inevitable guerra de insultos que
viene de mi parte.
—Señoritas —arrulla, deslizándose en la fila detrás de
nosotras y frotándose las manos con excitación— ¿Quién está
listo para un pequeño baño de sangre?
—Creo que no tienes suerte, Dahmer10. No he visto mucha
sangre desde que llegué. —Me burlo, mirando por encima del
hombro y dedicándole una sonrisa sarcástica.
Me devuelve la misma sonrisa, igualando mi energía.
—Eso es sólo porque Alistair aún no ha luchado. Siempre hay
sangre cuando sube al ring.
Silas se sienta a su lado en silencio, dando caladas a la colilla
marrón de su cigarrillo, mis ojos hacen contacto visual con él
durante más tiempo del que me hubiera gustado. Nos
quedamos allí sentados mirándonos fijamente, hasta que
mete la mano en el bolsillo sacando el paquete de bastoncillos
de cáncer y lo inclina hacia mí.
Creo que pensó que yo quería uno, ya que lo miraba tan
fijamente. Negando con la cabeza le digo, —No fumo, gracias
sin embargo.
—Lo único que parecemos tener en común —añade Thatcher.
—¿No fumas? —pregunta Lyra a Thatcher, entablando
conversación con el lobo con piel de cordero como si no fuera
el tipo de guapo aterrador que tenían todos los asesinos en
serie exitosos.
La miró, inclinando la cabeza como si admirara a un niño, así
que automáticamente me incliné más hacia ella. Sentí la
necesidad de protegerla de él.
—No creo en matarse lentamente, Lyra, querida. Si vas a
hacerlo, yo digo —se pasa el pulgar por la garganta,
lamiéndose los dientes caninos porque la idea de la sangre
probablemente le daba hambre—, que lo hagas rápido.
—De tal palo tal astilla, supongo —digo con tono afilado.
Aparta los ojos de ella y los dirige hacia mí. Como si le matara
apartar su atención de ella. Todos tenían un punto débil
diferente, algo que los ponía al límite y el de Thatcher era su
padre.
Una mirada gélida atraviesa mi endurecido exterior y por un
instante pienso que podría matarme. Se me hiela la sangre
cuando sus labios se transforman en una sonrisa despiadada
que rivaliza con la de Heath Ledger en El caballero de la
Noche.
Me infundía miedo por lo que sabía que era capaz de hacer
fuera de las puertas de Hollow Heights. Se graduaría aquí,
heredaría una empresa, se casaría con una mujer guapa y
aburrida y tendría tres hijos. Viviría una vida esencialmente
normal, amigos ricos, golf los sábados y brunch los domingos.
Excepto por la noche, en su sótano donde su mujer cree que
está trabajando en pequeños proyectos, estará torturando a
gente inocente. Nunca se sospechará de él, el hombre al que
todos adoraban, pero tiene un rasgo de personalidad vil.
Tampoco lo atraparán nunca. Porque es despampanante pero
el doble de brillante.
—No, cariño. Mi padre no tenía un tipo, sólo quería acabar
con tantas vidas femeninas como fuera posible. Ya sabes,
problemas con mamá y todo eso. —bromea.
Se inclina hacia mí, su cara cerca de la mía. El corazón me
late con fuerza en el pecho, una y otra vez, y él levanta el dedo
índice para enredarlo en un mechón de mi cabello dorado. Me
entran ganas de vomitar.
—Prefiero el cabello oscuro, y me gusta tomarme mi tiempo
con ellos. Desangrarlos lentamente,
cortarlos. El desmembramiento simplemente... —Inhala
profundamente, temblando al hacerlo— me excita.
Puedo oler su aroma a roble a esta distancia, como el bosque
después de llover. Sus ojos se oscurecen y me enrolla el
cabello alrededor del dedo con tanta fuerza que está
empezando a tirar de las raíces de mi cuero cabelludo.
—Pasaré por alto tus comentarios insípidos e imbéciles
porque a Alistair le gusta manejarte él mismo y ha dejado
muy claro que nadie más puede tocarte, pero si te metes en
mi camino, te mataré y te teñiré el cabello después.
Las revoluciones de los motores de las motos ahogan el
sonido de cualquier otra cosa mientras él se echa hacia atrás
en su asiento, mi garganta se seca de ansiedad. Necesito toda
la fuerza de mis músculos para tragar saliva. Al parecer,
Thatcher ya había dejado de bromear conmigo, había cruzado
demasiadas líneas con él.
Me doy la vuelta para mirar hacia la pista, incómoda por
tenerlo detrás de mí. No tenía ni idea de lo que podía estar
haciendo ahí detrás. Planeando cortarme el cabello con
tijeras, rebanarme la espalda.
—Será mejor que Van Doren no pierda. He apostado mucho
dinero por ese bastardo. —Un tipo delante de nosotros se
queja con su novia, y yo miro más hacia la fila de corredores.
Ambos están sentados encima de motos deportivas, con los
pies firmemente plantados en el suelo a ambos lados mientras
esperan la luz verde. Reconozco la moto negra de Rook casi de
inmediato. La oigo entrar en estacionamiento de la
universidad casi todas las mañanas cuando estoy sentada en
clase, girando la cabeza y mirando por la ventana para verlo
llegar tarde.
—¿Cómo puede ver fuera de esa cosa? —me pregunta Lyra,
observando su aspecto de jeans negros, sudadera negra con
capucha y llamas naranjas dibujadas en las mangas. Su
casco es mate, la careta se refleja en la noche, y no estoy
segura de que la visera deje pasar la luz.
—¿Suerte? —respondo, insegura.
La luz en forma de árbol de Navidad que cuelga entre ellos
empieza a parpadear de rojo a amarillo, contengo un poco la
respiración mientras veo a Rook girar las muñecas para
acelerar el motor, el sonido me hace zumbar los tímpanos.
Cuando el semáforo se pone en verde, suelta el embrague y
avanza a una velocidad endiablada, con los pies apoyados en
los pedales y los neumáticos comiéndose el asfalto.
El zumbido del motor se mezcla perfectamente con los vítores
de todo el mundo, y cuando mis ojos empiezan a seguirle por
la pista capto la visión de un gran tatuaje de calavera en la
espalda de alguien en medio del estadio.
De pie en el centro de hierba, donde las peleas habían tenido
lugar toda la noche esta Alistair. Un pequeño círculo de gente
se reúne en torno a él y a su oponente. Observo su estatura
sin camiseta, la forma en que sus músculos se tensan con
cada respiración y sudor haciéndole brillar en la noche.
Mi atención se había desplazado completamente de Rook a él.
Incluso mientras oía las motos zumbando en círculos creando
este efecto tornado en mi mente.
No podía apartar los ojos de él. Había algo electrizante en
mirarle.
El oponente de Alistair le superaba tanto en altura como en
peso. Un hombre con troncos de árbol como brazos y edificios
como piernas, la diferencia de cuerpos me parecía injusta. Un
puñetazo en la cara y Alistair tendría la mandíbula
destrozada.
Pero su forma de moverse no permitía que nada rozara su
cuerpo. Ágil y rápido, esquivó golpes monstruosos y
contraatacó con golpes en la parte inferior del cuerpo que
debieron de romperle las costillas.
Giraban el uno alrededor del otro, como animales listos para
atacar, siempre con la mirada fija en el otro, sin permitir que
dieran vueltas a sus espaldas. El rostro de Alistair apareció
justo antes que lanzara un gancho de derecha que hizo
estremecerse a toda la multitud a su alrededor.
Ni siquiera vi cómo caía el otro tipo. Apenas pude ver nada
mientras aprovechaba para golpear puño tras puño la cara de
su oponente, enterrando su cráneo en la tierra bajo ambos.
La sangre moteaba su pecho desnudo. La gente que lo
observaba no podía apartar la vista, pero todos los rostros lo
miraban con horror en sus ojos. Si continuaba a este ritmo
mataría a este hombre.
Sin embargo, lo único en lo que podía concentrarme era en
las curvas de su rostro, lo fruncido de su frente y la curvatura
de su labio superior.
Nunca había visto a nadie tan iracundo, pero lo hizo parecer,
hermoso.
Una especie de ira fundida recorría su cuerpo, goteando por
todos sus poros, de modo que era todo lo que se podía ver. Un
cruel volcán de rabia humana que incineraba a todo el que
tocaba, y aun así tú seguías allí, rivalizando en cómo la
naturaleza podía ser tan increíble, incluso cuando causaba
estragos.
Un dios de la ira.
Esta era la razón por la que había aparecido.
Para que Alistair pudiera recordarme los pedazos de mí que
había dejado en Texas, pedazos que creía que debían morir
allí para poder triunfar en un lugar como Ponderosa Springs.
Las partes de mí que amaban la forma en cómo mi estómago
se estrechaba y mi corazón me dolía mientras lo veía lastimar
a alguien. Alguien que prosperaba en los problemas que la
mayoría ni siquiera intentaría.
Ya no necesitaba ser ladróna, pero eso no significaba que
tuviera que dejar atrás ese estilo de vida. No significaba que
tuviera que conformarme con una vida aburrida y sin
aventuras.
Manos lo arrancaron del hombre en el suelo, tirando de él
hacia arriba, hicieron falta siete personas sólo para conseguir
que se detuviera. Aun así parecía que había permitido que le
detuvieran, si hubiera querido podría haber seguido hasta
que toda esa multitud le estuviera tirando de la piel.
Sin embargo, Rook roba la atención de casi todos, su vuelta
ganadora consiste en levantar la rueda delantera de su moto
del suelo y hacer un caballito por la pista. Lyra oculta su
rostro mientras él coloca ambos pies en la parte posterior de
su asiento, de pie hacia arriba y hacia abajo en la motocicleta
continúa dando vueltas alrededor.
Cuando miro hacia atrás buscando a Alistair, no está por
ninguna parte.
La noche se vuelve gélida mientras permanecemos aquí
sentadas otros treinta minutos, observando las carreras, las
peleas. Casi todo el mundo está borracho a estas alturas.
Justo cuando Lyra y yo nos levantamos para irnos, Thatcher
y Silas hacen lo mismo.
—¿Siguiéndonos? —Arqueo una ceja con suspicacia.
—Coincidencia. —responde Thatcher.
Los cuatro salimos del estadio, ellos en una dirección distinta
a la nuestra. Paramos para ir al baño antes de empezar a
caminar hacia el auto de Lyra. La caminata es corta, llena de
nosotras hablando para mantener nuestros cuerpos calientes.
Veo su auto a unos metros, en uno de los aparcamientos de
hierba, y unos metros más allá veo a Alistair apoyado en el
capó de su vehículo, hablando con sus amigos. Me fijo en el
enrojecimiento extremo de sus nudillos, algunos de ellos
sangrantes. Sigue sin camiseta desde la pelea, por lo que me
resulta difícil no mirarlo.
Sé que debería ignorarlo y meterme en el auto con Lyra, sé
que debería irme, pero no puedo. Algo dentro de mí no me
dejará irme hasta que le diga algo.
—Ahora vuelvo. —le digo a Lyra, mientras camino alrededor
de su auto y me dirijo en su dirección.
Rook es el primero en fijarse en mí, la sonrisa de su cara me
hace querer abofetearle. Un rubor tiñe mis mejillas mientras
empiezo a pensar, ¿les ha contado lo que hicimos? Dios mío,
¿saben todos lo que hicimos?
De repente me siento aún más expuesta en este aire nocturno
y el impulso de esconderme y cortar por lo sano es fuerte,
pero no puedo hacerlo ahora que uno de ellos se ha fijado en
mí.
Son los quince segundos más incómodos de mi vida, cuando
nos quedamos mirándonos unos a otros. Me niego a mirar a
Alistair porque sé que probablemente esté sonriendo.
—Bueno, esa es nuestra señal, chicos. —Rook les da una
palmada en la espalda, mirando a Alistair—. Feliz
cumpleaños, amigo.
¿Cumpleaños?
Empiezan a alejarse mientras yo me echo el brazo a la
espalda, agarrándome la camisa con nerviosismo.
—¿Hoy es tu cumpleaños? —Parece ser la mejor manera de
entablar conversación con él. No puedo empezar diciéndole:
“Oye, ver cómo le pegas a alguien en la cara me ha puesto
cachonda porque creo que me atraen las cosas peligrosas”.
Asiente con la cabeza, pulsando un botón de su teléfono para
mostrar la hora.
—Al menos desde hace tres minutos.
—¿No tienes una fiesta con tus amigos y media ciudad esta
noche? —Es una broma, una que se suponía que iba a
aligerar su estado de ánimo, pero al parecer falló.
Agarra su camiseta del capó y se la pone sobre la cabeza
antes de mirarme a los ojos: —No lo celebro.
La seriedad pesa sobre sus hombros, su tono es plano.
—Vamos, ¿qué tienes, diecinueve? Es una ley que no se
supone que empieces a odiar tu cumpleaños hasta al menos
los cuarenta.
Se burla, una breve carcajada cae de sus labios.
—El cumpleaños consiste en celebrar el día en que te trajeron
al mundo, ¿no?
Asiento con la cabeza.
—¿Por qué iba a celebrarlo, si yo no quería que me trajeran al
mundo?
El enigma de quién es realmente Alistair Caldwell bajo todas
sus bravuconadas continúa. Sólo tenía fragmentos de él, los
que había conseguido observándole y estando en su lado
oscuro.
Sabía que estaba enfadado. Que era leal hasta la muerte a
esos tres chicos. Y cada vez que se hablaba de su familia, él lo
evitaba.
Al crecer mi vida era una mierda, era dura, pero nunca quise
acabar con mi vida. Nunca quise no estar aquí. Para que
alguien quisiera eso, necesitaría una razón y una muy buena.
Era un misterio y para una chica curiosa, él es kriptonita.
—El tatuaje en tu cadera. Lo he visto antes, Silas también
tiene uno, ¿no? —Cambio de tema, esperando
reunir otra pieza de su rompecabezas.
Lentamente, se levanta sólo la parte inferior de la camiseta,
dejando al descubierto la moneda con un esqueleto en el
anverso. Entrecierro los ojos y leo las palabras escritas en la
parte superior e inferior.
—Admite uno, Styx Ferryman. —Leí en voz alta.
Sin pensarlo, mis dedos se extienden solos, rozando la tinta
de su piel.
—Es el óbolo de Caronte. Hay mitos en muchas culturas
sobre cómo hay que tener una moneda para pagar al
barquero que lleva las almas de la tierra de los vivos a la de
los muertos. Por eso algunos ponen monedas sobre los ojos
de la gente cuando muere.
—Como el río Estigia en la mitología griega —Apartando mi
mano—. ¿Y por qué tienen uno? Dudo que a ninguno de los
dos les falten monedas para cuando llegue el momento.
Deja caer su camiseta, cubriendo de nuevo el tatuaje.
—Todos tenemos uno. Así podemos sobornar nuestros
caminos para volver a estar juntos. Incluso en la muerte.
Nunca había visto una lealtad como la suya. Había oído
hablar de ella, cuando la gente hablaba de ser leal lo
explicaba así, pero ninguno lo hacía realmente. No como ellos
lo hacían.
Morirían el uno por el otro en un santiamén y eso se notaba
en todo lo que hacían. Como si todas las piezas rotas de sí
mismos estuvieran perfectamente alineadas entre sí. Podían
cultivarse juntos en la oscuridad, protegiéndose mutuamente
allí donde nadie intentaría hacerles daño.
Pensé en lo triste que era que no hiciera nada por su
cumpleaños. Alguien joven y con oportunidades. Mis padres
me lanzaron una fiesta todos los años en el parque de
caravanas, todo el mundo se reunía para comer. Había
música y un tobogán. No era Disney World, pero era especial
para mí.
Nadie merecía odiar el día en que nació. Ni siquiera Alistair.
—Vamos a hacer algo. —Propongo, levantando la vista hacia
él mientras me mira como si estuviera bromeando.
—¿Hacer qué? —Se pasa la lengua por los dientes, sonriendo
como si estuviera tramando algo malo y yo dejo que la
excitación me recorra mientras él lo hace, en lugar de intentar
detenerla.
—Lo que quieras. Es tu cumpleaños, deberías disfrutar al
menos de uno antes de tener que usar esa moneda.
—Te he dicho que no lo celebro. —Su aliento me recorre el
rostro cuando me pongo delante de él.
—Sí y no me importa. Además me lo debes. —Una sonrisa se
abre paso en mi rostro, apoderándose de mí. No estaba
segura de en qué nos meteríamos, pero sabía que lo
disfrutaría.
—¿Qué podría deberte, Briar? —La forma en que dice mi
nombre es suave y me gusta cómo suena en su lengua, sobre
todo cuando levanta las dos cejas provocándome.
Lentamente, levanto el dedo corazón mostrando las iniciales
que marcan mi piel, sacándole el dedo medio por completo.
—Me lo debes por robarme mi primera experiencia con un
tatuaje. Así que en realidad esto ni siquiera es por tu
cumpleaños, es para que me compenses.
Una carcajada que parecía un trueno escapó de su boca. Se
me cortó la respiración al oírlo y se me revolvió el estómago de
lo mucho que me había gustado.
Y era un sonido del que quería más.
Capítulo Veintiocho
Encuéntrame

Alistair
Nunca había traído a nadie a esta casa, aparte de los chicos e
incluso entonces no se quedaban mucho tiempo. No estaba
seguro de por qué la había traído en primer lugar, no había
ninguna razón para venir aquí. Ninguna razón para mostrarle
la casa, porque no es como si fuera un hogar en primer lugar.
Tal vez una parte de mí quería mostrarle lo que toda la
riqueza me había comprado.
Una casa gigantesca sin nadie dentro. Sin amor ni calor a la
vista.
Sólo había muebles caros y lámparas demasiado caras.
—Aquí podría estar todo el pueblo en el que crecí —dice
mirando hacia la cocina mientras me paso agua caliente por
los nudillos ensangrentados.
Sus ojos se abren en abanico, dando vueltas, pasando los
dedos por todo lo que hay en la encimera mientras me apoyo
en el marco preguntándome qué estará pensando.
—Es bonito, pero...
—¿No es lo que esperabas?
Ella asiente: —Se supone que tu casa es el lugar donde
puedes expresarte. Nada de fotos de tu familia, nada
reconfortante, esto —Gira, con los brazos extendidos—,
parece una casa para exposiciones. No parece que nadie viva
aquí dentro.
Podría reírme de lo irónico que resulta.
—Es una casa. No un hogar —digo honestamente.
—¿Por eso los odias? ¿Por eso odias a tu familia? —No me
mira cuando pregunta, probablemente escandalizándose de la
osadía de hacerme una pregunta así.
—No les odio por tratarme como a un extraño. Los detesto por
tenerme, por tener un hijo que sabían que detestarían el resto
de su vida. —Podía sentirla, intentando lentamente
desenrollar las serpientes que se enroscaban alrededor de mi
cuerpo. Intentando tímidamente encontrar la forma de
meterse en mi cabeza, bajo mi piel, incluso más de lo que ya
lo había hecho.
—No puedes decir eso. Tuvo que haber algo bueno antes, los
padres no desprecian a sus hijos desde que nacen, Alistair.
Tiene que haber una razón.
Empiezan a dolerme los puños de violencia. Miro la sangre
seca que corre por el desagüe del lavabo.
Ingenua.
Eso es lo que es.
Incluso ella, una chica que creció sin nada pensando que
posiblemente había visto todo lo malo que el mundo podía
ofrecer, seguía siendo ingenua ante la crueldad de los seres
humanos.
Eso es lo que quiero decirle. No todo el mundo tiene una
razón para hacer cosas de mierda. Simplemente son gente
jodida en el mundo porque pueden serlo.
—No vamos a hablar de esto. —Termino la conversación. No
necesito que husmee más de lo que ya lo ha hecho.
—De acuerdo entonces —murmura en voz baja—. ¿Dónde
está el baño?
Después de indicarle la dirección correcta, agarro mi teléfono
para comprobar los mensajes de los chicos.
Silas nos había enviado una foto de cuando éramos niños,
quizá de ocho o nueve años, que su padre nos había hecho
después de pasarnos el día disparándonos con pistolas de
juguete. Rook aún tiene el cabello largo, nuestras caras han
envejecido, pero seguimos siendo nosotros. No había un
recuerdo feliz en mi cerebro del que ellos no formaran parte.
No había nada bueno sin ellos, incluso a pesar de todo lo
malo.
Añadió un rápido “FC”.
Thatcher hizo un comentario sobre cómo me sigo vistiendo
como un niño de ocho años, a lo que respondí con un emoji
del dedo corazón.
El sonido de la ducha corriendo, antes de que un fuerte
estruendo resuene por el pasillo hace inmediatamente que me
ponga en alerta máxima. Dorian y mis padres estaban en
Seattle el fin de semana por alguna conferencia, si no lo
hubieran estado, Briar no habría puesto un pie en la
propiedad, aunque yo quisiera mostrarle la realidad de crecer
aquí.
Así que mi pregunta era ¿qué demonios estaba haciendo?
Camino hacia el cuarto de baño, la puerta está ligeramente
abierta, lo justo para dejar escapar la luz.
—No es de buena educación ducharse en casa de la gente sin
ser invitada antes. —digo en voz alta.
Al no oír respuesta, me muevo un poco más deprisa, abro la
puerta por completo y la encuentro vacía, incluso la ducha de
cristal está vacía de la persona que había estado aquí hace
unos momentos.
¿Qué mierda?
Sólo cuando veo el espejo que hay sobre el lavabo me doy
cuenta de dónde está mi invitada desaparecida.
Ven a buscarme.
Se lee en el cristal empañado, una letra suave y delicada que
hace que la excitación fluya por mi organismo.
¿Este es el juego que quería jugar? ¿En mi territorio? Qué
movimiento estúpido para una chica inteligente.
Cierro la ducha, vuelvo a la cocina, tiro la chaqueta a la isla
con el teléfono y empiezo a buscar. Sé que no ha subido las
escaleras porque habría tenido que pasar por delante de mí
para llegar al vestíbulo. Lo que deja la parte trasera de la casa
en juego.
Un silbido bajo sale de mis labios mientras me tomo mi
tiempo. No tengo prisa por encontrar a mi ladronzuela. Busco
en cada habitación, detrás de las puertas, debajo de las
camas en las habitaciones libres.
Cuando lo dejo, no queda ningún rincón sin cubrir.
Cuando la encuentre, quiero que contenga la respiración, que
se tape la boca con las manos e intente evitar que se le escape
el más mínimo sonido. Quiero que su corazón esté acelerado
por la adrenalina y su piel enrojecida por la mezcla de miedo
y excitación.
El sonido de mis botas resuena en las paredes mientras me
dirijo hacia el que solía ser mi lugar favorito de la casa.
Empujo la puerta con la punta de los dedos y veo el despacho
intacto, compuesto por un escritorio, algunos libros tirados y
una mesita más vieja que la tierra. La cúpula de cristal que
cubre esta parte de la casa permite que las estrellas y la luna
brillen en la habitación.
Miré el bosque que rodeaba mi casa, tan oscuro que sería
imposible ver lo que se ocultaba tras los árboles. Cualquier
cosa podría vernos aquí dentro.
Incluso con la escasa iluminación, veo lo que parece un
cordón de zapato asomando por debajo del escritorio, como si
alguien estuviera arrodillado bajo él, intentando esconderse
de los monstruos del exterior.
Tan silenciosamente como puedo, me arrastro hasta el lado
del escritorio, deteniendo mi silbido, justo antes de golpear
con la palma de la mano la parte superior del mismo,
agachándome para mirar abajo con una sonrisa de
satisfacción en mis labios hasta que veo que no hay nada allí.
Fruncí las cejas, confundido por un segundo. Su Converse
estaba puesto boca abajo en el borde del escritorio, un truco
en el que debería haber pensado. No sume bien dos más dos,
lo hago cuando siento unas manos que me aprietan los
costados.
—Boo —susurra en voz baja—: ¿Te gusta tener miedo,
Alistair?
Al girar sobre sus manos y ver la sonrisa de su rostro, enarco
ligeramente una ceja.
—¿Intentabas asustarme? —Mis dedos se posan bajo su
barbilla, moviendo su cabeza hacia mí mientras me inclino—:
Vas a tener que hacerlo mejor que eso, Ladronzuela.
Y hago lo único que me moría por hacer desde que la vi en las
gradas del Cementerio. Lo único que quería para mi
cumpleaños.
Presiono mi boca contra la suya, amoldándonos y
saboreándola en mi lengua inmediatamente.
Tomo su cabeza entre mis manos y la atraigo hacia mí para
saborearla más profundamente. Con mi lengua moviéndose
dentro de su boca, pensaba empujarla sobre el escritorio,
abrirle las piernas y saborear su segundo par de labios, pero,
al parecer, ella tenía otros planes.
Con mucha más fuerza de la que esperaba, me presiona el
pecho con las manos, empujándome hacia atrás.
Instintivamente, busco detrás de mí algo sólido sobre lo que
caer y encuentro el reposabrazos de la silla giratoria.
Estoy sentado mirándola, mientras ella, de pie entre mis
piernas, se parece mucho al tipo de problema en el que quiero
perderme. La luna resalta el lado derecho de su cuerpo,
mostrándome todas las partes de ella que quiero tocar.
La forma en que sus jeans de cintura baja le quedan por
debajo de los huesos de la cadera, la camiseta ajustada que le
envuelve los senos de forma que parecen pesados y flexibles,
me hacen notar que tiene los pezones duros, perceptibles a
través del material de la camiseta.
Mi mandíbula y mi polla se tensaron al mismo tiempo.
Pensando en todos los demás hombres que podrían haberla
visto así. Los pezones erectos por el frío, enrojecidos por el
aire. Quería arrancarles los ojos a hombres que ni siquiera
conocía, sólo por mirarla así.
Ella es la forma femenina perfeccionada. No hay nada más
erótico. Nada más hermoso.
Con movimientos deliberados, se echa el cabello a un lado,
baja las manos sobre mi pecho y me araña la superficie de la
piel con las uñas. La confianza brota de ella mientras
balancea las caderas al son del silencio, cayendo hasta
apoyarse de rodillas frente a mí.
Parece un billete directo al cielo y yo habría atravesado el
fuego del infierno para conseguirlo.
Siento sus dedos recorrer mis muslos, mirándome con esos
ojos de caleidoscopio. La luna me muestra cada asqueroso y
sucio pensamiento que está teniendo dentro de ellos.
—¿Piensas hacer algo mientras estás ahí abajo? —pregunto,
arqueando una ceja y mirándola como si tuviera que hacer
algo. Como si tuviera que impresionarme. La miro como si no
fuera capaz de complacerme, aunque sé que es capaz.
Pero a mi ladronzuela le gustan los retos.
—Nadie te enseñó a ser paciente, ¿verdad, Alistair?
Inclina el cuerpo hacia delante y acerca la cabeza al grueso
contorno de mis jeans. Noto su aliento caliente a través de la
tela, que me hace estremecer de expectación. Me lamo el labio
inferior, atrapándolo con los dientes.
—Cuidado. Sólo te dejaré burlarte de mí un tiempo antes de
tomar lo que quiero.
Justo cuando lo digo, su lengua sale de su boca rosada y roza
mi cuerpo. Clavo los dedos en el reposabrazos para no
agarrarla por detrás y deslizarme hasta el fondo de su
garganta.
Quería estar dentro de ella. Cualquier agujero. En todos.
Dejo caer la cabeza sobre el pecho y la veo jugar con el botón
de mis jeans mientras su boca juguetea con la cadena de mi
cartera. Sin parar, pasa la lengua por el frío metal,
entrelazándola con los eslabones de la cadena.
Joder, qué sexy. Pienso para mis adentros, sin querer delatar
mi placer antes de que me haya tocado de verdad.
—¿Así es como robas las carteras de los hombres? —Mi
lengua se apoya contra mi labio superior ocultando una
sonrisa—. Buena técnica —añado.
Puedo ver su sonrisa desde este ángulo, sólo parte de ella,
sobre todo su cabello rubio que fluye sobre mi regazo, la
punta de su nariz y su lengua cuando sale de su cálida boca.
Pero aun así, puedo distinguir su sonrisa.
—Muy gracioso —se ríe, la vibración entre mis piernas hace
que mis caderas se sacudan un poco.
Su boca no pronuncia más palabras coherentes, porque
después de desabrocharme los jeans me pide que la ayude a
bajármelos lo suficiente para sacarme la polla. Mi polla
palpitante está erguida, con la punta enfadada e hinchada
por la expectación.
Los ojos de Briar se abren un poco, antes de fijar su mirada
en mi polla. Sonrío pensando en que ya la ha tenido dentro,
llegando a lo más profundo de ella. No deja de impresionarme
su ansia.
La forma en que envuelve mi base con su mano me produce
una descarga eléctrica que me llega hasta las bolas. Lucho
por quedarme quieto cuando se toma su tiempo para lamer la
pequeña gota blanca de semen de la punta antes de rodearme
con sus labios.
Gimo entre dientes apretando la mandíbula mientras ella se
acomoda perfectamente a mi tamaño. Noto cómo su boca se
estira a mí alrededor mientras se hunde cada vez más en mi
polla. Mi mano reacciona por sí sola, agarrándola del cabello y
enroscándolo alrededor de mi puño.
Su lengua enjabona rápidamente mi miembro con su saliva
resbaladiza, y noto cómo su mano bombea mi base al ritmo
de la entrada y salida de mi polla entre sus labios calientes y
rosados.
Dejo caer la cabeza hacia atrás mientras ella sigue trabajando
entre mis piernas.
Dejo que ella controle el ritmo por un rato, permitiéndole
jugar mientras ella pasa su lengua húmeda por la parte
inferior, su boca apretada y cálida a mi alrededor. Cuando cae
hasta el fondo y mi polla golpea el fondo de su garganta, no
puedo evitar retenerla un segundo más.
Cuando no se resiste a subir y me deja clavarme en su
garganta, voy un poco más lejos. Mi mano controla el
movimiento de su boca sobre mi cuerpo, subiendo y bajando
los labios.
—Joder —gimo, su boca resbaladiza me toma tan bien. Mi
agarre se tensa, mi velocidad aumenta un poco antes que mi
polla no pueda aguantar más la provocación.
Me levanto y le pongo ambas manos detrás de la cabeza. Sus
ojos brillantes me miran con necesidad y ella gime mientras
yo me deslizo por su garganta. Noto sus uñas clavarse en mis
muslos mientras me ayuda a enterrarme en ella.
—¿Me ayudas a follar tu pequeña boca apretada, Briar? ¿Es
eso lo que quieres, muñeca? ¿Lo quieres duro? —pregunto,
sujetándola a la raíz de mi eje, esperando su respuesta antes
de soltarla para que respire.
Me dan ganas de correrme sólo con ver cómo se le humedecen
los ojos y lo necesitada que está de mí en el suelo. Asiente con
impaciencia, dándome el permiso que necesito.
Mis caderas se balancean hacia delante y le meto toda mi
longitud por la garganta, que se estrecha a mí alrededor. Me
mantengo enterrado dentro de ella, sacudiendo las caderas
con breves embestidas y sujetándole el rostro con las manos.
Dejo que mi mirada baje hasta donde ella trabaja
diligentemente entre mis piernas, mi polla empapada
entrando y saliendo rápidamente entre sus labios empujados,
sus mejillas hundidas por la succión.
Sigo usando su boca como puedo, metiéndome hasta el fondo
de su garganta para oír su suave y satisfactoria arcada. A
cada embestida, ella mantiene los labios sellados alrededor de
mi polla, pasando la lengua cuando puede.
Todo lo que yo le daba, ella lo tomaba. Se lo comía de buena
gana, dándolo tan bien como lo recibía. No había nada más
caliente que verla de rodillas para mí.
Casi como si supiera que la estoy mirando, sus ojos se abren,
sus orbes verdes encuentran mi mirada y la sostienen. En
todo momento no deja de chupar, se queda ahí sólo para mí.
Mueve la cabeza arriba y abajo, sin perder nunca el ritmo de
mis caderas.
Nunca me había sentido tan excitado. El sexo nunca se había
sentido así. Nunca nada se había sentido así.
Los sonidos sucios resuenan en el aire, haciendo que mis
manos se enrosquen en su cabello, deseando más de ella cada
segundo que pasa ahí abajo. Soy demasiado grande para que
pueda respirar siempre por la nariz, así que me retiro y dejo
que jadee una vez fuera de su boca.
—Jodida mierda —se atraganta, con la voz entrecortada,
tosiendo un poco mientras se limpia la barbilla, mirándome
con lágrimas cayéndole por el rostro de la agresividad. Si
hubiera tenido mi teléfono le habría hecho una foto para
poder masturbarme con ella todos los días del resto de mi
vida.
Sus ojos enrojecidos, las mejillas carmesí, los labios
hinchados y saliva goteando por sus comisuras. Estaba
destrozada, jadeando debajo de mí y yo solo quería más.
La quería destrozada, recoger sus lágrimas en un frasco y
usarlas como lubricante para masturbarme la polla más
tarde. Todo lo que ella era, quería inhalarlo, romperlo, usarlo
hasta que haya terminado.
Me agacho, presionando con los dedos sus mejillas y la
levanto de las rodillas para acercarla a mis labios. La beso
con dolor, castigando su boca con la mía mientras nuestras
lenguas se enroscan como serpientes.
Vuelvo a sentarme en la silla y la arrastro entre mis muslos
para desabrocharle el botón de los jeans. Mis dedos
enganchan las trabillas y tiran de ellos para bajarlos por sus
delgadas piernas.
Se quita las bragas con elegancia, se agarra a mis hombros
para guiarse, vuelve a tomar el control y se arrastra hasta mi
regazo. Siento el calor de su coño palpitando contra mi tiesa
polla.
Levanto la mano y la envuelvo alrededor de su garganta,
tirando de ella hacia mi boca una vez más.
—Vas a follar mi polla, ¿verdad, Briar? ¿Dejarás que te folle
hasta que me corra?
Me meto la mano en el bolsillo trasero y encuentro el condón
que había metido allí. Levanto el paquete entre los labios, lo
abro con los dientes y lo deslizo por mi polla. Sin dejar de
mirarla.
Asiente suavemente con la cabeza, se mete entre nosotros y
me agarra la polla con la mano derecha, arrastrando la
cabeza de mi polla desde lo alto de su abertura hasta el fondo,
cubriéndome de sus jugos.
Mi punta empuja entre sus labios, un instante de sólo eso
dentro de ella, antes de presionar con mis manos ambos
lados de sus estrechas caderas, abalanzándola sobre toda la
longitud de mi eje.
Dejo caer la cabeza sobre su hombro, gimiendo de placer
mientras ella jadea sorprendida tanto de placer como de ligera
incomodidad al adaptarse a mi tamaño. Oigo su respiración
agitada en mi oído, sus suaves gemidos inundan mis sentidos
cuando empieza a balancear las caderas sobre mí.
Siento sus pezones clavándose en mi cuerpo a través de su
camisa, su torso caliente y esos muslos redondos y llenos
apretados contra los míos. Un gemido sin palabras se escapa
de su boca con cada movimiento de sus caderas que hace que
mi polla vuelva a penetrarla llenando sus estrechas paredes.
Sus uñas se clavan en mis omóplatos, su ímpetu aumenta y
se inclina hacia delante mientras concentra todos los
músculos de su cuerpo en follarse a sí misma con mi polla.
Recorro con la lengua la columna de su garganta, recogiendo
las gotas de sudor y saboreando su sabor salado y dulce.
—Alistair, yo... —gime, pierde el ritmo y sé que es porque
ansía más. Necesita más.
—¿Qué bebé? Dime lo que necesitas y te lo daré. —le arrullo
al oído, con una sonrisa de satisfacción adornando mis labios.
Solo quiero oírla decirlo. Quiero que se derrumbe y me lo
pida.
—Yo... yo, joder esto se siente tan bien. ¿Cómo se siente esto
tan bien? —gime, moviéndose en una posición de ocho
tratando de encontrar ese punto perfecto para que mi polla
golpee.
Enrosco mi brazo izquierdo alrededor de su cintura,
empujándola hacia abajo sobre mi polla, obligándola a tomar
cada centímetro, estirando su pequeño coño alrededor de mi
longitud.
—Dime lo que quieres, Briar. —exijo.
—¿Fóllame, por favor? Quiero que me folles —dice toda
necesitada y suave.
Es lo único que necesito para empujar mis caderas al
encuentro de las suyas. Manteniéndola sujeta, para que mi
polla sea lo único que entre y salga de su resbaladizo centro.
Deslizándome por su coño como si estuviera hecho para mí.
Los golpes de mis muslos contra su culo resuenan por todo el
invernadero y mi orgasmo crece a toda velocidad. Necesito
que ella se corra primero, necesito sentirla apretada a mi
alrededor gritando mi nombre antes de explotar.
Le rodeo la garganta con la mano libre y le aprieto los lados
del cuello, cerca de la base, para impedirle respirar. Aumento
la presión y la aprieto con fuerza, observando cómo se le
ponen los ojos en blanco mientras intenta luchar contra la
necesidad de oxígeno.
Estoy disparando ese instinto de lucha o huida en su cerebro.
Dándole ese tipo seguro de subidón con el que puede tener
una sobredosis. El tipo que hace que sus dedos de los pies se
enrosquen y su sangre se sienta como si estuviera en llamas.
Parecía una maldita diosa.
Follando mi polla como una niña buena, con el cuerpo
arqueado hacia mí, la cabeza inclinada hacia atrás, la boca
abierta y los ojos cerrados con fuerza mientras las estrellas
brillaban detrás de sus párpados.
La forma en que su figura de reloj de arena se sienta en mi
regazo, mi polla desapareciendo dentro de ella una y otra vez.
Iba a morir si no me corría.
—Dios mío... —su voz es estrangulada y silenciosa mientras
se queda casi sin fuerzas en mis brazos, corriéndose sobre mi
polla, empapando mi regazo con los fluidos de su orgasmo.
Sus paredes se aprietan a mí alrededor, haciendo casi
imposible volver a penetrarla.
Libero su garganta, oyéndola esforzarse por gemir y ahogarse
en busca de aire.
Mi clímax se apodera de mí, abrumando mis sentidos
mientras me entierro tan profundamente como puedo dentro
de su cuerpo. Mi polla sufre espasmos y palpita, mis
abdominales se bloquean mientras el placer ahoga todo lo
demás durante unos instantes.
Sus manos aflojan sobre mi cuerpo, su cuerpo se hunde en el
mío mientras ella deja caer la cabeza sobre mi hombro
recuperando el aliento.
Nos quedamos en silencio, sin movernos. Creo que ni siquiera
pestañeo, demasiado asustado de que este momento se acabe
si lo hago.
Me invadió una oleada de emoción, diferente al subidón
postorgásmico. Sentí como si mi mente hubiera cesado la
guerra consigo misma por el momento. Nada se sentía pesado
y todo simplemente... era.
Sentí que su cabeza se movía, girando hacia mi oído.
—Feliz cumpleaños, Alistair —susurró, con una carcajada en
el aire.
Por primera vez.
Realmente lo fue.
Capítulo Veintinueve
Paseo por el carnaval

Briar
—El algodón de azúcar es lo más parecido a un alimento
divino que pueden tener los humanos, ¿lo sabías? —Me meto
otro puñado de la pegajosa pelusa de color rosa en la boca,
gimiendo al sentir cómo se disuelve en mi lengua.
—Discutiría contigo, pero esto sabe tan bien que no creo que
pueda. —Lyra responde, masticando su nube azul de azúcar.
—¡Chicas! ¿Siquiera están trabajando o sólo holgazaneando
en el trabajo? —dice mi tío mientras se acerca con
una caja de viejas botellas de vino verde y las deja en el banco
frente a nosotras.
Lyra y yo nos miramos, antes de reírnos a carcajadas.
Tomándome un minuto para recuperar la sobriedad.
—Lo siento, Thomas. Estábamos almorzando, es ilegal hacer
trabajar a la gente sin un descanso de treinta minutos. —
bromeo.
Pone los ojos en blanco juguetonamente, sonriéndonos a las
dos: —¡Ni siquiera llevan aquí treinta minutos!
Ambas dejamos el algodón de azúcar y seguimos riéndonos
mientras ayudábamos a montar el quiosco. Podía oír cómo la
música empezaba a sonar mientras el sol se ponía, las luces
iluminaban el cielo y el aire se llenaba de olor a comida
grasienta y dulces.
El Carnaval de Ponderosa Springs era organizado por Hollow
Heights este año para que los estudiantes colaboraran. En su
mayoría alumnos de cursos superiores que hicieron quioscos
o hicieron los juegos como el stand de Botellas.
Estábamos ayudando a mi tío a montar el Ring Toss antes de
dirigirnos a la feria para montarnos en algunas atracciones
antes de volver a los dormitorios.
Estaba organizando las botellas sobre la mesa, cuando oigo a
Thomas decir mi nombre, me giro ligeramente.
—¿Qué pasa? —pregunto, sonriendo suavemente.
Se rasca la nuca, se coloca a mi lado y juguetea con las
botellas que estoy trasteando.
—Sé que no estuve mucho cuando crecías y que no soy tu
padre —empieza, pareciendo aún más nervioso—, pero soy
algo así como tu tutor aquí, o al menos lo siento así, ¿sabes?
Enarco una ceja: —¿Intentas hablar conmigo de los pájaros y
las abejas? Porque mi madre ya me explicó todo eso.
—No, no, no, —Violentamente niega con la cabeza, levantando
las manos delante de él—. No estoy diciendo eso. Yo sólo —
Toma aire—. Sé que has estado rondando a Alistair Caldwell y
sus amigos últimamente.
Estoy más sorprendida de lo que debería.
Es decir, no me paseaba por el campus agarrada de su mano,
pero nos habían visto juntos, incluso desde mi primer día de
clase. Sabía que la gente iba a hablar. Habían pasado unas
semanas desde su cumpleaños, y nos habíamos pasado la
mayor parte del tiempo intentando encontrar lugares donde
ponernos la mano encima el uno al otro.
Su auto, mi dormitorio cuando Lyra estaba en clase, la
ducha, no recordaba la última vez que había tenido tal
cantidad de sexo en tan poco tiempo.
Sin embargo, cada vez que intentaba hablar con él sobre sí
mismo, preguntarle por Rosemary o simplemente sobre quién
era, me cerraba el pico de inmediato. Y odiaba estar
conformándome sólo con sexo.
Cada vez me decía a mí misma que me alejaría, que le dejaría
en paz si no me daba algo con lo que seguir.
Simplemente no pude hacerlo.
Vergonzosamente, estaba dispuesta a hacerlo, siempre y
cuando tuviera ciertas partes de él. En el fondo sabía que
había algo allí, sólo que él no me dejaba verlo.
Lo había sabido desde el momento en que lo vi, Alistair era
adictivo. Sólo que no sabía cuánto, hasta que finalmente lo
probé.
Dejarle no era fácil, sobre todo por la forma en que me tocaba.
La forma en que me abrazaba cuando estábamos juntos y
cómo le sorprendía suavizando su mirada cuando nos
tumbábamos uno junto al otro después de nuestros
orgasmos.
Enrollaba su telaraña cada vez más apretada a mí alrededor y
yo se lo permitía.
—Sólo somos amigos —digo, quitándole importancia como si
nada. No estaba mintiendo, no teníamos una etiqueta así que
amigos estaba más cerca de la verdad.
—Y está bien. Sólo quiero que tengas cuidado, ¿de acuerdo?
Alistair tiene especial notoriedad aquí. Su familia también.
Simplemente no quiero que salgas lastimada, Briar.
Sabía que si hubiera sido mi padre, me habría dicho lo
mismo. Mi padre ya habría intentado darle una paliza a
Alistair, pero me lo habría dicho de antemano y, aunque me
estaba diciendo que me mantuviera alejado de él, se lo
agradecía.
Rodeando su cintura con mis brazos, le abrazo rápidamente:
—Tendré cuidado. Gracias, Thomas.
Esto parece aliviar sus hombros, el aliento que suelta roza la
parte superior de mi cabeza mientras me vuelve a abrazar.
—¿Me perdí los abrazos en grupo? —dice Lyra, acercándose
con otras cajas, haciendo un mohín de broma.
Pasamos la siguiente hora ayudando a Thomas a montar el
juego, incluso ayudándole a conseguir sus primeros clientes
antes que empecemos a subirnos a las atracciones de feria
que sabemos que probablemente no son las más seguras.
Tengo el cabello al viento, las mejillas tiesas por el último
viaje y no he parado de reír desde que llegamos.
Estoy hablando con Lyra, paseando, cuando mi hombro roza
a otra persona.
—Oh, lo siento. —murmuro, dándome la vuelta y extendiendo
las manos para agarrar a quien haya golpeado.
—Parece que estamos destinados a seguir encontrándonos así
—dice—. Empiezo a pensar que te cruzas conmigo a
propósito.
Casi me ciega su sonrisa, pero ni siquiera eso basta para
distraerme del hecho que conozco su cara.
Cuando me lo encontré fuera de la biblioteca tiempo atrás, no
pensé que se acordaría de mí. Habíamos tenido una
conversación rápida mientras recogía mis libros sobre la
carrera que había elegido y que, si alguna vez necesitaba
ayuda con las clases, me pusiera en contacto con él.
Como hasta entonces sólo lo había visto en fotos, me chocó
aún más el parecido que había entre él y Alistair. Dorian
podría haber sido su gemelo, salvo porque su nariz se inclina
demasiado hacia la izquierda y sus mejillas son suaves en
comparación con las afiladas de Alistair.
—¿Cómo van tus clases? ¿Algún profesor te da problemas? Sé
que el Sr. Gabble puede ser bastante estricto.
—Van bien. Sin problemas, todavía. —Me fuerzo a sonreír,
con la esperanza de que si mantengo una conversación ligera
pueda alejarme de él más rápido.
—Oh, estoy siendo grosero, soy Dorian, —Él extiende su
mano para que Lyra la estreche, la cual ella devuelve—.
Dorian Caldwell.
—Lyra —responde ella moviendo su mano arriba y abajo con
la de él.
—¿Están disfrutando del carnaval? Juro que cada año tiene
más atracciones. Hollow Heights va a necesitar un recinto
ferial más grande el año que viene —ríe, metiéndose
las manos en los bolsillos.
—Eso parece —digo con torpeza.
Dorian nunca me había dado una razón para encontrarlo
raro, pero no podía evitar la sensación de que él era parte de
la razón por la que Alistair odiaba tanto a su familia.
—Las dos son de primer año, ¿verdad? ¿Conoces a mi
hermano, Alistair? —La forma en que hace la pregunta me
hace pensar que sabe la respuesta ya. Ese brillo en sus ojos
que me reta a mentirle. Observando para ver cómo
reaccionaría.
—Por supuesto que le conocemos. Bueno, saber de él. Su
apellido es bastante popular por esta zona. —Cubro mi
mentira con una broma, esperando que mi risa falsa sea
suficiente para convencerle.
—Considérate afortunada de haber conocido primero al
hermano más encantador. —Y añade un guiño.
Sé que está siendo amable, pero el comentario me eriza la piel
de todas las maneras equivocadas.
—Supongo que sí. —Miento con facilidad.
—Quería pedírtelo en la biblioteca el otro día, pero. —Se mete
la mano en el bolsillo y saca el teléfono—, me encantaría
conseguir tu número, ¿quizá llevarte a cenar? Conozco un
restaurante estupendo...
—Lo siento, pero tengo novio. Gracias por la oferta. —
interrumpo antes que pueda terminar, lentamente empezando
a retroceder lejos de él, tirando de Lyra conmigo.
Un destello de algo malvado convierte su sonrisa de cortés a
retorcida en menos de diez segundos. El enfado por mi
rechazo se dibuja en su rostro, pero pronto desaparece y su
cara encantadora vuelve a su sitio.
—Tal vez en otra ocasión entonces —se ríe—. Ustedes
señoritas cuídense esta noche, estoy seguro que las veré por
ahí.
Tan rápido como apareció, se fue. Desapareciendo entre la
multitud de invitados de la feria.
Juntas nos abrimos paso por el resto de las atracciones, casi
me mareo de la cantidad de veces que miré a Lyra en Tilt-A-
Whirl. En cualquier caso, nos divertimos y disfrutamos
mientras la noche empieza a volverse un poco más fría.
Estaba fuera del baño esperando a Lyra, desplazándome por
mi teléfono cuando la sensación de ser observada hizo que se
me erizaran los vellos de la nuca. Levanto los ojos, mirando a
través de la multitud frente a mí, pero sin ver a nadie que me
hubiera estado mirando.
La sensación de que alguien me rodea el brazo con la mano
me pone en alerta máxima.
—No grites. —Oigo que me susurran al oído.
Me tiran hacia atrás y me arrastran hacia la parte trasera del
edificio de los baños, lejos del ruido de la feria. Siento su
cuerpo apretarse contra el mío, pegándome al ladrillo. Al
instante me reconforta el olor a clavo y especias.
—No puedo dejar a Lyra —susurro a gritos, apretando las
manos contra el cuero de su chaqueta, intentando poner
espacio entre nosotros.
—Los chicos estarán con ella hasta que terminemos. —
responde Alistair, con su cuerpo protegiéndome de cualquiera
que pase por aquí.
Nuestras miradas se cruzan, sonrisas a juego adornando
nuestros rostros.
—Creía que no venías a las funciones escolares. —insisto.
—Rook quería un churro.
Es lo último que me dice antes de presionar sus labios contra
los míos en un beso abrasador que embriaga todos mis
pensamientos. Me derrito como el hielo sobre el asfalto
caliente mientras su cuerpo me inclina hacia atrás,
permitiéndome sentir cada músculo contra mi suave piel.
Mis dedos se agarran al cuello de su chaqueta de cuero y lo
acercan a mí. Necesito sentirlo por todas partes.
Un golpe más. Un subidón más. Repetí eso en mi mente.
—Sólo por Rook, ¿eh? —susurro cuando nuestros labios se
separan.
Me muerde el labio inferior con los dientes, antes de hundir la
cabeza en el pliegue de mi cuello, haciéndome jadear
ruidosamente mientras su húmeda lengua recorre la columna
de mi cuello.
—Sólo por Rook. —gruñe.
—Mentiroso. —gimo con ternura, dejo caer las manos sobre
su tonificado vientre, los dedos se cuelan por el ribete de su
camisa para tocar su piel desnuda que arde bajo mi tacto.
Siempre está tan caliente. Siempre en llamas.
La sonrisa en sus labios crece mientras marca mi garganta
con su boca.
—¿Verdad11? —retumba con una voz profunda que hace que
un relámpago golpee mi núcleo.
—Por favor.
Mi voz sale más necesitada de lo que esperaba, pero creo que
eso era todo lo que realmente quería de Alistair. Era la
verdad, respuestas, algo que demostrara que esto era algo
más que un festival sexual. Que yo era algo más para él que
la pobre chica invisible que era un polvo fácil.
—Tengo que ocuparme de algunas cosas esta noche, pero
antes necesito probarte. Quería poner mi cabeza en orden. Y
necesito preguntarte algo —empieza.
—¿Qué jabón corporal usas? —pregunta, inhalándome como
si fuera la mejor variedad de cocaína que pudiera adquirir.
No puedo evitar la carcajada que se me escapa.
—¿Qué?
—¿Qué es ese olor que tienes todo el tiempo? Es como jodidas
flores. —La forma en que traza las venas de mi cuello con la
punta de su nariz... me hace temblar en sus brazos.
—Es ugh, —tropiezo distraída mientras sus manos caen sobre
los huesos de mi cadera, frotando círculos en ellos—. Olay.
Grosella negra y orquídea. Creo.
Tomo nota mentalmente de seguir usando ese aroma
mientras estamos ahí, con las manos buscando la piel
expuesta, tirando el uno del otro para acercarnos, respirando
entrecortadamente, gimiendo suavemente mientras nos
excitamos mutuamente.
Quería esto. Quería que esto fuera suficiente, pero mientras
mi cabeza vuelve a caer contra la pared, mi cerebro me impide
concentrarme. ¿Qué quiere decir con algo de lo que ocuparse?
¿Qué va a hacer?
Esto no podía ser suficiente para mí. Necesitaba más.
Necesitaba respuestas. Quería ser egoísta porque quería a
todo Alistair. No sólo piezas.
Aprieto las manos contra su pecho y empujo ligeramente,
abriendo una brecha entre los dos.
—Alistair, espera... —empiezo, tragándome los nervios de la
garganta—. ¿De qué te vas a ocupar esta noche?
Cometo el error de encontrarme con su mirada. Ojos
marrones oscuros, ricos y amargos que me recuerdan a la
tierra fresca después de una fuerte lluvia. Tan oscuros que
son de tinta, casi negros, llenos de profundidades que ni
siquiera puedo comprender.
La lujuria que los teñía empieza a perder su brillo y sé que
entiende lo que le pido.
—No lo hagas. —dice, sacudiendo la cabeza—: No lo hagas
ahora.
—¿Se trata de Rose? ¿Vas a ir a la policía por lo que
encontramos en ese pendrive, vas a entregar al Sr. West? ¿Es
eso lo que vas a hacer?
Sus manos se retiran de mi cuerpo.
—Ya está arreglado.
—¿Cómo? ¿Se lo has dicho a alguien? —le presiono—:
Necesito saber que se está haciendo algo, probablemente hay
cientos de chicas desaparecidas ahí fuera. Estas son las
pruebas que la gente necesita para resolver los secuestros sin
resolver. Tienes que decir algo.
Había estado zumbando en el fondo de mi mente desde que vi
el vídeo.
—Tú no eres parte de esto. Hiciste tu trabajo y ahora se está
manejando. Eso es todo lo que necesitas saber.
Frunzo las cejas: —¿Eso es todo lo que necesito saber? ¿Me
estás tomando el pelo? He forzado una caja fuerte por ti.
Podrían haberme expulsado o arrestado. Merezco saberlo.
La forma en que se aleja de mí, como si le hubiera sentado
mal, me produce un dolor agudo en el pecho, como cuando
las medusas te envuelven el cuerpo con sus tentáculos antes
de darte una descarga.
—No, forzaste una caja fuerte porque te chantajeé. No actúes
como si me hubieras hecho un favor, Briar.
—¿Hablas en serio? —escupo, con una risa áspera a
continuación—. ¿Así es como vas a ser con esto?
—¿Qué esperabas? ¿Empezamos a follar y te debo una
explicación a todo lo que hago?
Me estremezco ante la dureza de su tono, de sus palabras.
—No te debo nada. Si estás buscando un novio que te llame
hermosa y te diga que eres la razón por la que cree en el
amor, vas a tener un duro despertar, porque no soy así. Esto
—señala con el dedo entre los dos—, es sexo. Eso es, sólo
sexo. No intentes convencerte que es algo más.
Pensaba que en el momento en que se me rompiera el
corazón, se oiría un fuerte estruendo en el pecho. Que haría
un alboroto como si se rompiera un cristal contra el suelo.
No fue así. En lugar de eso, fue un momento silencioso de
luto mientras las piezas se desmoronaban. No debería haber
una razón por la que estuviera tan afectada por esto.
¿Por qué?
Alistair Caldwell es una mala noticia. Es un problema. Me
atormentó. Está involucrado en asesinatos y redes sexuales.
No hay nada redimible en él.
Pero hubo un breve tiempo entre la ira, entre el odio, que él
era mi mala noticia. Mi problema.
Pensé, estúpidamente, que yo era especial. Quiero decir, me
tatuó, ¿no? ¿Me marcó para que todo el jodido mundo lo
viera?
Este dolor sordo empieza a irradiar por todo mi cuerpo. Oírle
decir eso en voz alta me escuece, aunque sepa que es lo que
siente por dentro.
Pero esto es Alistair. Probablemente tatúa a cada chica que se
folla sólo para ver la conquista. Para mostrar que es dueño de
todo lo que toca.
Me equivoqué al pensar que una serpiente alguna vez
cambiaría sus rayas.
—Es más fácil para ti, ¿no? —digo—: ¿Qué te odie? —Me
escuecen los ojos, pero me niego a dejar caer una sola lágrima
por él. Él no las entiende.
Se burla, sacudiendo la cabeza: —No quiero que sientas nada
hacia mí. Eso lo haría más fácil.
—Prefieres que te odie, que abrirte conmigo. ¡Que explicarme
por qué eres tan imbécil todo el tiempo! Por eso no me hablas
de tu familia, ¿no? Ellos te hicieron así, ¿no?
—No te lo digo porque no es de tu maldita incumbencia. ¡Deja
de intentar sacarme más! No voy a sentarme aquí y contarte
cómo mi mami y mi papi no me quieren mientras me acaricias
la cabeza. Déjalo de una puta vez.
—Sólo tienes miedo. —contraataco—: Sabes que si me lo
cuentas, si me dejas entrar —Le pincho el pecho con el dedo
—, entenderé por qué hiciste las cosas que has hecho. Ya no
tendré motivos para odiarte, y por alguna razón tú no quieres
eso.
Una ira pura y desenfrenada contorsiona su cara.
—¡Porque deberías odiarme, Briar! No soy una persona que
deba gustarte. No soy una persona de la que debas ser amiga
—Se acerca a mí, con los ojos clavados en mí, mientras mi
cuerpo retrocede ante su repentino movimiento—. No soy una
buena persona. Hago daño a la gente. Disfruto haciéndoles
daño, ¿y adivina qué? Disfruto haciéndote daño. Joder, me
encanta sentir placer haciéndote daño, Ladronzuela.
Sus palabras se disparan en mi pecho como balas.
Rompiendo el escudo que había construido sobre mi corazón.
No me muevo, sigo de pie, rígida como una tabla, con la
mirada perdida. Intento buscar la luz dentro de sus ojos.
Buscando algo que creo que murió hace mucho tiempo.
Algo que puede que ni siquiera exista.
—¿Qué te han hecho? —gruñí, sacudiendo la cabeza con
incredulidad. Eso era todo. Sólo era una marioneta con la que
podía jugar, sólo... alguien con quien jugar y manipular. Yo
no significaba nada. Todo era parte de su maldito juego.
—¡Eh, amante! ¿Terminaste? Tenemos que irnos. —La voz de
Rook es una gracia salvadora, dándome una excusa para salir
de esta conversación. Lejos de los ojos de Alistair.
Envolviéndome en mis brazos, lista para acurrucarme en mi
dormitorio con un pote de Ben & Jerry's, comencé a caminar
de vuelta hacia el ruido de la feria.
No debería dolerme tanto. No debería sentirme así, pienso
mientras saco el móvil del bolsillo para enviar un mensaje a
Lyra.
A mitad de teclear la palabra Dónde, un olor dulce llenó mis
sentidos y pude sentir la suavidad de una tela presionada
contra mi nariz.
Entonces, el mundo se volvió negro.
Capítulo Treinta
Dia del juicio

Alistair
Normalmente, después de hacer daño a la gente, siento un
subidón de euforia que inunda todo mi organismo. Me quita
el hambre, alimenta la ira el tiempo suficiente para que pueda
recuperar el control sobre mi vida.
Tengo mi dosis del día y estoy listo hasta la próxima vez que
sienta la necesidad de destruir a alguien.
Ahora mismo lo único que sentía era odio hacia mí mismo.
Tanto que cada vez que respiraba sentía como si estuviera
inhalando gasolina. Más combustible para el fuego dentro de
mi pecho que no se iba a apagar pronto.
Mi mano izquierda se enroscó con más fuerza alrededor del
volante. Mi pie pisaba el acelerador mientras mi auto
avanzaba a toda velocidad por el asfalto. El indicador del
salpicadero intentaba hacerme saber que este vehículo no
podía ir más rápido, pero aun así mantuve el pie en el suelo.
La música sonaba por los altavoces y pude ver de reojo a
Rook, que tamborileaba contra el salpicadero moviendo la
cabeza de un lado a otro al ritmo de la música. Observé cómo
mis faros se asomaban por la carretera de doble sentido casi
vacía, con árboles a ambos lados a medida que nos
acercábamos a nuestro destino.
Cuando vas tan rápido, un resbalón de tu muñeca te haría
rodar, el auto volaría hacia los árboles matándonos a los dos
casi al instante. Pero a ninguno de los dos nos importaba.
Nos concentramos en el denso sonido de la música, los
tambores que atronaban y hacían temblar los cristales de mis
ventanas.
Me dije que el sentimiento se iría después de esta noche.
Causaría estragos, acabaría con una vida y el molesto tirón
en el interior de mi pecho se iría. Aprieto el freno por primera
vez desde que salí de la feria y empiezo a frenar lo justo para
no volcar el auto al girar a la derecha.
Briar era un peón en una gran partida de ajedrez. Una pieza
que me había sorprendido y con la que había sido divertido
jugar. Había conseguido lo que quería. La había puesto de
rodillas con esos preciosos ojitos mirándome fijamente, la
tenía retorcida alrededor de mi puño, tenía mis dedos metidos
hasta el fondo de su coño y veía cómo se corría como nunca
con mi nombre maldiciendo sus labios.
La había roto.
Le demostré que no es mejor que yo.
Sólo otra persona adicta a lo que se siente cuando haces algo
malo. Le arranqué la idea de lo que creía que quería,
arrojando luz sobre cómo todas las partes oscuras de ella
eran su poder.
La derribé, sólo para levantarla, sólo para arrancarle el suelo
de debajo. Vi cómo se desmoronaba ante mis ojos.
Pero era lo que había que hacer.
No podía permitirme tenerla husmeando, metiéndose donde
no debía, preguntándome cosas que no entiende.
Era mejor romperle el corazón ahora. Quitarla del medio
antes que pasara algo peor. Antes de que construyera un
mundo imaginario conmigo, metiéndome en un sueño del que
no tenía nada que hacer. Esperando que sea algo que no soy.
Algo que nunca seré.
Yo quería esto, pensé.
Entonces, ¿por qué mierda me sentía así?
Entro con facilidad en la entrada de la casa en ruinas, justo
delante de la débil verja metálica que impide el paso a la
gente. Las señales de prohibido el paso son tan viejas que los
agujeros de óxido han empezado a corroer las palabras.
Rook sale del vehículo antes de que yo haya aparcado. La
electricidad me recorre los brazos mientras miro la pequeña
casa de ladrillo de dos plantas. La noche había llegado rápido,
siempre lo hace en esta época del año, y la tarea liberadora
que todos habíamos estado anticipando estaba a sólo unos
minutos de distancia.
Una ráfaga de viento fuerte levanta un montón de hojas,
llevándolas por el patio marrón, la corriente de aire aúlla por
la casa, colándose por el interior del tejado dañado y entre las
rendijas de las ventanas entabladas.
La última vez que vi este lugar albergaba un cadáver. Esta
noche, haría lo mismo.
Me acerco a la parte trasera de mi auto, mientras Rook abre
el maletero. Unos faros me ciegan cuando veo el auto de
Thatcher. Tanto él como Silas se detienen junto a mí, apagan
el motor y se bajan.
No hablamos, no hace falta decir nada. Sabemos por qué
estamos aquí y esa presión pesa sobre nuestros hombros.
—Atrapa. —Rook murmura, lanzando un hacha de mango
largo en mi dirección.
La arrebato del aire con calma, apretando la madera en la
palma, sintiendo el peso del arma en la mano. La hoja en
forma de cincel centelleó en la noche. E ideas de todas las
formas en que podría matar a alguien con esto aparecieron en
el ojo de mi mente.
Se oye el sonido de lamentos distorsionados cuando Thatcher
y Silas salen de la parte trasera del auto, cada uno de ellos
cargando con la mitad del cuerpo de un inquieto Greg West.
Lucha, intentando liberar sus pies atados con cinta adhesiva.
Seguimos su pista a través del desolado patio, subimos los
inestables escalones delanteros y atravesamos la entrada de
la casa de drogas donde habíamos encontrado a Rose.
Entrar fue como entrar en una máquina del tiempo. La última
vez que habíamos estado aquí, Rose yacía inmóvil en el
mismo suelo en el que arrojamos a Greg. Las tablas del suelo
crujen con su peso, su cabeza se golpea contra el suelo
mientras intenta rodar.
Thatcher y Silas habían esperado fuera de su casa después de
salir de la feria, esperando el momento perfecto para atraparlo
mientras caminaba hacia su puerta principal. Justo cuando
pensaba que iba a ser capaz de reclinar los pies en el sofá, y
hacer click a través del canal de deportes, Thatch lo había
estropeado. Agarrándolo y tirándolo en su maletero.
Las consecuencias de todas sus acciones hasta ese momento
espesaban el aire.
Derramando sangre por nuestra venganza. Tentar la balanza
de las brújulas morales sólo para sentir el alivio de la
venganza en nuestras almas. Si alguna vez me atraparan, no
me arrepentiría.
Aunque me pudriera en una celda el resto de mis días, esto
habría merecido la pena.
Siempre valdrían la pena.
Estaba listo para oír a Greg decir las palabras. Habíamos
seguido las migas de pan y nos habían conducido a la
persona que buscábamos. Sólo necesitaba oír las palabras.
Rook le arranca la cinta de la boca, resuena el sonido de la
piel y el vello desgarrándose, e inmediatamente empieza a
salirle mierda por la boca.
—¡¿Qué mierda te pasa?!
—¿Como una unidad? —Thatcher pregunta—: Demasiadas
cosas para contarlas.
Greg empuja sus pies en el suelo, tratando por todos los
medios de alejarse de nosotros cuatro. Es un poco patético en
realidad, los últimos intentos débiles de un ser humano
basura.
—¿Querías matarla, Greg? —Thatcher pregunta ignorando su
pregunta—: ¿O fue una suerte tonta que fuera alérgica al
éxtasis?
Es interesante ver a alguien que hasta ese momento había
estado completamente seguro de que nadie sabría lo que
había hecho. Es interesante ver el shock en sus ojos de rata y
empiezan a pensar, oh mierda estoy en problemas.
—Yo... no sé...
—Vimos el pendrive. —Le impido siquiera intentar negarlo. No
estaba aquí para interrogarle ni para obtener más
información sobre en qué andaba metido. Tenía suficientes
pruebas con el pendrive para saber que la policía investigaría
cualquier cosa de la que no nos encargáramos nosotros. Vine
aquí para escucharle confesar.
Estaba preparado para convertirme en juez, jurado y verdugo.
Como la mayoría de los malvados disfrazados de humanos, su
máscara se desprende de su rostro. Sabe que no puede
negarlo, es consciente de lo que hemos visto. O lo admite, o
espera que le respetemos por admitirlo, o se va como una
perra.
—¿Asumo que uno de ustedes se la estaba follando? ¿Por eso
estoy aquí? —se burla, rodando su cuerpo de modo que está
sentado sobre sus rodillas, su cabello grasiento cayendo en su
cara un poco mientras escupe en el suelo—. La X era sólo
para hacerla más flexible para el comprador. La habían
vendido el día que la recogí de la biblioteca. No sabía que la
perra estúpida moriría por eso. Nos costó dinero que no
teníamos que perder.
Una rabia ciega se apodera de Rook al oír que alguien insulta
a Rose, aprovechando la oportunidad para familiarizarse con
Greg. Hace girar su bate, balanceando el palo de aluminio
como un cuchillo sobre mantequilla, y lo aplasta contra el
costado de Greg, haciéndole levantar en el aire con un duro
golpe.
Esperaba en silencio que le perforara un pulmón.
—No puedes hablar de ella. No así, maldito sinvergüenza.
Fue la primera de muchas dolorosas lecciones que le
daríamos a nuestro profesor esta noche.
Maúlla hacia el grupo, apoyando la frente en el suelo, con los
ojos entornados por el dolor. Thatcher agarra la suela de su
zapato Oxford, la presiona contra el mismo par de costillas
que acababa de recibir un golpe de las grandes ligas y le da
un puñetazo en la espalda. Sentí la opresión en el pecho, el
aumento de la presión en todo el cuerpo. La sentía en las
manos, en el cuello y en los músculos de la mandíbula a
medida que mi furia aumentaba cuanto más hablaba.
—¿Crees que matándome será mejor? Serás tan malo como
yo, nada más que un asesino. ¡Esto no la traerá de vuelta! —
grita, saliva volando de su boca como bichos blancos—. Ella
está muerta. Nada de lo que hagan cambiará eso.
Llevaba meses esperando esto. He pasado noches en vela
pensando en lo que haría si tuviera la oportunidad de ponerle
las manos encima a la persona que nos arrebató a Rosemary.
Ráfagas de recuerdos juegan en mi mente. De Silas, de Rose,
todo lo bueno, todo lo malo.
Eso era lo que nadie entendía.
Sabíamos que se había ido. Sabíamos que por mucha sangre
que derramáramos no volvería. Se había ido.
No nos importaba una mierda.
Doy una zancada hacia delante: —No, no lo hará —giro el
hacha en mis manos para que el extremo romo apunte hacia
fuera—: Pero me hará sentir muchísimo mejor. —Le clavo el
extremo del arma en la garganta.
El sonido de la leña rompiéndose sobre un árbol crepita en el
piso inferior de la casa. La tráquea de Greg se astilla en su
garganta por el golpe de la parte trasera del hacha. La brutal
asfixia que sale de su boca me haría estremecer si no
estuviera tan excitado por lo bien que me siento.
Respiraciones agudas y jadeos es todo lo que consigue. Ni una
palabra más saldrá de su boca.
Es entonces cuando Silas da un paso al frente.
Manos tranquilas, ojos como el carbón. Se coloca junto a
Greg, mirándole desde arriba para poder echar un vistazo al
aspecto de un ser humano vivo cuando pierde su alma.
La Parca renunció a sus deberes por esta noche,
entregándoselos a Silas para que sentenciara a un alma sucia
a cualquier infierno que le esperara.
Este siempre había sido el plan. Este siempre había sido su
asesinato. La venganza que sentía compensaría a Rose,
porque en su mente, debería haber estado allí esa noche.
Rose volvía andando a casa desde la biblioteca por culpa de
una pelea que habían tenido. Todavía no sabía por qué había
sido, pero en vez de esperar a que Silas la recogiera se fue
sola.
Fueran cuales fuesen sus últimas palabras, se las dijo
enfadado.
Daría cualquier cosa por conocer los pensamientos que se
acumulaban en su mente ahora mismo, cuando se
encontraba cara a cara con el hombre que acabó con la vida
de su novia.
Con sutil gracia, deja caer una rodilla a su lado, colocándose
a horcajadas sobre su pecho e inmovilizándolo contra el suelo
con su peso. Las tablas del suelo crujen con el alboroto y lo
único que podemos hacer es mirar, esperando el momento en
que Silas nos necesite.
—Espero que te cueste respirar. —Su voz es áspera mientras
se limpia el polvo de las cuerdas vocales—. Espero que cada
respiración sea como si unas cuchillas de afeitar te abrieran
la garganta.
Sus manos, anchas, grandes y poderosas se hunden en la
cara de Greg. Desliza los dedos por detrás de su cráneo para
mantenerlo firme y deja que sus pulgares rocen sus párpados.
Greg tosía y luchaba por respirar, el miedo a la muerte se
hacía más evidente y ni siquiera podía gritar pidiendo ayuda
que podría haberle salvado.
Se contonea, despegándose del suelo, los últimos intentos de
un hombre a punto de encontrarse con el creador en el que
creía. Para no volver a respirar nunca más.
—Quiero que recuerdes este miedo en el Infierno. Recuerda
este dolor durante eones mientras te asas vivo en las fosas del
inframundo.
Con una fuerza inimaginable hunde sus pulgares en las
cuencas de los ojos de Greg. Presionando en los huecos,
excavando a través de la delicada piel del párpado, filtrándose
aún más en los esponjosos músculos de su ojo.
Gritos guturales, como un televisor estático salen del pecho
de Greg. Un dolor que tendría a cualquiera pidiendo
clemencia. Sin embargo, Silas apenas se inmuta. Incluso
cuando los vasos sanguíneos comienzan a abrirse
permitiendo que la sangre chorree sobre su pecho, cubriendo
sus pulgares mientras le saca los ojos.
—Joder —susurra Rook en voz baja mientras se coloca a mi
lado, Thatcher lo mira como si fuera una especie de
demostración y debiera estar tomando notas.
—Espero que pienses en ella, en cómo podrías haber evitado
esto si nunca le hubieras puesto la mano encima. —continúa,
con aspecto imperturbable, como si estuviera hurgando en un
melocotón para sacar el hueso del centro, la carne blanda
cediendo a su presión.
El líquido carmesí reemplaza los huecos de sus ojos, chorros
de sangre pegajosa corren a los lados de sus mejillas. La
forma en que enrosca los pulgares bajo el costado del ojo,
tirando bruscamente hacia arriba. Cuando Silas retira los
dedos del interior de sus ojos, parece un efecto de terror
digital.
La forma en que los ojos de Greg colgaban de las cuencas por
diminutas terminaciones nerviosas, moviéndose con el
impulso de las violentas sacudidas de su cuerpo.
Sin mediar palabra, Silas rodea la garganta de Greg con las
manos y empieza a comprimir. Tarda cuatro minutos en
acabar con su vida. Cuatro silenciosos minutos antes que sus
piernas dejen de moverse, su garganta deje de hacer gárgaras
y su ritmo cardíaco se detenga por completo.
En esos cuatro minutos sentí que por fin había terminado.
Por ahora.
Juntos ayudamos a seguir las instrucciones de Thatcher para
limpiar el cadáver, recogiendo cualquier rastro de nuestra
presencia aquí, mientras él ahogaba el cuerpo en lejía.
Asegurándose de que cualquier forma de evidencia de ADN
que habíamos dejado en su cuerpo se haya derretido por los
productos químicos.
Como última medida para cubrir nuestras huellas, dejamos
que Rook lo empapara en líquido para encendedores, antes de
prender fuego a Greg. El olor a carne quemada y sangre frita
se apoderó de cualquier otro olor. Parecía un perfume de
muerte y mi nariz lo seguiría oliendo dentro de unos años.
Me quedé fuera de la casa, esperando a que el cuerpo se
desintegrara, fumando un cigarrillo contra el ladrillo cuando
Silas salió caminando con la capucha levantada y la cabeza
mirando al cielo, como si la estuviera buscando en las
estrellas.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras exhalo el humo de mis
pulmones.
—Te pedí que te quedaras un año, que te quedarás hasta que
averiguáramos quién lo hizo y lo hicimos esta noche. Así que
no voy a pedirte que te quedes más tiempo —dice, aún sin
bajar la vista del cielo nocturno—. Pero voy a ir tras Frank.
No me ofendió lo que dijo. Él sabía lo que era para mí estar
aquí. Tener que quedarme más tiempo en un pueblo que me
crio para ser un paria con una familia que me puso allí para
empezar. Sabía que sólo intentaba cuidarme.
Pero le dije que me quedaría hasta que terminara. Se lo
prometí.
Y no rompería esa promesa. Ni siquiera si eso significara
lidiar con el trauma que conlleva este lugar.
Me acerco por detrás y le pongo la mano en el hombro: —
Estoy contigo hasta el final. Estoy contigo, Si. —Y lo dije en
serio. Estaría aquí hasta el final, significara lo que significara
para nosotros.
Asiente, aceptando mi respuesta: —Ella solía decir que eras el
más parecido a un hermano mayor.
Arrugo las cejas, con la garganta repentinamente atascada.
—¿Qué?
—Rose. Ella solía decir que tú adoptabas el papel de hermano
mayor, así podrías ser lo que nunca tuviste. Siempre
vigilando, asegurándote de que nunca pasara nada. Era una
de las cosas que más le gustaban de ti, porque sabía que yo
estaría bien mientras tú estuvieras al mando. —Hay una leve
sonrisa mientras mira fijamente hacia la noche, contándome
algo que nunca había oído antes.
Nunca le había hablado a Rosemary de mi familia, pero
cuando creces cerca de alguien, es difícil no darse cuenta del
funcionamiento interno de su vida. Ella sabía lo suficiente
como para juntar ciertas cosas.
Dejo que el silencio se apodere de él. Le dejé espacio, tiempo
para pensar en lo que acababa de pasar. Para bajar del
subidón de adrenalina que todos estábamos experimentando.
En algún lugar en el fondo sabía que Rose estaba en las
nubes enfadada con nosotros. Enfadada con Silas por
arriesgar nuestras vidas sólo para vengar a alguien que ya
estaba muerto. Podía ver sus ojos rasgados y su ceño
fruncido.
Pero aun así, podríamos morir sabiendo que su asesino corrió
la misma suerte.
Eso era suficiente.
—¡Alistair! —Rook grita desde el interior de la casa, corriendo
a través de la entrada al porche delantero.
—¿Qué? —pregunto, volviendo de repente a la alerta máxima.
Listo para solucionar el problema que acababa de surgir.
—Lyra, me llamó por Messenger —anuncia.
—¿Lyra Abbott? ¿Qué quiere?
—Contesta, toma —me empuja el teléfono, dejando que lo
agarre y me lo ponga en la oreja.
—¿Hola? —digo, confundido es un eufemismo masivo.
Si me llama para echarme la bronca por lo de Briar, le haré
saber rápidamente que no es el momento adecuado para ello.
—¡Alistair! Oh, gracias a Dios. Llevo una hora intentando
localizarte. No tenía tu número, y tú no tienes Facebook, así
que empecé a llamar a los otros chicos de aquí con la
esperanza de que...
—Lyra ¿qué diablos está pasando?
Pongo fin a su divagación, esperando que pueda ir al grano.
—Es Briar. —dice en un suspiro—. ¿Está contigo?
He infligido suficientes castigos como para ganarme un título
en el infierno. Había hecho pasar miedo a más gente de la que
podía contar. Dolor en cuerpos de hombres al azar sólo por
diversión durante las peleas.
Había pasado toda mi vida casi sin sentir esto por mí mismo.
Pánico absoluto.
Lo siento en el pecho. Como si alguien me lo clavara con
cuchillos, cada uno ardiendo y clavándose en mi carne. El
corazón me late con tanta fuerza que me hace vibrar toda la
caja torácica.
Allí también hay un zumbido, como el de una sirena. Tan
fuerte y alto que casi me revienta los tímpanos. Alfileres y
agujas pinchan mis dedos, mis dedos de los pies, todo se
convierte en entumecimiento en menos de veinte segundos.
Era como si me hubiera sumergido en el agua demasiado
tiempo. Había mantenido la cabeza bajo la superficie tanto
tiempo que, cuando salí, jadeando, me ardía la garganta y el
cerebro me gritaba que no volviera a permanecer tanto tiempo
bajo el agua.
Nunca había tenido miedo.
E imagino que así es como se siente el terror para los demás.
—No. ¿No se fue contigo a la feria? —Me las arreglo.
—Oh Dios, Briar. —Ella empieza a llorar en el altavoz,
sonando sin aliento—. Después que ustedes se fueron esperé
junto a los baños y ella nunca regresó. Recibí un mensaje de su
teléfono diciendo que iba a tu casa, pero son casi las dos de la
mañana y no se ha reportado. Tampoco contesta al teléfono,
Alistair, ¿y si...?
—Para. —No necesito que diga las palabras. No quiero oírlas
en voz alta.
Sabía lo que iba a decir y la realidad de que podía ser verdad
me hizo querer vomitar. Acababa de ver cómo le sacaban los
ojos del cráneo a un hombre y apenas me inmuté.
Sin embargo, la perspectiva de que Briar fuera secuestrada y
posiblemente vendida como esclava sexual era suficiente para
que se me revolviera el estómago. La imaginé luchando,
haciendo todo lo que se le ocurría para defenderse.
Porque era una luchadora y sabía que no se iría fácilmente.
Pero aun así, todo lo que podía ver era a ellos usándola.
Tocándola. Violándola.
—Espera —digo en voz alta, con el cerebro dándome vueltas
—. ¿Dijiste que te mandó un mensaje? ¿Qué iba a ir a mi
casa?
Las bombillas explotan dentro de mi mente.
Las ganas de vomitar se sustituyen rápidamente por una
bomba de furia que está a segundos de estallar.
—Sí, ¿por qué?
—Sé quién la tiene —le digo—. Voy a jodidamente matarlo por
llevársela.
Capítulo Treinta y uno
Ajuste de cuentas

Briar
El bien y el mal.
Un concepto primitivo del que muchos intentan decir que
tiene cierto parecido.
Les gusta decirte que el bien abarca toda la luz. Es el halo de
vida que no hace mal. Es el sonido del llanto de los recién
nacidos, las suaves hebras de cabello dorado entretejido y los
bancos de la iglesia los domingos.
Mientras que el mal es la raíz del pecado. Son las criaturas
que acechan en la noche, los gritos de los bosques brumosos
y los cuervos que graznan sobre la carne fresca. El mal tiene
una imagen. Es la sombra, el negro, el olvido.
Durante toda tu vida te los representan, para que cuando
desarrolles una mente propia seas capaz de ver la diferencia.
Verás a alguien y sabrás si sus intenciones son siniestras o
puras.
Están jodidamente equivocados.
El mal no tiene una imagen fija y el bien tampoco.
Si así fuera, Alistair no estaría atravesando la puerta de su
casa familiar dispuesto a desgarrar el infierno. Dorian no me
tendría atada a una silla con una mordaza en la boca,
acechándome con malvadas intenciones.
Según las normas del mundo, el hombre casi doctor, el rey de
la fiesta, los ojos castaños claros, la sonrisa de un millón de
dólares y la estatura bien vestida debería ser mi caballero de
brillante armadura.
Y el hermano moralmente gris, el de ojos fríos, reputación
condenatoria que cree que matando gente vengará a la chica
de su amigo, es el villano corrupto dispuesto a robarme mi
inocencia.
En el momento en que había puesto un pie en Hollow
Heights. En cuanto supe de Alistair, lo habían pintado como
el malvado. Yo misma era culpable de ello cuando estaba
junto a Easton en aquella clase.
Tomé lo que dijeron de él e hice suposiciones. De acuerdo,
cualquiera en su sano juicio pensaría en él como el malo
después de verle participar en un asesinato. Y tal vez eso lo
hacía malvado. La capacidad de borrar a alguien de la faz de
la tierra. Al mismo tiempo, si alguien hubiera matado a mi
madre, como a la de Lyra, no estaba tan segura de no hacer
exactamente lo mismo.
Todo este pueblo le había convertido en algo que no era.
Empezaron una guerra dentro de su alma y esperaban que
encontrara la paz. Se sorprendieron cuando eligió la violencia
en lugar de la armonía.
Criado por una familia en la que no tenía ninguna posibilidad
de sobrevivir a menos que se volviera cruel.
Mis ojos dijeron palabras que mi boca no pudo decir cuando
Alistair apareció, acechando en la sala de estar con
animosidad en su dura mirada.
Creí que su camiseta blanca se derretiría por su cuerpo, por
la forma en que se extendía por sus definidos hombros y se
ceñía a su esbelta cintura. No se había apartado el cabello de
la cara, sino que le cruzaban mechones sueltos por la frente
como si se hubiera pasado los dedos por él.
Sus botas resonaron en el suelo.
Dorian apenas se movió de su asiento, agitando el hielo que
se derretía en el vaso de whisky, mirando a su hermano
menor con desprecio. El cañón de la pistola, apoyada contra
el sillón de cuero.
—Empezaba a pensar que no aparecerías. —Dorian habla
primero, observando cómo Alistair se detiene bruscamente al
ver la pistola en su mano. Se paró frente a nosotros, sus ojos
parpadeando hacia mí y de vuelta a su hermano.
Sé que la hinchazón de mi ojo ha empezado a notarse, la
sangre había dejado de correr por mi rostro hacía una hora y
podía sentir lo rígida que estaba mi ceja por la sangre seca
que reposaba allí.
Negarme a que me tocara me valió un golpe en el rostro que
me dejó inconsciente durante lo que parecieron días, pero que
en realidad sólo habían sido unas horas. Cuando desperté
estaba atada a una silla, escuchando a Dorian despotricar
una y otra vez sobre lo equivocada que estaba.
Qué estúpida fui por elegir a Alistair en vez de a él, por
negarle cuando era mejor en todos los sentidos. Lo
horrorizado que estaba por mi incapacidad para ver eso por
mí misma. Se paseaba de un lado a otro delante de mí, hasta
que por fin decidió sentarse, lo que me hizo pensar que había
sufrido algún tipo de brote psicótico.
Que tenía que tener.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Alistair, con los puños
cerrados a los lados mientras mantiene la calma, sabiendo
que está en desventaja por el arma.
—Haciendo lo que mejor sé hacer, hermanito. —No tengo que
mirar para ver la sonrisa en su cara—. Tomando lo que es
tuyo. Tomando lo que siempre ha sido mío.
Me dolía la boca de tanto apretar la tela que me envolvía la
cabeza, impidiéndome hablar algo que no fueran murmullos
contrariados. Las lágrimas me escocían en los ojos y, aunque
había intentado mantener la calma en la medida de lo posible,
sentí cómo me resbalaban por las mejillas.
—Eres un maldito iluso, Dorian. Ya no somos niños y esto no
es un juego. Déjala ir —argumenta Alistair.
Siento los ojos de Dorian clavados en mí.
—Es hermosa, ¿verdad? —murmura y me dan ganas de
vomitar ante los pensamientos que está teniendo sobre mí en
su cabeza—. Fue una de las primeras cosas que noté en ella.
Su arco de cupido es perfectamente simétrico y sus ojos
brillan como joyas. Luego tuvo que ir y arruinarlo.
El crujido del cuero al ceder bajo su peso resuena en la
habitación cuando se levanta, deja el whisky en la mesa
auxiliar y mantiene la pistola en la mano que domina. Mi
corazón late al compás de sus pasos mientras baila un vals
detrás de mi silla.
Puedo sentir el frío metal de la pistola presionado contra mi
cabello, la forma en que dibuja patrones en mi cuero
cabelludo con el cañón, haciéndome estremecer de miedo.
Intento contener las lágrimas, acallar los gritos, pero no
puedo aguantar más.
No podía creer que fuera aquí donde podría morir. Atrapada
entre un hombre que me importa y el hombre que le odia.
—¿De qué mierda estás hablando?
—Los vi a los dos en el invernadero la otra noche. Cuando
creías que nadie los veía. —De su boca brota una rabia
delirante, puedo sentir la pistola temblando en mi cabello por
la fuerza de su voz—. ¡Cuando te dejó tocarla! Que la
profanaras. Cómo su cuerpo se moldeaba contra el tuyo y yo
no podía creer que hiciera algo así. No podía creer que ella te
eligiera. Quiero decir —se burla—, si se ve tan bien con la
copia imagina, lo impresionante que se vería al lado del
original.
Había tomado una noche que yo quería que fuera especial y la
había convertido en algo siniestro. Nunca podría pensar en el
cumpleaños de Alistair sin pensar en dónde se había parado
Dorian cuando nos observó. Cuánto tiempo se había quedado
allí.
—Ella no es mía. —dice Alistair, negándose a hacer contacto
visual conmigo—. Ella es sólo una niña. Estarías arruinando
tu vida, tu legado, por una chica que no significa nada para
mí.
Hago una mueca por sus palabras, apartando los ojos de él
para mirar al suelo. Me duele mucho el pecho porque podría
morir sin significar nada para alguien que significa más para
mí de lo que se suponía.
—¡Ella era mía primero! —brama Dorian, mi espina dorsal
tiembla de miedo—. ¡Yo la vi primero! Se suponía que era mía
y tú me la quitaste.
No estaba segura si la confusión provenía de la conmoción
cerebral que estaba segura de tener o de las palabras que
salían de su boca.
Pude sentir su mano presionando el costado de mi cabeza,
gritando levemente mientras dejaba caer su cabeza sobre mi
cabello e inhalaba profundamente.
—La vi en su primer día en Hollow Heights —murmura, como
si me hablara a mí—. Supe en ese momento que tenía que
tenerla. Tenía que tenerte, Briar.
Lo único que oí fue cómo levantaba la pistola y cómo chocaba
contra algo sólido una y otra vez mientras continuaba: —¡Pero
tú le elegiste a él! ¡Te abriste de piernas para mi extra! No es
nada comparado conmigo.
Esta fantasía que había construido en su cabeza sobre
nosotros se había venido abajo rápidamente sin darme
cuenta. Habiendo hablado con él sólo dos veces, nunca supe
que me estaba observando. Alimentando alucinaciones de las
que no quería formar parte.
El primer día que sentí que alguien me miraba, había sido él.
Se me clavaron alfileres y agujas en la piel al pensar en todas
las veces que había sentido que alguien me miraba y en cómo
había supuesto que era Alistair.
La pistola vuelve a apuntarme al lado de la cabeza, la fuerza
del cañón se clava en mi piel y noto cómo me tiembla el
cuerpo. El corazón me late con fuerza. El sudor me resbala
por la frente.
—Dorian... —Alistair empieza.
—¡Veo la forma en que la miras! ¡Como si te perteneciera! ¡El
tatuaje en su dedo! La has marcado. —Prácticamente grita—:
No la mereces a ella, no te mereces nada. No eres más que
una rata de alcantarilla, el repuesto por si yo fallaba. No
tienes derecho a nada.
La temperatura aumenta a medida que sus movimientos se
vuelven más frenéticos. La cuenta atrás de la bomba que es
Dorian Caldwell se acerca a una explosión masiva.
—¡Dorian! Escúchame, —Da un paso adelante, con la mano
extendida en señal de tregua—. Podemos conseguirte ayuda.
No necesitas hacer esto.
—¡No necesito jodidamente ayuda! La quiero a ella. —Me
estremezco—: Y si yo no puedo tenerla, tú tampoco.
Todo había ido tan rápido, las palabras acaloradas, los
movimientos apresurados. Todo giraba a toda velocidad y fue
entonces cuando todo decidió ralentizarse. Sentí como si me
hubiera sumergido en la superficie de la piscina, cayendo al
fondo y quedándome en las profundidades. Todo en el agua
era más lento.
Vi a Alistair cargar hacia delante, con la palabra “No” saliendo
a gritos de sus labios.
Una bocanada de aliento se escapó de mi boca a cámara
lenta, cerrando los ojos antes que el final viniera cayendo
hacia mí.
Pensé que tendría flashes de mi futuro, de mi pasado, de
todas las cosas que nunca experimentaría, pero en lugar de
eso sólo le vi a él. Lo vi y concebí un mundo en el que podía
amarlo sin repercusiones.
La forma en que se abalanzó sobre mí, cómo el miedo y el
dolor florecieron en su rostro como una rosa recién cultivada.
Una rosa florecida justo antes del frío invierno, donde pronto
moriría. Me preguntaba si después de mi muerte se volvería
como Silas o si yo no era nada para él.
Vi cómo había sido un niño antes de ser una lección, antes de
que lo pintaran como el rostro del mal. Vi lo que todos habían
olvidado, que era leal, hecho de carne y hueso, de sonrisas
torcidas y ojos de ónice.
Debajo de todo eso, un chico con sueños, con amigos, que
reía. Un niño que una vez había amado a su hermano.
Y pensé en lo afortunada que era en ese momento, al no verle
más que como un niño.
La ráfaga del arma me perforó los oídos, haciendo estallar el
tambor que llevaba dentro. Unas cálidas y húmedas
salpicaduras de líquido me cubrieron el costado del rostro, y
esperé que hubiera más dolor.
Mis ojos se abrieron, todavía capaz de ver.
Debo ser un fantasma, ¿verdad? No esperaba que sucediera
tan rápido, pensé que habría una luz, una puerta que debía
atravesar.
En vez de eso, Alistair cayó de rodillas frente a la silla, con las
manos acercándose a mi rostro.
—Briar, Briar, Briar.
Briar
Briar
Briar
Sentí tan real mi nombre en sus labios, resonando en mi
cabeza mientras me quitaba la mordaza de la boca y soltaba
las ataduras que me sujetaban a la silla. Sentí sus manos,
más calientes que las brasas, presionando mis mejillas y
dirigiendo mi atención hacia su mirada.
El mundo volvió a moverse con normalidad. Había salido a la
superficie, justo a tiempo para oír gemidos guturales de dolor
y el arrastrar de pies.
—Estás bien —susurró—. Vas a estar bien, Ladronzuela.
Como si fuera una pluma, me agarro en brazos y me acunó
contra su pecho. Mi nariz buscó el reconfortante olor de su
colonia y hundí la cabeza en su cuello mientras me llevaba.
Persiguiendo ese aroma.
Mi visión era irregular, pero pude ver que Dorian yacía en el
suelo, detrás de la silla en la que acababa de sentarme. De
lado, con los ojos muy abiertos, agarrándose el hombro donde
la sangre manchaba su camisa blanca. Tanta sangre que no
parecía real. Se le escurría entre los dedos mientras se
balanceaba en el suelo, dolorido.
Justo antes de que se me cerraran los ojos, los vi.
Tres sombras se movieron por el salón, vestidas de negro y,
como siempre, los hijos de la oscuridad acudieron a proteger
a los suyos.

Alistair
La ducha se había cerrado hacía veinte minutos.
Quería darle tiempo. Permitirle asimilarlo todo, dejar que el
polvo se asentara, y sabía que una vez que saliera, la
adrenalina la habría dejado exhausta.
Quedarse en la casa de huéspedes de Thatcher significaba
que tendría un dormitorio para ella sola sin que se produjera
ninguna de las incómodas conversaciones de “¿dónde voy a
dormir?”. Aunque sabía que necesitaba espacio, me negué a
dejarla dormir en los dormitorios esta noche.
Sólo por esta noche la quería bajo el mismo techo que yo.
Necesitaba asegurarme de que, al menos por esta noche,
estuviera a salvo.
El crujido de la puerta del baño hizo que mi rodilla dejara de
rebotar, lo suficiente para seguir el rastro de sus largas
piernas, el vapor salía de detrás de ella. La camiseta y los
bóxers que le había dado eran unas cuantas tallas más
grandes y se tragaban su cuerpo.
Una diosa. Un ángel. Todo lo bueno que queda en un mundo
malvado.
Le agarro suavemente el cabello mojado y se lo empujo hacia
un lado, lo que me permite ver mejor el moratón que tiene en
el ojo.
Entonces me odiaba un poco más.
Que yo había sido la razón por la que una chica que
representaba todas las cosas que siempre había querido
estaba sufriendo. Una chica que tenía todo lo que necesitaba
y yo tenía demasiado miedo de aceptar. Porque como dijo
Dorian, yo no merecía nada.
Eso es todo lo que me han enseñado. Entonces, ¿cómo podría
haber creído ni por un segundo que Briar y yo podríamos
haber sido algo?
Mirar la herida morada brillante y el arañazo en su rostro me
hizo tocar fondo. No me cuestioné que había estado más
preocupado por ese moratón, que por mi hermano sangrando
en el suelo.
Aunque había habido un momento solitario esta noche
cuando miraba a Dorian que me vi a mí mismo. Un hijo que
había sido criado para ser algo que nunca quiso ser.
Él era el otro extremo.
Criado con la presión de ser el sucesor, de tener que ser
perfecto, de no poder fallar nunca porque si lo hacía le
sustituirían. Sabía lo que era esa presión para un chico joven
y le había hecho tanto daño a él como a mí.
Y en ese momento, le odié un poco menos porque, por
primera vez, me identifiqué con él.
Me duelen las repercusiones con las que sabía que tendría
que lidiar mañana. Responder a las preguntas de nuestros
padres, escuchar qué historia se inventarían para ocultar
todo esto.
Pero por ahora, dejaría que los chicos se encargaran del viaje
de Dorian al hospital, y yo me ocuparía de todo lo demás por
la mañana. Ahora mismo, quería asegurarme que estaba bien.
Que saldría de esta con algún tipo de normalidad.
—La cama está limpia y la puerta está cerrada. —Me levanté
de la silla, sin poder mirarla más que unos instantes—.
Estaré al final del pasillo si necesitas algo a lo largo de la
noche.
—¿Alistair? —susurra, deteniendo mi camino hacia la puerta
con sólo el sonido de su voz.
—¿Sí?
—Lo siento.
Lo siento.
Como si hubiera sido culpa suya. Como si ella hubiera podido
hacer algo para detener a mi hermano. Incluso si ella no
hubiera caído en mi camino, él aún habría hecho esto. Tal vez
incluso habría tenido éxito en su objetivo de hacerla suya.
Niego con la cabeza: —Para, esto no es culpa tuya. No hagas
eso. —Dejo escapar un suspiro—. Dorian necesita ayuda.
Está mal de la cabeza. No lo sientas, no has hecho nada malo.
Lágrimas corren por su rostro recién lavado.
—No lo siento por él. Lo siento por lo que sea que les pasó de
niños que les hizo ser así. Que hizo que tuvieras que disparar
a tu hermano por mí.
Quería irme.
Debería haberme ido.
Pero físicamente no pude evitar acercarme a ella. Era como si
la gravedad me empujara en su dirección, negándome a
soltarla hasta que mi mano tocó el costado de su rostro y le
froto las lágrimas.
—Técnicamente, yo no le disparé —sonrío suavemente—, fue
Silas.
Una carcajada que probablemente no esperaba se le escapa
de la garganta.
—Ya sabes lo que quería decir.
Nos quedamos allí de pie mientras le sostenía el rostro,
mirándonos fijamente y pensé en todo lo que le había hecho
hasta ese momento. Cómo, en el fondo, sólo intentaba
destruirla porque ella representaba lo que yo nunca podría
tener.
Y parecido a Dorian, si yo no podía tenerla, nadie podría.
Cómo ahora mismo, todo lo que quería era tenerla de verdad.
No sólo como un juego, más que eso. Pero quería tener sus
risas.
Quería tragármelas enteras y ver si curaban toda la rabia de
mi alma. Quería bañarme en la paz que me proporcionaba
estar a su lado después del sexo, cuando dibujábamos
círculos perezosos sobre el cuerpo del otro y nada más
importaba excepto el sonido constante de su respiración
sobre mi piel.
Conocía su miedo, pero quería saber qué la impulsaba.
Qué la hacía sonreír, por qué siempre llevaba el mismo par de
zapatos y qué quería ser de mayor. Quería ser algo más que el
hombre que la asustaba.
Quería ser un hombre al que ella pudiera amar, aunque no
tuviera ni idea de lo que eso significaba para mí.
—¿Te quedarás conmigo esta noche? Yo... yo sólo, yo no...
—Sí. —No la dejo terminar, no necesita hacerlo.
Ella se mete en la cama primero, moviéndose suave y
silenciosamente. Sus largas extremidades trazan patrones
aleatorios en las ondas de algodón, navegando por el mar de
tela azul marino con una gracia que me recuerda un poco a la
de un tiburón deslizándose sin esfuerzo por el profundo
océano azul.
Me quito los zapatos de una patada, me paso la mano por
detrás de la cabeza, me quito la camisa, la tiro al suelo y me
dirijo a mi lado de la cama. Me pongo la almohada bajo la
cabeza y me tumbo de lado para que nos miremos fijamente.
—Siempre quise tener hermanos —dice—: Ser hija única es
solitario y creo que por eso me costó tanto hacer amigos.
Siempre me he sentido sola y aunque suene raro, aquí no me
sentía así. Incluso cuando tú y tus amigos eran unos idiotas
furiosos.
Me río entre dientes, con el pecho vibrando de calor.
—Los hermanos están sobrevalorados —bromeo—. Tampoco
tuve hermanos, no como la mayoría de la gente. Tuve un
hermano mayor de sangre, pero eso no nos hizo hermanos.
—Pero tienes a Rook, tienes a Thatcher, Silas. —Ella señala.
—Sí. Los tengo.
Esos eran mis hermanos. Familia que fue elegida. Que se
despertaron y eligieron formar parte de mi vida cada día.
—¿Está Dorian? —Ella tropieza— ¿Va a estar bien?
Suspiro: —Sí, Silas sólo le ha golpeado un músculo del
hombro. Necesitará una transfusión de sangre y algunos
fluidos, pero se pondrá bien.
Ella asiente, aceptando mi respuesta y veo que el escuchar
que él esté vivo la hace sentir aliviada. Aunque casi la mata,
no quería que nadie muriera por su culpa.
Si la quería. Si realmente la quería, tendría que asegurarme
de que me conociera. Más de lo que yo quería que el mundo
viera.
—Tiene hemofilia.
—¿Qué?
—Dorian. Nació con una enfermedad rara llamada hemofilia.
Su sangre no coagula tan rápido como la de la gente normal.
Cuando tenía siete años, estaba en un entrenamiento de
lacrosse y recibió un golpe en las costillas, nada grave para la
mayoría de los niños, pero acabó en el hospital con una grave
hemorragia interna.
Recuerdo oír a mis padres hablar de ello. Recuerdo oírlo por
primera vez y pensar: odio que mi hermano esté enfermo. Que
ojalá pudiera curarle.
—Fue entonces cuando se enteraron y mi abuelo, Alaric, se
negó a permitir que el apellido Caldwell descansara sobre los
hombros de un niño enfermo. ¿Y si moría? ¿Y si no podía
manejar todos los bienes que iba a heredar? Como mínimo,
les dijo a mis padres que debían tener un respaldo por si
pasaba algo.
Joder, odiaba hablar de esto. Odiaba pensar en lo destrozado
que había estado de niño cuando descubrí por qué había
nacido. Odiaba que nadie se preocupara después de
decírmelo. Que era algo con lo que tenía que vivir.
—Alistair... —murmura, con tristeza en la voz.
—Así que mis padres básicamente me crearon en una placa
de Petri. Modificaron genéticamente mis genes para que
tuviera el tipo sanguíneo exacto, para que fuera inicialmente
una réplica de mi hermano mayor. Para que si algo pasaba,
pudiera darle sangre, donarle un órgano. Yo sólo nací para
ser el repuesto. El heredero y el repuesto, así nos llamaba mi
abuelo. —Sentí que la voz me fallaba hacia el final, como si se
me hubiera acabado la gasolina del depósito. Ahora me
quedaba sin combustible.
Me obligo a mirarla a los ojos.
—He querido suicidarme desde que lo descubrí. No quería
vivir una vida en la que sólo estaba destinado a ser un
repuesto. Un extra. Sólo importante si se necesitaba un
órgano. Nadie merece vivir así. Y entonces conocí a los chicos
y...
—Te dieron una razón para vivir. —termina, quitándome de la
boca las palabras que no quería decir. Sabiendo que admitir
en voz alta que necesito a alguien no es fácil.
—Sí. Lo hicieron.
Me aparta el cabello de la cara y me pasa los dedos por los
mechones oscuros.
—Me alegro que los conocieras. Me alegro que estés vivo,
Alistair. —Algo pasó dentro de mí en ese momento.
Todas esas nubes oscuras se acumularon sobre mí y empezó
a llover a cántaros. Lluvia que caía fuerte y rápido sobre el
interior de mi pecho, mojando un órgano que yo creía que se
había arrugado y muerto.
Mi corazón era un desierto. Desierto, seco, sin cuidados. Nada
más que arena y un calor abrasador. Y acababa de empezar a
llover por primera vez en mi vida. Los latidos ya no eran
dolorosos, sino suaves, como siempre debieron ser.
—Cuando te vi por primera vez en aquella fiesta —hago una
pausa, sin saber cómo explicar lo que siento—, me hiciste
sentir vivo. Me excitaste. Me electrizaste como nadie lo había
hecho antes.
La forma en que estaba de pie en medio de aquella pista de
baile, rodeada de gente, con el humo cayendo delante de su
rostro y las luces intermitentes que sólo me dejaban ver
partes de su rostro. A pesar de todo, la veía claramente.
—Y esta noche, cuando te he visto en esa silla, solo podía
pensar en las últimas cosas que te he dicho. En cómo dejé
que mi pasado dictara lo que sentía por ti. Nunca había
estado tan jodidamente... —Apreté el puño— asustado y lo
odié. No quiero volver a sentirme así. Me niego a volver a
sentirme así.
Y lo dije en serio. Nunca iba a volver a sentir eso. No dejaría
que la pusieran en esa posición.
—No podemos predecir el futuro, Alistair. Y está bien tener
miedo de eso. Tener miedo no te hace débil, dejar que te
detenga sí.
He pensado en ello.
Cómo ella era la definición de esa afirmación. A pesar que la
había hecho pasar por un infierno mentalmente. La había
asustado, nunca dejó de luchar contra mí. Nunca dejó que
eso le impidiera seguir adelante.
—Rasgaré el cielo, desgarraré las puertas del cielo si eso es lo
que hace falta para evitar que vuelvas a estar en peligro.
Tendrán que armar un infierno para impedir que te proteja.
¿Entiendes?
Asiente y me mira con los ojos llenos de cansancio. La atraigo
más hacia mí y la rodeo con los brazos para que apoye la
cabeza en mi pecho.
—Duerme un poco, Ladronzuela.
—¿Qué significa esto, ya sabes, para nosotros? No quiero ser
esa chica que quiere la etiqueta, pero necesito saber lo que
significo para ti. —Sus labios se mueven por mi piel desnuda
mientras habla, distrayéndome un momento.
No voy a mentirle y espero que al final de esto, sea capaz de
aceptarlo.
—No sé qué significa nada de esto si te soy sincero, Briar. No
estoy seguro de cómo describir que cuando estoy cerca de ti
siento que mi corazón late por primera vez o que me haces
sentir vivo —Mis cejas se fruncen mientras continúo—: No
estoy seguro de cómo tomarme nada de eso, de lo que
significa para ti, para mí, para nosotros.
Y eso era lo más difícil.
¿Cómo iba a saber lo que era el amor si nunca me lo habían
enseñado? ¿Si nunca me habían enseñado a recibirlo ni a
darlo? Mi versión del cuidado de los demás consistía en pegar
a Rook cuando necesitaba que le hicieran daño, ayudar a
Thatcher a despellejar un ciervo y dejar que Silas me
disparara latas de refrescos con las manos.
Eso no era suficiente para Briar, se merecía más.
—Pero lo que sí sé es que estoy obsesionado con la forma en
que te sientes apretada contra mí. La forma en que se curvan
tus labios cuando estás enfadada me hace querer cabrearte
sólo para poder verlo. Me enfado constantemente cuando oigo
que otras personas te hacen reír, me dan ganas de hacerles
daño, porque por un momento te estaban haciendo feliz y yo
quiero ese trabajo.
Ella sonríe contra mi piel mientras yo continúo.
—Y ahora mismo, podría quedarme aquí toda la vida sólo
sintiendo cómo aumentan los latidos de tu corazón. No estoy
seguro de lo que puedo darte, pero lo que quede de mí, lo que
tenga, es tuyo, por el tiempo que quieras.
Y lo dije en serio. Cada palabra. Aunque no estaba seguro de
haber cometido un gran error al exponer mis cartas tan
abiertamente.
Hay un instante de silencio antes de que sienta sus labios
contra mi piel en un suave beso.
—¿Y si lo quiero para siempre?
—Entonces es para siempre, Ladronzuela.
—Eso suena muy parecido al amor, Alistair Caldwell.
Alfileres me pinchan la piel, como un entumecimiento de todo
el cuerpo que me invade. Las olas de paz se instalan en mis
hombros y la euforia que produce estar junto a ella me
absorbe.
Sin asesinatos. Sin historia. Sin hermanos psicópatas. Sólo
yo, un tipo que haría cualquier cosa para mantener a esta
chica a su lado.
—Es algo —murmuro, presionando mis labios en la parte
superior de su cabeza e inhalando profundamente, llenando
mis pulmones con su aroma.
—Entonces eso es todo lo que importa. Es todo lo que
necesito. —susurra—: De todas formas, lo demás son
tonterías. —Miro mis iniciales que adornan su dedo, molesto
por haberlas puesto en el del medio y no en el de la izquierda.
—Lo que sea que tengas para dar, lo quiero todo. Todo lo
oscuro, todo lo aterrador. Lo quiero. Para siempre.
Así, el niño en la sombra aprendió que no hace falta salir a la
luz para encontrar la felicidad. Sólo tienes que encontrar a la
persona dispuesta a entrar en la zona gris.
—Es tuya. Cada parte deformada de mí. Es tuya,
Ladronzuela. Espero que te guste jugar en las sombras, nos
quedaremos aquí por un tiempo.
Capítulo Treinta y dos
Felices fiestas

Briar
Hubo que esperar hasta la semana anterior a Navidad para
que los agentes identificaran finalmente el cadáver que había
sido incendiado en la casa de fiestas local. Durante esa
semana, estudiantes y profesores se reunieron en el patio
nevado para crear un monumento en memoria de Greg West.
Al pasar junto a los globos, las fotos, las tarjetas de “Te
echamos de menos” y todos los demás recuerdos, no pude
evitar sentir lástima por él. El hombre que vivía solo y
ayudaba a vender niñas como esclavas sexuales.
Tenía los dedos apretados en torno a dos tazas de café
mientras empujaba con el hombro la pesada puerta del
comedor, abriéndome paso entre las filas hasta que vi a Lyra
con la nariz metida en un libro, el asiento frente a ella vacío
para mí.
—Un primer semestre salvaje, ¿eh? —digo, mientras me dejo
caer en la silla, deslizando la taza extra hacia ella.
—Aprobé mis exámenes, presencié un asesinato, provoqué un
incendio. Yo diría que es uno para los libros. —Levanta la
vista, agradeciéndome el café.
No estaba segura de cuál era el término para crear lazos a
través del caos, pero Lyra y yo habíamos hecho de nuestra
sociedad de solitarios algo para siempre. Después de todos los
líos que habíamos montado en el último semestre, no podía
imaginarme el resto de mi vida universitaria sin ella a mi
lado.
—¿Viste a los policías en el campus? Oí que estaban
entrevistando a chicas que eran amigas de Coraline. Ha
habido demasiadas desapariciones y cadáveres como para
que no investiguen —dice, pasando la página de su libro.
—Sí. —El pavor me llenó el estómago—: Tenía que pasar en
algún momento.
Todo sobre cómo Alistair y yo hacíamos las cosas era
completamente al revés. Pero eso no significaba que me
importara menos, no significaba que mi preocupación por que
fuera a la cárcel disminuyera porque acabáramos de tener
nuestra primera cita hacía unas semanas.
Sabía que tenía una conexión profunda con él. Nuestras
almas se enlazaron a través de los diferentes tipos de
invisibilidad que experimentamos de niños. Pero fue en
Acción de Gracias cuando supe que le quería.
Cuando entró en el apartamento de Thomas vestido con
pantalones de vestir y camisa abotonada, llevando un pastel
que la abuela de Thatcher le obligó a traer. Le vi salir de su
zona de confort por algo que me hizo feliz.
Lo único que quería era que pasara por aquí, no esperaba
nada más.
Pasamos el día juntos y nos sentimos como una pareja
normal. Ayudando en la cocina mientras Thomas contaba
historias de su juventud y nosotros intentábamos
relacionarnos. Habían sido treinta minutos de tensión
incómoda, pero se disipó rápidamente cuando Alistair empezó
a adaptarse a la situación.
Le quería por lo que sabía que renunciaría para protegerme.
Para hacerme feliz. Y aunque puede que nunca escuche esas
tres pequeñas palabras de él, sé que las siente.
Alistair Caldwell nunca será el hombre que me colme de
palabras bonitas y poemas de amor. El hombre que dice cada
emoción que siente o el que dice te amo. Pero es el hombre
que atravesará una ventisca sólo para traerme un pastel de
Tilly's diner durante los finales. El hombre que romperá las
narices de hombres como Easton Sinclair por no dejarme en
paz.
Es el hombre salvaje y seguro. El equilibrio perfecto para
hacerme sentir viva, pero segura. La única droga en el planeta
que es buena para ti. Lyra había tenido razón, hasta cierto
punto en ese restaurante.
Yo no era la chica que sólo quería comodidad. Necesitaba el
desafío. Y eso era lo que él era. Un reto cada día.
No supe cuándo ocurrió, cuándo el odio y la lujuria se
transformaron en amor, cuándo mi corazón empezó a dibujar
su nombre en las paredes interiores no con desagrado, sino
con admiración.
Sería un duro golpe si el chico con el que acabo de empezar a
salir fuera a la cárcel por asesinato, pero estar con él, era
saber que corría ese riesgo.
—Así que... —empiezo, metiendo la mano en la espalda y
sacando un regalo perfectamente envuelto. La caja
rectangular está decorada con papel de regalo negro y
morado.
—¡Briar! ¡Pensé que habíamos dicho nada de regalos! —me
regaña.
—Tenía que conseguirte algo. Lo vi y era demasiado perfecto.
Prácticamente saltó de la estantería.
Una pequeña mentira piadosa. Lo había mandado a hacer a
medida, pero ella no necesitaba saberlo.
—Creía que iba a darte una sorpresa. —Hace un mohín
mientras saca una caja mucho más grande y la desliza por la
mesa hacia mí.
Nos echamos a reír, dándonos cuenta que somos el tipo de
personas que no pueden dejar de hacer regalos a sus seres
queridos.
Juntas empezamos a abrir nuestros respectivos regalos,
dentro del mío hay un suave jersey rojo. El material de
aspecto vintage hace que se me enrosquen los dedos de los
pies de la felicidad y paso los dedos por el bordado de la parte
delantera que pone Loner Society12.
Si no llevara ya diez capas de ropa, me lo habría puesto, me
encantaba.
El regalo de Lyra era una pulsera de plata con cuatro
colgantes que ya adornaban la cadena. Un bonito escarabajo,
una cereza, un cuchillito por su obsesión con Mentes
Criminales y un cuervo por Edgar Allan Poe, su amante.
Camino hacia el lado opuesto de la mesa, la rodeo con mis
brazos y la abrazo fuertemente contra mi cuerpo. Estaba más
que agradecida de que mi primera amiga fuera alguien como
Lyra.
Nos sentamos a ponernos al día tomando café, planeando
todo un maratón de películas navideñas y disfrutando de la
compañía de la otra.
Sólo cuando recibo una notificación en mi teléfono tengo que
marcharme. El texto era un simple:
Laberinto en cinco.
Me despedí de Lyra, no fuera a ser que no la viera esta noche
antes de irnos todos de vacaciones de Navidad.
Sin poder evitar la emoción que burbujeaba en mi estómago
ni las mariposas que revoloteaban en él, salgo a toda
velocidad del comedor. Atravieso a toda prisa los terrenos de
la escuela en dirección al distrito de Bursley.
La nieve caía con fuerza, enormes copos apilándose sobre el
suelo ya blanco. Las huellas de mis zapatos dejaban un rastro
tras de mí cuando empecé a trotar ligeramente. Mi aliento
salía en visibles nubes de humo.
Volé por el lateral del edificio en dirección a la entrada del
Laberinto, la última vez que había estado dentro había estado
arañando para salir, ahora me apresuraba a través de los
semicírculos, dispuesta a ver quién me esperaba en el centro.
Los pinos soportaban el peso de la nieve y sus oscuras agujas
seguían asomando para regalarme el primer invierno de mi
vida y, de paso, embellecerlo. Me detuve en seco al rodear la
última parte del laberinto.
Alistair estaba de pie con las manos hundidas en sus jeans
oscuros, la capucha subida sobre la cabeza para protegerse la
cara de las inclemencias del tiempo y una chaqueta de cuero
sobre la sudadera negra.
Contrastaba con el blanco que caía a su alrededor y
sobresalía como un pulgar adolorido.
La nieve crujió bajo mis pies, haciéndole levantar la mirada
en mi dirección. Casi me sorprende lo injustamente
despampanante que estaba allí de pie. Todo se desvanecía
cuando me miraba, cuando la poca luz del sol le daba en los
ojos se volvían de un negro brillante, casi transparente. Como
el cristal del mar perfectamente desgastado o el agua de un
arroyo corriendo sobre las piedras.
Me tomo mi tiempo para caminar hacia él y él se quedo
quieto, con los ojos fijos en cada paso, y en cuanto me acerco,
ataca. Me rodea la cintura con un brazo musculoso y me
aprieta contra su cuerpo.
Como si fuera un saludo, deja caer su cabeza sobre mi
cabello, aspirando mi aroma antes de decir.
—Hola, Ladronzuela.
Me encanta cómo se me calienta la piel cuando habla, me
calienta por dentro.
—Caldwell. —Echándome hacia atrás para poder mirarle. Le
rodeo la cintura con las manos por debajo de su chaqueta de
cuero, manteniéndolas calientes. Así es como se siente un
lugar seguro.
—¿Vistes a todos los policías del campus? —pregunto
despreocupadamente, aunque me revuelve el estómago.
—Lo hice —dice fácilmente, mirándome—. Era un riesgo que
conocíamos antes de hacer esto. No me disculparé por ello si
descubren lo que pasó, pero lo dudo.
No esperaba menos de él. Era lo único de Alistair que no
cambiaba desde el momento en que lo conocí: nunca se
disculpaba por ser quien era. O lo aceptabas como era o lo
odiabas por ello.
—¿Todavía trabajando en Frank?
Él asiente despreocupadamente como respuesta. No
necesitaba que cambiara, no necesitaba que me dijera que me
quería o que me llenara de flores. Pero le pedía la verdad, por
muy sangrienta que fuera, me prometió que no me mentiría.
Y había cumplido su promesa.
Me lo contó todo. Todo lo que hicieron antes de Greg, todo lo
que le pasó a Rose y lo que habían planeado hacer con el
alcalde. Que no era mucho por el momento porque estaban
esperando a Silas para dar el siguiente paso.
Lo único que sabían era que no se saldría con la suya y que
pronto le llegaría su hora.
—Tengo miedo. No me gusta no saber cosas —susurro,
apoyando la barbilla en su pecho, descansando allí.
Sus dedos me empujan el cabello por detrás de las orejas y
me pasan los pulgares por los pómulos.
—No estoy seguro de a dónde vamos a partir de aquí, Briar, o
qué va a pasar, pero sé que pase lo que pase, te protegeré.
Protegeré esto —dice, calmando la angustia que se apodera de
mi corazón cuando pienso en que se lo lleven o, peor aún, que
acabe muerto.
Hollow Heights no había sido nada de lo que pensé que sería.
Todo lo que había planeado que pasara ni siquiera se
acercaba a lo que obtuve. Ni en un millón de años pensé que
estaría aquí parada. Nunca pensé que sería la chica que
protegía asesinos.
Supongo que algunas personas han nacido para correr con
criminales. Supongo que esa persona soy yo.
—Es curioso, cuando llegué aquí pensé que todo tendría
sentido. Lo que quería hacer con mi vida —me quedo a la
deriva—, dónde quería acabar más adelante. Nunca me había
pasado nada bueno como esto, así que nunca pensé que algo
bueno sería posible para mí en el futuro. Pero me está
empezando a gustar descubrirlo sobre la marcha.
—¿Ah, sí? ¿No tienes ni idea de cómo te espera el futuro? —
pregunta levantando una ceja, con un brillo travieso en los
ojos como estrellas en el cielo nocturno.
—Quiero decir —suspiro sarcásticamente—, la idea de que tú
y yo busquemos apartamento el año que viene no suena tan
mal. Conseguir unas prácticas en el programa de ciencia de
datos estaría bien, organizar fiestas de cumpleaños sorpresa
para ti...
—Briar —gruñe, interrumpiéndome.
—¿Sin fiestas de cumpleaños? —pregunto con una sonrisa.
—Nada de fiestas. Disfruté como pasé ésta —dice
inclinándose hacia mi rostro, moviendo sus cálidos labios por
los míos—. Follándote.
El calor surge entre mis piernas, aumenta ese dolor sordo que
nunca se va y de repente pienso en todas las cosas que
podríamos hacer dentro de este laberinto. Le muerdo el labio
inferior juguetonamente.
—¿Qué hay de usted, Sr. Caldwell? ¿Alguna idea para su
futuro?
—Seguir diciéndoles a mis padres que se metan sus negocios
por el culo. —gruñe y no puedo evitar reírme—:
Asegurarme que los chicos no acaben en la cárcel y pasar
cada momento que pueda intentando encontrar nuevas
formas de asustarte.
Pensé en la última vez que nos acostamos, en el
estacionamiento de la universidad a mediodía, con los
estudiantes paseando por el campus. Los cristales tintados
nos protegían de las miradas, pero me encendía pensar que
tal vez podrían verme con mis muslos rodeando su cintura
mientras él me penetraba una y otra vez en el asiento trasero
de su auto.
Sabía que me gustaba poner a prueba mis límites y confiaba
en él lo suficiente como para dejarle hacerlo.
Mi subidón seguro.
Mi subidón de adrenalina.
—¿Todavía no te has acercado a tus padres? —pregunto,
intentando que las imágenes de nosotros no me distraigan.
—Dorian lleva tres semanas en rehabilitación y ya están
intentando sustituirle. No quiero tener nada que ver con su
dinero o sus negocios. Ellos hicieron su cama. Por mí pueden
acostarse en ella.
Según los Caldwell, su hijo mayor había sufrido una lesión
traumática que le había dejado adicto a los analgésicos y
estaba trabajando duro en rehabilitación para librarse de ese
asqueroso hábito.
Eso es lo que le dijeron a todo el mundo.
La verdad era que la presión de ser Dorian Caldwell le llevó a
empezar a tomar drogas. Mezclando y combinando
estimulantes y tranquilizantes. Cualquier cosa que pudiera
conseguir. No había estado sobrio en años y a sus padres ni
siquiera les importaba notarlo mientras se ajustara a la
imagen.
Ahora, estaban luchando por encontrar un heredero.
Era una pena que vieran a su carne y a su sangre como
activos, en lugar de como seres humanos, como niños.
Cada vez que le preguntaba, Alistair decía que no creía que
hubiera mucha esperanza en reavivar una relación con
Dorian. No porque no lo entendiera y no porque me
secuestrara con planes de matarme, sino porque incluso
antes de las drogas había hecho exactamente lo mismo que
sus padres. Lo convirtieron en el marginado. Era un largo
camino que no quería recorrer. Al menos no pronto.
—Tengo tu regalo de Navidad —digo, alejándonos del tema
deprimente, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Llevas un lazo debajo de la ropa?
Resoplo, poniendo los ojos en blanco.
—No, pervertido. Está en mi bolsillo trasero. Pero tendrás que
agarrarlo tú.
Arquea las cejas con el desafío y desliza las manos por mi
cuerpo. Me estremezco cuando me frota la espalda de arriba
abajo, baja hasta el trasero y me lo agarra con rudeza.
Gimo suavemente, su cabeza se hunde a un lado de mi cuello,
pequeños besos dejados en mi clavícula hacen zumbar mi
cabeza. Me mete con cuidado los dedos en el bolsillo trasero y
saca el regalo con dos dedos.
La cadena dorada cuelga delante de mí y tengo imágenes de
ella rozándome la nariz mientras él se arrastra sobre mí,
presionando su cuerpo contra el mío, meciéndose dentro de
mí una y otra vez.
—¿Esta es tu manera de marcarme, Ladronzuela?
La pequeña B del centro del collar capta la luz y me hace
sonreír.
—Pensé en devolverte el favor, considerando que tengo que
andar con tus iniciales en mi dedo para siempre.
Se ríe, desengancha el gancho y se lo pone alrededor del
cuello. La cadena le abraza el cuello de todas las formas
posibles, le cuelga unos centímetros por debajo de la nuez de
Adán y me dan ganas de lamérsela.
Me encantaba cómo mi inicial parecía encajar perfectamente
en su pecho. Mis dedos suben y recorren la cadena dorada.
En mi mente ya era mío, pero ahora lo estaba marcando
públicamente.
Alistair Caldwell era mío, mío, mío.
—Hablando de eso, mi regalo requiere un poco de conducción,
¿te apuntas?
—¿Me vas a dejar conducir? —Levanto la ceja, sabiendo que
odia mi forma de conducir. Le pone nervioso la forma en que
tomo las curvas.
—Te diré algo, atraviesa el laberinto sin que te atrape y las
llaves serán tuyas.
El desafío despierta mi entusiasmo. Doy un paso atrás, con
una sonrisa de gato de Cheshire en el rostro. Siento que mi
corazón empieza a latir más deprisa y me alejo lentamente de
él.
—Trato hecho —digo rápidamente, antes de darme la vuelta y
salir de nuevo a través del laberinto.
Sabiendo que aunque realmente quería conducir, siempre
dejaría que me atrapara.
Capítulo Treinta y tres
Envuélveme

Alistair
—¿Qué es este sitio? —pregunta mientras cierro la puerta de
la tienda tras nosotros.
Sus Converse chirrían contra el suelo de madera mientras
gira en círculos cortos, con el rostro agrietado por la nieve
haciéndome sonreír.
—Se llama Spade One —le digo—: Es una tienda de tatuajes
en la que soy aprendiz.
Ella jadea: —¡Idiota! ¿Dejaste que te metiera solicitudes de
tiendas de tatuajes por la garganta durante una semana y no
me lo dijiste?
Admiraba eso de ella.
Cómo, aunque a los demás les pareciera imposible, ella creía
que yo merecía lo mejor de todo. Robando mis bocetos y
colgándolos en su dormitorio, enseñándoselos a Lyra.
Es agradable que alguien crea en ti.
—Trabajo aquí desde hace tiempo. —La conduzco escaleras
arriba, donde mi mesa ya está preparada. He venido antes, la
he limpiado y lo he preparado todo para hoy.
—¡No puedo creer que no me lo dijeras!
—Nadie lo sabía.
—¿Ni siquiera los chicos?
—Ni siquiera ellos —digo con sinceridad, sentándome en la
silla giratoria cerca del banco de tatuajes—. Este era el único
sitio que tenía para mí.
Cuando termina de mirar a su alrededor, se dirige hacia mí.
Se sienta en mi regazo, la silla rueda hacia atrás con su peso.
—Entonces, ¿por qué me lo dices? Lo sé todo sobre lo
protector que eres con las cosas que son tuyas —me aparta el
cabello de los ojos.
Pongo mis manos justo encima de su trasero, apoyadas en
sus caderas, los dedos enganchados en las trabillas de su
cinturón.
—Prometí que todo lo que tengo, es tuyo ¿recuerdas? Sin
secretos.
Aprieto sus caderas, hago rodar su cuerpo sobre mi regazo y
rápidamente presiono mis labios contra los suyos en un beso
apresurado.
—Quiero que lo tengas todo de mí. Para que yo pueda tenerlo
todo de ti.
Echándome los brazos al cuello, mirando hacia arriba y
alrededor de la tienda, dice —¿Y esto es todo de ti? ¿Quieres
tener uno de estos algún día?
Asiento con la cabeza.
—Algo así. En realidad sólo quiero dar a la gente arte que esté
ahí para siempre. Los tatuajes son el máximo compromiso
con el arte y me gusta el peso de eso.
Cuando Shade me dio una llave de repuesto de este lugar,
dudo que fuera para que tatuara a mi novia en Navidad, pero
creo que así se preocuparía menos por mi estabilidad mental
si se enterara.
Al menos sabía que era capaz de mantener una relación.
Pensé en tener mi propia tienda cuando acabara mi
aprendizaje, contratar a los artistas que quisiera, sacar un
producto determinado. Me gustaba la idea de estar al mando.
A cargo de algo positivo, de un sueño.
—¿Quieres tu regalo? —pregunto, pasando mi lengua por su
labio inferior.
Briar se muerde el interior de la mejilla, intentando contener
su emoción, pero la conozco y sé cuánto le gustan las
sorpresas. Incluso cuando dice que no. También me gusta la
ligera “O” que hace su boca cuando está en shock, me
recuerda a cómo es cuando se corre.
—¿Qué es? —me pregunta, y muevo la cabeza hacia la mesa
de tatuajes de cuero negro.
—Técnicamente hay dos, pero uno de ellos está debajo de la
mesa.
Con entusiasmo, sale corriendo de mi regazo, dejándome frío
sin su presencia cerca de mí. Sus dedos mordisquean y
levantan la caja negra y la ponen sobre la mesa. No se toma
su tiempo y empieza a abrirla.
Puedo ver los cordones blancos en cuanto levanta la tapa y su
chillido de excitación me produce un zumbido en el pecho.
Una forma de gratificación a la que todavía estoy intentando
acostumbrarme.
Levanta los zapatos rojos, los abraza contra su pecho y
apenas los mira antes de decir.
—¡Me encantan!
Pongo los ojos en blanco: —Ni siquiera has visto la mejor
parte.
Me pongo de pie y me reúno con ella a mitad de camino
mientras le da la vuelta a los zapatos, mirando las suelas que
tienen mi nombre a la izquierda y el suyo a la derecha. Me
pareció demasiado narcisista poner mi nombre y mi apellido
en ambos zapatos.
—Cansado de verte caminar con zapatos rotos.
Era otra de las cosas que hacían a Briar tan diferente. Cómo
un par de zapatos que no significarían nada para los chicos
de por aquí, significaban tanto para ella. Se relamió y
contempló las Converse personalizadas, se las puso en los
pies y bailó frente al espejo.
Nunca había visto un par de zapatos hacer a alguien tan feliz.
—Un regalo más —le digo, pasando por detrás ante el espejo
—. Te voy a tatuar —mis manos se acercan a ella,
frotando mis iniciales en su dedo—. Lo que tú quieras.
Inclinándose hacia mí, canturrea: —¿Quieres decir que esta
vez tengo que estar consciente?
Una profunda carcajada reverbera en mi pecho, resuena
mientras inclino la cabeza hacia el pliegue de su cuello: —Si
quieres estarlo...
La dejé decidir qué quería y dónde lo quería. Pensé que debía
compensarla por el primer tatuaje que le hicieron, teniendo en
cuenta que estaba desmayada. Sin embargo, no me
arrepiento de haberla marcado. Mostrarle al mundo entero
que era mía. Pasaría el resto de mi vida haciendo eso.
Se tumba en la mesa, con la camisa remangada justo por
debajo del sujetador, dejando al descubierto sus costillas al
aire frío de la tienda. Empiezo a desinfectarlo todo, a preparar
las agujas y la tinta. No es un tatuaje muy grande, tres
pequeñas palabras en la parte superior de su caja torácica me
llevarán unos veinte minutos.
Cuando estoy listo, la miro sobre la mesa.
—¿Estás lista?
—Creo que puedo soportar un poco de dolor.
Sonrío mientras piso el pedal y el zumbido de la máquina
llena el taller. Tenso su piel y empiezo a trabajar sobre la
plantilla que ya le he colocado. Entraba en una especie de
trance cuando dibujaba o tatuaba.
Pero con ella era diferente.
Como si pusiera un trozo de mí en su piel. Mostrándole este
lugar, dejándola entrar en mi mundo, en mi cabeza. Era algo
más que mis iniciales con un palo y una aguja.
Era un tatuaje que significaba algo para ella, y yo la estaba
ayudando a conmemorarlo para siempre. Cada vez que mirara
a uno de ellos, pensaría en mí. Y eso era lo que yo quería, que
nunca dejara de pensar en mí.
Para que nunca dejara de ser mía.
Porque nunca dejaría de ser suyo.
Su cuerpo tiembla debajo de mí, se le escapa un pequeño
gemido que hace que mi polla se retuerza, escuchando cómo
su boca suelta respiraciones agitadas.
Cuando terminé, la limpié rápidamente diciéndole que podía
levantarse y mirarse en el espejo si quería.
Siempre siento un impulso incontrolable cuando estoy cerca
de ella. Lo sentí la primera vez que la vi. Deseo tocarla,
quebrar su voluntad, probar hasta dónde estaría dispuesta a
llegar para encontrar placer.
La admiro, con la camisa todavía metida bajo el sujetador,
dejando al descubierto su vientre tenso. Los jeans le caen por
las caderas y las letras se asoman a su caja torácica como si
estuvieran hechas para ello.
Todos somos ladrones.
Arte sobre arte.
—¿Te gusta? —pregunto, aunque veo que sus ojos se
iluminan como diamantes cuando ve la escritura en el espejo.
—Me encanta —susurra.
Me coloco frente a ella, abro el envoltorio de plástico y lo
enrollo alrededor de su espalda. Mi cuerpo está a escasos
centímetros del suyo, y su olor enciende el hambre en mi
estómago.
Me tomo mi tiempo, observando cómo sus ojos se posan en
mis labios, dispuestos a robarme un beso.
Mis dedos recorriendo su piel la hacen estremecerse, mis ojos
fijos en sus movimientos cuando empieza a levantarse más la
camiseta, dejando al descubierto ante mí su sujetador blanco.
Como dos frutas flexibles listas para el festín, sus tetas yacen
expuestas ante mí, con la parte superior casi desbordándose
por el borde.
—Dijiste que nadie viene en Navidad, ¿verdad?
La lujuria, la pasión y la maldad brillan en sus ojos, y los
destellos dorados hacen que mi polla se ponga rígida. Inclino
la cabeza hacia su rostro, manteniendo la distancia entre
nuestros pechos para poder seguir enrollando el plástico a su
alrededor.
—¿Quieres jugar, Ladronzuela? —le pregunto, y ella asiente
con la cabeza hacia abajo lentamente, su nariz rozando la
mía.
Me encantó lo dispuesta que estaba. Lo poco que temía poner
a prueba sus límites. Me dejaba empujarla hasta que estaba a
punto de romperse en mis brazos.
Mi agarre se apretó alrededor del cilindro de plástico,
mirándola.
—Confías en mí, ¿no?
—Confío en ti. —Ella repite, esperando a que haga un
movimiento.
—Te voy a asustar, ¿bien? Pero te prometo que haré que te
sientas bien después. Sé valiente por mí, ¿de acuerdo, cariño?
Su ansiosa inclinación de cabeza hace que la cabeza de mi
polla presione mis jeans, deseosa de ser liberada, muriéndose
por estar dentro de ella.
Mis manos trabajaron en círculos alrededor de su cuerpo,
envolviendo el plástico transparente sobre sus senos, en lo
alto de su pecho, antes de moverse alrededor de su hombro,
dar la vuelta y detenerme mientras la miro fijamente.
Me mira con expectación mientras se lo enrollo alrededor de
la garganta, y luego sus suaves labios rosados que se
presionan contra él como si besara una ventana de cristal.
Continúo, hasta que se lo enrollo justo por encima de la nariz,
asegurándome que quede bien ajustado a su cuerpo.
Las ganas de entrar en pánico deberían estar creciendo
mientras limito su oxígeno por el momento, el plástico
cubriendo tanto su nariz como su boca mientras sumerjo mi
cabeza hacia sus labios.
Agarro su cuello con la mano, atrayendo su boca cubierta
hacia la mía, besándola por encima del elástico que hace de
barrera entre nosotros.
Sus labios intentan moverse con los míos, haciéndome
sonreír satisfecho, qué buena chica, pienso.
Se ahoga contra el plástico, intentando no entrar en pánico en
busca de aire, mis labios siguen presionados sobre los suyos.
—Shh nena, todo va a ir bien. —le digo mientras tomo mi
dedo, deslizándolo en su boca haciendo un agujero y
permitiendo que el aire fluya libremente.
Jadea cuando empiezo a desabrochar con cuidado el botón de
sus jeans y sus extremidades libres la ayudan a quitárselos.
Con sus bragas al descubierto, la acompaño hasta el espejo
de pie y presiono su culo contra el frío cristal.
Tomo el envoltorio plástico y lo envuelvo unas cuantas veces
más alrededor de su garganta antes de tirarlo al suelo. Utilizo
el extremo del plástico como una especie de correa, tirando de
ella hacia mí y apretándole el cuello.
—Alistair —gimotea, sus brazos libres se agarran a mi
camiseta intentando desesperadamente acercarme a su
cuerpo.
Mi mano izquierda se desliza por su delicado cuerpo, cayendo
entre sus piernas, bajo sus bragas y sintiendo lo necesitada
que estaba de mí. Utilizo la yema de los dedos para untar su
humedad alrededor del suave montículo de su coño.
Le doy la vuelta y le acerco el rostro al cristal, su aliento
empaña el espejo mientras gimo en su oído
—¿Sientes lo empapado que está este coño para mí?
Introduzco con facilidad dos dedos en sus estrechas paredes
desde atrás, sintiendo cómo empuja hacia mi mano, deseando
que la penetre más. Tan golosa, tan jodidamente mía. Tiro de
la correa, cortando el paso del aire, y la oigo jadear.
Una de sus manos sale disparada hacia atrás, agarrándose a
mi antebrazo, clavándome las uñas mientras veo cómo sus
ojos empiezan a ponerse en blanco. Le corto la circulación lo
justo para que se sienta como si volara mientras la follo con
los dedos por detrás.
Suelto el agarre y le permito recibir una bocanada de oxígeno.
Su espalda cae mientras se agarra al espejo para sostenerse.
Esto es lo que quería todos los días de mi vida, verla caer
cada vez más profundamente en el placer.
Mis ojos recorrieron la profunda curva de su espalda, sus
ajustadas braguitas empujadas a un lado sobre su culo
redondo, y Dios, su rostro era un sueño. Sonrojada y teñida
de rojo por la adrenalina, mi tinta hundida en su piel.
Esto era lo más cercano al cielo que un hombre como yo
podría llegar a estar. Retiro mis dedos de su coño haciéndola
gemir por la pérdida, los deslizo rápidamente en su boca, a
través del agujero en el plástico permitiéndole saborear lo
muy dulce que es.
—Como el néctar de los dioses, Briar. Eres su regalo más
dulce —murmuro, ella me chupa los dedos, limpiándolos
antes que empiece a bajarme los jeans, liberando mi polla de
la prisión de ellos.
Mi polla sale disparada y aterriza justo entre sus resbaladizas
nalgas, con la gruesa punta roja chorreando pre-semen.
Mantengo una mano en la correa, mientras la otra jala de la
raíz de mi pene, esparciendo su saliva y sus jugos a mi
alrededor.
—Voy a follarte así —le gruño al oído, alineando mi ansiosa
polla con su apretada entrada, con el cuerpo vigorizado por la
promesa de destrozarla—. Dime que lo deseas, Briar.
Ella no pierde el ritmo: —Lo quiero, joder, lo quiero, por favor.
Prácticamente tiembla cuando empujo con fuerza dentro de
ella, llenándola hasta la empuñadura. Abre más los muslos,
dejándome llegar más adentro en este ángulo, y ambos
caemos en un océano de placer.
Me deleito con sus gemidos de placer e incomodidad. Respira
entre dientes mientras su cuerpo se adapta a mí. No le doy
mucho tiempo para pensar en ello, porque ya empiezo a
encontrar un ritmo brutal mientras meto y saco mis caderas
de ella.
Eso es lo que hicimos. En medio de mi tienda de tatuajes,
follamos. Le robé el aliento, mientras le metía la polla tan
adentro que me sentiría durante años. No necesitábamos los
villancicos ni el árbol. Sólo nos necesitamos el uno al otro y
esto. Este vínculo furioso y destructor del alma que preferiría
morir antes que perder.
—Joder... —jadea sin aliento, su cuerpo no puede hacer otra
cosa que gemir y empujarme hacia delante con su coño
dispuesto—. Estoy tan cerca.
Tiro de la correa, le saco el aire de los pulmones bruscamente,
con toda la espalda pegada a mi frente mientras empujo hacia
arriba, con el brazo libre rodeando su cintura. Los lascivos
sonidos de nuestros cuerpos al unirse una y otra vez me
incitan a darle más.
Me la follé contra el espejo, con mi cuerpo y mi polla
clavándola como a ella le gustaba. A Briar le encantaba que la
empujara contra superficies implacables.
Sus piernas empiezan a temblar y su cuerpo se queda flácido
mientras se esfuerza por gritar cuando se corre en mi polla,
sacándome todo lo que valgo. Suelto el plástico por completo,
y mi mano busca inmediatamente su cadera para agarrarla y
penetrarla sin piedad, persiguiendo mi propio orgasmo.
Su palpitante tirantez me lleva al límite, la mano en su cadera
sube hasta su cuero cabelludo, agarra un puñado de cabello
rubio miel y jalo hacia arriba. Su cabeza se ladea desde el
espejo, agotada, sonrojada.
—Mía —gimo mientras me miro en el espejo y la miro a los
ojos.
—Tuya —murmura.
Mi orgasmo se apodera de mí y, justo cuando me corro,
gruesos y cálidos hilos de semen pintan su espalda. Tiene
espasmos y palpita, temblorosa por la fuerza. La agarro del
cabello y le inclino el rostro para que me mire por encima del
hombro.
Mis labios presionan su boca caliente, mi lengua se sumerge
dentro, vertiendo toda mi emoción en su garganta. Con la
esperanza que sea suficiente para mantenerla cerca,
mantenerla a mi lado.
—Para siempre, Ladronzuela —digo, mientras muerdo su
labio inferior—. Esto es para siempre.
Oí los latidos de su corazón, igual que la noche que huyó de
mí en el bosque. Latía por la oscuridad. Latía por mí.
Intenté recuperar el aliento, escuchando mi propio corazón.
Escuchando cómo se acompasaba a su ritmo.
Dos corazones destinados a estar solos se encontraron, se
dieron la mano y siguieron latiendo.
Juntos.
Capítulo Treinta y cuatro
De ladrón a pirómano

Briar
Si volvía a ver un cartel de bienvenida iba a tirarle mi café.
Las vacaciones de Navidad habían terminado, lo que
significaba despertarme al amanecer en lugar de irme a
dormir. Tardaría meses en volver a poner en orden mi horario
de sueño después de las tres semanas que había tenido
libres.
Entre Lyra y Alistair rara vez me iba a dormir antes de las
cinco de la mañana. Mi novio y mi mejor amiga eran búhos
nocturnos que me habían arrastrado al lado oscuro. Ahora
subía los escalones de mi primera clase, con Lyra saltando
delante de mí como si no le faltara el sueño. Las dos íbamos a
clase de lengua extranjera este año y, por suerte, nos había
tocado el mismo profesor.
Me desplomé en la silla, apoyando la cabeza en el escritorio y
protegiéndome los ojos de las brillantes luces de la
habitación. Lo único que quería era estar acurrucada en la
cama durmiendo y la sudadera de Alistair no hacía nada por
despertarme.
El olor que se le pegaba sólo me daba calor, más sueño.
Cuando me dijo que no tenía clase hasta las diez, me debatí
tirarle un libro de texto. Quien pensara que el latín a las ocho
y media de la mañana era una buena idea podría caer en un
agujero.
—Voy a morir de falta de sueño —gimo.
—Qué tal si no haces eso. Alistair nos dará por culo con la
depresión si mueres —Levanto la cabeza sólo una
pulgada para ver a Rook deslizándose en la fila con nosotras,
luciendo un ojo morado y el labio roto.
—Espero que el otro tipo tenga peor aspecto que tú. —Lyra
observa.
Se encoge de hombros y nos dedica una sonrisa ladeada
antes de sentarse e inclinarse hacia atrás en la silla. Huelo la
hierba pegada a su ropa como si fuera colonia, y el borde rojo
de sus ojos resalta el color.
Lyra, yo y el resto de los chicos habíamos empezado a
hacernos amigos lentamente. Digo lentamente sólo por
Thatcher, con quien aún mantenía una relación de amor-odio.
Había veces que me imaginaba estrangulándolo hasta la
muerte y otras que no sabía cómo sería el grupo sin él.
Había pasado un día entero en casa de Thatcher, conociendo
a sus normalísimos abuelos por Navidad. Cuando digo que
fue el día más extraño de mi vida, lo digo en serio. Cuatro de
los hombres más caóticos y dañados que había conocido
actuando como los perfectos caballeros por una viejecita
llamada May.
Eso demostraba aún más que todos tenían alma, por mucho
que intentaran ocultarla.
Nuestra profesora eligió este momento para entrar, reuniendo
todas nuestras miradas al frente y señalando la pizarra donde
empezó a escribir. Las palabras en latín no eran más que un
desorden en mi cabeza, por falta de sueño y comprensión.
Por fin había empezado el segundo semestre. Lo que eso
significaba para mí era una nueva serie de cursos, otro paso
más hacia mi futuro, pero siempre significaba adentrarme en
lo desconocido.
A pesar de lo normales que habían sido las últimas semanas,
sabía lo que hacía Alistair cuando se quedaba fuera con los
chicos. Tramando, planeando, ideando un plan que acabaría
con el alcalde de Ponderosa Springs a dos metros bajo tierra.
Salvo que ahora había detectives investigando. Había más en
juego y, aunque eso me ponía nerviosa, apenas les inmutaba.
Sabían lo que habían hecho y estarían dispuestos a pagar por
esas acciones si llegaba el momento de hacerlo.
Entrecierro los ojos, leyendo las palabras en la tiza, Temet
nosce.
—¿Alguien sabe qué significa esto? —pregunta desde el frente
una mujer de mediana edad y aspecto exitoso, escudriñando
a la multitud en busca de algún valiente.
Cuando la única respuesta es el silencio, suspira dispuesta a
darnos la traducción, pero la puerta de la sala de
conferencias se abre con un fuerte crujido. Es propio de la
naturaleza humana ser curioso, descubrir lo desconocido.
Por eso todo el mundo gira la cabeza hacia la entrada
mirando a la persona que llega tarde.
El cabello rubio fresa le cuelga hasta los hombros, rozando la
parte superior de los hombros, mientras entra con los libros
pegados al pecho. Camina con una elegancia y feminidad por
las que mataría. No es su belleza lo que ha despertado mi
interés, sino la forma en que todos en la clase jadean y la
miran.
Todo el mundo parece congelado, mirando fijamente a esta
pobre chica que no sabe qué hacer más que devolver la
mirada. Es como si hubieran visto un fantasma.
—¿Quién es? —le pregunto a Lyra en un susurro. Oigo el
tictac del reloj de pared.
—Sage Donahue.
Rook
¿Recuerdas cuando eras niño y te gritaban por pinchar el
fuego? Te decían que te mearías en la cama si seguías
haciéndolo o, peor aún, que te haría daño. Entonces creciste
temiendo el calor crepitante, sabiendo que si lo tocabas,
habría repercusiones.
Yo soy ese fuego. La llama. La hoguera.
Impredecible en formas que nunca podrías imaginar. No hay
forma de domarme, es imposible. Me quemo demasiado alto,
demasiado caliente, para ser apagado.
Juegas conmigo y quedas quemado. Asado vivo, solo te queda
la piel chamuscada y ampollas para recordarme.
La cerilla que tengo en la boca se parte en dos entre mis
dientes.
Partida por la mitad, el único sonido que se oye en esta clase.
Pensé que era la hierba la que me hacía tener alucinaciones,
que mi cerebro me jugaba una mala pasada. Pero todos los
demás parecían estar atrapados también en mi alucinación,
lo que significaba que mi peor pesadilla acababa de entrar de
nuevo en mi puta vida.
Había vuelto.
Lyra y Briar se sentaron junto a mí, cuchicheando sobre la
nueva alumna que había robado la atención de todos.
Sí, solía ser muy buena en eso. Siendo la niña de los ojos de
todos con ese cabello natural teñido de fresa que siempre
parecía llamas envueltas alrededor de mi mano.
La chica dorada de todos, la abeja reina, la rally girl, la novia
del baile. Todo dulce y azúcar que se me había atascado en
los dientes, antes de arrancármelo.
Estoy seguro que yo era el único que la odiaba.
Probablemente porque yo era el único que realmente la
conocía.
Miss Americana tenía demonios. Esqueletos. Cosas de las que
moriría si alguien se enterara.
Unos ojos azules, vacíos y despiadados, se desvían hacia los
míos y noto que mi mano se estremece. Ojos azules como la
llama más ardiente y yo más que nadie sabía lo que se sentía
al jugar con esa llama.
Mis músculos empezaron a temblar mientras me negaba a
apartar la mirada de ella. Estaba a segundos de tomar mi
encendedor y quemar este lugar. Listo para quemar todos los
recuerdos que ella trajo a esta habitación.
Recuerdos que bailaban a mi alrededor como sombras. El
impulso crecía más y más.
Era una parte de mí.
Nací para hacer arder las cosas.
Miembros delicados, piel pálida salpicada de pecas color
llama, labios en forma de corazón.
Mi mayor secreto guardado.
Mi peor error.
La chica que una vez quemó mis tristes recuerdos, sólo para
convertirse en la gasolina que los alimentaba.
Mañana cantarán los pájaros, Sage.
Repetí las palabras que dijo su voz la última vez que
hablamos.
Y les prenderé fuego hasta la última de ellas.

EL FIN
Notas

[←1]
Reanimación.
[←2]
Éxtasis.
[←3]
Diminutivo de Silas
[←4]
Rey del Dulce
[←5]
Una columnata es una larga secuencia de columnas vinculadas por un arquitrabe común; a veces constituyen
un elemento autónomo, como la famosa columnata que Gian Lorenzo Bernini diseñó frente a la Basílica de
San Pedro de la Ciudad del Vaticano, conformando una gran plaza de planta elíptica.
[←6]
Tiroteo desde el auto.
[←7]
ciempiés rojo oriental, es una especie de ciempiés de la familia Scolopocryptopidae. Se encuentra en América
del Norte. Es el único escopendromorfo encontrado definitivamente en Canadá.
[←8]
Expresión de Shakespeare
[←9]
Actitud de beligerancia u hostilidad
[←10]
Jeffrey Dahmer asesino en serie.
[←11]
Liar-true juego de palabras, verdad o mentira
[←12]
Sociedad de solitarios.
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