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La Erupcion Del Volcan Misti en El Siglo XV Historia Regional de Arequipa Blog
La Erupcion Del Volcan Misti en El Siglo XV Historia Regional de Arequipa Blog
La Erupcion Del Volcan Misti en El Siglo XV Historia Regional de Arequipa Blog
Gracias a las crónicas de Fray Martín de Murúa: Historia del origen y genealogía
real de los reyes incas del Perú y la Historia general del Perú, escritas a finales del
siglo XVI e inicios del siglo XVII respectivamente (Murúa 1946; 1987 [1616]), se
conoce que el volcán Misti erupcionó violentamente durante el periodo de gobierno
de Inca Yupanqui (1440–1470). La crónica refiere que: “hubo en el distrito de
Arequipa un espantable terremoto, precedido de un volcán que estaba tres leguas
della.
Empezó a lanzar tantas llamaradas de fuego y tan espeso y continuo, que la noche
parecía día claro en las riberas del mar, y en todos los pueblos de alrededor.
Pasados los días, el volcán se comenzó a cubrir de una nuebe[sic, para nube]
tenebrosa y oscura, y cesó la claridad del fuego y la noche siguiente vino otro
terremoto mayor que el pasado, cuyo ruido y temblor alcanzaba, todo el reino, y por
el espacio de la noche nunca cesó el volcán de despedir de sí infinito rayos de fuego,
y por cinco días continuos se fue prosiguiendo y con el fuego grañidísima hediondez
de piedra, azufre y mucha cantidad de piedras y ceniza y truenos temerosos, que
afirman los indios haberse oído hasta Chile y, esparcida la ceniza por los aires, fue
llevada más de ciento cincuenta leguas…”(Murúa 1986 [1616]: 535-536; 1946).
Ante tal acontecimiento, se hizo necesario tratar de restablecer el orden, es por ello
que Hipahuaco o Ipabaco, coya del Inca Yupanqui, ante su ausencia, mando a hacer
diferentes sacrificios en un templo denominado Tipsiguasi, que es como decir casa
de Dios.
Siendo, inaccesible llegar al volcán por la fuerza del fuego y la cantidad que había
de ceniza, el Inca desde su propia litera, lanzaba a través de una honda, unas
“...pelotitas de barro llenas de sangre del sacrificio, y los tiraba al propio volcán para
que allí se quebrasen y se derramarse y esparciese [sic] la sangre...” (Murúa 1946:
398).
¿Cómo podemos estar seguros de que el volcán Misti erupcionó en el siglo XV?; la
crónica de Murúa, nos lo confirma. También se puede confirmar dicha erupción,
mediante el estudio de las capas terrestres de Arequipa. En la zona de Chiguata
(distrito más próximo al volcán), Yura, Vítor, incluso en la misma ciudad de Arequipa,
se ha encontrado un estrato de ceniza de color negro por debajo de la ceniza blanca
de la erupción del Huaynaputina ocurrida en 1600; dicha ceniza negra corresponde
a la erupción del Misti (Chávez Chávez, 1993).
Como diría Eduardo Grillo Fernández: el paisaje nos cría y nosotros los criamos.
Existe una relación muy íntima, de cariño y de respeto entre el paisaje y quienes lo
habitan (Grillo Fernández 1994: 11).
Como parte del paisaje, las montañas y volcanes eran considerados como morada
de los espíritus, controladoras del clima y dispensadoras del agua para la fertilidad
de ganados y cosechas, lugares de peregrinaje religioso, lugares sagrados dotados
de “poder”, capaces de investir de dicho poder a las personas elegidas para su
servicio (Ceruti 2003: 179-195).
María Constanza Ceruti, sintetiza muy bien la representación mental hacia las
montañas y volcanes, al manifestar que: “la ambivalencia es un factor esencial de
todo fenómeno sagrado. La montaña andina, en su carácter de escenario y fuerza
sagrada, ofrece dos facetas opuestas y al mismo tiempo complementarias. Un
aspecto adorable, atrayente y fascinante y un rostro temible, amenazante y
tremendo. El lado atrayente de la montaña se deja entrever en su vínculo con la
fertilidad, la sacralidad del espacio y la ancestralidad: la montaña dispensadora de
vida, lugar de origen y morada de los ancestros; espacio sagrado al que se
peregrina. El lado temible de la montañas se evidencia en su impredictibilidad: la
montaña que envía tormentas, castiga con granizo elige con el rayo o entra en
erupción”. (Ceruti 2003: 200).
En el caso del volcán Misti, se tenía la representación de que era una huaca
pacarisca o criadora de la naturaleza. El extirpador de idolatrías Cristóbal de
Albornoz, escribe que estas huacas pacariscas comprendían a nevados y volcanes
ubicados en la cordillera de los Andes, especialmente aquellos comprendidos desde
el sur peruano hasta el centro chileno; en su enumeración de las huacas pacariscas
escribe: “Ay otra sobre Arequipa que es el volcán de la ciudad que se llama Putina
que puso el Inga muchos mítmas para su servicio como fueron los pueblos de la
Chimba de Gómez Hernández y el pueblo de Chiguata y el de Chacacato y
otros.”(Albornoz 1985 [1582]: 170; Julien 2002).
El volcán para el siglo XV, era considerado como un “ser vivo”, que tenía ciertos
atributos ya descritos. A la actividad volcánica le correspondía un sacrifico
apaciguatorio; aquí se distingue la representación mental hacia el volcán que María
Constanza Ceruti sintetiza en una ambivalencia: una atrayente-fascinante, y otra
temible; como consecuencia de la representación mental ante la actividad volcánica,
le corresponde un comportamiento muy peculiar para tal acontecimiento: el sacrificio
expiatorio, que comprendía la realización de diversos ritos religiosos en donde el
sacrificio de seres humanos constituía la máxima ofrenda para aplacar la “ira del
volcán” este ritual se denominó como Capacocha.
Cabe destacar que los sacrificios a los volcanes no son exclusivos para el espacio
Andino; en Mesoamérica durante el periodo prehispánico los volcanes Popocatépetl
e Iztaccihuatl eran lugares en donde se sacrificaba a seres humanos, ¿los motivos?,
los mismos que en el espacio Andino (Rueda Smithers 1992; Graulich 2003: 16-21;
Manzanilla 1997: 20-23).
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