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Catequesis Tradente

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INTRODUCCIÓN

La última consigna de Cristo

1. LA CATEQUESIS ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus


tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los
Apóstoles esta última consigna: hacer discípulos a todas las gentes,
enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado.(1) Él les confiaba de
este modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que ellos mismos
habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con sus manos, acerca
del Verbo de vida.(2) Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder de
explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos,
sus signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión.

Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia


para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de
Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre,(3) para
educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia
no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.

Solicitud del Papa Pablo VI

2. Los últimos Papas le han reservado un puesto de relieve en su solicitud pastoral.


Mi venerado Predecesor Pablo VI sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera
especialmente ejemplar con sus gestos, su predicación, su interpretación
autorizada del Concilio Vaticano II —que él consideraba como la gran catequesis
de los tiempos modernos— con su vida entera. Él aprobó, el 18 de marzo de
1971, el «Directorio general de la catequesis», preparado por la S. Congregación
para el Clero, un Directorio que queda como un documento básico para orientar y
estimular la renovación catequética en toda la Iglesia. Él instituyó la Comisión
internacional de Catequesis, en el año 1975. Él definió magistralmente el papel y
el significado de la catequesis en la vida y en la misión de la Iglesia, cuando se
dirigió a los participantes en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el
25 de septiembre de 1971,(4) y se detuvo explícitamente sobre este tema en la
Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi.(5) Él quiso que la catequesis,
especialmente la que se dirige a los niños y a los jóvenes, fuese el tema de la IV
Asamblea general del Sínodo de los Obispos,(6) celebrada durante el mes de
octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el gozo de participar.

Un Sínodo fructuoso

3. Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una documentación muy


rica, que comprendía las diversas intervenciones tenidas durante la Asamblea,
las conclusiones de los grupos de trabajo, el Mensaje que con su consentimiento
habían dirigido al pueblo de Dios,(7) y sobre todo la serie imponente de «
Proposiciones» en las que ellos expresaban su parecer acerca de muchos
aspectos de la catequesis en el momento actual.
Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de gracias y
de esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don precioso del Espíritu
Santo a la Iglesia de hoy, un don al que por doquier las comunidades cristianas,
a todos los niveles, responden con una generosidad y entrega creadora que
suscitan admiración. El necesario discernimiento podía así realizarse partiendo
de una base viva y podía contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad
a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio.

Sentido de esta Exhortación

4. En este mismo clima de fe y esperanza os dirijo hoy, Venerables Hermanos,


amados hijos e hijas, esta Exhortación Apostólica. En un tema tan amplio, ella no
tratará sino de algunos aspectos más actuales y decisivos, para corroborar los
frutos del Sínodo. Ella vuelve a tomar en consideración, sustancialmente, las
reflexiones que el Papa Pablo VI había preparado, utilizando ampliamente los
documentos dejados por el Sínodo. El Papa Juan Pablo I —cuyo celo y
cualidades de catequista tanto asombro nos han causado— las había recogido y
se disponía a publicarlas en el momento en que inesperadamente fue llamado
por Dios. A todos nosotros él nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada
en lo esencial y a la vez popular, hecha de gestos y palabras sencillas, capaces
de llegar a los corazones. Yo asumo pues la herencia de estos dos Pontífices,
para responder a la petición de los Obispos, formulada expresamente al final de
la IV Asamblea general del Sínodo y acogida por el Papa Pablo VI en su discurso
de clausura.(8) Lo hago también para cumplir uno de los deberes principales de
mi oficio apostólico.

La catequesis ha sido siempre una preocupación central en mi ministerio de


sacerdote y de obispo.

Deseo ardientemente que esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda la Iglesia,


refuerce la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un nuevo vigor a las
iniciativas emprendidas, estimule la creatividad —con la vigilancia debida— y
contribuya a difundir en la comunidad cristiana la alegría de llevar al mundo el
misterio de Cristo.

I
TENEMOS UN SOLO MAESTRO:
JESUCRISTO

En comunión con la persona de Cristo

5. La IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos ha insistido mucho en el


cristocentrismo de toda catequesis auténtica. Podemos señalar aquí los dos
significados de la palabra que ni se oponen ni se excluyen, sino que más bien se
relacionan y se complementan.

Hay que subrayar, en primer lugar, que en el centro de la catequesis


encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, «Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad»,(9) que ha sufrido y ha muerto por
nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros. Jesús es «el
Camino, la Verdad y la Vida»,(10) y la vida cristiana consiste en seguir a Cristo,
en la «sequela Christi».

El objeto esencial y primordial de la catequesis es, empleando una expresión


muy familiar a San Pablo y a la teología contemporánea, «el Misterio de Cristo».
Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su
dimensión: «Iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio...
comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la
altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia,
para que seais llenos de toda la plenitud de Dios».(11) Se trata por lo tanto de
descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en Él.
Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de
Cristo, los signos realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la
vez su Misterio. En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno
no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede
conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de
la Santísima Trinidad.

Transmitir la doctrina de Cristo

6. En la catequesis, el cristocentrismo significa también que, a través de ella se


transmite no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de
Jesucristo, la Verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él
es.(12) Así pues hay que decir que en la catequesis lo que se enseña es a
Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el
único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es
portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. La constante
preocupación de todo catequista, cualquiera que sea su responsabilidad en la
Iglesia, debe ser la de comunicar, a través de su enseñanza y su
comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. No tratará de fijar en sí mismo, en
sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a quien
catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si
éstas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista
debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: «Mi doctrina no
es mía, sino del que me ha enviado».(13) Es lo que hace san Pablo al tratar una
cuestión de primordial importancia: «Yo he recibido del Señor lo que os he
transmitido».(14) ¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el
Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué
espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para
poder decir: «Mi doctrina no es mía»!

Cristo que enseña

7. Esta doctrina no es un cúmulo de verdades abstractas, es la comunicación del


Misterio vivo de Dios. La calidad de Aquel que enseña en el Evangelio y la
naturaleza de su enseñanza superan en todo a las de los «maestros» en Israel,
merced a la unión única existente entre lo que Él dice, hace y lo que es. Es
evidente que los Evangelios indican claramente los momentos en que Jesús
enseña, «Jesús hizo y enseñó»:(15) en estos dos verbos que introducen al libro
de los Hechos, san Lucas une y distingue a la vez dos dimensiones en la misión
de Cristo.

Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me


sentaba en el Templo a enseñar».(16) Esta es la observación llena de
admiración que hacen los evangelistas, maravillados de verlo enseñando en todo
tiempo y lugar, y de una forma y con una autoridad desconocidas hasta
entonces: «De nuevo se fueron reuniendo junto a Él las multitudes y de nuevo,
según su costumbre, les enseñaba»;(17) «y se asombraban de su enseñanza,
pues enseñaba como quien tiene autoridad»,(18) Eso mismo hacen notar sus
enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo.
«Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó,
hasta aquí».(19)

El único «Maestro»

8. El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces
se le da este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y
especialmente en los Evangelios!(20) Son evidentemente los Doce, los otros
discípulos y las muchedumbres que lo escuchan quienes le llaman «Maestro»
con acento a la vez de admiración, de confianza y de ternura.(21) Incluso los
Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y los Judíos en general, no le
rehúsan esta denominación: «Maestro, quisiéramos ver una señal tuya»;(22)
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?».(23)
Pero sobre todo Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones particularmente
solemnes y muy significativas: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís
bien, porque de verdad lo soy»;(24) y proclama la singularidad, el carácter único
de su condición de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro»:(25) Cristo. Se
comprende que, a lo largo de dos mil años, en todas las lenguas de la tierra,
hombres de toda condición, raza y nación, le hayan dado con veneración este
título repitiendo a su manera la exclamación de Nicodemo: «has venido como
Maestro de parte de Dios».(26)

Esta imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante


y tranquilizadora, imagen trazada por la pluma de los evangelistas y evocada
después, con frecuencia, por la iconografía desde la época paleocristiana,(27) —
¡tan atractiva es!— deseo ahora evocarla en el umbral de estas reflexiones sobre
la catequesis en el mundo actual.

Enseñando con toda su vida

9. No olvido, haciendo esto, que la majestad de Cristo que enseña, la coherencia y


la fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, no se explican sino porque sus
palabras, sus parábolas y razonamientos no pueden separarse nunca de su vida
y de su mismo ser. En este sentido, la vida entera de Cristo fue una continua
enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre,
su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio total en
la cruz por la salvación del mundo, su resurrección son la actuación de su
palabra y el cumplimiento de la revelación. De suerte que para los cristianos el
Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares de Jesús que
enseña.

Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones de la


Iglesia, reafirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios
a los hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que
está vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona,
camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro que viene y que
vendrá en la gloria.

Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza
para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.

II
UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA
COMO LA IGLESIA

La Misión de los Apóstoles

10. La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de
los primeros discípulos, y la consigna «Id y haced discípulos a todas las
gentes»(28) orientó toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su
Evangelio, cuando refiere las palabras de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que
oí de mi Padre os lo he dado a conocer».(29) No son ellos los que han escogido
seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha guardado y
establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que
su fruto permanezca.(30) Por ello después de la resurrección, les confió
formalmente la misión de hacer discípulos a todas las gentes.

El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su
vocación y a la misión recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana
aparecen en él «perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la
fracción del pan y en la oración».(31) Se encuentra allí sin duda alguna la
imagen permanente de una Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles,
nace y se nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio
eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad.

Cuando los adversarios se sienten celosos de la actividad de los Apóstoles, se


debe a que están «molestos porque enseñan al pueblo»(32) y les prohíben
enseñar en el nombre de Jesús.(33) Pero nosotros sabemos que, precisamente
en ese punto, los Apóstoles juzgaron más razonable obedecer a Dios que a los
hombres.(34)

La catequesis en la época apostólica

11. Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del
apostolado.(35) Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la
confían también a los diáconos desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y
de poder», no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu.(36) Los
Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a «otros» discípulos;(37) e incluso
simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes
predicando la palabra.(38) San Pablo es el heraldo por antonomasia de este
anuncio, desde Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que tenemos de
él según el libro de los Hechos, es la de un hombre «que enseña con toda
libertad lo tocante al Señor Jesucristo».(39) Sus numerosas cartas amplian y
profundizan su enseñanza. Asimismo las cartas de Pedro, de Juan, de Santiago
y de Judas son otros tantos testimonios de la catequesis de la era apostólica.

Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza
oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura
catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del
catequista y el de San Marcos, evangelio del catecúmeno?

En los Padres de la Iglesia

12. La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros
colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha
llamado «Madre y Maestra».(40) Desde Clemente Romano hasta Orígenes,(41)
en la edad postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se registra un
hecho impresionante: Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, sobre todo en
los siglos tercero y cuarto, consideran como una parte importante de su
ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos. Es la
época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín,
en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen
siendo modelos para nosotros.

No es posible evocar aquí, ni siquiera brevemente, la catequesis que ha


mantenido la difusión y el camino de la Iglesia en los diversos períodos de la
historia, en todos los continentes y en los contextos sociales y culturales más
diversos. Ciertamente las dificultades no han faltado nunca. Mas la Palabra del
Señor ha realizado su misión a través de los siglos, se ha difundido y ha sido
glorificada, como indica el Apóstol Pablo.(42)

En los Concilios y en la actividad misionera

13. El ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de los Concilios. A


este respecto el Concilio de Trento constituye un ejemplo que se ha de subrayar:
en sus constituciones y decretos dio prioridad a la catequesis; dio lugar al
«catecismo romano» que lleva además su nombre y constituye una obra de
primer orden, resumen de la doctrina cristiana y de la teología tradicional para
uso de los sacerdotes; promovió en la Iglesia una organización notable de la
catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de sus deberes con relación a
la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos teólogos como san
Carlos Borromeo, san Roberto Belarmino o san Pedro Canisio, dio origen a
catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo. ¡Ojalá suscite el Concilio
Vaticano II un impulso y una obra semejante en nuestros días!
Las misiones constituyen también un terreno privilegiado para la práctica de la
catequesis. Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado
de educarse en la fe, según formas adaptadas a las distintas situaciones de los
creyentes y a las múltiples coyunturas eclesiales.

La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la


extensión geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el
crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios,
dependen esencialmente de ella. De entre las experiencias de la historia de la
Iglesia que acabamos de recordar, muchas lecciones —entre tantas otras—
merecen ser puestas de relieve.

La catequesis: derecho y deber de la Iglesia

14. Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un
deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber
que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en
la Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte,
puede hablarse igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo
bautizado por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la
Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida
verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre, toda
persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse
plenamente a ella, libre de «toda coacción por parte tanto de los individuos como
de los grupos sociales y de cualquier poder humano que sea, de suerte que, en
esta materia, a nadie se fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida
actuar ... de acuerdo con ella».(43)

Por ello la actividad catequética debe poder ejercerse en circunstancias


favorables de tiempo y lugar, debe tener acceso a los medios de comunicación
social, a adecuados instrumentos de trabajo, sin discriminación para con los
padres, los catequizados o los catequistas. Actualmente es cierto que ese
derecho es reconocido cada vez más, al menos a nivel de grandes principios,
como testimonian declaraciones o convenios internacionales, en los que —
cualesquiera que sean sus límites— se puede reconocer la voz de la conciencia
de gran parte de los hombres de hoy.(44) Pero numerosos Estados violan este
derecho, hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla, llega a ser
un delito susceptible de sanción. En unión con los Padres del Sínodo elevo
enérgicamente la voz contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a
la vez que dirijo una apremiante llamada a los responsables para que acaben del
todo esas constricciones que gravan sobre la libertad humana en general y sobre
la libertad religiosa en particular.

Tarea prioritaria

15. La segunda lección se refiere al lugar mismo de la catequesis en los proyectos


pastorales de la Iglesia. Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar
la prioridad a la catequesis —por encima de otras obras e iniciativas cuyos
resultados podrían ser más espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en
la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de
creyentes y de su actividad externa como misionera. En este final del siglo XX,
Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a
la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea
absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis
sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y
medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado. En ello
no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe. Y una actitud de fe se
dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja de responder.

Responsabilidad común y diferenciada

16. Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la
que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros
tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los
Pastores, precisamente en virtud de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más
alta responsabilidad en la promoción, orientación y coordinación de la
catequesis. El Papa, por su parte, tiene una profunda conciencia de la
responsabilidad primaria que le compete en este campo: encuentra en él motivos
de preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de esperanza. Los
sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado para su
apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una responsabilidad
singular. Los maestros, los diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por
otra parte, los responsables de los medios de comunicación social, todos ellos
tienen, en grado diverso, responsabilidades muy precisas en esta formación de la
conciencia del creyente, formación importante para la vida de la Iglesia, y que
repercute en la vida de la sociedad misma. Uno de los mejores frutos de la
Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la catequesis sería
despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una conciencia viva
y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.

Renovación continua y equilibrada

17. Finalmente la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un


cierto alargamiento de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de
un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del
mensaje Esta renovación no siempre tiene igual valor, y los Padres del Sínodo
han reconocido con realismo, junto a un progreso innegable en la vitalidad de la
actividad catequética y a iniciativas prometedoras, las limitaciones o incluso las
«deficiencias» de lo que se ha realizado hasta el presente.(45) Estos límites son
particularmente graves cuando ponen en peligro la integridad del contenido. El
«Mensaje al pueblo de Dios» subrayó justamente que, para la catequesis, «la
repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la
improvisación irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son
igualmente peligrosas».(46) La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al
letargo y, en definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva engendra
desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de los niños,
causa desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la unidad.
Es necesario que la Iglesia dé prueba hoy —come supo hacerlo en otras épocas
de su historia— de sabiduría, de valentía y de fidelidad evangélicas, buscando y
abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética.

III
LA CATEQUESIS
EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA DE LA IGLESIA

La catequesis: una etapa de la evangelización

18. La catequesis no puede disociarse del conjunto de actividades pastorales y


misionales de la Iglesia. Ella tiene, sin embargo, algo específico propio sobre lo
que la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, en sus trabajos
preparatorios y a lo largo de su celebración, se ha interrogado a menudo. La
cuestión interesa también a la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia.

No es éste el lugar adecuado para dar una definición rigurosa y formal de la


catequesis, suficientemente ilustrada en el «Directorio General de la
Catequesis».(47) Compete a los especialistas enriquecer cada vez más su
concepto y su articulación.

Frente a la incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente algunos puntos


esenciales, por lo demás ya consolidados en los documentos de la Iglesia, para
una comprensión exacta de la catequesis y sin los cuales se correría el riesgo de
no llegar a comprender todo su significado y su alcance.

Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la


fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una
enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y
sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana. En este
sentido, la catequesis se articula en cierto número de elementos de la misión
pastoral de la Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen un aspecto
catequético, preparan a la catequesis o emanan de ella: primer anuncio del
evangelio o predicación misional por medio del kerigma para suscitar la fe
apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana,
celebración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio
apostólico y misional.

Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no existe ni


separación u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas
de integración y de complemento recíproco.

La Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» del 8 de diciembre de 1975,


sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón
que la evangelización —cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la
humanidad para que viva de ella—, es una realidad rica, compleja y dinámica,
que tiene elementos o, si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí,
que es preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único
movimiento.(48) La catequesis es uno de esos momentos —¡y cuán señalado!—
en el proceso total de evangelización.

Catequesis y primer anuncio del Evangelio

19. La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que
ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe
inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más
profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor
Jesucristo.(49) Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener
en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar.
Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial
sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna
explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en
ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un
ambiente familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean
rápidamente algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros niños, no
bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino tardíamente la educación
religiosa: por motivos prácticos, su etapa catecumenal se hará en buena parte
durante la catequesis ordinaria. Además muchos preadolescentes y
adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una
catequesis así como los sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer
o no su vida con Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la formación
religiosa en nombre de su libertad. Finalmente los adultos mismos no están al
reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de un
ambiente notoriamente incrédulo. Es decir que la «catequesis» debe a menudo
preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla
continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de
preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el
umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el
método de la catequesis.

Finalidad específica de la catequesis

20. La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar,


con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar
diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto
de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado
por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del
bautismo.

La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la


luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella.
Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone
así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a
juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él
nos invita a ello.
Más concretamente, la finalidad de la catequesis, en el conjunto de la
evangelización, es la de ser un período de enseñanza y de madurez, es decir, el
tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo
como el solo Señor y habiéndole prestado una adhesión global con la sincera
conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús en cuyas
manos se ha puesto: conocer su «misterio», el Reino de Dios que anuncia, las
exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos
que Él ha trazado a quien quiera seguirle.

Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que
este «sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y
apoyarse en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por
conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra.

Necesidad de una catequesis sistemática

21. En su discurso de clausura de la IV Asamblea general del Sínodo, el Papa Pablo


VI se felicitaba al «advertir que todos han señalado la gran necesidad de una
catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio
mismo de Cristo es lo que principalmente distingue a la Catequesis de todas las
demás formas de presentar la Palabra de Dios».(50)

Frente a las dificultades prácticas, hay que subrayar algunas características de


esta enseñanza:

debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa


que le permita llegar a un fin preciso; una enseñanza elemental que no pretenda
abordar todas las cuestiones disputadas ni transformarse en investigación
teológica o en exégesis científica; una enseñanza, no obstante, bastante
completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo
tenemos en el kerigma; una iniciación cristiana integral, abierta a todas las
esferas de la vida cristiana. Sin olvidar la importancia de múltiples ocasiones de
catequesis, relacionadas con la vida personal, familiar, social y eclesial, que es
necesario aprovechar y sobre las que os remito al capítulo VI, insisto en la
necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y sistemática, dado que desde
distintos sitios se intenta minimizar su importancia.

Catequesis y experiencia vital

22. Es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: el cristianismo es


inseparablemente la una y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a
una acción valiente y segura; el esfuerzo por educar a los fieles a vivir hoy como
discípulos de Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo del
Misterio de Cristo en la historia de la salvación.

Es asimismo inútil querer abandonar el estudio serio y sistemático del mensaje


de Cristo, en nombre de una atención metodológica a la experiencia vital. «Nadie
puede llegar a la verdad íntegra solamente desde una simple experiencia
privada, es decir, sin una conveniente exposición del mensaje de Cristo, que es
el "Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6)».(51)

No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una
catequesis tradicional, doctrinal y sistemática.(52) La auténtica catequesis es
siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo
ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria
profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada
constantemente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en
generación. Pero esta revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta
artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya
para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.

Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho
especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del
hombre en la fe.(53)

Catequesis y sacramentos

23. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y


sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde
Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres.

En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo


y de la eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la
práctica de la Iglesia, en los antiguos países cristianos, el catecumenado jamás
ha sido abolido; conoce allí una renovación(54) y se practica abundantemente en
las jóvenes Iglesias misioneras. De todos modos, la catequesis está siempre en
relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis
es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente
a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los
sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la
vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si
no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la
catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental.

Catequesis y comunidad eclesial

24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la
Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo
por la fe y se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene
necesidad de vivirla en comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La
catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida
cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la
comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la
catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros,
pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan
vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace bien, los
cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos,
de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana.

Necesidad de la catequesis en sentido amplio para la madurez y fuerza de la fe

25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico —primer anuncio lleno
de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a
Jesucristo por la fe— se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios
implícitos, explicado mediante un discurso que va dirigido también a la razón,
orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es
menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis
vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más
vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan
en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al
escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas
o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida.

En la concepción que se acaba de exponer, la catequesis se ajusta al punto de


vista totalmente pastoral desde el cual ha querido considerarla el Sínodo. Este
sentido amplio de la catequesis no contradice, sino que incluye, desbordándolo,
el sentido estricto al que por lo común se atienen las exposiciones didácticas: la
simple enseñanza de las fórmulas que expresan la fe.

En definitiva, la catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los


cristianos como para su testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los
cristianos «en la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar
al hombre perfecto, maduro, que realice la plenitud de Cristo»;(55) también
quiere que estén dispuestos a dar razón de su esperanza a todos los que les
pidan una explicación.(56)

IV
TODA LA BUENA NUEVA BROTA DE LA FUENTE

El contenido del Mensaje

26. Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su


contenido no puede ser otro que el de toda la evangelización: el mismo mensaje
—Buena Nueva de salvación— oído una y mil veces y aceptado de corazón, se
profundiza incesantemente en la catequesis mediante la reflexión y el estudio
sistemático; mediante una toma de conciencia, que cada vez compromete más,
de sus repercusiones en la vida personal de cada uno; mediante su inserción en
el conjunto orgánico y armonioso que es la existencia cristiana en la sociedad y
en el mundo.

La fuente

27. La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de


Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que «la Tradición y la
Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la
Iglesia», como ha recordado el Concilio Vaticano II al desear que «el ministerio
de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la
instrucción cristiana... reciba de la palabra de la Escritura alimento saludable y
por ella dé frutos de santidad».(57)

Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la catequesis es


subrayar que ésta ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el
espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de un contacto asiduo con los
textos mismos; es también recordar que la catequesis será tanto más rica y
eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y
cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria de la
Iglesia.

La enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen


a ella, bajo la dirección de los Pastores y concretamente del Magisterio doctrinal
que el Señor les ha confiado.

El Credo: expresión doctrinal privilegiada

28. Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia,
se encuentra en el Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en
momentos cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante
siglos, un elemento importante de la catequesis era precisamente la «traditio
Symboli» (o transmisión del compendio de la fe), seguida de la entrega de la
oración dominical. Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido en nuestros
días en la iniciación de los catecúmenos.(58) ¿No habría que encontrar una
utilización más concretamente adaptada, para señalar esta etapa, la más
importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con
plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con
seriedad?

Mi predecesor Pablo VI, en el «Credo del Pueblo de Dios» proclamado al


cumplirse el XIX centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo, quiso
reunir los elementos esenciales de la fe católica, sobre todo los que ofrecían
mayor dificultad o estaban en peligro de ser ignorados.(59) Es una referencia
segura para el contenido de la catequesis.

Elementos a no olvidar

29. El mismo Sumo Pontífice ha recordado, en el capítulo tercero de su Exhortación


Apostólica Evangelii nuntiandi, «el contenido esencial, la substancia viva» de la
evangelización.(60) Es necesario para la catequesis misma tener presente cada
uno de los elementos y la síntesis viva en que ellos han sido integrados.(61)

Me contentaré por consiguiente con ofrecer aquí alguna simple alusión.(62)


Todos ven, por ejemplo, la importancia de hacer entender al niño, al adolescente,
al que progresa en la fe, «lo que puede conocerse de Dios»;(63) de poderles
decir, en cierto sentido: «Lo que sin conocer veneráis, eso es lo que yo os
anuncio»;(64) de exponerles brevemente(65) el misterio del Verbo de Dios hecho
hombre y que realiza la salvación del hombre por su Pascua, es decir, a través
de su muerte y su resurrección, pero también con su predicación, con los signos
que realiza, con los sacramentos de su presencia permanente en medio de
nosotros. Los Padres del Sínodo estuvieron bien inspirados cuando pidieron que
se evite reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión
meramente terrestre, y que se le reconociera más bien como el Hijo de Dios, el
mediador que nos da libre acceso al Padre en el Espíritu.(66)

¡Cuán importante es exponer a la inteligencia y al corazón, a la luz de la fe, ese


sacramento de su presencia que es el Misterio de la Iglesia, asamblea de
hombres pecadores, pero, al mismo tiempo, santificados y que constituyen la
familia de Dios reunida por el Señor bajo la dirección de aquellos a quienes «el
Espíritu Santo... constituyó vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios»!(67)

Es importante explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia
y de pecado, de grandeza y de miseria, es asumida por Dios en su Hijo
Jesucristo y «ofrece ya algún bosquejo del siglo futuro».(68) Es importante,
finalmente, revelar sin ambages las exigencias, hechas de renuncia mas también
de gozo, de lo que el Apóstol Pablo gustaba llamar «vida nueva»,(69) «creación
nueva»,(70) ser o existir en Cristo,(71) «vida eterna en Cristo Jesús»,(72) y que
no es más que la vida en el mundo, pero una vidá según las bienaventuranzas y
destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más allá.

De ahí la importancia que tienen en la catequesis las exigencias morales


personales correspondientes al Evangelio y las actitudes cristianas ante la vida y
ante el mundo, ya sean heroicas, ya las más sencillas: nosotros las llamamos
virtudes cristianas o virtudes evangélicas. De ahí también el cuidado que tendrá
la catequesis de no omitir, sino iluminar como es debido, en su esfuerzo de
educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su liberación
integral,(73) la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por
la justicia y la construcción de la paz.

Por lo demás no se ha de creer que esta dimensión de la catequesis es


absolutamente nueva. Ya en la época patrística, san Ambrosio y san Juan
Crisóstomo, por no mencionar a otros, destacaron las consecuencias sociales de
las exigencias evangélicas y, más cerca de nosotros, el catecismo de san Pío X
citaba explícitamente, entre los pecados que claman venganza ante Dios, el
hecho de oprimir a los pobres, así como el defraudar a los trabajadores en su
justo salario.(74) Especialmente desde la Rerum novarum, la preocupación social
está activarnente presente en la enseñanza catequética de los papas y de los
obispos. Muchos Padres del Sínodo han pedido con legítima insistencia que el
rico patrimonio de la enseñanza social de la Iglesia encuentre su puesto, bajo
formas apropiadas, en la formación catequética común de los fieles.

Integridad del contenido

30. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros
días, tres puntos importantes.
El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación
de su fe(75) sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a
recibir la «palabra de la fe»(76) no mutilada, falsificada o disminuida, sino
completa e integral, en todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad
del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los
frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial. No es
ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad caracterice el mandato
final de Jesús en el evangelio de Mateo: «Me ha sido dado todo poder... Haced
discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo... yo estoy siempre
con vosotros». Por eso, cuando un hombre, presintiendo «la superioridad del
conocimiento de Cristo Jesús»,(77) descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún
inconsciente, de conocerle más y mejor, mediante «una predicación y enseñanza
conforme a la verdad que hay en Jesús»,(78) ningún pretexto es válido para
negarle parte alguna de ese conocimiento. ¿Qué catequesis sería aquella en la
que no hubiera lugar para la creación del hombre y su pecado, para el plan
redentor de nuestro Dios y su larga y amorosa preparación y realización, para la
Encarnación del Hijo de Dios, para María —la Inmaculada, la Madre de Dios,
siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial— y su función en
el misterio de la salvación, para el misterio de la iniquidad operante en nuestras
vidas(79) y la virtud de Dios que nos libera, para la necesidad de la penitencia y
de la ascesis, para los gestos sacramentales y litúrgicos, para la realidad de la
presencia eucarística, para la participación en la vida divina aquí en la tierra y en
el más allá, etc.? Asimismo, a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por
cuenta propia una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima
importante y lo que estima menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo
otro.

Con métodos pedagógicos adaptados

31. De ahí esta segunda observación: es posible que en la situación actual de la


catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen organizar la
comunicación de las riquezas del contenido de la catequesis de un modo más
bien que de otro. Por lo demás, la integridad no dispensa del equilibrio ni del
carácter orgánico y jerarquizado, gracias a los cuales se dará a las verdades que
se enseñan, a las normas que se transmiten y a los caminos de la vida cristiana
que se indican, la importancia respectiva que les corresponden. También puede
suceder que determinado lenguaje se demuestre preferible para transmitir este
contenido a determinada persona o grupo de personas. La elección sería válida
en la medida en que no dependa de teorías o prejuicios más o menos subjetivos
y marcados por una cierta ideología, sino que esté inspirada por el humilde afán
de ajustarse mejor a un contenido que debe permanecer intacto. El método y el
lenguaje utilizados deben seguir siendo verdaderamente instrumentos para
comunicar la totalidad y no una parte de las «palabras de vida eterna»(80) o del
«camino de la vida».(81)

Dimensión ecuménica de la catequesis


32. El gran movimiento, inspirado ciertamente por el Espíritu de Jesús, que, desde
hace un cierto número de años, lleva a la Iglesia católica a buscar con otras
Iglesias o confesiones cristianas el restablecimiento de la perfecta unidad
querida por el Señor, me induce a hablar del carácter ecuménico de la
catequesis. Este movimiento cobró todo su relieve en el Concilio Vaticano II,(82) ,
y, a partir del Concilio, ha conocido en la Iglesia una importancia, concretada en
una serie impresionante de hechos y de iniciativas, conocidas por todos.

La catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando


todos los fieles, según su propia capacidad y su situación en la Iglesia, son
llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad.(83)

La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, sin renunciar a enseñar que
la plenitud de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por
Cristo se halla en la Iglesia Católica,(84) lo hace, sin embargo, respetando
sinceramente, de palabra y de obra, a las comunidades eclesiales que no están
en perfecta comunión con esta misma Iglesia.

En este contexto, es muy importante hacer una presentación correcta y leal de


las demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el Espíritu de Cristo no
rehusa servirse como medio de salvación; por otra parte «los elementos o bienes
que conjuntamente edifican y dan vida a la propia Iglesia, pueden encontrarse
algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera del recinto visible de la
Iglesia católica».(85) Además esta presentación ayudará a los católicos por un
lado a profundizar su propia fe y por otra a conocer mejor y estimar a los demás
hermanos cristianos, facilitando así la búsqueda común del camino hacia la
plena unidad en toda la verdad.

Ella debería además ayudar a los no católicos a conocer mejor y a apreciar a la


Iglesia católica y su convicción de ser el «auxilio general de salvación».

La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, además, suscita y alimenta un


verdadero deseo de unidad; más todavía, si inspira esfuerzos sinceros —incluido
el esfuerzo por purificarse en la humildad y el fervor del Espíritu con el fin de
despejar los caminos— no con miras a un irenismo fácil, hecho de omisiones y
de concesiones en el plano doctrinal, sino con miras a la unidad perfecta, cuando
el Señor quiera y por las vías que Él quiera.

Finalmente, la catequesis será ecuménica si se esfuerza por preparar a los niños


y a los jóvenes, así como a los adultos católicos, a vivir en contacto con los no
católicos, viviendo su identidad católica dentro del respecto a la fe de los otros.

Colaboración ecuménica en el ámbito de la catequesis

33. En situaciones de pluralismo religioso, los Obispos pueden juzgar oportunas, o


aun necesarias, ciertas experiencias de colaboración en el campo de la
catequesis entre católicos y otros cristianos, como complemento de la catequesis
habitual que, de todos modos, los católicos deben recibir. Tales experiencias
encuentran su fundamento teológico en los elementos comunes a todos los
cristianos.(86) Pero la comunión de fe entre los católicos y los demás cristianos
no es completa ni perfecta; más aún existen, en determinados casos, profundas
divergencias. En consecuencia, esta colaboración ecuménica es por su
naturaleza limitada: no debe significar jamás una «reducción» al mínimo común.
Además, la catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino en
iniciar a toda la vida cristiana, haciendo participar plenamente en los
sacramentos de la Iglesia. De ahí la necesidad, donde se da una experiencia de
colaboración ecuménica en el terreno de la catequesis, de vigilar para que la
formación de los católicos esté bien asegurada en la Iglesia católica en lo
concerniente a la doctrina y a la vida cristiana.

Durante el Sínodo, cierto número de Obispos señaló casos —cada vez más
frecuentes, decían— en los que las autoridades civiles u otras circunstancias
imponen, en las escuelas de algunos países, una enseñanza de la religión
cristiana —con sus manuales, horas de clase, etc.— común a católicos y no
católicos. Sería superfluo decir que no se trata de una verdadera catequesis.
Esta enseñanza tiene además una importancia ecuménica cuando se presenta
con lealtad la doctrina cristiana. En los casos en que las circunstancias
impusieran esta enseñanza, es importante que sea asegurada de otra manera,
con el mayor esmero, una catequesis específicamente católica.

Problema de manuales comunes a diversas religiones

34. Hay que añadir aquí otra observación que se sitúa en la misma dirección aunque
bajo óptica distinta. Sucede a veces que las escuelas estatales ponen libros a
disposición de los alumnos, en los que las religiones, incluida la católica, son
presentadas a título cultural histórico, moral y literario. Una presentación objetiva
de los hechos históricos, de las diferentes religiones y confesiones cristianas
puede contribuir a una mejor comprensión recíproca. En tal caso se hará todo lo
posible para que la presentación sea verdaderamente objetiva, al resguardo de
sistemas ideológicos y políticos o de pretendidos prejuicios científicos que
deformarían su verdadero sentido. De todos modos, estos manuales no deben
considerarse como obras catequéticas: les falta para ello el testimonio de
creyentes que exponen la fe a otros creyentes, y una comprensión de los
misterios cristianos y de lo específicamente católico, todo ello sacado de lo
profundo de la fe.

V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS

La importancia de los niños y de los jóvenes

35. El tema señalado por mi Predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea general del
Sínodo de los Obispos versaba sobre «la catequesis en nuestro tiempo con
especial atención a los niños y a los jóvenes». El ascenso de los jóvenes
constituye sin duda el hecho más rico de esperanza y al mismo tiempo de
inquietud para una buena parte del mundo actual. En algunos países, sobre todo
los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está por debajo de los
veinticinco o treinta años. Ello significa que millones y millones de niños y de
jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico:
acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta multitud
innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incertidumbre y
el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso tentada
por el nihilismo y la violencia, constituye sin embargo en su mayor parte la gran
fuerza que, entre muchos riesgos, se propone construir la civilización del futuro.

Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa
multitud de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo
no simplemente en el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a
través del conocimiento cada día más hondo y más luminoso de su persona, de
su mensaje, del Plan de Dios que él quiso

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