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Catequesis Tradente
Catequesis Tradente
Catequesis Tradente
Un Sínodo fructuoso
I
TENEMOS UN SOLO MAESTRO:
JESUCRISTO
El único «Maestro»
8. El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces
se le da este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y
especialmente en los Evangelios!(20) Son evidentemente los Doce, los otros
discípulos y las muchedumbres que lo escuchan quienes le llaman «Maestro»
con acento a la vez de admiración, de confianza y de ternura.(21) Incluso los
Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y los Judíos en general, no le
rehúsan esta denominación: «Maestro, quisiéramos ver una señal tuya»;(22)
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?».(23)
Pero sobre todo Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones particularmente
solemnes y muy significativas: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís
bien, porque de verdad lo soy»;(24) y proclama la singularidad, el carácter único
de su condición de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro»:(25) Cristo. Se
comprende que, a lo largo de dos mil años, en todas las lenguas de la tierra,
hombres de toda condición, raza y nación, le hayan dado con veneración este
título repitiendo a su manera la exclamación de Nicodemo: «has venido como
Maestro de parte de Dios».(26)
Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza
para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.
II
UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA
COMO LA IGLESIA
10. La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de
los primeros discípulos, y la consigna «Id y haced discípulos a todas las
gentes»(28) orientó toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su
Evangelio, cuando refiere las palabras de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que
oí de mi Padre os lo he dado a conocer».(29) No son ellos los que han escogido
seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha guardado y
establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que
su fruto permanezca.(30) Por ello después de la resurrección, les confió
formalmente la misión de hacer discípulos a todas las gentes.
El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su
vocación y a la misión recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana
aparecen en él «perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la
fracción del pan y en la oración».(31) Se encuentra allí sin duda alguna la
imagen permanente de una Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles,
nace y se nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio
eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad.
11. Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del
apostolado.(35) Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la
confían también a los diáconos desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y
de poder», no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu.(36) Los
Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a «otros» discípulos;(37) e incluso
simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas partes
predicando la palabra.(38) San Pablo es el heraldo por antonomasia de este
anuncio, desde Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que tenemos de
él según el libro de los Hechos, es la de un hombre «que enseña con toda
libertad lo tocante al Señor Jesucristo».(39) Sus numerosas cartas amplian y
profundizan su enseñanza. Asimismo las cartas de Pedro, de Juan, de Santiago
y de Judas son otros tantos testimonios de la catequesis de la era apostólica.
Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza
oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura
catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del
catequista y el de San Marcos, evangelio del catecúmeno?
12. La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros
colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha
llamado «Madre y Maestra».(40) Desde Clemente Romano hasta Orígenes,(41)
en la edad postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se registra un
hecho impresionante: Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, sobre todo en
los siglos tercero y cuarto, consideran como una parte importante de su
ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos. Es la
época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín,
en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen
siendo modelos para nosotros.
14. Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un
deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber
que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en
la Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte,
puede hablarse igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo
bautizado por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la
Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida
verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre, toda
persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse
plenamente a ella, libre de «toda coacción por parte tanto de los individuos como
de los grupos sociales y de cualquier poder humano que sea, de suerte que, en
esta materia, a nadie se fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida
actuar ... de acuerdo con ella».(43)
Tarea prioritaria
16. Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la
que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros
tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los
Pastores, precisamente en virtud de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más
alta responsabilidad en la promoción, orientación y coordinación de la
catequesis. El Papa, por su parte, tiene una profunda conciencia de la
responsabilidad primaria que le compete en este campo: encuentra en él motivos
de preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de esperanza. Los
sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado para su
apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una responsabilidad
singular. Los maestros, los diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por
otra parte, los responsables de los medios de comunicación social, todos ellos
tienen, en grado diverso, responsabilidades muy precisas en esta formación de la
conciencia del creyente, formación importante para la vida de la Iglesia, y que
repercute en la vida de la sociedad misma. Uno de los mejores frutos de la
Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la catequesis sería
despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una conciencia viva
y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.
III
LA CATEQUESIS
EN LA ACTIVIDAD PASTORAL Y MISIONERA DE LA IGLESIA
19. La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que
ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe
inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más
profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor
Jesucristo.(49) Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener
en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar.
Cierto número de niños bautizados en su infancia llega a la catequesis parroquial
sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna
explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer puesta en
ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un
ambiente familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean
rápidamente algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros niños, no
bautizados, para quienes sus padres no aceptan sino tardíamente la educación
religiosa: por motivos prácticos, su etapa catecumenal se hará en buena parte
durante la catequesis ordinaria. Además muchos preadolescentes y
adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido sistemáticamente una
catequesis así como los sacramentos, titubean por largo tiempo en comprometer
o no su vida con Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la formación
religiosa en nombre de su libertad. Finalmente los adultos mismos no están al
reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de un
ambiente notoriamente incrédulo. Es decir que la «catequesis» debe a menudo
preocuparse, no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla
continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de
preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún en el
umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el
método de la catequesis.
Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que
este «sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y
apoyarse en ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por
conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra.
No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una
catequesis tradicional, doctrinal y sistemática.(52) La auténtica catequesis es
siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo
ha hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria
profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada
constantemente, mediante una «traditio» viva y activa, de generación en
generación. Pero esta revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta
artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya
para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.
Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho
especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del
hombre en la fe.(53)
Catequesis y sacramentos
24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la
Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo
por la fe y se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene
necesidad de vivirla en comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La
catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida
cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la
comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la
catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros,
pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan
vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace bien, los
cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos,
de hacerla conocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana.
25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico —primer anuncio lleno
de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a
Jesucristo por la fe— se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios
implícitos, explicado mediante un discurso que va dirigido también a la razón,
orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es
menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis
vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más
vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan
en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al
escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas
o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida.
IV
TODA LA BUENA NUEVA BROTA DE LA FUENTE
La fuente
28. Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia,
se encuentra en el Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en
momentos cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante
siglos, un elemento importante de la catequesis era precisamente la «traditio
Symboli» (o transmisión del compendio de la fe), seguida de la entrega de la
oración dominical. Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido en nuestros
días en la iniciación de los catecúmenos.(58) ¿No habría que encontrar una
utilización más concretamente adaptada, para señalar esta etapa, la más
importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con
plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con
seriedad?
Elementos a no olvidar
Es importante explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia
y de pecado, de grandeza y de miseria, es asumida por Dios en su Hijo
Jesucristo y «ofrece ya algún bosquejo del siglo futuro».(68) Es importante,
finalmente, revelar sin ambages las exigencias, hechas de renuncia mas también
de gozo, de lo que el Apóstol Pablo gustaba llamar «vida nueva»,(69) «creación
nueva»,(70) ser o existir en Cristo,(71) «vida eterna en Cristo Jesús»,(72) y que
no es más que la vida en el mundo, pero una vidá según las bienaventuranzas y
destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más allá.
30. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros
días, tres puntos importantes.
El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación
de su fe(75) sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a
recibir la «palabra de la fe»(76) no mutilada, falsificada o disminuida, sino
completa e integral, en todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad
del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los
frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial. No es
ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad caracterice el mandato
final de Jesús en el evangelio de Mateo: «Me ha sido dado todo poder... Haced
discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo... yo estoy siempre
con vosotros». Por eso, cuando un hombre, presintiendo «la superioridad del
conocimiento de Cristo Jesús»,(77) descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún
inconsciente, de conocerle más y mejor, mediante «una predicación y enseñanza
conforme a la verdad que hay en Jesús»,(78) ningún pretexto es válido para
negarle parte alguna de ese conocimiento. ¿Qué catequesis sería aquella en la
que no hubiera lugar para la creación del hombre y su pecado, para el plan
redentor de nuestro Dios y su larga y amorosa preparación y realización, para la
Encarnación del Hijo de Dios, para María —la Inmaculada, la Madre de Dios,
siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial— y su función en
el misterio de la salvación, para el misterio de la iniquidad operante en nuestras
vidas(79) y la virtud de Dios que nos libera, para la necesidad de la penitencia y
de la ascesis, para los gestos sacramentales y litúrgicos, para la realidad de la
presencia eucarística, para la participación en la vida divina aquí en la tierra y en
el más allá, etc.? Asimismo, a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por
cuenta propia una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima
importante y lo que estima menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo
otro.
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, sin renunciar a enseñar que
la plenitud de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por
Cristo se halla en la Iglesia Católica,(84) lo hace, sin embargo, respetando
sinceramente, de palabra y de obra, a las comunidades eclesiales que no están
en perfecta comunión con esta misma Iglesia.
Durante el Sínodo, cierto número de Obispos señaló casos —cada vez más
frecuentes, decían— en los que las autoridades civiles u otras circunstancias
imponen, en las escuelas de algunos países, una enseñanza de la religión
cristiana —con sus manuales, horas de clase, etc.— común a católicos y no
católicos. Sería superfluo decir que no se trata de una verdadera catequesis.
Esta enseñanza tiene además una importancia ecuménica cuando se presenta
con lealtad la doctrina cristiana. En los casos en que las circunstancias
impusieran esta enseñanza, es importante que sea asegurada de otra manera,
con el mayor esmero, una catequesis específicamente católica.
34. Hay que añadir aquí otra observación que se sitúa en la misma dirección aunque
bajo óptica distinta. Sucede a veces que las escuelas estatales ponen libros a
disposición de los alumnos, en los que las religiones, incluida la católica, son
presentadas a título cultural histórico, moral y literario. Una presentación objetiva
de los hechos históricos, de las diferentes religiones y confesiones cristianas
puede contribuir a una mejor comprensión recíproca. En tal caso se hará todo lo
posible para que la presentación sea verdaderamente objetiva, al resguardo de
sistemas ideológicos y políticos o de pretendidos prejuicios científicos que
deformarían su verdadero sentido. De todos modos, estos manuales no deben
considerarse como obras catequéticas: les falta para ello el testimonio de
creyentes que exponen la fe a otros creyentes, y una comprensión de los
misterios cristianos y de lo específicamente católico, todo ello sacado de lo
profundo de la fe.
V
TODOS TIENEN NECESIDAD DE LA CATEQUESIS
35. El tema señalado por mi Predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea general del
Sínodo de los Obispos versaba sobre «la catequesis en nuestro tiempo con
especial atención a los niños y a los jóvenes». El ascenso de los jóvenes
constituye sin duda el hecho más rico de esperanza y al mismo tiempo de
inquietud para una buena parte del mundo actual. En algunos países, sobre todo
los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está por debajo de los
veinticinco o treinta años. Ello significa que millones y millones de niños y de
jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico:
acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta multitud
innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incertidumbre y
el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso tentada
por el nihilismo y la violencia, constituye sin embargo en su mayor parte la gran
fuerza que, entre muchos riesgos, se propone construir la civilización del futuro.
Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa
multitud de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo
no simplemente en el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a
través del conocimiento cada día más hondo y más luminoso de su persona, de
su mensaje, del Plan de Dios que él quiso