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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
CATECHESI TRADENDAE
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO
AL CLERO Y A LOS FIELES
DE TODA LA IGLESIA
SOBRE LA CATEQUESIS
EN NUESTRO TIEMPO
INTRODUCCIÓN
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Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre,(3) para
educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no
ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea.
Un Sínodo fructuoso
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El único «Maestro»
8. El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces
se le da este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y
especialmente en los Evangelios!(20) Son evidentemente los Doce, los otros
discípulos y las muchedumbres que lo escuchan quienes le llaman «Maestro» con
acento a la vez de admiración, de confianza y de ternura.(21) Incluso los Fariseos y
los Saduceos, los Doctores de la Ley y los Judíos en general, no le rehúsan esta
denominación: «Maestro, quisiéramos ver una señal tuya»;(22) «Maestro, ¿qué
tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?».(23) Pero sobre todo
Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones particularmente solemnes y muy
significativas: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque de
verdad lo soy»;(24) y proclama la singularidad, el carácter único de su condición
de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro»:(25) Cristo. Se comprende que, a lo
largo de dos mil años, en todas las lenguas de la tierra, hombres de toda
condición, raza y nación, le hayan dado con veneración este título repitiendo a su
manera la exclamación de Nicodemo: «has venido como Maestro de parte de
Dios».(26)
Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones de la Iglesia,
reafirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios a los
hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está
vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina
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Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza
para una renovación auténtica y deseable de la catequesis.
II
10. La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de
los primeros discípulos, y la consigna «Id y haced discípulos a todas las
gentes»(28) orientó toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su Evangelio,
cuando refiere las palabras de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre
os lo he dado a conocer».(29) No son ellos los que han escogido seguir a Jesús,
sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha guardado y establecido, ya
antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que su fruto
permanezca.(30) Por ello después de la resurrección, les confió formalmente la
misión de hacer discípulos a todas las gentes.
El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su
vocación y a la misión recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana
aparecen en él «perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la
fracción del pan y en la oración».(31) Se encuentra allí sin duda alguna la imagen
permanente de una Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se
nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio eucarístico
y da testimonio al mundo con el signo de la caridad.
11. Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del
apostolado.(35) Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la confían
también a los diáconos desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y de poder»,
no cesa de enseñar, movido por la sabiduría del Espíritu.(36) Los Apóstoles asocian
en su tarea de enseñar a «otros» discípulos;(37) e incluso simples cristianos
dispersados por la persecución, iban por todas partes predicando la palabra.(38)
San Pablo es el heraldo por antonomasia de este anuncio, desde Antioquía hasta
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Roma, donde la última imagen que tenemos de él según el libro de los Hechos, es
la de un hombre «que enseña con toda libertad lo tocante al Señor Jesucristo».(39)
Sus numerosas cartas amplian y profundizan su enseñanza. Asimismo las cartas de
Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas son otros tantos testimonios de la
catequesis de la era apostólica.
Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza
oral transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura
catequética. ¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del catequista y
el de San Marcos, evangelio del catecúmeno?
12. La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros
colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha
llamado «Madre y Maestra».(40) Desde Clemente Romano hasta Orígenes,(41) en
la edad postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se registra un hecho
impresionante: Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, sobre todo en los siglos
tercero y cuarto, consideran como una parte importante de su ministerio episcopal
enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos. Es la época de Cirilo de
Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la
pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen siendo modelos para
nosotros.
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catequesis. Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado de
educarse en la fe, según formas adaptadas a las distintas situaciones de los
creyentes y a las múltiples coyunturas eclesiales.
14. Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un
deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber
que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en la
Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte, puede
hablarse igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado
por el hecho mismo de su bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una
enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente
cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre, toda persona humana
tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse plenamente a ella, libre
de «toda coacción por parte tanto de los individuos como de los grupos sociales y
de cualquier poder humano que sea, de suerte que, en esta materia, a nadie se
fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida actuar ... de acuerdo con
ella».(43)
Tarea prioritaria
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16. Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la
que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros
tienen responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los
Pastores, precisamente en virtud de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más
alta responsabilidad en la promoción, orientación y coordinación de la catequesis.
El Papa, por su parte, tiene una profunda conciencia de la responsabilidad primaria
que le compete en este campo: encuentra en él motivos de preocupación pastoral,
pero sobre todo de alegría y de esperanza. Los sacerdotes, religiosos y religiosas
tienen ahí un campo privilegiado para su apostolado. A otro nivel, los padres de
familia tienen una responsabilidad singular. Los maestros, los diversos ministros de
la Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los responsables de los medios de
comunicación social, todos ellos tienen, en grado diverso, responsabilidades muy
precisas en esta formación de la conciencia del creyente, formación importante
para la vida de la Iglesia, y que repercute en la vida de la sociedad misma. Uno de
los mejores frutos de la Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la
catequesis sería despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una
conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.
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III
LA CATEQUESIS
EN LA ACTIVIDAD PASTORAL
Y MISIONERA DE LA IGLESIA
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bautismo.
Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que este
«sí» tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en
ella, pero significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez
mejor el sentido profundo de esa Palabra.
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No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una
catequesis tradicional, doctrinal y sistemática.(52) La auténtica catequesis es
siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha
hecho al hombre, en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de
la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente, mediante
una «traditio» viva y activa, de generación en generación. Pero esta revelación no
está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido
último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del
Evangelio.
Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho
especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del hombre
en la fe.(53)
Catequesis y sacramentos
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24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de
la Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo
por la fe y se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene
necesidad de vivirla en comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La
catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida
cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso la
comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente responsable respecto a la
catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación de sus miembros,
pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan vivir,
con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico —primer anuncio lleno
de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a
Jesucristo por la fe— se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios
implícitos, explicado mediante un discurso que va dirigido también a la razón,
orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es
menos evangélico que el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis
vendría forzosamente a racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más
vivo, espontáneo y vibrante hay en el kerygma. Las verdades que se profundizan
en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al
escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas o
agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida.
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IV
La fuente
28. Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en
custodia, se encuentra en el Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en
momentos cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante
siglos, un elemento importante de la catequesis era precisamente la «traditio
Symboli» (o transmisión del compendio de la fe), seguida de la entrega de la
oración dominical. Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido en nuestros días
en la iniciación de los catecúmenos.(58) ¿No habría que encontrar una utilización
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más concretamente adaptada, para señalar esta etapa, la más importante entre
todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con plena lucidez y valentía
el contenido de lo que más adelante va a profundizar con seriedad?
Elementos a no olvidar
Me contentaré por consiguiente con ofrecer aquí alguna simple alusión.(62) Todos
ven, por ejemplo, la importancia de hacer entender al niño, al adolescente, al que
progresa en la fe, «lo que puede conocerse de Dios»;(63) de poderles decir, en
cierto sentido: «Lo que sin conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio»;(64) de
exponerles brevemente(65) el misterio del Verbo de Dios hecho hombre y que
realiza la salvación del hombre por su Pascua, es decir, a través de su muerte y su
resurrección, pero también con su predicación, con los signos que realiza, con los
sacramentos de su presencia permanente en medio de nosotros. Los Padres del
Sínodo estuvieron bien inspirados cuando pidieron que se evite reducir a Cristo a
su sola humanidad y su mensaje a una dimensión meramente terrestre, y que se le
reconociera más bien como el Hijo de Dios, el mediador que nos da libre acceso al
Padre en el Espíritu.(66)
Es importante explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y
de pecado, de grandeza y de miseria, es asumida por Dios en su Hijo Jesucristo y
«ofrece ya algún bosquejo del siglo futuro».(68) Es importante, finalmente, revelar
sin ambages las exigencias, hechas de renuncia mas también de gozo, de lo que el
Apóstol Pablo gustaba llamar «vida nueva»,(69) «creación nueva»,(70) ser o existir
en Cristo,(71) «vida eterna en Cristo Jesús»,(72) y que no es más que la vida en el
mundo, pero una vidá según las bienaventuranzas y destinada a prolongarse y a
transfigurarse en el más allá.
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32. El gran movimiento, inspirado ciertamente por el Espíritu de Jesús, que, desde
hace un cierto número de años, lleva a la Iglesia católica a buscar con otras
Iglesias o confesiones cristianas el restablecimiento de la perfecta unidad querida
por el Señor, me induce a hablar del carácter ecuménico de la catequesis. Este
movimiento cobró todo su relieve en el Concilio Vaticano II,(82) , y, a partir del
Concilio, ha conocido en la Iglesia una importancia, concretada en una serie
impresionante de hechos y de iniciativas, conocidas por todos.
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, sin renunciar a enseñar que la
plenitud de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por
Cristo se halla en la Iglesia Católica,(84) lo hace, sin embargo, respetando
sinceramente, de palabra y de obra, a las comunidades eclesiales que no están en
perfecta comunión con esta misma Iglesia.
En este contexto, es muy importante hacer una presentación correcta y leal de las
demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el Espíritu de Cristo no rehusa
servirse como medio de salvación; por otra parte «los elementos o bienes que
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Durante el Sínodo, cierto número de Obispos señaló casos —cada vez más
frecuentes, decían— en los que las autoridades civiles u otras circunstancias
imponen, en las escuelas de algunos países, una enseñanza de la religión cristiana
—con sus manuales, horas de clase, etc.— común a católicos y no católicos. Sería
superfluo decir que no se trata de una verdadera catequesis. Esta enseñanza tiene
además una importancia ecuménica cuando se presenta con lealtad la doctrina
cristiana. En los casos en que las circunstancias impusieran esta enseñanza, es
importante que sea asegurada de otra manera, con el mayor esmero, una
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34. Hay que añadir aquí otra observación que se sitúa en la misma dirección
aunque bajo óptica distinta. Sucede a veces que las escuelas estatales ponen
libros a disposición de los alumnos, en los que las religiones, incluida la católica,
son presentadas a título cultural histórico, moral y literario. Una presentación
objetiva de los hechos históricos, de las diferentes religiones y confesiones
cristianas puede contribuir a una mejor comprensión recíproca. En tal caso se hará
todo lo posible para que la presentación sea verdaderamente objetiva, al
resguardo de sistemas ideológicos y políticos o de pretendidos prejuicios científicos
que deformarían su verdadero sentido. De todos modos, estos manuales no deben
considerarse como obras catequéticas: les falta para ello el testimonio de
creyentes que exponen la fe a otros creyentes, y una comprensión de los misterios
cristianos y de lo específicamente católico, todo ello sacado de lo profundo de la
fe.
35. El tema señalado por mi Predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea general del
Sínodo de los Obispos versaba sobre «la catequesis en nuestro tiempo con especial
atención a los niños y a los jóvenes». El ascenso de los jóvenes constituye sin duda
el hecho más rico de esperanza y al mismo tiempo de inquietud para una buena
parte del mundo actual. En algunos países, sobre todo los del Tercer Mundo, más
de la mitad de la población está por debajo de los veinticinco o treinta años. Ello
significa que millones y millones de niños y de jóvenes se preparan para su futuro
de adultos. Y no es sólo el factor numérico: acontecimientos recientes, y la misma
crónica diaria, nos dicen que esta multitud innumerable de jóvenes, aunque esté
dominada aquí y allí por la incertidumbre y el miedo, o seducida por la evasión en
la droga y la indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la violencia, constituye
sin embargo en su mayor parte la gran fuerza que, entre muchos riesgos, se
propone construir la civilización del futuro.
Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa
multitud de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo no
simplemente en el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a través
del conocimiento cada día más hondo y más luminoso de su persona, de su
mensaje, del Plan de Dios que él quiso
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