Lecturas Adolescencia
Lecturas Adolescencia
Lecturas Adolescencia
Había una vez un zar que estaba muy enfermo y no encontraba nada que pudiese aliviar su
dolor. Desesperado, lanzó un comunicado a su reino diciendo:
Entonces, todos los sabios del reino se reunieron y empezaron a debatir sobre cómo curar al
zar. Ninguno sabía qué podían hacer. Sin embargo, cuando estaban a punto de darse por
vencidos, un sabio alzó la voz y dijo que solo había una manera de curar al zar.
– Hay que encontrar a un hombre feliz, quitarle la camisa y ponérsela al zar. Entonces, éste se
curará.
Sin dudarlo ni un segundo, el zar mandó a que buscaran por todo el reino a un hombre feliz y le
llevasen su camisa. Sin embargo, por mucho que sus emisarios cabalgaron y recorriendo cada
rincón del reino no pudieron encontrar a un solo hombre feliz.
No había ni un solo hombre que se sintiese satisfecho y feliz con todo. Había un hombre que
era rico, pero estaba enfermo. Otro tenía buena salud, pero no tenía dinero. Un tercero era rico
y gozaba de buena salud, pero tenía una mujer malvada. En fin, todos tenían algún motivo que
les impedía ser plenamente feliz.
Un día, cuando estaba a punto de caer el sol, el hijo del zar pasó junto a una pequeña caballa
cuando escuchó que alguien decía:
– Gracias a Dios he trabajado bastante, he comido hasta saciarme y ahora me voy a la cama.
¿Qué más puedo pedir?
El hijo del zar se alegró de escuchar esas palabras. Así que ordenó a quienes le acompañaban
que le pidiesen la camisa a ese hombre a cambio de una gran cantidad de dinero, todo el que
quisiera, y entonces llevaran la camisa al zar. Los emisarios fueron a ver al hombre feliz y
cuando quisieron proponerle el acuerdo se dieron cuenta de que ese hombre feliz era tan
pobre que ni siquiera tenía una camisa.
Marta Moreno
Durante una calurosa tarde de verano, en Coleman había una familia formada por un
matrimonio y los suegros que estaba jugando al dominó tranquilamente junto al porche.
Bebían una refrescante limonada mientras pasaban el tiempo cómodamente.
– Podríamos hacer algo más interesante que estar aquí pasando el tiempo. Podemos ir hasta
Abilene y comer algo en la cafetería.
– Buena idea…
Y, por supuesto, la madre, al ver que todos querían ir decidió no ser la nota discordante y dijo
emocionada:
– ¡Por supuesto! Hace tiempo que no voy y me apetece dar una vuelta por Abilene.
Así que toda la familia recogió las cosas, se subieron al coche, que no tenía aire acondicionado,
y condujeron hasta Abilene a pesar del sofocante calor. Después de un largo y polvoriento
camino, llegaron acalorados al pueblo donde comieron un pobre y triste bocadillo en la
cafetería y emprendieron el camino de vuelta a Coleman.
Al llegar a casa, todos se fueron a dormir extenuados y acalorados, sin decir nada, pensando
para sus adentros en por qué habían hecho ese ridículo viaje que en realidad no querían hacer.
3. El buscador, de Jorge Bucay
Esta es la historia de un buscador que no es más alguien que busca, aunque no necesariamente
encuentra ya que su principal objetivo consiste en buscar continuamente. Movido por su ansia
de búsqueda, un día sintió la necesidad de visitar la ciudad de Kammir, así que partió sin
pensárselo dos veces.
Después de andar durante dos días el buscador divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Pero
antes de llegar, mientras atravesaba una colina, se fijó en un sendero muy estrecho que partía
hacia la derecha con árboles muy verdes y flores muy hermosas. El buscador no pudo resistir la
tentación de investigar y se desvió.
Además de unas graciosas mariposas de colores, el buscador se fijó en que el camino estaba
salpicado de pequeñas piedras blancas. Pero al acercarse leyó una inscripción que decía:
Así, encontró en el camino muchas otras lápidas. Pero, ¿cómo era posible? ¿Por qué todos
morían tan jóvenes? ¿Qué pasaba en aquel lugar? Comprobó que todas las piedras pertenecían
a niños. El que más había vivido solo tenía once años.
– Quizá pueda explicarme qué maldición reina sobre en esta ciudad. ¿Por qué mueren tantos
niños?
A la izquierda se anota el acontecimiento que le hizo feliz y a la derecha, cuánto duró ese
momento. Por ejemplo, el primer amor, un viaje que te hizo feliz o el nacimiento de un hijo. Al
final, cuando esta persona muere, se abre su cuaderno y se suma todo el tiempo que
realmente fue feliz. Y esa es su edad de vida.
Leticia Garcés
Cuentan que hace mucho tiempo, había un rey bondadoso y hacendoso, cuyo hijo era muy
perezoso y no le apetecía hacer nunca nada. No hacía más que quejarse y responder con malas
formas cada vez que le ordenaba hacer algo.
– ¡Ojalá fuese mayor para ser rey y hacer lo que se me antoje!, decía.
Una mañana el príncipe encontró una bobina de hilo sobre su cama y, al acercarse, ¡la bobina
le habló!:
– Soy una bobina mágica. Represento tu vida. ¿Ves que sobresale un poco de hilo? Son los años
que ya has vivido. Si tiras del hilo, tu vida avanzará. Debes tratarme con cuidado, porque el hilo
que desenrolles, no podrás volverlo atrás. Puedes tirar del hilo y pasar a otra etapa de tu vida si
quieres, pero recuerda que los años que saltes, no volverán. Así que piénsalo bien.
Así que, sin pensarlo dos veces, tiró de la bobina. ¡Quería saber si lo que decía la bobina era
cierto! Se miró en un espejo y efectivamente, ya no era un adolescente, sino un joven apuesto
de 20 años.
Sin embargo, el príncipe pensó que con esa edad tendría que trabajar mucho y seguir
obedeciendo a su padre, así que decidió tirar un poco más y hacerse un poco más mayor. Así
hizo y avanzó su vida hasta los 35 años y cuando se miró al espejo tenía una espesa barba y una
corona en la cabeza… ¡era rey!
Pero el príncipe no estaba conforme, tuvo curiosidad por saber cómo serían su mujer y sus
hijos, y volvió a tirar de la bobina. Y al instante apareció junto a él una hermosa mujer de largos
cabellos dorados y cuatro niños preciosos.
– ¡Qué bella es mi familia!, se dijo el príncipe. Pero ¿cómo serán mis hijos de mayores?
Así que volvió a tirar del hilo y vio cómo sus hijos de pronto crecieron. Eran unos hombres
hechos y derechos. Entonces se dio cuenta de su error. Se miró al espejo y vio un anciano
encorvado de pelo blanco.
Miró la bobina y vio que quedaba muy poco hilo. Su vida estaba llegando a su fin. Totalmente
desesperado el príncipe intentó enrollar de nuevo el hilo, pero no pudo.
– Te advertí y no me hiciste caso. Ahora no hay vuelta atrás, toda tu vida se ha esfumado. Has
desperdiciado tu vida y ahora es el final.
El viejo rey asintió. Cabizbajo salió al jardín para vivir sus últimos momentos de vida. Bajo el sol
de primavera y entre árboles llenos de flores, el rey murió.
5. El fantasma provechoso, de Daniel Defoe
Había una vez un caballero que tenía una vieja casa, que era todo lo que quedaba de un
antiguo monasterio derruido. Así que un día decidió demolerla, pero inmediatamente pensó
que sería demasiado trabajo. Sin embargo, se le ocurrió una idea interesante para derribarla
sin mucho esfuerzo que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada.
Así que empezó a hacer correr el rumor de que la casa estaba habitada por un fantasma. Con
ese propósito, se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se propuso atravesar el
patio interior de la casa justo cuando hubiera citado a varias personas para que pudieran verlo.
De esta manera, ellos se encargarían de difundir la noticia de que en la casa había un fantasma.
Su estrategia dio resultado. Las personas lo vieron atravesar el jardín y se asustaron creyendo
que era cierto el rumor. Así, cada vez se sumaba más gente para ver el fantasma, por lo que el
rumor fue creciendo y extendiéndose entre la gente del pueblo y los alrededores. Entonces, el
caballero comenzó a extender el rumor de que en la casa podía haber dinero escondido y que
él comenzaría a cavar para ver si lo encontraba. A pesar de que no lo hizo, la gente comenzó a
preguntarse si en realidad habría un tesoro escondido ahí y le solicitaron permiso para excavar
junto a él y repartir el tesoro si lo encontraban.
El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo y además se llevaran
el tesoro, si es que estaba. Sin embargo, terminó cediendo bajo la condición de que ellos
retirarían todos los escombros y los materiales que excavaran, así como los ladrillos y las
maderas en un terreno al lado de la casa y que si encontraban el tesoro le correspondería la
mitad.
Los pueblerinos consintieron y comenzaron a trabajar. Con el inicio de los trabajos, el fantasma
que rondaba la casa pareció abandonar el lugar, así que pudieron trabajar con más
tranquilidad. Lo primero que demolieron fueron los caños de las chimeneas y terminaron
agotados. Así que el caballero, deseoso de alentarlos, escondió secretamente algunas piezas de
oro antiguo en un agujero de la chimenea que no tenía entrada más que por un lado y que se
aseguró de tapiar.