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6 Galilea

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5

FORMACION A LOS DISCIPULOS

Ahora Jesús tenía claras dos cosas: había intentado rescatar el nombre y la causa de Papá-
Dios en Galilea, pero aquello no había bastado. Tenía que ir a Jerusalén, para desenmascar a las
autoridades judías y su interpretación falseada de Dios en el Centro mismo. Ese enfrentamiento
seguramente lo llevaría a la muerte; y sus discípulos no estaban aún preparados para hacerse cargo
de la causa del reino. Si quería que pudieran hacerlo, debía intensificar su formación, rectificando
sus criterios y fortaleciendo su decisión. Ya no era, pues, tiempo de señales, de milagros, de triunfo
popular sino de entrega. Por eso también tendría que dejar en segundo plano al pueblo, porque el
tiempo se le echaba encima.

Eran muchas las ideas y los valores que tenía que rectificar en ellos, tan contaminados por
ideas fariseas, por la ambición de poder típica de los herodianos, por las expectativas triunfalistas
del pueblo, incluso por actitudes cercanas a los grupos de resistencia armada. Y fueron doce las
instrucciones que les dio. En ellas Jesús les estará insistiendo en el cambio de valores y actitudes
que exige el Reino, y en la importancia que para Dios tienen los marginados, los hechos a un lado,
los últimos de la sociedad.

Cuatro son respuestas a preguntas de los discípulos (r), otras cuatro son aclaraciones no
pedidas (a); las cuatro restantes son corrección a conductas inadecuadas de los discípulos (c). Yo
las organicé en dos bloques de seis cada uno.

a) ‹‹Sepan descubrir en qué tiempos están viviendo›› (r) (9, 11-13)

‹‹Jesús está exagerando -pensaban los tres-. Habla como si el Reino estuviera ya por llegar.
Y es claro lo que dicen los escribas: Que antes de que llegue el Reino vendrá Elías, el profeta de
los últimos tiempos. Hay quienes piensen que Jesús es Elías, pero nos queda claro que no, después
de lo que vimos. ¿O es que Elías estará por llegar?››.

De todo eso discutían, bajando del monte. Y no salían de su duda. Por eso decidieron
preguntarle a él abiertamente. ‹‹Oye: ¿por qué los escribas dicen que Elías debe venir primero, y
eso tú no lo tomas en cuenta?››.

‹‹¡Claro! -les dijo Jesús- La venida de Elías tiene como finalidad restablecer todo. Pero la
realidad es que ya vino. Acuérdense de Juan el Bautista: traía el vestido de Elías, una piel de
camello amarrada a la cintura, comía lo que se encontraba en el desierto, saltamontes y miel de
abejas silvestres. Venía a preparar el camino del Señor; exhortó a los hombres a que fueran iguales,
que no tuvieran intenciones ni proyectos torcidos. Era la voz que gritaba en el desierto que
enderezaran las veredas para que el Señor llegara; que los montes y las colinas se abajaran y los
valles se levantaran; entonces todos verían la salvación de Dios. ¿Y qué le pasó?. Lo encarcelaron,
lo mataron, lo trataron como les vino en gana››.
Y siguió: ‹‹Sepan descubrir que estamos viviendo en los tiempos últimos, los del Reino.
Pero no es tiempo de triunfalismos, sino que está marcado por la muerte. Yo decidí irme a Galilea
a predicar cuando apresaron a Juan; cuando los envié a ustedes, ¿recuerdan la suerte de Juan?. Lo
mandó matar Herodes, para agradar a su hijastra. Y esa será mi suerte también; he de sufrir mucho
y seré despreciado. Así tiene que ser. Aunque les cueste aceptarlo››.

No le cabía duda a Jesús del destino trágico de los profetas, rechazados e incomprendidos
siempre; lo que había sucedido a Elías, el rechazado, a Juan, el asesinado, le sucedería también a él.

b) ‹‹Si no hacen oración no podrán contra el mal›› (r) (9, 14-29)

Cuando se acercaban a donde se habían quedado los otros nueve compañeros, vieron que los
rodeaba una gran cantidad de gente y que unos escribas les estaban discutiendo. Cuando la gente
vio llegar a Jesús se quedaron sorprendidos y corrieron a saludarle. Había un ambiente de
expectativa ante su llegada. Se hizo un silencio, y él preguntó a sus discípulos sobre qué estaban
discutiendo con ellos.

Uno de entre la gente tomó la palabra: ‹‹Maestro: yo te traía a mi hijo, que está en manos de
un espíritu mudo; y cuando lo ataca lo tira al suelo, y echa espuma por la boca y rechina los
dientes; y se me está secando... Tú no estabas, y yo les dije a tus discípulos que lo echaran fuera de
él, pero no pudieron››.

Jesús les había compartido su propia autoridad y su misión para echar fuera demonios. Y lo
habían podido hacer. Pero después de la crisis que sufrió el grupo, y de la que apenas se estaban
rehaciendo, y a medias, los tres que fueron testigos de la confirmación del Padre a su caminar, la fe
de ellos estaba más vacilante. Y sin fe ninguna señal del Reino era posible. Por eso se dirigió a
ellos, con un tono de impaciencia en su voz: ‹‹¡Esta raza que no tiene fe...! ¿Hasta cuándo estaré
entre ustedes sin que me entiendan?. ¿Hasta cuándo los voy a soportar?››.

Y les dijo que le trajeran al muchacho. En cuanto se lo trajeron, empezó a sufrir el ataque del
mal; se azotó contra el suelo y allí se retorcía echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al
papá cuánto tiempo hacía que le daban esos ataques. ‹‹Desde chiquito, -le dijo-, y muchas veces lo
ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ayúdanos, compadeciéndote de
nosotros...››.

-‹‹¿Cómo que si puedes...?. El que tiene fe lo puede todo. ¿Crees tú?››. El padre le gritó,
desesperado: ‹‹Yo creo, pero no sé si sea suficiente mi fe... Ha sido tanto tiempo, tanta lucha para
curarlo, tantas idas y venidas con curanderos... Y ahora, tus discípulos, que no pudieron nada...
¡Ayúdame en esta mi fe a medias!››.

Jesús vio que, con toda aquella conversación que se alargaba, el gentío iba creciendo y
amontonándose; y rápidamente se acercó al muchacho y ordenó a aquella fuerza maligna que lo
atormentaba: ‹‹Espíritu que causas la sordera y la mudez: yo te lo ordeno: ¡sal de él y jamás
vuelvas a hacerle daño!››.

El muchacho se retorció de nuevo fuertemente a aquella orden, azotándose a un lado y a otro,


y de pronto se quedó totalmente inmóvil, como muerto; muchos pensaban que aquel ataque lo había
matado. Pero Jesús lo tomó de la mano con fuerza, lo levantó, y el muchacho se puso de pie.

Se retiraron a casa él y sus discípulos. Ellos, en silencio, le daban vueltas a lo que había
sucedido. ‹‹¿Por qué no habían podido? -se preguntaban-; en otras ocasiones había sido tan fácil; y
ahora... Y el ridículo ante toda la gente, y las burlas de los escribas, y la reprensión de Jesús...››. Y
en cuanto entraron a casa le preguntaron. ‹‹¿Por qué no pudimos nosostros echarlo fuera?››. Y
empezó Jesús a instruirlos: ‹‹No se puede luchar contra el mal si se tiene miedo. Hay demonios
que no pueden ser echados fuera si no se tiene fe. Y ¿cómo van a tener una fe fuerte si no oran?.
Por eso no les extrañe que no hayan podido echarlo fuera››.

-En efecto: Los discípulos poca oración hacían; les extrañaba que Jesús se pasara las horas
enteras, las noches enteras en oración. Ellos no aguantaban sin dormirse-.

c) ‹‹Es tiempo de cruz›› (a) (9, 30-32)

Pero ya no era tiempo de señales milagrosas. No era tiempo de pueblo. El tiempo que
quedaba era todo para rehacer la fe de sus discípulos. Y yéndose de allí atravesó Galilea. Y no
quería que nadie supiera a dónde iban, porque iban instruyendo a sus discípulos. -Se trataba de un
cambio definitivo en su práctica: el pueblo pasaba a segundo plano ante la urgencia del momento-.

Y les decía, presagiando lo que iba a sucederle: ‹‹A este Hijo de hombre lo entregan en
manos de los hombres y lo matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día››.

No estaba Jesús ‘adivinando’ el futuro o ‘anunciando’ algo; les compartía lo que él mismo
había ido descubriendo en el diálogo con Papá-Dios en la oración, en la que hablaba con él sobre la
oposición creciente que había a su proyecto y a lo que decía de El; y poco a poco iba madurando la
decisión de llegar hasta las últimas consecuencias en el anuncio del Reino de ese Dios-Padre que se
le había revelado; lo que en un primer momento fuera un mero presagio de conflicto cuando la
prisión de Juan, se iba convirtiendo en certeza de muerte.

Desde ella se revelaba a sus amigos lo que preveía que sucedería, para prevenirles contra el
desaliento y la duda. Pero no lo tomaba como un destino fatal, marcado de antemano, sino como lo
normal en la historia de los profetas. Y también la Sabiduría hablaba del justo perseguido que pone
en Dios su seguridad de ser salvado. Desde la certeza irrenunciable en la fidelidad de Papá-Dios les
expresaba también su profunda confianza en que lo rescataría de la muerte. La fe de Jesús se
enraizaba en la creencia, común entre los fariseos, de que Dios era el garante de la vida, resucitando
a los justos después de la muerte, el Día Final.

d) ‹‹Busquen ponerse al servicio de los otros›› (c) (9, 33-35)

Y así caminando llegan a Cafarnaún. Jesús había notado que iban discutiendo, a ratos
acaloradamene, a ratos alejándose de él para que no lo notara. Llegaron a casa y Jesús les preguntó:
‹‹¿De qué discutían por el camino?››. Ellos nada más se miraban unos a otros, pero nadie se atrevía
a responderle; porque habían venido discutiendo sobre quién de ellos era el más grande en el grupo,
el que más influía, a quien Jesús más estimaba, en quien más confiaba.

¿Nunca se acabaría la lucha contra la ambición?. ¿Finalmente llegarían a entender de qué se


trataba en este asunto del Reino?. Ya se acercaba el final y aún seguían creyendo que era cuestión
de poder de grandeza. Entonces Jesús se sentó, como un maestro, y llamó a los Doce y les dice
terminantemente: ‹‹Quien quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y el servidor de
todos››.
Jesús hablaba provocativamente con paradojas como estas, para que no nos confundiéramos:
el Reino rompía la lógica y los valores de este mundo, y no era ‹‹el mismo mundo pero mejorado››.
Pero eso decía cosas como éstas: ‹‹La vida llega a la plenitud sólo a través de la muerte, el grano
da fruto si muere, el primero es el que sirve, hay que felicitar a los pobres y llorar por los ricos...››.
Esto no lo decía Jesús como una lección sacada de otro maestro; eran las ideas a las que daba
vueltas constantemente en la oración, era la lección que él mismo iba viviendo en ese momento de
opciones decisivas.

e) ‹‹Estén al servicio de los últimos, de los pequeños›› (a) (9, 36s)

A Jesús le gustaba hacer las cosas ‘de bulto’, como decimos. Se levantó y se dirigió a donde
estaba jugando un niñito, todo lleno de tierra, con la cara sucia, el pelo revuelto. Lo llamó y lo
abrazó, y así abrazado con ternura se lo trajo y lo puso de pie allí en medio de ellos, como se les
propusiera un modelo.

Los niños pequeños eran considerados apenas un proyecto de hombre y, como tales, no eran
tenidos en cuenta por los judíos. Pronto adquirían la mayoría de edad, a los doce años, pero
mientras tanto no contaban. Por eso les extrañó más todavía a los discípulos lo que luego les dijo:
no sólo se trataba de servir, sino de ponerse al servicio de los últimos de la sociedad. ‹‹El que
reciba a uno de estos niñitos en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí no es a mí a
quien recibe, sino al que me envió. Quien mira por los marginados por la sociedad, mira por el
Padre››.

Eso que Jesús revelaba, nuevamente con una paradoja, era muy serio: Jesús identificaba su
propia suerte y la de Dios con la suerte de los niños, los que no tienen derechos ni quien mire por
ellos, los últimos, los despreciados, los no tenidos en cuenta. Porque en realidad todo él se
identificaba con ellos: se había puesto de su lado, había asumido su causa como propia. Por eso
decía que todo servicio hecho a ellos se le hacía a él mismo y, en definitiva, al Padre. Nuevamente
ponía la jerarquía de valores de la sociedad al revés o, mejor, al derecho. Una sociedad que mira
sólo por los de arriba no garantiza ni el Reino ni la vida; ésta sólo puede sobrevivir en un mundo
que desde abajo mire por los de abajo, los que no tienen derechos.

f) ‹‹Uds. no tienen el monopolio en la lucha contra el mal›› (c) (9, 38-50)

Suma y sigue: seguía la incomprensión de los discípulos, y era necesaria otra corrección. Un
día andaban fuera de casa y, al regresar, Juan llegó muy agitado. ‹‹Maestro: acabamos de ver a
uno que andaba expulsando demonios en tu nombre, pero no nos sigue a nosotros; entonces
nosotros le reclamamos y le exigimos que dejara de hacerlo, porque no nos sigue a nosotros››.

Ese era el carácter de Juan, que le valió aquel apodo de ‘hijo del Trueno’. La razón de su
reclamo era que ‘no nos sigue a nosotros’. Contrastaba aquel juicio con la conducta de Jesús, que
jamás buscó ser tenido en cuenta, autoafirmarse, sino que sólo le importaba el Reino. Jesús, con
calma pero con mucha claridad, les dijo: ‹‹¿Creen ustedes tener el monopolio de la lucha contra el
mal?. Lo que ustedes querían es estar metidos en todo y aparecer en todo, y que nada se les salga
de control. ¿No entienden que lo que importa es que el mal sea vencido?. No sean tan
intransigente ni tan creídos. ¿Qué importa que no nos siga?. Nadie que luche contra el mal y haga
milagros, ayudando a los hombres a descubrir que Dios está de parte de la vida, y lo haga en
nombre mío, va a hablar después mal de mí. Quien no está contra nosostros, está con nosotros.
Sepan distinguir quiénes son los amigos y quiénes los enemigos; sepan discernir con quiénes hacer
alianza y de quienes cuidarse››.

(Cuando recopilaba el material para esta ‹‹Memoria de Jesús››, me llegaron algunas frases
sueltas de Jesús, que creo que tienen que ver con esto de la ambición de los discípulos. Por eso las
pongo a continuación, aunque no todas tengan que ver directamente con el asunto. Pero me parece
importante que no se pierdan, porque contienen instrucciones muy valiosas de Jesús. Siguiendo la
costumbre popular voy a ir encadenando estas frases fijándome en el tema que me parece más
importante; vean cómo hay una relación entre los pequeños seguidores, el escándalo de los
pequeños, lo que nos hace tropezar, lo que evita el escándalo que corrompe la comunidad -el fuego
y la sal-, la paz).

Así como Jesús se había identificado con los despreciados, los últimos, los sin derecho,
también se identificaba con sus discípulos y su suerte. Muchas veces había asumido su defensa
frente a los fariseos que los atacaban; y esa defensa le había causado ya varios problemas. Por eso
Jesús les dijo: ‹‹Quien les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, no se
quedará sin recompensa››.

También volvió Jesús varias veces sobre el tema de los pequeños. Uno de los pecados que a
Jesús le parecían más serios era el escandalizar a los pequeños, el ser para ellos como piedra en la
que uno se tropieza y cae. El escándalo que más estaba afectando a la comunidad de seguidores era
la ambición. Por eso siguió: ‹‹Pienso que le sería menos malo a uno que le amarraran una piedra
en el cuello y lo echaran al mar antes que escandalizar a un pequeño que cree››.

Y no eran exageraciones de Jesús. Las discusiones que habían tenido sobre quién era el
mayor, su oposición a que otros colaboraran en la lucha contra el mal, sus planes de sobresalir
estaban deteriorando el ambiente entre ellos. Por eso siguió Jesús:

‹‹Si tu mano te hace tropezar, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que, conservando
ambas manos, ir a dar a la gehenna, al fuego que no se apaga.
Si tu pie te hace tropezar córtalo; más te vale entrar cojo en la vida que, conservando ambos
pies, ir a dar a la gehenna.
Si tu ojo te hace tropezar, sácatelo; más vale entrar tuerto al Reino de Dios que, conservando
ambos ojos, ir a dar a la gehenna, donde el gusano de ellos no muere y el fuego no se apaga››.

Jesús estaba usando símbolos muy conocidos para los judíos. Cuando hablaban de una parte
se referían al todo. Hablar de la mano era hablar de las acciones del hombre, hablar del pie era
hablar de los pasos para realizarlas, o sea, de los proyectos, hablar del ojo era hablar de los deseos y
las intenciones de donde nacen los proyectos. Es obvio que Jesús no se refería a los miembros del
cuerpo, como si ellos nos hicieran pecar. Ya había dejado muy claro que lo que mancha al hombre
son los proyectos que nacen del corazón y que no sólo los alimentos, sino ninguna parte del cuerpo
es impura. Lo que Jesús quería decir era que hemos de saber cortar a tiempo con las intenciones
torcidas, de donde nacen proyectos desviados y acciones perversas. Todo esto tenía que ver con la
ambición, que tanto daño le estaba haciendo al grupo de los Doce. Nada daña tanto a una
comunidad de discípulos como la ambición entre los que han sido elegidos para servirla, pero se
aprovechan de la autoridad como motivo de privilegio y distinción. Jesús decía que contra ella
debemos ser implacables.

Tal vez les ayude a saber qué era la tal gehenna. Se acuerdan de que Jerusalén estaba
construida sobre un monte. Enfrente, al lado oriente, quedaba el Monte de los Olivos y entre
ambos había un cauce seco, que sólo llevaba agua en tiempo de aguas; era el Cedrón. Y por la
parte sur la muralla daba a otro cauce seco que se juntaba con el primero, al que se daba el nombre
de Gehenna. Pues bien: allí estaba el tiradero de basura de Jerusalén. Y ya ven lo que pasa en los
basureros: el olor es insoportable por la corrupción; nada más le escarban un poco y brota el
gusanero en tal cantidad que parece que nunca se acabarán; y con el calor y la corrupción de pronto
empieza a arder y aquel fuego no se acaba mientras siga habiendo basura. Imagínense lo tremendo
que sería ser arrojado a la Gehenna... Con aquellas imágenes le quedaba muy claro a la gente lo
que Jesús quería decir.

La corrupción de la que había que defenderse, pues, era de la ambición. Jesús usó también la
imagen del fuego y de la sal, que son dos cosas que preservan de la corrupción. Y dijo también.
‹‹Todo será preservado de la corrupción mediante el fuego››. También decía, refiriéndose al grupo
de seguidores: ‹‹La sal es buena; sirve para condimentar y para preservar de la corrupción. Pero
¿qué pasa si la sal pierde su capacidad de dar sabor o de preservar de la corrupción?. ¿Con qué le
van a volver el sabor?. Ni modo que echándole más sal, porque la echarían a perder››. Esta
imagen de la sal también la entendía cualquiera. En sitios donde el ambiente era húmedo y
caluroso, la sal del mar luego luego absorbía la humedad del ambiente y se convertía en agua
salada. Ya no servía para nada; había que tirarla y limpiar el plato para poner sal nueva. Y
entendieron los discípulos, -pero no entonces, sino mucho tiempo después- que su misión era
preservar de la corrupción y dar sabor; pero que si ni siquiera eso podían lograr en su comunidad,
por la ambición que había entre ellos, serían como sal que había perdido su capacidad, que con
nada se le podría volver. La solución estaba en que superaran la ambición; entonces serían sal ellos
mismos, y en la comunidad podrían vivir en paz unos con otros.

Rumbo a Judea; instrucciones para comprender el Reino (10, 1-45)

Había sido larga la instrucción. Y había que seguir caminando. Hacia el sur, rumbo a Judea;
rumbo a Jerusalén. Se levantó e inició el camino; entró a territorio de Judea, pero torció hacia el
oriente y se fue al otro lado del Jordán.

a) ‹‹La mujer no es inferior al hombre››


(r) (l0, 2-12)

Había querido que la gente no se enterara, pero era imposible y se le juntó mucha gente y se
puso a enseñarles, haciendo un paréntesis en su plan de instruir a los discípulos. En eso estaba
cuando llegaron unos fariseos, abiertamente en plan de ponerle trampas. Querían enredarlo en las
discusiones de casuística que tenían. Era conocida de todos la manera como Jesús defendía a la
mujer, incluso a las prostitutas; yendo contra las costumbres judías había aceptado mujeres entre el
grupo de sus discípulos y seguidores (cualquier otro maestro pensaría que se rebajaba).

Se acercaron los fariseos a Jesús y le preguntaron a rajatabla: ‹‹¿Qué piensas acerca del
divorcio?. ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?››. Jesús estaba en terreno difícil. Les regresó la
pregunta: ‹‹¿Qué dejó escrito Moisés?››. (De hecho Moisés mismo había repudiado a su mujer
Séfora). Ellos, conocedores de la Ley, le citaron lo que estaba escrito en ella: ‹‹Si una se casa con
una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de
divorcio, se la entrega y la echa de la casa, y ella sale de la casa y se casa con otro, y el segundo
también la aborrece, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de la casa, o bien muere el
segundo marido, el primer marido, que la despidió no podrá casarse otra vez con ella, pues está
contaminada; sería una abominación ante el Señor››.

En tiempos de Jesús había dos maestros, Hillel y Shammay, que habían jugado un papel muy
importante precisamente en este asunto del divorcio. Ambos pensaban que el divorcio era un
privilegio concedido por Dios a los varones judíos. Y discutían la interpretación de aquella frase
‹‹algo vergonzoso››. Shammay lo interpretaba como una falta seria, por ejemplo, si la mujer
cometía adulterio; Hillel, en cambio, pensaba que podía ser incluso algo tan banal como si la esposa
hubiera dejado que se quemara la comida. Y esta escuela era la que se había impuesto; favorecía
absurdamente al hombre, y dejaba en franca desprotección a la mujer.

Y Jesús les dijo: ‹‹Pero ¿por qué escribió Moisés aquello?. Porque por la cerrazón de sus
corazones no eran capaces de cumplir el proyecto de Dios. Pero al principio de la creación no fue
así; Dios los creó varón y hembra; a ambos los creó el mismo Dios. Más aún: la mujer es razón
suficiente por la que se justifica que el hombre deje a su padre y a su madre, sus raíces, su
protección para unirse a ella de tal manera que ya no son dos seres sino uno solo. Por eso, lo que
Dios ha unido, que el hombre no se atreva a separarlo››.

La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizada


no sólo las opiniones de aquellos respetados maestros, sino incluso la misma motivación de la ley
de Moisés. Y daba por tierra con las pretensiones de superioridad farisea, que despreciaba a la
mujer, como despreciaba a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente se ponía
Jesús de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’, al defender a la mujer.

Pero los discípulos compartían las mismas ideas de los fariseos en esto; por eso no
entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho
más; simplemente les amplió las consecuencias de aquello: ‹‹Quien repudie a su mujer y se case
con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa
con otro comete adulterio››.

-Esta última frase no creo que la haya dicho Jesús, porque no era costumbre judía que una
mujer repudiara al marido; pero esto sí se daba entre los romanos, que reconocían más derechos a la
mujer. La comunidad de la que me llegó la tradición de estas palabras de Jesús ya había
reinterpretado su pensamiento y lo había aplicado a su situación, de manera muy válida, creo yo,
porque correspondía a su pensamiento de igualdad entre hombre y mujer y a la manera como
entendía el proyecto originario del Padre sobre el amor humano-.

b) ‹‹A Dios le importan los que el mundo desprecia: son los destinatarios de su
Reino›› (c) (10, 13-16)

Llegaron varias mujeres, que le traían a Jesús a sus niños para que los tocara y bendijera. Era
mucho de alboroto que se había armado, de gritos, de llantos, de risas. Y los discípulos se
molestaron y las detuvieron y les prohibieron que se los acercaran. No les parecía que, en ese
momento en que iban a Jerusalén al triunfo -así pensaban- se entretuviera en algo tan poco
importante.

Decididamente algo no estaba funcionando en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de


Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó mucho con ellos; su paciencia también tenía
límites; si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía:
‹‹Dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha
decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos?. ¿No entienden todavía que en el
Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?››

‹‹Anden, acérquenme a sus niños, no tengan miedo››. Algunos niños todavía miraban con
recelo a Pedro, a Santiago, a Juan; y atrayéndolos a sí, Jesús los abrazaba y los bendecía y les
imponía las manos, para que sobre ellos viniera la benevolencia del Padre.

Cuando ya la gente se iba yendo, Jesús dijo a sus discípulos: ‹‹Miren, les digo esto muy en
serio: aprendan de los niños, porque el que no se acerque al Reino con la confianza incondicional
que tienen ellos, no va a entrar en él. Como nadie los toma en cuenta, cuando alguien se fija en
ellos y los acepta responden con un agradecimiento y apertura totales; todo lo reciben de buena
gana, sin poner peros; y así hay que recibir el Reino: sin ponerle condiciones, sin exigir nada, con
la conciencia de que se recibe algo que no se merece, pero que al Padre le ha parecido bien
regalárnoslo. Ante el Reino no hay merecimiento que valga››.

c) ‹‹La riqueza es un serio peligro, porque impide la relación correcta con el


Padre y con los hermanos›› (a) (10, 17-27)

Jesús decidió proseguir su camino; y apenas habían comenzado a andar, un hombre corrió a
su encuentro y, dando muestras de mucha estimación y reverencia, le preguntó. ‹‹Maestro bueno,
tú debes saber: ¿qué tendría que hacer yo para tener derecho a la vida eterna, así como si fuera una
herencia ya asegurada?››. A Jesús, en su sencillez y en su modo tan directo que tenía para tratar las
cosas no acabó de gustarle mucho aquella manera de dirigirse a él. Y comenzó aclarándole algunos
puntos: ‹‹¿Qué pretendes llamándome ‘bueno’?. El único verdaderamente Bueno es Papá-Dios. Y
a nadie hay que atribuirle lo que es de El. En cuanto a tu pregunta, francamente me parece que
sobra. Ya conoces cómo quiere Dios que tratemos a los demás: No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no despojarás a nadie, honra a tu padre y a tu
madre. Eso es lo que El quiere y nos manda››.

Jesús daba por supuesto que los mandamientos que se refieren a Dios eran fundamentales;
pero ya había tenido la experiencia de la capacidad de perversión que tenemos los hombres; el gran
conflicto que tuvo con los fariseos lo llevaba a poner el énfasis en el amor a los demás, para que
comprendiéramos, en primer lugar, que Dios no quiere de nosotros nada para sí mismo ni que
cuidemos de El o de sus intereses. -¡El se cuida solo!-, sino que quiere que, si lo amamos, amemos
a quienes ha dado la vida; y, en segundo lugar, que lo que a él como Padre lo hiere y ofende son las
relaciones injustas con sus hijos, el desprecio a la vida y a los derechos de los pobres, los pequeños,
los desprotegidos; porque en la vida de los pobres es donde está en juego la verdad de su nombre de
Padre en la historia. La gloria de Dios es que el hombre viva y, sobre todo el pobre, que es quien
tiene la vida amenazada. Por eso no perdía ocasión para dar relevancia a las obligaciones para con
los demás.

Pero volvamos al hombre aquel. Era un hombre bueno. Y no por vanagloriarse, sino porque
era verdad, le dijo: ‹‹Desde muchacho he vivido cumpliendo todo eso››. En la respuesta se veía
que quería algo más, porque si no ahí hubiera terminado agradeciéndole a Jesús su respuesta. Y
Jesús descubrió ese fondo bueno, descubrió que tenía capacidad de más y, mirándolo con simpatía
le gustó para que se les uniera en la tarea del Reino. Era arriesgado que entrara alguien más en ese
momento en que iban a Jerusalén; no había tenido toda la experiencia anterior de la misión, de la
preparación que ya llevaban los otros, pero le veía posibilidades. Y le dijo: ‹‹Mira: ya no tienes
que hacer nada; lo que te falta es una sola cosa: que te deshagas de lo que tienes, compartiéndolo
con los pobres; no te preocupes por de qué vivirás, que tendrás un tesoro en Dios y en su pueblo y
en la libertad que da el servir sin condiciones; y cuando hayas vendido y compartido todo lo que
tienes, ven y sígueme››.

El hombre aquel no daba crédito a lo que oía. Nunca se hubiera esperado algo así. Y
horrorizado ante esas palabras se dio media vuelta y se retiró entristecido. Es que tenía muchas
riquezas...

Se comprobaba lo que había dicho Jesús: que hay terrenos en donde la Palabra de Dios no
puede dar fruto; uno de ellos es el corazón que se deja enredar en la trampa de las riquezas. Porque
el dinero exige que se deje todo para conseguir más riquezas: la salud, el bienestar de la familia, el
amor de la esposa, de los hijos, incluso la misma conciencia... es como si fuera un Dios celoso que
exige la totalidad del ser. Y Jesús, mirando a los que estaban a su alrededor, dijo a sus discípulos:
""¡Cuánto les va a doler a los ricos entrar en el Reino de Dios››. (La palabra que usó Jesús era muy
descriptiva: era algo así como ‘qué mal hígado les hace a los ricos entrar al Reino...’).

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