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Sor Juana Ines

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¿Cuál es el pesar más molesto, amar o aborrecer? [Soneto].

Sor Juana Inés de la Cruz

Al que ingrato me deja, busco amante;

al que amante me sigue, dejo ingrata;

constante adoro a quien mi amor maltrata;

maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,

y soy diamante al que de amor me trata;

triunfante quiero ver al que me mata,

y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;

si ruego a aquél, mi pundonor enojo:

de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo

de quien no quiero, ser violento empleo,

que, de quien no me quiere, vil despojo.

Sobre la composición de un soneto

Aunque la distribución del contenido del soneto no es estricta, puede decirse que el primer cuarteto
presenta el tema del soneto, y que el segundo lo amplifica o lo desarrolla.

Por otra parte, el primer terceto reflexiona sobre la idea central, o expresa algún sentimiento
vinculado con el tema de los cuartetos. Por último, el terceto final, el más emotivo, remata con una
reflexión grave o con un sentimiento profundo, en ambos casos, desatados por los versos anteriores.

De esta manera, el soneto clásico presenta una introducción, un desarrollo y una conclusión en el
último terceto, que de algún modo da sentido al resto del poema.
Sor Juana Inés de la Cruz
Juana Ramírez de Asbaje nació el 12 de noviembre de 1651 (o
de 1648) en San Miguel Nepantla en una hacienda ubicada al
pie de los volcanes, fue criolla probablemente de ascendencia
vasca. En un texto autobiográfico, la poeta cuenta que su
amor por las letras se dio –y así lo dice– “desde que me rayó
la primera luz de la razón”/1, y que a la edad de tres años,
siguiendo a su hermana, tomó lecciones y aprendió a leer.

La curiosidad siempre la motivó a leer y a estudiar. A la edad de siete años, y al enterarse de la


existencia de la Universidad de México, solicitó a su madre que la enviara a estudiar allá,
disponiéndose a cambiar el vestido por uno masculino si fuese necesario. Ante la negativa materna,
se consoló devorando los libros de la biblioteca de su abuelo. Se armó de constancia y disciplina, a
tal grado que, niña aún, se abstuvo por ejemplo de comer queso, puesto que había oído decir “que
hacía rudos”/2, es decir, que entontecía a las personas. Empezó a estudiar gramática con tal
dedicación que cortaba su cabello imponiéndose el aprendizaje de una lección determinada
mientras crecía, volviendo a cortarlo si aún no dominaba lo que se había propuesto aprender, ya
que para ella “no parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda
de noticias, que era más apetecible adorno”/3. Según el Padre Calleja, primer biógrafo de Sor Juana,
a los ocho años compuso una loa para la fiesta del Santísimo Sacramento.

Tras la muerte de su abuelo en 1655, fue enviada a la ciudad de México, a vivir con su tía materna,
María Ramírez, quien estaba casada con Juan de Mata, hombre acaudalado que gozaba de influencia
en la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera. La joven entró a la corte,
vivió ahí entre los dieciséis y los veinte años, y fue respetada por su prodigiosa inteligencia, a tal
punto que el virrey, admirado por su erudición, sometió a la joven a un examen ante cuarenta
hombres de letras: teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores y poetas. Ante la muestra de
sabiduría en sus respuestas, impresionado dijo de la joven “la manera que un galeón real se
defendería de pocas chalupas, que la embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las
preguntas, argumentos y réplicas, que tantos, que cada uno en su clase, la propusieron”/4.

Con la total negación que tenía al matrimonio, e influida por el padre Antonio Núñez de Miranda,
que era confesor de los virreyes, Juana decidió profesar. Tomó la decisión por parecerle que era “lo
menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”/5. Contrario al matrimonio, la vida
conventual le aseguraba “no tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio,
ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”/6. Ingresó en primera
instancia al convento de Carmelitas Descalzas en agosto de 1667 y fue acompañada por los virreyes.
Abandonó el convento poco tiempo después, probablemente por la rigidez de su regla. Finalmente,
se decidió a ingresar en la Orden de las jerónimas, tomando los hábitos en febrero de 1669.

En la soledad de su celda se dedicó al estudio, que consideraba como su descanso “en todos los
ratos que sobraban a mi obligación... sin más maestro que los mismos libros”/7. El amor por las
letras la llevó a estudiar diversas materias, “sin tener para alguna particular inclinación, sino para
todas en general”/8, siendo su meta el estudio de la Teología; considerando que para llevarlo a
cabo era necesario primero “subir por los escalones de las ciencias y artes humanas”/9. Estudió a
los clásicos griegos y romanos; así como lógica, retórica, física, música, aritmética, geometría,
arquitectura, historia y derecho.

Era de carácter afable y se ganó el afecto de sus hermanas de religión. Aunque no podía escapar del
todo de la convivencia en el convento, se impuso la disciplina de “no entrar en celda alguna si no
me obligase a ello la obediencia o la caridad”/10 para no robar tiempo al estudio, tomando de vez
en cuando un día, a fin de que no la tomaran por “áspera, retirada e ingrata al no merecido cariño
de mis carísimas hermanas”/11. Atendió diligentemente sus obligaciones y entre los muros del
convento floreció su obra. Fue ampliamente reconocida como escritora, aunque ella misma declaró
en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que siempre escribió por encargo.

Escribió obras de teatro, como Los empeños de una casa (1683) y Amor es más laberinto (1689);
autos sacramentales como El divino Narciso (1689) y abundante poesía. Preparó villancicos para las
catedrales de México, Puebla y Oaxaca. En 1680, con la llegada a Nueva España de Tomás Antonio
de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de la Laguna, Sor Juana redactó el arco triunfal
que preparó la catedral de México para recibir al gobernante. En el Neptuno alegórico aludía a las
virtudes del gobernante, relacionándolo con el dios Neptuno, idealizando en esta figura “el ideal
político de un príncipe católico: sabio, prudente, poderoso y justiciero”/12. Parte de su obra fue
reunida y publicada en Madrid, en 1689, con el título de Inundación Castálida. Su poema más
importante, Primero sueño, fue publicado en 1692.

Sor Juana contó con el respeto y admiración de virreyes y cortesanos, escritores y monjas. Armó
una magnífica biblioteca que llegó a contar 4 mil volúmenes. En 1690 se publicó la Carta
Atenagórica, en la que hizo una crítica a un sermón del jesuita portugués Antonio Vieira y años
después apareció en Madrid una obra autobiográfica, la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz.

Hacia 1693 dejó de escribir y se dedicó más a los oficios religiosos, situación que no ha sido
convincentemente explicada por sus biógrafos.

En 1695 una epidemia azotó con particular fuerza al convento de San Jerónimo, se dice que “de diez
religiosas que enfermasen, apenas convalecía una”/13. Sor Juana se dedicó sin fatiga al cuidado de
sus hermanas enfermas, se contagió y murió el 17 de abril de dicho año.

(1651 [¿1648?]-1695)

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