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Módulo 3 - Sujeto e Ideología

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SEMIOLOGÍA - CÁTEDRA DI STEFANO

Módulo III:
Sujeto e ideología
Retórica

Sede Paternal

Docentes de la sede:
Michelle Barros (coordinación)
Marta Casagrande
Patricio Montenegro
Florencia Sartori
Cecilia Serpa
1. Sujeto e ideología

Patricio Montenegro

1.1 ¿Sujeto de qué me dijo?

En una gran cantidad de libros didácticos, tratados científicos, clases expositivas,


manuales de divulgación, en fin, en una amplia gama de géneros discursivos escolares o
académicos solemos encontrar la palabra “sujeto” unida, no por azar, a la preposición “de”. Sujeto
del psicoanálisis, sujeto de la oración, sujeto del conocimiento, sujeto del aprendizaje, sujeto
de la enunciación. En muchos de estos casos, notaremos, no sin cierto desdén, que no es fácil
comprender cualquiera de esos términos técnicos a partir de un significado general que nos
pueden aportar el diccionario casero o el sentido común y que, al no poder encontrarle un sentido,
la información generada por el párrafo puede perderse o resultarnos incompleta. Podría ayudar,
quizás, la búsqueda del sentido etimológico de la palabra, proveniente del latín “subjectus”, que
significa algo así como lo que subyace, o lo que está debajo. En este orden, cada vez que se nos
presenta el sintagma “sujeto de” deberíamos preguntarnos qué es lo que hay debajo, qué es lo
que subyace, cuál es la base o el fundamento que nos permite pensar actividades, disciplinas,
capacidades cognitivas, atributos o padecimientos vinculados a los seres humanos. Sin embargo,
ni con todo esto es suficiente porque cuando hablamos del concepto de sujeto y de las disciplinas
científicas que lo incorporan en sus prácticas (la lingüística, el psicoanálisis, la antropología, la
epistemología), es indispensable comprenderlo en perspectiva histórica, captarlo en el proceso
histórico que hizo posible su desarrollo.

1.2 De la conciencia a la existencia


O Morales Solá el cartesiano

El filósofo Louis Althusser (2004[65]), bien puede ayudarnos a develar el concepto de


sujeto en los comienzos de la modernidad cuando plantea que gran parte de la producción teórica,
científica y filosófica de los siglos XVII y XVIII estuvo fuertemente marcada por la comprensión
de la naturaleza humana –la naturaleza del sujeto humano- a partir de dos premisas que
funcionaban interconectadas. Primero, que el hombre posee una esencia universal y, segundo, que
tal esencia es atributo de individuos aislados. Si tomamos estas dos premisas haciendo un juego
circular debemos entender que existe una esencia del hombre sólo gracias a que sujetos concretos
existen como datos absolutos, y a la vez, que los individuos son hombres porque cada uno de ellos
lleva en sí toda la esencia humana. Tal es la concepción imperante de sujeto de cognición, de
acción y de producción que distingue a este período histórico de aproximadamente dos siglos.
Los sujetos son individuos concretos, personas físicas individuales que poseen dentro de sí la
esencia humana que consiste en libertad y razón. Los sujetos son libres y autónomos porque sólo
obedecen a su razón que yace en su interior, su conciencia, y sólo a partir del trabajo de su
conciencia los sujetos actúan sobre el mundo –la objetividad- y pueden transformarlo. Sobre esta
cosmovisión se montan las teorías contractualistas de Hobbes y Rousseau, donde los individuos,
porque son libres y autónomos, pueden realizar pactos para constituir un Estado de Derecho. Otro
tanto vemos en las teorías económicas liberales clásicas de Smith y Ricardo: puesto que los
hombres deciden por sí mismos pueden producir y vender sus productos como iguales en un
mercado libre y de competencia perfecta. Pero quizás la tesis que mejor condensa la concepción
de sujeto individual, libre y autónomo es “pienso, luego existo” de René Descartes (1987[1637]),
o dicho en latín “Cogito, ergo sum”. Considerado el fundador de la filosofía racionalista, este
filósofo sostiene que la única certeza de que disponemos los humanos no solamente es que

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pensamos sino también que sabemos que pensamos, que tenemos conciencia de nuestro
pensamiento, y esto es para él el a priori filosófico, el fundamento que nos permite, en virtud de
la razón que poseemos y controlamos, intervenir en la realidad.

En innumerables expresiones de nuestra cultura podemos encontrar efectos de esta


concepción cartesiana del sujeto. Por ejemplo en la literatura policial inglesa del siglo XIX. Allí
el héroe de los relatos no es otro que el detective privado que con absoluta autonomía recurre a
sus capacidades lógico-simbólicas para enfrentar y resolver los crímenes que amenazan a la
sociedad londinense, desde los más cotidianos hasta los más bestiales. Holmes1 y su mente, su
mente y Holmes, imagen muchas veces reforzada por el cuarto hermético donde nuestro héroe se
recluye para resolver problemas. Ningún factor del entorno social condiciona o modifica su
actividad intelectual. No lo hace la institución policial, siempre tosca en su accionar, que jamás
logra con sus torpezas desviar sus razonamientos. Tampoco está condicionado por sus
necesidades económicas porque a pesar de que alquila una habitación y vive con mucha austeridad
no investiga por dinero sino por puro placer intelectual. Menos que menos lo mueven el deseo de
venganza o el odio sublimado, como a nuestro amigo Batman del siglo XX, y la prueba está en
que más de una vez ha perdonado a los delincuentes o evitado que padezcan la cárcel. Conciencia,
autonomía, entereza y autodeterminación, son los atributos básicos del sujeto cartesiano y muchas
veces también del sujeto de la novela policial inglesa clásica.

Pero no hay que ir tan lejos a buscar residuos de cartesianismo. La forma en que el periodista
de TN y La Nación, Joaquín Morales Solá, interpretó el conflicto argentino por las retenciones al
sector agrario, sucedido durante la primera mitad del año 2008, supone cierta concepción similar
de sujeto de acción e intervención. En una nota de opinión publicada en La Nación2 el periodista
sostiene que las protestas de ciertos sectores de Buenos Aires que salieron a la calle golpeando
cacerolas contra las retenciones a las exportaciones de granos fueron “sorpresivas” y
“autónomas”. Seguidamente se pregunta “qué llevó a la gente común a salir a la calle” y responde
que el móvil está en el “rechazo contra un método arrogante de gobernar”, contra “el atropello” y
la “prepotencia”. Más adelante, promediando la nota, dice de los productores rurales que cortaron
las rutas en oposición al decreto de retenciones que son “solitarios” y “esquivos” y que “muy
pocas veces recurren a sus dirigentes” porque son “individualistas y duros”. En el polo opuesto,
el periodista califica a los sectores que apoyaron el decreto de retenciones y se opusieron a los
cacerolazos como “fuerza de choque para enfrentar la rebelión de las cacerolas” y sostiene que
fueron manipulados por “Luis D´Elía, “el líder piquetero que daba puñetazos de ciego, con el
pecho descubierto”, por el “jefe cegetista Hugo Moyano”, por “un gobierno hermético” y
“aislado” y, como no podía faltar en este imaginario sarmientino y mitrista, por “los barones del
conurbano bonaerense”.

¿Qué podemos decir de esta reducción a los extremos de la sociedad argentina entre civilizados y
bárbaros, humanos y mulas, autoconscientes e inconcientes, autónomos y manipulados? Con total
prescindencia de lo que significó el conflicto por las retenciones en Argentina y del papel que allí
tuvieron la militancia, los partidos políticos y los sectores agropecuarios, bien podemos afirmar
que el famoso periodista Morales Solá no cuenta con ningún argumento fuerte para diferenciar
los dos grupos sociales que describe, no tiene más que frases hechas que bien pueden conquistar
cierto público lector pero no alcanzan para discriminar a los sujetos que poseen autodeterminación
de los que no la tienen. ¿Cuál es el criterio que funda las categorizaciones del periodista? ¿La
clase social, el nivel educativo, el color de la piel? Por supuesto, cuando escasean los argumentos
válidos los prejuicios del que escribe y del que lee llenan los huecos.

1 Sin embargo no hay que confundir los relatos de Arthur Conan Doyle del siglo XIX con las nuevas versiones que
revisan el género en la actualidad. En la última versión cinematográfica, estrenada en 2010, Sherlock Holmes es un ser
terriblemente condicionado por las drogas, la imposibilidad de amar y el miedo a la soledad.
2 Morales Solá, Joaquín. “El verdadero mensaje de las cacerolas”, La Nación, jueves 27 de marzo de 2008. La nota

de opinión también puede encontrarse en esta compilación.

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Pero el uso extemporáneo y arbitrario de aspectos que remiten a la noción cartesiana de sujeto
por parte de Joaquín Morales Solá no es más que un ejemplo para demostrar que la noción de
sujeto cartesiano debe circunscribirse a un período histórico determinado. Es muy difícil hablar
de sujeto individual y autónomo mucho más allá de 16371, fecha emblemática que le dio origen
al enunciado; articular tal noción en un contexto actual no sería otra cosa que caer en un
estereotipo, pergeñado por la ignorancia o la mala fe.

Es por todo esto que nunca terminaremos de entender la concepción racionalista del sujeto si
no la ubicamos en su concreta perspectiva histórica. Porque tal red de conceptos desarrollados
por las ciencias, artes y filosofías durante los siglos XVII y XVIII, es correlativa al ascenso
histórico de una determinada clase social, la burguesía, y a sus estrategias para combatir un orden
social adverso y en vertiginoso descenso, el feudalismo, y convertir en hegemónicos sus intereses
de clase, es decir, persuadir a los demás sectores sociales de que los intereses burgueses son en
realidad los de todos. Ese sujeto particular que se propone como universal no es otra cosa que el
sujeto del contractualismo, del liberalismo y de la razón cartesiana.

Si desde el siglo XIX en adelante ya no es tan fácil defender muchas de estas concepciones,
es porque sectores sociales emergentes, con su desarrollo y organización, van a cuestionar
severamente los intereses de clase que las sostienen. Pero antes de entrar en disquisiciones
históricas y teóricas tomemos un caso interesante de cómo no se sostiene el sujeto cartesiano en
la cinematografía norteamericana.

1.3 De la existencia a la conciencia


O la fuerza que mueve a George Lucas

Como todos sabemos George W. Lucas es el creador de Star Wars –La guerra de las
Galaxias-, quizás la saga fílmica más exitosa de la era del cine. Lucas es el artífice, entre otras
cosas, de la renovación del antiguo género de ópera espacial producido en los formatos de la
historieta y el cine, de la elevación del género de ciencia ficción a las ligas mayores del cine
estadounidense y de una revolución técnica que cambió la forma de consumir masivamente el
cine en occidente. No obstante, no todo lo que vemos en las películas de Lucas fue pensado por
George Lucas y jamás podríamos afirmar taxativamente, utilizando un giro cartesiano, que
George Lucas es la única causa de George Lucas.

Hay en la saga de Star Wars un pequeñísimo anciano verde y orejudo que se hace llamar
master Yoda y es el “primus inter pares” de un extenso clan de guerreros que luchan por llevar el
bien y la libertad a todos los confines de la extensa galaxia. El más antiguo de los Jedi –llega a
tener alrededor de mil años- es el anciano tierno que educa a los infantes sin dejar de ser el
implacable demócrata que refuta la tiranía desde un escaño del senado intergaláctico, el astuto
estratega que devela los complots y anticipa las acciones de sus enemigos o el habilidoso
espadachín en la lucha cuerpo a cuerpo con los malnacidos nazis interestelares. Pero lo más
interesante de nuestro verdoso amigo es eso que escapa a los planes del director y guionista, eso
que se aloja en las representaciones de gran parte de la sociedad norteamericana. Porque Master
Yoda condensa en un mismo personaje los roles del congresal y el guerrero, del liberal demócrata
y el marine; es el que justifica la ocupación de un país o un planeta con fines libertarios y luego
convierte la idea en un hecho. Si como todos sabemos el Congreso y las Fuerzas Armadas
estadounidenses se combinan cual orquesta sinfónica para alcanzar la ocupación militar de un
territorio, el control de sus instituciones y la sobreexplotación de sus recursos, entonces debemos
decir que el bueno de Yoda es la perfecta legitimación de los intereses del grupo que domina los
Estados Unidos; es la promoción cinematográfica de lo que el filósofo José Pablo Feinmann llama
el proyecto bélico-comunicacional norteamericano.

1 Es la fecha de publicación de El discurso del método.

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¿Hay que inferir de todo esto que Lucas es militarista? ¿Un apasionado defensor de las
campañas militares yanquis de ultramar? ¿Corea, Vietnam, Afganistán, Irak? Por lo menos las
biografías no lo atestiguan. No pueden probarlo las numerosas fundaciones en que participa,
entregadas a la promoción de la cultura y la educación. Tampoco firma un discurso pro-
imperialista como sí lo hicieron otros hombres del espectáculo como John Wayne, Ronald Reagan
o Frank Miller. Inclusive hay que derribar un prejuicio extendido en la cultura de masas que reza
que su obra es la expresión más cabal de los estudios de Hollywood. Antes bien George Lucas ha
producido su saga de Star Wars con préstamos personales a los bancos, sin contar con la
dependencia asfixiante –y la bajada de línea- de los grandes Estudios y no sería falso afirmar que
es uno de los abuelos del cine independiente actual. La respuesta correcta es que, más allá de las
ideas privadas de George Lucas, Star Wars y una lista innumerable de películas, libros, canciones,
valores, ideas y prácticas sociales participan de un sistema mayor de representaciones cuyo fin es
legitimar el poder y los intereses de un grupo o clase social. Llamamos ideología a este omnívoro
complejo de significaciones que vincula a los sujetos con el poder. De aquí en más ya no
podemos hablar ingenuamente de sujetos individuales y autoconscientes. O para decirlo con una
frase de Master Yoda ligeramente retocada “la ideología siempre está contigo”1.

Pero dejando un poco de lado las luchas intergalácticas para retomar nuestra histórica lucha
de clases, se puede contar a Carlos Marx entre los principales autores decimonónicos que
desarrollaron este nuevo concepto de ideología. En estrecha correlación con el proceso de
organización de la clase obrera que cristaliza en lo que Hobsbawm (1999[62]) llamó “La
primavera de los pueblos”, la revolución de 1848 y la Primera Internacional de 1864, la revolución
teórica de Marx consistió, entre otras cosas, en echar por tierra la concepción humanista de sujeto
que habían construido los intelectuales de los siglos anteriores. Utilizando conceptos como los de
fuerzas de producción, relaciones de producción y modo de producción2 Marx desarrolla la teoría
del materialismo dialéctico-histórico que corre al individuo racional del centro de la escena para
focalizar un sujeto social fuertemente condicionado por su existencia material. Ya no es la
conciencia la que determina la existencia sino justo al revés: la existencia determina la conciencia.
En este marco teórico la ideología no es el mero proceso de producción de significados de una
‘sociedad’. Se trata, más bien, del conjunto de discursos y prácticas que buscan garantizar la
reproducción de las condiciones materiales de existencia –el modo de producción-, siendo que
esas condiciones son las que favorecen a los sectores dominantes en un bloque histórico
determinado.

Son muchas las implicaciones del concepto marxista de ideología, intentaremos resumirlas en
cuatro. En primer lugar no existe una conciencia autónoma sino una socialmente condicionada.
En segundo lugar, en tanto condicionado socialmente el sujeto no puede ser individual sino social.
De ahora en adelante se lo definirá por el lugar que ocupa en la esfera productiva. En tercer lugar,
es imposible pensar al sujeto sin la ideología. Porque la ideología es aquella ‘cosa’ que nos impide
pensar al sujeto como algo simple, transparente y autodeterminado. En último lugar, si el papel
que cumplen los sujetos en la esfera productiva –el trabajador, el gerente, el estanciero- está
mediatizado por la ideología no podemos desvincular tal concepto del problema del poder y las
relaciones de dominio. La ideología está en relación directa con el sostenimiento de un dominio,
es decir, la relativa estabilización de los conflictos en un todo social.

Ahora bien, desde fines del siglo XIX hasta llegar a nuestros días este concepto tuvo un
extenso, rico y variado desarrollo, incluso dentro de los límites de la tradición marxista. Sin
pretender totalizar todas las vetas de este debate bien podemos, a los fines didácticos, dividir la
producción teórica del concepto en dos grandes lineamientos.

1 Parafraseamos aquí la famosa frase de los Jedi: “Que la fuerza esté contigo”.
2 Estos conceptos de Marx, al igual que los de Voloshinov que figuran más adelante, son ampliamente desarrollados en
el artículo “Signos, dos aportes teóricos” también incluido en esta compilación.

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En la primera de las grandes subdivisiones autores como el propio Marx, Georg Lukács y
Mannheim entienden la ideología bajo la concepción hegeliana de falsa conciencia, en otras
palabras, una distorsión de las representaciones que la conciencia tiene de la realidad material,
proceso que ocurre no al azar o por error sino por la conveniencia de clases o grupos dominantes.
Así la religión, las costumbres o la burocracia política pueden servir para nublar la mirada de los
trabajadores y evitar que comprendan cuáles son las contradicciones y los conflictos que cada
cual experimenta en su trabajo o en su vida. Ya hemos hablado, en este sentido, de cómo Star
Wars le hace creer a todos los niños y adolescentes del planeta Tierra que los políticos y los
militares estadounidenses no hacen más que velar por el bienestar de toda la humanidad. En la
misma sintonía el intelectual Húngaro Georg Lukács sostiene que la ideología es lo que impide a
los oprimidos comprender la totalidad del sistema social y su propio lugar dentro de él, de manera
tal que, con una visión ideológica, fragmentada, jamás podrán reconocer sus propios intereses.
Frente a la ideología tratada como producción de falsedades Lukács opone la filosofía, el saber
que produce conocimiento verdadero para que los trabajadores comprendan la totalidad material
en la cual están inmersos y puedan así modificarla. Por ejemplo, un obrero industrial que es
violentamente explotado, ‘negreado’, que sufre porque su salario es impiadosamente reducido,
debería, antes de actuar, averiguar cuál es la estructura global político-económica que favorece
su explotación.

Pero hemos de darle al autor soviético Valentin Voloshinov todo el crédito en la postulación
de una teoría de la distorsión superadora de cualquier concepción simplificadora y mecánica de
la determinación base-superestructura. Para Voloshinov una ideología dominante, reproductiva
de la infraestructura económica, es aquella que trata de mantener congelado el significado de las
palabras en las distintas esferas comunicativas de un todo social. Así por ejemplo, a los medios
de comunicación masivos representantes de los grupos de poder – ¡casi todos!- les conviene
congelar el sentido de la palabra ‘piquetero’ bajo el concepto de ‘criminal’ porque esa acentuación
ideológica le quita legitimidad social a las acciones de las organizaciones piqueteras,
contribuyendo así a mantener inmutable el sistema, que requiere de inmensos bolsones de pobreza
y desocupación para asegurar la acumulación de recursos en pocas manos. No obstante, el
concepto de ideología no acaba allí para nuestro querido intelectual ruso porque las palabras
pueden cambiar de acento valorativo, pueden reacentuarse, dejando así de distorsionar los
intereses de los oprimidos para pasar a reflejarlos, y en ese caso, las palabras pueden saltar el
cerco de la ideología dominante. Así las organizaciones piqueteras como MTD o BDP reacentúan
el signo ideológico ‘piquetero’ en la medida en que lo vinculan con la militancia social y la toma
de conciencia antes que con la criminalización de la pobreza. La ventaja de este modelo radica en
que la superestructura ideológica no es el reflejo a rajatabla de un proceso material como si fuera
un espejo o una radiografía, sino más bien el reflejo de los intereses que acuñan los distintos
grupos sociales en un proceso material. Tal inflexión le da al problema de la determinación una
complejidad y un dinamismo que no tienen otras visiones hegelianas sobre el asunto. A partir de
Voloshinov la superestructura ideológica ya no puede considerarse un bloque rígido y unívoco de
sentidos sino un escenario dinámico y en constante transformación.

En la otra de las grandes tendencias del pensamiento marxista la ideología es positiva,


formativa y activa. Positiva porque ya no es una simple negación de la realidad material sino que
circula en la materialidad de los discursos, prácticas e instituciones. Formativa porque da forma
a los sujetos antes que nublar o desestabilizar sus consciencias. Activa, finalmente, porque es el
medio por el cual los sujetos actúan en su entorno y ya no un conjunto de ideas que registran
pasivamente. Una de las grandes consecuencias de esta resignificación es que la ideología ya no
tiene que ver tanto con la verdad y la falsedad sino con la experiencia de los sujetos sociales.

Entre los principales defensores de esta tesis encontramos al italiano Antonio Gramsci que
prefiere enriquecer la noción de ideología con la de hegemonía, un conjunto de estrategias
mediante las que los sectores dominantes logran que los dominados acepten su dominio por el
hecho de que entre dominantes y dominados pueda existir alguna comunidad de intereses.
Hegemonía significa, por ejemplo, que si las clases dominantes pueden utilizar el ejército, como

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vimos, para saquear países enteros, también los militares, que son subordinados, obtienen una
tajada de todo esto en tanto la vida militar le da un sentido a sus vidas, los hace sentir más fuertes,
más hábiles o les permite subir de rango y conquistar prestigio social. De tal forma un soldado
americano en Irak no sería un pobre zombie de la ideología dominante sino que vive desde su
experiencia la ideología del ejército1. Dos importantes implicancias se desprenden del modelo
gramsciano. Primero, en coincidencia con los planteos de Voloshinov, el proceso de dominación
política tiene un carácter absolutamente dinámico. La hegemonía no resulta nunca en un esquema
definitivo sino que, como afirma Raymond Williams (1980[77]), debe ser continuamente
renovada, recreada, defendida y modificada. Segundo, la ideología, así considerada, ya no puede
reducirse a un simple eco de la estructura económica sino que es una fuerza activa que modela la
forma en que los sujetos adquieren conciencia de sus posiciones sociales.

Si la tesis gramsciana abre nuevas sendas en la crítica de la ideología es porque sin perder de
vista el problema de la opresión y la dominación se interroga sobre el papel que juega el deseo de
los sujetos en la adhesión a una ideología, a unos rituales o a una institución. ¿Desean los sujetos
seguir a un líder fascista, ir a la guerra, participar de genocidios, ser periodistas de una corporación
mediática, cortar el puente Pueyrredón, matar a un presidente, contribuir a diezmar poblaciones
enteras y tantas otras prácticas? ¿Lo desean o son simples autómatas? Por supuesto, para
responder a estas preguntas no podemos volver al camino del cartesianismo porque esa opción ya
fue debidamente refutada. Las vertientes que siguen responden por el lado del vínculo entre la
noción de ideología y la de inconsciente.

1.4 Ideología e inconsciente


O Brad Pitt también puede ser nuestro amigo

En la segunda mitad del siglo XX el filósofo Louis Althusser va a repensar el concepto de


ideología a partir de las investigaciones psicoanalíticas de Freud y Lacan acerca del problema del
inconsciente. Si tal como planteaba Freud, el inconsciente es el producto de la represión, de la
expulsión fuera de la consciencia de las fuerzas que son constitutivas de nuestra subjetividad pero
que no podemos soportar porque nos provocan angustia –el despegue de la madre o la relación
conflictiva con el padre en la etapa de formación- o displacer, así mismo funciona la ideología en
la versión althusseriana. Dicho de otro modo la ideología es inconsciente porque se impone como
estructura a la inmensa mayoría de los hombres sin pasar por su consciencia. Se impone en tanto
objeto cultural percibido, aceptado y soportado que actúa sobre los hombres mediante un proceso
que se les escapa. Así como el sujeto del psicoanálisis vive su inconsciente desdoblado, lo padece
sin saberlo, el sujeto althusseriano vive su ideología como “su mundo” sin verla.

Pero si este empalme entre la ideología y el inconsciente no nos resulta del todo claro quizás
puede ser más gráfico atender a los mecanismos mediante los cuales las ideologías no distorsionan
ni niegan a los sujetos sino que los producen. En efecto, Althusser (2004[65]) y Michel Pêcheux
(2003) denominan interpelación al proceso de producción ideológica de los sujetos, que explican
por analogía con los trabajos de Lacan (2003[71]) sobre el papel que juega el espejo en la
formación del yo, o la subjetivación, de los bebés de muy corta edad. Según el psicoanalista
francés el pequeño lactante, físicamente descoordinado, que apenas puede moverse o adquirir
postura, experimenta una alegría enorme, ríe a carcajadas, cuando se ve reflejado en el espejo
porque se siente un cuerpo unificado y consistente. Claro esta que tal unicidad de la persona no
es más que el efecto de las proyecciones imaginarias del niño –función I la llama Lacan- puesto
que para el psicoanálisis el sujeto siempre, desde su nacimiento hasta su muerte, se encontrará
descentrado y desdoblado, amenazado por el lado oscuro del inconsciente. De un modo similar,
en el campo de lo ideológico postulado por Althusser y Pêcheux el sujeto es capaz de suprimir –
reprimir- el estado de dispersión y descentramiento que verdaderamente lo constituye e

1 En tal sentido puede resultar interesante el film estrenado en 2010 Vivir al límite de Caterine Bigelow.

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imaginarse como una persona coherente e indivisible, sin fisuras, cuando se ve reflejado en el
espejo de un discurso ideológico.

Volvemos así al punto de inicio, al inconsciente freudiano. El sujeto puede comprenderse


como una persona centrada y coherente, como aquello que es lo dado o lo evidente -¡Yo soy yo!
¿Qué otra cosa podría ser si no?-, porque reprime el proceso significante que lo constituye, es
decir, el proceso de interpelación ideológica. Tal mecanismo se hace visible, por ejemplo, cuando
interrogamos a la gente por su vocación. En muchos casos, los interrogados nos dirán que se
sienten médicos, militares, curas, abogados o docentes desde que son muy pequeños, que toda su
vida sintieron que había rasgos de su personalidad que perfilaban su vocación, que desde niños
transportaban el germen de lo que serían en la edad adulta. Claro está, si el sujeto tuviera que
asumir que no expresa una ideología sino que es expresado por ella, que sus deseos no provienen
del interior de su conciencia sino de la exterioridad de los procesos ideológicos, directamente no
se levantaría de la cama por la mañana. Debe suprimir la lógica de la ideología para poder sentirse
“YO”.

En resumen, dos son las afirmaciones que condensan los postulados de Althusser y Pêcheux
expuestos hasta aquí. En primer lugar que si bien los contenidos y representaciones que moviliza
una ideología están acotados históricamente el mecanismo que la hace funcionar es omnihistórico,
no tiene historia puesto que consta de una estructura y una operación presentes siempre –de la
misma manera que el contenido de los sueños varía pero las operaciones de condensación y
desplazamiento que los producen existieron siempre-. El rasgo común de la ideología y del
inconsciente, plantea Pêcheux, es el hecho de que ocultan su existencia dentro de su
funcionamiento produciendo una red de verdades en las que el sujeto se constituye. Es decir que
la ideología y el inconsciente funcionan justamente en tanto y en cuanto el sujeto no los vea ni se
haga cargo de su funcionamiento. Si en el plano del inconsciente “yo soy yo” gracias a que una
parte constitutiva de mí ha sido suprimida, en el plano de lo ideológico mi papel en la sociedad
es asumido porque la ideología que le da sentido permanece invisible.

En segundo lugar esta concepción de ideología no viene a simplificar ni mucho menos a


bloquear las relaciones de dominación sino todo lo contrario. No se trata, como tantas veces se ha
dicho, de que el sujeto, apresado en sus proyecciones imaginarias, es asfixiado por una ideología
o un Aparato Ideológico de Estado. Antes bien, si la ideología es la manera en que los hombres y
las mujeres viven su relación con sus condiciones de existencia, este “mundo imaginario” es
activo y expresa más una voluntad que una descripción de la realidad. Por lo tanto esta función
imaginaria no es pasiva ni negativa sino que puede reforzar o bien puede modificar la relación de
los sujetos con su entorno material.

Un ejemplo del mundo del cine nos permitirá ilustrar las cuestiones aquí planteadas. El club
de la pelea1 –Fight club- es un film más que interesante desde esta perspectiva. Allí el personaje
principal, interpretado por Edward Norton, se siente acorralado por eso que podemos llamar, a
grandes rasgos, los valores de la ideología dominante norteamericana. Cual rata en un laberinto,
el personaje de Norton gira en círculos entre las marcas de ropa y los artículos para el hogar que
dicta la sociedad de consumo, los estereotipados clubes de autoayuda para dejar de sufrir y un
empleo insípido, burocrático y rutinario con un jefe invasivo donde el espacio para su subjetividad
es reducido a menos que cero. Con todo su cuerpo Norton nos manifiesta que está angustiado,
que sufre, que no se encuentra, en fin, que no puede constituirse como sujeto de deseo. En ese
entorno absolutamente adverso al protagonista se le aparece, sin que él se de cuenta, un amigo
imaginario, mejor dicho, una proyección fantasmática, inconsciente, suerte de alter-ego que lo
invita a pelear hasta sangrar, todas las noches, para expurgar la bronca acumulada durante el día.
El amigo imaginario es por supuesto un personaje interpretado por Brad Pitt, el hombre al que
muchos hombres se quieren parecer, bello, fornido, canchero, desinhibido; en especial si estos
hombres cuentan con severos problemas de personalidad. Sin embargo, lo cierto es que cuando el

1 Film dirigido por David Fincher estrenado en el año 2000.

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amigo imaginario se adhiere al protagonista como una sombra, este comienza a experimentar un
súbito crecimiento de su autoestima, puede rechazar la sociedad de consumo y los depresivos
clubes de autoayuda, logra desinhibirse sexualmente y hasta enfrentar cabalmente a su
insoportable jefe. Brad Pitt no existe, es su proyección imaginaria, y a pesar de que su papel a lo
largo del film es complejo y tiene muchas vueltas, no está mal decir que Brad Pitt es el mundo
imaginario de Edward Norton, el espejo ideológico que lo interpela y que le permite así modificar
su relación con sus condiciones de existencia.

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2. Entre el yo y el sujetamiento: enunciación, discurso e ideología

Mara Glozman

3.1 ¿Emisor, locutor, enunciador?

Las llamadas Teorías de la Enunciación, emergentes a finales de la década de 1960 y en la


década de 1970, aportaron una nueva forma de encarar el estudio del lenguaje en general y de la
relación entre lenguaje y subjetividad en particular. Nosotros ya hemos visto algunos de los
aspectos fundamentales de esta perspectiva, sobre todo, el sistema de mecanismos que a partir de
Emile Benveniste ([1966]1985a, [1974]1985b) se describe como “aparato formal de la
enunciación”, esto es, el conjunto de operaciones y funcionamientos que articulan la lengua con
las coordenadas espacio-temporales de producción de los enunciados. Dijimos entonces que esta
perspectiva postulaba que la enunciación era egocéntrica porque consistía en la apropiación de la
lengua por parte de un sujeto que se localizaba en el lugar del yo.

Analizamos, entonces, las huellas del “sujeto” en los enunciados: analizamos los deícticos,
la temporalidad verbal, los llamados “subjetivemas”, las modalidades y las marcas de polifonía
en los textos como rasgos que ponían de manifiesto la presencia de la subjetividad en los textos.
En cierta medida, hubo una cuestión central, una discusión que nos quedó pendiente: ¿a qué sujeto
remiten, a qué instancia reenvían? ¿De qué naturaleza es este “ser” que se expresa y se posiciona
en y a través de los enunciados?

En este apartado vamos a retomar esta cuestión con el fin de abrir algunos otros
interrogantes y de intentar comprender mejor la complejidad que el problema del sujeto trae a la
hora de pensar, explicar y analizar tanto la enunciación como el discurso.

Un primer aspecto a destacar es la relación entre las teorías de la enunciación y las


propuestas comunicacionales acerca del funcionamiento del lenguaje –especialmente el ya clásico
esquema de Roman Jakobson. 1 En este sentido, si bien entre los distintos enfoques sobre la
enunciación hay diferencias significativas en el modo de abordar estos interrogantes, en gran
medida comparten una visión crítica sobre el esquema tradicional de la comunicación. La idea de
un circuito de comunicación conformado por un emisor y un receptor, que se comunican
alternadamente mensajes en un contexto determinado a través de un código y un canal específicos
toma, a decir verdad, la comunicación como si fuera una transmisión de información. De allí la
idea de codificación y decodificación, que ya estaba presente el Curso de Lingüística General de
Ferdinand de Saussure.2

La diferencia entre los enfoques comunicacionales sobre el lenguaje y los de la enunciación


es justamente la distancia entre el concepto de emisor3 y el de sujeto de la enunciación / locutor
/ enunciador –revisaremos estos últimos términos y sus diferencias conceptuales más adelante.
La categoría de emisor no permite distinguir entre la persona real de carne y hueso –que

1 En particular, para esta cuestión se puede ver la revisión del esquema de Jakobson que hace Kerbrat-Orecchioni
([1980]1997).
2 En un artículo publicado en la revista Langue Française, Pierre Kuentz (1972) analiza la relación entre la idea

saussereana de “habla” (parole), los esquemas de la comunicación, la teoría de la información y los enfoques
enunciativos. Para quien lea en francés, se trata de una lectura altamente recomendable.
3 La noción de emisor no es, pues, ajena a la de hablante que maneja la Pragmática, tal como queda de manifiesto en

la definición de emisor que dan Charaudau y Maingueneau en su Diccionario de Análisis del Discurso ([2002]2005:
199): “En Semiótica, pragmática y análisis de discurso, el término emisor sigue siendo empleado, por comodidad, en
relación con un acto de lenguaje, discurso o comunicación; pero remite más específicamente al responsable del acto
comunicativo. De modo, pues, que el emisor deja de ser concebido como simple fuente de un proceso de codificación
–como si el sentido estuviese determinado de antemano–, y lo es como sujeto provisto de una intención, de una
competencia, y que se dota de un proyecto de habla”.

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llamaremos sujeto empírico– y los modos de construcción del sujeto en y a través del discurso;
tampoco permite identificar la existencia de diversas voces al interior de un texto, ni permite
revisar en qué medida se trata de un sujeto que ejerce su voluntad en aquello que enuncia. Emisor
y mensaje resultan, así, dos elementos independientes en el circuito de la comunicación: el emisor
será el mismo independientemente de qué, cómo y cuándo profiera su mensaje.

Los enfoques que estudian la enunciación, en cambio, parten siempre del análisis de los
elementos presentes materialmente –concretamente– en los enunciados. Es decir, es sólo en el
reconocimiento de determinados rasgos o elementos lingüístico-discursivos que se puede
identificar el sujeto de la enunciación / locutor / enunciador. El sujeto que enuncia se reconoce
porque se inscribe en el enunciado a través –como ya vimos y retomamos– de los deícticos de
persona, de los señalamientos espacio-temporales, los subjetivemas, modalidades, etc.– y no
porque se lo pueda identificar lisa y llanamente como emisor de un mensaje, para lo cual resultan
necesarios otros datos acerca de la situación de comunicación. Es decir, las nociones de situación
de enunciación y de situación de comunicación no son equivalentes, puesto que implican distintos
modos de encarar la cuestión del lenguaje, en particular en lo que respecta a la transparencia del
lenguaje y a sus modos de funcionamiento. En este punto, a diferencia del enfoque
comunicacional, las perspectivas de la enunciación consideran que el lenguaje tiene un papel
central en la construcción del sujeto: el lenguaje interviene en esta construcción de manera activa.

Ahora bien, en el marco de las perspectivas de la enunciación, ¿cómo se aborda la cuestión


del sujeto? ¿Qué distintos modos de encarar esta problemática central podemos identificar? En
términos generales, podemos realizar una primera distinción entre dos líneas teóricas. Por un lado,
aquellas que se limitan a describir y explicar las huellas de la enunciación en el enunciado como
una cuestión estrictamente lingüística, sin interesarse ni problematizar la relación entre la
enunciación y el sujeto socio-históricamente definido. Por otro lado, los enfoques que –aun
cuando luego no lo consideren en los análisis– colocan explícitamente como parte de sus
reflexiones la cuestión del sujeto “extratextual” (Kerbrat-Orecchioni [1980]1997) y/o la relación
entre la lengua y “el hombre” (Benveniste [1966]1985a). Veamos estas cuestiones con mayor
detenimiento.

La propuesta crítica de Oswald Ducrot ([1982]2001) acerca de la noción de “sujeto


hablante” se realiza exclusivamente desde un enfoque estricto de una teoría de la lengua, es decir,
sin atender a la discusión en torno de la relación entre sujeto y discurso. La preocupación principal
de este autor es demostrar que la noción de “sujeto hablante” –próxima a la categoría de emisor,
que ya hemos visto– no permite describir determinados fenómenos de orden lingüístico que, desde
su perspectiva, son parte constitutiva de la lengua. La pregunta por el sujeto que produce el
enunciado y por su naturaleza –si es un sujeto conciente de lo que enuncia, si tiene la voluntad de
enunciar específicamente aquello que enuncia, o si su enunciación está inscripta en determinadas
condiciones de producción, por ejemplo– es descartada por Ducrot por no ser pertinente y/o
relevante para la descripción lingüística que él se propone realizar.1

El interés de este autor reside, entonces, en delimitar dos nociones específicas con las que
su teoría opera: la de locutor y la de enunciador, ambas bien alejadas del sujeto empírico, que
Ducrot deja afuera de su enfoque teórico. Ambas categorías, la de locutor y la de enunciador, son
categorías intrínsecamente lingüísticas. El locutor, siguiendo la definición de Ducrot, es el ser que
en el sentido mismo del enunciado aparece como responsable de la enunciación, designado por el
pronombre de primera persona. No es entonces la persona que profiere el enunciado sino la figura
que al interior del texto se identifica con las marcas de primera persona (yo, me, nosotros, etc.).

1Así fundamenta Ducrot su posición epistemológica: “No digo que la enunciación sea el acto de alguien que produce
un enunciado; para mí, es simplemente el hecho de que aparezca un enunciado, y no adopto ninguna posición, en el
nivel de estas definiciones preliminares, respecto del problema del autor del enunciado. No tengo por qué decidir si hay
un autor ni cuál es” ([1982]2001: 253).

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En una publicidad de la década de 1980, publicidad de pan lactal marca Sacán, aparecía
una voz en off que decía: “Yo, Carlos Sacán, lo garantizo”. Desde ya, aquella voz gruesa y firme
que profería tales palabras no era la del dueño de la fábrica Sacán. No obstante, si tomamos la
perspectiva de Ducrot, el locutor es la figura de Carlos Sacán, no en tanto persona propietaria de
la empresa sino en tanto está identificado con el yo que aparece explícitamente en el enunciado;
es decir, Carlos Sacán aparece como responsable de lo que se enuncia.

La noción de enunciador es equivalente en la teoría de Ducrot a la de punto de vista. Se


trata, en efecto, de los distintos puntos de vista que se pueden distinguir en un enunciado, con los
cuales el locutor puede o no identificarse.
Veamos un ejemplo en el que el locutor confronta con la posición de uno de los
enunciadores identificables en el texto.

En la campaña presidencial de 1998, el entonces candidato de la Alianza, Fernando de la


Rúa –presidente entre 1999 y 2001, cuando debió renunciar luego de la confiscación de depósitos
bancarios y de la fuerte represión que causó numerosas muertes en diversos puntos del país–,
realizó un spot en el que polemizaba con el punto de vista asignado al menemismo, presentándose
como una figura antagónica a aquellos valores que el menemismo sostenía:

“Dicen que soy aburrido. Aburrido, ha. Será que no manejo Ferraris, será para quienes se
divierten mientras hay pobreza, será para quienes se divierten mientras hay desocupación,
para quienes se divierten con la impunidad. Aburrido…¿Es divertida la desigualdad de la
Justicia? ¿Es divertido que nos asalten y nos maten en las calles? ¿Es divertida la falta de
educación? Yo voy a terminar con esta fiesta para unos pocos. Viene una Argentina distinta,
la Argentina del respeto, la Argentina de las reglas claras, la de la dignidad, la del trabajo,
que va a educar a nuestros hijos, que va a proteger a las familias, que va a encarcelar a los
delincuentes y corruptos. Y al que le aburra, que se vaya. No quiero un pueblo sufriendo
mientras algunos pocos se divierten. Quiero un país alegre, quiero un pueblo feliz”.

En este caso, se hace evidente que hay dos puntos de vista en juego. Uno, asignado al
menemismo, se expresa en la voz identificada en el comienzo del texto: “Dicen que…”; es el
punto de vista que valora la diversión, las Ferraris, la impunidad, el sufrimiento del pueblo. El
otro punto de vista es con el que se identifica el locutor, claramente expresado en la primera
persona (“Yo voy a terminar con esta fiesta”, “No quiero un pueblo sufriendo”, “Quiero un país
alegre, quiero un pueblo feliz”).

Como podemos observar, la distinción entre locutor y enunciador tal como es definida por
Ducrot es la base de una teoría lingüística de la polifonía, noción que ya hemos abordado en
capítulos anteriores.

Otro ejemplo típico de análisis polifónico de los enunciados desde esta perspectiva es el
del conector “pero”, ejemplo que utiliza Ducrot para mostrar la distinción entre locutor y
enunciador. El conector “pero” pone en escena, según este autor, dos enunciadores, es decir, dos
puntos de vista, con uno de los cuales se identifica el locutor.
Una frase, frecuentemente utilizada, que pone muy claramente de manifiesto estos modos
de polifonía enunciativa es “Yo no discrimino, pero…”. En ese caso, la primera parte del
enunciado (“yo no discrimino”) expresa este lugar común hoy generalizado que se basa en el valor
de la tolerancia y el respeto por la diversidad. Ciertamente, discriminar está mal visto socialmente
y por ello, antes de enunciar aquello que producirá un efecto discriminatorio, el locutor se
identifica en primera instancia con este valor general y “políticamente correcto”. Veamos algunos
ejemplos concretos extraídos de diversas páginas de Internet:

● “Yo no discrimino pero basta viejo, Dios creó a Adán y Eva y no a Adán y Carlos.
Hombre y mujer nada más.”

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● “Todos los jóvenes eran de apariencia peruanos, con esto no discrimino pero debería
averiguarse algo”.
● “Prefiero las cucarachas y no a los negros…(ojo, no discrimino) pero esos sí que son
sucios y andan en la mugre para después contaminarte. Se paquean, te dan la mano y te
tocan la cara.”
● “Mas que rugbiers, había unos cuantos "cumbia villera" dando vueltas, que nada que ver.
No discrimino pero molestan a la vista.”

En todos estos ejemplos se puede ver que, pese a la emergencia del yo en la primera parte
del enunciado –en la que se enuncia el punto de vista del sentido común–, el locutor se termina
identificando con la posición que se introduce después del pero, es decir, con un punto de vista
efectivamente discriminador.

Retomando las consideraciones epistemológicas, decíamos que la de Ducrot es una “teoría


lingüística de la polifonía” justamente porque este autor tiene una posición autonomista, que
deriva del recorte saussureano del objeto de estudio: el objetivo de su propuesta teórica es explicar
el funcionamiento de determinados elementos lingüísticos sin atender a la relación entre este tipo
de fenómenos enunciativos y los procesos socio-discursivos que intervienen en la enunciación.
En suma, la enunciación, para Ducrot, es exclusivamente una cuestión de funcionamiento del
sistema lingüístico.
Otras perspectivas de la enunciación se plantean de manera explícita la cuestión del sujeto
–en un sentido amplio y no estrictamente lingüístico–, es decir, colocan esta discusión como parte
de sus reflexiones teórico-metodológicas.

Catherine Kerbrat-Orecchioni ([1980]1997) también realiza una crítica a la noción de


emisor tal como es formulada en el esquema comunicacional tradicional. Esta autora reformula
el esquema de la comunicación incluyendo especialmente en el campo del emisor
determinaciones de diverso tipo, que afectarían la construcción del mensaje: en particular,
determinaciones de tipo “psicológicas” ([1980]1997: 25) y lo que Kerbrat-Orecchioni denomina
“competencias culturales e ideológicas” ([1980]1997: 26). Se puede ver aquí un intento por
superar la idea de que el emisor es un ser completamente libre, que elige según su voluntad qué
enunciar. Habría, entonces, una serie de restricciones de orden “psi”, de orden cultural y de orden
“ideológico” –la noción de lo ideológico con la que opera Kerbrat-Orecchioni es relativamente
intuitiva, la autora no se detiene en esta cuestión–, así como otro tipo de restricciones “del
universo del discurso” ([1980]1997: 27). No obstante, a la hora de reformular el esquema de la
comunicación, la autora mantiene la categoría de emisor y, de hecho, veremos a continuación que
también reinstala en su teoría la idea de intención que hemos visto cuando reflexionábamos acerca
de los efectos de la noción cartesiana de sujeto en la Pragmática y en la teoría de los actos de
habla.

Kerbrat-Orecchioni discute la cuestión del “sujeto extratextual” ([1980]1997: 228), es


decir, del modo en que se concibe y se define el sujeto en sentido amplio en una teoría del lenguaje
en general y de la enunciación en particular. La posición de esta autora es, diríamos, la de
pretender conjugar, por un lado, las posiciones que rechazan la idea de un sujeto libre y fuente de
voluntad discursiva y, por el otro, la tradición pragmática y comunicacional. Como se puede
esperar, hay aquí un profundo escollo epistemológico. La propuesta “mediadora” de Kerbrat es,
entonces, postular que el sujeto que enuncia no es enteramente libre puesto que su decir está
restringido por condicionamientos “externos” –los ya mencionados– y por condicionamientos
“internos” de la lengua, que le proporcionan al sujeto sus significantes. De todos modos, y pese a
las declaraciones contrarias a la postulación de un sujeto que sea la fuente completa del sentido –
revisaremos esta idea más adelante, cuando veamos la perspectiva de Michel Pêcheux–, este
enfoque retoma y vuelve a instalar la idea de intencionalidad para explicar el proceso de
enunciación. En este sentido, si bien Kerbrat-Orecchioni descarta la posibilidad de poder

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identificar con precisión cuál es la “real y verdadera intención” del sujeto que enuncia, la autora
reintroduce la idea de intencionalidad apelando al papel conciente y racional del receptor.1

Terminaremos nuestro recorrido por las perspectivas de la enunciación revisando algunos


aspectos centrales del enfoque de Emile Benveniste, uno de los principales lingüistas europeos
del siglo XX. Alumno de Ferdinand de Saussure e interesado en la articulación con diversas
disciplinas de las ciencias sociales así como con el psicoanálisis, Benveniste realizó aportes
significativos a los estudios del lenguaje. Una de sus principales contribuciones fue, justamente,
la formulación de una teoría de la enunciación que continúa siendo materia de estudio y de debate.
Su principal obra, Problemas de Lingüística General (tomos I y II) ([1966] 1985a y [1974]1985b)
recopila numerosos artículos publicados por el autor en diversos libros y revistas.
De los dos tomos que componen Problemas de Lingüística General, retomaremos
exclusivamente aquellos elementos que nos permiten pensar qué idea, qué noción o definición de
“sujeto” aparece en la propuesta teórica de Benveniste.

Principalmente, Benveniste define la enunciación (ya lo hemos visto en capítulos


anteriores, al estudiar el “aparato formal de la enunciación”) como un acto mediante el cual el que
habla se apropia de la lengua colocándose en el lugar de locutor, esto es, asumiéndose como yo,
centro de la producción discursiva. En efecto, según este autor, la enunciación supone la
conversión de la lengua en discurso por parte de un hablante individual. Así, el pronombre de
primera persona es el elemento operativo de la enunciación por excelencia: el yo designa –en
palabras de Benveniste– al “individuo que enuncia la presente instancia de discurso que contiene
la instancia lingüística yo” ([1966]1985a: 173). Es por ello que decíamos, siguiendo a Benveniste,
que el proceso de enunciación era básicamente “egocéntrico”, esto es, que coloca al yo como
centro de referencia personal y espacio-temporal (el yo-aquí-ahora que ya estudiamos en
capítulos anteriores). La idea de discurso que aparece en Benveniste está ligada, por lo tanto, a la
apropiación de la lengua por parte de un individuo y a su enunciación en tanto locutor. Es
importante destacar esto para poder distinguir entre diferentes nociones y usos de la expresión
“discurso”, como profundizaremos más adelante. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que
cuando Benveniste afirma que la enunciación es un acto individual de apropiación de la lengua
no se limita a describir, exclusivamente, un fenómeno de naturaleza lingüística, también pretende
que tal concepción tenga un alcance sobre el modo general de concebir el sujeto. La cuestión del
sujeto, así, se formula en la propuesta de Benveniste de una manera bien diferente a la que
veíamos, por ejemplo, en Ducrot. No se trata, pues, sólo de un planteo de orden interno a la
naturaleza de la lengua sino que, mediante las formas de apropiación de la lengua, el sujeto se
constituiría como tal. Para Benveniste, la localización en la posición del yo que la lengua habilita
es lo que permite que el sujeto se identifique en su individualidad. Desde esta perspectiva es,
entonces, en la apropiación de la lengua que el sujeto se identifica como tal.2

3.2 De la enunciación a los procesos discursivos

Durante la década de 1970 surgieron en Francia diversos escritos y análisis que retomaban
de manera crítica las perspectivas de la Enunciación. En este apartado nos centraremos
principalmente en una de esas lecturas críticas, la de Michel Pêcheux y Catherine Fuchs,
perspectiva que representa uno de los principales enfoques de la escuela francesa de Análisis del

1 Afirma la autora: “interpretar un texto es intentar reconstruir por conjetura la intención semántico-pragmática que
presidió la codificación” ([1980]1997: 233).
2 Afirma Benveniste: “La “subjetividad” de que aquí tratamos es la capacidad del locutor de plantearse como “sujeto”.

Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta de ser él mismo (sentimiento que, en la medida en que es
posible considerarlo, no es sino un reflejo), sino como la unidad psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias
vividas que reúne, y que asegura la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta “subjetividad”,
póngase en fenomenología o en psicología, como se guste, no es más que la emergencia en el ser de una propiedad
fundamental del lenguaje. Es “ego” quien dice “ego”. Encontramos aquí el fundamento de la “subjetividad”, que se
determina por el estatuto lingüístico de la “persona”.” ([1966]1985a: 180-181).

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Discurso, tal como se desarrolló desde fines de la década de 1960. Revisar el modo en que
Pêcheux y Fuchs consideran la enunciación nos va a permitir introducirnos también en su enfoque
respecto de qué es y cómo funciona el discurso.
Según Pêcheux y Fuchs, Benveniste transpone a su teoría sobre el lenguaje una noción de
sujeto idealista, que desvincula al sujeto y al discurso de sus condiciones materiales de existencia.
Para estos autores, como veremos, la enunciación no es el verdadero punto de partida del discurso,
digamos en términos generales que la enunciación sería aquello más visible del discurso, la parte
que es accesible al sujeto. Habría, pues, toda otra dimensión de la discursividad que subyace a la
enunciación. Enunciación y discurso, en este enfoque, no son pues equivalentes. Colocar la
enunciación, la apropiación de la lengua por parte de un sujeto, como lugar de definición del
sujeto es, para Pêcheux y Fuchs, reproducir a nivel teórico la ilusión de que el sujeto es la fuente
del sentido. Para quienes, entonces, están preocupados por comprender los procesos discursivos
y el modo en que estos operan socialmente, tal perspectiva sobre la enunciación no puede nunca
ser un punto de partida necesario. Pêcheux y Fuchs no descartan, no obstante, la noción de
enunciación. Por el contrario, la reformulan, tratando de incorporarla en una teoría general del
discurso.1 Veremos de qué se trata esta teoría, que produjo una profunda ruptura en el modo de
encarar los estudios del lenguaje.

El nuevo punto de partida de Pêcheux (1975) y de Pêcheux y Fuchs (1975) es, justamente,
el cuestionamiento a la noción de sujeto individual y fuente de sentido de aquello que enuncia.
Atravesada por el doble anclaje en el psicoanálisis lacaniano y en la teoría althusseriana del
funcionamiento ideológico, la teoría del discurso de Pêcheux va a sostener, como principio
elemental, que el sujeto no tiene acceso a todo aquello que dice, esto es, que su palabra, su decir,
no parte de una elección individual y voluntaria. Por el contrario, la idea de que decimos aquello
que queremos decir, la idea de que sabemos qué y por qué sostenemos en nuestro discurso (¡y la
idea de que tenemos un discurso propio!) no son sino ilusiones. Veíamos esto mismo en los
capítulos precedentes cuando se abordaba la perspectiva althussereana matrizada por el
psicoanálisis lacaniano: el yo como unidad se sostiene en la ilusión de que somos personas
coherentes, sin fisuras, concientes de lo que pensamos, libres en lo que elegimos.

Específicamente en lo que respecta al discurso, esta idea de que negamos aquello que nos
constituye como sujetos –la fragmentación, el discurso del otro, las condiciones materiales que
nos colocan en determinadas posiciones de sujeto independientemente de nuestra “libre
voluntad”, aunque sí se realizan en nuestra voluntad–, es incorporada por Pêcheux en su teoría de
1975 bajo la categoría de “olvido”. El sujeto para producir discurso precisa “olvidar” que no es
él quien decide y elije qué decir, precisa “olvidar” que su decir está atravesado por voces,
discursos ajenos, por condiciones materiales que hacen que, por ejemplo, enuncie desde tal o cual
posición y adhiera a tales o cuales ideas. El sujeto mantiene, pues, la ilusión de que es la fuente
del sentido de su decir, “olvida” que no lo es y que está constituido por aspectos que lo exceden
y lo anteceden.
Los “olvidos” en relación con el discurso, entonces, se vinculan con un rechazo no voluntario de
que hay otras voces, con la creencia de que nuestra posición es la obvia, única y natural en el
mundo. Efectivamente, tendemos a pensar “naturalmente” que el mundo, la historia, la sociedad
es tal cual la concebimos, que el discurso que ponemos en funcionamiento es nuestro y es
verdaderamente aquello que pensamos, “olvidando” o dejando de lado los otros discursos,
diferentes, confrontados, que también tienen su punto de vista sobre la sociedad, la historia, el
mundo.

A partir de esta idea general, Pêcheux y Fuchs proponen otro modo de encarar la noción de
enunciación, fuertemente relacionada con la idea de que cuando el sujeto enuncia siempre está al

1En realidad, hay que aclarar que el uso del singular para referirnos a “la teoría” que elabora Michel Pêcheux acerca
del funcionamiento del discurso no es sino un recurso pedagógico. A decir verdad, se pueden identificar (como lo ha
hecho el propio autor en un texto de 1983, titulado “Analyse de discours: trois époques”) tres etapas en los estudios
discursivos de Pêcheux. En esta parte, nos estamos refiriendo a los textos producidos en la segunda etapa (1971-1975).
Remitiremos a la propuesta de la tercera etapa (1981-1983) más adelante.

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mismo tiempo “rechazando” aquello que podría enunciar y que, no obstante, permanece fuera de
su enunciado. 1 El planteo parte de una fuerte apuesta teórico-epistemológica: ningún decir,
ninguna enunciación es autónoma respecto del “universo de discurso” en el que se inscribe. Algo
de esto ya habíamos visto cuando estudiamos la propuesta de Bajtin en torno del dialogismo
constitutivo a todo enunciado: aquella idea amplia de polifonía según la cual nunca se enuncia
por primera vez y todo enunciado no es sino un eslabón en una cadena de enunciados, que lo
preceden y lo continúan. Los ecos de las enunciaciones previas se hallan, pues, siempre presentes
de un modo u otro, con mayor o menor “evidencia” en la superficie textual.

Pero además, en la redefinición pecheutiana del concepto de enunciación aparece aquella


cuestión que resulta central en su perspectiva teórica, que ya anunciamos: la problemática del
rechazo, invisibilización u “olvido” de otros posibles decires. Y esto no remite a las ideas que
expresamos o al “contenido” de aquello que decimos; sobre todo, se vincula con las formas del
decir, que son profundamente significativas.

Veamos un caso concreto que nos puede acercar esta relación tensa entre “lo dicho” y “lo
no dicho” o “rechazado” en la enunciación. Retomamos, para volver a pensarlo a la luz de lo que
venimos viendo, aspectos de la “batalla sobre la denominación” que se libró en los medios y en
el espacio público cuando se debatía la nueva Ley de Comunicación y Servicios audiovisuales
aprobada en 2009 y en proceso de reglamentación. Sectores de la oposición y, especialmente, los
principales medios masivos de comunicación del país instalaron la expresión “ley de medios K”
como el modo “natural” y “evidente” de denominar la nueva norma legal que sería aprobada
finalmente por el Parlamento nacional. En cambio, quienes apoyaron o acompañaron el proyecto,
dentro o fuera de los espacios institucionales del kirchnerismo, enunciaban sus posiciones sobre
esta cuestión apelando a otro tipo de denominaciones: “Ley de medios”, “nueva ley de medios”,
“Ley de Comunicación y Servicios audiovisuales”, “Ley antimonopólica”, entre otras. Desde ya,
expresiones como “ley de medios” o “Ley de Servicios de Comunicación” también fueron
utilizadas en notas de los diarios Clarín y La Nación –entre otros–, pero generalmente
acompañada de especificaciones: por ejemplo, “Ley de Servicios de Comunicación que [el
Gobierno] pretendía y que le otorga un mayor poder sobre los medios” (Clarín, 10/10/2009), “el
controvertido proyecto de ley de radiodifusión” (La Nación, 9/10/2009).
La enunciación de una u otra forma lingüística pone al descubierto posicionamientos claros
respecto de la nueva ley que el Gobierno nacional, junto con diversos colectivos sociales y de
derechos humanos, impulsó durante 2009. Al enunciar una de estas formas, podríamos afirmar,
se está rechazando la otra como modo legítimo de denominar la ley y de posicionarse frente a la
cuestión. Decir “Ley de medios K” es, al mismo tiempo, rechazar aquel discurso que sostiene que
esta ley es una norma democratizante y beneficiosa para el conjunto de la sociedad. De la misma
manera, decir “Ley de medios antimonopólica” implica, al mismo tiempo que se defiende la
norma legal, afirmar la existencia de medios monopólicos y combatir la posición que sostiene que
se trata de una ley al servicio del Gobierno nacional.

Ahora bien, estos “decires”, estos modos de enunciar siempre en relación –y en


confrontación– con otros posibles modos de decir implican “elecciones” y “rechazos” que
resultan relativamente accesibles a los sujetos. Esto significa, en palabras de Pêcheux y Fuchs,
que la enunciación “puede estar más o menos próxima de la conciencia” (1975: 20; traducción
nuestra). Ciertamente, quienes “optaron” por una u otra forma también criticaron explícitamente
las posiciones contrarias, mostrando un grado de conciencia de la confrontación que este debate

1 Así explican Pêcheux y Fuchs su modo de comprender los procesos enunciativos: “Nosotros diremos que los procesos
de enunciación consisten en una serie de determinaciones sucesivas por las cuales el enunciado se constituye poco a
poco, y que tienen como característica el hecho de colocar lo “dicho” y de rechazar lo “no dicho”. La enunciación
vuelve a colocar, por consiguiente, fronteras entre aquello que es “seleccionado” y precisado poco a poco (aquello por
lo cual se constituye el “universo de discurso”) y aquello que es rechazado. De esta manera se encuentra, entonces,
diseñado de manera indirecta el campo de “todo aquello que el sujeto hubiera podido decir (pero que no dijo)” o de
“todo aquello a lo cual se opone lo que el sujeto dijo” (Pêcheux y Fuchs 1975: 20; traducción nuestra).

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expresaba. Un claro ejemplo de esta reflexión sobre la propia enunciación y la ajena se puede ver
en una de las notas publicada en el diario La Nación el mismo día en que se aprobó la ley:

“Se molestan en el Gobierno que se denomine “ley de medios K” a la legislación


que el Congreso acaba de sancionar. Pero, en verdad, el mote, a la luz de los
resultados, ya le queda chico: debería ser llamada "ley de medios recontra K" porque
no bastaron 19 horas de intensos debates para que el Senado pudiese ejercer, siquiera
tocando una mínima coma, su papel de cámara revisora.” (La Nación, 10/10/2009).

La posibilidad de reformular el propio decir (“debería ser llamada “ley de medios recontra
K””) muestra que los procesos de enunciación se encuentran en una zona del discurso a la que el
sujeto puede acceder: puede revisar lo que dijo, puede confrontar con otras posiciones que
reconoce como tales, puede incluso volver sobre sus propias palabras. Por ello es que Pêcheux y
Fuchs primero, y luego el propio Pêcheux en otro de sus principales textos teóricos –titulado La
Verité de la Palice (1975)– afirman que los procesos de enunciación se encuentran en una zona
relativamente accesible al sujeto: en efecto, como podemos ver en el ejemplo, lo que se enuncia
se puede seleccionar, formular y reformular. Se trata, pues, de un nivel de reflexión sobre el
enunciado que puede hacerse de manera relativamente consciente.

Ahora bien, como dijimos antes, existe además de esta zona del discurso accesible al sujeto
y sobre la cual se puede operar y tomar decisiones concientes, otra dimensión de lo discursivo.
Siguiendo el planteo de Pêcheux, entonces, podemos diferenciar entre dos zonas o dimensiones
del discurso: la de la enunciación, por un lado, y otra dimensión del discurso, que está fuertemente
ligada a los procesos ideológicos inconscientes, esto es, no accesibles al sujeto.

3.3 El sueño de la razón produce sujetos: formaciones discursivas e interpelación

Vimos en los capítulos anteriores, cuando abordamos la relación entre ideología e


inconciente desde el enfoque de Althusser y de Pêcheux, que la ideología funciona justamente en
tanto y en cuanto el sujeto no la vea ni se haga cargo de su funcionamiento. Esto significa que la
no evidencia, la invisibilización del funcionamiento del inconciente y de la ideología son
precisamente sus condiciones de existencia: funcionan de tal modo que el sujeto no los percibe y
el sujeto no los percibe justamente porque están en funcionamiento. En una primera lectura estas
afirmaciones pueden parecernos un juego de palabras o una paradoja, pero no lo son, y tienen una
profunda importancia en la teoría del discurso que estamos revisando. Cuando Pêcheux retoma la
teoría althusseriana acerca del funcionamiento ideológico lo hace con el fin de incorporarla en
una teoría general del discurso. La relación entre discurso e ideología es, pues, uno de los ejes
centrales que sustentan esta propuesta teórica.

Siguiendo a Althusser, Pêcheux y Fuchs explican la ley de que “la ideología interpela a los
individuos en sujetos” nunca se realiza “en general” sino siempre a través de formaciones
ideológicas. Las formaciones ideológicas, tal como son definidas por estos autores, constituyen
conjuntos complejos de actitudes y de representaciones, de prácticas, que no son ni “individuales”
ni “universales” sino que se vinculan con posiciones de clase, es decir, con posiciones que
responden a una u otra de las clases sociales en conflicto en una sociedad determinada. El
funcionamiento de la ideología, por lo tanto, lo que hace es conducir, de alguna manera, a cada
individuo a ocupar su lugar como sujeto en la sociedad, siempre considerando esta como una
sociedad de clases en conflicto, es decir, lo conduce a ocupar su lugar en una u otra de las clases
sociales existentes, cada una de ellas con sus valores, prácticas y representaciones asociadas. La
idea central de este planteo es que nuestras creencias, nuestras acciones, nuestras “tomas de
posición”, opiniones y puntos de vista, así como nuestros gustos y elecciones están atravesadas
por el lugar que ocupamos en la sociedad de clases; de allí que, como venimos viendo, no sean
un producto de nuestra completa libertad de elección.

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Tal como es concebido por Pêcheux, el lenguaje –y más propiamente el discurso– forma
parte de este conjunto de prácticas de interpelación que constituyen al sujeto como tal. Esto
significa que entre los diversos tipos de prácticas, actitudes, ideas, valores y representaciones que
inscriben al sujeto en una u otra formación ideológica se encuentran también las prácticas
discursivas.

Creemos elegir tal o cual enunciado, creemos que optamos por pronunciar tales o cuales
palabras, que surgen de nosotros como de una voluntad libre e individual, una creencia que motiva
nuestro discurso. La teoría de Pêcheux desarma esta idea y, de algún modo, la trastoca. El discurso
ya no será, pues, una expresión de las creencias sino uno de los mecanismos a través de los cuales
funciona la ideología, una de las formas que adquieren las prácticas mediante las cuales opera el
mecanismo ideológico. Veamos esta relación entre lo ideológico y lo discursivo con mayor
detenimiento.

Para enunciarlo en los términos de Pêcheux, decimos que cada formación ideológica
incluye como uno de sus componentes una o más formaciones discursivas 1 . El concepto de
formación discursiva, tal como fue formulado por Pêcheux, es ciertamente complejo y puede
parecer en un principio poco preciso. Una formación discursiva es el componente de las
formaciones ideológicas que determina aquello que puede y debe ser dicho. Podemos pensar,
entonces, que es la parte de las formaciones ideológicas relativa al lenguaje. Toda formación
ideológica, habíamos visto, implica un conjunto de actos, representaciones y prácticas, no todas
ellas discursivas, claro. Dentro de este complejo conjunto de actos y prácticas, que poseen
materialidades de diversa naturaleza, las formaciones discursivas son aquellos componentes que
de modo no evidente ni explicito regulan lo que puede y debe ser dicho según las posiciones de
clase a las que respondan las formaciones ideológicas de las que forman parte.

Si partimos –condición necesaria para un enfoque marxista– de que en toda sociedad hay
clases sociales antagónicas, es decir, clases sociales que tienen intereses opuestos y en conflicto,
también las formaciones ideológicas serán antagónicas, así como las formaciones discursivas que
forman parte de estas últimas. De manera esquemática, se puede identificar una formación
discursiva siempre y cuando se reconozcan en un conjunto representativo de discursos
determinadas regularidades en las formas discursivas y en los sentidos de las expresiones,
regularidades que remitan a posiciones de clase en conflicto. Esto significa que nunca se identifica
ni se describe una formación discursiva aislada; por el contrario, toda formación discursiva estará
en contradicción con otra formación discursiva. Por eso se trata de un concepto que sólo puede
ser pensado de manera relacional: es en la relación contradictoria, antagónica entre unas y otras
que se constituyen las formaciones discursivas.

Veamos un ejemplo que nos puede servir para aproximarnos a este planteo. Revisaremos
brevemente algunos artículos de los dos últimos decretos que regulan la actividad de los
vendedores de diarios y revistas, los canillitas. Uno es del año 2000 (Decreto 1025) y está firmado
por el entonces Presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, por Christian Colombo –Jefe de
Gabinete–, José L. Machinea –Ministro de Economía– y Patricia Bullrich –Ministra de Trabajo.
El otro decreto es del año 2009 (Decreto 1693) y está firmado por Cristina Fernández de Kirchner,
Aníbal Fernández –Jefe de Gabinete– y Carlos Tomada –Ministro de Trabajo.

1 Como ya ha sido señalado en diversos lugares, Pêcheux toma el concepto de formación discursiva tal como lo elabora
de Michel Foucault en La arqueología del saber (1969). No nos vamos a detener en los desplazamientos y
continuidades que aparecen entre uno y otro autor en torno del concepto de formación discursiva. Para una revisión
teórica sobre la trayectoria de esta noción, se puede consultar, entre otros, la entrada correspondiente en el Diccionario
de Análisis del Discurso de Charaudeau y Mangueneau (2005[2002]) y, para quienes lean en francés, el artículo de
Jacques Guilhaumou (2004) “Où va l’analyse de discours ? Autour de la notion de formation discursive”. Para consultar
un análisis discursivo articulado a partir de esta noción, recomendamos el capítulo “Los comentarios periodísticos
`oficiales´ sobre los bombardeos a Plaza de Mayo de 1955: en torno a la problemática de las formaciones discursivas”,
de Elvira Arnoux (2006).

18
Veamos cómo conceptualiza cada texto, qué sentidos le otorga y qué perspectivas expresa
respecto de la actividad de los canillitas y de la venta de diarios y revistas. Vamos a poder observar
que hay marcadas diferencias en estos puntos. El decreto del 2000 incluye entre sus fundamentos
la siguiente afirmación:

Que, a pesar del proceso de desregulación económica encarado por el gobierno


nacional, y del tiempo transcurrido desde entonces, actualmente subsisten en los
hechos regímenes que, producto de la intervención estatal, generan efectos
distorsivos sobre la libre interacción de la oferta y la demanda.

Si leemos con atención el fragmento citado, podemos ver que se oponen dos ideas,
expresadas en dos frases: por un lado, “la intervención estatal” y, por el otro “la libre interacción
de la oferta y la demanda”. Por su parte, la palabra “desregulación” tiene un sentido fuertemente
positivo y la expresión “intervención estatal” en este texto es equivalente a “efectos distorsivos”.
Es decir, desde esta perspectiva, la intervención del Estado es negativa, puesto que distorsiona y
atenta contra la libertad del mercado.

Comparemos este fragmento con algunos de los fundamentos del decreto de 2009:

Que desde esta perspectiva, la desregulación impulsada por el Decreto Nº 2284/91,


del cual se ha hecho eco el Decreto Nº 1025/00, no puede entenderse como una
disminución del estándar reconocido históricamente a los trabajadores vendedores
de diarios y revistas de nuestro país. La libre competencia y la libertad de expresión
no pueden ser invocadas para socavar garantías provenientes de normas estatutarias
que regularon características singulares de esta labor.
Que entre dichos aspectos merecen destacarse los vinculados a la estabilidad y el
derecho de parada y/o reparto de los trabajadores vendedores de diarios, revistas y
afines y su prioridad en la distribución, venta y entrega de las publicaciones en los
ámbitos oportunamente reconocidos.
Que tales garantías se vincularon a la necesidad de proteger la fuente de trabajo y
disminuir el grado de incertidumbre que resulta propio de la actividad, con el
desamparo que ello puede provocar en dichos trabajadores.

Hay dos aspectos que se destacan a primera vista cuando comparamos ambos textos. En
primer lugar, que en el decreto de 2009 la palabra “desregulación” tiene un sentido diferente que
en el texto de 2000, incluso en este nuevo decreto adquiere un valor negativo. En segundo lugar,
y esto es lo más llamativo en la comparación entre ambos textos, es que en el decreto de 2009
aparece una expresión que en el texto de 2000 está completamente ausente: “trabajadores”. Es
más, hay toda una serie de expresiones y frases vinculadas con el campo de lo laboral:
“trabajadores vendedores de diarios y revistas”, “esta labor”, “el derecho de parada y/o reparto de
los trabajadores vendedores de diarios, revistas y afines”, “la necesidad de proteger la fuente de
trabajo”, “incertidumbre que resulta propio de la actividad”, “el desamparo que ello puede
provocar en dichos trabajadores”. Esta es la gran diferencia entre ambos textos. Si comparamos
el artículo 3º de los dos decretos lo veremos aún con mayor claridad:

Decreto 1025/2000
Art. 3°: A partir de la vigencia del presente decreto se podrá editar, distribuir y vender
diarios, revistas y afines, en un régimen de libre competencia y sin restricciones.

Decreto 1693/2009
“ARTICULO 3º — A partir de la vigencia del presente decreto se podrá editar,
distribuir y vender diarios, revistas y afines, en un régimen de libre competencia y

19
sin otras restricciones que aquellas destinadas a garantizar la efectiva tutela de los
derechos laborales, sociales y sindicales involucrados en la materia.
Especialmente, deberán tenerse en cuenta aquellos aspectos vinculados al régimen
laboral de los trabajadores vendedores de diarios, revistas y afines, preservando la
estabilidad y el derecho de parada y/o reparto y su prioridad en la distribución, venta
y entrega de las publicaciones en los ámbitos oportunamente reconocidos”.

Es en la confrontación de ambos textos que las diferencias se vuelven notorias. Estos dos
textos responden a dos formaciones discursivas no solo distintas sino también opuestas en cuanto
a los sentidos que las expresiones y las palabras adquieren. La “venta” de diarios y revistas es
concebida en el decreto del 2000 como una actividad comercial más, y por eso debía seguir las
mismas “leyes” del mercado que cualquier otra actividad e intercambio comercial, es decir, debía
poder estar disponible para la libertad de mercado que el decreto de F. de la Rúa proclamaba como
valor. Los canillitas, en este texto, son concebidos exclusivamente como vendedores y como
cualquier otro vendedor, en el mismo plano que un supermercado, es decir, como un medio de
interacción comercial. En cambio, los agregados que realiza el nuevo decreto en este artículo 3º
remiten todos a la dimensión laboral y a los derechos de los canillitas en tanto trabajadores. Esto
significa que los canillitas ya no son considerados simples vendedores sino trabajadores con
derechos y con su organización sindical.

Podemos afirmar que estos textos responden a dos formaciones discursivas no sólo por la
diferencia y la confrontación en los sentidos acerca de algunas expresiones centrales en ambos
decretos, sino también porque se trata de perspectivas que responden claramente a intereses de
clase confrontados: mientras el primer decreto buscaba defender la libertad de la oferta y la
demanda para promover mayores ventas y ganancias a los diarios y distribuidoras, el segundo
decreto coloca la perspectiva en los derechos de los trabajadores.

Una vez abordado el concepto de formación discursiva, podemos retomar la distinción


entre las dos zonas del discurso a la que nos referimos anteriormente. Habíamos dicho que la zona
discursiva vinculada a los procesos de enunciación era relativamente accesible a la conciencia,
que el sujeto podía –y lo hacía– formular, reformular, reflexionar concientemente acerca de las
palabras que elegía. Podemos agregar ahora que toda selección enunciativa que el sujeto realiza
se encuentra dentro de los deberes y las posibilidades que determina la formación discursiva que
lo domina. Ciertamente, hay decisiones sobre las formas de expresión, pero estas están
condicionadas, delimitadas por las posibilidades que la formación discursiva otorga. Es decir,
siempre que enunciamos lo hacemos dentro de las posibilidades que nos habilita la formación
discursiva a la que, sin tener registro de ello, responde nuestro discurso y los sentidos de aquello
que enunciamos. La enunciación se realiza, desde esta perspectiva, teniendo como
condicionamiento los límites que impone una formación discursiva determinada, que no
elegimos, ni seleccionamos. El sentido que le damos a las expresiones que utilizamos, a las frases
y a los enunciados en general no proviene siempre de nuestra voluntad y decisión. Por el contrario,
es en las formaciones discursivas que esos sentidos se articulan y aparecen en el discurso
“individual” como si fuesen propios de quien enuncia. Es por eso que Pêcheux afirma que la
formación discursiva es el lugar de la constitución del sentido. Esto significa que el sentido que
tal palabra, expresión o enunciado adquiere no depende del pensamiento individual de quien
enuncia sino de la formación discursiva en la que se inscriba.

Si volvemos por unos instantes a nuestro ejemplo, veremos que la formación discursiva
que podríamos denominar “”desregulativa” o “neoliberal”, a la que responde el decreto de 2000,
es la que determina los sentidos que en este texto adquieren las expresiones. Si pudiéramos
acceder a más textos legales del período y a otro tipo de documentos y discursos producidos
durante la década de 1990, veríamos con claridad que también predominan esos sentidos
“desregulativos” respecto de las actividades laborales, más allá del deseo y de la opinión
individual que haya podido expresar quien firmaba el texto.

20
No es entonces la voluntad individual la fuente que le otorga un sentido u otro a expresiones
tales como “trabajo”, “venta”, derechos”, entre otras. Es el funcionamiento de la ideología,
también a través de las formaciones discursivas, lo que produce que el sujeto crea que es la fuente
y el origen del sentido. En los enunciados que producimos, por consiguiente, se entrama –sin que
lo percibamos– toda una matriz de sentido que nos preexiste, nos precede y condiciona nuestro
decir y nuestra comprensión.1
Desde ya, esto no implica que seamos autómatas ni que repitamos como máquinas aquello
que debamos repetir. Significa que hay toda una matriz de sentido que se nos escapa, toda una
dimensión, central y constitutiva de la subjetividad, vinculada al lenguaje de la que no somos
concientes y a la que no tenemos acceso. Accedemos, pues, a ciertas zonas del discurso, a ciertas
opciones de la enunciación, pero otras zonas del lenguaje permanecen inaccesibles para el sujeto.
Es esta zona inaccesible la que nos constituye como sujetos. La interpelación ideológica se
produce, pues, también a través del discurso, de manera tal que aquellos sentidos que nos
preceden, nos constituyen y con los cuales nos identificamos están efectivamente arraigados,
anclados en nuestras creencias y en nuestro decir.

3.4 Nosotros y los otros: el problema de la heterogeneidad discursiva

La última etapa del trabajo de Pêcheux (1981-1983) está atravesada por una puesta en
cuestión de algunos de los conceptos centrales con los cuales la teoría discursiva venía operando.
Una de las problemáticas centrales que emerge como eje de las nuevas reflexiones en el marco
del Análisis del Discurso, desde comienzos de la década de 1980, es la cuestión de la
heterogeneidad discursiva y de su estatus. Es decir, la tensión entre discurso “propio”, asumido
por el locutor, y discurso “ajeno” al interior de una misma secuencia discursiva. En la etapa
anterior, como vimos, la mirada estaba puesta en la identificación de regularidades al interior de
unidades, tales como las formaciones discursivas, que remitían a determinadas posiciones de
clase, y que poseían una homogeneidad específica en los modos de construir sentido. Había, pues,
una preocupación por identificar y delimitar discursos que remitían a las mismas posiciones y
que, por consiguiente, producían efectos de sentido semejantes.

En la última etapa de la teoría de Pêcheux, en cambio, aparece con fuerza una inquietud
relativa a las formaciones discursivas: la dificultad de delimitar unidades tales como las
formaciones discursivas cuando al interior de estas unidades emergen sentidos constituidos en
otros espacios discursivos. El problema que aparece como eje de las nuevas reflexiones reside,
entonces, en las distintas formas en que se articula el discurso “propio” con el discurso del otro.
La noción de heterogeneidad discursiva remite, justamente, a este proceso por el cual “lo otro”
aparece en el discurso “propio”. Y, esto es fundamental, no se trata de discursos específicos o
particulares, o de casos aislados; por el contrario, lo que la línea de Análisis del Discurso que
estamos estudiando postula es que todo discurso es constitutivamente heterogéneo. Las mismas
formaciones discursivas, que en una etapa anterior de la teoría aparecían como espacios cerrados
y homogéneos, comienzan a ser consideradas heterogéneas, en tanto contienen en su interior
elementos que provienen de otras formaciones discursivas, aun de aquellas con las que
confrontan. Por ejemplo, bajo la forma de alusiones, citas, negaciones, polémicas, el discurso del
otro se hace presente.2

1 A partir de esto podemos pensar que la teoría de la enunciación, tal como fue formulada por Benveniste, muestra el
reconocimiento del individuo en el lenguaje, su posicionamiento en el lugar del yo. Lo que no muestra, en todo caso,
lo que desconoce es, justamente, el modo en que la enunciación se articula con el funcionamiento ideológico general y
la relación de la enunciación con la formación discursiva que la determina.
2Para estudiar esta problemática de lo heterogéneo al interior de una formación discursiva recomendamos la lectura
del artículo de Jean-Jacques Courtine y Jean-Marie Marandin “Quel objet pour l’analyse du discours” (1981).
Lamentablemente, este texto tampoco está traducido al español.

21
En nuestro decreto de 2009 sobre el régimen laboral de los canillitas esto se ve con
precisión. Volvemos a citar el mismo fragmento para notar que en su interior un mismo texto
contiene elementos que pertenecen a dos formaciones discursivas diferentes:

Que desde esta perspectiva, la desregulación impulsada por el Decreto Nº 2284/91,


del cual se ha hecho eco el Decreto Nº 1025/00, no puede entenderse como una
disminución del estándar reconocido históricamente a los trabajadores vendedores
de diarios y revistas de nuestro país. La libre competencia y la libertad de expresión
no pueden ser invocadas para socavar garantías provenientes de normas estatutarias
tuitivas que regularon características singulares de esta labor.
Que entre dichos aspectos merecen destacarse los vinculados a la estabilidad y el
derecho de parada y/o reparto de los trabajadores vendedores de diarios, revistas y
afines y su prioridad en la distribución, venta y entrega de las publicaciones en los
ámbitos oportunamente reconocidos.
Que tales garantías se vincularon a la necesidad de proteger la fuente de trabajo y
disminuir el grado de incertidumbre que resulta propio de la actividad, con el
desamparo que ello puede provocar en dichos trabajadores.

Expresiones como “la libre competencia”, aun cuando no estén entre comillas ni resaltadas,
remiten a la formación discursiva con la que este decreto polemiza. Lo mismo podría pensarse
respecto de la expresión “libertad de expresión” que se le adjudica a otro discurso, a aquella
posición con la que este discurso confronta.

Ciertamente, esta perspectiva sobre la heterogeneidad discursiva se acerca a los estudios


sobre polifonía que ya hemos abordado en otros capítulos. De hecho, las huellas polifónicas en
los textos, tal como veremos, son una de las formas que adquiere la heterogeneidad en el discurso.
Esta perspectiva complejiza el análisis, puesto que ya no se trata solamente de abordar la relación
entre el sujeto y su discurso, sino de explicar la relación entre lo mismo / lo propio y lo otro / lo
ajeno.

Uno de los principales aportes teóricos para comprender la problemática de la


heterogeneidad discursiva proviene de Jacqueline Authier (1984). Esta autora, formada junto a
Pêcheux, ancla explícitamente su enfoque teórico en dos perspectivas que preceden su trabajo.
Por un lado, retoma la problemática del dialogismo, tal como fue formulada por Bajtin, es decir,
como ya vimos en otros capítulos, la idea de que todo discurso contiene constitutivamente los
ecos de discursos anteriores o de discursos “otros”. Por el otro, en el modo de abordar la relación
entre el sujeto y el lenguaje que elaboró el psicoanálisis, principalmente en la idea de la
“heterogeneidad constitutiva del sujeto y de su discurso” (Authier 1984: 99; traducción nuestra).

Este segundo aspecto es central para comprender el tratamiento que le da Authier al tema
que abordamos. Veíamos estas cuestiones en la primera parte del capítulo, cuando referimos a la
relación entre los mecanismos del inconsciente y los mecanismos de la ideología. Retomábamos,
en este sentido, la idea fundante del psicoanálisis lacaniano de que la unicidad de la persona no
es más que el efecto de proyecciones imaginarias, puesto que para el psicoanálisis el sujeto
siempre, desde su nacimiento hasta su muerte, se encontrará descentrado, dividido, barrado.
¿Cómo pensar, entonces, en un sujeto coherente, que elabora su discurso de manera homogénea?
¿Cómo pensar que los sentidos y los significantes que emergen en las secuencias discursivas
provienen de una misma y única zona de la subjetividad? Para Authier, la heterogeneidad
constitutiva del sujeto y la heterogeneidad constitutiva del discurso son, pues, dos aspectos de la
misma cuestión.

A partir de estas consideraciones, la autora distingue entre dos formas u órdenes de la


heterogeneidad discursiva, que denomina “heterogeneidad constitutiva” y “heterogeneidad
mostrada”. La primera remite a los procesos que venimos de explicar. La segunda, en cambio,

22
refiere a las formas lingüísticas que ponen de manifiesto en las secuencias discursivas palabras,
voces o enunciaciones ajenas, delimitadas e identificadas como tales a través de distintos
mecanismos textuales. Ya lo hemos abordado cuando estudiábamos las formas de la polifonía en
el discurso: el discurso referido –directo, indirecto, libre–, el funcionamiento de las comillas para
marcar distancia respecto de lo que se enuncia, la remisión a otros locutores, la ironía, entre otras,
son operaciones mediante las cuales el sujeto inscribe en su discurso un discurso que reconoce y
presenta como ajeno. Desde la perspectiva de Authier, todos estos mecanismos textuales son
formas lingüísticas de la heterogeneidad mostrada, que precisa ser claramente diferenciada de la
heterogeneidad constitutiva del sujeto y del discurso. En palabras de la autora:

“Heterogeneidad constitutiva del discurso y heterogeneidad mostrada en el discurso


representan dos órdenes de realidad diferentes: aquel de los procesos reales de
constitución de un discurso y aquel de los procesos, no menos reales, de representación
en un discurso de su constitución” (1984: 106; traducción y destacado nuestros).

Destacamos el funcionamiento de las dos preposiciones (“heterogeneidad constitutiva del


discurso” y “heterogeneidad mostrada en el discurso”) porque esta diferencia expresa con claridad
una distinción entre los dos órdenes que Authier señala.

La heterogeneidad constitutiva es una propiedad, una característica inherente, inevitable e


inseparable del discurso en tanto tal; la heterogeneidad mostrada, en cambio, son las huellas, las
marcas, los trazos materiales y lingüísticos en el discurso a través de los cuales se inscribe en el
hilo del discurso “propio” la palabra de otro. Delimitamos y mostramos la palabra del otro y la
distancia con lo que no es “nuestro” creyendo que todo el resto del enunciado nos pertenece y
parte de nosotros mismos, como sujetos unitarios, concientes y reflexivos acerca de nuestro propio
decir. No obstante, también esa delimitación forma parte de la ilusión de unicidad del sujeto y del
discurso. Aquella parte del enunciado no entrecomillada ni adjudicada a otro también es
heterogénea, tendrá orígenes y fuentes de sentido complejas, disímiles, inaccesibles. Lo que el
sujeto puede, en todo caso, seleccionar, manejar, reconocer son las formas de la heterogeneidad
mostrada. Justamente por ser fundante de la subjetividad es que la heterogeneidad constitutiva es
por definición inaccesible al sujeto: son las zonas del discurso, del sentido y del encadenamiento
de significantes inabordables, oscuras ante la mirada racional del propio sujeto hablante que
profiere el enunciado.

La propuesta de Authier, continuadora de la teoría de los dos olvidos enunciada por


Pêcheux y Fuchs (1975) y por Pêcheux (1975), brinda herramientas profundas y significativas
para pensar la relación entre el sujeto y su propio decir, relación que ya no puede ser abordada de
manera lineal. Desde esta perspectiva, ya no es el pensamiento ni la observación / percepción de
la realidad lo que rige la construcción de los enunciados ni el sentido de las expresiones.

El enfoque teórico que hemos venido estudiando en estos últimos apartados proporciona
conceptos –tales como los de formación discursiva, heterogeneidad mostrada, heterogeneidad
constitutiva– que nos permiten pensar los discursos ya no como resultado de una elaboración o
acto individual de lenguaje sino como parte de una constelación amplia, socialmente determinada,
de discursos contradictorios, existentes y circulantes. Este enfoque, así pues, nos invita a pensar
cuánto y qué de nuestro propio decir, cuánto de aquello que creemos querer decir como expresión
de nuestras propias posiciones e ideas, escapa a las intenciones, a las voluntades, y tiene su origen
en otros espacios discursivos y en otras zonas, inaccesibles e inabordables de la subjetividad, sean
las del inconsciente, sean las de la ideología.

23
3. Hegemonía y discurso social
(y algunos comentarios sobre el trabajo del analista del discurso)

Cecilia Serpa

En este artículo del cuadernillo se presenta la teoría del Discurso Social de Marc Angenot
(1989). Sin embargo, antes de encarar esta tarea conviene hacer un paréntesis y retomar los
conceptos clave que se fueron desarrollando a lo largo de los artículos previos. En efecto,
sujeto, ideología, enunciación, discurso, formación ideológica y formación discursiva, entre
otras, son categorías centrales para entender lo que viene.

1. Algo de lo que ya sabemos


1.1. Sujeto cartesiano y sujeto ideológico

En primer lugar, Patricio Montenegro establece un contrapunto entre el sujeto cartesiano —


grosso modo, la concepción moderna de sujeto, según la cual la conciencia preexiste a la
existencia— y el sujeto ideológico —esto es, una concepción del sujeto según la cual la
ideología determina la existencia en mayor o menor grado mediante diversos mecanismos. En
su trabajo, Montenegro propone llamar “ideología a este omnívoro complejo de
significaciones que vincula a los sujetos con el poder” y argumenta que “De aquí en más ya
no podemos hablar ingenuamente de sujetos individuales y autoconscientes. O para decirlo
con una frase de Master Yoda ligeramente retocada ‘la ideología siempre está contigo’” (p. 8).

Esta posición respecto del sujeto y la ideología emana de autores similares pero no
equivalentes. Por una parte, Marx y Voloshinov —más allá de sus diferencias— adhieren a la
concepción hegeliana de falsa conciencia, por lo que asumen que la ideología constituye una
distorsión de las representaciones que la conciencia tiene de la realidad material como
consecuencia de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Por otra parte, bajo la idea de
que la ideología es positiva, formativa y activa, Gramsci propone el concepto de hegemonía,
entendida como el “conjunto de estrategias mediante las que los sectores dominantes logran
que los dominados acepten su dominio por el hecho de que entre dominantes y dominados
pueda existir alguna comunidad de intereses” (Montenegro, p. 10).
En este contexto, el artículo de Montenegro suma la voz de Althusser al coro de autores que
se oponen a la concepción cartesiana del sujeto. Althusser “pega” la ideología al inconsciente,
de la mano de Freud y Lacan: en tanto el individuo deviene en sujeto por el proceso de
interpelación que llevan a cabo los Aparatos Ideológicos de Estado, debe “suprimir —
reprimir— el estado de dispersión y descentramiento que verdaderamente lo constituye e
imaginarse como una persona coherente e indivisible, sin fisuras, cuando se ve reflejado en el
espejo de un discurso ideológico” (p. 12). Pêcheux, como veremos más adelante, basa su teoría
en la de Althusser, entre otros pilares.

1.2. Sujeto de voluntad (o la dificultad de superar al sujeto cartesiano)

Sobre la base de esta oposición, sujeto cartesiano–sujeto ideológico, Rolando y Glozman


suman un nivel de análisis: el lenguaje. Las autoras realizan un largo recorrido a través de
diversas teorías del significado, provenientes de distintos campos, como la filosofía, la lógica
y la matemática, para concluir que el enfoque pragmático introduce la noción de intención en
el campo de los estudios lingüísticos: todo hablante quiere decir algo, por lo que el oyente
necesita reconocer la intención del interlocutor para comprender cabalmente el enunciado. En
este sentido, la mirada cartesiana del sujeto de conocimiento establece una línea de continuidad
con el sujeto de voluntad que sostiene la Pragmática: “Si en el primer caso se trata de un sujeto
que accede a conocer la realidad y el mundo, en el segundo caso se trata de un sujeto que
accede a conocer cuáles son sus propias intenciones comunicativas” (Rolando y Glozman, p.
22).

24
1.3. Enunciación y discurso: el sujeto escindido (e ideológico)

Finalmente, el trabajo de Glozman que aparece inmediatamente arriba de este, revisa las
principales teorías del siglo XX sobre la enunciación y el discurso a fin de identificar en ellas
el problema del sujeto. Ahora, para nuestros fines, el principal aporte de este artículo reside en
el concepto de discurso de Pêcheux y Fuchs.

En efecto, la teoría del discurso de estos autores está estrechamente ligada a la ideología,
dialoga con las posiciones de Althusser (como adelantamos) y Lacan y se apoya en el concepto
de “olvido”: el sujeto “olvida” que su decir está atravesado por voces, discursos ajenos, por
condiciones materiales que hacen que enuncie desde tal o cual posición o adhiera a tales o
cuales ideas; mantiene la ilusión de que es la fuente del sentido de su decir, “olvida” que no lo
es y que está constituido por aspectos que lo desbordan y lo anteceden. Desde este punto de
vista, toda vez que el sujeto enuncia está “rechazando” aquello que podría enunciar y que, no
obstante, permanece fuera de su enunciado.
Partiendo de esta idea, Pêcheux diferencia entre dos zonas o dimensiones del discurso. Por un
lado, la zona de la enunciación, a la que el sujeto puede acceder relativamente, por lo que
cuenta con la posibilidad de reformular el propio decir, revisar lo que dijo, confrontar con otras
posiciones que reconoce como tales, puede incluso volver sobre sus propias palabras. Por otro
lado, la zona del discurso, fuertemente ligada a los procesos ideológicos inconscientes, esto
es, no accesibles al sujeto. Es importante entender esta división, porque resulta un elemento
clave para comprender la propuesta de Angenot.

Pero, ¿cómo es posible que el sujeto no sea consciente de su discurso? El concepto de


formación ideológica responde a esta pregunta. Las formaciones ideológicas constituyen
conjuntos complejos de actitudes, representaciones y prácticas que se vinculan con posiciones
de clase, por lo que siempre están en pugna, son antagónicas. Cada formación ideológica
incluye como uno de sus componentes una o más formaciones discursivas que determinan
aquello que puede y debe ser dicho; por lo tanto, desde este punto de vista, el discurso forma
parte del conjunto de prácticas que interpelan al sujeto y lo constituyen como tal. En este
sentido, el “margen de acción” que tiene el sujeto sobre la zona del enunciado estará siempre
restringido por su pertenencia a una u otra formación discursiva, en el marco de una formación
ideológica.
Antes de terminar con este resumen, cabe recordar que las formaciones discursivas —pensadas
inicialmente como espacios cerrados y homogéneos—, son heterogéneas, dado que contienen
en su interior elementos que provienen de otras formaciones discursivas bajo la forma de
huellas polifónicas en los textos; por ejemplo alusiones, citas, negaciones o polémicas. La
problemática de la heterogeneidad discursiva es posteriormente retomada por Jacqueline
Authier, quien distingue entre la “heterogeneidad constitutiva” y la “heterogeneidad
mostrada”.

2. El discurso Social

Todo el rodeo previo se debe a que la propuesta de Marc Angenot se inscribe de lleno en los
debates sobre la relación entre sujeto, ideología y lenguaje y retoma de forma directa los
conceptos de discurso y formación discursiva de Pêcheux. Angenot pretende identificar en los
discursos las huellas del espacio histórico, social e ideológico desde el que estos fueron
enunciados y, para hacerlo, establece una doble acepción del concepto de discurso social: una
empírica y otra teórica.

¡Atención! Aquí hablaremos de dos “acepciones” del discurso social. Eso significa que, según
la teoría de Angenot, el término “discurso social” tiene dos sentidos, dos significados, dos
formas de ser definido. Ahora sí, veamos cada una de estas acepciones por separado.

25
2.1. La acepción empírica del discurso social: el corpus

Cuando decimos “acepción empírica del discurso social” estamos haciendo referencia a
aquello que efectivamente se dice, un discurso construido en un momento y en un lugar
determinados; pronunciado oralmente o escrito.
Este discurso —lo dicho, escrito, producido que circula socialmente, por ejemplo y de forma
privilegiada, a través de los medios de comunicación— constituye el corpus o el conjunto de
textos para analizar. Se trata del material empírico, palpable —de allí su nombre—, del que se
sirve el analista del discurso para su trabajo. Por lo tanto, si retomamos la concepción de
Pêcheux, la concepción de Angenot del discurso social en un sentido empírico corresponde al
enunciado o, más bien, a los enunciados, en plural.

2.2. La acepción teórica del discurso social: la doxa

Por el contrario, la noción teórica de discurso social remite a un objeto teórico, no empírico.
En esta acepción el discurso social es lo decible, lo narrable, lo opinable, en un determinado
tiempo y lugar, pero también lo que no puede ser dicho, lo que no es posible de ser manifestado
ni pensado en ese mismo momento y lugar.

Desde este punto de vista, la Teoría del Discurso Social indaga la manera en que una sociedad
conoce e instituye el mundo en un momento determinado de su historia; y para hacerlo parte
de la idea de que los discursos producidos en una sociedad en un momento determinado están
recorridos por una doxa, o sea, por creencias u opiniones admitidas, por líneas de sentido
común que configuran una manera específica de ver el mundo que trasciende a los individuos:

Hablar de discurso social es abordar los discursos como hechos sociales y por tanto como
hechos históricos. Es ver en lo que se escribe y se dice en una sociedad, hechos que “funcionan
independientemente” de los usos que cada individuo les atribuye, que existen “fuera de las
conciencias individuales” y que están dotados de una potencia en virtud de la cual se imponen
con el fin de señalar la aparición de regularidades (Angenot, 1989, p. 2).

Antes de cerrar este apartado, caben algunas aclaraciones en relación con la acepción teórica
del discurso social. En primer lugar, para Angenot, los modos fundamentales de construcción
del discurso social son lo narrativo y lo argumentativo. En segundo lugar, Angenot denomina
estado del discurso social al momento y lugar determinado que constituyen el discurso social.
Finalmente, esta segunda acepción de discurso social está ligada ya no a la zona del enunciado
de Pêcheux, sino al discurso. De hecho, la cita precedente explicita que los discursos en tanto
hechos sociales están “fuera de las conciencias individuales” y que “se imponen”, por lo que
se trata de una definición consistente con el concepto de formación discursiva.

3. Las “influencias” de Angenot: heteroglosia bajtiniana y hegemonía gramsciana

Angenot señala que si nos acercamos a los discursos sociales como fenómenos empíricos, a
primera vista nos parecerá que estamos ante una extrema variedad. Vamos a advertir “el rumor
discursivo” de la diversidad de géneros, temas, opiniones, jergas y estilos, es decir, vamos a
tener la impresión de que estamos ante cosas heterogéneas o, como dice Bajtin, ante el
fenómeno de “heteroglosia”. Este fenómeno, como ya hemos mencionado, se relaciona con
el hecho de que en un enunciado encontramos distintas voces; de ahí el concepto de
“polifonía”.

Pero Angenot no está de acuerdo totalmente con Bajtín y plantea que la idea de heteroglosia
es un “mito democrático”. Para complementar esta idea y evitar cualquier reduccionismo
explicativo, Angenot echa mano al pensamiento de Gramsci y se sirve del concepto de
“hegemonía”. De manera que el concepto teórico de discurso social —en singular— va a ser

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considerado desde el punto de vista de la hegemonía: el discurso social es hegemónico; el
plural solo se usará en términos empíricos (x cantidad de discursos sociales, por ejemplo,
artículos periodísticos, programas televisivos):

El solo hecho de hablar de discurso social, en singular, implica que más allá de la diversidad
de los lenguajes, de la variedad de prácticas significantes, de los estilos y opiniones, el
investigador va a poder identificar las dominancias interdiscursivas de las maneras de conocer
y de significar el contenido, que son lo propio de esta sociedad y que regulan y trascienden la
división social de los discursos sociales: lo que parafraseando a Antonio Gramsci, llamaremos
hegemonía (Angenot, 1989, p. 6).

En síntesis, tal como se sugirió al definir el concepto de discurso social en el sentido empírico,
el analista del discurso se propone buscar, identificar, aislar la doxa, esa regularidad en los
discursos sociales (empíricos, otra vez: en plural), esos elementos invariantes que configuran
una hegemonía discursiva (teórica, en tanto hablamos de “el” discurso social en singular). Es
decir, se trata de mirar (de un modo particular) el discurso empírico para acceder al discurso
en su acepción teórica.

3.1. Un paso más: intertextualidad, interdiscursividad e ideologemas

A partir de los conceptos de heteroglosia que acabamos de presentar, es posible hablar de


“intertextualidad”, “interdiscursividad” e “ideologema”. Veamos qué significa cada uno de
estos conceptos en el marco de la propuesta de Angenot:

● El ideologema es la unidad significante ideológica. Estas unidades aparecen dotadas de


aceptabilidad, pero se trata de una aceptabilidad difusa, en una doxa determinada. Por ejemplo:
“todos los políticos roban”, “los inmigrantes son pobres”, “los pobres son honrados”, “los
docentes enseñan por vocación” o “los médicos extranjeros no saben nada”.
En tanto máximas subyacentes al desarrollo argumentativo de un enunciado, toman cuerpo en
formas cristalizadas. Es importante señalar que estas formas no son frases únicas sino un
complejo de variaciones fraseológicas. Asimismo, estos ideologemas se asocian con la doxa
en tanto constituyen opiniones e ideas consagradas y evidencias comunes aceptadas por la
mayoría y que no se someten a discusión.
• La intertextualidad remite a las relaciones entre los textos. Sin embargo, Angenot amplía
este concepto para incluir la circulación y transformación de ideologemas que atraviesan
el discurso social en su conjunto: su emigración y difusión en distintas zonas discursivas.
● La interdiscursividad se relaciona con la interacción e influencia que se produce entre los
discursos.

Estos conceptos se suman a los de doxa y tópica que presentamos más arriba y que ahora
estamos en condiciones de retomar. El autor explica que todo debate, todo punto de desacuerdo
entre puntos de vista, supone un acuerdo previo: “el hecho de que el tema ‘existe’, que merece
ser debatido, y que un común denominador sirve de asiento a las polémicas” (Angenot, 1989,
p. 14). Esto significa que nuestra cultura está poblada de palabras claves y de temas apropiados
sobre los que es necesario informarse y sobre los cuales se puede debatir. Por ejemplo: en
torno a la crisis del 2001 el riesgo país se constituyó como un tema clave en el discurso social,
pero no reapareció en contextos de crisis posteriores, sino hasta casi veinte años después.

Por lo tanto, desde el punto de vista de la tópica, los ideologemas son lugares comunes que
integran sistemas ideológicos más amplios; son condensados ideológicos que funcionan como
presupuestos y que pueden realizarse o no en el discurso. Por ejemplo: “las mujeres pobres se
embarazan para cobrar un plan”. En otras palabras, las diversas zonas que conforman el
discurso social parten de ideologemas compartidos. Al igual que los lugares aristotélicos,

27
funcionan como principios reguladores subyacentes a los discursos a los que confieren
autoridad y coherencia. Pero no son universales como para Aristóteles, sino que tienen una
relatividad histórica y social, es decir, son propios de una cultura dada en un momento
específico.
Entonces, repasemos:

1. En términos teóricos hablamos del discurso social hegemónico.


2. Ese discurso hegemónico —o hegemonía discursiva— va a estar formado por repertorios
tópicos, esto es, reglas de encadenamiento de los enunciados.
3. Además, el discurso social está compuesto por subconjuntos interactivos, donde operan
tendencias hegemónicas y leyes tácitas.
4. El analista debe identificar esos subconjuntos, y advertir cómo opera esa interacción. Los
subconjuntos se relacionan unos con otros porque tiene elementos en común. Es lo que se
reitera en todos los discursos más allá de sus diferencias.
5. Entonces, la hegemonía no corresponde a una ideología dominante, monolítica, sino a
una dominancia en el juego de las ideologías, es decir, una dominante interdiscursiva.
6. La propuesta metodológica de Angenot consiste en hacer un análisis recolectando todo lo
que fue dicho, publicado (conversaciones transcriptas, literatura, revistas, diarios, noticieros
televisivos, etc.) para analizar esa dominante que atraviesa los distintos discursos.

4. Reflexión final

Para terminar, conviene destacar dos aspectos importantes. En primer lugar, la hegemonía no
implica que algo externo se imponga en términos de ideologemas. Esto es, la hegemonía
depende de, consiste en un sistema autorregulado. Es independiente de la voluntad de las
personas. Se compone de reglas canónicas, de tópicos y de discursos que incluyen el margen
de variaciones y desviaciones aceptables. No obstante, Angenot deja en claro que la hegemonía
produce, impone, legitima, ciertos pensamientos, los temas aceptables y “las maneras
tolerables de tratarlos”. En segundo lugar, la hegemonía no solo impone dogmas, sino también
tabúes.

En síntesis, Angenot reitera que hay una matriz discursiva hegemónica formada por
paradigmas temáticos e ideologemas que, en un estado de discurso social, atraviesa los más
diversos discursos sociales (noticias, notas de opinión, textos académicos, programas políticos,
noticieros televisivos, textos científico-académicos, literatura, etc.). En una palabra, la
hegemonía produce la convergencia de un repertorio de temas obligados y mecanismos
unificadores que sirven para legitimar y producir consenso. ¿De qué manera? Pues al aparecer
“tanto en los lugares comunes del periodismo como en los aires distinguidos de la palabra
artística, filosófica o sabia que ocupan una posición dominante” (Angenot, 1989:12).

5. Bibliografía

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28
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bombardeos a Plaza de Mayo de 1955: en torno a la problemática de las formaciones
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29
Módulo 3. Sujeto, discurso y Retórica

“Sujeto e ideología” (Montenegro)

1. Elaborá un texto en el que caracterices al sujeto cartesiano, que incluya las siguientes palabras: razón,
libertad, autonomía, racionalismo.

2. Explicá las siguientes afirmaciones de Patricio Montenegro:


a. “nunca terminaremos de entender la concepción racionalista del sujeto si no la ubicamos en su
concreta perspectiva histórica.”

b. “Llamamos ideología a este omnívoro complejo de significaciones que vincula a los sujetos
con el poder. De aquí en más ya no podemos hablar ingenuamente de sujetos individuales y
autoconscientes.”

c. “Para Voloshinov una ideología dominante, reproductiva de la infraestructura económica, es


aquella que trata de mantener congelado el significado de las palabras en las distintas esferas
comunicativas de un todo social”.

d. “en el campo de lo ideológico postulado por Althusser y Pêcheux el sujeto es capaz de suprimir
—reprimir— el estado de dispersión y descentramiento que verdaderamente lo constituye e
imaginarse como una persona coherente e indivisible, sin fisuras, cuando se ve reflejado en el
espejo de un discurso ideológico.”

e. “si bien los contenidos y representaciones que moviliza una ideología están acotados
históricamente, el mecanismo que la hace funcionar es omnihistórico.”

f. “la ideología y el inconsciente funcionan justamente en tanto y en cuanto el sujeto no los vea
ni se haga cargo de su funcionamiento.”

3. El materialismo dialéctico-histórico corre al sujeto cartesiano del centro de la escena. ¿Por qué?

4. Enumerá y desarrollá las cuatro implicaciones del concepto marxista de ideología.


5. ¿Qué significa interpelación en el marco de la teoría althusseriana?
6. Explicá qué significa que la conciencia determina la existencia y, contrariamente, que la existencia
determina la conciencia.

7. Completá esta tabla.

Ideología

Concepción negativa Concepción positiva

Autores Marx, Lukács, Mannheim, Voloshinov Gramsci

Definición

Explicación Concepción hegeliana de falsa

30
conciencia…

8. ¿En qué sentido se puede decir que la teoría de Althusser y Pêcheux está influenciada por la psicología
de Lacan?

9. Escribí un texto de dos párrafos en el que utilices las siguientes palabras: sujeto, racionalidad,
ideología, marxismo, realidad.

10. Indicá si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas. Justificá.


a. Más allá de sus diferencias, todos los autores que abordan el concepto de ideología
asumen que se trata de una distorsión de la realidad.

b. Según Gramsci, la ideología interpela a los individuos a través de los aparatos ideológicos
de estado. Sin embargo, esta interpelación tiene efecto solo si logra constituirse como
hegemónica.

c. El principal aporte de Voloshinov a la teoría marxista está dado por su concepción


simplificadora y mecánica de la determinación basesuperestructura.

“Entre el yo y el sujetamiento: enunciación, discurso e ideología” (Glozman) 1. Compará el enfoque


comunicativo del lenguaje con la teoría de la enunciación.

2. Explicá el concepto de sujeto hablante de Ducrot.


3. ¿Por qué se afirma que la de Ducrot es una teoría lingüística del significado? Desarrollá.
4. Desarrollá la postura de Kerbrat-Orecchioni sobre el sujeto que enuncia. Al hacerlo, incluí los
siguientes términos: esquema comunicacional, determinaciones de tipo psicológicas, competencias
culturales e ideológicas, emisor, intención.

5. ¿Cuál es la concepción de sujeto que subyace a la teoría de Benveniste?


6. ¿Qué significa que Pêcheux y Fuchs cuestionan la noción de sujeto individual y fuente del sentido?

7. Explicá la noción de enunciación, según Pêcheux y Fuchs.


8. ¿Cuáles son las dos “zonas del discurso” que propone Pêcheux? Desarrollá.
9. ¿Qué son y cómo se vinculan entre sí las formaciones ideológicas y las formaciones discursivas?
10. Argumentá por qué el concepto de formación discursiva solo puede ser pensado de manera relacional.
11. Explicá el problema de la heterogeneidad discursiva, desde el punto de vista de Pêcheux.

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12. Indicá cuál es el aporte que realiza Jacqueline Authier al problema de la heterogeneidad y cuáles son
los antecedentes teóricos en los que se apoya esta autora.

13. Explicá las siguientes afirmaciones:

a. Según Benveniste, “la enunciación supone la conversión de la lengua en discurso”.


b. “La propuesta crítica de Oswald Ducrot (*1982+2001) acerca de la noción de ‘sujeto hablante’
se realiza exclusivamente desde un enfoque estricto de una teoría de la lengua”.

c. “La posición de esta autora *Kerbrat-Orecchioni] es, diríamos, la de pretender conjugar, por
un lado, las posiciones que rechazan la idea de un sujeto libre y fuente de voluntad discursiva
y, por el otro, la tradición pragmática y comunicacional.”

d. La propuesta de Authier, continuadora de la teoría de los dos olvidos enunciada por Pêcheux y
Fuchs (1975) y por Pêcheux (1975), brinda herramientas profundas y significativas para pensar
la relación entre el sujeto y su propio decir, relación que ya no puede ser abordada de manera
lineal. Desde esta perspectiva, ya no es el pensamiento ni la observación / percepción de la
realidad lo que rige la construcción de los enunciados ni el sentido de las expresiones.

14. Proponé ejemplos para los siguientes conceptos, temas o problemas:


a. La noción de enunciador es equivalente en la teoría de Ducrot a la de punto de vista. Se trata,
en efecto, de los distintos puntos de vista que se pueden distinguir en un enunciado, con los
cuales el locutor puede o no identificarse.

b. A partir de estas consideraciones, la autora distingue entre dos formas u órdenes de la


heterogeneidad discursiva, que denomina “heterogeneidad constitutiva” y “heterogeneidad
mostrada”.

15. Indicá si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas. Justificá.


a. El interés de Ducrot reside en delimitar tres nociones: locutor, enunciador y sujeto empírico,
las tres centrales para su teoría.

b. Según Benveniste, la enunciación supone la conversión del discurso en enunciado por parte de
un sujeto empírico.

c. El nuevo punto de partida de Pêcheux (1975) y de Pêcheux y Fuchs (1975) es, justamente, el
cuestionamiento a la noción de sujeto ideológico y fuente de sentido de aquello que enuncia.

d. Para Pêcheux, el lenguaje forma parte de un conjunto de prácticas de interpelación que


constituyen al sujeto como tal. Esto significa que entre los diversos tipos de prácticas, actitudes,
ideas, valores y representaciones que inscriben al sujeto en una u otra formación discursiva se
encuentran también las prácticas ideológicas. “Hegemonía y discurso social” (Serpa)

1. Según la Teoría del Discurso Social de Angenot, ¿cuáles son los objetivos del análisis del discurso?
2. ¿Cuáles son las dos acepciones del discurso social? Explicalas y proponé ejemplos.

3. ¿Qué es la doxa?
4. Explicá la relación que establece Angenot entre los conceptos de heteroglosia, de Bajtín, y hegemonía,
tomado de Gramsci.

5. Indicá qué son los ideologemas y cómo se vinculan con el concepto de intertextualidad. Proponé al
menos tres ejemplos.

6. ¿Qué es un estado de discurso social? Proponé ejemplos.

32
7. Explicá las siguientes afirmaciones:
a. Hablar de discurso social es abordar los discursos como hechos sociales y por tanto como
hechos históricos. Es ver en lo que se escribe y se dice en una sociedad, hechos que “funcionan
independientemente” de los usos que cada individuo les atribuye, que existen “fuera de las
conciencias individuales” y que están dotados de una potencia en virtud de la cual se imponen
con el fin de señalar la aparición de regularidades.

b. El solo hecho de hablar de discurso social, en singular, implica que más allá de la diversidad
de los lenguajes, de la variedad de prácticas significantes, de los estilos y opiniones, el
investigador va a poder identificar las dominancias interdiscursivas de las maneras de conocer
y de significar el contenido, que son lo propio de esta sociedad y que regulan y trascienden la
división social de los discursos sociales: lo que parafraseando a Antonio Gramsci, llamaremos
hegemonía.

c. El autor explica que todo debate, todo punto de desacuerdo entre puntos de vista, supone un
acuerdo previo: “el hecho de que el tema ‘existe’, que merece ser debatido, y que un común
denominador sirve de asiento a las polémicas”.

d. la hegemonía no corresponde a una ideología dominante, monolítica, sino a una dominancia


en el juego de las ideologías, es decir, una dominante interdiscursiva .

8. Escribí un texto de dos párrafos en el que utilices las siguientes palabras: discurso, corpus, doxa,
ideologema, heteroglosia, hegemonía.

9. Indicá si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas. Justificá.

a. La doxa es la unidad significante ideológica.


b. Angenot limita el concepto de intertextualidad a la circulación y transformación de
ideologemas.

c. Ese discurso hegemónico —o hegemonía discursiva— está conformado por ideologemas.

“El discurso argumentativo en la antigüedad grecolatina. Una introducción a la retórica aristotélica”


(Glozman)

1. Indicá cuáles son los tres componentes de la persuasión, explicá cada uno (cómo se denomina, cuál es
su finalidad, cómo se suele realizar, etc.) y poponé ejemplos.

2. Escribí un texto de un párrafo en el que utilices las palabras género, auditorio y marco institucional.
3. Completá la siguiente tabla.

Género Auditorio Finalidad Objeto Tiempo Razonamiento

Deliberativo Futuro

Judicial Justo / injusto

Espectadores/ Comparación
público
Amplificación

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4. En base a la tabla elaborada previamente, definí y caracterizá los tres tipos de género discursivo.
Destiná un párrafo a cada uno.

5. Ampliá el texto que escribiste previamente con un cuarto párrafo, en el que compares los tres géneros.

6. ¿En qué sentido se puede decir que la retórica constituye una técnica? Desarrollá.
7. Enumerá las cinco etapas de la construcción del discurso y definí muy brevemente cada una de ellas.
8. Definí los conceptos de questio y tesis. Indicá a qué etapa de la construcción del discurso corresponden.
Proponé un ejemplo.

9. Indicá qué son las pruebas internas y las pruebas externas. ¿Cuál de estas corresponde al método
retórico? ¿Por qué?

10. Definí y comprá los conceptos de entimema y exemplum. Proponé ejemplos.


11. Escribí un texto de dos párrafos en el que incluyas estas palabras: tópica, doxa, lugar común, lugar
específico, género y argumento.

12. Explicá en profundidad el siguiente esquema.

13. La dispositio, ¿es una estructura rígida? Fundamentá tu respuesta.


14. Explicá los conceptos de refutatio, probatio, partitio y captatio benevolentiae. Indicá a qué parte del
discurso corresponde cada uno y cuál es su función.

15. ¿Cuál es, según Aristóteles, la importancia de conmover en el exordio y el epílogo del discurso?
16. ¿Cuáles son las características específicas que toma el exordio en cada género?
17. ¿Cuál es “la zona más fuertemente argumentativa” del discurso? ¿Por qué?

18. Explicá las siguientes afirmaciones:


a. se puede señalar que el discurso retórico se sostiene (…) sobre lo verosímil para el auditorio
antes que en la dicotomía entre verdad y falsedad , criterio que rige en la aplicación de la
lógica aristotélica.

b. Es necesario evitar las traducciones por proximidad de significantes del término inventio al
castellano, que conducen a interpretaciones erróneas del sentido del vocablo: i nventio , en
latín, no significa inventar sino ‘hallar’, ‘encontrar’.

19. Escribí un texto de dos párrafos en el que utilices las siguientes palabras: retórica, persuasión,
auditorio, orador.

20. Indicá si las siguientes afirmaciones son verdaderas o falsas. Justificá.


a. Resulta central que todo discurso persuasivo apele a las emociones, principalmente en la
refutatio.

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b. Las etapas del discurso que actualmente tienen más vigencia son memoria y actio.

c. El razonamiento que caracteriza al discurso judicial es el entimema.


d. Lo justo y lo injusto son el objeto del discurso epidíctico.
e. La palabra “arte” (por ejemplo, arte retórica) en la retórica clásica es sinónimo del sentido
actual, dado que en ambos casos importa deleitar al auditorio.

Relaciones entre los autores y las teorías de este módulo

1. Recuperá las concepciones de sujeto de Benveniste, Ducrot, Kerbrat-Orecchioni, Pêcheux y Angenot


y comparalas entre sí: ¿qué elementos identificás cómo comunes? ¿En qué aspectos se diferencian?

2. Relacioná las zonas del discurso de Pechêux con las acepciones del discurso social de Angenot.
3. ¿Podés identificar alguna influencia de la tópica aristotélica en la teoría de Marc Angenot? Desarrollá.

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