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H.

LA MATERIA Y LOS MÉTODOS


DE LA SOCIOLOGÍA

Características del método positivo en su


APLICACIÓN A LOS FENÓMENOS SOCIALES*

En toda ciencia, los conceptos que se relacionan con


el método son inseparables de los que se relacionan
con la doctrina que se considera. El método tiene que
ser tan variado en sus aplicaciones, y modificado tan­
to por la complejidad y la naturaleza especial de los
fenómenos, en cada caso, que cualquier idea general
del método sería demasiado indefinida para poder
usarse realmente. Por ello si no hemos separado el
método de la doctrina en los más simples departamen­
tos de la ciencia, menos pensaríamos hacerlo cuando
se trata de los fenómenos complejos de la vida social,
sin mencionar la gran característica de este último
caso: su falta de positivismo. En la formación de una
nueva ciencia el espíritu general de ésta debe com­
prenderse antes de que sus partes particulares puedan
investigarse; esto es, debemos tener cierta idea de la
doctrina antes de examinar el método, y después el
método no puede ser estimado de ninguna otra mane­
ra que no sea usándolo. Por ello no ofrezco una ex­
posición lógica del método en la física social antes
de proceder a estudiar la ciencia misma; pero debo se­
guir el mismo plan aquí como en el caso de las cieñ-
♦ Pos. Phil., vbl. 2, pp. 210-257.

144
cías anteriores: investigar su espíritu general, y cuáles
son los recursos colectivos propios de éste. Aunque
puede decirse que estos temas pertenecen a la ciencia
misma, consideramos que pertenecen al método, ya
que son absolutamente necesarios para dirigir nues­
tro entendimiento en el ejercicio de este difícil estudio.
En el orden superior de las ciencias, en las que son
más simples y más avanzadas, la definición filosófica
de cada una bastó casi para caracterizar su condición
y los recursos generales, lo que no puede dudarse.
Pero el caso es diferente con un estudio extremada­
mente complejo y reciente, cuya misma naturaleza
tuvo que ser determinada mediante discusiones com­
plejas, que por fortuna son innecesarias en las ciencias
precedentes. Al tratar la biología, vemos que es nece­
sario insistir en las explicaciones preliminares que
habrían parecido pueriles en los departamentos ante­
riores, porque las principales bases de una ciencia
sobre la que hay tantas disputas deben determinarse
indiscutiblemente antes de qué pueda ocupar un lugar
en la escala positiva. Es evidente que el mismo pro­
ceso es aun más necesario, y aun más complejo, en
el caso del desarrollo de la ciencia social, que hasta
ahora no ha tenido un carácter positivo, y que algu­
nas de las mentes más capacitadas de nuestra época
han afirmado que nunca lo tendrá. No debe sorpren­
demos si, después de aplicar aquí las ideas más sim­
ples y más radicales de la filosofía positiva, lo" que
desde luego parecería trivial en su aplicación formal a
las ciencias más avanzadas, el resultado les parece
a muchos, hasta a los más ilustrados, una innovación
demasiado audaz, aunque las condiciones quizá sólo
son el equivalente más simple de las que son admi­
tidas en todos los otros casos.

145
El estado infantil de la ciencia social

Si observamos con ojos de filósofo el presente estado


de la ciencia social, sólo podemos reconocer en ésta
la combinación de todas las características de la in­
fancia teológico-metafísica por la que han pasado to­
das las otras ciencias. La presente situación de la
ciencia política revive ante nuestros ojos la analogía
de lo que la astrología fue para la astronomía, la al­
quimia para la química, y la busca de una panacea
universal para el sistema de los estudios médicos.
Para nuestro presente fin podemos considerar juntas
la teología y la metafísica políticas; la segunda sólo
es una modificación de la primera en su relación con
la ciencia social. Sus atributos son los mismos, y con­
sisten, en relación con el método, en la preponderan­
cia de la imaginación sobre la observación, y, en
relación con la doctrina, en la investigación exclusiva
de las ideas absolutas; el resultado es una tendencia
inevitable a ejercer una acción arbitraria e indefinida
sobre los fenómenos que no se consideran sometidos
a las leyes naturales invariables. En resumen, el espí­
ritu general de toda la especulación en esta etapa es
a la vez ideal en su curso, absoluto en su concep­
ción, y arbitrario en su aplicación; e incuestionable­
mente éstas son las características prevalecientes de
la especulación social, en la actualidad consideradas
desde cualquier punto de vista. Si invertimos estos
tres aspectos, tendremos precisamente el espíritu que
debe animar la formación de la sociología positiva, y
que después debe dirigir su desarrollo continuo. El
espíritu científico se distingue radicalmente del teoló­
gico y del metafísico en la continua subordinación de
la imaginación a la observación; y aunque la filoso­

146
fía positiva ofrece el campo más amplio y rico para
la imaginación humana, la limita a descubrir y a per­
feccionar la coordinación de los hechos observados,
y los medios para realizar nuevas investigaciones; y
esta costumbre de someter los conceptos científicos
a los hechos cuya conexión debe descubrirse, es sobre
todo necesario introducir, en las investigaciones socia­
les, porque las observaciones hasta ahora se han he­
cho en forma vaga y mal definida, tanto que no
ofrecen el fundamento adecuado para el razonamien­
to científico; y generalmente se modifican a capricho
de una imaginación estimulada por las pasiones más
fluctuantes. . .

Lo relativo remplaza a lo absoluto

Si observamos el espíritu positivo en su relación con


la concepción científica, más bien que el modo de ac­
tuar, descubriremos que esta filosofía se distingue de
la tcológico-metafísica por su tendencia a volver re­
lativas las ideas que antes eran absolutas. Este paso
inevitable de lo absoluto a lo relativo es uno de los
resultados filosóficos más importantes de cada una
de las revoluciones intelectuales que se han realizado
en las especulaciones desde el estado teológico o me-
tafísico hasta el científico. En un punto de vista cien­
tífico, este contraste entre lo relativo y lo absoluto
puede considerarse la manifestación más decidida de
antipatía entre la filosofía moderna y la antigua. Toda
la investigación de la naturaleza de los seres, y de
sus causas primeras y últimas, siempre debe ser ab­
soluta; en cambio el estudio de las leyes de los fenó­
menos debe ser relativo, ya que supone un progreso

147
continuo de la especulación sometida a una mejoría
gradual de la observación, sin que la realidad precisa
sea plenamente descubierta; por ello el carácter relati­
vo de los conceptos científicos resulta inseparable de la
verdadera idea de las leyes naturales, así como la ten­
dencia quimérica al conocimiento absoluto acompa­
ña cualquier uso de las ficciones teológicas y de las
entidades metafísicas. Es obvio que hoy día el espíri­
tu absoluto caracteriza la especulación social, cuando
ésta existe, ya que las diferentes escuelas están todas
de acuerdo en buscar un tipo político inmutable, que
no permita una modificación regular de los conceptos
políticos de acuerdo con el estado variable de la ci­
vilización. ..

Previsión de los fenómenos sociales

La última de las consideraciones preliminares que te­


nemos que revisar es la de la previsión científica de
los fenómenos, que, como la prueba de la verdadera
ciencia, incluye a todo el resto. Tenemos que conside­
rar los fenómenos sociales como susceptibles de pre­
visión, como todas las otras clases, dentro de los
límites de la exactitud compatible con su gran com­
plejidad. Abarcando las tres características de la cien­
cia política que hemos estado examinando, la previsión
de los fenómenos sociales supone, primero, que he­
mos abandonado la región de la idealidad metafísica,
para apoderarnos del terreno de las realidades obser­
vadas por una subordinación sistemática de la imagi­
nación a la observación; segundo, que las concepcio­
nes políticas han dejado de ser absolutas, y que se
han vuelto relativas al estado variable de la civiliza­

148
ción, así que las teorías, siguiendo el curso natural
de los hechos, pueden admitir nuestra previsión; y,
tercero, que la acción política permanente está limi­
tada por leyes determinadas, ya que, si los hechos
sociales estuvieran siempre sujetos a los disturbios de
la intervención accidental del legislador, humano o
divino, no sería posible ninguna previsión científica.
Por ello, podemos concentrar las condiciones del es­
píritu de la filosofía social positiva en este gran atributo
de la previsión científica.

El espíritu de la ciencia social

-El principio filosófico de la ciencia es que los fenó­


menos sociales están sujetos a las leyes naturales, y si
admitimos la previsión racional, tenemos que investi­
gar cuál es el sujeto preciso, y cuáles son los caracte­
res peculiares de estas leyes. La distinción entre las
condiciones estáticas y dinámicas del sujeto deben
extenderse a la ciencia social; y trataré las condiciones
de la existencia social como, en la biología, traté la
organización bajo el rubro de la anatomía; y después
las leyes del movimiento social, como en la biología las
de la vida, bajo el rubro de la filosofía. Esta divi­
sión, necesaria para fines exploratorios, no debe ex­
tenderse más allá de este uso; y, como vimos en la
biología, esa distinción se vuelve más débil con el
avance de la cienciacomo veremos cuando la ciencia
de la física social se constituya plenamente, esta divi­
sión continuará existiendo para fines analíticos, pero
no como una separación real de la ciencia en dos
partes. Esta distinción no es entre dos clases de hechí s,
sino entre dos aspectos de la teoría. Esto corresponde

149
a la doble concepción del orden y del progreso, por­
que eí orden consiste (en un sentido positivo) en una
armonía permanente entre las condiciones de la exis­
tencia social; y el progreso consiste en el desarrollo
social; y las condiciones en un caso, y las leyes del
desarrollo en otro, constituyen la estática y la diná­
mica de la física social...

Estudio de la estática

El estudio de la estática de la sociología consiste en


investigar las leyes de la acción y la reacción de las
diferentes partes del sistema social, aparte, según la
ocasión, del movimiento fundamental que siempre está
modificándolas gradualmente. Según este punto de
vista, la previsión sociológica, fundada en el conoci­
miento general y exacto de estas relaciones, actúa al
juzgar mutuamente los varios indicios estáticos de
cada modo de la existencia social, de acuerdo con la
observación directa, exactamente como se hace diaria­
mente en la anatomía. Este punto de vista condena la
existente práctica filosófica de observar separadamen­
te los elementos sociales, como si tuvieran una exis­
tencia independiente; esto nos lleva a considerarlos
_en una relación mutua, y formando un todo que nos
obliga a tratarlos en forma combinada. Mediante este
método, no sólo obtenemos la única base posible para
el estudio del movimiento social, sino que obtenemos
una importante ayuda para la observación directa;
ya que muchos elementos sociales que no pueden in­
vestigarse mediante la observación inmediata pueden
estimarse mediante su relación científica con otros ya
conocidos...

150
El principió científico de la relación entre la con­
dición política y la social es sencillamente éste: siem­
pre debe haber una armonía espontánea entre el todo
y las partes del sistema social, cuyos elementos ine­
vitablemente deben, tarde o temprano, combinarse
de .un modo totalmente acorde con su naturaleza. Es
evidente que no sólo las instituciones políticas y las
costumbres sociales por una parte, y las costumbres
y las ideas por la otra, deben estar siempre mutua­
mente conectadas; pero, además, este conjunto consol
lidado siempre debe estar conectado, por su naturaleza
con el estado correspondiente del desarrollo integral
de la humanidad, considerado en todos sus aspectos, de
su actividad intelectual, moral y física; y el único
objeto de cualquier sistema político, temporal o espi­
ritual, es regular la expansión espontánea para diri­
girla mejor hacia su fin determinado. Aun durante los
periodos revolucionarios, cuando la armonía parece
muy lejos de poder realizarse debidamente, aún existe,
porque sin ésta habría una disolución total del organis­
mo social. Durante esas épocas excepcionales, el ré­
gimen político está, a la larga, en armonía con el
estado correspondiente de la civilización, ya que los dis­
turbios que se manifiestan en uno provienen de los
desarreglos equivalentes en el otro. Se puede observar
que cuando la teoría popular le atribuye al legislador
el poder permanente de infringir la armonía de la
que estamos hablando, supone que él tiene suficiente
autoridad. Pero todo poder social, ya se llame auto­
ridad o de cualquier otra manera, está constituido
por el asentimiento correspondiente, espontáneo o de­
liberado, explícito o implícito, de varias voluntades
individuales, decididas, a partir de ciertas convicción
nes previas, a concurrir en una acción común, de la

151
cual este poder es primero el órgano, y después del
regulador. Por ello, la autoridad se deriva del acuer­
do, y no el acuerdo de la autoridad (dejando a un
lado la reacción necesaria), así que ningún gran po­
der puede surgir si no es de la disposición vigorosa­
mente predominante de la sociedad en la que existe;
y cuando no hay un predominio vigoroso, estos pode­
res que existen son, por consiguiente, débiles; y cuanto
más extensa es la sociedad, más irresistible es esta
correspondencia. Por otra parte, no se puede negar
la influencia que, mediante una reacción necesaria, el
sistema político, como un todo, ejerce sobre el sistema
general de la civilización, y que tan a menudo se
muestra en la acción, por fortuna o desgracia, de las
instituciones, de las medidas, o de los sucesos pura­
mente políticos, hasta en el curso de las ciencias y
las artes, en todas las épocas de la sociedad, y en
especial en las más antiguas. No necesitamos insistir
en esto, porque nadie puede negarlo. El error común,
desde luego, es exagerar esto, ya que se coloca la
reacción antes que la acción primaria. Es evidente,
considerando su relación científica mutua, que ambas
concurren a crear ese acuerdo fundamental del orga­
nismo social que me propongo exponer de manera
breve, como el principio filosófico de la sociología
estática...
En resumen, nuestra tarea consiste en observar el
orden, ya que podemos perfeccionarlo, pero no crear­
lo, pues esto sería imposible. Desde un punto de vista
científico, este pensamiento clave de la interconexión
social universal se convierte en consecuencia y com­
plemento de una idea fundamental establecida, en
nuestro punto de vista de la biología, que es eminen­
temente propio del estudio de los cuerpos vivientes.

152
Esta idea de la interconexión no es peculiar de ese
estudio, sino necesariamente común de todos los fe­
nómenos; pero hay inmensas diferencias de intensidad
y variedad, y por consiguiente de importancia filosó­
fica. De hecho es cierto que dondequiera que hay
un sistema debe haber cierta interconexión...
Se desprende de este atributo que no puede haber
un estudio científico de la sociedad, ya sea de su con­
dición o de sus movimientos, si se divide en partes,
y si sus divisiones se estudian separadamente. Ya he
señalado esto, en relación con lo que se llama econo­
mía política. Los materiales pueden obtenerse median­
te la observación de los diferentes departamentos, y
esta observación puede ser necesaria para ese objetivó,
pero esto no puede llamarse ciencia. La división me­
tódica de los estudios que se efectúa en la ciencia
inorgánica simple es totalmente irracional en la re­
ciente y compleja ciencia de la sociedad, y puede no
tener resultados. Puede llegar un día en que cierto tipo
de subdivisión pueda ser practicable y deseable, pero
nos es imposible hoy día prever cuál puede ser el
principio de distribución, porque este principio debe
surgir del desarrollo de la ciencia, y ese desarrollo
sólo puede realizarse si elaboramos la totalidad de la
ciencia. El cuerpo completo indicará por sí mismo,
en el momento adecuado, los puntos particulares que
necesitan investigación, y después será el momento de
realizar ese estudio especial que puede necesitarse.
Si utilizamos cualquier otro método de actuación,
sólo nos encontraremos obstruidos con discusiones
especiales, mal instituidas, peor realizadas, y que sólo
logran impedir una ciencia real. No es fácil estudiar
los fenómenos sociales de la única manera correcta:
observando cada elemento a la luz de todo el sistema.

153
No es fácil, desde luego, ejercer esta vigilancia de tal
manera que no se pierda de vista ninguno de los as­
pectos contemporáneos. Pero este camino es el único
correcto...

El orden del estudio de la estática

Antes de entrar al tema de la dinámica social, seña­


laré que la interconexión destacada que hemos estado
considerando prescribe un procedimiento de los estu­
dios orgánicos diferente del adecuado para los estudios
inorgánicos. Los metafísicos pregonan el aforismo de
que siempre, en cualquier tipo de estudio, debemos
proceder de lo simple a lo compuesto; pero parece
más racional suponer que debemos seguir ese método
o el opuesto, el que pueda parecer más conveniente
para nuestra materia. No hay un mérito absoluto en
el método prescrito, aparte de su conveniencia. La
regla sería (probablemente hubo una época en que
las dos reglas eran una sola) que debemos avanzar de
lo más conocido a lo menos conocido. Hoy día, en las
ciencias inorgánicas, los elementos son mejor conoci­
dos para nosotros que el conjunto que constituyen,
así que en ese caso debemos proceder de lo simple
a lo compuesto. Pero el método inverso es necesario
en el estudio del hombre y de la sociedad; el conjunto
del hombre y la sociedad nos es mejor conocido, y
son sujetos de estudio más accesibles, que las partes
que los constituyen.
Al explorar el universo su totalidad nos es inaccesi­
ble; por el contrario, al investigar al hombre o la so­
ciedad, nuestra dificultad consiste en penetrar en los
detalles...

154
El estudio de la dinámica

Al pasar de la sociología estática a la dinámica, ob­


servaremos la concepción filosófica que gobierna nues­
tro estudio del movimiento de la sociedad. Una parte
de esta materia ya se ha estudiado, ya que las explica­
ciones hechas en relación con la estática han simplifi­
cado las principales dificultades de este caso. Y la
dinámica social será tan prominente en todo el resto
de esta obra, que puedo reducir a un ámbito muy pe­
queño lo que tengo que decir ahora bajo este rubro.
- Aunque el punto de vista estático de la sociedad es
la base de la sociología, el punto de vista dinámico
no es sólo el más interesante de los dos, sino el más
destacado por su carácter filosófico, porque se distin­
gue de la biología por el pensamiento clave del pro­
greso continuo, o más bien, del desarrollo gradual
de la humanidad. Si estuviera escribiendo un tratado
metódico sobre filosofía política, sería necesario que
ofreciera un análisis preliminar de los impulsos indivi­
duales que constituyen la fuerza progresista de la raza
humana, y referirlos a ese instinto que proviene de la
concurrencia de todas nuestras tendencias naturales,
y que impulsa al hombre a desarrollar toda su vida,
física, moral e intelectual, en la medida en que lo per­
miten sus circunstancias. Pero este punto de vista es
admitido por todos los filósofos ilustrados; por ello
debo proceder a considerar la sucesión continua del
desarrollo humano, en relación con toda la raza, como
si la humanidad fuera una sola. En beneficio de la
claridad, podemos aprovechar el artificio de Condor-
cet que consiste en suponer que hay una sola nación
a la que podemos referir todas las modificaciones so­
ciales consecutivas que realmente se atestiguan entre

155
los diversos pueblos. Esta ficción racional está más
cerca de la realidad de lo que estamos acostumbrados
a suponer; porque, desde un punto de vista político,
los verdaderos sucesores de este pueblo o de aquel
otro sin duda son los que, aprovechando y tomando
sus impulsos primitivos, han continuado su progreso
social, sin importar el suelo que habitan, ni aun la raza
de la que surgieron. En resumen, la continuidad polí­
tica regula la sucesión sociológica, aunque tener un
país común generalmente debe afectar esta continui­
dad en alto grado. Sin embargo, emplearé esta hipóte­
sis sólo como un mero artificio científico, basándome
en su utilidad manifiesta.

Continuidad social

El verdadero espíritu general de la dinámica social


consiste en concebir cada uno de estos estados sociales
consecutivos como un resultado necesario del anterior,
y como el impulso indispensable para el siguiente, se­
gún el axioma de Leibnitz: “El presente crece con el
futuro”. Según este punto de vista, el objetivo de la
ciencia es descubrir las leyes que gobiernan esta con­
tinuidad, y cuyo conjunto determina el curso del desa­
rrollo humano. En resumen, la dinámica social estudia
las leyes de la sucesión, y la estática social indaga las
de la coexistencia; por ello la primera se usa para ofre­
cer una teoría verdadera del progreso para la práctica
política, mientras que la segunda presta el mismo ser­
vicio en relación con el orden; y esta adaptabilidad
a las necesidades de la sociedad moderna es una vigo­
rosa confirmación del carácter filosófico de esta com­
binación. .. ,

156
Se produce por las leyes naturales

Si la existencia de las leyes sociológicas se ha estable­


cido en el caso más difícil e incierto de la condición
estática, podemos suponer que no se cuestionará en
la provincia de la dinámica. ..
Ahora bien, en cualquiera de estos aspectos que
consideramos, como un todo, el movimiento de la
humanidad, desde los periodos más antiguos hasta
nuestros días, encontraremos que los diversos pasos
están conectados en un orden determinado; como ve­
remos más adelante, cuando investiguemos las leyes
de esta sucesión. Sólo necesito referirme aquí a la evo­
lución intelectual, que es la más clara e incuestionable
de todas, que ha sido la menos obstruida y la más
avanzada de todas, y por consiguiente por lo general
se ha tomado como guía. La parte principal de esta
evolución, y que ha influido más en el progreso gene­
ral, sin duda es el desarrollo del espíritu científico,
desde los trabajos primitivos de los filósofos como Ta­
les y Pitágoras hasta los de hombres como Lagrange
y Bichat. Ahora bien, ningún hombre culto puede
dudar de que, en esta prolongada sucesión de esfuer­
zos y descubrimientos, la mente humana ha seguido un
curso determinado, cuyo conocimiento preliminar y
exacto podría haber permitido a una razón cultivada
prever el progreso propio de cada periodo. Aunque
las consideraciones históricas citadas en mi volumen
anterior eran sólo incidentales, cualquiera puede re­
conocer en ellas ejemplos numerosos e indiscutibles
de esta sucesión necesaria, quizá más compleja, pero
no más arbitraria que cualquier ley natural, ya sea en
relación con el desarrollo de cada ciencia separada,
o con la influencia mutua de las diferentes ramas de

157
la filosofía natural. De acuerdo con los principios esta­
blecidos al comienzo de esta obra, ya que hemos visto
en varios ejemplos notables, que el principal progreso
de cada periodo, y hasta de cada generación, fue un
resultado necesario del estado precedente inmediato;
por ello los genios, a los que este progreso se les ha
atribuido exclusivamente, esencialmente sólo son los ór­
ganos propios de un movimiento predeterminado, que,
en su ausencia, habría encontrado otras salidas. En­
contramos una verificación de esto en la historia, que
muestra que varios hombres eminentes estaban prepa­
rados para hacer el mismo gran descubrimiento en la
misma época, aunque el descubrimiento sólo requería
un órgano. Todas las partes de la evolución humana
admiten observaciones análogas, como veremos luego,
aunque más complejas y menos obvias que las que
acabo de citar...

La idea de la perfectibilidad humana

Esto no se relaciona con la controversia metafísica


sobre la felicidad absoluta del hombre en diferentes
estadios de la civilización. Ya que la felicidad de todo
hombre depende de la armonía entre el desarrollo de
sus diversas facultades y de todo el sistema de circuns­
tancias que gobiernan su vida; y ya que, por otra
parte, este equilibrio siempre se establece espontánea­
mente hasta cierto grado, es imposible comparar de
una manera positiva, ya sea por el sentimiento o la
razón, el bienestar individual que pertenece a las situa­
ciones sociales que nc^ pueden compararse directamen­
te; por ello la cuestión de la felicidad de los diferentes
organismos animales, o de sus dos sexos, es impractica­

158
ble e ininteligible. La única cuestión, por consiguiente,
es la del afecto de la evolución social que es tan inne­
gable que todos la admiten como la base de la indaga­
ción. El único terreno de discusión es si el desarrollo y
la mejoría (en el aspecto teórico y en el práctico) son
uno solo; si el desarrollo es acompañado necesariamen­
te por la correspondiente mejoría, o progreso, adecua­
damente llamado así. Me parece que la mejoría es tan
incuestionable como el desarrollo del que proviene,
siempre que la consideremos sujeta, como el desarro­
llo mismo, a los límites, en general y en especial, que
prescribe la ciencia./Esta idea quimérica de la perfec­
tibilidad ilimitada, por lo tanto, se excluye de inme­
diato. Considerando a la raza humana en su conjunto,
y no a un pueblo, parece que el desarrollo humano
produce, de dos maneras, una mejoría creciente, pri­
mero, en la condición radical del hombre, que nadie
discute; y después, en sus facultades correspondientes,
que es un aspecto mucho menos estudiado. . .
Apegándonos a nuestro punto de vista relativo, que
se opone al absoluto, debemos concluir que el estado
social, considerado en su totalidad, ha sido tan per­
fecto, en cada periodo, como lo ha permitido la con­
dición coexistente de la humanidad y de su medio
ambiente. Sin este punto de vista, la historia sería
incomprensible; y el punto de vista relativo es tan
indispensable en relación con el progreso, como, al
considerar la estática social, lo vimos en relación con
el ordenj..

Los fenómenos sociales modificadles

Debemos observar, en primer lugar, que los fenómenos


sociales pueden, por su complejidad, modificarse más

159
fácilmente que otros, de acuerdo con la ley que fue
establecida en ese sentido en mi primer volumen. Por
ello, los límites de las variaciones son más amplios
en relación con la ley sociológica que con cualquier
otra. Si la intervención humana conserva el mismo
rango proporcionado entre las influencias modificado­
ras como es natural suponer al principio, su influencia
debe ser más considerable en el primer caso que en
cualquier otro, a pesar de todas las apariencias que
lo niegan. Éste es el primer fundamento científico de
todas las esperanzas racionales de una reforma siste­
mática de la humanidad, y sobre esta base las ilusiones
de este tipo sin duda parecen más excusables que en
cualquier otra materia. Pero aunque las modificacio­
nes, por todas las causas, son mayores en el caso de
la política que en el de los fenómenos más simples,
sin embargo sólo pueden ser modificaciones, esto es,
siempre estarán sujetas a las leyes fundamentales, ya
sean estáticas o dinámicas, que regulan la armonía
de los elementos sociales, y la filiación de sus varia­
ciones sucesivas. No hay una influencia perturbadora,
exterior o humana, que pueda hacer que los elementos
incompatibles coexistan en el sistema político, ni cam­
biar las leyes naturales del desarrollo de la humanidad.
La preponderancia gradual e inevitable de las influen­
cias continuas, aunque al principio su poder puede ser
imperceptible, hoy día se admite en todos los fenóme­
nos naturales, y debe aplicarse a los fenómenos socia­
les, cuando el mismo método de filosofar se aplica a
éstos. ¿Qué modificaciones pueden sufrir el organis­
mo social y la vida social, si nada puede alterar las
leyes de la armonía o de la sucesión? La respuesta es
que las modificaciones actúan sobre la intensidad y
el funcionamiento secundario de los fenómenos, pero

160
sin afectar su naturaleza o su filiación. Suponer que
podrían hacerlo, sería exaltar las causas perturbadoras
sobre las fundamentales, y se destruiría toda la econo­
mía de las leyes. En el sistema político este principio
de la filosofía positiva muestra que, desde el punto de
vista de la estática, cualquier posible variación sólo
puede afectar la intensidad de las diferentes tendencias
que pertenecen a cada situación social, sin que de nin­
guna manera estorben o produzcan, o, en pocas pa­
labras, cambien la naturaleza de estas tendencias, y,
de la misma manera, desde el punto de vista de la
dinámica, el progreso de la raza debe considerarse
susceptible de modificación sólo en relación a su ve­
locidad, y sin que haya ningún retroceso en el orden
del desarrollo, ni se omita ningún intervalo importan­
te. Estas variaciones son análogas a las del organismo
animal, pero con la diferencia de que en la sociología
son más complejas; y, como vimos, los límites de la
variación aún no se establecen en la biología, y no se­
ría de esperarse que la sociología estuviera más avan­
zada. Pero todo lo que deseamos aquí es obtener una
idea del espíritu general de la ley, en relación con la
estática y la dinámica sociales; y si lo vemos desde
ambos puntos de vista, me parece imposible cuestio­
nar su verdad. En el orden intelectual de los fenóme­
nos, por ejemplo, no hay influencia accidental, ni una
superioridad individual, que pueda transferir a otro pe­
riodo los descubrimientos reservados para una época
posterior, en el curso natural de la mente humana; ni
puede darse el caso contrario de que esto se posponga.
La historia de las ciencias resuelve la cuestión de la
estrecha dependencia que tienen los genios más emi­
nentes del estado contemporáneo de la mente humana;
y esto sobre todo es notable en relación con la mejoría

161
de los métodos de investigación, ya sea por medio del
razonamiento o de la experimentación. Lo mismo su­
cede en relación con las artes, y especialmente en cual­
quiera que dependa de los medios mecánicos para
sustituir la acción humana. Y no hay, en realidad, ra­
zón para dudar en el caso del desarrollo moral, cuyo
carácter sin duda es determinado, en cada periodo,
por el estado correspondiente de la evolución social, sin
importar las modificaciones causadas por la educación
o la organización individual. Cada uno de los modos
principales de la existencia social determina por sí
mismo un determinado sistema de moral y de costum­
bres, cuyo aspecto común se reconoce fácilmente en
todos los individuos, en sus diferentes características;
por ejemplo, hay una situación de la vida humana en
la que las mejores naturalezas individuales adquieren
el hábito de la ferocidad, del que fácilmente se eman­
cipan las naturalezas muy inferiores, cuando están en
una situación mejor de la sociedad. El caso es el mis­
mo, en un panorama político, como nuestro análisis
histórico lo mostrará más adelante. En realidad, si re­
visáramos todos los hechos y los pensamientos que
establecen la existencia de los límites de la variación,
cuyo principio acabo de establecer, nos encontraría­
mos reproduciendo en sucesión todas las pruebas del
sometimiento de los fenómenos sociales a leyes inva­
riables, porque el principio no es ni más ni menos que
una aplicación estricta de la concepción filosófica.

El orden de las influencias modificadoras

No podemos extendernos sobre el segundo rubro, esto


es, la clasificación de las influencias modificadoras de

162
acuerdo con su importancia respectiva. Si esta clasifi­
cación aún no se ha realizado en la biología, sería pre­
maturo intentarla en la ciencia social. Por ello, aun­
que me parece que las tres causas principales de la
variación social son resultado, primero, de la raza,
segundo, del clima, tercero, de la acción política en
toda su extensión científica, esto no contestaría nues­
tros presentes propósitos de indagar aquí si este orden
o aquel otro es el orden real de su importancia. Las
influencias políticas son las únicas realmente accesibles
a nuestra intervención, y la atención general debe
dirigirse hacia ese rubro, aunque teniendo gran cuida­
do de evitar la conclusión de que esta clase de influen­
cia debe ser la más importante, porque es la que nos
interesa más inmediatamente. Se debe a ilusiones como
ésta que los observadores que se creen emancipados
de los antiguos prejuicios no puedan obtener un co­
nocimiento sociológico, porque exageran enormemen­
te el poder de la acción política. Ya que las operacio­
nes políticas, temporales o espirituales, no pueden
tener una eficacia social sino en la medida en que
están de acuerdo con las tendencias correspondientes
de la mente humana, se supone que han producido lo
que en realidad es ocasionado por una evolución es­
pontánea, que es menos conspicua, y fácilmente se pasa
por alto. Este error proviene de descuidar numerosos
y notables casos en la historia, en que la autoridad
política más prodigiosa no ha dejado huellas durade­
ras de su desarrollo firme, porque se movió en una
dirección contraria a la civilización moderna, como
en los ejemplos de Juliano, Felipe II, Napoleón Bo-
naparte, etc. Los casos contrarios, desafortunadamente
muy pocos, son aún más decisivos; los casos en que
la acción política, sostenida por una autoridad igual­

163
mente poderosa, fracasó en la busca de mejoras pre­
maturas, aunque de acuerdo con el movimiento social
de esa época. La historia intelectual, igual que la po­
lítica, ofrece abundantes ejemplos de este tipo. Fer-
guson señaló razonablemente que hasta la acción de
una nación sobre otra, ya fuera por la conquista o
de otra manera, aunque es la más intensa de todas
las fuerzas sociales, sólo puede lograr modificaciones
que están de acuerdo con las tendencias existentes; por
ello, de hecho, la acción sólo acelera o extiende un
desarrollo que se habría efectuado sin ésta. En la po­
lítica, como en la ciencia, la oportunidad siempre es
la principal condición de todas las influencias grandes y
durables, sin importar el valor personal del hombre
superior al que la multitud le atribuye la acción social
de la que él solo es el órgano afortunado. El poder
del individuo sobre la raza está sometido a estos lí­
mites generales, aun cuando los efectos, para bien
) para mal, sean muy fáciles de producir. En una épo-
:a revolucionaria, por ejemplo, los que se sienten
orgullosos de haber despertado pasiones anárquicas
en sus contemporáneos no advierten que sus triunfos
mezquinos se deben a la disposición espontánea, de­
terminada por el conjunto del correspondiente estado
social, que ha producido un relajamiento provisional
y parcial de la armonía general. En cuanto al resto,
se ha indagado que hay límites de variación entre los
fenómenos sociales, y las modificaciones dependen de
la acción política sistemática; y del principio científico
hoy día conocido que describe estas modificaciones;
la influencia y el campo de ese principio deben deter­
minarse en cada caso mediante el desarrollo directo
de la ciencia social, aplicada a la apreciación del es­
tado correspondiente de las circunstancias. Con estas

164
estimaciones, realizadas empíricamente, los hombres
de genio han sido guiados en toda acción grande y
profunda que afecta a la humanidad de una manera
o de otra; y sólo así han podido rectificar, de una ma­
nera tosca, las sugerencias ilusorias de las doctrinas
irracionales en las que se educaron. En todas partes,
como he dicho a menudo, prever es la verdadera fuen­
te de la acción.
Los hábitos intelectuales incorrectos que aún preva­
lecen en la filosofía política pueden causar la apren­
sión de que, de acuerdo con las consideraciones que
ya he presentado, la nueva ciencia de la física social
pueda hacer que sólo observemos los sucesos huma­
nos, excluyendo toda intervención continua. Sin em­
bargo, es indudable que, aunque se han disipado todas
las ilusiones ambiciosas sobre la acción indefinida del
hombre sobre la civilización, el principio de los lími­
tes racionales para la acción política establece, de una
manera muy exacta e incuestionable, el verdadero pun­
to de contacto entre la teoría y la práctica sociales.
Sólo con este principio el arte de la política puede
asumir un carácter sistemático, por su liberación de
los principios arbitrarios que están mezclados con las
ideas empíricas. Sólo así el arte de la política puede
avanzar igual que lo ha hecho el arte de la medicina;
los dos casos son muy análogos. Así como la inter­
vención política puede' no ser eficaz a menos que se
apoye en las tendencias correspondientes del organis­
mo o la vida .políticos, para ayudar a su desarrollo
espontáneo, es absolutamente necesario comprender la
naturaleza de las leyes de la armonía y la sucesión
que determinan, en todo periodo, y en todos los as­
pectos sociales, lo que la evolución humana está pre­
parada a producir, señalando, al mismo tiempo, los

165
principales obstáculos que pueden eliminarse. Sería
exagerar el alcance de este arte suponer que es capaz
de obviar, en todos los casos, los disturbios violentos
ocasionados por los impedimentos a la evolución na­
tural. En el organismo social altamente complejo, las
enfermedades y las crisis son necesariamente aun más
inevitables que en el organismo del individuo. Pero,
aunque la ciencia es impotente en ese momento entre
el violento desorden y la extravagancia, puede paliar
y reducir la crisis, comprendiendo su carácter y pre­
viendo sus resultados, e interviniendo más o menos
cuando es posible. Aquí, como en otros casos, y más
que en otros casos, la tarea de la ciencia es, no go­
bernar, sino modificar los fenómenos, y para hacer
esto, es necesario comprender sus leyes.
Veamos, pues, cuál es la función de la ciencia so­
cial. Sin alabar o condenar los hechos políticos, la
ciencia los considera sujetos de observación; contempla
cada fenómeno en su armonía con los fenómenos co­
existentes, y en su conexión con el estado anterior y
el posterior del desarrollo humano; se esfuerza por
descubrir, desde ambos puntos de vista, las relaciones
generales que conectan todos los fenómenos sociales;
y cada uno de ellos es explicado, en el sentido cientí­
fico de la palabra, cuando se ha conectado con toda
la situación existente, y con todo el movimiento pre­
cedente. Al favorecer el sentimiento social en su grado
más alto, esta ciencia cumple la famosa sugerencia
de Pascal, al presentar a toda la raza humana, pasada,
presente y futura, como una unidad social vasta y eter­
na, cuyos diferentes órganos, individuales y nacionales,
concurren, en diversos modos y grados, en la evolu­
ción de la humanidad. Guiándonos, como cualquier
otra ciencia, con tanta exactitud como lo permite la

166
extremada complejidad de sus fenómenos, a una pre­
visión sistemática de los sucesos que deben resultar
de una situación dada o de un conjunto dado de an­
tecedentes, la ciencia política informa al arte de la
política, no sólo en relación con las tendencias que
deberían apoyarse, sino sobre los medios principales
que deben emplearse, para evitar toda acción inútil
o efímera, y por consiguiente peligrosa; en resumen,
todo desperdicio de cualquier tipo de fuerza social.

Los medios de investigación

Este examen del espíritu general de la filosofía políti­


ca ha sido mucho más difícil que el mismo proceso
en cualquier otra ciencia establecida. Ahora que he­
mos dado este paso, el siguiente es examinar, de acuer­
do con mi método usual, los medios de investigación
propios de la ciencia social. En virtud de una ley
antes reconocida, podemos esperar encontrar en la
sociología un sistema de recursos más variado y de­
sarrollado que en cualquier otra, en proporción con
la complejidad de los fenómenos, aunque esta exten­
sión de los medios no compensa la creciente imper­
fección que surge de la complejidad. La extensión de
los medios también es más difícil de verificar que
en el caso anterior, debido a la novedad de la materia;
y no puedo esperar que este bosquejo que debo pre­
sentar aquí causará tanta confianza como cuando una
investigación completa de la ciencia haya confirmado
lo que ahora ofrezco.
Ya que la física social ocupa un lugar en la jerar­
quía de las ciencias después de todas las demás, y que
por consiguiente depende de éstas, sus medios de in­

167
vestigación deben ser de dos tipos: los que son pecu­
liares por sí mismos, y que pueden llamarse directos,
y los que surgen de la conexión de la sociología con
las otras ciencias; y estos últimos, aunque indirectos,
son tan indispensables como los primeros. Primero
revisaré las fuentes directas de la ciencia.

Los medios directos

Aquí, como en todos los otros casos, hay tres méto­


dos para actuar: la observación, la experimentación
y la comparación.

La observación

Prevalecen ideas en la actualidad muy imperfectas y


hasta viciosas de lo que puede ser la observación y de
lo que puede lograr en la ciencia social. El estado
caótico de la doctrina durante el último siglo se ha
extendido al método; y por nuestra desorganización
intelectual, han aumentado las dificultades; los mé­
todos preventivos, experimentales y racionales, se han
desprestigiado, y hasta la posibilidad de obtener un
conocimiento social mediante la observación se ha ne­
gado dogmáticamente; pero si los sofismas que se apli­
can a este tema fueran verdaderos, destruirían la cer­
tidumbre, no sólo de la ciencia social, sino de las más
simples y perfectas que se han establecido antes. La
base de la duda señalada es la incertidumbre del testi­
monio humano; pero todas las ciencias, hasta las más
simples, requieren pruebas de testimonios; esto es, en la
elaboración de las teorías más positivas, tenemos que
admitir observaciones que no podrían hacerse directa­

168
mente, ni aun repetirse, de los que las han usado, y
cuya realidad se apoya sólo en el testimonio fiel de
los investigadores originales; nada puede impedir el
uso de estas pruebas, de acuerdo con las observaciones
inmediatas. En la astronomía, este método es obvia­
mente necesario; lo es también, aunque menos ob­
viamente necesario, hasta en las matemáticas; y, desde
luego, es mucho más evidente en el caso de las cien­
cias más complejas. ¿Cómo podría pasar una ciencia
de su primera etapa, cómo podría haber una organiza­
ción del trabajo intelectual, aun si la investigación
fuera limitada al máximo, si todos rechazaran todas
las observaciones menos las suyas? Los partidarios
más resueltos del escepticismo histórico no se atreven
a apoyar esto. Sólo en el caso de los fenómenos socia­
les se propone esta paradoja; y se usa allí porque es
una de las armas del arsenal filosófico que la doctrina
metafísica revolucionaria construyó para el derroca­
miento intelectual del antiguo sistema político.
El siguiente gran obstáculo para usar la observación
es el empirismo que ha sido introducido por los que,
en nombre de la imparcialidad, prohibirían el uso de
cualquier teoría. Ningún dogma lógico podría ser más
totalmente irreconciliable con el espíritu de la filoso­
fía positiva, o con su carácter especial en el estudio
de los fenómenos sociales, que éste. Ninguna observa­
ción real de cualquier tipo de fenómenos es posible,
excepto en la medida en que es dirigida primero, y
finalmente interpretada, por alguna teoría; y fue esta
necesidad lógica la que, en la infancia de la razón
humana, ocasionó el surgimiento de la filosofía teo­
lógica, como veremos en el curso de nuestra investi­
gación histórica. La filosofía positiva no dispensa esta
obligación, sino que, al contrarío, la extiende y la cum-

169
pie cada vez más, cuanto más las relaciones de los
fenómenos se multiplican y se perfeccionan por ésta.
Por ello es evidente que, científicamente hablando,
toda observación aislada, empírica, es inútil, y hasta
radicalmente incierta; la ciencia sólo puede usar las
observaciones que están conectadas, por lo menos hi­
potéticamente, con alguna ley; esta conexión es la que
establece la principal diferencia entre la observación
popular y la científica, que abarca los mismos hechos,
pero que los contempla desde diferentes puntos de
vista; y esas observaciones empíricamente realizadas
pueden cuando mucho ofrecer materiales provisiona­
les, que generalmente deben sufrir una revisión ulte­
rior. El método racional de la observación se vuelve
más necesario en proporción a la complejidad de los
fenómenos, en los cuales el observador no sabría qué
buscar en los hechos que están ante sus ojos, si no
fuera por la guía de una teoría preliminar; y por ello
por la conexión de los hechos anteriores aprendemos
a ver los hechos que siguen. Esto es indiscutible en
relación con la investigación astronómica, física y quí­
mica, y en todas las ramas del estudio de la biología,
en que la buena observación de sus fenómenos alta­
mente complejos aún es muy rara, precisamente por­
que sus teorías positivas son muy imperfectas. Siguien­
do esta analogía, es evidente que en las divisiones
correspondientes, estáticas y dinámicas, de la ciencia
social, hay más necesidad que en ninguna otra parte
de teorías que científicamente conecten los hechos
que estén sucediendo con los que ya han sucedido; y
cuanto más reflexionemos, más claramente veremos
que en la medida en que los hechos conocidos estén
mutuamente conectados seremos-más capaces, no sólo
de estimar, sino de percibir, los que aún no se han

170
explorado. No ignoro la gran dificultad que presenta
este requisito en el establecimiento de la sociología
positiva, que nos obliga a hacer a la vez, por decirlo
así, observaciones y leyes, debido a su conexión in­
dispensable, lo que nos coloca en una especie de círcu­
lo vicioso, del que sólo podremos salir empleando al
principio materiales mal elaborados y doctrinas mal
concebidas. Veremos al final cómo se puede realizar
esta tarea tan difícil y delicada; pero, sin importar
cómo sea esto, es evidente que la ausencia de cual­
quier teoría positiva en la actualidad ofrece observa­
ciones sociales muy vagas e incoherentes. No faltan los
hechos, porque en este caso aun más que en otros,
los hechos del tipo más común son los más importan­
tes, sin importar lo que puedan pensar los coleccio­
nistas de anécdotas secretas; pero aunque son muy
abundantes, no podemos usarlos, ni aun darnos cuen­
ta de éstos, por falta de una guía especulativa para
examinarlos. La observación .estática de una multitud
de fenómenos no puede realizarse sin alguna idea,
aunque sea elemental, de las leyes de la interconexión
social; y los hechos dinámicos no pueden tener una
dirección fija si no están vinculados, por lo menos,
por medio de una hipótesis provisional, con las leyes
del desarrollo social. La filosofía positiva está muy
lejos de desalentar la erudición histórica o de cual­
quier otro tipo; pero las valiosas desveladas, hoy día
desperdiciadas en la obtención laboriosa de un cono­
cimiento consciente pero estéril, quizá podrán dedi­
carse al establecimiento de una verdadera ciencia
social, y al honor creciente de los pensadores serios
que están dedicados a esto. La nueva filosofía ofrecerá
temas nuevos y más nobles, pensamientos inesperados,
una meta más elevada, y por consiguiente una digni­

171
dad científica superior. Sólo descartó los trabajos que
no tienen objeto, principios ni carácter; como en la
física, no hay lugar para complicaciones de observa­
ciones empíricas; y al mismo tiempo, la filosofía le
hará justicia al celo de los estudiantes de la pasada
generación que, careciendo de la guía favorable que
gozamos hoy día, realizaron sus investigaciones histó­
ricas difíciles con una perseverancia instintiva, y a
pesar del desdén superficial de los filósofos de aque­
lla época. Sin duda el mismo peligro acompaña a la
investigación aquí y en otras partes, el peligro de que,
debido al continuo uso de las teorías científicas, el
observador a veces pueda pervertir los hechos, al su­
poner erróneamente que verifican sus prejuicios espe­
culativos mal fundados. Pero tenemos la misma defen­
sa aquí que en otras partes: la mayor extensión de la
ciencia; y esto no mejoraría recurriendo a los métodos
empíricos, lo que sólo sería abandonar las teorías
que pueden ser mal aplicadas, pero que siempre pue­
den rectificarse, por ideas imaginarias que no pueden
sustanciarse. Nuestra débil razón a menudo puede fra­
casar en la aplicación de las teorías positivas; pero
por lo menos nos transportan del dominio de la ima­
ginación al de la realidad, y nos exponen infinitamente
menos que cualquier otro tipo de doctrina al peligro
de ver en los hechos lo que no hay.
Hoy día es evidente que la ciencia social requiere,
más que ninguna otra, la subordinación de la obser­
vación a las leyes estáticas y dinámicas de los fenó­
menos. Ningún hecho social puede tener significado
científico hasta que se conecte con otro hecho social;
sin esta conexión continúa siendo una mera anécdota,
que no tiene utilidad racional. Esta condición aumen­
ta tanto la dificultad inmediata que los buenos obser­

172
vadores serán pocos al principio, pero abundarán más
que nunca cuando la ciencia se extienda; y aquí en­
contraremos otra confirmación de lo que dije al inicio
de este volumen: sólo las mentes mejor organizadas,
preparadas con el entrenamiento más racional, debe­
rían dedicarse a formar teorías sociales. Al ser expío-.
rados por estas mentes, de acuerdo con los puntos de
vista racionales de la coexistencia y la sucesión, los
fenómenos sociales sin duda admiten medios más va­
riados y extensos de investigación que los fenómenos
menos complejos. Según este punto de vista, no sólo
la inspección inmediata o la descripción directa de
los sucesos ofrecen medios útiles de exploración positi­
va, sino la consideración de las costumbres aparente­
mente insignificantes, la evaluación de varios tipos de
monumentos, el análisis y la comparación de los len­
guajes, y una multitud de otras fuentes. En resumen,
una mente convenientemente entrenada se vuelve ca­
paz mediante el ejercicio de convertir casi todas las
impresiones de los acontecimientos de la vida en indi­
cios sociológicos, cuando comprende la conexión de
todos los indicios con las principales ideas de la cien­
cia.
Ésta es una ventaja que ofrece la relación mutua de
los diversos aspectos de la sociedad, que en parte
puede compensar la dificultad causada por esa co­
nexión mutua; aunque esto vuelve la observación más
difícil, ofrece más medios para realizarla.

La^experjmentación

Podría suponerse de antemano que el segundo método


de investigación, la experimentación, debe ser total­

173
mente inaplicable en la ciencia social; pero descubri­
remos que la ciencia no está privada de este recurso,
aunque debe ser de valor inferior. Debemos recordar
(lo que se explicó antes), que hay dos tipos de experi­
mentación, la directa y la indirecta, y que no es nece­
sario para el carácter filosófico de este método que
las circunstancias de los fenómenos en cuestión sean,
como vulgarmente se supone en el mundo de la in­
vestigación, artificialmente instituidas. Ya sea un caso
natural o ficticio, la experimentación se realiza cuan­
do el curso regular de los fenómenos es interferido de
una manera determinada. La naturaleza espontánea
de la alteración no afecta el valor científico del caso, si
son conocidos los elementos. En este sentido la ex­
perimentación es posible en la sociología. Si la expe­
rimentación directa se ha vuelto demasiado difícil por
las complejidades de la biología, puede considerarse
imposible en la ciencia social. Cualquier disturbio ar­
tificial de cualquier elemento social debe afectar al
resto, de acuerdo con las leyes de la coexistencia y
la sucesión; y el experimento, por consiguiente, si pu­
diera realizarse se vería privado de todo valor cientí­
fico, debido a la imposibilidad de aislar las condiciones
o los resultados de los fenómenos. Pero vimos, en
nuestra investigación de biología, que los casos patoló­
gicos son el verdadero equivalente científico de la
experimentación pura, y por qué. Las mismas razones
se aplican, aun con más fuerza, a la investigación
sociológica. En ésta, el análisis patológico consiste en
examinar los casos, desgraciadamente demasiado co­
munes, en que las leyes naturales, ya sea de armonía
o de sucesión, se ven perturbadas por cualquier causa,
especial o general, accidental o transitoria, como en
las épocas revolucionarias especialmente, y sobre todo,

174
en nuestra época. Estos disturbios son, en el cuerpo
social, exactamente análogos a las enfermedades en
el organismo individual; y no dudo de que la analo­
gía será más evidente (tomando en cuenta la comple­
jidad desigual de los organismos) cuanto más profunda
sea la investigación. En ambos casos es, como dije
antes, un uso noble para nuestra razón, revelar las
leyes reales de nuestra naturaleza, individual o social,
mediante el análisis de sus sufrimientos. Pero si el
método funciona imperfectamente en relación con las
cuestiones biológicas, mucho más deficiente será en
relación con los fenómenos de la ciencia social, por
falta de conceptos racionales a los que debemos re­
ferirnos. Vemos que siempre se repiten los más desas­
trosos experimentos políticos, con sólo algunas modi­
ficaciones insignificantes e irracionales, aunque su
primera realización debería habernos convencido de la
evidente inutilidad y el peligro de los expedientes pro­
puestos.
Sin olvidar que se puede atribuir mucho a la influen­
cia de las pasiones humanas, debemos recordar que
la deficiencia de un análisis racional autorizado es
una de las principales causas de la esterilidad impu­
tada a los experimentos sociales, cuyo curso se volve­
ría mucho más instructivo si fuera debidamente ob­
servado.
Las grandes leyes naturales existen y actúan en todas
las condiciones del organismo, porque, como lo vimos
en el caso de la biología, es un error suponer que son
violadas o aplazadas en el caso de una enfermedad;
y por consiguiente estamos justificados en sacar nues­
tras conclusiones, con la debida precaución, del aná­
lisis científico de las perturbaciones que sufre la teoría
positiva de la existencia normal. Es la naturaleza y

175
el carácter de la experimentación indirecta lo que re­
vela la economía real del cuerpo social de una manera
más notable que como lo puede hacer la simple ob­
servación. Esto se aplica a todos los órdenes de la
investigación sociológica, ya se relacionen con lá exis­
tencia o con el movimiento, y considerados bajo cual­
quier aspecto, físico, intelectual, moral o político, y a
todos los grados de la evolución social, de la que,
desafortunadamente, las perturbaciones nunca se han
ausentado. En cuanto a su presente extensión, nadie
puede aventurarse a ofrecer una declaración, porque
nunca se ha aplicado debidamente en una investiga­
ción en la filosofía política, y sólo puede llegar a ser
habitual estableciendo la nueva ciencia que me estoy
esforzando por crear.
Pero no puedo omitir esta información, ya que es
uno de los medios de investigación adecuada para la
ciencia social.

La comparación

En cuanto al tercero de estos métodos, la compara­


ción, el lector debe tener presentes las explicaciones
ofrecidas, en nuestra investigación de la filosofía bio­
lógica, de las razones de por qué el método compa­
rativo debe predominar en todos los estudios en los
que los organismos vivientes son el tema, y muy espe­
cialmente, en proporción al rango del organismo. Las
mismas consideraciones se aplican en el presente caso,
en un grado más conspicuo, y puedo dejarle al lector
que haga esta aplicación y únicamente señalaré las
principales diferencias que distinguen el uso del mé­
todo comparativo dentro de las investigaciones socio­
lógicas.

176
La comparación con los animales inferiores

Es un desdén muy irracional el que nos hace objetar


todas las comparaciones entre la sociedad humana
y el estado social de los animales inferiores. Este or­
gullo poco filosófico surge de la prolongada influencia
de la filosofía teológico-metafísica, y será corregido
por la filosofía positiva, cuando podamos comprender
mejor y podamos estimar el estado social, por ejemplo,
de los órdenes superiores de los mamíferos. Hemos
visto qué importante es el estudio de la vida indivi­
dual, en relación con los fenómenos intelectuales y
morales, de los cuales los fenómenos sociales son el re­
sultado natural y el complemento. Hubo la misma ce­
guera ante la importancia del procedimiento en este
caso, como hoy día lo hay en el otro, y, como se ha ce­
dido en un caso, así se cederá en el otro. El princi­
pal defecto en el tipo de comparación sociológica
que deseamos hacer es que está limitada a la consi­
deración estática; en cambio la dinámica, en la actua­
lidad, predomina y es el sujeto directo de la ciencia.
La restricción que proviene del estado social de los
animales sólo es, aunque no tan estacionaria como
podemos suponer, susceptible de variaciones muy pe­
queñas, que de ninguna manera se comparan con el
progreso continuo de la humanidad en su época más
mala. Pero no hay duda de que la utilidad científica
de esta comparación, en el campo de la estática, donde
caracteriza las leyes elementales de la interconexión
social, al mostrar su acción en el más imperfecto es­
tado de la sociedad, y aun sugiere inducciones útiles
en relación con la sociedad humana. No puede haber
una evidencia más vigorosa del carácter natural de
las principales relaciones sociales, aunque alguna gen-
te imagina que puede transformarlas conforme a su
vóluntad.
Estos sofistas dejarán de considerar los grandes
vínculos de la familia humana como algo ficticio y arbi­
trario cuando descubren que existen, con las mismas
características esenciales, entre los animales, y más
conspicuamente, cuando más se aproximan los orga­
nismos al tipo humano. En resumen, en toda esa parte
de la sociología que es casi igual que la biología inte­
lectual y moral, o que la historia natural del hombre,
en todo lo que se relaciona con los primeros gérmenes
de las relaciones sociales, y con las primeras institucio­
nes que se fundaron mediante la unidad de la familia
o de la tribu, no sólo hay una gran ventaja científica,
sino una verdadera necesidad filosófica de emplear la
comparación racional de lo humano con las otras so­
ciedades animales.
Quizás hasta .podría ser deseable no limitar la com­
paración a las sociedades que presentan un carácter
de comparación voluntaria, a semejanza de las hu­
manas. Siempre deben clasificarse como muy impor­
tantes, pero el espíritu científico, extendido el pro­
ceso a su término lógico final,' podría encontrar cierta
ventaja en examinar esas asociaciones extrañas, propias
de los animales inferiores, en las que una coopera­
ción involuntaria proviene de una unión orgánica in­
disoluble, ya sea por adhesión simple o por continui­
dad real. Aunque la ciencia no se beneficia con esta
extensión, el método sí se beneficiaría. Y nada puede
compararse con esta comparación científica habitual
por el gran servicio que presta al eliminar el espíritu
absoluto.que es el principal vicio de la filosofía políti­
ca. Además, me parece que, desde un punto de vista
práctico, el orgullo insolente que induce a ciertos ran­

178
gos de la sociedad a suponer que son, en cierto aspecto,
de otra especie que el resto de la humanidad, es muy
afín al desdén irracional que repudia toda comparación
entre el humano y otra naturaleza animal. A pesar de
todo, estas consideraciones sólo se aplican al trata­
miento metódico y especial de la filosofía social. Aquí,
donde sólo puedo ofrecer la primera concepción de esta
ciencia, en la que deben prevalecer las consideraciones
dinámicas, es evidente que puedo usar muy poco este
tipo de comparación, y por esto es muy necesario seña­
larlo, ya que su omisión ocasionaría inconvenientes
científicos, como acabo de indicarlo. Los procedimien­
tos lógicos más comunes generalmente se caracterizan
tanto por su misma aplicación, que sólo se necesita
una naturaleza preliminar para el examen simple de
sus propiedades fundamentales.

La comparación de los estados coexistentes


de la sociedad

Para indicar el orden de importancia de las formas


de la sociedad que deben estudiarse mediante el mé­
todo comparativo, empezaré con el principal método,
que consiste en una comparación de los diversos es­
tados coexistentes de la sociedad humana en las dife­
rentes partes de la superficie de la Tierra, estados que
son completamente independientes unos de otros. Con
este método las diferentes etapas de la evolución.pue­
den observarse a la vez. Aunque el progreso es único
y uniforme, en relación con la totalidad.de la raza,
algunas poblaciones muy considerables y muy varia­
das, por causas poco comprendidas, han obtenido gra­
dos muy desiguales de desarrollo, por ello los anterio­

179
res estados de las naciones más civilizadas hoy día
pueden verse, con algunas diferencias parciales, entre
las poblaciones contemporáneas que habitan en diferen­
tes partes del planeta. En su relación con la observa­
ción, este tipo de comparación ofrece la ventaja de
poder aplicarse a la investigación estática y a la diná­
mica. verificar las leyes de ambas, y hasta ofrecer
ocasionalmente inducciones directas valiosas en rela­
ción con ambas. En segundo lugar, esto muestra todos
los grados posibles de la evolución social que pode­
mos observar de inmediato. Desde los infelices habi­
tantes de la Tierra del Fuego hasta las naciones más
avanzadas de Europa occidental, no hay un grado
social que rio exista en algún punto del planeta, y ge­
neralmente en localidades que están muy separadas.
En la parte histórica de este volumen, encontraremos
que algunas fases secundarias interesantes del desarro­
llo social, de las que la historia de la civilización no ha
dejado huellas perceptibles, sólo pueden conocerse me­
diante este método de estudio comparativo, y éstos
no son, como podría suponerse, los grados más bajos
de la evolución, que todo mundo admite que no pue­
den investigarse de otra manera. Y entre los grandes
aspectos históricos, hay numerosos estados interme­
dios que deben observarse así, si acaso puede hacerse.
Esta segunda parte del método comparativo verifica
los indicios ofrecidos por el análisis histórico, y llena
el vacío que éste deja, y nada puede ser más racional
que este método, ya que se apoya en el principio es­
tablecido de que el desarrollo de la mente humana es
uniforme en medio de toda la diversidad de climas,
y hasta de razas; estas diversidades sólo afectan la
tasa de progreso. Pero debemos cuidarnos de los pe­
ligros científicos que acompañan el proceso de compa­

180
ración por este método. Por ejemplo, éste no puede
darnos idea del orden de la sucesión, ya que presenta
todos los estados del desarrollo como coexistentes; por
ello, si el orden del desarrollo no se estableciera por
otros métodos, éste infaliblemente nos despistaría. Y si
no nos despistara en cuanto al orden, no hay nada en
este método que revele la filiación de los diferen­
tes sistemas de la sociedad, una cuestión en la que los
más distinguidos filósofos se han equivocado de va­
rias maneras y grados. Hay peligro de equivocarse en
las modificaciones en las fases primarias, como cuando
las diferencias sociales se han atribuido a la influencia
política del clima, en vez de a la desigualdad de la
evolución que es la causa real. Muy rara vez el error
se comete tomando el otro camino. Desde luego, no
hay nada en esta cuestión que pueda mostrar cuál de
los dos casos presenta la diversidad que se ha obser­
vado. Estamos én peligro de cometer el mismo error
en relación con las razas; ya que la comparación so­
ciológica se realiza entre pueblos de diferentes razas,
estamos expuestos a confundir los efectos de la raza y
ios del periodo social. El clima ofrece una tercera fuen­
te de interpretación de los fenómenos comparativos; a
veces está de acuerdo con las otras dos, y a veces las
contradice: y así se multiplican las probabilidades del
error, y se vuelve casi impracticable el análisis que
parece tan promisorio. Aquí creemos indispensable
tener presente la concepción positiva de la totalidad
del desarrollo humano. Sólo así nos libraremos de los
errores que he mencionado, y nos enriqueceremos
con los resultados genuinos del análisis. Vemos qué
absurdas Son en la teoría y qué peligrosas en la prác­
tica las ¡deas y las declaraciones de la escuela em­
pírica y de (os enemigos de la especulación social.

181
porque precisamente en proporción con su elevación
y generalidad las ideas de la filosofía social positiva
se vuelven reales y eficaces; toda ilusión e inutilidad
pertenece a los conceptos demasiado estrechos y dema­
siado especiales, en los departamentos de la ciencia o
del razonamiento. Pero es una consecuencia de las úl­
timas consideraciones que este primer bosquejo de la
ciencia sociológica, con los medios de investigación
que le pertenecen, se apoye de inmediato en el uso pri­
mario de un nuevo método de observación, que es tan
apropiado para la naturaleza de los fenómenos que
está exento de los peligros inherentes a los otros. Esta
última parte del método comparativo es el método his­
tórico, propiamente llamado así; y es la única base en
que puede apoyarse el sistema de la lógica política.

Comparación de los estados consecutivos. La compa­


ración histórica de los estados consecutivos de la hu­
manidad no es sólo el principal recurso científico de
la nueva filosofía política, sino que su desarrollo
racional constituye el substrato de la ciencia, en cual­
quier aspecto esencial de ella. Esto la distingue total­
mente de la ciencia biológica, como lo veremos luego.
El principio positivo de esta separación proviene de
la influencia necesaria de las generaciones humanas
sobre las generaciones que siguen, que se acumula
continuamente hasta que constituye la consideración
predominante en el estudio directo del desarrollo social.
En la medida en que no es reconocido directamente
este predominio, el estudio positivo de la'humanidad
debe parecer una prolongación simple de la historia
natural del hombre, pero este carácter científico, bas­
tante conveniente para las más antiguas generaciones,
desaparece en el curso de la evolución social, y a la

182
larga presenta un aspecto totalmente nuevo, adecuado
para la ciencia sociológica, en la que las consideracio­
nes históricas son de importancia inmediata. Y este
uso preponderante del método histórico le da su ca­
rácter filosófico a la sociología en el sentido lógico, y
también en el científico. Mediante la creación de este
nuevo departamento del método comparativo, la so­
ciología le confiere un beneficio a toda la filosofía
natural, porque el método positivo así se completa y
se perfecciona, de una manera que, por su importancia
científica, está casi más allá de nuestra estimación.
Lo que ahora podemos comprender es que el método
histórico verifica y aplica, de la manera más amplia,
la principal cualidad de la ciencia sociológica: ir del
todo a las partes. Sin esta condición permanente del es­
tudio social, todo el trabajo histórico degeneraría en
una mera compilación de materiales provisionales. Ya
que en su desarrollo especialmente los diversos ele­
mentos sociales están interconectados y son insepara­
bles, es evidente que cualquier filiación parcial debe
ser esencialmente falsa. ¿Para qué sirve, por ejemplo,
cualquier historia exclusiva de cualquier ciencia o arte,
a menos que se le dé un sentido conectándola antes
con el estudio del progreso humano general? Sucede
lo mismo en todos los campos, y especialmente en re­
lación con la historia política, como se le llama, ¡como
si la historia pudiera ser otra cosa que no fuera más
o menos política! La tendencia prevaleciente a la es­
pecialidad en el estudio reduciría la historia a una
mera acumulación de bosquejos sin conexión, en la
que toda la idea de la verdadera filiación de los suce­
sos se perdería en medio de una masa de descripciones
confusas. Si se desea que las comparaciones históricas
de los periodos diferentes de la civilización tengan un

183
carácter científico, deben referirse a la evolución so­
cial general, y sólo así podemos obtener las ideas
orientadoras que deben dirigir los estudios especiales.
En la práctica, es evidente que el predominio del
método histórico tiende a desarrollar el sentimiento
social, al darnos un interés inmediato en las experien­
cias más antiguas de nuestra raza, a través de la in­
fluencia que ejercieron sobre la evolución de nuestra
civilización. Como Condorcet señaló, ningún hombre
culto puede pensar en las batallas de Maratón y Sala-
mina sin percibir la importancia que tuvieron sus con­
secuencias a Ja larga para la raza. Este tipo de senti­
miento debería, cuando estamos tratando con la ciencia,
distinguirse cuidadosamente de la simpatía que des­
piertan todos los bosquejos de la vida humana, en la
ficción y en la historia. El sentimiento al que me re­
fiero es más profundo, porque es de tipo personal, y
más reflexivo, porque proviene d.e la convicción cien­
tífica. No puede ser estimulado por la historia popular,
en su forma descriptiva, sino sólo por la historia posi­
tiva, considerada como una verdadera ciencia, y que
muestra los sucesos de la experiencia humana en series
coordinadas que manifiestan sus conexiones graduadas.
Esta nueva forma del sentimiento social al principio
debe ser el privilegio de unos cuantos elegidos, pero
se extenderá, con su fuerza algo debilitada, a toda la
sociedad, en la medida en que los resultados generales
de la física social lleguen a ser suficientemente popu­
lares. Esto plasmará la idea más obvia y elemental de
la conexión habitual entre los individuos y las naciones
contemporáneas, al mostrar que las generaciones suce­
sivas concurren a una meta última, que requiere la par­
ticipación decidida de cada uno y de todos los hombres.
Esta tendencia racional a considerar a los hombres de

184
todos los tiempos compañeros de trabajo es únicamen­
te visible en el caso de las ciencias más avanzadas.
Mediante el predominio filosófico del método histórico,
esto se extenderá a todos los aspectos de la vida hu­
mana, ya que alienta, en un temperamento reflexivo,
ese respeto por nuestros antepasados que es indispen­
sable para un estado social sólido y que está profun­
damente perturbado en la actualidad por la filosofía
metafísica.
En cuanto al curso que debe seguir este método, me
parece que su espíritu consiste en el uso racional de
las series sociales, esto es, en una estimación sucesiva
de los diferentes estados de la humanidad que mos­
trarán el desarrollo de cada tendencia, física, intelec­
tual, moral o política, en combinación con la declina­
ción de la tendencia opuesta, por ello podemos obtener
una previsión científica del ascenso definitivo de una
y la extinción de la otra, teniendo cuidado de sacar
nuestras conclusiones de acuerdo con las leyes del
desarrollo humano. Así se puede obtener una consi­
derable exactitud en la previsión, en cualquier perio­
do determinado, y con los puntos de vista particulares,
ya que el análisis histórico indicará la dirección de las
modificaciones, hasta en las épocas más perturbadas. Y
vale la pena señalar que la previsión estará más cerca
de la verdad en la proporción en que los fenómenos en
cuestión sean más importantes y generales, porque las
causas continuas predominan en el movimiento social,
y los disturbios son menos poderosos. A partir de estos
primeros aspectos generales, la misma certidumbre ra­
cional puede extenderse a los aspectos secundarios y
especiales, a través de sus relaciones estáticas con los
primeros, y así podemos obtener conclusiones suficien­
temente exactas para aplicar los principios.

185
Si deseamos familiarizarnos con este método histó­
rico, debemos emplearlo primero en el pasado, esfor­
zándonos por deducir cada situación histórica bien
conocida de toda la serie de sus antecedentes. En toda
ciencia tenemos que aprender a predecir el pasado,
por decirlo así, antes de que podamos predecir el futu­
ro, porque el primer uso de las relaciones observadas
en los hechos realizados es enseñarnos mediante la
sucesión anterior cuál será la sucesión futura. Ningún
examen de los hechos puede explicar nuestro estado
existente, si no hemos averiguado, mediante el estudio
histórico, el valor de los elementos que están en jue­
go, y por ello es inútil que el estadista insista en la
necesidad de la observación política, mientras que no
observe más que el presente, o un pasado muy recien­
te. El presente es, por sí mismo, muy engañoso, ya
que es imposible evitar confundir los hechos princi­
pales con los secundarios, exaltar las manifestacio­
nes transitorias conspicuas sobre las tendencias funda­
mentales, que por lo general son muy tranquilas; y so­
bre todo, suponer que están en ascenso los poderes,
instituciones y doctrinas que, de hecho, están en decli­
nación. .Es evidente que el único remedio adecuado de
todo esto es comprender filosóficamente el pasado;
que la comparación no puede ser decisiva a menos que
abarque todo el pasado, y que cuanto más pronto nos
detengamos, en nuestro viaje en la perspectiva del
tiempo, tanto más graves serán los errores que come- .
tamos. Vemos que los estadistas no van sino hasta
el siglo pasado, para obtener una explicación de la
confusión que estamos viviendo; el más abstracto
de los políticos puede considerar el siglo anterior, .pero
los filósofos mismos difícilmente se aventuran más
allá del siglo xvi; así que los que se esfuerzan por en­

186
contrar los resultados del periodo revolucionario real­
mente no tienen un concepto de éste en su totalidad,
aunque esa totalidad en sí sólo es una fase transitoria
del movimiento social general.
Sin embargo, los métodos más perfectos pueden re­
sultar decepcionantes por el mal uso, y esto debe te­
nerse presente. Hemos visto que el análisis matemático
puede inducirnos engañosamente a sustituir los signos
por ideas, y que oculta el vacío de los conceptos bajo
una palabrería imponente. La dificultad en el caso del
método histórico en la sociología es aplicarlo, debido
a la extremada complejidad de los materiales que de­
bemos manejar. Excepto por esto, el método sería en­
teramente seguro. El principal peligro es suponer una
continua disminución que' indica una extinción de­
finitiva o a la inversa; como en las matemáticas es un
sofisma común confundir las variaciones más o menos
continuas con las variaciones ilimitadas. Ofreceré un
ejemplo muy notable y extraño: si consideramos la
parte del desarrollo social que se relaciona con la ali­
mentación humana, no podemos dejar de observar que
los hombres comen menos a medida que avanzan en la
civilización. Si comparamos a los pueblos salvajes con
los más civilizados, en los poemas homéricos o en las
narraciones de los viajeros, o comparamos la vida del
campo con la de la ciudad, o cualquier generación
con la anterior, descubriremos este curioso resultado,
cuya ley sociológica examinaremos más tarde. Las le­
yes de la naturaleza humana individual contribuyen
en el resultado al volver más preponderantes los actos
intelectuales y morales a medida que el hombre se
vuelve más civilizado. Esto se ha establecido, por la vía
experimental y por la lógica. Sin embargo, nadie su­
pone que los hombres en último término dejarán de

187
comer. En este caso, el absurdo nos salva de una conclu­
sión falsa; pero en otros casos, la complejidad disfraza
muchos errores en la experimentación y en el razona­
miento. En el ejemplo anterior, debemos recurrir a las
leyes de nuestra naturaleza para verificar lo que, con­
sideradas en conjunto, aportan a nuestro análisis socio­
lógico. Ya que los fenómenos sociales, en su conjunto,
son sencillamente un desarrollo de la humanidad, sin
ninguna creación real de facultades, todas las mani­
festaciones sociales deben encontrarse, aunque sólo sea
en su germen, en el tipo primitivo que la biología
construyó anticipadamente para la sociología. Por ello
toda ley de la sucesión social revelada por el método
histórico debe estar conectada incuestionablemente, di­
recta o indirectamente, con la teoría positiva de la na­
turaleza humana; y todas las inducciones que no pue­
den soportar esta prueba resultarán ilusorias, debido
a algún tipo de insuficiencia en las observaciones en
que están basadas. La principal fuerza científica de las
demostraciones sociológicas siempre debe encontrarse
en la armonía entre las conclusiones del análisis his­
tórico y los conceptos preliminares de la teoría bioló­
gica. Y así encontramos, dondequiera que busquemos,
una confirmación de la principal característica intelec­
tual de la nueva ciencia: la preponderancia filosófica
del espíritu del todo sobre el espíritu del detalle.
Este método está al nivel, en la ciencia sociológica,
del de la comparación zoológica con el estudio de la
vida individual, y así veremos, a medida que avance­
mos, que la sucesión de los estados sociales correspon­
de exactamente, en un sentido científico, a las gradua­
ciones de los organismos en la biología; y las series
sociales, después de que se han establecido claramente,
deben ser tan reales y útiles como las series animales.

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La promesa de un cuarto método

Cuando el método se haya usado bastante tiempo para


revelar sus propiedades, me atrevo a creer que será
considerado una modificación tan notable de la inves­
tigación positiva que merecerá un lugar separado; así
que, además de la observación, propiamente llamada
así, la experimentación y la comparación, contaremos
con el método histórico, como un cuarto y último modo
del arte de observar. Se derivará, de acuerdo con el
curso usual, del modo que lo precede inmediatamente,
y se aplicará al análisis de fenómenos más complejos.
Deseo señalar que la nueva filosofía política, al ra­
tificar las viejas guías de la razón popular, le devuelve
a la historia todos sus derechos científicos como una
base de la especulación social sabia, después de que
la filosofía metafísica se ha esforzado por inducimos
a descartar todas las grandes consideraciones del pa­
sado. En los departamentos anteriores de la filosofía
natural hemos visto que el espíritu positivo, en vez de
ser perturbado en sus tendencias, es notable por con­
firmar, en las partes esenciales de todas las ciencias,
las intuiciones inapreciables del sentido común popu­
lar, del que, desde luego, la ciencia sólo es una prolon­
gación sistemática, y que una filosofía metafísica estéril
sólo puede despreciar. En este caso, lejos de restringir
la influencia que la razón humana siempre le ha atri­
buido a la historia en las combinaciones políticas, la
nueva filosofía social la aumenta, radical y notable­
mente. Le pide a la historia algo más que consejo e
instrucción para perfeccionar los conceptos que se de­
rivan de otra fuente; de esta manera busca su' propia
dirección general, a través de todo el sistema de las
conclusiones históricas.

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