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Galinier y Molinié-Los Neo-Indios-Selección
Galinier y Molinié-Los Neo-Indios-Selección
Galinier y Molinié-Los Neo-Indios-Selección
Introducción
También están los alpinos, miembros del club Alpino, con los que
uno se topa generalmente, extenuados, en las laderas del volcán
Popocatépetl. Uno se abre paso entre los estudiantes de la Escuela
Nacional de Antropología y los miles de turistas norteamericanos o
europeos que llegan a uno de los mystic spots más concurridos del
continente. A la entrada del sitio giran, desde la extremidad de un
poste de unos quince metros de altura, los Voladores de Papantla,
esos ‘hombres voladores’ que estremecen a los turistas boquiabier-
tos. Sin contar con los mercaderes del templo, vendedores de cirios
o de sombreros de papel en forma de pirámide. Los ‘espiritistas’,
médiums un tanto terapeutas, están atareados con sus ceremonias
de purificación e imparten cursos de ‘reflexología’. Los reginistas3,
vestidos de blanco, con cinturón rojo, las manos entrelazadas, tien-
den sus palmas hacia el sol, rebautizado Quetzalcóatl, “para que
tome posesión de sus cuerpos, de sus almas, de sus pensamientos”.
Todos vienen a Teotihuacán para ‘recargar las pilas’.
Un sacerdote mexica, desde la cúspide de la pirámide del Sol,
gira hacia el oriente y, en una mezcla de náhuatl y español, ruega
“para que las fuerzas del cielo esparzan su energía sobre la tierra” (El
Excelsior, 22-03-1996). En lo alto de la plataforma situada al frente,
otro ritualista, con una suntuosa cofia de plumas de pavo real, acude
a las ‘fuerzas místicas’ del cosmos “para que haya más empleos,
menos contaminación, que la economía mejore y que cambie el
Gobierno”. Doña María, vendedora de buñuelos, se dirige a su vez
a las divinidades celestes:
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6 Insignia de la realeza.
7 Pectoral de oro de 12,5 cm de diámetro de origen incierto. Lleva este nombre
ya que fue regalado por la ciudad de Cuzco en 1853 al Presidente Echenique.
Actualmente es el emblema de la ciudad imperial.
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El Hijo del Sol continúa luego con los diferentes rituales que
conforman el culto: ofrenda de chicha al astro divino, ceremonia
del fuego sagrado que se llevará a las cuatro partes del Imperio, lec-
tura del futuro del reino en las hojas de coca… Finalmente, degüe-
lla una llama como sacrificio y muestra triunfalmente los pulmones
ensangrentados a la multitud entusiasta. Ahora da una vuelta a la
explanada en su palanquín y, de vez en cuando, se levanta para
saludar como lo hace un Presidente de la República desde su auto
convertible11. Se dirige en quechua a la multitud que dejó los cuyes
y la cerveza para aclamarlo. Los turistas disfrutan al máximo con
sus cámaras. La nobleza inca, suntuosamente vestida, está de rodi-
8 Los tocapu son adornos de las vestimentas reales prehispánicas en los cuales
algunos quisieron ver un boceto de escritura.
9 En la época prehispánica, el soberano inca tenía como esposa principal a su
hermana.
10 ¡Intillay! ¡Taytallay! Kusikuywanmi napaykuykiku, k’anchayniykiwan samiskus-
payku (texto de Faustino Espinoza en quechua académico).
11 En 1996, el Inca subió a Sacsayhuamán en un Mercedes.
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13 El etnónimo ‘indio’ aparece por primera vez como entrada de un diccionario bi-
lingüe en 1600, en un manuscrito titulado Viridarium Linguae Latinae (Alcides
Reissner, 1983).
14 Los teenek del México oriental evidencian una categoría intermediaria, los me-
dio razón, aquellos que tienen un padre o una madre mestizo, es decir, hispa-
nohablante (Ariel de Vidas, 2003: 394-398). Ver también la oposición gente de
costumbre/gente de razón (Bartolomé, 1997).
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colegas, incluso, y son muchos, entre los que ignoran todo de él?
Hay que reconocerlo, nosotros también sentíamos esa repulsión,
no solamente en virtud de un reflejo corporativista, sino también
porque hay que admitir que esta cultura incomoda. Es considerada,
no sin razón, por muchos antropólogos como un buen ejemplo del
kitsch mexicano (De la Peña, 2002: 16). Esta misma opinión podría
además aplicarse a Perú, puesto que las escenas del neo-culto solar
son consideradas películas péplum incas por colegas partidarios de
otra pureza india. Tanto la una como el otro, al mismo tiempo que
continuábamos con nuestras encuestas en nuestros respectivos cam-
pos, vimos surgir y amplificarse lo que se asemejaría a una especie
de nueva religión india cuyos actores no eran siempre los propios
indios, sino occidentales portadores de una cultura próxima de la
nuestra. Es con la impresión de que estos brotes no eran fenómenos
efímeros de moda, sino quizá las primicias de una nueva concepción
del mundo a escala planetaria, que emprendimos esta obra. En vez
de limitarnos únicamente a la lectura sociológica de este fenómeno,
nos pareció legítimo, y más productivo, analizarlo nosotros mismos
con nuestras experiencias de trabajo de campo, es decir, poniendo
en sintonía nuestro conocimiento de las sociedades amerindias y el
desarrollo de este fenómeno23.
Estamos pues en presencia de un movimiento difícil de cate-
gorizar. ¿Se trata de una ‘etnia’? Las siguientes páginas nos permi-
tirán entrar en el corazón del debate. Pero esta obra no se presenta
como un tratado científico sobre las doctrinas y las actividades cere-
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126 Como heredero de los soberanos incas, Sixto Lasa reclama el marquesado de
Oropesa atribuido por los colonizadores a los últimos incas, las propiedades de
los caciques de Surimana y Cuñatambo, diez becas en el Colegio de Ciencias,
heredero del establecimiento encargado de la educación de los jóvenes incas,
así como la tercera parte de los ingresos del guano producido en las islas, en esa
época una extraordinaria fuente de riqueza (Tamayo Herrera, 1980: 127).
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127 La definición del ayllu cambia según los etnógrafos, las crónicas antiguas y
los indígenas actuales. Unas veces es definido como una especie de clan, otras
como un linaje patrilineal y otras como una unidad territorial.
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Fotografía 8
El gran
sacerdote
del Inti Raymi.
Fotografía
A. Molinié
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130 Hacemos una distinción un poco arbitraria pero útil entre un movimiento in-
digenista que es intelectual y relativamente teórico y un movimiento indianista
que adopta formas concretas de combate político. Evidentemente no se trata de
una oposición, un movimiento pudiendo ser a la vez lo uno y lo otro, como era
el caso de ciertos indigenistas en los años 1920 y 1930 en Cuzco.
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133 Están fabricados en cuero con la misma forma que los cascos de los conquista-
dores.
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Ejecución A B
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134 Esto ocurrió en el carnaval de Oruro de 1781, cuando los criollos solicitaron
la alianza de los indios rebeldes de las provincias para combatir a los españoles
como ‘americanos’ (Abercrombie, ibíd: 297). Ver también F. Cajias, (1983).
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135 El ajsu, la falda y la pollera son tres variantes que identifican el origen de la
mujer boliviana indígena, el ajsu es a menudo tejido a mano; ‘decente’, la falda
es de tipo occidental; chola, la pollera lleva varias capas de telas y su volumen es
proporcional a la riqueza y al prestigio de quien la lleva.
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Ejecución simbólica:
Indio ‘Decente’
‘Decente’ Indio
Sacrificio:
Indio + ‘Decente’ Virgen del Socavón
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EN EL SALóN Y EN LA CALLE
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del Inti Raymi sobre las ruinas de donde observan el culto solar. Su
composición es desde luego menos completa que la del chiriuchu
puesto que se trata de un picnic. Pero, al mismo tiempo que se escu-
chan las plegarias del sumo sacerdote dirigidas al Sol, se come, como
en el día de Corpus, cuyes asados con tubérculos de la región y se
toma chicha. Como si este consumo festivo estableciera un vínculo
entre las dos celebraciones que los historiadores relacionan por su
lugar en el calendario y por su dimensión solar.
El desfile cívico, lo vimos, es celebrado la víspera del Inti
Raymi. Habíamos identificado los procedimientos mediante los
cuales transfigura a los cuzqueños en incas: el poncho de rigor se
vuelve casi una estola litúrgica. En efecto, reproduce los colores y los
motivos de los indígenas de las comunidades. Pero puesto que per-
dió su valor clasificatorio por el carácter arbitrario de su adopción,
ya no corresponde a las comunidades tradicionales que en otras
partes contribuye a identificar. De esta manera reviste un carácter
local ya que su motivo es efectivamente el de tal o cual localidad. Sin
embargo, el desorden de su uso le confiere una globalidad similar a
la del indio mítico. Después de la comunión en el chiriuchu se vive
una comunidad vestimentaria.
No se trata sin embargo de un disfraz, sino de una marca de
identidad colectiva, tanto más cuanto, tradicionalmente en Cuzco,
la pertenencia social se expresa a través de la vestimenta. Esta última
permite saber de un vistazo con quien se está tratando. La ‘decen-
cia’ de la burguesía y de las clases medias se expresa en el terno de
los caballeros y en la falda recta de las señoras. Las cholas llevan,
en cambio, voluminosas polleras cuya cantidad corresponde a su
prosperidad. Llevan un sombrero blanco de copa alta adornado con
una cinta de color que marca su pertenencia a la clase de las mestizas
despreciada por la élite. Los indígenas de las comunidades llevan
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140 Garcilaso de la Vega afirma que qosqo significa en quechua ombligo. En reali-
dad, su etimología no se explica por el quechua (Itier, 1997: 152).
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141 Imperio de las Cuatro Regiones, nombre quechua del Imperio inca.
142 Esta versión es la de la municipalidad de Cuzco, única responsable de la grafía.
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Qhapaq simi: lengua imperial clásica que fue hablada por los Inkas
y la nobleza gobernante, llamada también Inka simi (la lengua de
los incas). En la actualidad se la conoce como quechua (ibíd.: 479).
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144 Estaba conformada por los antropólogos Oscar Núñez del Prado, Efraín Moro-
te Best y Demetrio Roca, el geógrafo Mario Escobar, el etnomusicólogo Josafat
Roel Pineda, los arqueólogos Manuel Chávez Ballón y Luis Barreda Murillo, el
fotógrafo Malcom Burke y un periodista, Demetrio Tupac Yupanqui (ver Flores
Ochoa, 1984).
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147 El sistema de ceque fue descrito por Zuidema (1995) a partir de los datos re-
copilados en el siglo XVII por Cobo ([1653] 1956). Más recientemente, Bauer
(2000) estableció una cartografía de este sistema a través de excavaciones ar-
queológicas. Ver también Zuidema (1989).
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Fotografía 9
Un sacrificio de llama en el departamento de antropología
de la Universidad San Antonio Abad de Cuzco. El rector sacrificador
es asistido por dos estudiantes.
Fotografía A. Molinié
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Mientras que el rector invoca a los dioses de los cerros, las lla-
mas pastan tranquilamente en un rincón del patio y se puede admi-
rar a los estudiantes vestidos de ukuku o de capac qolla, danzantes
rituales generalmente presentes en las fiestas religiosas. Algunos de
ellos son miembros de las comparsas y danzan regularmente en
grupos coreográficos dedicados al culto de imágenes santas. Dan al
sacrificio al que asistimos no solamente un toque de autenticidad,
sino también una dimensión real de devoción puesto que también
bailan para las hermandades con motivo de las fiestas patronales.
Las llamas se acercan para el sacrificio, las orejas adornadas con
marcas de lana de su comunidad de origen. El rector chamán les
da de beber chicha (cerveza de maíz) como lo hacen los pastores
de las comunidades cuando marcan los rebaños. Luego les corta
la garganta con una inquietante destreza y la sangre de las llamas
chorrea en el suelo de la universidad. Se la recoge en los grandes
jarrones antiguos considerados como incas, y se pasa entonces a dos
ritos siguientes.
El primero se asemeja al que es practicado hasta hoy durante
los sacrificios de llamas. Lo observamos en el altiplano de Bolivia
en la región de Potosí durante la preparación de una batalla ritual
(tinku). El sacrificador había mojado sus dedos en la sangre de
la llama y, en la cara de los participantes, había trazado una fina
línea de una oreja hacia la otra, pasando por la nariz. Los antiguos
aymaras practicaban esta pintura facial con la sangre de las vicuñas
durante la iniciación de los niños o sukullu (Bertonio, [1612] 1984:
323; Bouysse-Cassagne, 1987: 233). En la Universidad de Cuzco, el
gesto es menos delicado: el sacrificador embadurna las caras con
un placer evidente. ¿Es así, exagerando, que los neo-indios dan a
prácticas reinventadas su eficacia simbólica? Cabe señalar que a los
antropólogos que celebran aquí el sacrificio de llama no les preo-
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150 Para una descripción de este sacrificio en la región de Cotabambas ver Valde-
rrama y Escalante (1976).
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una ceremonia inca, como si se debiera cada vez expurgar las prác-
ticas indias y reemplazarlas por las del indio imperial.
El proceso de promoción de la neo-indianidad ahora pare-
ce claro. En un inicio, la cultura local indígena es incaizada. Esta
transformación recurre a varios procedimientos. A las costumbres
de los runa se les atribuye un origen incaico: por ejemplo, el ayllu se
vuelve la institución comunitaria idílica del Imperio inca. A veces,
una institución campesina adquiere un valor filosófico o moral; por
eso, va a tomar sitio en el pensamiento prehispánico. Por ejemplo,
el ayni, que en las comunidades consiste en un intercambio de pres-
taciones mutuas, se vuelve el primer mandamiento de la moral inca.
Otro procedimiento consiste en insertar en un ritual tradicional
contemporáneo elementos de origen inca. Estos pueden consistir
en objetos arqueológicos que ennoblecen el escenario como el
jarrón de la ofrenda en la universidad, o en una ceremonia inca
sacada de su contexto prehispánico y adaptada a una acción ritual
contemporánea, por ejemplo el sankhu de la Citua consumido en
la universidad después del sacrificio de las llamas. A la inversa, es
posible insertar gestos o elementos contemporáneos en las ceremo-
nias reinventadas como la del Inti Raymi. Es el caso de la ofrenda de
chicha a la Tierra, de la lectura de coca por el sumo sacerdote y de
la danza de los ch’unchu alrededor del trono del soberano. De esta
forma estos gestos, indios en su medio de origen, se vuelven impe-
riales por su presencia en un dispositivo inca. En cualquier caso, se
trata de encontrar iconografías intermedias entre la representación
india y la figura imperial, de manera a ennoblecer la primera y a
autoctonizar la segunda.
La segunda fase consiste en dar a esta figura imperial redimida
de la cultura indígena un valor nacional como en el caso de la ban-
dera del Tawantinsuyu que representaría la divinidad inca Kuychi
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pero que ondea junto a la de la nación sobre el techo del palacio pre-
sidencial en Lima. Probablemente es el Inti Raymi el que tiene más
eficacia simbólica nacional. No olvidemos que el Inca del culto solar
convoca al alcalde de Cuzco; este rinde cuentas al soberano, escucha
sus consejos y luego regresa junto a las autoridades nacionales, pre-
fecto, comandante y representantes ministeriales. Finalmente, en las
versiones modernas del mito de Inkarrí que predice la resurrección
del Inca, esta adquiere valor de proyecto nacional, como fue el caso
igualmente en los años 1970, con el Gobierno de Velasco Alvarado,
durante la aplicación de la reforma agraria, con la constante referen-
cia a Tupac Amaru, el Inca revolucionario. Esta vocación nacional
del neo-incaísmo fue claramente formulada por el alcalde de Cuzco
de los años 1990, quien se identificaba con el Inca Pachacutec: “Es
aquí en el Qosqo de los Inkas y de los peruanos que se inicia el
patriotismo y la nacionalidad y lo que atañe al Qosqo incumbe al
Perú entero” (Estrada, 1991). Veremos más adelante cómo el propio
Presidente de la República reivindica estas figuras imperiales.
Es así como un sutil vínculo se entabla entre el indio de las
comunidades, el cuzqueño ‘decente’ y la nación: el de una transfe-
rencia de la cultura indígena hacia las invenciones neo-incas, estas
que añaden incaitud a la ‘decencia’ y finalmente a la construcción
de una autoctonía a través del indio imperial. Desde luego, existe un
circuito cultural en el otro sentido: cada vez más, los indios tienen
electricidad, escuchan radio, ven televisión, toman cerveza, se visten
con jeans y llevan una gorra con el nombre de un banco. Se vuel-
ven cholos, es decir, indios de las ciudades. Entonces son todavía
más excluidos que cuando vivían en sus comunidades y suscitaban
fantasías entre los que los desprecian. La transferencia de imágenes
indígenas hacia las representaciones nacionales por medio de los
neo-incas de Cuzco agrega a estos una misión de autoctonía, mien-
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positivas’. Los ‘brujos’, como se los llama, responden con gusto a las
preguntas y aceptan sin problema ser fotografiados. Pero está claro
que no se trata de una mercancía cualquiera. Las organizaciones
indianistas están ahí para proponer conferencias sobre su valor. Los
antropólogos que salen directamente del Congreso Internacional
de Americanistas otorgan, por su presencia, un aval científico a este
supermercado de lo sobrenatural. Aquí existe una dimensión a la
vez militante y comercial que no se encuentra en el festival chamá-
nico de Huasao. En el coloquio organizado en una sala muy cercana,
se intenta defender una especificidad cultural que luego es vendida
en los quioscos: una publicidad para una apelación controlada de
cultura amerindia que ingresó en el mercado mundial por la puerta
de los sueños occidentales.
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