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© Rafael Aita
© La Tribuna del País Vasco
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Los chancas era una confederación que agrupaba a los guerreros más
fuertes y temidos de los Andes, eran los “espartanos andinos”. Buscaban
reconstruir la grandeza del Imperio Wari a base de conquistas, dándose su
propio lugar en una turbulenta zona con sucesivas victorias. Nacidos en la
guerra, los chancas no pasaron a la historia por elaborar coloridos telares
como lo hicieron los Paracas, por dibujar grandes líneas en el desierto como
los Nazca, por los exquisitos trabajos en piedra de los Tiahuanaco, por la
maestría en el manejo de los metales de los Chimú o por retratar rostros
fidedignos en cerámica como los mochica. Los chancas pasaron a la historia
por ser los guerreros más crueles, temidos y aguerridos de los Andes. Luego
de afianzarse y expandirse en las tierras de Apurímac y Ayacucho,
alcanzaron las fronteras de Cusco, colocando su mirada en la ciudad de los
Incas.
Para entonces, el Inca Wiracocha era anciano y cansado por las
continuas guerras, decidió que era imposible hacer frente a una fuerza tan
despiadada como la que amenazaba en esos momentos su ciudad. Decidió
tomar a su hijo más querido, llamado Urco y huyó hacia su palacio en
Calca. Cusco quedaba huérfana, a la merced de sus más fieros enemigos,
sin el brazo protector de su Inca y acéfala para organizar una defensa. Fue
en esta hora más oscura donde se alzaría el hombre que le daría un vuelco al
mundo.
Cusi Yupanqui fue uno de los hijos que Wiracocha Inca había dejado
atrás. Según los relatos del cronista Juan de Betanzos, el joven príncipe,
totalmente descorazonado por el abandono de su padre, salió de la ciudad
hasta llegar a orillas del lago de Susurpuquio, donde quedó dormido. Ahí
tuvo una visión del dios Wiracocha que se le apareció de forma
resplandeciente, prometiéndole la victoria si regresaba a proteger Cusco.
Bajo esta nueva fuerza, el joven Yupanqui regresó a su ciudad donde animó
a las tropas y ordenó una precaria defensa.
¿Cuál fue el sistema político usado por Túpac Yupanqui para integrar
tan extenso territorio? ¿Cuál fue el grado de desarrollo tecnológico que
alcanzaron? Estas preguntas han tenido múltiples respuestas, en gran parte
debido a la visión eurocéntrica con la que se ha estudiado el Tahuantinsuyo.
Los primeros cronistas identificaron al Inca como un rey y su territorio
como un Imperio, sin considerar que en la cultura andina no se manejaban
estos conceptos. Al mismo tiempo, la concentración de poder del Inca fue
interpretada posteriormente como un totalitarismo bajo la misma
concepción eurocéntrica, así como la falta del uso de ciertas tecnologías
como un sinónimo de barbarie, desvirtuando totalmente la realidad del
Tahuantinsuyo.
1) Salvajismo
a) Salvajismo inferior
b) Salvajismo medio
c) Salvajismo superior
2) Barbarie
a) Barbarie inferior
b) Barbarie medio
c) Barbarie superior
3) Civilización
Pizarro debió llevarse una profunda impresión al avistar por primera vez
la ciudad de Cajamarca desde lo alto de la cordillera. La ciudad era de
piedra, llena de majestuosos edificios entre los que destacaba el Templo del
Sol, el palacio de Cuismanco, señor de los cajamarca, la casa de las
cayanhuarmi o tejedoras reales y el intihuatana o reloj solar. La misma
plaza de la ciudad era más grande que cualquier plaza ubicada en España
(del Busto, 1978).
Pizarro sabía que enfrentaba a aquel gran señor con los números en
contra, pues contaba con menos de 200 soldados bajo sus órdenes. Ante un
ataque del Inca, su pequeña expedición sería aplastada por el ejército de
Atahualpa. Al mismo tiempo la coyuntura jugaba a su favor, pues el
Imperio Inca estaba dividido y no todos reconocían la autoridad de quien
consideraban el cruel hermano usurpador que aún no se había coronado en
Cusco.
Por primera vez, aquellos hombres que venían desde el otro lado del
mundo veían al señor que dominaba los Andes. Seguramente se
sorprendieron al encontrar a un joven de alrededor de treinta y cinco años,
aunque su juventud no restaba la atmósfera señorial que irradiaba. El Inca,
impávido, los miraba fijamente, desafiante y al mismo tiempo curioso por
aquellos wiracochas barbados llegados desde el mar. Luego de esta primera
inspección, Atahualpa les ordenó que se volviesen donde su Gobernador y
que les haría devolver todo lo que habían tomado desde su desembarco.
Hernando de Soto, quien ya llevaba tiempo enardecido por las
insolencias de Atahualpa, retrocedió con su caballo y estando a una
distancia prudente, le picó las espuelas embistiendo contra el Inca. El
caballo se lanzó en desbocada carrera, galopando y relinchando contra
aquellos indígenas que nunca habían visto semejante bestia. Hernando de
Soto no frenó al caballo hasta el momento que la cabeza del animal quedó
frente a la de Atahualpa, salpicándolo de su saliva espumosa. Los
acompañantes del Inca, llenos de miedo, se echaron para atrás, temerosos
por aquel animal nunca visto en esas tierras, pero contrario a las
expectativas del español, Atahualpa ni siquiera se inmutó a pesar de tener al
caballo a pocos centímetros de su rostro. Simplemente se limitó a pedir
licor e invitarles a todos los presentes, dándoles una lección de señorío y
majestad. Luego castigó con severidad a los siervos que habían retrocedido
ante el caballo como escarmiento por su cobardía.
La muerte del Inca fue llorada en todo el norte del Imperio, incluyendo
a un grupo de mujeres que irrumpieron en los funerales de Atahualpa
pidiendo ser sacrificadas para acompañar a su Inca a la otra vida, una
escena que fue magistralmente retratada en el cuadro de Luis Montero
(figura 6). El cura Valverde alegó que no permitiría aquel acto pues, al
morir Atahualpa como cristiano, aquellas costumbres no eran necesarias en
él. Las mujeres, lejos de rendirse, usaron sus cabellos para ahorcarse y
morir en aquel mismo lugar, ante el asombro de los españoles que nunca
habían visto algo similar. Al mismo tiempo que las mujeres de Atahualpa
dejaban su vida en el recinto donde se celebraba su funeral, la muerte del
odiado Inca usurpador fue festejada en Cusco, a partir de entonces, los
cusqueños verían a los españoles como los enviados de Wiracocha para
vengar la muerte del legítimo Inca Huáscar y restaurar la paz en el Imperio.
El levantamiento de Manco Inca
Manco Inca usó la honda de una manera aún más letal, revistiendo la
piedra en algodón, para luego ser sumergida en un aceite altamente
inflamable. Al lanzar la piedra a gran velocidad, la fricción con el aire
encendía el algodón, convirtiendo la piedra en un proyectil incandescente.
De esa manera, los ejércitos de Manco Inca sometieron a Cusco a un
bombardeo de fuego donde todos los techos de paja de la ciudad ardieron en
llamas. Esta lluvia de fuego era acompañada por un rugido ensordecedor de
los guerreros incas, quienes día y noche gritaban burlas e insultos a los que
anteriormente habían considerado como wiracochas. Según el cronista
Pedro Pizarro, aquel griterío mantenía a los españoles aturdidos, una
verdadera campaña psicológica de amedrentamiento.
Todo ello era solo un preámbulo para el ataque final, donde Manco Inca
lanzaría a sus miles de guerreros contra la ciudad. Los españoles se fueron
replegando cada vez más en el corazón de Cusco, perdiendo incluso la
valiosa fortaleza de Sacsayhuamán (figura 2), hasta quedar recluidos en la
plaza principal de la ciudad. Pronto la plaza fue también perdida y los
españoles se atrincheraron en dos edificios de piedra: El Sunturwasi y el
Hatun Cancha, el primero protegido por Hernando Pizarro y el segundo por
Hernán Ponce de León. Su única esperanza era la respuesta a los
mensajeros enviados pidiendo ayuda a Francisco Pizarro, pero desde que
partieron, no había señales de vida de ellos.
Paullu Inca tuvo entre sus hijos a Carlos Inquill Topa y Felipe Inquill
Topa. Carlos Inquill Topa, llamado Carlos Inca, sería el heredero del
mayorazgo de su padre. Fue condiscípulo del autor de los Comentarios
Reales de los Incas, el Inca Garcilaso de la Vega en la escuela, y llegó a ser
escribano, hombre de a caballo, diestro en las armas y buen músico
(Amado, 2019).
Su otro hijo, Juan Carlos Inca, fue llevado a España por el virrey
Marqués de Montesclaros quien lo hospedó en su casa. Estudió en el
Colegio de Santiago o de los Caballeros Manriques de la Universidad de
Alcalá de Henares y a los 53 años también tomó el hábito de Santiago (de
Trazegnies, 2010).
Melchor Carlos Inca tendría otro hijo antes de viajar a España, con doña
Juana Ynquil Guainacana, llamado Cristóbal Carlos Inca, quien seguía
poseyendo la mayor cantidad de bienes heredados, como las casas
principales en la parroquia de San Cristóbal, las haciendas de Ichopampa,
Chamancalla, Umasbamba, Siquecancha y las huertas de Paccayhuaycco y
Otcuti en Chinchaypuquio (Amado, 2019). Además, tuvo cuatro hijos
naturales con su prima doña Francisca Quispesisa, una de aquellas hijas era
Juana Carlos Esquivel Yupanqui Coya, quien tendría un descendiente con
una historia aun más particular que la de sus antepasados.
Sayri Túpac, convencido de firmar la paz, llegó a Lima en una rica litera
junto a un séquito de 300 asistentes. En un banquete organizado por el
arzobispo Loaysa, se le entregó en una bandeja de plata las concesiones que
le otorgaba Felipe II, que lo convertían en uno de los miembros más
destacados de la sociedad virreinal peruana. Recibió el Marquesado de
Santiago de Oropesa y una encomienda perpetua en el valle de Yucay, un
feudo autónomo que conservó soberanía propia dentro del virreinato a
modo de Estado excepcional (Mujica Pinilla, 2020). Sayri Túpac se bautizó
bajo el nombre de Diego Hurtado de Mendoza Inca Manco Cápac
Yupanqui, fue encomendado al agustino Juan de Vivero, quien lo educó en
la fe católica y se casó por la Iglesia, bajo dispensa papal, con su hermana
Cusi Huarcay, que se había bautizado bajo el nombre de María Manrique.
El hermano menor de Sayri Túpac, Titu Cusi Yupanqui, continuaría con
la resistencia en Vilcabamba hasta firmar un nuevo tratado, llamado el
Tratado de Acobamba. Este tratado fue firmado entre Titu Cusi Yupanqui y
el gobernador Lope García de Castro, y ratificado con la firma de Felipe II.
Las medidas toledanas eran necesarias en vista del descalabro social que
se vivió luego de la conquista y la guerra civil entre conquistadores. Según
Carreres (2021): “Treinta años después de la conquista, nada funcionaba en
el Perú: los encomenderos, enzarzados en interminables conflictos y a
menudo ausentes de sus encomiendas, no lograban garantizar la explotación
económica; los señores étnicos (también llamados caciques o curacas),
aprovechando este desorden, ejercían a menudo un poder abusivo sobre los
indios; la resistencia indígena no cedía, y la práctica de la idolatría parecía
más viva que nunca. La población indígena había disminuido debido a las
epidemias y los trabajos forzados, y además, durante estos años la Corona
tuvo que afrontar la cuestión espinosa de los justos títulos, muy disputada
desde la corriente lascasiana. Era vital, pues, recuperar el control de los
intereses coloniales, sofocar las rebeliones, y establecer un buen método de
evangelización para poner fin a la idolatría y a la mala gestión de la Iglesia
en materia de evangelización”.
Los españoles que participaron durante la conquista no reconocieron el
mismo esplendor del que fueron testigos en la sociedad Inca original. Fray
Vicente Valverde, el mismo que le alcanzó el breviario a Atahualpa, narró
su incredulidad al regresar a Cusco tiempo después: La ciudad imperial
estaba poblada por yanaconas y españoles de baja categoría, cuando antes
era habitada solo por nobles y el ambiente en general estaba empobrecido,
describía estupefacto. Cieza de León narraba que los mismos encomenderos
le aseguraban que si los Incas aun gobernaran Cusco, su situación sería
mejor.
Por ello, este régimen que gobernó el Virreinato del Perú, no tenía una
administración tan vertical como se piensa el día de hoy, sino que el “poder
local” (curacas, cabildos) y la corona negociaban directamente entre sí,
pues el Cabildo, Justicia y Regimiento de los Reyes tenían la posibilidad de
tratar directamente con el rey. Así sucedió en el caso de Felipe
Guacrapáucar, quien viajó a España en representación de su padre Jerónimo
Guacrapáucar curaca principal de Hurin Wanka y los repartimientos del
valle de Jauja, según se acredita en el Archivo General de Indias, Lima
28A, 63Q: “Y que los prençipales deste repartimiento enbiaron a España a
don Felipe Guacrapaucar, prençipal, pariente deste testigo para sus
negocios, y le dieron siete mil e setenta pesos corrientes para su gasto e
para los dichos negocios en especial para el de la perpetuidad e parte
dellos le dieron quando se fue e parte quando bolbió a Lima”.
El Alférez Real era, por lo tanto, un puesto de gran honra, por tener el
privilegio de llevar y guardar las armas reales, al punto que Carlos V afirmó
“si viéredes caer en batalla a mí y a mi pendón, acorred antes al pendón que
a mi persona” (Ruiz de Pardo, 2019)
Para 1570 existían 1545 indígenas exentos de tasa de impuestos por ser
descendientes de Incas (Lamana, 1996). Estos nobles incas, reconocidos por
Carlos I de España como “nobleza de muy alto rango al reconocer su sangre
real y la importancia de su linaje” (Luque, 2004), pertenecían a las doce
panacas, o clanes familiares incaicos.
A pesar del apoyo brindado por los nobles Incas y los curacas andinos a
la corona española durante la gran rebelión, estos sufrieron un recorte de
sus privilegios. El temor de nuevas sublevaciones trajo que el gobierno
español prohíba el uso del idioma quechua y vestirse a la usanza Inca,
perjudicando la visibilidad de los nobles que había colaborado con los
realistas. Como señala Elward (2018), en Cusco, la nobleza inca había
conservado su cultura propia, con poca influencia europea hasta la
sublevación de Túpac Amaru II, e incluso hasta la independencia. Hasta
inicios del siglo XVIII se usaba indumentaria inca, incluso entre los blancos
y para vestir a los santos católicos. El levantamiento llevó a la
subordinación más completa y fuerte de la población indígena, incluida la
nobleza, a pesar del reclamo de los 24 electores que afirmaron ser
caballeros cristianos leales al rey de España por 247 años.
Este recorte de privilegios afectó también al alferazgo real,
irónicamente, aquellos que se habían opuesto con mayor vehemencia a
Túpac Amaru II. Incluso hubo un proyecto propuesto por Mata Linares para
eliminar la institución, si bien este proyecto no prosperó, el poder del
alferazgo real y la nobleza cusqueña fue decayendo a partir de entonces.
Ya en 1557, Felipe II establecía que era justo que los caciques y señores
de pueblos conserven sus derechos y se respete la sucesión de sus Señoríos,
(de Trazegnies, 2010). Posteriormente, el Edicto de Carlos II del 22 de
Marzo de 1697 estableció la igualdad de los descendientes naturales de
nobles indígenas con nobles castellanos. Un reconocimiento que en
términos prácticos ya existía con anterioridad a través de la unión de las
casas reales incaicas con otras casas europeas, muchas de ellas
pertenecientes también a la nobleza, propiciando un mestizaje con
reconocimiento de abolengo. Un ejemplo de esto fue la boda de Don
Alonso Tito Atauchi Inca, quien fue el único sobreviviente de la casa del
Inca Huáscar y, por lo tanto, miembro principal del ayllu Tumibamba. Don
Alonso Tito Atauchi Inca se casó en la ciudad de Cusco con Doña Costanza
de Castilla Cava, hija de Baltazar de Castilla, Conde de Gomera y
descendiente directa del rey Pedro I de Castilla y León (Szeminski, 2004).
Sus hijos recibieron privilegios por Real Cédula del 1 de Octubre de 1544
donde “Se autoriza a los hijos varones de Dn. Alonso Tito Uchi ejercer
cualquier oficio Real, consejil y público, pudiendo ostentar el blasón Real
en reposteros y en las puertas de sus casas, concediéndoseles además el uso
de una cadena real en dichas puertas”.
La nobleza incaica se valía de las uniones maritales y del arte que las
representaba para asentar su poder en Cusco, haciendo valer su importancia
ante las élites indígenas y criollas. Un ejemplo de esto es el cuadro
representando este mismo matrimonio que fue encontrado entre los bienes
de doña Josefa Villegas Cusipaucar Loyola Ñusta, descendiente de la
nobleza Inca por parte de padre y madre, hija de un alférez real y elector de
la casa del Inca Yahuar Huaca. Estas representaciones artísticas no se
limitaron solo a la pintura, pues según Esquivel y Navia, en el día de San
Ignacio se representaba teatralmente el matrimonio de Beatriz Clara Coya
con Martín de Loyola en la Iglesia de la Compañía de Jesús, donde las hijas
de los caciques incas representaban el papel de la princesa inca Beatriz
(Garrett en Decoster, 2002).
La procesión más masiva del Perú y una de las más multitudinarias del
mundo es la procesión del Señor de los Milagros. Cada mes de octubre, la
ciudad de Lima se pinta de color morado para salir en procesión junto al
Cristo Moreno.
Garrett, D. T., Díaz, F. D. P., Espinosa, C., Mangan, J. E., Lanata, X. R.,
Santos-Granero, F., ... & Williams, S. R. (2003). Los Incas borbónicos: la
élite indígena cuzqueña en vísperas de Tupac Amaru. Revista andina, 36, 9-
63.
Ruiz de Pardo, C. (2019) Genealogía del Alférez Real del Cuzco (s.
XVIII y XIX). II Congreso Iberoamericano de Ciencias Genealógicas y
Heráldicas y XII Reunión Americana de Genealogía.
Sandoval, J. R., Lacerda, D. R., Jota, M. S., Elward, R., Acosta, O.,
Pinedo, D., & Fujita, R. (2018). Genetic ancestry of families of putative
Inka descent. Molecular Genetics and Genomics, 293(4), 873-881.
Figura 2. Sacsayhuaman
Figura 3. Ollantaytambo
Figura 4. Machu Picchu
Figura 5. Mural del Coricancha según las crónicas de Pachacuti Yamqui
Figura 6. Los Funerales de Atahualpa de Luis Montero
Figura 14. Unión de las casas Loyola y Borgia con los descendientes
Incas, en el Museo Pedro de Osma
Figura 15. Genealogía de la casa Borja Loyola Inca por Miguel Peralta
Figura 16. Marcos Chiguantopa Inga en el Museo Inka
Figura 17. Noble andino no identificado en el Museo Inka
Figura 18. Noble andina no identificada en el Museo Inka
Figura 19. Noble andina no identificada en el Museo Inka
Figura 20. Alonso Chiguantopa Inga en el Museo Inka
Figura 21. Diego Apo Auque en el Museo Pedro de Osma
Figura 22. Manuela Tupa Amaro en el Museo de Arte de Lima