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RAZETO - 'Desarrollo Económico y Economía de Solidaridad'

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Desarrollo económico y economía de solidaridad.

El desarrollo como expansión, transformación y


perfeccionamiento de la economía en el tiempo.

Luis Razeto∗

Presentación

Este artículo expone los resultados de una investigación que se inicia examinando el estado
de abandono teórico en que se encuentra la cuestión del desarrollo, a partir de las críticas que desde
los enfoques neoliberal y ecologista se han hecho a las teorías y estudios sobre el tema, los cuales
abundaron en décadas anteriores.

Se aborda luego el análisis de la actual crisis del desarrollo en el mundo, poniendo de


manifiesto un conjunto de problemas que se asocian al proceso de crecimiento económico, tal como
se ha verificado en las últimas décadas del siglo pasado: aumento de la pobreza, desocupación
creciente, desarticulación del orden social, violencia e inseguridad ciudadana, deterioro del medio
ambiente, desmejoramiento de la calidad de vida, irracionalidad demográfica.

En seguida se pone en discusión las distintas respuestas y propuestas que se han planteado
frente a la crisis del desarrollo y los problemas que genera: el "dejar hacer al mercado", la tesis del
"crecimiento cero", el control demográfico, el concepto del desarrollo sustentable, etc., evidenciando
sus respectivos aportes y sus insuficiencias.

En base a una reformulación del concepto de desarrollo redefinido como transformación y


perfeccionamiento de la economía en el tiempo, el cuerpo central de la investigación se despliega en
el análisis de los contenidos, las formas y las implicaciones de la expansión, diversificación,
cualificación y unificación de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación,
constitutivos del desarrollo económico. El estudio aborda, finalmente, los aportes actuales y
potenciales que al desarrollo así concebido hace actualmente y puede desplegar en el futuro la
economía de solidaridad.

En este artículo se presenta una síntesis de la primera parte de la investigación: las críticas
más recientes a las teorías del desarrollo y los problemas que avalan la hipótesis de que estamos ante
una crisis global del tipo de desarrollo económico que se ha verificado en las últimas décadas; se
analizan las principales respuestas y propuestas que tales problemas y crisis han suscitado
recientemente, poniendo en evidencia sus insuficiencias, y se concluye formulando la necesidad de
un nuevo paradigma del desarrollo, la elaboración debe comenzar replanteándose la pregunta por los
objetivos deseables y posibles de un desarrollo de nuevo tipo.


Filósofo y Sociólogo, Vice-Presidente de la Junta Directiva de la Universidad Bolivariana.
1
La crisis del desarrollo económico y la necesidad de un nuevo paradigma.

Críticas y abandono de las teorías del desarrollo

La cuestión del desarrollo económico, que durante varias décadas concentró el interés de
economistas y científicos sociales, hace tiempo que no da lugar a obras teóricas importantes. Es
cierto que hay nuevos aportes, como aquellos que destacan el rol determinante de la ciencia, las
tecnologías y los recursos humanos; pero tales elaboraciones no intentan proponer una teoría general
del desarrollo que permita abordarlo globalmente, tal como se plantea en la actualidad, sino sólo
establecer ciertos énfasis en el marco de concepciones anteriores -habitualmente referidas a aquella
parte del mundo considerada subdesarrollada o en vías de desarrollo-, y que hoy se encuentran en
gran parte obsoletas. Lo curioso es que el abandono de la cuestión no ocurre porque haya perdido
vigencia ni porque se considere que ya exista una concepción teórica suficiente. Al contrario,
veremos luego que el problema es hoy más grave y acuciante que nunca, mientras las más
interesantes elaboraciones de los últimos años son aquellas que se han abocado a la crítica del
desarrollo, sin proponer alternativas convincentes. De hecho la crítica ha sido tan contundente que
retomar hoy el tema se ha convertido en una tarea especialmente ardua.

Varias son las vertientes de la crítica, de las que es necesario hacerse cargo. Algunas
corrientes de pensamiento económico han dejado de reconocer el desarrollo como un problema
teórico relevante, porque lo subsumen bajo la cuestión de la óptima organización del mercado en
función de la más eficiente asignación de los recursos. Argumentan que las teorías y modelos de
desarrollo partieron siempre del supuesto que es posible acelerar los procesos de crecimiento
mediante políticas de intervención y regulación estatal, que limitando el libre juego del mercado
redistribuyeran la riqueza y reasignaran los recursos en función de objetivos nacionales de
industrialización; pero tal intervención "desarrollista" distorsionaría los mercados provocando
desequilibrios y disfuncionalidades que terminan frenando el crecimiento económico. Desde esa
perspectiva el problema importante no es el desarrollo económico como tal sino la óptima
organización y funcionamiento del mercado, siendo el desarrollo sólo su lógica consecuencia.

Desde una óptica muy distinta, acuciados por la preocupación ecológica, también abandonan
el tema -excepto para formular la crítica al desarrollo con creciente precisión- quienes observan la
tendencia al agotamiento de los recursos "no renovables" y los desequilibrios del ecosistema derivados
del crecimiento de la sociedad industrial. Refuerzan la argumentación relevando, junto al problema
ecológico, el carácter unilateral, centrado en las cosas y no en las personas, de un desarrollo
económico que no se traduce en una mejor calidad de vida y que incluso inhibe el desarrollo social y
cultural. La conclusión de tales análisis es, en extrema síntesis, que seguir persiguiendo el
crecimiento significa adentrarse aún más por un camino sin salida y sin retorno. Es cierto que estas
críticas cuestionan el crecimiento más que el desarrollo, concepto que recuperan al redefinir el
desarrollo deseable como integral, ecológicamente sustentable y a escala humana, pero al explicitar
lo que éste implicaría difícilmente puede reconocerse, en lo que queda después de la crítica, una
propuesta que pueda ser asumida como desarrollo económico.

En realidad, en ninguno de estos enfoques se ha dado aún el paso de negar el desarrollo como
un objetivo deseable, tanta ha sido y sigue siendo la fuerza motivadora del concepto.1 Sin embargo,

1
La crítica tal vez más contundente al crecimiento económico ha sido la de E. J. Mishan (1983). Este autor
2
sea que se lo valore y afirme como el resultado no problemático de los equilibrios macroeconómicos y
del libre operar de los agentes del mercado, o que el interés se exprese como búsqueda de un
"ecodesarrollo" que implique al mismo tiempo una superior calidad de vida, el hecho es que la
cuestión del desarrollo económico como tal ha sido teóricamente desplazada.

Es preciso reconocer validez, al menos parcial, a las razones esgrimidas desde ambas
perspectivas críticas; pero es necesario enmarcarlas en un cuerpo teórico más amplio que les asigne
la debida proporción. Por un lado, es persuavido el argumento que muestra el desarrollo como
resultado y consecuencia del más perfecto funcionamiento del mercado, a condición de que por ello
entendamos la óptima distribución y asignación de los ingresos y recursos bajo todas sus formas (o sea
no solamente en base a intercambios), e incluyendo a todos los sujetos individuales o colectivos que
forman parte de la sociedad.

Bajo esta condición se tornaría posible integrar la teoría del mercado con la del desarrollo. En
efecto, la teoría del desarrollo se separó de la teoría del mercado, constituyendo un cuerpo teórico
aparte, porque la teoría del equilibrio general del mercado supone que éste está constituído
exclusivamente de intercambios entre oferentes, intermediarios y demandantes, dejando fuera del
análisis otras relaciones y flujos económicos (planificación, asignaciones, cooperación, donaciones,
reciprocidad, etc.) en que participan ampliamente los sectores público y solidario. Si en cambio se
considera que todas estas relaciones y flujos económicos son parte integrante y necesaria del
mercado determinado, habrá que reconocer el papel que cumplen las políticas públicas y el operar de
los sujetos sociales en su organización y funcionamiento perfectos y de equilibrio. Aún así, deberá
considerarse además que el desarrollo económico no depende sólo de la óptima organización del
mercado y la distribución, sino también de la eficiencia productiva, del perfeccionamiento del
consumo y del bienestar social, que requieren también ser integrados en una teoría general del
desarrollo.

En cuanto a la segunda vertiente de la crítica, resulta obvio que el desarrollo no puede


destruir la naturaleza, fuente principal de todos los recursos económicos, y que es preciso no sólo
emplear con parsimonia y racionalidad aquellos que proporciona en forma limitada, sino también, y
mucho más profundamente, cuidar sus equilibrios que sólo ellos garantizan la reproducción natural de
la vida, prerequisito de cualquier economía. Evidentemente, carece de todo sentido pretender un
equilibrio y un desarrollo económicos que rompan el equilibrio ecológico que lo sustenta. ¿Cómo
reconocer el desarrollo económico -que implica la óptima asignación y utilización de los recursos y
factores- cuando se va reduciendo y deteriorando la fuente misma de esos recursos y factores
necesarios? Y ¿qué crecimiento económico puede interesarnos si éste no hace crecer a los hombres ni

propicia decididamente la interrupción del crecimiento como único modo de evitar el deterioro acelerado de la
calidad de vida y, en definitiva, el colapso social y ecológico. Centrándose en la cuestión del crecimiento, se cuida,
sin embargo, de no cuestionar al desarrollo; pero en su obra no queda enunciada la alternativa de un desarrollo
sin crecimiento. Más claro resulta el enfoque de Herman E. Daly, quien postula un desarrollo sustentable que
define como "desarrollo sin crecimiento", esto es, un mejoramiento cualitativo sin un incremento cuantitativo que
esté más allá de cierta escala, y que no sobrepase la capacidad del ambiente para regenerar los insumos de
materias primas y de absorver los desechos producidos, Crecimiento o Desarrollo. (En Schatan 1991)

3
genera calidad de vida y bienestar social?

No sólo, pues, reconocemos validez a las razones y problemas por las que hoy se tiende a
abandonar el tema del desarrollo, sino que son ellas las cuestiones fundamentales que una nueva
concepción y propuesta de desarrollo debe abordar y resolver. Se trata de construir una teoría
general del desarrollo que no contradiga, sino que prolongue coherentemente la concepción del
mercado y del mejor funcionamiento de la economía en su conjunto, mediante una visión dinámica
de su organización en el tiempo. Y se trata de una teoría que no sólo considere las "variables"
ecológicas y humanas, sino que entienda la ecología, el medio ambiente, el desarrollo social y el
crecimiento humano como elementos constitutivos centrales del concepto mismo del desarrollo.

Los problemas que genera el desarrollo evidencian su crisis

No podemos abandonar la cuestión del desarrollo, puesto que no nos acercamos al tema con
el enfoque miope que se pregunta de qué manera las economías industrializadas pueden continuar
incrementando indefinidamente la producción de los mismos bienes y servicios que hoy saturan los
mercados, ni cómo puedan los países considerados atrasados o subdesarrollados alcanzar los niveles y
modos de producir y consumir que se observan en los países que se considera avanzados. De lo que se
trata es de identificar caminos viables de solución a los grandes problemas que aquejan a la
humanidad, y más allá de ello, de descubrir nuevos derroteros para la vida humana, nuevos
continentes en los cuales pueda expresarse la creatividad individual y colectiva, nuevos espacios y
nuevos tiempos para el desarrollo y expansión del espíritu.

En lo inmediato, consideramos que el tema del desarrollo económico no solamente no puede


abandonarse sino que constituye hoy más que nunca, precisamente por estar tan profundamente
cuestionado, el problema que plantea los desafíos teóricos más serios e importantes, a cuya
resolución debe abocarse con urgencia la búsqueda intelectual. En efecto, la humanidad enfrenta
actualmente la más profunda y extendida crisis que haya experimentado tal vez en la historia, crisis
que puede entenderse precisamente como la crisis del desarrollo.

Al hablar de "crisis del desarrollo" no nos referimos sólo ni tanto a fenómenos y procesos
gravísimos de la economía internacional como el deterioro del "estado de bienestar", la crisis
financiera y de endeudamiento, la crisis del empleo, o la evolución zigzagueante que manifiesta en
las últimas décadas una economía internacional en proceso de globalización, en que se suceden
desajustes y recesiones que se prolongan más de lo esperado y que resultan cada vez más
impredecibles para los economistas. La "crisis del desarrollo" de que hablamos es algo muchísimo más
profundo y serio que todo ello.

La podemos expresar, como hipótesis, en estos términos concisos: mientras la economía


mundial continúa su proceso de expansión y crecimiento global, una visión de conjunto del
mundo permite prever que estamos avanzando hacia un colapso de la misma civilización que se
está expandiendo y creciendo. La Crisis del desarrollo no significa, pues, que lo que hemos
entendido como desarrollo esté dejando de verificarse, sino al contrario, que mientras más
avanzamos por el camino de ése desarrollo, más se agudizan los problemas y contradicciones de la
sociedad y más nos acercamos al punto en que continuar por dicha senda resultará imposible.

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Naturalmente, esta hipótesis debe fundamentarse. En la perspectiva de las críticas del
desarrollo a que hemos hecho referencia existen numerosas obras de lúcidos pensadores que
alarmados postulan esta hipótesis con creciente convicción; y que acopian argumentos e
informaciones que proporcionan una visión contundente de la crisis. Aquí, con el solo propósito de
fundamentar nuestra afirmación de que la cuestión del desarrollo constituye hoy, no obstante la
deserción de los economistas, el más formidable problema y desafío que la teoría económica debe
encarar, nos limitaremos a señalar algunos grandes procesos y hechos que por ser concomitantes al
desarrollo económico en curso nos ponen en presencia de su crisis.

a) Incremento de la pobreza. Conocida es la dificultad para definir y cuantificar la pobreza.


En realidad, el concepto de pobreza es tan difícil de precisar como el de desarrollo, del cual es en
última síntesis su opuesto. Pero aquí nos referimos a la pobreza entendida al modo convencional,
como aquella situación que viven las personas y familias que carecen de lo necesario para llevar una
vida digna, y cuya insatisfacción de las necesidades básicas se ha convertido en una situación
permanente. Pues bien, no obstante el "desarrollo" -medido con los indicadores tradicionales- haya
sido notable en las últimas décadas, hasta el punto que el ingreso per capita se ha duplicado en
treinta años a nivel mundial, la pobreza y la extrema pobreza han aumentado tanto en términos del
número y proporción de la población afectada como de la magnitud de las carencias que implica en
promedio. Informes de las Naciones Unidas constatan que más de 1.500 millones de personas en los
países "en vías desarrollo" padecen de pobreza absoluta, y que la pobreza está aumentando incluso en
los países "desarrollados"; en Estados Unidos y en la Unión Europea más del 15% de la población ha
caído en su nivel de vida por debajo del umbral de pobreza. Se pone en evidencia una situación
crecientemente dramática: mientras la economía global crece y las tecnologías se perfeccionan, la
pobreza aumenta, sea en términos relativos como absolutos. Naturalmente, el hecho contradice
todas las previsiones y expectativas asociadas al concepto de desarrollo; pero es indesmentible, y en
sí mismo cuestiona radicalmente lo que dicho concepto y sus modos de medición suponen.

b) Aumento de la desocupación, la precariedad y el subempleo. Estrechamente relacionado


con el aumento de la pobreza está lo que ocurre con la fuerza de trabajo: aumento de la
desocupación, empleo precario y subempleo. Uno de los fenómenos más inquietantes que causa y
pone de manifiesto esta nueva realidad del trabajo es el llamado crecimiento sin empleo. En efecto,
en los últimos tres decenios, a nivel global, la tasa de crecimiento del empleo fue aproximadamente
la mitad que la de la producción. Especialmente en ésta década, a medida que la producción ha ido
aumentando el empleo lo va haciendo a un ritmo cada vez menor. Conforme a las tendencias
actuales, se está llegando a una situación en que el crecimiento económico no genera nueva
ocupación, y en el mejor de los casos el aumento del empleo seguirá muy por detrás tanto del
crecimiento como de la expansión de la fuerza de trabajo. El subempleo, el empleo ocasional y
parcial, la precariedad ocupacional, el autoempleo y la economía informal, se expanden
aceleradamente en todas partes, poniendo de manifiesto el fenómeno aunque no obstante ayuden a
ocultarlo en la información estadística. Esta extraña asociación que ha llegado a establecerse entre el
crecimiento económico y el decrecimiento y precariedad del empleo, muestra una de las facetas más
inquietantes de la crisis del desarrollo. Este parece haber dejado de ser inclusivo y hacerse
excluyente: una proporción cada vez menor de la población es la que contribuye al desarrollo y
participa de sus beneficios. Las secuelas sociales, psicológicas, culturales y políticas de ello son sin
duda alarmantes y cuestionan, radicalmente, el sentido y el valor que aun hoy día es posible de
atribuir al desarrollo económico en la forma en que viene verificándose.

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c) Desigualdades económicas y desintegración del orden social. El aumento de la pobreza y
el deterioro del empleo generan una distancia creciente entre los niveles de vida y de ingresos que
separan a los países y a los grupos sociales. La distribución del ingreso a nivel mundial presenta una
estructura extremadamente desigual a nivel de países. La situación se visualiza aún más extrema si se
tiene en cuenta que al interior de los países, especialmente de los más pobres, la desigualdad vuelve
a hacerse presente de manera extrema. Por ejemplo, en Brasil el quinto más rico de la población
recibe 26 veces más ingresos que el quinto más pobre. Considerando la producción por países, la
participación del 20% más pobre de la población mundial en el producto bruto mundial, bajó del 2,3%
en 1970 al 1.3% en 1990; su participación en el comercio mundial descendió de 1.3% al 0.9%; y en la
inversión interna se redujo en los mismos años del 3.5% al 1.1%. La población de los países
industrializados representa aproximadamente una quinta parte de la mundial, pero consume 10 veces
más energía comercial que la del resto del mundo. Ninguno de estos fenómenos ha manifestado
signos de reversión en los últimos años; al contrario, los procesos de concentración del capital y la
riqueza han seguido acentuándose. Como consecuencia de estas crecientes desigualdades, el orden
social se torna cada vez más difícil de sostener sobre bases racionales. La mayoría de los países se
encuentra afectado por graves conflictos internos, casi 50 millones de personas son refugiados o
desplazados en sus propios países, los fenómenos de ingobernabilidad tienden a extenderse, y todos
los sistemas políticos se resienten por la desafección ciudadana y la pérdida de credibilidad.

d) Aumento de la delincuencia y de la inseguridad ciudadana. En el contexto de los


fenómenos mencionados, las actividades delictuales y la violencia contra las personas y los bienes
está aumentando velozmente. El fenómeno no afecta solamente a los países pobres y a los grupos
sociales más carenciados, pues se extiende también en los países desarrollados y constituye una
amenaza para todos los sectores sociales. Puede afirmarse que todas las personas se encuentran
crecientemente amenazadas por alguna de las formas de violencia, sea súbita e imprevista o
permanente, sea ejercida por individuos, por grupos sociales e incluso por los Estados, incluida la
acción de los organismos públicos destinados a proporcionar seguridad a los ciudadanos. Aumenta la
delincuencia y la violencia callejera ejercidas por pandillas organizadas, las violaciones y el maltrato
a los más débiles, las tensiones étnicas que amenazan a extensos asentamientos humanos, los
accidentes de tránsito y los accidentes industriales, el alcoholismo, la drogadicción y los suicidios. Los
individuos, las familias, las empresas y las instituciones se ven obligadas a incrementar sus
protecciones y medios de defensa, incurriendo en elevados costos, y ello suele ir aparejado por un
incremento de la violencia con que son ejecutadas las actividades delincuenciales. En las grandes
ciudades las vidas humanas corren más riesgo que nunca antes, y la mayor fuente de ansiedad es la
delincuencia y la inseguridad ciudadana.

e) Deterioro del medio ambiente y desequilibrios ecológicos. El problema ecológico afecta


al planeta en su globalidad y se está agudizando en todos los planos. Está deteriorándose la
atmósfera con la contaminación del aire por partículas y gases tóxicos que emanan de la combustión
y el uso de energías impuras. Los Angeles produce 3.400 toneladas de contaminantes por año, Londres
1.200 toneladas y México D.F. 5.000 toneladas. Está afectada la hidrósfera, las aguas de los ríos,
lagos y mares que reciben todo tipo de residuos tóxicos, e incluso las aguas lluvias devuelven a la
tierra las impurezas del aire en el fenómeno conocido como "lluvia ácida". Actualmente el
abastecimiento mundial de agua per cápita es sólo un tercio de lo que era en 1970. Se está
contaminando la geósfera sobre la que se derraman pesticidas y otros productos químicos de alta
peligrosidad, y se expande la deforestación y desertificación de extensas zonas geográficas. Todos los
años se pierden entre 8 y 10 millones de acres de bosques, una superficie igual a Austria; sólo en el
6
Africa del Sur del Sahara, en los últimos 50 años se han transformado en desierto 65 millones de
hectáreas de tierra productiva. Existe un problema muy serio a nivel de la estratósfera, producido
por el adelgazamiento de la capa de ozono que deja pasar los rayos ultravioletas en proporciones muy
superiores a las normales.

Se están verificando cambios y desequilibrios en los climas, con efectos imprevisibles y


magnitudes potenciales que aún desconocemos. La deforestación ha provocado sequías e
inundaciones cada vez más intensas. Está sufriendo grave deterioro la biósfera, por la extinción de
especies animales y vegetales que implican insospechadas pérdidas de material genético y deterioros
en los delicados equilibrios biológicos. Las emisiones descontroladas de radioactividad y energía
nuclear, con sus peligrosos residuos, están afectando al planeta en su conjunto, y constituyen un
nuevo factor de preocupación y alarma. En síntesis, la industrialización intensiva y el desarrollo
económico en su forma actual, han sometido el planeta a una tensión intolerable, y los cada vez más
frecuentes desastres afectan a cientos de millones de personas cada año. Este deterioro ecológico
cuestiona el desarrollo económico en sus formas actuales, tanto debido a que los recursos naturales
se están utilizando y degradando a una tasa que compromete su disponibilidad para las próximas
generaciones, como por el hecho que los desechos se están acumulando tan ampliamente que
comprometen el futuro de la biósfera. Si ello es cierto, continuar por la senda del actual tipo y modo
de crecimiento no solamente resultaría cuestionable éticamente, sino que sería objetivamente
inviable en un futuro próximo.

f) Deterioro progresivo de la calidad de vida. Definir la calidad de vida, y aún más, disponer
de indicadores apropiados para evaluarla, es tarea compleja. Pero podemos hacer referencia a ciertos
parámetros generales que nos llevan a percibir una fuerte tendencia al deterioro no solamente en las
naciones pobres, sino también en las más avanzadas. La calidad de vida es experimentada
subjetivamente por las personas, pero depende de un conjunto de condiciones en que la vida
personal y social se desenvuelve, y se manifiesta en los niveles y formas en que se satisfacen las
necesidades, aspiraciones y deseos de la gente, a partir de las más fundamentales: alimentación,
vivienda, salud, educación, convivencia, recreación, participación social, etc. En este sentido se
constata que, no obstante los adelantos tecnológicos de todo tipo, la inmensa mayoría de la
población mundial está afectada por un deterioro de la calidad de los alimentos, por el deterioro de
las condiciones de habitabilidad en los grandes centros urbanos, por enfermedades nuevas y el
reaparecimiento de otras que parecían dominadas hace tiempo, por una convivencia social más
insatisfactoria, por el debilitamiento de la participación social, por afecciones psicológicas como el
estrés, la depresión, las anomias y otras debilidades que se agudizan, todo lo cual lleva a que cada
vez sean más las personas que declaran su insatisfacción personal, y que no esperan del futuro un
mejoramiento real en sus vidas.

Incremento de la pobreza, disminución tendencial del empleo, crecientes desigualdades


económico-sociales, desintegración progresiva del orden social, aumento de la delincuencia y de la
inseguridad ciudadana, deterioro del medio ambiente y desequilibrios ecológicos, empeoramiento de
la calidad de vida, constituyen un conjunto impresionante de problemas que aquejan a la humanidad.

Ciertamente, no todo es negativo y son numerosos también los autores que destacan la
existencia de tendencias y procesos positivos, que implican en muchos casos la desaceleración o
cierta compensación respecto a los mismos problemas señalados. Pero los problemas mencionados
afectan tan centralmente las dimensiones fundamentales del desarrollo, y se encuentran tan
7
extendidos en el mundo, tanto en los países considerados desarrollados como en los llamados "en vías
de desarrollo", que nuestra afirmación de la crisis del desarrollo resulta suficientemente
fundamentada.

En este contexto, si algún sentido tiene replantearse la cuestión del desarrollo no puede ser
otro que el de preguntarse qué hacer frente a su crisis, e indagar concretamente cómo enfrentar ese
conjunto de problemas que afectan a la sociedad contemporánea y frente a los cuales no parece
haber respuesta, o dicho más exactamente, las respuestas que se han dado y las propuestas que se
hacen no resultan convincentes ni suficientes. Empecemos por aquí.

Primera respuesta equivocada: más desarrollo del mismo tipo

Es corriente en la actual cultura económica y política, asociar cada uno de los problemas que
hemos expuesto a la falta de un desarrollo económico suficiente, o a limitaciones específicas que
manifiesta en uno u otro lugar y en uno u otro sentido. Esto conduce naturalmente a pensar que la
solución de esos problemas debe simplemente esperarse de la aceleración, acentuación o
completamiento de ese mismo desarrollo, o a lo más de ciertas correcciones que debieran hacérsele.
No estaría entonces cuestionado el desarrollo económico en sí, ni sus objetivos y medios, sino
solamente algunos aspectos de su realización práctica. Tal es, de hecho, la convicción que parece
presidir la acción de los gobiernos y de los organismos internacionales preocupados de la situación, los
que así contribuyen poderosamente a validar un modo de pensar la realidad y sus problemas actuales
que tiende a prescindir de la idea de un cambio radical y de la necesidad de un nuevo paradigma
teórico.

Sostenemos en nuestra investigación que tal punto de vista constituye un error fundamental,
cuyas consecuencias no pueden ser otras que el futuro agravamiento de los problemas y la
agudización de la crisis del desarrollo. En efecto, una indagación más profunda de los problemas de
pobreza, desocupación, desigualdad social, desarticulación de la convivencia, inseguridad,
desequilibrio ecológico y pérdida de calidad de vida, nos muestra que si hace tres décadas dichos
problemas podían ser atribuidos al subdesarrollo, la situación ha cambiado estructuralmente de modo
tal que ahora dichos problemas están siendo agudizados por el mismo avance del desarrollo
económico del cual se esperaba la solución.

Si observamos las series estadísticas, y pensamos por un largo momento, no será difícil darse
cuenta, en efecto, que el incremento de la pobreza y la desocupación, la desigualdad social y la
inseguridad ciudadana, el deterioro de la calidad de vida y del medio ambiente, acentuadas en las
últimas décadas, han sido concomitantes al impresionante crecimiento de la producción, a la
industrialización moderna, a la creación de grandes empresas, a la producción en serie y a gran
escala, y a la utilización de tecnologías sofisticadas. De hecho, esos procesos suponen y a la vez
generan una impresionante acumulación de capitales en manos de los organizadores de actividades
productivas, financieras y comerciales de gran tamaño y en expansión. Todo ello -con lo cual se
identifica habitualmente el desarrollo económico-, ha significado transferir volúmenes gigantescos de
recursos humanos, financieros y materiales hacia la industria, despojando y empobreciendo otras
actividades económicas como la agricultura, la artesanía, la educación y la salud.
Ahora, la mayor parte de la producción industrial no se orienta a la satisfacción de las
necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud y educación para el conjunto de la población,
sino de otras necesidades, aspiraciones y deseos más sofisticados, difundidos en ciertos sectores
8
sociales que disponen de mayor poder de compra, y cuya satisfacción requiere artefactos de más
compleja elaboración; y también a la producción de armamentos o de bienes de capital destinados a
la misma producción industrial. Es así que, en vez de acercarnos a la posibilidad de que todos puedan
satisfacer sus necesidades básicas superando la pobreza, tal desarrollo económico ha venido
reproduciéndola y acentuándola. Una economía orientada a la satisfacción de necesidades básicas, si
algo debiera priorizar serían exactamente aquellas ramas o sectores de la economía que proveen los
bienes y servicios que las satisfagan, o sea la agricultura, la educación, la salud, y también las
manufacturas e industrias relacionadas directamente con ellas y que no son precisamente las de gran
tamaño ni las que requieren inversiones gigantescas.

Del mismo modo, de todos los sectores es la industria moderna el que ocupa menor proporción
de fuerza de trabajo por unidad de capital; y a partir de cierto nivel de industrialización básica,
menor tiende a ser la proporción de los ocupados en la industria sobre el total de la población en
condiciones de trabajar. Son, por el contrario, aquellos mismos sectores que se orientan más
directamente a la satisfacción de las necesidades básicas los más intensivos en el empleo de trabajo
humano. Cuando la fuerza de trabajo es abundante, priorizar actividades intensivas en capital y que
ocupan poca mano de obra es darle al conjunto de los factores un uso ineficiente. La citada
separación tendencial de los índices de crecimiento y empleo es manifestación de este hecho
evidente.

El industrialismo en gran escala pudo mejorar la calidad de vida sólo cuando y para quienes las
necesidades básicas están razonablemente satisfechas, y ello siempre que no sobrepase ciertos
límites. Pero si el objetivo aún lejano es un pueblo bien alimentado, con buena salud, culto, bien
comunicado, que viva en viviendas dignas, parece más razonable orientar la producción y la actividad
económica directamente hacia tales metas y no esperar que ellas resulten de un efecto de "chorreo"
del desarrollo industrial, después de que para acelerarlo se haya tenido que transferir recursos desde
el campo a la ciudad y desde los demás sectores hacia la industria; o sea, después de haber
postergado y en realidad sacrificado los objetivos pretendidos, como ha ocurrido.

Por otro lado, es bien sabido que los vínculos de comunidad y convivencia social no se
fortalecen, sino que han experimentado incluso un deterioro en el contexto del industrialismo y el
desarrollo. La producción industrial, que separa la actividad productiva del entorno familiar y
comunitario y la concentra en las fábricas y empresas, es una de las causas del debilitamiento de los
vínculos humanos primarios, tan evidente en nuestra civilización.

En cuanto al medio ambiente, el desarrollo industrialista está disminuyendo de manera


alarmante las disponibilidades de campos para el cultivo, de aguas para los diferentes usos, de
bosques y recursos del mar, y de varios tipos de minerales y otros recursos del subsuelo. En general,
puede afirmarse que se notan cada vez más los signos de un mal uso y consecuente destrucción de
muchos de ellos, debido a que la industria no se caracteriza por respetar los ritmos y la vida propios
de la naturaleza. En términos más amplios, puede afirmarse que la industria moderna ha llegado a ser
dilapidadora de los medios materiales de producción, pues los explota con tal intensidad que reduce
manifiestamente su posible vida útil.

En contrapartida, se señala a menudo que el desarrollo industrialista ha incentivado un fuerte


desarrollo del factor tecnológico. Ello es históricamente cierto; pero no son pocas las advertencias
9
que hacer al respecto. En primer lugar, ese desarrollo tecnológico vinculado al industrialismo ha
manifestado sesgos en el sentido de que se han perfeccionado ciertos tipos de tecnologías en
desmedro de otras, dando un resultado que muchos analistas y pensadores denuncian como
desequilibrado. En segundo lugar, que en buena medida el desarrollo tecnológico moderno y
contemporáneo no es atribuible directamente al industrialismo, como se sostiene, sino a impulsos
originados en otros procesos, especialmente el desarrollo de las ciencias y las comunicaciones, la
difusión de la educación, etc. En tercer lugar, que la actividad de innovación tecnológica se ha
concentrado en unos pocos países avanzados, en pocas grandes industrias, y en un reducido
porcentaje de la población que ha podido adquirir las bases de conocimiento y los medios necesarios
para realizarlo, mientras el "saber hacer" y las capacidades creativas de la inmensa mayoría de la
población permanecen inactivas.

Es importante precisar que con estas observaciones no estamos apuntando a resaltar las
cualidades de la producción tradicional ni postulando una vuelta al pasado, como parecen desear
algunos autores críticos del crecimiento a los que nos referiremos más adelante. Nuestra búsqueda de
una nueva concepción del desarrollo nos orienta en una direción distinta y nueva, que mira al futuro a
partir de las situaciones reales y actuales de nuestras sociedades. A manera de contraargumentación
frente a una previsible suspicacia en este sentido, y sólo para mostrar de manera provisoria porqué
pensamos que abandonar la prioridad que se otorga a la industrialización no ha de llevarnos a una
sociedad más arcaica o atrasada, sino que podría conducirnos incluso a niveles de vida avanzadísimos
si se los evalúa con los parámetros de la calidad de vida, sugerimos pensar en las siguientes
situaciones hipotéticas: a) un desarrollo consistente y cualitativo de las comunicaciones, realizado
transfiriendo recursos desde, por ejemplo, la industria automotriz, podría llevarnos a una situación en
que excelentes medios de comunicación disponibles hagan innecesario el uso de muchísimos
automóviles y medios de transporte, con el consiguiente mejoramiento de la vida urbana; b) un
desarrollo cualitativo y cuantitativo de la educación, realizado transfiriendo recursos financieros
ocupados en la industria de armamentos o en una serie de industrias que producen baratijas, llevaría
a una sociedad de hombres más cultos en que la demanda de baratijas disminuiría y donde el uso de
las metralletas y armas sería muy bajo; c) la liberación de recursos para el sector salud desde una
serie de industrias químicas, podría conducir a una sociedad de personas más saludables que
demandarían menos productos químicos y farmacéuticos.

Con estas consideraciones tampoco pretendemos negar el valor de la industria y el aporte que
puede hacer la industrialización al desarrollo económico, especialmente en ciertos aspectos y
desarrollada con equilibrio y proporcionadamente a los otros sectores de la actividad. De lo que se
trata es, simplemente, de disociar los conceptos de desarrollo y de industrialización, para quedar en
condiciones de reexaminar el asunto sin las restricciones de una cultura que los ha vinculado tan
estrechamente, y con el objeto de abrir espacio a la búsqueda de un concepto del desarrollo que
puede ser muy diferente al que manejamos habitualmente.

Del mismo modo, resulta indispensable disociar el desarrollo del proceso de acumulación de
capitales, con el que también se acostumbra identificarlo. En realidad, tal identificación no es sino
una consecuencia de haber previamente asimilado el desarrollo a la industrialización, ya que es ésta
la que requiere consistentes niveles de acumulación y concentración de capitales, sea en manos de
los empresarios privados o del Estado. En la asociación entre desarrollo y acumulación de capitales ha
influído también el hecho que en la generación de las principales actividades económicas durante los
últimos siglos ha actuado predominantemente el capital como categoría organizadora. Pero una
10
sociedad no necesariamente es desarrollada porque disponga de abundantes capitales, sino en cuanto
haya logrado expandir las potencialidades de los sujetos económicos que la conforman, ampliando el
campo de sus actividades productivas, comerciales, tecnológicas, culturales, científicas, etc. Ello
requiere bienes y servicios económicos concretos y una adecuada dotación de recursos materiales y
financieros; pero más importantes que ellos son el desarrollo de las capacidades humanas, el
aprendizaje de los modos de hacer las cosas, los conocimientos científicos y tecnológicos disponibles
y su grado de difusión en la sociedad, las energías sociales y comunitarias que puedan ser desplegadas
tras objetivos compartidos, la acumulación de informaciones crecientemente integradas, la
organización eficiente de las actividades, por parte de los sujetos que han de utilizar los recursos
disponibles. Más que de factores materiales y financieros el desarrollo requiere la formación de
nuevos comportamientos, de una ética de responsabilidad individual y social, de determinados
hábitos de trabajo y métodos de conducción, de grados crecientes de organización social, de procesos
de aprendizaje, requeridos por la multiplicación de las informaciones y la complejidad y pluralidad de
las relaciones humanas y del proceso histórico.

Una vez disociado el desarrollo del proceso de industrialización y de la acumulación de


capitales, puede también comprenderse que sus agentes promotores pueden ser sujetos distintos de
los empresarios capitalistas o de la burocracia estatal, o al menos, que no son éstos los únicos
involucrados en la tarea. La experiencia histórica permite comprender que sólo puede hablarse de
verdadero desarrollo allí donde la sociedad en su conjunto -todos sus grupos funcionales y categorías
sociales- participan de los beneficios del desarrollo al mismo tiempo que contribuyen de algún modo a
generarlo; en otras palabras, que el real agente impulsor del desarrollo no es otro que la gente y el
pueblo en su multiplicidad y diferenciación. Para que ello sea posible, en vez de acumulación de
capitales se requiere la diseminación social del capital.

Podemos comprender cuán honda es la contradicción entre el actual tipo de desarrollo y el


logro de lo que las personas y sociedades esperan de él, agregando una observación adicional. Nunca
como ahora el futuro de la humanidad había estado tan profundamente cuestionado. Cada uno de los
problemas y tendencias mencionados es suficiente para crear una tremenda incertidumbre respecto
al porvenir de la humanidad. Esta inseguridad colectiva se manifiesta también a nivel personal: los
hombres viven actualmente en un creciente estado de inseguridad, y como nunca antes se difunde la
sensación de vulnerabilidad. El gran problema de la humanidad, y la principal preocupación de cada
ser humano, la constituye hoy, indudablemente, la inseguridad e incerteza frente al futuro. Pero ¿no
es acaso el desarrollo, en su esencia, el esfuerzo que hacen los hombres y las sociedades por alcanzar
seguridad frente al futuro? ¿No es precisamente con el objetivo de asegurar el futuro que los hombres
sacrifican consumo presente, ahorrando e invirtiendo los excedentes no consumidos para garantizar la
reproducción ampliada de la economía y de la vida en el tiempo? La paradoja es que precisamente la
creciente inseguridad que experimentamos frente al futuro sea actualmente percibida como
consecuencia del desarrollo, o sea precisamente del esfuerzo cuyo sentido no es otro que
proporcionarnos dicha seguridad. Pero si lo que nos provoca inquietud frente al futuro es el mismo
despliegue de febril actividad que ejecutamos para garantizarlo, entonces todo pierde sentido y el
desarrollo resulta cuestionado en su esencia misma.

Segunda respuesta equivocada: "el crecimiento cero"

La tesis del "crecimiento cero" surgió del análisis de una abundante información sobre el
11
progresivo agotamiento de ciertos recursos naturales como resultado de un proceso de desarrollo que
implica su explotación intensiva. Esta tesis se ha visto sucesivamente reforzada por la creciente
evidencia del deterioro del medio ambiente y por los graves desequilibrios ecológicos que genera y
reproduce el crecimiento económico.

Fue el Club de Roma quien levantó con especial fuerza la cuestión del agotamiento de los
recursos fue el Club de Roma en su informe de 1972 sobre Los límites del crecimiento. Analizando con
modelos sistémicos las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización,
contaminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recursos, concluyó que el
planeta alcanzaría los límites teóricos de su crecimiento en el curso de los próximos cien años, pero
que ya mucho antes comenzarían a manifestarse desajustes y desequilibrios tales que los límites
prácticos se harían presentes con una rapidez asombrosa (Cfr. Donella H. Meadows et als 1972).
Veinte años después, en Más allá de los límites del crecimiento, el Club de Roma reformuló dicha
conclusión afirmando que "la utilización humana de muchos recursos esenciales y la generación de
muchos tipos de contaminantes han sobrepasado ya las tasas que son físicamente sostenibles; sin
reducciones significativas en los flujos materiales y de energía, habrá en las décadas venideras una
incontrolada disminución per capita de la producción de alimentos, el uso energético y la producción
industrial" (Club de Roma 1992: 23). Frente a esta situación, la propuesta del Club de Roma apunta a
alterar urgentemente las tasas de crecimiento, de forma de alcanzar en tiempo prudencial una
condición de estabilidad económica y ecológica que pueda mantenerse durante largo tiempo: una
economía sin crecimiento.

Los análisis críticos del crecimiento son de indudable valor, ante todo en cuanto ponen en
evidencia un problema real de recursos del cual no será posible prescindir, y especialmente en cuanto
evidencian que el actual tipo de crecimiento (en curso) tiene límites ecológicos objetivos. El
cuestionamiento de la economía que conllevan estas críticas es particularmente profundo, pues
ponen en tela de juicio el crecimiento en un tipo de economía que se sustenta socialmente sobre su
crecimiento, y que sin éste pierde toda posibilidad de mantenerse en el tiempo. En efecto, sin
crecimiento esta economía perdería su ya escasa legitimidad social; pero no sólo éso, también se
convertiría en una actividad sin sentido para los propios capitalistas, porque el sentido de esta
economía se lo da precisamente su modo de acumulación y crecimiento. Sin este crecimiento
desaparecerían las razones que llevan a los organizadores económicos a crear y desarrollar empresas.
En efecto, no tiene sentido una economía capitalista dedicada a la reproducción simple del capital,
cuando sus objetivos y su particular racionalidad son precisamente la reproducción ampliada.

Pero los críticos del crecimiento que son a la vez críticos de este sistema económico, no
debieran frívolamente alegrarse, pues detener el crecimiento tornaría extremadamente agudos los
problemas ya gravísimos de la pobreza, del medio ambiente, de la calidad de vida, etc. Además, no
es coherente postular simultáneamente el "crecimiento cero" y un cambio profundo en los modos de
producir, distribuir y consumir, porque tal cambio requiere efectuarse con recursos económicos
nuevos, con más y abundantes medios que la misma economía deberá proporcionar. En otras
palabras, un cambio en el modo de hacer economía y en la dirección del desarrollo requiere
efectuarse en un contexto de crecimiento económico, que aunque muy distinto del actual exigirá
disponer de nuevos recursos. Y estos, en la hipótesis del "crecimiento cero" no se producirían;
solamente cabría desplazarlos de las actividades económicas ya en funcionamiento, pero esto
implicaría no sólo que la economía deje de crecer sino que al menos por un tiempo que puede
prolongarse demasiado disminuya significativamente su tamaño actual, lo que conllevaría una
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verdadera catástrofe económica y social.

También desde el punto de vista específico de la ecología y el medio ambiente la tesis del
"crecimiento cero" es inapropiada e inconducente. Es obvio que no se logra superar el deterioro
ecológico simplemente deteniendo el crecimiento de la economía actual, pues aún si ella dejara de
crecer continuaría generando graves desequilibrios medioambientales, al nivel en que los está
produciendo actualmente. El único resultado de la detención del crecimiento sería extender el plazo
del colapso, y en el mejor de los casos lograr que el deterioro continúe aunque sin acelerarse, pero
no detenerlo ni menos revertirlo. Por el contrario, recuperar el medio ambiente supone abundantes
actividades económicas nuevas, que han de ser desplegadas conforme a la lógica de una economía
ecológicamente apropiada. Y ello implica crecimiento económico.

El desafío que enfrenta la humanidad es tal que, si quiere evitar el colapso deberá pensar y
actuar un proceso de desarrollo completamente diferente al que estamos viviendo desde hace
décadas. Quedarse en una propuesta de no crecimiento es totalmente insuficiente, y de algún modo
implica negarse a pensar y proyectar el futuro precisamente cuando éste constituye la mayor
preocupación de la humanidad. Lo que debemos encarar es, pues, el problema de la limitación de los
recursos con que puede contar la economía para efectos de un desarrollo económico sostenido y
sustentable, de nuevo tipo.

En esta perspectiva es oportuno recordar un planteamiento que hicimos en Fundamentos de


una teoría económica comprensiva (1995: 35-36), a saber, que el supuesto de la escasez de los
recursos adolece de un error conceptual. Tal error lo identificamos haciendo una distinción,
analíticamente necesaria, entre: a) las fuentes de los recursos; b) los recursos; c) los factores
económicos; d) las categorías organizadoras. Con esa distinción apuntamos a diferenciar grados
diversos de integración en la economía por parte de las energías e informaciones que tienen
potencialidades productivas; grados que a su vez implican distintos y crecientes niveles de
subjetividad incorporada en tales elementos productivos, los que presentan también diferentes
situaciones de escasez o abundancia.

Más concretamente, la escasez a que se refieren los economistas alude a los "factores"
económicos, esto es, a las fuerzas productivas (humanas, materiales y financieras) efectivamente
presentes en el mercado y operantes en las empresas, que tienen un "valor de cambio" o un precio
porque su oferta económica es limitada y presenta alguna definida proporcionalidad con la demanda
efectiva de ellos por los agentes económicos. Ahora bien, estos "factores" económicos son elaborados
(construidos, apropiados, valorizados y movilizados) a partir de los "recursos" económicos, que son
todas aquellas combinaciones de energía e información que tienen la potencialidad de ser utilizadas
económicamente, aunque no estén actualmente integradas a los circuitos y procesos económicos. En
tal sentido y en relación a los requerimientos de las actividades económicas, los recursos resultan
ser de hecho siempre abundantes o excedentarios, en cuanto las fuerzas potencialmente utilizables
económicamente son muchas más que las que están siendo efectivamente ocupadas. Al respecto, es
fácilmente observable la existencia de fuerza de trabajo desocupada, de conocimientos tecnológicos
y capacidades organizativas desaprovechadas, de medios materiales de distinto tipo que no son
explotados económicamente, de energías comunitarias inactivas, etc.

Ahora bien, todos estos recursos posibles de convertirse en factores, o sea de integrarse en la
economía, tampoco están "dados" ni son limitados. Ellos se originan de tres grandes "fuentes de
13
recursos", a saber, la naturaleza, el hombre y la sociedad. Estas fuentes de recursos son por sí mismas
activas, creativas, y en tal sentido están constantemente proveyendo nuevos recursos a la economía.
Son generadoras permanentes de recursos, tanto por su espontáneo ser y evolucionar, a través de
procesos que podemos entender como pre y para económicos, como también por el específico
accionar económico y extraeconómico de los hombres que se proponen conscientemente obtener,
reproducir y crear nuevos recursos y factores a partir de la naturaleza, el hombre y la sociedad.

Las "fuentes de recursos" son en sí mismas y consideradas globalmente, inagotables, en


cuanto ellas no dejan nunca de proporcionar elementos energéticos e informáticos susceptibles de
utilización económica. La naturaleza es una realidad viva, activa y en evolución creadora; el hombre
es un ser cuya subjetividad creativa es capaz de desplegar energías y construir nuevos conocimientos
e informaciones aprovechables; la sociedad experimenta un proceso histórico y no permanece
estática. Los hombres están permanentemente descubriendo, movilizando y creando nuevas
combinaciones de energías e informaciones: incrementan su conocimiento de la naturaleza, se
desarrollan, capacitan y perfeccionan, conforman nuevas asociaciones, organizaciones y sociedades,
todo lo cual da lugar al surgimiento de nuevos recursos económicos. Esta permanencia generadora
resulta ser, en todo momento, portadora de novedades y en consecuencia deviene expansiva, en
cuanto la actividad vital y consciente implica siempre la posibilidad de niveles superiores de
organización. Es cierto que se producen fenómenos de disgregación y desorganización, que significan
pérdidas de energías; pero esta entropía es normalmente inferior a la sinergia que se genera en la
actividad vital y subjetiva.

Debemos, sin embargo, distinguir situaciones diferentes en cuanto a los tipos de recursos
generados por las tres fuentes en cuestión. Podemos formular, en general, la tesis de que mientras
mayor sea el nivel de subjetividad de las fuentes de recursos, mayor es también su dinamismo y
creatividad. De hecho, las potencialidades de generación creciente de recursos por parte del hombre
y la sociedad no son cuestionadas. El problema del posible agotamiento de los recursos alude, en
realidad, a aquellos que son susceptibles de ser generados por la naturaleza, cuyos niveles de
subjetividad son menores, y más específicamente a algunos recursos de tipo material, disponibles en
cantidades finitas y/o cuyo dinamismo propio es menor o procede a ritmos más lentos que los que
corresponden al tiempo histórico en que transcurre la economía.

Pero no debe olvidarse que cualquiera sea su fuente los recursos son siempre, incluso aquellos
que definimos como "materiales", resultado de la intervención cognoscitiva y creativa de los sujetos.
Cada recurso es el resultado de un acto creativo, constituyéndose como una realidad objetivo-
subjetiva, energético-informática, material-espiritual. Si al componente objetivo, energético y
material puede reconocérsele finitud, el componente subjetivo, informático y espiritual no tiene
límites y de él puede decirse que está abierto al infinito. En consecuencia, siempre serán posibles
nuevas combinaciones de energía e información.

¿Significa esta perspectiva optimista y esperanzadora respecto a los recursos generables a


partir de sus tres grandes fuentes, desconocer la existencia de un gravísimo problema de escasez y
agotamiento de ciertos recursos naturales, que lleva a muchos y lúcidos autores a cuestionar el
crecimiento? No es nuestra conclusión. Más bien, lo que resulta del análisis es una reformulación del
problema: lo que queda definitivamente cuestionado es un modo de hacer economía y un tipo de
14
crecimiento que explota factores y recursos sin preocuparse suficientemente de renovarlos y
acrecentarlos; pero no la posibilidad del crecimiento económico en cuanto tal.

De una economía que crece fundamentalmente mediante la producción de cosas utilizando


intensivamente los factores disponibles,deberá pasarse a otra cuyo crecimiento se centre en la
expansión y desarrollo de los recursos y de las fuentes de los recursos: el hombre, la sociedad y la
naturaleza. Este es, por cierto, un cambio radical de perspectiva, una completa inversión del orden
en que se piensa y organiza la economía, que implica una transformación profunda y una nueva
racionalidad económica. En efecto, el tipo de desarrollo vigente pone los elementos del proceso de
producción en este orden: productos, factores, recursos, fuentes de los recursos. El nuevo desarrollo
necesario ha de ordenarlos exactamente al revés. Su prioridad no será elaborar productos sino
recuperar y desarrollar las fuentes de los recursos -el hombre, la naturaleza y la sociedad- centrando
en ello la actividad económica.

Tercera respuesta equivocada: control demográfico.

Ante la gravedad de los problemas de pobreza, desocupación, inseguridad, calidad de vida y


medio ambiente, y frente al acuciante problema de la imposibilidad del crecimiento sostenible tal
como se encuentra actualmente organizada la economía, se ha levantado con fuerza la idea que la
raíz de los problemas se encuentra en la llamada explosión demográfica. Más de 6.000 millones de
habitantes parecen sobrepoblar la tierra, y las actuales tasas de crecimiento demográfico permiten
prever que en sólo 10 años se agregarán otros 1.000 millones de personas. Pues bien, si se atribuyen
los problemas al crecimiento de la población, la solución sería relativamente fácil: detener el
crecimiento demográfico e incluso reducir la cantidad de personas que pueblan la tierra.

En el debate internacional se perfilan dos principales posiciones frente al problema. Por un


lado, desde los países ricos, se plantea la urgencia de implementar un masivo control de la natalidad
en los países del Tercer Mundo, por ser los que tienen tasas de incremento demográfico más
elevadas. La verdad es que en los países industrializados está cundiendo un verdadero terror colectivo
a la sobrepoblación, que se percibe como una amenaza que se cierne sobre sus niveles y modos de
vida; una amenaza que avanza desde el sur, desde naciones que viven confusos procesos sociales y
políticos pero que no se resignan a la pobreza y la marginación, y que entran al escenario mundial
compitiendo: a) por los recursos naturales escasos concentrados en gran proporción en sus propios
territorios, b) por las fuentes de trabajo que se tornan cada vez más escasas en el contexto de los
cambios tecnológicos en curso, y c) por los espacios habitables del planeta en el marco de la
mundialización de la economía. La forma más visible de la amenaza, porque se manifiesta al interior
de los países industrializados, son las crecientes migraciones masivas de poblaciones desplazadas por
los conflictos étnicos, sociales y nacionales, por la pobreza, las sequías o las catástrofes
medioambientales.

Al otro lado, desde los países pobres, quienes identifican la causa de los problemas en la
exacerbación del consumo y del gasto de energía y recursos en los países más industrializados. Paul
Ehrlich plantea así los términos del debate: "La preocupación por los problemas de la población entre
los ciudadanos de los países ricos se centra en el crecimiento demográfico en la mayoría de las
naciones pobres. Pero el impacto que ejercen sobre los sistemas sustentadores de la vida de la Tierra
no está determinado solamente por el número de habitantes del planeta. Depende también de cómo
se comportan esos habitantes. Cuando se tiene en cuenta este factor puede verse el revés de la
15
medalla: el problema principal de la población reside en los países ricos. En efecto, hay demasiada
gente rica. La cantidad de recursos que cada persona consume, y los daños causados por las
tecnologías empleadas para suministrarlos, deben tenerse en cuenta tanto como el tamaño de la
población. En teoría, los tres factores deben multiplicarse para obtener una medida exacta del
impacto causado en el planeta.(...) Esto tiene sentido, ya que todas las actividades humanas
requieren el uso de energía, y las que causan más daño al medio ambiente son las que más energía
necesitan" (Ehrlich 1993).

Este debate no conduce a ninguna solución efectiva del problema, pero nos ayuda a centrarlo
en su verdadera raíz, toda vez que la contraposición entre "exceso de población" en los países pobres
y "exceso de consumo" en los países ricos alude a los dos términos principales del problema, cuales
son "economía" y "población". En efecto, es desde la relación entre economía y población que el
problema puede ser correctamente abordado.

¿Puede cuestionarse la población desde la economía o debe más bien cuestionarse la


economía desde la población? Tal es, expresada sintéticamente, la pregunta teórica fundamental. Si
se privilegia la economía la población resultará cuestionada toda vez que la economía se manifieste
incapaz de absorber, dar ocupación y satisfacer las necesidades de toda la población; a la inversa, si
se privilegia la población, será la economía la que resultará en entredicho toda vez que la población
no encuentre en dicha economía adecuada ocupación y satisfacción.

Desde un punto de vista filosófico es obvio que el fin de la economía es la población y no al


revés, siendo la economía un medio para la realización y desarrollo de la vida humana. Pero hay que
hacer dos importantes consideraciones. La primera es que entre la economía y la población se verifica
una interacción permanente. La población es el sujeto de la economía, su protagonista y actor,
siendo la realidad económica la obra o el resultado del actuar de la población; pero al mismo tiempo,
la economía condiciona el ritmo del crecimiento de la población y la distribución de ésta en las
distintas zonas geográficas y en los diferentes países y regiones; más ampliamente, el sistema
económico condiciona la estructura demográfica. En otras palabras, si bien la población "hace la
economía" para su propio beneficio, la construye en un marco definido por las estructuras económicas
establecidas.

El dilema es claro: o se cambian profundamente las estructuras económicas para permitir el


desarrollo para una población creciente, o se detiene el desarrollo de los países subdesarrollados
junto con su población. Este último punto de vista quedó perfectamente expresado por el ex-
presidente de los Estados Unidos Lyndon Johnson, quien afirmó en 1965, después de la primera
Conferencia de las Naciones Unidas sobre población que se efectuó en Bucarest: "Un dolar invertido
en la prevención de la natalidad tiene el mismo efecto que 100 dólares invertidos en el desarrollo".

Pasando por alto el cinismo de esta afirmación, la tesis del control demográfico olvida o
desconoce algunos hechos esenciales. En primer lugar, las razones insoslayables de la ética. En
segundo lugar, que si el crecimiento de la población puede ser considerada causa adyuvante de los
mencionados problemas, no constituye su causa eficiente, que radica en muy distintas situaciones y
procesos de la economía. En tercer lugar, que el verdadero problema no consiste tanto en la cantidad
de seres humanos, sino en su distribución geográfica y en la existencia de una estructura demográfica
irracional. En cuarto lugar, que la solución a los problemas de la economía y la ecología va a necesitar
de la creatividad y el trabajo no de menos sino de más seres humanos.
16
Pero es importante saber que si bien el desarrollo económico va acompañado por una
disminución significativa del ritmo de crecimiento de la población, si el desarrollo de los países
pobres sigue la misma dirección y es del mismo tipo que el que conocemos en las naciones ricas el
problema no se resolverá espontáneamente sino incluso se agravará. El famoso ecologista Jacques
Ives Cousteau afirmó lo siguiente: "En 1968-69 apliqué un modelo matemático para calcular cuánto la
tierra podría soportar hombres consumidores como los americanos de la época. Me impactó
profundamente el resultado de mi investigación: 700 millones". (1992)

Estamos llegando a ser casi 8.000 millones de personas en el mundo. Por su parte la FAO ha
calculado que la tierra podría sostener 30.000 millones de seres humanos bien alimentados. Los datos
y términos del problema son claros. El crecimiento demográfico puede ser favorable o contrario a la
ecología, según el tipo de economía y de racionalidad demográfica. El desafío no es otro que
establecer un tipo de racionalidad económica muy diferente al que predomina actualmente, que
ponga a la población como factor de mejoramiento del medio ambiente y no de deterioro.

El problema es, pues, de la economía y ha de ser enfrentado en ella mediante su profunda


transformación: cambios en las pautas de consumo y de producción en los países desarrollados,
redistribución de la riqueza, incrementos de productividad de los recursos humanos, materiales y
tecnológicos en los países más pobres, establecimiento en todas partes de economías más solidarias
que promuevan otro tipo de desarrollo, ecológicamente sustentable y capaz de integrar a una
población en crecimiento. En lo inmediato, en los países pobres urge un cambio en la dirección de
dotar sus economías de recursos humanos de más elevada productividad, de adecuadas dotaciones de
capital y de tecnologías más eficientes. El aumento de la producción que puede esperarse de ello
redundará en una disminución del ritmo de crecimiento de su población. En los países ricos la
transformación ha de comenzar con la modificación de las pautas de consumo a fin de que no se
continúe tensionando el medio ambiente con la excesiva producción de bienes, ni afectando la
normal reproducción humana por exigencias de sobresatisfacción de necesidades artificiales que
reducen la calidad de vida. Y en ambos lados se requiere urgentemente modificar los patrones de,
producción, de manera que se revierta la tendencia a sustituir el trabajo humano por sistemas
mecanizados que utilizan excesivas cantidades de energía material. Como consecuencia de tales
transformaciones en la economía se irá corregiendo la irracionalidad demográfica, haciendo posible y
deseable un incremento racional de la población acompañada de una mejor satisfacción de las
necesidades y una superior calidad de vida.

Este enfoque del problema hace posible comprender también de un modo nuevo las relaciones
entre el incremento demográfico y el problema ecológico. Ciertos ecologistas han puesto particular
énfasis en el problema de la población con un argumento simple y poderoso: dado que la especie
humana es la responsable del deterioro del medio ambiente y de la ruptura de los equilibrios de la
naturaleza, mientras más numerosos sean los hombres que habitan el planeta más se acentuará y
acelerará el deterioro. La consecuencia política de tal silogismo es la reducción del crecimiento
demográfico como componente fundamental de la política ecológica. Pero esta conclusión es
contradictoria con la misma ecología, toda vez que no parece posible mantener el tamaño actual de
la población ni mucho menos reducirlo, a menos que se verifiquen terribles desastres naturales o que
se implementen sistemas de dominación asesina.

La mencionada argumentación ecologista parte de un supuesto equivocado. No es verdad que


17
los seres humanos sean depredadores por naturaleza, ni que la especie humana constituya un factor
inevitable de desequilibrio ecológico, una suerte de "error de la naturaleza". Existe abundante
evidencia histórica de que graves daños ecológicos son a menudo producidos por cantidades reducidas
de personas, mientras que extensas poblaciones son compatibles con un perfeccionamiento del medio
ambiente. El hombre no es depredador por naturaleza, al contrario, donde él se asienta se esfuerza
por mejorar las condiciones ambientales, cultivar la naturaleza, plantar y cuidar todo tipo de
vegetales, criar animales. Que no siempre sea así no debe atribuirse a la naturaleza humana, sino a
ciertos sistemas económicos y políticos que dominan a los mismos hombres y les impiden su desarrollo
natural.

El capital y el estado que lo someten, son los grandes depredadores no el hombre como tal.
Los efectos de la acción humana sobre la naturaleza pueden ser benignos o malignos, según el tipo de
economía y de organización social y política en que operan. Si esta relación está siendo maligna, lo
que se requiere urgentemente es liberar la naturaleza humana prisionera de sistemas que la
distorsionan.
Partir desde el principio: repensar los objetivos del desarrollo.

Los distintos caminos del análisis conducen de este modo a una misma conclusión: es
necesario un nuevo paradigma del desarrollo. Esta conclusión en sí misma no tiene nada de
novedoso puesto que desde hace años son muchos los que han hecho la misma afirmación, y nuestra
investigación comenzó con ella. Lo que sí trae alguna novedad y constituye un primer aporte es el
haber descartado por insuficientes o equivocadas las principales respuestas, que han sido presentadas
como posibles soluciones por los mismos que han postulado la necesidad de un nuevo paradigma.

Tomamos conciencia de que los problemas son aún más graves de lo que parecían y que no
tienen respuestas simples. Una cosa es afirmar "la necesidad" de un nuevo paragigma y otra muy
distinta es elaborarlo positivamente como propuesta posible y realista. En efecto, la propuesta
constructiva no es nunca la prolongación de la crítica a lo existente; ella requiere conceptos nuevos,
una teoría que se prolongue en la elaboración de un proyecto que tome en cuenta las condiciones y
restricciones que plantea la realidad presente. La debilidad habitual de las propuestas de "nuevos
paradigmas", y en general del pensamiento "alternativo", consiste precisamente en que se limitan a
afirmar en general su necesidad a partir de la crítica de lo existente, y luego se quedan satisfechos
con indicaciones demasiadas abstractas y a menudo utópicas sobre el "deber ser" de un mundo nuevo
y distinto, pero que no se sabe cómo pueda convertirse en realidad.

Superar esta debilidad es el objetivo de la investigación que aquí nos hemos limitado a
presentar. Es obvio que la presentación de la propuesta en positivo trasciende completamente las
posibilidades de un artículo como éste. En el breve espacio que nos queda a disposición nos
limitaremos a algunas reflexiones finales sobre lo que ha de constituir el punto de partida, y la
primera tarea para llegar a disponer del necesario nuevo paradigma del desarrollo económico.

Desde un punto de vista formal, es evidente que lo primero debe ser la redefinición del
concepto. En efecto, en el estado actual del debate, o sea después de las críticas a que ha sido
sometido el concepto de desarrollo económico y que ha dejado muy poco en pié, se hace
imprescindible elaborar un concepto nuevo que exprese la esencia de lo que podamos entender hoy y
para el futuro por desarrollo económico. Pero siendo el desarrollo un proceso y el nuevo desarrollo un
proyecto, lo primero de lo primero es pensar en los objetivos.
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En efecto, especialmente en épocas de crisis no deben darse los objetivos por conocidos y
seguros. Desgraciadamente -contra lo que supondría la difundida creencia de que en nuestra época
predomina la razón por sobre las otras facultades o potencias del hombre-, rara vez nos preguntamos
por los objetivos de la acción que realizamos: operando con una racionalidad instrumental
acostumbramos trabajar analíticamente en el orden de los medios, indagando más el "cómo hacer las
cosas", que los fines que pretendemos al hacerlas. Tal actitud intelectual podría aceptarse como
normal en épocas y situaciones de estabilidad y progreso, cuando la sociedad se encuentra
estructurada en torno a objetivos claros y definidos que persiguen sus integrantes. Algunos incluso
parecen pensar que interrogarse demasiado por los objetivos a realizarse socialmente sería peligroso
para la sociedad porque acarrea el riesgo del cuestionamiento del orden establecido. Y, en realidad,
preguntarse por los fines, por los objetivos, es el comienzo de todo cambio y de toda acción
verdaderamente transformadora.

Es ante las crisis que aparece la interrogante por los objetivos, precisamente porque las crisis
son situaciones históricas en que resulta cuestionada la legitimidad o la racionalidad de los fines
establecidos; o bien, en que aparecen objetivos distintos que ofrecen alternativas y ante los cuales es
preciso optar.

Esta reflexión tiene particular atingencia al tema del desarrollo, porque los economistas se
han centrado casi exclusivamente en torno a la cuestión de las "vías, modelos y estrategias"
apropiadas para lograrlo. Hablar de caminos, de estrategias y de modelos es preguntarse por los
medios a utilizar en función de fines conocidos y establecidos; pero en la situación del mundo
contemporáneo, y en particular en la realidad de los países y regiones más pobres, la pregunta
primera y verdaderamente relevante no es la que interroga por las estrategias sino aquella que busca
la clarificación de los objetivos que debamos y podamos proponernos socialmente.

La pregunta por los objetivos es apremiante porque el desarrollo que conocemos no ha traído
al mundo la paz que se suponía hace pocas décadas que debía asegurar, ni ha proporcionado a los
hombres el bienestar y realización que se esperaba. Aún más, si todos los países y toda la población
mundial fueran desarrollados en el sentido y el modo en que lo son hoy los más poderosos, habríamos
llegado al peor de los mundos posibles. Habría en la tierra un potencial militar y de armas nucleares
cuyo control resultaría imposible, y probablemente la desgracia de una guerra de exterminio masivo
no sería sólo una terrible amenaza sino una realidad cumplida. Los desequilibrios ecológicos -polución
atmosférica, contaminación de los mares y aguas, deforestación, lluvia ácida, deterioro de la capa de
ozono, etc.- serían tan agudos que lo menos que podemos asegurar es que la calidad de vida sería
horrible. Gran parte de los recursos naturales no renovables se habrían agotado, y la renovación de
otros sería insuficiente para sostener el proceso. Muchas culturas, etnias y pueblos habrían
desaparecido o al menos perdido su identidad, y seguramente se habrían agravado al extremo
problemas como los que mencionamos afectan la calidad de vida. Los sufrimientos humanos se
habrían extremado.

Nada más importante y urgente, pues, que pensar en los objetivos de un desarrollo deseable y
posible, entenderlos como criterios de juicio y discernimiento de la realidad por más potencialidad
crítica que tengan del orden existente, y desearlos intensamente de modo que adquiramos la
disposición espiritual que nos permita identificar las vías, los modos y las estrategias que conduzcan a
su realización histórica. Nuestra investigación pretende ser una contribución a ello.
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Bibliografía

Cousteau Jacques, Ivés (1992), “Demain la terre”, Le Nouvel Observateur, París.

Club de Roma (1992), Más allá de los límites del crecimiento, El País – Aguilar, Madrid.

Ehrlich, P.R. (1993), “Demasiada gente rica”, en revista Nuestro Planeta N°3, Programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente.

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predicamento de la humanidad, Fondo de Cultura Económica, México.

Mishmann, Ej.J. (1983), El debate sobre el crecimiento económico” , Ed. Sudamericana, Buenos Aires.

Razeto, Luis (1995), Fundamentos de una teoría económica comprensiva, Ed. Pet, Santiago.

Schatan, J. (ed.) (1991), Crecimiento o desarrollo, Ed. Cepaur, Fund. Friedrich Ebert, Santiago.

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