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Matires Del Zenta

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Mártires del Zenta

Pedro Ortiz de Zárate


y
Juan Antonio Solinas s.j.

Diócesis de la Nueva Orán


Salta - Argentina
PUEDE IMPRIMIRSE

Mons. Luis Antonio Scozzina ofm


Obispo de la Nueva Orán

San Ramón de la Nueva Orán


27 de octubre de 2021
Diócesis de la Nueva Orán

Los Mártires del Zenta y la comunidad misionera

Mensaje del Obispo de la Nueva Orán


Con motivo de la aprobación de la Beatificación de los Mártires del Zenta

El Santo Padre ha aprobado que los misioneros del Zenta Don Pedro Ortiz
de Zárate, párroco de Jujuy y Juan Antonio Solinas, sacerdote jesuita sean
declarados mártires. Junto a ellos celebramos la entrega heroica de la
“comunidad misionera” que los acompañaba, un grupo de laicos, entre ellos
españoles, mulatos y aborígenes venidos desde Humahuaca al servicio del
proyecto misionero.

La celebración de la beatificación de los Mártires del Zenta es una


oportunidad para asumir el desafío de la evangelización misionera llamada a
vivir la inculturación del Evangelio. La Iglesia al mismo tiempo que anuncia,
siempre reconfigura su identidad en escucha y diálogo con las personas,
realidades e historias de su territorio. Estamos llamados a restaurar un rostro
pluriforme de una Iglesia inculturada en la complejidad cultural que somos.
(Cf.QA66-69).

En 1683 la presencia de los misioneros del Zenta entre los pueblos


originarios, en contexto de colonización, fue un anuncio pacificador
superando la lógica de la dominación. El anuncio del Evangelio fue para
proponerles la amistad con el Señor que los promueve y dignifica. Fue el
anuncio de un Dios que ama infinitamente a cada ser humano y cada pueblo
con su propia cultura.

Según Redeptoris Missio 34 la evangelización misionera en medio de los


pueblos y culturas se define como “mantener viva la solicitud por el anuncio y
por la fundación de nuevas iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no
existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a

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Mártires del Zenta

todos los pueblos, hasta los confines de la tierra”. Esta fue la motivación de la
iniciativa misionera de esta comunidad de mártires.

Viviendo el ardor misionero se animaron a incursionar en estas tierras,


sin armas, sin ejército que los secundara, sin el poder de los conquistadores.
Inspirados en la vocación de servicio, a una vida de proximidad y de entrega,
viviendo el mandato que Cristo nos ha dado: “anunciar la Buena Nueva en
todo el mundo”. El sacrificio de los mártires es el signo tangible de que la
propagación de la fe no es una cruzada sino un abrazo de culturas, pueblos y
religiones, la total disponibilidad de uno mismo para la escucha y la acogida
mutua.

Desde Querida Amazonía: una Iglesia inculturada

En el Sínodo de la Amazonía se nos ofrece una clave para reinterpretar


la misión evangelizadora en el contexto pluricultural de las Iglesias del NOA,
donde se nos invita a superar la visión colonizadora y eurocéntrica de la
misión. “La Iglesia en su proceso de escucha al clamor del territorio y del grito
de los pueblos ha de hacer memoria de sus pasos. La evangelización en
América Latina fue un don de la Providencia que llama a todos a la salvación
en Cristo. A pesar de la colonización militar, política y cultural, y más allá de la
avaricia y la ambición de los colonizadores, hubo muchos misioneros que
entregaron su vida para transmitir el Evangelio. Frecuentemente el anuncio de
Cristo se realizó en connivencia con los poderes que explotaban los recursos y
oprimían a las poblaciones. En el momento presente, la Iglesia tiene la
oportunidad histórica de diferenciarse de las nuevas potencias colonizadoras
escuchando a los pueblos amazónicos para poder ejercer con transparencia su
actividad profética”. (Documento final del Sínodo, “Amazonía: nuevos
caminos para la Iglesia y para una ecología integral,15).

En su carta postsinodal Querida Amazonía (QA), el Papa nos recuerda


que la historia de la evangelización estuvo marcada por la colonización y que
la historia de injusticias y explotación vividas en nuestro territorio nos

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Diócesis de la Nueva Orán

tendrían que generar indignación y rechazo, y al mismo tiempo, estar más


sensibilizados a los actuales atropellos a la dignidad de las personas y de los
pueblos. “Las historias de injusticia y crueldad ocurridas en la Amazonía aun
durante el siglo pasado deberían provocar un profundo rechazo, pero al mismo
tiempo tendrían que volvernos más sensibles para reconocer formas también
actuales de explotación humana, de atropello y de muerte.” (QA 15)

Un gran desafío de la presencia profética y misionera de la Iglesia es creer


que: “Es posible superar las diversas mentalidades de colonización para
construir redes de solidaridad y desarrollo; el desafío consiste en asegurar una
globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar nadie al margen».
(QA 17)

Llamados a una conversión pastoral

“La Iglesia por naturaleza es misionera y tiene su origen en el “amor


fontal de Dios” (AG 2). El dinamismo misionero que brota del amor de Dios se
irradia, expande, desborda y se difunde en todo el universo. “Este
desbordamiento impulsa a la Iglesia a una conversión pastoral y nos
transforma en comunidades vivas que trabajen en equipo y en red al servicio
de la evangelización. La misión así comprendida no es algo optativo, una
actividad de la Iglesia entre otras, sino su propia naturaleza. ¡La Iglesia es
misión! «La acción misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia»
(EG 15). “Ser discípulo misionero es algo más que cumplir tareas o que hacer
cosas. Se sitúa en el orden del ser. Jesús nos indica a nosotros, sus discípulos,
que nuestra misión en el mundo no puede ser estática, sino que es itinerante.
El cristiano es un itinerante” (Francisco, Ángelus, 30/06/2019). (DF 21)

Caminar, salir, ir al encuentro, escuchar, caminar juntos. Llamados a vivir


una Iglesia misionera y sinodal. La sinodalidad, entendida como una gran
orquesta en la que cada uno toca un instrumento distinto, pero desde la
unidad. Esa impronta de la Trinidad en la Iglesia se manifiesta como
comunión, participación caminando juntos en la misión.

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Mártires del Zenta

Profundizar procesos de inculturación y reconocer que otros pueblos


puedan ser sujetos creadores de una cultura cristiana llevaría a “descentrar”
culturalmente la Iglesia. Entenderla como un sujeto intercultural la convertiría
en un mosaico donde otras culturas además de la europea tengan carta de
ciudadanía cristiana. No se trata de un rechazo a la cultura europea sino de
sosegar su vocación hegemónica.

Para la Iglesia de la Nueva Orán renovar la entrega misionera y el


compromiso social del Evangelio se actualiza en el mensaje del Sínodo de la
Amazonía: “la Iglesia se compromete a ser aliada de los pueblos amazónicos
para denunciar los atentados contra la vida de las comunidades indígenas, los
proyectos que afectan al medio ambiente, la falta de demarcación de sus
territorios, así como el modelo económico de desarrollo depredador y ecocida.
La presencia de la Iglesia entre las comunidades indígenas y tradicionales
necesita esta conciencia de que la defensa de la tierra no tiene otra finalidad
que la defensa de la vida.” (DF 46)

En el contexto de la acción de gracias por los 60 años de nuestra Diócesis


y de la apertura del Sínodo de los Obispos 2023, quiero invitar a toda la Iglesia
diocesana a vivir el acontecimiento de la beatificación de los Mártires del
Zenta como un don de la ternura de Dios para con nuestro Pueblo fiel. Él nos
consuela, nos anima y nos acompaña para que como Iglesia nacida por el
ardor misionero, renovemos nuestra fe y esperanza. Que la escucha del
clamor del Espíritu nos anime en la construcción de la fraternidad universal y
en el cuidado de la vida y de la dignidad de todas las personas y pueblos.

El peculiar momento de la historia que nos toca vivir nos dice de muchas
maneras que nuestra Iglesia diocesana necesita con urgencia renovar y
fortalecer la capacidad de curar heridas, de brindar calor al corazón de los
hermanos, dar cercanía, acogida, tener gestos que alivian y reconfortan. En
el hoy de la historia, en su permanente salida misionera, la Iglesia es llamada
a ser manifestación de acogida y misericordia. “Hacer-tener” la experiencia de
la misericordia de Dios que envuelve nuestra vida con su ternura. La Iglesia
samaritana está llamada a ser compasiva y misericordiosa.

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Diócesis de la Nueva Orán

Quiero concluir con estas palabras del Papa Francisco:

“Cuando los pueblos y las culturas se devoran sin amor y sin respeto, no
es el fuego de Dios, sino del mundo. Y, sin embargo, cuántas veces el don de
Dios no ha sido ofrecido sino impuesto, cuántas veces ha habido colonización
en vez de evangelización. Dios nos guarde de la avidez de los nuevos
colonialismos.” (Homilía en la misa de apertura del Sínodo de la Amazonía)

Mons. Fray Luis Antonio Scozzina OFM


Obispo de la Nueva Orán

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Mártires del Zenta

¿Qué significa martirio "el odio de la fe"?


Reflexión teológica pastoral

La aprobación de la causa de los Mártires del Zenta dice serán declarados


mártires por haber sido asesinados "en odio de la fe" (odium fidei). Algunos
pueden preguntarse qué significa realmente esta expresión ya que una lectura
literal de la misma puede llevar a confusión.

Por eso creemos que merece ensayarse una somera explicación sobre
qué significa el martirio in odium fidei (Martirio en odio a la fe).

¿Qué es el martirio?

La primera etapa que debemos recorrer en este camino es preguntarnos


acerca del significado del martirio. El mártir por excelencia es Cristo. Él
entrega voluntariamente su vida para dar testimonio del amor misericordioso
del Padre. Muchos otros en la historia han dado su vida por Jesucristo o por
encarnar sus enseñanzas. La Iglesia los considera mártires porque sus muertes
están asociadas a la muerte de Cristo. Etimológicamente mártir significa
testigo. Como Cristo, que es el "testigo fiel" (Apoc 1,5), digno de fe, que da fe
del amor de Dios y este testimonio provoca en nosotros la fe. Del mismo
modo, la sangre de los mártires mezclada con la de Cristo suscita nuestra fe,
hace creíble la Buena Noticia que trajo Jesús y que la Iglesia transmite. Bien
lo entendía Tertuliano cuando plasmó la inspiradora sentencia: "sangre de
mártires, semilla de cristianos".

Desde los primeros mártires asesinados por el imperio romano hasta el


presente, el concepto de martirio ha tenido distintas acentuaciones. No
corresponde aquí ofrecer una panorámica. Pero sí notar que el Concilio

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Diócesis de la Nueva Orán

Vaticano II aportó una visión propia del martirio donde lo normativo es el


amor de Cristo. Por tanto, el acento no está tanto en la profesión de fe del
mártir sino en el amor que está en la base del testimonio del santo. La noción
preconciliar insistía en que la muerte debía ser instigada por un rechazo a la
fe del mártir. En cambio, Lumen Gentium 42 al hablar de martirio no nombra
la profesión de fe, aunque ciertamente la supone, sino que prefiere hablar de
martirio como signo del amor que se abre hasta hacerse total donación de sí
(d. R. FISICHELLA, Voz: Martirio en Nuevo Diccionario de Teología
Fundamental, Paulinas, 1992).

Desde esta perspectiva Karl Rahner, movilizado por el asesinato de


Monseñor Romero en El Salvador, escribió sobre la necesidad de ampliar el
concepto tradicional de martirio de modo que incluya a quienes mueren
luchando por un valor cristiano como la justicia (K. RAHNER, Dimensiones del
martirio, Concilium 183 (1983). Allí explica que cuando decimos que el mártir
muere por la fe, el término fe incluye la moral cristiana. Pone como ejemplo
a Santa María Goretti, que es considerada mártir y sin embargo no murió por
profesar su fe sino por defender un valor cristiano como la virginidad.

El caso de Maximiliano Kolbe es un buen ejemplo de esta ampliación del


concepto de martirio que se da después del Concilio. Este sacerdote
franciscano polaco murió en Auschwitz después de haberse ofrecido
espontáneamente a reemplazar a uno de los prisioneros elegidos para morir
de hambre. En 1971 es beatificado por Pablo VI no como mártir sino bajo el
título de "confesor" ya que, si bien su muerte fue un acto de caridad sublime
al morir por otro, no fue interrogado directamente sobre su fe. Pero en 1982
Juan Pablo 11, en contra del juicio de algunos miembros de la curia romana,
decide canonizarlo como mártir. De este modo, Kolbe se constituyó en el
primer santo que cambió de categoría entre las dos etapas de la misma
canonización (Cf. A. FROSSARD, No olvidéis el amor: La pasión de Maximiliano
Kolbe, Ed. Palabra, 20055).

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Mártires del Zenta

Odium fidei (Odio a la fe)

El mártir siempre muere por odium fidei. A la luz de lo que dijimos sobre
la noción posconciliar de martirio puede entenderse que es también odium
fidei, el rechazo hacia conductas que son consecuencias de la fe. Esto ya podía
encontrarse en la doctrina clásica cuando Santo Tomás se pregunta "si sólo la
fe es causa del martirio" (ST 11-11 q124, a5). Allí explica que "a la verdad de
la fe pertenece no sólo la creencia del corazón, sino también la confesión
externa, la cual se manifiesta no sólo con palabras por las que se confiesa la
fe, sino también con obras por las que se demuestra la posesión de esa fe"
(ibíd.). Ilustra la· afirmación: con el ejemplo a Juan el Bautista, quien es
considerado mártir y no murió por defender la fe sino por reprender un
adulterio.

Mostraría una concepción demasiado intelectualista de la fe pensar que


el odium fidei solo puede; aplicarse cuando la agresión se produce
explícitamente contra la doctrina cristiana, Además, 'como bien señala J.
González Faus, llevaría a la paradoja de sostener que "sólo un no cristiano
podría provocar mártires. Sólo un emperador Juliano, o un gobierno ateo. Un
cristiano, por cruel que fuese; no podría provocarlos pues, si se confiesa
cristiano, no odiará la fe" (J.1. GONZÁLEZ FAUS, “El mártir testigo del amor",
Revista Latinoamericana de Teología 55 (2002)).

Desde este marco teológico podemos afirmar que quienes sufren la


muerte por testimoniar la fe comprende no sólo a Don Pedro Ortiz de Zárate
y el Padre Juan Antonio Solinas sj. sino también, a todos los laicos que
ofrendaron sus vidas por el anuncio de la Buena Noticia. Podemos llamar a
esta comunidad misionera, “comunidad martirial”.
Texto tomado de la Biografía de los Mártires Riojanos presentada por Mons. Marcelo
Colombo.

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Diócesis de la Nueva Orán

SEMBLANZA PASTORAL

DE LOS MÁRTIRES DEL ZENTA

Arrancamos por el final. No porque sea lo único o lo más importante, sino


porque rubrica y confirma lo que la vida de estos testigos del Amor Divino ya
venía preludiando… En realidad, no cabía otro desenlace más apropiado para
ellos, dada la coherencia con que querían seguir a Cristo y anunciarlo a todos,
pero especialmente a los que no sabían todavía cuánto los amaba Dios, y la
gloria que Jesús les había obtenido y les pertenecía como herencia.

La tarde del 27 de octubre de 1683, en las calurosas espesuras del bosque


salto-jujeño del valle de Zenta, junto a la capilla de Santa María, que ellos
mismos habían levantado con la ayuda de sus compañeros de misión y
generosos colaboradores, a 5 leguas del Fuerte de San Rafael, eran
martirizados Don Pedro Ortiz de Zárate, el R. P. Juan Antonio Solinas s. j.; y con
ellos, también dieciocho laicos entre los cuales habían dos españoles, un
negro, un mulato, y una mujer, dos niñas y once varones de distintas etnias
aborígenes: una miniatura preciosa de la Iglesia de ese tiempo, una espléndida
concreción del Cuerpo de Cristo que, buscando seguir a Jesucristo, Su Cabeza,
en su entrega plena, dio la vida por amor a Dios y a sus hermanos, los
hombres.

¿Cómo llegaron a esto? ¿Qué pasó? Para responderlo vamos repasar un


poco la historia de los dos sacerdotes (sobre los laicos no disponemos de otros
datos que su número según sus características raciales, etarias o de género, y
la mención, en una de las fuentes, que uno de los once hombres originarios
era un cacique Omaguaca, de nombre Jacinto) y analizar con más detalles, los
días y las horas que precedieron este magnífico y trágico desenlace.

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Mártires del Zenta

DON PEDRO ORTIZ DE ZÁRATE

Hijo de Juan Ochoa de Zárate y nieto de Pedro Ortiz de Zárate, el


fundador de San Francisco de Alava (la primera y fallida, de varias fundaciones
que culminarán en la actual San Salvador de Jujuy), nace en Jujuy, y es
bautizado en 1626. Su madre fue doña Bartolina de Garnica, natural de
Santiago del Estero, que lo educó en una recia y profunda fe cristiana.
Adiestrado en el uso y el conocimiento de las armas, las leyes y en la práctica
de la equitación, se lo preparaba para cumplir su rol de “encomendero” para
cuidar el honor y el patrimonio de su familia. Los jesuitas, que a la sazón tenían
una casa en Jujuy y eran amigos de la familia, colaboraron en la formación del
joven caballero, inculcándole el sentido de justicia y caridad que distinguirían
todas sus acciones. Ellos habían promovido las Ordenanzas del Auditor, don
Francisco de Alfaro para proteger a los naturales, aunque en los hechos, los
españoles y criollos distaban mucho de cumplirlas, continuando con prácticas
de opresión y explotación que hacían exclamar al Obispo de Tucumán don
Julián Cortázar en carta a la Corona: “Toda esta provincia...está totalmente
postrada...En lo temporal no es observada ni siquiera una de las Ordenanzas
que don Francisco Alfaro dio en nombre de Su Majestad para el buen gobierno
de la misma. Los indios trabajan más que los israelitas en Egipto; y para más
andan desnudos y mueren de hambre”.

El joven Pedro sabía de los fracasados intentos de fundar poblados en el


Gran Chaco Gualamba, después de la destrucción de la ciudad de Santiago de
Guadalcázar en 1632, con la muerte del R. P. Juan Lozano, de la orden de la
Merced, pocos años después de haberla erigido y luego, del Fuerte Ledesma
en 1637. Llegó a conocer a varios misioneros que lo preceden en la entrega de
la vida, como el padre Gaspar Osorio, su compañero Antonio Ripario (italiano
nativo de Cremona) y un estudiante, Sebastián Alarcón, que fueron ultimados
por los Chiriguanos en 1639. Cuando el Obispo de Tucumán Melchor
Maldonado ordenó celebrar solemnemente sus exequias, el teólogo Jerónimo
Delgadillo, ante el prelado, los definió como Apóstoles del Chaco y Mártires
de Cristo.

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Diócesis de la Nueva Orán

La mamá de Pedro muere el 24 de febrero de 1633, cuando llegaba a sus


10 años; y poco después, en 1638, su padre, legando en su único hijo varón
todas las propiedades y derechos de encomienda que poseía, a los que se
agregarían, años más tardes, tres grupos numerosos de pueblos originarios:
los Omaguacas, los Ocloyas y los Socochas. Por su posición, preparación y
aptitudes personales será electo alcalde de la ciudad de Jujuy, en primer
escrutinio con sólo 22 años de edad y por mucho tiempo fue distinguido como
Alférez Real.

Contrae matrimonio con Petronila de Ibarra y Murguía, el 15 de


noviembre de 1644, nieta del fundador de la definitiva San Salvador, e hija de
doña María de Argañaraz y Murguía, viuda, con lo que concluía un conflicto
entre ambas familias patricias en la lucha por sus respectivos derechos. Les
nacerán dos hijos: Juan Ortiz de Murguía y Diego Ortiz de Zárate, pero esa
alegría doméstica se verá trunca con la muerte de doña Petronila, los primeros
meses de 1654, en un fatal derrumbe de parte de su casa, dejando a Pedro
viudo y sus hijos huérfanos de madre. Pondrá a los pequeños al cuidado de la
abuela, su suegra, Doña María Argañaraz, que vivía en casa contigua a la suya,
dedicándose a administrar los bienes que un día serían de sus hijos, mientras
maduraba la idea de consagrarse por entero al servicio de Dios y Su Reino.

Aprovecha una visita pastoral del Obispo Maldonado a Jujuy para


plantearle su inquietud, quien le sugiere viajar a Córdoba a completar sus
estudios de filosofía y teología obteniendo la Licenciatura. Será ordenado
sacerdote por el mismo obispo Maldonado y Saavedra a mediados de 1657,
en Santiago del Estero, sede de la diócesis de Córdoba del Tucumán en
aquellos tiempos. A fines del mismo año es nombrado párroco de Humahuaca,
y dos años después, párroco de San Salvador de Jujuy, teniendo como vicario
a cargo todo el territorio jujeño, más de 100 leguas, el norte con sede en
Humahuaca, desde Chichas hasta Volcán, el sur, con sede en San Salvador,
desde Volcán hasta el río Perico y Esteco. Se entregó a ello sin reservas, lo que
le valió el aprecio de sus fieles, que gozaban de sus cuidados pastorales; de
sus obispos, que no ahorran elogios a su persona y ministerio en sus relaciones

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Mártires del Zenta

al Rey; de sus propios pares, que lo elegirán visitador de la diócesis durante la


sede vacante del obispado; y de los más pobres y marginados, que serán
siempre sus preferidos. Desarrolló una ingente labor, levantando capillas por
toda su jurisdicción, que aún hoy atestiguan su corazón inquieto y generoso,
era muy caritativo con pobres y enfermos, pero se mostraba especialmente
inclinado a atender paternalmente a los indios. Sus liturgias eran muy
cuidadas, pagaba músicos y coros a sus expensas para las celebraciones
importantes, pulcros y luminosos sus templos, limpias sus vestiduras y
ornamentos… pero bullía en su alma lo que desde niño admiró, prendió fuego
en su corazón, y buscó cauce desde su viudez en el sacerdocio: el intrépido
arrojo misionero y el martirio de aquellos que pasaron por su casa y murieron
queriendo dar a conocer a Jesús, rostro misericordioso del Padre. Habló con
muchas autoridades, y escribió varias veces a su obispo, al Gobernador y hasta
al mismísimo Rey, exponiendo su plan de evangelizar y pacificar el Chaco,
antes que expediciones militares destruyeran esas naciones y aplastaran
cualquier intento de anunciar el Evangelio de la libertad y la paz. Lo hacía con
premura, como sintiendo que se agotaba su tiempo y sus energías, escribe:
“estando ya en el umbral de los sesenta años y dada la poca salud a causa de
los continuos sufrimientos, deseo ardientemente gastar aquello que me queda
de la vida en esta empresa”.

En 1677 el cabildo de Jujuy había elevado un memorial a su Majestad


apoyando la iniciativa. Respondió la corona, positivamente, el 17 de abril de
1682, cuatro años más tarde. Era lo que él esperaba. Se dedicó por entero a
preparar la expedición, y el 18 de octubre de ese mismo año, se despedía de
sus fieles de San Salvador, renunciando a todos los puestos, cargos y beneficios
que tenía, para dirigirse a Humahuaca, desde donde pensaba comenzar esta
aventura. Allí se encontraría con los jesuitas, que venían urdiendo sueños
parecidos a los suyos, de llevar Vida Plena a tantas naciones y culturas que aún
desconocían a Cristo.

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Diócesis de la Nueva Orán

R. P. JUAN ANTONIO SOLINAS, S.J.

A 10 kilómetros de Nuoro, en la isla de Cerdeña, se encuentra Oliena, el


pueblo donde nació Juan Antonio Solinas, de Juan Pablo Solinas y María Todde
Corbu, en el año 1643. Fue bautizado el 15 febrero del mismo año, como
consta en el libro parroquial. Sus padres son descritos como “nobles y
ejemplares”, de fuertes sentimientos cristianos, que supieron inculcar al
pequeño.

En su educación tuvieron un papel determinante los padres jesuitas, que


establecieron un colegio en la localidad pocos años después de que naciera
Juan Antonio, al que él concurrió. Allí oyó hablar de los misioneros en tierras
lejanas, del infatigable Francisco Javier en el Lejano Oriente, y de las
reducciones de los guaraníes en Paraguay, en cuya capital, Asunción, se
encontraba trabajando un paisano suyo, el padre Bernardino Tolu.

En ese clima surgió su vocación religiosa, de modo que, a los 20 años, el


13 de junio de 1663, ingresó en el noviciado de Cagliari, donde cursó el
noviciado e hizo la filosofía. Hace sus tres años de magisterio y va como
enseñante de gramática por varias ciudades de la Isla, especialmente a Sassari,
donde simultáneamente puede asistir a los dos primeros años de teología.
Uno de sus conocidos y contemporáneo resume estos años escribiendo que
“se entregó tanto a Dios, como si no fuera de esta vida”.

Cuando concluía su trienio de magisterio, llegaba a Europa el P. Cristóbal


Altamirano, quien había recibido el encargo de volver a su provincia paraguaya
con 35 religiosos, destinados a trabajar en las Indias. Nuestro joven estudiante
sardo se ofreció como miembro de esta expedición. Con otros tres jesuitas,
deja Cagliari y viaja hasta Sevilla donde se ordenó sacerdote el 27 de mayo de
1673. Cuatro meses después (16 de setiembre de 1673), desde Cádiz zarpó
con sus compañeros a Buenos Aires, adonde llegaron, después de cinco meses
de navegación, el 11 de abril de 1674. En la lista de los misioneros se describía
a Juan Antonio de este modo: “moreno, pelo y barba negros, mediano de
cuerpo y de veintiocho años”.

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Mártires del Zenta

Fueron destinados enseguida a las reducciones aquellos que ya habían


completado sus estudios. Juan Antonio, en cambio, tuvo que emprender otro
viaje, que duró alrededor de 35 días, con destino a Córdoba con el fin de
culminar sus estudios teológicos, que no logró completar hasta el cuarto año,
pues pedía con insistencia ser enviado cuanto antes a la misión.

Podemos compendiar con uno de sus biógrafos el trabajo desempeñado


por Juan Antonio en las misiones ubicadas entre los ríos Paraná y Uruguay:
“Era ayuda para los pobres, a los que proveía sustento y vestido: médico para
los enfermos, que curaba con gran delicadeza; y universal remedio de todos
los males del cuerpo. Por esto los indios lo veneraban con afecto de hijos”.

Pero no se reducía su entrega a obras de filantropía, de ahí que prosigan


todavía los historiadores de su vida: “Su constante solicitud era sobre todo la
de ser útil a sus almas. En consecuencia, para llevar a los indios fieles a la
perfección cristiana, quiso aprender con máxima diligencia la lengua guaraní,
hasta el punto que llegó a serle familiar, aunque se trataba de un idioma tan
difícil. Hablaba familiarmente en aquella lengua y los instruía con mucha
constancia en las verdades de la fe. Y se había atraído de tal modo el afecto de
los indios, que todos lo amaban con ternura de hijos y lo veneraban como un
santo. En una palabra, hacía con ellos todo lo que hacían los misioneros más
celosos en cada una de las reducciones”.

El P. Solinas no era solamente misionero de los nativos sino también, y


con igual celo, de los españoles que tenían sus viviendas cerca de las
Reducciones. Ellos tenían igualmente mucha necesidad de asistencia
espiritual.

El P. Jiménez, anciano compañero de Solinas en las tareas apostólicas, así


escribía en una carta al Provincial, Diego Francisco Altamirano: “Han pasado
ya quince días desde que llegamos a esta ciudad el P. Juan Antonio Solinas y
yo; y dado que esta Pascua se está caracterizando por la extraordinaria
cantidad de gente que viene a confesarse, respecto a lo que he visto en otros
años, en que solíamos volver después de 15 días, este año nos vimos obligados
a prolongar el tiempo de la misión. Porque es tanta la afluencia de la gente,
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que quince días no nos bastan más para poder atender a todas las confesiones
y a los demás trabajos del servicio del Señor, que estamos ofreciendo. El P.
Solinas ha trabajado y está trabajando estupendamente, tanto en el
confesionario como en el púlpito, que ha usado muy bien. Muchos días ha
tenido sermones y todos los días conversaciones con tantos ejemplos, la
enseñanza de la doctrina a los niños y a todas las categorías de la población,
y Dios lo ha dotado de salud y fuerza, y con ellas ha trabajado día y noche por
el bien de las almas sin distracción alguna en otras cosas. Dígnese Su
Reverencia dar muchas gracias al P. Solinas, por su gran trabajo, el celo y la
aplicación con que ha atendido todo, y sirva esto para confusión de mi tibieza.
Yo lo venero de verdad como un gran hijo de la Compañía, y como tal es
infatigable en su empeño por la salvación de las almas”.

Se puede captar la disponibilidad de aquellos misioneros, cuando nos


enteramos de que, una vez terminada la misión de Corrientes, Solinas y su
compañero fueron transferidos a la región poblada por los indios Hohonás. El
dominio de la lengua guaraní, sobresaliente en el P. Solinas, su apertura y
dulzura de carácter atrajeron a aquella tribu, confesando a todos los que eran
capaces de este sacramento y predicando varias veces al día con gran
provecho de todos.

Cuando tuvieron que partir hacia nuevos horizontes, los Hohonás, con
grandes voces, pedían que volvieran lo más pronto posible. Todos: españoles
de Corrientes e indios mostraban su pesar a causa de la partida de los padres
y les agradecían por el gran bien que habían hecho a toda la región, exaltando
su celo, así como el fervor, su gran fe y generosidad.

Trabajó con esmero en Colonia del Sacramento, en el Río de la Plata, casi


enfrente de Buenos Aires, perteneciente actualmente al territorio uruguayo.
Terminada esta difícil empresa, Juan Antonio Solinas volvió a su trabajo,
siempre en medio de los indios.

En 1681 lo encontramos en la Reducción de San José. Allí, fuera del


paréntesis pasado en la Reducción de Concepción (fundada también por San
Roque González, el 8 de diciembre de 1627), vivió probablemente hasta el
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Mártires del Zenta

tiempo de la última de sus correrías apostólicas, la expedición misionera al


Chaco, en la que participará junto con el padre Diego Ruiz, profesor
universitario de Córdoba, el hermano coadjutor Pablo de Aguilar, llegado a
América desde España en 1680, y Don Pedro Ortiz de Zárate. Juan Antonio,
como último acto preparatorio para la dignidad del martirio, fue admitido a
pronunciar sus últimos votos un año antes de su muerte gloriosa.

LA MISIÓN Y EL MARTIRIO

Los misioneros jesuitas y Don Pedro Ortiz de Zárate se encontraron, a lo


largo de la misma ruta, no por casualidad, sino porque estaban siendo
esperados y guiados por la Providencia. Se reúnen el 20 de abril de 1683 en
Humahuaca, de donde salen en un largo y peligroso viaje hacia el Chaco,
minuciosamente descrito por un diario-informe del P. Diego Ruiz a su
Provincial. Allí nos pone al tanto de las peripecias y dificultades de un viaje a
pie, en el que, entre otras cosas, debieron ascender y después bajar los 4550
metros de la precordillera Salto – Jujeña de las Serranías del Zenta, pasar por
pantanos y ríos desbordados, porque era la estación de las lluvias, soportar el
asedio de los mosquitos (y eso que era invierno), que desfiguraban el rostro y
las manos de las personas. Además, el humo, que se veía subir desde los
bosques, les iba indicando que eran espiados por los indígenas.

En las inmediaciones de la ruina del Fuerte Ledesma, aparecieron tres


miembros de los Ojotáes y Taños, que, en un lenguaje casi ininteligible, decían
que buscaban el apoyo de los españoles, porque las relaciones entre las tribus
no eran buenas. Sólo teniendo esta seguridad habrían abrazado la vida
cristiana. El motivo no era tan sincero, pero no dejaba de ser un buen
comienzo. Iba aumentando poco a poco el número de aborígenes que se
acercaba a los misioneros. Todos se sentían bien recibidos por los misioneros,
que les explicaban el motivo de su venida: compartirles todo el amor que
brota del evangelio. Llegaron a agregarse 400 familias en torno a la Reducción,
mas no contentos con estos resultados, insistían los misioneros con extender

16
Diócesis de la Nueva Orán

sus planes de llegar hasta los Vilelas. Ninguno quiso conducirlos hasta ellos.
Su comarca quedaba hacia la parte oriental y el viaje llevaría unos veinte días.
Iban renunciando a ese sueño, porque, además, se enteraron de que no
hablaban el guaraní, que manejaba el P. Solinas.

Entretanto los misioneros no se quedaban con los brazos cruzados.


Entraron en contacto con los Mocovíes y los Mataguayos, pero estos se
mostraron desconfiados, temiendo que el intento de agruparlos fuera alguna
trampa para entregarlos a las tierras de los españoles.

Como consecuencia de estas dudas, que flotaban en el ambiente, y a


pesar de que crecía el número de Ojotáes, Tobas y Chiriguanos, que se
acercaban a la Reducción de San Rafael, los misioneros albergaban un temor
de fondo sobre el accionar, frecuentemente fingido, de muchos Tobas,
Mocovíes y especialmente Mataguayos.

Llegamos así a los primeros días de octubre de 1683. Don Pedro y el P.


Solinas, por una carta que les enviara el P. Ruiz (partido para Salta para buscar
provisiones), tuvieron noticias de que se había puesto ya en camino hacia la
Reducción de San Rafael, con todo lo necesario para afrontar el verano. De
esta manera, acompañados de 23 personas (dos españoles, un mulato, un
negro y una mujer, dos niñas y dieciséis varones de los pueblos originarios), se
encaminaron hacia una llanura circundada por todas partes de bosques muy
espesos, que se llamaba Santa María, debido a una capilla, que allí habían
construido, a cinco o seis leguas de San Rafael.

Cerca del 20 de octubre, don Pedro y el P. Solinas, en compañía de


algunos nativos, salieron, en dirección hacia el sur, con el deseo de ir al
encuentro de la gran caravana salteña, guiada por el P. Ruiz y el célebre capitán
Arias. Entre la partida y el retorno a Santa María no pasaron más de tres días.
A la vuelta, notaron con gran sorpresa la presencia de un numeroso
contingente de indios, quinientos o más, enteramente armados y con los
cuerpos totalmente pintados, como solían hacer para una fiesta o una batalla.

17
Mártires del Zenta

La noche entre el 26 y el 27 de octubre, llegó con gran cautela un cacique


de los Mataguayos, que, con gran secreto advirtió a los misioneros acerca de
lo que se estaba tramando.

Al instante cambió el estado de ánimo y el clima espiritual de los


religiosos, comprendiendo que estaba por llegar para ellos el momento por
tantos años deseado y esperado.

Por eso, ambos comenzaron a preparar sus almas para entregar sus vidas
y sangre por la salvación eterna de aquellos hermanos indígenas. Con todo,
tenían sus dudas sobre si dar o no importancia al aviso del cacique, por lo cual
no dejaron de compartir con los que se acercaban muchos signos de alegría y
afecto, y algunos dones y presentes modestos, de modo que volviesen alegres
y contentos a sus familias, para que, conquistados por esta amistad, al menos
algunos se resolvieran a agregarse al número de los catecúmenos.

Con esta santa ilusión, pero no sin temores, la mañana del 27 de octubre,
en la Capilla de Santa María, los dos sacerdotes oraron intensamente y se
prepararon con la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Primero lo hizo
el P. Solinas, luego Don Pedro.

Después continuaron su labor, distribuyendo víveres y hablando de Dios.


Pero, los jefes de los Tobas y Mocovíes, inspirados por sus hechiceros, se
preparaban para organizar el asalto, que tuvo lugar a las primeras horas de la
tarde. Los misioneros hacía poco que habían llamado con campanillas a los
neófitos para el catecismo y estaban ya comenzando la enseñanza cuando, en
ese mismo momento, viéndolos desarmados y reunidos, los agredieron con
gran griterío y los mataron con flechas y otras armas parecidas a clavas.
Decapitaron a las dieciocho personas, que estaban junto con los dos
misioneros en Santa María, los desnudaron a todos y finalmente hincaron en
sus cuerpos un dardo.

El martirio tuvo lugar a la tarde del miércoles 27 de octubre, vigilia de la


fiesta de los santos Apóstoles Simón y Judas Tadeo.

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Diócesis de la Nueva Orán

P. Diego Ruiz y quienes traían las provisiones se encontraron con los


restos de la tragedia. Enterraron allí mismo los cuerpos de los laicos, y
trasladaron los de Don Pedro a la Iglesia Mayor Jujuy, y los de Juan Antonio a
la Iglesia de la Compañía de Jesús, en Salta, donde, sepultados con
solemnidad, tuvieron inmediatamente fama de mártires.

¿CELEBRAR EL MARTIRIO?

Finalmente, unas palabras sobre el sentido de estos hechos para nuestro


pueblo cristiano, hoy:

¿Qué implica que estos hombres murieran cruelmente asesinados por


predicar a Cristo? ¿En qué sentido es ejemplar o digno de imitación para
nosotros? ¿Se puede celebrar algo aparentemente tan sórdido y ofensivo a la
sensibilidad humana? Esto merece una explicación.

La vida es el primero y más importante don, el más valioso que recibimos.


Fundamenta todos los derechos y abre todas las posibilidades de nuestra
existencia.

De allí que “dar la vida” señala un sacrificio tan pleno, que sólo se
entiende cuando se realiza por valores supremos, trascendentes, absolutos…
No podemos ofrecer ningún obsequio más preciado, porque éste lo abarca e
incluye todo…

Por eso, el martirio, que implica ofrendar libremente todo mi ser por
amor a Jesús, en medio de las circunstancias más adversas, cuando se
amenaza el mayor tesoro de que disponemos, para testimoniar Su Amor por
los hombres, imitando Su entrega en la cruz, es la máxima entrega a Dios a la
que puede aspirar un cristiano: la perfecta imitación del mayor acto de amor
posible, expresión de fe profunda, hasta el abandono completo en las manos
del Señor; manifestación de una esperanza invencible, firme y vigorosa en el
poder del Dios de la Vida, de la Libertad y de la Misericordia; realización

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Oración
(para la devoción privada implorando la canonización de los Mártires)

Dios y Padre Nuestro


que enviaste a tus siervos,
los sacerdotes misioneros,
Pedro Ortíz de Zárate y Juan Antonio Solinas,
junto con sus compañeros laicos,
para que anunciaran el Evangelio
en el norte de Salta y Jujuy
y dieran testimonio de fe
entregando sus propias vidas por el martirio;
escucha nuestras suplicas y concédenos
que por la intercesión de estos testigos de tu amor
seamos liberados de todo mal
y podamos alcanzar la salvación,
mientras esperamos con gozo
poder venerarlos en los altares
como ejemplo de la Santidad en tu Iglesia
y generosos misioneros de tu palabra.
Te lo pedimos por Jesucristo
Nuestro Señor.
Amen.
Mártires del Zenta

acabada del seguimiento fiel y amoroso de Aquel que se entregó por mí y por
la salvación de todos.

Falta aclarar que un tal acto de generosidad sin límites y sin vueltas, sólo
es posible con el auxilio de la gracia de Dios, que lo sostiene con la fuerza del
Espíritu Santo; y que esta colaboración de la gracia con nosotros,
imprescindible para gestos de esta altísima dignidad, no sofoca, coarta o
disminuye la libertad del hombre, sino que la eleva y amplifica para enfrentar
victoriosamente todo lo que la condiciona o afecta: el terror, el dolor, el
egoísmo, el miedo por las pérdidas, renunciar al futuro, e incluso cuestiones
lícitas o buenas en sí mismas, como el instinto natural de supervivencia, pero
que ante esta opción son postergadas para que resplandezca lo único que
merece un homenaje tal de parte de los humanos: testimoniar el Amor infinito
del Padre, revelado en el rostro del Crucificado-Resucitado por nuestra
redención.

¡Damos gracias a Dios, por habernos enviado como primeros


evangelizadores a estos testigos valientes, generosos y tan apasionados por la
salvación de sus hermanos, que su sacrificio de amor atraviesa luminoso los
siglos y distancias para inspirar y alentar nuestro caminar misionero y sinodal
como Iglesia de este milenio! ¡¡Bendito sea Dios, que coronó sus vidas con la
gloria del martirio y la felicidad de los beatos!!

San Ramón de la Nueva Orán, 27 de octubre del 2021

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Oración
(para la devoción privada implorando la canonización de los Mártires)

Dios y Padre Nuestro


que enviaste a tus siervos,
los sacerdotes misioneros,
Pedro Ortíz de Zárate y Juan Antonio Solinas,
junto con sus compañeros laicos,
para que anunciaran el Evangelio
en el norte de Salta y Jujuy
y dieran testimonio de fe
entregando sus propias vidas por el martirio;
escucha nuestras suplicas y concédenos
que por la intercesión de estos testigos de tu amor
seamos liberados de todo mal
y podamos alcanzar la salvación,
mientras esperamos con gozo
poder venerarlos en los altares
como ejemplo de la Santidad en tu Iglesia
y generosos misioneros de tu palabra.
Te lo pedimos por Jesucristo
Nuestro Señor.
Amen.
Obispado de la Nueva Orán
Cnel. Egües 720
A4530BYP - San Ramón de la Nueva Orán
Teléfono: (03878) 421368 - Fax: (03878) 422042
E-mail: obispadooran@gmail.com

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