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Gnutzmann Batalla Del Naturalismo en La Argentina
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Vista en HTML: La batalla del naturalismo en Buenos Aires La batalla del naturalismo
en Buenos Aires
Rita Gnutzmann Borris
Como ya observaba hace años el crítico argentino A. Pagés Larraya, la actividad crítica
de los escritores del 80 fue «amplia y notable»1; ello no obstante, en estos momentos
faltan por recopilar sus aportaciones en revistas y periódicos, por ejemplo los estudios
de Ernesto Quesada, Joaquín Castellanos, Santiago Estrada, Joaquín V. González, Juan
Antonio Argerich y Benigno B. Lugones y ni siquiera ha sido reimpresa una conferencia
tan importante como la que el autor de ¿Inocentes o culpables? pronunció en 1882 bajo
el título Naturalismo. En los casos en que los propios escritores los recopilaron no se
han vuelto a publicar, con la excepción de los Estudios literarios de Calixto Oyuela
(1943, agotados) y Recuerdos literarios de Martín García Mérou (1973). La recopilación
y el estudio de los artículos y reseñas de la época, publicados en La Nación (en parte
realizado por T. Frugoni)2, el Anuario, Sud-América y Revista Argentina darían una
idea más ajustada de los intereses literarios e intelectuales de estos escritores.
Como se ve, existen algunos textos desde 1865; sin embargo, en esta primera fase
(1865-1875) el movimiento queda circunscrito a un pequeño grupo4. Sólo en su
segunda etapa, de 1876 a 1884, en concreto desde la publicación de L'Assommoir hasta
A rebours de Huysmans, se confirma la importancia del movimiento y surgen los
escándalos y apoyos tanto dentro de Francia como en el extranjero. Los años de 1885 a
1893 significan la ruptura y la decadencia del movimiento naturalista.
Pasemos ahora al debate argentino. Al parecer, el punto de arranque fue la publicación
de la primera entrega de La taberna el 3 de agosto de 1879 en La Nación. La reacción
del público porteño no sorprende si tenemos en cuenta el escándalo que había causado
La taberna en París: en Buenos Aires se suspende la publicación de Nana al día
siguiente a la primera entrega. Debemos recordar que, en Argentina, el campo de la
prosa literaria estaba prácticamente abandonado desde la novela romántica de Mármol,
Amalia, si prescindimos de los folletines truculentos, la mayoría de ellos de origen
extranjero.
Otro es el resultado de un estudio que Martín García Mérou publicó en las mismas
fechas («Nana y el naturalismo», La Nación, 4-5-1880); ofrece la consabida y
estereotipada crítica moralista: Zola debía aplicar sus dotes a materias «más útiles y más
bellas» y «abandonar el bajo ambiente»12. Demuestra desconocer absolutamente el
objetivo y el método cuando admite que él como lector había buscado «los estallidos de
un alma [la del autor] que se indigna al presentar desnudo al vicio». Tamini mostró más
sutileza al comprender la «impasibilidad» zoliana. En fin, para García Mérou todo el
«cientifismo» zoliano sólo sirve para encubrir una «pornografía fríamente calculada»13.
Es de advertir que en críticas posteriores recopiladas en Libros y autores (1886), el tono
es más atemperado y el conocimiento de las novelas francesas más profundo. Surgen
ante todo los nombres de Daudet y Zola; las referencias al primero siempre son
favorables, hecho seguramente atribuible a su «forme de réalisme encore aisément
acceptable» como dice Brunetière en su artículo «Le roman réaliste en 1875». A Zola lo
sigue relacionando con el éxito obtenido por el escándalo de Nana14. En la reseña de
los libros de Cambaceres se advierte claramente el cambio de tono del crítico; reconoce
la «verdad» del retrato de la sociedad, pero todavía no se ve a sí mismo ni a Cambaceres
como «naturalista en el sentido estricto de la palabra»15.
Aparte de las novelas de Zola, las de Cambaceres constituyen otro centro del debate
sobre el naturalismo. La reseña anónima de Potpourri, aparecida el 11 de noviembre de
1882 en La Unión augura nada positivo, si se considera que este diario fue creado el
mismo año por los católicos José Manuel Estrada, Achával Rodríguez y Pedro Goyena.
En efecto, es precisamente este último el verdadero autor de la reseña de la novela
cambaceriana; critica la falta de ética en los personajes y los excesos de inmoralidad,
aparte del escepticismo, sarcasmo y egoísmo del protagonista; todo ello fruto de «la
escuela del naturalismo que rebaja el hombre al nivel del bruto»16. En fin,
escepticismo, inmoralidad, vulgaridad y falta de clase es lo que Goyena echa en cara al
autor de Potpourri. El 30 de octubre de 1885 Cané publica un artículo titulado «Los
libros de Eugenio Cambaceres» a propósito de Sin rumbo (Sud-América). En él
encontramos de nuevo la confusión entre naturalismo y bajos fondos, «pintura que da
asco», lenguaje vulgar, etc., es decir, en palabras de Cané, una máquina cuyos ejes «se
aceitan con pus»17. Es comprensible que escritores como Cané no puedan comulgar
con el naturalismo, dado que la literatura tiene como función pulir el espíritu y
prepararlo para alcanzar las máximas «delicadezas y armonías»18. Otro elemento
constantemente criticado en los textos cambacerianos es el lenguaje vulgar; en Sin
rumbo se trata de palabras concretas como el último grito de Andrés al suicidarse que ha
sido mutilado en varias ediciones de la novela. Cané echa de menos en Cambaceres el
«buen gusto de las reglas establecidas» al usar la «jerga grotesca que hablamos todos en
la vida ordinaria». Han pasado muchos años y lo que parecieron defectos antaño hoy día
son considerados los mejores logros de Cambaceres: un estilo vivaz y coloquial, el
acercamiento entre el lenguaje del narrador y el de sus entes ficticios y la independencia
de espíritu con respecto a las normas sociales y literarias.
El propio Cambaceres no fue ajeno al debate que en parte él mismo había provocado.
En la tercera edición de Potpourri incluye un prólogo en el que justifica su
procedimiento y el de «la escuela realista» (naturalista): la exhibición de las lacras
sociales son el remedio más efectivo para curarlas. Pero es en una carta del 24 de
diciembre de 1883, en la que expone su teoría naturalista de forma más detallada:
La carta es demasiado sucinta para poder juzgar el grado de su conocimiento teórico del
movimiento. De los tres elementos de Taine -raza, tiempo, medio- falta por lo menos el
de la herencia; éste es precisamente el tema que desarrolla la novela En la sangre. En la
reseña de la novela Ley social (Sud-América, 28-12-1885), Cambaceres subraya los
elementos de la novela de García Mérou que coinciden con el naturalismo: la
observación, el estudio psicológico de las pasiones y el análisis del medio social en el
que se mueven los personajes. Es importante señalar que el único fallo serio que
encuentra en lo formal es la presencia del autor (narrador)20. El propio Cambaceres, por
lo menos en Sin rumbo, puso todo el cuidado para no infringir esta norma de Zola: «el
novelista naturalista no interviene nunca»21.
Después del anterior análisis resulta evidente que el naturalismo, las obras principales
de su máximo representante Zola y sus objetivos y teorías fueron conocidos en Buenos
Aires a partir de 1879; desde entonces seguidores y oponentes se enzarzaron en una
fervorosa polémica que se desarrollaba en diferentes frentes. No se debe olvidar en este
contexto la importancia de Paul Groussac, director de Sud-América y del naturalista
francés Henri Céard, que tenía una columna fija en el mismo diario, titulada «París en
América». Hemos visto que el naturalismo significaba un auténtico choque para las
mentes educadas todavía en el espíritu romántico, dominadas, además, por el ideal de
belleza y elegancia en la expresión. Los defensores del naturalismo (Tamini,
Cambaceres, Argerich) se aprovechaban del ambiente de un romanticismo caduco para
asestarle el último golpe y oponerle la «modernidad» del naturalismo. Pero no fue
únicamente el romanticismo el que dificultaba la introducción de la nueva corriente. Los
críticos a menudo se oponían a las ideas escépticas y pesimistas que veían como ajenas
al modo del ser americano. A este rechazo se une la nostalgia por los tiempos pasados
(cf. Cané, Juvenilia; L. V. López, La gran aldea; Sicardi, Libro extraño), sencillos y
honestos, en oposición al mundo moderno abigarrado. Al igual que en Francia, la
«inmoralidad» de la nueva corriente fue el punto más vulnerable en el que se centró la
mayoría de los ataques, no sólo de los católicos practicantes sino también de los
defensores del «decorum» social y cultural (Quesada, 1882)25.
Más fácil les resultó a los argentinos -como también a Brunetière- aceptar las novelas de
Daudet, siempre elogiado por no pecar de «ese chocante y afectado realismo, ese lujo
horrible de detalles repugnantes que caracteriza el estilo de Zola»26.