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AdL 6 ARENDT 1958.i.1.a-B La Condición Humana CG

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LC FILOSOFÍA

ARENDT 2009.I.1.A-B CG

1 CON LA EXPRESIÓN vita activa me propongo designar tres actividades


fundamentales: labor, trabajo y acción. Son fundamentales porque cada
una corresponde a una de las condiciones básicas bajo las que se ha
dado al hombre la vida en la tierra.

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Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del


2 cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y
decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y
alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana
de la labor es la misma vida.

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Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la


3 existencia del hombre, que no está inmerso en el constantemente
repetido ciclo vital de la especie, ni cuya mortalidad queda compensada
por dicho ciclo. El trabajo proporciona un «artificial» mundo de cosas,
claramente distintas de todas las circunstancias naturales. Dentro de sus

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límites se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este
mundo sobrevive y trasciende a todas ellas. La condición humana del
trabajo es la mundanidad.

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G

La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la


4 mediación de cosas o materia, corresponde a la condición humana de la
pluralidad, al hecho de que los hombres, no el Hombre, vivan en la
Tierra y habiten en el mundo. Mientras que todos los aspectos de la
condición humana están de algún modo relacionados con la política,
esta pluralidad es específicamente la condición –no sólo la conditio sine
qua non, sino la conditio per quam– de toda vida política. Así, el idioma
de los romanos, quizás el pueblo más político que hemos conocido,
empleaba las expresiones «vivir» y «estar entre hombres» (inter
nomines esse) o «morir» y «cesar de estar entre hombres (inter nomines
esse desinere) como sinónimos. Pero en su forma más elemental, la
condición humana de la acción está implícita incluso en el Génesis («y
los creó macho y hembra»), si entendemos que esta historia de la
creación del hombre se distingue en principio de la que nos dice que
Dios creó originalmente el Hombre (adam), a «él» y no a «ellos», con
lo que la multitud de seres humanos se convierte en resultado de la
multiplicación.1 La acción sería un lujo innecesario, una caprichosa

1 En el análisis del pensamiento político postclásico, resulta a menudo sumamente


iluminador averiguar cuál de las dos versiones bíblicas de la creación se cita. Así, es
muy característico de la diferencia entre la enseñanza de Jesús de Nazaret y la de san

2
interferencia en las leyes generales de la conducta, si los hombres
fueran de manera interminable repeticiones reproducibles del mismo
modelo, cuya naturaleza o esencia fuera la misma para todos y tan
predecible como la naturaleza o esencia de cualquier otra cosa. La
pluralidad es la condición de la acción humana debido a que todos
somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a
cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá.

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G

5 Estas tres actividades y sus correspondientes condiciones están


íntimamente relacionadas con la condición más general de la existencia
humana: nacimiento y muerte, natalidad y mortalidad. La labor no sólo
asegura la supervivencia individual, sino también la vida de la especie.
El trabajo, y su producto artificial hecho por el hombre, concede una
medida de permanencia y durabilidad a la futilidad de la vida mortal y

Pablo el hecho de que Jesús, al discutir la relación entre hombre y mujer, se refiere a
Gen., I, 27: «¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra?»
(Mt., XIX, 4), mientas que san Pablo en una ocasión similar insiste en que la mujer se
creó «del hombre» y de ahí «para el hombre», si bien atenúa en cierto modo la
diferencia: «ni la mujer sin el varón ni el varón sin la mujer» (I Cor., XI, 8-12). La
diferencia indica mucho más que una diferente actitud sobre el papel de la mujer. Para
Jesús, la fe estaba íntimamente relacionada con la acción; para san Pablo, la fe estaba
conectada de manera primordial con la salvación. Sobre este punto es de especial
interés la aportación de san Agustín (De civitate Dei, XII, 21), quien no sólo se desvía
por completo de Gen., I, 27, sino que ve la diferencia entre hombre y animal en el
hecho de que el primero fue creado unum ac singulum, mientras que a todos los
animales se les ordenó «existir varios al mismo tiempo» (plura simul iussit exsistere).
Para san Agustín, la creación ofrece una grata oportunidad para acentuar el carácter
de especie de la vida animal, a diferencia de la singularidad de la existencia humana.

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al efímero carácter del tiempo humano. La acción, hasta donde se
compromete en establecer y preservar los cuerpos políticos, crea la
condición para el recuerdo, esto es, para la historia. Labor y trabajo, así
como la acción, están también enraizados en la natalidad, ya que tienen
la misión de proporcionar y preservar –prever y contar con– el constante
aflujo de nuevos llegados que nacen en el mundo como extraños. Sin
embargo, de las tres, la acción mantiene la más estrecha relación con la
condición humana de la natalidad; el nuevo comienzo inherente al
nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado
posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar. En este
sentido de iniciativa, un elemento de acción, y por lo tanto de natalidad,
es inherente a todas las actividades humanas. Más aún, ya que la acción
es la actividad política por excelencia, la natalidad, y no la mortalidad,
puede ser la categoría central del pensamiento político, diferenciado del
metafísico.

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La condición humana abarca más que las condiciones bajo las que
6 se ha dado la vida al hombre. Los hombres son seres condicionados, ya
que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de
inmediato en una condición de su existencia. El mundo en el que la vita
activa se consume, está formado de cosas producidas por las actividades
humanas; pero las cosas que deben su existencia exclusivamente a los
hombres condicionan de manera constante a sus productores humanos.
Además, de las condiciones bajo las que se da la vida del hombre en la

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Tierra, y en parte fuera de ellas, los hombres crean de continuo sus
propias y autoproducidas condiciones que, no obstante su origen
humano y variabilidad, poseen el mismo poder condicionante que las
cosas naturales. Cualquier cosa que toca o entra en mantenido contacto
con la vida humana asume de inmediato el carácter de condición de la
existencia humana. De ahí que los hombres, no importa lo que hagan,
son siempre seres condicionados. Todo lo que entra en el mundo
humano por su propio acuerdo o se ve arrastrado a él por el esfuerzo del
hombre pasa a ser parte de la condición humana. El choque del mundo
de la realidad sobre la existencia humana se recibe y siente como fuerza
condicionadora. La objetividad del mundo –su carácter de objeto o
cosa– y la condición humana se complementan mutuamente; debido a
que la existencia humana es pura existencia condicionada, sería
imposible sin cosas, y éstas formarían un montón de artículos no
relacionados, un no-mundo, si no fueran las condiciones de la existencia
humana.

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Para evitar el malentendido: la condición humana no es lo mismo


7 que la naturaleza humana, y la suma total de actividades y capacidades
que corresponden a la condición humana no constituye nada semejante
a la naturaleza humana. Ni las que discutimos aquí, ni las que omitimos,
como pensamiento y razón, ni siquiera la más minuciosa enumeración
de todas ellas, constituyen las características esenciales de la existencia
humana, en el sentido de que sin ellas dejaría de ser humana dicha

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existencia. El cambio más radical que cabe imaginar en la condición
humana sería la emigración de los hombres desde la Tierra hasta otro
planeta. Tal acontecimiento, ya no totalmente imposible, llevaría
consigo que el hombre habría de vivir bajo condiciones hechas por el
hombre radicalmente diferentes de las que le ofrece la Tierra. Ni labor,
ni trabajo, ni acción, ni pensamiento, tendrían sentido tal como los
conocemos. No obstante, incluso estos hipotéticos vagabundos
seguirían siendo humanos; pero el único juicio que podemos hacer con
respecto a su «naturaleza» es que continuarían siendo seres
condicionados, si bien su condición sería, en gran parte, autofabricada.

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FICHA BIBLIOGRÁFICA

ARENDT, H. (1958). La condición humana. Cap. I, Parte 1: «La condición


humana. Vita activa y la condición humana». pp. 21-24. Buenos Aires:
Paidós, 2009, 366 págs.

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