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2022.11.10. Preguntas Posibles Examen Guerra Carlista - Isabel Ii

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Revolución liberal en España 1

REVOLUCIÓN LIBERAL.
LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL EN ESPAÑA.
EL REINADO DE ISABEL II 1833-1868

1. Problema dinástico en España y comienzo de la Guerra Carlista.

A la muerte de Fernando VII se produce un enfrentamiento entre los


partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, favorables al
absolutismo y defensores de las tradiciones, llamados carlistas, y los
partidarios de Isabel, hija y legítima heredera, los isabelinos o cristinos, ya
que ante la minoría de edad de Isabel segunda se establece la regencia de Mª
Cristina. El conflicto dinástico llevó a una sangrienta guerra civil.

Se enfrentaban dos maneras de interpretar España:

Carlistas: Tradicionalistas, absolutistas y antiliberales desconfiaban del


progreso y de los cambios. Eran contrarios a las reformas tributarias
(impuestos) y a la igualdad jurídica, defendían la unión Iglesia-Estado y el
mantenimiento de los fueros tradicionales. Su lema “Dios, patria rey y
fueros”, resume su ideología.

Los defensores del carlismo pertenecían sobre todo al mundo rural: pequeños
propietarios empobrecidos, artesanos arruinados, que ven con recelo las
reformas, pero también la pequeña nobleza y parte del clero.

Se desarrolló fundamentalmente en la zona norte de España, sobre todo en el


País Vasco, Navarra y zonas de Cataluña, Aragón y Valencia.

Carlos María Isidro, “el pretendiente carlista”, recibió el apoyo con armas y
dinero de potencias absolutistas como Austria, Rusia y Prusia.

Isabelinos – Cristinos: Los defensores de los derechos sucesorios de Isabel


se hubieron de apoyar en los liberales.

Defendían un cambio del modelo político, que desarrollase el ascenso de la


nueva clase social: la burguesía. Eran partidarios de la industrialización y la
modernización de la sociedad.

La regente Mª Cristina, que contaba con parte de los absolutistas fieles a


Fernando VII, pactó con los liberales como única manera de mantener el trono
para su hija iniciando el camino que llevaría a la instalación del Estado liberal
en España.

Apoyan esta causa, por tanto, la nobleza próxima a la Corte, el alto Clero fiel a
la Corona establecida, la burguesía y las clases populares urbanas y el
naciente proletariado.

Isabel II contó con el apoyo de de Inglaterra, Francia y Portugal, favorables a


la implantación de un liberalismo moderado en España.
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El 29 de septiembre de 1833 moría Fernando VII dejando al país al borde de un


enfrentamiento civil. Carlos María Isidro, su hermano, se levantaba desde el
exilio en Portugal reivindicando el trono para él y sus descendientes (Manifiesto
de Abrantes de 1 de octubre), mientras que desde la corte en Madrid María
Cristina, la viudad del rey, se presentaba como regente ante la minoría de edad
de Isabel Manifiesto del 4 de octubre). Se daba comienzo a la primera de las
guerras carlistas.

En los meses previos a la muerte del rey, viéndose ésta ya inevitable, la reina
María Cristina había iniciado una política de acercamiento a los liberales con la
publicación de la amnistía para aquellos que no tuviesen delitos de sangre
contra el rey. Al mismo tiempo se iba produciendo una eliminación de los
elementos más conservadores del Ejército ante la posibilidad de un conflicto
armado.

Los enfrentamientos entre carlistas y liberales tendrán tres episodios


destacados en el siglo XIX: las tres guerras carlistas:

La primera guerra carlista (1833-1839), la segunda guerra carlista -también


llamada dels matiners- (1846-1849), y la tercera guerra carlista (1872-1876).

La guerra fue larga y dura con un balance de muertos próximo a los 200.000
entre combatientes y civiles y un coste de 4.400 millones de reales, cantidad
igual a los ingresos generados por la desamortización de bienes inmovilizados.
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2. El Ejército ante el comienzo de la Guerra Carlista.

Antes de pasar al desarrollo de la guerra convendría conocer el estado del


Ejército español en los años previos al conflicto.

En 1828 se reorganizó el Ejército español manteniéndose una fuerza


permanente de 65.000 hombres, a la que había que añadirse alrededor de
50.000 hombres en fuerzas diversas hasta alcanzar un total de 115.000
hombres. Se había creado un cuerpo nuevo, los Voluntarios realistas, de
fuerte carácter absolutista y que tuvo su nacimiento tras el Trienio Liberal. Esta
fuerza, cercana a 120.000 hombres, fue depurada convenientemente durante
los últimos años del reinado fernandino con la clara intencionalidad de disminuir
los posibles apoyos que el pretendiente Carlos María Isidro pudiera encontrar
en caso de un conflicto por la sucesión.

En esta limpieza de la tropa absolutista se encuentra la razón por la que la


mayor parte del Ejército se mantendrá al lado de la reina gobernadora y de
su hija en 1833. De cualquier modo, las tropas regulares del Ejército español
eran insuficientes para hacer frente a una insurrección armada. Se hizo
necesario recurrir a las quintas, movilizándose, así, más de 300.000
hombres, junto con un número indeterminado de mercenarios y de cuerpos
francos. El resultado final es el levantamiento de la sorprendente cifra de casi
medio millón de soldados, en una España de 13 millones, para sostener la
causa de Isabel II. Una fuerza considerable pero no fiable del todo, pues al
menos 60.000 de estos hombres se pasarían al bando carlista, pero que se
aprovechaba de la estructura de mando y organización ya existentes, a
diferencia de los carlistas que tenían que partir de la nada.

Por lo que se refiere al ejército rebelde que levantó Don Carlos éste resultó
más heterodoxo. Tres cuerpos de ejército, además de las partidas de
guerrilleros:

1.- Tomás de Zumalacárregui en el Norte organiza un verdadero y efectivo


ejército a partir de las desorganizadas partidas guerrilleras en 1834.

2.- La zona del Maestrazgo donde se agrupan partidas guerrilleras hasta


formar un ejército en 1836 bajo el mando del General Cabrera.

3.- En Cataluña con la llegada del Conde de España se mantendrá una fuerza
operativa hasta 1838.

Se han de sumar a este contingente las partidas repartidas por la casi


totalidad de España.
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3. Final de la Guerra Carlista.

La larga duración de la guerra y las diferentes facciones que integran los dos
bandos enfrentados llevan a la desunión. Así los liberales al tiempo que
luchan contra el absolutismo se entretienen enfrentándose entre moderados y
progresistas con episodios de verdadera tensión (motines urbanos, creación
de juntas revolucionarias y enfrentamientos en las ciudades). Los carlistas
también se desunen entre los que son partidarios de llegar a acuerdos con la
reina gobernadora (transaccionistas), y aquellos que se niegan (apostólicos
o intransigentes).

La muerte del general carlista Tomás Zumalacárregui en el sitio de Bilbao y la


victoria de Espartero en la batalla de Luchana (1836) casi sentenciaron la
guerra del lado del gobiuerno isabelino, però la guerra aún continuaría casi
cuatro años más.

En el verano de 1839, el General Maroto, jefe de las tropas carlistas, negocia


con el General Espartero los detalles del que se conocerá como Convenio de
Vergara (o abrazo de Vergara) que hace que más de la mitad del ejército de
Don Carlos entregue las armas. Sólo Cabrera resiste en el Maestrazgo hasta la
caída de Morella. Carlos María Isidro y sus últimos defensores se dirigen al
exilio a Francia.

Mediante el Convenio de Vergara 1839, los generales Maroto y Espartero


firmaron la paz, y acordaron mantener los fueros en las provincias vascas y
Navarra e integrar a la oficialidad carlista en el ejército liberal. Las partidas
de los intransigentes dirigidas por Cabrera, continuaron la guerra en la zona del
Maestrazgo aragonés hasta su total derrota en 1840.

Interesante es conocer la participación extranjera en el conflicto. En esta


época el Absolutismo, recientemente restaurado por el Congreso de Viena,
era mayoritario en Europa, a pesar de lo cual algunos países como Inglaterra,
Portugal o Francia, con gobiernos más o menos liberales, apoyaron a Isabel y
al ejército cristino, mientras que Rusia, Prusia y Austria se situaron junto al
pretendiente Don Carlos.

Los liberales enviaron tropas a España, que sumarían un total de 30.000 a lo


largo de toda la guerra, y sin una participación decisiva. Los apoyos de Don
Carlos fueron de carácter económico, aunque algunos aristócratas
participaron como voluntarios a título personal.

Las flotas inglesa y francesa ejercieron un bloqueo para evitar la llegada de


suministros a los rebeldes.

En 1846 se inició la segunda guerra carlista, al menos teóricamente se debió al


fracasar los intentos de casar a Isabel II con el pretendiente carlista, Carlos
Luis de Borbón, asunto que había sido pretendido por distintos sectores
moderados de la facción de Isabel, singularmente Jaime Balmes y Juan
Donoso Cortés, así como del carlismo. Sin embargo, Isabel II terminó
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casándose con su primo Francisco de Asís de Borbón. Y se cerró esta


posibilidad.

En 1872 los carlistas volvieron a la senda de la guerra durante el período


revolucionario del Sexenio.

Desde entonces, el Carlismo se mantendrá como una presencia política que


aceptará el juego parlamentario y que mantendrá viva la insurgencia en
momentos críticos, como serían la II República y la Guerra Civil (1936-1939).
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4. Evolución política durante la Regencia.

La reina María Cristina se vio obligada a abrir el reino a las reformas que
representaban los liberales. En los últimos momentos del reinado de Fernando
VII ya llevó a a cabo una política aperturista que se vio fortalecida por la
amnistía y el perdón a los liberales que hubiesen alzado en armas contra el rey.

El primer acercamiento de la reina fue hacia la facción conservadora más


abierta a cambios. El conservador moderado Cea Bermúdez fue nombrado
presidente del Consejo de Ministros y llevó a cabo tenues reformas en la
administración, en un intento de cambio sin sacudir los pilares del Antiguo
Régimen. Este proceso podría entenderse como un ensayo de “absolutismo
ilustrado” a la manera de los últimos años de Fernando VII. El Manifiesto de 4
de octubre de 1833 no obtuvo ningún respaldo y fue rechazado por los
liberales, partidarios de reformas más profundas.

Fracasado el primer acercamiento, la reina hubo de ponerse de acuerdo con la


facción más moderada de los liberales. Martínez de la Rosa, liberal moderado,
fue el encargado de hacer compatibles los intereses de la burguesía liberal y de
la Corona, el resultado fue el Estatuto Real de 1834 que garantizaba la
iniciativa legislativa a la Corona. Se trata de un régimen de carta otorgada que
planteaba un parlamentarismo muy conservador que garantizaba el poder de la
reina (nombramiento de miembros de las Cortes, convocatoria y disolución de
las Cortes, iniciativa legal y sanción de las leyes). Los liberales mostraron su
descontento y se dividieron en dos: los más cercanos a aceptar el reformismo
ofrecido por la Corona, los moderados, y los que exigían una constitución
emanada de la soberanía popular, los antiguos exaltados que ahora pasan a
conocerse como progresistas.

Durante el verano de 1835 se suceden los movimientos revolucionarios por


las ciudades españolas. Las revueltas fueron instigadas por la burguesía
urbana que apoyaba la causa exaltada. La Milicia Nacional, de fuerte
inspiración exaltada, apoyó la formación de juntas locales y provinciales que se
obstinaron en su enfrentamiento con el gobierno. Entre las exigencias se
encontraba:

- Retirada del Estatuto


- Libertad de imprenta
- Reforma de la ley electoral
- Convocatoria inmediata de Cortes

Se radicalizó el movimiento revolucionario con la quema de conventos y el


asesinato de frailes, así como la destrucción de fábricas. La reina se vio en la
obligación de apaciguar la situación llamando a los progresistas. El Conde de
Toreno sustituyó a Martínez de la Rosa en la presidencia del gobierno (julio
1835) y Juan Álvarez Mendizábal, un antiguo liberal exaltado, fue reclamado
para el ministerio de Hacienda. Se inician las reformas que abrirán el camino a
la desamortización y, al mismo tiempo, se castigaba al clero (expulsión de los
jesuitas, y cierre de conventos) por sus simpatías con el carlismo. Se
tranquilizó con estas medidas a los elementos más exaltados del liberalismo.
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Los motines revolucionarios se repetían en algunas ciudades españolas ante


una política que los elementos más radicales consideraban todavía demasiado
apaciguadora. Mendizábal, enfrentado con el conde de Toreno, acabó por
sustituirlo (septiembre 1835) en la presidencia del gobierno. Frenó los
motines restaurando la autoridad del gobierno. Su misión fue restaurar el
modelo político que fracasó en el Trienio Liberal. Mendizábal tenía en mente
imitar el parlamentarismo de la monarquía británica con la ampliación del
sufragio, la libertad de imprenta, y el reconocimiento de responsabilidad del
gobierno ante las Cortes.

Mendizábal presentó a la regente un programa de actuación capaz de obtener


los recursos necesarios para proseguir la guerra al tiempo que se incluían las
reformas necesarias. Estas reformas se iban a centrar en la transformación
jurídica de la propiedad de la tierra y en la elaboración de un nuevo texto
constitucional que garantizase el nuevo marco político. En el fondo se hallaba
la necesidad de ganar la guerra. Entre febrero y marzo de 1836 el gobierno
Mendizábal aprobó una serie de reales decretos de venta de los bienes de
las órdenes religiosas. Estos decretos constituyen la conocida como
Desamortización de Mendizábal.

La desamortización de los bienes de monasterios y conventos supondría unas


consecuencias determinantes en el momento:

 recursos económicos que ayudarían a ganar la guerra, frenar la deuda y


fortalecerían el Estado,
 venta de tierras ayudaría a promover la expansión económica poniendo
al alcance de particulares un buen número de propiedades,
 creación de una base social burguesa y liberal que respaldase el nuevo
sistema,
 castigo a la Iglesia, simpatizante del Antiguo Régimen y del carlismo

La guerra continuaba marcando todas las decisiones, así se resolvió hacer una
recluta importante, la quinta de los cien mil, que permitió completar las
tropas liberales y suministró dinero para el gobierno al permitirse la exención en
metálico, algo que sólo se permitirían las familias más acomodadas,
vulnerándose el espíritu de igualdad defendido por los liberales.

Sin embargo las reformas políticas encontraron demasiados problemas


empujando a Mendizábal a la dimisión. Francisco Javier de Istúriz le sucedió
al frente del gobierno en mayo de 1836. Se trataba de un antiguo liberal
exaltado que había ido moderándose con el paso del tiempo. En verano de
1836 estalla la revolución nuevamente, ahora son las Milicias Nacionales que
llevan al pronunciamiento de los sargentos de la Granja quienes defendían
abiertamente el restablecimiento de la Constitución de 1812 obligando a la
reina a restaurarla.

José María Calatrava se puso al frente del nuevo gobierno y Mendizábal


ocupó la cartera de Hacienda. La actuación de este gobierno supone culminar
el final del Antiguo Régimen y su definitiva sustitución por el régimen liberal.
Revolución liberal en España 8

Este momento, aunque reducido en el tiempo, supone la confirmación de una


voluntad de construcción de un Estado Liberal en España.

Se acometió la reforma del texto constitucional que daría su fruto en la


Constitución de 1837 que buscaba el entendimiento entre las dos grandes
corrientes del liberalismo español, moderados y progresistas:

 espíritu mayoritariamente moderado (reconoce carácter moderador del


rey; segunda cámara –Senado-; amplios poderes para la Corona -veto,
disolución Cortes, …-; sistema censitario muy restringido)
 elementos más progresistas (Soberanía nacional; amplia declaración de
derechos; división de poderes; aconfesionalidad del Estado)

Tras la restauración de una constitución en España, los moderados vuelven al


poder (1837-1840) y pretenden reducir el efecto de las reformas iniciadas en el
período exaltado.
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5. Final de la Regencia. Y gobierno de Espartero,

La presentación en las Cortes por el gobierno moderado de la Ley de


Ayuntamientos, una ley muy restrictiva, desató el enfrentamiento entre
liberales y la definitiva ruptura entre moderados y progresistas.

Los progresistas se acercaron al general Baldomero Espartero, el héroe de la


guerra carlista que había recibido el apelativo popular de “el pacificador”. La
aprobación por la Regente de la nueva ley desató nuevos motines progresistas
en las ciudades y la formación de juntas revolucionarias.

La reina ordenó a Espartero que marchara sobre Madrid y sofocase la revuelta,


que se conoce como revolución de 1840, petición que fue desoída por el
general argumentando la necesidad de que la reina respetase la Constitución y
la ley. La reina viendo la falta de apoyo y el peligro de perder a Espartero como
aliado se vio en la obligación de nombrarlo Presidente del Consejo de
Ministros.

El 12 de octubre de 1840 la reina gobernadora comunicaba al general su idea


de ceder la regencia y el cuidado de sus hijas, Isabel y Luisa Fernanda, al
general. María Cristina, desde el exilio francés nunca dejaría de conspirar, lo
que hace pensar que fue forzada a renunciar.

Espartero convocó elecciones que ganaría el Partido Progresista ante la no


comparecencia de los moderados. La verdadera oposición la encontraría el
gobierno dentro de su propio partido. El tema de la Regencia dividió al partido
entre unitarios o esparteristas, que defendían un regente único -que sería
Espartero- y los trinitarios que abogaban por tres regentes para limitar el
excesivo poder que podría llegar a tener el general.

Al poco tiempo de asumir la regencia, Espartero fue acusado de que su política


de nombramientos militares y civiles favorecía únicamente a los miembros
de su camarilla militar conocida con el nombre de los ayacuchos, compañeros
de armas que habían participado en las guerras coloniales.

El descontento militar venía por las dificultades en el pago de las nóminas y


las dificultades en los ascensos para los oficiales en un ejército
exageradamente numeroso.

Las Cortes con mayoría progresista continuaron la obra legislativa del período
Calatrava-Mendizábal desarrollando aún más el proyecto desamortizador que
acabó por romper las relaciones del Estado español con la Santa Sede.

Otras destacables leyes: ley de imprenta, de libertad de expresión y de


regulación de los fueros navarros, no así los vascos que no alcanzaron el
acuerdo.

Se preparaban movimientos para derrocar al regente. El pronunciamiento de


1841 estuvo dirigido por los moderados y los militares más afines, como los
generales Ramón María Narváez y Leopoldo O’Donnell o el joven coronel
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Juan Prim, más próximo este último a los progresistas. El golpe más efectista
del movimiento habría de ser el asalto al Palacio Real y la captura de Isabel y
su hermana y su traslado, nuevamente, a la tutela de la reina María Cristina. La
operación fracasó ante la defensa heroica de los alabarderos que custodiaban
a la futura reina.

María Cristina, junto con su marido Fernando Muñoz, contó con la ayuda de
importantes sectores del carlismo, descontentos por la falta de respeto a los
acuerdos firmados en Vergara.

Espartero respondió con inaudita violencia reprimiendo a los sublevados y


fusilando a algunos de los cabecillas.

Quizá entre los hechos más recordados de la Regencia fue la revuelta en


Barcelona. El conocimiento de negociaciones del gobierno con Gran Bretaña
para reducir notablemente los aranceles que se cargaban sobre el textil inglés
amenazaba con arruinar la industria textil catalana. Se organizó un motín en
Barcelona (13 de noviembre de 1842) que llevó al repliegue del capitán general
Juan Van Halen a la ciudadela de Montjuic, desde donde, tras cumplirse el
plazo concedido para la rendición, se procedió a bombardear Barcelona los
días 3 y 4 de diciembre de 1842. Se dispararon 1.014 proyectiles que dañaron
462 casas y hubo veinte muertes entre la población barcelonesa. La represión
ordenada por Espartero fue muy dura. Se desarmó a la milicia y varios
centenares de personas fueron detenidas, de las cuales unas cien fueron
fusiladas. Además se castigó colectivamente a la ciudad con el pago de una
contribución extraordinaria de 12 millones de reales para sufragar la
reconstrucción de la Ciudadela, parcialmente derruida.

La figura de Espartero había quedado muy dañada tras los hechos de


Barcelona. La conocida como crisis de mayo desunió definitivamente al Partido
Progresista creando un frente antiesparterista de amplia representación.

El 27 de mayo de 1843 se produjo un levantamiento en Reus encabezado por


los militares progresistas Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch al grito de
“¡Abajo Espartero! ¡Mayoría (de edad) de la Reina!”.

La insurrección se extendió en seguida con el apoyo de nuevos militares como


el general Francisco Serrano. Se organizaron juntas, y la Junta de Barcelona
nombró el 29 de junio a Serrano jefe de un ‘gobierno provisional’.

El 22 de julio tuvo lugar cerca de Madrid la batalla de Torrejón de Ardoz llevó


al triunfo de Narváez sobre los ayacuchos, apenas un enfrentamiento con
algún muerto y pocos heridos.

Al conocer el desenlace el general Espartero decidió marchar al exilio junto con


algunos de sus hombres de confianza embarcando rumbo a Inglaterra y
poniendo fin a la regencia de Espartero.
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6. Partidos políticos durante el reinado de Isabel II.

Desde el momento inicial en que el liberalismo español fue capaz de gobernar


en España se manifestó la división interna del movimiento. Se generan los
dos grandes partidos que dirigirán la política española durante el reinado
isabelino y el resto de siglo XIX y buena parte del XX.

Los moderados y los progresistas articularán los dos grandes sectores del
movimiento liberal en España. Ambos grupos coinciden en su intención de
eliminar los restos del Antiguo Régimen, pero se diferencian en la forma de
hacerlo y en la profundidad de las reformas.

El partido moderado, se le conoció definitivamente así a partir de 1845, busca


desde el primer momento un entendimiento con las clases dirigentes
supervivientes del período anterior.

Ideológicamente conciben el liberalismo como el resultado de un modelo


político en el que la soberanía emana de dos instituciones: el rey y las Cortes,
y reconociéndole al monarca la función de ”moderador” de la situación, lo que
le faculta para nombrar al jefe del gobierno y disolver las Cortes cuando
convenga.

En el modelo moderado las Cortes son una institución bicameral con presencia
de un Senado en el que los senadores son miembros natos o directamente
elegidos por la Corona para la defensa de los intereses de los antiguos grupos
sociales privilegiados, y un Congreso, la otra cámara, en el que los diputados
son elegidos mediante sufragio censitario.

Los moderados son partidarios del centralismo y la presencia de un ejecutivo


fuerte y autoritario.

El partido progresista defendía una aplicación más íntegra de los principios


liberales y una reducción del protagonismo de la Corona, a su vez era
partidario de ampliar el censo electoral y de una Cortes unicamerales, si bien
en la práctica estaban dispuestos a tolerar principios moderados que facilitasen
su acceso y mantenimiento en el poder, tales como las Cortes bicamerales o el
poder mediador de la Corona, aunque limitando su poder y condicionando la
presencia de senadores a una lista previa.

Los progresistas defendían, al contrario de los moderados, un modelo más


descentralizado con poderes locales independientes que pudiesen asegurar
una presencia progresista lejos de Madrid.

El partido progresista no era, ni mucho menos, una agrupación política popular,


es de extracción burguesa y sólo coincide con las clases populares en la
mayor democratización de los ayuntamientos y en la articulación de una Milicia
Nacional.

El partido progresista fue el origen de posteriores formaciones como el partido


demócrata o el republicano, y se caracterizó por una mayor tolerancia ante la
Revolución liberal en España 12

aparición de agrupaciones obreras y sindicales. Pero no hay que pensar que


se tratase de una formación popular o democrática, según conceptos más
actuales. Moderados y progresistas respondían por igual a oligarquías
burguesas.

Los mayores enfrentamientos entre moderados y progresistas se centraban en


el poder de la Corona, en la participación electoral, en el detalle de las
libertades, particularmente la libertad de prensa, y, por encima de todo, en la
relación entre ayuntamientos y poder central.

El favor de la Corona y el sometimiento de los ayuntamientos al poder central,


unido a un censo electoral restringido aseguraban el monopolio del poder en
manos de los partidos moderados. Los progresistas se verían abocados a la
insurrección y el pronunciamiento para poder alcanzar el poder, pues por
medios pacíficos, siempre, los moderados contaron con el apoyo de la reina.

Entre 1833 y 1868 las formaciones moderadas y progresistas se disputaron el


poder. Ahora bien, gracias a las limitaciones del sistema electoral y a la
mediación de la Corona, siempre próxima a los moderados, los progresistas
sólo tuvieron el poder en períodos puntuales:

1835-1837, la época de Mendizábal;


1840-1843, con la regencia de Espartero;
1854-1856, con el Bienio Progresista.

En todas las ocasiones fueron convocados por la reina como respuesta a una
insurrección popular y un pronunciamiento militar parejo. Los períodos, aunque
cortos, fueron los más fructíferos en reformas (desamortización y liberalización
del régimen, por ejemplo) y los que pusieron la base jurídica para la expansión
económica de España (leyes laborales, del ferrocarril, de sociedades
anónimas, de liberalización de inversiones extranjeras, …).
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7. Una nueva sociedad.

En la nueva sociedad que se está gestando los militares adoptan un papel


protagonista y no es extraño que se formen gobiernos en los que la presidencia
recaiga en un militar (Espartero, Narváez u O’Donnell). La presencia de los
militares como eje de la actuación política se explica por la guerra contra los
carlistas en la que el Ejército resultó el garante del nuevo Estado. La actuación
de los militares, ocupando una parcela política, explica los habituales recortes
de libertades y derechos civiles, así como el fuerte autoritarismo de los
gobiernos. También es de destacar que, a pesar de la presencia y
protagonismo militares, tampoco se caminó hacia la instauración de una
dictadura en ninguno de los casos.

La sociedad que se va articulando en el segundo tramo del XIX español se


identifica con la convivencia de los grupos dominantes:

- La Corona, mediadora de los conflictos y siempre preparada para


compartir el poder con los partidos moderados

- El Ejército, que se ha constituido en la fuerza más efectiva. Los


pronunciamientos como camino más eficaz hacia la conquista del poder
otorgaron a los militares un valor desproporcionado en una sociedad civil. Los
generales más conocidos se pusieron al frente de los partidos y alcanzaron con
frecuencia la presidencia del gobierno

- La vieja nobleza se rearma en una nueva aristocracia propietaria que se


reparte con la gran burguesía los beneficios de la desamortización. La nobleza
conserva e incluso incrementa su patrimonio, al tiempo que se inicia en los
negocios financieros. La proximidad a la Corona facilita su permanencia en la
Corte y en los círculos de poder. La nobleza será junto a la gran burguesía
propietaria y financiera la gran clase dominante

- La gran burguesía española se presenta como un grupo heterogéneo


en el que conviven grandes comerciantes y propietarios, banqueros,
industriales y altos funcionarios. Este grupo se haya satisfecho por lo
conseguido: la implantación de las reformas políticas que conducen a un
modelo liberal moderado que garantiza el progreso que beneficia sus intereses.
Los burgueses se preocupan ahora de defenderse ante el empuje de las clases
medias y populares, apostando por gobiernos fuertes en un Estado centralista

- Las clases medias, entendiendo a este grupo como uno tan


heterogéneo como el anterior, formado por artesanos, maestros de taller,
intelectuales, profesiones liberales, artistas, funcionarios, … representan, muy
a menudo, la opción más radical del liberalismo. Con frecuencia se acercan a
posturas progresistas y no es extraño que manifiesten una sólida formación
cultural. Este grupo presenta la alternativa a los moderados de la gran
burguesía y la nobleza

- El campesinado en España ocupa el mayor porcentaje de una sociedad


todavía rural. Más de 2/3 del total de los habitantes vive en el campo y
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participa de las actividades agrarias como base de su economía. La


desamortización no facilitó una mejora en sus condiciones de vida y la
concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos no permitió el
acceso a la propiedad de la tierra. En España la falta de un tejido industrial
apropiado, como sí ocurrió en otros países, impidió la absorción de los
excedentes de mano de obra campesina, creándose una gran masa
desocupada fácilmente dispuesta a la movilización y la revuelta

- El proletariado industrial tiene todavía una escasa presencia, a


excepción de Cataluña donde hay una industria textil moderna y semejante a la
que se puede encontrar en otros lugares de Europa. Poco a poco los obreros
españoles van tomando conciencia de clase y se van agrupando en
asociaciones obreras, ilegales hasta 1855, aproximándose a los partidos
progresistas, especialmente a los demócrata-republicanos

- La Iglesia española si bien no es un grupo social, su presencia es


singularmente importante y su extensión a la sociedad y a la política la hacen
indispensable para entender el período. Los liberales moderados intentaron el
entendimiento con la Iglesia y un acercamiento con la Santa Sede, enemiga
declarada del Estado liberal que se resistió a reconocer a Isabel II como
heredera al trono y se sintió ofendida por la desamortización. Los progresistas
combatieron la influencia institucional y el poder patrimonial de la Iglesia. El
Concordato de 1851 restableció la influencia de la Iglesia y mejoró las
relaciones con Roma. La aconfesionalidad del Estado y la extensión de una
educación laica en el período revolucionario 1868-1874 empeoraron la
situación. A lo largo del XIX la Iglesia se fue instalando en el conservadurismo y
alejándose de los intelectuales y los proletarios
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8. Primeros gobiernos de Isabel II: Década moderada (1844-1854).

Desde el mismo día en que Espartero abandona el poder el Gobierno


provisional comienza a desempeñar la regencia hasta que, reunidas de nuevo
las Cortes, éstas decidieron adelantar un año la mayoría de edad de la reina,
prevista para cuando cumpliera 14 años. Así, el 8 de noviembre de 1843, Isabel
II fue declarada mayor de edad por 193 votos a favor frente a 16 en contra. Dos
días después, Isabel II juraba la Constitución en sesión solemne ante las
Cortes.

La mayoría de edad de la reina Isabel marca el período de consolidación del


régimen liberal y sus instituciones. Este período será protagonizado por el
moderantismo con alguna excepción en la que por poco tiempo llegarán a
gobernar los progresistas. Isabel II sería también conocida como la de los
Tristes Destinos o la Reina Castiza (Madrid, 10 de octubre de 1830 - París, 9
de abril de 1904).

Unas Cortes con mayoría moderada deciden adelantar la mayoría de edad de


la reina Isabel II. El 8 de noviembre de 1843, Isabel II fue declarada mayor de
edad por 193 votos a favor frente a 16 en contra. Dos días después, Isabel II
juró la Constitución en sesión solemne ante las Cortes. Por la Constitución de
1837, que reconoce grandes poderes a la Corona, la reina invita al general
Narváez a formar gobierno con fuerte presencia de elementos moderados.

En 1845 se proclama una nueva constitución que deroga la de 1837. La


Corona, según el nuevo texto, aumenta sus poderes de manera que nombra
ministros, disuelve Cortes, sanciona leyes y elige a la totalidad de los
senadores (Cámara Alta). La soberanía nacional es sustituida por la iniciativa
conjunta de la Corona y las Cortes.

Las leyes adjuntas resultan muy restrictivas. Limitaciones a las leyes de


libertad de prensa, de asociación, de imprenta y electoral. Apenas un 1% de la
población constituye el electorado, se garantiza de esta manera la
eliminación de las clases medias y populares y deja a los progresistas sin
opción parlamentaria.

Las reformas afectan a los ayuntamientos y diputaciones provinciales


sometidas al centralismo, se reforma la fiscalidad, el sistema educativo y se
aprueba un nuevo Código Penal.

Los moderados quisieron eliminar la Milicia Nacional creando una nueva


institución que sirviese los intereses del grupo instalado en el poder, el
resultado fue la creación de la Guardia Civil (1844), institución que pronto
superó al propio partido que la había hecho posible y se convirtió en un sólido
instrumento de la ley y el orden que ha perdurado hasta nuestros días.

En 1846 la reina contrajo matrimonio con su primo hermano Francisco de Asís


de Borbón, con quien no mantuvo una buena relación, a pesar de lo cual de
este matrimonio nacerían 12 hijos vivos.
Revolución liberal en España 16

La maltrecha relación Iglesia-Estado se reparó con la firma del Concordato


de 1851.

El período moderado alcanzó una cierta estabilidad y permitió un avance


significativo en la construcción del Estado liberal en España, pero el gobierno
entró en un proceso de descrédito que llevaría a un nuevo estallido
revolucionario en 1854.

Las razones de este nuevo episodio de violencia son variadas y, en cierto


modo, contradictorias:

- Los progresistas, alejados del poder por el modelo electoral, no tenían


más opción que la vía del pronunciamiento y la conspiración, si bien en
esta ocasión carecían de los apoyos necesarios en el Ejército
- Nueva sublevación carlista, ahora en Cataluña (“guerra dels matiners”)
- Divisiones en el seno del moderantismo. Fricciones internas y una deriva
hacia posturas ultraconservadoras

En 1851 las reformas planteadas por el gobierno iban encaminadas a la


imposición de un modelo ultraconservador, casi dictatorial, que confería a la
Corona poderes extraordinarios. Las voces contrarias a este nuevo modelo
fueron duramente reprimidas y se pidió a la reina un giro cabal de la situación y
un retorno al modelo constitucional que había sido aprobado. La situación se
enrareció por los frecuentes escándalos y casos de corrupción que
salpicaban a la reina Isabel y a su entorno.

Los militares moderados, a cuyo mando se encuentra el general O’Donnell,


se pronuncian en Vicálvaro, la llamada vicalvarada, y se enfrentan a los leales
al gobierno al tiempo que en las grandes ciudades se suceden los motines
populares. El ejército gubernamental sofoca la revuelta y las tropas rebeldes
huyen hacia el sur.

Los elementos que han gestado la revuelta deciden dar un sesgo más radical a
sus propuestas para atraerse a los elementos progresistas y dan a conocer sus
propósitos con el Manifiesto de Manzanares, escrito por un joven político
moderado malagueño Antonio Cánovas del Castillo, llamado a un futuro
protagonismo.

El Manifiesto defiende postulados progresistas como la "regeneración liberal"


por medio de la aprobación de nuevas leyes de imprenta y electoral, la
convocatoria de Cortes, la descentralización y el restablecimiento de la Milicia
nacional.

La situación es particularmente peligrosa y la Corona se ve seriamente


amenazada ante el protagonismo de grupos demócratas y republicanos. La
radicalización se extiende por Barcelona con la participación de obreros
industriales. El movimiento inicialmente moderado ha sido ganado por la
causa progresista, pasando a conocerse como revolución de 1854.
Revolución liberal en España 17

La reina, tal vez aconsejada por su madre, se ve obligada a llamar al viejo líder
progresista Baldomero Espartero que se hallaba retirado en Logroño. Para
aceptar el mandato real de formar gobierno, Espartero exigió la convocatoria de
Cortes constituyentes, que la reina madre María Cristina fuese encausada por
corrupción y que Isabel reconociese públicamente los errores cometidos. La
reina aceptó todas las condiciones y el 26 de julio publicó el manifiesto dirigido
al país. Espartero entraría triunfalmente en Madrid junto a su antiguo enemigo
el general O’Donnell.
Revolución liberal en España 18

9. Bienio Progresista (1854-1856).

De la crisis surge un gobierno con participación de moderados y progresistas.


El binomio Espartero-O’Donnell, con el primero como presidente del gobierno
y el segundo como ministro de la guerra, pretende un cambio de régimen. En
primer lugar se reduce el poder de las juntas revolucionarias de fuerte
implantación popular y progresista para pacificar el país y evitar el peligro de
una revolución.

La reina recupera las atribuciones que le otorga la Constitución de 1845 y se


aborda un programa firme de reformas que pretenden resucitar el modelo
progresista de 1837.

La ley de desamortización de Pascual Madoz pretendía acabar la obra


iniciada años atrás por Álvarez Mendizábal. La venta de bienes eclesiásticos
habría de ser compensada con títulos de deuda pública a favor de la Iglesia, y
se procedió contra los bienes de los ayuntamientos (bienes propios y
bienes comunes). Los beneficios se invertirían en la amortización de las
deudas del Estado y en el acometimiento de obras públicas que ayudasen a
la modernización del país. La venta de bienes de los ayuntamientos
perjudicaba a los más pobres que se beneficiaban de las tierras comunales, y
la venta de propiedades del clero rompió las relaciones con la Iglesia y llevó a
la reina a negarse a la firma de la ley.

La Constitución de 1856, la nonnata, no llegó a aprobarse aunque sobre el


papel era muy semejante a otros ejercicios anteriores: soberanía nacional,
bicameralismo, iniciativa legislativa, amplios poderes para la Corona, … Se
recuperó la libertad de imprenta, y de prensa, se restauró la Milicia Nacional y
se amplió el censo electoral.

Las reformas fueron insatisfactorias para los elementos más radicales del
progresismo, los llamados puros, y todavía más para las clases populares que
apenas se beneficiaron de un clima simpatizante hacia las asociaciones
obreras.

Finalmente el período progresista se complicó con una profunda crisis


económica hacia finales de 1855 que significó un alza de los precios y la
conflictividad social y laboral, que acabó por ser duramente reprimida por el
gobierno de Espartero. La coalición en el poder no supo atender las
reivindicaciones populares (descenso de precios, reducción de impuestos,
eliminación de consumos, …) junto con las exigencias de restauración del
orden desde los círculos de la burguesía conservadora. Los progresistas
culpaban a O’Donnell, y Espartero se sometió a la reina, quien se apoyó en
O’Donnell forzando a Espartero nuevamente al exilio. El general O’Donnell
venció a la Milicia Nacional con facilidad y se decidió a organizar un nuevo
gobierno con mayoría moderada.
Revolución liberal en España 19

10. La descomposición del régimen liberal (1856-1868).

El régimen del general O’Donnell trabajó para restaurar la máquinaria de poder


propia de la década moderada, es decir, el régimen político de 1845.

La Constitución de 1845 entró nuevamente en vigor con la inclusión del Acta


Adicional que recogía algunos planteamientos progresistas. Al frente del
nuevo régimen se situó el general O’Donnell con la formación de un nuevo
partido, la Unión Liberal, que pretendía reunir a los elementos más afines del
moderantismo y del progresismo en una formación de centro que evitase el
retorno al moderantismo extremo pero que no se dejase llevar por las
inquietudes progresistas.

Como ya era habitual, los gobiernos se sucedieron con el apoyo de la reina.


O’Donnell cayó en desgracia al mantener las leyes desamortizadoras y perdió
el favor de la reina. Le sustituyó el general Narváez, quien derogó el Acta
Adicional y restauró el moderantismo más conservador (1856-1858).

El regreso de O’Donnell (1858-1863) se entiende como un intento de ampliar


las bases del liberalismo español con la integración pacífica de los diferentes
sectores del liberalismo.

Se consiguió un período de tranquilidad y estabilidad que supuso un empuje


para el desarrollo del país con la implantación del ferrocarril, la expansión
agraria, el avance del sector textil, el afianzamiento de la banca, la
explotación minera, …

La situación de bienestar económico y la estabilidad política y el orden


generalizado llevó a España a volver su mirada hacia el exterior, como hacía
tiempo no ocurría. España participa así en campañas militares en el exterior
(Marruecos, Indochina y México). Se hacía necesaria una política de prestigio
internacional que fortaleciese el régimen en el interior.

A pesar de los reconocibles aciertos del período O’Donnell éste acabó por
entrar en crisis. Los desequilibrios económicos, las protestas en el campo,
las divisiones internas del liberalismo, el fracaso en el programa de
conciliación nacional entre las alas liberales enfrentadas, … hicieron
insostenible la situación.

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