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Estándar 1.5 (Tema 1) H.arte

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BLOQUE 1. RAÍCES DEL ARTE EUROPEO.

EL LEGADO CLÁSICO
EAE. 1.5. Explica la evolución de la figura humana masculina en la escultura griega a
partir del Kouros de Anavysos, el Doríforo de Policleto y el Apoxiomenos de Lisipo.
La escultura griega, imbuida del antropocentrismo que caracterizó a esta cultura, se
centró en la representación de la figura humana desde el comienzo. Incluso los dioses,
tema recurrente, fueron representados con forma humana. En términos generales, la
escultura griega se caracterizó por el naturalismo idealizado, es decir, se representaba
la figura humana - especialmente la masculina- como un ejemplo de belleza física y
equilibrio espiritual para los ciudadanos griegos, superando a la naturaleza. Para
lograrlo, se aplicaron los principios de armonía, equilibrio y proporción, que eran
sinónimos de belleza. Pero también se caracterizó por una constante búsqueda de la
perfección técnica y evolucionó notablemente en el tiempo. Veamos esta evolución a
través de tres esculturas clave.
La figura del Kouros de Anavysos es un prototipo de los caracteres escultóricos de Época
arcaica. Está datada hacia el 530 a.C. El tema es el típico joven atleta vencedor, pero a
diferencia de otros kouroi del momento, que eran exvotos, este era una escultura
funeraria del joven guerrero Creso, muerto en combate. La figura presenta
convencionalismos heredados del arte egipcio, pero con pretensiones de naturalismo
idealizado, aspectos ambos que marcaron la escultura arcaica. Es una estatua bloque
monumental (mayor tamaño del natural), hierática, con simetría bilateral rígida,
frontalidad e inexpresividad. El movimiento apenas se insinúa con el ligero
adelantamiento del pie izquierdo, al que no acompaña el resto del cuerpo. Los brazos,
muy rígidos, se pegan a las piernas y los puños están cerrados. Aunque se trata de imitar
a la naturaleza, aún queda lejos el naturalismo clásico posterior. Los convencionalismos
continúan con los ojos almendrados y la “sonrisa arcaica” a los que se suma el
esquematismo o geometría del modelado de rodillas, clavícula, músculos, pecho y
cabello.
El Doríforo, cuyo original en bronce fue realizado por Policleto hacia el 450 a.C., refleja
ya los ideales clásicos de belleza, armonía, proporción y equilibrio. Se ha alcanzado el
dominio de la anatomía acompañada de una expresión serena en el rostro.
Probablemente fue una estatua votiva de un atleta, un portador de lanza, en la que
Policleto aplicó los principios de racionalidad geométrica y matemática. El objetivo era
dotarlo de unas proporciones perfectas. Utiliza el canon de siete cabezas para su altura,
pero también aplica los mencionados principios racionales para crear una perfecta
proporción entre los miembros del cuerpo y el todo. El Doríforo rompe con la frontalidad
arcaica mediante el contrapposto, posición que aporta un equilibrio dinámico de curvas
y contracurvas al tiempo que da la sensación de un avance pausado.
Por último, el Apoxiomenos, elaborado por Lisipo hacia el 325 a.C., se enmarca en el
clasicismo tardío o post-clasicismo del siglo IV a.C. Este periodo estuvo marcado por la
crisis de las polis griegas y la pérdida de fe en los valores clásicos griegos. Los escultores
del siglo IV como Lisipo, Scopas y Praxíteles, partiendo de modelos clásicos, van
abandonando la rigidez de las normas clásicas. En efecto, El Apoxiomenos tiene un canon
más alargado, de 8 cabezas, que estiliza notablemente el cuerpo y las extremidades. En
la figura también se aprecia el avance hacia un tratamiento más naturalista y realista del
cuerpo. Por ejemplo, la musculatura es más suave y casi se puede apreciar la grasa
subcutánea. En el mismo sentido opera la actitud del atleta, que, aun siendo un tema
clásico, se representa en una actitud de lo más cotidiana: limpiando su cuerpo con el
estrígilo tras la acción. Su rostro también se aleja un tanto de la serenidad clásica,
aunque no llega a expresar realmente el pathos. En definitiva, en este momento
escultórico asistimos a la humanización de dioses y héroes. Aún hay otro elemento en
El Apoxiomenos que muestra una clara evolución de la figura humana, ahora a caballo
entre el clasicismo pleno y la época helenística. Se trata de la ruptura definitiva con la
frontalidad. En la obra de Lisipo los miembros se proyectan hacia el exterior,
separándose del cuerpo, para conquistar así la tercera dimensión. El pronunciado
escorzo y las líneas proyectadas hacia afuera incrementan los puntos de vista de la
figura, pudiendo ser contemplada en su totalidad.

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