Violence">
Gómez Grillo: La Delincuencia en Venezuela / Apuntes Sobre La Delincuencia Y La Cárcel en La Literatura Venezolana
Gómez Grillo: La Delincuencia en Venezuela / Apuntes Sobre La Delincuencia Y La Cárcel en La Literatura Venezolana
Gómez Grillo: La Delincuencia en Venezuela / Apuntes Sobre La Delincuencia Y La Cárcel en La Literatura Venezolana
Gómez Grillo
LA DELINCUENCIA EN VENEZUELA /
APUNTES SOBRE LA DELINCUENCIA Y LA
CÁRCEL EN LA LITERATURA VENEZOLANA
C o l e cc i ó n Bi c e n t e n a r i o Ca r a b o b o
Elio Gómez Grillo Ensayista, pedagogo, educador, criminó-
logo y articulista. Presencia insoslayable en el ámbito de la cri-
minología en Venezuela. Fundador del Instituto Universitario
de Estudios Penitenciarios (UNEP, ahora UNES) y del Centro
de Estudios Criminológicos y Penales de la Universidad Simón
Bolívar. Fue Miembro de la Asamblea Nacional Constituyente
(1999) e Individuo de Número de la Academia Venezolana de
la Lengua (2005). Obtuvo el Premio Municipal de Literatura
en 1956. Entre sus libros destacan La delincuencia en Caracas
(1971), Los delincuentes que yo he conocido (1977) y Delitos y
penas en los países socialistas (1980).
« Muchacho campesino
Juan Vicente Fabbiani (1945)
Óleo sobre tela 73,3 x 50,3 cm
104
La delincuencia en Venezuela /
Apunte sobre la delincuencia y la cárcel
en la literatura venezolana
Elio Gómez Grillo
Colección Bicentenario Carabobo
La delincuencia en Venezuela
77 A manera de explicación
81 Introducción general
89 I. La delincuencia y la cárcel en la novela venezolana
161 II. El preso Andrés Eloy Blanco
169 III. El testimonio. El teatro
173 Bibliografía
Nota editorial
Los Editores
La delincuencia en Venezuela
Al doctor José Luis Vethencourt
Capítulo I
El delito en Venezuela
del atraco una forma de vida y que para el común de la gente represen tan el
eje en torno al cual gira el problema criminal venezolano. Pero la delincuencia
nacional es algo más que el amedrentador atraco a mano armada. Y sus causas
son más profundas que la elemental atracción que sobre un hampón profesio-
nal ejerce un puñado de “cachetes”.
De lo rural a lo urbano
— alcanza a albergar casi las tres cuartas partes de Venezuela. Para 1972, la
proporción es casi del ochenta por ciento. Las estadísticas nos enseñan que
sólo entre 1950 y 1961 hubo en el país un flujo migratorio interestatal de
cerca de dos millones de personas y que el 27.6 por ciento —es decir, más de
la cuarta parte— de la población venezolana censada en 1961 era nacida en
otras entidades o en el exterior.
El “desarraigado”
los gobiernos que se merecen, las sociedades tienen los delincuentes que se
merecen. Todo el mundo es culpable, excepto el delincuente”.
Las subculturas
Migraciones y criminalidad
La familia
de turno de la madre con las hijas de ésta. Como lo ha dicho el doctor José
Luis Vethencourt, ilustre psiquiatra y criminólogo venezolano, “...la ausen-
cia casi total de regulaciones culturales respetables sobre la actividad sexual
y sobre los objetivos superiores de la maternidad, hace que muchísima gente
viva en un nivel puramente impulsivo en lo que a sexo se refiere’’. Estadísti-
cas recientes más o menos autorizadas estiman que unas 700.000 personas,
es decir, más de la tercera parte de la población caraqueña, habitan en los
casi cien mil ranchos que bordean el valle de la ciudad capital. No se olvide
que la mitad del ingreso nacional la absorbe menos del 1% de la población
venezolana. La otra mitad de ese ingreso se distribuye entre el 99% de los
habitantes del país.
La irresponsabilidad paterna es evidente. Del 70% al 80% de los menores
con trastornos de conducta —entre los cuales una buena parle serán adultos
delincuentes— son hijos abandonados por el padre o miembros de familias
disociadas.
Pero todavía hay más. El problema familiar venezolano no es sólo econó-
mico y no se da sólo en el estamento proletario. También surge en las áreas
sociales de las clases media y burguesa. Y en forma tal que, según parece, han
colocado a Venezuela nada menos que en el segundo lugar entre las naciones
del mundo que, proporcionalmente a su población, detentan las cifras más
altas de divorcios. La consecuencia de tal abundamiento disolutivo del vín-
culo matrimonial, es que la duración promedio del matrimonio en Venezuela
durante el periodo comprendido entre 1050 y 1960, no llegó a los diez años.
Los matrimonios divorciados en los años 50, 54 y 56 habían procreado un
número elevado de hijos, de los cuales 3.066 eran, para el momento del divor-
cio, menores de edad. En Caracas solamente, de acuerdo a una información de
1967, se introducían diez demandas diarias de divorcio. En muchos sectores
de las clases más elevadas, aun cuando se mantiene el vínculo conyugal, la
desatención con los hijos crea igualmente situaciones irregulares, fuente de
trastornos en sus conductas. Todo lo anterior puede explicar por qué —según
La delincuencia en V enezuela 23
La educación
El país vive actualmente una de las crisis educativas más profundas de toda
su historia. En la Educación Media y en la Educación Superior la situación
ya casi ha bordeado los contornos del caos. Aún es prematuro para conocer
las repercusiones que tal estado de cosas tiene en la marcha de la delincuencia
nacional. No es de dudar, sin embargo, que esa repercusión signifique un alza
en las cifras criminales venezolanas.
En lo atinente a la educación primaria, todos hemos oído hablar reciente-
mente de unos 800.000, de 1.000.0,00 de niños sin escuelas. El porcentaje de
analfabetismo en Venezuela parece ser actualmente de un veinticinco por cien-
to entre los venezolanos mayores de 18 años. Tal es la cifra que se desprende de
la inscripción electoral para los comicios celebrados a fines de 1968. Y a pesar
de que mucho se ha avanzado en Venezuela en lo tocante al mejoramiento
cuantitativo de la educación a partir de 1958 —tanto que ya en 1962 había
capacidad para recibir en los planteles a toda la población en edad escolar del
país— tal circunstancia no ha mejorado la movilidad vertical. Al respecto, no
me canso de repetir una estadística sobrecogedora. De cada cien niños inscri-
tos en Venezuela en el primer grado en 1949, más de la mitad no alcanzó el
segundo grado, únicamente alrededor de 17 llegaron al sexto; de ellos apenas
doce ingresaron a la educación media, de los cuales cinco entraron a la uni-
versidad y sólo dos se graduaron. ¿Qué se hizo ese 83 por ciento de niños que
abandonó la escuela primaria? La cifra total señala que de 422.593 niños ma-
triculados en primer grado, sólo 80.000 se inscribieron en sexto grado. ¿Qué
ocurrió con los 350.000 niños restantes? A manera de provisional respuesta
parcial, resulta útil el saber que de los 6.881 reos que ingresaron a las cárceles
nacionales en 1958, el 30,7% de ellos, o sea, 2.110, eran analfabetos.
24 E lio G ómez G rillo
El mundo de ayer
Tal es una de las fuentes explicativas del delito en lodos los tiempos y de to-
dos los tiempos, y particularmente del contemporáneo. Porque lo que alienta
en el delincuente es una tremenda ingenuidad vital, producto de una vitalidad
inocente, pero desbordada y dañina. Como el mecanismo de la dinámica de-
lictiva reside fundamentalmente en una rigidez conducta!, en una limitación
de la personalidad, en un sistema de negación para una afirmación individual
posterior, el delincuente constituye, también, una lamentable y extraordinaria
energía perdida. Una bella lucidez aberrada. La de un funesto diosecillo que
cumple una destructora redención inútil. La delincuencia es la desmesura in-
tuitiva distorsionada por la contradicción dialéctica: precocidad por una parte
y fatiga de vida por la otra; impaciencia acá y desaliento allá; afán de existencia
en un aspecto y gasto, uso, consumición de esa existencia en el otro.
El delincuente venezolano
Así ha sido Venezuela y así es ahora. Ha habido, claro está, diferencias his-
tóricas. Sabemos —lo dijo primero Alfredo Nicéfaro— que el delito sigue a
la civilización como la sombra sigue al cuerpo. En este sentido creo que en
Venezuela sí se ha realizado y se continúa realizando el tránsito del delito rural
al delito urbano. ¿Por qué? Una primera razón es que al histórico predominio
vigente en el país de la incidencia en delitos contra las personas, lo ha reem-
plazado una progresiva superación de delitos contra la propiedad. Aun cuando
se corra el riesgo de abundar exageradamente en cifras, es necesario recordar,
por ejemplo, que en los diez años transcurridos entre 1959 y 1968, fueron de-
nunciados en Venezuela ante el Cuerpo Técnico de la Policía Judicial. 215.047
delitos contra la propiedad, en tanto que en el mismo lapso apenas llegaron
a 76.604 el número de denuncias de delitos contra las personas. Para 1965 el
65,71% de toda la actividad criminal del país, la integraban los delitos contra
la propiedad. En 1969, sobre 25.361 delitos de este tipo, se denuncian apenas
9.403 contra las personas. Diferencias estadísticas semejantes se repiten en
1970. Las proporciones exactas en 1969 y 1970 son de 44,28% de delitos con-
tra la propiedad por 17,22% de delitos contra las personas. Son cifras oficiales.
Ya la criminología nos ha enseñado que los delitos contra las personas son
mayoritarios en los centros rurales, en tanto que aquellos contra la propiedad
30 E lio G ómez G rillo
lo son en los centros urbanos. El predominio de uno u otro tipo delictivo ca-
racteriza la modalidad criminal como rural o urbana, respectivamente.
De la violencia al fraude
no se trata sólo de que nuestra criminalidad ya sea urbana, sino que estamos
muy cerca —si es que ya no hemos llegado — a la etapa industrializada del
delito, es decir, a las verdaderas tecnificación y división del trabajo en la ope-
ración delictiva.
Un indicio de esto parece ser la reincidencia. Ella representa la profesiona-
lización en el delito, la delincuencia como forma habitual de vida. En verdad,
nuestras cifras de reincidentes son elevadas. Y parecen serlo cada día más.
El homicidio
El suicidio
Lo de los delitos contra la propiedad es otra historia. De acuerdo con las es-
tadísticas oficiales, en los cuatro años transcurridos entre 1960 v 1963 fueron
denunciados mayor número de delitos contra la propiedad que en los años
comprendidos entre el 64 y el 67. Además, las cifras del 68, del 69 y del 70,
son menores que las de hace diez años. Extrañan estos números, sin duda.
Distorsionan, por una parte, el evidente proceso transformativo de nuestra
delincuencia, de rural a urbana, al presentar un alza en los delitos contra las
personas y un descenso en aquellos contra la propiedad. Y, sobre todo, tras-
tocan la realidad que creemos vivir y padecer los venezolanos, día a día. Mas,
repito, son cifras oficiales. Ver para creer, enseña el Evangelio.
36 E lio G ómez G rillo
La droga
Los meses de mayor frecuencia criminal en Venezuela son los que corres-
ponden a la llamada estación lluviosa. En efecto. La marcha de la delincuencia
nacional se apresura en abril, mayo, junio, julio, agosto, setiembre y octubre.
Como quiera que la estación lluviosa es, paradójicamente, la más calurosa,
estos son los meses en los cuales la temperatura máxima extrema mensual
alcanza su grado más alto.
Los delitos “contra la honestidad y buenas costumbres”, esto es, los delitos
sexuales, presentan mayor incidencia en los meses de mayo y diciembre. Tam-
bién se registra aumento de este tipo de hechos en los meses en los cuales se
celebran las festividades del Carnaval y las solemnidades de la Semana Santa.
En virtud de la índole misma de las primeras y del asueto y permanencia en
playas y sitios de descanso, que trae consigo la segunda.
Durante el período de las mismas celebraciones, aumentan también los ac-
cidentes de tránsito y los delitos contra la propiedad. Los primeros, porque
es mayor el volumen de vehículos en circulación. Las segundas, por haberse
alejado de sus hogares los residentes.
Los meses de marzo, mayo y agosto son los preferidos en Venezuela por los
suicidas. Enero, febrero, abril, noviembre y diciembre, los más desdeñados.
Los delitos contra la propiedad tienen sus alzas máximas en determinadas
localidades venezolanas —vinculadas a las cosechas de café y cacao—, hacia
La delincuencia en V enezuela 39
La costa y la montaña
que menos se suicida. Y si el costeño venezolano ofrece una muy baja frecuen-
cia homicida, es, en cambio, el que más se suicida.
La diferencia criminológica entre costa y montaña en Venezuela se hace
evidente hasta en las áreas de una misma entidad nacional. Es el caso, por
ejemplo, del Estado Sucre. ¿Qué ocurre en la hermosa tierra guaiquerí? En
una visita que realicé al internado judicial denominado “Cárcel Pública de
Cumaná”, en esa ciudad, encontré que cerca de un 80% de los detenidos allí,
provienen de los distritos montañosos del estado —Ribero y Montes— y en
su mayoría estaban siendo procesados por homicidios y lesiones personales. El
veinte por ciento restante se distribuye entre atentados contra la propiedad y
delitos sexuales. Son frecuentes el incesto, el rapto y la violación. Los autores
de estos hechos son oriundos en su inmensa mayoría de los distritos costeños
del estado: Sucre y Mejía. Incluso cuando uno de ellos es autor de homicidio
o lesiones, hay generalmente, una causal sexual: seducción con promesa ma-
trimonial, adulterio, estupro...
Es lo que dice un criminólogo eminente, Constancio Reinaldo de Quirós:
“La isla y la costa envueltas en un ambiente naturalmente afrodisíaco, derivan
en sus manifestaciones biológicas hacia los tipos de delitos sexuales; en tanto
que la montaña, bien distinta en esto del mar, afirma su tendencia hacia los
grandes crímenes de sangre, por su elevación, por su dureza, por su esterilidad,
por el gélido ambiente en que se envuelve”.
El llano y el río
Margarita
La prevención
La televisión
La prisión abierta
La ley de suspensión
La asistencia post-carcelaria
Otras veces el acoso viene de los ex-compañeros de correrías del hombre que
ahora quiere regenerarse. Conozco el caso de un ex-recluso que se empleó en
una bodega. No pasaron muchos días sin que llegasen los viejos conocidos. Le
dijeron al portugués dueño del negocio que su nuevo empleado era un ladrón
profesional. El hombre no les creyó. Entonces le amenazaron con quemarle la
bodega si no lo despedía. Tuvo que hacerlo.
Experiencias semejantes vivió este sujeto por algún tiempo. No conseguía
trabajo. Cuando lo conseguía, lo perdía porque la policía se lo llevaba en una
redada o porque llegaban los delincuentes y amenazaban al patrono. A ellos
le interesaba que él siguiese en el grupo. Con todo, nuestro hombre persistió
y por obra de un verdadero milagro personal, hoy es un padre de familia que
compra su pan con dinero ganado honradamente.
Todo lo dicho explica esas siete, quince o veinte entradas policiales de algu-
nos hombres que una vez delinquieron pero que después pretendieron regene-
rarse. Y explica también la efectiva reincidencia de muchos de ellos.
Otra cosa es la llamada conciencia social. La comunidad ve como un leproso
social al hombre que ha estado en prisión. No estamos educados para ayudarle
a reinsertarse en la comunidad. ¿Es que leímos en los diarios hace poco que a
raíz de un incidente en un hotel capitalino, con el saldo de un herido grave,
éste y sus abogados declaraban que demandarían al dueño del establecimiento
porque había empleado como administrador del hotel a un ex-recluso?
Dicho en otras palabras, que la única manera de que ese hombre se ganase
la vida era delinquiendo, ya que el patrono que le empicase corría el peligro
de ser demandado.
Además de los centros de asistencia post-institucional que se crearen, es
urgente la vigencia de una disposición legal —la cual creo está en estudio—,
que reglamente el asunto de los antecedentes penales. En otros países se prevé
tal circunstancia. En determinados casos, los antecedentes penales no figuran
en el certificado correspondiente del sujeto. Todo está sometido, desde luego,
a requisitos y condiciones establecidas.
La delincuencia en V enezuela 65
Punto final
Amarista, Dr. Félix José. El perfil del delincuente. Caracas, 1968, 77 pp.
Código Penal — Ley de Reforma Parcial del Código Penal. Caracas. Imprenta
Nacional. 1964, 225 pp.
Id. Curso de criminología. Empresa El Cojo S. A. Caracas. 1970. 1 vol. 701 pp.
Id. Id. Resultados preliminares por centros poblados. (Número y tamaño). Cara-
cas, 1962, 63 pp. (Publicación multi- grafiada).
Id. Coeficientes por cada cien mil habitantes de los homicidios en hechos de sangre
registrados en Venezuela durante los años 1951-1964. Caracas. 1965. 1 p. (Pu-
blicación multigrafiada).
inédito).
Mujica, Héctor; Carrera Damas, Germán; Maza Zavala, D. F.; Silva Mi-
chelena, José Agustín. Venezuela 1º. Imprenta Universitaria. Caracas. 1963.
(Páginas sin numerar).
Nazoa, Aquiles. Caracas física y espiritual. Edición especial del Círculo Mu-
sical. Colección “Caracas 400 años”, 144 pp.
Id. Panorama de criminología. Edit. José M. Cajica, México, 1948. 1 vol. 159
pp.
Radzinowicz, León. Ideología e criminalitá. Uno studio del delitto nel suo
contesto storico e sociale. Dott. A. Gluffre Editore. Milano, 1968. (Traduzione
di Franco Ferracutti). 139 pp.
Unda Briceño. Dr. Hugo y Ricovery López, Domingo. Bases para un estudio
criminógeno del Departamento Libertador del Distrito Federal, años 1951-1953.
Ediciones del Ministerio de Justicia. Caracas, 1955, 84 pp.
Id. Cómo utilizan los caraqueños el tiempo libre. Ediciones del Cuatricentena-
rio de Caracas. Caracas, 1966. 89
Von Hentig, Hans. La Pena. Espasa Calpe S. A. Madrid. 2 vis. Vol. I. 1967,
471 pp. — Vol. II, 1968, 461 pp.
Entrego ahora este muy modesto Apunte... sobre el tratamiento que le dan a la
delincuencia y a la cárcel ocho novelistas venezolanos, en doce de sus novelas.
De esos ocho novelistas -Eduardo Blanco, Manuel Díaz Rodríguez, Rómulo
Gallegos, José Rafael Pocaterra, Ramón Díaz Sánchez, Antonio Arráiz, Miguel
Otero Silva y Guillermo Meneses- he elegido una novela de cada uno, salvo de
Guillermo Meneses, de quien he trabajado cinco novelas.
La selección de estos ocho autores no es fortuita. Todos ellos son, de una u
otra forma, clásicos de nuestras letras, y todos publicaron estas novelas no más
allá de la década de los setenta, límite cronológico sobre el cual he trabajado.
El haber tomado cinco obras de Meneses y una sola de los demás narradores,
tampoco es fortuito del todo. Es que Meneses trata en sus libros el delito —y
la cárcel en Canción de negros- en forma más insistente y reiterativa que los
otros. Así me parece, al menos.
No ambiciono nada extraordinario con la publicación de este breve volu-
men, el cual creo, después de todo, inicia un género de comentario crítico
no existente en Venezuela, como es el tratar de interpretar criminológica y
penitenciariamente el tratamiento que al delito y a la cárcel le asignan en sus
obras nuestros escritores.
78 E lio G ómez G rillo
Además del Apunte sobre ellos, añado otro en torno a los poemas carcelarios
de Andrés Eloy Blanco, e incorporo un testimonio de un autor joven, Carlos
López y la alusión al trabajo teatral El juicio del siglo de Fernando Gómez.
A manera de introducción, intento una visión general del tratamiento de la
cárcel en nuestra literatura.
La mayoría de estos trabajos han aparecido en mis columnas periodísticas
de los diarios El Nacional y El Globo de Caracas y/o en revistas y publicaciones
varias. Figuran acá, sin embargo, en general, con algunas modificaciones de
cierta importancia.
El libro se lo dedico a Rafael Caldera y lo publico expresa y justamente
después de concluir su mandato como jefe de Estado, para evitar así cualquier
interpretación malentendida. Porque la dedicatoria es para quien fuera mi
inolvidable profesor en las aulas de la UCV, como catedrático de la asignatura
Sociología Jurídica y del seminario «Elementos sociales en la novela venezola-
na», que él fundara. Este último inspiró estas páginas. He dicho mi profesor
Rafael Caldera y más bien debiera haber hablado de mi maestro Rafael Cal-
dera, porque a él le debo enseñanzas, orientaciones y consejos universitarios.
Reciba el maestro esta dedicatoria, como el testimonio de reconocimien-
to de un viejo discípulo que, entre las evocaciones de su vida universitaria,
conserva para él la gratitud, el cariño y el respeto que le profesé cuando era
estudiante de sus «Elementos sociales en la novela venezolana».
Autores y títulos
produjo durante su cautiverio: «Todo está igual» porque «El teatro y la cárcel
-dice- son tan parecidos». Antes, el múltiple y restallante Rufino Blanco Fom-
bona había cantado y contado su experiencia de preso en Cantos de la prisión
y del destierro y en Diario de mi vida, además de que su novela El hombre de
hierro fue escrita en un calabozo de la cárcel de Ciudad Bolívar.
Todos estos autores escribieron desde la cárcel y sobre la cárcel. La obra más
definitivamente testimonial del género es Prisiones de Venezuela, publicada, en
su primera edición, en Colombia en 1935, la cual trata de la vida y la muerte
-increíbles- en dos penales venezolanos durante el gobierno gomecista. Los
penales son La Rotunda de Caracas y el Castillo Libertador de Puerto Cabello.
Los autores serían posteriormente figuras importantes en la vida política e in-
telectual venezolana: Jóvito Villalba, Miguel Otero Silva, «Kotepa» Delgado,
Fernando Key Sánchez, Manolo García Maldonado. Prisiones de Venezuela es
una obra muy cercana a las Memorias... de Pocaterra.
Con posterioridad al término de la tiranía gomecista, J.A. Cova insistirá en
el género con Entre barrotes, que es también un diario carcelario. Cova fue
director de diarios, historiador y editor. Otro testimonio prisional es el del
ilustre escritor Enrique Bernardo Núñez, quien fuera cronista de la ciudad
de Caracas. El trabajo se llama El garage, que es el nombre del retén donde el
escritor estuvo detenido. La publicación es de 1940.
Todo lo reseñado hasta acá cubre el primer tercio del siglo XX venezolano,
salvo la Autobiografía de Páez, que es del siglo pasado. Sólo los trabajos de
Cova y Núñez son ligeramente posteriores a los otros. De paso, añado una
referencia curiosa. Se habla de una novela llamada El infiernito, que habla de la
vida en la cárcel venezolana, publicada hacia 1870 y cuyo autor sería el gene-
ral Félix E. Bigott, de quien menciona el escritor Santiago Key Ayala algunas
obras «colosales» por lo pantagruélicas -que desdicen, por cierto, del diminu-
tivo infiernito-, como la Teoría e historia de la música, que trata desde las pri-
meras inmigraciones de los fenicios a Grecia, la Historia filosófica de Venezuela,
y una Gramática Latina de diez volúmenes con quinientas páginas cada uno.
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 85
prisión, los cuales están muy bien escritos. Cierro con Alexis Rosas y su libro
Grupo especial que, incluso, desborda el tema carcelario.
Concluyo con una referencia breve. Cuando tuvimos bajo nuestra responsa-
bilidad la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela, se nos
ocurrió crear un concurso literario con periodicidad anual, para los reclusos
de los establecimientos penitenciarios venezolanos. Se recibieron una y otra
vez decenas de trabajos. En el primer año de concurso el galardón de poesía se
compartió entre los reclusos Ricardo Oliva y Douglas de Jesús García, ambos
internos, en aquel entonces, en la cárcel Modelo de Caracas. Qué de los colores
se tituló el poemario de Oliva. Una muestra de sus versos es ésta:
Sí, brisa: azótame el rostro
Mi mueca, mi pelo, mi risa...
Aviva la lumbre que vive en nosotros
Dispersa la tierra con polvo de oro
e irrita mis ojos para bendecirte
El primer poema del libro de Douglas de Jesús García se llama «Sí que lo
son». Dice:
La muerte
Siempre es cosa de primera vez
Nunca se sabe
O bien:
No es mi ventana
Ni es el sol
He descubierto
que es un reflector
en la garita mayor
I
La delincuencia y la cárcel en la novela venezolana
[1]_ Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1997. Todas las citas de la obra
se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) corres-
pondiente(s).
90 E lio G ómez G rillo
Es bueno releer obras que uno conoció hace mucho tiempo. Es el caso de la
breve novela Peregrina de Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), un clásico de
nuestras letras. Conviene leer otra vez, pasados los años, lo que uno leyó ya,
ubicándolo entonces en escuelas literarias y perspectivas históricas. Ahora uno
lo lee desprevenidamente, como tomándolo al azar y sin armarse de preceptos
ni de enclaustramientos literarios.
Peregrina está escrita en un sostenido tono poético. Es un verdadero poema
en prosa. Puede ser leída en voz alta, como si fuesen versos hermosos y no
desluciría. En una escena de campo:
... Primero el buey clavó en el gañán sus ojos entre azorados y audaces,
para luego apaciblemente convertirlos al espectáculo del sol que en el
mismo instante surgía, cubriendo la tierra con su cálida caricia de oro.
Y el sol naciente, el mozo de hercúleas formas y el buey enguirnaldado
de hierba fragante, evocaron de súbito el dios, el sacerdote y la víctima
de un antiguo sacrificio ingenuo (p. 20).
[2]_ Monte Ávila Editores, Caracas, 1972. Todas las citas de la obra se refieren a esta
edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) correspondientes).
92 E lio G ómez G rillo
Díaz Rodríguez trata a la montaña avileña como una verdadera deidad er-
guida sobre «la dicha y la miseria de los hombres (...) sobre la burla y el dolor».
En el seno de esa diosa se desarrolla íntegramente la anécdota de la novela. En
ésta, sus personajes todos se mueven y sus escenas todas se producen «bajo
el signo del Ávila». Como titula uno de sus libros cimeros, don Fernando
Key-Ayala.
Esos personajes lucen como virtuales posesos del bosque avileño y se mue-
ven bajo su influjo. El mismo influjo que parece recibir el autor al colocar
como eje, centro y corazón de la obra, a la montaña caraqueña.
Quizás por ello mismo, por ser esos personajes juguetes de un designio pan-
teísta que los sujeta a la merced de las fuerzas de la naturaleza, ellos lucen
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 93
Visión general
Si Doña Bárbara no fuese una obra maestra de la literatura, sería una emo-
cionante novela de aventuras con mucha acción y con un final feliz, un happy
end casi milagroso de película norteamericana mediocre. Hacen grande a la
obra, entre otras virtudes, la
...incorporación del lenguaje popular a la economía narrativa median-
te la estilización de una conciencia lingüística no existente en la novela
anterior, el nuevo sentido del paisaje y una narrativa existencia! hacia
afuera4,
como lo apunta Orlando Araujo, uno de los críticos más calificados de la
obra galleguiana. En el primer señalamiento, se trata de un habla popular
auténtica, verdadera; en el segundo, hay un «alejamiento del paisaje virgiliano
[3]_ Monte Ávila Editores, colección Eldorado, Caracas, 1977. Todas las citas de la
obra se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s)
correspondiente(s).
[4]_ Araujo, Orlando. «Prólogo.» En: Gallegos, Rómulo: Doña Bárbara. Monte Ávila
Editores, col. Eldorado, Caracas, 1977, pp. 13-14.
96 E lio G ómez G rillo
Delitos y delincuentes
La sucesión de delitos de toda naturaleza se sucede en la raíz misma de la
novela. El padre de Santos, José Luzardo, es fratricida y filicida. Mata a su
hermano político, Sebastián Barquero, y después a su hijo, Félix Luzardo.
El caso es que los Luzardo y los Barquero siguieron matándose en forma tal
que, según narra el novelista: «...acabaron con una población compuesta en
su mayor parte por las ramas de ambas familias» (p. 33). Más que homicidas,
los Luzardo y los Barquero son, pues, genocidas, exterminadores de pueblos
enteros. La magnitud de ciertas monstruosidades supera los alcances de cual-
quier tragedia griega. Cuando José Luzardo mata en una gallera a su hijo Félix
Luzardo, «ya habían caído en lances personales casi todos los hombres de una
y otra familia» (p. 34). Santos Luzardo, el héroe de la obra, es entonces hijo de
asesinó ayer a tu padre. Vente a vengarlo» (p. 104). Gallegos lo describe así: «...
el reclamo fatal de la barbarie, escrito de puño y letra de su madre» (p. 104).
Por cierto que el psiquiatra Raúl Ramos Calles en su estudio Los personajes
de Gallegos a través del psicoanálisis -libro que tengo entendido molestó pro-
fundamente a Gallegos- considera que:
...la investigación psicoanalítica confirma de manera absoluta la rela-
ción, el indiscutible parecido que sospechábamos entre Panchita -ma-
dre de Lorenzo- y Doña Bárbara. Y es que ¿puede concebirse mayor
dosis de crueldad, de perversión y dominio morboso sobre un hijo,
que la de esta mujer, que es capaz de cortarle su carrera y su porvenir,
con el fin exclusivo de satisfacer sus criminales instintos de venganza,
al instar a Lorenzo a matar a su propio tío?10.
De una u otra forma, estudiosos de la obra y del pensamiento galleguiano
ven un «visible predominio de la mujer en la narrativa galleguiana», conse-
cuencia en buena parte de la experiencia vital de Gallegos como hijo y como
esposo. «La suerte generosa -dijo una vez Gallegos- me dio por madre a la más
buena mujer del mundo y luego tuve la prudencia de escoger esposa entre las
mejores también»; a la cual se refería diciendo que «esa mujer es para mí más
que una esposa; es un culto»11.
[10]_ Ramos Calles, Raúl: Los personajes de Gallegos a través del psicoanálisis. Monte
Ávila Editores, Caracas, 1969, p. 22.
[11]_ Caldera, Rafael Tomás. La respuesta de Gallegos. Academia Nacional de la His-
toria, Caracas, 1980, pp. 167-168. El ensayista Leopoldo Veloz Duin cree ver una
semejanza, «analogía entre las costumbres atribuidas a las Amazonas y doña Bárbara
(...) el poder matriarcal, la crueldad, la codicia, el bebedizo alucinógeno y afrodisíaco
y (...) el dominio de la tierra». Véase: Veloz Duin, Leopoldo. El simbolismo en Doña
Bárbara. Ediciones Casa del Escritor, Caracas 1985, p. 9.
100 E lio G ómez G rillo
Yo delinco, tú no delinques...
1. También está la llanura. La llanura es mala y es buena. Hace y deshace
delincuentes. El paso de la sequía a la inundación y de la inundación a
la sequía se repite en el paso al acto delictivo y en la posterior rectifica-
ción de ese paso. Cuando se comienza a producir la rendición de doña
Bárbara, al final de la novela, es precisamente cuando Santos Luzardo
comienza a hacerse delincuente: incendiario, heridor, posible homicida.
Y menos mal que allí termina la novela, porque el impulso agresor que
apenas empezaba a producirse en él, cobraba progresivamente mayor
fuerza destructiva. Doña Bárbara comenzaba a simbolizar la civilización
y Santos Luzardo la barbarie. La sequía y la inundación, la inundación
y la sequía.
2. El esquema de la secuencia fenoménica delictiva central de la obra su-
pone entonces un proceso dialéctico. La tesis, la afirmación, es el llano,
bueno y malo, malo y bueno al mismo tiempo. Como la naturaleza. La
104 E lio G ómez G rillo
Conclusiones
1. De no ser una obra maestra de la literatura narrativa universal. Doña
Bárbara fuese una excelente novela de aventuras con muchos delitos,
muchos delincuentes y muchos héroes, mayores y menores. Y mucha
acción instantánea, cinematográfica, hiperkinética. Las cosas suceden
con la velocidad de una película moderna de James Bond. Héroes y
antihéroes, muchachos y bandidos se baten sin descanso -en hechos
y en palabras- durante las trescientas y tantas páginas del libro. En las
últimas escenas culminantes, la rapidez en la sucesión de los aconteci-
mientos adquiere ritmo de vértigo. No es el menor de los méritos de
esta novela magistral haber logrado serlo, a pesar de la relampagueante
movilidad de los hechos que registra y que constituyen su trama argu-
mental. «Es, me atrevería a decir -escribe el ex presidente Rafael Calde-
ra, quien fuera, por cierto, contendor de Rómulo Gallegos como can-
didato presidencial-, una obra perfecta. Es un verdadero poema. Poema
de la llanura, poema de su pueblo...»12.
2. El muestrario delictivo que contiene Doña Bárbara es tan elevado
que difícilmente admite parangón. Si no fuese todo lo que es, bastantes
virtudes detenta como para que pudiese constituir una muestra ejem-
plar de novela de delitos, quizás la gran novela de la delincuencia rural
venezolana, referida a una época y a una región: la llanera.
3. Hace falta un trabajo técnico que con paciencia y prolijidad tabule las
incidencias infraccionales que aparecen en esta obra, relativamente bre-
ve. El número de esas incidencias sería realmente impresionante y sin
comparación con algún relato semejante hecho en el país. La porción
cuantitativa y aun los extremos cualitativos del fenómeno criminal ad-
quieren una dimensión excluida de todo parangón, en relación con la
totalidad de la producción novelística venezolana.
4. En el orden criminológico, lo que hace a esta obra aún más impor-
tante, independientemente de la magnitud cuantitativa y cualitativa del
infinito número de hechos criminales que aparecen en sus páginas, es
la diferencia que establece en cuanto a la identificación y realización
delictiva entre los personajes principales y los personajes secundarios
del libro. Ya hemos tratado de señalar cómo ocurre esto: los personajes
secundarios son maniqueamente buenos o malos. Los personajes prin-
cipales son buenos y malos, como la llanura. Ésta se parece más a los
actores estelares que sobre ella se mueven en los roles protagónicos cen-
trales de la trama novelística. Doña Bárbara y Santos Luzardo son, efec-
tivamente, de acuerdo con lo que hemos intentado demostrar, malos y
buenos, buenos y malos.
5. Lorenzo Barquero, estudiante brillante, orgullo intelectual de la fami-
lia, venido al llano para matar, es el único de los personajes del libro que
pasa de victimario presunto a víctima real, cuando es atrapado por la
llanura y por doña Bárbara. Más bien, por el ángulo nefasto de cada una
de ellas. Lorenzo Barquero es un personaje diferente a todos. Se produce
en él la relación inversa: de probable agresor a agredido definitivo, des-
truido, aniquilado, sin secuencia circular ninguna. Lorenzo Barquero,
para la criminología, casi no es un personaje. Es un objeto criminológi-
co. Su estatura como personaje cobra dimensión victimológica, especí-
fica por su notable predisposición victimal. Lorenzo Barquero pertenece
más a la Victimología que a la Criminología.
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 109
I
Tierra del sol amada es la tercera novela publicada por José Rafael Pocaterra
(1889-1955). Fue escrita entre 1917 y 1918 y publicada este último año,
cuando su autor no había llegado los treinta años de edad. Antes había dado a
conocer Política feminista o El doctor Bebé y Vidas oscuras.
La primera fue escrita entre los 22 y 23 años; la segunda, un año después.
La casa de los Ábila, su última novela, la escribió entre los 30 y los 31 años y
la publicó un cuarto de siglo después, en 1946, el mismo año en el cual deja
inconclusa otra novela suya, Gloria al Bravo Pueblo.
Tierra del sol amada es una novela que se desarrolla, desde luego, en Ma-
racaibo, durante la segunda década de este siglo, en los años de la Primera
Guerra Mundial. Vista de conjunto, se ofrece como un gran mural de la vida
social y de las costumbres de la capital zuliana, con el Lago, sus riberas y su
«relámpago» como mudos actores centrales.
[13]_ Monte Ávila Editores, col. Eldorado, Caracas, 1991. Todas las citas de la obra
se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) corres-
pondientes).
110 E lio G ómez G rillo
criatura. Es el castigo que recibe Armando Mijares por sus felonías amatorias
y el que recibe el lector ante tanto ripio. Mas, como la forma de una creación
literaria es determinante sobre el fondo de ella, la tesitura general, sobria y
severa, con la que Pocaterra maneja la temática de su obra, mantiene la dig-
nidad de ésta.
II
En Tierra del sol amada, el tema delictivo y penitenciario no constituye,
precisamente, lo más relevante de la trama. Pudiera esperarse que Pocaterra
le asignase algún lugar en Tierra del sol amada -y en general, en su obra na-
rrativa- a la cuestión delictiva y carcelaria, pues entre los grandes narradores
venezolanos, ha sido uno de los que ha sufrido prisión por más tiempo. A los
17 años, en 1907, ya estuvo recluido durante más de un año en el Castillo Li-
bertador de Puerto Cabello y después en el Castillo de San Carlos, en la barra
del Lago de Maracaibo.
Uno evoca al Pocaterra autor de las Memorias de un venezolano de la decaden-
cia y asocia al padre de este soberbio testimonio carcelario con toda su obra,
aun con la escrita antes de su encarcelamiento en La Rotunda, que dio lugar
a las Memorias... y que ocurrió entre 1919 y 1921. Tierra del sol amada fue
escrita dos años antes, entre 1917 y 1918, después de haber estado preso en
Puerto Cabello y en Maracaibo.
Lo cierto es que la única alusión penitenciaria que aparece en Tierra del sol
amada ocurre cuando uno de los personajes relevantes de la obra -Pinillos-
asocia a determinados sujetos con un prisionero. «Han labrado su vida -dice el
texto-, han trabajado la madera de su existencia durante largos años como un
preso labra un coco o talla un cuerno...» (p. 117).
El hecho es que, al parecer, labrar cocos era un trabajo frecuente entre los
prisioneros del Castillo Libertador de Puerto Cabello, pues Andrés Eloy Blan-
co, también recluido allí 22 años después de Pocaterra, se refiere a lo que hacen
112 E lio G ómez G rillo
[14]_ Edime, Caracas-Madrid, 1981. Todas las citas de la obra se refieren a esta edi-
ción; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) correspondientes).
114 E lio G ómez G rillo
Estos personajes...
Más que una novela, Puros hombres es un testimonio. El autor lo deja en-
trever así cuando escribe, en la «Advertencia» inicial: «Éste es un libro brutal,
desarrollado en un ambiente sórdido y violento, entre personajes primitivos.
He sentido tanto escrúpulo al escribir muchas de sus escenas, como ardorosa
[15]_ Monte Ávila Editores, col. Eldorado, Caracas, 1974. Todas las citas de la obra
se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) corres-
pondiente(s).
116 E lio G ómez G rillo
Cuando quiero llorar no lloro, de Miguel Otero Silva16 (la violencia venezo-
lana en la década de los 60)
Introducción
En las cuatro primeras novelas de Miguel Otero Silva, la violencia ocupa
un puesto de importancia. En Cuando quiero llorar no lloro, la violencia es la
columna vertebral y el dinamo que mueve toda la acción de los protagonistas.
La obra bien pudiera ser denominada la novela de la violencia venezolana.
En la primera novela del autor, Fiebre, la violencia es política. La violencia
en forma de insurrección cívica y cívico-militar de los estudiantes de la genera-
ción del 28, contra la tiranía de Juan Vicente Gómez. Es la violencia oficial de
la prisión o de la tortura en Palenque. Es la violencia de la montonera rebelde,
encarnada en un sanguinario general Urrutia. En Casas muertas, la violencia
también oficial del coronel Cubillos, jefe de Ortiz, y la violencia política ge-
neral, puesta de manifiesto en las tramas conspirativas en las que participa
Sebastián. Incluso, el mismo paso por Ortiz del autobús que lleva a los estu-
diantes a la prisión de Palenque, es otra expresión de la ráfaga de violencia que
una y otra vez arropa a la novela. En Oficina Nº 1, la violencia se ubica en las
vanguardias de la lucha sindical en la industria del petróleo. Hay alusiones a
la situación de violencia en el país y en el mundo. Matías Carvajal personifica
esa inquietud. Pero él es un maestro de escuela, símbolo de la antiviolencia.
La muerte de Honorio es la narración de la violencia represiva desatada desde la
primera hasta la última página de la obra. El tenedor de libros, el periodista,
el médico, el capitán y el barbero, los cinco personajes del libro, viven sus
vidas, cada una de sus vidas, entre el martirio de la tortura y el martirio del
encierro. La violencia sediciosa recibe una respuesta definitiva en la violencia
llevada hasta los últimos extremos de la crueldad y del dolor. En Fiebre, en
[16]_ Editorial Tiempo Nuevo, Caracas, 1970. Todas las citas de la obra se refieren a
esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) correspondiente(s).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 123
lanzar por una piscina un flamante Rolls Royce. Como el colorear el tanque
de agua del Country Club. O cuando el saboteo al banquete en la sinagoga ju-
día. También cuando dejaron en pleno Ávila, a medianoche y desnudas, a dos
caminadoras de la Casanova. Y la vez que «oficiaron una bacanal babilónica en
la mansión benemérita de la familia Bejarano», cuando ésta andaba por Grecia
en «champú cultural» (p.122). Y cuando lanzaron «gallinas cluecas y líquidos
pestíferos» sobre los espectadores del patio del cine Altamira. También la com-
petencia de carros «chocones» entre Victorino y Ezequiel. Y, desde luego, el
saboteo de la fiesta de los Londoño.
La violencia en Victorino Peralta es siempre vandálica, innecesaria, inútil. Es
una situación de agresividad que tiene su fundamento último en el sentimien-
to de superioridad y en el nihilismo anonadante. Hay un esquema complejo
en la condición existencial de Victorino y en su vivenciación sexual. Él no se
casa con Malvina porque «pisoteará sus principios que le ordenan ser diferente
a los demás». Tampoco tiene relaciones sexuales con Malvina. Y cuando rapta
«a dos imprudentes alumnas del Colegio Americano» y, con sus compañeros,
las hace beber ron tequila, «capaz de emborrachar a un coronel trujillano, des-
pués le hicieron de todo a las catiritas beodas, menos lo principal para evitarse
complicaciones» (p. 123).
Reconstruyamos: 1- su pubertad no tiene un carácter sexual. Prefiere la
moto antes que el sexo que empieza a conocer; 2- con la novia Malvina, no
tiene vida sexual, pudiendo tenerla con más razón en la clase social en la que
se mueve; 3- rapta a dos chicas y se limita a embriagarlas, y que «para evitarse
complicaciones», quien siempre se las estaba buscando.
Hay en Victorino Peralta, ante todo, un frustrado, un inconcluso sexual que
descarga su agresividad vandálica sobre personas y cosas, a manera de libera-
ción de la energía libidinal contenida. El estudio de su personalidad haría las
delicias de un psicoanalista ortodoxo.
El mejor símbolo de su violenta existencia inútil es el personaje del «catire
exterminador», quien, después de la escena de los carros «chocones», a la hora
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 129
Son, como casi todos los personajes de la novela, vidas frustradas sexualmente.
Hay en la secuencia, el asalto «rocambolesco» a un restaurant. Y la figura de
Juan Ramiro Perdomo, el padre de Victorino, dirigente comunista, parlamen-
tario, preso, que sostiene la tesis de la organización y de la lucha de masas, con
la clase obrera en la vanguardia. Nada puede su argumentación contra la tesis
de su hijo, quien le considera un comunista prehistórico,
un comunistosaurio incapaz de entender el lenguaje de una revolu-
ción que construye su teoría al mismo tiempo que la realiza» (pp.
172-173).
Todo termina en la escena final del asalto al banco. Víctimas de una dela-
ción, los asaltantes caen abatidos.
El comandante Belarmino caerá acribillado por cien plomos, revol-
cándose en una sangre oscura y acompasada, los ojos virados por la
agonía, morirá como todo un comandante... (p. 180).
Victorino también morirá. El novelista identifica su muerte con la muerte
real, ocurrida en 1962, de José Gregorio Rodríguez, de quien dijo el informe
oficial que había fallecido al lanzarse desde la ventana de un piso elevado. Se
incorpora en la obra el informe médico post-morten, adjudicándoselo a Victo-
rino Perdomo. Quizás sea intención del novelista el evidenciar cuán real puede
resultar su personaje en una era de violencia política general.
El drama de los tres Victorinos es el drama de la violencia venezolana de la
década de los sesenta. Cuando quiero llorar no lloro quedará como documento
literario de ese momento histórico. Si la historia de Venezuela ha sido en cierta
forma la historia de su violencia, la novela de Miguel Otero Silva recoge un
pasaje singular de esa violencia. Cuando la violencia delictiva común comen-
zó a convertirse en acontecimiento importante nacional. Cuando la violencia
vandálica «patotera» se inauguró en el país. Cuando la violencia política se
hizo sistema permanente de lucha revolucionaria en una estrategia de «guerra
larga». De todo esto, el mensaje narrativo de Miguel Otero Silva queda como
novela-testimonio.
132 E lio G ómez G rillo
[*]_ Este artículo fue publicado en el Libro homenaje a Tulio Chiossone. Facultad de
Derecho de la UCV, Caracas, 1980.[17]_
[18]_ Monte Ávila Editores, col. Eldorado, Caracas, 1971. Todas las citas de la obra
se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis, la(s) página(s) corres-
pondientes).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 133
... desde que no sirve para el juego de pelota está echado para la tram-
pa. Me dijo Juan de Dios que lo encontró hace noches camino de la
policía por cuestión de un botellazo que le dio a una mujer de por
los lados de Caño Amarillo. Me dijo Juan de Dios que esa no era la
primera vez, porque vive borracho. Me dijo Juan de Dios que estuvo
complicado en un robo
(…)
Desde que Teodoro se había hecho inservible como jugador, rodaba
por caminos del vicio, era borracho y ladrón y pendenciero. Cambala-
chista de sortijas, lucía el rojo brillo de un granate sobre el grueso aro
de oro que brillaba en sus dedos morenos, en su mano larga de negro
beisbolero; chulo y enamorado, vivía a costa de una mocita blanca de
la vida a quien llamaban La Muñeca; con frecuencia iba a la Policía
borracho, roto a golpes. Una vez -como contó Juan de Dios- estuvo
preso un mes, complicado en el robo de una pulsera de brillantes;
otra vez pasó seis meses en la cárcel por herir a la negra Juliana de un
botellazo en la quijada (...)
La vida de Teodoro se había hecho febril, enferma, angustiada de ca-
lientes necesidades. Esa sortija suya con el granate rojo sobre el fulgor
del oro, podía ser símbolo del sucio afán que movía las acciones del
mozo, viejo en pleno vigor (pp. 144-45).
Maiquetía, el personaje
Y también son personajes el mar, la playa, la luna, la noche... «Luciano mira
el mar. Lo golpea casi la vida misteriosa que se mueve en la profunda, honda
noche del mar: el olor podrido, el balanceo (...) de los barcos grandes...» (p.
81). Luciano «... Dejó los caminos transitados y se fue hacia las playas; junto
al mar bravío, impregnado por la luminosidad áurea del sol potente...» (p. 52).
Caimán Duzán es el que dice:
-Pues hay un lunón que está saliendo ahorita. Bien tarde ¿no? Porque
serán, cuando menos, las diez... Una buena noche para tirarse unos
cuantos tarrayazos de aguardiente (p. 201).
***
-Un lunón como para parrandear hasta por la mañanita, como para
conseguir una morenita buena y bailar apretado (p. 202).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 137
O bien, «El perro corre miedoso de ese loco gritón. Reidor y romántico bajo
la noche inmensa de Maiquetía...» (p. 132).
cuando deja de ser estrella deportiva lleva una vida abyecta de subhom-
bre derrotado. Ramón Ca- macho es el único de los cuatro «campeones»
que lo es verdaderamente: de boxeo. «Buen campeón el tal Teodoro
-dice Luciano Guánchez- Así terminará también Ramón Camacho, de
seguro...» (p. 224). Camacho no es muy aficionado al trabajo. Deja el
trabajo de marinero porque no le gusta el mar. Después será dependien-
te de una pulpería, siempre en el litoral, y luego se meterá a boxeador.
En cambio, Caimán Duzán es un negro parrandero, pero esforzado
trabajador de la caleta del muelle guaireño. Y a pesar de ser también
un delincuente, sin embargo, actúa como un verdadero paladín de la
gratitud humana.
Pero Luciano Guánchez es el modelo acabado. Es el único que se dedica
permanentemente y consecuentemente al trabajo. Es albañil de los de
«arena, cemento y agua» (p. 135).
Conclusiones
1. El color de los personajes es obsesivo en toda la obra. Meneses define sus
personajes por el color (pp. 37, 137-9, 147, 167, 169, 171, 186, 195,
196, 199, 200, 201, 216-7). No los describe por el carácter, sino por el
color: «el negro Teodoro, el negro Julio, el negro (...), el zambo Guillen
(...) Los obreros y los hombres venezolanos que han padecido injusticias
históricas son sólo negros y nada más que negros» (pp. 216-7).
2. El deporte. ¿Qué tiene Meneses contra él? Teodoro es deportista, estre-
lla de béisbol, y se convierte en un despreciable parásito, delincuente y
vividor. José Luis, también es pelotero y termina sifilítico, agonizando
entre pústulas sangrientas. Ramón Camacho es boxeador y por boca de
Luciano, se le augura un doloroso fin. ¿Lleva el deporte necesariamente
al vicio?
3. La precocidad sexual de Teodoro (pp. 25-26) es sintomática de una
personalidad predispuesta al delito.
140 E lio G ómez G rillo
10. No hay una tipología delictiva característica. Los personajes giran alre-
dedor del sexo y cualquier transgresión tiene que ver con razones eróti-
cas. El personaje más definidamente orientado hacia el delito es Teodo-
ro, y toda su conducta paradelictiva ronda en torno a razones sexuales.
Es un sujeto de cierta peligrosidad, con ánimo agresivo Golpea a José
Luis, le da un botellazo a la negra Juliana, trata de matar a Luciano con
una navaja barbera. Hay un intento de homicidio, en el que el autor
material es Teodoro Guillén y el autor intelectual, su padre, Dimas Gui-
llén. Se trata más bien de un homicidio frustrado.
11. Los personajes de Campeones, en general, cortejan pues, al delito. Lo
circunvalan. Viven dentro de la consumición de licor, o en el mabil, o
alternando con prostitutas, o tratando de seducir jóvenes, o realizan-
do lo que nuestro Código Penal llama atentados contra la moral y las
buenas costumbres. En esto último incurre, por ejemplo, Carmelina, la
prostituta que orillea la playa acostándose con adultos y enseñando a los
adolescentes a hacer el amor. También Luciano hace el amor con Pura
en la playa, bajo los uveros, a campo abierto.
12. Todo, todo tiene que ver con el sexo. Todo tiene sudor y sabor de sexo.
Los personajes caminan, piensan, hablan, luchan, viven y se desviven
por el sexo.
Canción de negros o «la balada del negro», de Guillermo Meneses20 (La cárcel en
la novela)
[20]_ En: Guillermo Meneses. Cinco novelas. Monte Ávila Editores, Caracas, 1972.
Todas las citas de la obra se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis,
la(s) página(s) correspondiente(s).
142 E lio G ómez G rillo
de la obra, bien pudiera llamarse más bien «La balada del negro». La trama
central gira en torno a la historia de Julián Ponce, un negro agricultor cuya
vida transcurre precisamente en los tres lugares que le dan nombre a las tres
partes de la obra, a saber: «Pueblo», «Cárcel», «Ciudad». Julián Ponce vive en
el pueblo hasta que mata al negro Pedro, su caporal, quien le había propinado
una planazón humillante ante todos sus compañeros de faena. Después de
matarle, Julián se fuga con Gregoria, la mujer de su víctima. Termina por caer
preso y se le sentencia a cinco años de cárcel en el Castillo de Puerto Cabello.
Cumplida la condena, se marcha a Caracas. Hace de albañil, hace de peón de
camión, sobre todo hace mucho el amor, canta, parrandea y termina casándo-
se mustiamente con Teresa, la hermana de un ex compañero de prisión.
Ésta es la historia. Escrita en cláusulas breves, con un manejo extraordinario
de la jerga popular, ofreciendo vivas estampas de la Caracas y de La Guaira
de la época y con personajes negros en su inmensa mayoría, casi todos -ellas
y ellos- esclavos sumisos del sexo. Sobre todo, Julián Ponce, la figura central,
que vive, piensa y respira en función sexual. Sonámbulo, hipnotizado erótico,
es un personaje que vive en función casi enteramente fálica y vaginal. No
hay planteamientos cercanos a la problemática social -recuérdese además que
la obra fue escrita y publicada en plena dictadura gomecista-, ni laboral, ni
educativa, ni familiar, ni nada por el estilo. El sexo es el denominador común
de la obra.
¿Qué le interesa especialmente al estudioso de la Criminología en todo esto?
¿Cuáles son los elementos criminológicos importantes en Canción de negros?
¿Cuál es el tratamiento que Guillermo Meneses le da en ésta su primera novela
al delito, a los delincuentes y a la cárcel?
Veamos.
Julián Ponce, el personaje central, comete un homicidio en una riña cuerpo
a cuerpo, a machetes, por venganza personal contra su ex caporal, el negro
Pedro. Pero Julián es, evidentemente, sólo un homicida ocasional. Meneses
recuerda sus años de juez penal en Barcelona y lo condena a cinco años de
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 143
... Uno grueso, ronco, voz atracada, es de Juan Araiza, que mató a una
vieja por robarla -se lee en el libro-.
Nacho, el margariteño, en cambio, ronca tranquilo, casi en murmu-
llo. Éste está aquí porque mató al padrino. Cuestión de reales tam-
bién. Huyó siete meses, hasta que un día lo agarraron dormido en el
fondo de una canoa. Estaba trabajando de pescador y ya se iba para
Trinidad. Ese día se nubló su perfil guaiquerí.
Hay otro margariteño -continúo citando el texto menesiano-, a quien
llaman Margarita por antonomasia, ronca en silbido, sonriendo. Mar-
garita es ladrón. Blancuzco, dientes orificados, sucia sonrisa, manos
blancas, sin vello, como su cara pálida de adolescente. Tiene azules
ojeras profundas, y en los brazos y en el pecho escuálido, muchos ta-
tuajes: serpientes con cabeza de mujer, anclas, un corazón traspasado,
goteando gotas azules.
Al lado de Julián el paisa Andrés se mueve nervioso y masculla insul-
tos para los que tanto molestan con el ronquido. De pronto, vuelve la
cara hacia Julián, y queda bajo un retazo de luna. Sus pupilas cobran
reflejos sombríos: de buena gana los mataba a esos roncones, después
de apalearlos.
(...)
Julián duerme y ronca, mientras el paisa Andrés cocea de un lado a
otro y, al fin seguro de que Julián duerme, mete la mano debajo de la
almohada y saca papelón y pan.
Suena la voz del negro Ramón:
- ¡Ah paisita ladronaso, caray! ¡vamo a media!
- El paisita tiembla y rezonga rabioso.
- El otro: ¡serrucho, por si acaso! (pp. 58-9).
Del resto, la cárcel ofrece oportunidad, incluso para tocar cuatro, cantar
y bailar (véase p. 64). Y Julián apura la salida pagando un abogado que le
conseguirá la reducción de la cuarta parte de la condena por buena con-
ducta. Incluso, invertirá sus ahorros en pagar al abogado. «...Se quedará sin
un centavo -dice el narrador-. Todo lo que ha ahorrado será para el doc-
tor. Pero, bien vale la pena, ¿verdad?» (p. 65). «¡Ladrones!», comenta Juan
Matías. «Julián (...) se siente muerto, descorazonado, incapaz de seguir esa
perra vida. Incapaz de estar haciendo por más tiempo boquillas, rosarios o
collares» (p. 66).
La salida de la cárcel es interesante. El trato que recibe Julián del capitán
Gutiérrez, director del penal, cuando le despide, es conmovedor, enternece-
dor. Le autorizó a dormir fuera del calabozo la noche anterior a su salida.
Ésta es una práctica penitenciaria muy moderna, por cierto, que se maneja
como síntoma de renovación y progreso en alguna cárcel nórdica actual, ¡y ya
este carcelero primitivo de la ergástula de Puerto Cabello la empleaba hace
más de medio siglo!
El capitán Gutiérrez, incluso, le da un billete de cincuenta bolívares que
le enviaba a Julián el dueño de la hacienda donde él trabajaba. Y le aconseja
sobre la nueva vida que debe llevar. Llama a un hombre para que acompañe a
Julián hasta el bote que lo ha de conducir a tierra. Y sale Julián a la libertad con
una obsesión que le invade todo el cuerpo: encontrar una mujer.
década de los 30, antes de la muerte de Juan Vicente Gómez. «Pueblo», «Cár-
cel» y «Ciudad» son las tres partes en que se divide la novela cuyos personajes
son, como ocurre en buena parte de la obra menesiana, desesperados obsesos
sexuales.
¿Qué le interesa al estudioso de la Criminología en Canción de negros? ¿Cuá-
les son los elementos criminológicos que pueden hallarse en esta novela? ¿Cuál
el tratamiento que Meneses le da en ella al delito y a los delincuentes? Toda
la segunda parte de la novela - «Cárcel»-, que se desarrolla en el Castillo de
Puerto Cabello, tiene que importarle mucho al criminólogo. De entrada, hay
que decir que Canción de negros es una de las escasísimas novelas venezolanas
que lleva su trama a la cárcel de los presos comunes. ¿Cómo es esta cárcel y
cómo son esos presos comunes en Canción de negros? La cárcel luce como un
establecimiento donde la vida transcurre apaciblemente, sin que haya lugar
para la crueldad. Los presos duermen en pabellones colectivos que albergan a
treinta hombres acostados sobre colchones en el suelo. Hay como una atmós-
fera de ocio que arropa la vida diaria de esos hombres presos. Se dan excep-
ciones: el personaje central de la obra, Julián Ponce, hace boquillas, peinetitas,
figuritas de cacho y carey, tal y como lo siguen haciendo casi setenta años
después algunos de los pocos presos que trabajan en las prisiones venezolanas.
Su amigo y compañero de reclusión, Juan Matías, vende granizado. Un ho-
mosexual funge de cocinero. El encierro ofrece oportunidades, incluso, para
tocar cuatro, cantar y bailar en los calabozos. El director del penal, el capitán
Gutiérrez, tiene una actitud virtualmente paternal con Julián Ponce cuando
éste va a salir en libertad. Le autoriza a dormir fuera del calabozo la noche
anterior a su salida -como se hace hoy en las más avanzadas cárceles nórdicas-,
le entrega un dinero que le han enviado, le aconseja sobre la nueva vida que
debe llevar y hasta comisiona gentilmente a un hombre para que acompañe a
Julián al bote que lo ha de conducir a tierra. Casi provoca pedirle la bendición
al capitán Gutiérrez. En ese castillo de Puerto Cabello que está abandonando
Julián Ponce parece que no había hacinamiento, ni inseguridad personal, ni
148 E lio G ómez G rillo
Conclusiones
1. Canción de negros es una de las escasísimas novelas venezolanas donde
aparece la cárcel con sus presos comunes. Aunque la descripción en
general luce muy desvaída, logra hacerle llegar al lector la imagen de
lo que era una cárcel venezolana gomecista. Enriquecida esa imagen
por el buen conocimiento que el autor debía tener de éstas, ya que fue
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 149
[21]_ En: Guillermo Meneses. Cinco novelas. Monte Ávila Editores, Caracas, 1972.
Todas las citas de la obra se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis,
la(s) página(s) correspondiente(s).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 151
Tocaba (...) los finos puñales de caña negra con espiral de plata, las
delgadas navajas barberas, las pesadas hachas de los asesinatos violen-
tos, los largos machetes de los duelos campesinos, los bastones y cha-
parros elásticos de las riñas arrabaleras, las piedras lanzadas por algún
forzudo pescador, los revólveres mohosos o brillantes (...) las llaves
inglesas, las ganzúas de los ladrones, las monedas falsas y los moldes
que usaron los falsificadores... (p. 271).
Dos delitos y sus autores aparecen descritos con cierta prolijidad en este
libro. Uno, es el homicidio consumado bajo influencia alcohólica -con velorio
de Cruz de Mayo y todo- por el indio Manuel Aray en la persona de Juan de
Dios Morín. Bastó una sola puñalada bajo la tetilla izquierda. Mayor interés
criminológico tiene el otro caso: doña Eliodora Urrutia aparece como autora
intelectual del asesinato perpetrado en su hija política. El juzgador estima que
se trata de una motivación francamente edípica: doña Eliodora amaba a su
hijo -el esposo de la víctima- como hombre.
A la ligera, sólo enumerativamente, se mencionan otros delincuentes y otros
delitos: el «… ladrón Valenzuela -un muchacho flaco, pequeño, presumido,
de bigotillo fino y sombrero sobre la oreja-...» (p. 319) que robó latas de man-
tequilla y botellas de ron; un homicida con sentencia condenatoria y otro con
decisión absolutoria por legítima defensa; un caso de seducción con rapto y
todo... Seguramente fueron experiencias judiciales reales que Meneses conoció
152 E lio G ómez G rillo
[22]_ En: Guillermo Meneses. Cinco novelas. Monte Ávila Editores, Caracas, 1972.
Todas las citas de la obra se refieren a esta edición; en adelante indico, entre paréntesis,
la(s) página(s) correspondiente(s).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 153
[23]_ En: Guillermo Meneses. Cinco novelas. Monte Ávila Editores, Caracas, 1972.
Todas las citas de la obra se refieren a esta edición; en adelante índico, entre paréntesis,
la(s) página(s) correspondiente(s).
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 155
como si quisiera para sí todos los robos del mundo y llegó hasta contar como
propias algunas de las aventuras que el padrino le había relatado» (p. 512)?
Acierta Meneses también cuando le atribuye a su personaje cierta repulsión
por determinados delitos, como la violación, por ejemplo. Ocurre que, en la
vida real, frecuentemente, los ladrones desprecian a los asesinos y éstos a aqué-
llos. Ambos rechazan a los violadores. Por eso Gregorio Cobos dice:
-Robar...
-No se lo aconsejo a nadie. Es el peso más grande que puede caerle a
un hombre.
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 157
(...)
No puede un ladrón tener paz.
(...)
-Es como estar condenado. Se puede decir que es una brujería (p. 504).
***
Voy a escribir mis memorias.
(...)
A contar mi vida para que pueda servir de ejemplo a otros hombres.
El camino del delincuente es mal camino. Yo voy a corregirme. Voy
a aprender a trabajar y a vivir en paz. Con un jornal ganado, con
una mujer segura. Con hijos..., que sepan quién es su padre. Y no
se avergüencen. Aunque..., bueno... Yo no tuve sino el padrino y la
adoración por mi mamaíta querida (p. 515).
célebre hampón Cruz Mejías (a) Petróleo Crudo. Aparece como un sujeto
supersticioso, sediento de placer, espléndido, mujeriego y cuya actividad de-
lictiva consiste, exclusivamente, en atentados contra la propiedad. Sus afectos
son su «mamaíta querida» y su padrino -quien también era ladrón-, ambos
muertos. Ansia las «noches de gloria», con bellas mujeres y buenas bebidas a
su lado, que le hacen llamarse el «Rey del mundo». El novelista insiste mucho
en la condición de negro del personaje. Muere al intentar una última fuga.
Otro delincuente de la obra es Pablo Yanes, típico hampón de la ciudad,
quien aparece muy desdibujado, muy débil, en la novela. De los demás per-
sonajes delictivos, aparecen únicamente el nombre y el apellido. La primera
edición de esta obra es de 1962.
II
El preso Andrés Eloy Blanco24
Andrés Eloy Blanco estuvo preso varios años, de 1928 a 1931, bajo el gobier-
no tiránico de Juan Vicente Gómez, por su oposición a ese régimen. En la cár-
cel de La Rotunda de Caracas y en las bóvedas del Castillo de Puerto Cabello
escribió dos de sus inmortales libros de poemas: Barco de Piedra y Baedeker
2000. Su genio poético y su sensibilidad humana, esto es, la inteligencia del
pensamiento y la inteligencia del corazón de la que habla Unamuno, brillan
como piedras preciosas en los versos del poeta preso. Llega, por ejemplo, el
retrato de la novia a la cárcel y le canta, oigámoslo:
La novia venía sola
y en grupo con la mañana
Yo no me daba cuenta
de lo hermosa que era, de lo que eran sus ojos;
amigo, hay que estar preso
para saber lo hermoso que es lo hermoso.
(«Tránsito de un retrato de novia por la cárcel», p. 461).
[24]_ Andrés Eloy Blanco. Obras completas, tomo I, «Poesía». Congreso de la Repú-
blica, Caracas, 1973. Todas las citas de la obra se refieren a esta edición; en adelante
indico, entre paréntesis, la(s) página(s) correspondientes).
162 E lio G ómez G rillo
Y el toque de humor:
Porras, el carcelero,
tiene treinta años aquí;
es cruel, místicamente cruel,
parece turco y chino a la vez,
es un lindo diablo de tragedia china
y tiene siempre entre los labios
164 E lio G ómez G rillo
Y la ternura con los animales, que con el buen humor cristalino y sin amar-
guras, nunca le falta al poeta:
Este libro fue escrito en las bóvedas del Presidio de Puerto Cabello. En
presencia del mundo indeseable, irrespirable, insoportable, en presen-
cia de la realidad rechazada por el ser, el Poeta intenta la evasión; crea
su mundo y se mete en él; ya no vive sino en él; ni un minuto más está
en la cárcel (p. 261).
Y cuando siente cerca la muerte en el calabozo, clama ante la madre:
Madre, si me matan,
ábreme la herida, ciérrame los ojos
A punte sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura venezolana 165
El primero de esos hechos fue el asesinato brutal del niño Bobby Franks, de
14 años. Su cadáver fue encontrado mutilado en una alcantarilla de las afueras
de Chicago. El padre había recibido una nota pidiendo diez mil dólares por
el rescate.
El segundo de los hechos espectaculares fue el descubrimiento de los auto-
res del crimen. Por una circunstancia absolutamente fortuita, la policía llegó
a la conclusión de que Richard Loeb y Nathan Leopold, de 18 y 19 años,
respectivamente, eran los asesinos. Ambos jóvenes pertenecían a dos familias
tradicionales y millonarias de la ciudad. Eran, además, muchachos de una
inteligencia excepcional. Creyeron cometer el crimen perfecto y estuvieron a
punto de hacerlo. Les traicionó el habérsele quedado a Leopold sus anteojos
en el lugar donde habían dejado el cadáver de la víctima. Los culpables con-
fesaron haber cometido el hecho un poco para saber «cómo era eso», cómo
moría un ser humano cuando se le asesinaba. La víctima fue escogida en el
mismo momento, de entre un grupo de colegiales. Los jóvenes homicidas se
consideraban superiores y creían en cierta forma tener derecho de vida y de
muerte sobre los demás seres. Ellos estimaban, entre otras cosas, que su supe-
rioridad intelectual les confería cierta infalibilidad en todo cuanto hicieran. Se
pidió la pena de muerte para los dos.
El tercer hecho surge cuando se encarga de la defensa de los jóvenes el pe-
nalista más famoso en la historia de los EE UU, Clarence Darrow. Hizo una
de las defensas más brillantes de su carrera. Manejó argumentos y posturas
que entonces constituían verdaderas innovaciones. Mucho de psicoanálisis,
un poco de filosofía, historia y sociología criminal, y todo entremezclado
con hermosos toques poéticos y, fundamentalmente, de estudio de la con-
dición humana. Al lado de una referencia legal o de una cita científica, hay
una alusión de Nietzsche o el recitado de un verso de Omar Khayan, el poeta
persa. En el fondo de todo, alienta una profunda comprensión del hombre
y de su conducta.
172 E lio G ómez G rillo
Bibliografía
Arráiz, Antonio: Puros hombres. Monte Ávila Editores, col. Eldorado, Ca-
racas, 1974.
Gallegos, Rómulo: Doña Bárbara. Monte Ávila Editores, col. Eldorado, Ca-
racas, 1977.
se realizó
durante el mes
de junio de 2022,
ciclo bicentenario
de la Batalla de Carabobo
y de la Independencia
de Venezuela
La edición
consta de
10.000 ejemplares
En Carabobo nacimos “Ayer se ha confirmado con una
espléndida victoria el nacimiento político de la República de
Colombia”. Con estas palabras, Bolívar abre el parte de la Ba-
talla de Carabobo y le anuncia a los países de la época que se
ha consumado un hecho que replanteará para siempre lo que
acertadamente él denominó “el equilibro del universo”. Lo que
acaba de nacer en esta tierra es mucho más que un nuevo Estado
soberano; es una gran nación orientada por el ideal de la “mayor
suma de felicidad posible”, de la “igualdad establecida y practi-
cada” y de “moral y luces” para todas y todos; la República sin
esclavizadas ni esclavizados, sin castas ni reyes. Y es también el
triunfo de la unidad nacional: a Carabobo fuimos todas y todos
hechos pueblo y cohesionados en una sola fuerza insurgente.
Fue, en definitiva, la consumación del proyecto del Libertador,
que se consolida como líder supremo y deja atrás la república
mantuana para abrirle paso a la construcción de una realidad
distinta. Por eso, cuando a 200 años de Carabobo celebramos
a Bolívar y nos celebramos como sus hijas e hijos, estamos afir-
mando una venezolanidad que nos reúne en el espíritu de uni-
dad nacional, identidad cultural y la unión de Nuestra América.
La delincuencia en Venezuela / Apuntes sobre la delincuencia y la
cárcel en la literatura venezolana Lo llaman el padre de la criminología en
Venezuela, y con toda justicia así es reconocido. Elio Gómez Grillo se aproxima
a la comprensión científica de lo que rodea al crimen, más allá del castigo y la
condena, desde una objetividad que manifiesta una verdadera preocupación por
todo lo que eso conlleva: situación social, familiar, el lugar de reclusión, tipología
de las condenas e incluso la propuesta de eliminar las cárceles como sucede en
otros países.
Este volumen recoge dos facetas de ese quehacer intelectual: el estudio crimino-
lógico propiamente dicho y su presencia en la literatura. La delincuencia en Vene-
zuela (1973), expone la dinámica de este fenómeno desde sus orígenes históricos y
geográficos en nuestro país. Apuntes sobre la delincuencia y la cárcel en la literatura
venezolana (2001) es un apasionante acercamiento a la literatura venezolana foca-
lizado en los protagonistas, narradores, personajes que se encuentran en presidio,
esto redimensiona la obra tratada (poesía, narrativa, novela, testimonio) con la
mirada del autor y la vincula a claros ejemplos de la realidad contemporánea.