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Ernesto Trenchard - Bendiciones y Divisiones (Estudio)

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Bendiciones y divisiones - 1 Corintios 1:1-17

Los saludos del apóstol (1 Co 1:1-3)


1. Pablo el apóstol
Pablo asocia consigo a Sóstenes, un hermano de Corinto, pero la autoridad de la carta
depende de su redacción por “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús, por la
voluntad de Dios”. La designación “apóstol” quiere decir un siervo de Dios escogido para
ser depositario de la verdad cristiana del Nuevo Pacto y pensamos muy especialmente en
los “Doce” —testigos del ministerio terrenal del Señor— y en Pablo, llamado y
comisionado expresamente para testificar del Señor resucitado y del “misterio” de la
Iglesia. La designación “apóstol” (“apostolos”) indica una persona enviada en misión
especial y había muchos “apóstoles” que llevaban a cabo una obra misionera general,
pero sólo los apóstoles —en este sentido restringido— podían reclamar para sus escritos
la autoridad de una inspiración divina (1 Co 4:17) (1 Co 14:37). Volveremos más adelante
sobre este importante tema.
2. La iglesia de Dios en Corinto
La designación “iglesia” se deriva del término griego “ekklesia”, que significaba una
compañía de personas convocada para ciertos fines de discusión y de decisión
(compárese con (Hch 19:39), donde se traduce por “legítima asamblea” o “asamblea
legal”). Etimológicamente la voz quiere decir una compañía de personas “llamada fuera”, y
la base de su “convocación” en el Nuevo Testamento es la voz de Dios por medio del
Evangelio. Sólo los redimidos forman parte de la Iglesia universal, siendo “piedras vivas”
de ella. La Iglesia de los salvos —en su sentido universal— se presenta especialmente en
la Epístola a los Efesios, mientras que aquí —y en los saludos que encabezan las
Epístolas en general— se trata de una compañía de redimidos reunida en cierto lugar
geográfico, que refleja “en miniatura” la naturaleza y la función de la Iglesia universal.
Compárese (Ef 1:22-23) (Ef 2:19- 22) (Ef 3:1-13) (1 P 2:4-10) (Mt 18:17,20).
La Iglesia, según esta salutación y tantas más, se componía de “santos”, o sea, de
personas “santificadas en Cristo Jesús”, que, según el uso constante del Nuevo
Testamento, equivale a los creyentes, quienes, por haber puesto su fe en Cristo, se hallan
separados del mundo para dedicarse al servicio de Dios. Tanto los sacerdotes del antiguo
régimen levítico de Israel, como también los vasos y enseres del Templo, eran
“santificados” o “consagrados” porque habían sido “separados” para el servicio de Dios,
en contraste con lo “profano” o “común”, lo que se hallaba a la disposición de los
hombres. En la consumación espiritual del Nuevo Testamento, el mismo concepto se
aplica a toda persona redimida por la sangre de Cristo. Naturalmente, esta “santidad
posicional”, que se debe a “estar en Cristo”, debería manifestarse por medio de la
santidad práctica de la vida, lo que se consigue por la ayuda de la Palabra de Dios y las
operaciones del Espíritu Santo.
3. Los que invocan el Nombre de nuestro Señor Jesucristo
Los “santos” se describen también de otra forma, pues han dejado de invocar a los dioses
paganos para reconocer plenamente el señorío del Señor Jesucristo, “Señor de ellos y el
nuestro” (1 Co 1:2). Esta carta a los corintios es muy personal, pero, con todo, interesa a
todos los hijos de Dios, quienes se reúnen en asamblea. No hay nada exclusivista ni
secreto en cuanto a los principios que han de regir en la iglesia local, pues se hallan a la

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disposición de cuantos invocan el nombre del Señor. El énfasis sobre el señorío de
Jesucristo es natural y necesario en vista del espíritu de rebeldía que se manifestaba en
ciertos sectores de la iglesia en Corinto.
4. Gracia y paz
He aquí la salutación usual que dirige Pablo a todas las iglesias e individuos que reciben
sus cartas, añadiendo a veces “la misericordia”. “Gracia” era un amable saludo griego —
algo como “pasadlo bien”—, pero la revelación del Nuevo Testamento transforma el
término en otro mucho más sublime, pues la gracia equivale a “Dios obrando al impulso
de su amor”. Es la fuerza impulsora de toda la obra de la redención y de toda obra divina
en la vida del creyente. “Paz” era —y es— el saludo hebreo, “shalom”, y significa no sólo
la ausencia de elementos de perturbación, sino el disfrute de las bendiciones que
garantizan la verdadera prosperidad del hombre. La paz cristiana surge de la gracia de
Dios. El hecho de que la gracia y la paz llegan a nosotros no sólo de la presencia de Dios
el Padre, sino también de la del Señor Jesucristo, evidencia, de paso, la plena deidad del
Hijo, quien no sólo es el medio por quien recibimos la gracia, sino también su Fuente,
conjuntamente con “Dios nuestro Padre”.

Manifestaciones de la gracia de Dios en Corinto (1 Co


1:4-9)
1. Las acciones de gracias de Pablo
Pablo ha de reprender duramente a los corintios por diversas manifestaciones carnales y
por ciertos peligrosos errores doctrinales. No por eso dejan de ser pueblo de Dios, y no
hemos de suponer un tono irónico en las alabanzas de este pasaje, puesto que Pablo
distingue perfectamente entre la obra de Dios por medio del Espíritu Santo y aquellas
tristes manifestaciones carnales que tantas veces impiden su plena manifestación. Una
parte de las alabanzas de los versículos 4 al 9 corresponde a la obra redentora de Dios,
que ha de perfeccionarse gracias a los firmes propósitos de Dios en Cristo. Otra parte
tiene que ver con los dones espirituales que habían sido concedidos a los corintios. No
hemos de subestimar la importancia de los carismas, pese al elemento de peligro que
entrañaba su ejercicio en el caso de creyentes carnales.
2. La riqueza de palabra y ciencia
La palabra (“logos”) concedida a los corintios por el Espíritu Santo, incluye la comprensión
del Verbo revelado. Conocimiento (o ciencia) es “gnõsis” que abarca mucho más que
meros conocimientos adquiridos por los estudios, llegando a ser un don del Espíritu quien
comunica a los dotados los “secretos de Dios”. Antes de acabarse la redacción del Nuevo
Testamento —depósito de la revelación divina dada a los apóstoles— estos dones de
palabra y ciencia se revestían de gran importancia en la Iglesia. Hoy día existen, pero
esperamos hallar toda palabra y ciencia en el depósito apostólico del Nuevo Testamento,
ministradas siempre por el auxilio del Espíritu Santo. De esto tendremos más que decir al
estudiar el capítulo 12.
Los corintios no dejaban de mantener un testimonio acerca de Cristo en su gran ciudad, y
el versículo 6 declara la confirmación de la labor del apóstol en este sentido. Recordemos
que las reprensiones se dirigen a los equivocados y a los rebeldes, sin olvidarnos de que,
juntamente con ellos, había muchísimos hermanos fieles en Corinto, quienes mantenían
enhiesta la antorcha del testimonio cristiano.

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3. La fidelidad de Dios
Dios obraba poderosamente por su gracia en Corinto, de modo que la esencia de una
obra cristiana se hallaba allí en todos los aspectos. Bastantes hermanos corintios
pensaban demasiado en sus “dones” y en “riqueza” espiritual, pero no por eso faltaba la
fidelidad de Dios. La obra divina notada aquí puede resumirse en los puntos siguientes:
1) La llamada a tener comunión con Jesucristo (1 Co 1:9). Comunión (“koinõnia”) es uno
de los grandes conceptos del Nuevo Testamento, traduciéndose a veces por
“participación”. Supone una bendición recibida por cierto número de personas, o un
cometido u obra que se les ofrece para su participación mancomunada, recibiendo cada
una “su parte” en ello. Aquí, la comunión es con “su Hijo Jesucristo, Señor
nuestro” (nótese la dignidad del amplio título del Señor), quien se ofrece a los creyentes
en todo su amor, gracia y poder. El que no tiene su parte en Jesucristo no tiene nada que
ver con las grandes verdades que se explayan en esta Epístola. Esta participación supera
a todo otro lazo en la tierra, sea nacional, familiar o institucional, pues toda otra comunión
ha de subordinarse a las consecuencias de nuestra participación con el Hijo de Dios,
nuestro Salvador.
2) La esperanza de la Venida del Señor (1 Co 1:7). La esperanza de la Segunda Venida
del Señor formaba una parte esencial de la vida y del testimonio de los creyentes del
primer siglo, y raras veces se usa el vocablo “esperanza” sin que insinúe, directa o
indirectamente, una relación con la manifestación del Señor. Entre las muchas facetas de
la Venida se enfatiza aquí la de “manifestación” (“apokalupsis”), la revelación que quitará
el velo para que contemplemos al Señor cara a cara. Por fin “todo ojo le verá” (Ap 1:7),
pero aquí no se trata de las implicaciones de la manifestación en gloria del Señor, sino de
la consumación de la experiencia del creyente, quien ve ahora “oscuramente”, esperando
el momento de contemplar a su Señor “cara a cara” (1 Co 13:12) (1 Jn 3:2).
3) La perfección futura del creyente (1 Co 1:8-9). El futuro del creyente no depende de los
vaivenes de su entusiasmo o de su celo, sino del propósito de Dios en cuanto a su hijo
adoptivo. Será posible perder “recompensas” si el hijo anda carnalmente, pero aquí se
nos asegura que el mismo Señor confirmará a los suyos irreprochables en Cristo hasta
aquel “Día”. El Maestro tendrá que señalar muchos defectos cuando él tenga a sus
siervos delante de su Tribunal, pero él mismo es el Fiador que hace fracasar todas las
insinuaciones del “Acusador de los hermanos”, quien no podrá reprochar a los fieles en
punto alguno. “El día del Señor nuestro Jesucristo” ha de distinguirse del término “Día de
Jehová”, frecuente en las profecías del Antiguo Testamento. Cuando el título incluye
nombres que revelan la obra de gracia del Señor en esta dispensación, la referencia es al
Día de su reunión con los suyos después del bendito “recogimiento” profetizado en (1 Ts
4:13-18). En cambio, el “Día del Señor” —a secas— continúa el tema del juicio de los
rebeldes en el mundo —ya revelado en el Antiguo Testamento— y el establecimiento del
Reino de Dios en la tierra. La frase “afirmar hasta el fin” puede traducirse por “hasta la
consumación” (“telos”), lo que nos recuerda que el Señor de la Iglesia no descansará
hasta perfeccionar a su pueblo como centro de sus gloriosos propósitos para los “siglos
de los siglos” (Ef 2:6-7) (Ef 3:10-11).

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Divisiones como manifestación de la carnalidad de algunos
(1 Co 1:10-17)
1. Se ha roto la comunión
Un ardiente ruego (1 Co 1:10). Pablo acaba de recordar a los hermanos en Corinto que
habían sido llamados a la comunión con el Hijo de Dios, Jesucristo, pero a renglón
seguido se ve obligado a rogarles —por el mismo Señor Jesucristo— que pongan término
a sus tristes divisiones con el fin de “hablar la misma cosa”, uniéndose en aquella “mente”
que se había renovado en Cristo Jesús, y por la obra del Espíritu Santo. Se ha subrayado
en el comentario sobre los versículos anteriores que nada podía romper la armonía
interior de la vida de Cristo en los creyentes —que depende de Cristo mismo y de su
Espíritu—, pero era muy fácil perder las manifestaciones externas de tal comunión que
han de incluir el mismo parecer, o criterio. La multiplicación de voces estridentes y
contradictorias puso de manifiesto que el diablo había logrado frustrar el buen testimonio
externo de la iglesia, fomentando divisiones.
La información recibida (1 Co 1:11). Cloe sería una señora pudiente que mantenía un
establecimiento de administradores, esclavos, libertos, etcétera. No es posible afirmar
dogmáticamente que ella misma fuese creyente de la iglesia en Corinto, pero la forma
familiar de emplear su nombre produce la impresión de que se trataba de una hermana.
De todas formas, miembros de su establecimiento eran creyentes, y éstos, al llevar a cabo
algunas diligencias en el servicio de su ama en Efeso —o quizá enviados ex profeso—
habían informado al apóstol sobre las tristes divisiones que perturbaban la vida interior de
la iglesia en Corinto. Notemos de paso que Pablo no esconde la fuente de su información
por razones “diplomáticas”, sino que nombra claramente a sus informantes, pues nadie
tiene derecho de criticar a un hermano detrás de sus espaldas si no está dispuesto a
mantener la acusación —cortésmente y con amor— delante de su persona. Hubo otros
visitantes de Corinto en Éfeso por aquella época (1 Co 16:17).
La naturaleza de las disensiones (1 Co 1:12). Ya vimos en la lección introductoria que los
griegos solían andar inquietos, amantes de la discusión y de los partidos. Algunos
confundían la sagrada libertad de la Iglesia de Cristo con la democracia de sus antiguas
comunidades, estando dispuestos a “hacer política” dentro de la congregación. No hay
nada en absoluto que nos haga pensar que los siervos de Dios que habían ejercido su
ministerio en Corinto se prestaran a las maniobras de estos hermanos carnales; ni hemos
de pensar tampoco en diferencias esenciales que afectaran a la sustancia de los diversos
ministerios. No había más que una sola doctrina apostólica, pero, naturalmente, la
presentación variaba según la personalidad y preparación del predicador. Los “políticos”,
cansados de la paz de la unidad del Espíritu, se aprovechaban de estas diferencias —
puramente externas—— para declararse partidarios de uno o de otro, exclamando: “¡Yo
soy de Pablo!, nuestro fundador”. Otro contestaría: “Mucho más elocuente es Apolos: ¡yo
soy de Apolos!”. Aún otro levantaría la voz, diciendo: “Yo me he enterado del principio del
Evangelio en Judea, y el portavoz de los apóstoles, que verdaderamente vieron al Señor y
que fueron comisionados por él mismo, es Pedro. ¡Yo soy de Cefas!” (el nombre de Pedro
que recuerda su origen hebreo). Otro diría: “¿Quiénes son los siervos al lado del Maestro
mismo? Yo tengo rollos con los dichos del mismo Maestro que valen más que toda
enseñanza de Pablo y de los otros. ¡Yo soy de Cristo!”. Nos hemos valido de un poco de
imaginación al describir las reacciones de los partidistas de Corinto, pero no nos creemos
muy equivocados en lo esencial, y de esta forma el estudiante podrá hacerse una idea de
la confusión que reinaba en la santa congregación del Señor.

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2. Pablo frente a las disensiones (1 Co 1:13-17)
La preeminencia de Cristo (1 Co 1:13). Ya hemos notado el sentido ruego de Pablo de
que los engañados corintios volviesen a un solo pensamiento espiritual, expresado en
palabras concordantes (1 Co 1:10). Aquí lanza tres preguntas retóricas que plantean la
esencia del asunto:
• ¿Está dividido Cristo?

• ¿Fue crucificado Pablo (u otro) por vosotros?

• ¿Fuisteis bautizados en el nombre de Pablo (o de algún otro siervo del Señor)?

Sacamos unas conclusiones contundentes:


a) Si Cristo es UNO en la totalidad de su ministerio, de su Persona y de su Obra, ¿cómo
se atreven algunos hermanos a crear partidos dentro de la comunión de los santos,
equivalente a la comunión del mismo Señor nuestro Jesucristo? Tal intento contraviene la
naturaleza esencial de Cristo.
b) Si el Evangelio declara que sólo Cristo fue crucificado como Víctima expiatoria, y si su
obra de Cruz es el centro del Evangelio, todos los siervos de Dios se hallan obligados a
proclamar a Cristo crucificado. De este modo —tratándose de fieles ministros del Señor—
no es posible formar partidos sobre la base de mensajes distintos, pues el Evangelio es
uno sólo.
c) Si todos los creyentes fueron bautizados en el Nombre de Cristo se indicó desde el
principio que todos pertenecían a él. No podían ser leales en todo a su único Señor y
Maestro y a la vez agruparse alrededor de hombres.
La práctica de Pablo (1 Co 1:14-16). Hoy en día se considera un honor bautizar a los
convertidos, pero Pablo evitaba hacerlo sabiendo que hombres carnales podían sacar la
conclusión de que él ganaba discípulos para sí por bautizarles en su propio nombre,
haciéndoles ingresar en un sistema de su propia invención. Normalmente, colaboradores
más jóvenes que el apóstol bautizaban para que se viera en este acto la relación del
discípulo con Cristo y no con Pablo. Durante los primeros tiempos en Corinto, Pablo se vio
muy solo (Hch 18:1-8), y por entonces él mismo bautizó a Crispo y a Gayo (recordando
luego a Estéfanas y su establecimiento), pero no tenía memoria de más personas, ya que
su costumbre no era aquélla. Esta cavilación y recuerdo personal garantizan la
autenticidad del escrito, pues es tan natural, tan personal, que a ningún autor de
seudoepígrafos se le ocurriría escribir tal cosa.
La comisión de Pablo (1 Co 1:17). “No me envió Cristo a bautizar, sino a proclamar el
Evangelio”. Los apóstoles no eran sacramentalistas, llamados a colocar a personas en el
Reino por medio de ritos que entrañasen poderes sagrados o mágicos, sino heraldos de
una verdad divina que les había sido encomendada. La potencia apostólica consiste en la
predicación de la Palabra en la virtud del Espíritu; las palabras serían adecuadas al caso,
pero no hubo intento alguno de conseguir resultados por medio de recursos retóricos (1
Co 2:1-5). La Palabra podría ser rechazada o aceptada, según el simbolismo de la
Parábola del Sembrador (Mt 13:1-9,18-23), pues su proclamación ponía a prueba la
disposición del oyente; pero no podía ser sustituida por otro medio alguno de ganar
almas. En la segunda parte del versículo 17 Pablo anticipa el tema que ha de desarrollar
ampliamente en lo que resta de los capítulos 1 al 4, o sea, la sabiduría humana
contrastada con la de Dios. No hemos de pensar que Pablo rechaza una expresión
adecuada del mensaje, sino que rehúye la técnica retórica basada en las lecciones de las
escuelas sofistas. Muchas veces los sofismas escondían la falta de verdaderas razones,
pues la falsa elocuencia echaba una hermosa capa sobre la vaciedad del contenido real

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de los discursos. Tal clase de persuasión halagaría el oído y subyugaría la “razón” de
ciertos oyentes, pero dejaría el corazón tan duro, tan egoísta, como antes. Pablo no había
de “hacer vana” la Cruz de aquella forma, sino que había de aplicar a fondo el mensaje
del juicio divino sobre el pecado por medio del sacrificio único y suficiente de Cristo. “La
Cruz de Cristo” es una frase figurada que plasma de forma dramática y elocuente todo el
profundo significado de la Obra que Cristo llevó a cabo en el madero, que en manera
alguna había de vaciarse de sentido por artes de la dialéctica.

Preguntas
1. Describa las bendiciones que había recibido la iglesia en Corinto que dependían de la
fidelidad de Dios. Base su contestación en (1 Co 1:4-9).
2. Describa las disensiones en Corinto y la actitud de Pablo frente a ellas. Base su
contestación sobre (1 Co 1:10-17).

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