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008 El Depósito de La Fe
008 El Depósito de La Fe
008 El Depósito de La Fe
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El error nunca se presenta en toda su desnuda crudeza, a fin de que no se le descubra. Antes bien
se viste elegantemente, para que los incautos crean que es más verdadero que la verdad misma.
Ireneo de Lión
Las muchas gentes que se convertían al cristianismo no venían a él carentes de todo
trasfondo. Al contrario, cada cual traía a él sus propias experiencias y sus propios conocimientos.
Esta variedad de trasfondos fue de gran valor para la iglesia, y en todo caso era señal de la
universalidad del evangelio. Pero, por otra parte, esta situación se prestaba para que algunos
comenzaran a ofrecer sus propias interpretaciones de la fe cristiana, y para que algunas de esas
interpretaciones fueran tales que amenazaran con tergiversar radicalmente esa fe. Este peligro era
tanto mayor por cuanto, según hemos dicho anteriormente, el espíritu de la época era
radicalmente sincretista. Lo que muchas gentes buscaban no era una doctrina única, sino un
sistema que de algún modo combinara todas las doctrinas, tomando un poco de cada una. Lo que
estaba en juego, por tanto, no era sencillamente tal o cual elemento del cristianismo, sino más
bien la cuestión fundamental de si la nueva fe tenía o no un mensaje único, y en qué sentido ese
mensaje era único.
El gnosticismo
De todas las diversas interpretaciones del cristianismo que aparecieron en el siglo
segundo, ninguna fue tan peligrosa, ni estuvo tan a punto de triunfar, como el gnosticismo. El
gnosticismo no fue un grupo u organización compacta que surgió frente a la iglesia, sino que fue
más bien todo un movimiento que existió tanto dentro del cristianismo como fuera de él, y que
dentro del cristianismo trataba de reinterpretar la fe en términos que resultaban inaceptables para
los demás cristianos. Como movimiento, el gnosticismo fue siempre amorfo, y por tanto resulta
imposible señalar hacia un jefe. Basilides, Valentín y otros fueron maestros gnósticos, cada cual
con sus doctrinas y sus discípulos. Pero el sincretismo del gnosticismo era tal que sus doctrinas y
escuelas se confundían, y en el día de hoy le resulta difícil al historiador distinguir entre ellas.
El término “gnosticismo” viene de la palabra griega “gnosis”, que quiere decir
“conocimiento”. Según los gnósticos, su doctrina era un conocimiento especial, reservado para
quienes poseían verdadero entendimiento. Además, parte de esa doctrina consistía en la clave
secreta mediante la cual se logra la salvación.
La salvación era la preocupación principal de los gnósticos. Sobre la base de muchas
doctrinas que circulaban en esa época, los gnósticos creían que todo lo que fuese materia era
necesariamente malo. El ser humano, según ellos, es un espíritu eterno que de algún modo ha
quedado encarcelado en este cuerpo. Puesto que el cuerpo es cárcel del espíritu, y puesto que nos
oculta nuestra verdadera naturaleza, el cuerpo es malo. El propósito último del gnóstico es
entonces escapar de este cuerpo y de este mundo material en el que estamos exiliados.
La imagen del exilio es fundamental para el gnosticismo. Este mundo no es nuestro
verdadero hogar. Aun más, este mundo, al igual que el cuerpo, es material, y no es sino una
cárcel para el espíritu y un obstáculo para la salvación.
¿Cómo explicar entonces el origen del mundo y del cuerpo? Los gnósticos afirman que
originalmente toda la realidad era espiritual. El ser supremo no tenía intención alguna de crear un
mundo material, sino sólo un mundo espiritual. Con ese propósito fueron creados varios seres
espirituales. Cada maestro gnóstico ofrecía una lista distinta de tales seres, y algunos llegaban
hasta 365 seres distintos. En todo caso, uno de estos seres espirituales, distante del ser supremo,
fue el causante de este mundo. Según algunos gnósticos, lo que sucedió fue que Sofía —o
Sabiduría, que así se llamaba aquel ser espiritual— quiso producir algo por sí sola, y el resultado
fue un “aborto”. Eso es nuestro mundo: un aborto del espíritu, y no una creación de Dios.
Pero —continúan los gnósticos — puesto que este mundo había sido creado por un ser
espiritual, siempre quedaron en él algunas “chispas” o “porciones” del espíritu. Esos elementos
espirituales son los que están encerrados dentro de los cuerpos humanos, y que es necesario
liberar.
A fin de lograr esa liberación, es necesario que venga un mensajero del reino espiritual.
La función de ese mensajero consiste ante todo en despertarnos de nuestro “sueño”. Nuestros
espíritus están “dormidos” dentro de nuestros cuerpos, dejándose llevar por los impulsos y las
pasiones del cuerpo, y es necesario que alguien venga desde fuera para despertarnos y
recordarnos quiénes somos, incitándonos así a luchar contra nuestro encarcelamiento. Además,
ese mensajero ha de darnos la información —gnosis— necesaria para nuestra liberación.
Necesitamos esa información, porque por encima de la tierra en que vivimos se encuentran las
esferas celestiales.
Cada una de ellas está gobernada por un poder maligno, cuya función consiste en
mantenernos prisioneros. Para llegar al reino puramente espiritual, tenemos que atravesar todas
esas esferas. Y el único modo de hacerlo es poseyendo el conocimiento secreto que ha de
abrirnos las puertas a cada paso, algo así como un santo y seña sin el cual el camino nos será
vedado. El mensajero celestial ha sido enviado entonces para comunicarnos ese conocimiento
secreto, sin el cual no hay salvación.
En el gnosticismo cristiano —también había gnósticos fuera del cristianismo— ese
mensajero es Cristo. Según los gnósticos cristianos, lo que Cristo ha hecho es venir a la tierra
para recordarnos nuestro origen celestial y para darnos el conocimiento secreto sin el cual no
podremos regresar a las moradas espirituales.
Puesto que Cristo es un mensajero celestial, y puesto que el cuerpo y la materia son
malos, la mayoría de los gnósticos cristianos pensaba que Cristo no podía haber tenido un cuerpo
como el nuestro. Algunos decían que su cuerpo era pura apariencia, una especie de fantasma que
parecía ser cuerpo físico por medios milagrosos. Otros decían que Jesús sí tenía cuerpo, pero que
ese cuerpo estaba hecho de una “materia espiritual” distinta de nuestros cuerpos. La mayoría
negaba el nacimiento de Jesús, pues tal nacimiento le habría colocado bajo el poder de este
mundo material. Todas estas doctrinas acerca del Salvador reciben el nombre de “docetismo”—
de una palabra griega que quiere decir “aparecer”—, pues lo que estas doctrinas implicaban, de
un modo u otro, era que el cuerpo de Jesús era una apariencia. Según los gnósticos, no todos los
seres humanos tienen espíritu. Algunos no son sino seres carnales que por tanto están
irremisiblemente condenados a la destrucción cuando este mundo físico sea destruido. En cuanto
a los espíritus encarcelados dentro de los “espirituales”, a la larga han de salvarse, porque su
naturaleza es espiritual y necesariamente han de volver al reino del espíritu.
En el entretanto, ¿cómo hemos de vivir aquí en esta vida? Ante esta pregunta, los
gnósticos respondían de dos modos distintos. La mayoría decía que, puesto que el cuerpo es la
cárcel del espíritu, lo que hay que hacer es castigar el cuerpo, para debilitar su poder sobre el
espíritu, y para que sus pasiones no nos arrastren. Otros en cambio sostenían que, puesto que el
espíritu es por naturaleza bueno, y nada puede destruirle, lo que debemos hacer es dar rienda
suelta al cuerpo y a sus pasiones. En consecuencia, mientras algunos gnósticos abogaban por un
ascetismo extremo, otros practicaban el libertinaje.
Durante todo el siglo segundo, el gnosticismo fue una amenaza seria para el cristianismo.
Los principales dirigentes de la iglesia se le opusieron tenazmente, porque veían en él una
negación de varias de las principales doctrinas cristianas: la creación, la encarnación, la
resurrección, etc. Más adelante veremos cómo la iglesia respondió ante esta amenaza. Pero antes
debemos prestar nuestra atención a otro maestro cuyas enseñanzas, parecidas al gnosticismo,
constituyeron también una amenaza para el “depósito de la fe”.
Marción
Marción era hijo del obispo de Sinope, en la región del Ponto. Allí había conocido la fe
cristiana. Pero al mismo tiempo Marción parece haber sentido dos fuertes antipatías: contra este
mundo material, y contra el judaísmo. Por lo tanto, su doctrina combina estos dos elementos.
Hacia el año 144, Marción fue a Roma, donde logró varios seguidores. Pero a la larga el resto de
los cristianos decidió que sus enseñanzas contradecían la fe, y Marción creó su propia iglesia,
que perduró por varios siglos.
Como ya hemos dicho, Marción pensaba que este mundo era malo, y que por tanto su
creador debía ser un dios, si no malo, al menos ignorante. En lugar de inventar toda una serie de
seres espirituales, al estilo de los gnósticos, lo que Marción propuso era mucho más sencillo.
Según él, el Dios del Nuevo Testamento y Padre de Jesucristo no es el mismo Jehová del
Antiguo Testamento. Hay un Dios supremo, que es el Padre de Jesucristo, y un ser inferior, que
es Jehová. Fue Jehová quien hizo este mundo. El propósito del Padre no era que hubiera un
mundo como éste, con todas sus imperfecciones, sino que hubiera un mundo puramente
espiritual. Pero Jehová, o bien por ignorancia o bien por maldad, hizo este mundo, y en él colocó
a la humanidad.
Esto quiere decir que el Antiguo Testamento es palabra de dios, pero no del Dios
supremo, sino de ese ser inferior llamado Jehová. Jehová es un dios celoso y arbitrario, que
escoge a un pueblo por encima de los demás, y que está constantemente llevando la cuenta de
quién le desobedece para tomar venganza. En una palabra, Jehová es un dios de justicia.
Frente a Jehová, y muy por encima de él —según Marción— está el Padre de los
cristianos. Este no es un Dios vengativo, sino que es todo amor. Este Dios no requiere cosa
alguna de nosotros, sino que nos lo da todo —inclusive la salvación—gratuitamente. Este Dios
no establece leyes, sino que nos invita a amarle. Este Dios, en fin, se ha compadecido de
nosotros, criaturas de Jehová, y ha enviado a su Hijo a salvarnos. Jesús no nació de María, puesto
que tal cosa le habría hecho súbdito de Jehová, sino que apareció repentinamente, como un
hombre maduro, en época del emperador Tiberio. Naturalmente, al final no habrá juicio alguno,
puesto que el Dios supremo es un ser absolutamente amoroso, que nos perdonará sin más.
Todo esto quería decir que Marción tenía que deshacerse del , que hasta entonces había
sido la parte principal de las escrituras cristianas. Si el Antiguo TestamentoAntiguo Testamento
era palabra de un ser inferior, no podía leerse en la iglesia, ni podía tampoco ser la base de la
enseñanza cristiana. Por tanto, Marción compiló una lista de libros que deberían ser, según él, las
escrituras cristianas. Estos libros eran el Evangelio de Lucas y las Epístolas de Pablo, puesto que
Marción pensaba que Pablo era el único entre los apóstoles que había comprendido
verdaderamente el mensaje de Jesús. Los demás eran demasiado judíos para entenderlo. ¿Qué
decir entonces de todas las citas del Antiguo Testamento que aparecen en Lucas y en las
epístolas paulinas? Naturalmente, tales citas no podían ser genuinas, y por tanto Marción llegó a
la conclusión de que habían sido incluidas en el texto sagrado por judaizantes que trataban de
adulterar el mensaje de Pablo y de Lucas.
Al igual que el gnosticismo —y quizás más— Marción y sus doctrinas representaron una
seria amenaza para el cristianismo del siglo segundo. También él negaba la creación, la
encarnación y la resurrección final. Pero aún más, Marción llegó a organizar su propia iglesia,
con sus obispos rivales de los de la otra iglesia, y por tanto sus enseñanzas tendían a perpetuarse.
Y la propaganda marcionita dentro del resto de la iglesia era impresionante, sobre todo porque
sus doctrinas parecían tan sencillas y lógicas.
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