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3.7 Antropologia de La Muerte

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Antropología de la Muerte

El estudio de la muerte siempre ha estado


ligado a la antropología desde sus inicios.
La relación entre hombres, dioses y
espíritus fue entendida inicialmente desde
el plano de lo sobrenatural, en la relación
que existe entre el mundo en que vivimos y
el que se encuentra más allá de las
estrellas.
De esta forma, entender qué es lo que el
hombre hace en vida, es a la vez entender
también el proceso de su muerte.
Para los evolucionistas del siglo XIX como E. B.
Tylor, la muerte es un suceso más sobrenatural que
real.
Tylor sostiene que la muerte es un fenómeno que
explica dos cuestiones muy importantes.

Por una parte, nos permite entender cómo el ser humano ha ido
construyendo la religión a través de la veneración de los muertos
(pasando del politeísmo al monoteísmo);

y por otra, ha generado la idea de que todo individuo posee un alma


(animismo), para lo cual se hace referencia a comprender que cuando
algo muere no necesariamente desaparece puesto que “aunque un
hombre pueda morir y ser enterrado, su fantasma continúa
presentándose a los vivos en visiones y sueños” debido a que su espíritu
permanece como elemento protector o castigador del grupo familiar y
social.
la perspectiva funcionalista de la muerte,
planteada por Malinowski
subraya que aquella
es un elemento constitutivo de la vida humana,
que permite generar
no sólo prácticas de acompañamiento ritual,
sino también,
permite entender que la muerte
es también una necesidad básica
que todos los seres humanos
debemos satisfacer con respecto
al grupo al que pertenecemos.
Esta institucionalización de la muerte está regida por
un conjunto de normas sociales que permiten no sólo
determinar el tipo de ritual, sino a su vez, clasificar el
estatus e importancia del sujeto a quien el ritual
mortuorio acompaña, así como de las respectivas
funciones y otorgamientos de los familiares y deudos.
En las diversas culturas,
una muerte puede ser
considerada buena o
mala dependiendo de los
parámetros culturales que
los individuos establecen
para con el difunto.
Sin embargo, toda muerte se establece no sólo en el
ritual que la acompaña, sino también en el
pensamiento simbólico que se recrea, ya sea para
incorporar al difundo dentro de los antepasados, o
que este quede destinado al olvido.
Evans-Pritchard, la muerte tiene un significado muy
importante dentro de la vida social, organizativa y
política de todo grupo, pues es el acto de sucesión
de poder (del jefe o gobernante muerto) quien
determina el futuro del grupo y territorio, la
eliminación de individuos y la posibilidad de generar
o deslindar alianzas.
Y en este punto la religión se torna como eje central para comprender
la importancia de los dioses dentro de la política y el parentesco,
puesto que “la religión puede quizás explicarse mejor como la
proyección de la subordinación a los gobernantes en la propiciación de
sus dobles después de la muerte”.
En tal sentido, el temor a la muerte está acompañado por el temor a los
dioses, quienes castigarán el buen o mal comportamiento de los
hombres.
Levi-Strauss insiste en que la muerte está ligada a la vida
cultural y social de todos los individuos, de sus creencias sobre
el cultivo, la familia, la religión, los mitos, etc., es por este
motivo que todo proceso mortuorio es también un constante de
repensarse a sí mismo dentro del grupo al que uno pertenece.
De esta forma, Lévi-Strauss permite generar la idea de que
las sociedades primitivas o cualquier sociedad en general
no son estáticas ni mucho menos ilegibles sobre sus
propios conceptos sobre la muerte misma, sino más bien
que, la muerte es en cierta medida una forma de mantener
viva la cultura a lo largo de los años.
Jack Goody Death afirma que la conexión
entre cómo los individuos enlazan sus
creencias religiosas con las prácticas
cotidianas, tienen como nexo principal las
ceremonias funerarias.

Para este autor, la conjugación entre los vivos y los muertos


es esencial para comprender cómo ciertos aspectos de la
cultura se mantienen y se traspasan a las siguientes
generaciones.
Además insiste en que el proceso de la muerte es también un
espacio para comprender las tensiones dentro del cada grupo,
puesto que “la causa de la muerte tiene una importancia
crítica en las ceremonias”
según este autor que las ceremonias funerarias son un
elemento que compete no sólo a la familia sino a todo el grupo,
además permite comprender que todos los individuos son en
parte familia, puesto que al morir, la persona se convierte en un
medio por el cual las disputas y las rencillas terminan por
apaciguarse y perdonarse
De esta forma, la muerte es concebida
como el reconocimiento social de
permanecer unidos, de reconocerse a
sí mismos a través de los ancestros
comunes, y de generar un mecanismo
especial que cohesione más a los
individuos.
La muerte trae unión y memoria,
no separación ni olvido.
Tratando con los muertos
Tal actitud hacia la muerte se refleja en la forma en que se llevan a
cabo las ceremonias funerarias.
Entre la merina, inmediatamente después de la muerte, el cuerpo es
enterrado en una tumba temporal para que las partes blandas puedan
finalmente drenar, y después de un período de dos años más o menos, las
partes secas del cuerpo son finalmente enterradas en la tumba de la
familia.
Los dos funerales, por lo tanto, marcan y llevan a cabo el proceso que
ocurrió en la vida.

Además, la colocación de los elementos secos en la tumba comunal, como


ocurre en otros ejemplos, también marca otro cambio; para entonces la
individualidad del cadáver ha dejado de importar y se fusiona con toda la
familia en un monumento que debería durar para siempre (Bloch 1971).
El intento de retener una parte del cadáver que ha de resistir más allá de
la vida, a menudo conservándola en una tumba de piedra, es muy común
y se encuentra desde China (Watson 1988) hasta Europa.
A menudo, como en estos ejemplos, la tumba no es para un individuo,
sino un lugar donde se reagrupan los cuerpos de una familia o un linaje.
Como resultado, es probable que tales tumbas se conviertan en el
símbolo de la unidad familiar. También, debido a que las tumbas son
permanentes, se convierten en el vínculo entre los vivos y un área
particular o pedazo de tierra, a través de la presencia de los muertos.
“En la muerte,
los símbolos tradicionales
tienden a endurecer a los individuos
frente a la pérdida social
y también a recordarles sus diferencias;
tienden a poner énfasis
en los grandes temas humanos de la mortalidad
y del sufrimiento inmerecido
y también en los temas sociales menores
de la oposición de las facciones
y de la lucha de los partidos
tienden a fortalecer los valores
que sustentan los participantes en común
y también a unificar sus animosidades y sospechas”.
(Geertz 2003: 149-150).
Las propuestas actuales de Marc Augé sobre la
importancia de volver a los ritos como elementos
constitutivos de la interpretación cultural insisten en
que la muerte (como ritual) es un estadio que
configura la posición del otro, es decir, cuando un
individuo muere, queda el recuerdo no del individuo
en sí, sino de lo que el “nosotros” establece para
formular su recuerdo:

“La actividad ritual tiene por fin como objeto también el "tratamiento" (la
interpretación y el dominio) del acontecimiento (la enfermedad, la muerte,
el accidente, el hecho fortuito); es decir, se trata de circunscribir el
surgimiento de un otro completamente diferente, de situarlo y de reducirlo
progresivamente a lo ya conocido y, en la medida de lo posible, a lo mismo
(…) En todos esos casos, la identificación supone el establecimiento de
una relación, no la asignación a una categoría esencializada” (Augé
1998a: 25-26).
Dice Norbert Elias que la “problemática
sociológica de la muerte” aparece cuando se
considera que “lo decisivo para la relación del
hombre con la muerte no es sencillamente el
proceso biológico en sí, sino la idea de la
muerte”, idea que tiene una particularidad
sociohistórica y que por lo tanto va
cambiando, así como también las actitudes
de los hombres frente a ésta.
Este autor señala que, si bien en nuestra sociedad prima una
imagen de muerte “natural”, “normal”, pacífica, consecuencia
de la enfermedad y la vejez, en tanto que las muertes
violentas (causadas por crímenes o accidentes) son vistas
como casos excepcionales
La muerte
es un hecho social
paulatinamente institucionalizado
al trasladarse del hogar a los hospitales,
sea por aliviar el sufrimiento del que agoniza,
o por miedo de morir sin atención;
el número de pacientes
que muere en las instituciones sanitarias
es una tendencia que va en aumento,
“la muerte, que en un 80% de los casos
sobreviene a partir de ahora
en el hospital o en la clínica,
está totalmente medicalizada”
PROST; VINCENT, 1991
La evolución de las ciencias y los saberes técnicos
expresa la dominación del ser humano sobre la biología
intentando alargar la vida hasta sus últimas
circunstancias, donde la “incapacidad para suprimir la
muerte es vivida como un fracaso de su saber y de su
poder” (PROST; VINCENT, 1991).
Philippe Ariés remarca que ahora lo cotidiano
es morir en el hospital, rodeado no tanto de
seres queridos como de un equipo de
especialistas en morir (ARIÉS, 1984), siendo el
profesional de enfermería quien en su labor
hace frente a la atención de estos pacientes
que agonizan.
Para el profesional de enfermería
toda práctica
está orientada y emerge
de representaciones
imposibles de desligar de su labor diaria;
sin embargo,
la mayoría de sus acciones
son vistas como técnicas o científicas,
sin darle el valor social que ellas connotan.
Los profesionales de la salud,
durante su desempeño laboral,
fusionan sus saberes técnicos y científicos
con el conocimiento empírico y social,
pero, como generalmente se atribuye a las prácticas
una racionalidad técnica,
lo que se documenta en las historias clínicas de los pacientes
y en los reportes de la guardia de trabajo
en las áreas clínicas son las técnicas
y procedimientos y no los saberes prácticos
utilizados para afrontar
los acontecimientos en las emergencias.
El proceso de muerte y la enfermería:
un enfoque relacional.
La muerte y la enfermería
La muerte
es un acontecimiento
inevitable y universal,
pero “las actitudes hacia los
moribundos y hacia la muerte […]
no son ni inalterables ni accidentales”,
son peculiaridades
de sociedades determinadas
(ELÍAS, 2011, p. 131).
Los padecimientos,
los modos de enfermar y de morir
son procesos históricos
.socialmente construidos según las
condiciones de vida
de los conjuntos sociales
y sus modos de afrontarlos,
produciendo sentidos y
significaciones individuales y
colectivas que se exteriorizan de
diferentes formas.
(GRIMBERG, 1998, MENÉNDEZ, 1990)
La muerte es un hecho social
que ha pasado a ser institucionalizado
La instauración de ella en los hospitales, ya sea por deseo de
prolongar la vida o por el miedo de morir sin atención, ha
alejado este acontecimiento del entorno colectivo donde era
visto como un evento natural:
“Y entre tanta tecnología y sin alma,
entre tantos objetos inanimados y casi ningún sujeto
¿cómo percibir el rasgo de humanidad en todo acto médico?”
(GHERARDI, 2007).

Tanta tecnología y omnipotencia de la ciencia oculta el


padecimiento humano no solo del enfermo sino del que lo atiende.
Eduardo Menéndez señala que en los últimos tiempos
“desaparecen los principales rituales de mortalidad, como
parte del proceso de ocultamiento y negación de la muerte
que caracterizaría a la sociedad occidental”
(MENÉNDEZ, 2006).

La muerte ha pasado de ser un acontecimiento natural y


social, a ser asumido como algo vergonzoso e individual,
que quiere ser evitado
(GRIMBERG, 1992).
La muerte
se ha convertido en un asunto traumático
“los grupos sociales actuales no sólo han desarrollados
rituales de evitación y ocultamiento respecto a la
muerte, sino que desarrollaron rituales para reducir la
muerte a enfermedad” (MENÉNDEZ, 2006).
El profesional de enfermería no queda al margen de
estos rituales de evitación y reducción de la muerte a
enfermedad, percibiendo el fallecimiento del paciente
como un fracaso de sus acciones y esfuerzos
terapéuticos por salvar una vida
(CHACÓN; GRAU, 1997; FRUTOS et al., 2007; MAZA et al., 2009).
En numerosos trabajos que tratan el tema de la muerte
en el ámbito de la salud, se explica cómo se debe
tratar al paciente, los protocolos de actuación, las
acciones apropiadas en la atención, y hasta resaltan la
necesidad de formación del profesional de enfermería
en los cuidados hacia el final de la vida y la muerte.
Raras veces se habla del inevitable fin de la vida o de lo
que debe hacer la enfermera para ayudar a una
persona a reducir sus molestias y afrontar la muerte
con coraje o dignidad (HENDERSON, 1995), pero más raro
es encontrar análisis que hablen sobré qué le ocurre al
personal de enfermería al enfrentar estos procesos.
La confrontación de la muerte por parte del personal de
enfermería, está impregnada de sentimientos tales como
impotencia, angustia, sufrimiento, miedo, que
interfirieron en la asistencia prestada al enfermo y su
familia (SOUZA; SOUZA et al., 2013);
“tanto es así, que los estudiantes de enfermería
describen estas experiencias [la muerte] como ‘lo malo’
de la profesión” (KIGER, 1994).
El personal de enfermería es un sujeto que siente
y padece, atravesado por representaciones
sociales y por sus prácticas (porque como señala
Menéndez (1975), los saberes no pueden ser
negados ni separados de las prácticas).
El “decidir si se deja morir o se intenta que viva se
basa en la experiencia del clínico, en sus
creencias, en consideraciones sociales ‘porque
es joven y tiene dos hijos pequeños’, en la
percepción de su red social”
(COMELLES; PERDIGUERO, 2000).
Una de las manifestaciones en las que se observan prácticas
que van más allá del protocolo normativo institucional, es la
costumbre que se da en los centros hospitalarios en
Venezuela, es que ningún paciente es sacado de la sala de
operaciones con los pies en dirección hacia la puerta, ya
que se considera que de ese modo solo salen los
cadáveres.
Es una práctica que se basa
en el acervo cultural y que
evidentemente no Contiene
ningún motivo racional
científico que lo justifique.
El cuidado que ofrece el profesional de
enfermería a un paciente moribundo y agónico
rompe, en algunas ocasiones, las barreras de
las normas.
Envueltos en los saberes sociales y culturales
arraigados, este personal intenta ceñirse a un
protocolo de actuación que institucionaliza sus
prácticas, mientras que se proporciona una atención
que va más allá de fundamentos biológicos y de la
racionalidad técnica o científica.
Cuando un paciente agoniza
hace aflorar en otros
un sentimiento de angustia,
miedo o hasta resignación
que conllevan a recordar
lo frágil que puede ser
la vida.
Es en esos momentos cuando el profesional de
enfermería reacciona más allá de los conocimientos
técnicos y sale a relucir su dimensión social y
cultural.
Esta dimensión se manifiesta, por ejemplo, dando
consuelo religioso, psicológico y su saber se convierte
en humano y el dolor ajeno se convierte en propio.
La muerte
también lleva a generar
aislamiento y desapego
en algunos profesionales
(VARGAS et al., 2011),
y estos sentimientos
son utilizados como estrategias
para evitar afrontar el dolor
de la pérdida,
a pesar de ser ajena.
“La muerte, como fenómeno inevitable, constituye un
poderoso estímulo ansiogénico capaz de afectar a actitudes y
comportamientos e incidir en la calidad de los cuidados del
profesional de enfermería” (SÁBADO; GUIX,).

Lidiar con las limitaciones que impone la muerte, el sufrimiento y el dolor


de un semejante es una situación difícil y desgastante física y
psicológicamente (ASSUNÇÃO., 2011).
Al estar frente a un paciente que agoniza,
el profesional de enfermería
inicia maniobras científicas y tecnológicas
integradas a un grupo institucionalizado
que realiza sus funciones
en pro de salvar la vida del paciente,
“mas la tendencia a homogenización técnica
no elimina la presencia
de los procesos
ideológicos culturales”
y son estos procesos
ideológicos y culturales
los que conllevan cambios
en las prácticas de estos profesionales.
Criterios
del personal sanitario
ante la inminente
muerte del paciente
Criterios
1. Asumir que la profesión de Enfermería brinda a sus profesionales
la oportunidad especial de ayudar y confortar al moribundo, así
como de proporcionar consuelo y comprensión a sus familiares,
en un momento muy difícil y de acuciante necesidad de apoyo
humano.
2. Que el Equipo de Salud se proporcione respaldo y comprensión
mutuamente, ya que el asumir los profesionales de la salud (y
especialmente los de Enfermería) la responsabilidad de un
proceso terminal puede resultar sumamente estresante. Este
"espíritu de equipo” incidirá directamente en la calidad de los
cuidados al paciente terminal, optimizando por ello la satisfacción
de sus necesidades.
Criterios
3. Animar al Equipo de Salud a escuchar (y a parecer siempre
dispuesto a hacerlo) a los pacientes que deseen hablar de
sus miedos y temores. Procurar una relación franca y sincera
entre el Equipo de Salud y el paciente y sus familiares.
4. No ser demasiado estrictos con las normas y protocolos de la
institución donde trabajemos a la hora de aplicarlos, sino mas
bien adaptarlos a las necesidades de cada enfermo. Así
evitaremos la pérdida de autocontrol en el paciente y los
consiguientes efectos estresantes, depresivos y de
indefensión.
Criterios
5.En cuanto a dar información al paciente sobre el pronóstico
de su enfermedad, no podemos negar al enfermo tanto el
derecho de conocer la verdad como de no querer conocerla.
Así pues, habrá que valorar si lo desea y es conveniente o
no, por medio del trato directo con él, a través de sus
preguntas, actitudes y también valorándolo con la familia. No
se puede decir ni negar la verdad por sistema.
6.Agilizar si estuviera hospitalizado, si el paciente y/o familia lo
desean y resulta conveniente, el alta voluntaria. De esta
manera el paciente puede morir en su hogar, en un ambiente
íntimo rodeado de sus familiares y amigos.
Criterios
7. No extremar las medidas terapéuticas para alargar la
vida a costa de aumentar el sufrimiento del paciente o
alejarlo del contacto humano. Quizá, así, en lugar de
alargar la vida se está alargando la muerte.
8. Tener unos criterios útiles para el uso y administración
de fármacos, a fin de adecuarlos a la situación de
enfermedad terminal y a su objetivo de confort,
teniendo en cuenta la dificultad de administración.
Criterios

9. Ofrecerle al paciente la posibilidad de ayuda


religiosa en las horas finales de su vida, si así lo
desea.

10. Ayudar y orientar a los familiares en las


formalidades postmortem: cumplimentación de
impresos, derivación a otros profesionales
(trabajador social, sacerdote, etc.).
Criterios
11.Trabajar con profesionalidad: si personalmente no deseamos
plantearnos el tema, al menos como algo cotidiano en
nuestro trabajo debemos aceptar que el fin de toda vida es
la muerte. Esto, por supuesto, sin llegar a la frivolidad que
se observa en muchos profesionales, que parecen estar tan
acostumbrados que no personalizan la situación,
comprendiendo el sufrimiento tanto del enfermo como de la
familia.
12. Por último, contemplamos la asistencia a la familia en el
duelo, intentando en la medida de lo posible evitar la
aparición del duelo patológico.
¿Dudas?
Mauricio Ochoa Ayala
mauricio.ochoa@ceu16.edu.mx
6861326276

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