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Un Cantico A La Vida
Un Cantico A La Vida
Un Cantico A La Vida
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PALABRAS CLAVE: Jorge Guillén, Poesía española, Poesía Siglo XX, Crítica literaria,
Tiempo.
KEYWORDS: Jorge Guillén, Spanish Poetry, 20th Century Poetry, Literary Criticism,
Time.
ABSTRACT: Two basic motifs frame the world of Cántico, the most representative of
the works of the Spanish poet Jorge Guillén. On the one hand, we have the celebration
of a reality in which man depends on things, the mute things which surround him: this is
an elemental experience –perhaps the most elemental of all– in which the world reveals
itself, in which its essences are revealed in the mere act of naming. This trait is closely
connected to the analogical conception of the universe as a web of correspondences,
which has its source in Romanticism and rests on the faith in a genuine communication
with a superior world. On the other hand we have time, acknowledged in Cántico from
two opposite perspectives: from one point of view, it represents a threat, a destructive
element; from another, essential point of view, it is a mythical time believed to have the
virtue of transcending personal experience.
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Una afirmación ante la vida basada en la experiencia del ser que busca una
correspondencia con el entorno es lo que caracteriza la principal aspiración en la obra
poética de Jorge Guillén. A este propósito parecen responder las cuatro ediciones,
sucesivamente ampliadas y corregidas, de una única obra: Cántico, en la que se manifiesta
la recuperación de la realidad como tema esencial. Dicha unidad temática comprende no
sólo la concreta relación espacio-temporal entre el ser y su mundo, sino que va más allá,
acepta cómo ser y mundo se determinan mutuamente. Así, las cosas y el medio natural
circundante se constituyen en ese espacio inmediato al cual acude el ser, un mundo claro
y en orden que sugiere una secreta armonía revelada tanto en el acto originario de
nombrar, como en el presente eternizado en un instante.
Aceptar el mundo, afirmarlo gozosamente, sentirse parte de él, parte del todo,
del conjunto –no decir “soy”, sino “somos”–, será parte de esta fórmula adoptada por la
poesía guilleniana que le dará un sentido único a la relación inevitable del ser con la
realidad exterior que le rodea: “Nada sería el sujeto sin esa red de relaciones con el
objeto, con los objetos. Ahí están de por sí y ante sí, autónomos, y con una suprema
calidad: son reales” (Guillén, 1999: 747). A eso responde el hombre de Cántico, que
además de contemplar su alrededor está dispuesto a asimilarlo. Y este acto será ya un
modo de participación activa con el mundo, pues a partir de esa mirada contempladora
se hace posible descifrar las distintas significaciones, los signos de una trascendencia:
“¿Hacia dónde, / Recatos veladores, / Hacia dónde se aleja / La mirada, / Tan retraída
y plena? / ¿Hacia la seña / Clara / De otra verdad?” (144), “La mirada mía verá / Con
tus ojos / El mejor universo” (383). La vista se convierte acá en esa primera facultad del
poeta que se interesa por lo real y su espíritu, que pretende trascender la inmediata
apariencia de su entorno, para él nunca simple: “Mientras se agrandan los ojos /
Admirando cómo el mundo / Se tiende fresco al asombro” (524). El objetivo realmente
parece uno sólo: ahondar en la materia después de detenerse en su presencia, sin
embargo, el poema va más allá: es la búsqueda del alma, la aspiración a la verdad por
medio de la visión, la apertura a un mundo maravilloso a través de lo que podría ser una
ventana. Basta, precisamente, sólo “Una ventana” para lograr el descubrimiento de lo
esencial:
Ser, avasallador
Universal, mantiene
También su plenitud
En lo desconocido:
Un más allá de veras
Misterioso, realísimo.
Irreductibles, pero
Largos, anchos, profundos
Enigmas –en sus masas.
Yo los toco, los uso.
Hacia mi compañía
La habitación converge.
¡Qué de objetos! Nombrados,
Se allanan a la mente.
Se halla implícita aquí una concepción mítica del lenguaje, una alusión al lenguaje
mudo de las cosas y su relación con el nombre, que es en sí la esencia del lenguaje
humano. Al origen divino del nombre, a su contenido espiritual de naturaleza paradisíaca
y, por ende, a la palabra creadora, parece referirse el poema “Los nombres” (27):
Albor. El horizonte
Entreabre sus pestañas
Y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina
El nombre está sobre la pátina de las cosas, y por lo mismo, aunque éstas
desaparezcan, sus nombres seguirán significando una categoría de lo real, una
esencialidad. A esta cualidad del nombre, a un mismo tiempo real y esencial, se debe el
tono afirmativo del ser en Cántico, que busca a través de él no sólo tomar posesión de las
cosas, de la realidad circundante, sino también de sí mismo: “dure mi pacto, / … con la
esencia: / … negocio / De afirmación” (524), “Afirmación, que es hambre: mi instinto
siempre diestro” (259), “Una tranquilidad / De afirmación constante / Guía a todos los
seres” (25). Es así como se hace del hombre un ser destinado a nombrar: “Todo, por fin,
se nombra” (111), un acto nominativo que, además, adoptará el sentido ceremonial, casi
ritualizado, que le corresponde.
Este prevalecer de la nominación poética parece conducir necesariamente a la
escasez verbal que caracteriza dicho cántico. La ausencia de verbos se hace comprensible
en una poesía donde, a pesar de la vitalidad y energía que irradia, la actividad es mínima,
donde lo fundamental está en la contemplación exaltada del mundo natural y el
entusiasmo en que se pueda manifestar. José María Valverde, por ejemplo, hace mención
de esta poesía “extrañamente escasa en verbos” anotando: “en la primera edición
hallamos –caso impresionante– un poema entero de veinte versos sin ningún verbo; el
titulado ‘Niño’, puramente definitorio…” (171):
Claridad de corriente,
Círculos de la rosa,
Enigmas de la nieve:
Aurora y playa en conchas.
Máquina turbulenta,
Alegrías de luna
Con vigor de paciencia:
Sal de la onda bruta.
Guillén no se deja llevar por la embriaguez verbal, entre otras cosas, porque ésta
podría confundirse con la embriaguez del corazón de la que, para él y algunos
compañeros de su generación, abusaron los románticos, exaltadores apasionados del yo
convertido en centro del universo. En cambio, busca compensar tal actitud de
alejamiento con respecto a esa efusividad sentimental, tan subjetiva, sirviéndose de una
precisa concentración, único medio a través del cual era posible asegurar la pureza
poética basada en una rigurosa desnudez: “El ángel más desnudo poda / sin cesar la
frondosidad” (353). El trabajo de esos poetas del 27 consistía, entonces, en la
eliminación de la excesiva hojarasca romántica, según Federico García Lorca, quien
también se sirve de la particular metáfora del árbol frondoso que hay que podar para
hacer alusión a esta nueva tarea encomendada: “actualmente nos ocupamos, en más o
menos escala, en la poda y cuidado del demasiado frondoso árbol lírico que nos dejaron
los románticos y los postrománticos” (45). Y efectivamente, será tal el empeño de Jorge
Guillén por podar hasta el límite dicha frondosidad, que su obra llegó a definirse como
una poesía de la pura nominación, lo cual, por momentos, suena incuestionable, sobre
todo ante el inicio de algunos poemas en los que se hace evidente esta tendencia, o
mejor, este recurso, en apariencia, llevado al extremo:
Tallos. Soledades
Ligeras. ¿Balcones
En volandas? Montes,
Bosques, aves, aires. (38)
Calles, un jardín,
Césped –y sus muertos. (85)
El instante verdadero
Bajo esa perspectiva, sólo el presente puede ser real: “Se arremolina impaciente /
La verdad. Triunfe el presente” (123). No se asume ni como nostalgia de un pasado ni
como deseo de un futuro, simplemente es. De ahí que haga de Guillén su cantor, –un
cantor del presente–, de ahí que sea el preferido por Cántico, como parece insinuarse en
los versos iniciales de “Tierra y Tiempo”: “Gran presente: meseta / De siglos donde
nace / La luz de los balcones” (469). Gracias a este presente el curso del tiempo puede
recogerse y condensarse, “Tiempo henchido de presente” (388), precisamente porque
nunca está suelto, posee un pasado y va hacia el futuro a la vez. No corresponde,
entonces, asociarle a una noción intemporal, como algunos críticos suelen hacerlo. Más
bien vale la pena recordar aquí una pertinente comparación de Octavio Paz con respecto
a ese particular andamiaje temporal al que hemos aludido: “Se podría decir de los
poemas de Guillén lo mismo que se dice de la música: ‘Máquina para matar el tiempo’.
Yo prefiero, no obstante, una fórmula más larga y más justa: máquina que mata al
tiempo para resucitarlo en otro tiempo” (249).
Cántico se decide por este inmediato presente en el que no ocurre sino la
asistencia, casi involuntaria, del hombre ante el dominio natural del mundo, esos
instantes plenos de intensidad en los que, sin embargo, no parece suceder sino “el
fenómeno extraordinario de la normalidad” (Guillén, 1999: 749):
No hay aquí trance místico. Ninguna experiencia más normal. Tan normal que la
olvidamos. Transcurrimos a través de los días sin pensar en esta base que nos
sostiene… Entonces nos damos cuenta del equilibrio que une nuestra vida ordinaria a
nuestros ordinarios alrededores. Es como si no aconteciese nada. ¿Nada? Sólo una
ordenación de fuerzas que se combinan con increíble acierto. El animal humano logra
hasta cierto punto encajar en su ambiente, y ese ajuste entre los ojos y la luz, entre los
pulmones y el aire, entre los pies y la tierra implica una coordinación tan obvia que a
menudo los más atentos no la perciben. A sus oídos no llega esta armonía. Y, sin
embargo, ninguna es superior a la de nuestro familiar equilibrio. Bien puede calificarse
de maravilla… Desventurado el hombre cuando pierde tal equilibrio. Entonces se da
cuenta de la armonía esencial que su oído habituado ni oye ni –menos aún– escucha
(769-770).
Es así como junto a esa inmediata actualidad tiene que hacer también aparición el
pasado que, al fusionarse en ese tiempo único, extiende la silueta del presente hasta
hacerla abarcar toda la experiencia vivida. Esta unitaria dimensión temporal acepta una
imagen del pasado que lo hace capaz, incluso, de atravesar fugazmente el presente, con
el propósito adicional de dirigirse hacia el futuro hasta hacerlo eterno. De esta manera
parece manifestarse en la siguiente estrofa del poema “El Aire” (509):
LOS RECUERDOS
No, no dudo.
No necesito nostalgia
Que a favor de algún crepúsculo
Desparrame como niebla
La hermosura que yo busco. (473)
De manera totalmente opuesta aparece, por otro lado, al igual que en la obra
cumbre de Proust, el recuerdo involuntario, aquel provocado por estímulos externos que
afectan el inconsciente, convirtiéndolo en el único capaz de revelar esas
correspondencias inmediatas, ya no de tipo vertical destinadas a sugerir un mundo
sobrenatural, un mundo superior, sino las que, dirigiéndose esta vez en dirección
horizontal, se sirven de las impresiones sensoriales para remitirse a los paraísos de la
memoria y por ende, a la esencia de la propia experiencia. “Internándose en el recuerdo,
en la masa de aquel ‘humo’, se llega a poseer una realidad más sustancial que la
simplemente vivida y aún no recordada: ‘porque hay episodios y zonas de nuestra vida
que no se ven del todo hasta que los revivimos y contemplamos por el recuerdo; el
recuerdo les aplica la plenitud de la conciencia’” (1999: 390). Será el recuerdo exacto de
la sensación, de una sensación íntima y genuina. Es así como hallamos en Cántico poemas
que se escapan de la fluidez del tiempo, que se detienen en esas sensaciones que invitan a
la rememoración 1 . En “Tiempo perdido en la orilla”, es un color el encargado de
devolver al pasado: “Por de pronto, bajo / Mis manos vacías, / Un presentimiento / De
azul se desliza, / Azul de otra infancia / Que tendrá unas nubes / Para perseguir / A
muchos azules” (29). Existe otro ejemplo significativo, y aún más explícito: “Celinda”
(250), en el que el acto de arrancar de un arbusto una flor y detenerse a olerla se traduce
en el llamado de otro tiempo:
1 A Guillén y a Proust les une esa experiencia de la recuperación del tiempo a través de sensaciones que
parecían olvidadas: “… cuando nada subsiste ya de un tiempo antiguo, cuando han muerto los seres y se
han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles
que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de
todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo” (Proust, 1979:
63).
Resulta difícil dejar de asociar estos versos con pasajes como el de la taza de té
impregnada del sabor de la magdalena o el de los espinos blancos, algunas de las
primeras emociones de niño que Proust recrea en Por el camino de Swann y que nos
recuerdan ese poder de la memoria involuntaria. Por algo Guillén se referirá a él como
“el gran recordador”, el gran evocador, el “extático de la sensación […] que, por fin,
halló su tiempo perdido” (1999: 367). Según él, Proust parte de sensaciones que
provocan un recuerdo involuntario, un recuerdo que resucita, sin intromisión de la
inteligencia, aquel instante ya vivido, unas privilegiadas sensaciones que desembocan en
un éxtasis. Eso es, esencialmente, lo que a Guillén atrae del escritor francés, el poder de
quedar inmerso en un instante del pasado cuando la sensación ha funcionado como
recuerdo: “El protagonista de A la recherche du temps perdu tiene sumergido en su memoria
aquel pueblo de Combray, resucitado mediante una sensación… Sí, sensación y
recuerdo, sensación hasta el recuerdo o –mejor– recuerdo a través de la sensación”
(390). Sin embargo, por momentos Guillén es enfático en declarar que en Proust el
descubrimiento procurado por la memoria involuntaria no revelará más que los instantes
vividos: “La madeleine no resucita más Combray que las imágenes de Combray reflejadas
por el espíritu del narrador, ahora identificado con aquella niñez, de súbito viviente
gracias al sabor de la madeleine” (368).
Mientras tanto, vemos cómo en “Celinda” ese olor característico que se asocia, a
la vez, con el color y el sabor particular de una experiencia pasada, no sólo conduce a un
instante detenido en el tiempo, sino que va más lejos: llega a la esencia misma de la flor,
su nombre, el que está sobre la pátina de las cosas, el que permanece más allá de su
existencia. Y Guillén es reiterativo en esto, de ahí que podamos encontrar en Cántico
poemas como “Rosa olida” (254), muy similar, o “Hacia el nombre” (293), en el que
gracias a un color se revela la verdad de otra flor:
la utiliza como un canal, como ese medio del cual se puede servir en su idea de elevar
aún más la categoría esencial del presente como tiempo verdadero. Es así como
manifiesta cierta resistencia al excesivo influjo de la memoria, “la memoria es pena”
(494), tanto que puede aplicarse a su obra una apreciación que él mismo hiciera con
relación al novelista Gabriel Miró: “El recuerdo ha de suscitar el pasado, sí; pero sin
demasías de dominación. Y todo se junta en el presente: ‘Veo así como dicen que Dios
contempla lo presente, lo pasado y lo futuro, en un presente continuado’” (1999: 391). Esto
nos remite al mismo motivo en la temporalidad de Cántico, el de mostrar la fluidez del
tiempo no en su pasar sino en su presencia, recuperando así el verdadero tiempo
universal, o, como diría Amado Alonso: “Salvar lo perdurable y esencial del seguro
naufragio que es el azaroso existir temporal” (119), lo cual sólo se hace posible, según
Guillén, a través del “absoluto Presente” (176).
Y volviendo a esa exaltación jubilosa del momentáneo ahora, del presente total
en el que subyacen el pasado y el futuro: “¡Pleno vivir henchido de presente aceptado! /
Todo es ahora” (403), “Tiempo todo en presente mío” (353), nos encontramos,
adicionalmente, ante un sentido de temporalidad en el que la perfección con que se
concibe el momento invita, a su vez, a eternizarlo. “¡Oh presente sin fin, ahora eterno
/… Absoluto en su cámara de estío!” (174). Así, la eternidad se comprende como una
indefinida extensión del presente. “Se ahínca en el sagrado / Presente perdurable” (26),
dice Guillén, quien “a su eterno presente se confía” (169). No necesita, según eso, estar
fuera del tiempo para trascenderlo. Se ha elevado lo instantáneo a lo eterno:
suele identificarse a la historia, sino, contrario a eso, se hace efectiva, más bien, una
tensión de engranaje, como él mismo lo afirma.
Parece tan evidente que el recuerdo y la historia –sólo como nociones que
pueden estar fuera del presente único y verdadero– no son los motivos más relevantes
en la concepción poética de Jorge Guillén, que el crítico José Manuel Blecua, en relación
con esta expresión de la temporalidad propia de Cántico, hace una referencia cuantitativa
en la que pretende demostrar el predominio del presente, comentando: “He hecho un
rápido recuento de los tiempos utilizados en las primeras treinta páginas, y frente a ocho
o diez tiempos en pasado y seis futuros, surgen más de noventa en presente de
indicativo” (Gullón y Blecua: 202).
Sin embargo, en “Los tres tiempos”, poema que resume esa dimensión temporal
contenida en la poesía de Jorge Guillén, encontramos en la misma medida y con igual
intensidad alusiones al pasado, al presente y al futuro. Así, la tarde trae un aroma que
hace evocar fechas lejanas, y gracias a esa sensación la memoria de pronto se libera
extendiéndose hasta un tiempo más lejano aún que el propio pasado. De nuevo, es la
emoción del recuerdo involuntario la que revela al ser en sí mismo, lo que se hace
posible sólo a través de la “Perfección de un instante” que “exige sin tregua” esa
“Verdad inacabable” (102), el “instante puro”, como lo llamaría Proust. Y la tarde logra
así ser eterna como por superposición de muchas tardes, quedando la impresión de que
dicha eternidad estuviera situada en la naturaleza tanto como en el interior del hombre.
Se expresa una vez más cómo, simultáneamente, la esperanza y la ilusión del mañana se
confunden con las memorias del ayer desde el presente, mientras, y casi sin buscarlo, se
va filtrando un aire de eternidad:
De pronto, la tarde
Vibró como aquellas
De entonces – ¿te acuerdas?–
Íntimas y grandes.
Fijo en el recuerdo,
Vi cómo defiendes,
Corazón ausente
Del sol, tiempo eterno.
De nuevo impacientes,
Los goces de ayer
En labios con sed
Van por Hoy a Siempre. (42)
El encuentro de lo que fue con lo que es y con lo que será. Ahí están, en efecto,
los tres tiempos, los tres momentos de un mismo tiempo ahistórico, detenido,
permanente, y a la vez mítico y perfecto, dentro del cual se mueve la poesía de Guillén.
Ayer, hoy y mañana, que se confunden con siempre, con lo eterno de una manifestación
temporal indefinida, casi infinita. En conclusión, Cántico distingue dos vertientes
opuestas con respecto al tiempo. Una, en la que se reconoce como un elemento
destructor, negativo, relacionado directamente con el registro objetivo de datos
históricos; y otra, de naturaleza esencial, a la que le otorga la virtud de trascender la
experiencia personal. Un tiempo sin fechas, privado, íntimo, más aún, un instante hecho
plenitud.
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