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El Anillo de Tolkien - David Day

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Contenido
CAPÍTULO I ................................................................................................................................................ 7
CAPÍTULO II ............................................................................................................................................ 15
CAPÍTULO III ........................................................................................................................................... 24
CAPÍTULO IV ........................................................................................................................................... 30
CAPÍTULO V ............................................................................................................................................ 36
CAPÍTULO VI ........................................................................................................................................... 48
CAPÍTULO VII ......................................................................................................................................... 56
CAPÍTULO VIII ........................................................................................................................................ 62
CAPÍTULO IX ........................................................................................................................................... 70
CAPÍTULO X............................................................................................................................................. 78
CAPÍTULO XI ........................................................................................................................................... 89
CAPÍTULO XII ......................................................................................................................................... 97
CAPÍTULO XIII ..................................................................................................................................... 106
CAPÍTULO XIV ..................................................................................................................................... 113
CAPÍTULO XV ....................................................................................................................................... 123
CAPÍTULO XVI ..................................................................................................................................... 136
Notas ....................................................................................................................................................... 143

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El Anillo ha sido siempre símbolo poderoso que aparece una y otra vez en las mitologías y
religiones del mundo. Los relatos que describen la búsqueda del Anillo se remontan a
tiempos anteriores a las pirámides de Egipto o los muros de Babilonia. La tradición
sobrevivió al Imperio Romano y a la decadencia del paganismo. El anillo de Tolkien
investiga los orígenes de estas historias y muestra cómo El Señor de los Anillos es el
resultado de una tradición que se remonta a los albores de la civilización.

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David Day

El Anillo de Tolkien

ePub r1.0
Banshee 08.06.14

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Título original: Tolkien’s Ring
David Day, 1994
Traducción: Elías Sarhan
Ilustraciones: Allan Lee
Diseño de cubierta: Allan Lee

Editor digital: Banshee


ePub base r1.1

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CAPÍTULO I
La mente de Tolkien

E limaginación
Anillo de Tolkien es una especie de diario de detective, una investigación de la
de J.R.R. Tolkien. En El Anillo de Tolkien examinaremos las fuentes de
inspiración de Tolkien para su novela de fantasía épica, El Señor de los Anillos. En esta
investigación, el símbolo del Anillo es de importancia primordial. Investigando su
sentido y significado podemos empezar a entender cómo El Señor de los Anillos de J.R.R.
Tolkien es el resultado de una antigua tradición narrativa que se remonta a los albores
de la cultura occidental.
En una ocasión J.R.R. Tolkien contó cómo el descubrimiento del Anillo por parte de
Bilbo Bolsón en una caverna de orcos fue una sorpresa para el autor tanto como para el
hobbit. En aquella época Tolkien sabía tan poco de su historia como Bilbo Bolsón.
También explicó cómo el Anillo, que en El Hobbit era un mero vehículo de la trama pasó
a convertirse en la imagen central en El Señor de los Anillos. Así como Gandalf, el mago
de Tolkien, se propuso descubrir la historia del Anillo del hobbit, en este libro
investigaremos la historia y el árbol genealógico del Anillo de Tolkien.
Pero ¿cómo este Anillo fue a parar tan fácilmente a las cavernas de la mente de
Tolkien? La verdad es que el Anillo de Tolkien tuvo su origen en una tradición de
cuentos de búsquedas de anillos que nació antes de que se construyeran las pirámides
de Egipto o de que se levantaran los muros de Babilonia. Mientras la gloriosa
civilización griega y el poderoso Imperio Romano subían y caían, esa tradición siguió

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viviendo. Sobrevivió a la caída de los dioses paganos, y a la aparición de Buda, Mahoma
y Cristo.
Aunque la tradición de la búsqueda del anillo apareció por primera vez entre
pueblos tribales, mucho antes de que hubiera registros escritos, esto no significa que
desconozcamos sus formas tempranas. De manera notable, en el siglo XX, los rituales
simbólicos de la búsqueda del anillo se mantienen intactos en una de sus formas más
elementales entre las tribus nómadas de Laponia y Siberia. Antropólogos que han vivido
en este siglo entre los chamánicos lapones, han registrado con frecuencia la
representación ritual de la búsqueda del anillo.
En esta ceremonia el chamán o brujo de la tribu coloca un anillo de latón sobre el
parche de piel del tambor sagrado. Los dibujos y marcas de la piel del tambor son en
esencia un mapa cósmico de los mundos humano y espiritual. El chamán comienza a
cantar y a golpear levemente el borde de la piel con el martillo del tambor, haciendo que
el anillo se mueva y dance. La marcha del anillo es el viaje del alma humana. A medida
que el anillo se mueve alrededor del mapa cósmico, el chamán canta la historia del
peligroso viaje del alma por los mundos humano y espiritual.
El Anillo de Tolkien intenta unir al versado catedrático de Oxford que era J.R.R.
Tolkien y a ese salvaje chamán tribal en una única tradición que abarca más de cinco mil
años. J.R.R. Tolkien golpeando las teclas de su máquina de escribir, mientras el alma
peregrina del héroe hobbit se mueve y danza, no es diferente del chamán golpeando su
tambor. Ni el viaje del Anillo de Tolkien por el mapa de la Tierra Media es esencialmente
distinto del viaje del anillo del chamán por el mapa del tambor.
En El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien despertó algo profundo en la conciencia
humana por medio del lenguaje universal de unas imágenes míticas extraídas de la
temprana historia de la humanidad. Se convirtió así en el heredero de una antigua
tradición narrativa, empleando la lengua simbólica común del mito para crear el cuerpo
más grande de mitología inventada de toda la historia de la literatura.
Al rastrear las fuentes del Anillo de Tolkien, abrimos al lector el mundo de los mitos
y leyendas que inspiraron a Tolkien. La riqueza de esta herencia resulta evidente en sus
historias y sus vastas estructuras mitológicas. Tolkien se sentía profundamente atraído
por esta antigua sabiduría del alma humana, tal como se preserva en el mito y en la
leyenda.
«Me interesa la invención mitológica y el misterio de la creación literaria», escribió
Tolkien a un lector. «Desde pequeño sentí pesar por la pobreza de mi amado país: no
tenía historias propias de la calidad que yo buscaba, y que encontraba en leyendas de
otras tierras. Había historias griegas, celtas, romances, germánicas, escandinavas,
finesas; pero nada inglés, salvo un empobrecido material de libritos de versos».
Ésta era la ambición de la vida de Tolkien. Tan grande fue esta obsesión que se
podría afirmar que los indudables méritos literarios de su relato épico, El Señor de los
Anillos, eran para él de un interés secundario. Importante como es la novela, cualquier
análisis de la vida y obra de Tolkien hace que uno cobre conciencia de que su gran
pasión y máxima ambición estaban centradas en la creación de un sistema mitológico
completo para el pueblo inglés.

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«Tenía en mente crear un conjunto de leyendas más o menos conectadas, que
abarcara desde lo elevado y cosmogónico hasta el nivel de los cuentos de hadas
románticos… que yo pudiera dedicar sencillamente: a Inglaterra, a mi país».
La enormidad de esta empresa es asombrosa. Es como si Homero, antes de escribir
la Ilíada y la Odisea, hubiera tenido que inventar la totalidad de la mitología e historia
griegas. Lo que llegó a conseguir es realmente notable. En gran medida, en la
imaginación popular la mitología inventada de Tolkien ya se ha convertido en mitología
inglesa. Además, sin duda es el mundo inventado más complejo y detallado de toda la
literatura.
Para la clave del mundo de Tolkien no importa tanto dónde se encuentra sino
cuándo. «El escenario de mi relato es esta tierra, en la que vivimos ahora, pero el
período histórico es imaginario», escribió. «La acción de la historia se desarrolla en el
noroeste de la Tierra Media, equivalente en latitud a las líneas costeras de Europa y a la
costa norte del Mediterráneo».
Ese tiempo imaginario es un tiempo mítico, situado justo antes de las primeras
historias humanas escritas y del desarrollo de cualquier civilización. Comienza con la
creación del mundo conocido como Arda (la Tierra Media y las Tierras Imperecederas)
dentro de vastas esferas de aire y luz. Ese mundo está habitado por dioses paganos,
Elfos, Enanos, Ents, Orcos, Trolls, Dragones… y con el tiempo Hombres mortales.
Ya han pasado 37 000 años de la historia de ese mundo antes de que comiencen los
acontecimientos relacionados con El Señor de los Anillos. Después de la Guerra del
Anillo, transcurren muchos milenios antes de llegar «de modo final e inevitable a la
historia corriente».
En una nota al pie a una de sus cartas [Cartas, n.º 211], Tolkien calcula que nuestro
propio tiempo histórico precede en unos 6 000 años a la Tercera Edad, y que el siglo XX
sería parte de la Quinta o Sexta Edad según el sistema de cómputo de la Tierra Media.
Así como es posible estimar el tiempo de la creación del mundo de acuerdo con los
textos de la Biblia, podemos decir que el tiempo de la Guerra del Anillo de Tolkien se
sitúa entre el 4000 y 5000 a. C., mientras que la creación del mundo de Arda habría
ocurrido en el 41000 a. C.
Por supuesto, el mundo de Tolkien de Arda no nació en ninguna parte. Nació en
verdad de todo lo que era Tolkien: autor creativo, filólogo, historiador, folklorista,
mitógrafo, geógrafo, filósofo, artista. En una ocasión se escribió de Dante: «Casi toda la
erudición de la Edad Media se forjó y soldó en el calor blanco de una voluntad
indomable, hasta convertirse en la férrea estructura de la Divina Comedia». De manera
similar se puede decir de Tolkien que una compresión de todo lo que leyó, sabía, soñó y
creyó de la historia y cultura occidentales fue a parar a la creación del mundo de la
Tierra Media y las Tierras Imperecederas.
Para comprender el proceso creativo de la mente de Tolkien es interesante
examinar su ensayo Sobre los cuentos de hadas. Tolkien sugirió que el proceso por el
cual se creaban tradicionalmente los cuentos de hadas estaba bien explicado en la
metáfora doméstica de la preparación de la sopa: «Al hablar de la historia de las
narraciones y en particular de los cuentos de hadas, podemos decir que la Marmita de

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Sopa, el Caldero de los Relatos, siempre ha estado hirviendo, y que siempre se han ido
agregando nuevos trozos, exquisitos o desabridos».
Tolkien más bien nos previene contra el deseo de examinar los huesos en un intento
de determinar la naturaleza del buey que hervirá en la sopa. «Probablemente, la historia
de los cuentos de hadas sea más compleja que la evolución de la raza humana, y tan
compleja como la historia del lenguaje».
Nos advierte que «no es posible desenmarañar la intrincada madeja del Cuento,
salvo de la de los elfos». Ciertamente la receta para la Marmita de Tolkien era muy, muy
compleja. Los huesos y condimentos, exquisitos o desabridos, fueron extraídos de un
vasto abanico de historias, mitos, cuentos, folklore, sagas. A esto se le añadió el
ingrediente mágico de la invención pura.
El Anillo de Tolkien no es un intento de examinar El Señor de los Anillos página a
página, imagen a imagen. Intentará sobre todo ser una investigación de ese rico
conjunto literario, el mito y la historia, que inspiró a Tolkien en la creación de su novela
épica. Éstos son mitos y leyendas con los que el profesor Tolkien estaba íntimamente
familiarizado; a menudo lo desesperaba el hecho de que sólo unos pocos lectores del
siglo XX conocían vagamente esas historias.
Uno de los principales vehículos de Tolkien para la invención literaria era el
filológico. Por encima de todas las cosas se consideraba un filólogo. «Comencé con el
lenguaje, y me encontré involucrado en inventar leyendas del mismo talante», escribió
una vez. Fue el mismo lenguaje el que le sugirió un mundo, y no al revés.
Una de las declaraciones más famosas de Tolkien surgió como respuesta a la
pregunta de dónde procedían los Hobbits [Cartas, n.º 163]. «Todo lo que recuerdo del
comienzo de El Hobbit es estar sentado corrigiendo ensayos de promoción en el
imperecedero cansancio de la tarea anual que se nos impone sin paga en las academias.
En una hoja en blanco garrapateé: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”».
Después de eso, convirtió su tarea en explicarse a sí mismo qué era un hobbit y qué
estaba haciendo en ese agujero. Aparte de los Hobbits, Tolkien creó otras razas y
criaturas de nombres inventados por él, como: Balrogs, Uruks, Nazgûl. Sin embargo, y
más comúnmente, tomó palabras de fragmentos de mitologías y viejas leyendas. A
menudo eligió palabras antiguas que poco o nada le sugerían al lector medio. En su
mente inventiva los vocablos oscuros como orco, ent, se convirtieron en creaciones
asombrosas y originales. En otras ocasiones, tomó palabras tópicas del mito y los
cuentos de hadas, como elfo, enano, mago, que vigorosamente reinventó. A todas les dio
una vida vibrante y un vasto y recién creado mundo donde pudieran vivir y respirar.
El esfuerzo creativo de Tolkien se centró en el concepto de que la Tierra Media iba a
ser un mundo de arquetipos del que descendía el inconsciente racial de la nación
inglesa. Todo lo que somos y sabemos ha ocurrido de forma arquetípica en la titánica
batalla entre las fuerzas definitivas del bien y del mal en esta antigua y mítica edad de
nuestra especie.
A lo largo de sus ficciones, Tolkien emplea un artificio literario: la invención de una
especie de «prototipo de historia», que se nos anima a aceptar como «acontecimiento
verdadero» y que, de manera razonable, explicaría los posteriores y bien conocidos
relatos y leyendas de muchas naciones.

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La creación y hundimiento del poderoso reino de Númenor fue un intento
deliberado de escribir la «verdadera historia» que hay detrás del mito de la Atlántida.
En El Señor de los Anillos, en el beso del Príncipe Aragorn que despierta a la durmiente
princesa Éowyn se quiere que veamos el «origen» del cuento de hadas La Bella
Durmiente. A menudo aparecen prototipos de una u otra clase: Glaurung el dorado es el
«padre de dragones»; Durin el Inmortal es uno de los «Siete Padres de los Enanos».
Tolkien incluso nos da la «historia verdadera» que hay detrás de ese tópico común, «La
Grieta del Destino», convirtiéndolo en un lugar «real» y aterrador.
En última instancia se pretende que el Anillo de Tolkien sea el anillo arquetípico en
el que estaban basados todos los otros ciclos de búsqueda del anillo. La verdad, desde
luego, es todo lo contrario, aunque el Anillo de Tolkien aporta su contribución única a
esa antigua tradición.
Con esto no pretendo sugerir que Tolkien, sencillamente, saca figuras de los mitos y
las leyendas. La imaginación creativa es algo complejo. Para mostrar un poco del
proceso creativo de la mente de Tolkien podríamos examinar un motivo menor que no
está relacionado con la tradición de la búsqueda del anillo y que demuestra cómo el
material en bruto se transforma en ficción creativa.
Tomemos como ejemplo una sola fuente con la que la mayoría de los lectores estará
familiarizada: Macbeth de William Shakespeare. Poca duda puede haber de que esta
obra fue una fuente menor para ciertos aspectos de la novela de Tolkien. Curiosamente,
se trató de una fuente de «inspiración negativa». Esto se debió a que a Tolkien le
desagradaba profundamente la obra, aunque estaba fascinado con la trama histórica y
mítica de Macbeth.
En verdad, da la impresión de que Tolkien más bien disfrutó dando voz a la extrema
herejía inglesa de odiar profundamente a Shakespeare. Incluso llegó más lejos y llegó a
descartar el drama como forma literaria. En el ensayo Sobre los cuentos de hadas,
Tolkien llegó a la conclusión de que el drama es hostil a la tan amada «fantasía» porque,
en sí mismo, es una especie de fantasía falsa, y afirmó que más que cualquier otra forma
de literatura, la fantasía necesita para sobrevivir una «suspensión voluntaria de la
duda». En la fantasía dramatizada (como la escena de las brujas en Macbeth), Tolkien
descubrió que «la duda no tanto tenía que ser suspendida como colgada, destripada y
descuartizada».
No obstante, el peculiar desagrado de Tolkien por Shakespeare y Macbeth, resultó
ser muy productivo, especialmente en relación con los episodios de El Señor de los
Anillos que conciernen a los Ents. Aunque típicamente, el origen de los Ents surgió de
una fuente filológica, la poderosa «Marcha de los Ents» estuvo motivada por
Shakespeare.
Al explicar el origen de sus Rebaños de Arboles, los Ents, Tolkien escribió [Cartas, n.º
163]: «Diría que los Ents se componen de filología, literatura y vida. Deben su nombre a
los eald enta geweorc de los anglosajones». No obstante, aparte de que «ent» sea un
simple nombre anglosajón para «gigante», la verdadera inspiración fue el intento de
Tolkien de escribir el prototipo del mito que se ocultaba detrás de un débil relato de
Shakespeare.

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«Esta parte de la historia es consecuencia, creo, de la amarga desilusión y disgusto
que tuve en mis días escolares ante la utilización poco eficaz que hace Shakespeare de la
llegada del “Gran Bosque de Birnam a la alta colina de Dunsinane”: deseaba inventar un
medio en el que los árboles pudieran realmente marchar a la guerra». Y así, en la
marcha épica de los Ents sobre el reino de Saruman de la Mano Blanca, nos da la
«verdadera historia» que hay detrás de la profecía en Macbeth, Tolkien nos dice, de
nuevo en Sobre los cuentos de hadas: «En realidad, Macbeth es la obra de teatro de un
autor que, por lo menos en esta ocasión, debería haber escrito una narración, si hubiese
tenido la habilidad y la paciencia para hacerlo». Como Shakespeare ya no estaba
disponible para aceptar el consejo, Tolkien decidió llevar a cabo él mismo la tarea.
En este esfuerzo, Tolkien fue más allá del motivo de la marcha del bosque,
desafiando el retrato que hace Shakespeare del mismo Macbeth. La intención del
maligno Señor de los Espectros del Anillo de Tolkien —el Rey Brujo de Morgul—, que le
vendió su alma mortal a Sauron por un anillo de poder y un presunto dominio terrenal,
es la de darnos la ilusión de ser el grandioso y antiguo «arquetipo» de la historia de
Macbeth: un rey poseído, de alma perdida y maldita.
Para que nadie pueda malinterpretar la comparación, o el desafío de Tolkien a
Shakespeare, la vida del Rey Brujo está protegida por una profecía que es casi idéntica a
la última que guarda a Macbeth. El Rey Brujo de Tolkien está «protegido por la profecía
de que no puede ser muerto por la mano del hombre»; mientras que el también
engañado Macbeth «no puede ser muerto por hombre nacido de mujer».
Una vez más, el desafío de Tolkien a Shakespeare es en gran medida un
cumplimiento bastante débil de la profecía. En términos de trama convincente, ha de
reconocerse que la muerte del Rey Brujo a manos de una mujer disfrazada de guerrero,
con un hobbit de cómplice, es una respuesta mucho mejor al acertijo fatal que el
pretexto, digno de un abogado, que emplea Shakespeare como explicación de que
alguien que vino al mundo por cesárea, estrictamente hablando, no ha «nacido de
mujer».
El aspecto más importante de toda esta esgrima literaria en realidad no es si Tolkien
llegó a triunfar en su desafío a Shakespeare, o a cualquier otro. Ni tampoco importa
mucho si los lectores de El Señor de los Anillos registraron esta alusión. El resultado fue
que la mente de Tolkien se vio impulsada a crear personajes y acontecimientos
originales, que resuenan con una profundidad y poder que heredan de una fuente más
antigua.
Ésta fue una de las características más profundas del genio de Tolkien como autor.
Combinó la inventiva y una habilidad natural de narrador con el talento del hombre de
letras, capaz de extraer material del hondo manantial del mito, la leyenda, la literatura y
la historia. Dio vida a tradiciones antiguas que de otro modo muchos millones de
lectores modernos no hubieran conocido nunca.
Examinaremos en esta obra un vasto conjunto de mitos y leyendas en busca de las
fuentes empleadas por Tolkien. Indagaremos en otros anillos y búsquedas, y veremos
dónde cobraron existencia muchos de los elementos de El Señor de los Anillos. No
obstante, jamás deberíamos confundir el proceso creativo de Tolkien con una mera
adición de remiendos del saber antiguo. A pesar de que la escritura de Tolkien es más

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rica y profunda que la tradición antigua en la que se inspira, su arte no es nunca una
mera imitación. El Señor de los Anillos es una novela muy lograda y originalmente
concebida que ha renovado, vigorizado, y por último ha reinventado, la búsqueda del
anillo para el siglo XX.

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CAPÍTULO II
Las guerras de los anillos

J .R.R. Tolkien, al escribir El Señor de los Anillos, no inventó la idea de un rey brujo que
gobierna mediante el poder sobrenatural de un anillo. Como veremos, es una tradición
mítica y legendaria que se remonta, por lo menos, hasta los tiempos bíblicos y la historia
del «anillo del Rey Salomón». El Señor de los Anillos recurre a una antigua creencia en el
poder de los anillos que ha acompañado a la especie humana desde los albores de la
historia. Tanto que —en Europa en particular— gran parte de su mitología está basada
en la búsqueda del anillo. Además, esta creencia en los anillos sobrenaturales no estuvo
restringida a las leyendas y los cuentos de hadas; es una parte importante de la historia
real.
Incluso el concepto central de J.R.R. Tolkien de una «Guerra del Anillo» tiene un
notable precedente histórico. La noción de que un imperio puede llegar a arruinarse a
causa de una guerra provocada por un anillo puede parecer un evento histórico
improbable, pero Tolkien contaba con la autoridad del antiguo erudito Plinio para quien
una disputa por un anillo fue la causa directa de la caída de la República de Roma. Plinio
escribió que hubo una pelea por la tenencia de un anillo entre el famoso demagogo
Druso y el jefe del senado, Caepio. La disputa condujo directamente a una lucha
encarnizada y al estallido de la guerra civil que tuvo como resultado el colapso y la ruina
de la República de Roma.

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Otra tradición histórica atribuye directamente a un anillo la caída del otrora
poderoso imperio marítimo de la República de Venecia. En sus días de gloria, Venecia
gobernaba el Mediterráneo por medio de sus barcos. Para celebrar este poder marítimo,
un día al año el Duque de Venecia salía al mar Adriático con gran pompa y ceremonia, y
festejaba el «matrimonio» de Venecia como la «prometida del mar», arrojando un anillo
de oro a las profundas aguas azules del Adriático. Varios meses después de una de estas
ceremonias, el Duque dio una cena en la que se sirvió un gran pescado. Cuando pusieron
el pescado en el plato del Duque, se descubrió dentro el fatal anillo de oro. El retorno del
anillo de bodas significaba, se dijo, que el mar rechazaba a Venecia como novia y una
premonición de desastre para la República. Los acontecimientos confirmaron pronto
esta profecía. Ese mismo año marcó el revés de la fortuna de Venecia en sus batallas en
el mar, y poco después tuvo lugar el colapso del imperio de la República.
La dactilomancia, o el uso de los anillos para la adivinación y la magia, se ha
practicado seriamente a lo largo de la historia. Esta creencia en el poder de los anillos
no era cuestión de invención literaria, sino una parte de la vida de todos los días. Hay
miles de ejemplos de esta práctica. Vale la pena examinar en detalle unos pocos y
notables casos.

Holanda, 1548

En el año 1548 en Arnhem, en lo que entonces era Gelderland, uno de los ciudadanos
más respetados de la ciudad fue llevado ante el Canciller acusado de sortilegio o
hechicería. Este hombre tenía fama de ser el hombre más instruido y el más excelente
médico de la región, y de conocer remedios para todo tipo de aflicciones y
enfermedades. Pero su sabiduría no se limitaba a la medicina. Estaba siempre «al tanto
de nuevas y acontecimientos, extranjeros y nacionales».
Los acusadores declararon que el médico obtenía sus poderes de un anillo que
llevaba en la mano. Los testigos afirmaron que el doctor —que posteriormente fue
conocido como el Hechicero de Courtray— lo consultaba constantemente. Se declaró
que había un demonio cautivo dentro del anillo, y que el médico se veía obligado a
hablar con él todos los días.
A pesar de la decidida renuencia del Canciller a emitir un juicio sobre un ciudadano
tan eminente, encontró que las pruebas eran abrumadoras y no le quedó otra elección
que declararlo culpable. El médico fue proscrito de inmediato por hechicería y
sentenciado a muerte. Curiosamente, parece que se dio más importancia al destino del
anillo que al del mago.
El Canciller ordenó que después de la ejecución del médico, había que sacar el anillo
de la mano. Para que todos pudieran ser testigos de su destrucción, había que llevarlo
de inmediato al mercado público. A la vista de todos los ciudadanos de Arnhem, el anillo
demoníaco fue colocado sobre un yunque y se empleó un martillo de hierro para
convertirlo en inútiles fragmentos.

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Inglaterra, 1376

En el Chronicon Anglais de San Albans en el año 1376 aparece registrado el


extraordinario juicio de Alice Perrers de Anglia, una amante de Eduardo III, Rey de
Inglaterra. Alice Perrers no era «una mujer voluptuosa ni hermosa pero de lengua
suave» a la que el Parlamento acusó de haber encantado al Rey por medio de anillos
mágicos.
A través del poder de estos anillos, se afirmó, Alice Perrers había alejado a Eduardo
de su Reina, lo había involucrado en ilícitos furores sexuales y dominaba sus opiniones
en la corte. En el juicio se reveló que el maestro de Alice era un mago, que tenía consigo
efigies de Alice y del Rey. Se declaró que este hombre empleaba hierbas y hechizos
ideados por el gran mago egipcio Nectanabus, y que había utilizado anillos como los que
solía fabricar Moisés, anillos de olvido y memoria, de modo que el Rey fuera incapaz de
actuar sin consultar sus falsas predicciones.
Debido a la intervención del Rey no fue posible que la fuerza plena y fatal de la ley
cayera sobre la acusada. Sin embargo, Alice Perrers fue desterrada para siempre de la
corte y de la sociedad de los nobles.

Bizancio, 370

En el año 370 durante el reinado del Emperador romano Valente, un poderoso grupo de
aristócratas temió que el monarca no fuera suficientemente fuerte ni sabio como para
mantenerse mucho tiempo en el poder. Preocupados por su propio destino y el del
Imperio, los aristócratas consultaron en secreto a un oráculo.
El oráculo practicaba la dactilomancia, o «adivinación por el anillo». Esta forma de
profecía exigía que se dibujara un círculo en el suelo del templo. En la circunferencia del
círculo estaban inscritas las letras del alfabeto, y desde el techo colgaba una larga
cuerda con un anillo de oro justo encima del centro del círculo.
Cuando al oráculo se le planteó la pregunta: «¿Quién debería suceder al emperador
Valente en el trono?», lenta pero decididamente el anillo de oro fue de letra a letra
deletreando: «T-E-O-D».
Todos los que fueron testigos del oráculo creyeron que eso sólo podía significar
Teodoro, un hombre de linaje noble, eminentes condiciones y mucha popularidad. Sin
embargo, entre el grupo de aristócratas había un espía leal a Valente. Cuando éste se
enteró de lo que había revelado el oráculo, concluyó que Teodoro sólo podía subir al
poder por medio de una conspiración. Aunque no había evidencias de que Teodoro
intentara tramar contra él, el Emperador Valente ordenó que lo ejecutaran de
inmediato.
Gibbon, el gran historiador británico, habla de la peculiar ironía de esta profecía,
bien documentada en su monumental Historia de la decadencia y ruina del Imperio
Romano. Pues en el año 378 las salvajes tribus visigodas se habían rebelado
abiertamente contra el gobierno imperial. Los ejércitos bárbaros habían cruzado el
Danubio y amenazaban con marchar sobre Roma. El ejército imperial opuso una

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valiente y sangrienta resistencia en Adrianópolis, pero superado en número y mal
dirigido, fue derrotado por los visigodos y el Emperador Valente resultó muerto.
De la confusión que siguió a la conquista, un despiadado general subió al poder entre
las legiones españolas del oeste. El nombre de este hombre era T-E-O-D-osio. Fiel a la
profecía del anillo, este desconocido señor de la guerra dominó el Imperio. Fue
coronado en Constantinopla y se convirtió en el Emperador Teodosio el Grande.
Más allá de los vivos testimonios aportados aquí, hay otros miles a lo largo de la
historia y que son pruebas convincentes de la extendida creencia en el poder de los
anillos. En el siglo XIX, sir Walter Scott escribió en Demonología y brujería que conocía a
muchos individuos que decían ser capaces de obligar a los espíritus a entrar en un
anillo… y exigir de estos espíritus prisioneros que respondieran a ciertas preguntas.
Testimonios escritos válidos eran frecuentes en particular en la Europa medieval. En
1431, uno de los graves cargos contra Juana de Arco fue el de usar anillos mágicos para
hechizar y curar. Otro bien documentado caso medieval fue el de Jerónimo, el Canciller
de Mediolanum, cuya ruina y perdición se debió a la falsa sabiduría de un anillo
profético que le «hablaba». Otro notable caso fue registrado por un tal Joaliun de
Cambray en 1545; un joven se había convertido en esclavo de un anillo de cristal en el
que podía ver todo lo que los demonios de su interior le demandaban. El maligno anillo
de cristal «con el tiempo fue destrozado por su poseedor, a causa de los grandes
tormentos a que el diablo lo sometía».
Uno de los más vividos hechos históricos a propósito de la creencia en los poderes
del anillo ocurrió en Venecia en el siglo XV. El incidente fue nada menos que una
completa batalla faustiana por el alma de un hombre, y recuerda las numerosas luchas
que Gandalf tuvo que soportar mientras era testigo de cómo el Anillo Único esclavizaba
y corrompía a otros, e incluso amenazaba su propia alma.
El caso veneciano fue el de un artista y escultor de talento llamado Pythonickes, de
quien se decía que era dueño de un anillo encantado. Los espíritus de este anillo
parecían seres mágicos y sabios, y Pythonickes creía que gracias a ellos había ganado
fama como artista. Sin embargo, con el tiempo, Pythonickes comenzó a temer por su
alma inmortal y deseó verse libre de cualquier demanda que pudiera hacerle el anillo.
Sin saber si él mismo sería capaz de deshacerse del anillo, le confesó su posesión a un
fraile predicador, a quien tenía por hombre bueno y prudente.
Le suplicó al fraile que escuchara las sutiles palabras de los espíritus del anillo, para
determinar si eran malos o buenos, pero el fraile se negó de plano. Le ordenó a
Pythonickes que destruyera de inmediato el anillo, pero el artista estaba ya demasiado
subyugado y era incapaz de rebelarse.
Peor aún, tan pronto como el fraile emitió esa orden, se dice que un grito doliente y
terrible salió del anillo. Los espíritus malignos ofrecieron al fraile todo tipo de sabiduría
y fama, y éste advirtió entonces que su propia alma estaba en peligro si no actuaba de
inmediato. «El sacerdote, colérico, tomó un gran martillo y convirtió el anillo casi en
polvo».

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¿Qué es todo esto en realidad? ¿Una gran histeria sobre demonios y brujería? Tal vez,
pero ¿por qué aparece constantemente la imagen del anillo? Y ¿por qué esta idea de
anillos parlantes y proféticos?
En el Anglo-Saxon Exeter Book —que fue compilado y escrito alrededor del año 1000
d. C.— hay una declaración críptica o acertijo no resuelto sobre un anillo: «He oído
hablar de un brillante anillo que intercedía ante los hombres, aunque no gritaba con voz
sonora y palabras fuertes. El tesoro hablaba ante los hombres, aunque siempre en paz.
Ojalá los hombres comprendieran el habla misteriosa del oro rojo, la lengua mágica».
En parte, el Exeter Book quizá se refiera a los oráculos que usaban anillos mucho
antes de la venida de Cristo. Como vimos en el caso del predestinado Emperador
bizantino Valente, la dactilomancia o «adivinación por el anillo» era comúnmente
empleada en la antigüedad. No obstante, el caso de la profecía de Valente era sólo un
modo de permitir que un anillo «hablase». En otros casos se empleaba el agua, y tal
como lo describió el erudito latino Peucero, parecía un método bastante fiable de
detección de mentiras: «Se llenaba un cuenco con agua, y un anillo que colgaba del dedo
se balanceaba sobre el cuenco, y así, según la pregunta planteada, se obtenía una
declaración, o confirmación, de su falacia o verdad. Si lo que se proponía era cierto, el
anillo, espontáneamente, sin ningún impulso exterior, golpeaba los lados del cuenco un
cierto número de veces».
Es evidente que el antiguo romano Numa Pompilio usó este método de adivinación;
mientras que Execetus, el tirano de los focences, interpretaba en cambio los sonidos
emitidos por el choque de dos anillos grandes. Y había otros practicantes que arrojaban
anillos o piedras a estanques de agua y leían los «anillos» a medida que se formaban en
la superficie. (Esta forma de adivinación no es muy distinta de aquella de las imágenes
proféticas que aparecieron en los anillos acuosos del «Espejo de Galadriel», que la Reina
elfa dominaba por medio del poder de un anillo, Narya).
No obstante, a pesar de lo curiosa y entretenida que pueda ser la dactilomancia, no
me parece una respuesta satisfactoria para el acertijo del Exeter sobre la «lengua
mágica» del anillo. No creo que el médico de Arnhem fuera quemado, ni Alice Perrers
desterrada, ni Teodoro empalado por practicar la «Ouija» con anillos.
¿Cuál era la respuesta al acertijo de la «lengua mágica» del anillo? ¿Había una
tradición basada en el símbolo del anillo paralela a la tradición del símbolo de la cruz?
¿Es posible rastrear esa tradición y entender dónde, por qué y cómo se mantuvo intacta
a lo largo de siglos de represión?
El anillo era en verdad el símbolo primordial de una tradición que según la Iglesia se
oponía a las doctrinas ortodoxas del cristianismo. Para comprenderlo hay que examinar
el culto mismo de la brujería. En el libro de Murry, El culto de las brujas en Europa
occidental, el autor llega a la conclusión de que el así llamado «culto de la brujería» no
fue del todo una invención de las iglesias.
«La única explicación del inmenso número de brujas que fueron legalmente
enjuiciadas y condenadas a muerte en la Europa occidental es que estamos tratando con
una religión, diseminada por todo el continente, y que contaba con miembros entre
todos los estratos de la sociedad, desde el más alto al más bajo». Murry identifica esta

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«religión» como los restos de primitivos cultos paganos que sobreviven en diversos
estados de imperfección por toda Europa.
Que ciertos aspectos de las religiones paganas sobrevivieran a la conversión
cristiana es una suposición razonable. De hecho, una táctica común para la conversión
pagana era la absorción de aspectos paganos de adoración y su integración en el
evangelio de la Iglesia. Sin embargo, en otras ocasiones los padres cristianos veían que
si disponían de suficiente poder les era más fácil aplastar cualquier práctica pagana que
se considerara una amenaza a las doctrinas ortodoxas cristianas.
Si estas creencias paganas tuvieran que representarse por una única imagen, así
como el cristianismo está representado por la cruz, no cabe duda de que esa imagen
sería el anillo. Como veremos en esta obra, el anillo era el símbolo dominante de todas
las tribus bárbaras y paganas de Europa. En especial era un símbolo dominante en la
cultura del guerrero vikingo que fue el mayor azote de la Europa cristiana al final del
primer milenio.
Por encima de todos los demás, el dios mago y tuerto de los vikingos, Odín, era «el
dios del anillo». (Fue la principal fuente de inspiración de Tolkien para el mago «Sauron,
el Señor de los Anillos»). Así como la cruz era el símbolo de la adoración de Cristo, el
anillo simbolizaba la adoración de Odín. Después de la caída de la autoridad romana, los
asentamientos, las iglesias y los monasterios europeos cristianos soportaron siglos de
implacable terror vikingo. No es raro que la Iglesia viera en el símbolo del anillo la
mayor amenaza para la autoridad de la cruz.
El problema es algo más complejo, desde luego. El anillo era un símbolo de autoridad
mucho más antiguo que el cristianismo; y la misma Iglesia lo adaptó de muchas
maneras. El Papa lleva un anillo como símbolo de posición y cargo, al igual que el resto
de los ministros de la Iglesia. Los matrimonios cristianos entran en vigor por lo que
venía a ser la costumbre pagana de pronunciar un juramento sobre un anillo. Las
monjas se «casan» con Cristo con un anillo de oro; y en la cruz celta la imagen del anillo
y de la cruz están unidas, y se la considera una imagen adecuada de adoración en las
iglesias cristianas.
La cuestión era saber de qué dependía el poder de un anillo determinado. La figura
del temprano vikingo cristianizado, el Rey Olaf, es la de un verdadero misionero de
sangre y trueno que creía saber dónde residía el poder de un anillo en particular.
Cuando las islas Feroe fueron convertidas por Olaf, el heroico jefe feroés Sígmund
Brestesson aceptó el cristianismo como la nueva fe. Sin embargo, Olaf se enteró de que
Sígmund tenía guardado un anillo de oro que sacara de los templos paganos. Enterado
de las implicaciones simbólicas del acto de Sígmund, el Rey Olaf exigió que entregaran el
anillo a la Iglesia. Las virtudes cristianas más mansas no eran aún manifiestas en el Rey
Olaf. Cuando Sígmund se negó a entregar el anillo, Olaf hizo que lo asesinaran mientras
dormía.
El anillo era también el símbolo de los alquimistas. El anillo del alquimista —con la
forma de una serpiente que se muerde la cola— representaba una búsqueda de
conocimiento prohibida por la Iglesia. A menudo los alquimistas eran ejecutados como
hechiceros o brujos. Las prácticas de estos alquimistas estaban muchas veces asociadas

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con anillos. El uso o arte real o imaginario de esos «anillos de poder» era un mal que
debía ser erradicado.
El francés medieval Le Layer, en su curioso estudio Des Spectres, escribió sobre el
comercio y el supuesto uso de tales anillos:

Con respecto a los demonios que aprisionan en anillos, o encantamientos, los


magos de la escuela de Salamanca y Toledo, y su maestro Picatrix, junto con
aquellos de Italia que traficaron con este tipo de saber, no eran tan tontos como
para decir si se les habían aparecido a aquellos que los tenían o los habían
comprado. Y en verdad no puedo hablar sin horror de los que fingen tan vulgar
familiaridad con ellos, incluso para hablar de la naturaleza de cada demonio en
particular encerrado en un anillo, bien sea un espíritu mercurial, jovial,
saturnino, marcial o afrodisíaco; en qué forma acostumbra aparecer cuando se lo
llama; cuántas veces durante la noche despierta a su poseedor; si es de
disposición benigna o cruel; si puede ser transferido a otro; y si es capaz de
alterar el temperamento natural, transformando a hombres de complexión
saturnina en hombres de complexión jovial, o a los joviales en saturninos, y así
sucesivamente.

A causa de la constante persecución de que eran objeto, los alquimistas disfrazaron


sus estudios y transcribieron sus experimentos y fórmulas en registros codificados. El
principal historiador moderno de las religiones, Mirca Eliade, llegó a la conclusión de
que los estudios alquimistas se transmitían místicamente, así como la poesía utiliza
fábulas y parábolas. Sobre la alquimia, Eliade escribió: «Aquí estamos tratando con un
LENGUAJE SECRETO como el que encontramos entre los chamanes y las sociedades
secretas y entre los místicos de las religiones tradicionales».
Este «lenguaje secreto» recuerda la «lengua mágica» del Exeter Book. Es probable
que estemos tratando con el mismo tipo de comunicación críptica. La «lengua mágica»
del anillo y el «lenguaje secreto» de la alquimia son lo mismo. El predominio del símbolo
del anillo en las religiones paganas —y en todas las culturas chamanísticas que utilizan
metales— está relacionado con los orígenes alquimistas del anillo.
El secreto del anillo radica en su fabricación. Para hacer un anillo se ha de saber
cómo refinar y forjar el metal. El «lenguaje secreto» del alquimista simbolizado por el
anillo era su conocimiento de la metalurgia. En última instancia, ésta se ocupa del
secreto de la fundición y la forja del hierro.
La fundición del hierro sólo se descubrió una vez en la historia humana. Se cree que
ocurrió alrededor del 1000 a. C. en la región de las montañas del Cáucaso. Fue el secreto
atómico de la época. Un secreto celosamente guardado: dónde se extraía el mineral,
cómo se extraía el metal, cómo se forjaba en armas y herramientas.
Aquellos que conocían el secreto conquistaban y a menudo exterminaban a los que
lo sabían. La Edad de Hierro transformó naciones de pastores timoratos en feroces
guerreros capaces de catastróficas hazañas de destrucción contra los otrora poderosos
y ahora subyugados vecinos. El héroe que ganaba el «anillo» del alquimista, conociendo
el secreto de la fundición del hierro, salvaba literalmente a su nación.

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Las artes del herrero y las ciencias ocultas son técnicas que se superponen y que
pasan de mano en mano como secretos del oficio junto con los ritos y rituales. Los
misterios de los ritos de iniciación y el lenguaje secreto de los rituales se transformaron
en los símbolos de los cuentos míticos.
Robert Graves, el poeta y estudioso de mitos, nos da un excelente ejemplo de cómo
se descifra el «lenguaje secreto» del mito. Según Graves, los cíclopes, esos gigantes de un
solo ojo en la mitología griega, eran las contrapartes de los enanos teutónicos. Como los
Enanos, eran una raza de herreros que vivían bajo las montañas y forjaban armas
maravillosas.

Los cíclopes parecen haber sido una cofradía que trabajaba el bronce. Cíclope
significaba «ojo de anillo» (no «ojo único») y es probable que llevaran tatuados
en la frente unos anillos concéntricos, como los tracios que continuaron
tatuándose hasta los tiempos clásicos. Los anillos concéntricos son parte de los
misterios del arte de la forja. Los cíclopes tenían un solo ojo así como los
herreros a menudo se cubren un ojo con un parche como protección contra las
chispas voladoras. Más tarde se olvidó lo que eran y se transformaron en seres
imaginarios.

Muchos eruditos, desde J. G. Frazer en La Rama Dorada hasta Jessie Weston en Del
Rito al Romance han demostrado cómo los rituales y ritos de fertilidad conectados con
la agricultura se han manifestado una y otra vez en el lenguaje de la mitología. En
cambio se reconoce menos el impacto de los rituales y ritos de la metalurgia en los
mitos mismos.
Sin embargo, no son tanto las técnicas de la metalurgia lo que aparece en estos
mitos, sino sobre todo los ritos secretos de iniciación y los ritos espirituales celebrados
dentro de la cofradía que se transformaron en símbolos míticos. El lenguaje simbólico
de la búsqueda del anillo, en su sentido más profundo, está relacionado con las
consecuencias «espirituales» de las Edades del Bronce y del Hierro, que cambiaron para
siempre la condición humana y la percepción del mundo.
Mirca Eliade subraya este punto: «Antes de cambiar la faz del mundo, la Edad del
Hierro engendró numerosos mitos y símbolos que han reverberado a través de la
historia espiritual de la humanidad».
Si uno examina los mitos de la búsqueda del anillo en diversas culturas, advierte
enseguida que hay ciertas constantes: el mago, el herrero, la espada, el enano, la
doncella, el tesoro y el dragón. Todos están relacionados en un principio con los ritos y
procesos de la metalurgia, y más tarde, con el simbólico «lenguaje secreto» de los
alquimistas del anillo.
En El Señor de los Anillos están todos los elementos de la búsqueda del anillo, y no
obstante, algo que es completamente original en La Guerra del Anillo.

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CAPÍTULO III
La mitología nórdica

N ingún pueblo en la historia estuvo tan obsesionado con el poder del anillo como los
vikingos. El anillo significaba riqueza, honores, fama y destino para esta gente
guerrera. Bajo su signo cartografiaron mares desconocidos, libraron guerras bárbaras,
sacrificaron hombres y bestias, juraron su fe, hicieron con él grandes regalos, y
finalmente murieron por él. Los dioses eran señores del anillo de los cielos, y los reyes,
señores del anillo de la tierra.
El mascarón de proa de los barcos era un anillo: sujeto entre los dientes de un
dragón o tallado como escamas de una serpiente. Abrió por primera vez los horizontes
grises del mar del Norte y la bahía de Dublín; señaló el camino a España, Italia, Tánger y
Bizancio a lo ancho del azul Mediterráneo, y atravesó los mares helados del Atlántico
Norte y los bancos de niebla de América. Los barcos con anillos en la proa eran presagio
de fuego, muerte y destrucción.
Ningún rey o conde terrenal conservaba mucho tiempo el poder si no era «dador de
anillos». Pues con estos regalos de riqueza y honores, el guerrero esperaba ser
recompensado por su fidelidad. Del oro saqueado el herrero forjaría anillos para los
dedos, macizos brazaletes y grandes collares de oro entrelazado. Todos eran símbolos
de nobleza, bienes y fama, y a menudo se podía juzgar con exactitud el poder de un
reino por el «tesoro en anillos» del rey.

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En los mitos vikingos de búsqueda del anillo encontramos una de las fuentes de
inspiración de Tolkien para El Señor de los Anillos. Aunque el símbolo del anillo era
también predominante en muchas otras culturas antiguas, fueron los nórdicos los que
desarrollaron el mito de la búsqueda hasta que llegó a ser el corazón mismo de su
identidad cultural. Prácticamente todas las historias de búsqueda del anillo que vinieron
después en los mitos y la ficción tienen una gran deuda con los mitos nórdicos. El Señor
de los Anillos de Tolkien, aunque asombroso por su innovación y originalidad, no es una
excepción.
Entre los vikingos, el anillo de oro era una forma de valor corriente, un don
honorífico, y a veces una herencia de héroes y reyes. (Un anillo semejante pertenece a la
Casa Real sueca, el llamado Sviagriss de los reyes suecos). En otras ocasiones, cuando
caían los grandes héroes o reyes, y se consideraba que ningún otro era merecedor del
anillo, éste era enterrado con su dueño.
En el túmulo o en la caverna, en el mar o en la tumba, sobre una barca fúnebre
hundida en el mar, los anillos dormían con sus señores. Más tarde se contaron historias
de maldiciones de muertos y guardianes sobrenaturales. En los mitos nórdicos y en los
cuentos de Tolkien, los guardianes de los tesoros y de los anillos tienen distintas formas:
espíritus malditos, serpientes, dragones, gigantes, enanos, tumularios y monstruos
demoníacos.
Los anillos de la mitología nórdica —como los de Tolkien— por lo general eran
anillos mágicos forjados por los elfos. Estos anillos de oro eran insignias tanto de poder
como de fama eterna. También eran símbolos del poder más alto: el destino, el ciclo de
la predestinación.
En verdad, el Domhring —el Anillo del Destino—, el anillo de piedras monolíticas
que se erguía ante el Templo de Tor, era quizá el símbolo más temido de la violenta ley
de los vikingos. (En Tolkien, un «Anillo del Destino» se yergue fuera de las puertas de
Valimar, la ciudad de los dioses). En el centro de este anillo de piedras estaba el pilar del
Dios del Trueno, el Thorstein. En el siglo IX, el Rey irlandés Maelgula Mac Dungail fue
hecho prisionero en el enclave vikingo de Dublín. Se lo llevó al Anillo del Destino y se le
rompió la espalda sobre Thorstein. Sobre otro anillo igual en Islandia, en el siglo XII
cristiano, un escriba apuntó que aún se podían ver manchas de sangre en la piedra
central.
Sin embargo, el templo sostenido por grandes pilares del Dios del Trueno, feroz y de
barba roja, albergaba otro anillo muy distinto —para la sociedad nórdica— e
infinitamente más importante. El arma de Tor era el rayo, el martillo llamado Mjöllnir,
«el triturador», pero el don más preciado de Tor era el anillo del altar que se guardaba
en su templo: el Anillo del Juramento de Tor, el emblema de la buena fe y los tratos
justos.
Sobre el altar sagrado había un cuenco de plata, una varilla de unción y el mismo
Anillo del Juramento. Bien fuera de oro o de plata, pesaba quizá más de veinte onzas. La
estatua de Tor, montado en un carro tirado por cabras, dominaba el santuario mientras
alrededor del altar se agrupaban las doce figuras de los dioses hermanos, los ojos
clavados en el Anillo.

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Cuando se iba a tomar un juramento, se sacrificaba un buey, y se rociaba el Anillo
con la «hlaut», la sangre sagrada. Luego el hombre ponía una mano sobre el anillo, con la
mirada de Tor fija en él, se volvía de cara a la gente, y en voz alta decía:
Pronuncio un juramento sobre el Anillo,
un juramento sagrado; por ello ayúdame Frey,
y Niord y Tor el Todopoderoso…
Para los vikingos este juramento era legalmente vinculante, y cuando el primer
parlamento democrático del mundo, el Althing, se estableció en Islandia en 930 d. C., los
sacerdotes del templo presentaron los Anillos del Juramento para reforzar la ley.
No obstante, Tor no era el único señor del anillo entre los dioses, ni el suyo era el
más poderoso. El poder mayor se encontraba en el anillo de la mano de Odín, el rey
mago de los Dioses. Odín era el Padre Supremo, el Señor de las Victorias, de la Sabiduría,
de la Poesía, del Amor y de la Magia. Era el Amo de los Nueve Mundos del universo
nórdico, y por medio del poder mágico del anillo que él llevaba era casi literalmente «el
Señor de los Anillos».
Pero Odín no siempre fue todopoderoso y durante mucho tiempo buscó el poder y el
anillo mágico y sólo lo consiguió a un alto precio. Recorrió los nueve mundos en su
busca y se ocultó bajo muchas formas, aunque más a menudo apareció como un
anciano: un errante barbudo de un solo ojo. Llevaba un abrigo gris o azul y un sombrero
de ala ancha de viajero. Sólo portaba un bastón y fue el modelo de los magos y
hechiceros peregrinos que vinieron después, desde Merlín a Gandalf.
Sin embargo, antes de adentrarnos más en el mito del anillo de Odín, merece la pena,
y es necesario, echar un amplio vistazo general a la Tierra Media de Tolkien y
compararla con las tierras de la mitología nórdica. Aunque en el mundo de Tolkien las
perspectivas morales y filosóficas no son las de la mitología vikinga, hay muchas y
significativas similitudes.
El paralelismo más inmediato, incluso para aquellos poco familiarizados con los
mitos nórdicos, es que el mundo de los mortales tiene en Tolkien y en los vikingos el
mismo nombre: el nórdico «Mídgard», literalmente: «Tierra Media».
Los dioses inmortales de los nórdicos están divididos en dos razas: los ases y los
vanes; los dioses de Tolkien en un principio son llamados Ainur, aunque llegan a ser
conocidos como los Valar en su forma terrenal. En ambos sistemas los dioses viven en
grandes estancias o palacios en un mundo separado de las tierras mortales. Los ases
moran en Ásgard, a la que sólo se puede llegar cruzando el Puente del Arcoiris en los
caballos voladores de las valkirias. Los Valar de Tolkien viven en Aman, que sólo se
puede alcanzar a través del «Camino Recto» en los navíos voladores de los Elfos.
La cosmología nórdica era algo más compleja que la de Tolkien. Ásgard y Mídgard
sólo eran dos de sus nueve «mundos». No obstante, los dos «mundos» de Tolkien son
mucho más cosmopolitas, y la mayoría de los habitantes de los nueve mundos nórdicos
se pueden reconocer en ellos.
Además de Mídgard y Ásgard, los mitos nórdicos hablan de unos mundos llamados
Alfheim y Svartalfheim: los reinos de los elfos de luz y los elfos negros. Éstos son
comparables con los Elfos de Tolkien, que comprenden dos grandes razas: los Eldar, que
son (en su mayor parte) elfos de la Luz, y los Avari, que son elfos oscuros.

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Los enanos de la mitología nórdica también tenían su propio mundo. Se trataba de
un oscuro mundo de cavernas llamado Nidavellir, que se encontraba debajo de Mídgard,
donde los enanos trabajaban en las minas. Estos enanos comparten muchas de las
peculiaridades de los de Tolkien, aunque en él tanto los enanos como los elfos están
mucho más definidos, y tienen características más individuales, y genealogías mucho
más complejas.
Es sorprendente que Tolkien sacara los nombres de la mayoría de sus enanos
directamente del texto irlandés del siglo XII, Edda en prosa. El Edda relata la historia de
la creación de los enanos, y luego cita sus nombres. Todos los enanos en El Hobbit
aparecen en esta lista: Thorin, Dwalin, Balin, Kili, Fili, Bifur, Bofur, Bombur, Dori, Nori,
Ori, Oin y Gloin. Otros nombres de enanos que Tolkien encontró en el Edda incluía:
Thrain, Thror, Dain y Nain. El Edda da también el nombre de Durin a un creador
misterioso de los enanos que Tolkien utiliza para su primer rey de los enanos del
«Linaje de Durin». Otro de los enanos islandeses es llamado Gandalf. Sin duda fue el
significado literal de Gandalf —«hechicero elfo»— lo que atrajo a Tolkien al elegir este
nombre para su mago.
Los nórdicos atribuyeron dos mundos a sus razas de gigantes: Jotunheim y Múspel.
Jotunheim era el hogar de los gigantes de la escarcha y de las montañas que moraban en
cuevas. En ellos vemos las características reconocibles de los grandes, estúpidos y
fácilmente burlados monstruos que evolucionaron hasta convertirse en los trolls de los
cuentos de hadas escandinavos. En Tolkien, se transformaron en los también estúpidos
Trolls de Piedra y Trolls de las Nieves.
Sin embargo, en el mundo de Múspel encontramos unas criaturas mucho más
formidables: los gigantes de fuego. Sin duda los gigantes de fuego son personificaciones
de los subterráneos poderes volcánicos. Pues una vez que se liberaban de Múspel eran
virtualmente incontenibles. En el Ragnarok, la batalla final de los dioses y los gigantes
en el fin de los tiempos, desempeñaron una parte importante en la destrucción del
mundo. En Tolkien encontramos algo de estos terribles titanes en los Balrogs, los
«demonios de poder» del fuego.
Otro mundo era Vanaheim, el hogar de una segunda raza de dioses, los vanes: una
raza de espíritus naturales de la tierra y el aire que también son magos capaces de echar
encantamientos aterradores. En los mitos nórdicos estos dioses magos no están muy
definidos como dominantes dioses ases, pero tengo la impresión de que se asemejan a
los Valar de Tolkien en sus tempranas manifestaciones, como espíritus elementales o
«fuerzas de la naturaleza».
El mundo más profundo de todos era Niflheim, la tierra oscura y nebulosa de los
muertos. En esta tierra fría y venenosa se alzaba la gran ciudadela amurallada de Hel, la
diosa de los muertos. La puerta de esta fortaleza estaba guardada por Garm el Perro y
dentro se guardaban prisioneros los espíritus malditos de los muertos. Esto puede
compararse en El Silmarillion de Tolkien a la fría y envenenada tierra de Angband
(«fortaleza de hierro») que está gobernada por Morgoth, el dios de la oscuridad. La
puerta de la fortaleza de Angband la vigilaba Carcharoth el Lobo, y allí muchos elfos
eran espantosamente torturados y transformados en una raza de seres malditos

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llamados Orcos. Durante la Guerra de los Anillos, el discípulo de Morgoth, Sauron,
intenta recrear Angband en la sombría y maligna Tierra de Mordor.
En última instancia, tanto las cosmologías del mito nórdico como la ficción de
Tolkien comparten un estoico fatalismo. En el mito vikingo, los espíritus de los
guerreros muertos se reúnen en la Estancia del Valhalla en Ásgard, mientras que en los
cuentos de Tolkien los espíritus de los Elfos muertos habitan las Estancias de Mandos en
Aman. Los dos están allí esperando el tiempo en que serán llamados a participar en los
cataclismos que acabarán con los mundos en que viven. Éste es el gran conflicto de las
fuerzas elementales que los vikingos llamaron Ragnarok, y Tolkien el Fin del Mundo.
La visión de Tolkien del Fin del Mundo está deliberadamente velada, pero hay
algunas similitudes entre el Ragnarok vikingo —cuando el dios rebelde Loki conduce a
los gigantes a la batalla contra los dioses— y la Gran Batalla cataclísmica de Tolkien en
El Silmarillion. Cuando Eönwë el Heraldo de los Valar sopló su trompeta, los Valar
partieron a la batalla contra el vala rebelde Morgoth y sus monstruosos servidores al
final de la Primera Edad del Sol. El Ragnarok vikingo fue una batalla entre los dioses y
los gigantes, y de manera similar comenzó cuando Héimdall el Heraldo de los Dioses
sopló su cuerno. Ragnarok terminó con la destrucción de los nueve mundos. La Gran
Batalla de Tolkien tuvo como resultado la total destrucción de Morgoth y el maligno
reino de Angband, pero también provocó trágicamente que los hermosos reinos élficos
de Beleriand se hundieran en el mar.
Algunos relatos de Tolkien repiten de modo directo episodios de aquel cataclismo
del Ragnarok. En «La Búsqueda del Silmaril», el héroe Beren intenta usar el Silmaril de
fuego para repeler a Carcharoth, el lobo gigante de Angband. Sin embargo, la bestia
arrancó de un mordisco la mano de Beren a la altura de la muñeca y se tragó tanto la
mano como la joya llameante. Carcharoth Fauces Rojas sintió un dolor horrible cuando
la joya le abrasó la carne maldita y desde el interior le consumió el alma. La enorme
bestia es como un meteoro salvaje suelto por la tierra, llena de dolor y de iracundo
poder hasta que por fin la destruyan.
En el cuento de Tolkien, Carcharoth puede compararse con el mito nórdico de
Fénrir, el lobo gigante, que le arrancó la mano a Tyr, el heroico hijo de Odín. Fénrir era
el monstruoso vástago del malvado dios rebelde, Loki, y junto con Carcharoth era el
lobo más grande y poderoso en las esferas del mundo. Durante el Ragnarok, el lobo
devoró el sol, que lo quemó y consumió por dentro, pero lo llenó con un colérico poder
hasta que al fin muere.
En El Señor de los Anillos, la batalla de Gandalf con el balrog de Moría refleja otro
duelo en el Ragnarok. El gigantesco balrog de Moría que lucha con el mago Gandalf con
una espada de fuego en el puente de piedra de Khazad-dûm, es una versión reducida de
Surt, el gigante de fuego, que lucha contra el dios Frey con una espada de fuego en el
Puente del Arcoiris de Bífrost. Ambos duelos terminan en desastre cuando los puentes
se derrumban y todos los combatientes se precipitan al vacío envueltos en un frenesí de
llamas.
Aunque tanto Tolkien como los nórdicos comparten una visión cataclísmica del fin
de sus cosmologías, esta visión no carece de esperanza. De esos conflictos, las dos

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prometen que dicho fin también es una transición: un mundo más nuevo, mejor y más
pacífico renacerá del antiguo y violento.
Las fuentes de inspiración de Tolkien son extraídas de un abanico de fuentes mucho
más amplio que lo que sugiere esta breve comparación de cosmologías. No obstante,
resulta innegable la influencia del mito nórdico en la formación del mundo de Tolkien.
Ello se hace aún más evidente cuando examinamos los mitos del anillo de esa
civilización; y en especial aquellos mitos que están relacionados con el Rey de los dioses
vikingos, Odín.

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CAPÍTULO IV
El dios del Anillo

O dín era el dios supremo de la cultura vikinga. Era un dios, pero también un poeta,
mago, guerrero, tramposo, transformista, nigromante, místico, chamán, y rey. Para
Tolkien es también la figura individual más importante de cualquier mitología como
fuente de inspiración de El Señor de los Anillos. En el personaje de Odín podemos ver a
los dos grandes magos de Tolkien: Gandalf el Gris y Sauron el Señor del Anillo.
En Odín encontramos a una de las figuras mitológicas más complejas y ambivalentes.
Es como una fuerza de la naturaleza ajena a nociones morales sobre el bien y el mal. En
sus actos y hazañas no le preocupa la moral de los humanos, sino la adquisición y uso
del poder.
Ésa es la diferencia fundamental entre el Mídgard nórdico y la Tierra Media de
Tolkien. El mundo mítico de los nórdicos es esencialmente amoral, mientras que el
mundo de Tolkien está dominado por la gran lucha entre las fuerzas del bien y del mal.
En consecuencia, los atributos del más grande mago del mundo nórdico, Odín, se
dividen en dos en el cuento moral de Tolkien: los aspectos «buenos» de Odín se
encuentran en el mago Gandalf, y los «malos» en el mago Sauron.
En lo fundamental, toda la historia épica de El Señor de los Anillos trata sobre la lucha
por el dominio del mundo entre estos poderes opuestos, encarnados en el duelo entre el
mago negro y el mago blanco. Y el mensaje principal de Tolkien —por completo

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inexplicable para la filosofía y aspiraciones de los nórdicos— es que el «poder
corrompe».
El relato de la búsqueda del anillo de Tolkien trata sobre la corrupción implícita en
la búsqueda del poder absoluto, y cómo la persecución del poder es en sí misma
maligna. Pronto averiguamos que aun cuando ese poder (tal como está personificado en
el poder definitivo del Anillo Único) se busca por motivos que parecen esencialmente
«buenos», corromperá necesariamente al que lo persigue. Lo vemos en Saruman, que en
un principio era un mago «bueno» que demostró el clásico error moral de creer que «el
fin justifica los medios». En su intento por derrotar a las fuerzas del «malo» Sauron,
Saruman agrupa fuerzas que son en sí mismas malignas; este deseo de poder termina
por corromperlo. De modo inconsciente Saruman se convierte en reflejo y aliado del ser
maligno al que en un principio quería vencer.
En el mago Gandalf «bueno», descubrimos su sabiduría y fuerza de voluntad cuando
se niega a tomar, o incluso sostener, el Anillo Único durante un solo momento por miedo
a su propia corrupción. Bien sabe que moralmente el Anillo lo destruirá, tal como le
sucediera a Saruman.
En los mitos de los nórdicos todos estos particulares dilemas no existían. Estos
aspectos moralmente opuestos están encarnados en la solitaria figura de Odín el Mago
que quiere dominar los nueve mundos, y la figura de Odín el Viajero que sólo cuenta con
su ingenio para conseguir el poder. Durante sus años errantes, su vida fue en última
instancia una búsqueda de su propio «Anillo Único». Se trataba del anillo mágico
llamado Draupner, cuya adquisición fue una proclama de todo en lo que Odín se había
convertido: «Señor del Anillo de los Nueve Mundos».
Aunque en los mundos de los nórdicos no cabían los escrúpulos morales de Tolkien,
no obstante los nórdicos sabían que semejante búsqueda tenía un precio. Odín el
errante era un buscador de conocimiento y visiones. Viajó por los nueve mundos
haciendo preguntas a todas las cosas vivientes: gigantes, elfos, enanos, ninfas y espíritus
del aire, del agua, de la tierra y de los bosques. Interrogó a los árboles, a las plantas y a
las mismas piedras. Odín soportó a menudo tribulaciones y aventuras, y conoció la
sabiduría de todas las cosas con que se encontró.
A medida que Odín vagaba por Mídgard —así como los magos «Istari» de Tolkien
(que en su origen pertenecían a la raza valariana de los «dioses») erraban por la Tierra
Media— creció en su sabiduría y poder.
Como Radagast el Pardo, Odín aprendió los idiomas de los pájaros y las bestias.
Como Saruman el Blanco, habló con la lengua melosa de los poetas y oradores. Como
Sauron el Señor del Anillo, obtuvo dominio sobre lobos y cuervos. Como Gandalf el Gris,
adquirió un caballo mágico que era más veloz que los vientos tormentosos.
A menudo se ha observado que casi todas las religiones han nacido de las
«sobrenaturales» tradiciones «chamanísticas», un conjunto de creencias prácticamente
comunes a todos los pueblos tribales, y que han sido practicadas desde los albores
mismos de la cultura humana. El chamán es un mago, místico, curador y poeta. Viaja
entre los mundos de los hombres y los mundos de los espíritus y animales, e incluso a la
tierra de los muertos. En este estado su yo-espíritu se puede convertir en un ave (a
menudo un cuervo), o puede cabalgar sobre el lomo de un animal (con frecuencia un

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caballo mágico), o, sencillamente, puede tomar su propia forma humana. Pero en
cualquiera de esas formas el yo-espíritu del chamán alcanza casi siempre los «otros
mundos» trepando a un «árbol cósmico» que atraviesa el núcleo de los diversos mundos
del espíritu.
En el mito nórdico «Yggdrásil», es un gran fresno, de poderosas ramas que sostienen
a los nueve mundos. La copa de Yggdrásil toca los cielos por encima de Ásgard, y las
raíces se hunden debajo de Hel. Además de pilar que sustenta esos nueve mundos,
Yggdrásil es el medio por el que viaja entre ellos.
Esto explicaría la razón del nombre «Yggdrásil», que literalmente significa «el corcel
de Ygg (Odín)». En muchos aspectos Odín es el «chamán supremo». Así como el chamán,
en trance, trepa o cabalga árbol arriba, así Odín cabalga por Yggdrásil hacia los nueve
mundos.
Los ritos de iniciación más difíciles los pasó Odín sobre Yggdrásil. Igual que el Cristo
crucificado, Odín fue herido por una lanza y colgó del árbol sagrado durante nueve días
y nueve noches. Colgando del árbol con gran dolor, Odín meditó sobre las marcas
talladas en la piedra junto a las raíces de Yggdrásil. A la novena noche descifró las
marcas y descubrió el secreto del alfabeto mágico conocido como «runas».
Por el poder de las runas consiguió su propia resurrección. De Yggdrásil cortó la
rama de la que había colgado y se hizo un bastón mágico. Por la magia de las runas Odín
era capaz de curar, hacer que los muertos hablasen, quitar poder a las armas, ganarse el
amor de las mujeres y calmar las tormentas terrestres y marítimas.
Entonces, siempre sediento de más conocimiento, Odín fue a beber de la Fuente de la
Sabiduría al pie de Yggdrásil… y también por esto tuvo que pagar un precio. Por un
prolongado trago de la fuente, Odín debía sacrificar un ojo. Sin titubear, bebió y a partir
de ese momento siempre fue el dios tuerto.
En El Señor de los Anillos vemos algunos de los ritos de iniciación de Odín en la
batalla aparentemente fatal de Gandalf el Gris con el balrog. Este conflicto y un
subsiguiente viaje interior místico, no distinto del de Odín, dan al fin como resultado la
resurrección de Gandalf el Blanco. Gandalf, que ya sabía cómo leer runas, pronto
muestra muchos poderes nuevos, siendo el menor la capacidad de inutilizar las armas.
El maligno Sauron es un mago demente, obsesionado con la adquisición de poder.
Odín se convierte en el señor tuerto porque en su búsqueda sacrifica un ojo. Sauron se
convierte en el señor tuerto porque lo sacrifica todo menos ese único ojo maligno. Nada
queda de su espíritu y alma salvo ese llameante y maligno ojo.
En el mito nórdico, este último viaje interior por Yggdrásil, Odín actuó como Rey
Mago. Ascendió a Ásgard donde los otros dioses comprobaron que era poderoso y sabio.
De manera similar, en Tolkien, todos los «Pueblos Libres» de la Tierra Media
reconocieron el poderío y sabiduría del resucitado Gandalf; y las fuerzas de la oscuridad
reconocieron y aceptaron el dominio de Sauron en su resurrección definitiva como el
«Ojo».
En su forma resucitada, Odín era un dios de terrible aspecto, inflexible, tuerto, de
barba gris y tamaño gigantesco. Llevaba un abrigo gris con una ancha capa azul y un
yelmo de guerrero con alas de águila. A sus pies se agazapaban los dos feroces lobos de
la guerra («Voraz» y «Hambriento») y llevaba encaramados sobre un hombro dos

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cuervos espías-mensajeros («Pensamiento» y «Memoria»). El Rey de los dioses de
Tolkien, Manwë el Señor del Aire, se parece más al Zeus olímpico, aunque comparte
algunas de las características de Odín. Es inflexible, de barba gris, tamaño gigantesco y
lleva un abrigo con una capa azul. También es el dios de la poesía, y el más sabio y
poderoso de los dioses.
Como Rey de los dioses, Odín poseía tres grandes estancias en Ásgard. La primera
era Valaskialf, donde ocupaba un trono de oro llamado Hlidskialf, la atalaya de los
dioses. Desde ahí el único ojo de Odín podía ver todo lo que sucedía en los nueve
mundos.
En el mundo de Tolkien hay tres variantes del trono de Odín. Manwë, Rey de los
Valar, está entronizado en Taniquetil, la montaña más alta del mundo, y sus ojos podían
observar la totalidad del mundo. El Ojo Único de Sauron tiene un poder similar, aunque
algo más limitado, y ve y gobierna desde la Torre Oscura de Mordor. Y Frodo Bolsón, el
hobbit, descubre el «Sitial de la Vista» en Amon Hen, la «colina del ojo». Una vez que se
sienta en el trono de piedra, como un pequeño Odín, es capaz de ver telescópicamente a
cientos de millas en todas direcciones.
La segunda estancia de Odín se llamaba Gladsheim. Ésta era la Sala del Consejo de
los Dioses, donde Odín presidía a los otros doce dioses desde el anillo del trono. Éste es
similar al Anillo del Juicio, o Consejo de los Valar, presidido por Manwë, ante las puertas
de Valimar en las Tierras Imperecederas de Aman.
La más famosa de todas las estancias de Odín era el Valhalla, la «estancia de los
muertos», el salón de oro de los guerreros. Es la gran sala de banquetes con 540 puertas
y un techo diseñado con escudos de oro bruñido, presidido por Odín, Señor de las
Victorias. Ahí los guerreros que caen en la batalla son recompensados con un festejo
interminable. Y allí se quedan hasta el momento del Ragnarok. En Tolkien este mismo
sitio es la sombría Espera en las Estancias de Mandos, el Portavoz del Destino en las
Tierras Imperecederas. Sin embargo, en común con los guerreros vikingos, los espíritus
de los elfos muertos aguardan la llamada para el cataclismo del Fin del Mundo.
Como símbolos de mando, a Odín se le dieron dos grandes regalos. El bastón mágico
de Odín fue llevado a Alfheim, donde el herrero elfo, Dwalin, forjó la punta de la lanza,
Gúngnir, la más temida arma del Señor de las Victorias. En Tolkien hay un reflejo de esta
arma en la lanza mágica «Aeglos», el arma más temida de Gil-galad, el último Rey
Supremo de los elfos de la Tierra Media.
Sin embargo, el regalo supremo, y la definitiva manifestación de riqueza y poder del
Rey Mago, fue el anillo llamado «Dráupnir». En el cuento de Tolkien toda la habilidad del
elfo Celebrimbor, el herrero más prodigioso de la Tierra Media, y toda la sabiduría de
Sauron se emplearon en la forja de los Anillos de Poder. En el mito nórdico toda la
destreza de los elfos Sindri y Brok, los más grandes herreros de los nueve mundos, y
toda la sabiduría de Odín ayudaron a forjar el anillo «Dráupnir».
«Dráupnir» significa «el goteador», pues este mágico anillo de oro tenía el poder de
soltar otros ocho anillos de igual tamaño cada nueve días. En manos de Odín no sólo era
un emblema de su dominio sobre los nueve mundos; consolidó además sus poderes
acumulados proporcionándole una fuente de riqueza casi infinita. Como Rey de los

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dioses, Dráupnir le dio un gran tesoro en anillos y le permitió convertirse en el máximo
dador de anillos de los nueve mundos.
Con la adquisición de Dráupnir, la búsqueda de dominio de Odín se completó. No es
por accidente que Dráupnir genere otros ocho anillos de igual peso en nueve días. Con
Dráupnir, Odín gobierna Ásgard, mientras que los ocho restantes son usados por Odín el
Señor del Anillo como regalos de riqueza y poder que ayudan a gobernar los otros ocho
mundos. Igual que el terrenal rey vikingo que, como «dador de anillos», recompensa a
sus condes, Odín mantiene el orden de los otros ocho mundos a través de los anillos que
regala a héroes y reyes escogidos. En su mano el anillo es la fuente última de todos los
anillos mágicos y de toda riqueza. Gracias al dominio que ejerce sobre Dráupnir, Odín se
convierte literalmente en el «Señor de los Anillos».
Entre muchas de las leyendas sobre Odín, una, por encima de las demás, trata sobre
el anillo Dráupnir. Es la leyenda que concierne a la muerte del hijo favorito de Odín,
Bálder. Después de que mataran a Bálder, éste es colocado en la enorme barca fúnebre
llamada Cuerno de Anillo y todos los dioses se reúnen para rendirle homenaje. Cada uno
depositó en el barco un regalo de prodigio indecible. Sin embargo, tan grande era el
dolor de Odín, que en un arrebato de desesperación puso a Dráupnir en el pecho de su
hijo justo en el momento en que la barca ardía y se consumía en llamas.
Éste fue un error trágico, pues sin el anillo el dominio que tenía Odín sobre los nueve
mundos pudo ser desafiado por los gigantes. El anillo hacía falta para restaurar el orden
en los nueve mundos. Por fortuna, éste no pereció en las llamas fúnebres, sino que
partió con el espíritu de Bálder hacia el oscuro reino de Hel, la prisión de los muertos.
De modo que para recuperar el anillo había que hacer un viaje descendente por el
«árbol cósmico». Con ese propósito, Odín monta en un caballo mágico de ocho patas,
Sléipnir, y baja cabalgando al más profundo reino de Hel. (En otra tradición, el viaje lo
lleva a cabo el campeón elegido por él, Hérmod). Una vez allí, Sléipnir salta por encima
del encadenado Perro de Hel y también sobre la puerta que guarda. Tanto el jinete como
el corcel entran en el dominio de los malditos, se apoderan del anillo sagrado y
emprenden el regreso. En cuanto Dráupnir le es devuelto a Odín en Ásgard, la paz y el
orden se restauraron en los nueve mundos.
En El Señor de los Anillos de Tolkien la búsqueda de Sauron, el Señor del Anillo, para
recuperar el Anillo Único, el escenario es muy distinto: Sauron es el amo del dominio de
los malditos —el infierno en la tierra llamada Mordor— cuando le es arrebatado el
Anillo Único. El Anillo tuvo que haber sido consumido por las llamas en el Monte del
Destino, pero en cambio es traído del reino de los malditos hasta el mundo mortal,
donde se pierde. Cuando Sauron regresa a Mordor, envía a sus Jinetes Negros al mundo
de los vivos en un intento por recobrar el Anillo Único. Es obvio que si la búsqueda tiene
éxito y el Anillo Único le es devuelto a Sauron en Mordor, el resultado será precisamente
el opuesto al de la historia de Odín. Sin ninguna duda el caos y la guerra consumirán y
destruirán la totalidad del mundo.

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CAPÍTULO V
La Saga de los Volsungos[1]

L arelato
más famosa leyenda nórdica del anillo se cuenta en la Saga de los Volsungos. Este
épico es una de las más grandes obras literarias que sobrevivieron a la
civilización vikinga. La Saga de los Volsungos contiene la historia de muchos de los
héroes de las dinastías nibelunga y volsunga. En el siglo XIX, William Morris escribió de
esta épica: «Es la gran historia del Norte, que para toda nuestra raza debería ser lo que
la historia de Troya fue para los griegos».
Los destinos de las dinastías nibelunga y volsunga están unidos al del anillo mágico
llamado «Andvarinaut». Éste era el anillo mágico que una vez perteneciera a Andvari el
enano. Da la impresión de haber sido un Dráupnir terrenal. Su nombre significa el «telar
de Andvari», pues le «tejía» a su propietario una fortuna en oro; y poder y fama junto
con esa riqueza. El cuento de Andvarinaut se ha convertido en la leyenda arquetípica del
anillo, y se ocupa principalmente de la vida y muerte del más grande de todos los héroes
nórdicos: Sígurd el Matador del Dragón.
Esta leyenda de Sígurd y el anillo, tal como se cuenta en la Saga de los Volsungos y
sobrevive en diversas formas en la imaginación moderna como la leyenda del anillo.
William Morris hizo la primera traducción directa satisfactoria de la Saga de los
Volsungos al idioma inglés. Su posterior poema épico largo, Sígmund el Volsungo, la obra
de teatro de Henrik Ibsen Los Vikingos de Helgeland, y por encima de todo la gran ópera

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de Richard Wagner, El Anillo de los Nibelungos, llevó el relato épico a la imaginación
popular europea en los siglos XIX y XX.
En este capítulo se vuelve a contar la Saga de los Volsungos. Habría que apuntar que
esta épica es una colección de más de cuarenta relatos entrelazados pero individuales.
Éste fue el resultado final de una tradición oral de variada autoría, compuesta a lo largo
de muchos siglos. Por ese motivo, los textos resultantes tienen a menudo una estructura
algo irregular, aunque el esbozo general es claro. En esta nueva narración, se cuentan en
detalle las partes de la saga que se refieren al anillo, mientras que las aventuras
periféricas (en particular las que preceden a la aparición de Sígurd) se cuentan
resumidas.
Los lectores encontrarán muchos paralelismos entre la Saga de los Volsungos y El
Señor de los Anillos y El Silmarillion de Tolkien. En vez de interrumpir el relato con
interpolaciones, estos paralelismos se examinarán más adelante comparándolos con las
leyendas del Rey Arturo, Carlomagno, Dietrich von Berne, y otros numerosos héroes y
tradiciones, incluyendo el Cantar de los Nibelungos y multitud de cuentos de hadas.
La Saga de los Volsungos comienza con el cuento del héroe Sigi, que es el hijo mortal
de Odín. Es un gran guerrero que con fuerza y destreza se convierte en el rey de los
hunos. El hijo del rey Sigi fue Rérir, también un guerrero poderoso, pero no tenía
heredero. Los dioses enviaron a Rérir un cuervo con una manzana en el pico. Rérir le dio
la manzana a su esposa, quien la comió y quedó embarazada. Pero el niño permaneció
en el vientre de su madre durante seis años antes de ser liberado por el cuchillo de la
comadrona. Este niño era Vólsung, el tercero de ese linaje de reyes.
Vólsung fue el más fuerte y poderoso de todos los reyes de la Tierra de los hunos.
Era un hombre de enorme tamaño y tuvo diez hijos y una hija. Los mayores de sus hijos
fueron el hermano y hermana gemelos, Sígmund y Signy.
Un día, un desconocido de barba gris y un solo ojo apareció en el salón de los
volsungos en medio de una gran reunión de hunos, godos y vikingos. Sin decir una
palabra, el viejo se acercó a Branstock, el gran roble que se alzaba en el centro del salón
de los volsungos. Desenvainó una espada reluciente y la clavó hasta la empuñadura en
el tronco del árbol. Luego el viejo desconocido salió de la sala y desapareció.
Ningún mortal habría logrado semejante hazaña, y todos comprendieron que ese
viejo no podía ser otro que Odín. Los héroes congregados en la gran estancia desearon
todos esa espada, pero sólo Sigmund tuvo la fuerza para retirarla de Branstock. Armado
con la espada de Odín, todos supieron que Sigmund era el guerrero elegido del dios.
Con esa espada, capaz de cortar piedra y acero, Sigmund gana gran fama; pero una
terrible tragedia cae pronto sobre la familia volsunga. La hermana de Sigmund se casa
con el rey de la tierra de los godos, quien mata a traición al rey volsungo en el banquete
de bodas. Luego toma prisioneros a los diez hijos y los ata a unos troncos en un claro del
bosque. Un hijo es desgarrado cada noche durante nueve noches por una mujer loba que
en realidad es la madre-bruja del rey. Sin embargo, la décima noche Sigmund (con la
ayuda de su hermana Signy) logra engañar a la mujer loba y la mata arrancándole la
lengua con los dientes.
Sigmund escapa y vive durante muchos años como un proscrito en una casa
subterránea en el bosque. El deseo de venganza de Signy es tan grande que al tiempo

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que permanece como esposa del rey de la tierra de los godos echa un hechizo sobre
Sigmund. Cuando va a verlo, él no sabe que es su propia hermana y hace el amor con
ella. Meses después, Signy tiene un hijo de esa unión incestuosa. El niño es llamado
Sinfiotli, y cuando crece, Signy lo envía junto a Sigmund en el bosque, de modo que
juntos puedan vengar la muerte de Vólsung.
Después de muchas aventuras peligrosas, incluyendo el robo de unas pieles de
hombres lobo y el enterramiento en un túmulo, Sigmund y Sinfiotli queman la gran
estancia del rey. En secreto, Signy le devuelve la espada de Odín a Sigmund, y matan a
todos los que intentan escapar al fuego. Al ver muertos al rey godo y a los suyos, Signy
confiesa el precio que ha tenido que pagar para llevar a cabo esta venganza, incluyendo
el incesto con su hermano, y muere arrojándose a una hoguera.
Sígmund regresa con Sinfiotli a la tierra natal y reclama el trono de su padre como
rey de la tierra de los hunos. Gobierna con éxito durante mucho tiempo, aunque su hijo
Sinfiotli muere envenenado. Poco después de casarse con la princesa Hiordis, dos
ejércitos de vikingos emboscan a Sígmund. No obstante, la espada sobrenatural de
Sígmund impide que lo maten. Al fragor de la batalla llega un guerrero viejo y tuerto.
Cuando Sígmund golpea la lanza del viejo con su espada, la hoja se hace añicos. Sígmund
sabe que ha cumplido su destino. El viejo guerrero no puede ser otro que Odín.
Sígmund recibe heridas mortales; sin embargo, no desespera porque ha vivido
mucho y sabe que su reina está embarazada. El moribundo Sígmund le dice a su esposa
que ha de recoger los fragmentos de la espada de Odín, pues conocía la profecía de que
engendraría un hijo que con la espada forjada de nuevo obtendría una recompensa más
grande que la de ningún mortal.
La reina de Sígmund huyó del campo de batalla y después de un largo viaje encontró
refugio en la corte vikinga del Rey de los daneses del mar. Allí, la reina exiliada dio a luz
a su hijo, Sígurd, y lo crió en secreto bajo la protección de los daneses.
Ahora bien, en la corte de los daneses del mar había un maestro herrero. Lo
llamaban Regin, y por las largas horas de pesado trabajo en la forja era ahora una
criatura jorobada y pequeña, como un enano. Sin embargo, del fuego y la forja de Regin
salían joyas de gran belleza y armas relucientes. Espadas, lanzas y hachas brillaban con
un lustre enceguecedor. Nadie conocía a otro como él.
Pero ignoraban la edad o el pasado de Regin. Vivía en la tierra de los daneses desde
antes del recuerdo del rey más antiguo. No era un señor de guerreros, sino un herrero y
también maestro de otras artes. Conocía la sabiduría de las runas, el ajedrez y las
lenguas de muchas tierras.
Pero Regin era frío, y nadie lo reconocía como amigo. De modo que el rey quedó muy
sorprendido cuando Regin cuidó de Sígurd y se convirtió en su tutor. Jamás hubo un
pupilo como Sígurd, tan rápido y ansioso por aprender. El herrero le enseñó bien
muchas artes y disciplinas, aunque donde más sobresalió fue en las destrezas guerreras.
Maestro y pupilo formaban una pareja extraña. Algunos decían que Regin era de
temperamento muy frío, y que Sígurd había nacido con uno muy caliente. Sea cual fuere
el motivo, a lo largo de años de enseñanza, maestro y aprendiz jamás hubo entre ellos
lazo afectuoso o una íntima amistad.

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A pesar de lo sabio que llegó a ser Sígurd con las enseñanzas de Regin, había algo en
él que lo impulsaba a aprender asuntos que estaban más allá de los conocimientos del
herrero. De modo que a menudo Sígurd se adentraba en el bosque para vagar durante
muchos días. En uno de esos viajes solitarios se encontró con un viejo que llevaba un
abrigo y un sombrero de ala ancha. La cara barbuda del anciano sólo tenía un ojo, y
llevaba una lanza como bastón. Este hombre le dijo a Sígurd que podía elegir el caballo
que deseara de los que había en la pradera.
Cuando Sígurd escogió a un joven semental gris, el viejo sonrió.
—Bien elegido. Se llama Grani, que significa pelaje gris, y es tan brillante como el
mercurio, y crecerá para convertirse en el caballo más fuerte y veloz que pueda cabalgar
un mortal. El padre de Grani fue el inmortal Sléipnir, el corcel de ocho patas de Ásgard,
que cabalgaba las tormentas por encima del mundo.
No mucho después, Regin mandó llamar al joven.
—Te has vuelto grande y fuerte, Sígurd. Ya es hora de una aventura —dijo Regin—.
Tengo una historia que contarte.
Entonces los dos salieron a la verde hierba que había delante de la casa de Regin.
Junto a un roble había un banco de piedra donde se sentó el herrero, mientras el
enorme joven se tendió sobre la hierba a sus pies.
—Has de saber ahora, joven Sígurd, quién soy yo. No soy un hombre, pues nací en
una época anterior a la aparición del primer hombre en las esferas del mundo. Era un
tiempo casi anterior al Tiempo. Los gigantes y los enanos poseían una fuerza terrible, y
los magos eran tan poderosos que hasta los dioses temían caminar solos por las tierras
de Mídgard.
»En esa época, los Dioses Odín, Hónir y Loki se aventuraron en Mídgard y se
atrevieron a entrar en la tierra de mi padre, Hréidmar, el mago más grande de los nueve
mundos. El primer día, los tres dioses llegaron a un arroyo y a un estanque profundo.
Pararon a descansar un rato, y pronto vieron a una ágil nutria blanca que nadaba en el
estanque. Sumergiéndose, la nutria capturó un salmón plateado y llegando hasta la
orilla más distante se afanó por arrastrar el pez fuera del agua. Era una oportunidad que
no podía desdeñarse. Sin decir una palabra, Loki arrojó una piedra y partió el cráneo de
la nutria.
»Loki se regocijó de haber ganado tanto a la nutria como al salmón con una única
piedra. Fue hacia donde estaba la nutria y la despellejó. Los tres dioses recogieron el
doble premio: el salmón y la piel de nutria; siguieron caminando hasta el anochecer,
momento en que llegaron a un gran castillo que se alzaba sobre un páramo. Se trataba
del castillo de Hréidmar el mago, en el Páramo Centelleante que se extiende por encima
del bosque oscuro llamado el Bosque Negro.
»Cuando los tres dioses entraron en el castillo, regalaron al anfitrión el salmón y la
piel de nutria. En el acto el mago ardió en cólera, e inmovilizó a los dioses con un
hechizo mortal. Luego me pidió que trajera las cadenas de hierro irrompible forjadas a
fuego; y llamó a mi hermano, el poderoso Fáfnir, para que atara con fuerza a esos dioses
con mis cadenas. Nadie salvo el mago sería capaz de liberar a esos tres dioses.
»Aunque mi padre admiraba mucho mi arte y la fuerza de Fáfnir, amaba sobre todo a
su tercer hijo. Este hijo era los ojos y los oídos del mago. Era un cambiador de forma que

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viajaba a menudo como ave o como bestia, y le contaba a mi padre qué sucedía en el
ancho mundo. Lo llamaban Nutria en honor de su disfraz favorito.
»Éste fue el motivo de la terrible ira del Rey mago. La nutria que el dios mató en el
estanque, que luego inadvertidamente ofrecieron como regalo, era la piel desollada del
hijo favorito del Rey.
»Por este ultraje el mago estaba empeñado en destruir a los tres que habían matado
a su hijo. Pero Odín habló persuasivamente, diciendo con sinceridad que la nutria fue
muerta por ignorancia, y que en tales casos el pago de una indemnización, en vez del
derramamiento de sangre, era una compensación honorable y justa. Aunque muy
apenado, el Rey mago estableció los términos del acuerdo:
»—Llenad de oro la piel de mi hijo, y cubridla también con oro. Haced eso y os
perdonaré —demandó lúgubremente.
»Como fuera Loki quien arrojara la piedra fatídica, se lo eligió para que fuese en
busca de la indemnización, mientras los otros quedaban allí atados. Odín le aconsejó
que encontrara enseguida al enano Andvari, famoso por sus riquezas. Andvari escondía
el oro en una caverna debajo de una cascada. Sin embargo, Odín le advirtió que Andvari
el enano también era capaz de cambiar de formas y de ocultar así su identidad. Más a
menudo adoptaba la forma de una gran caballa que vivía en el estanque bajo la cascada,
con el fin de poder vigilar mejor la acuosa puerta del tesoro.
»Loki no tardó en encontrar la cascada. Observó con atención el estanque y vio a la
gran caballa oculta en los remolinos bajo las rocas. Cuando la arrastró a tierra, la
boqueante caballa se transformó en Andvari y pidió misericordia. Loki no se inmutó.
Retorció al enano hasta que los gritos ahogaron el sonido del agua. Por último, Andvari
entregó su tesoro a Loki, pero el enano rogó que le permitiera conservar un anillo de
oro rojo. Adivinando la importancia del anillo, Loki se lo arrebató, y se apresuró a
regresar.
»Ahora bien, ese anillo se llamaba Andvarinaut, que significa el “telar de Anvari”,
pues atraía el oro, y de ese modo el tesoro continuaba creciendo. Ese anillo de oro
engendra oro, aunque tiene también otros poderes, muchos de ellos desconocidos. Ese
pequeño anillo valía más que todo el resto del tesoro.
»El enano gritó cuando Loki se iba: —¡Te maldigo por esto! El anillo y el tesoro que
ayudó a juntar llevarán siempre mi maldición. ¡Todos los que conserven durante mucho
tiempo el anillo y el tesoro serán destruidos!
»Loki retornó al castillo del mago y llenó con oro la piel de la nutria, y encima apiló
más oro, completando el precio de la indemnización. Pero el Rey mago miró
atentamente el tesoro y señaló un bigote de nutria que aún sobresalía. Loki entonces
sonrió de mala gana y dejó caer el anillo Andvarinaut que había retenido. El anillo
cubrió el último pelo y completó el pago.
»El Rey mago guardó el tesoro en grandes arcas de roble, pero dejó fuera el anillo
Andvarinaut y se lo puso en la mano. Luego deshizo las ataduras del encantamiento, nos
ordenó a Fáfnir y a mí que quitáramos las cadenas, y los dioses pudieron marcharse.
»Durante un breve tiempo, todo pareció ir bien, pero el anillo era una verdadera
obsesión para Fáfnir. Y así, una noche se encaminó a hurtadillas al lecho de nuestro

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padre y le cortó el cuello mientras dormía. Se puso el anillo de Andvari, y luego se
presentó junto a mi cama con la daga ensangrentada.
»—Ven —dijo—, te necesito.
»Asustado, hice lo que me dijo y arrastré el tesoro más allá del Páramo Centelleante
hasta una caverna en el corazón del Bosque Negro.
»—Eres un buen mozo de cuerda, hermano. Te has ganado la vida, pero poco más. Si
das media vuelta ahora y huyes, no te mataré. Aparta este oro de tu mente, pues jamás
estará desguarnecido.
»Así fue que Fáfnir ganó el anillo y el tesoro del enano Andvari con la sangre de
nuestro padre. Desde entonces no pensó en otra cosa que en el tesoro. Una terrible
codicia le había envenenado el corazón y la mente, y mató a todos los que se le cruzaron
en el camino por premeditación y o por azar. Pues ahora tiene una forma que
corresponde a su maligno interior y se ha convertido en una serpiente: un enorme
dragón, el más poderoso de esta o de cualquier otra edad.
En ese momento, Sígurd vislumbra el destino que le espera y acepta el reto de Regin.
—Mata a ese dragón para vengar a mi padre y gana para ti gran gloria —ordenó
Regin—. Ayúdame a obtener mi parte de la indemnización, y además de la gloria
tendrás el anillo de Andvari y también la mayor parte del tesoro.
Para semejante misión, el valiente Sígurd desea un arma adecuada, y decide visitar a
su madre y reclama los fragmentos de la espada de su padre, que había sido regalo de
Odín. Entrega esos fragmentos a Regin, y éste se pone a trabajar furiosamente en la
herencia calentándolos en el fuego más abrasador, volviendo a forjar la hoja y
templándola en la sangre de un toro. Las runas sagradas que había sobre la empuñadura
refulgen otra vez, los anillos grabados en el acero centellean como plata, y cuando el
herrero saca la espada a la luz del día, parece que las llamas danzan en el filo de la hoja.
Sígurd empuña el arma y la abate con ferocidad sobre el yunque. La espada atraviesa
limpiamente el hierro y también el tocón de madera de la base. No obstante, el golpe no
mella la hoja.
—En verdad que ésta no puede ser otra que la espada llamada Gram, el regalo de
Odín que mi padre juró que un día volvería a forjarse, y empuñaría su único hijo —dijo
Sígurd, sonriendo.
Así armado y montado en un gran corcel, de nombre Grani, Sígurd cabalga detrás de
Regin. Al fin llegan a las remotas y desoladas tierras calcinadas por el fuego que una vez
habían sido el Páramo Centelleante. Ahora ese lugar es un yermo salvaje y chamuscado
en los lindes del Bosque Negro, una tierra baldía y calcinada donde el dragón había dado
muerte a muchos héroes. Un profundo sendero de piedra cruza el páramo y conduce a la
caverna de Fáfnir en el corazón del Bosque Negro. Allí el dragón está echado sobre el
tesoro del enano Andvari. Fáfnir abandonaba su cama de oro sólo a la caída de la noche,
cuando salía a beber en el contaminado estanque del páramo.
—Cava una zanja en el camino del dragón y ocúltate en ella —le aconseja Regin—.
Cuando pase por encima clávale la espada en el vientre. No puedes fallar.
Mientras Sígurd excava, Regin atraviesa el páramo y se esconde en el Bosque Negro.
Una sombra cae sobre el pozo y Sígurd gira en redondo. Era el mismo viejo tuerto y
barbudo que le había regalado el caballo gris.

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—Poca sabiduría, vida breve —murmuró el anciano, apoyándose en la lanza—. La
sangre del dragón te abrasará los huesos. Cava dos agujeros, y escóndete en el de la
izquierda. Entonces podrás clavar tu espada en el corazón del dragón, mientras la
sangre borboteante y venenosa cae en otro agujero.
Al anochecer está concluido el trabajo, y justo a tiempo. El hediondo dragón baja a
beber, rugiendo horriblemente y soltando una baba venenosa. En el momento oportuno,
Sígurd clava el acero de Gram en el pecho del dragón hasta la empuñadura. La sangre
hirviente y corrosiva cae a borbotones en la zanja, y Fáfnir se derrumba. Los anillos se le
contorsionan y sacuden la tierra; los rugidos llameantes envenenan el aire. Las fauces se
cierran sobre un enemigo inalcanzable, mientras maldice al héroe que lo mata y al
hermano que lo traiciona.
Cuando Sígurd sale del agujero, Regin se le acerca y finge tanto pesar como júbilo.
Diciendo que no quiere que acusen a Sígurd por haber matado a Fáfnir, le pide que le
arranque el corazón al dragón y lo ase al fuego. Dice que se comerá el corazón del
dragón y que sólo él tendrá que responder por haberlo matado.
Sígurd hace lo que le pide Regin y enciende un fuego y ensarta el corazón y lo hace
girar sobre las llamas. Pero, en un momento, el jugo del dragón lo salpica y le quema los
dedos. Se los lleva a la boca y al probar la sangre descubre que puede entender las
lenguas de los pájaros que hay en los árboles de alrededor.
Las aves hablan con pesar, pues conocen la traición de Regin. Cómo el herrero
obtendrá gran sabiduría y valor al comerse el corazón, y que luego planea matar a
Sígurd mientras duerme. Los pájaros saben que Regin nunca compartirá el tesoro ni el
anillo con el valeroso joven, a pesar del juramento. También saben que desea robar la
espada y el corcel de Sígurd.
Al oír esa conversación entre las aves, Sígurd actúa rápidamente. Con la espada
Gram cercena la cabeza del herrero. Después se come él mismo el corazón del dragón y
se pone a limpiar la guarida de Fáfnir.
Es todo un día de trabajo, pues el suelo de la caverna está todo cubierto de montones
de oro. Ni tres caballos habrían podido resistir semejante carga, pero Grani la
transporta con facilidad. No parece notar el peso adicional de Sígurd, que ahora luce una
armadura de oro.
Así cargado, llevando el anillo de Andvari, Sígurd el Matador del Dragón sale de
aquella incinerada tierra baldía en busca de más aventuras. Busca y consigue mayores
honores, pues lucha contra todos los reyes y príncipes que han asesinado a su padre y a
su gente, y los mata a todos.
El joven tiene otras muchas aventuras, pero luego parte al sur, hacia la tierra de los
francos. Una noche, mientras viaja, ve como una almenara, un gran anillo de llamas en la
cima de un monte. A la mañana siguiente sube hasta la cima, llamada Hindfell, donde ve
una torre de piedra en medio del anillo de llamas.
Sígurd no titubea. Apremia a Grani hacia el anillo de fuego. Grani no se resiste. Da un
salto alto y largo, y aunque se le chamusca el rabo y la crin, permanece tranquilo una vez
que ha saltado. Junto a ellos halla un círculo interior: un anillo superpuesto de enormes
escudos de guerra, con las bases empotradas en la roca. Sígurd desenvaina a Gram y se
abre paso a través de los escudos de guerra.

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Más allá hay una torre de piedra, y dentro, sobre un catafalco, yace el cuerpo de un
guerrero. O eso parece. Cuando Sígurd le quita el yelmo, ve que es una mujer y que no
está muerta, sino dormida. Mientras la contempla, advierte que tiene la estatura de un
guerrero y la gracia de una mujer. También ve que un espino cerval le sobresale del
cuello. Cuando lo arranca, la bella durmiente suspira y despierta. Los firmes ojos grises
de la doncella del escudo lo miran con amor.
Esa bella durmiente es Brynhild, antaño una valkiria, una de las doncellas guerreras
de Odín, los hermosos ángeles de la muerte, que recogen las almas de los héroes
muertos en la guerra y las llevan al Valhalla. En una ocasión ella se había opuesto a Odín
a propósito de la vida de un hombre. Odín la atravesó entonces con un espino del sueño
y la dejó en una torre protegida por un anillo de fuego.
Sólo un héroe que no conociera el miedo sería capaz de atravesar ese anillo. Cuando
Brynhild abre los ojos, sabe que Sígurd es ese héroe, y éste sabe que la valkiria es tan
valiente como él y mucho más sabia.
Cuando Sígurd se convierte en el amante de la valkiria, dentro del anillo de fuego,
descubre lo que en veinte vidas mortales quizá nunca llegaría a saber. Pues ese abrazo
de amor despierta muchas cosas en Sígurd, que se llenan con la sabiduría de los dioses;
mientras que en Brynhild muchas cosas se duermen y se llenan con la ignorancia de los
mortales.
Sígurd, como amante de la valkiria, sabe que debe abrazar la lucha y la guerra que
daban fama a un guerrero. Le duele, pero sabe que ha de abandonar a Brynhild, salir del
anillo de fuego, y entrar de nuevo en el mundo de los hombres, donde podrá ganar
gloria y merecer a su prometida. Eso decide, pero como prenda de amor eterno y como
promesa de retorno, pone el anillo de Andvari —que todo el mundo deseaba— sobre la
mano de Brynhild. Mientras Brynhild duerme, Sígurd se levanta al amanecer, monta en
Grani y sale del anillo de fuego.
Cuando Brynhild despierta, no recuerda nada de Sígurd, o de Odín, o de su pasado.
Tiene en la mano un anillo de oro, pero desconoce su poder. Sólo sabe que debe
aguardar la llegada de un guerrero que desconoce el miedo, capaz de atravesar el anillo
de fuego. A ese hombre, y sólo a él, quedará jurada en matrimonio.
En cuanto a Sígurd, a pesar de lo mucho que ama a Brynhild, sabe que su destino es
el de un guerrero. Como su padre, ha sido elegido por Odín, y a su servicio viaja a
muchas tierras y mata en batalla a no menos de cinco reyes.
Con el tiempo, Sígurd llegó a las tierras del Rin gobernadas entonces por el Rey de
los Nibelungos. Este da la bienvenida al nuevo y famoso héroe, Sígurd el Matador del
Dragón, con gran calor y amistad. Pasa el tiempo y Sígurd y los tres hijos del Rey —
Gúnnar, Hogni y Góttorm— se hacen amigos y aliados más íntimos tanto en la guerra
como en la paz. Sígurd y Gúnnar se juran inquebrantable amistad, y se convierten en
hermanos de sangre.
Al ver cómo la amistad de Sígurd el Matador del Dragón había incrementado tanto el
poder y la riqueza del reino, la madre de Gúnnar, Grímhild, la Reina de los Nibelungos,
espera que Sígurd se case con su hija, la hermosa Gudrun. Sin embargo, aunque sabe que
Gudrun ama a Sígurd, también sabe que Sígurd ama a otra.

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El deseo de Grímhild no es imposible. La Reina de los Nibelungos es también una
gran bruja capaz de echar encantamientos y de preparar poderosas pócimas. De modo
que una noche, en el salón de los banquetes, le sirve a Sígurd una bebida encantada. Esta
poción hace que Sígurd olvide a la valkiria a quien había jurado amor eterno, y al mismo
tiempo lo llena de deseo por la hermosa Gudrun.
Sígurd obedece al hechizo, y pronto pide la mano de Gudrun y el matrimonio es
bendecido por todos los que viven en las tierras del Rin. Pasan muchas estaciones, la
pareja real es feliz, y el poder y la gloria de los Nibelungos crecen y crecen. No obstante,
llegan a la corte historias de una extraña y hermosa doncella prisionera en un anillo de
fuego sobre una montaña. Esos cuentos nada significan para Sígurd, pero Gúnnar desea
ganar a esa doncella y hacerla su reina. La madre, Grímhild, se muestra precavida, y le
pide a Sígurd que acompañe a su hermano de sangre. Este acepta contento, pero ella le
da una pócima a Sígurd. Por el poder de dicha pócima Sígurd puede cambiar de aspecto
y parecerse a Gúnnar.
Gúnnar y Sígurd parten a caballo y al fin llegan a Hindfell y a la montaña con la torre
rodeada de fuego. Gúnnar espolea el caballo, pero el animal se resiste, y con cada
fracaso las llamas se alzan cada vez más. A pesar de que Sígurd le dejó que montara a
Grani, Gúnnar nada consigue.
Gúnnar desespera de poder ganar a su reina, y suplica a Sígurd que lo intente en su
lugar. Sígurd usa la pócima de Grímhild y toma el aspecto de Gúnnar. Entonces monta en
Grani y carga en línea recta hacia el anillo. El fuego quema las botas de Sígurd y arden el
rabo y la crin de Grani. Caballo y jinete parecen quedar suspendidos para siempre sobre
este infierno, ensordecidos y ciegos por el calor, pero por último atraviesan las llamas.
Se encuentra ahora ante la barrera del muro de escudos, pero igual que la primera
vez, Sígurd empuña la espada y se abre paso por la muralla de hierro. Detrás de ese
muro, en la torre, está la bella Brynhild, toda de blanco sobre un trono adornado con
una cimera, como un cisne orgulloso transportado sobre una ola espumante.
—¿Qué hombre eres? —pregunta Brynhild al que está de pie delante de ella. Nada
recuerda del pasado, aunque una voz interior le dice que algo anda mal.
—Soy Gúnnar el Nibelungo —dice el jinete—, y te reclamo como mi reina.
El precio por la mano de Brynhild era atravesar el anillo de fuego, y ella no puede
rechazar a semejante héroe. Y no tiene por qué hacerlo, pues el hombre es bastante
atractivo y —en virtud de su hazaña— mucho más valiente que el resto de los mortales.
De modo que Brynhild lo abraza y le pone el anillo de Andvari sobre la mano para
jurarle amor eterno. Entonces, lo llevó hasta el lecho en el interior de la torre, y yace con
él tres noches seguidas, aunque fueron noches extrañas para ella. Porque cada vez el
héroe pone su larga espada en la cama, entre ellos. Fue necesario, dijo, pues no haría el
amor con esta nueva reina hasta que los dos regresaran a las grandes estancias de los
Nibelungos. De esa manera conspira el disfrazado Sígurd, para no traicionar a Gúnnar ni
deshonrar a su prometida.
Cuando el matrimonio de Brynhild y Gúnnar tiene lugar en la sala de los Nibelungos,
es el verdadero Gúnnar quien se casa con Brynhild y quien la lleva al lecho. En la tierra
de los Nibelungos todos parecen felices. Pero un día, mientras se bañan en un arroyo, las

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dos jóvenes reinas empiezan a discutir. Brynhild alardea de que Gúnnar es mejor
hombre que Sígurd, pues ha sido capaz de atravesar el anillo de fuego.
Gudrun no piensa aceptar esa jactancia, pues Sígurd, tontamente, le ha contado la
historia verdadera de aquella aventura, y la joven reina cruelmente revela la verdad a
Brynhild; y como prueba le muestra el anillo de oro que lleva en la mano. Esto derrumba
a Brynhild, pues se trata del anillo Andvarinaut que creía haberle dado a Gúnnar aquel
día en la montaña; Sígurd era quien lo había tomado, y se lo dio a su propia esposa.
Ahora han sido revelados todos los secretos, y un veneno devora el corazón de
Brynhild al descubrir cómo la han engañado. Indignada, sólo piensa en vengarse.
Recurre a Gúnnar y a sus hermanos Hogni y Góttorm. Se burla y amenaza a su marido.
—Toda la gente se ríe y comenta que me he casado con un cobarde —se mofa
Brynhild—. Y mi humillación es tu humillación, pues no sólo dicen que otro hombre
ganó para ti a tu esposa, sino que también ocupó tu lugar en el lecho matrimonial. Y de
nada sirve negarlo, pues el anillo de Andvari, que Sígurd le regaló a tu hermana, es
prueba evidente.
—Entonces, Sígurd morirá. O moriré yo —jura Gúnnar.
Pero no tiene voluntad ni valor, y menos para matar a su amigo. En cambio, él y
Hogni inflaman el corazón del más joven de los hermanos, Góttorm, con promesas y las
pócimas de Grímhild, para que mate a Sígurd.
Esa noche, Góttorm entra sigilosamente en la cámara donde Sígurd duerme en
brazos de Gudrun. El joven Góttorm clava su espada con tal fuerza que atraviesa al
hombre y también el lecho. Despertando a la muerte, Sígurd encuentra todavía fuerzas
suficientes para empuñar a Gram y lanzarla contra su asesino. La terrible espada en
vuelo hiende al joven en dos cuando alcanza la puerta. El pecho de Góttorm cae hacia
adelante, pero la espalda se desploma en la habitación.
Cuando Brynhild oye el alarido de Gudrun se ríe en alta voz, pero no hay júbilo en su
terrible venganza. Pues aquella noche, Brynhild toma la espada de Sígurd y se da
muerte. Fiel a su pasión de valkiria, decide que si no puede casarse con Sígurd en vida,
se desposará con él en el otro mundo. Una vez más, Sígurd y Brynhild yacen juntos —
con la refulgente espada de Odín entre ellos— mientras las fieras llamas de la pira
fúnebre los devora poco a poco.
Así concluye la vida de Sígurd el Matador del Dragón, pero éste no es el final de la
historia del anillo de Andvari, ni del tesoro del enano. Pues el anillo permanece en la
mano de Gudrun, y sus hermanos Gúnnar y Hogni toman el tesoro y lo ocultan en una
caverna secreta debajo del Rin.
La muerte de Sígurd a manos de sus hermanos horroriza a Gudrun, pero su madre
viene pronto a consolarla. De nuevo la vieja bruja ha preparado una pócima y se la da a
Gudrun para que olvide su dolor y el mal que sus hermanos han cometido. En cambio, la
pócima la transforma en una hermana afectuosa y leal.
No obstante, Gúnnar y Hogni desean que Gudrun desaparezca. Quieren también
aumentar el poder y la gloria de los Nibelungos, y creen que podrán conseguirlo
aliándose con el poderoso Atli, el Rey de los hunos. Le envían a Gudrun. Atli no le gusta,
pero Gudrun obedece y se casa con el Rey y se convierte en reina de los hunos.

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Ahora bien, Atli el huno es un hombre de gran poder, pero codicioso. Mucho ha oído
hablar del enorme tesoro que Sígurd, el Matador del Dragón, ganara en otro tiempo, y
sabe que los Nibelungos se han apoderado de ese tesoro por medio de un vil asesinato.
Cada vez que Gudrun aparece ante Atli, el anillo de oro centellea, y Atli ve que no es
capaz de pensar en otra cosa que en ese tesoro.
Pasa el tiempo y Gudrun da al Rey de los hunos dos hijos, pero Atli continúa
intrigado, hasta que al fin actúa. Invita a Gúnnar y Hogni y a todos los Nibelungos nobles
a un gran banquete en su palacio del prado. Pero cuando los Nibelungos llegan al
banquete, pronto descubren que están rodeados por un enorme ejército de hunos. La
gran estancia del banquete se convierte en un matadero. Aunque los Nibelungos matan
a diez por cada uno que pierden, en última instancia son superados y todos mueren
salvo los hermanos Gúnnar y Hogni. A estos dos los encadenan y mantienen cautivos.
El Rey de los hunos habla con Gúnnar y promete perdonarle la vida si entrega el
tesoro que fuera arrebatado a Sígurd el Volsungo. Pero Gúnnar dice que Hogni y él han
escondido el tesoro en una caverna bajo el Rin, y que han jurado que ninguno revelaría
el secreto mientras el otro viviera. En el acto Atli da una orden, y al cabo de una hora
regresa un soldado. En la mano lleva el corazón de Hogni, que le ha sido arrancado del
pecho.
Gúnnar recibe ese acto repugnante con una risa cruel. Nunca había habido un
juramento, explicó. Gúnnar había temido que Hogni entregara el tesoro para continuar
con vida. Pero ahora que su hermano está muerto, sólo él conoce el secreto, y jamás lo
revelará. Dominado por la furia, Atli ordena que aten a Gúnnar y lo arrojen a un pozo
donde serpientes venenosas acallan finalmente el obstinado corazón del guerrero.
La destrucción de los Nibelungos enloquece a la esposa del Rey de los hunos, la
Reina Gudrun. Aunque el tesoro de Andvari está perdido, el anillo lleva la maldición del
enano mientras permanezca en la mano de Gudrun. Y Gudrun —como última de los
Nibelungos— decide vengar con sangre la traición de Atli.
A pesar de que la batalla con los Nibelungos había sido muy costosa para Atli y de
poco beneficio, el Rey de los hunos convoca un banquete para celebrar la victoria en el
gran salón del palacio. En secreto, Gudrun lleva a cabo sus preparativos. Da muerte a sus
dos niños, los hijos de Atli. Con los cráneos prepara dos copas. Mezcla la sangre inocente
con el vino; y ensarta sus corazones y entrañas y los asa para la cena. Todo se lo sirve a
Atli en el festín.
Luego, tarde esa noche, mientras el Rey de los hunos duerme, Gudrun toma un
cuchillo y le corta el cuello. Después sale sigilosamente, atranca las puertas desde el
exterior y prende fuego al gran salón del Rey de los hunos. Es la pira más grande jamás
vista en esa tierra; todos los soldados y súbditos de Atli perecen entre las llamas.
Gudrun permanece de pie ante ese infierno y lo observa con creciente locura; las
llamas le reviven terribles recuerdos. Huye de la tierra de los hunos y no para hasta
llegar a un risco alto que da al mar. Una vez más contempla el centelleante anillo de oro
de Andvari que lleva en la mano; luego, suspirando, carga el mandil con piedras y salta
al mar.

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CAPÍTULO VI
Las leyendas artúricas

E ncomúnmente
El Señor de los Anillos, los héroes de Tolkien, Aragorn y Gandalf, están muy
unidos en la imaginación popular con los cuentos del Rey Arturo y
Merlín el mago. Esto en parte se debe a que el Rey Arturo es, sin ninguna duda, el más
famoso y legendario de los héroes. La talla de Arturo gracias a numerosas historias lo
han convertido en la auténtica encarnación de las virtudes y fuerzas británicas.
Históricamente, las leyendas del Rey Arturo fueron casi desconocidas hasta el siglo
XII, pero en el siglo XIV abundaban en todas las cortes de Europa. Entre los primeros
libros impresos en Gran Bretaña se encuentra Le Morte d’Arthur, de Caxton-Malory, que
introdujo el ciclo artúrico en el inglés escrito… pues aunque muchos autores escribieron
distintas leyendas sobre Arturo, la mayoría lo hizo en la lengua oficial de la corte, el
francés.
La base histórica para el Rey Arturo es muy débil. El modelo más verosímil quizá
fuera el celta romanizado Ambrosio Aureliano. Según relatos posteriores era conocido
por el nombre de Artorius y el título romano de Dux Bellorum. Entre el 493 y el 516
d. C., se dice que Artorius condujo a los británicos contra los sajones en doce grandes
batallas, culminando en la victoria del monte Badonicus. Con el tiempo, la figura del rey
guerrero reapareció en las tradiciones orales de los bardos celtas y sajones como
símbolo de una breve y romántica era de orden y estabilidad. Cuando Guillermo el
Conquistador y sus caballeros normandos establecieron otra clase de orden y

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estabilidad, particularmente inflexible y despiadada, la figura del Rey Arturo creció
hasta adquirir incluso mayor talla. Arturo fue el héroe elegido y ancestral del pueblo
británico que veía en él a un rey noble que gobernaba un mundo galante e idealizado. En
el Rey Arturo y sus Caballeros de la Tabla Redonda, los británicos miraban hacia atrás
con orgullo a una pasada era de grandeza.
Cuando los lectores de lengua inglesa leen El Señor de los Anillos, no pueden dejar de
ver cierta relación entre Arturo y Aragorn, Merlín y Gandalf. No obstante, hay algo más
no tan claro: los romances artúricos están basados en gran medida en mitos y leyendas
teutónicos muy anteriores.
Aunque las figuras arquetípicas del héroe y el mago parecen muy similares en la
saga pagana, la leyenda medieval y la fantasía moderna, los contextos son muy
diferentes. La creación del medieval Rey Arturo y la corte, basados toscamente en los
principios de la moral cristiana, obligó a remodelar los aspectos más feroces de la
temprana tradición del héroe pagano. El héroe de la saga de Sígurd es un guerrero
salvaje que obviamente ni siquiera recibiría una invitación para cenar en la elegante
tabla redonda de Arturo. De manera curiosa, aunque el mundo de Tolkien es pagano y
prerreligioso, su héroe requiere casi tanta remodelación como Arturo, pues entiende
que el bien y el mal son opuestos absolutos. Y aunque el Aragorn de Tolkien es un héroe
pagano, a menudo parece más recto y moral que el Rey Arturo cristiano y medieval.
La comparación de los tres héroes —Arturo, Sígurd y Aragorn— muestra el poder de
los arquetipos en la descripción de los héroes del mito y la leyenda. En la vida de cada
uno de estos héroes hay patrones que son idénticos.
Arturo, Sígurd y Aragorn son hijos huérfanos y herederos legítimos de reyes
muertos en la batalla. Los tres han perdido un reino heredado y corren peligro de
muerte. Todos son los últimos de una cierta dinastía, y si los mataran el linaje llegaría a
su fin. Todos son criados en secreto en hogares adoptivos bajo la protección de un noble
extranjero que es un pariente lejano. Arturo fue educado en el castillo de sir Ector;
Sígurd en la estancia del Rey Hjalprek, y Aragorn en la casa del Señor Elrond, el Medio
Elfo. Durante su crianza —en la infancia y en la juventud— los tres llevaron a cabo
proezas de fuerza y destreza que anunciaban grandezas futuras.
Los tres héroes se enamoran de hermosas doncellas, pero todos han de superar
obstáculos en apariencia imposibles antes de poder casarse: Arturo con Ginebra, Sígurd
con Brynhild y Aragorn con Arwen. Todas son, hasta cierto punto, heroínas trágicas:
Ginebra se hace monja y muere en un convento, Brynhild pierde su poder sobrenatural
de valkiria y se suicida, y Arwen sacrifica su inmortalidad élfica y muere como humana.
La diferencia más evidente entre el Rey Arturo y Sígurd parece ser el objeto de sus
respectivas búsquedas. La gran tradición de búsqueda usualmente asociada con el Rey
Arturo no es el Anillo, sino el Santo Grial. El «Grial» es el cáliz que usó Cristo en la Ultima
Cena, y también la copa con la quejóse de Arimatea recogió la sangre que manó del
costado del Salvador.
La historia del Grial es una adición tardía al ciclo del romance artúrico. Se ha dicho
que el genio de Richard Wagner reconoció en el Anillo una imagen del Grial. La verdad
es todo lo contrario, como admitió el mismo Wagner cuando escribió su ópera de la
búsqueda del Grial, Parsifal. Wagner descubrió que el Santo Grial era una nueva versión

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cristianizada de la búsqueda del anillo. En Parsifal, el Anillo asciende misteriosamente y
se transforma en el Santo Grial.
Tanto Richard Wagner como Alfred Tennyson en su épico poema artúrico, Los idilios
del Rey, vieron en el Santo Grial los aspectos exclusivamente espirituales de la búsqueda
del anillo. La búsqueda del Grial se convirtió en un desastre, lo mismo que la búsqueda
del anillo, aunque por motivos opuestos.
En las búsquedas del anillo en El Señor de los Anillos y en la Saga de los Volsungos se
tiene la impresión de que los dueños de estos anillos eran destruidos por sus deseos de
riqueza y poder terrenales. Los Espectros del Anillo de Tolkien, por ejemplo,
adquirieron sus Anillos de Poder para hacerse ricos y poderosos, vendiendo sus almas.
En última instancia, sin embargo, el dominio del anillo sobre el mundo es una ilusión.
Con el tiempo éste llega a esclavizar a su propietario. Es la vieja pregunta moral: «¿De
qué le vale a un hombre ganar el mundo si pierde su alma?». No tienes nada si no tienes
alma.
En la búsqueda del Santo Grial ocurría lo contrario. La búsqueda del Grial era en
esencia un viaje espiritual que sólo podía completarse si se rechazaban todas las
influencias corruptoras del cuerpo y el mundo. Ningún ser humano es capaz de existir
en un plano puramente espiritual y aun así permanecer en el mundo. En consecuencia,
cuando los Caballeros de la Tabla Redonda emprendieron una búsqueda que requería
las virtudes espirituales de un santo, el resultado fue un desastre que prácticamente
destruyó el reino mortal de Arturo. Si en la búsqueda del anillo era un pacto con
demonios a costa de un alma inmortal, la búsqueda del Grial era un pacto con ángeles a
costa de un cuerpo mortal.
La búsqueda del Grial es una imagen medieval cristiana que muestra el aspecto
espiritual de la búsqueda del anillo. Esto podría ilustrarse diciendo que el anillo de oro
que asciende al cielo se convierte en un halo, mientras que el anillo de oro que
desciende a la tierra se convierte en una corona. La búsqueda exclusiva de uno de estos
dos aspectos termina en tragedia: tanto las necesidades del espíritu como las del cuerpo
han de ser satisfechas. Una no puede sobrevivir sin la otra.
Dejando a un lado la búsqueda del Grial, en las leyendas artúricas la búsqueda del
anillo pone en peligro la seguridad del reino de Arturo. Sin embargo, en las tradiciones
medievales cristianas y caballerescas, el anillo objeto de la búsqueda de Arturo es el
anillo matrimonial de oro de su amada Reina Ginebra. Con el fin de convertirse en un
aspirante meritorio, Arturo mata a doce gigantes molestos y conquista a doce reyes
enemistados. Para dar a la Reina un reino digno, Arturo reclama sus derechos y busca la
amistad de todos los otros notables barones y caballeros de la tierra.
Una vez logrado esto, el Rey Arturo y la Reina Ginebra se desposan y se pronuncia
un juramento sagrado sobre el anillo matrimonial. Es un matrimonio de verdadero
amor, pero también político. De manera emblemática, la Reina Ginebra lleva la Tabla
Redonda a Camelot como parte de su dote. Alrededor de esa gran mesa, se forja un
anillo de hierro de caballeros, que juran lealtad al Rey y a la Reina. El anillo de hierro
sobrevivirá mientras se cumpla el juramento pronunciado sobre el anillo de oro
matrimonial.

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En El Señor de los Anillos el Anillo Único es maligno; en la Saga de los Volsungos el
anillo de Andvari lleva una maldición. En la tradición artúrica, el anillo de oro es válido
mientras no se traicione el juramento. No obstante, aparte del origen de estos anillos de
oro, los juramentos falsos no quedan sin castigo.
Las caídas volsunga y nibelunga son resultado directo de la inconsciente violación
por parte de Sígurd del juramento que le hizo a Brynhild, cuando le dio el Anillo de
Andvari como símbolo de amor eterno. Cuando Sígurd, sin darse cuenta, rompe ese
juramento, el desastre los aniquila a todos. De manera similar, el quebrantamiento del
juramento sagrado hecho sobre el anillo matrimonial de Arturo y Ginebra —a través del
adulterio de la Reina con sir Lancelot— da como resultado la disolución de la Tabla
Redonda. El anillo de hierro de los caballeros se quiebra para siempre. El caos y la
anarquía destruyen el reino. Ambas tradiciones interpretan la maldición del anillo de la
misma manera: la casa construida sobre la mentira no puede sobrevivir.
En El Señor de los Anillos, Sauron, maestro de disfraces, se mueve entre los herreros
elfos de Eregion prometiéndoles crear anillos de magia y poder. Sauron consigue
engañar a los elfos, tanto que éstos inadvertidamente lo ayudan a forjar los Anillos de
Poder. Sólo entonces, y en secreto, va Sauron a su herrería en el Monte del Destino. Allí,
recurriendo a todas las promesas falsas y a las mentiras inventadas por los magos desde
el alba de los tiempos, Sauron forja el Anillo Único con el que buscaba encadenar y
esclavizar el mundo.
El corazón del reino maligno de Sauron era la Torre Oscura de Mordor, y los sólidos
cimientos de la torre se construyeron mediante el poder del Anillo Único. Sin embargo,
cuando el Anillo Único es destruido en el fuego del Monte del Destino, la ilusión del
poder de Sauron se desvanece. La «casa» de éste, la Torre Oscura, que se erigió sobre las
monstruosas mentiras del Anillo Único, no puede sobrevivir. Los cimientos se
desmoronan. El Señor del Anillo y todos sus servidores se convierten en humo y ceniza
dispersados por un viento de desolación. La Torre Oscura se derrumba en un montón de
escombros y polvo.
Aparte de la búsqueda misma del anillo, hay muchos otros elementos similares entre
la saga, el romance y la fantasía. En relación con Arturo y Sígurd, el héroe de Tolkien,
Aragorn, se parece de muchas maneras a ambos, y en algunas a uno o a otro.
La herencia de la espada del rey guerrero es bastante decisiva para los tres héroes.
Arturo demuestra su derecho a la espada en un torneo famoso: sólo él es capaz de
sacarla de la piedra. Es un acto que copia el certamen de la Saga de los Volsungos,
cuando sólo el padre de Sígurd, Sígmund, puede extraer la espada que Odín ha clavado
en el roble Branstock. No obstante, ni Sígurd ni Aragorn deben pasar pruebas
semejantes. Los dos reciben sus espadas como herencias, y el problema que han de
resolver es que las dos están rotas, y ninguno puede usarla y reclamar el trono hasta
que vuelvan a ser forjadas. En el caso de Sígurd, la espada la rompió el mago Odín en la
última batalla de su padre, Sígmund, mientras que la de Aragorn fue rota por su
antepasado Elendil en una última batalla con el mago Sauron.
Igual que las heredadas por Sígurd y Aragorn, la espada de Arturo era
supuestamente irrompible; pero por distintas circunstancias, las tres resultan rotas. Las
de Sígmund y Aragorn se quiebran en batallas con oponentes sobrenaturales, mientras

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que la espada del Rey Arturo se rompe cuando lanza un inicuo ataque contra sir Pelinor.
Parece que la espada del rey cristiano está dotada de una conciencia moral. Sir Pelinor
se encuentra a punto de matar a Arturo cuando aparece Merlín y sume a Pelinor en un
sueño profundo. De este modo, el arma de Arturo se rompe pero él no muere, como le
sucediera a Sígmund cuando se le quebró la espada. Arturo es salvado por el mago
Merlín, experimenta una resurrección espiritual. El penitente y reformado Arturo
vuelve a nacer; igual que —en un sentido— Sígmund resucita en su hijo Sígurd, y Elendil
en su descendiente Aragorn.
Una vez que Sígurd vuelve a forjar su espada Gram, parte enseguida para reclamar
su herencia. Lo hace vengando la muerte de su padre y reclamando el reino que ha
conquistado, matando al dragón Fáfnir y obteniendo el tesoro y el anillo de oro del
monstruo. Sígurd no se detiene hasta ganar a su amada princesa valkiria, Brynhild.
Hasta cierto punto, aunque la búsqueda del anillo es distinta (ser destruido en vez de
ganado), la vida de Aragorn refleja la de Sígurd. Cuando la espada de Aragorn, Andúril,
vuelve a ser forjada, éste emprende la marcha para reclamar su herencia. Venga la
muerte de su padre, reclama el reino, y después de la destrucción del Anillo Único, gana
a su amada Princesa elfa, Arwen.
El elemento de la muerte del dragón, tal como se presenta en el cuento de Sígurd, no
aparece en El Señor de los Anillos, pero es recogido por Tolkien en El Hobbit. Aunque en
esta historia el matador del dragón es un personaje bastante secundario, el patrón
heroico es casi idéntico al del cuento de Sígurd el Matador del Dragón. El exiliado
desposeído, Bardo el Arquero, era un descendiente de los reyes de Valle a quienes el
dragón Smaug el Dorado mató y les robó el oro. Como herencia, Bardo no tenía una
espada, sino un arco negro. Entendiendo la lengua de las aves, Bardo se entera de que el
vientre del dragón está desprotegido y le atraviesa el corazón con su flecha negra. Bardo
venga a su padre y sus antepasados, mata al dragón y gana el tesoro. Luego restablece el
reino y se desposa con su Reina.
La naturaleza de la espada de Aragorn procede tanto de la tradición artúrica como
de la volsunga. En un principio la espada de Aragorn se llamó Narsil, que quiere decir
«llama roja y blanca», y fue forjada por el mayor herrero de todos los Enanos, Telchar el
Herrero. Narsil es rota por Elendil al final de la Segunda Edad, y los herreros elfos de
Rivendel vuelven a forjarla para Aragorn. Entonces se la rebautiza Andúril, que significa
«llama del oeste», y era un acero que brillaba rojo a la luz del sol y blanco a la luz de la
luna.
En la tradición volsunga, la espada que Odín clava en el árbol y que es ganada por
Sígmund, fue forjada por el más grande herrero elfo de Alfheim, Vólund, a quien los
sajones llamaron Wayland el Herrero. Esta espada de Odín carece de nombre hasta que
Regin, el herrero parecido a un enano, la vuelve a forjar para Sígurd. Entonces es
bautizada Gram y se distingue por las llamas azules que danzan a lo largo de los bordes
del acero, afilados como una navaja.
El Rey Arturo difiere de Sígurd y Aragorn en que no vuelven a forjarle la espada rota.
La espada, sencillamente, es sustituida por otra aún más extraordinaria. Arturo recibe
su nueva espada «Excalibur» de parte de la hechicera Viviana, quien también es
conocida como la Dama del Lago. En El Señor de los Anillos, Viviana es comparable a la

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Reina de los Elfos, Galadriel de Lothlórien. El regalo de la Reina de los Elfos no es una
espada, sino una vaina enjoyada que hace que el acero de la espada no se pueda
manchar ni romper.
También Excalibur tiene una funda enjoyada, pero tiene un encantamiento que
impide que Arturo pierda sangre mientras la empuña, aunque esté muy mal herido. La
hoja de Excalibur brilla como las otras con una luz sobrenatural. Se dice que en la
batalla brilla como treinta antorchas. Como Gram y Andúril, puede traspasar sin mella la
piedra y el hierro.
Quizá la conexión más reveladora entre los tres héroes sea la similitud de los
mentores: Merlín, Odín y Gandalf. Todos, hasta cierto punto, encajan con la forma
arquetípica del mago. Los tres son seres no humanos dotados de poderes
sobrenaturales y habilidades proféticas. Los tres son consejeros de reyes en la paz y en
la guerra, pero los poderes terrenales no les interesan. En cierto sentido, todos son
vehículos del destino que guía al héroe. Todos tienen un aspecto parecido: vitales, viejos
peregrinos de gran conocimiento y barbas blancas. Los tres llevan un bastón de mago y
un sombrero de ala ancha y largas túnicas.
En muchos aspectos, Gandalf es más como Merlín que como Odín. Éste era, por
supuesto, un dios inmortal que se mezcló entre los mortales de Mídgard como un
viajero anciano. En sus orígenes, es probable que Merlín fuera un dios celta que, de
manera similar, visitaba a los mortales disfrazado de mago, aunque con posterioridad
las tradiciones afirmaron que era el vástago de una mortal y un elfo o demonio. En el
comienzo Gandalf es un semidiós, uno de los cinco Istari o Magos que vienen a la Tierra
Media a vivir entre los mortales.
No obstante, muchos de los poderes de Gandalf se parecen más a los del Odín
nórdico que a los del Merlín celta. Ante todo, el nombre Gandalf procede del Edda
Menor, y significa literalmente «mago elfo». Por la utilización de runas, sus
encantamientos, e incluso sus poderes de mago, Gandalf se asemeja a Odín. Hasta el
caballo de Gandalf procede de las tradiciones nórdicas. «Sombragrís» [Shadowfax]
significa «gris plata», y se parece mucho a Grani, el caballo «gris» de Sígurd. Grani, que
entendía el habla humana, era el vástago gris plata del corcel sobrenatural de ocho
patas del dios Odín, Sléipnir. Sombragrís, que también comprendía la lengua de los
Hombres, era de la raza de los Mearas, que descendían de Nahar, el caballo sobrenatural
dios Oromë el Cazador.
Una vez que su trabajo como mentores y consejeros de héroes ha terminado, los
magos se marchan misteriosamente. Los tres —Odín, Merlín, Gandalf—, en vez de
morir, dejan los reinos mortales. Odín, después de aconsejar a sus héroes, abandona el
mundo mortal, y (tras una peregrinación a Hel) sube por el Puente del Arcoiris al reino
inmortal de los dioses en Ásgard. Merlín parte en una peregrinación solitaria, para no
volver nunca, pues cae en un encantamiento y vive en un trance de sueño, y de acuerdo
con distintas leyendas en una tumba, un árbol o una torre en una isla del Mar
Occidental.
El Gandalf de Tolkien, debido a su doble final, toma elementos tanto de las historias
de Odín como de las de Merlín. Gandalf el Gris, después de luchar con el balrog de Moría,
cae en las entrañas de la tierra, donde permanece en un estado como de muerte, aunque

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es un trance de sueño. Resucita como Gandalf el Blanco, y se encuentra con su segundo
final en la Tierra Media cuando navega cruzando el Mar Occidental en un barco élfico
hacia el reino de los dioses Aman.
El fin de Gandalf en la Tierra Media, junto con la partida de los Portadores del Anillo
en los barcos élficos desde los Puertos Grises, es también el fin de la novela épica de
Tolkien. En la búsqueda de elementos artúricos en El Señor de los Anillos, no puede
haber duda de que el final agridulce de la novela tiene un modelo consciente en los
relatos de la muerte de Arturo.
Es un final que procede del lado celta de la tradición del Rey Arturo antes que del
lado teutón. Después de su batalla definitiva, el mortalmente herido Arturo es llevado
por una hermosa Reina de las Hadas en una barca misteriosa. Esta transporta al rey
herido al oeste, a través de las aguas hacia la tierra de las hadas de Avalón, donde Arturo
será curado y tendrá una vida inmortal.
Este final de la vida mortal de Arturo es muy parecido al final de El Señor de los
Anillos. Sin embargo, es importante señalar que no ocurre lo mismo con Aragorn.
Aragorn morirá en el mundo mortal. La recompensa suprema de este viaje a la tierra de
los inmortales le está reservada a otro. El «rey herido» que va a navegar en el barco de
la Reina de los Elfos, Galadriel, a través del Mar Occidental, más allá de las torres élficas
de Avallone, no es Aragorn sino Frodo, el hobbit Portador del Anillo, que es justamente
el verdadero héroe en El Señor de los Anillos.
Al principio las aventuras de Frodo parecen contradecir las grandes hazañas de
Aragorn. El diminuto hobbit es demasiado frágil y excesivamente humano para que
parezca en un principio un probable candidato al trabajo de héroe en una misión. Por
otro lado, Aragorn es grande, fuerte, temerario… y de una virtud y un valor casi
inhumanos. No obstante, son las cualidades humanas del hobbit las que prevalecen en
última instancia. La profunda sabiduría de compasión propia del corazón humano (o
hobbit) triunfa donde fracasa la fuerza.
De manera curiosa, en El Señor de los Anillos y El Hobbit, aunque los hobbits parecen
ser un divertido adorno de las más grandes y heroicas personalidades de los Hombres y
los Elfos, las mayores proezas son casi todas llevadas a cabo por los hobbits mismos o
con su ayuda. Las aventuras de Bilbo tienen como resultado la muerte de Smaug el
dragón y el descubrimiento del Anillo Único. Meriadoc mata al Rey Brujo de Morgul, y
con Peregrin convence a los Ents de que destruyan la Torre de Saruman. Samsagaz hiere
mortalmente a la gigantesca Ella-Laraña, y lo más importante, Frodo (con Gollum)
destruye a Sauron y el Anillo Único.
Al final, los Hobbits son los verdaderos héroes. Es el humilde Frodo Bolsón, no el
noble Aragorn, quien culmina con éxito la Misión del Anillo. Lo consigue a costa de su
salud: ha perdido un dedo y tiene una herida envenenada que no curará. El hobbit
herido —como Arturo— será curado con un remedio sobrenatural. No es Aragorn el
Rey, sino Frodo —el héroe del corazón— el elegido para navegar hacia la tierra de los
inmortales.

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CAPÍTULO VII
Las leyendas carolingias

A síquien
como el Rey Arturo se convirtió en el héroe nacional de Gran Bretaña, en torno a
se tejió un gran ciclo de leyendas, en el continente la figura histórica del Sacro
emperador de Roma, Carlomagno, creció hasta convertirse en una gran figura
legendaria. Lo mismo que con los caballeros de Arturo, las leyendas de Carlomagno
incluyen numerosas historias de sus paladines. Las aventuras de estos caballeros
cristianos aliados de Carlomagno se narraron en los famosos Cantares de Gesta.
El mismo J.R.R. Tolkien señaló a menudo que eran muchos los lectores que veían
cierta relación entre Aragorn y el Rey Arturo, pero que por lo general pasaban por alto
la de Aragorn y Carlomagno. Sin duda, así se lo parecía a Tolkien; la gran tarea de
Aragorn —forjar el Reino Reunido de Amor y Gondor sobre las ruinas del antiguo
imperio de los Dúnedain después de más de un milenio de caos bárbaro— era,
históricamente, semejante a la tarea de Carlomagno: crear el Sacro Imperio Romano
sobre las ruinas del antiguo Imperio Romano.
Geográficamente, Tolkien veía también que la expansión del Reino Reunido era muy
semejante a la del reino de Carlomagno. El escenario de El Señor de los Anillos es el
noroeste de la Tierra Media, una región más o menos equivalente a la masa territorial
europea. Hobbiton y Rivendel, como a menudo reconoció Tolkien, se situaron
aproximadamente en la latitud de Oxford. Según sus propios cálculos, esto ponía a
Gondor y a Minas Tirith a unas seiscientas millas al sur, en un emplazamiento que podía

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ser Florencia. Los orígenes de El Señor de los Anillos no son los mitos artúricos o
nórdicos, y Tolkien sugirió (en una carta [Cartas, n.º 294] escrita en 1967): «La historia
culmina en lo que se parece mucho más al restablecimiento de un Sacro Imperio
Romano eficaz con asiento en Roma…».
Ciertamente, la escala de la empresa de Carlomagno para crear un Sacro Imperio
Romano se parece más al reto con que se enfrentó Aragorn en la Tierra Media que al del
Rey Arturo. El paralelismo es bastante obvio. En El Señor de los Anillos el otrora reino
unido númenóreano está dividido en los dos reinos debilitados y deteriorados del Norte
y del Sur, Amor y Gondor. El histórico Imperio Romano se dividió también en dos
debilitados y deteriorados reinos de Occidente y Oriente, Roma y Bizancio. No cabe
duda de que el mismo Tolkien consideró tal paralelismo, escribiendo [Cartas, n.º 131]
que veía a Gondor en la época de la Guerra del Anillo como «una especie de Bizancio
orgullosa y venerable, aunque cada vez más impotente».
El poder y la variedad de los enemigos de Carlomagno no eran muy distintos de
aquellos contra los que tuvo que luchar Aragorn cuando intentaba forjar de nuevo los
antiguos reinos númenóreanos. Así como Aragorn tuvo que batallar contra un poderoso
enemigo del sur —los Sureños de Harad—, Carlomagno tuvo que frenar a un enemigo
parecido: los sarracenos de España y del norte de África. Al este, Aragorn tenía a las
tribus de los Hombres del Este y las hordas bárbaras que adoraban al ojo maligno de
Sauron, el Señor Oscuro; en la frontera oriental de Carlomagno habitaban las tribus
germánicas y las hordas bárbaras que adoraban al dios tuerto Votan, a quien los
nórdicos llamaban Odín.
Por encima de todos los reyes guerreros de Europa, se atribuye a Carlomagno el
mérito de ser el más enérgico destructor del culto de Odín y su equivalente germánico,
Votan. El papel de Carlomagno como «Defensor de la Fe Cristiana» era mucho más
agresivo que lo que el título da a entender. Hizo del Rin su línea de batalla y suprimió
brutalmente toda adoración no cristiana. Destruyó y derribó todos los templos paganos
y quemó las sagradas arboledas. Todos los que adoraban a Odín/Votan fueron
convertidos o pasados por la espada. De manera similar en el sur, en España, detuvo
para siempre el avance de los sarracenos. Repelió la marea del Islam y pasó por la
espada a los adoradores del profeta Mahoma.
En El Señor de los Anillos, Aragorn reprime de un modo similar a los adoradores de
Sauron. Los Sureños y las tribus del Este son obligadas a punta de espada a demandar la
paz. Una vez que la Torre Oscura es destruida y las legiones de orcos prácticamente
aniquiladas, el hechizo de Sauron llega a su fin. Aunque no hay implicaciones religiosas,
los bárbaros son convertidos a las costumbres pacíficas y firman tratados reconociendo
el Reino Reunido de los Dúnedain.
Por supuesto, hay muchas otras comparaciones posibles entre Aragorn y
Carlomagno. Los dos portan espadas mágicas y ancestrales, los dos tienen el poder de
curar con hierbas mágicas, los dos tienen mentores viejos y sabios y los dos se casan con
Reinas de los Elfos.
La espada de Aragorn, Andúril —que fue forjada por Telchar el Herrero—, tiene su
par en la de Carlomagno, Joyeuse, forjada por Wayland el Herrero. Sin embargo, parece
curioso que el destructor cristiano de las religiones paganas esté armado con una

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espada forjada por el mismo herrero que había forjado a Gram, el arma del guerrero
supremo de Odín, Sígurd el Matador del Dragón.
En El Señor de los Anillos, Aragorn utiliza la hierba athelas para curar a quienes el
«Hálito Negro» de los Nazgûl había abatido. En las leyendas carolingias se lee que
Carlomagno era capaz de sanar a las víctimas de la plaga o «muerte negra» empleando
la hierba llamada «cerraja». En ambos casos, estas hierbas sólo curaban cuando eran
administradas por las manos sanadoras de un rey, tal como se reconocía en el folklore
de la Tierra Media, donde el nombre popular de la athelas era «Hoja de Reyes».
La figura clave de Gandalf el mago en El Señor de los Anillos, como mentor y guía
espiritual de Aragorn, no cabe en el mundo de Carlomagno. La Iglesia no permitiría que
un mago fuera mentor y guía espiritual del Sacro Emperador. A esto hay que añadir que
casi todos los magos son versiones débilmente veladas y terrenales del dios-mago
Odín/Votan, el más grande enemigo de la Iglesia. En las historias cristianizadas de
Carlomagno, la figura de Gandalf/Merlín/Odín está reemplazada por la de un sabio y
anciano sacerdote. La figura histórica del obispo Turpin suplanta al mago, y se convierte
en la versión cristianizada del mismo personaje: el anciano mentor de barba blanca con
el cayado de obispo, en vez del bastón de mago.
En la elección de reinas, Aragorn y Carlomagno tuvieron una suerte parecida. El
compromiso de Aragorn con la Princesa elfa Arwen es comparable al de Carlomagno
con Frastrada, la oriental y exótica Princesa elfa. Por supuesto, tanto Frastrada como
Arwen son consideradas las mujeres más hermosas del mundo.
La más atractiva de todas las leyendas carolingias acerca del poder subyugador del
anillo tiene como centro el matrimonio de Carlomagno con Frastrada. Curiosamente,
esta historia de Carlomagno y «El anillo de la serpiente» es el cuento carolingio que más
se parece a El Señor de los Anillos. «El anillo de la serpiente» es también la única leyenda
en la que, como en Tolkien, se rechaza el poder del anillo. La historia muestra, además,
que un anillo pagano tenía aún poder suficiente en la era cristiana para vencer incluso a
un héroe tan devoto como el Sacro Emperador Romano.
El cuento de «El anulo de la serpiente» comienza el día de la boda real de
Carlomagno y Frastrada. Los súbditos y nobles de todo el mundo llegan a la corte de
Carlomagno con regalos de boda. Entre ellos se encuentra una gran serpiente con un
anillo en la boca. La serpiente entra en el salón del banquete y se arrastra hasta la mesa
real. Allí se alza y deja caer el anillo de oro en la copa del emperador. Luego la serpiente
da media vuelta y se desliza fuera del salón.
Tomándolo como un buen presagio, Carlomagno se levanta y pone el anillo en la
mano de la Reina Frastrada. Pero ese anillo de la serpiente tiene un poder que
Carlomagno no ha imaginado, y que empezó a actuar una vez que estuvo en el dedo de
Frastrada.
El anillo de la serpiente era de encantamiento. De inmediato el amor que
Carlomagno siente por Frastrada se dobla y redobla. Se convierte en algo compulsivo,
casi insoportable. El poder del anillo hace que Carlomagno adore irrevocablemente a
Frastrada. No soporta estar separado de quien luce el anillo en la mano.
Durante un tiempo todo está bien, pues el amor de Carlomagno es correspondido, y
los dos son felices, y los asuntos del reino se desarrollan sin problemas. Pero pasados

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unos pocos años, Frastrada padece una enfermedad mortal, y nada, ni siquiera las
manos sanadoras de Carlomagno, es capaz de salvarla.
No obstante, cuando ella muere, el hechizo del anillo no disminuye. Pretenden
enterrar a Frastrada en la catedral de Mayence, pero Carlomagno no quiere separarse
de ella y hace que la depositen en una cámara, y allí la vela tanto de día como de noche.
El poder del anillo hace que le parezca tan hermosa como en vida. De modo que allí se
queda, día tras día, semana tras semana, consumiéndose y descuidando su imperio.
Por último, el obispo Turpin se presenta en la cámara mientras Carlomagno se
encuentra sumido en un sueño inquieto. Igual que el sabio Gandalf, que fue el primero
en reconocer el poder del Anillo Único, es el viejo sabio Turpin quien reconoce el poder
del anillo de la serpiente. Deseando liberar al Emperador de su hechizo, Turpin lo quita
del dedo de la Reina y huye de la cámara.
Cuando el Emperador despierta, descubre que aunque todavía triste por la muerte
de Frastrada, el dolor salvaje que lo había esclavizado ha desaparecido mágicamente. Ya
no se siente obligado a permanecer junto a ella y permite que entierren su cuerpo.
Sin embargo, poco a poco Carlomagno se da cuenta de que debe buscar con urgencia
el consejo y la compañía del obispo Turpin. Siente que nunca hasta entonces había
comprendido qué importante era para él el anciano consejero. En ese momento le
parece que sólo la amistad del obispo Turpin podría dar a su vida significado y
propósito.
De inmediato el Emperador corre a ver a Turpin y declara al obispo el más sabio de
los hombres y el mejor de los amigos. Luego proclama que jamás se separará de él y que
en todas las cuestiones de estado prevalecerá la palabra de Turpin.
Más bien intimidado por la comprensión de que el poder del anillo pudiera
despertar tal amor en Carlomagno tanto hacia un hombre como hacia una mujer,
Turpin, a pesar de ello, aprovecha esos poderes con el fin de conseguir que Carlomagno
se recupere, y luego animarlo a ocuparse de los urgentes asuntos del reino.
El obispo tiene éxito, pero en última instancia decide que debe rechazar el poder del
anillo. Como el hobbit Frodo en El Señor de los Anillos, Turpin descubre que la carga del
anillo le resulta excesiva. Sin embargo, el viejo obispo desconfía de ese poder mágico y
tiene miedo de que caiga en manos malignas. Sabe que cualquiera que se lo ponga podrá
esclavizar y hechizar al Emperador. De modo que, como el hobbit Frodo, se marcha en
secreto y busca un modo de deshacerse del anillo.
Frodo lleva el Anillo Único a los fuegos volcánicos del Monte del Destino intentando
neutralizar su poder. El obispo Turpin encuentra un lago remoto en un bosque y arroja
el anillo a sus aguas intentando neutralizar su poder.
Cuando a la mañana siguiente el obispo vuelve junto a Carlomagno, descubre
aliviado que el amor obsesivo que le mostraba el Emperador había vuelto a la sencilla
camaradería de antaño.
No obstante, ése no fue el fin de la cuestión. Pues el anillo de la serpiente no resultó
destruido al ser arrojado al lago, como tampoco el Anillo Único cuando se perdió en el
río Anduin. Y así como el poder del Anillo Único llamaba a Sauron, el anillo de la
serpiente llama a Carlomagno.

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El anillo acosa a Carlomagno. Pasa inquieto los días y su desánimo no le permite
concentrarse en los asuntos de Estado. Siempre distraído, tiene necesidad de viajar y
errar por lejanos bosques. A menudo llama a sus cazadores y vaga por las florestas del
reino, esperando que la cacería lo tranquilice.
Un día se adentra profundamente en un bosque, hasta que llega a un claro que
alberga el mismo lago en que Turpin había tirado el anillo.
Siente un gran júbilo al ver las aguas cristalinas. No entiende por qué pero
contempla el lago en un éxtasis creciente. No desea otra cosa que quedarse en ese sitio
toda la vida.
Y así ocurre que ordena que se construya allí mismo un gran palacio. Así fue como
Aix-la-Chapelle se convirtió en la capital del reino de Carlomagno, pues allí estaban el
claro y el lago y allí pasó el emperador la mayor parte de sus días.
Resulta más bien sorprendente encontrar, en el centro simbólico del reino del
principal monarca cristiano, un anillo pagano y mágico celosamente guardado por un
emperador que empuña una espada pagana y mágica.
Parece el reflejo opuesto de la historia original nórdica del anillo de Andvari, en la
que el codicioso enano guarda un anillo de oro escondido en la profundidad del
estanque para que no caiga en manos de algún héroe. En la leyenda carolingia, un
emperador virtuoso esconde un anillo de oro en las profundidades de un lago para que
no caiga en manos de los malignos y paganos poderes que quieren destronarlo y
destruir el Imperio.
Es también lo opuesto del corrupto Gollum en su oscuro estanque subterráneo
guardando su anillo, y de un maligno emperador como Sauron guardando un anillo de
oro escondido en su Torre Oscura para mantenerlo alejado de los buenos poderes
élficos que vienen a destronarlo y a destruir su Imperio.
Como el Rey Arturo y su Tabla Redonda de caballeros, el Emperador Carlomagno fue
tema de multitud de historias, conocidas como Cantares de Gesta, que conciernen a sus
leales paladines. Algunos aspectos de estas aventuras y sus héroes parecen haber
encontrado un camino para entrar en El Señor de los Anillos de Tolkien.
Uno de los paladines más famosos de Carlomagno fue el héroe Roldan. Celebrado en
la obra maestra de la literatura medieval, El Cantar de Roldan, este leal paladín es mejor
conocido por su última y famosa batalla contra los sarracenos en el paso de
Roncesvalles, en los Pirineos. Emboscado y altamente superado en número, Roldan
lucha con valentía hasta que se le rompe la espada. Por último es superado por las
hordas infieles. Al morir, Roldan sopla su cuerno para advertir a Carlomagno del ataque.
En El Señor de los Anillos, este acontecimiento se asemeja a la última batalla del
capitán Boromir contra los orcos en Amon Hen, sobre los Saltos del Rauros. Atacados
por orcos bajo la Colina del Ojo, Boromir sopla su cuerno. Aunque mata a una veintena
de orcos en defensa de los hobbits, al fin cae herido. Los orcos rompen la espada de
Boromir y aplastan el gran cuerno. Aragorn, igual que Carlomagno, corre hacia el sonido
del cuerno, pero, igual que Carlomagno, llega demasiado tarde. Boromir sólo dice unas
pocas palabras antes de morir.
Otro de los grandes paladines de Carlomagno fue el héroe que los daneses alaban
por encima de cualquier otro caballero. Se trata de Ogier el Danés. Hijo del Rey

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Godofredo de Dinamarca, las proezas de Ogier fueron celebradas en los Cantares de
Gesta y en muchos otros ciclos de leyendas. En el siglo XIX, William Morris escribió sobre
Ogier el Danés un largo poema, The Earthly Paradise. Como Holger Danske, Ogier es
todavía hoy el héroe nacional de Dinamarca.
Ogier el Danés era uno de los más grandes caballeros del mundo. Conoció las cortes
de Carlomagno, de Arturo, de los lombardos, los hunos y los sarracenos, y se embarcó en
aventuras que lo llevaron a Jerusalén y Babilonia. En su centésimo año, al regresar de
Jerusalén, embarcó en una última búsqueda. Viajó a una isla donde había un gran
castillo de piedra imán que arrancaba todo el hierro de los barcos que intentaban
navegar cerca de la costa. El navío de Ogier naufragó, pero él consiguió llegar hasta la
playa. El castillo estaba iluminado por una luz mágica. Dentro, en el patio central,
descubrió una gran serpiente que guardaba un árbol. Ogier desenvainó su espada
Courtain y mató a la criatura. Bajo el árbol estaba la mujer más hermosa que hubiera
visto jamás, y en la mano lucía un anillo de oro.
La doncella no era otra que la inmortal hada Morgana, la hermana feérica del Rey
Arturo. Cuando Morgana pone el anillo en la vieja mano del guerrero, Ogier recupera la
juventud, y se le concede la vida inmortal. Joven y otra vez de cabellos dorados, Ogier
parte con Morgana en un viaje final a través del mar hacia el lejano reino feérico de
Avalón.
Muchos de los elementos de esta leyenda carolingia reaparecen en los relatos de
Tolkien. El héroe busca el anillo y mata a un dragón con una espada ancestral. Con el
anillo gana a la princesa elfa y la vida de los inmortales mientras cruzan el mar en un
navío feérico hacia una isla bendecida. Sin embargo, lo que es más importante, Ogier y
Morgana son el patrón de Aragorn y Arwen: el matrimonio entre un príncipe mortal y
una princesa inmortal que eligen entre los mundos mortal e inmortal. Ogier y Morgana
eligen el mundo inmortal, mientras que Aragorn y Arwen se deciden por el mortal.

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CAPÍTULO VIII
Mitos celtas y sajones

E nllegar
la búsqueda de las fuentes e influencias que inspiraron a J.R.R. Tolkien, se ha de
en algún momento a las mitologías de las dos grandes razas de las que en gran
medida desciende el pueblo británico: los celtas y los anglosajones. Como profesor de
anglosajón, Tolkien tenía un gran amor por las heroicas tradiciones narrativas de esa
intrépida raza guerrera, con sus maravillosas sagas, crónicas y cuentos de aventuras.
También era claramente consciente de que los toscos guerreros teutones suplantaron a
la más antigua y compleja civilización celta. Examinando las leyendas artúricas, se
advierte enseguida la fuerte influencia de las tradiciones célticas que se filtraron a
través de los cuentos de Tolkien. Además de los elementos ya mencionados, la mitología
céltica ha influido de manera fundamental en la formación del mundo de Tolkien.
El Red Book of Hergest [El Libro Rojo de Hergest] es un manuscrito que incluye el
más importante compendio de leyendas galesas, El Mabinogion, con numerosas
historias de anillos mágicos. La doncella Lunet, la Dama de la Fuente, le da un anillo de
invisibilidad al héroe Owein. La Dama Lyonesse le entrega a su héroe, Gareth, un anillo
mágico que impedirá que le hagan daño. Y Peredur Lanza Larga parte en la búsqueda de
un anillo de oro en la que mata a la Serpiente Negra de los Túmulos y gana una piedra
de invisibilidad y una piedra que produce oro.
Sin embargo, de toda la mitología céltica lo que más influyó en Tolkien fue el tema de
los Elfos. En términos generales, es fácil ver que Tolkien ha incluido gran parte de las

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tradiciones célticas en las historias de los Elfos, mientras que la raza invasora de
anglosajones tiene las características de sus Hombres.
Los Elfos de Tolkien en su mayoría se basan en las tradiciones y convenciones de los
mitos celtas y las leyendas de Irlanda y Gales. No obstante, es importante comprender
que antes de Tolkien, el «elfo» era un concepto vagamente definido, asociado a menudo
con duendes, hadas, gnomos, enanos y trasgos, de una naturaleza disminuida e
insignificante.
Los Elfos de Tolkien no son una raza de duendes. Son un pueblo poderoso y robusto
que se parece mucho a la raza irlandesa, prehumana e inmortal llamada los Tuatha De
Danann. Como los Tuatha De Danann, los Elfos de Tolkien, más altos y fuertes que los
mortales, nunca caen enfermos, son de una belleza sobrehumana y más sabios en todas
las cosas. Tienen talismanes, joyas y armas que los humanos podrían considerar
mágicos. Montan en caballos sobrenaturales y entienden las lenguas de los animales.
Aman las canciones, la poesía y la música, que componen e interpretan.
Los Tuatha De Danann se retiraron poco a poco de Irlanda a medida que los
hombres mortales llegaban del este. El tema de la mengua del poder élfico en la Tierra
Media procede de la tradición céltica. Los Elfos que navegan hacia el oeste a reinos
inmortales e intemporales del otro lado del mar, mientras la raza humana se queda
atrás y usurpa un mundo mortal, disminuido y atrapado en el tiempo, eran en gran
medida el tema de la mengua de los Tuatha De Danann.
El resto de esta raza otrora poderosa era los «Aes Sidhe» o los «Sidhe» (pronúnciese
«Shii»). El nombre significa el «pueblo de las colinas», pues se creía que este pueblo se
retiró del reino mortal y se ocultó en «colinas huecas» o en el interior de antiguos
montículos antes sagrados para ellos. En Tolkien, igual que en las leyendas célticas, se
encuentran restos de poblaciones de estos inmortales en todo tipo de lugares
escondidos: bosques encantados (como Lothlórien), valles ocultos (como Rivendel),
cavernas (como Menegroth), en gargantas de ríos (como Nargothrond) y en islas lejanas
(como Tol Eressëa). Los Elfos de Tolkien, igual que los Sidhe, rara vez se entrometían en
el mundo de los hombres. Les preocupaban mucho más sus propios asuntos e historias.
Todas las tradiciones célticas de los Sidhe reaparecen en los Elfos de Tolkien. El tiempo
élfico es muy distinto del tiempo mortal; cuando los aventureros mortales de Tolkien
cruzan un reino élfico experimentan un salto en el tiempo, no muy distinto del que
sentían los mortales que habitaban los reinos de los Sidhe; en casos extremos, algunos
confundían las horas con años, o los años con horas. Esto quizá se deba a las reglas de
inmortalidad que gobiernan tanto a los Elfos como a los Sidhe.
Los Elfos y los Sidhe tienen una vida ilimitada, y en ese sentido son inmortales,
aunque se los puede matar. Tolkien sigue la tradición céltica que sugiere que los
inmortales no pueden sobrevivir en un mundo mortal, y que si quedan en él pierden
parte de sus poderes. En última instancia, han de elegir entre permanecer en el mundo
mortal o abandonarlo para siempre por otro inmortal e intemporal, incomprensible
para los humanos.
Aunque en la creación de la raza de los Elfos, Tolkien tomó muchos elementos de los
mitos celtas, su propia contribución a estas leyendas fue inmensa y extraordinaria.
Tolkien tomó los incompletos mitos y leyendas de los Sidhe y los Tuatha De Danann y

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creó para los Elfos una vasta civilización, una historia y una genealogía. Les dio lenguas
y una inmensa herencia cultural, imaginaria pero arraigada en la historia verídica.
Hay comparaciones curiosas. En El Señor de los Anillos tenemos a Sauron, el Ojo
Maligno, señor y amo de Orcos, Trolls, Balrogs y muchas otras monstruosas criaturas.
En el mito celta, tenemos a Balor, el Ojo Maligno, rey de la monstruosa raza de gigantes
deformes llamados los Formor, rivales de los Tuatha De Danann en la tierra de Irlanda
antes de la llegada de los hombres.
El espantoso Balor tenía dos ojos: uno normal, el otro enorme e hinchado. Nunca
abría el ojo inmenso porque estaba tan lleno de poderes terribles y mágicos que
virtualmente incineraba todo aquello sobre lo que se posaba. En la guerra, Balor era
llevado al campo de batalla como una pieza de artillería. Ocupaba su sitio en la
vanguardia de los Formor de cara al enemigo y un criado levantaba el párpado con un
gancho al tiempo que sus camaradas miraban a otra parte. En el caso de Balor, las
miradas podían matar, y cualquiera que se encontrara al alcance del ojo era destruido al
instante.
Muchos cayeron bajo el ojo del Rey Balor hasta la llegada del paladín de los Tuatha
De Danann, el guerrero de cabellos dorados llamado Lugh de los Brazos Largos. Al ver el
fulgor de la luz en el momento en que el gancho levantaba el párpado de Balor, el dios
apuntó con su honda y arrojó una piedra directamente al ojo llameante. Lanzó la piedra
con tal fuerza que el Ojo Maligno salió disparado hacia atrás atravesando el cráneo de
Balor hasta las filas de los Formor, detrás del rey. El ojo centelleante incineró a la mitad
del monstruoso ejército de Balor y los Formor fueron expulsados.
Había otros personajes célticos que parecen haber encontrado un camino hacia la
Tierra Media. El dios valariano de Tolkien, Oromë el Cazador, era llamado Araw en la
lengua sindarin de los Elfos. Casi idéntico, tanto en nombre como en carácter, es el dios
gales Arawn el Cazador. Los dos tienen un gigantesco caballo inmortal y una manada de
perros sobrenaturales.
En la leyenda céltica aparece a menudo una mágica «dama de blanco», y en los
romances artúricos figuras como la Dama del Lago y el hada Morgana. En Tolkien, el
arquetipo de la Reina de los Elfos Galadriel (cuyo nombre significa «dama de la luz» y
que a veces es llamada «la Dama Blanca»), es la diosa Varda, la Reina de las Estrellas.
Varda es la diosa más amada por los Elfos, y una versión valariana de Galadriel. En estas
figuras Tolkien vincula los Elfos y la luz de las estrellas, característica constante en los
Sidhe célticos. A los Sidhe también les encanta caminar bajo el cielo estrellado. Como en
los Elfos de Tolkien, los ojos de los Sidhe son como estrellas para los mortales y sus
cuerpos titilan con una luz.
En la tradición céltica, cuando estos seres radiantes —estas «damas de blanco»—
toman a un héroe mortal como amante, siempre hay obstáculos que superar; a menudo
el cumplimiento de una misión casi imposible. La versión de Tolkien es muy similar a la
leyenda galesa del cortejo de Olwen. Olwen era la mujer más hermosa de su época; una
luz le brillaba en los ojos y su piel era blanca como la nieve. El nombre Olwen significa
«la del rastro blanco», pues cuatro tréboles blancos brotaban a cada paso que daba por
el suelo del bosque, y la conquista de su mano requirió la reunión casi imposible de los
«Tesoros de Gran Bretaña».

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En Tolkien hay dos «damas de blanco»: Lúthien en El Silmarillion y Arwen en El
Señor de los Anillos. Estas dos princesas elfas son consideradas las mujeres más
hermosas de entonces; las dos tienen ojos que brillan con una luz y la piel blanca como
la nieve. Las dos están relacionadas con una flor blanca de forma de estrella llamada
niphredil. Se trata de una flor que brotó por primera vez en celebración del cumpleaños
de Lúthien, y con posterioridad floreció eternamente en los montículos fúnebres de
Lúthien y de Arwen. Y por último, la conquista de las dos requirió misiones casi
imposibles. Para que el héroe mortal Beren conquistara a Lúthien, tenía que capturar un
Silmaril; y para que el héroe mortal Aragorn ganara a Arwen, el Anillo Único tenía que
ser destruido.
Hasta qué punto se inspiró Tolkien en los modelos célticos se advierte claramente en
la inventada lengua élfica llamada sindarin. El mismo Tolkien apuntó [Cartas, n.º 347]
que dicha lengua y los nombres élficos de personas y lugares fueron «deliberadamente
inventados para parecerse a los del gales». Estructural y fonéticamente hay fuertes
vínculos entre las dos lenguas[2].
Aunque los celtas eran la civilización más antigua en Gran Bretaña, los anglosajones
fueron la raza dominante; los británicos heredaron gran parte del lenguaje y en
consecuencia de la cultura de los anglosajones. Como profesor de anglosajón, la práctica
de Tolkien en este campo influyó ciertos aspectos de sus culturas humanas, así como la
de los celtas influyó en sus Elfos. Ha de recordarse asimismo que Tolkien expresó a
menudo el deseo de restaurar la mitología y la literatura de la antigua Inglaterra.
Entendía por esto la mitología y la literatura de la Bretaña anglosajona entre el tiempo
de la retirada de los romanos en 419 a. C. y la conquista normanda en 1006 a. C. Con la
notable excepción de «Beowulf» y un puñado de fragmentos poéticos, los
conquistadores normandos destruyeron sin piedad la cultura anglosajona.
En sus obras de imaginación, Tolkien intentó recuperar algo de la atmósfera de
aquella perdida edad de héroes y dragones. Así se explica que elementos anglosajones
tengan para él una importancia crítica. Sus mortales hablan sobre todo oestron o la
lengua común de los Hombres que Tolkien «traduce» al inglés moderno; no obstante,
muchos de los nombres y lugares relacionados con los Hombres son «traducidos» al
anglosajón, o al inglés antiguo. Tolkien emplea cientos de palabras del inglés antiguo.
Todos los nombres de la gente del Norte y los Rohirrim, como «Éowyn» (mujer jinete), y
Théoden (jefe de una nación), proceden del inglés antiguo así como los nombres de los
Enanos son islandeses y los de los Elfos de raíz galesa.
Los nombres que los Hombres dan a otras razas proceden también del inglés
antiguo.
Ent es inglés antiguo para gigante, orco es demonio o trasgo, meara significa caballo,
hobbit es el «holbytla» o «constructor de agujeros» del inglés antiguo. El origen de woses
es wodwos, un trasgo de los bosques. Hombres Púkel deriva de puckle, que significa
demonio o trasgo, y que Shakespeare emplea en su personaje Puck.
En los ciclos de héroes teutones, populares entre los anglosajones, hay muchos
elementos que sin duda influyeron en los escritos de Tolkien. Esto es particularmente
cierto en los cuentos relacionados con anillos.

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La importancia que da la leyenda volsunga del anillo al linaje real y la talla histórica
es fácil de reconocer en la historia y literatura de todo el norte de Europa. Aun en la más
antigua épica teutona, la obra maestra de la literatura anglosajona del siglo VIII, Beowulf,
hay rastros de la leyenda del anillo y su héroe Sígurd.
No hay duda de que la historia de Beowulf fue un intento anglosajón por rivalizar
con la grandeza del héroe volsungo. Antes de que el escaldo le cante su tributo a
Beowulf, comienza primero por cantar sobre Sígurd. Con el nombre de Sígmund aparece
en la versión anglosajona como el más famoso de todos los héroes, pues había matado a
un dragón y conquistado el tesoro del anillo. El escaldo da una versión muy abreviada y
parece obvio que alude a una leyenda que a todos les es familiar. Además, se usa para
presagiar la batalla de Beowulf con el dragón, que le dará una fama comparable entre
los de su propio pueblo.
Cuando Beowulf mata al monstruo Grendel, el Rey Hrothgar, «Señor de los daneses
del anillo», le da como recompensa anillos, brazaletes y collares. Décadas más tarde,
Beowulf gobierna como Señor de los daneses del anillo en lugar de Hrothgar, y su última
proeza heroica es la de luchar con un terrible dragón volador que escupe llamas y que
guarda el tesoro de anillos de una raza antigua y desaparecida.
Tolkien, como profesor de anglosajón, era una autoridad en Beowulf, algo que
reconoció [Cañas, n.º 25]: «El Beowulf se cuenta entre mis más preciadas fuentes» para
El Hobbit. Las dos historias no son obviamente muy similares; sin embargo, hay fuertes
paralelismos en la estructura del episodio del dragón en Beowulf y en la de la muerte de
Smaug en El Hobbit. El dragón de Beowulf es despertado por un ladrón que consigue
entrar en la caverna y roba una copa enjoyada. Esto se repite en el robo de Bilbo Bolsón
en la caverna de Smaug, cuando el hobbit también roba una copa enjoyada. Ambos
ladrones escapan a la detección y a la ira de los dragones, y en ambas historias los
asentamientos humanos más próximos sufren de manera terrible la cólera del dragón.
Depende de sus respectivos paladines, Beowulf y Bardo el Arquero, matar a la bestia.
Los dos lo consiguen, aunque Bardo sobrevive para convertirse en Rey de Valle, pero no
Beowulf. Siguiendo el patrón de la última batalla de Sígmund, la espada de Beowulf,
Nailing, se rompe, y a pesar de que sale victorioso, muere por sus heridas. La muerte de
Beowulf reaparece en El Hobbit, pero no en la historia de Bardo, sino en la de otro rey
guerrero, el enano Thorin Escudo de Roble, quien vive lo suficiente para saber que ha
triunfado, pero muere por las heridas recibidas en el campo de batalla.
Tolkien empleó también elementos de Beowulf en El Señor de los Anillos. Para
empezar, el héroe hobbit, Frodo (que según parece era Froda en la lengua hobítica
original), recuerda a un personaje de Beowulf: Froda, señor de los bardos. Los Jinetes de
Rohan de cabellos dorados, y en particular el Castillo de Oro de los Rohirrim, Meduseld,
proceden también del mundo de Beowulf, Meduseld era un enorme salón de banquetes
con techo de oro que se levantaba en la fortaleza de la colina, Edoras, cerca de los
túmulos fúnebres de los antiguos reyes de Rohan. El salón de banquetes con el techo de
oro del Rey Théoden (de hecho, Meduseld es en inglés antiguo «estancia en la pradera»)
se parece mucho al gran salón anglosajón, y más específicamente a Herot, el palacio del
Rey Hrothgar en Beowulf, con gabletes recubiertos de oro trabajado, que desde lejos
brillaban al sol, así como Meduseld se veía desde la distancia. Y estos dos palacios de

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estancias terrenales eran reflejos reducidos de la titánica estancia de techo de oro de
Odín, el Valhalla.
Otras historias anglosajonas contribuyeron también de manera importante en el
desarrollo de las obras de Tolkien. Sin duda una fue la leyenda del anillo del héroe sajón,
Wayland el Herrero. Los cuentos de Wayland fueron muy populares durante la Edad
Media. Fue un Dédalo sajón, y el mayor artesano de su raza. Tolkien conocía muy bien
esa leyenda. Humphrey Carpenter en su biografía de Tolkien apunta que durante el
período en que estaba escribiendo El Señor de los Anillos, Tolkien llevó a su familia de
excursión a Berkshire y subieron a la White Horse Hill para ver el túmulo conocido
como Herrería de Wayland.
En la Edad Media llegó a ser tradicional que las espadas de los grandes héroes
salieran de la forja de Wayland el Herrero. En los Nibelungos, la espada de Sigfrido,
Balmung, había sido fabricada por Wayland; igual que la espada de Carlomagno,
Joyeuse. En la saga wilkina, Wayland forja la espada Mimung o Mimming para su
heroico hijo, Witig, pero el acero también llega a manos del héroe Dietrich von Berne.
Wayland es el fabricante de espadas en The Waltharius, para el héroe sajón Walter de
Aquitania.
Lo más notable es que un cuento de Wayland afirma que después de huir al reino de
los herreros elfos de Alfheim, el héroe-herrero le entregó su propia espada a Odín, el
Padre de Todas las Cosas. Ésa era la espada que Odín se llevó a Mídgard y que clavó en
el árbol Branstock: Gram, la espada llameante de la Saga de los Volsungos.
Wayland el Herrero es la figura del herrero dotado pero maldecido que en Tolkien se
manifiesta en Fëanor, el rey noldo, hacedor de los Silmarils que fueron robados por
Morgoth. También se le parece Telchar el Herrero, el supremo herrero enano que forjó
la espada de los Dúnedain heredada por Aragorn, con la que Elendil desprendió el Anillo
Único de la mano de Sauron. Telchar forjó también la daga «Angrist», que empleó Beren
en la Búsqueda del Silmaril y en sacar la joya de la corona de hierro de Morgoth. Sin
embargo, más específicamente, podemos ver en el cuento del anillo de Wayland algo de
la figura de Celebrimbor, Señor de los elfos herreros de Eregion, quien forjó los Anillos
de Poder.
La historia del anillo de Wayland el Herrero —conocido como Weiland por los
germanos— nos llega en su mayor parte a través de la versión nórdica, en la que el
héroe sajón es llamado Vólund. Ésta fue transcrita en el largo poema narrativo islandés,
el Volundarkvitha.
El cuento comienza con Vólund conquistando una esposa valkiria, que ha
descendido a la Tierra en la figura de un cisne. Vólund se apodera del plumaje de esta
doncella-cisne, impidiendo así que escape, y entonces, ya como mujer mortal, la toma
por esposa. Nueve años después la valkiria descubre el lugar donde estaba escondido el
plumaje y huye del mundo mortal. Sin embargo, como prenda de amor, le dejó a Vólund
un anillo mágico del oro más puro.
Por los poderes de este anillo, las ya formidables habilidades de Vólund aumentaron
más allá de las de todos los hombres. De su forja salieron armas y armaduras
bendecidas con poderes fantásticos, y joyas de belleza y complejidad exquisitas. Las más
preciadas creaciones de Vólund eran sus espadas, siendo la mejor de ellas la suya

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propia, que siempre tenía fuego danzando alrededor de los bordes afilados como una
navaja. Era una hoja que no se mellaba ni rompía, y cualquiera que la empuñase no
podía ser derrotado en la batalla.
El anillo de Vólund era también una fuente de riqueza casi infinita. Poniendo el anillo
sobre la forja, extraía con su martillo setecientos anillos de oro de igual peso. Tan
inmensa era la riqueza de Vólund, que Nídud, el Rey de los suecos, mandó a sus
soldados que capturaran al herrero y se apoderaran de sus tesoros y de su anillo
mágico.
El maléfico rey convirtió a Vólund en esclavo. Hizo que dejaran tullido al herrero y
luego lo exilió a una isla rocosa donde lo obligaron a construir una fortaleza laberinto
que sirvió como su propia prisión. Allí Vólund fue forzado a fabricar joyas, ornamentos y
armas para el capricho de sus amos.
Pasados muchos años, Vólund consiguió, gracias a una estratagema, vengarse
matando a los hijos del rey, violando a su hija y recuperando su espada y su anillo.
Enseguida empleó sus habilidades para forjar un par de enormes alas, muy parecidas a
aquellas de la doncella-cisne de la valkiria que había sido su esposa.
Con esas alas, voló fuera de la isla prisión, mucho más allá de Mídgard y del reino de
los mortales. Voló a aquel lugar llamado Alfheim, la tierra de los elfos, donde viven los
más finos herreros de la creación. Pero tan grande era la destreza de Vólund que los
elfos lo recibieron como a un igual. Con los elfos de Alfheim y el poder del anillo, Vólund
concibió y creó muchas obras milagrosas para dioses y héroes, más grandes que
cualquiera de las fabricadas en el mundo de los hombres.
En alguna versión perdida de las leyendas, el anillo de Vólund parece haber sido
robado en Alfheim por el enano Andvari y llevado de vuelta a Mídgard. Allí se convierte
en Andvarinaut, el mismo anillo de la Saga de los Volsungos.
Sin embargo, en las versiones posteriores al cuento de Vólund, el anillo tiene otro
destino. No se queda en Alfheim sino que es robado por un intrépido pirata mortal
llamado Soté el Proscrito. Después de llevarse el anillo, se obsesiona con él. Temeroso
de que alguien pueda robárselo, huye a Bretland y se hace enterrar vivo en un túmulo
hueco. En ese gran montículo, con la espada y la daga desenvainadas, vaga por los
pasadizos, sin dormir jamás, a la espera de cualquiera que pueda intentar arrebatarle el
anillo fabuloso. Soté el Proscrito se convierte en un espíritu obsesionado y maldito.
Poseído y maldecido por el poder del anillo, se transforma en un espectro del anillo
inmortal, uno de los muertos vivientes que los hombres llamaban tumularios y que
asolan las tumbas de los hombres.
El anillo de Vólund es el objeto de la búsqueda del héroe Thorsten. Cuando Thorsten
llega por fin a Bretland, entra en una colina hueca, el túmulo fúnebre donde se esconde
Soté el Proscrito. Se oyen alaridos y gemidos de demonio, gritos de un hombre vivo y el
sonido del acero que golpea la piedra y el hueso, y dentro titilan unas llamas mágicas.
Por último, Thorsten emerge del oscuro pasadizo, él mismo pálido y ensangrentado
como un fantasma, pero en la mano izquierda lleva el centelleante oro del anillo de
Vólund.
La última parte de la historia del anillo de Vólund reaparece en Tolkien en el
encuentro casi fatal de los hobbits con los tumularios de las Quebradas de los Túmulos.

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Desde luego, hay una diferencia. Aunque los tumularios tenían sus propios tesoros, era
Frodo quien poseía el Anillo. También en el cuento de Tolkien, es esa extraña creación
llamada Tom Bombadil la que irrumpe en el túmulo para dispersar a los tumularios y
salvar al Portador del Anillo y a sus compañeros.
No obstante, con la introducción del espíritu del tumulario —en la figura de Soté el
Proscrito— el anillo proporciona a los mortales la inmortalidad y unos poderes
demoníacos que los esclaviza y los destruye. Quizá en Soté el Proscrito hay algo del Rey
Brujo y de los espectros de El Señor de los Anillos. Los anillos de poder transforman a los
hombres mortales en espíritus inmortales y malditos.
El comportamiento paranoide y horrible de Soté después de robar el anillo nos
recuerda el carácter de Sméagol Gollum. Pues después de que Gollum asesina a su primo
y roba el Anillo Único, igual que Soté, se obsesiona con ese anillo «tesoro», y en una
especie de locura mezquina también se entierra vivo. En los asquerosos túneles de una
abandonada fortaleza de orcos bajo las colinas, Gollum se oculta (como Soté) y asesina a
cualquiera que se atreva a acercarse, por miedo a que le roben el preciado anillo.

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CAPÍTULO IX
El romance germánico

L aimpacto
leyenda medieval germana que más se aproxima a la envergadura imaginativa y al
dramático de El Señor de los Anillos es la historia del héroe Dietrich von Bern
y de Virginal, la Reina de Hielo de Jeraspunt. Hay aspectos de este cuento que recuerdan
los principales temas y personajes tanto de El Señor de los Anillos como de El
Silmarillion.
De todos los héroes del romance medieval germano, Dietrich von Bern es sin duda el
más grande. Este poderoso héroe ostrogodo al que también se llamó Dietrich de Verona
file, como Arturo y como Carlomagno, protagonista de un gran número de ciclos de
héroes. También, lo mismo que Carlomagno, Dietrich nació de una figura histórica real;
en este caso, Teodorico el Godo, quien con el tiempo se convirtió en Teodorico el
Grande, Emperador del Imperio Romano del siglo VI (454-526). Sabemos por cartas de
Tolkien que los godos lo fascinaban. En sus días de estudiante tropezó una vez con una
gramática gótica. Sentía que los textos góticos combinados con una lectura de
documentos históricos en latín abrían nuevas y atractivas perspectivas sobre la antigua
cultura germana. Y aunque sobre todo le interesaba la figura histórica de Teodorico el
Godo, las aventuras del romántico Dietrich von Berne despertaban obviamente su
imaginación.
La historia de Dietrich y la Reina de Hielo comienza cuando el héroe entra en el
reino de una raza de gigantes, una montaña gobernada por Orkis, el gigante caníbal, y su

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maléfico hijo, Janibas el mago. Dietrich se entera de que los gigantes estaban luchando
contra el más elevado reino de la montaña, el de las hadas de hielo, en las cumbres
cubiertas de nieve de los Alpes. Éste era el dominio de las mágicas doncellas de la nieve,
gobernadas por Virginal, la Reina de la Nieve, desde el refulgente Castillo de Jeraspunt,
en la cima más alta de los Alpes.
Dietrich luchó mucho tiempo contra los gigantes de la montaña, matándolos, uno
tras otro, y apoderándose de sus castillos, uno tras otro. En un titánico combate, se
enfrenta con el gigante Orkis en persona y lo mata. Sin embargo, cuando se encontró
ante el Castillo de Hielo, vio que el hijo del Rey de los gigantes bloqueaba el camino; era
un enemigo más formidable que el mismo Orkis. Pues Janibas el mago había puesto sitio
al resplandeciente castillo con un imponente ejército de gigantes, hombres maléficos y
monstruos. Janibas se aparecía a sus enemigos como un jinete negro fantasmagórico
que gobernaba tempestades y estaba respaldado por demonios y perros del infierno.
Pero el poder más aterrador del mago era su capacidad para ordenar a aquellos que
caían en la batalla que se levantaran y volvieran a luchar.
Aparte de su ambición de apoderarse del reino de la Reina de Hielo y del Castillo de
Hielo, el principal deseo de Janibas era el de aumentar sus poderes de hechicero
apoderándose de la joya mágica engarzada en la corona de la Reina de Hielo. Mediante
los poderes de esta joya ella dominaba los elementos de las tierras del hielo y la nieve, y
merced a ello gobernaba las montañas.
Dietrich vio que el ejército de asedio se extendía como un mar negro alrededor de
las torres del Castillo de Hielo. No obstante, era obvio que a pesar de estar bien
defendido, caería eventualmente a manos de las siempre renovadas tropas del mago. Sin
importar lo que parecería una tarea imposible, Dietrich se sintió espoleado a un furor de
batalla ante la visión de la hermosa Reina del Hielo en las almenas de la torre más alta.
El resplandor de la Reina llegaba a igualar el de la joya parecida a una estrella que
danzaba en su corona con una luz de hielo.
En el intento de romper el sitio, Dietrich mató a todos los que se ponían delante,
pero esto no sirvió de mucho, pues los muertos se reincorporaban para volver a luchar.
Entonces decidió emplear otra estrategia. Al ver que Janibas comandaba sus tropas por
medio de una tablilla de hierro de hechicero que sostenía en alto, Dietrich arremetió
contra el jinete negro. Derribando a Janibas, que montaba un corcel fantasmagórico,
alzó la espada y destrozó la tablilla de hierro. Cuando la tablilla se rompió, los glaciares
de las montañas se partieron y se resquebrajaron, cayendo con un ruido de trueno en
grandes avalanchas, que sepultaron a toda la maléfica hueste de gigantes, fantasmas y
muertos resucitados:
Triunfalmente Dietrich se encaminó al Castillo y las puertas se abrieron para
recibirlo. Le dio la bienvenida la incomparable Reina de Hielo, rodeada por una
asombrosa corte de doncellas de la nieve, todas radiantes con una luz feérica y el
centelleo de unos velos diamantinos. Allí en el Castillo de Hielo de Jeraspunt, en el reino
de las hadas de hielo, Dietrich se casó con la Reina de Hielo.
En la leyenda de la Reina de Hielo, Janibas el Nigromante es muy similar a una
combinación de Sauron el Nigromante y su lugarteniente, el Rey Brujo, señor de los
Espectros del Anillo. El Anillo Único es aquí una tablilla de hierro, pero el clímax de la

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historia se asemeja al de la batalla final de Sauron ante la Puerta Negra, al final de El
Señor de los Anillos. El resultado de la destrucción de la tablilla de hierro sobre las
maléficas legiones de Janibas es idéntico al de la destrucción del Anillo Único sobre las
legiones de Sauron.
El padre de Janibas, Orkis, el Rey de los gigantes de la montaña, es muy parecido al
antiguo amo de Sauron, Morgoth el Enemigo Oscuro, quien gobernó el maléfico reino de
Angband en El Silmarillion. Es interesante notar que el motivo de la guerra de Morgoth
con los Elfos son los Silmarils, joyas como estrellas, que Morgoth lleva en la Corona de
Hierro. El motivo de la guerra de Orkis con las hadas es la joya parecida a una estrella
que la Reina de Hielo luce en su corona.
Aunque la Reina de Hielo se asemeja a la Reina de los Elfos, Galadriel, en el
encantado reino de Lothlórien, o aun con la princesa elfa Arwen, en Imladris, el sitio del
Castillo de Hielo de Jeraspunt en medio de los Alpes es más similar al de la ciudad élfica
de muchas torres de Gondolin, que se alza en medio de las Montañas Circundantes en El
Silmarillion.
A pesar de que en el cuento de Dietrich y la Reina de Hielo el anillo es reemplazado
por la tablilla de hierro y la joya parecida a una estrella, en muchas otras leyendas del
romance germánico el anillo es de manera manifiesta el elemento clave, como por
ejemplo las leyendas de los longobardos y el ciclo de Amelungo.
Los feroces longobardos eran una de las muchas y poderosas tribus germánicas que
invadieron las fronteras orientales del Imperio Romano. Este pueblo guerrero invadió
más tarde el norte de Italia donde fue conocido como los lombardos y dio nombre a la
región que hoy se llama Lombardía. Descritos por los historiadores latinos como los
mejores jinetes entre los pueblos germánicos, los longobardos fueron los modelos de
Tolkien para los Rohirrim. Los relatos históricos que describen la caballería longobarda
en la batalla se parecen mucho a la dramática carga de los Rohirrim en El Señor de los
Anillos. El héroe del ciclo longobardo es Ortnit, a quien su madre da un anillo de oro que
le proporciona la fuerza de doce hombres. Ese anillo le permite derrotar a un niño de
aspecto inocente, desarmado y bendecido con una enorme fuerza física que ha matado a
montones de caballeros. Una vez que Ortnit lleva a cabo esa conquista más bien
embarazosa, se le revela que el niño no es otro que el poderoso Rey enano Alberich (el
nombre germano de Andvari). Alberich reconoce que es el mismo enano de las leyendas
y que ahora tiene más de quinientos años de edad. Además, el Rey enano reconoce que
el anillo que lleva Ortnit en la mano le perteneció en otro tiempo, pero que se lo dio a la
madre de Ortnit como prueba de amor, pues en verdad Alberich es el verdadero padre
de Ortnit.
Entonces, jubiloso, el Rey enano le da a su hijo una armadura y una espada. El acero,
llamado Rosen, y la armadura han sido forjados por Alberich y templados en sangre de
dragón. La espada es irrompible y la armadura impenetrable. También cuenta que el
anillo no sólo aumentará la fuerza de Ortnit, sino que también puede emplearse para
curar a los enfermos y a los heridos, y para invocar mágicamente al mismo Alberich. Con
la espada, la armadura y el anillo, Ortnit gana fama y riqueza y se convierte en Rey de
Lombardía. Al final, sin embargo, muere aplastado por dos dragones. La espada y la

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armadura de Ortnit quedan guardadas en la caverna de las bestias, pero el anillo lo
retiene Alberich hasta la llegada de un héroe que esté a la altura de Ortnit.
El heredero del anillo emergió en el ciclo de héroes amelungo. Los amelungos eran
una tribu germana que alcanzó preeminencia cuando el rey guerrero Anzio fue
coronado Emperador del Imperio de Oriente en Constantinopla. El más grande héroe
del ciclo amelungo fue Wolfdietrich, legítimo heredero del Emperador. Sin embargo,
abandonado en la infancia por sus hermanos, fue criado por unos lobos. Después de
muchas aventuras, Wolfdietrich arribó a Lombardía, donde fue desafiado por el enano
Alberich. El amelungo gana una prueba de fuerza, le dan como premio el anillo de Ortnit
y parte a luchar contra los dos dragones de Lombardía. Tomando la espada Rosen de la
mano muerta de Ortnit en el interior de la caverna, mata a los dragones. El victorioso
Wolfdietrich se desposa con la viuda de Ortnit y se convierte en Rey de Lombardía.
Armado con el anillo, la espada y la armadura, reúne un ejército, marcha sobre
Constantinopla y reclama sus derechos. Es coronado Emperador del Imperio de Oriente,
pero su destino aún no está cumplido. Regresa a Lombardía con un ejército todavía
mayor, luego marcha al sur, a Roma, donde es coronado también Emperador de
Occidente. Una vez más, el señor del anillo reconstruye el antiguo y dividido imperio.
En estos numerosos ciclos heroicos, el personaje más persistente en la tradición de
la búsqueda del anillo es el guardián del anillo y del tesoro. Éste es el enano conocido
como Andvari en los relatos nórdicos, y Alberich en las leyendas germanas. Aunque
capaz de mostrarse manso, por lo general es una figura siniestra; no obstante, en
romances posteriores cambia a menudo de aspecto y tiene otros poderes. Con
frecuencia ayuda a otros héroes bajo nombres alternativos: Alferich, Laurin y Elbeghast,
y se convierte en un personaje que contiene todos los elementos sobrenaturales del
romance germánico: enano, mago, elfo, herrero, guardián y dios. En los siglos XVI y XVII,
la transformación es completa. En Gran Bretaña se convierte en Auberon, y en tiempos
de Shakespeare es el notable Oberon, el Rey de las Hadas. En Sueño de una noche de
verano, se dice que es el radiante dios del amor y el hijo inmortal de Julio César y el hada
Morgana. Una evolución extraordinaria de un enano nórdico más bien desagradable.
En Tolkien, los Enanos son a menudo acaparadores y guardianes de diversos
tesoros. Sin embargo, la figura que en El Señor de los Anillos equivale al enano
Andvari/Alberich es el extraño personaje de Sméagol Gollum, el hobbit convertido en
ladrón atormentado por la maldición del Anillo Único. No está muy lejos de convertirse
en un Espectro del Anillo esclavizado por el poder del Anillo Único, pero consigue
salvarse gracias a un perverso estilo hobbitesco.
En el romance germánico medieval, el enano del ciclo longobardo de Ortnit y del
ciclo amelungo de Wolfdietrich reaparece en el ciclo de héroes de los Godos. De manera
inevitable, el héroe Dietrich von Bern se encuentra con Alberich. La leyenda manda que
éste sea el biznieto del héroe amelungo, Wolfdietrich. Dietrich va a luchar contra el Rey
enano Alberich, que en esta manifestación particular gobierna un reino subterráneo en
las montañas del Tirol. Después de varias intrigas y batallas, Dietrich derrota al enano y
gana un anillo mágico de oro, un cinturón de fuerza, una capa de invisibilidad, un vasto
tesoro de oro y la espada Nagelring.

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Las hazañas de Dietrich como principal héroe germano son tan extensas como las de
Arturo y Carlomagno. Sus aventuras se entrecruzan con muchos otros ciclos de
búsqueda del anillo de maneras bastante inesperadas. El ambulante Dietrich aparece en
la más grande épica medieval de los pueblos germanos, Los Nibelungos. Como seguidor
de Etzel, el Emperador de los hunos, se ve arrastrado de mala gana a la tragedia
nibelunga. Se convierte en el deux ex machina del cuento épico, y de pronto se encuentra
en una posición en la que debe destruir hasta el último vestigio de la dinastía nibelunga.
Aunque muchos de los romances germanos de estos ciclos usaron elementos de la
Saga de los volsungos nórdica, la épica medieval Los Nibelungos es la que presenta esa
historia de modo más directo. Su héroe, Sigfrido, es el nórdico Sígurd el Matador del
Dragón. En parte, Los Nibelungos es un intento de las casas reales germanas de reclamar
antepasados míticos en una tradición heroica ya establecida, y en parte es historia
auténtica.
La edad heroica para todas las razas teutonas (germánicas y escandinavas) del norte
de Europa fueron los caóticos siglos V y VI, cuando la autoridad del Imperio Romano se
derrumbaba ante las migratorias tribus teutonas. Los cabecillas históricos de esos
tiempos se convirtieron en tema de tradiciones orales que los elevaron a rangos míticos.
Los eventos de la Saga de los Volsungos y Los Nibelungos están basados en
acontecimientos históricos: la catastrófica aniquilación de los burgundios por los hunos
de Atila en 436 d. C., que actuaban como agentes mercenarios del Emperador romano.
Los Nibelungos, tal como lo conocemos, fue escrito por un poeta anónimo alrededor
de 1200 d. C. para ser representado en la corte austríaca, o, más bien, éste fue el último
poeta que escribió Los Nibelungos, pues la obra fue producto de una tradición poética
heroica que comenzó en algún momento del siglo V.
La leyenda de Los Nibelungos habla de un temprano pueblo germánico llamado los
burgundios, que se establecieron en el Rin cerca de Worms a principios del siglo V, en
esa época territorio romano. En el año 436 se rebelaron contra el gobernador romano
Aetio. Alrededor del 437 habían sido exterminados prácticamente por un contingente
de hunos que actuaba en nombre del Imperio. Los supervivientes de los aniquilados
burgundios huyeron por las tierras del Rin hacia el oeste y se establecieron en Rhône,
en esa parte de Francia que en la actualidad se llama Borgoña. Los vecinos francos
asentados en el Rin alrededor de Colonia no olvidaron ese catastrófico fin de la otrora
poderosa tribu germana. La historia fue adaptada por sus vecinos nórdicos e integrada
en las leyendas volsungas; luego, siglos después, fue readaptada y reclamada por los
germanos medievales en el relato épico de Los Nibelungos.
Aunque sin duda Atila era el rey de los hunos en la época de la sublevación
burgundia, no participó en la represión y se encontraba entonces en otra parte. Sin
embargo, a medida que la leyenda creció, Atila entró, como era inevitable, a formar
parte de la historia, y se convirtió en el nórdico Atli y el germano Etzel. La fuente
volsunga de la muerte de Atli, el Rey de los hunos volsungos, a manos de su esposa está
sin duda relacionada con los acontecimientos históricos que acompañan a la muerte de
Atila en el año 453.
Relatos históricos auténticos nos cuentan que Atila murió de una hemorragia de
garganta después de beber y celebrar su noche de bodas con una princesa germana

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llamada Hildico. Pronto se difundió la creencia de que Hildico había matado a Atila en
venganza por la masacre de los burgundios.
Los nombres de las dos grandes reinas de Los Nibelungos están, de hecho,
etimológicamente relacionados con esta histórica princesa germana. Hildico significa
«pequeña doncella guerrera», lo cual se aproxima bastante a Krimilda, «doncella
guerrera con yelmo», y a Brynhild, «doncella guerrera con armadura».
Los personajes de Brynhild y Krimilda —y casi toda la trama de Los Nibelungos y la
Saga de los Volsungos— están basados también en parte en otro personaje histórico: la
famosa reina visigoda Brunilda. Nacida alrededor del 540 d. C., Brunilda se casó con el
Rey Sigiberto de los francos orientales. El hermano de Sigiberto, Chilperico, era el rey de
los francos occidentales y se casó con la hermana de la Reina Brunilda. En la guerra que
estalló entre los hermanos, el Rey Sigiberto fue asesinado en el 575 y Brunilda hecha
prisionera. Sin embargo, salvó la vida y ganó la libertad gracias al hijo de su captor,
quien la tomó por esposa. Pronto se convirtió en una fuerza poderosa entre los francos,
y a lo largo de los treinta años de su influencia ordenó los asesinatos de no menos de
diez nobles. Por último, en el 613 un grupo de nobles francos decidió poner fin a estas
intrigas. Torturaron a Brunilda tres días enteros, hicieron que fuera desmembrada por
caballos salvajes, y después la quemaron en una pira. Un final espectacular y bárbaro
para un notable personaje histórico.
En El Señor de los Anillos, la trama básica de Los Nibelungos reaparece en un
subestimado argumento secundario que involucra el romance a cuatro bandas de
Aragorn-Arwen-Éowyn-Faramir. La Princesa Éowyn de Rohan se enamora
desesperadamente de Aragorn así como la guerrera amazona, la Reina Brunilda de
Islandia, se enamora desesperadamente de Sigfrido. Sigfrido está prometido a la
hermosa Krimilda, y Aragorn a la hermosa Arwen de Rivendel. La resolución del
triángulo amoroso en El Señor de los Anillos es mucho más feliz y caballeresca, sin las
sucias intrigas o el sangriento castigo de Los Nibelungos.
Los Nibelungos exhibe muchas perspectivas que suenan extrañas a un lector
moderno. La épica de Los Nibelungos no es primordialmente un vehículo para el héroe
Sigfrido, como, digamos, lo es la Ilíada para Aquiles. Da la impresión, además, de que en
la segunda mitad ya no hemos de simpatizar con el valeroso Sigfrido sino con las
proezas heroicas de sus asesinos, Hagen y Gunter. La épica ni siquiera es una historia de
una única dinastía o raza. Los Nibelungos primero son un pueblo, después otro, más
tarde un tercero, dependiendo de quién guarda el tesoro de los Nibelungos, que se ha
visto separado del anillo. Tal como concluyó Richard Wagner en sus estudios de la
épica: «el Tesoro de los Nibelungos, como epítome de poder terrenal, y aquel que lo
posee, quien gobierna por él, es o se convierte en un Nibelungo».
Hay aspectos de Los Nibelungos medieval que son distintos de los más mundanos
descritos en la Saga de los Volsungos. El tesoro del anillo de la Saga de los volsungos, por
ejemplo, ha atravesado una severa inflación cuando llega a Los Nibelungos. El oro entre
los nórdicos era una mercancía escasa. El tesoro de oro que el caballo de Sígurd, Grani,
cargó en la Saga de los volsungos se ha exagerado tanto en Los Nibelungos que para
transportarlo se necesita una caravana de cientos de carretas. En la Saga de los
Volsungos el histórico Atila el Huno es Atli, un tirano salvaje y traicionero. Sin embargo,

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en Los Nibelungos, el Rey de los hunos conocido como Etzel es retratado como un
personaje humano y compasivo. Esto se debe sin duda a la política de la corte austríaca,
para la que se compuso Los Nibelungos.
La moralidad cristiana y las tradiciones caballerescas introdujeron otros cambios. El
elegante comportamiento de los caballeros y el tímido relato de la desfloración de
Brunilda están reñidos con la directa versión nórdica. Es también indudable que hay
una guerra de sexos en la épica. Sigfrido lo deja claro cuando lucha con la amazona. «Si
perdiera ahora mi vida a manos de esta joven, todo su sexo se volvería arrogante, y
nunca más obedecería a sus esposos», dice. No parece importar que Sigfrido y Gunter
engañen y mientan a esa mujer obviamente superior en la arena y en la alcoba. Todo
sirve al objetivo moral más elevado de mantener la servidumbre de las mujeres.
La doncella-guerrera también es rebajada y transformada —pero con más gentileza
y sin humillación— en El Señor de los Anillos. La doncella Éowyn, que mató al Rey Brujo
de Morgul, se ve transformada por el matrimonio en la gentil y obediente esposa de
Faramir, así como Brunilda, la indomable reina amazona, se ve transformada por el
matrimonio en la gentil y obediente esposa de Gúnnar.
El doble rasero queda también demostrado en la última y notable escena de Los
Nibelungos. En ella el narrador sugiere que la actitud correcta y caballeresca de la Reina
Krimilda hacia Hagen —el caballero que mató a su esposo, le robó el tesoro y decapitó a
su único hijo— tendría que haber sido la misericordia. Cuando ella corta la cabeza de
Hagen con la espada de Sigfrido, se dice que este comportamiento es monstruoso. En la
tradición caballeresca de la época, la venganza es una prerrogativa masculina, e incluso
la muerte a manos de una mujer aun del más vil de los caballeros es imperdonable. De
inmediato un caballero expresa la voluntad colectiva de la corte. Desenvaina su espada y
la ejecuta.
En Los Nibelungos es evidente que el anillo ya no es parte del tesoro antes de que la
historia comience. La portadora del anillo es la reina amazona. Sin embargo, hay algo
del anillo en ese tesoro, la Tarnkappe, la capa de invisibilidad que Sigfrido gana
luchando con el enano Alberich. (Del mismo modo que el dios Loki ganó el anillo
combatiendo con el enano Andvari, y Frodo peleó dos veces con Gollum por la posesión
del Anillo Único). El truco de la invisibilidad que tiene el Anillo Único no se encuentra en
los cuentos nórdicos. En Los Nibelungos, Sigfrido usa la Tarnkappe para esconderse de la
amazona; mientras que tanto Bilbo como Frodo utilizan la invisibilidad del Anillo Único
contra diversos enemigos, dragones y espectros.
También es importante señalar que aunque el tesoro y la capa de invisibilidad
adoptan partes del poder del anillo, éste sigue siendo la clave en la trágica trama de la
épica. Es el anillo que Sigfrido le quita a Brunilda y le da a Krimilda el que en última
instancia sella el destino de todos en Los Nibelungos, del mismo modo que, sin ninguna
duda, es la suerte del Anillo Único lo que sella el destino de todos en El Señor de los
Anillos.

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CAPÍTULO X
Los Nibelungos

L acaída
épica nacional germana es el medieval Los Nibelungos, que es «La canción de la
de la dinastía nibelunga». Los Nibelungos es la Ilíada de los pueblos germánicos
escrita por un poeta anónimo alrededor de 1200 d. C. para ser representada en la corte
austríaca. La épica combina elementos de mito con auténticos acontecimientos
históricos del siglo V d. C. Éstos fueron la aniquilación catastrófica de los burgundios en
las tierras del Rin por las legiones de hunos de Atila.
Aunque muchos ciclos heroicos medievales utilizan elementos de la Saga de los
Volsungos nórdica, Los Nibelungos es la versión más directa de esa historia. Sin ninguna
duda Sigfrido es el nórdico Sígurd, Gunter es Gúnnar, Krimilda es Gudrun, Brunilda es
Brynhild y Hagen es Hogni. Aparte de los nombres germanos en vez de nórdicos, Los
Nibelungos es más parecido a un mundo cortesano medieval que al mucho más
primitivo mundo nórdico de los volsungos.
En El Señor de los Anillos, en oposición a El Hobbit y El Silmarillion y sus secuelas, el
mundo que describe Tolkien es más próximo al mundo del caballero medieval germano
Sigfrido de Los Nibelungos que al del heroico guerrero Sígurd de la Saga de los
Volsungos. En ésta los dioses y los dragones se mezclan cómodamente con héroes
mortales, mientras que en el mundo cortesano de la épica de Los Nibelungos, los dioses y
los dragones no tienen un sitio real. La temprana hazaña de Sigfrido matando al dragón
ocurre «entre bastidores». Es un evento del que sólo se habla; más un rumor ancestral

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que un acontecimiento verdadero. El dragón apareciendo en el campo de batalla
medieval de Los Nibelungos sería tan incongruente como el dios Odín presentándose
como invitado en la ceremonia nupcial de Sigfrido en la catedral de Worms.
Esto resulta igualmente cierto del cortesano reino de Aragorn, Gondor, en El Señor
de los Anillos. Tales eventos, como la muerte de dragones, también tienen lugar «entre
bastidores», bien en el mundo de cuento de hadas de El Hobbit o bien en el mundo
genuinamente mítico de El Silmarillion. Igual que con Los Nibelungos, también se podría
decir que la aparición de Smaug el dragón en el campo de batalla en El Señor de los
Anillos sería tan incongruente como si el dios valariano Manwë se presentara como
invitado en la ceremonia nupcial de Aragorn en Gondor.
Ninguna investigación del tema de la búsqueda del anillo estaría completa sin
examinar Los Nibelungos. Igual que con la Saga de los Volsungos, la historia de esta épica
se contará en su totalidad sin interrupciones o comparaciones inmediatas con El Señor
de los Anillos de J.R.R. Tolkien.
Los Nibelungos es el cuento de la rivalidad de dos reinas. Una es la gentil Reina
Krimilda que, con tres hermanos, gobierna el reino burgundio del Rin. La otra es la
guerrera Reina Brunilda que, sola, gobierna en la lejana Islandia. Las dos son reinas
doncellas de gran belleza.
Una noche la Reina Krimilda tiene un sueño profético. Un halcón está posado sobre
la enjoyada muñeca de Krimilda. Ese halcón no tiene igual, es la más atesorada de todas
las cosas que Krimilda considera suyas. No obstante, sin advertencia previa, dos águilas
atacan al ave en vuelo. Ante los ojos de Krimilda, las águilas destrozan al halcón y se
sacian con su carne.
La joven Krimilda va a ver a su madre, mujer sabia en la interpretación de sueños,
aunque no puede tranquilizar a su hija. El halcón es un príncipe al que Krimilda amará y
con quien se desposará, mientras que las águilas son dos asesinos que destruirían a ese
príncipe.
Y así, a causa de ese sueño, Krimilda juró que no se casará con ningún hombre,
aunque muchos caballeros atentos la desean y le cantan alabanzas. Ni hay nadie que
pueda obligarla a casarse, pues su voluntad está protegida por sus tres hermanos, los
poderosos Reyes de la tierra del Rin: Gunter, Gernot y Giselher.
Sin embargo, el destino no permitirá que Krimilda mantenga ese juramento, Al norte
del reino del Rin están los Países Bajos y la gran ciudad de Xanten. Allí vive el héroe
Sigfrido, hijo de Sigmundo y de la Reina Siglinda, el poderoso guerrero que ganó fama
por adentrarse en el norte en el país de los Nibelungos, el reino más rico del mundo. Allí
ha matado a doce guardianes gigantes de la tierra de los Nibelungos, y les ha arrebatado
la antigua espada llamada Balmung, con la que derrota a setecientos hombres. Y al final
luchó con dos poderosos reyes de los Nibelungos, y mató a ambos en el fragor del
combate.
No obstante, el último guardián del gran tesoro de los Nibelungos era más sutil y
peligroso que los demás. Se trataba del viejo enano Alberico que no sólo tenía una
fuerza enorme, sino que además llevaba la Tarnkappe, la Capa de la Invisibilidad. De
modo que Sigfrido luchó con un enemigo invisible, pero al fin inmovilizó al enano y lo
derrotó, y de él obtuvo tanto la capa mágica como el tesoro de los Nibelungos.

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Tan vasto era que harían falta cien carretas sólo para llevarse las piedras preciosas,
aunque éstas no eran más que una pequeña pizca entre los montículos de oro rojo que
se apilaban en los suelos de la caverna secreta.
Por la fuerza de las armas, Sigfrido se convierte en señor del tesoro y la tierra de los
Nibelungos, y regresa a Xanten para gobernar también los Países Bajos. Sin embargo,
ése no es el fin de las hazañas de Sigfrido, pues además de incontables combates con
otros hombres, también mata a un dragón. Y esta proeza no sólo le da justa fama,
también lo hace invencible; después de matar al monstruo, se baña en la sangre del
dragón y la piel se le endurece, como si fuera de cuerno, de modo que ningún arma
puede atravesarla.
Cuando Sigfrido cabalga hacia el sur en busca de aventuras, llega al país de los
burgundios, y allí los tres Reyes del Rin lo reciben con honores. Permanece casi todo el
año en la tierra del Rin, en la gran ciudad de Worms, y él y el Rey Gunter se juran
amistad. No obstante, hay otro motivo para el viaje de Sigfrido. Ha oído hablar de la
belleza de Krimilda y espera poder conquistarla.
Sigfrido ha razonado bien pues, desde lo alto de su torre, Krimilda ha observado a
menudo al héroe en la celebración y en el combate. Basta que lo vea para que el amor la
invada al instante, y pronto descarta la resolución tomada de no entregar su corazón a
ningún hombre.
A medida que el año de la visita de Sigfrido llega a su término, hay una llamada a
empuñar las armas. Los ejércitos combinados del Rey de los sajones y del Rey de los
daneses se unen en un enorme cuerpo para luchar contra los burgundios. Sigfrido
defiende la causa burgundia. Tan grande es su valor que aunque conduce una fuerza de
sólo mil caballeros, aplasta un ejército de veinte mil sajones y daneses en un día.
Poco después de haber servido así a los burgundios, Sigfrido le pide a Gunter la
mano de su hermana. Gunter acepta, pues sabe que el corazón de Krimilda rebosa de
amor por ese hombre, y que su reino no tiene un aliado y amigo más firme. Sin embargo,
explica Gunter, aún hay un obstáculo antes de que se pueda bendecir la unión. Como
Gunter es el hermano real mayor y el Rey Supremo del Rin, él ha de casarse primero de
acuerdo con las leyes del país.
Entonces Gunter revela que está enamorado de la hermosa doncella reina que
gobierna en Islandia. Pero la Reina Brunilda no es una mujer corriente. Es una reina
guerrera bendecida con fuerza sobrenatural, y ha jurado que no se desposará con
ningún hombre a menos que éste sea capaz de derrotarla en tres pruebas de fortaleza.
Quien lo intenta y fracasa, es condenado a muerte. Y aunque muchos han tratado de
conquistarla, todos han fracasado y todos han muerto.
El Rey Gunter —acuerdan entonces— le concederá a Sigfrido la mano de la Reina
Krimilda si éste ayuda a Gunter a conquistar a la hermosa Reina Brunilda. Sigfrido y
Gunter parten en barco rumbo a Islandia. Sólo los acompañan dos bravos súbditos de
Gunter: Hagen de Trónege y su hermano Dankwart. Se trata de una misión matrimonial,
por lo que van desarmados, aunque vestidos con finos atavíos.
La ciudad-fortaleza de la Reina Brunilda tiene sesenta y ocho torres y tres palacios, y
la estancia real es un edificio de mármol de color verde mar. Los viajeros son
graciosamente recibidos por la Reina en un trono festoneado de seda y oro. Es tan

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hermosa como se decía. En la mano lleva un antiguo anillo de oro, y en la cintura una
faja adornada con piedras preciosas: una argentería de fina seda trenzada de Nínive.
En el acto el corazón de Gunter se prende de Brunilda, pero ella habla primero con
Sigfrido, pues la Reina entiende que éste es el más noble, y quien viene como
pretendiente. Sigfrido le asegura entonces falsamente que él es un súbdito del Rey
Gunter, el más grande y fuerte de los héroes, y que el Rey Gunter es quien se presenta a
competir por su mano. Con cierta renuencia la Reina acepta el desafío de Gunter y
aprueba la contienda.
La Reina Brunilda se planta sola en la vasta arena, y a su alrededor se levanta un
anillo de hierro de setecientos hombres armados que serán los jueces de la contienda.
La reina guerrera viste una armadura de acero adornada de oro y gemas. Hacen falta
cuatro hombres fuertes para levantar el escudo brillante, y tres para transportar la
lanza; ella empuña ambos y los blande como si fueran juguetes de niños. Entonces entra
en la arena el pretendiente y retador, el Rey Gunter del Rin. Sin embargo, aunque da la
impresión de encontrarse solo ante la reina guerrera, no es así. El artero Sigfrido se ha
cubierto con Tarnkappe, la capa mágica, que no sólo lo vuelve invisible sino que además
tiene el poder de aumentar por doce la fuerza de quien la lleva.
Entonces, cuando se inicia la contienda de jabalinas, es el invisible Sigfrido quien se
planta delante de Gunter y para la fuerza del tiro de la Reina. De haber estado solo,
Gunter habría tenido una muerte segura, pues aunque la fuerza de Sigfrido es de doce
hombres, ambos héroes trastabillan cuando la lanza golpea y una lengua de fuego
atraviesa el escudo. Brunilda se sorprende al ver que Gunter no cae. En cambio, parece
que Gunter levanta la lanza de ella y apuntando con el extremo romo hacia adelante —
para no matar a la doncella— arroja el arma con fuerza. Brunilda cae al suelo, pero ha
sido la mano invisible de Sigfrido la que tiró la lanza.
Luego siguen otras dos pruebas. El lanzamiento de una gran piedra y el salto de
longitud. La piedra es tan pesada que se necesitan doce hombres para transportarla a la
arena. Sin titubeos, la Reina Brunilda la alza y la arroja por encima de doce hombres
echados en el suelo en una sola línea; enseguida da un gran salto que supera la distancia
de la piedra.
En réplica silenciosa, Gunter se acerca a la piedra y da la impresión de levantarla sin
esfuerzo, pero una vez más es el invisible Sigfrido quien acomete la hazaña y tira la
piedra mucho más lejos que Brunilda. Luego, tomando a Gunter por la cintura, Sigfrido
salta en el aire llevándolo consigo y aterriza mucho más allá de donde cayera su piedra.
De modo que por la fuerza y la astucia de Sigfrido, Gunter ha conquistado a su
amada, y la orgullosa Reina Brunilda parte al reino del Rin. En la corte de Gunter en
Worms hay grandes festejos y júbilo. Se celebrarán dos bodas reales: la de Gunter y
Brunilda y la de Sigfrido con Krimilda.
Los invitados reciben regalos de brazaletes, medallones y anillos, mientras que un
anillo de hierro compuesto por caballeros armados rodea a las parejas mientras se
pronuncian los juramentos sagrados. Gozosos, Gunter y Sigfrido salen de la capilla con
las dos hermosas novias. Al llegar la noche, se retiran a sus lechos nupciales mientras
los invitados siguen celebrando.

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Por la mañana, Sigfrido y Krimilda están radiantes, pero Gunter parece perturbado, y
Brunilda, distante y reservada. Gunter no muestra nada del júbilo y orgullo naturales del
desposado. En verdad, esa misma tarde va a confiarse a Sigfrido y le cuenta su
humillación.
La noche de bodas, Brunilda le dice a Gunter que aunque él la había ganado por la
destreza mostrada en la arena, ella no le entregaría voluntariamente su cuerpo. Pues
darse a un hombre rompería el encantamiento y ella perdería la fuerza de guerrero que
tiene ahora. Cuando Gunter intenta reclamar sus derechos nupciales, Brunilda
simplemente se echa a reír. Lo ata con su faja trenzada y lo cuelga como un cerdo
muerto de un gancho de la pared hasta el amanecer.
Una vez más Sigfrido se ve metido en una intriga contra la reina guerrera. Esa noche,
bajo la oscuridad y llevando Tarnkappe puesta, la capa mágica de la invisibilidad, entra
en el dormitorio de Brunilda. Ocupa el lugar de Gunter y se tiende en el lecho de bodas.
Creyendo que es su esposo quien está allí en la oscuridad, Brunilda lo golpea con tal
fuerza que la sangre mana de la boca de Sigfrido y es arrojado al otro extremo de la
habitación. Luchando, Brunilda aferra las manos de Sigfrido con tanta fuerza que la
sangre brota de las uñas del héroe, empujado contra la pared. Pero al fin prevalece el
enorme poderío de Sigfrido. La levanta del suelo, la arroja boca abajo sobre la cama y
por la fuerza bruta la aplasta entre sus brazos tan ferozmente que todas las
articulaciones del cuerpo de ella crujen al unísono. Sólo entonces ella se rinde y le grita
a su conquistador que la deje vivir.
Ahora bien, la mayoría de los que cuentan esta historia dicen que en ese momento
Sigfrido fue un amigo honorable de Gunter y que aquella noche no descansó en la
adorable cuna de las largas extremidades de Brunilda. Pero sea cual fuere la verdad del
asunto, hubo al menos un modo en que Sigfrido deshonró a esa mujer orgullosa. Pues ve
en la oscuridad el apagado centelleo del oro rojo, el anillo de Brunilda, y se lo quita de la
mano. Luego, al abandonar el lecho matrimonial, también se lleva la enjoyada faja de
seda trenzada de Nínive.
Sigfrido huye sigiloso de la cámara oscura, y Gunter se mete en el lecho de la esposa
vencida que ya no se atreve a resistirse. Cuando amanece, Brunilda está tan pálida y
dócil como la más mansa de las esposas. Pues con la pérdida de la virginidad y del anillo,
la fuerza de guerrero de Brunilda la ha abandonado para siempre, y se ha convertido en
una esposa buena y servil.
Doce años transcurren felizmente. Sigfrido y Krimilda viven juntos y gobiernan los
Países Bajos y el país de los Nibelungos desde el palacio de Xanten, mientras Gunter y
Brunilda hacen lo mismo en las tierras del Rin. Un día Gunter invita a Sigfrido y a su
hermana a asistir a un festival en la corte.
Quizá fue el antiguo poder del anillo el que lo fraguó, o tal vez la culpa radicara en el
orgullo de Sigfrido. De cualquier manera, Sigfrido cometió un trágico error, pues allí en
Xanten regala a su esposa el anillo y la faja de seda que le arrebatara a Brunilda en el
lecho nupcial. Y aún más neciamente, revela a Krimilda el secreto de la conquista del
anillo y de la faja.
De modo que un día las dos reinas se encuentran en la puerta de la catedral y surge
entre ellas una disputa sobre quién debía entrar primero. Brunilda se muestra

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desconsiderada y pretende que Krimilda le muestre una injustificada sumisión, pues
parece obvio que Sigfrido no es más que un súbdito de Gunter.
Krimilda no soporta ese insulto. Afirma que Sigfrido es el más grande, y súbdito de
ningún hombre. Exasperada, olvida toda discreción. Exhibe ante Brunilda el anillo
robado de oro rojo, y luego le muestra la faja enjoyada de seda trenzada de Nínive que
otrora llevara Brunilda. Con desprecio, delante de todos los que desearan escucharlo,
afirma que Brunilda había sido la concubina de Sigfrido antes de que se casara con
Gunter, y que Sigfrido había tomado esos trofeos después de ser el primero en gozar del
cuerpo de Brunilda en el lecho nupcial.
La humillada Brunilda corre a ver a Gunter y le cuenta la historia, demandando una
reparación. Furioso, Gunter llama a Sigfrido. Sigfrido replica a Gunter que él no había
gozado de Brunilda aquella noche. Sigfrido corrige ásperamente a su esposa y le exige
que se disculpe. Para que Brunilda no descubra las otras estratagemas, con las que la
engañó y la sometió, ordena que a su alrededor se forme un anillo de hierro compuesto
por caballeros, y pronuncia un juramento sagrado diciendo que todas esas historias son
falsas.
Ese falso juramento es el sello final del destino de Sigfrido. Pues aunque da la
impresión de que la mayoría lo acepta, la prueba del anillo de oro y la faja ya no puede
retirarse y corre el rumor del escándalo del lecho nupcial. Ante Brunilda se presenta el
firme Hagen de Trónege, paladín de la Reina y el más intrépido súbdito del Rey.
Brunilda enciende el corazón de Hagen, y los dos persuaden a Gunter de que sólo la
venganza de sangre podrá devolverle el honor perdido.
En esa época surgen de nuevo en el Rin los rumores de guerra con los daneses. Una
vez más Sigfrido se apresta para la batalla, pero Krimilda tiene horrendos
presentimientos. Hagen va a verla diciendo que también él tiene maléficos presagios
sobre la suerte de Sigfrido, pero afirma que no puede creer en ellos, ya que todos saben
que Sigfrido está protegido por el encantamiento de la sangre del dragón. Fue entonces
cuando Krimilda revela el secreto de la mortalidad de Sigfrido. Pues cuando éste se bañó
en la sangre del dragón, una hoja de limonero le cubrió un sitio entre los omóplatos.
Sólo ese lugar de todo el cuerpo podía ser atravesado por un acero afilado. Siguiendo las
instrucciones de Hagen, Krimilda cose en secreto sobre el jubón de Sigfrido una cruz
diminuta que tapa ese punto mortal. Luego Hagen jura que siempre estará a la espalda
de Sigfrido y que protegerá al héroe de cualquier golpe inesperado.
Al día siguiente, Hagen, Gunter y Sigfrido van a cazar en el bosque real. Cuando
después de una larga persecución Sigfrido desmonta para beber de un arroyo, Hagen
clava la lanza en la cruz y atraviesa la espalda de Sigfrido hasta llegar al corazón.
Mortalmente herido, Sigfrido golpea el aire como una bestia salvaje y moribunda. Pero
después del golpe de Hagen, Gunter agarra las armas de Sigfrido y huye, para que el
héroe no pueda descargar su venganza con su último aliento.
Cuando al fin la sangre vital de Sigfrido se derrama sobre el suelo del bosque y deja
de respirar, los asesinos regresan. Levantan su cuerpo y lo llevan a la corte,
proclamando que había sido asesinado a traición por unos salteadores de caminos.
Con la muerte de Sigfrido, Brunilda piensa que su honor ha sido defendido por su
esposo Gunter y su paladín, Hagen. No sólo ha provocado la muerte del hombre que la

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engañó; la orgullosa Krimilda está ahora desesperada. Además, como Krimilda no tiene
esposo, Gunter la toma bajo su protección y con ese pretexto saquea el tesoro de los
Nibelungos.
De esa manera, los burgundios se apoderaron del tesoro. Durante días y noches una
caravana interminable de carretas cargadas de oro y joyas entra en la gran ciudad
amurallada de Worms donde gobiernan Gunter y Brunilda. El tesoro llena la torre más
grande de la ciudad. Es tan enorme que el Rey Gunter desconfía de sus guardianes y de
otros que pudieran robarlo. Con sigilo, a lo largo de los años, al amparo de la noche,
Gunter y Hagen saquean ese enorme tesoro y lo llevan a un lugar secreto en el Rin. Allí
encuentran una caverna en un río profundo y esconden ese vasto tesoro de oro y
piedras preciosas.
Durante un tiempo el poder y la fuerza del pueblo de Gunter no tienen parangón.
Dueños del tesoro de los Nibelungos, cobran fama de ser la más rica de las naciones. En
verdad, debido a que ese renombrado tesoro ahora descansa en sus tierras, los
burgundios del Rin pronto fueron conocidos por todos los pueblos como los Nibelungos,
dueños del tesoro de los Nibelungos, los hombres más afortunados.
Pero no todos en el reino estaban contentos. Entre éstos, la desconsolada Krimilda
no había creído la historia de la muerte de Sigfrido. Adivina bastante de la verdad, y
poco a poco la desesperación es sustituida por el deseo de venganza. Diariamente
contempla el anillo de oro que lleva en la mano y que le recuerda la disputa que había
sido la causa del traidor asesinato del héroe.
Por fin Brunilda decide que ya no puede tener a Krimilda dentro de la corte real,
pues teme, con motivo, que la viuda de Sigfrido pueda fomentar una revuelta. Por
casualidad, Etzel, Emperador de los hunos del Danubio, había enviado un mensaje a la
corte nibelunga. El noble y anciano gobernante de los hunos deseaba casarse con la
hermosa Krimilda. A menudo había oído hablar de su belleza, y además, se sentiría
honrado de casarse con la reina viuda de Sigfrido el Matador del Dragón, y protegerla.
Gunter bendice esta petición. Otorga la mano de su hermana al Emperador Etzel y la
envía a la ciudad huna de Gram, a orillas del Danubio. Entonces Gunter cree que él y
Brunilda podrán vivir para siempre y que ya nadie vengará la muerte de Sigfrido.
Eso no sería así. Porque aunque llevan a Krimilda a la poderosa ciudad real huna de
Gram y al palacio de Etzel a orillas del Danubio, jamás olvida su deseo de venganza. A
pesar de que el generoso Etzel le proporciona todos los lujos y de que Krimilda finge
felicidad en su presencia, ella sólo piensa en alcanzar un único objetivo.
El Emperador Etzel ignora las intrigas de Krimilda, y no le preocupa que la Reina
tenga cada vez más poder entre los hunos. Krimilda consigue la alianza y obediencia
juradas de gran cantidad de los súbditos de Etzel. Por compasión, por amor o por
codicia, muchos caballeros le juran lealtad.
Después de muchos años, cuando Krimilda considera que tiene suficiente poder,
convence a Etzel para que invite a los reyes nibelungos a visitar en el verano la ciudad
de los hunos. Tan generoso y justo ha sido siempre Etzel con los Nibelungos, que éstos
no sospechan ninguna mala intención. Así fueron a Gram los tres reyes nibelungos:
Gunter, Gernot y Giselher; también fue el valiente Hagen y su hermano Dankwart; los
poderosos guerreros Volker y Ortwine; y también mil heroicos hombres más. Ningún

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noble queda dentro de las murallas de Worms, y desde su torre Brunilda y sus sirvientes
los observan partir.
En la ciudad del Emperador los festejos estivales se celebraron con boato y pompa.
Hubo torneos, juegos y festivales de canción y danza. Sin embargo, los nibelungos no
tomaron parte en los festejos, pues Gunter y Hagen vieron la feroz luz de odio que
brillaba en los ojos de Krimilda. Ellos bien conocían la fuente de ese odio, aunque habían
esperado que ella lo hubiera olvidado mucho tiempo atrás. Ya antes también ellos
habían oído malos augurios a propósito del largo viaje a la tierra de los hunos.
En el duodécimo día arribaron a las amplias orillas del Danubio. Allí Hagen se
encontró con las doncellas-cisne, esas mujeres fatales del río que algunos llaman
ondinas y otros nereidas. De ellas Hagen obtuvo una visión profética: todos los
Nibelungos perecerían por el fuego y la espada, y ninguno viviría para retornar a la
tierra del Rin.
De modo que aunque todos los Nibelungos habían esperado que las ondinas
hubieran transmitido a Hagen una visión falsa, la terrible expresión de Krimilda les
anticipó que estaban perdidos. A partir de ese momento están siempre completamente
armados entre los otros celebrantes. No tienen mucho que esperar. Esa misma noche
Krimilda entra en acción mientras todos los caballeros nibelungos se encuentran en el
salón de banquetes. En secreto, sin el conocimiento de Etzel, Krimilda envía a un grupo
de hombres armados a las estancias de los escuderos nibelungos, y todos esos valerosos
jóvenes son masacrados. Cuando las nuevas de la carnicería llegan al salón, Hagen se
levanta de un salto y se planta sobre la mesa del banquete. Con implacable salvajismo,
desenvaina la espada y cercena la cabeza del infante Ortlieb, el único hijo de Etzel,
mientras éste juega en el regazo de su padre.
Entonces Hagen grita a los nibelungos y les dice que han caído en una trampa, que al
igual que los escuderos también a ellos los matarán. Los caballeros nibelungos se lanzan
a la batalla y la estancia se convirtió en un matadero. Aunque Etzel y Krimilda consiguen
escapar, dos mil hunos son abatidos en esa contienda en el salón.
Para gran aflicción de Etzel, Krimilda llama a más legiones y aliados hunos. La
estancia de los banquetes se transforma: las mesas exhiben extremidades y cabezas
cortadas, en los platos de plata hay entrañas humanas, y las copas de oro rebosan de
sangre. También Krimilda se transforma: antaño la más gentil de las damas, ahora un
vengador ángel de la muerte. Inflexible, insta a los hunos a la batalla, y aunque más de la
mitad de los nibelungos han muerto, mantienen abiertas las puertas del salón hasta que
una muralla de cadáveres bloquea la entrada y los hunos tienen que mover a sus
propios muertos para renovar la lucha.
Llena de furia, Krimilda pide antorchas y hace que incendien el salón para rechazar a
los nibelungos. Pero el fuego no empuja fuera a los nibelungos, aunque muchos perecen
por las llamas y el calor y el humo. Siguen luchando durante la ardiente noche.
Refugiados bajo los arcos de piedra de la estancia mientras las estructuras de piedra
arden alrededor, continúan batallando y cuando tienen sed beben la sangre de los
muertos.
Durante el horror de esa noche parte de la fuerza nibelunga sobrevive, pero en el
amanecer, la Reina llama a otros muchos soldados hunos. Estos atacan a los nibelungos

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en los restos calcinados del salón de banquetes. No obstante, pronto descubren que aun
los pocos supervivientes de los caballeros nibelungos son un enemigo terrible, y muchos
caen ante sus despiadadas armas.
Una parte de la fuerza nibelunga podría haber sobrevivido si un poderoso héroe,
Dietrich, el Rey de Verona, no hubiese acudido en ayuda de los hunos. Dietrich no tiene
gran deseo de enfrentarse a los valerosos nibelungos; sin embargo, por culpa de ellos ha
perdido demasiados amigos y compatriotas. Sabe que debe actuar, de modo que envía a
su noble lugarteniente, Hildebrando, con sus hombres al interior del arruinado salón. Le
pide a Hildebrando que establezca algún tratado entre los nibelungos y los hunos para
que él mismo no se vea arrastrado a participar en esa venganza.
Pero ese acto de reconciliación fracasa; la tregua se rompe hasta convertirse en una
sangrienta disputa que abarca por completo tanto al ejército de Dietrich como a los
destrozados supervivientes nibelungos. Sólo el herido Hildebrando vive para regresar
con las desastrosas nuevas. Con expresión lúgubre, Dietrich se arma y entra en el
destrozado salón y descubre que de toda la fuerza nibelunga sólo sobreviven los
exhaustos pero desafiantes Gunter y Hagen. En una furia desesperada, Dietrich intenta
empujar a los extenuados Gunter y Hagen contra la pared. Tan grande es su poder, que
podría haber sido el mismo fantasma de Sigfrido quien los atacaba. Las armas de los
nibelungos —incluso la espada Balmung que usurpara Hagen— les fueron arrancadas
de las manos, y el fiero Dietrich los venció y los ató.
No obstante, Dietrich era un hombre compasivo, pues imploró a Krimilda que se
apiadara de esos bravos caballeros. Durante un momento, dio la impresión de que
Krimilda contendría su ira. En verdad ya se había convertido en un demonio vengador
que estaba más allá de la redención. En la sala del trono declaró que aún quedaba por
resolver el asunto de su legítima herencia: el tesoro de los Nibelungos tenía que ser
traído a la corte de Etzel.
En secreto, Krimilda ya había ido a las celdas. Allí se encuentra con Hagen y
falsamente le promete libertad si le cuenta dónde está escondido el tesoro de los
Nibelungos. Hagen es un hombre sombrío y estoico, y no confía en ella. Le dice a la
Reina que había pronunciado el juramento de no revelar jamás dónde estaba enterrado
el tesoro de los Nibelungos mientras el señor Gunter viviera.
La Reina Krimilda ordena que Hagen sea encadenado y llevado a la sala del trono.
Entonces, para horror de todos, arroja al suelo la cabeza cercenada del Rey Gunter, su
propio hermano. El salvajismo de la Reina espanta al Emperador Etzel y al héroe
Dietrich pero el fiero Hagen de Trónege suelta una carcajada.
No había habido ningún juramento de silencio. Hagen había provocado esa muerte
porque temía que Gunter lo entregaría a cambio del tesoro. Pero ahora que Gunter ha
muerto, sólo Hagen en todo el mundo sabe dónde está oculto el tesoro, y ninguna
tortura conseguirá jamás que lo revele. Pues si no puede devolver el tesoro a la Reina
Brunilda, por lo menos ahora será capaz de negarle esa recompensa a su rival. Hagen ríe
en voz alta, alardeando de que está dispuesto a morir después de esa última y rica
victoria.
La arrogancia de Hagen encoleriza a la Reina Krimilda. Se apodera de la espada de
Hagen, la espada Balmung, que otrora perteneciera a Sigfrido, y antes de que el

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Emperador o sus cortesanos se recuperen del cruel asesinato de Gunter, cercena
también la cabeza de Hagen de Trónege.
En ese momento todos ven que Krimilda se ha convertido en un ser monstruoso. Con
ese último acto de traición la corte entera retrocede horrorizada. Todos saben que no
hay humillación mayor para un caballero que morir a manos de una mujer. Es el
lugarteniente de Dietrich, Hildebrando, quien lleva a cabo el deseo de los otros nobles.
Avanza de un salto con la espada desenvainada, y en un acto que casi podría haber sido
misericordioso, con una única estocada pone fin a la torturada vida de la Reina Krimilda.
Con la muerte de Hagen desaparece el último caballero nibelungo y el tesoro de los
Nibelungos queda oculto para siempre. Sólo las ondinas y las nereidas del Rin saben
dónde yace, y ellas no necesitan ni oro ni gemas. El antiguo anillo que fuera causa de
toda esa desesperación es enterrado con la Reina Krimilda, en otro tiempo la más gentil
de las mujeres. Mientras, su rival, la Reina Brunilda, en otro tiempo la más fuerte de su
sexo, ahora está destrozada por la pérdida de su esposo, de su paladín y de todos sus
bienes. Llora el desastre que exterminó a sus nobles caballeros y que la dejó sola en un
reino vacío y en ruinas.
Así termina la historia de la rivalidad de las dos reinas.

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CAPÍTULO XI
Los mitos griegos y romanos

H aylosunalbores
antiguo mito griego que narra la forja del primer anillo. El cuento comienza en
del tiempo, mucho antes de que los humanos o incluso los dioses
existieran. De hecho, la historia del primer anillo está unida al cuento de la llegada de
los dioses y de la creación del hombre.
Los titanes fueron la primera raza en gobernar el mundo primigenio. Eran los hijos e
hijas de Gea, la Madre Tierra. Eran tan altos como las colinas, y sabios y fuertes a la vez.
También eran dueños de poderes mágicos con los que obtenían riqueza y munificencia.
Los titanes tuvieron muchos niños: hijos e hijas que se convirtieron en ríos y
bosques. Las ninfas del mar, las sirenas, las náyades, los sátiros y las sílfides animaron
toda la naturaleza.
Uno de los más sabios de los titanes recibió el don de la profecía, y por ese motivo se
lo llamó Prometeo, que significa «previsor». Prometeo adivinó que la astucia y los
ardides de una raza inferior, la recién llegada raza de los dioses, vencerían a los titanes.
Además, supo que su propio destino sería distinto y estaría ligado al de esos jóvenes
dioses.
La guerra entre los titanes y los dioses casi consumió el mundo. Durante diez largos
años, desde las alturas del Olimpo, Zeus, el dios de la tormenta, arrojó rayos y truenos,
mientras su hermano Poseidón, el dios del mar, le ordenó a la tierra que temblara. La
roca corrió en ríos fundidos. El mar hirvió. El vapor y las llamas llenaron el aire; se

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abrieron grandes cañones, y los continentes se hendieron y se movieron. No obstante,
con su fuerza y poderes mágicos, los titanes resistieron y lucharon contra los dioses con
armaduras y lanzas relucientes. Sin embargo, a pesar de su valor, fueron vencidos por
los dioses. Rayos y truenos los destrozaron y la tierra se partió debajo de ellos,
haciéndolos caer a los profundos abismos de Tártaro; allí gobernaba el cruel Hades, dios
del Infierno, y de allí nadie podía escapar.
Atlas, hermano de Prometeo, fue condenado a sostener el peso de los cielos sobre los
hombros; a Ixión lo pusieron en una rueda de fuego; Sísifo fue aplastado, una y otra vez,
por el peso de una piedra, y muchos otros titanes se hundieron en un mar abismal e
hirviente. Prometeo no había tomado parte en la guerra contra los dioses, y aunque le
afligía la suerte de su pueblo, sabía desde hacía tiempo que lo esperaba otro destino.
Prometeo convivió entre los nuevos dioses, y les dio sabiduría y conocimiento. Se
dedicó más y más al arte de forjar metales y sustancias terrestres. Eligió como
compañero al hijo tullido de Zeus, Hefestos, el menos altanero y desdeñoso de los
dioses. Entregó a Hefestos el fuego y la forja, y compartió con él todo lo que sabía de la
tierra. En los corazones volcánicos de las montañas, Prometeo le enseñó la forja de los
metales. Allí fraguaron coronas enjoyadas, cetros y tronos de oro para los dioses del
Olimpo. Fabricaron brillantes armas y armaduras bendecidas con poderes mágicos.
Hefestos el Herrero pronto pasó a ser tan valioso para Zeus que éste le otorgó al dios
tullido la mano de Afrodita, la hermosa diosa del amor, en matrimonio.
Sin embargo, el previsor Prometeo había empleado algunas otras artes en la
excavación y la forja. Pues las habilidades del mago, como las del herrero, eran propias
de la raza de los titanes, de modo que con el tiempo llegó a conocer el secreto mismo de
la vida. Y, como bien se sabe, Prometeo fue la divinidad que hizo a los hombres con
arcilla y les sopló el aliento de la vida. Además, él fue quien les hizo el regalo del fuego,
pues en el principio vivían en la oscuridad. Con el fuego recibieron también la luz de la
sabiduría y el calor del deseo insaciable, y todas las cosas que hacen a los hombres
superiores a las bestias y los incitan a luchar para alcanzar la fama inmortal.
Los dioses del Olimpo se sintieron muy disgustados, pues no deseaban tener rivales
en el mundo, y dijeron que Prometeo había dado a los mortales lo que sólo los dioses
debían poseer. Sin embargo, no podían deshacerlo y el fuego no podía apagarse. Furioso,
Zeus ordenó a Hefestos que forjara una gran cadena de adamantino inquebrantable, el
hierro de los dioses. Luego dispuso que Prometeo fuera llevado al páramo de Asia, por
las Montañas Blancas entre Escitia y Cimeria, y que lo encadenaran en la montaña
llamada Cáucaso. En esa roca juró Zeus que Prometeo estaría encadenado para siempre.
Zeus envió un águila y un buitre de enorme tamaño, y esas crueles aves horadaban el
costado de Prometeo y le devoraban el hígado. Todas las noches el hígado volvía a
crecerle, sólo para que volviera a ser devorado al día siguiente. También lo
atormentaban el sol ardiente y la lluvia y el viento helados. Así, igual que sus hermanos
bajo tierra, Prometeo sufría un dolor eterno.
No obstante, Prometeo resistió y no se arrepintió de sus acciones. Por la noche
acudían muchas ninfas, silfos y espíritus que se lamentaban por él y entonaban
canciones de consuelo. Incluso unos pocos hombres se atrevieron a visitarlo en aquel
terrible páramo para buscar su consejo. Sin embargo, ninguno tenía fuerza suficiente

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para romper sus ataduras, y Prometeo parecía condenado para siempre a aquella
tortura.
Con el paso de largas edades, se dice que la crueldad de los dioses disminuyó, y
aunque no siempre trataron a los hombres con justicia o bondad, llegaron a favorecer e
incluso a amar a muchos mortales. Entre los dioses y los hombres hubo lazos y unión, y
de esa unión nacieron numerosos vástagos. El más poderoso de ellos fue Heracles, el
hijo de Zeus.
Zeus había llegado al fin a lamentar haber infligido a Prometeo el castigo de un
encadenamiento eterno. De modo que cuando Heracles entró en el páramo asiático,
Zeus no lo alejó de las Montañas Blancas y le permitió buscar a Prometeo. Zeus sabía
que sólo Heracles era capaz de romper las cadenas adamantinas, y matar al águila y al
buitre.
Cuando al fin Prometeo se vio liberado, Zeus le habló con voz de trueno. Juró que
mantendría el juramento de mantenerlo encadenado pero que al mismo tiempo lo
dejaría libre. Extrajo entonces de la cadena un eslabón roto y de las montañas del
Cáucaso un fragmento de roca. Con su mano inmortal, unió la roca al eslabón. Luego
tomó la mano de Prometeo y alrededor del dedo cerró el eslabón adamantino. Por ese
ardid Zeus mantuvo su juramento de encadenar para siempre al titán a la roca del
Cáucaso, y, sin embargo, cumplió su promesa de dejar que Prometeo caminara libre.
Así fue como se fabricó el primer anillo. Se dijo que después los hombres llegaron a
usar anillos en honor de Prometeo, el que trajo el fuego y era padre del hombre. El
anillo, dijeron, es un signo del herrero que es amo del fuego y del mago que es amo de la
vida. Y aquellos que son reyes de hombres llevan el anillo como signo de que descienden
de Prometeo y de los titanes que en una ocasión gobernaron la tierra.
La imagen de Prometeo, el buen titán que trajo la vida y el fuego a la raza humana,
puede contraponerse a la de Sauron, el mago maléfico que trajo la muerte y la
oscuridad. Sin embargo, cuando Sauron apareció en la Segunda Edad, disfrazado entre
los elfos herreros de Eregion como el misterioso desconocido Annatar, Señor de los
Dones, fue sin duda para los elfos todo lo que Prometeo fue para los humanos. Pues
Annatar el Señor de los Dones también era un mago herrero, y, como el titán, había
desafiado a los dioses regalando los dones prohibidos del conocimiento y el arte. Con la
guía de Annatar, Celebrimbor y los elfos herreros de Ost-in-Edhil en Eregion
aprendieron los secretos del herrero y del mago, sólo comparables con los de los dioses
valarianos. Pero cuando Annatar los engañó para que forjaran los Anillos de Poder, los
elfos descubrieron el terrible precio de los dones del mago. El precio de los dones de
Prometeo fue que el titán en persona quedara eternamente encadenado y esclavizado.
El demandado por los dones de Sauron fue que los elfos quedaran encadenados y
sojuzgados para siempre.
Es obvio que la leyenda griega del primer anillo lo vincula con muchas de las
imágenes primigenias de poder que más tarde emergen en la tradición de la búsqueda
del anillo, y que están, obviamente, conectadas con la alquimia y la metalurgia. En esta
historia, el primer anillo tiene una sólida relación con los poderes del mago y del
herrero. Curiosamente, Prometeo, el padre del hombre, el que regala el fuego y es el

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señor de los herreros, tiene uno forjado con hierro de las montañas del Cáucaso: el
mismo lugar donde se descubrió el secreto de su fundición.
Tolkien leía latín y griego y conocía bien la historia y los mitos grecorromanos. Sin
embargo, las raíces mitológicas de la Tierra Media procedían intencionadamente de las
tradiciones míticas del norte de Europa. No obstante, así como ciertos aspectos de la
tradición grecorromana se encuentran también en las leyendas teutonas y celtas, hay en
la obra de Tolkien elementos que proceden de esa misma tradición.
En el ascenso y caída del Imperio Romano ya hemos señalado muchos aspectos que
recuerdan la historia de Tolkien del Reino Reunido de los Dúnedain. La historia de
Gondor como capital del reino dúnadan meridional y de Amor como capital del reino
dúnadan septentrional puede compararse con la de Constantinopla como capital del
Imperio Romano de Oriente y con la de Roma como capital del Imperio Romano de
Occidente. La ficción de Tolkien describe hordas bárbaras del sur (al servicio del
maléfico ojo de Sauron, el Nigromante), y que eran una amenaza constante en las
fronteras orientales del imperio de los Dúnedain. Esto es comparable con las hordas
bárbaras teutonas (al servicio del dios tuerto, Woden el Nigromante), que
constantemente amenazaban las fronteras orientales del Imperio Romano. Al sur se
encontraban los grandes rivales de Gondor, los señores de Umbar, cuyas poderosas
flotas de guerra eran el terror de los mares, y cuyos potentes ejércitos mercenarios
estaban apoyados por elefantes y eran el terror de la tierra. Los grandes rivales de la
antigua Roma, también en el sur, eran los señores de Cartago, cuyas poderosas flotas de
guerra aterrorizaban los mares y cuyos potentes ejércitos mercenarios estaban
apoyados por elefantes y aterrorizaban la tierra.
Una de las conexiones más obvias entre las antiguas leyendas griegas y la
imaginativa ficción de Tolkien es el relato de la Atlántida. El relato de Tolkien sobre la
«Akallabêth» o la «Caída de Númenor» es una reinvención de esa leyenda, y un claro
ejemplo de cómo Tolkien tomaba una leyenda antigua y la reescribía como si se tratara
de la verdadera historia sobre la que se basaba el mito. Y para que lo entendamos, nos
dice que la forma de Númenor en alto élfico (quenya) es «Atalante».
Tolkien a menudo mencionó que tenía «un complejo de Atlántida» [Cartas, n.os 163 y
257] que se manifestaba en un «terrible sueño recurrente de la Gran Ola, levantada
como una torre, que avanza ineluctable por sobre los árboles y los campos verdes».
Parece pensar que se trata de una especie de memoria racial: un recuerdo de la antigua
catástrofe del hundimiento de la Atlántida. En más de una ocasión declaró que creía
haber heredado ese sueño de sus padres, y más tarde descubrió que lo había pasado a
su hijo Michael. En El Señor de los Anillos pone exactamente esa pesadilla en la mente de
Faramir, el hijo del último Senescal de Gondor.
Sin embargo, después de redactar «La Caída de Númenor», descubrió que había
conseguido exorcizar ese sueño perturbador; no se había repetido desde que
dramatizara el evento en su propio relato de la catástrofe.
La leyenda original de la Atlántida procede del Timeo de Platón, en la que un
sacerdote egipcio habla con el estadista ateniense Solón. El sacerdote le cuenta a Solón
que la más poderosa civilización que el mundo haya conocido había existido
novecientos años antes en la isla-reino de la Atlántida. Era una isla aproximadamente

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del tamaño de España, situada en el Mar Occidental, más allá de las Columnas de
Heracles. El poder de la Atlántida se extendía sobre todas las naciones de Europa y del
Mediterráneo, pero el abrumador orgullo de este poderoso pueblo fue causa de conflicto
con los inmortales. Por último, una gran erupción volcánica dio como resultado el
hundimiento de la Atlántida en el fondo del mar.
Tolkien utilizó la leyenda de Platón como esbozo para «La Caída de Númenor». Sin
embargo, no se contentó con escribir un relato dramático directo basado en la leyenda,
y le añadió unos pocos toques y detalles personales: ¡tres mil años de historia,
sociología, geografía, historia natural, lingüística y biografía númenóreanas!
Curiosamente, el fundador del reino perdido de Númenor está vinculado con otro
mito griego muy distinto. El primer rey númenóreano, Elros, y su hermano gemelo,
Elrond, fueron los hijos de un hombre mortal y una doncella élfica inmortal. Esta mezcla
de sangre obligó a los gemelos Medio Elfos a elegir entre dos destinos: el mundo mortal
de los Hombres o el inmortal de los Elfos. Elrond escogió ser inmortal, y con el tiempo
se convirtió en el Señor elfo de Imladris. Su hermano, Elros, eligió ser mortal y se
convirtió en rey de los númenóreanos.
Elros y Elrond son comparables con el mito griego de los hermanos gemelos Castor y
Pólux, hijos de la mujer mortal Leda y del dios inmortal Zeus. En este caso, Castor fue un
hombre mortal y Pólux un dios inmortal. Cuando el hermano mortal, Castor, cayó en la
batalla, el hermano inmortal, Pólux, se desesperó sabiendo que jamás podría reunirse
con su hermano, ni siquiera en el Infierno. Zeus se apiadó de ellos y los transformó en la
constelación de Géminis, los Gemelos Estelares.
Los hermanos de Tolkien no se reúnen entre las estrellas. Sin embargo, hay una
conexión estelar en la figura del famoso padre de Elros y Elrond, Eärendil el Marinero.
(En un principio, Eärendil fue una oscura figura de los mitos teutones, que Jacob Grim
asocia con el lucero del alba). En los relatos de Tolkien, Eärendil el Marinero se puso en
la frente el brillante Silmaril y desde entonces surca el firmamento con su navío volador,
y como lucero del alba guía a los marinos y los viajeros.
En El Señor de los Anillos, durante el sitio de Gondor, hay un episodio que refleja con
exactitud el clímax de otro mito griego: Teseo y el Minotauro. En el relato griego, Teseo,
el héroe ateniense, parte con un barco de velas negras hacia Creta. Allí el joven príncipe
y algunos otros atenienses han de ser llevados y sacrificados al monstruoso Minotauro
en el palacio del Rey Minos. Teseo le promete a su padre, el Rey de Atenas, que si mata
al Minotauro y libera a su pueblo de la esclavitud, pondrá velas blancas como señal de
victoria. Sin embargo, en la exaltación del triunfo, olvida esa promesa; el Rey padre ve
que el navío retorna desplegando velas negras, y creyendo que su hijo ha muerto y que
su nación sigue esclavizada, se arroja al mar desde un alto risco.
En El Señor de los Anillos, Denethor, el Senescal Regente de Gondor, ve que los navíos
corsarios de velas negras suben por el río Anduin en un momento crítico de la Batalla de
los Campos del Pelennor. En ese momento el hijo mayor de Denethor está muerto, y
Denethor cree que su otro hijo también está a punto de morir. Piensa con razón que los
refuerzos del enemigo en los barcos de velas negras harán imposible la defensa de
Gondor. Enloquece de dolor y desesperación y se suicida, pero como el padre de Teseo,
Denethor ha caído en un trágico error. No sabe que los navíos corsarios de velas negras

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han sido capturados por Aragorn, quien trae aliados de Gondor que darán otro giro a la
batalla. Así como la ciudad de Atenas se libra del yugo de Minos, y Teseo sucede a su
padre, Gondor se libera también, y Faramir, hijo de Denethor, sucede a su padre.
Aunque los mundos y cosmologías de Tolkien son sobre todo comparables con los de
las razas del norte de Europa, hay muchos paralelismos entre sus dioses, los Valar, y el
panteón grecorromano de dioses olímpicos. El Rey de los dioses de Tolkien es Manwë, el
Señor del Aire, que gobierna desde su trono en la cima de Taniquetil, la montaña más
alta del mundo. El águila es sagrada para Manwë, que es un fiero y barbudo dios de las
tormentas. Es muy parecido a Zeus —el Júpiter romano—, el rey de los dioses que
gobernaba desde su trono en la cumbre de Olimpo, la montaña más alta del mundo. El
águila también era sagrada para Zeus, fiero y barbudo dios de las tormentas.
Los hermanos más poderosos de Manwë —Ulmo el dios del mar y Mandos el dios de
los muertos— parecen proceder también de la mitología grecorromana. Ulmo se
asemeja a Poseidón, el dios griego del mar, a quien los romanos llamaban Neptuno.
Ambos eran gigantescos y barbudos señores del mar que conducían unos carros
espumeantes tirados por caballos marinos sobre la cresta de una marejada. Mandos se
parece mucho a Hades, dios de los muertos, a quien los romanos llamaban Plutón. Los
dos gobernaban la Casa de los Muertos en un mundo subterráneo, y ambos conocían por
igual los destinos de los mortales y los inmortales.
Entre las diosas valarianas, Yavanna, que es Reina de la tierra, y su joven hermana
Vana, Reina de los capullos en flor, recuerdan a Deméter y a Perséfone, del panteón
grecorromano. Deméter —a quien los romanos llamaban Ceres—, es la diosa madre
tierra de los griegos, mientras que su hija Perséfone, a quien los romanos llamaban
Proserpina, es la diosa de la primavera.
La contrapartida exacta del dios valariano de Tolkien, Aulë el Herrero, es el griego
Hefestos el Herrero, a quien los romanos llamaban Vulcano. Ambos eran capaces de
forjar indecibles maravillas de los metales y elementos terrestres. Los dos eran armeros
y joyeros de los dioses. Otros valarianos comparables con los dioses grecorromanos son
Tulkas el Fuerte, que tiene muchas características del poderoso griego Heracles (el
Hércules romano), y Oromë el Cazador, que se asemeja al héroe celestial griego Orion el
Cazador.
El dios griego Hades y su contrapartida romana, Plutón, no sólo son comparables
con el severo, pero benigno, Mandos; comparten además algunas de las sombrías
características del malévolo valariano de Tolkien, Melkor, quien se convierte en
Morgoth, el Enemigo Oscuro. Éste es Hades —o Plutón— en su forma más vil: señor del
Infierno. Es el Hades que atormenta a los muertos; el que secuestra a Perséfone y se
atreve a llevar al mundo un invierno de eterna oscuridad. Es el señor del Infierno al que
hay que engañar para que libere a las almas capturadas.
El Hades de la historia de amor griega de Orfeo y Eurídice reaparece en las
aventuras de los amantes de Tolkien, Beren y Lúthien, en El Silmarillion. En ese relato,
Lúthien canta y consigue que Carcharoth, el Lobo guardián, caiga dormido ante las
puertas del reino oscuro y subterráneo de Morgoth. Una vez dentro, Lúthien entona
unas canciones tan hermosas que ella y Beren conquistan el Silmaril de Morgoth, el
Señor del Mundo Subterráneo. Lúthien logra huir, pero en el último momento, ya en la

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boca del túnel, pierde a su amado Beren. Aunque los papeles masculino y femenino
están invertidos, se trata en gran parte de una nueva versión del mito griego. Orfeo toca
el arpa y canta para que Cerbero, el perro guardián, se quede dormido ante las puertas
del oscuro y subterráneo reino de Hades. Una vez dentro, canta de nuevo unas
canciones tan hermosas que al fin libera a Eurídice, prisionera de Hades, Señor del
Infierno. Orfeo consigue huir, pero en el último instante, ya en la boca del túnel, pierde a
su amada Eurídice.
Para subrayar la conexión entre el mito griego y su propio relato, Tolkien duplica el
viaje haciendo que Lúthien vaya tras el alma de Beren. Esta vez, en la Casa de los
Muertos de las Tierras Imperecederas, Lúthien repite literalmente el viaje de Orfeo: le
canta a Mandos-Hades y ganan una segunda vida para su amado. Sin embargo, a
diferencia de Orfeo y Eurídice, a Lúthien y a Beren se les permite vivir sus recién
conquistadas vidas mortales.
Los aspectos de Hades que vuelven a encontrarse en el maléfico Morgoth, el
Enemigo Oscuro, también aparecen en una temprana versión romana de Plutón. Este
antiguo soberano de los muertos era un ser demoníaco llamado Orcus. De manera
bastante curiosa, el latín «Orcus» como dios de los espíritus o demonios muertos fue la
raíz de «ore» [orco], una palabra del inglés antiguo que significa «demonio».
Completando el círculo, Tolkien empleó esa misma palabra para dar nombre a una raza
malévola de trasgos demoníacos, criados y esclavizados por su amo infernal, Morgoth el
Enemigo Oscuro.

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CAPÍTULO XII
Las leyendas bíblicas

L aTolkien
contribución de la tradición judeocristiana a la escritura imaginativa de J.R.R.
es tan paradójica como profunda, sobre todo en cierta leyenda. En muchos
aspectos, el antiguo mundo judeocristiano es muy distinto del de Tolkien, que creó
adrede un mundo en el que no había una religión formal. Aunque sus personajes no
llegaban a adorar a los dioses valarianos, sus creencias eran mucho más parecidas al
panteísmo de los teutones, celtas y griegos paganos que al orgulloso monoteísmo de los
hebreos del Antiguo Testamento.
Sin embargo, en los relatos de Tolkien que cuentan la creación de Varda (El
Silmarillion y libros subsiguientes), el lenguaje y los temas bíblicos añaden al evento una
innegable grandeza. En estas narraciones de creación se advierte además que Tolkien
concibió una primera causa, un único ente que no está muy alejado del Dios monoteísta
judeocristiano. Por Eru el Único —a quien los Elfos llamaban Ilúvatar— todas las cosas
entraron en el gran Vacío del espacio. En el comienzo eran «pensamientos» de Eru, que
se manifestaban en la forma de los Ainur o «Los Sagrados». A estos muy poderosos
espíritus Ainur se les dio vida y poderes independientes, y en las Estancias
Intemporales Ilúvatar les ordena que canten en un coro celestial. Dicho canto es
conocido como la Música del Mundo, de la cual salen todas las cosas.
El más poderoso de los extraordinarios espíritus Ainur era el magnífico Melkor,
quien por ser el señor de la oscuridad veía las cosas de manera distinta. Esto dio como

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resultado la desaparición de la música celestial, y en última instancia una guerra de
poderes en los cielos, que luego es trasladada a una guerra de poderes en la tierra.
Una vez que los espíritus Ainur entran en Arda se convierten en los dioses
valarianos, muy semejantes a los antiguos dioses paganos del Olimpo y Ásgard. Sin
embargo, en las primeras manifestaciones celestiales, los Ainur se parecen a los
poderosos ángeles y arcángeles judeo-cristianos. Ciertamente, el gran conflicto que
surge entre Eru y Melkor debe mucho a la guerra entre Dios y el ángel rebelde, Satán, tal
como aparece en el Paraíso Perdido de John Milton. La revuelta de Melkor tanto en su
forma celestial como en las esferas del mundo, se parece mucho a la guerra cataclísmica
del Cielo, cuando Satán conduce a sus ángeles rebeldes a una guerra civil contra los
ángeles de Dios.
En carácter y actos, Melkor es muy semejante al Satán de John Milton, destruido al
fin por el orgullo, y que en última instancia es condenado. Como el Satán de Milton
«preferiría reinar en el Infierno antes que servir en el Cielo».
Melkor, el Señor de la Oscuridad, y su eventual sucesor, Sauron el Señor Oscuro,
luchan contra el poder de Ilúvatar dentro de las esferas del mundo. Odian a Ilúvatar y
quieren destruir y corromper todo lo que Él ha creado. Esto es también la raíz del
conflicto en la Tierra Media de Tolkien, que se manifiesta como una ética del bien y el
mal absolutos. Aunque el mundo de Tolkien es pagano, hay en él una lucha del bien
contra el mal y de la oscuridad contra la luz que parece inspirarse en la tradición
judeocristiana.
No obstante, más allá de las comparaciones filosóficas, los vínculos más estrechos
entre las leyendas bíblicas y los relatos de Tolkien tienen relación con el poder del
anillo. En tiempos bíblicos, todos los reinos y naciones habían aceptado hacía mucho la
tradición del anillo como símbolo de la autoridad del monarca. El anillo del rey no sólo
lo señalaba como el monarca, sino que se podía decir que el anillo mismo tenía poder. A
menudo, durante la ausencia del rey, se podía utilizar el anillo o su sello como extensión
de la autoridad del gobernante. De esa manera, el rey podía emitir un edicto para todas
sus tierras o delegar la autoridad en servidores y súbditos.
Estos anillos de autoridad tenían muchas formas. Más a menudo eran anillos con un
grabado o el símbolo y nombre del señor, y con un sello de piedra, cristal, ámbar o
incluso gemas que podía imprimir la marca del rey con tinta o sobre cera o arcilla. Los
monarcas asirios llevaban anillos con sellos engarzados en cilindros tallados. Algunos
no lucían ninguna marca, aunque en tales casos la autoridad residía en las propiedades
sagradas de la piedra o el metal.
El faraón de Egipto llevaba un gran anillo de ébano con un escarabajo engarzado con
oro. El escarabajo se ponía sobre un engaste giratorio y cuando se le daba la vuelta
revelaba el jeroglífico: el gran sello del faraón. Ser dueño del anillo significaba ser dueño
de Egipto, pues el sello representaba la palabra del faraón, y ésta era ley sagrada.
En el Antiguo Testamento, José recibe el anillo del faraón para gobernar todo Egipto.
Sus hermanos lo han vendido como esclavo, y la esposa del faraón lo traiciona y es
encerrado en una cárcel. Sin embargo, es tan hábil en la interpretación de los sueños,
que finalmente es llevado ante el faraón para que interprete dos sueños proféticos.
Aunque ningún mago o sabio de Egipto es capaz de leer las visiones del faraón, José lo

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consigue. El faraón ve que la sabiduría de José es muy grande y lo nombra consejero
jefe. En sus enormes estancias, con mil servidores inclinados ante él, el faraón alarga la
mano; en ella sostiene su propio anillo, que coloca en el dedo de José. Viste al antiguo
esclavo con fino lino y le pone una cadena de oro alrededor del cuello. Luego le dice:
«Sin tu permiso ningún hombre alzará la mano o el pie en toda la tierra de Egipto, pues
con mi anillo te he convertido en gobernante y señor».
Además de José, muchos otros héroes y jefes hebreos tuvieron relación con anillos
de autoridad o de poder. En la Edad Media, Moisés, que condujo el éxodo de los hebreos
fuera de Egipto de vuelta a la tierra prometida de Israel, era asociado comúnmente con
el uso de anillos mágicos.
Aparte del empleo de anillos mágicos, entre los Elfos de El Silmarillion y las tribus
hebreas de Moisés hay un obvio paralelismo. Igual que los hebreos, los Elfos son un
«pueblo elegido» que soporta terribles fatigas de migraciones multitudinarias a una
«tierra prometida». El «Gran Viaje» de los Elfos a través de las tierras salvajes de la
Tierra Media tiene como meta a Eldamar, el hogar y la tierra prometidos de los Elfos en
las Tierras Imperecederas, así como los hebreos tenían como meta Israel, el hogar y la
tierra prometidos. Los dos reciben una llamada divina: los Elfos de parte del dios
Manwë; los hebreos por el dios Jehová. Mucho después, Tolkien describe una segunda
migración de los Elfos de Noldor de regreso a la Tierra Media, que también recuerda el
éxodo hebreo. Sin embargo, a diferencia del líder hebreo, Moisés, que actuó siguiendo
las órdenes de su dios, Jehová, el carismático jefe de los Elfos, Fëanor, actuó en contra de
la orden de su dios, Manwë.
Si Tolkien recurre a ciertos temas bíblicos que relacionan a los Elfos con los hebreos,
es también evidente que los mortales Númenóreanos se parecen a los egipcios bíblicos.
Tolkien lo declara de manera directa y detallada en una de sus cartas de finales de la
década de los cincuenta [Cartas, n.º 211].

Los Númenóreanos de Gondor eran orgullosos, peculiares y arcaicos, y creo que


la mejor manera de tener una imagen de ellos es (digamos) en términos egipcios.
En muchos aspectos parecían «egipcios»: el amor por lo gigantesco y macizo, y la
capacidad de edificarlo. Y por su gran interés en los antepasados y las tumbas.
(Pero no, por supuesto, en cuanto a la «teología», en la que eran hebraicos y
todavía más puritanos…). Creo que la corona de Gondor (el Reino S.) era muy
alta, como la egipcia, pero alada, no perfectamente vertical, sino siguiendo un
cierto ángulo. El Reino N. tenía sólo una diadema. Cf. la diferencia entre los reinos
S. y N. del Egipto.

La destrucción del mismo Númenor parece reflejar el cataclismo bíblico en el


momento en que el ejército del faraón persigue a los hebreos de Moisés, que están
huyendo hacia la Tierra Prometida. Por no tener en cuenta la orden del dios hebreo, el
faraón y su poderoso ejército son devorados por las aguas del Mar Rojo. Esto puede
compararse con el Rey de Númenor, cuya flota sigue los caminos marítimos de los Elfos
hacia las Tierras Imperecederas. Por no tener en cuenta la orden del dios Valariano, el
Rey de Númenor y su poderosa flota son engullidos por las aguas del Mar Occidental.

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La más famosa leyenda del anillo en la tradición judeocristiana está vinculada con el
Rey Salomón. La tradición nos cuenta que Salomón no sólo era un rey poderoso y un
hombre sabio, sino también el mago más poderoso de entonces. Estos poderes de mago
se explicaban en gran medida por la posesión de un anillo mágico. Ciertamente la
leyenda del «Anillo del Rey Salomón» es la única historia de la tradición judeocristiana
que influyó profundamente en la imaginación de J.R.R. Tolkien.
Poca duda cabe de que Tolkien estaba familiarizado con esa antigua historia bíblica
de un rey mago que (igual que Sauron) empleaba un anillo mágico para comandar a
todos los demonios de la tierra y exigirles que lo ayudaran en la gobernación del
imperio. Del mismo modo en que Salomón utiliza un anillo mágico para construir el
gran templo en Mona, Sauron utiliza el Anillo Único para construir la gran torre de
Mordor. De todos los anillos de la leyenda y el mito, el de Salomón es el que más se
parece al Anillo Único de El Señor de los Anillos.
Como el Anillo Único de Sauron, el anillo de Salomón también puede corromper al
que lo lleva; incluso a una persona tan sabia como Salomón. En la figura del demonio
Asmodeo el sutil agente del mal corrompe al sabio pero fatalmente orgulloso Rey
Salomón de Israel, y por medio de la posesión del anillo provoca su caída. En la figura
del demonio Sauron, el sutil agente del mal, corrompe al sabio pero fatalmente
orgulloso Rey Ar-Pharazón de Númenor, y por medio de la posesión del anillo provoca
su caída.
Curiosamente, la historia del anillo de Salomón tiene también un elemento que
invita a que se lo compare con ese otro milagroso objeto de búsqueda en la mitología de
Tolkien. Así como el Rey elfo Thingol consigue obtener la joya que irradia luz llamada
Silmaril, el rey hebreo Salomón obtiene también la joya que irradia luz llamada Schamir.
Ambas son reliquias raciales: el Silmaril fue otrora la joya sagrada del antiguo jefe de los
Elfos, Fëanor, mientras que Schamir fue la joya sagrada del antiguo líder de los hebreos,
Moisés. En Tolkien, el Silmaril es engarzado al fin en una cinta de oro para la cabeza y
brilla en la frente del viajero celestial, Eärendil el Marinero, bajo la forma del lucero del
alba. Una vez que Schamir es devuelta a los hebreos, la brillante joya encaja
perfectamente en el engaste de oro del anillo de Salomón. Ésta duplica el poder del
anillo e ilumina el «Nombre Único» de Dios.
La historia de cómo el anillo llegó a Salomón está relacionada con la construcción del
Templo de Yahvé, el Todopoderoso Señor Dios. Salomón había puesto a los esclavos de
Israel y a los artesanos de Tiro a trabajar en el maravilloso templo del Monte Moría,
pero Yahvé había prohibido que emplearan hierro. Aunque una gran multitud se afanó
en levantar el templo de Yahvé, los trabajos avanzaban lentamente. Los esclavos y
artesanos se esforzaban más y más, pero era como si no se consiguiera nada, y con el
paso de los años los constructores del rey palidecían y enflaquecían. Por último, un
hombre, Jair, que era un maestro de obras y el esclavo favorito de Salomón, fue a verlo.
Otrora joven y vigoroso, ahora estaba encogido y terriblemente demacrado. Declaró que
cada noche se le aparecía un vampiro y le chupaba la sangre a él y a sus trabajadores. Y
ese mismo demonio se llevaba comida y oro, y materiales de mármol, cedro y piedra.
Muy perturbado, Salomón subió a un alto saliente en el Monte Moría y rezó a Yahvé.
De pronto el arcángel Miguel de alas color esmeralda, en una visión de brillante luz,

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apareció ante él portando un anillo de oro y dijo: «Toma, oh Salomón, Rey, hijo de David,
el don que el Señor Dios, el más elevado Zebaot, te ha enviado. Con él dominarás a todos
los demonios de la tierra, machos y hembras, y con su ayuda construirás Jerusalén. Pero
has de llevar este sello de Dios».
Salomón quedó asombrado pero tomó en sus manos el anillo que era pequeño y de
oro puro. En el engaste estaba el sello de Dios: la estrella de cinco puntas del pentalfa y
las cuatro consonantes del nombre de Yahvé [Yahveh, YHVH]. Ése era el anillo de debajo
del trono de Dios que según algunos había sido de Adán antes de la caída del hombre, y
según otros era de Lucifer antes de la expulsión de los ángeles rebeldes.
De pie solo en el Monte Mona, Salomón se puso el anillo en el dedo, y de repente se
sintió invadido por el sonido de una gran música. Era la música de las muchas esferas
del universo en la sinfonía de su rotación. En ese momento tuvo un conocimiento de la
vida y de la belleza que sobrepasaba el entendimiento de otros mortales. Por el poder
del anillo comprendía la lengua de las aves, de los animales y de los peces. Podía hablar
con los árboles y las hierbas y conocer los profundos secretos de la tierra y la piedra. No
había nada en el mundo que le estuviera oculto.
Así armado, Salomón se atrevió entonces a utilizar los poderes más grandes del
anillo y llamó al vampiro Ornias que había debilitado a Jair y frustrado la construcción
del Templo. Le dijo a Ornias que como compensación cortaría durante el día piedras
para el Templo, y Ornias inclinó la cabeza y obedeció la orden del señor del anillo. Pero
Salomón primero le preguntó quién era el señor de todos los demonios. A lo que Ornias
replicó: «Belzebú». Salomón le dio el anillo y le dijo que invocara a Belzebú. Ornias lo
tomó, fue a ver a Belzebú y dijo: «Ven, Salomón te llama». Y Belzebú se rió y dijo:
«¿Quién es ese Salomón?». Entonces Ornias arrojó el anillo al pecho de Belzebú,
diciendo: «Salomón el Rey te llama bajo el sello de Yahvé». Belzebú emitió un grito con
voz atronadora, soltó una gran llama y se presentó ante Salomón.
De ese modo Belzebú, orgulloso señor de los demonios, se inclinó a los pies del amo
del anillo, y Salomón le ordenó que invocara a todos los demonios de la tierra. Nunca
tantos espíritus poderosos se habían reunido por orden de un mortal. Había demonios
de dos clases: los mortales terrestres que son los espíritus de la enfermedad, y los hijos
del Cielo, los caídos.
El primer grupo estaba compuesto por los 36 «decani», los genios de la enfermedad
para cada parte del cuerpo, y los siete que cuando se ordenan como las puntas de una
estrella provocan la enfermedad mortal. Todos eran deformes y espantosos. Salomón
les puso el sello encima y cayeron víctimas de sus propios males. Luego los encerró en
botellas de cobre. Algunos dicen que ningún hombre enfermó hasta que se hubo
terminado el Templo; otros que no hubo más enfermedades hasta que los caldeos
saquearon el templo, abrieron los frascos que encerraban a los demonios, y una vez más
trajeron la enfermedad al mundo.
El segundo grupo reunía los ángeles caídos bajo muchas formas: Rabdos, que
recorría la tierra con aspecto de perro y tenía cabeza de perro; el Pterodracon y el
dragón de tres cabezas; Envidia, que aunque tenía los miembros de un hombre le faltaba
la cabeza, y se pasaba el tiempo devorando las mentes de la gente en busca de una
cabeza; las tres Lilith, hermosas hechiceras; Onoskelis, de blanca piel y desnuda;

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Enepsigos la alada, y Obyzuth la de cola de serpiente. El hermafrodita Aquefalos tenía
ojos en vez de pezones; Epifas era el gran viento; Kunopeigos el señor del Mar Rojo; Lix
Terrax la Tormenta de Arena; y muchos otros que combinaban distintas formas: orejas
de burro encima de melenas de león; troncos de elefante bajo alas de murciélago; garras
de buitre en escamas de peces; pies dentados; brazos con cabezas; y algunos
compuestos todos de entrañas y órganos. Y aunque Belzebú era el señor de los
demonios, el principal adversario de Salomón entre los demonios era Asmodeo: alto,
atractivo, burlón y sardónico, con alas de murciélago y pies hendidos.
Ante esa hueste terrible Salomón alzó la mano adornada con el anillo de oro y
ordenó que todos trabajaran en el templo de Yahvé. Los que se rebelaron fueron
encerrados en jarros que Salomón selló con el anillo, igual que los demonios de la
enfermedad. De modo que en esa época Salomón utilizó el poder del anillo sólo para
ejecutar la obra de Yahvé y todo fue bien con él y su reino. Pero, debido a la prohibición
que había hecho Dios del hierro, la construcción continuó demorándose, pues el corte
de las grandes piedras del templo era un trabajo largo y difícil.
Salomón celebró un consejo con sus sabios y eruditos que le hablaron de esa gema
brillante y mágica llamada el Schamir; Moisés la había usado para inscribir los nombres
de las tribus de Israel en las piedras preciosas del efod del Sacerdote Supremo.
Afirmaron que el poder de esa gema era tan grande que podía cortar cualquier
sustancia. Pero ni los eruditos ni los demonios pudieron decirle a Salomón dónde se
podía encontrar el Schamir. Sólo Asmodeo lo sabía, pero el demonio había escapado
durante la ausencia de Salomón. No obstante, Salomón lo persiguió y lo atrapó, y con el
anillo lo obligó a revelarle el lugar donde podía hallar el Schamir. Asmodeo dijo que
había sido confiado al Ángel del Mar a la muerte de Moisés, y que ahora se encontraba
bajo la protección del Águila del Mar. Salomón localizó el nido de esa gigantesca e
inmortal criatura y puso una cúpula sobre él. Cuando el Águila del Mar llegó al nido y no
fue capaz de acercarse a sus crías, emprendió vuelo y regresó con el Schamir. Lo colocó
sobre el cristal, y al instante éste se hizo añicos. Entonces aparecieron los esclavos de
Salomón y arrojaron lanzas y flechas de hierro al Águila del Mar. Asustada, el ave huyó,
y los esclavos recogieron la gema mágica que podía cortar la roca como si fuera
mantequilla.
El Schamir encajó exactamente en el engaste del anillo de oro de Salomón. A través
del Schamir se podían ver el pentalfa y el Nombre Único; titilaban y palpitaban con tanto
color y brillo que algunos han afirmado que en el engarce había diamantes, zafiros,
esmeraldas y rubíes. Pero la verdad es que sólo había una gema, y con el poder de esta
gema se cortó la roca del templo.
Por la noche Yahvé le habló a Salomón, advirtiéndole que el poder del anillo se había
duplicado. Le dijo que ahora no podía olvidar la primera instrucción de Miguel: llevarlo
puesto en todo momento. Lo preservaría de todo daño y lo mantendría en el trono.
Después de haber encontrado el Schamir, Salomón encerró a Asmodeo en la prisión
del palacio, y por él descubrió muchos secretos futuros, y supo que los caídos hijos del
Cielo eran las estrellas del zodíaco, y escuchó furtivamente ante las puertas del Cielo, y
oyó los planes de Yahvé y sus ángeles. Pero Salomón subestimó a Asmodeo, quien no le
había contado toda la verdad acerca de las obras de Dios, y que engañó al Rey dándole

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una falsa seguridad. Además, ya acabado el templo, Salomón prestó más atención a los
placeres que a la piedad, por lo que Yahvé no permitiría que lo desafiase.
Un día Asmodeo cautivó al Rey con una historia sobre el poder y las visiones de los
demonios. Salomón preguntó cómo podían ser tan felices y poderosos si un simple
mortal como él era capaz de mantener prisionero al más grande de sus príncipes.
Asmodeo repuso que sólo tenía que aflojarle las cadenas y prestarle el anillo y él le
demostraría el poder y las extasiadas visiones de los demonios. Salomón aceptó.
Asmodeo tomó el anillo y se lo puso en la mano. Por el poder duplicado del anillo el
demonio se elevó como una montaña delante de Salomón hasta que un ala tocó el Cielo
y la otra la Tierra. Alzó a Salomón y lo lanzó fuera de Israel a los vastos páramos del sur.
Algunas leyendas cuentan que entonces Asmodeo se hizo pasar por el Rey, pero la
versión autorizada revela que creó un Salomón falso, igual al Rey en todos los aspectos
(aunque algunas de las esposas y concubinas quedaron perplejas y perturbadas por los
nuevos y extraños apetitos de su señor). El mismo Asmodeo voló fuera de Israel y
regresó a su fortaleza en las montañas, tirando el anillo a las profundidades del Mar
Rojo.
Durante tres años Salomón fue de un lado a otro, como un mendigo que nadie
reconocía, expiando sus pecados, mientras un Rey falso ocupaba su trono. Llegó a la
ciudad de Amón, trabajó como criado de cocina en el palacio del Rey y demostró tener
tanto talento que lo nombraron cocinero jefe. La hija del Rey, Naamah, se enamoró de
Salomón, y el Rey amonita ordenó que llevaran a los amantes al desierto, para que
murieran de hambre.
Pero Salomón aún conocía la lengua de las cosas salvajes y gracias a su sabiduría él y
Naamah encontraron comida y agua y consiguieron llegar al mar. Una vez allí Salomón
ayudó a un pescador a llevar las redes hasta la playa y fue recompensado con un
pescado. Cuando Naamah lo limpió, en el vientre encontró un anillo… el mismo que
Asmodeo había tirado al mar. Se lo puso, le dio las gracias a Yahvé, y en un instante se
transportó a sí mismo y a Naamah hasta Jerusalén. El falso Salomón cayó postrado ante
el verdadero rey y se desvaneció bajo el sello del anillo.
El verdadero Salomón recuperó el reino y la gran riqueza de antaño. Sin embargo,
los años pasaron y una vez más volvió a corromperse. Se volvió lujurioso y amigo de la
vida cómoda y así perdió la gracia de Yahvé. Comenzó a hacer sacrificios a los dioses de
sus distintas esposas tanto como al Dios hebreo. Por encima de todo amó a su Reina
jebusea y utilizó el anillo para levantar un templo a la diosa Astarté, en las faldas del
Monte Moria.
Entonces Asmodeo, que había intervenido malignamente en todo eso, se enteró a las
puertas del Cielo de que el reino sería dividido a la muerte de Salomón, que el Templo y
sus libros desaparecerían, y que los demonios de la enfermedad serían otra vez
liberados.
Salomón se arrepintió, pero era demasiado tarde y las profecías de Asmodeo
llegaron a cumplirse. Sin embargo, se dice que murió erguido, apoyado en su bastón, y
que los demonios continuaron trabajando para él durante muchos años, sin saber que
estaba muerto y que el poder del anillo ya no lo ostentaba nadie. Al fin una serpiente se
enroscó alrededor del bastón, que se rompió, y los demonios se desperdigaron.

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Se cree que el anillo fue guardado en el Santo Santuario, en el Arca de la Alianza, y
que jamás fue capturado. Un mago posterior quiso rescatarlo cuando los soldados de
Tito estaban destruyendo el templo. Lo vio y lo tocó, pero de inmediato se desmayó y
fue transportado a una tierra extraña donde una voz le dijo que el anillo había sido
llevado de vuelta al Cielo.

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CAPÍTULO XIII
Los mitos orientales

E lgobernó
héroe épico del Tíbet, Gesar de Ling, era un guerrero, mago, herrero y rey que
el reino más grande del Tíbet. La épica de Gesar está registrada en muchas
versiones; los cantantes folklóricos del Tíbet la recitan tradicionalmente por la mañana
y por la tarde durante 42 días. Gesar llega a convertirse en el Rey de Ling en virtud de
numerosas proezas de heroísmo y magia. Es confirmado como rey cuando los
guardianes sobrenaturales del reino le permiten entrar en una montaña de cristal
donde se guardan los Tesoros de Ling.
Como Rey de Ling, Gesar toma posesión de los incontables tesoros de su gran
palacio. Sin duda, el más importante es el emblemático trono del reino sobre el cual
descansa un anillo enorme, un mándala de oro conocido como «Vida de Ling», con un
receptáculo de cristal en el centro, del que fluyen las resplandecientes «aguas de la
inmortalidad».
La infancia de Gesar no fue fácil. Aunque nacido príncipe real, es todavía un niño de
pecho cuando sus padres mueren a manos de Kurkar, el maléfico mago y Rey de Hor.
Encuentran al huérfano Gesar en un montón de escombros y es adoptado por un
herrero pobre que lo educa como aprendiz. Bajo el nombre de Chori, sobrevive a
muchos intentos de asesinato y se convierte en un alquimista extraordinario que
combina habilidades de herrero y los poderes heredados de la magia. Crea muchas

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maravillas en la herrería para su maestro, pero para sí mismo forja una espada
irrompible de un hierro celestial (meteorítico).
Gesar se prepara para su duelo definitivo con su gran enemigo, el Rey de Hor. Sin
embargo, sabe que no se puede matar a Kurkar hasta que sea destruido un enorme
anillo o talismán mándala de hierro, que se guarda en la tesorería del palacio. Ese
talismán contiene la «vida» o «alma» de Kurkar y de todos sus antepasados.
El poeta nos cuenta: «Ese hierro sagrado ha sido venerado durante muchos siglos y
en él reposaba la esencia vital de la dinastía de los reyes de Hor». Mientras que el
maléfico Kurkar en persona dice: «Es la “vida” de mis antepasados. A veces de él salen
sonidos, otras habla».
Gesar engaña al Rey de Hor y consigue acceder al talismán de hierro. No obstante, se
cree que Kurkar no corre peligro porque el hierro no se puede forjar o fundir por
ningún medio. El fuego del horno ni siquiera pone al rojo el hierro sagrado. Gesar recibe
una advertencia del maestro herrero: «Es una necedad creer que podrás forjarlo».
Gesar no es un herrero común, y acepta el desafío. Invoca a sus hermanos
sobrenaturales y a multitud de espíritus que consiguen construir un horno enorme que
llenan con «carbón apilado hasta la altura de montañas». Esto da como resultado un
infierno capaz de forjar el mándala. Gesar y sus hermanos sobrenaturales asestan al
mándala de hierro unos martillazos que suenan como truenos. Al fin quiebran la «vida»
de hierro del Rey de Hor, aunque se dice que con su destrucción se «sacudieron los tres
mundos».
Una vez conseguido esto, Gesar de Ling se enfunda una centelleante armadura y
empuña la espada de hierro celestial. En toda su resplandeciente gloria, se presenta
ante el Rey de Hor. Gesar confiesa a Kurkar su verdadera identidad y su deseo de
venganza. Entonces, con un único golpe, cercena la cabeza del mago.
En El Señor de los Anillos el maléfico Sauron, el Señor del Anillo, comparte muchas
características tanto de Gesar de Ling como de Kurkar de Hor. Como Gesar de Ling,
Sauron es un herrero sobrenatural capaz de forjar maravillas sin parangón, y también
un mago capaz de aterradores actos de hechicería. Los dos tienen fortalezas en las
montañas y guardan a buen recaudo los anillos de oro por cuyos poderes gobiernan sus
reinos.
En este punto concluye la comparación entre Gesar de Ling y Sauron de Mordor.
Gesar se convierte en un ángel de luz vengador, mientras que Sauron el Señor Oscuro
tiene características del maligno Rey de Hor. Kurkar —igual que Gesar y Sauron—
también tiene un anillo o talismán que ha de mantener protegido y con el que gobierna
el reino. Sin embargo, el talismán de hierro de Kurkar es mucho más parecido al Anillo
Único de Sauron: ambos son intrínsecamente malignos, y la vida de los magos depende
de la supervivencia de los anillos. El anillo de hierro de Hor de Kurkar también
comparte la condición del Anillo Único de ser casi indestructible. Los fuegos normales ni
siquiera consiguen que el metal se ponga al rojo. Ambos requieren llamas
sobrenaturales de intensidad volcánica para ser fundidos.
La destrucción del anillo de hierro de Kurkar en la forja volcánica de Gesar provocó
un cataclismo en el que se «sacudieron los tres mundos». Para no ser menos, en el
clímax de El Señor de los Anillos, cuando el Anillo Único de Sauron es destruido en la

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forja volcánica del Monte del Destino se produce un cataclismo, en el que «tembló la
tierra, la llanura se hinchó y agrietó, y… estriados de relámpagos, atronaron los cielos».
La épica tibetana de Gesar de Ling —con sus anillos mándala de oro y hierro—
procede obviamente de antiguas tradiciones alquímicas. La alquimia combinaba el
conocimiento del herrero/fundidor/minero con los poderes sobrenaturales del
mago/hechicero/chamán. Gesar es un rey guerrero que también es herrero y mago.
Para un héroe semejante, todo es posible. Adopta numerosas formas, forja armas
invulnerables, invoca ejércitos espectrales, y produce riqueza y prosperidad para el
pueblo.
En el mito y la historia asiáticos, la relación entre la alquimia o metalurgia y el poder
de reyes y héroes a menudo es más directa que en Europa. Por ejemplo, según la
tradición, el gran conquistador mongol, Gengis Khan, descendía de una familia de
herreros. También el legendario héroe tártaro, Kok Chan, tenía un anillo que —como el
Anillo Único de Sauron— incrementaba enormemente sus ya formidables poderes.
Las leyendas que hablan de héroes o villanos que tienen almas externas y las ocultan
dentro de objetos fuera del cuerpo, se encuentran en muchas culturas. Las fuentes son
muy diversas. Sin embargo, cuando el alma se guarda en un objeto metálico o anillo, se
puede asegurar que la fuente de la leyenda es la tradición del mago herrero alquímico.
Los eventos épicos de la vida de Gesar prueban la antigua creencia alquímica de que
no sólo las almas o vidas individuales pueden guardarse en un anillo o talismán, sino
también las almas o vidas de dinastías y naciones enteras. Esto tiene en verdad cierto
parecido con la aventura épica de Tolkien en la que todo el maléfico imperio de Sauron
el Señor Oscuro se colapsa con la destrucción del Anillo Único.
Esta idea asoma también en las épicas europeas de la búsqueda del anillo, como la
Saga de los Volsungos y Los Nibelungos, pero es a menudo más explícita en las
narraciones épicas asiáticas. Quizá esto se deba a que las religiones o filosofías
orientales, como el budismo, no rechazan la tradición chamanística o alquímica, ni se
empeñan en envilecer o eliminar dichas tradiciones, como hace la Iglesia cristiana.
En Asia la relación entre el mago y el herrero era absoluta. En Siberia, el pueblo
buriato divide a los herreros en dos categorías: herreros negros y herreros blancos, y
hace lo mismo con los magos o chamanes. Tanto los herreros negros como los magos
negros son capaces de capturar y destruir el alma de las personas. Varios pueblos
tribales asiáticos aún mantienen la creencia de que «el mago y el herrero proceden del
mismo nido». Ambos reciben el título honorífico de «amo del fuego».
Esta tradición asiática del mago herrero se extendió al norte de Europa. Su
manifestación más evidente se halla, probablemente, en la mitología del pueblo
finoúrgico de Finlandia y Estonia. En su origen se trataba de un pueblo nómada asiático
que emigró hacia el oeste hasta el mar Báltico. Desde un punto de vista racial y
lingüístico no están relacionados con ninguna otra raza europea.
La manifestación suprema de su cultura es la épica nacional de Finlandia, conocida
como el Kalevala. (Los estonios tienen una variante de esta tradición, llamada el
Kalevipoeg). Tolkien leyó la épica cuando era estudiante e inmediatamente se enamoró
de la historia y la lengua. En sus cartas reconoce con frecuencia la influencia del
Kalevala, afirmando que «fue el germen original de El Silmarillion».

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Tolkien también reconocía que la lengua élfica Quenya (que consideraba una especie
de «latín élfico») estaba basada estilísticamente en el finés, del mismo modo que el
Sindarin o Élfico Gris está basado en el gales.
Es posible que los Silmarils de El Silmarillion fueran la versión de Tolkien del Sampo,
el misterioso tesoro que buscaban los héroes del Kalevala. Es imposible determinar con
exactitud qué era el Sampo. Sin embargo, se dice que se trataba de un objeto de un valor
grande y secreto, obra del herrero Ilmarinen, un don robado y buscado, roto y perdido
(aunque se conservaba en fragmentos). Su destino es muy similar al de los Silmarils, si
bien las descripciones de la forja del Sampo indican que probablemente no fuera una
joya.
Es evidente que el héroe Túrin Turambar, de El Silmarillion de Tolkien, está muy
basado en el héroe maldito del Kalevala, Kullervo. Hay unas pocas similitudes más,
como por ejemplo en los nombres: Ilmatar e limo de Kalevala se asemejan a Ilúvatar y
Ulmo de El Silmarillion. No obstante, un examen detallado del Kalevala demuestra la
verdad de la afirmación de Tolkien según la cual se trata sólo del «germen original» de
la inspiración, no del modelo de El Silmarillion. En general ambas obras son sólo
comparables en algunos aspectos.
En la mitología de Oriente abundan las leyendas acerca de anillos mágicos. En el
mundo árabe el uso de estos anillos de poder era aún más común que en Occidente. Esa
maravillosa antología de leyendas orientales, Las mil y una noches, contiene muchos
cuentos de anillos. El más famoso es la historia de la lámpara mágica de Aladino. En la
narración original, el genio del anillo de Aladino es mucho más fuerte y útil que el genio
de la lámpara. Éste es siempre problemático, mientras que el genio del anillo le salva la
vida tres veces.
En la India, el anillo es utilizado a menudo como símbolo de la divinidad en los
mortales. Entre las muchas leyendas sobre estos anillos hay una que es conocida como
«El anillo de Bodhissattva». En este cuento, el hijo de Brahmadatta, Rey de Benarés, es
criado en secreto como un intocable recolector de tallos. Los intocables madre e hijo son
llevados al salón del trono. El reconocimiento sólo se produce cuando la madre arroja al
niño al aire. Con un anillo de rubí en la mano, el niño no cae al suelo, y se queda flotando
en el aire. El Rey lo acepta como su verdadero heredero y encarnación del Buda.
En la India, la búsqueda del anillo puede ser de naturaleza casi espiritual. Esto está
relacionado con una tradición védica hindú: el «anillo de fuego» elimina toda ignorancia
e ilusión. El peregrino o guerrero que atraviesa sus llamas alcanza un estado místico de
paz perfecta, como el estado satori de la meditación budista. El anillo de fuego está en el
centro del universo y en el Chidambaram, «el centro del universo dentro del corazón».
Es un lugar eterno sin tiempo, que revela la verdadera condición de la mente, que
crecerá hasta alcanzar la sabiduría perfecta.
Hasta cierto punto, este anillo védico de fuego recuerda el anillo encantado de fuego
que Sígurd el Volsungo atravesó para llegar hasta su prometida valkiria. También
recuerda los anillos mágicos de los reinos de Lothlórien y Doriath, que los protegían del
mal y del paso del tiempo. La contraposición maléfica sería el llameante anillo satánico
que ardía alrededor del Ojo maléfico de Sauron y que lo protegía de la muerte.

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Las antiguas historias de China describen los anillos de los monarcas, distintos de los
de Occidente. Pues los alquimistas chinos creían que el jade era la sustancia más pura y
sagrada. El anillo del gobernante no era nunca de oro o de alguna otra gema, sino un
anillo simple de jade azul. Fue el símbolo de poder y la gloria de esos omnipotentes
emperadores durante casi cuatro mil años.
Este anillo azul de jade era conocido como el Anillo del Cielo de la dinastía Shang, y
su destino estaba unido al destino de China. Hay una antigua historia acerca de un
emperador que no supo cumplir con la tradición y padeció la maldición del anillo.
Chow Hsin fue el decimotercero y último de los emperadores Shang. Era corrupto,
codicioso, cruel y necio; y legítimamente no debería haber subido al trono. Carecía de la
sabiduría o del equilibrio divino de los gobernantes Shang. Abusó del poder. Se entregó
sólo al placer y la ostentación, y no era dueño del anillo único y verdadero, de jade azul,
el llamado Anillo del Cielo de Shang.
El padre de Chow Hsin, el Emperador Ti-yuh, tenía un hijo mayor llamado Khi que
nació cuando la emperatriz no era más que su concubina favorita. Khi era modesto,
instruido y piadoso. Ti-yuh lo nombró su heredero, y en una ceremonia secreta en el
lecho de muerte, le entregó el Anillo del Cielo de jade azul que era el anillo sagrado de
los Shang.
Pero a la muerte del Emperador Ti-yuh el ambicioso Chow Hsin afirmó que su
hermano no tenía derecho al trono, ya que había nacido fuera del matrimonio, y Chow lo
usurpó. A partir de ese momento gobernó el imperio, pero celoso siempre de Khi,
intrigó contra él. Khi se retiró a sus propiedades en Wei y algún poder lo protegió de
todos los intentos contra su vida y sus tierras.
El Shu Ching (Libro de la Historia) cuenta que hasta el reinado de ese rey corrupto, el
poder y la sabiduría de los Shang no tuvieron igual. Durante seis siglos la dinastía Shang
gobernó China, y en ese tiempo los pueblos prosperaron como nunca lo habían hecho. Al
principio los Shang eran artesanos del jade que sacaban de la piedra increíblemente
dura unas formas de ensueño que eran alabadas y adoradas por todos. Como el jade es
la más sagrada de las sustancias del mundo, los hijos del Cielo se alimentan de jade, y el
Cielo mismo tiene cinco montañas y cuatro mares de jade. Es un agente celestial: un
puente entre los mortales y el reino del más allá.
Había nueve colores de jade, de los cuales el azul era el más raro y el más preciado,
pues en la tierra sólo estaba la piedra azul que había caído del Cielo. Ese jade único y
verdadero del Cielo se encontraba en manos de los artesanos Shang, lo mismo que el
K’ung Wu, el cuchillo mágico que cortaba el jade como si fuera cera. Esos dos grandes
dones habían sido concedidos a los Shang por un mago que moraba en las Montañas
Blancas del oeste, más allá del mar interior. De ese modo los Shang fueron dueños y
señores del jade y esto les hizo conocer la sabiduría del equilibrio entre el cielo y la
tierra. Con el K’ung Wu cortaron del jade azul del Cielo el sagrado Anillo del Cielo de
Shang. Cada año del gobierno Shang se celebraron las ceremonias del Anillo del Cielo;
sacrificios al Cielo de terneros, sedas y arroz. Los Shang desarrollaron muchas artes que
elevó al pueblo por encima de otros: la escritura, astronomía, adivinación, el uso del
dinero, el calendario lunar, la forja del bronce. Mientras el Anillo del Cielo pasó del

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padre al primogénito, el Imperio pareció bendecido. Pues con él el emperador podía
alcanzar la armonía entre el Cielo y la Tierra.
Pero con el gobierno de Chow Hsin un gran desequilibrio llegó al imperio. Las
ceremonias del Anillo se abolieron; su sabiduría se perdió. Chow oprimió a su pueblo y
acumuló grandes riquezas a la vez que se dedicaba a muchos y decadentes placeres
hedonistas.
Se dice que Chow Hsin tenía innumerables concubinas, pero siempre deseaba más.
Al oír hablar de la belleza de Ta Chi, una Princesa de un reino vecino, no titubeó en
demandarla. Cuando le fue negada, no vaciló en conducir a su pueblo a una guerra
sangrienta y desastrosa. A un gran precio conquistó a la perla de ese intachable reino, y
con una cruel tortura mató al padre, la madre y los hermanos de Ta Chi.
El despiadado Chow Hsin vio que en verdad esa mujer era hermosa. La cara de Ta
Chi era como la blanca luna llena y de una belleza que superaba a la de las otras
concubinas de Chow, así como la luna brilla más que las estrellas. La proclamó la mujer
más hermosa del mundo, pero algunos pensaron que la adorable Ta Chi había hechizado
al Emperador con el propósito de vengar la muerte de su familia.
Aunque el pueblo del imperio ya había sufrido penosamente en la guerra por causa
de los encantos de Ta Chi, Chow Hsin ordenó que se construyera un palacio digno de la
Princesa. Este iba a ser la Torre del Ciervo (el «Luthae»), el edificio más grande del
mundo. Se irguió como una montaña cerniéndose sobre la ciudad de Po. Tenía una
altura de una milla y media y guardaba miles de habitaciones. Las puertas estaban
engastadas con jades y gemas, y en las grandes estancias había vasijas de bronce,
muebles de teca y ornamentos de marfil y oro. Para ese vano objetivo Chow Hsin
esclavizó al pueblo y empobreció a la nación durante siete largos años. Descuidando
cualquier otra obligación, dejó que la tierra se arruinara. Hubo hambre y plagas, e
incluso perdió el poder que tenía sobre los ejércitos que habían permitido que los Shang
moraran en paz durante tantos años.
En las fronteras del imperio el señor de la guerra Wan Wang, Duque de Chow,
observó las tierras de los Shang con preocupación y desmayo. Atribulado por lo que vio,
consultó los oráculos de hueso en busca de consejo divino. Reunió un ejército de carros,
caballería e infantería y después de recibir una señal favorable de los oráculos, partió a
la guerra. Con gran ceremonia Wan Wang atravesó el río Huang y penetró en el imperio
de los Shang sin nadie que le frenara el paso.
Entonces Chow Hsin traicionó a su pueblo por última vez. Hizo que el tesorero le
llevara todo lo que quedaba en las cámaras de la nación y todos los antiguos Jades
Imperiales de los Shang. Luego subió a la cima de la Torre del Ciervo, se prendió fuego él
mismo y quemó toda la riqueza del imperio. El pueblo se quedó sin nada, y así se
destruyó el duro trabajo de siete años.
Wan Wang cumplió con las ceremonias de entonces. Como conquistador, cabalgó
hasta las ruinas de la Torre del Ciervo y lanzó tres flechas desde el carro. Después trepó
a la torre y decapitó el calcinado cuerpo de Chow Hsin con un hacha amarilla; le
empalaron la cabeza sobre el gran estandarte blanco. Entonces Wan Wang hizo que
trajeran a Ta Chi, la concubina, y que fuera ahorcada. De nuevo lanzó tres flechas y la
decapitó con un hacha negra. La cabeza adornada fue empalada sobre el pequeño

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estandarte blanco. Ahora era conquistador, pero, con todos los Jades Imperiales
destruidos por las llamas, no podía ser Emperador y padre del pueblo.
Poco después Khi llegó al campamento de Wan Wang, haciendo los gestos
tradicionales de sacrificio y rendición. Se acercó desnudo hasta la cintura, con las manos
atadas y arrastrando un ataúd vacío. En la boca sostenía el sagrado Anillo del Cielo de
Shang. Wan Wang recibió a Khi delante de su pabellón de campo. Lo levantó con sus
propias manos, le desató las muñecas y aceptó el Anillo de jade azul. Mostrando
misericordia, Wan Wang quemó el ataúd en vez de a Khi, y lo mandó de vuelta a sus
propiedades en Wei.
Ahora que Wan Wang era Emperador, restauró el imperio y resucitó los sacrificios al
Anillo. La paz y la prosperidad retornaron a la tierra. El dominio del jade alcanzó una
nueva dimensión, y las artes aportadas por los Shang volvieron a prosperar.
Así comenzó la Dinastía Chow, que duró nueve siglos. Wan Wang utilizó el Anillo del
Cielo, el único y verdadero jade del Cielo como había sido en un principio. El Cielo y la
Tierra estuvieron de nuevo en armonía.

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CAPÍTULO XIV
El anillo del alquimista

E lsusímbolo del alquimista era un anillo de oro con forma de serpiente que se muerde
propia cola. Este anillo serpiente es el Ouroboros, que significa «el que se muerde
la cola», un símbolo de eternidad común a muchas mitologías. En diversas culturas la
serpiente es la primera forma que emerge del caos, luego rodea el vacío y crea el tiempo
y el espacio formando un anillo, convirtiéndose en Ouroboros y mordiéndose la cola.
Encontramos este celestial anillo serpiente en la serpiente babilónica llamada Ea, la
griega Ofión, la hindú Sheshna, la china Naga y la nórdica Jormungand.
El anillo era un símbolo de la profesión del alquimista y una visión de la búsqueda
alquímica, muy similar al que se le aparece en una visión al poeta metafísico del siglo
XVII, Henry Vaughan, en su poema El Mundo: «La otra noche vi la Eternidad/como un
gran Anillo de pura e infinita luz/tan serena como brillante/y alrededor, por debajo, el
Tiempo en horas, días, años/impulsado por las esferas…».
Para el alquimista el anillo de forma de serpiente «eterna» (o que mostraba la efigie
\|f de una serpiente), fabricado con oro «inmortal», era el símbolo del verdadero
conocimiento. Se podría decir que era el «Anillo Único», que gobierna todos los otros.
De acuerdo con la tradición, la alquimia se desarrolló a través de una combinación
de ciencia natural y sabiduría sobrenatural, personificadas en las artes del chamán (o
mago) y del herrero. Estas artes preservaron los símbolos y misterios de la metalurgia,
emblemas en última instancia de aquel que domina el fuego física y espiritualmente.

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Tradicionalmente, el alquimista, como el herrero y el mago, tiene el título de «amo
del fuego». El dominio del herrero sobre el fuego es bastante obvio en la forja de
metales. El mago —desde el más oscuro chamán tribal hasta otros como Gandalf—
manipula el fuego y las llamas como una demostración de poder espiritual. De hecho, en
muchas culturas los magos, faquires y chamanes son comúnmente famosos por caminar
sobre ascuas al rojo y escupir fuego. El alquimista emplea tanto el fuego físico como el
espiritual para transformar el mundo de la naturaleza.
En el mundo de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos el alquimista maléfico
extremo es Sauron, el Señor del Anillo. Sauron es un mago (o hechicero) y un herrero
que forja el sobrenatural Anillo Único y tiene todos los antecedentes propios del
alquimista maligno. En un principio había sido un buen espíritu de fuego, aprendiz del
dios herrero valariano Aulë. Traicionó a su maestro y se convirtió en discípulo de
Melkor, el mago Oscuro. Como en otros hechiceros, la fuerza de Sauron no depende
simplemente de las armas. A través de una combinación de sus destrezas como mago y
herrero, crea el arma definitiva, el Anillo Único de Poder.
Tolkien nos cuenta que los mortales Hombres del Este y los Sureños veían a Sauron
como rey y dios, y le temían porque vivía en una casa envuelta en llamas. Sauron
construyó la Torre Oscura de Mordor cerca del llameante volcán del Monte del Destino.
Las volcánicas «Grietas del Destino» lo condujeron «al núcleo de la tierra». Allí, «en
medio de la Tierra de Mordor había fabricado el Anillo Único».
Muchas razas cayeron rápida y fácilmente bajo el encantamiento del Anillo Único,
pero los enemigos de Sauron que no pudieron ser esclavizados de inmediato
consiguieron resistir porque casi todos ellos conocían el poder alquímico. Éstos fueron
los elfos Noldor, los Enanos y los Númenóreanos.
Los más grandes eran los elfos Noldor, que ya tenían el don de la «magia élfica»
antes de convertirse en estudiantes y discípulos de Aulë el Herrero. (En los borradores
originales de Tolkien los Noldor se llamaban Gnomos, del griego «Ge-nomos» que
significa «morador de la tierra»; mientras que Noldor significa «conocimiento» en élfico,
así como gnóstico —la secta alquímica— procede de «gnosis», «conocimiento» en
griego). El más poderoso de los elfos Noldor era Fëanor (que significa «espíritu de
fuego»), y que en El Silmarillion combina los encantamientos élficos y las artes de los
herreros para forjar los famosos Silmarils. Éstas son las «joyas de luz» robadas por el
amo de Sauron, Melkor, el Señor Oscuro, y que fueron causa de las guerras de la Primera
Edad. El nieto de Fëanor fue el príncipe noldo Celebrimbor, Señor de los herreros elfos
de Eregion, que forjó los Anillos de Poder por los que se libraron las guerras de la
Segunda y Tercera Edad.
Los Enanos también fueron duros oponentes, pues eran una raza creada por Aulë el
Herrero. Resistían el fuego, tanto físico como mágico. Eran gente obstinada, y, después
de los Noldor, la más versada en las artes de la forja y el fuego; las armas y armaduras
llevaban grabadas runas y hechizos enanos. El más grande de los Enanos fue Telchar el
Herrero; había fabricado armas tan poderosas que una (el cuchillo llamado Angrist) se
empleó para cortar el Silmaril de la corona de hierro de Melkor (Morgoth); y con otra (la
espada Narsil) se cortó el Anillo Único de la mano de Sauron.

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Los Númenóreanos y sus descendientes, los Dúnedain, aprendieron en la Tierra
Media las artes alquímicas de los elfos Noldor y de los Enanos; y en algunas ocasiones
incluso superaron a sus maestros. Como los Dúnedain del Norte y como los hombres de
Gondor, descendientes todos de grandes pueblos y herederos de una antigua sabiduría,
consiguieron resistirse a las tentaciones del mal. Sauron consideró que estos pueblos
eran el principal obstáculo para sus planes de apoderarse de la Tierra Media.
Sin embargo, allí estaban también los Istari, los magos que fueron enviados por los
Valar a la Tierra Media como adversarios de Sauron, el Señor del Anillo. No obstante, de
los cinco magos que vinieron sólo Gandalf fue capaz de resistirse a Sauron. Gandalf,
portando a Narya —el «anillo de fuego» élfico—, fue quien mejor entendió la naturaleza
alquímica del conflicto. Fue Gandalf quien descubrió y tradujo la «lengua secreta» del
Anillo Único, «escrita en fuego».
El anillo élfico de Gandalf y el Anillo Único de Sauron simbolizaban ambos el
dominio del fuego alquímico, aunque había varios tipos de fuego. La alquimia maléfica
que creó el Anillo Único comandaba el oscuro y satánico fuego que emanaba de las
entrañas de la tierra. Se trataba de un poder alquímico que transformaba el mundo
material —o al menos así parecía— y la ilusión de poder terrenal que la acompañaba.
La alquimia benéfica del anillo élfico de Gandalf comandaba el fuego celestial del
espíritu. Cuando Círdan, el Carpintero de Barcos, le entrega el Anillo élfico Narya, le
dice: «Toma ahora este Anillo… es el Anillo del Fuego, y quizá con él puedas reanimar
los corazones, y procurarles el valor de antaño en un mundo que se enfría». Ese «buen»
fuego alquímico que Gandalf comanda es un fuego del espíritu que no tiene un poder
real sobre el mundo de la materia. Sin embargo, el fuego del espíritu tiene en cambio el
poder de inflamar y exaltar el alma, porque en última instancia ha nacido de la celestial
y sagrada «Llama Imperecedera» con la que Eru el Único —Dios— dio vida a todas las
cosas.
Este duelo entre los dos tipos de fuego alquímico reaparece en la batalla de Gandalf
con el demonio más poderoso de Sauron —el balrog de Moria— en el Puente de
Khazad-dûm. En el desafío que le lanza al balrog, se ven claramente las diferencias entre
esos dos tipos de fuego alquímico. Gandalf le dice al monstruo: «Soy un servidor del
Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te
servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar».
Este obstinado conflicto, desde luego, los llevó a la destrucción mutua. Gandalf lo
había previsto, pero se sacrificó porque no había otra salida. Sin embargo, también
comprendió que en última instancia el único modo de derrotar a Sauron y a su Anillo
Único no era intentar vencerlo o arrebatarle el poder, sino destruir el proceso alquímico
por el que estaba fabricado el Anillo. Una vez que Gandalf comprendió la «lengua del
anillo», supo que sólo invirtiendo el proceso alquímico podría derrotar a Sauron. Tal
como cuenta el folklore popular, es posible anular un hechizo recitándolo al revés, y
Gandalf entendió que el único camino por el que se podía destruir el Anillo Único era
invertir el proceso con el que se había fabricado. Esto explica que la búsqueda del anillo
sea «hacia atrás» en El Señor de los Anillos. El Anillo Único debía ser llevado de vuelta al
crisol original. Sólo allí, en el horno llameante de las «Grietas del Destino», donde el

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Anillo había sido forjado, era posible provocar la ruina del Anillo Único y destruir el
poder de Sauron.
El Anillo Único de Sauron fue la última herejía alquímica, el opuesto maléfico de
Ouroboros o el anillo serpiente del alquimista. Cuando Sauron habló con los herreros
elfos de la Tierra Media y los convenció de que forjaran los otros Anillos de Poder, fue
disfrazado como Annatar, el «Señor de los Dones». Apareció como un benevolente
alquimista muy semejante al héroe griego Prometeo. Aunque en realidad era todo lo
contrario. El anillo de Prometeo señaló al salvador que se esclavizó a sí mismo y dio a
los mortales libertad, conocimiento y vida. El anillo de Sauron estigmatizó al tirano que
esclavizó el mundo y dio a los mortales servidumbre, ignorancia y muerte.
Al considerar la tradición del anillo serpiente del alquimista, el Ouroboros, es
esencial reconocer que también era el símbolo de la religión y filosofía de inspiración
cristiana conocida como gnosticismo. En las doctrinas gnósticas, Jesús le dice a la Virgen
María: «La oscuridad exterior es una gran serpiente que se muerde la cola y está fuera
del mundo y rodea el mundo». El gnosticismo enseñó también que la serpiente y el
Cristo eran figuras intercambiables y que ambos eran salvadores o «redentores».
En el siglo I d. C. no era fácil distinguir entre la religión gnóstica y la doctrina
alquímica occidental. Esto con el tiempo fue una desgracia para la más antigua tradición
alquímica. El gnosticismo tuvo tanto éxito entre los conversos que san Juan y san Pablo
denostaron una y otra vez (y sin vergüenza difamaron) a sus misioneros y santos. Más
adelante, los cristianos combatieron de forma tan despiadada las enseñanzas del
gnosticismo que la posesión del anillo Ouroboros fue suficiente motivo para la
acusación de herejía y brujería. El resultado fue que después del virtual exterminio del
gnosticismo en el siglo VI, los fanáticos cristianos tendieron a considerar el anillo del
alquimista como un vestigio satánico.
Si el Anillo Único de Tolkien era una versión maléfica del anillo del alquimista con su
encantamiento secreto y la inscripción grabada a fuego, ¿de qué trataban los misterios
de los anillos de los alquimistas? De modo casi inevitable, en el mundo hostil de la
represión cristiana, la ya oscura y simbólica lengua de los alquimistas y gnósticos se
hizo aún más reservada y oscura. El antiguo texto alquímico de Hortulanus, el Rosarium
Philosophorum, advierte que tales estudios deben ser «transmitidos místicamente del
mismo modo en que la poesía recurre a la fábula y a la parábola».
Una piedra angular de la fe occidental alquímica es la doctrina del siglo ni d. C. del
erudito y visionario Zósimo el Panópolis. En Visiones de Zósimo se describen los rituales
y el proceso real de la transmutación alquímica. Como ocurre siempre en la alquimia, la
lengua es «secreta» de símbolos codificados. (En un sistema de alquimia taoísta, se nos
dice, por ejemplo, que el tigre era el símbolo del plomo y el dragón el símbolo del
mercurio. Sin embargo, es obvio que sistemas diferentes emplearon códigos diferentes,
y que las «claves» para esos códigos se han perdido casi todas en los desiertos de la
antigüedad).
Zósimo subraya la importancia de comprender las «palabras secretas» de su visión.
«Esta introducción es la clave que os abrirá las flores del discurso que seguirá, a saber,
la investigación de las artes, de la sabiduría, de la razón y del entendimiento, los
métodos y revelaciones que aclaran el sentido de las palabras secretas». Lo

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extraordinario es que los símbolos y el patrón narrativo de estas Visiones se suman a lo
que esencialmente es una búsqueda del anillo.
Las Visiones de Zósimo el Panópolis son visiones-sueños místicos en los que se ve a
sí mismo como un peregrino en un largo y peligroso viaje: «Seguí el camino solo… de
nuevo me perdí, desconociendo mi rumbo, y me detuve sumido en la desesperanza. Y
una vez más, eso pareció, vi a un viejo descolorido por los años… Y lo insté: “Muéstrame
el camino correcto”».
Al fin Zósimo, como el héroe del sueño, llega hasta un templo circular, como un
enorme anillo de piedra. Lo describe como cortado «de una única piedra sin fin ni
principio».
Allí el héroe recibe la instrucción «… empuña una espada, luego busca la entrada,
pues estrecho es el lugar donde está la abertura. Hay un dragón allí, vigilando el templo.
Hazte cargo de él; primero inmólalo… después, juntando las extremidades con los
huesos de la entrada del templo, prepara un escalón, sube y entra, y encontrarás lo que
buscas».
La visión de Zósimo cuenta la típica búsqueda del héroe, ayudado por un anciano
consejero y guía (conocido por los nombres de Gandalf, Merlín, Odín), que le dice qué
camino tomar y cómo con una espada sagrada podrá vencer a la serpiente que guarda la
puerta del templo (que en sí mismo es un anillo), y encontrar lo que busca.
Sin embargo, hay ciertas peculiaridades en estas Visiones de Zósimo. El sueño-visión
no comienza en realidad con el héroe que busca el anillo, como sucedería en las
historias más tradicionales. De manera bastante extraña, las Visiones empiezan con
Zósimo viendo a través de los ojos del dragón u Ouroboros cuando está siendo
(voluntariamente) aniquilado por el héroe a quien llama «el sacrificador».
De este modo empiezan las Visiones de Zósimo: «Y mientras así hablaba caí dormido,
y vi al sacrificador de pie ante mí… quien me venció, y me atravesó con la espada, y me
desmembró de acuerdo con la regla de la armonía». Y aquí uno recuerda a los gnósticos,
ya que tanto la serpiente como el Cristo son voluntarias víctimas de sacrificio y
«redentores».
Una de las investigaciones más profundas de los estudios y símbolos alquímicos fue
llevada a cabo por uno de los fundadores de la psicología moderna, Carl Jung. Al leer y
estudiar las obras de Zósimo, y las Visiones en particular, Jung escribió: «Zósimo aquí
está hablando en la lengua consciente de su arte, y se expresa en términos que,
obviamente, son conocidos para su lector».
El sueño de búsqueda fue escrito conscientemente por Zósimo para transmitir la
creencia alquímica en la transmutación de los metales y la fe en la transmutación del
espíritu. En términos de la psicología moderna de Jung, este sueño buscaba la
integración de aspectos opuestos del pensamiento humano y la armonía de la vida.
De nuevo nos encontramos con la lucha universal del dragón y el héroe, y cada vez en la
victoriosa conclusión sale el sol: surge la conciencia, y se advierte que el proceso de
transformación está ocurriendo dentro del templo (con forma de anillo).
En verdad es el hombre interior el que atraviesa las fases que transforma el cobre en
plata y la plata en oro, y quien, de esta manera, experimenta un aumento gradual de
valor… Suena muy extraño para los oídos modernos que el hombre interior y su

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crecimiento espiritual estén simbolizados por metales. Pero no se puede dudar de los
hechos históricos, y la idea no se encuentra sólo en la alquimia.
Carl Jung observó también la importancia del anillo del alquimista en el
«pensamiento circular» del sueño-visión y en la identificación de los soñadores tanto
con el héroe como con la víctima, la serpiente. Jung concluyó que el héroe es tanto
Ouroboros como lo es la serpiente, «cuya forma circular se sugiere con la forma del
templo, una construcción que no tiene ni comienzo ni final». Las visiones de Zósimo son
muy similares a los acertijos tallados en un famoso anillo de María Estuardo, reina de
los escoceses, que decía: «En mi principio está mi fin».
¿De qué trata el sueño de búsqueda de Zósimo? En términos psicológicos Carl Jung lo
entendió como el proceso de integración de la psique. Los alquimistas entendían el
objetivo declarado de intentar transmutar metales bajos en oro puro como una
manifestación material de una búsqueda espiritual, la transformación del alma mortal
en un puro espíritu inmortal.
El peregrino de Zósimo entra en el templo con forma de anillo que es el crisol en el
que los metales comunes son transformados en el «oro puro del alquimista» y que
recibe el nombre de «Espíritu de Mercurio». Se nos habla entonces de la naturaleza del
espíritu puro alquímico: «Mercurio tiene la naturaleza circular de Ouroboros, de ahí que
esté simbolizado por el circulus simplex, del que es también el centro. Por lo tanto,
puede decir de sí mismo: Soy Uno y a la vez Muchos en mí mismo».
Es notable la sencillez y sofisticación de esta afirmación. Tanto en el lenguaje de la
psicología individual de Jung como en lo que podría ser una visión mística del universo,
en Mercurio el Ouroboros, que es el anillo del alquimista, se nos ofrece el más sencillo
símbolo de eternidad, y por ende la imagen esencial de Dios.
El descubrimiento de la alquimia fue para Jung una de las más grandes aventuras
intelectuales de su vida. Poco a poco llegó a creer que «había dado con la contrapartida
histórica de la psicología del inconsciente». En la alquimia y en los mitos vio símbolos de
una lengua subconsciente y universal, una «lengua secreta» de la psique que el
inconsciente comprendía, pero no la mente racional. Incluso adoptó el anillo-serpiente
Ouroboros del alquimista como el símbolo de su propio instituto de investigación
psiquiátrica.
Bien… pero ahora volvamos a nuestro asunto de la «lengua del anillo». Es
interesante examinar esta idea históricamente en relación con las numerosas creencias
en el poder de los anillos que han impregnado nuestra cultura. Un ejemplo importante
es una de las más significativas figuras históricas de la alquimia y el gnosticismo,
Apolonio de Tiana. Apolonio era un hombre instruido que en el siglo I d. C. había sido
iniciado en el famoso culto pitagórico de Grecia junto con algunos de los hombres más
sabios de entonces. Después de muchos años de estudio, guardó cinco de silencio y erró
por las tierras de los brahmanes hindúes, donde alcanzó mayor conocimiento y
sabiduría. Se dice que allí recibió de regalo siete anillos del maestro Iarco, brahmán y
príncipe hindú. En cada anillo había una piedra distinta, y Apolonio los usaba uno a uno
de acuerdo con los días de la semana: «pues se dice que los reverenció como divinos, de
modo que se los cambiaba cada día y compartió con ellos sus más grandes secretos».

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Las evidencias históricas sugieren que Apolonio era un erudito intachablemente
compasivo que curó e instruyó a muchos. Sin embargo, se convirtió en la víctima de
quince siglos de ataque cristiano. Fue tan envilecido en la propaganda cristiana que las
consultas que hacía con su anillo empezaron a sonar más como el maléfico personaje de
Tolkien, Gollum, que hablaba con su maligno «precioso», el Anillo Único. Tolkien nos
cuenta que el Anillo Único parecía ser dueño de Gollum más que éste del Anillo, y que
«le hablaba cuando no estaba con él».
¿Qué hay detrás de todo este asunto de «hablar con anillos»? ¿Son los testimonios
sobre gente que se comunicaba con espíritus mediante los anillos invenciones ideadas
para condenar a los herejes cristianos? ¿O había alguna base real que sustentase estas
extrañas acusaciones?
Examinemos más de cerca el caso de Apolonio. Es muy probable que Apolonio de
Tiana «consultase» los anillos tal como se rumoreaba. Además, en un sentido muy real,
esos siete anillos contenían de hecho gran parte de los conocimientos secretos de
Apolonio. Y, siendo un maestro afamado, se nos dice —y probablemente es cierto— que
cuando otros caían bajo la influencia de Apolonio también adquirían «anillos mágicos»
similares, que asimismo consultarían al estilo del maestro.
Resulta bastante obvio que los «siete anillos» de Apolonio eran un sistema de
memoria que guardaba conocimientos místicos no muy distinto del sistema japonés del
siglo XVI del maestro samurai Miyamoto Musashi. El sistema japonés es una guía de
estrategia y artes marciales conocida como Go Rin No Sho o el Libro de los Cinco Anillos.
En esta guía, cada anillo es de un elemento distinto: Anillo de la Tierra, Anillo del Agua,
Anillo de Fuego, Anillo del Viento y Anillo de la Oscuridad; y cada uno enseña un aspecto
diferente de estrategia militar.
Tal como la estudiosa histórica Francis Yates ha registrado en su libro The Art of
Memory, el principal y a menudo único medio de aprendizaje en los tiempos antiguos y
medievales era oral, y tenía que ser retenido en la memoria humana. Aun con el
advenimiento de los eruditos ilustrados, y de los libros y registros manuscritos, hubo
que esperar a la invención de la imprenta para que el conocimiento circulara
ampliamente fuera de las tradiciones de enseñanza oral. Y hasta el siglo XIX, para la
mayoría de la población europea el discurso oral siguió siendo el medio principal de
aprendizaje.
En consecuencia, la primera prioridad de todos los estudiosos o eruditos en potencia
era la adquisición de un sistema de memoria en el que los conocimientos pudieran ser
almacenados y también retirados. Toda institución de enseñanza o secta tenía un
sistema de memoria de algún tipo. Éstos eran de distintas formas y más o menos
complejos. A menudo, sugirió Francis Yates, alcanzaban una forma arquitectónica, como
templos macizos con extensos campos y jardines. Cada parte del edificio representaba
una categoría diferente dentro de la cual se podía almacenar un arte o ciencia distintos.
Los sistemas más grandes contenían a menudo otros más pequeños que comprendían
escaleras, cuerdas y anillos.
Es bastante evidente que Apolonio enseñaba un sistema de memoria de alquimista,
una especie de «oráculo del anillo» o una forma de dactilomancia intelectual. En ese

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sistema de memoria cada anillo era el catálogo de una biblioteca de conocimientos
gnósticos y alquímicos.
Así, y de modo más bien extraño, esas recurrentes acusaciones de brujería por
consultar anillos comienzan a tener algún sentido. Además, la noción de aprender una
lengua secreta de los anillos como medio para obtener sabiduría y poder también tiene
una explicación racional. Indudablemente el recitado del contenido de cada anillo era un
medio necesario para mantener el sistema de memoria. Como pitagórico entrenado,
Apolonio tenía que disponer al menos de un sistema de memoria ya desarrollado y en
uso; los «siete anillos» eran probablemente un sistema nuevo y adicional de su propia
invención.
Los primeros oponentes cristianos del gnosticismo eran primordialmente de
naturaleza fundamentalista y antiintelectual. Los arzobispos cristianos quemaron con
orgullo las antiguas bibliotecas grecorromanas, cerraron universidades y empujaron a
los estudiosos al exilio. Muchos eruditos tuvieron que huir a Bagdad y otras partes del
mundo islámico. En verdad, sólo la tolerancia y la ilustración intelectual de los jefes del
Islam de la época, gran parte del arte, la ciencia y la literatura de la antigua civilización
grecorromana se habría perdido para siempre.
La locura y la paranoia de la cristiandad fundamentalista emergió una y otra vez en
el medievo, y el resultado inevitable fue la persecución de cualquiera con pretensiones
intelectuales que no estuviese bajo la protección de la Iglesia. En consecuencia, es fácil
entender cómo podían ganar en credibilidad los cargos contra alquimistas y otros
estudiosos que «hablaban con demonios» encerrados en anillos. Sin embargo, desde un
punto de vista tan simplista, cualquier tipo de sistema de memoria o recitado que
pretendiese retener y transmitir conocimiento era sospechoso. De acuerdo con tales
normas, no haría falta mucha imaginación para acusar a los piadosos cristianos de
«hablar con demonios» y de no contentarse con los hábitos mucho menos exigentes de
pasar las cuentas del rosario o recitar las estaciones de la cruz.
Los alquimistas y los gnósticos eran también conocidos por utilizar otro «oráculo»
afín, pero distinto. Se trataba de la «ofimancia» o un oráculo de serpientes que fue muy
desarrollado por la secta gnóstica ofita. Todas las sectas gnósticas empleaban el anillo
Ouroboros como símbolo, pero para los ofitas la serpiente era considerada la maestra
de todo el conocimiento y la madre de todas las artes y ciencias.
De hecho, el sistema profético de la ofimancia es mucho más antiguo que el
gnosticismo. En tiempos helenos la mayoría de los oráculos y centros de curación
utilizaba la ofimancia como técnica profética y de meditación. Los templos guardaban
inofensivas serpientes doradas que eran observadas por los peregrinos y sacerdotes
con el fin de interpretar o aclarar los sueños proféticos.
Entre algunas sectas la ofimancia se desarrolló hasta convertirse en una técnica de
meditación; mediante el pensamiento asociativo se conseguía liberar la mente
inquisitiva. Para los simplistas cristianos todo esto era un ejemplo indudable de
adoración a la serpiente y de «prácticas satánicas».
Uno se pregunta qué habrían pensado esos inflexibles padres de la Iglesia del
científico del siglo XIX Friedrich August Kukule (más tarde Von Stardowitz). Kukule
sabía mucho de alquimia, y contó cómo en una ocasión había empleado la ofimancia

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como técnica de meditación; el resultado fue el descubrimiento científico más
importante de su vida.
En 1865, el descubrimiento más importante en la química moderna y en la
comprensión de la estructura de la materia se produjo con la formulación de la «Teoría
de Kukule». Se afirma que «tres cuartas partes de la química orgánica moderna es
directa o indirectamente resultado de la teoría de Kukule».
La descripción del descubrimiento muestra claramente cómo reconocía y practicaba
técnicas de meditación alquímicas.

Estaba sentado, escribiendo en mi libro de texto, pero el trabajo no progresaba;


mis pensamientos se encontraban en otra parte. Puse la silla de cara a la
chimenea y dormité. Una vez más los átomos caracolearon ante mis ojos. En esta
ocasión los grupos más pequeños se mantenían modestamente en el fondo. Mi
mente, más precisa por las repetidas visiones de ese tipo, ahora podía distinguir
estructuras más grandes de múltiples formaciones: filas largas, a veces más
próximas, entrelazándose y retorciéndose como en un movimiento de serpiente.
Pero ¡mira! ¿Qué es eso? Una de las serpientes se había agarrado la propia cola, y
la forma remolineó burlonamente ante mis ojos. Desperté como si hubiera
recibido una descarga; y también esta vez pasé el resto de la noche desarrollando
las consecuencias de la hipótesis.

Aquí encontramos a Ouroboros viniendo a través de los siglos en la forma de


siempre, enigmática y radiante. La hipótesis que Ouroboros sugirió a Kukule dio como
resultado la teoría del núcleo bencénico. Fue el descubrimiento que proporcionó a la
química la hipótesis ahora aceptada de que toda la naturaleza orgánica se basa en la
estructura del ciclo de carbono.
Para el alquimista y el gnóstico, el anillo serpiente Ouroboros contenía el secreto
mismo de la vida. En la visión de Kukule, aunque el anillo alquímico no reveló el
verdadero «secreto de la vida», al menos fue el medio que sacó a la luz uno de sus
secretos.
Examinando la tradición del alquimista en la historia del anillo, podemos encontrar
en Sauron, el Señor del Anillo, algo de la oscura visión del mundo cristiano: un maléfico
alquimista que usa un «anillo de poder» para destruir o esclavizar la vida. Hay bastantes
anillos envenenados y otros que guardan pergaminos cubiertos de maldiciones para que
sepamos que a veces los anillos eran empleados por los magos. No cabe duda de que
algunos practicantes de la brujería utilizaron anillos con fines malévolos; sin embargo,
en su mayor parte el señor del anillo de la «verdadera» tradición alquímica comandaba
y adoraba un anillo de una naturaleza exactamente opuesta.

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CAPÍTULO XV
El anillo de Wagner

A menudo se ha citado la primera representación de El Anillo de los Nibelungos de


Richard Wagner en 1876 como la primera gran expresión de la identidad de la
recientemente unificada nación germana. Sin duda, para Wagner el arte era tanto un
acto político como estético, y con el Anillo intentaba resucitar una herencia mitológica y
crear un arte nacional, mostrando que había una profunda relación entre el arte y el
mito. Pensaba que el verdadero arte surgía de las profundidades primordiales del ser
colectivo de un pueblo, el «Volk». El Anillo fue un acto deliberado que proclamaba la
identidad germana y afirmaba que la raíz de esa identidad se encontraba en la tradición
épica germánica de los mitos de la búsqueda del anillo.
Aunque criticado por haber manipulado y distorsionado el mito nórdico y la
literatura medieval germana, el genio de Wagner reconoció el significado del mito del
anillo y la importancia de darle nueva vida. Por otra parte, hay que admitir que la ópera
de Wagner transmite brillantemente el vasto espíritu de esta antigua historia en una
escala épica. Así como la Saga de los Volsungos y Los Nibelungos fueron interpretaciones
de la búsqueda del anillo apropiadas para la Edad Media, El Anillo de los Nibelungos de
Wagner lo fue para el espíritu de su época.
En la segunda mitad del siglo XIX las mitologías teutonas en la literatura europea
despertaron un nuevo interés. Fue William Morris quien (con Eirikr Magnusson)
publicó la primera y vigorosa traducción de la Saga de los Volsungos en 1870. La épica

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islandesa, dijo, era como la Ilíada de la Europa del norte. Más adelante Morris la
continuó con otro poema de extensión épica, Sígurd the Volsung, que apareció en 1876,
el año en que El Anillo de los Nibelungos de Wagner se representó por primera vez en
Bayreuth.
Para el dramaturgo, crítico y ensayista George Bernard Shaw el Sígurd de Morris era
uno de los monumentos del siglo. Shaw escribió también lo que es quizá el análisis más
brillante y excéntrico de la ópera de Wagner en el The Perfect Wagnerite. (El Anillo de los
Nibelungos sería de alguna manera una alegoría sobre el socialismo: ¡la clase
trabajadora de Manchester eran los desdichados enanos esclavos nacidos en el infierno
del maligno y dictatorial Alberico!).
El gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen adaptó la Saga de los Volsungos en una
obra temprana, The Vikings at Helgeland, y más tarde recurrió a esos mismos elementos
y temas en obras tan maduras como Peer Gynt. Durante este período, el gran poeta
inglés Matthew Arnold escribió Balder Dead, mientras Andrew Lang, George McDonald y
Henry Wadsworth Longfellow popularizaban los mitos y leyendas teutones en el mundo
de habla inglesa. En el continente, se publicó la trilogía Die Nibelungen de Christian
Kebbel, y un monumental y muy influyente estudio: Teutonic Mythology de Jacob
Grimm.
Sin embargo, de todas esas obras, sólo El Anillo de los Nibelungos de Wagner abarca
todos los temas de la leyenda del anillo: míticos, históricos y espirituales. En las cuatro
partes del ciclo operístico (El Oro del Rin, Las valkirias, Sigfrido, El crepúsculo de los
dioses) volvió a forjar el anillo.

El Oro del Rin

ESCENA I
En lo hondo de un río límpido y verde las tres ninfas del agua —las Doncellas del Rin—
juegan y cantan. Son las hermosas hijas del Rin que son espiadas por Alberico el
Nibelungo. El feo enano ha penetrado en su reino acuoso donde lasciva e
infructuosamente persigue a las juguetonas ninfas. Aún encolerizado por las burlas de
las ninfas, un dorado y brillante centelleo seduce de pronto al enano. Los rayos del sol
iluminan un dorado pináculo de roca que llena el oscuro río con una titilante luz de oro.
Las ninfas cantan alabanzas a ese tesoro, el Oro del Rin, una piedra que —si se forjara en
un anillo de oro— permitiría a su poseedor convertirse en señor del mundo. Sin
embargo, el Oro del Rin sólo puede ser tomado y dominado por aquel que esté dispuesto
a maldecir el amor y renunciar a todos sus placeres. Como en cualquier caso Alberico es
demasiado feo para conquistar el amor, se quedará con el poder: pronuncia un
juramento de renuncia al amor. Entonces el nibelungo arranca el Oro del Rin del
pináculo y huye en la oscuridad.

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ESCENA II
El amanecer llega hasta la cumbre de una montaña por encima del Valle del Rin donde
duermen Votan, Rey de los dioses, y la Reina, Frígida. En la distancia se yergue un
magnífico castillo con almenas centelleantes sobre una cima increíblemente alta. Frígida
despierta a Votan, y el dios mira con complacencia el recién terminado reino de los
dioses. Es un reino que ha sido construido con la fuerza de los gigantes, pero concebido
en los sueños de Votan. Por desgracia, el precio prometido a los gigantes Fasolt y Fafner
por la construcción del reino fue la mano de la hermana de Frígida, Freya, la diosa de la
juventud. No obstante, al perder a Freya los dioses se desprenderán también de las
doradas manzanas de la inmortalidad de las que ella es guardiana. Y sin esa fruta pronto
envejecerán y morirán. Cuando los gigantes vienen a cobrar el precio, Donner, el dios
del trueno; Froh, el dios de la primavera, y Loge, el tramposo dios del fuego, se plantan
junto a Votan para defender a Freya. Pero el trato no se puede quebrantar, pues Votan
ha jurado cumplirlo sobre la sagrada lanza de la ley. Depende de Loge proponer un
precio alternativo. Los gigantes aceptan: el anillo del Nibelungo que Alberico ha forjado
del oro de los Nibelungos y que él mismo ha robado, junto con todos los tesoros en oro
que ha llegado a acumular. Loge revela también que si no le quitan el anillo a Alberico,
éste no tardará en gobernarlos a todos. Los gigantes se llevan a Freya como rehén
mientras Votan y Loge descienden a las entrañas de la tierra en busca del reino de
Alberico el Nibelungo.

ESCENA III
Las cavernas subterráneas de Nibelheim, hogar de los enanos Nibelungos, es un vasto
laberinto de piedra compuesto de túneles y cámaras, un mundo sombrío y siniestro
iluminado sólo por el resplandor rojo del horno y la forja. Ahí, Alberico, el señor del
anillo, atormenta a su esclavizado hermano Mime, que acaba de terminar la forja del
yelmo mágico llamado Tarnhelm, de acuerdo con las órdenes de Alberico. Tarnhelm
tiene el poder de convertir a quien lo lleve en invisible, o cambiarlo a la forma que
desee. También es capaz de transportarlo a cualquier lugar. Alberico se pone el
Tarnhelm en la cabeza y de inmediato desaparece. El invisible Alberico patea entonces y
golpea cruelmente a Mime hasta que éste implora piedad. Encantado con su juguete
nuevo, Alberico baja a aterrorizar a sus otros enanos esclavizados. Mime está
lamentando su esclavitud cuando Votan y Loge entran en la caverna. Alberico regresa
pronto, empujando a los enanos que portan su tesoro delante de él. Apilan un enorme
tesoro del oro más puro; Alberico saluda con desprecio a los invitados y proclama con
arrogancia que acumulará una riqueza y un poder tan vastos que conseguirá vencer a
los dioses y gobernará el mundo. Votan apenas es capaz de dominarse, pero el astuto
Loge adula al enano y le pregunta por los poderes de Tarnhelm. ¿De verdad puede
cambiar la forma de un hombre?, pregunta. Por supuesto, responde Alberico y en el acto
se convierte en un enorme dragón. Loge finge miedo y asombro, pero luego sugiere que
sin duda sería impresionante si el enano pudiera convertirse en algo realmente
pequeño, como un sapo. Neciamente Alberico lo complace y se transforma en un sapo
diminuto. De inmediato Votan se le echa encima mientras Loge le arrebata Tarnhelm.
Cuando Alberico recupera su forma, es atado y llevado a rastras como un cautivo.

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ESCENA IV
El inmovilizado Alberico ha sido transportado a la cumbre de la montaña nublada sobre
el Rin, donde se estableciera el trato con los gigantes, y allí es obligado a entregar todo
el oro, junto con Tarnhelm y el anillo. El encolerizado enano se niega, pero finalmente lo
dejan sin nada. Una vez humillado, lo liberan, y el furioso Alberico lanza una maldición
de desastre y muerte sobre cualquiera que ostente el anillo. Poco después, todos los
dioses se reúnen con los gigantes Fasolt y Fafner, y Freya como rehén. Fasolt está
enamorado de la joven, pero acuerda aceptar el oro sólo si alcanza para ocultarla a los
ojos de los demás. Los dioses apilan todo el oro alrededor de Freya, pero Fasolt aún es
capaz de verle el brillo de los cabellos, de modo que Loge entrega Tarnhelm para
terminar de cubrirla. Freya parece del todo tapada, pero Fasolt grita que todavía puede
verle el destello de un ojo. Los gigantes exigen el anillo para cerrar esa abertura, pero
Votan está subyugado por el poder del talismán y no quiere entregarlo. Mientras, Loge
lo reclama para sus legítimas propietarias, las Doncellas del Rin. En medio de la pelea, la
tierra se abre y Erda, diosa de la tierra, se eleva desde el suelo. Es el espíritu del mundo
y la profetisa de los dioses. Le ordena a Votan que entregue el anillo o los dioses y todo
su reino se perderán. Casi de inmediato cae el azote de la maldición del anillo cuando los
gigantes luchan por él. Fafner asesina brutalmente a Fasolt y se lleva el anillo y el tesoro.
Donner se adentra en la bruma de la montaña donde se oye el trueno del martillo y se
ven unos relámpagos mientras forja un Puente de Arcoiris. El puente se arquea sobre el
aire y sube hasta el gran castillo de los dioses, que en ese momento Votan llama
Valhalla. Votan conduce la procesión divina por el Puente del Arcoiris hacia Valhalla,
mientras que muy abajo las Doncellas del Rin lloran la pérdida del oro.

Las valkirias

ACTO I. ESCENA I
Ruge una tormenta, y el héroe Sígmund el Valsungo entra en la gran estancia del jefe
guerrero, Húnding. En el centro de la morada crece un fresno enorme cuyas ramas
sustentan el techo. Sígmund está herido y extenuado tras la persecución enemiga por el
bosque. Se derrumba sobre la piel de un oso ante el fuego que arde en la gran chimenea
de piedra. La esposa de Húnding, Siglinda, entra en la casa y al ver al ahora inconsciente
Sígmund se apiada de él y lo revive. Al instante nace una poderosa atracción entre los
dos.

ESCENA II
Húnding llega a casa y a regañadientes le ofrece cobijo y comida a Sígmund. Cuando le
pregunta cómo se llama, el joven le da su nombre de proscrito, Wehwal el Lobezno. El
nombre significa «Triste»; ha perdido a su padre, Wolfe, a su madre y una hermana
gemela, y quizá han sido asesinados. Mientras describe sus últimas desgracias, pronto
se revela que sus enemigos son parientes de Húnding. Éste le dice a su huésped que está

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a salvo por esa noche, pero que por la mañana tendrá que buscarse un arma y se batirán
en duelo hasta la muerte.

ESCENA III
En la gran estancia, Siglinda, que le ha administrado a Húnding una pócima de sueño, se
reúne con Sígmund y le cuenta que quedó huérfana de pequeña y que caída en
cautiverio fue entregada como prometida a Húnding. Pero a la boda se presentó un
extraño: un viejo vestido todo de gris con un sombrero de ala ancha y un ojo único y
centelleante. Ese anciano traía consigo una espada y la incrustó en el robusto fresno que
sostiene el techo de la casa de Húnding. Desde entonces muchos héroes han tratado en
vano de arrancarla. Cuando Siglinda confiesa su desdicha, Sígmund jura que la ama y
promete liberarla de su forzado matrimonio. Siglinda jura también que lo ama, se
cuentan lo que les ha pasado hasta entonces. En el momento en que el héroe revela que
el verdadero nombre de su padre era Walse, Siglinda se da cuenta de que el joven es
Sígmund, su hermano gemelo perdido durante tanto tiempo, y la mutua pasión parece
redoblarse. Sígmund arranca la centelleante espada del gran fresno en el instante en
que los enamorados se regocijan en la unión de la sangre valsunga. Entonces corren
adentrándose en la noche.

ACTO II. ESCENA I


En un escarpado yermo montañoso, el poderoso Votan habla con su
hija valkiria, Brunilda, y le dice que vaya a la batalla y derrote a Húnding. Sígmund el
Valsungo, hijo mortal de Votan, necesita esa victoria. Jubilosa, ella obedece y se marcha,
en el momento en que la Reina de Votan, Frígida, arriba en un carro tirado por dos
carneros siguiendo la estela de una tormenta. La Reina Frígida, que también es la diosa
del matrimonio, insiste en que han de defenderse los sagrados derechos de matrimonio
de Húnding y que se ha de castigar a los valsungos por adulterio e incesto. Votan se ve
obligado de mala gana a que la ley se cumpla, pues de lo contrario perdería todo poder.
Pronuncia un juramento ordenando la muerte de Sígmund el Valsungo. Victoriosa, la
Reina Frígida parte en su carro.

ESCENA II
Encolerizado y triste, Votan le cuenta a la valkiria Brunilda cómo el Valhalla fue
comprado con el anillo. Y cómo cayeron sobre el Valhalla las maldiciones del enano y de
las Doncellas del Rin. Para evitar el desastre, Votan fue a ver a la diosa Erda. Con la
profetisa Erda concibió a las nueve valkirias, quienes reunirían en el Valhalla un vasto
ejército de héroes que ayudarían a defender a los dioses en caso de necesidad. Sin
embargo, el destino del mundo depende del anillo de Alberico, pues el enano de
Nibelheim continúa intentando arrebatárselo al gigante Fafner, que vigila el tesoro
noche y día. Si el Nibelungo llegara a apoderarse del anillo, el destino de los dioses
quedaría sellado, pues el poder de Alberico haría que el poderoso ejército de Votan se
volviera contra él y derrotaría a los dioses. Como a Votan le está prohibido el anillo, y
sólo Alberico, que ha maldecido el amor, puede dominarlo, la única esperanza para los
dioses es un héroe mortal que tenga coraje y fuerza suficientes para matar al gigante y
tomar el anillo. Con ese propósito fue concebido el héroe mortal Sígmund el Valsungo, y

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se le dio una espada divina llamada Notung. Pero la maldición del anillo continúa
operando: las leyes de Frígida dictan que Votan ordenará a Brunilda que mate a
Sígmund.

ESCENA III
La valkiria Brunilda ve a Sígmund y a Siglinda que se acercan a una garganta rocosa.
Siglinda oye el cuerno de caza de Húnding que viene persiguiéndolos, y le dice a
Sígmund que la abandone y huya. Éste se niega y jura protegerla con la espada Notung, y
la consuela tiernamente hasta que cae en un sueño de agotamiento.

ESCENA IV
Brunilda se le aparece a Sígmund como en una visión. Sólo los guerreros condenados a
morir son capaces de ver a las valkirias, y Brunilda le cuenta que lo transportará al
Valhalla. Sígmund replica que no abandonará a su hermana-prometida por el cielo de
los guerreros. La valkiria le dice que no tiene elección, pero él afirma que se asegurará
de que él y Siglinda estén juntos en la muerte. Desenfunda la espada con la intención de
matar a Siglinda y acabar con él mismo. La valkiria le frena la mano y jura que violará la
voluntad de Votan y dará la victoria a Sígmund el Valsungo.

ESCENA V
Sígmund deja a la dormida Siglinda y parte en busca de Húnding. Mientras las nubes
tormentosas centellean y rugen, la batalla entre los héroes comienza sobre un lejano
risco montañoso. Siglinda despierta y observa atormentada el conflicto. Sígmund está
protegido por el escudo de la valkiria y rechaza a Húnding. Pero justo cuando Brunilda
guía la espada de Sígmund en lo que sin duda sería un golpe fatal, las nubes tormentosas
se abren y palpitan con una luz llameante. Aparece el feroz Votan, se planta sobre
Húnding y bloquea la estocada de Sígmund con el asta de su lanza. La espada de
Sígmund se hace añicos y Húnding clava su propia lanza en el pecho descubierto de
Sígmund. Brunilda, al ver perdido al héroe, monta a caballo junto con Siglinda y se aleja
al galope. Votan se queda mirando tristemente el cuerpo de su hijo mortal. Húnding saca
la lanza del cuerpo de Sígmund, pero está demasiado cerca del dios. Con un movimiento
despectivo de la mano, Votan lo derriba, y desaparece con el destello de un relámpago.

ACTO III. ESCENA I


En las escarpadas cumbres de la Roca de las Valkirias, las guerreras llegan una a una
llevando a los muertos a horcajadas sobre las monturas. Las ocho doncellas se reúnen
para esperar a Brunilda antes de partir hacia el Valhalla. Se asombran cuando ven a la
valkiria rebelde arribar con una doncella viva. Sienten miedo al escuchar lo que ha
ocurrido. Siglinda se lamenta y desea la muerte hasta que Brunilda le revela que lleva en
el vientre al hijo de Sígmund. Da gracias a Brunilda y decide vivir. Recoge los fragmentos
de la espada del héroe de manos de la valkiria, quien le dice que el nombre de su hijo ha
de ser Sigfrido, que significa victorioso y libre. Le indica a Siglinda que escape al bosque
de pinos que hay abajo, ya que es un lugar que Votan evita. En él vive el maligno gigante
Fafner, que después de largos años de vigilar el tesoro y el anillo se ha convertido en un
enorme dragón. Siglinda huye, mientras Brunilda aguarda valientemente la ira de Votan.

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ESCENA II
Votan se aparece a las valkirias en un relámpago de llameante luz roja. Furioso, condena
a Brunilda: perderá todos sus poderes sobrenaturales y se convertirá en la esposa de un
mortal. Las otras valkirias se horrorizan y suplican a Votan que tenga piedad. Votan las
obliga a callar y las amenaza con un mismo destino.

ESCENA III
Votan y Brunilda se quedan solos en la roca. Ella declara que al desafiarlo en realidad
estaba cumpliendo su voluntad y protegiendo a sus hijos mortales favoritos, los
Valsungos. Pero Votan no puede retractarse. Le dice que echará sobre ella un hechizo de
sueño. Quedará en esa roca hasta que la encuentre algún hombre mortal, y cuando ella
despierte él la tomará como premio. Votan besa tristemente los ojos de Brunilda y ella
cae en un sueño encantado. Con gentileza Votan la deposita sobre la roca, le cierra el
visor del casco sobre la cara y le pone el escudo de valkiria sobre el pecho. Invocando el
fuego de Loge, rodea con una muralla de llamas la roca donde yace la bella durmiente.
Golpeando la roca al marcharse, invoca un hechizo que prohíba acercarse a cualquiera
que tema la lanza del dios.

Sigfrido

ACTO I. ESCENA I
Una gran cueva en el borde de un espeso bosque también sirve como herrería para ese
malhumorado enano Mime, hermano de Alberico. Mime trabaja en la forja, pero se queja
de su desagradecido hijastro, Sigfrido. El enano codicioso no siente amor alguno por el
poderoso joven, pero planea conseguir que Sigfrido mate al dragón Fafner, que vive
cerca, conquistando de ese modo el anillo y el tesoro para Mime. El problema es que
Mime carece de la habilidad para volver a forjar la espada Notung, y todas las espadas
que fabrica no le parecen a Sigfrido bastante fuertes. Vestido con pieles, Sigfrido entra
en la herrería conduciendo a un oso enorme atado a una cuerda, y jocosamente hace
que el animal persiga al herrero por la cueva hasta que el enano le entrega su nueva
espada. Una vez más Sigfrido prueba el acero, lo rompe, y se mofa del enano. Sigfrido se
cuestiona el desagrado que siente por ese enano que lo ha criado; algo siempre le ha
dicho que Mime es maligno. Amenaza a Mime, y el enano le cuenta cómo su madre,
Siglinda, murió al dar a luz. Sigfrido demanda pruebas, y Mime le muestra los
fragmentos de la espada Notung. El joven se regocija y ordena al enano que vuelva a
forjarla.

ESCENA II
Un viejo tuerto enfundado en un abrigo azul oscuro entra en la herrería. El viaje lo ha
agotado, y usa una lanza como bastón y lleva un sombrero de ala ancha. Es llamado el
Viajero, pero en realidad se trata de Votan que ha tomado aspecto terrenal, y pide cobijo
al inhospitalario Mime. El enano intenta alejar al Viajero, pero éste lo desafía a un
torneo de acertijos, que concluirá con la decapitación del derrotado. El Viajero resuelve

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con facilidad los tres acertijos de Mime: ¿quién vive bajo la tierra (los enanos o elfos
negros de Nibelheim), en ella (los gigantes de Reisenheim) y sobre ella (los dioses o
espíritus de la luz del Valhalla)? A cambio, Mime resuelve dos de los acertijos del
Viajero: nombra la familia que Votan ama más y que sin embargo trata con más dureza
(los Valsungos), nombra la espada de los Valsungos (Notung). No obstante, cuando el
Viajero le pide que nombre a quien puede volver a forjar a Notung, Mime se declara
vencido. La respuesta al acertijo es: sólo aquel que jamás ha conocido el miedo puede
volver a forjar la espada. A ese hombre, dice Votan al marcharse, le dejará como premio
la cabeza de Mime.

ESCENA III
Cuando Sigfrido regresa en busca de su espada y encuentra que aún no está hecha,
Mime comprende que es Sigfrido «aquel que jamás ha conocido el miedo» y con
desesperación intenta enseñarle el «significado del miedo». Como no lo consigue, Mime
sugiere que vayan a visitar a Fafner el dragón, que quizá le enseñe al joven qué es el
miedo. Sigfrido está ansioso por conocer esa sensación nueva, pero decide que él mismo
ha de volver a forjar la espada de su padre, ya que Mime es evidentemente incapaz.
Trabajando con una bárbara energía y una fuerza demoníaca, Sigfrido tiene éxito allí
donde Mime ha fracasado. Mientras trabaja en la forja, el enano prepara una pócima de
sueño para el joven. Cree que Sigfrido matará al dragón Fafner, de modo que él solo
conquistará el anillo y evitará la muerte drogando al joven y matándolo mientras está
dormido. Al fin, el ritmo frenético de la forja se detiene. Sigfrido sostiene en alto la
brillante hoja de Notung forjada de nuevo. Entonces, con un único golpe, parte el
yunque en dos.

ACTO II. ESCENA I


En medio de la espesura del bosque en la lobreguez de la noche, Alberico el Nibelungo
observa la cueva de Fafner y piensa en el anillo. Votan el Viajero lo saluda en la
oscuridad. Alberico lo reconoce enseguida, y el dios le asegura que no va tras el anillo.
Le advierte que su verdadero rival es su hermano Mime. El joven Sigfrido no sabe nada
del oro ni del anillo del dragón, y Votan tiene prohibido darle información o ayuda.
Entonces el Viajero grita para despertar al dragón. Tanto él como Alberico se ofrecen a
salvar la vida de Fafner a cambio del anillo, pero al dragón la oferta le parece ridícula.
No teme a nadie y vuelve a dormirse. Votan ríe al marcharse, diciéndole a Alberico que
sólo despertó al dragón para demostrarle cómo el destino no se puede cambiar.

ESCENA II
Cuando amanece, Sigfrido y Mime ascienden a una loma sobre la entrada de la cueva del
dragón. Mime deja a Sigfrido solo y el joven sopla su cuerno y despierta al dragón.
Sorprendido, pero no alarmado por el tamaño de Fafner, Sigfrido bromea con el
monstruo, y luego le pregunta si es capaz de enseñarle qué es el miedo. El dragón se
impacienta y libran una lucha titánica. La batalla termina cuando Sigfrido atraviesa el
corazón del monstruo. Mientras Fafner muere, le advierte al joven de la maldición del
anillo. Y dice también que a causa del anillo, Sigfrido morirá pronto. Un poco de la
sangre del dragón gotea sobre los dedos de Sigfrido, que se los lleva a la boca. En el acto

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descubre que es capaz de entender la lengua de las aves. El pájaro del bosque le habla
del tesoro del dragón, del mágico Tarnhelm y del anillo, que se encuentran en el interior
de la cueva del monstruo.

ESCENA III
Los hermanos enanos, Alberico y Mime, salen de su escondrijo. Al ver a Fafner muerto,
se ponen a discutir acerca de quién reclamará el tesoro. Sigfrido emerge de la cueva del
dragón con el anillo en la mano y Tarnhelm atado al cinturón. En ese momento el pájaro
del bosque le advierte de la intriga de Mime. Cuando el enano se aproxima y le ofrece la
bebida envenenada, el joven héroe cercena la cabeza del enano, mientras Alberico ríe en
la lejanía. Sigfrido bloquea la puerta de la cueva con el cuerpo del dragón. Enseguida
parte a una nueva aventura cuando el pájaro del bosque le habla de una doncella que
duerme dentro de un anillo de fuego en la Roca de las Valkirias.

ACTO III. ESCENA I


En un agreste paso montañoso, Votan, con aspecto terrenal de Viajero, llama a la
profética diosa Erda y demanda conocer el destino de los dioses. Como Erda no le
responde, Votan acepta que la perdición del Valhalla está próxima. Su única esperanza
radica en el joven héroe Sigfrido, quien ahora ostenta el anillo y está con Brunilda. Lega
el mundo a los Valsungos y a la raza de los hombres mortales.

ESCENA II
En medio de la meditación de los dioses, se acerca Sigfrido. El Viajero lo detiene y le
bloquea el paso. Con un único golpe de Notung, la espada forjada de nuevo, Sigfrido hace
trizas la lanza de Votan. El trueno y el relámpago centellean en el cielo, y el Viajero se
desvanece. Sigfrido sigue adelante y pronto tropieza con una muralla de fuego. Sopla el
cuerno e intrépidamente se lanza a las llamas.

ESCENA III
Sigfrido sale del otro lado de las llamas hacia la Roca de las Valkirias, donde encuentra a
la doncella durmiente vestida con armadura. Sin embargo, cuando se la quita, descubre
a la doncella Brunilda y queda abrumado por su belleza. Por primera vez afirma
entender qué es el miedo, pero domina sus temblores y despierta a la bella durmiente
con un beso prolongado. Brunilda abre los ojos y ve a Sigfrido. Pronto se da cuenta de
que al entregarse a él perderá la inmortalidad, pero ahora es inmensamente feliz.

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El crepúsculo de los dioses

PRÓLOGO
Las llamas iluminan la Roca de las Valkirias donde las tres hermanas fatídicas, las
nornas, cantan las antiguas y grandes hazañas de Votan mientras tejen el hilo dorado
del destino. Cantan el momento en que Sigfrido quebró la lanza de la ley de Votan, y
cómo esto liberó a Loge, el dios del fuego, cuyas llamas pronto consumirán el Valhalla.
Intentan descubrir cuándo llegará el fin, pero el hilo se parte. Comprenden que les ha
llegado la hora y huyen aterrorizadas a las cavernas de Erda. Al amanecer, Sigfrido y su
prometida Brunilda emergen de la cueva. Aunque teme perder a su amado, sabe que la
aventura alimenta el corazón de un guerrero. Le da su armadura y su caballo Grane para
que lo ayuden en la misión. Sigfrido le jura amor eterno y le da el anillo como prenda de
lealtad antes de partir hacia el Valle del Rin.

ACTO I. ESCENA I
Gunter, el Rey de los Gibichungos, y su hermana Gutrune están sentados en los tronos
del vasto salón de un castillo, a orillas del Rin. Los acompaña su sombrío y cavilante
hermanastro, Hagen, que habla de cómo podría aumentarse la riqueza y el poder de la
dinastía de los Gibichungos. Les aconseja que se casen pronto: Gunter con la sabia y
hermosa Brunilda y Gutrune con Sigfrido, el Matador del Dragón, dueño del oro de los
Nibelungos. Esto sólo podría llevarse a cabo mediante la astucia. Cuando el héroe se
aproxima, los conspiradores se ponen de acuerdo: Gutrune le dará una pócima mágica
que hará que Sigfrido olvide a Brunilda y se enamore de ella.

ESCENA II
El cuerno de Sigfrido suena desde una barca que se acerca al castillo. Hagen y Gunter lo
reciben con amistad y honores, y Gutrune le trae una copa de cuerno con la pócima
mágica y fatal. Aunque brinda con ellos en nombre de la amada Brunilda, en el instante
en que termina de beber, sus ojos y su corazón se abren a Gutrune. Le jura amor eterno
y pide su mano en matrimonio. Gunter acepta con la condición de que Sigfrido conquiste
para él a la hermosa Brunilda, cuyo nombre ya no significa nada para el intoxicado
Sigfrido. Hagen le aconseja recurrir al Tarnhelm, que le permitirá tomar la forma de
Gunter. Hagen y Sigfrido pronuncian juramentos de hermandad y se alejan a caballo.

ESCENA III
En la Roca de las Valkirias, Brunilda saluda a una hermana valkiria. Pero ésta trae
nuevas de desorden y decadencia en el Valhalla, pues la lanza de Votan ha sido hecha
añicos. Votan no posee autoridad para gobernar o actuar, y nada levantará la maldición
del anillo hasta que vuelva a sus legítimas guardianas. Pero Brunilda, colérica, se niega a
devolverlo a las Doncellas del Rin, y echa a su hermana. El anillo es la prenda del amor
de Sigfrido y nada hará que se separe de él. Sin embargo, después de la partida de la
valkiria, un hombre desconocido atraviesa las llamas del muro de fuego. Se trata de
Sigfrido, pero Tarnhelm le ha dado el aspecto de Gunter. Este falso Gunter el Gibichungo
reclama a Brunilda como prometida por haber pasado la prueba del anillo de fuego.

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Sigfrido le arrebata el anillo y Brunilda ya no puede resistírsele. Se la lleva a la cueva
como su prometida, pero decide depositar la espada entre ellos mientras duermen, para
no deshonrar a su hermano de sangre.

ACTO II. ESCENA I


Delante de la estancia de los Gibichungos en la orilla del Rin, Hagen duerme armado con
lanza y escudo, apoyado contra el marco de una puerta. Es de noche, y Alberico el
Nibelungo se le aparece en un sueño a la luz de la luna. Se revela que Hagen es hijo de
Alberico, nacido de una unión sin amor con la madre de Gunter. Alberico obliga al
desdichado Hagen a jurar que recuperará el anillo de los Nibelungos.

ESCENA II
Cuando amanece, Hagen despierta y Sigfrido regresa y transmite a Gutrune las buenas
nuevas de que ha conquistado a Brunilda para el Rey Gunter. Le dice que en esa noche le
fue fiel, y que después, durante el viaje de vuelta, llegó Gunter y que había ocupado el
lugar de Sigfrido, mientras éste utilizaba el Tarnhelm para arribar cuanto antes al
castillo de los Gibichungos.

ESCENA III
Hagen ha convocado a todos los súbditos del reino para dar la bienvenida al Rey Gunter
y a la nueva Reina. En los altares ofrecen sacrificios a los dioses y juran defender el
honor de la nueva Reina.

ESCENA IV
Cuando Gunter llega para presentar a su prometida, Brunilda ve a Sigfrido con el anillo
puesto. De inmediato se da cuenta de que Gunter la conquistó por medio del engaño. A
todos les dice que Sigfrido el Valsungo es su esposo. Sigfrido jura ante la punta de la
lanza de Hagen que jamás ha conocido a esa mujer como prometida. Brunilda se
enfurece sintiéndose traicionada y afirma que el juramento de fidelidad es falso, y que la
espada estuvo siempre en la pared, no entre ellos. Sigfrido niega los cargos y se marcha
con Gutrune, aunque está claro que los súbditos creen en la historia de Brunilda.

ESCENA V
Brunilda queda destrozada y empeñada en vengarse de los traidores. Recurre a Hagen y
le cuenta que Sigfrido está protegido de todas las armas por un hechizo mágico que ella
misma ha urdido. No obstante, no es imposible matarlo, pues ella sabía que Sigfrido
jamás escaparía de un combate, y el hechizo no le protegía la espalda. Si Hagen le
clavaba la lanza en la espalda, Sigfrido moriría. Las burlas de Brunilda y las promesas de
Hagen de riqueza y poder llegaron a convencer a Gunter para unirse a la conspiración y
asesinar a Sigfrido durante la procesión matrimonial.

ACTO III. ESCENA I


En un bosque a orillas del río, las tres Doncellas del Rin lamentan el oro perdido.
Cuando descubren a Sigfrido que ha salido de caza, le suplican que devuelva el anillo,
pero él se niega. Le advierten que si no lo devuelve al Rin, lo matarían ese mismo día.

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ESCENA II
En el momento en que llega el resto del grupo, Hagen y Gunter instan a Sigfrido a que
los divierta con cuentos del tiempo en que jugaba con Mime y de cómo mató al dragón
Fafner. Por último, después de darle una bebida que le devuelve la memoria, Hagen le
pide que les cuente el cortejo de Brunilda. Fingiéndose indignado, Hagen clava una lanza
en la espalda del héroe. Sigfrido muere y con un último estertor proclama su amor por
Brunilda.

ESCENA III
Delante de la estancia de los Gibichungos, a la luz de la luna, Gutrune espera con
ansiedad después de despertar de un sueño maligno. Entonces arriba Hagen para
contarle que un jabalí salvaje ha matado a Sigfrido. Sin embargo, cuando traen el
cadáver, Gutrune no le cree. Acusa a Gunter de asesinato, pero éste lo niega y maldice a
Hagen. Hagen, desafiante, lo reconoce, pero dice que fue justicia. Entonces reclama el
anillo de oro. Cuando Gunter se niega, Hagen lo mata. No obstante, al aprestarse a tomar
el anillo, la mano del muerto Sigfrido se alza en un ademán amenazador. Hagen
retrocede asustado mientras Brunilda ordena a todos que se aparten del héroe. Manda
que se prepare una pira funeraria para Sigfrido. Luego toma el anillo, se lo coloca en el
dedo, y enciende la pira y llama a las Doncellas del Rin para que recuperen el oro de
entre las cenizas, y después avanza con Grane hasta el centro de las llamas. El Rin
inunda la orilla mientras la estancia de los Gibichungos es devorada por el fuego. Las
Doncellas del Rin suben con el río. Jubilosamente toman el anillo y arrastran hacia las
aguas al maldecido Hagen. La inundación desciende y revela las ruinas calcinadas del
castillo, pero en la distancia, en los cielos, se puede ver un resplandor en el Valhalla y al
fin es consumido enteramente por el fuego.

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CAPÍTULO XVI
El Anillo de Tolkien

E nbúsqueda
El Anillo de Tolkien hemos rastreado el símbolo del anillo y la tradición de su
a lo largo de los milenios. Hemos visto cómo J.R.R. Tolkien se inspiró en el
mito, la historia y la literatura de muchas culturas para la creación de un relato épico de
múltiples niveles, El Señor de los Anillos. No obstante, sin rechazar la herencia
tradicional, Tolkien transformó radicalmente el sentido de la búsqueda del anillo y la
convirtió en algo nuevo y relevante para el siglo XX.
El sentido de la búsqueda del anillo cambia con cada época, y las circunstancias
especiales o los «accidentes de la historia» en el siglo XX han hecho de esa búsqueda de
la versión de Tolkien no sólo algo relevante y significativo, sino, hasta cierto punto,
profético.
Con esto no quiero decir que El Señor de los Anillos sea una alegoría de nuestros
tiempos. Con justicia Tolkien rechazó el punto de vista alegórico, demasiado limitado.
En especial aborreció preguntas del tipo «¿Son los orcos nazis o comunistas?». El
objetivo de Tolkien era a la vez más específico y más universal.
En una ocasión, Tolkien escribió: «Creo que muchos confunden “aplicabilidad” con
“alegoría”, pero la primera depende de la libertad del lector y la otra de las intenciones
del autor». En El Señor de los Anillos Tolkien cuenta la búsqueda del anillo con una
simple verdad humana y moral. Sin embargo, la naturaleza de esa aventura y de esa

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posición moral eran innegablemente «aplicables» a los conflictos históricos más
dramáticos del siglo XX.
Aunque Tolkien no pretendió relatar los acontecimientos de este siglo, sí reconoció
al comenzar la escritura de El Señor de los Anillos en 1937 que algo del inminente
conflicto con la Alemania nazi se podía distinguir en la sombría atmósfera de su
composición. Además, ya que la mayor parte del libro se escribió durante los oscuros
años de la segunda guerra mundial, hubo aspectos de esa guerra que se compararon
inevitablemente con la «Guerra del Anillo».
Es interesante reparar en los propios comentarios de Tolkien al respecto durante la
segunda guerra mundial en las cartas que le mandó a su hijo Christopher, que estaba
estacionado con las fuerzas británicas en Sudáfrica. Le envió capítulos de El Señor de los
Anillos en forma de serial a medida que los escribía, junto con cartas personales con
referencias constantes a hobbits, orcos y anillos… como metáforas de individuos y
temas concernientes a eventos reales en el conflicto con Alemania.
«Bueno, ahí tienes: un hobbit entre Urukhai», escribió Tolkien [Cartas, n.º 66]:
«Manten el hobbitismo en el corazón, y piensa que ésa es la sensación que producen
todas las historias cuando se está en ellas». No obstante, esto no significaba que los
acontecimientos reales de la guerra fueran parte de su guerra inventada. La «Guerra del
Anillo» de Tolkien se libraba por ideales, no por realidades políticas. En esencia hablaba
de una crisis de moral humana que él veía en la guerra real, pero no sólo en el enemigo.
En una carta a su hijo Christopher [Cartas, ídem], escribió: «Porque estamos
intentando conquistar a Sauron con el Anillo. Y (según parece) lo conseguiremos. Pero
el precio es, como lo sabrás, criar nuevos Saurons y lentamente ir convirtiendo a
Hombres y Elfos en Orcos. Esto no quiere decir que en la vida real las cosas sean tan
claras como en una historia, y empezamos con un vasto número de Orcos de nuestro
lado…».
Está claro que la guerra de Tolkien no se parecía a la que se libraba con Alemania.
No quiero decir, ni mucho menos, que Tolkien fuera neutral.
En 1941 le escribió a otro hijo, Michael [Cartas, n.º 45], que en la época era oficial
cadete en el Royal Military College, en Sandhurst.

He pasado la mayor parte de mi vida, desde que tenía tu edad, estudiando


asuntos germánicos… que incluyen a Inglaterra y Escandinavia. Hay una fuerza
(y verdad) en el ideal «germánico» lo que la gente ignorante no imagina… De
cualquier modo, guardo en esta guerra un ardiente rencor privado —que me
haría probablemente mejor soldado ahora, a los 49, que cuando lo fui a los 22—
contra ese cabal ignorante, Adolf Hitler… Arruina, pervierte, aplica erróneamente
ese noble espíritu nórdico transformándolo en algo para siempre maldito,
suprema contribución a Europa, que siempre amé e intenté presentar en su
verdadera luz. Entre paréntesis, nunca fue más noble que en Inglaterra, ni más
tempranamente santificado y cristianizado…

En verdad uno incluso podría entender que ese «rencor» contra Hitler podría haber
tenido alguna relación con la ambición de Tolkien de escribir una nueva versión de la

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búsqueda del anillo. En el siglo XIX, Richard Wagner reconoció la absoluta posición
céntrica de la búsqueda del anillo en los vastos temas mitológicos de los pueblos
europeos, y en especial de los germánicos. Deliberadamente, tomó el anillo como
símbolo de la identidad, la herencia y el Estado alemanes. En el siglo XX, la música de El
Anillo de los Nibelungos de Wagner pasó a estar tan íntimamente unida al partido nazi y
al desarrollo del Tercer Reich que en la mente popular se tornaron sinónimos. Durante
la segunda guerra mundial, los grandiosos temas y tradiciones de la búsqueda del anillo
fueron usurpados (o como lo veía Tolkien: arruinados, pervertidos y erróneamente
aplicados) por el Estado alemán con el que la nación de Tolkien estaba en guerra.
En un nivel, El Señor de los Anillos ciertamente es un intento por parte de Tolkien de
reclamar el anillo como símbolo de ese «noble espíritu nórdico», desacreditado en
Alemania. Con cierta justificación, Tolkien culpó a Richard Wagner y a sus herederos del
oscurecimiento de esa «verdadera luz». Aunque el genio de Wagner es indiscutible, su
política fue repugnante. La familia y herederos del gran músico no se resistieron a las
presiones del partido nazi. La postura ideológica de Richard Wagner podrá ser evaluada
hasta cierto punto por el hecho de que eligió dedicarle sus obras completas a Arthur de
Gobineau, el padre de la teoría racista aria.
A favor de Tolkien está que viera desde el principio la naturaleza de la obsesión nazi
con el Ciclo del Anillo de Wagner. Lo que atrajo a los nazis en la búsqueda del anillo fue
la idealización de la persecución del poder por sí mismo. Tolkien valoraba la tradición
de dicha búsqueda a muchos niveles, pero habiendo pasado ya por una guerra mundial,
comprendió la naturaleza de la maldición del «anillo de poder» tanto como el mejor.
Tolkien creía que incluso para el hombre bueno, la persecución del poder era algo
maligno que siempre esclavizaría el espíritu y el alma de los seres humanos. Y, para
empezar, en el Tercer Reich no había demasiados «hombres buenos».
Parece indudable que la motivación profunda que llevó a Tolkien a escribir de El
Señor de los Anillos fue el deseo de poner orden en la historia, reclamando la tradición
de la búsqueda del anillo y presentando el «noble espíritu nórdico» de Europa bajo su
«verdadera luz». Así como eligió puntos menores para «desafiar» el uso que hizo
Shakespeare del mito y la historia en Macbeth, a una escala mucho mayor, escribiendo
El Señor de los Anillos «desafió» el modo en que Wagner empleó el mito y la historia en
sus óperas del Ciclo del Anillo.
Tolkien comprendió la profunda crisis moral que había en el centro de la búsqueda
del anillo tal como la percibió Wagner. Vio la devastación que la búsqueda del Anillo en
la Edad de Hierro había descargado en el mundo, y fundamentalmente eligió volver a
darle forma para el siglo XX. Lo hizo poniéndola del revés. El anillo de poder fue
«destruido», invirtiendo el hechizo. El héroe de la búsqueda no se apodera de él; lo
destruye arrojándolo al infierno donde fue fabricado.
En 1937, la imaginación de Tolkien comenzó a forjar su «Anillo Único» como un
símbolo de poder absoluto que moral y físicamente contaminaba a todos los que lo
tocaban. Ni siquiera habría sido capaz de adivinar cómo la historia daría alcance a esta
lóbrega visión y haría que el relato pareciera casi profético. No podría haber imaginado
en verdad cómo los científicos del mundo real pronto crearían algo tan poderoso,
maligno y contaminante como el «Anillo Único» de Sauron, el Señor Oscuro.

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Aunque El Señor de los Anillos fue escrito en su mayor parte durante los años de la
guerra, no se publicó hasta 1954 y, Por esa época, la bomba atómica ya era parte de la
imaginación popular. Parecía menos probable que el público comparara a Sauron con
Hitler que al Anillo Único con la bomba. Fue difícil para muchos no creer que la idea del
«Anillo Único» no estuviera inspirada en la bomba. Está claro, sugirieron algunos, que
ningún lugar podría parecerse más a un terreno de prueba nuclear que la tierra de
Mordor cargada de ceniza.
No cabe duda de que Tolkien estaba muy en contra de la bomba atómica. El 9 de
agosto de 1945 le escribió a Christopher [Cartas, n.º 102]: «La noticia de hoy acerca de
las “bombas atómicas” es tan aterradora que uno queda como aturdido. La completa
locura de esos físicos lunáticos al consentir llevar a cabo un trabajo semejante con fines
belicistas: ¡planear con calma la destrucción del mundo!».
No obstante, Tolkien insistió en recalcar que el Anillo Único estaba plenamente
formado mucho antes de haber tenido idea alguna de las actividades de los científicos
atómicos. En una carta escrita en 1956 [Cartas, n.º 186], le pareció necesario declarar:
«Por supuesto, mi historia no es una alegoría del poder atómico, sino del Poder…». Sin
embargo, Tolkien había reconocido que en un sentido más amplio el mensaje o la
moraleja de la novela no excluía ciertamente el poder atómico.
En verdad su punto de vista sobre las armas nucleares no habría estado nada fuera
de lugar en cualquier reunión del CND o las marchas que exigían la prohibición de la
bomba.

La física nuclear puede utilizarse con ese fin [las bombas]. Pero no es necesario
que se la utilice. No es necesario en absoluto. Si hay alguna referencia
contemporánea en mi historia es a lo que a mí me parece el supuesto más
extensamente difundido de nuestro tiempo: que si algo puede hacerse, ha de
hacerse. Esto me parece totalmente falso. Los mayores ejemplos de la acción del
espíritu y de la razón se encuentran en la abnegación. Cuando se dice que el
P[oder] A[tómico] está «aquí para quedarse», me recuerda que Chesterton
comentaba que, cuando oía decir algo parecido, sabía que, no importa a qué se
refiriera, pronto sería desechado, y considerado lamentablemente anticuado y
fuera de lugar. El poder llamado «atómico» es algo mayor que cualquier cosa que
Chesterton pudiera estar pensando (lo he oído de los tranvías, la luz de gas y los
trenes de vapor). Pero es seguro que tendrá que haber alguna «abnegación» en
su utilización, una deliberada negación a hacer algunas de las cosas que es
posible hacer con eso. ¡De lo contrario, nada quedará!

No obstante, aun retrospectivamente, todavía parece muy improbable que


semejante profesor, «anticuado» confeso, que escribió sobre un mundo remoto e
imaginario, con una mitología inventada increíblemente oscura, pudiera, de pronto,
convertirse en un enorme culto en las universidades norteamericanas en los radicales y
políticamente cargados años sesenta. Tolkien no era la idea que se tenía entonces de un
profesor radical, por tanto, ¿qué había en su escritura que de repente fue tan relevante

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para las vidas y políticas de la cultura juvenil de los sesenta y que lo catapultó a la
categoría de uno de los autores más populares del siglo?
En verdad, el enfoque de Tolkien del antiguo y grandioso tema de la búsqueda del
anillo era tan inventiva y poco convencional como sus improbables héroes, los Hobbits.
De hecho, El Señor de los Anillos llegó a ser el libro perfecto para la contracultura
estudiantil. Estaba lleno de acción y aventura, pero daba la impresión de que en última
instancia contenía un mensaje pacifista, y contra el establishment. Frodo Bolsón quizá no
fuera exactamente un Gandhi de los Hobbits, pero rechazó las tentaciones del poder
terrenal hasta un grado casi virtuoso. El movimiento estudiantil antibélico y a favor de
la prohibición de la bomba de los años sesenta encontró un antihéroe en los humildes
valores del hobbit, así como la cultura hippy propugnaba la vuelta a la tierra. Tolkien no
habría podido tocar más fundamentos de la cultura juvenil de los sesenta ni aunque
hubiera encargado un estudio de mercado.
Si Tolkien se mostró ambiguo sobre el «significado» de su novela, es indudable que
los paralelismos entre el Anillo Único y la bomba no pasaron inadvertidos para los
activistas de finales de los años sesenta y principios de los setenta. Basta sólo con leer
The Greenpeace Chronicles de Robert Hunter para ver cuán íntimamente aliada estaba la
contracultura con el mundo de Tolkien. Greenpeace se fundó en 1969 en Vancouver,
Canadá, como una organización ecológica de guerrilla que intentaba detener las pruebas
nucleares norteamericanas en la isla Amchitka en Alaska. A ese fin, Greenpeace fletó su
primer barco y trató de impedir que se activara la bomba penetrando en la zona de
pruebas.
Al escribir sobre este primer viaje de Greenpeace, Hunter cuenta cómo habían
llegado a un punto en el que aun a los más animosos de los tripulantes les pareció que la
misión tenía algo de cómicamente inútil. «Había algo allí realmente cómico: ocho
marinos aficionados vestidos de verde, decididos a enfrentarse con el fuego más
mortífero de nuestra era, como hobbits portando el Anillo hacia el volcán de Mordor».
La comparación los hizo recorrer un largo camino. Igual que hobbits extenuados,
siguieron adelante. Si los hobbits podían vencer a las fuerzas de Sauron, ¿por qué un
grupo heterogéneo de hippies no podía vencer al complejo industrial militar
norteamericano? En un punto las válvulas y pistones del destartalado navío requirió
tanto cuidado paciente y constante, mientras se movía a lo largo de la costa del Pacífico
Norte, que los activistas de Greenpeace se nombraron a sí mismos la «Comunidad de los
Anillos del Pistón».
En el relato de Tolkien, cuando el Anillo Único es por fin destruido, la subsiguiente
erupción volcánica se parece mucho a una explosión nuclear… pero la explosión sólo
aniquila a las malignas fuerzas del Señor del Anillo. Podría verse también en esa
«destrucción» explosiva del Anillo Único la inversión, en un sentido moral, de la
búsqueda tradicional del anillo. Esa mentalidad de la Edad de Hierro de que «la fuerza
es igual al derecho» y que hizo que la búsqueda del anillo por el poder se convirtiera en
algo tan importante, finaliza con la era nuclear: cuando la posesión de semejante poder
sólo significa destrucción mutua.

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Fue Albert Einstein quien advirtió al mundo: «El desencadenamiento del poder del
átomo ha cambiado todo menos nuestro modo de pensar… si queremos sobrevivir,
necesitamos una nueva manera de pensar».
La inversión que introdujo Tolkien en la historia de la búsqueda del anillo es una
muestra de esta «nueva manera de pensar». La versión de Tolkien apunta a la necesidad
de modificar las estructuras de poder. Tolkien vio las consecuencias del poder absoluto
en dos guerras, y lo rechazó. En su mundo mítico privado comprendió una verdad
humana: que la tecnología moderna ha traído a la humanidad una terrible amenaza: la
bomba atómica. Si alguna vez hubo una manifestación del poder definitivo del Anillo
Único, ésa fue la bomba. La «Guerra Fría» reconoció de mala gana que el poder de las
armas nucleares era en última instancia autodestructivo.
Tolkien también mostró esa «nueva manera de pensar» en su inspirada elección de
héroes. No hay que olvidar la importancia de los Hobbits; no serviría de nada cambiar la
naturaleza de la búsqueda sin modificar la naturaleza del héroe. Tolkien no sólo invirtió
la búsqueda del anillo; invirtió además muchas de las características que por lo general
se esperan del héroe. Tolkien escribió [Cartas, n.º 131, nota al pie]:

Los Hobbits, por supuesto, representan realmente una rama específicamente


humana (ni Elfos ni Enanos)… Carecen de poderes sobrehumanos, pero viven en
íntimo contacto con la «naturaleza» y son extraordinariamente libres,
comparados con las criaturas humanas comunes, y no conocen la ambición ni la
codicia. Se los hace pequeños en parte para mostrar la mezquindad del hombre,
estrecho de miras y poco imaginativo… y sobre todo para mostrar en criaturas de
muy escasa fuerza física el asombroso e inesperado heroísmo de los hombres
ordinarios «en casos de apuro».

En última instancia, la mayor fuerza de los Hobbits de Tolkien cuando luchan contra
todo tipo de desventajas, es una decencia humana básica. Fue esa humanidad esencial,
ese espíritu simple pero humano, lo que al final les permite triunfar. Y este elemento
humano, combinado con la grandeza y suntuosidad de un mundo mítico
magníficamente concebido bastan para explicar la continuada popularidad de Tolkien.
Sin embargo, en El Señor de los Anillos Frodo Bolsón, el hobbit, no alcanza a
satisfacer la imagen del «héroe» clásico en el momento de la prueba definitiva. En ese
último instante, al borde de las Grietas del Destino, la resolución del hobbit falla: se
niega a destruir el Anillo Único. A pesar de las virtudes de Frodo, no fue la fuerza de su
voluntad lo que permitió que se destruyera el Anillo Único y la Tierra Media se salvara.
Lo consiguió la caridad de Frodo Bolsón, injustificada y casi necia, por un enemigo
que no la merecía. Por un sentido de misericordia, el hobbit permitió que el traicionero
Gollum viviera. La razón tendría que haberle dicho que Gollum volvería a traicionarlo,
pero el hobbit eligió obedecer lo que le exigía el corazón. Al final, la destrucción del
Anillo Único fue posible porque Frodo se había apiadado de su enemigo, y Gollum había
sobrevivido para traicionarlo de nuevo.
En el borde de la Grieta del Destino, Gollum lucha con el hobbit. Finalmente, vence a
Frodo. Con ferocidad arranca de un mordisco el dedo en el que el hobbit lleva el Anillo.

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Luego, aferrando el Anillo Único, Gollum trastabilla y cae de espaldas en el abismo
llameante. El Anillo Único es destruido.
En el hobbit Frodo, Tolkien descubrió a un hombre común del siglo XX que atrae y
seguirá atrayendo a las gentes de cualquier época y lugar. En El Señor de los Anillos el
hobbit nos enseña que «intentar conquistar a Sauron con el Anillo» ya no es el objetivo
de la misión. Al final, es el corazón humano, no la sabiduría de la mente ni la fuerza del
cuerpo, lo que salva al mundo. La sencilla capacidad humana para la misericordia es en
última instancia lo que permite que el mal sea vencido.

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Notas

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En las primeras sagas, a los Nibelungos se los llamaba Guikingos, aunque parece que
[1]

estos nombres eran intercambiables. El islandés Snorri Sturluson declara en el Edda en


prosa o Edda Menor en el siglo XIII: «Gunnar y Hogni eran llamados Nibelungos o
Guikingos; por lo tanto, el oro es llamado el tesoro de los Nibelungos». Con el fin de
minimizar la confusión introducida por tradiciones germánicas posteriores, para esta
dinastía emplearé el nombre Nibelungo. <<

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Unas pocas palabras son idénticas: mal significa oro tanto en la lengua galesa como en
[2]

la sindarin. Otras están muy próximas: du significa negro en galés y sombra en sindarin;
calan significa primer día en galés y luz del día en sindarin; ost es posada en galés y
pueblo en sindarin; sarn en galés significa calzada elevada de piedra y en sindarin una
piedra en un vado. Hay muchas otras semejanzas en ortografía y/o significado: fortaleza
es caer en galés y caras en sindarin; drud en galés significa feroz mientras que dru en
sindarin es salvaje; dagr en galés significa daga mientras que dagor en sindarin significa
batalla. En otros casos una misma palabra tiene significados distintos: adán es pájaros
en galés y hombre en sindarin; nen es cielo en galés y agua en sindarin; nar es señor en
galés y sol en sindarin. Otras tienen una relación extraña: iar en sindarin significa viejo, y
en galés gallina vieja; sin embargo, la palabra galesa hen (gallina vieja) en realidad
significa viejo. A la vez, algunos de los personajes de Tolkien toman sus nombres
directamente de palabras galesas: Morwen significa doncella; Bard significa poeta;
Barahir quiere decir barba larga. <<

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