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Negatividad en Piglia

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B

Problemas de la “negatividad” en Respiración artificial de Ricardo Piglia

Nicolás García1
Universidad Nacional del Sur
gnicolas.88@gmail.com

Resumen: Este trabajo intenta recuperar la tesis sobre la adscripción de la obra de Piglia
a las llamadas “estéticas negativas”, realizada por Sandra Contreras en Las vueltas de César
Aira (2002), a fin de darle una nueva problematización. El elemento dominante de la
literatura crítica acerca de Piglia que justificaría su aparente vinculación con las estéticas
negativas –aunque nunca se mencione en esos términos explícitos– sería el concerniente
al valor otorgado al carácter reflexivo de su obra, que aplicado a las coordenadas
históricas nacionales del período de dictadura, explicaría el retroceso de las estéticas
miméticas de lo social por acción de una nueva clase de ficción política, en apariencia
antirrepresentativa. Leída de manera unánime como novela político-experimental, la
pregunta obligada para la crítica actual, ajena al horizonte de recepción de la época, es si
el sentido alegórico y la figuración fragmentaria de la historia tal como estarían dados en
Respiración artificial son suficientes para transformar la obra en autónoma.
Palabras clave: Piglia — Autonomía — Negatividad — Adorno — Alegoría

Abstract: This article attempts to recover the theory about the link of Piglia’s work to the
“negative aesthetics” presented by Sandra Contreras in Las vueltas de César Aira (2002)
with the purpose of question it. The dominant component of critique literature about
Piglia that may justify its apparent correlation with the negative aesthetics –though it’s
never mentioned in this terms- may be the relating to the value given to the reflexive
character of his work, that applied to the national historical coordinates of the
dictatorship period, may explain the regression of mimetic aesthetics, caused by a new
class of political fiction, seemingly anti-representative. Read unanimously as an
experimental-political novel, the obligatory question to the contemporary critique,
unconnected with the reception horizon of its time, it’s if the allegorical sense and the
fragmentary figuration of history such as it may be conceived in Respiración artificial are
sufficient to transform the work in autonomous.
Keywords: Piglia — Autonomy — Negativity — Adorno — Allegorism

1
Nicolás García es Profesor en Letras por la Universidad Nacional del Sur. Miembro investigador
del grupo: "El estado contemporáneo de la literatura argentina: una cartografía de cruces, líneas
de fuga y desfasajes temporales", a cargo de la Dra. María Celia Vázquez. Actualmente, docente de
nivel terciario en Teoría Literaria.

Badebec - VOL. 9 N° 17 (Septiembre 2019) ISSN 1853-9580/ Nicolás García 59


Recibido: 06/03/2019 Aceptado: 21/05/2019
Introducción
Nos proponemos retomar aquí una apreciación surgida de la tesis doctoral
de Sandra Contreras, Las vueltas de César Aira (2002), clave en la caracterización
del campo literario argentino de las últimas décadas, que consideramos que exige
aún ser problematizada:2 la literatura de Aira ejercería una confrontación con las
“estéticas de la negatividad”, poética que, habiéndose convertido en el valor
hegemónico del sistema literario contemporáneo, crearía el contexto inmediato a
desplazar (27).3 El enunciado de Contreras, implícitamente, adheriría al consenso
general de la crítica sobre la homologación de la narrativa de Piglia y Saer, en tanto
tentativas contemporáneas análogas que pondrían en práctica el programa de la
autonomía y la negatividad, principios rectores de la estética de Adorno. 4 El
elemento dominante de la literatura crítica acerca de Piglia que justificaría su
vinculación con las estéticas negativas sería el concerniente al valor otorgado al
carácter reflexivo de su obra, que aplicado a las coordenadas históricas nacionales
del período de dictadura y pos-dictadura, explicaría el retroceso de las estéticas
miméticas de lo social, por acción de una nueva clase de ficción política, en
apariencia antirrepresentativa. Aunque nunca se mencione en términos explícitos
la noción de negatividad asociada a la obra de Piglia, el señalamiento del uso de las
formas alegóricas de cifrar lo histórico en su narrativa como “autónomas”,

2
Consideramos que el artículo de Rafael Arce, “Saer con Aira” (2010), ha sido el primero en discutir
esta hipótesis rectora del planteo de Contreras.
3
La poética de la negatividad, heredera de las vanguardias de los 60, entendida como resistencia a
las presiones del mercado y estrategia de ruptura con las tradiciones dominantes, sería aquella que
se opone por igual al asedio de las ideologías y de la industria cultural, según Contreras.
4
A pesar de mostrarse consciente de que el efecto de nivelación de ambas literaturas es una
construcción de la crítica literaria que rige desde mediados de los años 80, no profundiza en las
razones de esta posible operación. Contreras solo explicita el carácter “antinovelesco” de la poética
saeriana como adscrito a la negatividad y en cambio omite las razones de la afiliación a esa misma
poética en lo que respecta a la obra de Piglia. Queda claro que ambas, para Contreras, quedan
englobadas en lo que denomina ficciones conjeturales, un emergente de la novela de los 80 que se
caracterizaría por el ejercicio oblicuo de una crítica del presente, y una toma de distancia de las
estéticas más fácilmente miméticas, a fin de distinguirlas de lo que denomina la vuelta al relato de
Aira (12). Arce le adjudica los motivos posibles de ese emparejamiento problemático a una
sobreestimación por parte de Contreras (motivada por la crítica literaria y el periodismo cultural)
del diálogo público que han mantenido los escritores y que no terminaría de reflejarse en el
mantenido por sus obras. Al referirse a las razones del emparejamiento preconstruido de las obras
de Piglia y Saer y su simultánea oposición a la poética airiana, elaborada por Contreras, Arce lo
atribuye a una posible falta de preocupación de esta “por los posibles matices que habría entre las
otras dos obras” (3) debido a que, sencillamente, no serían su foco de interés.

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principalmente, justificaría la taxonomía usada por Contreras para definir su
poética. Este trabajo intenta recuperar la tesis sobre la supuesta adscripción de la
obra de Piglia a las llamadas “estéticas negativas” para ponerla en entredicho,
cotejando el pensamiento estético de Adorno acerca de la novela de vanguardia y
su opuesto, la novela de tesis que, según entendemos, definiría mejor la función
dominante del ensayismo en su primera novela, Respiración artificial. Para esto, el
punto crucial a debatir será el valor de la hibridación genérica en lo que respecta
a los cruces ya no entre alta y baja literatura, sino en cuanto a los modos del ensayo
y la ficción crítica, puntualmente, que de manera unívoca para la crítica académica
de los 80 y 90 ha sido un signo de experimentación y negativa a la referencialidad
directa.

Piglia y los consensos de la crítica “adorniana”


Las referencias más o menos veladas a la teoría de la autonomía literaria de
Adorno aparecen por primera vez en los años 80 en el discurso de la crítica
literaria argentina, asociadas a la necesidad de pensar el vínculo problemático
entre ficción y política. La negatividad estética adquiere un valor estratégico en la
medida en que permite explicar el modo en que el condicionamiento
sociohistórico informa las particularidades estructurales de la nueva novela. La
crítica del momento concentra sus esfuerzos en dividir el campo en zonas
antagónicas según el tratamiento de los vínculos entre ficción y realidad política,
influida por los nuevos paradigmas teóricos que permiten leer las novedades
técnicas como legítimas en términos de potencial crítico de los materiales
ideológicos del pasado cultural reciente. En este sentido, serán las lecturas de
Sazbón, Sarlo, Morello-Frosch y Balderston sobre Respiración artificial las que
señalen el rumbo que la crítica posterior tomará, hegemónicamente, acerca del
carácter antirrepresentativo del texto. 5 Aunque solo en el caso de Sarlo queda
explicitado el sustrato frankfurtian 6 del enfoque teórico, todas contribuyen, de

5
Habría un segundo momento, el de la crítica de los años 90, en el cual se destacan los artículos
de Berg, De Diego, Avelar y De Grandis, entre otros.
6
Son predominantes en sus textos, a diferencia de los otros artículos (con la excepción de Avelar)
las alusiones explícitas a las teorías estéticas de Adorno y Benjamin.

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una manera u otra, a convalidar la premisa de la negatividad como ideología de la
forma novelística de Piglia.
Desde un corpus teórico que se presenta heterogéneo pero signado por una
perspectiva sociológica de la literatura, Sarlo aborda Respiración artificial como
parte de aquellos “discursos” que, si bien formaron parte de la disidencia
intelectual en los años de represión y terrorismo de Estado, al igual que los de
otros contemporáneos, habrían constituido una de las primeras zonas de
producción de discursos alternativos desde la particular relación “autonomía-
heteronomía” (Política 349) como rasgo clave de la práctica artística. En el
momento de máxima fragmentación de la experiencia social, el aspecto renovador
de esta literatura habría consistido en romper con el sistema de valores
hegemónico de la izquierda cultural, mediante la elección de formas narrativas
que pusieran en duda la capacidad de ordenamiento de los hechos reales. El modo
en que el procesamiento simbólico de la disolución de las certezas más arraigadas
del pasado político reciente condujo a la crisis del relato y a admitir formas
literarias híbridas, no totalizantes, definiría el proyecto creador de escritores
como Piglia y Saer, entre otros. El retorno a la figuración alegórica en este período,
como forma de percibir y representar los fragmentos desagregados de la
experiencia histórica –forma sintomática de la pérdida de un sentido verdadero,
inmediatamente accesible– habría sido la operación principal de una literatura que
toma como premisa clave la refutación de la mímesis y la fragmentación
discursiva. Solo mediante una perspectiva sesgada, que aludiera a la historia
oblicuamente, la literatura habría sido capaz de producir un discurso reflexivo en
lo estético y en lo político alejado del modo decimonónico, que habría tenido en
Sarmiento su mayor referente local.7
Si esto se dio de ese modo, opina Sarlo, se debió a que la narrativa de los
últimos diez años (lo que comprende el período analizado por ella, que va de 1976

7
El diagnóstico coincide paso por paso con el que Adorno (“La posición”) hace en los primeros años
de la posguerra acerca de lo que entiende como la paradoja de la novela contemporánea. Para este,
la experiencia en el mundo moderno era tan devastadora que lo que por definición la forma que la
novela exige, la narración, ya no era posible. La desintegración de la identidad de la experiencia en
el mundo administrado haría que todo narrador que fingiera sentirse familiarizado con el mundo
ajeno cayera en la teatralidad.

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a 1986) se habría llevado adelante en el marco de la crisis de la representación
realista. Dicha tendencia estética renovadora, caracterizada por lo que denomina
“hiperliterariedad” (Literatura 11), por trabajar sobre problemas eminentemente
constructivos, que comprenden las relaciones intertextuales, el procesamiento de
citas y el cruce de géneros, se explica a través de la toma de conciencia de estos
escritores de que ya no es “posible la confianza ilimitada en las posibilidades de la
representación” (Política 329). O como afirma Sazbón, puntualmente, en relación
a Respiración artificial, la gestualidad antirreferencial de esta novela queda
confirmada mediante procedimientos narrativos como la duplicación (clave
paródica del relato) o la cita, que harían de la semiosis del texto un “juego
autocentrado, disuasivo respecto a cualquier pregnancia realista” (39). El
reconocimiento de la disimetría entre el orden de lo real y el orden del discurso
sería el hallazgo estético fundamental de esta narrativa que ataca la ilusión
realista; igual proceder que Adorno reconoce en la novela del período modernista.8
El problema de la narración se trata, como entonces, de una postura existencial
frente al mundo. Interrogativas en lugar de aseverativas, estas ficciones
rechazarían por “ideológica” la pretensión del narrador realista de creerse dueño
de la experiencia que relata, mediante la producción de sentidos incompletos y
fragmentarios.
El artículo de Daniel Balderston coincide, en buena medida, con las
hipótesis críticas de Sarlo y Sazbón, acerca del carácter antimimético,
fragmentario y metaliterario de esta clase de ficciones (todos valores
vanguardistas por su función eminentemente “antinovelesca”) como respuesta a
una nueva situación social y política. Agrupa Respiración artificial junto con En el

8
Recordemos que para Adorno (La posición del narrador) las novelas contemporáneas equivalían a
epopeyas negativas, que por ser testimonios de una situación preindividual (una situación en la
que el individuo se liquida a sí mismo) registraban, así, una paradoja inédita: al mismo tiempo que
atestiguan la recaída en la barbarie, sirven a la libertad. El hecho de que los narradores se vieran
cada vez más debilitados en su alcance cognitivo habría motivado que pongan en duda su propia
representación estética. En la novela moderna el componente reflexivo debe ser evaluado como
una toma de partido contra la representación y contra el narrador mismo, en cuanto supervisor de
los acontecimientos. Los procedimientos que develan la irrealidad de la ilusión referencial, le
devuelven a la obra de arte su carácter de artificio, anteriores a la ingenuidad épica, que presenta
de un modo llano lo aparente como lo verdadero. De ahí se extraería el potencial utópico de esa
negatividad como forma irreconciliada de representar lo Real del capitalismo tardío.

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corazón de junio de Gusmán por tratarse de meditaciones sobre la historia y la
sociedad argentinas “entre líneas”, cuyo tono elusivo y su aproximación
fragmentada a la verdad, sugieren una presencia homóloga de la persecución
política en el país. La importancia otorgada a las técnicas que interrumpen el acto
de narrar, por obras vanguardistas como la de Gusmán y Piglia, conscientes de lo
inadecuado del lenguaje para comunicar una verdad vuelta inexpresable,
comprueba que habrían elegido el camino de la ambigüedad y la fragmentación
tortuosas como estrategias de un nuevo discurso crítico. Por su creencia en que
la mejor manera de decir la verdad sobre los hechos reales no es necesariamente
la más directa, su visión de la historia “mediatizada” (Balderston 177) se apartaría
así de las visiones del pasado reciente de otros escritores de su generación como
Asís o Soriano.
La lectura de Sazbón, anterior a estas, amparada en el andamiaje teórico
derrideano, pero no exenta de una mirada del vínculo obliterado entre ficción y
política propia de la Teoría crítica, también resulta clave en el armado de este
consenso crítico. Pionera en leer la novela en clave alegórica, reconoce la
importancia de los procedimientos vanguardistas como reconfiguración de la
ficción política, también, por fuera del realismo. La apuesta de Piglia, según
Sazbón, consistiría en exhibir en la narración del eclipse de la historia la
ambigüedad de su representación (37). Su ficción, aun anclada en la historia, sería
una respuesta moderna y comprometida al problema de su representación,
poniendo énfasis en señalar de qué modo la escritura del historiador es un
discurso más que no puede esquivar las operaciones figurativas de cualquier
“versión” de lo real (37). Sazbón es el primero en señalar el carácter entrópico y
circular del universo taxonómico de la novela, logrado con la “perversa
intercalación” en el orden del “archivo” (42) como desintegración de la verdad
histórica; hipótesis de la que abrevan los textos posteriores de Balderston y
Morello-Frosch.
Hasta acá algunas de las interpretaciones más destacadas de los años 80, a
las que posiblemente Contreras se esté refiriendo implícitamente para juzgar la
obra de Piglia como adscripta a las “estéticas negativas”. De las lecturas de
Balderston y Sarlo se extrae como conclusión que el carácter autónomo o negativo

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asociado a la literatura de Piglia sería un valor relativo al estado del campo en el
período de dictadura y posdictadura, dominado por las estéticas denuncialistas de
las que la crítica académica intenta separar esta nueva zona del sistema.9 Ambas
comparten un abordaje sociológico común de la literatura: la producción de
sentidos incompletos en la narrativa de este período y de esta novela, en
particular, y su aproximación fragmentada a la verdad, asediada por un estado
mental persecutorio, habría surgido en el momento de máxima fragmentación de
la experiencia social. Es esa experiencia de desagregación moral frente a lo
inexpresable y lo traumático de la verdad de la historia argentina reciente la que
habría propiciado la elección de formas estéticas autocríticas que interroguen lo
real, asumiendo la disimetría fundamental entre un orden y otro. El abandono de
las pautas de narración clásica que habría coincidido con la crisis de la
representación de lo histórico habría dado paso a formas discontinuas o alusivas
de escribir ficciones históricas, y no por eso, menos comprometidas. Si bien es
Sarlo quien hace explícito el uso de la noción de “autonomía” literaria por primera
vez, para referirse al valor político de lo estético en la obra de Piglia, todos
coinciden –y este aspecto será determinante en la continuidad que trazan con la
crítica posterior– que su poética, y en este caso en particular, la de la novela
Respiración artificial, versa sobre el cuestionamiento acerca de los límites de la
narración. Adorno les permite hacer compatible lo que en el sistema literario de
los 60 y 70 aún era visto como incompatible: formalismo y compromiso; superando
así la oposición entre experimentación estética y politización del arte.10 Ese mismo
poder de “sintetizar” lo que en el sistema se pensaba como antinómico, le da a
Piglia un carácter central en el marco de un nuevo consenso de valores críticos
dominantes (lo mismo que a Saer, los llamados “escritores del consenso”), que
legitima la presencia de contenidos políticos en formas avanzadas de lo estético,

9
Balderston lo explicita así: la literatura influida por el “Proceso” habría sido básicamente de dos
clases, la acusatoria y de otra clase, más difícil de clasificar y de leer que debido a sus técnicas
elusivas sorteó la censura.
10
Como enfatiza Sazbón en alusión a la novela: “la suya es una ficción bien ligada a la historia con
la que busca una relación productiva, no lúdica” (37) buscando matizar la hipótesis previa que
sostiene que el verdadero “tema” del libro sería el problema de la representación que relativiza la
noción del conocimiento histórico, lo que apela a despegar al libro de una moral “formalista” (sin
ligaduras).

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a partir del lugar predominante que se le otorga a la incertidumbre respecto de lo
real como nuevo principio constructivo de la narración.

La resistencia a la “negatividad” en la obra de Piglia: lo que sabe el texto


Parafraseando a De Diego, la teoría de la autonomía estética le habría
permitido a la crítica de Piglia (y Saer) hacer legible la retirada de la literatura de
la política, concebida como en los años 70, que opera en sus obras, por su inversión
en una “política de la escritura” (Novela y representación 181).11 De la teoría estética
adorniana, la crítica del período de posdictadura toma dos valores fundamentales
que refuerzan la hipótesis de la adscripción de la obra de Piglia a la negatividad: la
politicidad del carácter enigmático de la obra de arte, que Adorno, en particular,
asocia a la figura de Kafka, y la negativa al retorno a la ingenuidad épica, que
comienza por el rechazo de las formas ideológicas del pasado cultural, en las que
debe incluirse el realismo. Leída de manera unánime como novela político-
experimental, la pregunta obligada para la crítica actual, ajena al horizonte de
recepción de la época, es si el sentido alegórico y la figuración fragmentaria de la
historia tal como se da en Respiración artificial es suficiente para transformar la
obra en autónoma, es decir, en un texto que por su propia intransigencia formal
se abstendría de una reconciliación extorsionada con el sentido. El punto que la
crítica no logra resolver, sin involuntariamente traicionar la propia perspectiva
teórica adoptada, se vincula, específicamente, al problema del sentido. El énfasis
que ponen en ver en esta clase de textos un “discurso significativo para la
sociedad” (Política 350) autores como Balderston y Sarlo;12 relacionado, a su vez,
con la función de disidencia intelectual que habría cobrado –pensada en su
carácter discursivo– la literatura del período, sería contradictorio, en principio,

11
Dice De Diego (“Novela y representación”), en lo que sería una buena síntesis de lo que la crítica
en general ha entendido por la “negatividad” supuestamente común a las obras de Saer y Piglia:
“Contra el afán totalizante del realismo clásico, contra los juegos experimentales de una vanguardia
agotada, contra la barbarie monolítica y excluyente del discurso autoritario, contra las variadas
formas del progresismo bienintencionado, contra la pretendida transparencia de los mensajes
mediáticos: allí es donde la literatura se encuentra con la política, en una política de la escritura”
(181).
12
Sarlo le asigna al discurso literario de este período una función clave de reparación de la
subjetividad y simbolización de aquel núcleo traumático motivado por la experiencia del
terrorismo de Estado, ausente hasta entonces en la esfera pública.

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del programa de Adorno, que se sostiene en la denuncia del problema de la utilidad
de la obra de arte. Aunque se desmienta enfáticamente que la función de las obras
escritas en esos años haya sido brindar respuestas articuladas y completas, en lo
relativo a Respiración artificial, al afirmar que la novela es “una consideración
específica de la Argentina y un examen abierto de la cultura –historia, filosofía,
literatura– del mundo occidental” (Balderston 174) el razonamiento anuncia una
verdadera puesta en tensión de la hipótesis de la negatividad del arte de Piglia. La
mención al supuesto alejamiento de un sentido único que clausure el enigma del
presente, referido al modo en que esta literatura es crítica de este, asume que la
forma del relato en Piglia no degradaría la palabra a un sistema de efectos y por lo
tanto, omite que la obra está puesta al servicio de la construcción de un “gran
relato” (fragmentado, sí) de resistencia, contrahistórico, en el que los personajes
fracasados “fracasan” solo en apariencia.13 La operación de leer antitéticamente el
discurso de la literatura enfrentado al discurso autoritario del período, le vedó a
la crítica de entonces la posibilidad de analizar qué elementos aún identitarios
persisten en la visión “optimista” de la cultura que se desprende de Respiración
artificial.14
Crisis de la narración y sustitución de esta por un orden impersonal en el
que la memoria subjetiva se constituye al modo de “archivo”, es la idea rectora
para caracterizar Respiración artificial en los artículos de Sazbón, Morello-Frosch,
Avelar, y De Grandis, entre otros.“Texto total”, “texto sin afuera”, “texto-
biblioteca” (Avelar 210) serán los significados que de un texto a otro se reiteren, en
alusión al carácter autoficcional del relato, clausurado sobre sí mismo, como
correlato de la ruptura de la subjetividad moderna desprovista de singularidad. La

13
Balderston aduce que el carácter ambiguo de la novela consiste en la oscilación entre la creencia
en el acceso a la verdad secreta de la historia por parte de los personajes y la frustración de este
proyecto y sus consecuencias opacas que solo alcanzan el estatus de aproximación (174).
14
Aspecto que Sarlo, en parte, develará por primera vez en un artículo en el que contrasta las
representaciones del saber que se extraen de las ficciones de Piglia y Saer. En lo que sin duda debe
ser considerada una rectificación, en “Ficciones del saber” (1988) Sarlo se desdice, sin explicitarlo,
de algunos de los principios estéticos que en artículos anteriores consideró como representativos
homólogamente tanto de Saer como de Piglia, en un intento claro de deslindar ambas poéticas. Su
posición se centra en defender la idea de que la “negatividad” solo sería un atributo de la poética
conjetural de Saer, no compartida con las representaciones aun demasiado “afirmativas” del saber
enciclopédico que se desprende de novelas como Respiración artificial.

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crítica ha considerado de manera absoluta que la práctica conjunta de la
combinatoria citacional y la hibridación genérica en la novela, herencia borgeana,
tiene como finalidad relativizar tanto la tipología genérica con el objeto de
abandonar los esquematismos del sistema literario institucionalizado (De Grandis
208), como la ilusión de imitación de lo real. La práctica de intercalar lo policial
junto con la ficción critica, a través de un profuso entramado de citas, que
reescribe a Borges, y de manera indirecta revisa el imaginario revolucionario,
“integrándolo y a la vez cancelándolo” (De Grandis 208) habría modificado el
horizonte de expectativas del período, al permitir acercamientos inéditos que
flexibilizaran las series literarias. No obstante, cabe señalar que en textos como el
de Balderston o Newman, la mención del carácter vanguardista de texto “abierto”
(177, 179) de Respiración artificial, que sería al mismo tiempo una novela policial,
epistolar y un “roman philosophique” sin dejar de ser una novela política que da
testimonio de la violencia del período, no da precisiones sobre la jerarquía de esos
factores. Simplemente, se asume, en el caso de Newman, que la novela es la
continuación de las novelas históricas y testimoniales de los escritores de
izquierda del período anterior pero que en su carácter experimental sería a su vez
superadora de la novela realista política de izquierda (180).15
El elogio del “sincretismo” de Respiración Artificial alcanza su última
expresión en los dichos recientes de Martín Kohan en un texto conmemorativo:
La inteligencia de Piglia es, a un mismo tiempo, narrativa y crítica, por
eso narra cuando ensaya y ensaya cuando narra (…) Piglia hace que los
formalistas rusos resuenen en sus planteos (por algo les dio el lugar que
les dio en una novela como Respiración artificial, en la que la teoría se
narra) y define lo literario en el artificio de un lenguaje que se desvía de
las normas de su uso social (s/p).

15
Edgardo Berg, en la misma línea que la crítica de Newman, apela a la figuras del entrecruzamiento
de tradiciones que desfigura los límites entre la alta cultura y los géneros producidos por la cultura
de masas, para describir la poética del autor. En relación a la cuestión genérica, el otro crítico que
busca otorgarle una filiación “vanguardista” a la obra de Piglia, a partir de su hibridez constitutiva,
es De Diego (“La novela de aprendizaje”): “Es evidente que Piglia con Respiración Artificial quiere
pasar a integrar esa tradición que funda Facundo, que él denomina “el libro extraño”: mezcla de
ensayo, panfleto, ficción, teoría, relato de viajes, la autobiografía (…) La hibridez, entonces, ya no
es un demérito, ni siquiera una mera característica de nuestra literatura, sino aquello que la define
como tal, ya que permite precisar una línea valorativa: los mejores textos de nuestra literatura son
textos de mezcla”.

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Este tipo de enunciados elogiosos del vanguardismo inherente al carácter
intercambiable de ficción y discurso crítico, función en apariencia dominante de
la poética de Piglia, son inútiles para contrastar si el hecho de que la narración se
convierta en reflexión, o en cambio opere su variable inversa, son lo mismo. Que
la teoría se narre en proporciones superiores a lo que no es teoría en el cuerpo de
la novela podría ser otra forma de reconducir la lengua a un uso social del que en
principio se abstendría. La visión de la constitución híbrida de la entonces nueva
ficción política, que se contenta con presentar este hecho en sí mismo como
superador de las antinomias tradicionales, elimina todo lo potencialmente
conflictivo que encarnaría ese sincretismo para una auténtica estética negativa.
Señalar que la narración y el ensayo crítico sufren una fusión en los textos de Piglia
evita evaluar si la función general del ensayo cultural en la que predomina la
mirada del crítico y del lector excéntrico que “promueve síntesis imprevisibles y
combinaciones inimaginables” (Berg 69), no atenta, precisamente, contra lo
particular literario.
Siguiendo el razonamiento de Adorno, la obra autónoma se rige por el
principio de su estructura interna y no por la eficacia comunicativa. Cuando la
literatura es una cuestión conceptual en la que todo tiene que ver con significados,
colabora con el principio de la fungibilidad y el intercambio abstracto que domina
las relaciones sociales en el mundo administrado, al volverse sustituibles de
acuerdo al criterio general que las englobe. La paradoja estética de las obras de
tesis, precisamente, es que la forma al quedar supeditada al mensaje, no asumiría
lo expresado al nivel de los medios artísticos más avanzados. Cuando la crítica
reconoce, en última instancia, que el sentido del alegorismo de la obra de Piglia
radica en el valor que adquiere como “metáfora del destierro colectivo” (Sazbón
44) o en la ficcionalización de saberes sobre la historia y la literatura, por más
excéntricos que pretendan ser, la perspectiva de leer la novela solo en su carácter
vanguardista podría revelarse como automatizada.
La figura del “archivo” que menciona Morello-Frosch como subyacente al
enunciado de esta novela bajo el formato de “cita de citas” —noción deudora de la
crítica pionera de Sazbón de la obra— describiría el sentido de la diseminación de
la historia en un “corpus de datos” (150) que el narrador-cronista debe interpretar.

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Al ser un texto sobre la historia cuya hermenéutica contemplaría una inacabable
sucesión de otros textos y teorías de las versiones, no habría un “afuera” de la
escritura —señala en clara jerga derridiana— que exceda la producción y
decodificación de una vasta red asociativa de signos. La insistencia en la crítica de
la cultura y la historia, presentadas en el marco de discusiones y comentarios
entre intelectuales, descubriría a estas en su carácter diferido o mediatizado como
una alternativa al discurso autoritario de la dictadura, de naturaleza intransitiva
(monológica, en palabras de Sarlo). 16 La metaliterariedad, el comentario sobre
cómo hacer un texto, que sería el principio constructivo del libro, explicaría tanto
la abundancia de referencias sobre la escritura que aparece en la obra como la
ficcionalización del ejercicio crítico.
Llegado este punto de la argumentación, la crítica asume como precario ese
tópico central de la novela que es la conversación. La reducción de la sociedad a
un número delimitado de personajes que se dedican a discutir entremuros o
dialogar a través de cartas supone para Morello-Frosch que la comunicación sea
“precaria”, sujeta a las interrupciones y posibles interferencias que acarrearía la
censura (151). Admite, por un lado, que los “personajes viven para hablar, para
comentar, para reflexionar”, de una forma u otra, pero desliga completamente esa
preponderancia de la materia discursiva social, presente en el intercambio
compulsivo de opiniones y conceptos, de un supuesto carácter abstracto; y en
contraste, destaca la “extraordinaria materialidad del lenguaje y de los conceptos
enunciados” (152) sin dar precisiones al respecto. Sería solo en la segunda parte de
la obra, entiende Morello-Frosch, en la que la función constructiva es la
conversación, y no ya la articulación de diversos textos escritos a partir de
diversos enunciadores y dislocaciones temporales, en la que el aspecto ficcional
parecería desaparecer (160). 17 El énfasis en la capacidad conceptual de los

16
En síntesis, el dialogismo y la hiperliterariedad serían, para Sarlo, los antídotos contra el sentido
totalitario que regía en la sociedad. Estas ficciones habrían propuesto un modelo comunicativo
tendiente a la perspectivización “frente a un monólogo cuyo efecto era fijar sentidos para una
sociedad que debía ser reeducada en ellos” (Política 328).
17
El primero en emplear el recurso de seguir la partición en capítulos del texto para discriminar
una primera sección en la que el predominio de lo ficcional se invertiría luego en su continuación,
en la que primaría el “enjuiciamiento de productos literarios”, fue Echavarren. “La primera es
narrada a través de un intercambio de cartas. La segunda tiene la forma de un diálogo entre
interlocutores presentes. La primera parte es propiamente invención, ficción, literatura. La

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participantes que sugieren estas conversaciones estaría sujeto a la función
paródica de lo que la crítica denomina “payada intelectual”. No obstante, la
veracidad de este juicio crítico parece agrietarse cuando, al referirse a este
segmento de la novela, Morello-Frosch hace alusión a un tipo de apropiación casi
paródica pero no distanciada del estilo de la payada (161). Es confusa, además de
paradójica, la afirmación, dado que no queda claro en qué sentido un discurso
paródico podría no estar a distancia del objeto que parodia, a menos que su
función no sea precisamente ironizar sobre este. Según ella, la parodia quedaría
señalada en el procedimiento de revelar los métodos por los cuales se establecen
los modelos literarios, sugiriendo formas de lectura alternativa mediante la
conexión de textos dispares y asociaciones inéditas que relativicen el sentido
autorizado de estos. Sin embargo, la abundancia del uso de procesos verbales del
tipo “introduce” o “sugiere” en los enunciados abocados a la defensa de la tesis de
la parodización demuestra más bien lo contrario; que el procedimiento de citación
y crítica de intertextos en Respiración artificial refiere a contenidos de las
conversaciones, 18 supuestamente parodiados, o “quasi parodiados” (en palabras
suyas) más que a elementos que indiquen la estilización y por ende el
distanciamiento de esos contenidos, lo que probaría el predominio de lo
conceptual por sobre lo formal,19 o de la sátira (cuyo impulso crítico, es sabido,
tiene un “ethos” extraliterario) por sobre la parodia. Cuando Morello-Frosch
concluye diciendo que la parte final es una “propuesta de refuncionalizar la
tradición literaria argentina y universal, reprogramarlas, creando
discontinuidades y aperturas insospechadas bajo el canon dominante” (162), esta
afirmación, nuevamente, demuestra que se desprende del aspecto temático de los

segunda ofrece una contrapartida crítica” (2). Finalmente, aclara que, en verdad, no habría tal
contraste porque la exploración de las fantasías históricas de la primera parte implican la misma
capacidad especulativa y una crítica de la cultura.
18
La payada intelectual “produce”, en términos de Morello-Frosch, tanto una “revisión” de la
literatura argentina como un “análisis crítico” del racionalismo (160).
19
“Se nos sugiere en estas conversaciones que la teoría de Mein Kampf está preconcebida en la obra
de Kafka; que Borges satiriza la constante argentina de la hipererudición (160) (...) Introduce
también esta discusión una crítica de la imitación como forma de homenaje y una crítica de la
literatura como imitación de otros discursos (161). Esto confirma la hipótesis de Prieto: Respiración
artificial es una novela de “ideas” enunciadas de modo indirecto por los diversos narradores-
intelectuales que disertan con ingenio, aspecto que por otra parte, refuerza el efecto de verdad de
esos enunciados (443).

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enunciados polémicos de Renzi. Si la segunda parte, como bien lo señala, es la
“justificación teórica” (162) de los esfuerzos interpretativos de la primera es porque
jerarquiza la totalidad de los elementos que componen la novela, incluyendo
también los autorreflexivos.
La idea, esa forma de trascendencia, que según Adorno con la literatura
modernista deja de ser el sentido de la obra, y en lugar de eso se transforma en
una especie de material de segundo grado (Intento de leer 270), sigue dándole
unidad y coherencia estética a la novela. No alcanza con explayarse sobre los
alcances de la parodia en la actualidad –y este razonamiento se hace extensivo a
todos los temas sobre los que la novela ensaya– si el contenido no alcanza lo
expresado al nivel de los medios artísticos. No es consistente, por lo tanto, que
Piglia haga que uno de sus personajes reconozca que habla a través de citas, y se
compare a Beauvard y Pecuchet, los grandes charlatanes de la literatura (Piglia
118), si para Renzi el significado de la parodia se vuelve un saber culto,
contrahegemónico, a lo sumo, pero pleno de sentido. Los pensamientos, aun
tendiendo a la impureza por el carácter combinatorio del sistema de citado, no
alcanzan a estar reducidos a “basura cultural” (Adorno Intento de leer 270), es decir,
a exhibir la parodia del código, del metalenguaje de la crítica cultural.20 La obra
“dice” de sí misma ser negativa en el énfasis con que se toma la construcción de
una filiación modernista a través de una larga estela de citas de esa tradición. “No
niega en modo alguno: solo afirma negar” (Arce 14).
Implícitamente, esto queda señalado en el cuestionamiento que le hace
Sarlo al texto, al decir que Respiración artificial “toma a la cultura en serio”
(Ficciones 357). La confianza plena de Piglia en el carácter explicativo del discurso

20
Antes de Morello-Frosch también Sazbón señaló el supuesto carácter paródico de la novela, en
alusión a la estructura especular y las continuas duplicaciones que asedian la narración de la
historia. En cuanto a la función de la conversación, a diferencia de Sazbón, quien cree que la
totalidad de la novela debe leerse como una “conversación” con la tradición literaria, que oscila
entre el sarcasmo y el homenaje admirativo, Morello-Frosch advierte que la ironía podría estar
dirigida al código mismo de la discusión intelectual. De Diego (“La novela argentina”), en esta misma
línea, opina que las referencias constantes a textos ajenos serían una forma de apropiación
paródica que adquiere su valor transgresivo por saturación y mixtura (9). La novela ensayística se
parodiaría a través del recurso de la narración autobiográfica del discurso crítico y la instauración
de un “verosímil ambiguo que diluye las referencias a través del apócrifo.” (La novela de aprendizaje
6)

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ensayístico, que se deja ver en la seguridad aforística de su “vocero” intelectual
(Sarlo Ficciones 356), Renzi, devela la gran impostura acerca del aparente carácter
fragmentario y supuestamente conjetural en el que se asentaría el dispositivo
narrativo de la novela.21 El conocimiento que exhibe solo es accesible para alguien
que se maneja con experticia en el estado de las discusiones que dividen el campo
literario; aspecto que se infiere de la seriedad enciclopédica con la que Renzi toma
posición y diserta sobre la literatura.22 Novela saturada de nombres propios y de
hechos significativos de la historia cultural, aparentemente menores o
contraculturales, más afín al discurso periodístico, revisionista, que al
enmudecimiento que acarrea la lenta disolución del sujeto y junto a él de sus
saberes;23 esa necesidad de referencialidad permanente en una red de significados
culturales “legítimos”, precisamente, es el punto que no alcanza a
desterritorializar nunca el texto. Esa clase de saberes se vuelven “autorizados”
como un efecto de la composición, dado que sus contrincantes dialécticos siempre
están a un nivel ideológico hiperbólicamente reaccionario que impide un
dialogismo auténtico.24
En este sentido, adherimos a la tesis de Martín Prieto que califica
Respiración artificial como novela fallida debido a que los personajes serían ante
todo “ideas” (a lo que habría que agregar que al no distinguirse unos de otros, son
la misma idea); lo que pone en evidencia la primacía de lo ensayístico por sobre lo

21
Lo indeterminado e indecidible entre ficción y verdad de un relato que dramatiza la oposición de
modelos y verosímiles estéticos en tensión, como afirma De Diego (“La novela argentina”). Según
este, la novela no haría más que reproducir, en los distintos niveles textuales, la tensión no resuelta
entre lo referencial y lo autorreferencial (11).
22
Lo mismo cabe para Tardewski, doble de Renzi/Piglia, que teoriza de manera inverosímil sobre
la automatización de las formas del discurso con la solvencia y el andamiaje conceptual de un
formalista (194).
23
El primero en señalar los defectos de composición de Respiración artificial que negarían su
experimentalismo fue Aira, cuando afirmó que la novela, por estar saturada de saberes y temas
mitológico-sociales, aniquila la ficción.
24
Marconi, el intelectual provinciano, en cuyo retrato sin duda hay una evidente carga de
ridiculización y grotesco (préstamo de Bustos Domecq) que admira a Enrique Banchs y escribe
sonetos, y discute solo con clichés de la crítica literaria (Arlt escribe mal) no es rival para Renzi
quien, en cambio, tiene hipótesis de suma originalidad y modernidad teórica y no deja cabos
sueltos; síntesis de los valores de la crítica literaria de vanguardia argentina, que reniega de
Cortázar, reivindica a Arlt en la herencia de Contorno y apunta contra los mismos escritores, como
Mujica Láinez, por “estilistas”.

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novelesco.25 No sería la discontinuidad y la fragmentación del sentido el elemento
formal dominante de la novela sino la unidad conceptual. La obra en su
inconsciente político tiende a la organicidad, es decir, a un orden unívoco del
discurso (la unidad de los destinos de los “desautorizados” de la historia grande),
precisamente por la característica de revelarse esta como discurso crítico de
disidencia, “conscientemente marginal” (Morello-Frosch 158). Al nivel de
contenidos, la obra está tan llena de erudición y pedagogismo que niega lo que de
avanzado puede integrar en su forma. Que Piglia cuando narre ensaye, no solo
puede significar que deje de narrar al modo tradicional acorde a una mímesis
ingenua (en ese momento de la historia, insostenible) sino también que
instrumentalice la palabra literaria, haciendo de la anécdota erudita y el afán
revisionista el verdadero objeto de una escritura que disimula su ideología formal
detrás de los procedimientos de discontinuidad narrativa.
Reconocer que Respiración artificial asienta la narración en una cadena
asociativa de personajes unidos por condiciones comunes de exilio o
marginalidad, como hace Morello-Frosch (151), es otra forma de admitir el carácter
alegórico26 de esas figuras guiadas por un tipo de identidad común, histórica y
arquetípica a la vez. 27 La saturación de referencias históricas y de consignas
políticas del tipo “hay que armar a la peonada”, para prefigurar el izquierdismo
intempestivo del senador Ossorio, o de significantes del campo político usados
para denominar a personajes reducidos a tipos sociales (“ella pensó que yo era un
anarquista” (25), si se refiere a lo que se decía del “radical” Magg) 28 parecería
contradecir la tendencia del texto a la autorrepresentatividad y la elipsis que lee
la crítica en él. La Historia una y otra vez, significante amo de cada uno de los
comportamientos, vigila y da sentido a las acciones de estos personajes en
apariencia “menores”. Una vez muerto el escritor Ossorio, aclara: “dos semanas

25
“En todo caso, y más como en un ensayo que como en una novela, los personajes son
principalmente sus ideas” (442).
26
En el sentido clásico de lo alegórico: referido a aquella literatura que parece evocar “una
completud simbólica del sentido” (Sarlo Política 332).
27
Podría remitirse también a la definición de Lukács de la tendencia al símbolo y al alegorismo
propios del subjetivismo de la novela vanguardista.
28
O en el caso de Enrique Ossorio se lo menciona con los siguientes epítetos: secretario privado
de Rosas, ilustrado, hombre cercano a la Generación del 37 (Sarmiento, Alberdi, Gutiérrez), exiliado
en Norteamérica, que frecuenta al escritor Nathaniel Hawthorne.

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más tarde Rosas, era derrotado por Urquiza en Caseros” (29). Con el monólogo del
senador Ossorio ocurre algo similar; su historia trágica lo señala como víctima
involuntaria de la Historia. En una escena rebosante de tipicidad un acaudalado
terrateniente de la pampa húmeda es herido por accidente en una celebración por
el día de la Patria, en presencia del embajador inglés. La perspectiva de la escena
es un calco del historicismo en grande de Maggi/Renzi, desviado de la historia
oficial. El senador Ossorio representa al exiliado (o más bien el autoexiliado)
ideológico, en este caso, de su propia clase y repite el lugar simbólico del
antepasado Ossorio y del historiador Maggi: el del desterrado, que lee en la historia
privada el correlato de la historia nacional, de manera contrahegemónica. 29 La
muerte en un duelo de su padre tuerce el rumbo de la historia argentina: “permite
explicar las condiciones y los cambios que llevaron al poder a Julio A. Roca” (Piglia
53). El sentido “metaforizante” que se le asigna al relato de la saga familiar de los
Ossorio en tanto doble de la historia nacional crea un sistema de
correspondencias unidireccional, que, por todos los medios, busca despertar la
sugestión de lo revelador. Esquema simplificador que realza la supuestamente
abandonada estética realista, por su excesiva necesidad de otorgarle un verosímil
histórico a la acción que, para tratarse de una ficción interrogativa, como cree la
crítica, parece más un intento deliberado de escribir una versión alternativa de la
Historia oficial, al modo de la novela histórica.
En resumen, el defecto de la novela es la explicitación excesiva y la
hipersignifcación del valor simbólico de los personajes y su función
indudablemente contrahistórica. “¿Hay una historia?” (Piglia 13) La respuesta es:
sí, la hay por donde se la mire en la novela, pero atravesada además por una
metafísica de lo idéntico. El delirio historicista de Maggi reproduce en escala el de
todos los personajes, y por ende el de toda la novela, y como conclusión, el del
evidente autor implícito. El “historicismo” de Maggi-Renzi, nunca lo
suficientemente dialogizado dado que el senador Ossorio lo practica de igual

29
Préstamo paródico o no, la obsesión de fijar en la genealogía personal la historia de la nación es
un tópico de la literatura de Borges que Piglia estudia en esos años. Esa voluntad de volverse
arquetipo, fiel a un idealismo que sintetiza incluso las más acentuadas contradicciones históricas,
de cuño borgeano, se exhibe en el antepasado Enrique Ossorio, cuando afirma “soy todos los
nombres de la historia” (61) al referirse a su exilio forzado, igualándolo al de su verdugo, Rosas.

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modo y así también su sobrino, es la prueba de la ausencia de sujetos particulares:
cada comportamiento descrito está en función de alguna idea o concepto general
que vienen estos a encarnar, haciendo de la ejemplaridad, al modo lukacsiano, el
criterio para significar el mundo. Ossorio es el “desterrado”, “el hombre utópico,
por excelencia”, el anti-Sarmiento (su reverso histórico en la época de Rosas),
romántico y partícipe de los principios organizadores de la cultura nacional (solo
en la página 31). Las formas de nombrar su significado histórico no se
econonomizan. Lo que Sarlo muy sutilmente le cuestiona a Viñas en la novela
Cuerpo a cuerpo, la sobresaturación de detalles de la historia argentina, propia de
un texto hiperlocalizado barrocamente, es extraño que no lo haga con Piglia,
cuando en verdad es un caso perfectamente equiparable de compulsión
referencial.
Es evidente que en Respiración artificial su relación con las referencias
históricas, políticas y culturales está hipersignificada. A diferencia de lo que opina
De Grandis, más que afectar la referencialidad del relato, el autor implícito,
enmascarado en sus personajes, en la profusión de “citas” (referencias) sobre las
que se sostiene la débil trama narrativa, no hace más que una y otra vez zurcir la
historia familiar de los personajes a la historia grande, apelando al procedimiento
ejemplar del verosímil realista.30 Como en la novela realista, tal como lo teoriza
Lukács, en la que la vida individual y privada de los personajes, siempre tiene su
correlato en algún hecho trascendente de la historia general (hecho que constata
en Tolstoi, Guerra y paz, o en las novelas históricas de Walter Scott) Respiración
artificial por su acentuada tendencia a la abstracción historizante, parece más
heredera de esa tradición que del realismo fragmentario o elusivo del modernismo

30
En la autobiografía de Ossorio (no sabemos si ficticia o documental) se sintetiza el recurso
dominante de toda la novela, de entretejer fragmentos de la historia privada de los personajes con
la historia argentina y universal: las menciones al antepasado esclavista que reniega del
advenimiento de la Revolución Francesa, la madre de Enrique O. que vive una pasión romántica
con el hijo natural de Napoleón Bonaparte; o si quiere acentuar el clima de desesperanza que reina
en el país luego de la muerte del “General”, “donde ya nadie se acuerda de los pobres”, narra un
“pobre” peronista, que vive en el campo y que cita pasajes del libro Martín Fierro, y cuestiona a los
liberales, y se lamenta porque los “cazaron a todos”, como si todos los peronistas de la época se
hubieran sentido identificados con la izquierda revolucionaria y el criollismo. Los personajes en
toda la obra no superan la densidad del estereotipo que pierde particularidad por su forzada
pretensión de ser una síntesis histórica, propia del que reconstruye una época con la intención de
resaltar sus hechos más destacados.

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a lo Saer. Antes que cuestionar paradigmas de pensamiento sobre la historia
concebida como proceso evolutivo, a partir del principio de fragmentación y
superposición temporal, como cree De Grandis (207), la perspectiva de selección
de los personajes según la lógica de la semejanza produce el efecto más bien
opuesto al de la dispersión del sentido. Así, la estructura de la identidad que
domina tras el recurso del paralelismo histórico, que rige la estereotipia total de
los personajes, clausura el problema inicial planteado acerca del desasosiego por
la pérdida del sentido de la experiencia histórica. El sentido de los hechos
históricos no escapa a la interpretación como ocurriría en una auténtica ficción
interrogativa, cuando en todo momento se afirma el carácter cíclico y repetitivo
de la historia nacional.

Consideraciones finales. Acerca de la “alegoría” en Respiración Artificial como


negación del kafkismo
Piglia escribe en Respiración artificial versiones contemporáneas de las
fábulas kafkianas, sostiene Sazbón. El otro autor que busca una filiación
“vanguardista” a la obra de Piglia a través de Kafka es De Diego (“Novela y
representación”). Cuando se propone desarrollar el sentido de los desvíos
genéricos de su obra hacia lo que llama el propio Piglia “la ficción paranoica”, su
hipótesis es que el precursor de este tipo de ficción es el autor de El castillo. Una
de las cuestiones que más se prestan a confusión es que la novela cita a Kafka,
toma algunas de sus ideas para generar correspondencias con otras internas a la
novela, lo que no la vuelve inmediatamente kafkiana. 31 Kafka es el hombre
representativo de nuestra época, opina Tardewski. El único que se enfrenta al
dilema ético más trascendente: cómo escribir después de Auschwitz. “¿Cómo
hablar de lo indecible?” (Piglia 214). La contradicción radica en que los personajes
de la novela, todos alter ego de Tardewski, ninguno sigue la lección de Kafka, por

31
La obra de Piglia trabaja insistentemente en pos de un efecto de recepción que la crítica
mayoritariamente ha consentido: no hace otra cosa más que señalar una filiación desde la que
pretende que se la lea: citar a Joyce, a Proust, a Kafka, a Faulkner, a Tinianov, a Borges, a Arlt ha
favorecido los términos de su catalogación como alto modernista. “Máquina de repetir y conectar
los grandes nombres propios de la literatura, el método narrativo de Piglia se sostiene en la
búsqueda de alianzas tácticas” (Berg 69).

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más que la conozcan y la puedan enseñar, incapaces de habitar como extraños en
la lengua de la cultura.
En el orden cerrado en el que transcurren las fábulas herméticas de Kafka,
un mundo desprovisto de sentido, totalitario y paralizador, la alusión política,
señala Adorno, es algo totalmente ajeno. El mundo que retrata Respiración
artificial, en cambio, aunque transcurre durante épocas diferentes, siempre es el
mismo: el del destierro individual como epifenómeno de lo colectivo, que asume
el aire tranquilizador de hallarse anclado en un continuo histórico preciso, por una
suerte de relato melancólico articulado en una lógica de ganadores y perdedores;
“aprendizaje” que se independiza de la estructura fragmentaria de la novela. Por
este motivo es problemática la afirmación de De Diego (“La novela de aprendizaje”)
acerca de la presencia de la estructura de aprendizaje que, según este, articularía
la heterogeneidad de los modelos genéricos, desempeñando una función
dominante en la estructura general de la novela. En los hechos, Renzi es más lo
que enseña que lo que aprende: el didactismo 32 al que tiende su discurso anula
cualquier supuesta iniciación; ya es un iniciado. Obras como Respiración artificial
(Adorno se refiere a estas como obras de tesis) afirman el sin sentido desde un
sentido estético unívoco, visible a partir de intenciones subjetivas sólidas como las
de Renzi, lo que termina por desmentir su propio contenido crítico. Si el carácter
alegórico de Respiración artificial se vincula, como cree Avelar con las nociones
de límite e imposibilidad, esto se debe, en buena medida, a que la insistencia en
estos aspectos se da en el plano de lo temático (la recurrencia del tema del fracaso
y de los vencidos). La novela, por todos los medios, traiciona su teoría.
Únicamente renunciando a la transmisión de un sentido que ya no existe en
la totalidad social, podría el arte liberarse de la ideología, y actuar como resistencia
a esta, creía Adorno. La preservación de la no identidad de sujeto y objeto es el
deber máximo (en términos éticos) del novelista contemporáneo para no falsear
un tipo de reconciliación estética que en la sociedad está negada. Si el arte encarna

32
Aclaremos que según De Diego, esta función es “levemente paródica” (8) –lo que nos recuerda al
carácter casi paródico de la payada literaria que señala Morello-Frosch– por la marginalidad del
ambiente y los personajes que elucubran sobre asuntos literarios y filosóficos, supuestamente,
ajenos a la academia.

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la promesa de felicidad negada por el mundo administrado, lo hace a través de su
mímesis de lo otro, que al resistirse a la reducción subjetiva, protegería algo de la
cualidad enigmática de los objetos. Ese rol de la mimesis en el arte, entendida
como encuentro con la otredad en una experiencia en la que el otro sea tratado
de un modo no dominante, no inclusivo ni homogeneizante, es lo que Respiración
artificial transgrede por ser incapaz de escapar a la sugestión del sentido (Wellmer
24). Al no poder revertir la tendencia cosificadora del pensamiento conceptual,
que todo lo uniformiza bajo la forma de la alegoría política, la novela no hace honor
a la perspectiva utópica que Adorno asocia al concepto de síntesis sin violencia
(Wellmer 27).
Por todo esto, nos oponemos a convalidar lo dicho por Sarlo, apelando a las
categorías del Adorno de Dialéctica negativa: la literatura vanguardista, portadora
de un contenido de verdad dado por su impulso crítico, habría restaurado en ese
período la diferencia y la no identidad, cuando en tiempos de la dictadura estas se
habían suprimido en nombre de la identidad (349). Si fuera la elipsis, como afirman
Sarlo y De Diego, el procedimiento esencial de la literatura de Piglia, según esa
dialéctica de lo esquivo en la que se construiría el sentido, entre la omisión y la
sugerencia cifrada, que en última instancia no haría sino multiplicarlo y diferirlo
en otros textos, no debería la novela producir ese efecto de lectura, llamada (con
toda razón) “metafórica” por Sazbón, acerca del destierro colectivo y la unidad
teleológica del destino histórico de los intelectuales, sin incurrir en una
contradicción.
La lectura hegemónica de Respiración artificial afirma que el relato elude la
toma de posición sencilla sobre la realidad política de 1980, poniendo, al contrario,
enteramente el acento en la exploración del problema de la “narrabilidad de lo
político” (Avelar 212). Sin embargo, es observable que la relación de alegorización
entre pasado y presente en la novela se guía por un sistema de equivalencias entre
los personajes-narradores que afirma subrepticiamente una identidad histórica
común, la cual desmiente los contenidos que sugerirían la inevitable imposibilidad
de apresar una totalidad coherente, al quedar negados en la ley formal. Daría la
impresión de que Piglia es un escritor demasiado fácilmente alegórico. Sus

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alegorías son fábulas del exilio colectivo, lo que diferiría de modo radical con el
método alegórico kafkiano. Todo indica que la crítica de su tiempo y la deudora de
esas interpretaciones hoy ya clásicas forzaron la supuesta adhesión del programa
narrativo de Piglia a la estética adorniana y benjaminiana. Lo que entienden como
su participación en el proceso de elaboración de un nuevo orden simbólico que
posibilite una salida a la crisis de la experiencia 33 se revela como una apuesta
voluntaria en la novela por el dominio de la teoría (no importa su naturaleza, ya
sea desviada, o extravagante). Por eso en Piglia ya está resuelto lo que la crítica
dice motivar su compromiso estético: Respiración artificial al pasar
continuamente, como indica Kohan, “del saber de la literatura a un saber del
funcionamiento de la sociedad en general”, está impregnada de certezas y de
experiencias autorizadas por el pacto de reconocimiento cultural del que hace
partícipe al lector el hombre de letras. La erudición define la forma del relato; no
en el sentido autocrítico que afirma De Diego (“Potsdamer Platz”) según el cual ya
no habría experiencia al margen de sus modos de representación (5). Piglia-
narrador se hallaría muy lejos de la figura del escritor traumatizado que apenas
puede reconstruir sus experiencias, más bien debería situárselo del lado de la
riqueza del conocimiento.
Lejos de destruir la ilusión de la subjetividad y la ilusión del sentido, que
ponga de relieve la fragilidad y la regresión de la individualidad en el mundo
contemporáneo, como creía Adorno, nada es enigmático en la obra. Ningún detalle
queda fuera de la totalización del orden simbólico. No solo la combinatoria
citacional y la textualización de la historia no negarían la ilusión referencial de la
novela, como intentamos probar, sino que los cuantiosos préstamos textuales
producirían el efecto contrario a la desautorización de la verdad de los personajes,
por el mecanismo inverso de la autorización del discurso de la novela. Los

33
Es importante señalar que De Diego (“La novela de aprendizaje”), a diferencia de la hipótesis más
de tipo “deterministas” como la de Sarlo, entiende el carácter autónomo de la obra de Piglia en un
sentido de intransigencia formal, invariable en el tiempo, que incluso no habría sido alterado por
la realidad represiva del periodo dictatorial y por tal motivo no debe leérselo como “reacción” a
esta (190). En cuanto al sustrato benjaminiano de la novela, este entiende que la narrativa del
período se vio afectada por un fenómeno más general que los efectos de la dictadura, lo cual explica
la escisión entre experiencia y narración: “la decisiva y creciente influencia que ejerce el orden de
la representación en el procesamiento de las experiencias” (“Potsdamer Platz”).

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narradores intelectuales como sabios inconmovibles que sobrevivieran al colapso
de las experiencias comunicables y a esa nueva clase de barbarie que provenía de
los horrores vividos en dictadura, no experimentan la atrofia que conducía, como
pensaba Benjamin, al agotamiento de la cultura. La maquinaria narrativa del
profesor Piglia no falla. Su relato, paradójicamente, aún tiene la capacidad de
transformar la experiencia en tradición, aunque se presente con el aura del
contrasaber.

Bibliografía

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