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01 Homo Capax Dei
01 Homo Capax Dei
01 Homo Capax Dei
Introducción
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en la cultura, en la religiosidad y en la filosofía griegas, a causa de la particular relación
que la fe cristiana establece con ella en el curso de su larga historia.
Analizaremos también someramente el modelo antropológico – trascendental de
Karl Rahner, que nos hará comprender el giro antropológico ya antes mencionado,
además del apunte que hace a este mismo método Juan Alfaro.
’[“Conócete a ti mismo –
No demasiado – Empéñate, el daño está cerca”]: de estos tres preceptos délficos el
primero, inscrito en el arquitrabe del ingreso del templo de Delfos, ciertamente ha
tenido mayor suceso, gracias a la repetición socrática y filosófica, que puede haber
contribuido en parte a empañar su significado cultual y religioso originario. Si la mano
apologética –a partir de las referencias patrísticas– estaba acostumbrada a hacer
coincidir profecías (incluso cristológicas) en los oráculos sibilinos, hoy se impone una
mayor sobriedad. Y sin embargo, la llamada oracular al conocimiento de sí mismo
permanece, tanto así que constituye el primer momento de reflexión que la Fides et
Ratio propone, expresándose en los siguientes términos:
2
La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino de búsqueda. Desde que, en el
Misterio Pascual, ha recibido como don la verdad última sobre la vida del hombre, se ha
hecho peregrina por los caminos del mundo para anunciar que Jesucristo es «el camino,
la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Entre los diversos servicios que la Iglesia ha de ofrecer a
la humanidad, hay uno del cual es responsable de un modo muy particular: la diaconía
de la verdad. Por una parte, esta misión hace a la comunidad creyente partícipe del
esfuerzo común que la humanidad lleva a cabo para alcanzar la verdad; y por otra, la
obliga a responsabilizarse del anuncio de las certezas adquiridas, incluso desde la
conciencia de que toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total
que se manifestará en la revelación última de Dios: «Ahora vemos en un espejo, en
enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero
entonces conoceré como soy conocido» (1Co 13,12).
Yendo más allá de la reanudación medieval del dicho antiguo, nos bastará
señalar cómo los famosos versos de Séneca Illi mors gravis incubat, / qui notus nimis
ómnibus, / ignotus moritur sibi, hayan sido retomados programáticamente por
Descartes, en los albores del pensamiento moderno. La referencia a la moción en la
encíclica de Juan Pablo II se interpreta, oportunamente y valientemente, a partir de las
preguntas fundamentales, de las cuales nace para el hombre la empresa de la búsqueda
de la Verdad. Son palabras en las que resuena el íncipit de L’Action de Maurice Blondel
y por las cuales vale la pena el ponernos en guardia para evitar el intelectualismo y el
gnosticismo, que la inscripción délfica puede fácilmente activar.
3
vez que la filosofía parece devastar con gusto no sólo la instancia metafísica, sino que
también la reflexión del mal, del dolor inocente, resignándose a su imposibilidad,
parece, sobremanera, una apropiación teológica del tema, capaz de incidir en el
pensamiento filosófico contemporáneo para reclamar la responsabilidad a tal propósito.
Una última aclaración muy interesante y que nos debería ayudar a evitar la caída
en las redes de una captura filosófico – intelectualística de la inscripción délfica; se trata
de su sentido profundamente religioso, antes que filosófico: “Sobre el profundo
significado que la inscripción “conócete a ti mismo” comunicaba a quien entraba en el
templo para tener un acercamiento a Apolo y a su Oráculo, los estudiosos han llegado a
un sustancial acuerdo de fondo: Apolo invitaba al hombre a reconocer la propia
limitación y finitud y, entonces, exhortaba a ponerse en relación con el dios, sobre la
base de esta conciencia. Entonces, a quien entraba al templo de Delfos se le decía lo
siguiente: “hombre, acuérdate que eres un mortal y que como tal, te acercas al dios
inmortal”3. Con mayor razón tal invitación debería valer, en cuanto que no es el hombre
el que se acerca al Dios viviente, sino que es Dios el que se le manifiesta en la historia.
4
el texto griego se utiliza la frase “Palabra de Dios” para poder navegar en
manera más tranquila y segura, y quizás también más rápida). El deseo de la revelación
en tal caso no predetermina en ningún modo lo que será su contenido central, sino que
se dirige, por el momento, solamente a posibles logros filosóficos y antropológicos.
Sea la poesía como el pensamiento platónico dejan ver algo del destino del
hombre después de la muerte y de los orígenes del mundo y del hombre, para que estas
verdades fundamentales, capaces de conferir sentido a la existencia, puedan ser
acogidas con certeza por todos, se espera el advenimiento de la Palabra de Dios. No
podemos olvidar que será el pensamiento platónico, a través del medioplatonismo y
neoplatonismo, el que conferirá a la fe cristiana la posibilidad de configurarse como un
saber reflexivo (teología) en las grandes figuras de los padres de la Iglesia.
5
La metafísica aristotélica resulta pluridimensional y, así como ha sido
reconstruida por Giovanni Reale, consiente la individuación de cuatro dimensiones
constitutivas de tal saber, presentes y entrelazándose en la metafísica aristotélica y
determinando los desarrollos sucesivos de la historia de la metafísica: “La metafísica
aristotélica está constituida enteramente por términos y conceptos pluridimensionales y
polivalentes, y esto se refiere incluso al mismo concepto definitorio de “metafísica” o
“filosofía primera”, que constantemente, en el curso de todos los catorce libros, se
determina en cuatro modos diversos.”4 La primera dimensión del saber metafísico,
aristotélicamente entendido, es de tipo aitiológico, es decir, contiene la connotación, ya
presente en el primer libro y puesta en evidencia también en los otros libros, del
conocimiento metafísico como “ciencia o conocimiento de las causas y de los primeros
principios”5. En segundo lugar (pero no secundariamente), el saber metafísico se
presenta con la connotación de una dimensión ontológica. De esta manera al inicio del
libro III, la metafísica se define como ciencia del ser en cuanto ser y de todo lo que le
compete al ser en cuanto tal. Este sería el punto más difícil y delicado de todo el
sistema, a causa de la ulterior complicación que se presenta por la multiplicidad de los
modos en que se dice el ser. En tercer lugar el saber metafísico expresa una dimensión
ousiológica, tanto que se define con los términos de una “teoría de la sustancia”
(), donde el concepto de sustancia se utiliza como
fundamento de todos los otros sentidos a través de los cuales se expresa el ser. Por
último, no olvidemos la dimensión teológica () de lo metafísica: “Ella (la
ciencia metafísica), en efecto, entre todas (las ciencias), es la más divina y la más digna
de honor. Pero una ciencia solo puede ser divina en dos sentidos: a) o porque es ciencia
que Dios posee en grado supremo, b) o porque tiene como objeto las cosas divinas.
Ahora bien, la sabiduría (la metafísica) posee ambos caracteres: en efecto es convicción
común de todos que Dios sea una causa y un principio, y también que Dios,
exclusivamente y en grado supremo, tenga este tipo de ciencia. Todas las ciencias serán
más necesarias que ésta, pero ninguna será superior”.6
4
G. REALE, Saggio introduttivo, en ARISTOTELE, Metafisica, Vita e Pensiero, Milano 1993, p. 53.
5
Ibid.
6
Metafísica I, 2.
6
metafísica aristotélica es dado por la unidad dinámica y dialéctica de las prospectivas
ontológica, aitiológica y ousiológica, centradas en la instancia teológica.”7
Entre los lugares neo testamentarios en los cuales podemos encontrar una
notable atención a la cultura, la religiosidad y la filosofía griega, hemos de indicar, sin
duda alguna, el texto que presenta al apóstol Pablo en la ciudad de Atenas, en el cual se
encuentra también el famoso “discurso del Areópago”. La misma Fides et ratio reserva
a este paradigmático lugar neotestamentario una especial atención, cuando escribe:
Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anuncio cristiano tuvo que
confrontarse desde el inicio con las corrientes filosóficas de la época. El mismo libro
narra la discusión que san Pablo tuvo en Atenas con « algunos filósofos epicúreos y
estoicos » (17, 18). El análisis exegético del discurso en el Areópago ha puesto de
relieve repetidas alusiones a convicciones populares sobre todo de origen estoico.
Ciertamente esto no era casual. Los primeros cristianos para hacerse comprender por los
paganos no podían referirse sólo a « Moisés y los profetas »; debían también apoyarse
en el conocimiento natural de Dios y en la voz de la conciencia moral de cada hombre
(cf. Rm 1, 19-21; 2, 14-15; Hch 14, 16-17). Sin embargo, como este conocimiento
natural había degenerado en idolatría en la religión pagana (cf. Rm 1, 21-32), el Apóstol
considera más oportuno relacionar su argumentación con el pensamiento de los
filósofos, que desde siempre habían opuesto a los mitos y a los cultos mistéricos
conceptos más respetuosos de la trascendencia divina.
En efecto, uno de los mayores esfuerzos realizados por los filósofos del pensamiento
clásico fue purificar de formas mitológicas la concepción que los hombres tenían de
Dios. Como sabemos, también la religión griega, al igual que gran parte de las
religiones cósmicas, era politeísta, llegando incluso a divinizar objetos y fenómenos de
la naturaleza. Los intentos del hombre por comprender el origen de los dioses y, en
ellos, del universo encontraron su primera expresión en la poesía. Las teogonías
7
G. REALE, Saggio introduttivo, cit., p. 65.
8
Ibid., p. 152.
9
Ibid.
7
permanecen hasta hoy como el primer testimonio de esta búsqueda del hombre. Fue
tarea de los padres de la filosofía mostrar el vínculo entre la razón y la religión.
Dirigiendo la mirada hacia los principios universales, no se contentaron con los mitos
antiguos, sino que quisieron dar fundamento racional a su creencia en la divinidad. Se
inició así un camino que, abandonando las tradiciones antiguas particulares, se abría a
un proceso más conforme a las exigencias de la razón universal. El objetivo que dicho
proceso buscaba era la conciencia crítica de aquello en lo que se creía. El concepto de la
divinidad fue el primero que se benefició de este camino. Las supersticiones fueron
reconocidas como tales y la religión se purificó, al menos en parte, mediante el análisis
racional. Sobre esta base los Padres de la Iglesia comenzaron un diálogo fecundo con
los filósofos antiguos, abriendo el camino al anuncio y a la comprensión del Dios de
Jesucristo. (FR, 36)
Damos enseguida algunas claves interpretativas del texto (Hch 17, 15 – 34)
desde el punto de vista teológico – fundamental y en relación al tema de la praeparatio
Revelationis.
‹‹Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con una orden para
Timoteo y Silas de que fueran donde él lo antes posible. Mientras pablo les esperaba en
Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos. Discutía en la
sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios; y diariamente en el ágora con los
que por allí se encontraban. Trababan también conversación con él algunos filósofos
epicúreos y estoicos. Unos decían: “¿Qué querrá decir este charlatán?” Y otros: “Parece
ser un predicador de divinidades extranjeras.” Porque anunciaba a Jesús y la
resurrección. Le tomaron y le llevaron al Areópago; y le dijeron: “¿Podemos saber cuál
es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y querríamos
saber qué es lo que significan.” Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en
ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad. Pablo, de pie
en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los
conceptos, los más respetuosos
8
Curiosidad e interés de los atenienses hacia las religiones mistérico – orientales
y hacia “nuevas divinidades”.
En relación al tema de la praeparatio Revelationis, notamos que:
Pablo inicia su discurso con un apóstrofe de rector y una captatio benevolentiae.
Él, en efecto, habla de los atenienses como “hombres de temor de los dioses” y
aprecia el altar que han dedicado al dios desconocido.
Pablo cita al poeta Arato.
Sin embargo, Pablo no se sustrae de la tarea de anunciar el rostro de este dios
ignorado y lo hace citando Is 42, 5: “Dios ha hecho el mundo y todo lo que
contiene”.
A partir de esto ofrece tres afirmaciones fundamentales:
La inoportunidad de las imágenes y la condena de la idolatría con la exigencia
de salvaguardar la trascendencia de Dios (v. 29)
Dios no habita en templos hechos por el hombre, ni tiene necesidad de una
particular culto o sacrificio (vv. 24 – 25)
El hombre como única y verdadera imagen de Dios (es la afirmación más
desarrollada, vv. 26 – 28)
9
captar la percepción que los cristianos de los primeros siglos han desarrollado en torno
al problema.
10
cristiana y, por lo tanto, punto de referencia para las tareas de la teología moderna y en
particular de nuestra disciplina. La teología fundamental asume la forma de disciplina
de frontera, es decir, desenvuelve el papel de “centinela de la teología”, ejercitando la
mirada de la fe hacia el exterior, con la disponibilidad de “considerar todo y quedarse
con lo que es bueno” (1Tes 5, 21).
11
trascendental”. La contribución de una elaboración de un modelo de TF se trasluce en
Hörer des Wortes, obra que consideraremos con más atención, pero también en el
Curso fundamental sobre la fe. En el modelo antropológico trascendental se sigue la
reflexión iniciada por el método de la inmanencia cuya instancia es desarrollada con
otras categorías que siguen siendo modernas. De hecho la palabra “trascendental” es
usada según el sentido kantiano, y explica la referencia a las condiciones de posibilidad,
formales, “apriorísticas” del conocimiento humano, según lo que Kant había definido en
la Crítica de la Razón pura: “Llamamos trascendental todo conocimiento que se ocupa
no de objetos, sino de nuestro modo de conocer los objetos en cuanto que éste debe ser
posible a priori”: dicho en otros términos, trascendentales son aquellas estructuras del
sujeto a partir de las cuales puede conocer real y correctamente. Sin embargo, el
trascendental rahneriano presenta una diferencia esencial respecto al kantiano. Mientras
Kant niega el conocimiento del ser (noúmeno), porque las formas a priori confinan con
la dimensión teorética del conocimiento del ser sensible (fenómeno), Rahner admite un
trascendental “vertical”, o sea, la apertura del ser que funda la experiencia; de este modo
intenta conjugar la instancia moderna y la filosofía clásica: “La filosofía trascendental,
utilizada por Rahner, es moderna en cuanto a la formulación del problema
gnoseológico, pero de igual manera recupera la vía metafísica de la filosofía clásica. La
originalidad del pensamiento de Rahner no consiste en la elaboración de la filosofía
trascendental, sino en introducir en la teología el método antropológico-trascendental”13.
12
que, tiende a generar una fractura entre los dos órdenes. El aspecto problemático, según
Rahner, es la falta de tematización de las condiciones, de cómo un hombre pueda
aceptar el sobrenatural (es decir, la revelación), de la constitución esencial-trascendental
que permita al hombre recibir los contenidos revelados, de por sí inaccesibles. Por lo
tanto, se necesita partir del hombre y examinar su estructura ontológica constitutiva, de
la cual se pueda justificar el deber de estar en una actitud de escucha y de tener en
cuenta una eventual revelación; y partiendo de esta estructura se pueda mostrar que el
hombre es idóneo para escuchar la palabra de Dios.
Es necesario, sin embargo, precisar, como lo hace nuestro autor, que determinar
las “condiciones subjetivas” que hacen del hombre un ser oyente abierto a la revelación
no quiere decir que el hombre impone las condiciones a la revelación; su contenido no
es el correlativo dialéctico del hombre, la simple objetivación de la aspiración
determinable a la luz de la apertura. Se trata, más bien, de mostrar que la revelación no
contradice al hombre, sino que, al contrario, intercepta y “encaja” perfectamente con su
constitución ontológico-trascendental (metafísica).
13
“sólo si el ser del ente es por su naturaleza ‹‹logos››, el Logos encarnado de Dios puede
decir mediante la “palabra” lo que está escondido en las profundidades de Dios”. Esto
comporta, en el plano antropológico, que el hombre debe estar abierto para recibir la
comunicación que el ser absoluto hace de sí mismo (auto-comunicación) mediante su
palabra luminosa.
14
Rahner no esconde una dificultad: si el ser del hombre consiste en la total
apertura del ser, ¿Cómo evitar que la revelación no se reduzca a un conocimiento
derivable de la estructura esencial del hombre, como si fuera una necesaria e inmanente
evolución de la misma apertura, de tal manera que sea imposible la revelación como
acto libre de Dios? La trascendencia sobre el ser podría anticipar el contenido de la
revelación y así, se volvería a caer en el error del racionalismo condenado por el
Vaticano I.
El pasaje ulterior se delinea como determinación de cuál tenga que ser el punto
concreto en la existencia del hombre, en el cual él, tendiendo a la revelación, la pueda
escuchar realmente, en cuanto que Dios efectivamente hablase. Para responder Rahner
regresa a la pregunta de la estructura ontológica, de donde se puede mostrar cómo la
trascendencia del hombre (expresada en el auto-conocimiento) se decline en términos de
historicidad como connotación fundamental de su ser espíritu. Partiendo del análisis de
15
carácter receptivo del conocimiento, Rahner hace una “deducción trascendental” de la
historicidad del ser espíritu del hombre: “El hombre es histórico en cuanto que actúa
libremente, todavía más, actúa originariamente, en su trascendencia hacia Dios, por
tanto, en la determinación de su relación con el absoluto. Este momento, como es obvio,
es parte esencial de la historicidad del hombre. La auténtica historicidad se encuentra
sólo donde se encuentran la irrepetibilidad y la imprevisibilidad de la libertad”.
16
palabra. También es cierto que el resultado de Rahner es limitado. Su prospectiva no
logra ir más allá de la plausibilidad de una escucha en la eventualidad del hablar de Dios
(eventualidad que de hecho es deducida porque se necesita poner en arsenal también un
posible silencio de Dios), no ofrece indicaciones suficientes para discernir entre una
palabra y otra, entre una revelación auténtica y una impropia.
El punto de partida sigue siendo una fenomenología del humano que asume la
pregunta radical del hombre, o bien, la pregunta sobre el sentido. El hombre es
originariamente y constitutivamente pregunta y búsqueda: ambas definen el ser del
hombre a modo de “a priori” ontológico. Esta estructura que se mueve de la pregunta
hacia la búsqueda es un proceso dinámico y tendencialmente infinito puesto que el
abismo existente entre lo inagotable del interrogar (ilimitación de la propia esperanza) y
la determinación de las respuestas (finitud de los propios actos) nunca se colma.
17
humana como carente de fundamento en sí misma; la vida humana se descubre
radicalmente contingente. El hombre constata la evidencia de dos verdades que lo
definen universalmente: “no existo desde siempre y no existiré para siempre”; auto
comprendiéndose como una especie de “segmento” entre el todavía-no que lo ha
precedido y el no-más que le seguirá, el hombre se pregunta “¿qué cosa soy yo, de
donde vengo, a donde voy?”. Existe, entonces, la pregunta y la exigencia de un
fundamento auto fundante que vaya más allá del finito y explique la contingencia de
aquello que no siendo fundamento auto fundante de si mismo se descubre fundado en
otro: “el hombre no lleva en sí mismo el fundamento último de su ser, pero se
demuestra fundado fuera de sí mismo; abierto a algo que lo trasciende”, reenviado a un
más allá respecto a sí mismo puesto que no encuentra en sí mismo la respuesta última a
la pregunta que lo constituye.
Sólo de la experiencia del problema del hombre – búsqueda del sentido – puede
nacer la cuestión de Dios. No teniendo la persona una experiencia inmediata de Dios,
Dios podrá surgir “sólo en cuanto implícito en el problema del hombre”. Si Dios no está
implicado en la búsqueda del hombre, entonces no se plantea la cuestión de Dios. El
hombre, en efecto, no podría ni siquiera buscar a Dios si no emergiese del
descubrimiento de la apertura al trascendente a partir de sus relaciones inmanentes.
Concluye Alfaro: “La respuesta al problema del sentido se busca, en primer lugar,
18
dentro de la realidad intramundana total, constituida por la relación hombre-mundo-
historia. Si la respuesta última al problema del sentido se encontrase dentro del real
intramundano, no sería necesario buscarla ulteriormente: no se pondría el problema de
Dios. Solamente si las respuestas posibles que el intramundano ofrece no son últimas
sino que en razón de sí mismas exigen interrogar más allá de sí mismas, se pondrá el
problema del Trascendente, Último, Incondicionado. Todas las preguntas sobre Dios o
no-Dios, teísmo o ateísmo, son fundamentalmente una sola pregunta: ¿el fundamento
último es meramente intramundano o es trascendente respecto a la totalidad del real
intramundano?
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