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Una Princesa en Berlin

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Está en la página 1de 1917

ARTHUR R.G.

SOLMSSEN

VIDA Y OBRAS

Nació en Nueva York. Pasó su primera


infancia en Berlín y su dolescencia en los
suburbios de Filadelfia, donde sigue
viviendo con su esposa y tres hijos. Se
graduó en el Harvard College y estudió
derecho en la Universidad de
Pennsylvania. Es autor de cinco novelas,
dos de las cuales, Rittenhouse Square y
Alexander's Feast fueron, en su momento,
muy celebradas por la crítica
norteamericana.

En 1982, Tusquets Editores publicó Una


princesa en Berlín (Andanzas 3), libro
que recibió una gran acogida que el paso
de los anos, y las sucesivas ediciones, no
ha hecho más que incrementar. Tiempo de
decisión (Andanzas 57), que sacamos en
1987, es hasta ahora la última de sus
novelas.

HISTORIA DE ALEMANIA
ENTREGUERRAS

Fue en Alemania donde la debilidad de la


nueva democracia de la posguerra fue más
evidente. La República de Weimar padeció
de una doble ilegitimidad de origen. Para
la extrema izquierda, representó "la derrota
de la revolución", por la represión de los
intentos insurreccionales de los meses de
diciembre de 1918 a abril de 1919 y por el
aplastamiento de los nuevos intentos
revolucionarios de marzo de 1920
("alzamiento es anaquista" en los distritos
mineros del Ruhr) y de octubre de 1923
(disturbios comunistas en Sajonia). Para la
extrema derecha, el régimen de Weimar
significó la traición nacional, los "traidores
de noviembre" -según la propaganda
hitleriana-, la aceptación del humillante
tratado de Versalles. La derecha
nacionalista alemana no aceptó la
República. El 13 de marzo de 1920, hubo
ya un conato de golpe monárquico en
Berlín, encabezado por Wolfgang Kapp y
el general von Luttwitz, que fracasó al
declarar los sindicatos la huelga general.
Erzberger, el líder del partido católico, fue
asesinado el 29 de agosto de 1921;
Rathenau, el dirigente demócrata y
ministro de Asuntos Exteriores, el 24 de
junio de 1922. El voto de la derecha
nacional, representada por el Partido del
Pueblo Nacional Alemán (DNVP),
heredero de la Liga Pangermánica de la
preguerra y dirigido por Alfred Hugenberg,
no fue en absoluto desdeñable. En las
elecciones de enero de 1919, el DNVP
logró 44 escaños y el 10,3 por 100 de los
votos; en las de diciembre de 1924, 103
escaños y el 20,5 por 100 de los votos. La
ultraderecha, representada por el partido
nazi, el Partido Nacional-Socialista de los
Trabajadores Alemanes (NSDAP), creado
en febrero de 1920 y enseguida dirigido
por Adolf Hitler, hizo también pronto su
aparición. El NSDAP pasó de 64 afiliados
en el momento de su fundación a 55.787 en
1923. En las elecciones de junio de 1920,
logró 4 diputados; en las de 4 de mayo de
1924, 32 y el 6,6 por 100 de los votos. La
República de Weimar fue, además, un
régimen políticamente débil. El sistema
proporcional elegido hizo que ningún
partido tuviese nunca la mayoría absoluta.
El mejor resultado de los socialistas, del
SDP, el partido más votado entre enero de
1919 y septiembre de 1930, les dio 165
escaños de un total de 421. Todos los
gobiernos republicanos fueron gobiernos
de coalición. Ello fue una de las causas de
la inestabilidad gubernamental: entre 1919
y 1930, hubo un total de 11 gobiernos.
Además, por el colapso del Partido
Democrático de Rathenau, el partido de las
clases medias profesionales (75 escaños en
1919, 39 en 1920, 28 en 1924, 25 en 1928),
las coaliciones tuvieron que hacerse entre
el SPD, el Zentrum católico -que estuvo en
todos los gobiernos desde 1919 a 1932- y
el partido liberal-conservador o popular
(DVP) de Gustav Stresemann. Ello
perjudicó sobre todo al SPD, eje de la
República: nunca pudo desarrollar
plenamente su propia política y hubo de
gobernar haciendo continuas concesiones
al centro- derecha. Ni el ejército ni la
justicia, por ejemplo, pudieron ser
reformados. Al contrario, la doble amenaza
de la extrema izquierda y de la
ultra-derecha, hizo que el régimen de
Weimar tuviera que apoyarse en un ejército
mayoritariamente conservador y ajeno a
los valores democráticos del nuevo orden
político. La crisis económica de la
posauerra erosionó profundamente la
legitimidad de la República. La deuda por
la financiación de la guerra se estimó en
150.000 millones de marcos. Por el
Tratado de Versalles, Alemania perdió el
14,6 por 100 de su tierra cultivable, el 74,5
por 100 de su producción de mineral de
hierro, el 26 por 100 de la de carbón y
porcentajes igualmente elevados de su
producción de zinc y potasio. Vio, además,
incautadas gran parte de sus flotas
mercante y pesquera. En esas condiciones,
unidas a la inseguridad política creada por
el hundimiento de la monarquía, la
proclamación de la República y la amenaza
revolucionaria de 1918-19, la industria
alemana quedó paralizada. Las
importaciones excedieron con mucho a las
importaciones. El déficit de la balanza de
pagos se disparó. El marco se devaluó
aceleradamente: 100 marcos pasaron de
valer 5 libras en 1914, a valer 0,2 libras a
principios de 1921. La fijación el 27 de
abril de 1921 de la cantidad a pagar por
reparaciones de guerra en la cifra de 6.500
millones de libras (132.000 millones de
marcos-oro) hundió, como muy bien vio
Keynes, las expectativas de recuperación
de la economía alemana. Para agravar las
cosas, en enero de 1923 los gobiernos
francés y belga, alegando retrasos en el
pago de las cantidades de carbón impuestas
y ante el temor de un aplazamiento en la
entrega de las reparaciones en metálico,
decidieron la ocupación militar del Ruhr y
la confiscación de las minas y ferrocarriles
de la región. La población alemana, con el
apoyo del gobierno, respondió con una
política de resistencia pasiva. La
producción cayó espectacularmente; la
escasez aumentó y los precios se
desorbitaron, estimulados por el aumento
de la circulación de billetes provocado por
el gobierno para de alguna forma sostener
la demanda interna. Alemania experimentó
el primer proceso de hiperinflación
conocido en la historia. El valor de su
divisa bajó a 35.000 marcos por libra en
1922 y a 16 billones de marcos por libra a
finales de 1923. El dinero carecía de valor.
El índice de precios al por mayor había
pasado del valor 1 en 1913 a 1,2 billones
en 1923. La gente llevaba los billetes en
cestos y hasta en carretillas. La situación,
con todo, tuvo solución rápida y brillante.
El gobierno alemán, que nombró a
Hjalman Schacht (1877-1970), un
prestigioso banquero y miembro del
Partido Democrático delegado de la
moneda y luego presidente del Reichsbank,
procedió a crear un nuevo marco, el
rentemmark, equivalente a un trillón de
marcos viejos, y a tomar drásticas medidas
de ahorro y contención del gasto. Al
tiempo, solicitó a los aliados una
investigación sobre la economía alemana y
el estudio de nuevas fórmulas para el pago
de las reparaciones. El resultado fue el
Plan Dawes (que tomó el nombre del
presidente de la comisión nombrada al
respecto, el norteamericano Charles G.
Dawes) que en abril de 1923 recomendó
fijar los pagos anuales en dos millones y
medio de marcos-oro y la concesión a
Alemania de créditos internacionales por
valor de 800 millones de marcos-oro.
Hasta Francia se dio por satisfecha y retiró
sus soldados del Ruhr en 1925. Pero el
daño político y social que la hiperinflación
y la ocupación causaron a la nueva
democracia alemana fue irreparable, a
pesar de la prosperidad -a la postre,
ficticia- que Alemania tendría de 1925 a
1929. La hiperinflación destrozó las
economías de las clases medias (pequeños
empresarios, ahorradores, inversores en
rentas fijas, pequeño comercio, etcétera):
eso explicaría en parte el retroceso del
Partido Democrático y el auge de la
derecha. El líder nazi, Hitler, creyó llegado
el momento para promover un golpe contra
la República. El 8 de noviembre de 1923,
intentó, con la colaboración de otros
grupos ultranacionalistas y el concurso
personal de Ludendorff, tomar Munich,
bastión de la derecha alemana y del
regionalismo bávaro, y forzar así la
proclamación de un gobierno nacional. El
"putsch de la cervecería", como se le
conoció por el lugar donde empezaron los
hechos, fue un disparate. La policía abrió
fuego contra la manifestación nazi y mató
a 17 personas. El Ejército apoyó al
gobierno. El mismo gobierno regional
bávaro -cuyas tensiones con el gobierno
central Hitler quiso capitalizar en favor de
la intentona- se volvió contra los golpistas.
Hitler fue detenido y procesado. Pero todo
el episodio fue significativo y
premonitorio. La estabilidad de la
democracia en la Europa de la posguerra
-en Alemania y en otros países- habría
necesitado que los valores y la cultura
democráticos estuvieran profundamente
enraizados en la conciencia popular.
Precisamente, la I Guerra Mundial había
provocado una profunda crisis de la
conciencia europea. Ya se verá también
que, en esa crisis, el nacionalismo, el
"ethos" de la violencia revolucionaria, las
tentaciones fascista y comunista, las
filosofías irracionalistas, adquirieron
vigencia social extraordinaria. Burckhardt,
el gran historiador suizo, había dicho allá
hacia 1870, que el siglo XX vería "al poder
absoluto levantar otra vez su horrible
cabeza". La I Guerra Mundial creó el clima
moral para que aquella sorprendente
premonición fuese cierta.

ARGUMENTO DE LA OBRA
Fábula

Una princesa en Berlín

- Fábula -

Solmssen Arthur R. G.

NARRATIVA (F). Novela

ESPAÑA (01101/1 994)

ISBN: 84-7223-739-7

408 pág.

15 eruos (IVA no incluido)


Berlín, 1922. Reina la confusión en la
capital alemana tras victoria aliada.
Recorren las calles, con banderas rojas, la
víctimas de la más impresionante inflación
de todos Ios tiempos. Y, tras ellos, las
bandas incontroladas de ex

combatientes nacionalistas, que siguen las


consignas de lo oscuro militar austríaco,
Adolf Hitler. Indiferentes al barullo
callejero, conservan aún sus privilegios
unas pocas familias aristocráticas, en su
mayoría judíos, de gran tradición en el
mundo de las finanzas.

A lo largo de la historia se ha culpado


siempre a los judis por poseer grandes
cantidades de dinero pero por la religion
era lo unico a que podian dedicarse,
ademas se les impedia ejercer sus
conocimientos en muchos otros campos.

En este escenario irrumpen el americano


Peter Ellis y alemán Christoph.

Ellis

Peter vive una doble vida: frecuenta, por


un lado, los elegantes salones de nobles y
banqueros y, por otro, los tugurios
bohemios de los artistas. Para su desgracia
se enamora de la hija de la familia
Waldstein Lilí, a la vez que se

ve involucrado sin querer en un asesinato


político, que presagia ya los horrores del
Tercer Reich. Poco a poco, todos se ven
arrastrados en el torbellino de desatinos
que sacude Alemania y que la prepara para
la dictadura nacionalsocialista.
Arthur R.G. Solmssen

Una princesa en Berlín

Índice

Prólogo. Jueves, 15 de junio de 1922


. . . . 11
Libro primero. Cómo había llegado allí

París 1922 . . . . . . . .
. . 17

Verdún 1916 . . . . . . . .
. . 23

Eso es robar dinero ¿verdad? . . .


. 28

¿Dónde estaba usted en 1919? . . . . . .


34

Tropas de confianza . . . .
. . . 39

Una isla . . . . . . . .
. . 43

Bismarck los consideraba útiles .


. . . 48

Presentaciones. . . . . . .
. . .57

La pequeña casa . . . . . .
. . 68

Cruces indias . . . . . . .
. . . 84

El otro extremo de la ciudad . .


. . .93

Una visita al Gendarmenmarkt .


. . . 104

Té para dos . . . . . . .
. . 113

En la ciudad . . . . . . .
. . . 128

Una vista del Havel . . . .


. . . 140

«Regien» . . . . . . . .
. . . 159

Libro segundo. Lo que ocurrió

Jueves, 15 de junio de 1922 . .


. . .79

Lunes, 19 de junio de 1922 . .


. . .190

Miércoles, 21 de junio de 1922


. . . .200
Viernes, 23 de junio de 1922 .
. . . .210

Sábado, 24 de junio de 1922 .


. . . .219

¿Qué ocurrió? . . . . . .
. . . 222

Libro tercero. El aquelarre de las brujas

Silencio con voces . . . . . . . .


233

El juicio de París . . . . . . . . .
242

Las mismas canciones con distintos


intérpretes . . 252
Sólo van a contratarle la voz . . . . . .
260

La inflación actúa en diferentes sectores . .


.. 269

Calderilla. . . . . . . . . . .
279

¿Por qué no pintar a Lilí? . . . . . . .


283

Viento frío de mayo . . . . . . . .


289

Truenos retumbantes . . . . . . . .
296

La voz de Waldstein . . . . . . . .
302
La cuestión de la dote . . . . . . . .
318

Una palabra rusa y otra alemana . . . . .


322

La marcha sobre Berlín . . . . . . .


328

Un cerdo pierde dinero siempre . . . . .


347

El baile de los artistas . . . . . . . .


355

Libro cuarto. Tachar doce ceros

Sueños de amital . . . . . . . . .
367
Cartas .. . . . . . . . . . .
378

Pronóstico del profesor Jaffa . . . . . .


383

El otro tema . . . . . . . . . .
386

De vuelta a casa . . . . . . . . .
395

Denk'ich an Deutschland in der Nacht,

Dann bin ich den Schlaf gebracht...

Henrich Heine, Nachtgedanken :


* Si me pongo a pensar, de noche,

en Alemania, pierdo el sueño...

H. Heine, Pensamientos nocturnos

Prólogo

Jueves, 15 de junio de 1922

Desperté cuando se abrió la puerta. Al


principio no supe dónde me encontraba,
pero entonces vi a Christoph Keith.

El pasillo del piso superior, a sus espaldas,


estaba a oscuras, pero debía de haber una
luz encendida en la planta baja, porque
podía verle la cara y la trinchera mojada.

¿Peter? ¿Estás despierto?

Ahora sí lo estoy. ¿Qué sucede?encendí


la lámpara

de la mesita de noche.

Entró pesadamente en la habitación,


cerró la puerta y se apoyó contra ella.

¿Sabes que hay un automóvil en el


establo? preguntó. Un Austro-Daimler.

Sí, creo que Kaspar lo trajo anoche.

¿Lo trajo Kaspar? Kaspar no sabe


conducir.
Bueno, supongo que lo conduciría el
otro.

¿Qué otro?

He olvidado su nombre. Aquél, un poco


mayor, que

estaba con Kaspar el otro día y a quien


dijiste que se marchara de aquí.

¿Tillessen? ¿Tillessen trajo ese


automóvil aquí?

Sí, y había un tercer hombre, pero no


hablé con ellos,

sólo los vi desde la ventana... ¿Por qué no


le preguntas a

Kaspar?
Kaspar no está en casa, por supuesto.

Christoph lanzó un suspiro, cruzó la


habitación, se sentó

en la butaca de mimbre y se cubrió la cara


con las manos.

Vi que llevaba la trinchera empapada;


tenia que haber venido caminando desde
la parada del tranvía. ¿Por qué no se

había quitado la trinchera antes de subir?

¿Qué sucede, Christoph?

11
Apartó la mano de los ojos y me miró
largamente antes de responder.

Peter, daría cualquier cosa en el mundo


para no involucrarte en este asunto, pero
tengo que pedirte ayuda. Puede que le
cueste creer a un norteamericano, pero un
oficial alemán no aprende, necesariamente,
a conducir automóviles. Siempre tuvimos
chóferes en el ejército y, naturalmente,
desde la

guerra no tenemos automóvil... No sé


conducir, Peter. Y no sé poner un
automóvil en marcha sin llave. ¿Podrías
ayudarme?

Cuando cruzábamos la enorme cocina, a


oscuras, Christoph susurró:

Un momento, tengo que coger algo del


sótano.

Súbitamente se encendieron las luces, y


vimos a Meier, el mayordomo, blanco
como la tiza, con los pantalones con
tirantes sobre una camisa de noche,
apuntando con una antigua carabina de
caballería.

Was ist los, Herr Oberleutnant?

Una orden siseada, y el anciano subió


nuevamente las escaleras de la cocina;
Christoph bajó al sótano. Entretanto, pensé
en lo que iba a necesitar. Encontré un
cuchillo corto y afilado en un cajón y tomé
una caja de cerillas del hornillo.

Christoph volvió del sótano. traía un gran


martillo de hierro.
Era un automóvil grande, caro, y olía a
cuero. Me tendí de espaldas debajo del
volante mientras Christoph encendía
cerillas para alumbrarme. Nunca había
visto un Austro-Daimler, de modo que
hicieron falta seis cerillas hasta que
encontrara los cables.

Muy biendije y me senté al volante.

¿Podrás ponerlo en marcha?

Eso creo.

Por favor, haz el menor ruido posible, y


no enciendas las luces hasta que estemos
en la calle.

Desconecté el freno, el embrague, el


acelerador, el estrangulador... Me agaché y
no tardé en empalmar los cables. Ninguna
sacudida, ninguna explosión, el
motortodavía caliente giró v se encendió.
Solté el embrague con cuidado y salimos
de la seca oscuridad del establo a la
húmeda oscuridad de la noche. Mientras
conducía con una mano, con la otra
probaba varios botones, tratando de poner
en funcionamiento el limpiaparabrisas.

12

El letrero decía: Jagdschloss


Grunewald. Einfahrt Ver boten!

¿Hay una cadena cerrando el


paso?pregunté, esforzándome por ver a
través de la lluvia.
No dijo Christoph. El pueblo alemán
hace caso de los letreros. Entra en el patio
y dobla a la derecha.

Los faros barrieron el pabellón de caza


oscuro y vacío cuando giré por el patio
empedrado y entré en lo que pare cía un
camino de herradura.

Eh, no está pavimentadodije y puse la


primera.

Es arena. Podríamos quedarnos atascados


aquí.

Sigue hasta donde puedas.

Un espeso bosque de pinos de Escocia.


Cada vez que el sendero torcía hacia la
izquierda podía ver la superficie brumosa
del lago que reflejaba los haces luminosos
de los faros

Muy bien, unos metros más allá se


divide el camino dijo Christoph,
inclinándose hacia adelante para ver mejor.
Toma el de la derecha, el que se aleja del
agua

Christoph, por favor, ¿no quieres


decirme qué estamos haciendo?

Es mejor que no... ¡Allí está el cruce!


Acelera, ahora hay que subir. Tuve la
seguridad de que nos íbamos a quedar
atascados. El nuevo sendero era apenas lo
bastante ancho para el automóvil, que
subía la cuesta entre murallas de espeso
follaje. Cuando llegamos a la cima,
Christoph me dijo que tuviera cuidado
porque había una barrera, un segundo
después nuestros faros iluminaron una pila
de troncos que bloquea el camino.

Para dijo Christoph. Apaga el motor,


pero deja las luces encendidas.

Abrió la puerta, se apeó y fue hacia la


parte delantera del automóvil. Vi que
llevaba el martillo. Me agaché y arranqué
de un tirón los cables. El motor se detuvo...
y se apagaron las luces. Ahora el único
ruido era el de la lluvia que se filtraba entre
las hojas.

Lo siento dije. Creo que las luces están


contadas con el encendido.

¿Quieres que empalme otra vez los cables?

13
No, no es necesario. Trae las cerillas.
Están en el asiento.

Salí del automóvil y vi que había


levantado el capó del motor.

Enciende una cerilla y aguántala aquí,


por favor.

Encendí la cerilla y miré el motor,


enorme, al descubierto.

Por favor, ponte un poco a la


izquierdadijo Christoph, y, mientras me
apartaba, oí que él daba un paso atrás y
gruñía. Entonces, con un tremendo
impulso, descargó el pesado martillo
contra el motor. Destrozó el filtro de aire

y aplastó el carburador. Súbitamente el aire


se llenó de un olor a gasolina. Tiré la
cerilla al suelo y di un paso atrás.

No enciendas otradijo Christoph.

¡No te preocupes!

Aléjate más.

En la oscuridad, otro gruñido, otro golpe,


más resonante, se oyó en el bosque. Y esta
vez escuchamos el siseo de un escape de
vapor.

El agua cayó a borbotones sobre la arena.


Christoph había roto el motor.

Sentí que se me acercaba en la oscuridad.


Respiraba agitadamente.

Crees que estoy loco, ¿no? Quizá lo esté.


Creo que no quieres que nadie use este
automóvil.

Sí, eso es verdadme puso una mano en el


hombro. El brazo le temblaba. Eres un
amigo, Peter. Te doy las gracias. Y espero
que esto no te cause problemas.

Mejor sería que me dijeras qué es lo que


ocurre.

Me temo que muy pronto lo sabrás.


Ahora procura arrojar este martillo lo más
lejos posible entre los arbustos, y tráeme el
bastón del automóvil. Tenemos por delante
una larga caminata bajo la lluvia antes de
que salga el sol.

14
Libro primero

Cómo había llegado all í

París 1922

Fui a Berlín porque era barato. En


realidad, el viaje empezó en París, la noche
en que me citó el abogado de mi padre.

No, no es exacto. No me citó. Me envió


un amable neumático, invitándome a cenar
en el Grand-Véfour.
Grand-Véfuor, un lugar encantador:
espejos, pinturas sobre vidrio, banquetas de
terciopelo rojo y ventanales que daban
directamente a los jardines del Palais
Royal. La cena fue magnífica. No pude por
menos que preguntarme si la factura se
cargaría de alguna manera a la cuenta de
mi padresabiendo que yo hubiera podido
vivir un mes con lo que costaba, pero
aquello no tenía importancia porque
George Graham había pedido un par de
martinis muy secos en el momento de
sentarnos.

Yo estaba conmovido. Hacía un año, en


Filadelfia, nadie

me hubiera permitido acercarme siquiera a


un martini, y esto nada tenía que ver con la
Prohibición.
George Graham es el socio más
simpático de Conyers & Dean, la firma que
siempre se ha cuidado de los asuntos
legales de mi familia. Debía de tener un
poco más de cuarenta años entonces y era
de lo más eficaz, uno de los mejores de su
firma y de su profesión. ¿Y qué era yo?
¿Un inválido convaleciente? ¿Un aspirante
a pintor? ¿O un vago que prefería las
aceras de Montparnasse a la sección de
títulos de Drexel i Co.?

Saluddijo George Graham alzando su


martini.

Saluddije, levantando el mío.

George Graham tenía bondadosos ojos


azules. Siempre lo enviaban a él cuando
querían ser amables. Yo sabía muy bien
qué iba a decirme.
17

Peter, la guerra terminó hace cuatro


añosempezó.

Cinco para mí, señor Graham. Me


enviaron a casa en abril del diecisiete.

Lo sé, Peter. Y estabas en... bueno, en un


estado lamentable.

¿Estado lamentable? ¡Estaba atado a la


cama! Me mantenían tan lleno de morfina
que dormí desde Brest hasta Hoboken. No
sabía el día que era. ¡No sabia en qué mes
estábamos!
¡Tuviste una espléndida recuperación,
muchacho!

Y pinté las azaleas del Hospital de los


Cuáqueros.

Los médicos hicieron un trabajo


maravilloso. Y tú también. Has recuperado
el equilibrio.

Bueno, puedo llevarme una copa a los


labios sin derramarla. Lo hice para poder
acabar la cena en casa sin echarme a llorar.

Peter, estás aquí sentado, bebiendo un


martini y discutiendo este tema penoso sin
perder el dominio. Te has recuperado
completamente. Lo dicen todos los
médicos. Y tus cuadros... el boceto que
hiciste de Walter Smith es tan bueno que
hemos pensado encargarte un verdadero
retrato, para la oficina.

... Así que quieren que vuelva a casa y


venda títulos.

¡En absoluto!dejó su copa y se inclinó


hacia delante. Peter, tus padres quieren que
completes tu educación.

Dejaste la universidad en el primer año,


¿no? No tienes nada con que ganarte la
vida. Vender títulos fue solamente una
oportunidad que te ofreció uno de los
pacientes de tu padre, pero no es eso... tú
sabes lo que quiere realmente tu padre.

Sabía lo que quería. Es el cirujano más


famoso de Filadelfia, como lo fue su padre,
y también su abuelo. Pueden verse sus
retratos en los pasillos del Hospital de la
Universidad. Quizá no los mejores
cirujanos, pero sí los más conocidos. La
gente se sentía mejor con sólo mencionar
su apellido.

Cuando abandoné Harvard para entrar en


el American Field Service, mis padres
quedaron encantados. Ambulancias,
soldados heridos, obviamente un paso en el
buen camino. Por supuesto, yo no lo hacía
con el ánimo de auxiliar a los heridos. Era
psicología de masas.

Es difícil reconstruir el espíritu de


aquellos tiempos, pero nos abrumaba: los
hunos estaban ultrajando a Bélgica y
avanzaban hacia París. A los niños les
cortaban las manos con las bayonetas;
algunos norteamericanos que vivían en
Neuilly compraron ambulancias y pidieron
chóferes norteamericanos.
18

La situación se caldeó, especialmente en


las universidades. En Harvard entraron con
una ambulancia en el mismo Memorial
Hall, unos tipos que habían estado ya en el
Marne pronunciaron discursos, la banda
tocó «La Marsellesa», la Universidad nos
dio permiso para partir, mi padre escribió
una carta entusiasta (¡con un cheque de mil
dólares y el certificado de ascendencia no
alemana que se exigía!) y, poco después,
todos estábamos a bordo del Aquitania,
rumbo a Le Havre. La atmósfera era
alegremente estudiantil, una patriótica
excursión, completa, con sacos de dormir y
canciones que se prolongaban toda la
noche («Hay un largo y sinuoso camino
hasta la Tierra de mis Sueños») en el
oscuro comedor de primera dase, y el
único indicio del futuro que nos esperaba
se reflejaba en los ojos cansados de los
oficiales del Aquitania, mientras
observaban en silencio nuestras cabriolas.

Bueno, claro que tu padre quiere que


vayas a la facultad de Medicinadijo George
Graham. Pero primero tienes que terminar
la primera fase.

¿Empezar desde el principio a los


veinticuatro años?

Pues, claro. Podrás aprovechar mucho


más, y los otros te respetarán...

Eso lo dudaba. Lo dudé durante toda la


cena, mientras hablábamos de otras cosas.
George Graham se marchaba en tren, a la
mañana siguiente, a Cherburgo, rumbo a
casa. Había estado varias semanas en París,
investigando un importante asunto que
administraba la Conyers & Dean. Me lo
contó: una anciana rica de Filadelfia había
adoptado a un joven francés y le había
dejado, al morir, un par de millones de
dólares. ¿Había usado él algún medio
ilegal? ¿Le había contado a ella que había
cumplido condena por desfalco? ¿Tenía
esto alguna importancia? ¿Hubiera tenido
que importar?

No para mí. Lo que me importaba,


mientras George Graham trataba de
interesarme en los detalles de tan
deprimente caso, era el hecho que le
resultaba tan difícil transmitirme el
mensaje que lo había dejado para la última
noche.
Cuando llegó el café, no pudo seguir
postergándolo. Mi padre me quería en
casa, de regreso. Inmediatamente.

Lo convenido fue un año en París, para


pintar, para terminar tu recuperación, para
saber qué deseas realmente hacer de ti
mismo. El año ha pasado, ¿verdad?

¿De modo que dejará de enviarme


dinero?

George Graham asintió con la cabeza.

19

Un cheque más... uno muy generoso para


que puedas terminar tu semestre en Bellas
Artes, cancelar tu alquiler, comprar un
pasaje de vuelta... pero nada más. No
puedes esperar que te mantengan
indefinidamente.

Pero si he trabajado. Puedo enseñarle lo


que he hecho. . .

Me gustaría mucho ver lo que has


hecho... Pero ¿has vendido algo?

Vendí al señor Smith el boceto de


Walter, y a la señorita Boatwright le vendí
un pequeño retrato de Joanne... Estuvo
conmigo en el hospital.

Y aquí, ¿has vendido algo?

Es muy difícil, señor Graham. No


conozco a nadie...

Claro que es difícil, todos lo sabemos, y


por eso tienes que sentar cabeza y aprender
algo que te permita ganarte la vida. Tienes
veinticuatro años, Peter, y debes aprender
una profesión.

¿La pintura no es una profesión?

No, si no hay mercado para tus cuadros.

Señor Graham, quiero hacerle una


pregunta: ¿usted

está de acuerdo con ellos?

Miró por la ventana un momento antes


de responder.

La Secta Cuáquera, Peter. Tu familia


cree en el trabajo honrado. Quizá más
incluso que los presbiterianos.
Ciertamente, más que nosotros los
episcopalistas. Eso lo sabes.
¿No puede un cuáquero ser pintor,
artista?

No he dicho eso. Pero no estoy seguro de


que un cuáquero apoye indefinidamente a
un artista y lo mantenga. Esperaría a que el
artista... si no es lo suficientemente
bueno... se mantuviera por él mismo. Si
pensamos en los mecenas de las artes, ¿en
quiénes pensamos? ¿En los emperadores
bizantinos? ¿En los papas Médici? ¿En
Enrique Tudor y Carlos Estuardo? No
pensamos mucho en George Fox y William
Penn, ¿verdad?

Tuve que sonreír.

Es usted un buen abogado, señor


Graham. Pero hace

el mismo daño.
Después de la cena, paseamos en la
fresca noche de abril directamente por la
Rue St. Honoré hacia la plaza Vendôme.
George Graham se alojaba en el Ritz,
donde tenía que encontrarse con un
abogado francés que le ayudaba en la causa
testamentaria.

20

Este abogado tenía que llevar a cenar a


unos banqueros alemanes, de modo que
posiblemente aún estén con él, pero
prometió librarse de ellos lo antes posible.
Supongo que no te gustaría enseñar la
ciudad a un par de banqueros alemaneslos
ojos de George Graham brillaron con
picardía.

Recordemos que estábamos en 1922.


hacía menos de cuatro años que había
terminado la guerra. La mayoría de los
franceses, y muchos norteamericanos,
odiaban a los alemanes a todos los
alemanescon un odio apasionado, personal.

Yo no. Yo odiaba al Kaiser, odiaba lo


poco que había leído acerca de Bismarck y
el militarismo prusiano, y, por Supuesto, la
invasión de Bélgica me había espoleado
para alistarme en el Field Service. Pero,
cuando llegué a Francia, no tardé en
comprender que el soldado raso alemán era
tan víctima del sistema como cualquier
otro soldado. Aunque esto no era todo. En
mi conciencia latía el influjo de Else
Westerich.

En la época de mi abuelo, y en la época


de mi padre, los estudiantes de Medicina
norteamericanos que podían permitírselo
iban a las universidades alemanas,
especialmente para las prácticas
especializadas, y los médicos que habían
hecho el viaje miraban con desdén a los
que no lo habían hecho. Mi padre fue aún
más lejos: yo no obtendría mucha
experiencia a menos que hablara
corrientemente el alemán, y la única forma
de saber hablar corrientemente el alemán
era la de empezar desde niño, de modo que
Fraulein Else Westerich fue a vivir con
nosotros, en 1906, cuando yo tenía ocho
años.

Me enseñaba alemán despacio, con


dulzura. Tocaba el piano y me enseñaba
canciones alemanas. Me enseñó «Hamburg
ist ein schones Stadtchen» y «Nun ade, du
mein lieb' Heimatland», y, más tarde,
también otras cosas; cuando yo tenia
catorce años nos dejó, en circunstancias
que he aprendido a no recordar, aunque un
médico del Hospital de los Cuáqueros me
hizo hablar de ella cuando yo estaba lleno
de morfina. Quizá sirvió de algo. Quizá no.

El bar del Ritz estaba iluminado con


suavidad y olía agradablemente a whisky
escocés, humo de cigarrillos y perfume.

Al principio, pensé que estaba abarrotado


de norteamericanos.

21

No, allí estándijo George Graham,


tomándome del brazo y guiándome hacia
un rincón, donde tres hombres, sentados a
una mesa, se volvieron, nos vieron y se
pusieron de pie. Al abogado francés no lo
recuerdo, pero sé que hizo las
presentaciones en inglés. El barón von (No
sé qué), era tan bajo como yo, pero con
modales untuosos, casi latinos y ojos de
gacela. Herr Keith tuvo que apoyarse en
un bastón para levantarse de la silla.
Entonces se irguió frente a mi, alto y flaco,
y, cuando me estrechó la mano, sus dientes
relampaguearon debajo del bigote estilo
caballería británica. Creo que el señor
Ellis y yo nos conocemos ya dijo.
Totalmente abrumado, estreché su mano y
también sonreí.

22

Verdún 1916
Ocurrió en la carretera de Verdún a Bras,
una aldea destruida en la orilla izquierda
del Mosa, cuando empezaba a amanecer en
aquella mañana de abril de 1916. Todo
ocurrió tan aprisa que nunca he podido
reconstruirlo con mucha claridad.

Yo volvía en coche solo. Como aquella


carretera en particular quedaba a veces
bajo el fuego, preferíamos conducir de
noche; pero de noche no se veían los hoyos
dejados por las bombas, y durante un
tiempo estuvimos perdiendo más vehículos
por accidentes que por la acción de la
artillería alemana, de modo que nos dijeron
que aguardáramos al amanecer.

Había llevado mi último cargamento al


anochecer. Esperaba toda una noche de
sueño, pero no pudo ser, porque habían
metido en la parte de atrás a un tipo con
una herida terrible en el vientre y no lo
habían vendado bien o algo así, de modo
que toda la parte trasera de la ambulancia
quedó cubierta de sangre y
excrementosrecuerdo que el hombre había
muerto cuando lo bajaron; después de
hacer cola para repostar, tuve que esperar
otra vez para que Iimpiaran con una
manguera el interior del vehículo.
Finalmente, pude dormir una hora en el
dormitorio común, tomé un bollo y una
taza de café y me puse en marcha. Por
casualidad, apenas había tráfico en mi
dirección, de modo que avanzaba a buena
velocidad y me concentraba,
principalmente, en mantenerme despierto y
en evitar los baches, cuando, de pronto,
apareció un avión, no en el cielo, sino
frente a mi, a menos de tres metros, sobre
la carretera, flotando sobre mi cabeza y
cubriéndome con su sombra, como un
ángel de la muerte, volando tan despacio
que pude oír el crepitar de los cables
mientras el piloto luchaba por dominar los
alerones, obviamente con la intención de
aterrizar en la carretera, único espacio
abierto en aquel bosque devastado.

23

Se inclinó a la derecha, se inclinó a la


izquierda, tocó el suelo con las ruedas y
rebotó, volvió a caer con un golpe que le
rompió el tren de aterrizaje y viró en
redondo hasta quedarse atravesado en la
carretera, de costado, con un ala

apuntando hacia arriba. Sólo entonces vi en


las alas las cruces de Malta, negras y
plateadas, y, en un abrir y cerrar de ojos, el
objeto quedó envuelto en llamas. Frené y
me tiré al suelo...

El dice que yo lo saqué No lo sé. Estaba


allí, colgado; se había desabrochado el
cinturón, pero tenia ambas piernas
atrapadas y una de ellas rota. Creo que tiré
con fuerza suficiente, o él tiró también, o
que, al oler la gasolina, los dos

unimos nuestras fuerzas hasta que a cayó


y, entonces, tropezando juntos por el
camino, caminamos y nos metimos debajo
de la ambulancia justo cuando los restos
del avión volaban por los airesinmensa ola
de calor, pero no tan peligrosa como los
grandes proyectiles de artillería, y, en
seguida, todo

cayó como una lluvia sobre el vehículo y a


nuestro alrededor.
Cuando todo quedó en silencio, pude
mirarle por primera vez, tendido a mi lado.
Se había quitado ya el casco y las gafas.
Tenía el cabello castaño corto y un bigote
de caballería más bien anticuado,
totalmente chamuscado. Vestía traje de
piloto, de cuero castaño, y un trozo de tibia
le asomaba por la pernera del pantalón.
Evidentemente sufría mucho y se esforzaba
por ocultarlo. Me miraba a los ojos y
trataba de entender por qué lo había hecho.

Merçi beaucoupdijo después de un


momento y sonrió. Su cara estaba
ennegrecida por el fuego y le brillaron los
dientes.

Ich bin Amerikannerdije


cuidadosamente. Me puse a rodar para salir
de debajo de la ambulancia, pero él me
detuvo con el brazo izquierdo.
Mejor aún nodijo en inglés, señalando su
reloj, y, en aquel momento, oí la primera
granada que llegaba, cruzando el Mosa,
con el estrépito de un tren de carga.

El bosque estalló, el asfalto sobre el que


estábamos tendidos se levantó y retorció
debajo de nosotros y la ambulancia se
sacudió sobre sus huelles. La siguiente
granada estalló más lejos, pero llegaron
otras. Yo llevaba pocas semanas en el
frente, pero supe que éste no se trataba de
un bombardeo casual; era el comienzo de
un ataque.

24

Quiero darle las gracias por haberme


salvado la vida dijo el alemán, todavía
tendido a mi lado. Soy el teniente Kite.
¿Kite?

K-e-i-t-h. Pronúncielo Keith. Es escocés,


según creo. Un antepasado mío sirvió al
rey de Prusia. Por dinero, ya sabe.

Yo soy Peter Ellis, del American Field


Service.

Torpemente, debajo de la ambulancia,


nos estrechamos la mano. Una serie lenta
pero regular de bombas llegó ruidosamente
y fue explotando en el bosque. Una lluvia
de acero. Dos neumáticos reventaron, el
automóvil se desplomó, unos

centímetros, y yo me retorcí para alejarme


del tubo de escape al rojo vivo. Vi que el
otro me observaba con curiosidad.

¿Su primer bombardeo?


Sí.

No es aconsejable estar en plena


carretera, pero no podemos elegir. Trate de
no pensar en ello. Dígame ¿por qué esta
aquí?

¿Usted quiere decir en Francia?

En Francia, si.

Nosotros creemos en la causa aliada.


Queremos ayudar a los franceses.

¿Por qué?

Bueno... ustedes empezaron la guerra,


ustedes invadieron Bélgica...

¿Pero qué tiene que ver eso con los


Estados Unidos?
¿Acaso cree que queremos invadir
América? Lo siento, tiene usted que
perdonarme. ¡Me salva la vida y yo se lo
pago con argumentos políticos! Es
solamente curiosidad. Un joven... ¿es usted
estudiante...?, un joven viene a este lugar
enloquecido, quizá para ser volado en
pedazos, o muerto, o herido, cuando podría
estar en su casa disfrutando de la vida.
¿Qué hacía en su país?

No gran cosa. Estudiaba.

¿Estudiaba? ¿Qué edad tiene usted?

Bueno, iba a la universidad. Pero lo dejé


para venir aquí.

¿Y qué estudiaba?

El bombardeo seguía. No puedo recordar


si, en alguna ocasión anterior, había estado
realmente asustado, pero, en aquel
momento, empezaba a temblar y temí, en
pocos segundos, perder el control de los
esfínteres contraídos. Me

di cuenta de que las serenas preguntas del


alemán estaban pensadas para distraerme,
para hacerme olvidar las explosiones que
me sacudían el cráneo.

25

¿Qué dase de cosas estudiaba? preguntó


otra vez.

Me gustaría... aún me avergonzaba


admitirlo. Me gustaría ser pintor, pero mi
padre es médico y quiere que yo también
lo sea.

Oh, sí, comprendo. Mi padre es general y


yo quiero ser abogado.

¿Es usted oficial de carrera?

Lo fui. Mi hermano lo es. He sido oficial


de caballería, pero en tiempos de paz no es
tan interesante, de modo

que había empezado a estudiar Derecho,


¿sabe?, para llegar a abogado o a juez. E1
hermano de mi madre es juez y pensé que
eso me gustaría más que estar todo el
tiempo entre caballos. Estuve un año en la
facultad y entonces empezó la guerra, los
caballos no servían de mucho, así que me
pasé a los aviones. ¿Tiene un cigarrillo?
Rodé sobre la espalda y saqué un paquete
aplastado. Aspiré por precaución, pero no
olí a gasolina.

El fuego parece haber cesadodije


mientras encendía su cigarrillo y el mío.
Me sentí furioso al ver que mi mano
temblaba.

Aguardemos un poco másdijo.

Súbitamente, hubo una ráfaga de


ametralladoras, muy cerca.

¡No haga un solo ruido! murmuró Keith,


con el cigarrillo apretado entre los labios.

Otras ráfagas, y gritos. Después, silencio.


Luego, pasos de gente corriendo, botas
sobre el asfalto, ruidos de equipo, y una
fila de hombres cruzó rápidamente el
camino de Este a Oeste, figuras cubiertas
de lodo, corriendo agachados, cascos,
fusiles, bombas de mano...

¡ Son los suyos ! susurré.

Demasiado adelantados. Están perdidos.

Un instante más, y se fueron. Yo nunca


había visto soldados alemanes, excepto
prisioneros.

¿Por qué no los llamó?pregunté.

¿Qué hubiesen hecho por mí? No puedo


andar, y casi todos estarán muertos antes
de terminar el día.

Durante un largo momento nada sucedió.


Ocasionalmente, oíamos disparos y ráfagas
de ametralladoras, y Keith, por el ruido,
podía decir de qué lado provenían. Un
avión voló en lo alto.

Nieuport Oncedijo Keith. Tiene un motor


estropeado. Trata de llegar a su base.

Charlamos. Me habló de su padre, el


general retirado, de su hermano que estaba
en los Húsares de las Calaveras, en

26

Rumania, de su otro hermano que aún


estudiaba. Yo le hablé de Germantown y
de Harvard.

Para entonces habíamos salido


arrastrándonos de debajo de la ambulancia.
Estábamos sentados bajo el desangelado
sol, apoyados contra el estribo. La parte
inferior de su traje estaba empapada de
sangre y no me gustaba el aspecto de su
cara. Con cierta dificultad, corté una
pernera de su pantalón, aunque él no quería
que lo hiciera («¿Usted cree que quiero
pasarme el resto de la guerra en un campo
de prisioneros, medio desnudo?»). Cuando
conseguí descubrirle la pierna, vi que la

sangre manaba de una herida de bala, en la


parte carnosa del muslo.

Bueno, su padre quiere que sea


médicodijo, mientras yo trataba de ajustar
un torniquete y vendar la herida. Había
visto hacerlo pero nunca lo había hecho.
La cara se le crispó y apretó los dientes,
pero no emitió la menor queja.

Tengo un poco de morfina en el coche...


No, gracias.

Muchos la piden.

Sí, pero he visto los efectos secundarios.


¿Por qué no hace mi retrato? ¿Tiene un
cuaderno de apuntes o algo parecido ?

Tenía un pequeño cuaderno de dibujo en


la ambulancia; subí a por él. El vehículo
estaba hecho pedazos, el parabrisas roto, el
tablero de mandos retorcido, la carrocería
perforada por fragmentos de metralla.

Me senté en el suelo y dibujé al teniente


Christoph Keith, recostado en la rueda
delantera de una ambulancia comprada por
la señora de Andrew Carnegie; eso estaba
haciendo cuando llegó, rugiendo, el primer
camión repleto de franceses. Se
detuvieron apenas lo suficiente para apartar
del camino los restos de la ambulancia y
desaparecieron entre nubes de polvo
sofocante. Hice que Keith se tendiera en la
zanja. Cuando llegó la policía militar,
nadie quiso esperar a una ambulancia.

Insistieron en llevárselo, sentado en el


asiento trasero de su vehículo descapotado.
Arranqué la hoja del cuaderno de dibujo y
se la entregué.

Más tarde, lo busqué en los hospitales de


Verdún, pero no pude encontrarlo.

27

Eso es robar dinero ¿verdad?


Todo fue idea de Keith. Se le ocurrió,
alrededor de la una de la madrugada, en
una mesa de la acera, frente a las luces del
Café du Dome, en Montparnasse.

La reunión en el bar del Ritz duró lo que


una ronda; se disolvió por fuerza
centrífuga. George Graham, el abogado
francés, y Robert von Waldstein parecían
incómodos por la escena del reencuentro y
el relato de Christoph Keith acerca de

cómo yo lo había sacado de su avión en


llamas. George Graham y el abogado
querían discutir su caso; yo miraba
fijamente a Keith, todavía sin poder creer
que aquello fuera una coincidencia; y
Robert von Waldstein, al parecer, tenía una
cita en alguna parte. Explicó que, si bien
los alemanes no podían permitirse en estos
tiempos alojarse en el Ritz, él sólo quería
ver el lugar porque su padre jamás había
ido a otro hotel en París. George Graham le
preguntó si tenía alguna relación con
Waldstein & Co., Ia banca de Berlín.
Sonrisas: claro que la había. Un antepasado
de Waldstein la había fundado; él y Keith
estaban allí por asuntos del banco.

Yo nunca había oído aquel apellido, pero


vi que George Graham quedaba
impresionado.

¿No se remonta al siglo dieciocho ese


banco suyo?

preguntó.

Creo que la fecha oficial es mil


setecientos noventa.
¿Siempre en la familia? Realmente, es un
motivo de orgullo dijo George Graham. ¿Y
ahora está usted siguiendo la tradición,
barón?

Otra sonrisa, algo enigmática, según me


pareció.

Trato de continuarla, señor Grahamdijo


el barón, pero algunos creen que necesitaré
mucha ayuda.

Creo que se te hace tarde para la citadijo


Christoph

28
Keith, mirando su reloj pulsera y
poniéndose de pie. Maître Delage, le
agradecemos su hospitalidad; mañana a las
diez estaremos en sus oficinas para
informarle. Señor Graham, ha sido un
placer. Señor... si visita usted Berlín...

Me puse de pie con ellos.

Parece que, después de todo, voy a


enseñar la ciudad a un solo alemándije a
George Graham cuando nos dimos la
mano. Déles un cariñoso saludo a mamá y
a papá.

Lo haré, Peter. Y métete esto en el


bolsillome entregó un crujiente sobre
blanco.
Keith cojeaba, pero no quiso tomar un
taxi. Mientras paseábamos despacio en la
noche estival, nos contamos nuestras
historias. Yo le hablé de mi colapso, de
cómo mi familia me había internado en el
Hospital de los Cuáqueros y cómo los
médicos me habían cuidado hasta que,
poco a poco, me había recuperado.

El me habló de sus años en hospitales y


campos de prisioneros franceses, de su
regreso a Berlín en medio de una
revolución, de cómo empezó a estudiar
Derecho... y no pudo seguir.

Ya no había dinero. Mis padres viven de


una pensión, un hermano mío cayó en
Rumania, y el menor no tiene trabajo
porque no está preparado para nada,
excepto para ser soldado... Siimplemente,
no teníamos dinero y los Waldstein me

dieron un empleo en su banco.

¿Sabes algo de bancos?

No, pero estoy aprendiendo, tratando de


aprender todo lo que pueda. Tienen lo que
se llama un sistema de aprendices: uno
trabaja con hombres mayores, de más
experiencia, una especie de secretario,
lleva documentos de un lado a otro, asiste a
reuniones, escucha lo que se dice...

¿Eres el secretario de Robert von


Waldstein? Keith rió.

¡No, en absoluto! Ese es un problema


diferente y, en realidad, es por lo que me
dieron este empleo. Bobby es un tipo
maravilloso. Generoso, amable, le gusta la
música, el buen vino y las mujeres
hermosas... ¿pero el banco? Bueno, no está
muy interesado en el banco. ¿De veras no
has oído hablar nunca de los Waldstein? Es
toda una historia... una larga historia. Te la
contaré en otro momento. El problema,

ahora, es quién continuará con el banco


cuando los viejos mueran, cuando mueran
el padre y el tío. Bobby tenla dos
hermanos. Alfred es el mayor, ¿no has oído
hablar de él?

29

Estuvo en mi regimiento, en Polonia y en


Rumania, con los caballos, escribió
cuentos sobre eso, se publicaron y después
escribió una novela, Licht Aus!, acerca del
final de la guerra y la revolución alemana;
tuvo buena acogida y ahora es un escritor
famoso. Está escribiendo otro libro; está
casado con una mujer bellísima... y, por
supuesto, no va al Gendarmenmarkt, a
Waldstein & Co. Había otro hermano,
Max, que hizo lo mismo que yo, se pasó a
los aviones, sólo que no tuvo tanta suerte.
Fue derribado por los canadienses, creo
que en el año diecisiete. Así pues, sólo
queda Bobby, que era demasiado joven
para ir a la guerra. De modo que mi
trabajo, parte de mi trabajo, es cuidar de
Bobby, hacerle aprender el negocio, tratar,
de todos modos, de que no se meta en líos.
Ellos me conocen, conocen a mi familia,
creen que soy una buena influencia. ¿Nos
sentamos y tomamos una copa?

Estábamos ya en la Rive Gauche y


caminábamos por una de las calles que
nacen en el río, hacia las luces y el tráfico
del bulevar St. Germain. Pese a la hora,
aún había mucha gente sentada a la puerta
de los cafés. Nos instalamos en sillas de
mimbre ante una mesa de mármol y
pedimos Calvados. Arriba, entre las hojas
de los árboles, brillaban los faroles
callejeros.

Keith parecía pensar que me tocaba a mí.


Encendió un cigarrillo y se recostó en el
respaldo para escuchar, y yo le conté lo
que acababa de sucederme.

Terminé mi historia cuando él terminaba


su copa.

¿Vamos ahora a Montparnasse?

Es otra larga caminatadije. Tomemos un


taxi.
No, me sienta bien. Pasearemos despacio
y tomaremos una copa en cada esquina.

Eso hicimos. Bebimos todo el camino


desde Saint-Germain des-Prés hasta
Montparnasse y fuimos abordados por
muchas mujeres, algunas muy guapas,
todas muy amables.

Pas d'argent, mamselle les decía Keith a


todas, sonriendo y llevándose la mano al
ala del sombrero.

Cuando nos instalamos ante el Café du


Dame, se sintió movido a exclamar:

Dios mío, algunas son tentadoras. Ahora


entiendo por qué no quieres marcharte.

No, ése no es el motivo por el que no


quiero irme.
¿Un norteamericano en París y sin chica?

Ninguna chica.

30

Iba a preguntar por qué, pero se contuvo


y, con mucha lentitud, aplastó el cigarrillo
en el cenicero de Cinzano. Siguió mirando
fijamente el cenicero y después me miró a
la cara.

Me gustaría hacer una pregunta, aunque


no es una pregunta que se deba hacer aquí,
en Europa... Sin embargo, la haré: ¿cuánto
dinero te ha dado el señor Graham para
que arregles tus asuntos y regreses a tu
país?

Bueno, vamos a versaqué el sobre del


bolsillo interior, lo abrí, cogí un cheque
rosado, librado contra The Provident Trust
Company, y lo hice deslizar sobre la mesa.
Christoph Keith le dio la vuelta sin
cogerlo, lo miró y alzó los ojos. ¿Debes
mucho dinero aquí?

No, creo que solamente el alquiler del


próximo mes.

¿Te sobra el resto?

Asentí con la cabeza.

Vente a Alemaniadijo Keith.

¿A Alemania?
Amigo mío, en Alemania, hay inflación.
¿Sabes lo que significa eso? El dinero vale
cada vez menos, quiero decir que, con
nuestro marco alemán, se compra cada día
menos.

¿Sabes cuánto valía un dólar


norteamericano hoy, esta tarde, cuando
cerraron los bancos? Alrededor de
doscientos marcos. ¡De modo que uno de
nuestros marcos vale la mitad de una
moneda norteamericana de un centavo. Y
está empeorando,

aún no han decidido cuánto tiene que pagar


Alemania por indemnizaciones de guerra a
los aliados, el marco baja cada día más y,
con este cheque, puedes vivir en
Alemania... bueno, muy cómodamente.

¿Cuánto tiempo?
Se encogió de hombros.

Depende. ¿Cómo quieres vivir de bien?


¿Cuánto aumentará la inflación?
¿Especulas en moneda extranjera? Algunos
hombres se han hecho millonarios con
menos dólares de los que hay en este
cheque.

Yo sólo quiero aprender a pintar.

Tenemos muy buenos pintores en


Alemania y casi todos pasan hambre, eso
te lo puedo asegurar. Si vives
sencillamente, tomas lecciones privadas...
bebió un poco más de Calvados, al parecer
haciendo cálculos mentales. Con este
cheque puedes quedarte un año en
Alemania hizo una nueva pausa y miró
hacia el bulevar Raspail. Había ya mucho
menos tráfico, y la mayoría de las mesas, a
nuestro

alrededor, estaban vacías. Es extraño,


¿verdad? Nos sentamos aquí, y yo te doy
consejos personales como un viejo amigo,
cuando, en realidad, nos conocemos, como
mucho, quizá dos horas, ¡y hace cinco
años!

31

Yo sentía lo mismo. ¿Estaba borracho?


Hubiera tenido que estarlo, pero no era así.
¿Quién era aquel Christoph Keith, aquel
desconocido, aquel oficial alemán, para
ponerme en contra de mi padre? Mi padre,
tan desilusionado ya conmigo. Pensé en la
casa de Washington Lane y en la cara de
mi madre y mi padre cuando fueron a
verme al hospital por primera vez. (Nunca
llegué a retratar a mis padres. Años
después, Grant Woodquien nunca les había
puesto la vista encima

hizo un cuadro que llamó «Gótico


Americano»', y allí estaban mis padres,
vestidos como una pareja de granjeros de
Iowa, ¡mi padre con una horca de heno en
la mano!

Yo no quería volver a Filadelfia, no


quería volver a la universidad, no quería
volver a Drexel & Co. Aquí estaba la
solución. Además, ¿uno vive para uno
mismo o para sus padres? ¿Y era Christoph
Keith un extraño? Yo le había salvado la
vida. No, tú no lo hiciste. Sí, lo hice, él
solo nunca se habría salvado. Pero eso es
robar dinero, ¿verdad? Te enviaron el
dinero para que volvieras a casa y ahora tú
te lo gastarás en Alemania. Se pondrán
furiosos; bueno, el viejo, en cualquier caso.
Mamá quedará «decepcionada». Lo que
realmente pensarán es que me he vuelto
loco otra vez. ¿Mandarán a alguien a
buscarme? No, no harán nada, no dirán
nada. ¿Qué haré cuando se haya terminado
el dinero?

No tenemos que decidirlo esta noche dijo


Keith cuando terminó el Calvados. Me
temo que nuestra inflación no desaparecerá
tan pronto.

Ya lo he decidido, Christoph. Creo que


es una buena idea, una oportunidad que
vale la pena aprovechar. ¿Qué tengo que
hacer?

Fabelhaft!Keith golpeó la mesa con tanta


fuerza que los platos saltaron. Nosotros
regresamos el jueves. ¿Es demasiado
pronto para ti? Sería mucho mejor que
vinieras con nosotros, te buscaremos un
lugar adecuado para que te hospedes. Y no
dejes tus dólares aquí, en París, no
sabemos qué van a hacer los franceses, son
muy difíciles en todo. Transfiérelos a
Amsterdam, tenemos una sucursal allí y
resultará mucho mejor. Si tienes algún
problema con el conserje, pediré a Delage
que se ocupe de ello. Te conseguiremos un
billete en el mismo compartimento. Y
ahora tengo que volver al

32

1. En el Art Institute de Chicago. Grant


Wood falleció en 1942.(N. del E.) hotel
porque tenemos una reunión por la
mañana. No, no, yo pagaré la cuenta, tú
eres el cliente. ¡Acabo de conseguir mi
primera cuenta en dólares para Waldstein
& Co.
El sábado por la mañana llegué a la
estación de Friedrichstrasse de Berlín, con
Christoph Keith y Bobby von Waldstein.

33

¿Dónde estaba usted en 1919?

Tal vez fuera a causa del tiempo, pero,


después de París, Berlín parecía húmedo,
gris y sucio. La enorme estación y la plaza
exterior estaban llenas de individuos
grises: algunos corrían desde los trenes,
otros se limitaban a permanecer inmóviles.
Mendigos en todas partes: hombres con
una sola pierna y con muletas, hombres sin
piernas sentados en una manta, ciegos con
gafas negras, casi todos con prendas de
uniforme gris, todos con medallas. Las
calles estaban repletas de automóviles.
París había olido a café y a cigarrillos
fuertes; Berlín olía a gasolina.

Christoph Keith y Bobby von Waldstein


estaban bastante silenciosos aquella
mañana. La noche anterior, en el
compartimento, habíamos consumido una
botella de brandy, pero no me parecieron
resacosos. Mirando por las ventanillas del

taxi, me enseñaron algunas vistas: el canal


Landwehr, el Tiergarten... pero parecían
deprimidos por estar de vuelta, y mis
pensamientos estaban en otra parte, porque
las voces alemanas, súbitamente y por
primera vez, evocaban la primera voz
alemana que había oído, la evocaban tan
vívidamente que los labios habrían podido
estar pegados a mi oído...

Dejamos a Bobby ante una casa elegante


y antigua, le prometimos que Christoph me
llevaría el domingo a la casa de campo de
los Waldstein y entramos en la zona
residencial, antiguas villas a lo largo de
calles arboladas.

El taxi se detuvo frente a una casa de


aspecto digno hiedra sobre desvaído estuco
amarilloque se parecía mucho a otras de la
misma calle. El chófer llevó nuestro
equipaje hasta la puerta, que abrió un
anciano en delantal verde.

Herzlich willkommen, Herr


Oberleutnant!
34

Era Meier, asistente del general desde


que éste había sido ascendido a teniente.
Yo ya había oído hablar de Meier. El
hombre se inclinó respetuosamente ante mí
y se hizo cargo del equipaje. Christoph me
hizo atravesar un oscuro vestíbulo con
paneles de adorno y viejas fotografías de
grupos de hombres a caballo.

El General major y su esposa estaban


tomando café y bollos en el comedor. Por
supuesto nos esperaban, y otra vez oí cómo
me presentaba Christoph según una
fórmula que pasaría, para él, a ser la más
normal del mundo: «...hat mich

bei Verdun aus der brennenden Maschine


gezogen!».
No me habían advertido de la dolencia
del general. Tenía una hermosa cabeza de
pelo blanco como la nieve, un elegante
bigote del mismo color y vestía un traje
azul marino y cuello de pajarita; pero
estaba en una silla de ruedas, asentía sin
cesar con la cabeza, y su esposa acababa de
quitarle la servilleta del cuello. Vi las
migajas y las manchas de café antes de que
ella, rápidamente, la doblara y se pusiera
de pie para estrecharme la mano.

Ella parecía mucho más joven; alta,


huesuda, de tez pálida y pecosa y con las
mismas facciones que Christoph. Su
cabello de color castaño estaba peinado
hacia atrás en un sobrio moño. Pareció
alegrarse de conocerme, pero su inglés no
era tan bueno como el de Christoph. Yo
ensayé, vacilando, unas pocas palabras en
alemán. Nos sentamos a la mesa con ellos.
¿Qué se le dice a un huésped que ha
salvado a un hijo de un avión en llamas?
Frau Keith me hizo amables preguntas
sobre mis padres. ¿Tenía hermanos o
hermanas? ¿Mi padre era médico? ¿Qué
clase de médico? Nadie supo encontrar la
palabra alemana equivalente a cirujano.
Hice una demostración con un cuchillo de
mantequilla, como si estuviera abriéndome
el vientre. Ach, ein Chirurg. Y así, en este

tono, siguió la conversación.

Después Frau Keith empezó a hablar


rápidamente a Christoph. Entendí la mayor
parte, pero ella le dijo que tradujera: Herr
General y ella querían que yo me
hospedara en su casa durante todo el
tiempo que quisiera quedarme. Ella sabía
que yo estaría más cómodo en un hotel,
pero, por otra parte, vivir en una casa
particular tenia sus ventajas. No era una
casa grande, pero tenían una habitación de
más, porque habían perdido a un hijo en
Rumania.

El general asintió exageradamente con la


cabeza y articuló unas pocas palabras.

Rumänien... gefallen!

35

Yo estaba preparado para la invitación.


En el viaje desde París, Bobby y yo nos
habíamos quedado solos unos minutos,
mientras Christoph estaba en el lavabo. Yo
estaba tratando de dibujar la cara de
estrella de cine de Bobby en mi cuaderno

y hablábamos de Goya, pero, no bien


Christoph se fue, Bobby cambió de tema:

Peter, los Keith te pedirán que vivas con


ellos. Tienen una habitación libre porque
su hijo mediano murió. Ahora, escucha con
atención: tendrás mucho dinero en Berlín
porque tienes dólares, así que puedes
alojarte en los mejores hoteles, haz lo que
más te guste. Pero, si decides quedarte en
casa de los Keith, debo decirte que tienen
muy poco dinero. El es un general retirado,
vive de una pensión y, con la inflación, esa
pensión vale menos cada día. La madre
también tiene algunos ingresos, rentas de la
propiedad de su padre o algo parecido,
pero no mucho. Todavía tienen criados, el
viejo asistente y su mujer. Su apellido es
Meier. No tengo idea de cuánto les pagan,
si les pagan, pero tienen comida y un techo
bajo el que cobijarse.

Dejé de dibujar, sorprendido. Bobby, el


sonriente y despreocupado playboy,
parecía de pronto una persona
completamente distinta.

Si te quedas con los Keithcontinuóy les


das sólo unos pocos dólares por semana, a
ellos les será de mucha ayuda. Unos pocos
dólares en Berlín son como centenares de
dólares en América. Pero, por supuesto,
ellos no lo aceptarán. No lo aceptarán de
un huésped. De modo que lo que
harás...Boby se apoyó en mi rodilla y se
inclinó hacia adelantecada semana podrías
poner unos cuantos dólares

en un sobre v entregárselos a Meier.


Cuando estés a solas con él, pero sólo a
solas, ¿entiendes?

¿El sí aceptará?pregunté.

Sí. El sí aceptará, y comprará comida y


vino y cosas para la casa.

¿Cuánto tengo que darle?

¿Qué te parece cinco dólares?

¿Cinco dólares a la semana?

¿Puedes hacerlo?

Por supuesto.

Muy bien, haz eso la primera semana... y


yo te diré si después debes darle más, o
menos.
Quería preguntarle si los Keith no se
enterarían de que yo pagaba al
mayordomo, pero se abrió la puerta y
Christoph entró en el compartimento.

36

En el soleado comedor, dije a la madre


de Christoph que estaría más que
satisfecho de alojarme en su casa hasta que
conociera mejor la ciudad y encontrara
otro lugar. Le conté que había vivido solo
en París v que no me había gustado... y
entonces oí que entraba alguien.

Me volví y me puse en pie para que me


presentaran a una versión de Christoph,
más rubia, más delgada, más baja y mucho
más joven, vestida con una trinchera de
aspecto militar, que le venía grande.

Este es Kaspar, mi hermano menor... El


señor Peter Ellis, aus Amerika.

Kaspar Keith me estrechó la mano con


firmeza, se inclinó v unió sonoramente los
tacones. No sonrió.

B-B-B-Bild - dijo el general con bastante


claridad.

Bill!

Kaspar salió del comedor y regresó un


momento después, todavía con la crujiente
trinchera y llevando en la mano un
pequeño retrato enmarcado que me
entregó: mi boceto de Christoph, la cara
ennegrecida por el fuego, una pierna atada
con un torniquete ensangrentado, apoyada
la cabeza en la rueda delantera de mi
ambulancia. Verdun 1916, había escrito yo
en un ángulo antes de arrancar la hoja del
cuaderno de dibujo.

Todos me observaban. No supe qué


decir. Devolví el retrato a Kaspar.

Muchas graciasdije. Eso fue hace mucho


tiempo.

Christoph anunció que tenía que ir a su


oficina, pero quiso acompañarme hasta mi
habitación. El general siguió asintiendo y
observando. Frau Keith me estrechó
nuevamente la mano. Kaspar, al parecer,
quería hablar con su hermano porque nos
siguió por la alfombrada escalera.
Cuando abrieron la puerta del dormitorio
que estaba al final del pasillo, percibí que
acababan de ventilarlo y de sacudir el
polvo. Era un cuarto confortable con una
cama angosta, un sofá de cuero, alfombra
persa, mesa para escribir y un pesado
armario de roble. En las paredes, había más
adornos como los que había visto en la
planta baja: fotografías enmarcadas, grupos
de oficiales sonrientes a pie o a caballo, en
uniforme gris de combate, en uniforme
negro y plateado de desfile, con bigote y
gorra de piel, adornada con enormes
calaveras blancas: los otenkopfhusaren,
Húsares de las Calaveras.

¿Tú también estuviste en la guerra?


pregunté a Kaspar.
37

El joven negó con la cabeza.

Demasiado joven, en 1918 yo era cadete.

Pero nuestro Kaspar también peleó lo


suyodijo Christoph. Marinebrigade
Ehrhardt.

Aquello no significaba nada para mí.

Freikorpsdijo Kaspar, alzando el


mentón. El mejor.

Hum, yo no estoy tan segurodijo su


hermano, sonriendo. ¡Recuerda el golpe de
Kapp!
La cara de Kaspar se puso roja.

¡Aquello no fue culpa nuestra! Fue...

¿Qué es un Freikorps? pregunté.

La cólera de Kaspar se volvió contra mí.

¿Qué es un Freikorps? ¿Puedo


preguntarle dónde estaba usted en 1919?
Dijo con sarcasmo.

En 1919, estaba en una clínica


psiquiátrica.

¿Una qué? no entendía, pero Christoph


se lo dijo en alemán y añadió:

Sé más amable, por favor.

¡Le pido disculpas, señor! dijo Kaspar


con furia, el rostro todavía encarnado. Dio
media vuelta y salió de la habitación.

¡Peter, debo pedirte disculpas! Christoph


se sentó en el sofá. Sabes que es aún muy
joven y que ha tenido una adolescencia
terriblemiró su reloj. ¿Nos sentamos un
momento y dejas que te explique? Tengo
que presentarme en la oficina, pero quiero
que comprendas a mi hermano.

38

Tropas de confianza

Por supuesto, yo no estaba aquí cuando


terminó la guerra dijo Christoph Keith, así
que todo esto lo he oído de otros. Debió de
ser indescriptible... La agitación, la
confusión... Empezó con los marineros, la
flota había estado

inmovilizada en los puertos, Kiel y


Wilhelmshaven, sin hacer nada durante
años; la comida era pésima, la disciplina
muy dura. Entonces se enteraron de que
tenían que zarpar para una última batalla
contra los ingleses, y ese mismo día de
noviembre se rebelaron, apagaron las
calderas y marcharon hacia las ciudades.
Fue como una cerilla en hierba seca,
¿sabes?; la gente estaba agotada, cansada
de la guerra. La revuelta se extendió a los
obreros, al ejército; en todas las ciudades
había multitudes en las calles, marineros
con fusiles v brazales rojos, mujeres que
gritaba desde las casas... Fue toda una
revuelta de los trabajadores contra el orden
establecido. Y, por supuesto, ¿quiénes eran
los símbolos del gobierno del Kaiser? Los
oficiales. ¡Y la gente se puso a perseguir
oficiales por las calles y a arrancarles las
charreteras!

«Bueno, creo que eso no es tan


importante para un norteamericano. Para
un oficial alemán, esas insignias sobre sus
hombros representan... no podría
explicártelo.... lo representan todo: su país,
su honor, su lugar jerárquico en el mundo...
Las charreteras tienen, ¿cómo podría
decirlo?, una importancia mística. Todos
saludan al hombre con charreteras de
mayor graduación. Recuerdo que, cuando
yo era pequeño y paseaba con mi padre por
la Unter den Linden, todos los hombres de
uniforme le saludaban...

39
- Pues bien, imagínate ahora a mi
hermano menor, con dieciséis años, de
cadete del colegio militar y paseando por la
calle con otro cadete, cuando de pronto se
ve rodeado por una multitud, soldados y
marineros desertores y mujeres de

las fábricas, que se apodera de ambos


muchachos, los derriba, los patea y les
arranca las charreteras del uniforme y les
grita insultos de toda clase.

-¿Puedes imaginar cómo se sentirían?


¿Cómo detestan ahora todo lo que tenga
que ver con obreros y banderas rojas,
bolchevismo o socialismo?

«Bien, ¿qué sucede mientras tanto? El


país está sumido en el caos. El Kaiser
escapa a Holanda. Karl Liebknecht
proclama un sóviet alemán. Los
socialdemócratas proclaman una república.
La gente se dispara entre sí desde las
barricadas. Nadie sabe qué está ocurriendo.
Los grupos espartaquistas de Liebknecht,
los verdaderos comunistas, desfilan por las
calles, toman edificios públicos. Es una
revolución. Y, como te he dicho, al pueblo
alemán no le gustan las revoluciones, ni
siquiera a los socialistas. No le gusta que
los obreros asalten las tiendas y disparen
en las calles. ¿Qué hizo entonces el
gobierno socialista? Llamó al ejército.

«Bien, el ejército volvía de Francia,


volvía ordenadamente, a la zaga de sus
oficiales; pero también había sido
contaminado por la revolución. Las filas
estaban llenas de Soldatenräte (no sé cómo
los llamáis vosotros, son una especie de
comisarios, soldados) que trataban de
quitar la autoridad a los oficiales, hacer
elecciones... ¿Puedes imaginártelo,
elecciones en el ejército alemán? Bien, el
gobierno quería tropas de confianza; en
otras palabras, tropas que hicieran fuego
contra otros alemanes, contra sus
ex-compañeros, contra los Sollatenräte, los
marineros... ¿Dónde podía encontrar tropas
de confianza? La mayoría de los hombres
que regresaban de Francia no quería
disparar contra nadie, y menos contra otros
alemanes. Querían irse a sus casas y eso es
lo que hizo la mayoría, no bien volvieron
del otro lado del Rhin.

»La mayoría. No todos. Vosotros tenéis


un dicho en inglés: "El ejército es una
segunda familia". Unos habían sido
soldados durante tanto tiempo que no
sabían sentir otra cosa. Otros trataron de
volver a su casa, no pudieron encontrar
trabajo, no pudieron soportar la vida
tranquila, quizá necesitaban las marchas y
los cañones, la compañía de los otros
soldados y la emoción... Y otros, como mi
hermano menor, furiosos porque la guerra
había terminado, querían tener la
oportunidad de luchar por su país, quizá
porque les habían arrancado las
charreteras...

40

»Bueno, lo que sucedió fue que formaron


un montón de cuerpos privados de
soldados. El Freikorps.
Ejército-independiente. Una antigua
expresión que viene de las guerras contra
Napoleón. Todo el que podía encontrar
algún dinero y hombres que lo siguieran,
generales, coroneles, un capitán de la
marina, tenientes, hasta unos pocos
sargentos, lo hacía. Y el Alto Mando les
permitió que tuvieran uniformes, fusiles,
municiones, metralladoras, algunos
cañones y carros blindados.

El Landes jdgekorps del general Maercker


fue el primero; lo enviaron a Weimar para
proteger a los profesores y políticos que
estaban redactando una nueva constitución.
Aquí, en Berlín, hubo intensos combates,
los de la Guardia Montada mataron a
Liebknecht, mataron a Rosa Luxemburgo,
le abrieron el cráneo con la culata de los
fusiles y la arrojaron al canal... Terminaron
con los espartaquistas».

Christoph dejó de hablar, sacó del


bolsillo una pitillera de plata, me ofreció
un Gauloise y encendió ambos cigarrillos.

¿Y Kaspar se alistó en uno de esos


cuerpos? pregunté.

Christoph asintió con la cabeza.

En la Marinebrigale Ehrharlt. No sé
cómo se enroló porque estaba compuesto
en su mayoría por oficiales de la Marina.
Conseguían reclutas entre los cadetes y
creo que alguien lo convenció. Los
muchachos vieron cosas terribles. No había
trincheras. Luchaban en las calles,
irrumpían en las viviendas colectivas de
los obreros, disparaban desde los tejados,
en los patios actuaban pelotones de
fusilamiento... No tomaban prisioneros,
simplemente los ejecutaban. Entonces, el
chico tenía diecisiete años. Lucharon aquí,
en Berlín, lucharon en Munich, lucharon
en Silesia y, después, regresaron a Berlín y
trataron de hacer una revolución propia, el
llamado «golpe de Kapp», para derribar la
República de Weimar. No funcionó.
Ocuparon Berlín, pero los obreros se
lanzaron a la huelga general. Todo se
detuvo. No había trenes, ni autobuses, ni
electricidad... nada. El Alto Mando dio
marcha atrás, el doctor Kapp y los
generales que lo apoyaban huyeron en
avión a Suecia, y la Marinebrigale
Ehrharlt se retiró otra vez.

»El capitán Ehrhardt huyó a Hungría, la


brigada se disolvió, todos los korps fueron
disueltos, el Gobierno ya no los necesitaba.
Kaspar se puso ropa de paisano, subió a un
tren y volvió a casa. Desde entonces, ha
estado aquí, pero incapaz de hacerse una
vida nueva. Tendría que ir a la universidad,
y a veces asiste a clase, pero duerme
mucho durante el día y pasa sus noches
bebiendo con otros individuos de los
Freikorps. Detestan al Gobierno, hablan de
política y creo que, también, hacen otras
cosas.

41

¿Qué clase de cosas? pregunté.

Christoph miró su reloj y se puso en pie.

Creo que prefiero no saber qué son esas


otras cosas dijo. Ahora tengo que ir al
banco. Volveré para cenar y después
pasearemos un rato por la ciudad. ¿De
acuerdo?

42

Una isla
No sé por qué creí que los Keith tenían
automóvil, pero no lo tenían. El sábado,
después de mediodía, para visitar a los
Waldstein, Christoph y yo tuvimos que
tomar el tranvía hasta la estación
Grunewald y después el tren, atravesando
kilómetros de colinas cubiertas de pinos,
hasta la aldea de Nikolassee. Cuando nos
apeamos en la pequeña estación suburbana
y salimos a la luz del sol, Christoph saludó
a un viejo cochero que tenía abierta la
portezuela de un antiguo landó abierto,
bellamente lustrado.

Nachmittag, Schmitz.

Guten Nachmittag, Herr Oberleutnant.

Saludo. Subimos y nos acomodamos en


los asientos de cuero verde. Se cerró la
portezuela, el cochero trepó al pescante,
tomó las riendas y emitió un chasquido con
la lengua. Los dos relucientes caballos
partieron al trote. Rodando sobre

ruedas de caucho, salimos de la estación,


cruzamos la aldea y empezamos a subir las
colinas arboladas.

¿No tienen automóvil los Waldstein?


pregunté.

Si, desde luego. Bobby tiene un Bugatti


de carreras y el barón tiene un Horch
grande y antiguo, pero quieren conservar
los caballos, y también a Schmitz, de modo
que todavía tienen este carruaje. Fue útil
durante la guerra, cuando no

había gasolina.

El viento nos daba de cara. Los


automóviles pasaban rugiendo mientras
avanzábamos al ritmo regular de los cascos
de los caballos por un camino recto y largo
que atravesaba el bosque. Por fin, llegamos
a la cima y, ante nuestros ojos, apareció un
panorama sorprendente: el río Havel,
ancho y azul, reluciente bajo el sol de
mayo, salpicado de velas blancas,
ensanchándose a nuestra izquierda hacia la
bahía de Wansee. Justo debajo de nosotros
había una pequeña península, en realidad
una isla unida a tierra firme por un puente
angosto.

49

Christoph señaló con la mano.

Allí es dijo.

El cochero tiró del freno. Los caballos


querían correr, pero el hombre tiró con
fuerza de las riendas y los obligó a llevar el
coche al paso mientras bajábamos la
pronunciada pendiente hacia el agua.
Cuando los cascos golpearon las tablas de
madera del puente, el hombre aflojó las
riendas y tomamos a buena velocidad un
camino bordeado por ambos lados de
muros, setos de lilas, robles enormes y
viejos y hayas frondosas. El camino
parecía rodear el centro de la isla.
Ocasionalmente aparecía un claro en el
follaje, y yo alcanzaba a ver un retazo de
agua azul brillante.

Llegamos al final de una larga pared de


estuco. Los caballos, ahora al paso,
doblaron para hacernos pasar entre los
postes de una puerta hacia una amplia
calzada de guijarros. Vi una casita
blanqueada, probablemente para los
porteros, un gran prado de césped y,
delante de nosotros, parcialmente oculta
por grandes nogales y hayas, una casa
blanca, señorial, muy grande y muy
antigua.

Media docena de relucientes y costosos


automóviles estaba estacionada a un lado
de la calzada y, en un sombreado jardín
junto a la casita de los porteros, tomaba
cerveza un grupo de chóferes, sin gorras y
con la chaqueta abierta.

¿Qué pasa hoy?preguntó Christoph


cuando Schmitz nos abrió la portezuela,
pero no entendí la respuesta, que le hizo
refunfuñar a Christoph de disgusto.

Grosse Tieredijo mientras cruzábamos la


calzada en dirección a los jardines de la
izquierda de la casa grande. ¿Cómo dicen
ustedes? ¿Animales Grandes? ¿Gente
importante?

Decimos peces gordos, si entiendo bien.

Oh, claro. Esta tarde tendremos aquí


algunos peces gordos. El ministro
Rathenau y el profesor Liebermann.

Ninguno de estos nombres significaba


nada para mí.

Todos están abajo, junto al lago, en la


Casa de Té dijo Christoph. Iremos mejor
por detrás y nos acercaremos siguiendo la
orilla del lago. Así no haremos una gran
entrada, sino que llegaremos
silenciosamente. ¿Te parece bien?

Me hizo cruzar otro prado de césped,


después atravesamos un delicioso laberinto
de tejos, pasando junto a dos invernaderos
y un campo de hortalizas, cuidadosamente
cultivado, y tomamos otro sendero de
guijarros que bajaba con

brusquedad entre una espesa arboleda.


Debajo de nosotros, el agua brillaba entre
los árboles.

44

_¿Quiénes son los peces gordos? le


pregunté.

¿No has oído hablar de Walther


Rathenau? Es nuestro ministro de Asuntos
Exteriores. Un hombre muy brillante. Un
hombre muy rico. Su familia es propietaria
de varias compañías eléctricas. Ha escrito
libros sobre... bueno, sobre política,
economía, el futuro, cosas muy
complicadas pero sumamente importantes;
quiere... piensa que tenemos que pagar las
deudas que los aliados nos impusieron en
Versalles, que debemos hacer algo para...
complacer a los franceses y los ingleses
antes de que nuestra economía se recupere,
y mucha gente le odia.

Acaba de firmar un acuerdo con los rusos,


con los bolcheviques, con Chicherin, en
Rapallo; algunos creen que fue un golpe
magistral para que los franceses nos tomen
más en serio, pero muchos lo odian. Es un
hombre brillante, pero no

es fácil simpatizar con él.

¿Y quién es el otro, el profesor?

Ah, el profesor Liebermann, Max


Liebermann; te gustará conocerlo. Es uno
de nuestros mejores pintores, un anciano
maravilloso, a veces muy gracioso.

¿Y por qué están aquí? pregunté. Nos


acercábamos al agua. Pude ver una playa
diminuta, un bote de remos a medias fuera
del agua y juncos altos y flexibles que se
mecían con la brisa.

Bueno, vienen a tomar el té, a ver a sus


amigos. Son viejos amigos de los
Waldstein, no creo que hoy haya una razón
especial... ¡Oh, he aquí una agradable
sorpresa!

Al llegar a la orilla y tomar otro sendero,


vimos a una joven en un banco, leyendo un
libro y moviendo suavemente un cochecito
de niño. Estaba sentada bajo uno de los
enormes sauces que bordeaban la orilla,
doblaban las ramas más

allá del dique y rozaban con las hojas las


aguas del lago.

Al oírnos ella, alzó la vista, arrugó la


frente, nos dirigió una sonrisa
deslumbrante y se puso en pie

¡Christoph! exclamó.

Nos acercamos. Se dieron la mano y nos


presentaron.

Sigrid von Waldstein... y su hija, Marie.

Marie estaba dormida en el cochecito. Su


cabecita era una maraña de rizos
negroazulados.

Hablaban en alemán, pero podía


entenderles.

¿Por qué no estaba ella con los demás?

Un encogimiento de hombros y otra


sonrisa deslumbrante.

45

Langwelig! Aburrido. ¿Cómo estaba París?


¿Se portaba bien Bobby? ¿Cómo está
Kaspar?

Se volvió hacia mi.

Mi inglés no es bueno, lo siento. Mi


marido, su inglés es muy bueno.
Preguntó si nos quedaríamos a cenar con
ella y Alfred.

Se me explicó que ellos tenían casa propia,


un cottage encima de los establos, al otro
lado de la carretera.

Christoph dijo que tendríamos mucho


gusto en cenar con ellos. "

Id ahora a saludar al Doctor


Rathenaudijo ella.

Caminamos por la orilla, bajo los sauces.


La cortina de juncos desapareció y, por
entre las ramas de los sauces, pudimos ver
el lago, los botes de vela y las playas
arenosas de la orilla opuesta.

Es una chica encantadora dije.


Si, así es. Su padre era general.

Como el tuyo.

Más joven que el mío. Pero ha muerto,


en un accidente automovilístico en Francia.

Estuvo... un poco extraña cuando


preguntó por Kaspar.

Fue amiga de Kaspar.

¿Su novia?

Oficialmente no. Eran demasiado


jóvenes. Pero él la amaba mucho. Aún la
ama. Es otra de las razones por las que está
tan furioso.

¿Qué ocurrió?
¿Qué ocurrió? Apareció otro hombre...
mayor, más fuerte, famoso, rico, nuestro
pobre Kaspar ya no pareció tan atractivo,
¿y qué hubiese podido ofrecerle él? La
madre de ella es viuda, sus hermanos
mayores también murieron, el hermano
menor todavía está en el colegio, tienen
una gran propiedad, allá en la Marca, pero
no tienen dinero suficiente ni siquiera para
pagar la hipoteca o alimentar a sus
caballos...

No, ella hizo lo único que podía hacer.

Nos acercábamos a la Casa de Té, en


realidad más bien un pabellón, levantado
en una terraza de losas sobre el agua, con
techo de paja sostenido por gruesos postes
de madera. Unas veinte personas estaban
sentadas en sillas de mimbre
formando varios círculos, las mujeres con
vestidos floreados y sombreros veraniegos,
la mayoría de los hombres con traje
oscuro. Dos criadas uniformadas pasaban
bandejas con pastas y pasteles.

Al final de la terraza había un pequeño


muelle flotante.

46

Una reluciente lancha a motor se mecía


suavemente junto al

embarcadero, y Bobby von Waldstein, con


pantalones anchos
y camisa blanca, ayudaba a una muchacha
muy joven a poner

en la lancha algo que parecía una especie


de patín. La muchacha llevaba una rebeca
de lana negra sobre un traje de

baño negro. En la rampa que unía el muelle


con la terraza,

había una anciana vestida de forma


chocante: blusa negra

bordada, falda negra que llegaba hasta el


suelo y una enorme

toca blanca que se extendía unos treinta


centímetros por arriba y por detrás de la
cabeza. Gritaba a Bobby y a la muchacha,
pero éstos no le prestaban atención. La
anciana se
puso las manos en las caderas y se volvió
hacia la terraza.

Frau Baronin! Frau Baronin!gritó, hasta


que una de

las damas de vestido floreado se levantó y


fue hasta la barandilla.

En aquel momento Bobby levantó la


vista y nos vio a

Christoph y a mí. Sonrió, saludó con la


mano y se puso la

americana azul que estaba sobre uno de los


postes del muelle,

y subió la rampa, pasando junto a la mujer


de la toca. Detrás de él, la muchacha con
traje de baño se volvió para ver
adónde iba Bobby. Alzó la vista y nuestros
ojos se encontraron.

47

Bismarck los consideraba útiles

La noche anterior Christoph me había


llevado a un largo

paseo por la Kurfurstendamm, la calle más


transitada de Berlín.

Era sábado por la noche, y las aceras


estaban llenas de
gente, gente de todas clases: gordos
comerciantes de la provincia, con la nuca
afeitada sobresaliendo del rígido cuello

de plástico, colegiales y universitarios con


gorra colorada, oficiales del ejército con
botas de montar y sables de desfile,

gente que hablaba polaco o ruso,


prostitutas de todas las

formas y tamaños caminando en parejas,


caminando solas,

deteniéndose para ajustarse las ligas,


charlando en grupos en

los portales... De un club nocturno,


resplandeciente de luces

parpadeantes y con grandes carteles de


muchachas desnudas,

brotaba jazz de Nueva Orleans. En todas


partes, había mendigos lisiados.

Christoph cojeaba a mi lado.

¿Qué te parece? preguntó.

Bueno, es interesante... y, ciertamente,


distinto de

Paris.

Cabeceó.

Hubieras tenido que verlo antes de la


guerra. Tenemos

una hermosa ciudad, ya lo verás. ¿Pero


esto? Eine Schweinerei!
Seguimos carninando y pasamos por la
gigantesca catedral, imitación del
Románico, isla de piedra gris en medio

del tráfico. Christoph señaló un edificio


todavia más feo, al

otro lado de la calle: «Romanisches Café>,


según anunciaba

el letrero.

Allí es donde escritores y periodistas se


sientan, hablan

y hacen su trabajodijo Christoph.

48
Entramos en uns terraza cubierta y nos
sentamos a una

mesa desde la que se veia la acera. La


gente, en las otras mesas, hablaba con gran
animación, leia en silencio periódicos

con guardas de madera, o bebía café. No vi


a nadie trabajando. Vino un camarero.

¿Quieres una Berliner Weisse? Es una


cerveza blanca

especial, con un poco de zumo de


frambuesa.

Asentí.

Zwei Weisse, bitte.


Jawohl, Herr Oberleutnant.

¿Siempre vienes aqui?pregunté.

Christoph negó con la cabeza.

No me habían visto antes, pero siempre


se dan cuenta.

¿Un cigarrillo? Se acomodó en la silla.


Peter, mañana

vamos a la isla. Quiero contarte algo


acerca de los Waldstein,

porque vas a conocerlos y todo el mundo


sabe estas cosas,

de modo que ellos esperarán que tú


también las sepas.
»En primer lugar, sabes, por supuesto,
que son judíos...

aunque quizá sea más exacto decir que


eran judfos, porque

se convirtieron a la Iglesia evangélica en la


época de Napoleón. O sea que no se
consideran judíos, aunque todos los

demás sí, y no se habla de eso en su


presencia.

»¿Que por qué se hicieron cristianos?


Porque aquélla era

una época de liberación. El ejército francés


trajo las ideas de

la Revolución francesa a todos estos viejos


Estados alemanes,
la idea de que todos los hombres son
iguales; y, con ella, la

de que los judlos no debían encerrarse en


la judería, hablar

un idioma diferente y casarse solamente


entre si... Entre los

mismos judíos, por lo menos entre algunos


de ellos, cundió

la idea de que, después de todo, quizá no


eran el Pueblo Elegido, de que tal vez eran
como los demás pueblos, asi que

quisieron salir de la judería y tomar parte


en la vida del

mundo.
»Bueno, en Berlin, de todos modos,
nunca tuvimos judería; es una ciudad
nueva, pero los príncipes que fueron reyes
de Prusia no sentian simpatía por los judios
y a muy

pocas familias judias les permitieron vivir


aquí. Una de ellas

fue la de los Mendelssohn. ¿Has oido


hablar de Moisés Mendelssohn?

¿Pariente del compositor? pregunté.

Fue su abuelo. Fue filósofo y escritor.


Tradujo partes

del Antiguo Testamento al alemán a fin de


que los judios

pudieran aprender este idioma. Siguió


siendo ¡udío, pero quiso

atraer a los demás judíos a la vida alemana.


Fue un hombre

49

bastante famoso, aunque no tan rico como


sus descendientes.

Bien, tuvo muchos hijos e hijas, y una de


éstas se casó con

David Waldstein, un banquero, quizás el


hombre más rico

de Berlín. ¿Por qué tantos judíos eran


banqueros? Porque,

en primer lugar, era una de las pocas cosas


que les estaba

permitido hacer, prestar dinero, y no iba


contra su religión

cobrar... No sé cómo decis vosotros,


nosotros decimos zinsen

cuando a alguien se le cobra por prestarle


dinero.

¿ lntereses ?

Sí, intereses. Creo que en alguna parte de


la Biblia se

prohíbe. ¿Recuerdas lo de Jesús y los


mercaderes del templo?
Yo no lo entiendo muy bien, pero, en toda
Europa, no solamente en Alemania, eran
los judíos quienes se dedicaban a

prestar dinero, es decir, a la banca, ya en la


Edad Media.

Llegó la cerveza en copas como balones,


rebosantes de

espuma. Las levantamos


ceremoniosamente y bebimos. Sabía

exactamente a como era de esperar que


supiera la cerveza

mezclada con zumo de frambuesa.

Christoph vació su copa hasta la mitad


con una serie de
tremendos sorbos, la dejó sobre la mesa, se
limpió el bigote

y continuó su relato.

Pues bien, este David Waldstein decidió


bautizarse, hacerse cristiano y, cuando
nacieron sus hijos, los bautizó también.
Supongo que quiso que fueran parte de la
vida alemana

y, para eso, había que ser cristiano. Como


digo, era la época

de Napoleón; Napoleón había derrotado a


los prusianos y ocupado Berlín, obligado a
los prusianos a unirse a su campaña

rusa, y, entonces, después de la retirada de


Moscú, uno de los
generales prusianos retiró a sus hombres
del ejército de Napoleón y se unió a los
aliados. Uno de mis antepasados fue oficial

de ese ejército y uno de los hijos de


Waldstein fue caballero

también, aunque no oficial, por supuesto.


Este mismo hijo

(se llamaba Jacob Waldstein) se hizo


célebre, escribió poemas

y canciones, escribió varios dramas, fue


amigo de Heine y

de Félix Mendelssohn y fundó una revista


literaria con dinero

que le dieron sus hermanos. Sus hermanos


dirigían el banco
y tuvieron muchos hijos, y sus hijos
dirigieron el banco y sus

hilas se casaron con miembros de nuestra


aristocracia. Porque,

por aquel entonces, esta familia, y otras


parecidas, estaban

haciéndose enormemente ricas.

»Estábamos en la revolución industrial,


que llegó tarde a

Alemania. Ferrocarriles, minas de carbón,


fundiciones... y, para

construir ferrocarriles, para fundiciones,


acerías, hay que reunir dinero. ¿Y quiénes
saben cómo reunir dinero? No nues
50

troS junkers, nuestros antiguos


terratenientes, descendientes

de los Caballeros Teutónicos. No los


oficiales del ejército del

rey. No los ministros ni los consejeros


privados del rey. No,

ellos nada saben de dinero porque eso no


es para caballeros;

lo que los ingleses llaman ser


comerciantes, queda terminantemente
prohibido para los caballeros que
gobiernan el país.
¿Quiénes saben reunir dinero, montones de
dinero, emitir tituIOS y acciones, aquí y en
París, en Londres, en Nueva York?

Los que saben son los Mendelssohn, los


Waldstein, los Oppenheim y los otros. Por
supuesto, los Rothschild en Frankfurt,

Viena y Londres son los más famosos,


después los Bleichroder,

Furstenberg, muchos más... No todos son


judíos, entiéndeme;

toda la alta burguesía properó súbitamente,


el dinero entró a

raudales, se construyeron palacios aquí y


en Berlín y en el

campo, y sus hiias se casaron con quienes


ya tenían palacios

pero no podían pagar su manutención.


Personas con títulos

antiguos. Y así es cómo ellos también


quisieron títulos. Financiaron hospitales,
donaron colecciones de arte a los museos;
los Waldstein tenían su propio periódico.
Al Gobierno le

gustaba contar con el apoyo de estas


personas, en realidad eran

súbditos extremadamente leales al rey que,


para entonces,

también era emperalor, el Kaiser. Y


Bismarck, el hombre que

hizo un Kaiser de su rey... Bismarck


consideraba útiles a

estas familias. Y les dio, a algunas, los


títulos que querían.

Los Waldstein fueron los primeros.

Christophdije, para ser oficial de húsares


y piloto

de aviación, sabes mucha historia.

Aquello pareció complacerle. Asintió e


hizo una pausa

para beber un poco de cerveza.

Ya te lo he dichocontinuó, no quiero ser


oficial.

Me gustan mucho más los libros que los


caballos, o los aviones, y me gustaría
volver a la Universidad, pero ahora no es

posible.

Bueno, continúa con los Waldstein.


¿Cómo te relacionaste con ellos?

No fui yo, en ealidad. Fue mi padre. En


Alemania,

¿sabes?, antes de la guerra, todos debían


hacer el servicio militar, uno o dos años en
el ejército, y después pasar a la

reserva. Uno hace su servicio en un


regimiento y después,

toda la vida, hace maniobras de verano con


dicho regimiento.
Para los alemanes, esto es, debería decir
era, una de las cosas

más importantes. Tu regimiento, tu


graduación en la reserva... Es difícil
explicarlo a un norteamericano, pero, en
aquellos años, después de la derrota de los
franceses en 1870 y

51

antes de 1914, este asunto acerca del


ejército era... bueno,

era muy importante.

»De modo que los Waldstein, dos de los


banqueros el

viejo Jacob, no el poeta, fueron ya los


Freiherrn von Waldstein, los barones de
Waldstein, y tuvieron hijos. ¿A qué
regimiento enviarían a los hijos para el
servicio militar? Un problema muy
delicado. Todos quieren estar en
Caballería, pero

la gente de Caballería necesita muchos


caballos y un hombre

que cuide de ellos, en otras palabras, no se


puede estar en

Caballería si no se tiene dinero. Bueno, los


Waldstein tenIan

mucho dinero. Pero todo el rnundo quiere


estar en los regimientos de la Guardia. Los
Grauaderos de la Guardia, aunque
pertenecen a infantería, son mejores que la
caballería,

tienen más cachet, como dicen los


franceses... Piensas que

todo esto es una tontería, ¿verdad?

Es un mundo diferente, pero interesante.

Es un mundo que ha desaparecido. Te lo


cuento tan sólo

para explicar a los Waldstein. Una de las


tías, es decir, una

hermana de los banqueros y sobrina del


poeta, estaba casada

con el teniente general y conde


Wachenfels, miembro del Estado Mayor
Central, Jefe de la CaballerIa ligera. Habló
con mi

padre. Mi padre estaba entonces de auxiliar


en los Húsares

Negros.

Los húsares de la calavera y...

Sí. Debió ser en la décaaa de mil


ochocientos ochenta, no sé exactamente
cuándo, pero los Waldstein sirvieron

en el regimiento y pienso que mi padre se


ocupó de que no

fueran tan mal tratados como era de


esperarse. Y mi padre
y mi madre aceptaron invitaciones de las
grandes casas, Pariser Platz, Schloss
Havelblick... Cuando mis hermanos y

yo crecimos, nos enviaron al mismo


Gimnasio, la misma escuela secundaria,
que los jóvenes Waldstein, es decir, Alfred,

Max y Bobby. Así fue cómo nos


conocimos. ¡Oh, Dios mío,

mira quién viene por ahí... y nada menos


que al Romanisches

Café!

Yo también había notado al grupo que


acababa de entrar,

hombres y mujeres bien vestidos, que


gritaban y reían como
si ya hubiesen tomado unas cuantas copas;
hubieran podido

venir de uno de los clubs nocturnos. Se


instalaban alrededor de una mesa grande,
en un extremo del salón, cuando

uno de los hombres, todavía de pie, miró


en nuestra dirección.

Pareció sorprendido, dijo algo a una de las


mujeres y vino

hacia nuestra mesa.

Christoph Keith se puso de pie


inmediatamente y yo lo

52
imité. El hombre que se aproximaba era
alto, tan alto como

Keith, pero más corpulento, con el pecho


hinchado, extraños

y melancólicos oJos azules en una cara


carnosa y pálida, y el

cabello rubio oscuro, peinado hacia atrás


desde la frente despejada. Vestía un traje
azul, cruzado, con una condecoración

militar en el ojal. Parecía un poco mayor...


quizás en la segunda mitad de la treintena.

Se estrecharon la mano sonrientes. Fui


presentado... el
señor Ellis aus Amerika... Hauptmann
No-Sé-Oué-Ring, me

pareció... famoso aviador, comandante de


escuadrilla... y otra

vez la historia del avión incendiado en


Verdún.

¿Nos acompañas? Estoy familiarizando a


Ellis con la

Berliner Weisse.

Gracias, sólo me sentaré un momento.


Estoy con unos

amigos suecos de mi mujer...hablaban en


alemán, pero yo

entendía casi todo lo que decían.


Al parecer, hacía años que no se veían,
pero habían oído

hablar el uno del otro. No, Hauptmann


Ring ya no volaba para

los suecos, si tuviera que hacerlo, lo haría


para Alemania en

aviones alemanes. Vino el camarero y Ring


pidió coñac. ¡Imagínate, y los muy cerdos
que firmaron el Tratado de Versalles

acordaron que Alemania ya no volvería a


construir aviones!

¿Qué piensas tú de eso?

Estaba echado hacia adelante, bulto


corpulento inclinado
en la estilizada silla de hierro, los codos
sobre la mesa, hablando rápidamente,
excitándose hasta que el rostro se le

puso rojo.

¡Criminales de guerra! Llevar a oficiales


alemanes ante

los tribunales para juzgarlos como


criminales de guerra. ¡Criminales!
Oficiales de guardia de submarinos, que no
hicieron

sino cumplir con su deber, enviados a


prisión porque esos

viejos chochos, que dicen representar al


pueblo alemán, tienen
niedo de los aliados.

Llegó el coñac. Se lo tomó de un sorbo y


golpeó la copa

contra el mármol.

¿Te das cuenta de que, si nuestro


Rittmeister estuviera

vivo, estaría en la cárcel?la cara se le puso


aún más roja.

(No quise preguntar cuál Rittmeister,


porque no quería

que supiera que yo entendia lo que decía.)

¡Y ahora ese Rathenau, ese judío y su


Tratado de Rapallo! ¿Te imaginas un
tratado con los bolcheviques?
Christoph Keith le interrumpió: es
posible que lo de Rapallo no fuera una idea
tan mala. Hacía retroceder a los

franceses.

53

El otro se limitó a resoplar.

Christoph encendió otro cigarrillo.

Yo creí que tú querías pilotar aviones...


aviones alemanes.
¡No nos permiten tener avionesl ¡Volaron
nuestros aviones con dinamita! Yo lo vi
con mis propios ojos, una fila

de hermosos aparatos D-IV que apenas


habían volado. Me

eché a llorar...

Christoph volvió a interrumpirle.

¿Nunca has estado en Rusia? Yo estuve,


con la caballería. Un país muy grande,
miles y miles de kilómetros, estepas
vacías, pocos caminos, y ferrocarriles
menos aún... ¡Y

ninguna Comisión Aliada de Control!

Hauptmann Ring lo miró con los ojos


entornados.
He oído decir que ese Tratado de Rapallo
fue una

casualidad favorabledijo Christoph. De


ninguna manera

fue idea de Rathenau. Rathenau quiere


trabajar con Francia

e Inglaterra. He oído decir que todo fue


preparado por Ago

von Maltzan. ¿Le recuerdas? Está en el


departamento ruso

del ministerio de Asuntos Exteriores.


Maltzan trabaja con

Chicherin, Maltzan convence a Rathenau...


y la idea no salió
de la Wilhelmstrasse; nació en la
Bendlerstrasse.

¿Von Seeckt?

Christoph lanzó un anillo de humo al


techo.

Miles de kilómetros, querido. Las estepas


parecen el

mar. Von Seeckt las ha visto. El es


consciente de eso. ¿Quién

va a saber qué hacen unos cuantos civiles


alemanes con algunos viejos tanques y
algunos viejos aviones, más allá del
horizonte?

Crees, por un minuto, que Lenin y


Trotsky...
¿Por qué no? Nosotros les devolvimos a
Lenin desde

Suiza, ¿no? Fueron los aliados quienes les


invadieron. Fueron

los aliados quienes les aislaron del resto


del mundo. Lenin necesita tractores.
Nosotros hacemos excelentes tractores. Sí,

creo que ellos nos dejarán hacer un poco


de maniobras.

El otro le miró silenciosamente.

Muy interesante. Veré si nuestra gente


coincide contigo. En todo caso, veo que
nuestra comunidad bancaria israelita sigue
tan bien informada como siempre.

Creo que sabes que esto no viene de


fuentes bancarias.

Pero ha llegado ya a ellas ¿no?

Trabajo para ellos, sí el tono de


Christoph había

cambiado.

54

Se dice por ahí que tu trabajo es impedir


que Bobby

Waldstein pesque alguna enfermedad


social.
Quizá tenga también otras misiones.

Si tus predicciones fueran correctas,


¿vendrías con noSotros a las estepas?

Christoph estiró la pierna y se la golpeó


con el bastón.

Ya no puedo manipular los pedales, Herr


Kommandant.

Lo siento.

Sí, estoy seguro de que lo sientes.

Echó la silla hacia atrás y se puso en pie.


Hicimos lo

propio.
Alsodijo y estrechó la mano de
Christoph. Uno

siempre se interesa por los antiguo


compañeros. Nunca imaginé a Keith de
banquero, ¡pero se me ocurre que es mejor
un banquero con empleo que un piloto
parado!

Me tendió una garra enorme y húmeda y


dijo en inglés:

¡Buenas noches, señor, ha sido un placer!

Fue hasta su mesa, donde la


conversación se detuvo y las

caras se volvieron hacia nosotros para


inspeccionarnos.

¿Qué tienes ahí? preguntó Christoph


cuando volvimos a sentarnos. Alargó la
mano y cogió el posavasos circular de
cartón que, en un lado, tenía un anuncio de
cerveza

Spatenbrau y, en el otro, un dibujo a lápiz


de Hauptmann

Ring que yo había hecho mientras


hablábamos.

¡Vaya, Peter, es excelente! Lo has hecho


sin que me

diera cuenta, el parecido es exacto.

Tiene una cara interesante... un poco


como un emperador romano.

Mejor que no se entere de que lo


describes como un
romano, él se cree un típico guerrero
germánico... Pero ¿por

qué has puesto «Hauptmann Ring» debajo?

¿No se llama así?

Christoph me miró y se echó a reír. Se


echó atrás en la

silla y soltó una carcajada tan fuerte que


los otros clientes,

especialmente los de la mesa grande, se


volvieron para mirarnos.

¡Hauptmann Ring! ¡Muy bueno! Es el


Hauptmann Goring, último comandante
del Jagdstafell de Richthofen, condecorado
con la Orden pour le mérite, uno de los
ases más
famosos y, como has oído, uno de los
enemigos más ruidosos,

más enconados de Versalles y del


Gobierno alemán que firmó

el Tratado de Versalles.

¿También estuvo en un Freikorps?

No. Estuvo en Suecia, ganándose la vida


como piloto

55

de aviones de correo, mercancías y quizás


unos pocos pasajeros, a aislados pueblos
pesqueros, pueblos madereros... ¿cómo
decis vosotros?

¿Un bush pilot? I

Exactamente, un bush pilot. Pero


entonces separó a una

condesa sueca de su marido e hijos (debe


de ser la señora

que está ahora a su lado) y supongo que


tuvieron que marcharse. Creo que vive del
dinero de ella, pero aqui tendrá

que buscar trabajo.

Pensé que aqui no podíavolardije.

No repuso Christoph, mirando más allá


del salón
atestado y lleno de humo. Ahora no puede
volar aquí. Pero

te diré una cosa: no descansará hasta


conseguirlo. Y hay centenares como él.
¡Miles!

1. Aviador clandestino. (N. dd E.)

56

Presentaciones
La mujer se quitó el gorro de baño
blanco y sacudió la

larga cabellera negrala más negra que


había visto, larga,

lacia y casi azul. Tuve que dejar de mirarla


porque Bobby

me estrechaba la mano, sonriente, al


tiempo que nos guiaba

a Christoph Keith y a mí al otro lado de la


anciana, que

seguía gritando a la muchacha en el


muelle.

¿Quieres terminar con este escándalo,


mamá? dijo
Bobby con energía. ¡Estás molestando a
los invitados!

¡Hace mucho frio! dijo algo más en


algún dialecto;

pero no pude entender nada.

Ella no va a entrar, mamá. Vé con Fraul


Alfred y ayúdala con el niño. ¡En seguida!
serenamente, la sacó de la

rampa y la empujó en la dirección por la


que nosotros acabábamos de llegar. Dios
mío, qué fastidio. ¿Habías visto antes a una
Amme de Spreewald?me preguntó. Antes
de

la guerra, todo el mundo las tenía de


niñeras. Muchachas campesinas de los
bosques del Spree, siempre con esos
vestidos;

ésta vino trabajar con nosotros hace treinta


años para cuidar

de Alfred...

Y nadie deja jamás un empleo con los


Waldsteindijo

Christoph.

Pero yo miraba a la muchacha, que venía


de la rampa,

envolviéndose una toalla blanca alrededor


del cuello. Tenía las

piernas tostadas por el sol, ojos negros y


largas pestañas negras.
Hola, hola. Christopherodijo ella. ¿Me
llevarás en

la lancha?

Mi hermana Elizabethdijo Bobby. El


señor Ellis,

aus Amerika.

La llamamos Lilídijo Christoph.

57

La muchacha me tendió una mano fría y


delgada.
Buenas tardes, señor Ellis. Encantada de
conocerledijo en perfecto inglés. ¿Sabe
usted conducir una lancha a

motor?

¡Bobby! llamó una dama desde el


pabellón. Trae

a Christoph y a su amigo aquí.

Christoph avanzó y se inclinó sobre la


mano de la dama.

Frau Baronin, ¿puedo presentarle al


señor Peter Ellis...?

Desde aquel momento fue un


calidoscopio de caras y nombres mientras
Christoph y Bobby me presentaban. Unos
cuantos rostros se me quedaron grabados:
el padre de Bobby,

hombre alto y flaco de cabello cano, bigote


blanco, traje de

franela blanca y los mismos ojos que había


visto en su hija;

el hermano mayor de Bobby, Alfred:


cabello negro, bigote

negro bien recortado y chaqueta deportiva


inglesa y azul, de

pies a cabeza el oficial de caballería


retirado y novelista de

éxito.

Allí está el ministro Rathenaudijo


Christoph.
El ministro de Asuntos Exteriores estaba
de pie junto a

la barandilla de hierro, mirando hacia el


agua. Alto y calvo,

bigote gris, perilla gris. Dos personas


competían por su atención: una mujer
excepcionalmente hermosa, de vestido
negro

y sombrero de paja negro, que no ocultaba


del todo su cabello

platino, y un hombre bajo y fornido de


cabello rubio corto

y un bigote también corto y rubio.

iQuieres conocerlo?preguntó Christoph.


Bueno, no sé si él querrá conocerme a
mí...pero ya

me estaban empujando hacia él.

La dama se volvió primero y me di


cuenta de que había

estado observándonos todo el tiempo.

Holadijo la dama, ¿qué tal París?sonrió y


tendió la mano, que Christoph besó, no sin
que yo advirtiera

que la única mano que él había besado


antes era la de la madre

de Bobby.

Prinzessin Hohenstein-Rofranodijo
Christoph.
¡Qué formales estamos hoy! ¡Me llamo
Helena!

La llamamos Die Schone Helenadijo


Walther Rathenau, que también se había
vuelto. Nachmittag, Keith.

Por primera vez vi que Christoph unía


los talones.

Exze-Plenz! Darf ich vorstellen.

Rathenau me estrechó la mano y me miró


desde arriba

con ojos oscuros e inteligentes.

Buenas tardes, señor me dijo. ¿De qué


parte de

Estados Unidos es usted?


58

Se lo dije, y entonces me presentaron al


otro hombre: el

doctor Strassburger, socio de Waldstein &


Co., quien inmediatamente preguntó si yo
conocía a Mitchel Morris, de Drexel & Co.

Sí, señor. Trabajé para él... un tiempo.

Ist das wahr ¿De vera? el doctor


Strassburger pareció encantado, respiró
profundamente y se lanzó a contar

una historiá acerca de una reunión que


había tenido con Mitchel Morris en
Baring's, en Londres, en 1913, pero su
inglés

no era muy bueno, su historia muy poco


interesante. Walther

Rathenau empezó a mirar otra vez hacia el


agua, Christoph

Keith miraba fijamente a la princesa y la


princesa se observaba las uñas como si
nunca las hubiese visto. Entonces,
Rathenau sacó un abultado reloj de oro, lo
abrió, lo cerró con

un ruido seco y volvió a guardárselo en el


bolsillo del chaleco.

Helenadijo el ministro, creo...

El ministro tiene una cita en la ciudad.


Este nos estrechó la mano con
amabilidad. Ella, simplemente, se dio la
vuelta para dirigirse a la multitud. El la

siguió.

Creo dijo el doctor Strassburger que ha


abierto

usted una cuenta en dólares, en


Amsterdam...

Christoph Keith intervino:

El doctor Strassburger es socio


administrativo del ban

co .

El doctor Strassburger se me acercó un


poco más y dijo:
Creo que podemos recomendarle algunas
inversiones interesantes. ¿Le importaría
que el teniente Keith lo acompañase a
verme cuando le venga bien?

Doctor Strassburger, es una cuenta muy


pequeña...

Conozco el importe de su cuenta, señor


Ellis. Mire usted,

su cuenta es en dólares, y los dólares suben


de valor todos

los días, de modo que una persona con una


pequeña cuenta

en dólares tiene... posibilidades insólitas.

No parecía tener más de cuarenta años,


pero llevaba quevedos. Ojos glaciales que
parecían dilatados. Ojos azules. Dije

que estaría encantado de recibir sus


consejos inversionistas

v él dijo que tenía mucho interés en


reanudar sus relaciones

con Drexel & Co. Recientemente habían


estado trabajando

principalmente con firmas de Nueva York,


pero... Se detuvo

de pronto, su expresión cambió, se inclinó


reverentemente.

¡Fraulein Elizabeth! dijo.

Me volví y vi que Lilí von Waldstein se


había reunido
con nosotros. Llevaba un vestido blanco,
corto, de verano,

59

cinturón de seda negra, medias blancas y


zapatos llanos de

cuero negro, con presillas. Estaba


transformada: en traje

de baño, era una mujer adulta; en aquel


momento, era una

niña. Hasta su cabello negro estaba


recogido en dos trenzas,
atadas con lazos de seda negra.

Buenas tardes, doctor Strassburger.


Bobby me ha dicho que el señor Ellis es
pintor, por lo tanto queremos que

conozca al profesor Liebermann. ¿Nos


permite?y con toda

sencillez me tomó del codo y me sacó de


allí.

Poco después ChristophKeith estaba


junto a ella.

Lilí, ¿qué haces? ¡No puedes dejar asi al


doctor Strassburger!

Para mi es el doctor Scheissburger '.

Lili, por Dios...


¿Sabes lo que hizo? Preguntó a mamá si
podia llevarme

al teatro... ¡y ni siquiera me lo preguntó a


mi!

Bueno, creo que es del todo correcto.


¡Tenía que preguntárselo primero a tu
madre!

¿Estás loco? ¿Crees que yo me iría por


ahí con...?

¿Por eso te has puesto ese disfraz?

¿Qué disfraz?

Ese... hum... atuendo de doce años.


Quiero decir que

ya no te sienta...
¿Pretendes aconsejarme sobre cómo debo
vestirme, teniente Keith?

Muy bien, terminemos con esto... ¿Qué


haremos para

librar de esa gente al profesor?preguntó


Keith.

Otro círculo de sillas de mimbre se había


instalado sobre

el césped, fuera del pabellón, a la sombra


de un enorme castaño de Indias. En el
centro del grupo, el barón von Waldstein y
otro hombre tomaban té e intercambiaban
comentarios,

y, si bien los demás hablaban entre sí, tuve


la impresión de
que la mayoría escuchaba al barón y a su
amigo, también anciano, calvo, flaco, con
nariz prominente, bigote poblado y

expresión maliciosa en el rostro.

Lili entró directamente en el círculo y se


sentó en la

hierba, entre su padre y el otro hombre,


quien dejó de hablar

y se inclinó hacia ella. Ella le dijo algo al


oido. El levantó

la vista y nos miró a Christoph y a mi. Su


expresión cambió

dos veces: por un instante, alzó las cejas y


pareció decir:
«¡Oh, no, otro más!». Pero en seguida
sonrió y nos indicó

con un movimiento del brazo que nos


acercáramos.

1. Scheiss, en aleman significa


«mierda»(N. dd T.

60

Nuevarnente Christoph avanzó primero y


le estrechó la

mano.
Herr Professor, dart ich vorstellen?

El profesor Liebermann me dio un firme


apretón de manos y dijo:

Buenas tardes, senor.

Este fue todo el inglés que aventuró.


Christoph empezó

a hablarle de Verdún, de que yo había


venido a Berlín para

estudiar pintura y de si seria posible


encontrar a un estudiante

que estuviera dispuesto a darme clases.

El profesor Liebermann asintió con la


cabeza y su expresión de duda se
intensificó. ¿Estaba yo interesado en algún
tipo de pintura en especial?

Dije que me gustaba hacer retratos.

Ja, ja dijo el profesor, y contempló la


hierba.

Hummm. . .

Súbitamente Christoph se metió la mano


en el bolsillo

lateral de la chaqueta, sacó algo y se lo


entregó al profesor

Lieberrnann: era el posavasos de cartón


con el anuncio de cerveza Spatenbrau.

El anciano sostuvo el objeto a la


distancia de su brazo,
se lo entregó a Lilí, se puso las gafas,
volvió a cogerlo, lo estudió y me miró por
encima de los lentes.

Teniente Ring ¿eh? ¡Ha hecho buenas


amistades en

Berlín! y en seguida empezó a reír a


carcajadas, rnientras

Christoph se lanzaba a una explicación:


Romanisches Café...

alter Kriegskamerad... vino y se sentó...


Ellis nunca había

oído hablar de él... Pero el anciano seguía


riendo a carcajadas y Lilí y su padre
observaban el boceto.

DIgale que es muy buenodijo el profesor


Liebermann quitándose las gafas. ¡De
veras, muy bueno! ¿Sabe

por qué? Porque con sólo unos trazos capta


al hombre interior, al hombre que está
dentro de la carne y los huesos de

la cara. El hombre interior... ¡en ese caso,


el cerdo integral!

y se echó otra vez a reír.

Todos nos miraban. Me había apuntado


un tanto. El disco

de cartón pasaba de una silla a otra.

¿Quiere recibir clases?

Los dos asentimos ansiosamente.


Y, por supuesto, pagará en dólares.

Por supuesto, Herr Professordijo


Christoph.

Humm... Ja... el Professor Liebermann


se rascó el

bigote y clavó la mirada en el bien cortado


césped. Lo

pensaré... quizá disponga de un joven...


nuevamente una

61

larga pausa, un cigarro fue sacado de un


estuche de cuero,

el extremo del cigarro fue cortado con una


cuchillita de marfil, el cigarro fue
encendido, una nube azul rodeó el rostro

pensativo. Hablaré con él, veré si le


interesa.

Herr Professor, es muy amable de su


partedijo Cristoph, quien sacó una tarjeta
de visita de un elegante estuche

de cuero. Ellis vive en mi casa por el


momento...

El anciano tomó la tarjeta, la guardó en


el bolsillo del

chaleco y asintió con la cabeza.


Ha sido un placerdijo. Tendió la mano,
se la estreché, Lili se puso
instantánearnente de pie, Christoph saludó

y nos despedimos.

El tea party terminaba. Una pareja


partió en una gran

lancha a motor, reluciente, hermosa,


tripulada por marineros

de uniforme blanco. La gente saludaba,


estrechaba las manos

del anfitrión y de la anfitriona, y se alejaba


lentamente por el
empinado sendero de grava. Observé la
casa por primera vez:

no era realmente blanca, sino de un color


de cáscara de huevo,

construida dentro de las líneas clásicas de


un estilo enganosamente sencillo, sobrio,
sereno; líneas rectas, ángulos rectos,

y muchas ventanas altas que daban a los


prados de césped,

los castaños de Indias, los sauces que caian


en el agua, el amplio espacio abierto del río
Havel y las borrosas colinas azules

de la distante orilla.

Hermoso lugar, ¿verdad? dijo Christoph,


siguiendo
la dirección de mi mirada.

¿Ellos la construyeron? Sí, es hermosa.

Oh, por Dios, no. Es el Schloss


Havelblick. Lo construyó Schinkel, uno de
nuestros mejores arquitectos, para

uno de los Bruhls, hará unos cien años;


pero Alfred seguramente lo sabrá... ¡Hola,
mira quien vuelve!

La princesa venía por el sendero de


grava, caminando lentamente, con cuidado,
sobre altos tacones, estrechando la

mano de las personas que se alejaban en


sentido contrario.

Vi cómo Christoph la observaba hasta que


llegara frente a
nosotros.

Caballeros... ¿quién me da un cigarrillo?

Christoph le sacó uno en un instante, lo


encendió y preguntó:

¿Qué le ocurrió a su excelencia?

Cena y recepción en casa de Frau


Deutsch. Yo no estoy

62

invitada. ¿Qu¿ planes tienen ustedes, si se


me permite la
pregunta?

Cenaremos con Alfred y Sigrid.

¿En el Schloss?

Ah, no, im Kleinen Haus.

¿Sólo vosotros dos? ¿Sin nir4guna dama?

No lo sé, querida.

Bueno, creo que acabaré averiguándolo


dio media

vuelta y se dirigió al pabellón, donde Lilí


von Waldstein y

sus hermanos aún estaban charlando con


grupos de invitados
que se disponían a retirarse. Con toda
tranquilidad, separó a

Lilí de los demás y las dos desaparecieron,


cogidas del brazo,

por uno de los senderos.

Es la primera princesa que conozco dije a


Christoph,

que seguía mirando fijamente hacia el


lugar por donde habían

desaparecido las jóvenes. ¿De veras es


princesa?

Ah, incuestionablemente. Es viuda de un


príncipe austríaco, el hijo menor de una
casa muy antigua. Muy antigua,
pero no muy próspera. Tenúan tierras, pero
las tierras están

todas en Bohemia y Galitzia; en otras


palabras, se perdieron,

desaparecieron, y, de todas maneras, e1 era


el hijo menor y

también desapareció. Se casaron en


septiembre de 1914 y a

él lo mataron antes de Navidad, en algun


lugar de Polonia.

Y ella ¿qué tiene que ver con los


Waldstein?

Es una de ellos.

¿Es una de ellos?


Sí. ¿No lo crees?

Bueno, daro, pero...

Pero no lo parece ¿verdad?Christoph


sonrió de una

forma un poco desagradable. Amigo mío,


será mejor que

olvides algunos de tus... Io siento, no


conozco la palabra.

La palabra es «estereotipos»... Lo siento.

No es nada, no debí decirlo. Yo también


lo siento.

Bueno, de todos modosdije para cambiar


de conversación, ¿qué hace ella ahora?
¿Qué hace ahora? Geo que está tratando
de que la

inviten. . .

No, maldita sea, ¿qué hace con su vida?


¿Ha estado

viuda ocho años? ¿Una mujer como ésa?

Ah, ha hecho muchas cosas.


Principalmente, ha tratado de ser actriz. Ha
obtenido unos cuantos papeles, quizá
contribuyera el que sus tíos dieran dinero
para las producciones,

pero por otra parte no es fácil para una


princesa convertirse

en actriz. Ella se hace llamar Helena


Waldstein y, por el mo
63

mento, como puedes ver, creo que trata de


convertirse en

Frau Aussenminister Rathenau.

¿Qué? Debes de estar bromeando.

No, en absoluto. Un hombre tan apuesto,


tan destacado e inteligente, un hombre tan
famoso y tan rico... y que

nunca se casó. ¿Puedes imaginar cómo lo


persiguen las mujeres?

No puedo entenderlo.

¿Qué quieres decir con que no puedes


entenderlo?

No es ésa la impresión que tuve.

Ah, ¿no? ¿Qué impresión mviste, míster


Ellis?

¿Se lo diria?

Tuve la impresión de que le gustaba que


la vieran con

el ministro de Asuntos Exteriores, pero que


se sintió muy

feliz porque habías regresado de París. Y tú


te sentiste muy

contento al verla, aunque ya sabías que


estaría aquí.
Por fin, sin mirarme, dijo:

bservas con mucha atención a las


personassiguió

sin mirarme. En realidad, yo no sabía que


ella estaría aqul,

tenía entendido que todavía se encontraba


en Viena, tratando

de conseguir un papel. Pero en cuanto a lo


demás... tienes

mucha razón. ¿Una princesa y un agente de


banca que no

tiene un céntimo? Era distinto durante la


guerra. Yo tenía

mi uniforme de los Húsares Negros,


después fui oficial de

aviación, creo que hacíamos buena pareja,


pero, como tú sabes mejor que nadie, la
guerra terminó para mí el día once

de abril de mil novecientos dieciséis. Ya te


dije cuándo me dejaron regresar los
franceses: el primero de marzo de mil
novecientos veinte. Cuatro años perdidos.
¿Qué iba a hacer ella?

¿Ganchillo?

Nos habíamos acercado a la barandilla de


hierro del pabellón. EI agua golpeaba
suavemente el embarcadero a nuestros
pies. Un vaporcito de excursión, cargado
de turistas dominicales, acababa de pasar
frente a la isla; el muelle flotante y la
lancha a motor de los Waldstein se movían
suavemente de arriba abajo cuando las olas
de la estela producida por el vaporcito
llegaban a la costa.

No dije una palabra. Christoph segula


fumando su cigarrillo.

Caballeros, ¿están listos para el cóctel?


Bobby se

había puesto un frac.

Parece como si fueras tú a servirlosdijo


Christoph.

Es que voy a servirles, porque mi


hermano no entiende

de martinis americanos. Pero después


tendré que dejaros, me
64

esperan en la ciudad. ¿Vamos a la Kleine


Has? Creo que Lilí

y Helena cenarán con vosotros.

Les seguí fuera del pabellón, donde dos


criados estaban retirando tazas, platos y
bandejas, cruzamos el prado de césped

y tomamos el sinuoso sendero.

¿Dónde está Strassburger?preguntó


Christoph.

Por fin nos libramos de él.


El no tenía intención de salir esta noche
con ella, ¿verdad?

No, la próxima semana. Pero si


descubriera que tú

y Peter estáis invitados a casa de Alfred...


¡La idea en sí es

imposible! A ella nunca la han dejado salir


sola con un hombre; es lo bastante mayor
para ser su padre...

¿Qué edad tiene tu hermana, Bobby?

Diecisiete. Te preguntarás la edad de mi


padre, seguramente. La respuesta es que mi
madre, la madre de Lilí, es

su segunda esposa. Alfred y Max tuvieron


otra madre que
murió cuando nació Max.

Yo le conté que a Max lo mataron en


Franciadijo

Christoph.

Si, otro aviador. No tuvo a nadie que lo


salvara.

Lo siento.

Gracias. Pero ¿por qué estamos hablando


de estas cosas?

Hablábamos del doctor Strassburger.

Ah, sí señor, Strassburger. Geheimrat


Doctor Erich

Strassburger. ¿Qué podria decirte?


Habíamos llegado a la cima de la cuesta
y avanzábamos

ante la fachada del Schloss, con su amplia


terraza de losas y

altas puertas francesas.

Strassburger llegó al banco cuando era


un joven abogado. Mi padre y mi tío
pensaron que seria conveniente tener

a un abogado en la casa. Extremadamente


inteligente. Trabaja

muy, muy duro. No se ha casado. Se ha


convertido en un experto en transacciones
comerciales internacionales. También en

vender titulos alemanes en Inglaterra y


Estados Unidos. Por
ejemplo, antes de la guerra, dirigió un
consorcio de venta

de acciones para las empresas eléctricas de


Rathenau, para

la AEG de Londres. Esa clase de cosas...


cosas grandes y

complicadas, y mucho dinero para nuestro


banco. Durante la

guerra no se alistó en el ejército, estuvo en


el ministerio de

Hacienda, creo que pasó mucho tiempo


trabajando con los

holandeses Y después volvió a nuestro


banco, la mayoria de
los hombres más jóvenes habían estado en
la guerra, mi padre

y mi tío y los otros socios se estaban


volviendo viejos...

65

El doctor Strassburger es un socio muy


importantedijo Christoph.

Es el socio más importante.

Oh, yo no llegaría tan lejos dijo


Christoph.

Yo sí llegaría tan lejos dijo Bobby.


Habíamos rodeado el extremo norte del
Schloss y estábamos entrando en el

laberinto de los tejos. Siempre tenemos


cuidado con lo que

decimos aqui, nunca se sabe quién puede


estar escuchando.

De pronto, Bobby desapareció. Había


girado a la derecha

por una abertura entre dos setos. Fui tras


él, y, cuando estuve

en el angosto túnel, había desaparecido.

¡Eh! dije, y seguí por el túnel.

El doctor Strassburger considera que le


ha llegado la
hora de casarsedijo Bobby, muy
quedamente, su voz a pocos centímetros de
mi oído.

El túnel se terminaba. Había una abertura


en los setos

a mi derecha y otra a mi izquierda. Me


detuve, esperando

oír su voz> pero él no dijo nada. Doblé a la


izquierda y me

encontré frente a otro pasadizo, más corto.

Cuando aprendas mejor el alemándijo


Bobbynotarás el acento del doctor
Strassburgersu voz parecía más

lejana. Es de Dresde y tiene lo que


llamamos acento de
Sajonia. No nos parece muy elegante.

Miré hacia arriba y traté de ver de qué


lado se ponía el

sol. Tenía la sensación de que la Casa de


Té estaba a la sombra de la colina y del
Schloss, de modo que yo tenía que

dirigirme hacia el sol, o sea hacia el Oeste.


Cuando llegué a

la segunda abertura, doblé a la izquierda,


porque hacia allí

el cielo parecía un poco más brillante.

Strassburger proviene de una elegante


familia judia de

Dresdela voz de Bobby estaba nuevamente


muy cerca, a

mi lado. Son dueños de una joyería. El


padre ha muerto,

la anciana madre está muy orgullosa de su


notable hijo, Geheimrat Doctor
Strassburger... ¡pero ya es hora de que se

busque una esposa! ¿Y quién sería la


esposa adecuada para

Geheimrat Doctor Strassburger, el socio


más importante del

segundo banco más antiguo de Berlín?

Llegué al final de otro túnel y, esta vez,


no di con ninguna

salida. Tuve que volver sobre mis pasos,


pero entonces vi una

abertura a mi izquierda. ¿Acababa de


cruzarla? No, no creía

haber doblado por allí. Quizá no había


visto el agujero cuando pasé. Di un paso y
me encontré cara a cara con Lili. Se

llevó un dedo a los labios. Sus ojos negros


estaban llenos

de chispas diminutas.

66

¿Qué tal una descendiente directa del


fundador? la

voz de Bobby sonaba más lejos, en alguna


parte a la derecha. Rica, bonita, de
diecisiete años, presumiblemente virgen...
¡y además baronesa!

Lilí me tomó de la mano y me llevó por


un pasillo. Do

blamos a la derecha y entramos en otro,


más ancho y más

recto. Los rayos del sol se filtraban entre


los altos setos. Llegamos a una abertura a
la izquierda, y ella me obligó a atravesarla,
después corrimos unos diez pasos a la
derecha, ella

soltó mi mano y me empujó por otra


abertura. Me encontré
fuera, al borde de un campo de fresas, y, al
otro lado de las

fresas, estaba Christoph Keith, apoyado en


la pared de un invernadero, las manos en
los bolsillos, sonriendo.

Metí nuevamente la cabeza en el


laberinto, pero no vi

ni rastro de la muchacha.

67

La pequeña casa
Alfred - dijo la princesa, el señor Ellis
quiere saber

cuál es nuestro parentesco, y yo le he dicho


que es demasiado

complicado para mí.

Llámeme Peter, por favordije.

No es nada complicado - dijo Alfred von


Waldstein,

quien dejó su martini sobre la mesita de


hierro y se estiró en

el sillón. Tu abuelo y mi abuelo... no, un


momento, perdón.

Tu bisabuelo...
¿Jacob?

Jacob, el húsar que luchó contra


Napoleón, el poeta

que puso nuestro apellido en los libros de


texto... era hermano, uno de los hermanos
de mi bisabuelo...

¿David?

No, Helena; a decir verdad, tendrías que


mirar el árbol genealógico una vez en tu
vida.

Ya lo hice, querido, sólo que no lo


entiendo.

Mi bisabuelo era Joseph, el segundón.


David era el
padre, el que fundó el banco y se casó con
una hija de Moisés

Mendelssohn. Sus hijos fueron Jacob,


Joseph, Lessing y Benjamin, y creo que
también tuvieron tres hijas.

¡Pero no recuerdas sus nombres!dijo ella.

¡Bien, subiré y miraré!

Ah, no seas ridículo, por favor...

Pero Alfred ya estaba de pie y se dirigía


hacia la casita.

Estábamos sentados debajo de una


pérgola emparrada, que

formaba una especie de terraza frente a las


puertas francesas
abiertas del comedor, y asistíamos a la
segunda conmoción

provacada en una hora por la princesa von


HohensteinRofrano.

68

Cuando Bobby emergió por fin del


laberinto de tejos y

nos vio a Christoph y a mi riéndonos de él


más allá del campo de fresas, sonrió, se
sacudió la cola del frac y vino hacia
nosotros.

Tienes un brillante sentido de la


orientación, Peter.

¿Vamos ahora a la Kleine Haus?

Rodeamos los invernaderos, cruzamos


otro prado de césped, atravesamos unos
setos altisimos y salimos al amplio patio de
grava dd Schloss. Por la alameda principal,
alcanzamos la puerta del parque, cruzamos
el sombreado camino de la isla y entramos
en un complejo de garajes y establos al
otro lado de la carretera. Pasamos debajo
de la arcada de un gran edificio estucado y
amarillo, y entramos en

un amplio patio empedrado. Olía a


estiércol. Las puertas de
los establos estaban abiertas y vi cómo los
caballos asomaban

la cabeza fuera de las caballerizas. El


cochero que nos había

traído desde la estación cruzaba el patio en


mangas de camisa

y con dos cubos de agua.

Abenl, die Herrschaften.

Guten Abend, Schmizrespondieron al


mismo tiempo

Christoph y Bobby.

Dos chicos corrian persiguiéndose


alrededor de un reluciente automóvil de
carreras azul celeste, que estaba
estacionado a un lado del patio. Era
descapotable, con dos asientos.

La capota estaba asegurada con correas de


cuero.

¿Vas a conducirlo vestido de


frac?pregunté a Bobby.

Oh, ciertamente, pero estoy bien


preparadovolteó

uno de los asientos de cuero, sacó un


maletin, lo abrió y

extrajo un largo guardapolvo blanco.


Cuando se lo puso, le

llegaba casi a los tobillos. Una gorra de


aviador le cubría
toda la cabeza excepto la cara. Apoyó un
pie en la rueda

delantera de la derecha y posó para


nosotros con los brazos

cruzados sobre el pecho.

Me gustaria pintartetije. En casa natie lo


creeria.

Tal vez parezca gracioso, pero es muy


práctico, te lo

aseguro.

Se quitó el guardapolvo y la gorra, y los


arrojó dentro

del automóvil. Después nos condujo fuera


del patio, por otra
arcada. Pasamos una cancha de tenis y
empezamos a subir

por un huerto de manzanos. Sentí que nos


acercábamos al

punto más alto de la isla y, cuando salimos


de entre los árboles a un campo de heno,
me volvi y contemplé un deslumbrante
panorama: kilómetros de agua en totas
direcciones,

centenares de velas, el sol hundiéntose


hacia el Oeste...

69
Christoph señalaba las vistas:

Allí, al Norte, está el Grunewald; más


allá, puedes ver

los humos de la ciudad. En donde se pone


el sol está Kladow,

al otro lado, después Pfaueninsel y, más


allá, Potsdam...

¡Caballeros, les estamos esperando para


los martinis!

La princesa venía caminando por el


prado, pisando cuidadosamente con sus
altos tacones. Se había quitado el
sombrero, y el viento jugueteaba con los
mechones sueltos de su

cabello, que estaba recogido en un moño


sobre la nuca. Como

si fuera lo más natural del mund4 tomó el


brazo de Christoph con una mano y el mío
con la otra, y caminó entre nosotros,
dirigiéndose en todo momento a Bobby:

Todos están sentados en la terraza,


esperando los martinis americanos que
solamente Bobby sabe preparar. Ahora

que tenemos a un americano, quizás


averiguemos si son auténticos. Pero,
después que los haya preparado, tomarás
sólo uno

y te llevaré a Nikolassee o llegarás tarde a


tu cita.

¿De qué estás hablando, Helena? Yo iré a


la ciudad
en automóvil...

Si vas en automóvil a la ciudad, ¿cómo


volverán a su

casa estos caballeros? ¿Cómo volveré yo?

Bueno... supongo que en tren...

¿A qué hora sale el último tren? ¿Y cómo


iremos hasta la estación? ¿Nos lo puedes
explicar, Bobby?

Bueno... en el Horch.

Lili dice que tu madre envió el Horch a


la ciudad

con tu tia Emma y el primo Lore, y que no


volverá hasta
mañana por la mañana con algunos
invitados del profesor

Liebermann. . .

Mientras se desarrollaba la discusión


llegamos a una arboleda, donde se erguían
una torre de agua, de piedra, y una

cabaña de maderos oscuros. Abrimos la


puerta del jardín, seguimos un camino
bordeado de lilas y encontramos a Sigrid,

Lilí y Alfred von Waldstein sentados en


una glorieta que se

extendía como un pórtico desde la casa.

Die Schone Helenadijo Alfred. Siempre


con dos
hombres.

Todos se pusieron de pie. Lilí había


vuelto a transformarse por completo:
llevaba un vestido rojo v medias de seda,

el cabello negro con raya al medio y


peinado hacia atrás,

sobre los hombros. ¿Cómo había podido


cambiarse tan rápidamente y llegar allí
antes que nosotros?

Sigrid me tomó de la mano, me dirigió


una hermosa sonrisa y dijo, muy
escrupulosamente:

70
Es un honor... darle la bienvenida.

No es necesario que hables en inglés con


éldijo Bobby Lo entiende todo.

Bobby, estamos esperando tus


martinisdijo Alfred.

Ah, si, voy a la cocinarepuso y


desapareció. Se produjo una pausa.

Es una hermosa casadije yo. ¿Es muy


antigua?

Creo que fue construida alrededor de


1820dijo Alfred. Siempre la hemos
llamado Das Kleine Haus, pero

cuando la construyeron era la única casa de


la isla.

¿La construyó su familia?

Ah, no, en absoluto. La isla pertenecía a


los condes

von Bruhl, el mismo apellido de la familia


de mi esposa, pero

de una rama diferente. Poseían toda la


tierra que usted ve

allá, más allá del agua, más allá del


Wansee, pero no había

puente y la isla era totalmente salvaje, sólo


los pescadores

llegaban aquí con sus botes. Después, creo


que los Bruhl
decidieron cortar algunos árboles para traer
ganado en verano,

así que construyeron esta casita para una


familia que cuidaba

la isla. Bueno, creo que, alrededor de 1830,


uno de los condes

de Bruhl, uno de los hijos menores, quiso


vivir aquí, construirse un lugar en el campo
y cerca del agua, y sólo quedó

satisfecho cuando contrató al arquitecto


más famoso de Berlín,

quizá de toda Alemania, que era Karl


Friedrich Schinkel. ¿Co

noce su obra?
Alfreddijo Helena, acaba de llegar a
Berlín.

Ah, sí, perdóneme. Pues bien, Schinkel


ha construido

algunos de nuestros edificios más famosos.


Utilizaba lo que

nosotros llamamos estilo prusiano, muy


sobrio, muy sencillo,

justo lo opuesto a los complicados


edificios rococó que hacían en Francia y en
Austria en el siglo dieciocho, y también

lo opuesto a los edificios pomposos y


horribles que se han

hecho aquí en Berlín en estos últimos


cincuenta años. Bien,
en todo caso, Schinkel proyectó la casa y la
bautizó Schloss

Havelblick, vista del Havel, va sabe. La


razón por la cual el

joven conde disponía de dinéro para


semejante proyecto era

la de que se había casado con una hija de


David Waldstein,

el banquero. Los Bruhl tenían la tierra y


David Waldstein el

dinero.

No ha cambiado en cien años dijo Sigrid


von Waldstein. Los Bruhl todavla tienen
tierras, los Waldstein siguen
teniendo dinero. ¡Y tierra!

Alfred se sonrojó.

¡Querida, sabes que estoy hablando de


los Wasser

71

bruhls! se volvió a mí. Llamamos a la


familia en cuestión los Agua Bruhls porque
viven aquí, sobre el agua, y la

familia de ella, Briihl zu Zeydlitz, son los


Kartoffelbruhls,

porque cultivan patatas. Tuvieron un


antepasado común en
el siglo dieciséis, pero hoy apenas se
conocen entre sí.

El mismo antepasado y los mismos


problemas financieros - dijo Sigrid, y
afortunadamente Bobby regresó con

una bandeja, algunas copas y una coctelera


de plata.

Puso la bandeja sobre la mesa, sirvió los


martinis y entregó una copa a cada uno.
Alfred levantó la suya, mirándome a los
ojos.

A su salud, señor. Nos sentimos


contentos de tenerlo

entre nosotros.

racias, señor. Me alegro de estar aquí.


Bebimos... y Lilí explotó, tosió, se ahogó
y se puso roja.

Entre ruidosas carcajadas, sus hermanos la


levantaron de la

silla, le quitaron la copa de la mano, le


dieron palmadas en

la espalda...

Ah... oh... crei que era vermut...

Esta hermanita nuestradijo Alfred, que la


rodeó con

un brazo y le puso el pañuelo en la mano.

Los ingleses y los norteamericanos le


ponen ginebra a
tododijo Helena. Son dos partes de ginebra
y una de

vermut, ¿verdad?

Solemos poner un poco másdije yo.


Estos están

excelentes.

Cuatro y unadijo Bobby orgullosamente.

Ah, creo que es tremenlodijo Lili, que


había recobrado el aliento.

Te daré una copa de vinodijo Sigrid. Las


dos entraron en la casa.

Me volvi hacia Alfred.

Estaba contándome cómo vino aquI su


familia.

Ah, si. Bueno, después de que los Bruhl


construyeran el

Schloss, uno de los hermanos de la


condesa, es decir mi bisabuelo, Joseph
Waldstein, empezó a alquilar esta casa en
verano para su familia. Vivian en Berlín,
pero durante años

alquilaron esta casa todos los veranos.

¿Bruhl no se metió en
dificultades?preguntó Christoph.

Si, no era hábil para los negocios. Tomó


dinero prestado

para invertir en cosas... por ejemplo, en


ferrocarriles norteamericanos. Esto fue
cuando se estaban construyendo los
primeros ferrocarriles. Se le sugirió que
América estaba muy

72

lejos, que quizá era más prudente invertir


en ferrocarriles un

poco más cercanos. Pero no, el conde


Bruhl y su hermano

habían visitado América, América era la


tierra del futuro,

América era el lugar para invertir en los


ferrocarriles. Asi que
hipotecaron la tierra, incluida la isla, e
invirtieron en un ferrocarril
norteamericanono sé cuály, antes de 1845,
todo el

dinero se había evaporado. El conde Bruhl


debió de ser de

los primeros en perder todo el dinero en


inversiones ferroviarias. ¡Con su dinero no
se construyó ni un solo kilómetro

de vía!

Y ni siquiera era su dinerodijo Bobby.

Legalmente era su dinero, pero, por


supuesto, había

venido con Fraulein Waldstein. Era la dote


de ella.
Eso debió hacer las cosas
desagradablesdije.

Muy desagradables. Especialmente


cuando los prestamistas, que creo que
fueron los Rothschild de Frankfurt,
quisieron quedarse con la isla.

¿Quién queria quedarse con la


isla?preguntó Sigrid.

Ella y Lili regresaban a la glorieta con una


bandeja, más copas y una botella de vino.

Estoy contando la historia de mi familia


en esta isla.

Bien, los prestamistas hubieran vendido la


isla para pagar

las deudas del conde Bruhl, de modo que


Joseph Waldstein,

por supuesto, acudió al rescate. Compró la


hipoteca a los

Rothschild y se la dio a su hermana como


regalo de cumpleanos.

¿Y los Br;ihl siguieron en el Schloss?

Alfred asintió con la cabeza.

El conde murió primero, su esposa vivía


sola aqui, no

tuvieron hijos y, cuando ella murió, la


propiedad pasó a otro

conde Bruhl, hijo de otro hermano. Pero,


en la siguiente generación, las cosas fueron
exactamente igual: el nuevo conde
Bruhl siguió necesitando dinero, era Mayor
en la GardeluCorís, un regimiento muy
caro, no consiguió casarse con una

dama acaudalada, de modo que, en 1866,


poco antes de partir

a la guerra contra Austria, vendió la isla a


Josep Waldsteir;

segundo, o sea a mi abuelo, quien había


pasado todos los

veranoS aquí y amaba mucho este lugar.

¿De modo que, en realidad, su familia


compró la isla

dos veces?pregunté.

Alfred sonrió.
De hecho, la isla dos veces y el Schloss
tres, puesto

que, en primer lugar, fue el dinero de


David Waldstein el

que pagó el trabajo de Schinkel. Pero le


contaré algo rnás:

73

este segundo Joseph, nuestro abuelo, era


un tipo listo. Para

entonces, habían construido el ferrocarril a


Nikolassee y se
podía llegar desde la ciudad en una hora.
El Wannsee se convirtió en un lugar de
veraneo, la gente empezó a traer veleros

por diversión, quería tener casas aquí; mi


abuelo construyó

el puente y el camino periférico, y después


vendió la isla por

parcelas, como tajadas de una torta, a


precios fantásticos, principalmente a otros
banqueros de la ciudad, a sus amigos, a sus

competidores. . .

A su hermanodijo Helena, y todos se


echaron a reír.

Exacto, su hermano compró el terreno


vecino. Todos
querían tener un lugar tan hermoso como el
Schloss Havelblick.

Sólo que Schinkel había muertodijo


Sigrid.

Schinkel había muerto hacía muchos


años. Ahora llegamos a la época de
Bismalck, cuando todo el mundo ganaba

cantidades astronómicas de dinero y


construía casas enormes y

pomposas, especialmente los nuevos


vecinos de mi abuelo.

Desde luego, él conservó tierra suficiente


como para proteger

su paisaje, pero, si en su próxima visita, lo


llevamos a pasear
en la lancha, le enseñaremos cosas
sorprendentes.

Es increíbledijo Sigrid. Tenemos una


copia de la

Villa d'Este, pero sin fuentes.

Tenemos dos castillos de la Edad


Mediadijo Lilí.

Y dos cortijos españolesdijo Sigrid.

Por favor, olvidad los cortijos dijo


Alfred. ¡Mis

primos construyeron uno de ellos!todos


rieron

Súbitamente, Helena se puso de pie.


Robert, querido, es hora de ir a la
estación.

De modo que la discusión volvió a


empezar: Bobby no

quería ir en tren a la ciudad. Helena


insistía; él lo había

hecho antes muchas veces. En la ciudad


podría tomar un

taxi. . . ¿Pero quién conduciría el Bugatti. .


. ? Ella, Helena,

podría conducirlo, como lo había hecho la


semana pasada

¿recordáis...? Pero no podría llevar a Peter


y a Christoph a
la ciudad porque sólo había dos asientos...
Tres personas se

habían acomodado en el Bugatti... Pero


Christoph no sabe

conducir: ¿se sentará entonces en el regazo


de Peter? ¿Se sentará Peter en el regazo de
Christoph...?

Tonterías, querido. Yo me sentaré en el


regazo de

Christoph, y Peter conducirá. ¡ Los


americanos pueden conducir cualquier
cosa!

Bobby se levantó e hizo una reverencia.

Damas y caballeros, me rindo. Die


Schone Helena se
74

ha salido con la suya... como siempre. Les


deseo una agradable velada.

Helena le besó en la mejilla, lo cogió del


brazo y se lo

llevó por el caminito bordeado de lilas.

Me volví hacia Lilí y murmuré:

¿Christoph y yo no hubiésemos podido


dormir en el

jardn? La noche está templada...


Ella se tocó los labios, con el mismo
gesto que había hecho en el laberinto de
tejos, y se puso de pie.

Alfred ijo, ¿puedo enseñarle tu estudio a


Peter?

El interior de la Pequeña Casa era


elegantemente sencillo

y estaba en la penumbra: una estufa hecha


de baldosas holandesas, mobiliario
Biedermeierlo que más tarde supe que

era mobiliario Biedermeierrojo oscuro y


alfombras turcas;
empapelado amarillo; unos retratos en
tonos apagados y el

confortable olor de una casa muy antigua


combinando con

el aroma de flores recién cortadas en todas


las mesas.

Naturalmente dijo Lilí, tú y Christoph


hubiéseis

podido dormir aquí... Hay una habitación


para huéspedes.

Pero Helena no quiere que Christoph


duerma aquí, ¿comprendes?

Afuera estaba oscureciendo. La sala


estaba en sombras,
pero aun así pude ver que ella se
ruborizaba. Se volvió Y

abrió una puerta.

Aqul es donde mi hermano escribe sus


libros.

Otra alfombra turca, una gran mesa


cubierta de libros y

papeles, un sillón de madera, un gastado


sofá de cuero, dos

paredes completamente cubiertas de libros


y grandes puertas

francesas, por las cuales podíamos ver el


campo de heno que

descendía hacia el huerto de manzanos, el


techo de los establos, las copas de los
robles, las hayas y los castaños que

rodeaban el Schloss, y, más allá de esta


alfombra compacta

de follaje, la lisa extensión de aguas


oscuras y las luces que

brillaban en la distancia.

Dejé de contemplar el paisaje y miré a


Lilí para ver si

ella me estaba mirando.

No conozco las costumbres de tu


paisdije.

¿Perdón? No sé a qué...
En mi país, yo te preguntaria primero si
quieres salir

conmigo.

¿Salir? ¿Quieres decir al jardin?

Ella sabia que yo no quería decir eso.

75

Quiero decir salir conmígo a cenar, y al


teatro, o a alguna otra parte. Como con el
doctor Strassburger.

Ella sonrió.
Ah, entiendo. Como con el doctor
Strassburger.

Tú dijiste que él hubiera debido


preguntarte primero.

De modo que yo te lo pregunto primero.

¿Y después se lo preguntarás a mi
madre? sonreía

traviesamente.

Dije que no conozco las costumbres.


¿Qué debo hacer? ¿Te gustaría salir
conmigoestaba muy cerca de ella.

Sí, me gustaría mucho, pero ellos no lo


permitirían.

¿Tus padres? ¿Por qué no?


Se encogió de hombros.

¿Con un hombre, solos, sin


acompañante? Todavía voy

al colegio, eso no está permitido.

¿Y con el doctor Strassburger? El debe


saber cuáles

son las reglas.

S, quizás sea distinto porque él es mucho


mayor, el

socio de mi padre... No sé lo que dirían


ellos, pero no tiene

importancia, porque ya no «saldré» con el


doctor Strassburger.
No me gusta el doctor Strassburger.

Bueno... ejem... ¿cómo podemos vernos?

Ella se miró las manos enlazadas y


después volvió a levantar la vista. Tenia las
pestañas más largas que jamás había

visto.

No te preocupes por esodijo. Si deseas


verme, nos

veremos.

La mesa redonda de caoba tenia el


tamaño exacto para
que nos sentáramos los seis cómodamente.
Las puertas francesas que daban a la
glorieta todavía estaban abiertas. Tulipas

de cristal protegían las velas de la ligera


brisa que traía hasta

la habitación el aroma a hierba cortada.


Una criada joven, con

uniforme negro y delantal blanco, servía


crema de guisantes.

Helena insistía en que había venido desde


la estación en cinco

minutos exactos; Alfred y Christoph se


negaban a creerla.

Sigrid y Lilí daban a entender que la


polémica no les interesaba. Alfred captó
sus expresiones.

Peterdijo, hemos estado hablando toda la


tarde

de nosotros. ¿Por qué no nos cuentas algo


de tu casa y tu

familia?

Bueno, ¿qué podía contarles?


Ciertamente, nada tan in

76

teresante como lo que he estado


escuchando. Germantown

es un arrabal de Filadelfia. Mi padre es


cirujano. Mi abuelo

fue cirujano. Yo fui al colegio...

¿Qué clase de colegio? preguntó Alfred.


¿Un internado, como los ingleses?

No, el Colegio de los Amigos, los


Amigos de Germantown.

¿Qué significa eso de «Amigos»? ¿No


significa cuáqueros?

si.

¿Tú eres cuáquero?

La habitación se sumió repentinamente


en un silencio. Todos los ojos estaban fijos
en mi. ¿Qué podían tener aquella
gente contra los cuáqueros?

Bueno, sí, naci cuáquero, mis padres


asisten a las reuniones, pero no he estado
en ninguna hace bastante tiempo...

Alfred von Waldstein golpeó la mesa con


la mano y gritó

con entusiasmo:

¡Pero esto es mara2)illoso!

Todos empezaron a hablar a la vez.

Teníamos mucha hambredijo Liliy traian


pudin

de chocolate a nuestra escuela.

Hicieron cosas notablesdijo Alfred. En


los barrios

obreros, los niños se morian de hambre.


Así que, no bien terminó la guerra,
vinieron los cuáqueros norteamericanos
con

leche en polvo, chocolate y zumo de frutas


enlatado...

Helena dijo:

Si criaturas como Lilí pasaban hambre,


puedes imaginar cómo serían las cosas
para la gente pobre, para los hijos

de los obreros, para los hijos cuyos padres


habían muerto.

¿Cuándo fue todo eso?pregunté.


No bien terminó la guerra dijo Alfred.
Nuestro

sistema de abastecimiento estaba


desbaratado, la mayoria de

las provisiones se había terminado, los


ingleses mantenían el

bloqueo. En la primavera de 1919 hubo


hambre... Entonces,

de pronto, llegaron los norteamericanos,


muy sencillos, discretos, sin hacer
ostentación, se pusieron en contacto con
las

iglesias y las escuelas y repartieron comida


entre los niños...

ni siquiera sé cómo consiguieron pasar la


comida.

La señorita Boatwright me contó que los


primeros cargamentos vinieron por
Suizadijo Helena.

¿La señorita Boatwright? ¿Susan


Boatwright?

¿La conoces?

77

Ah, sí. Es amiga de mi familia. Pero no


la he visto...

hace varios años.


No la había visto desde la primavera de
1919, cuando

yo estaba encerrado en el Hospital de los


Cuáqueros, con su

sobrina. La señorita Boatwright se sentaba


a hablar conmigo

y me decía cuánto le gustaba el retrato que


yo estaba haciendo de Joanne, y me parece
que dijo que viajaría a Alemania.

La señorita Boatwright estuvo aquí el


sábado pasado

dijo Lilí.

¿Saben si todavía se encuentra en


Berlín?pregunté.
Me gustaría mucho verla.

Estoy seguro de que si dijo Alfred. Está


escribiendo un informe sobre las
operaciones de socorro en Alemania y vive
en alguna parte de la ciudad. Te
conseguiremos

sus señas.

Peterdijo Sigrid quedamente, no


podemos decirte

cuánto aprecia la gente de aquí lo que


hicieron los cuáqueros.

Yo estaba en un internado... ¡y,


francamente, pasaba hambre!

La repentina familiaridad, la gratitud que


expresaban todos me incomodaban. Quise
cambiar de tema.

¿Por qué los ingleses mantuvieron el


bloqueo una vez

terminada la guerra?

Para obligarnos a firmar el Tratado de


Versalles ijo

Alfred. No esperaron a que se firmara,


¡pero esperaron

bastante tiempo!

¿Y piensan que no fue un buen tratado?

¿Que no fue un buen tratado? - dijo


Christoph incrédulo.

Lo sientodije al ver los rostros atónitos.


Me di cuenta de que había metido la pata.
No sé mucho de esas cosas.

Se miraron unos a otros.

Por fin, dijo Alfred:

Creo que es demasiado complicado


discutir todo el tratado esta noche. Pero, ya
que lo preguntas, sí, es un tratado

muy malo, un tratado terrible, no sólo por


la tierra que nos

han quitado, no sólo por los centenares de


miles de alemanes

que están obligados a hacerse ciudadanos


de Francia, Polonia

y Checoslovaquia, sino que es malo


también porque no permite que Alemania
sobreviva como nación. Lo que quiero

decir es que tenemos un Gobierno, una


forma republicana de

gobiemo en la actualidad, ¡pero este


Gobiemo no puede cumplir las
obligaciones de ese tratado!

¿Te refieres al pago de las


indemnizaciones?

Asi es. ¿Te das cuenta de cuánto esperan


los aliados

78
que paguemos? ¡La última cifra que lei era
ciento treinta y

dos mil millones de marcos oro! Bueno, la


verdad es que es

imposible que paguemos, nunca


pagaremos, ¡no podemos pagar! Y la
presión para que hagamos esos pagos está
causando

esta increíble inflación, los precios suben


todos los días, la

gente no sabe qué hacer y empieza a


desesperar. ¿Cómo puede sobrevivir un
Gobierno con tales presiones?

Christoph me ha dicho que el ministro


de Asuntos Exterioresdije, el hombre que
conocí esta tarde...
Walther Rathenau.

Sí, que e1 desea cumplir con el tratado.


¿Es eso exacto?

uiere avanzar en esa dirección dijo


Christoph.

Sabe que no podemos pagar todo lo que


piden, pero quiere

colaborar.

Alfred asintió.

En efecto. Cree que la única forma de


restaurar nuestra economía es la de razonar
con los aliados, demostrarles que

pagaremos todo lo que podamos, quizás en


especie en lugar
de con dinero... Te diré una cosa: Walther
Rathenau es uno

de los hombres más brillantes que tenemos,


ama a su país y

cree que la única forma de salvar la


situaaón es trabajar con

los aliados, ganar tiempo, consolidar y


fomentar el comerao

y la industria de Alemania, dar trabajo a


los parados...

Helena interrumpió:

¿Y sabéis que hará el pueblo alemán por


Walther Rathenau? ¡Lo matará!

Aber Helena!
¡Es verdad! Un sacerdote acudió a la
poliáa, había

oído algo en confesión, la poliáa acudió


directamente al canciller Wirth, y Wirth
pidió a Rathenau que aceptara una

escolta poliáaca. Pero él rechaza toda


protección, no quiere

permitirlo.

¿Te lo contó él?preguntó Christoph.

Claro que no. Me lo contó su madre.

¿Su madre?

Sabed que ella le rogó que no aceptara el


cargo.
Pero ¿por qué quieren matarlo? pregunté.

¡Porque es judío!

No supe adónde mirar. Por fin, miré a


Christoph.

Es algo más complicadodijo Alfred.

De ninguna manera es más complicado


dijo Helena. Es muy sencillo.

El verano pasado mataron a Matthias


Erzbergerdijo

Alfred.. Un politico católico jefe del


Partido Centrista. El

79
firmó el armisticio de 1918 y dirigió la
campaña para que el

Gobierno alemán firmara el Tratado de


Versalles. Su teoria

es la de que no importa lo que se firme si le


ponen a uno un revólver en la cabeza, de
modo que el tratado no nos obliga a nada.
Pero eso es demasiado sutil para ellos. Lo
mataron de todos modos.

Y ahora está Rapallodijo Christoph. No


pueden

entender cómo Rathenau pudo firmar un


tratado con los bolcheviques. Ellos
recuerdan a Liebknecht y a los
espartaquistas, recuerdan que tuvimos un
sóviet en Baviera, allá en Munich, y ahora
firmamos un tratado con los rusos.

¿Quienes son «ellos»? pregunté.

Los nacionalistasdijo Alfred. La extrema


derecha,

el general Ludendorff, Karl Helfferich,


todos los que odian

la República.

Porque la República firmó en


Versallesdijo Christoph.

Los que fueron oficiales del ejército, los


que piensan

que no fuimos derrotados en el campo de


batalla, sino que nos traicionaron los
comunistas y socialistas de la retaguardia

dijo Alfred.

Los tipos del Freikorpsdijo Helena.

Miré a Sigrid y a Christoph. Sus


expresiones no cambiaron, pero Sigrid bajó
la mirada hacia su plato.

Hay buenas personas en el Freikorpsdijo


ella.

No conozco ningunadijo Helena.

Yo sidijo Sigrid.

Silencio mortal. Por fin, habló Alfred:

Voy a deciros una cosa: en 1919, no


hubiese habido
República sin el Freikorps. Ellos salvaron
al Gobierno y os

sorprendería saber quiénes pusieron el


dinero, mucho dinero, para pagar a esas
tropas. Walther Rathenau, por ejemplo.

¡Alfred, estás diciendo tonterías!

Pregúntaselo a él.

¡Se lo preguntaré!

Os diré cuál fue la otra fuente de dinero.

¡Oh, no!

¡Oh, si! Christoph, Lilí, Sigrid y yo les


observábamos en silencio.

Recordad que era la Navidad de 1918.


Revolución.

Caos. Turbas en las calles. Miles de


personas marchando, mar chando con
banderas- rojas. Cantando. Estás sentado
en el

banco. Les oyes cantar. ¿Qué crees que


necesitas? Necesitas soldados. Pero el
ejérato está desbaratado, el ejército está
lleno de comisarios con brazaletes rojos, el
ejéraito no puede

80

hacer nada. ¿Qué hacen los generales? Los


generales forman
pequeños ejércitos privados, cuerpos de
voluntarios, gente que

aún quiere pelear, gente que sólo sigue a


sus propios jefes.

Pero hay que pagarles. ¿De dónde sacar el


dinero?Alfred

hizo una pausa. Lo consiguieron.

Silencio opresivo.

Helena empezó otra vez:

Tu padre y tío Fritz jamás...

No estoy seguro de que lo supieran.

¿ Strassburger?
Alfred asintió.

Se retiraron las escudillas de la crema, y


la criada sirvió

el plato principal en fuentes de plata:


delgadas tajadas de

jamón ahumado frío, patatas hervidas,


humeantes montículos

de espárragos blancos, cubiertos de


mantequilla fundida, los

mejores espárragos que yo había comido.


El mismo Alfred fue

sirviendo alrededor de la mesa el vino


blanco y, cuando volvió a sentarse, levantó
su copa.
Meine damen und Herren, propongo un
brindis: ¡basta

de politica, por lo menos por esta noche!

¡Gracias a Dios! dijo su esposa.

Bebimos todos. El vino era un poco más


dulce que los

que había probado en París. Pregunté.

No es más que un Mosel suave, quiero


decir un Mosela,

naturalmente, un vino alemán predilecto


cuando se lo embotellaba, pero ahora es un
vino francés.

¡Alfred!
Lo siento, querida. Helena ¿qué estuviste
haciendo en

Viena?

Trataba de conseguir un papel... o mejor


dicho, cinco

papeles.

¿Cinco papeles en una obra?preguntó


Christoph.

Cinco papeles.

Creo que adivino de qué obra se tratadijo


Alfred,

pero no creía que Die Schone Helena fuera


tan ambiciosa.
Helena se encogió de hombros.

No hace daño intentarlo. El director es


amigo mio.

Pero ¿qué obra es? preguntó Lilí.

Pregúntale a Alfred.

Reigen?

Helena asintió.

Los otros parecían no comprender.

Es una obra de Arthur Schnitzlerdijo


Alfred. Una

obra fascinante, apenas representada. Fue


impresa en edición
81

privada alrededor de 1900, pero, durante el


Imperio, no se

atrevieron a representarla. Después de la


guerra, se organizó

una representación, pero provocó tal


conmoción que la policía

la prohibió.

¿Provocó conmoción en Viena?preguntó


Christoph.

¿De qué trata?


Del amordijo Helena.

Bueno...Alfred cortaba cuidadosamente


su jamón en

trozos pequeños. ¿Crees que trata del


amor? Yo diría que

tiene muy poco amor. Es sobre el acto


sexual.

¡Alfred!

Querida, ¿tú la has leídn?

¡Claro que no! Nunca oí hablar de ella.

Bueno, quizá te gustaría verla. Helena,


¿la traerán a

Berlín?
Sí, ésa es la idea, y pensé que podría
hacer falta una

bonita voz alemana del norte...

¿Y tú querías representar a todas las


mujeres? Alfred se echó a reír y se levantó
para llenar nuestras copas.

Querida mía, no creo que Schnitzler lo


aprobara. Después de

todo, la acción se desarrolla en Viena. Y,


con tantos actores

en paro, creo que deberían contratar a


cinco hombres y cinco

muieres.

Eso es lo que hicieron... ¡y yo no


conseguí ningún

papel! Querían dialectos vieneses.

Me parece poco elegante discutir la obra


sin que sepamos el resto de la historiadijo
Lilí.

No, lo estropearía todo dijo Helena.


Iremos a

verla.

Su madre no la dejarádijo Alfred. ¡Y los


acomodadores del teatro no la dejarán
entrar!

Su madre jamás oyó hablar de la obradijo


Helena.

Y la vestiremos para que aparente por lo


menos treinta años.

Con un velo!

Iremos todos juntosdijo Sigrid.

Un momentodijo Alfred. Es mi
hermanita. ¿Queréis que yo tome parte en
un complot para llevar a mi hermanita a
ver una obra escabrosa?

No es una obra escabrosadijo Helena.


Acabas de

decir que no es sobre el amor, sino sobre el


acto sexual.

Creo que trata de la conducta de la gente,


de los hombres y

las mujeres antes del acto sexual... y


después. ¿Crees de veras que la palabra
exacta es «escabrosa»?

No, lo admito. «Escabrosa» no es la


palabra adecuada

82

para Reigendijo Alfred mientras sorbía un


poco de vino

pensativamente.

¿Cuál es la palabra adecuada?pregunté

Alfred miró las llamas de las velas.


La palabra adecuada es triste.

83

Cruces indias

Esvástica. 1871. [Sánscrito: svástika, f.


svasti bienestr, suer te, f. sv bien + asti
estar (f. as ser)]. Slmbolo u ornamento pri
mitivo, en forma de cruz, de brazos
iguales, con un trazo de la

rnisrna longitud que se proyecta en


ángulo recto desde el extremo
de cada brazo, todos en la misma
dirección y (normalmente) en

el sentido de las agujas del reloj.

Diccionario Oxford abrcviado de


trminos históricos

Hakenkreuz am Stahlhelm,

Schwarz-weiss-rotes Band

Die Brigade Ehrhardt

Werlen wir genannt! '


Hubiera tenido que irme directamente a
la cama. Se veia

luz por debajo de la puerta de la habitación


de Kaspar y, al

pasar, oí el débil murmullo de hombres que


cantaban y una

banda tocando música marcial. Se abrió la


puerta y apareció

Kaspar, con el rostro encendido,


despeinado, en mangas de

camisa y tirantes.

Buenas noches, Kasparsusurré, porque la


música sonaba muy alta en un gramófono
portátil que estaba sobre su
escritorio. Sus padres dormían en el otro
extremo de la casa.

Levantó la aguja y detuvo el disco.

¿Tienes cigarrillos norteamericanos?

Quise darle el paquete, pero, cuando di


un paso dentro

de la habitación, cerró la puerta tras de mí.


El lugar olía a

tabaco y cerveza. La cama, la mesa y la


alfombra estaban cubiertas de álbumes de
fotografías abiertos, mapas desplegados y
montones de cartas manuscritas. Apiladas
en un cesto
1. Los poemas en alemán, así como
muchas expresiones alemanas

en el texto, no tenlan traducción tampoco


en el original inglés. Conservamos aqul el
mismo criterio. (N. dd E.)

84

de la ropa había botellas de cerveza verdes


con chapa de porcelana blanca.

Siéntate, por favordijo Kaspar, v señaló


un sillón de

mimbre como el que yo tenia en mi


habitación. Puedo
ofrecerte un poco de ginebra holandesa y
mucha cerveza.

Te lo agradezco mucho, pero ya he


bebido bastante...

Kaspar no escuchaba. Ya vertía un lquido


transparente

de una botella de barro en dos copas


pequeñas y derramaba

un poco sobre la mesa. Con mano


temblorosa me pasó una

copa y levantó la otra.

Prosit!

No me quedó más alternativa que beber


aquello. Me quemó la garganta.
Kaspar aceptó uno de mis cigarrillos, lo
encendió y empezó a verter espumosa
cerveza en otra copa vacía.

¿Y cómo están las cosas en la


isla?preguntó con el

cigarrillo en la boca.

Muy bien. Es un lugar hermoso.

Nada de cerveza, pero sí vino bueno y


abundante, ¿no?

Asi es.

¿Y te gustaron los amigos ricos de mi


hermano?

Sí. Me gustaron.
¿Y conociste a Frau Baronin Alfred von
Waldstein?

Sí. Cené en su casa.

Ah, has cenado en su casasu rostro


encendido se

ponía aún más rojo. Para cambiar de tema,


señalé un cuaderno abierto sobre el
escritorio.

¿Estás escribiendo algo? pregunté.

Asintió con la cabeza y dijo:

Empiezo mis memorias. Tengo veinte


años, es tiempo

de empezar mis memorias, ¿no crees?


No pude saber si me estaba tomando el
pelo.

Bueno, soy mayor que tú y no he


empezado las mias,

pero supongo que nunca es demasiado


temprano acerqué

el sillón de mimbre a la mesa. ¿Puedo


mirar tus fotografías ?

Se puso de pie a mi lado y empezó a


hablar de las fotografías mientras yo volvia
las páginas de un álbum.

Esta es mi compañía de la Escuela de


Cadetes. Este soy

vo con mis hermanos cuando volvieron del


frente... A éste
lo mataron...

Christoph me lo contó, lo siento mucho...

Este es mi amigo Bruhl, disparando


desde la ventana

cuando los marineros atacaron nuestra


escuela... Frau Baronin

85

Alfred von Waldstein es su hermano... yo


tomé esta fotografía.

¿Por qué atacaban los marineros la


escuela?
¿Por qué? ¡Pregúntaselo a ellos! ¡Porque
eran cerdos

roios amotinados, abandonaron los barcos,


hicieron una revolución y nos hicieron
perder la guerra!

¿Quién es éste?

El teniente Kern, un oficial de Marina.


Nos invitó a

algunos de nosotros a alistarnos en la


segunda Marine Brigade,

la brigada del capitán Ehrhardt, y nos llevó


con él a Wilhelmshaven, donde se formó la
rigada. Aquí estamos haciendo

ejercicios con nuestros cascos y fusiles. No


sé quién sacó esta
fotografía... Este soy yo, con la bandera...

Kaspar volvía las páginas y comentaba


las brillantes fotografías, y era como ver
una película: hombres con casco, sentados
en la puerta de un vagón de transportes;
figuras borrosas

corriendo agachadas a lo largo de los


escaparates de las tiendas de alguna ciudad
alemana; francotiradores disparando desde
los tejados; cadáveres en la acera...

Esto es Munich. ¿Ves las torres de la


Frauenkirche?

Habían organizado allí un sóviet de


Baviera, un grupo de sucios judíos rusos
con barbas era el que dirigía realmente el

lugar, pero llegamos nosotros e hicimos


una limpieza a fondo...

Un patio de ladrillo, un montón de


cuerpos femeninos en

lo que parecían uniformes blancos,


salpicados de sangre negra.

¿Y estas enfermeras? ¡Mira la gorra de


ésta! ¡Son enfermeras!

No fuimos nosotrosdijo Kaspar, tratando


de volver

la página. Lo hicieron los del Freikorps


Lutzow, las muy

putas estaban ocultando a rojos heridos,


llevaban pistolas...

Retuve la página.
¿Quién sabía que llevaban pistolas?
Enfermeras con pistolas. ¿Cómo lo sabes?

Es lo que dijeron los de Lutzov. Nosotros


llegamos

después. . .

¿Hubo juicio?

Kaspar soltó un bufido.

¿Un juicio? A nadie se le hacía juicio, no


había tiempo

para juicios, ¡estábamos aplastando una


revolución!

No podía dejar de mirar la fotografía.

¿Tomaste tú ésta?
Sí.

¿Se la has enseñado a tu padre?

Kaspar negó con la cabeza.

86

No te enorgulleces de ello, ¿verdad?

Kaspar se encogió de hombros.

Es la guerra.

Yo estuve en una guerra dije. Vi algunas


cosas
malas, algunas cosas muy malas, ¡pero
nunca vi a nadie matar a dos> cuatro, seis,
nueve enfermeras! Y tampoco Christoph.

Ni tu padre.

Kaspar se sirvió más ginebra holandesa y


se la bebió.

Fue una dase diferente de guerradijo, una


guerra

civil dentro de nuestro país.

Lo cual significa que los soldados


alemanes mataron a

enfermeras alemanas.

Escondían a comunistas.
Cuidaban a hombres heridos...
presumiblemente también alemanes.

Cerdos bolcheviques que apuñalaban por


la espalda a

nuestros soldados. ¡No los consideramos


alemanes!

Debí irme a la cama y dejarlo con sus


recuerdos, pero

no pude dejar de pasar aquellas páginas.

¿Qué está sucediendo aquí?

Es la plaza de armas de Doberitz, aquí


mismo, en las

afueras de Berlín. En el invierno de 1919 a


1920, el Gobierno
nos trajo desde Silesia para limpiar Berlín.
Döberit

era nuestra base. Limpiamos Berlín.


¿Sabes lo que iba a hacer el Gobierno
después? ¡Licenciarnos! Enviarnos a
nuestras casas. ¿Por

qué? Porque vuestro Mando así lo dijo. El


tratado que firmaron esos bastardos
obligaba a Alemania a reducir su ejército a
cien mil hombres para marzo de 1920, y el
Mando

dijo que nosotros contábamos como


ejército. En esta fotografía, el general
Freiherr, baron von Luttwitz, está pasando

revista a la Brigada Ehrhardt y la Brigada


Baltikum, en Doberitz. Yo estoy por ah, en
alguna parte. Dios mio, fue un
desfile espléndido, con música y banderas,
igual que antes de

1918. Y von Luttwitz, el más alto general


de la Reichswehr

en Berlín, es decir, el ejército regular, nos


hizo un discurso

y nos dijo que de ninguna manera


permitiría que el Gobierno

nos licenciara.

»Lo que sucedió a continuación fue que


el gobierno trató

de transferirnos del mando de Luttwitz al


de la Marineleitung,

es decir la Marina. Eso significaba que


iban a licenciarnos. Era

el final. Lüttwitz y el capitán Ehrhardt


decidieron tomar el

poder.

»Aqui estamos; la fotografía fue tomada


de noche, el

doce de marzo de mil novecientos veinte,


la marcha sobre

87

Berlín. Aquí estamos a la mañana


siguiente, llegando a la
Puerta de Brandenburgo. Estas son las
banderas imperiales

de campaña. Aquí está el general


Ludendorff dándonos la bienvenida.

¿Esto es lo que llaman el golpe de Kapp?

Sí, pero Kapp era un tonto, un civil, un


político sin

ideas, sin programa... Nosotros


controlamos toda la ciudad

y él no hizo nada, nos limitamos a


aguardar...

¿Por qué hay cruces blancas en vuestros


cascos? ¿Por

qué tenéis todos cruces pintadas en el


casco?

Son Hakenkreuze.

Creo que nosotros las llamamos


esvásticas.

Son indias, o algo por el estilo...

Bien, ¿por qué tenéis todos cruces indias


en el casco?

Kaspar cabeceó.

La verdad es que no lo sé. Creo que


significa no sé

qué sobre la pureza de la raza


alemana...dijo Kaspar muy

despacio.
¿Las cruces indias?

Coincido contigo y no sé quién empezó


con esas cosas,

no fue el capitán Ehrhardt, sólo que... todos


lo hacian, pintaban esas cruces...

Bueno, aquí hay un símbolo que


reconozcoun grupo de hombres con casco,
Kaspar entre ellos, encaramados

en un carro blindado que tenia pintada una


enorme calavera

con dos tibias cruzadas, las mismas órbitas


vacías que miraban desde cada fotografía
en las paredes de Villa Keith.

Creo que es un símbolo que le pega


mejor a los soldados lijo Kaspar.
¿Y qué le sucedió a vuestro golpe?

El gobierno Ebert huyó. Creo que se fue


a Dresde.

Y conv«ó la huelga general. Los obreros se


fueron a casa.

Todo el mundo. La ciudad entera quedó


paralizada, no había

trenes, ni autobuses, ni electricidad, ni


agua, todas las tiendas

cerradas, no había víveres... Los bancos


cerraron, no podíamos pagar a los
hombres. El d«tor Kapp dijo al capitán

Ehrhardt que abriera a la fuerza el


Reichsbank, pero el capitán replicó que él
no era un ladrón de bancos... Lo que
hubiéramos tenido que hacer es ejecutar a
unos cuantos dirigentes

huelguistas como escarmiento... Pero nadie


nos decía qué teníamos que hacer,
simplemente nos limitábamos a montar

guardia en la ciudad muerta.

Más fotografías, todas muy similares:


soldados montando

guardia, soldados con ametralladora,


oficiales barbudos sen

88

tados alrededor de mesas de cafés con


mujeres de aspecto
desaliñado, todos sonriendo, posando,
echando bocanadas de

humo de sus cigarrillos...

¿Los cafés no estaban cerrados?

Estaban cerrados, pero los abrimos. A


culatazos. Y vinieron las chicas... Eran las
únicas berlinesas que no estaban

en huelga.

Kaspar cruzó la habitación y se dejó caer


sobre el sofá

de cuero.

Te diré una cosa; fue una época muy


extraña. Sólo
unos pocos días. No sabíamos qué sucedía.
Cuando no estábamos de guardia, nos
sentábamos a beber y a charlar sobre

lo que podía ocurrir... ¿Sabes?, había


entonces una canción

que tocaban en todos los Dielen, donde se


iba a bailar por

las tardes...

Kaspar se puso nuevamente de pie, sirvió


un poco de

ginebra para mí y otro poco para él, bebió


la suya de un

trago, se acercó al gramófono, buscó entre


los discos, raspó
ruidadosamente la aguja y se puso a cantar
con la música,

piano, saxofón y una voz femenina:

Warum denn weinen, wenn man


auseinandergeht,

Wenn an der nachsten Ecke schon ein


Andrer steht...

¿Lo entiendes?

Oh, claro que lo entendía:


¿Por qué debemos llorar cuando nos
separamos,

Cuando en la próxima esquina...?


etcétera.

Kaspar dijo:

Nos sentábamos a esperar, y


esperábamos, esperábamos

órdenes, y mientras tanto hicimos nuevos


versos para esta

canción.

Levantó el brazo del gramófono, lo


volvió al principio
del disco y cantó con la música:

¿Por qué debemos llorar si el golpe


fracasa?

¡En breve habrá otro!

¡Ahora decid adiós, hombres, pero


recordad,

Que muy pronto lo repetiremos!

Detuvo el disco y se frotó los ojos.

¿Y el golpe fracasó?
89

Todos nos traicionaron. En Dresde, el


general Maercker

tenía que arrestar a los funcionarios del


gabinete, pero no lo

hizo, se limitó a enviarlos a Stuttgart. Los


ingleses habían

prometido apoyarnos; negaron semejante


cosa. La policía de

seguridad prusiana dijo a Kapp que tenía


que renunciar, y

él renunció. Se limitó a huir. Se metió en


un taxi y fue al aer
puerto. El Estado Mayor Central, en la
Bendlerstrasse, vio

que no podiamos ganar, de modo que


envió a un coronel a

decirle al general von Luttwitz que debía


renunciar. Y renunció, entregó el mando al
general von Seeckt... y allí nos

quedamos, dominando por completo-la


capital, sin jefes, sin

órdenes, sin nada. ¡Nada en absoluto!

Kaspar había vuelto a sentarse en el sofá,


con la cara entre

las manos. Lo dejé así un minuto, cuando


volvió a levantar
la mirada, sus ojos estaban húmedos.

Pero permitieron que nos retirásemos,


marchando. Von

Seeckt dio permiso al capitán Ehrhardt


para que la Brigada

se retirara desfilando con nuestra música y


nuestras banderas,

y eso hicimos; ¿y sabes qué sucedió?


Todos aquellos bastardos, los obreros y
conductores de autobuses y empleados

que estaban en huelga salieron a la calle en


tropel y nos silbaron, nos gritaron, nos
arrojaron botellas de cerveza, de

modo que tuvimos que detenernos y


disparar contra ellos.
¡Dios mío, hubieras visto a aquellos cerdos
cómo corrían! ¡Me

hubiese gustado matarlos a todos!


Cruzamos desfilando la

Pariser Platz, la Puerta de Brandenburgo,


con nuestra banda

tocando v todos cantando.

¿Adónde fuisteis?

Regresamos a nuestra base. Doberitz.

¿Y el Gobierno os castigó?

Kaspar negó con la cabeza.

Por el contrario, todavía querían


utilizarnos contra los
comunistas. Cumplieron lo que Kapp nos
había prometido.

Después, nos ordenaron dirigirnos a


Munster. Yo sabía que

iban a licenciarnos y me vine a casa. Y


estuve en lo cierto.

En mayo de 1920, licenciaron a la Brigada,


dejaron a los

hombres en la calle para que cuidaran de sí


mismosKaspar

emitió un suspiro y se sentó otra vez en el


sofá, con los ojos

cerrados.

¿Cuál fue el objeto de todo eso?pregunté.


¿El objeto? ¿Qué significa eso?sus ojos
seguían cerrados.

¿Qué queríais conseguir con el golpe?


¿Que volviera

el Kaiser?

90

¡Por Mos, no! Nadie quería que volviera


el Kaiser.

Pero vosotros llevábais las banderas del


Kaiser, llevábais brazaletes negros, blancos
y rojos. Si no queriais al Kaiser, ¿qué
queríais?
Queríamos deshacernos de esos
bastardos socialistas y

judos que firmaron el Tratado de Versalles,


que arruinaron

nuestro país, que humillaron a nuestro


pais...

Pero ¿a quién queríais en su lugar? Al


parecer, no os

gustaba Kapp...

Kapp no era nadie.

Y el general von... ¿cuál es su nombre?


¿Luttv/itz?

¿QuerIais que e1 gobernara el país?


No, renunció demasiado fácilmente.

¿El capitán Ehrhardt?

No, el capitán no está interesado en


política.

¿No está interesado en política? ¡Pero


quería tomar

el poder!

Sólo como soldado. Quería barrer a los


traidores que

querían dárselo todo a los aliados.

Pero ¿a quién queriais poner en su lugar?


Si no queríais

una monarquía y no queriais la república,


¿qué queríais?

Por fin Kaspar abrió los ojos. Echaban


fuego.

Queremos una Alemania fuerte y


orgullosa!exclamó.

Vas a despetar a toda la casa.

¡Me gustaria despertar a todo el pais!


Mira lo que han

hecho ahora. Han hecho a un judío nuestro


ministro de Asuntos Exteriores, un judío
que quiere arrastrarse de rodillas

ante los aliados, pagarles


«indemnizaciones», ciento treinta y

dos mil millones de marcos oro...


Indemnizaciones ¿por qué?

Quiero decir que seria un chiste si no fuera


una tragedia.

¡Y ahora firma un tratado de paz con


Moscú! Nos hemos pasado dieciséis
meses, marchando de un lado a otro de
Alemania, disparando contra los
comunistas, recibiendo disparos

de los comunistas... ¡y Herr Rathenau


firma un tratado de

paz con ellos!

Christoph piensa que es una buena idea.


Cree que vuestro ejército podrá entrenarse
en Rusia...

Kaspar eruct6.
¿Es eso lo que le han dicho en casa de los
Waldstein?

¿Sabes cómo llaman ahora a mi hermano


sus antiguos camaradas? Der
Judenknecht... el lacayo de los judíos.

Ya estaba harto de Kaspar.

No es un lacayo. Está aprendiendo el


negocio bancario.

Y, según tengo entendido, su salario te está


manteniendo, a

91
ti y a todos los de esta casame puse en pie.
Estoy muy

cansado, Kaspar, ha sido un día muy


largo...

Es cierto, Christoph está manteniendo


esta casa. La

pensión de un general, que sirvió a su país


desde los catorce años de edad, no bastaría
hoy para mantenerlo a el y

a su esposa, y no hay trabajo para oficiales


de infantería de

veinticuatro años. Pero, en la isla, no


encontraste escasez de

dinero, ¿verdad? La Casa de Té y las


lanchas a motor y d
Schloss y los establos y la casita sobre la
colina... criados

por todas partes, y todo el Mesela que


puedas beber. ¡Y eso

es solamente la casa de verano, amigo mío!


Aguarda hasta

que veas la casa de la ciudad, en la Pariser


Platz. El resto

de Alemania podrá haber sufrido desde la


guerra, pero el

barón von Waldstein y su tribu...

Creo que perdieron a un hijo en Francia...

Los ojos de Kaspar estaban otra vez


cerrados. No me
escuchaba, escuchaba su propia voz. O
quizá su propio corazón.

Y estoy seguro de que conociste a su


alteza la princesa

von Hohenstein-Rofrano. Una viuda muy


hermosa. Una viuda

muy alegre. Muy amiga de mi hermano.


Muy amiga del ministro Rathenau. Muy
buena amiga, mientras mi hermano estaba
prisionero, de medio Estado Mayor
Central. Pero nunca

menos de todo un coronel. A menos que


fuera un ministro

del gabinetesúbitamente, la cabeza de


Kaspar cayó hacia
adelante y sus ojos se cerrarono un director
de teatro...

La copa vacía cayó de su mano y rodó


por la alfombra.

Apagué la luz.

92

El otro extremo de la ciudad

Yo estaba desayunando, solo. El general


y Frau Keith
siempre tomaban café y bollos en sus
habitaciones, Christoph

había ido a trabajar y Kaspar,


probablemente, dormía.

Era claro que Meier no había llegado a


una decisión acerca de mí. A Meier le
confundían las personas sin titulo que

consolidaban su posición social: Herr


General, Frau General

Herr Oberleutnant, Herr Fahnrich éste era


Kaspar, aunque

yo sospechaba que Kaspar, en realidad, no


había alcanzado

la graduación de subteniente antes de que


su mundo se viniera
abajo, pero ¿qué actitud tomar con el
simple Mister Ellis

con el que, según le habían dicho, tenía


que llamarme?

Mientras me tomaba el café, decidí que


aquél podía ser el

momento de seguir las instrucciones de


Bobby, pero necesitaba un sobre y no
recordaba la palabra en alemán. El correo

estaba sobre una bandeja de plata. La


señalé y traté de explicarme.

Meier cabeceó.

Leider keine Post fur Mister Ellis.

No, no correo para mí. Necesito esto... un


sobre.

Ein couvert?

Exacto. Couvert. Después de todo, una


palabra francesa.

Meier desapareció y regresó poco


después con un sobre

blanco y tieso que tenia grabado el escudo


familiar de los

Keith. Saqué de la cartera un billete de


cinco dólares, lo metí

en el sobre y entregué éste a Meier.

Para la casalo despide con un vago


ademán en dirección a la cocina.
Meier entendió inmediatamente, pero no
estaba seguro

de si debía aceptarlo.

Esto queda entre usted y yo, Meier. Un


secreto. No es

93

para que se entere la familia. Los tiempos


son difíciles, y yo

como mucho. Puede tomarlo.

Meier me miró otra vez, asintió, tomó el


sobre, lo guardó
en su bolsillo interior y se inclinó, apenas
una rápida reverencia. Ningún cambio de
expresión.

Sonó la campanilla de la puerta de


entrada. Meier arrugó

la frente y se retiró. Bebí mi café y escuché


voces en el vestíbulo.

Un hombre que quiere ver a Mister Ellis.

No ein Herr, un caballero, sina ein


Mann. Traía una carta.

Meier me entregó otro sobre blanco. Sin


escudo familiar. Pariser Platz n.° 7, Berlín
N.W., para entregar en mano a Herr

Ellis, bei Herrn Generalmajor a. D. Keith,


Knaustrasse 10,
Berlín-Grunewald.

Pude leer las señas, pero, cuando abrí el


sobre, vi que toda

la carta estaba escrita en caracteres góticos;


tuve que pedir

a Meier que me la leyera. Al parecer, nadie


lo había hecho

antes y la situación pareció complacerle.


Sacó unos quevedos,

los limpió con un pañuelo; se los colgó a la


nariz, tomó la

carta, se aclaró la garganta y leyó, con


sorprendente vivacidad:
Estimado Herr Ellis:

Debo escribir en alemán, pero espero


que el teniente Keith

se lo traduzca. Esta carta es para


presentar al señor Fritz Falke.

Aunque los temas y el estilo de trabajo


del señor Falke difieren

grandemente de los míos, creo que él es


uno de los artistas jó

venes más dotados de Berlín. Se lo


recomendaría vivamente como

instructor.

Con mis mejores deseos de una


fructíferas relación,
Le saluda atte.

Max Liebermsnn.

¿Max Liebermann? repitió Meier,


visiblemente impresionado. ¡Es uno de
nuestros más grandes pintores!

Bueno, será mejor que diga a Herr Falke


que entre.

Meier se aclaró nuevamente la garganta.

¿Qué ocurre, Meier?

¿Recibirá al hombre en el comedor?

¿Hay algo malo en ello?


Meier se miró los guantes.

Las visitas se reciben en el salón, señor


Ellis.

Muy bien, lo recibiremos en el salónme


levanté y

seguí a Meier fuera del comedor, por el


pasillo oscuro, hasta

lo que los norteamericanos habríamos


llamado el salón.

94

-El señor Ellisanunció Meier cuando


abrió la puerta,

que en seguida cerró a mis espaldas.

En el otro extremo de la habitación, un


hombre rubio y

fornido miraba las fotografías de los


Húsares de las Calaveras. Vestía chaqueta
de cuero sobre un gastado traje azul y

camisa blanca con corbata. Había dejado


sobre el sofá su

gorra de obrero y una gran carpeta marrón.

Buenos días, señor Falke dije en alemán.


He leído

la carta de presentación del profesor


Liebermann.
Oh, ¿habla usted alemán? una amistosa
sonrisa de

dientes sanos y el apretón de una mano


fuerte y callosa.

Una cara redonda y colorada. Hombros


anchos. Se le veía

incómodo en su traje dominguero y con la


corbata. Sudaba

un poco.

¿Quería yo ver muestras de su obra? Se


dirigió hacia su

carpeta. Me sentí avergonzado: ¿por qué


debía un artista profesional enseñarme
muestras de su obra? Pero las miré cuando
las dispuso sobre el canapé y quedé
sorprendido.

No hay que olvidar que corría el año


1922; nadie fuera

de Alemania había oído hablar de Fritz


Falke. Puedo haber

sido el primer norteamericano en ver


aquellas grotescas caricaturas a lápiz y al
carbón: los gordos especuladores fumando
cigarros, las horrendas prostitutas desnudas
en su regazo,

los niños mendigos y hambrientos...


Aquella mañana no vi

las peores, porque Falke sabia muy bien la


clase de casa a la

que iba y sólo había llevado unas pocas


muestras, relativamente amables. No había
traído a los oficiales del ejército

con cara de cerdo y cruces gamadas en el


casco; todo esto

lo vi más tarde. Aquella mañana, me


enseñó estudios de retratos, caras de
obreros, melancólicos y realistas,
taberneros,

artistas de circo, y me enseñó unas cuantas


chicas sensuales,

semidesnudas, casi pornográficas, al óleo y


a la acuarela.

Obviamente, era un artista hábil y


original, y por supuesto no vacilé en
preguntarle c6mo podíamos arreglarlo para
que
él me diera lecciones. ¿Cuánto me
cobraría?

Se encogió de hombros.

Debo decirle que jamás he dado clases.


Ya veremos

cómo resulta.

¿Dónde trabajaríamos?

¿Tiene usted un estudio aquí?

Dije que no. Y no se me ocurrió ninguna


forma de trabajar con Falke en Villa Keith.
¿Tendría que alquilar un

estudio en alguna parte?

Negó con la cabeza.


95

Venga a mi casa. Es pequeña, está llena y


se encuentra

en el otro extremo de la ciudad, pero


empezaremos allí y veremos cómo resulta.

El barrio de Neukölln estaba en el


suroeste de la ciudad,

al otro lado de Tempelhof, la antigua plaza


de armas que estaban transformando en
aeropuerto. El barrio de Neukölln

era un laberinto de casas de seis pisos.

Bajamos del tranvía y anduvimos por


calles sombrías y estrechas. Para la media
americana, aquellos edificios no eran

altos, pero si grises y melancólicos como


fortalezas; la gente

los llamaba Mietskasernen, cuarteles de


alquiler.

Entramos en el primer patio de uno de


aquellos edificios:

cubos rebosantes de basura, una pila de


carbón, chicos andrajosos pateando un
balón de fútbol, ropa tendida en docenas
de cuerdas que se entrecruzaban de
ventana a ventana, por

encima de nuestras cabezas. La escalera de


cemento olía a

orina y a coles hervidas. A medida que


subíamos, los ruidos

de la vida humana subían con nosotros:


gente gritándose,

puertas cerradas con violencia, niños que


lloraban, perros que

ladraban... subíamos y subíamos.

Sólo tres pisos más me tranquilizó Falke.


Tenemos mejor luz arriba de tododijo
mientras avanzábamos
por la empinada escalera.

El no había hablado mucho durante el


viaje. ¿Había estado yo en la guerra? Le
dije que sí. El asintió. El también

había estado. No más discusión. ¿Había


tomado lecciones de

pintura? Le hablé de mi año en Bellas


Artes, en París. El

asintió otra vez.

Le envidiodijo.

Le pregunté acerca de sus estudios con


Max Liebermann.

Un anciano maravilloso. Un gigante.


¡Oh, cuánto le molesta mi pintura! Procede
de la alta burguesía, no le gusta

ver las cosas que yo veo, las cosas que


pinto le resultan desagradables... Pero cree
igualmente que tengo talento, sabe

que mi vida es difícil, trata de ayudarme...


Un hombre maravilloso.

Llegamos jadeando al rellano del sexto


piso y sacó un

manojo de llaves, pero, cuando empezaba a


introducir una

en el ojo de la cerradura de la primera


puerta, ésta se abrió

desde dentro y aparecieron una mujer


regordeta, de unos
cuarenta años, sonriente, guapa, vestida
solamente con una

96

suelta bata de baño, y un niño pequeño, en


pantalón corto

y jersey.

Bueno, no te llevó mucho tiempo


empezó ella en

alemán, pero Falke se apresuró a hacer las


presentaciones.

Frau Bauer, nuestra Mutti Bauer, mi hijo


Ferdinando,

le llamamos Ferdi, el señor Ellis, el pintor


norteamericano,

¡el señor Ellis habla perfectamente el


alemán!

Estreché la mano de la mujer, quise


estrecharle la mano

al niño, pero se aferró a una pierna de su


madre... ¿Mutti

Bauer? ¿No era su mujer? Me hicieron


pasar a lo que parecía una combinación de
cocina y cuarto de baño: una cocina

de carbón, una tina de baño y otra para


lavar, una mesa con
sillas de madera, utensilios de cocina,
toallas...

Será mejor que vayamos directamente al


estudio... que

también es mi dormitoriodijo Falke.

Abrió una puerta que daba a otra


habitación, a oscuras,

en la que parecía haber solamente camas,


pero Frau Bauer

se adelantó para detenerlo.

Despacio, Fritz, las chicas duermen aún.

Pero, válgame Dios, si ya es


mediodíadijo Falke,
pero bajó la voz. Tenemos que entrar en el
estudio para

trabajar.

Entonces pasad en silencio y cerrad la


puerta.

Seguí a Falke en la oscuridad. Humo de


cigarrillos y perfume. La cortina estaba
echada, pero, a la luz que entraba

por la puerta abierta, vi dos camas y un


catre pequeño. En

una de las camas había dos mujeres


jóvenes, durmiendo espalda con espalda.
Las vi sólo fugazmente, porque Falke abrió

otra puerta y me hizo entrar en una tercera


habitación, un
cuarto ubicado en un ángulo del edificio,
luminoso, soleado,

y que olía a trementina y pintura. Cerró la


puerta tras de s.

Disculpe la incomodidadmurmuró. Sería


mejor tener el dormitorio atrás, pero la luz
aquí es mucho mejor gracias a esas dos
ventanas...

Había arreglado un estudio pequeño,


pero confortable: una mesa de madera para
trabajar, un par de sillas, un caballete,

estantes para libros y un armario, una


pequeña estufa de carbón, una cama (con
un orinal debajo).

Cubrían las paredes tantos dibujos al


carbón que las hojas
se superponían: en el suelo, pilas
ordenadas de bastidores.

Una ventana daba directamente a otro piso,


pero la otra se

abría a una larga calle que desembocaba en


los campos abiertos de Tempelhof.

97

Fritz Falke se sentó en una de las sillas y


cruzó los brazos. Me sonrió.

Muy bien, amigo mío, ¿por dónde


empezamos?
Encontré un cuaderno de papel blanco y
limpio y una

caja de carboncillos, me senté al otro lado


de la habitación

y empecé un estudio preliminar para un


retrato. Por un largo

momento ninguno de los dos dijo nada. Me


sentí muy bien

dibujando otra vez, estaba absorto y en


paz, y habla olvidado

dónde me encontraba. Me senté allí y fijé


mis pensamientos
en aquel hombre, aquel perfecto extraño, y
traté de meterme en su interior. Para
hacerlo bien, creo que hay que hablar

con el modelo, pero, durante un buen rato,


ninguno de los

dos quiso romper el silencio. Trabajé.

Ruidos en el dormitorio. Voces. Se abrió


la puerta y aparecieron dos muchachas que
tan sólo llevaban una combinación muy
corta; eran hermanas y tenían el cabello
castaño

rojizo y la piel muy blanca. La mayor tenía


proporciones más

generosas que las que estaban de moda


aquel año, pero su
cabello estaba cortado como el de un
muchacho; la menor era

esbelta como un jovencito, un jovencito


con el cabello hasta

los hombros. Reconocí a las modelos de


las pinturas más sugerentes de Falke.

Me miraron y rieron tontamente.

Fritz Falke se volvió.

¡Tapáos, putas desvergonzadas!

La puerta se cerró. No pude reprimir mi


curiosidad.

¿Quiénes son?

La mejor formada es mi mujer. Se llama


Bárbara. La

llamamos Bärbel. La pequeña es su


hermana Brigitte. La llamamos Baby.

¿Y Frau Bauer?

Es la madre. Es viuda. Al marido lo


mataron en Flandes.

Pero ¿por qué las dos estaban durmiendo


en...?

Trabajan toda la noche, en un club de la


Friedrichstrasse. A veces, vuelven a la
salida del sol. Yo duermo aquí,

la madre y el niño duermen allí, por lo


tanto ellas comparten

la otra cama. No es cómodo, pero no se


puede hacer otra

cosa.

Las muchachas volvieron a entrar, ambas


envueltas en lo

que parecían kimonos auténticos. El de


Bärbel era negro con

flores rojas; el de Baby era rojo con flores


negras.

98

Falke nos presentó. Las dos quisieron


ensayar su inglés.
Dejadlo tranquilo -dijo Falke. Está
trabajando.

Apareció Frau Bauer, todavía envuelta


en el albornoz.

¿Alguien tiene hambre? Sólo tenemos


patatas.

Trae sardinas dijo Falke.

¿Sardinas? gritó Baby. ¡No es domingo!

A mí me basta con las patatas... empecé.

Baby, vé a la esquina y trae dos buenas


sardinas y una

cebolladijo Frau Bauer.

¿Por qué tengo que ir yo? ¡Le toca a


ella!... ¡Bah!

La madre tomó una larga regla de acero


de la mesa y, con

un movimiento ondulante, propinó un


fuerte golpe en el trasero

de la muchacha. Baby salió corriendo de la


habitación perseguida por su madre, y,
aunque cerraron la puerta, pudimos oír

los gritos mientras Baby se vestía.

Durante unos minutos reinó una gran


tranquilidad. Bärbel

sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo


de la chaqueta de su

marido, encendió uno, arrastró suavemente


los pies por la

habitación, me miró, miró mi dibujo, miró


por las ventanas,

estiró las piernas fuera del kimono, estiró


el cuello, presentó

su perfil conciente o inconscientemente,


adoptando diversas poses como para que la
pintaran. Falke la observaba

con un asomo de sonrisa, como si


observara un gato haciendo cabriolas. Traté
de mantener los ojos fijos en la cara de

Falke para captar algo de aquella nueva


expresión.

Súbitamente sonó una campana; no una


campana ni un
timbre, sino una campanilla que alguien
agitaba con la mano,

algo parecido a la campanilla que la


cocinera de nuestra casa

utilizaba para llamar a la familia a la mesa.

Falke y Bärbel se miraron. Frau Bauer


irrumpió en la

habitación.

¡Es la policía! abrió violentamente una


de las ventanas v se asomó. ¿No hay
Grunne Minna? Entonces no

puede ser una redadasalió corriendo de la


habitación, seguida por Bärbel. Falke
permaneció inmóvil en su silla, y yo
me limité a continuar mi trabajo.

¿Qué es una Grunne Minna?pregunté.

Un furgón de la policía. Para llevar a la


gente a la

cárcel.

¿La policía viene aquí a menudo?

Bastante a menudo. Los vecinos se


avisan unos a otros.

Pero era peor durante la revolución, se lo


aseguro. Entonces,

no era la policía, era el Freikorps. ¡Vaya


tipos! ¡Podría contarle cada historia!
99

¿Estaba usted aquí entonces?

La expresión de Falke cambió.

Sí y nodijo, pero antes de que pudiera


preguntarle

qué quería decir, un rítmico golpeteo


metálico empezó a llegar desde la estufa
vacía que estaba en un rincón. Tap, tap,

tap. Pausa. Tap, tap, tap. Pausa.

¿Qué es eso?

Son los vecinos de abajo que golpean en


la chimenea.
Significa que la policía está en nuestra
escalera...

Bärbel entró corriendo en el estudio.

¡Están subiendo! dijo. Mutti está en el


rellano vigilando.

Oímos que la puerta del apartamento se


cerraba con fuerza y en seguida regresó
Frau Bauer, cepillándose furiosamente

el cabello con un largo cepillo de madera.

Maldición dijo a través de las horquillas


que tenía

entre los dientes. ¡Sabía que tenía que


haberme vestido...!

su cara estaba roja de ira y excitación.


Mutti, ¿crees que vienen aquí?

Frau Bauer asintió, se miró al espejo de


Falke, apartó

de su cara la espesa cabellera y se


acomodó la bata de baño

en forma menos reveladora.

Es esa peste de la Administración


Escolar que viene

otra vez, esa solterona seca que causa


problemas. ¡Bärbel,

vuelve a la cama y duérmete!

¿Por qué?

Frau Bauer estiró la mano hacia la regla


de acero y Bärbel

se zambulló en el dormitorio. En aquel


momento, otro objeto

duro golpeó la puerta del piso.

Polizei! Sof ort auf machen!

Creí que Falke se haría cargo de la


situación, pero me

equivoqué. Permaneció inmóvil en su silla.


Frau Bauer maldijo en voz baja y fue a
abrir la puerta. Voces en la cocina.

En seguida, un policía corpulento cruzó


pisando fuerte el

dormitorio y entró en el estudio. Llevaba


botas negras, un
gran abrigo verde con botones plateados,
un cinturón de cuero

con una automática en una pistolera negra,


un bastón y el alto

gorro de cuero negro de la Schutzpolizei


berlinesa. Era un

hombre maduro, de aspecto calmado,


probablemente sargento

durante la guerra. Nos miró atentamente


desde el vano de la

puerta.

Falke siguió en su silla, sin moverse. Yo


seguí dibujando

su retrato.
100

_Guten Nachmittagdijo el policía, y por


primera vez

me percaté de que caía la tarde.

_Nachmittag, Herr Wachtmeister - dijo


Falker, volviendo apenas la cabeza.

El policía abrió los botones superiores de


su abrigo y

sacó un cuaderno de notas, que consultó.

Kaiser Friedrichstrasse número 101,


primer patio, piso
6-A, Bauer, K... ¿Es usted Bauer?

No, Herr Wachtmeister, yo soy Falke,


Fritz Falke,

yerno realquilado. Este caballero es


ciudadano norteamericano, el señor Ellis.
No habla alemán. Como puede ver, le
estoy

dando clases de pintura.

Buenas tardes, agente dije en inglés.

El policía revisó su lista, al parecer


encontró a Falke, Fritz,

y se adentró pesadamente en el estudio


para inspeccionar mi

trabajo.
Mientras tanto, Frau Bauer estaba en el
dormitorio, enfrascada en una animada
discusión con una formidable dama de

capa negra, gafas de concha y un sobrio


sombrero negro. La

dama buscaba a Brigitte Bauer y abrió las


cortinas para asegurarse de que la
indignada joven que se levantaba de la

cama no era Brigitte Bauer.

¿Dónde está Brigitte?la voz de la dama


era chillona.

Se lo acabo de decir, Fraulein Opitz. La


envié a la biblioteca a buscar un ejemplar
de Fausto...

¡Frau Bauer, no permitiré que se burle


de mí! ¡No se

burle de la Administración Escolar


Prusiana! La muchacha

ha vuelto a faltar a la escuela, pese a todas


nuestras advertencias... y usted me viene
con historias sobre Fausto. ¿Cuántos
ejemplares de Fausto cree usted que hay en
la escuela?

Frau Bauer se sentó en la cama.

Fraulein Opitz, ¿qué puedo hacer? La


muchacha tiene

dieciséis años...

Frau Bauer, aquí en mi bolso tengo una


copia del certificado de nacimiento de
Brigitte, del Standesamt Berlín-Neukölln,
que demuestra claramente que la muchacha
tiene

quince años, como usted sabe muy bien, y


a esta muchacha

de quince años se la ve todas las noches en


los peores locales de Friedrichstrasse.
¡Tenemos informes escritos, Frau

Bauer, y esto no puede continuar!

Frau Bauer se había llevado las manos a


la cabeza y sollozaba.

Fraulein Opitz, ¿qué puedo hacer? Este


mundo nuevo

después de la guerra, la juventud de hoy,


hacen lo que quie
101

ren, no prestan atención a su madre, el


padre cayó en Flandes, estoy sola en el
mundo, no tengo trabajo, vivo de una

pensión miserable...

¡Frau Bauer, por favor, domínese!

En vez de dominarse, Frau Bauer se


puso a aullar y su

voz debió de escucharse en el patio más


interno de Friedrichstrasse Nº 10.

¡Oh, Dios del cielo, qué voy a hacer!


Estoy sola en el
mundo con mis hijas, aún no hemos
pagado el alquiler, tenemos cuatro patatas
en la alacena...

¡Esta es la última advertencia, Frau


Bauer! Fräulein

Opitz acompañaba los alaridos de Frau


Bauer con tonos bajos

y silbantes. Si mañana no está Brigitte en


la escuela, si hay

más ausencias no justificadas, la llevaré a


usted ante el juez.

Y usted sabe muy bien lo que eso significa:


puede ponerle

una multa, puede meterla en la cárcel y


puede enviar a Brigitte a una institución
donde la mantendrán en el aula...

¡y lejos de los cabarés!

Con una mueca de asco, Fräulein Opitz


entró en el estudio. Sus gafas
relampaguearon.

Herr Falke, me parece que usted, como


hombre de la

casa, tiene algo de responsabilidad en este


asunto.

Falke por fin se puso de pie, y yo lo


imité.

Fräulein, con todo respeto, usted sabe


que la muchacha

no es hija mía. A mí sólo se me permite


vivir y trabajar aquí

por la generosidad de mi estimada suegra...

Como hombre de la casa, usted está in


loco parentis...

Oh, con el mayor respeto, Fräulein, no


estoy in loco

parentis. He hecho cuidadosas


averiguaciones acerca de la cues-

tión.

¡Me niego a discutir con usted sobre


tecnicismos legales, Herr Falke!Fräulein
Opitz también gritaba.

Frau Bauer había aparecido en la puerta,


con el rostro
bañado en lágrimas, y también Bärbel, con
el niño en brazos.

Súbitamente el estudio estuvo atestado y


Fräulein Opitz obvia-

mente se percató de ello.

¿Quién es este hombre? preguntó


perentoriamente,

como si quisiera cambiar de tema.

Falke volvió a explicar que yo era


súbdito norteamericano, que no hablaba
alemán, que estaba tomando lecciones... í

Fräulein Opitz pasó junto al policía y


miró el dibujo en

el que yo estaba trabajando. Los otros se


pusieron detrás de

ella.

Observó mi dibujo un largo rato y


después miró los di

102

bujos colgados en las paredes, los


fantasmagóricos, ardientes

gritos de protesta de Fritz Falke.

¿Este caballero está tomando lecciones


de usted, Herr

Falke? ¡Creo que tendría que ser al revés!


Silencio. Entonces, Frau Bauer se echó a
reír.

103

Una visita al Gendarmenmarkt

En J. P. Morgan, en Drexel y en Brown


Brothers en

todas las bancas privadas norteamericanas


que yo había visto, todo se hace
abiertamente. Por lo menos, se esfuerzan

mucho por dar esa impresión: grandes y


opulentos salones,

toda una planta donde todos los


socioshasta el mismo J. P.

Morganse sientan ante pupitres para


trabajar con sus papeles, o hablar con los
visitantes, a la vista de todo el mundo.

Si usted nos da su dinero para


invertirloparecen decir

debe tener libertad para ver cómo lo


hacemos.

En el distrito financiero de Berlín,


alrededor del Gendarmenmarktla
Jagerstrasse, la Französischestrasse, la
Markgrafenstrassela atmósfera era muy
distinta. Ni siquiera una
placa de bronce identificaba el palacio
veneciano del número 4

de Gendarmenmarkt, en realidad, en la
esquina de Franzosischestrasse con
Markgrafenstrasse. Si alguien ignoraba qué

era aquella casa, nada tenía que hacer allí.

Subí la escalinata y toqué la campanilla.


Un lacayo con

librea me hizo entrar en un sombrío


recibidor. No había teléfonos, ni panel de
cotizaciones de bolsa, ni pupitres, ni
tampoco socios, por lo menos, ningún
socio vivo. Alfombras orientales, una araña
de cristal, retratos débilmente iluminados

y un gran busto de bronce de David


Waldstein (1770-1848).
No era una sala de espera, y el hombre
no preguntó quién

era yo ni qué deseaba. Me condujo unos


escalones más arriba,

a través de una puerta vaivén de madera y


a un corredor, a

cada lado del cual se sucedían varias


puertas cerradas, numeradas como cuartos
de hotel. Abrió una de las puertas, que

estaba cerrada con llave, y apareció otra


puerta cerrada. Abrió

esta segunda puerta y me hizo pasar a una


pequeña sala de

conferencias que contenía una hermosa


mesa de caoba y dos
104

cómodos sillones de cuero verde. Las


cortinas venecianas estaban cerradas pero
la luz del sol penetraba en la habitación

por los intersticios, lo suficiente como para


iluminar los objetos que había en la mesa:
un bloc de notas, un tintero, unas

tijeras, una bandeja con tres botellones de


cristal y dos copas.

Herr Oberleutnant Keith está al teléfono,


señor, pero

Herr Baron Robert está por llegar. ¿Jerez?


¿Madeira? ¿Mosela?

Opté por el jerez. Cuando terminaba la


pequeña copa, apareció Bobby, impecable
en un traje gris cruzado, cuello duro,

y una rosa blanca, recién cortada, en el


ojal. Nos dimos la

mano.

Bienvenido a nuestro banco, compañero.


Tenemos unos

minutos antes de almorzar, que


aprovecharé para enseñarte

la casa.

¿Para qué son esas puertas dobles? le


pregunté.
Y las llaves.

Bobby sonrió.

Para asegurar la intimidad, por supuesto.


Cuando un

cliente habla con su banquero, desea estar


seguro de que

nadie escucha por el ojo de la cerradura.

Pero ¿dónde trabajáis? ¿No tenéis


oficinas?

Oh, sí, pero sólo dejamos que las vean


los amigos muy

especiales. Ven conmigo y te las enseñaré.

El mayordomo se llevó mi copa y cerró


nuevamente la

habitación con llave. Anduve con Bobby


por el pasillo, preguntándome qué estaría
ocurriendo detrás de todas las puertas
cerradas frente a las que pasábamos. Al
final del corredor

Bobby me hizo subir un tramo de pulidos


escalones de mármol. En el segundo piso,
entramos en un área de recepción

más convencional: una enorme mesa sobre


la que había un

bronce chino representando a una cabra,


algunos sillones cómodos, más retratos.
Por algunas puertas abiertas vi a maduras y
dignas secretarias escribiendo a máquina y,
detrás
de ellas, más puertas cerradas que daban a
lo que Bobby me

dijo eran los despachos de los socios.

i quieres ver dónde se hace el verdadero


trabajo tendrás que subir otra escalera
másdijo Bobby. Lo seguí hasta el piso
superior.

Llegamos a un salón grande, ruidoso e


iluminado, mucho

más familiar para mí: fila tras fila de


escritorios, hombres

trabajando sobre documentos o hablando


por teléfono, muchachas escribiendo
velozmente a máquina, varios paneles de

cotizaciones, chicos, en un extremo de la


sala, escribiendo en

105

un enorme pizarrón cotizaciones de


acciones y monedas extranjeras... aunque
no vi a nadie en mangas de camisa. Todos

los hombres llevaban americana. Tampoco


tenia nadie los pies

sobre el escritorio.

Christoph Keith estaba sentado detrás de


un escritorio,

dentro de un cubículo de vidrio que, al


parecer, compartía con

Bobby. Se levantó y me dio la mano.

¿Has venido a ver dónde trabajan los


peones?

Se parece mucho al lugar donde yo


trabajaba.

Me senté mientras ellos trataban de


explicar, en líneas

generales, lo que hacían: financiar


exportaciones e importaciones, representar
a clientes en operaciones con moneda
extranjera, participar en la formación de
grupos financieros para

la adquisición y venta de acciones, prestar


dinero a hombres
de negocios. No aceptaban cuentas
corrientes ordinarias, no

trataban para nada con el público en


general; sólo trataban

con sociedades y gobiernos. Gran parte de


su trabajo se había

desarrollado siempre entre clientes de


París, Londres, Nueva

York, América del Sur. Esta red estaba


siendo laboriosamente

reconstruida desde el final de la guerra y


ahora la devaluación

del marco hacía que la tarea fuera


enormemente difícil. Mientras hablaban
conmigo, Bobby y Christoph miraban
continuamente por encima de mi hombro
hacia el pizarrón, donde los

muchachos borraban y volvían a anotar los


cambiantes valores del dólar, el florín
holandés y la libra esterlina en relación con
el marco.

Entró una joven y dijo algo a Bobby.


Este se puso de pie.

Nos llaman al comedor de los sociosdijo.

Creo que en Estados Unidos son muy


pocos los hombres que van a casa a
almorzardijo el doctor Strassburger,
mientras el camarero retiraba la sopa.

Sí, señor. Eso es lo habitual, por lo


menos en las grandes ciudades.

Todos comen en clubs, como los ingleses


dijo el

barón Eduard von Waldstein. Aquí mucha


gente todavía

va a su casa.

En Italia todos comen en su casa dijo


Bobby.

Después, hacen una siesta.

No necesariamente hacen la siesta dijo


otro socio,
cuyo nombre no recordaba.

No necesariamente van a su casa lijo el


barón Eduard,

y todos rieron, hasta el doctor Strassburger.

106

Pusieron nuevos platos frente a nosotros.


Un camarero

pasaba bandejas de plata con chuletas de


ternera, patatas

fritas, guisantes. El otro ofrecía una


selección de vinos blancos y tintos,
enseñando cuidadosamente las etiquetas.

Yo estaba sentado en la larga mesa junto


a la ventana,

entre Christoph y Bobby. Media docena de


hombres, a quienes me habían presentado,
se sentaba a nuestro alrededor.

El barón Eduard, padre de Bobby, ocupaba


la cabecera. El

doctor Strassburger estaba frente a mí. Por


la gran ventana

podía ver el Gendarmenmarkt: dos iglesias


del siglo dieciocho, un enorme teatro del
siglo diecinueve y una estatua de

Schiller. Detrás de mí, en mesas más


pequeñas, otros socios
comían con sus invitados.

Mientras comíamos y hablábamos, yo


observaba los rostros y trataba de imaginar
lo que realmente estaba ocurriendo

allí. El padre de Bobby, sentado en la


cabecera, era un hombre encantador,
ingenioso, culto, pero que parecía mayor
que

sus sesenta y cinco años. No parecía, en


cambio, fascinarle la

charla acerca del Consejo Aliado para


Indemnizaciones de

Guerra, o de los posibles efectos del


Tratado de Rapallo.

A Bobby le interesaban aún menos esos


temas. (Alguien hizo

un comentario sobre su rosa blanca.


Christoph declaró que la

misma traía al banco el espíritu de los


Champs-Elysées, pero

el doctor Strassburger anunció: «Esto no


son los Champs Elysées, esto es el
Gendarmenmarkt ¡y los malditos franceses

son la causa de todos nuestros


problemas!». El barón Eduard

apretó los labios, cortó para él un trozo


pequeño de carne y

no dijo nada.)

Obviamente, el doctor Strassburger era a


quien yo debía

la invitación. Iba cargado de preguntas: el


papel de Filadelfia como centro financiero
comparado con Nueva York; la

administración actual de Drexel & Co.; él


tenía entendido

que mi familia era cuáquera. ¿Cuánto hacía


que vivían en

Filadelfia? ¿Qué hacia mi padre? ¿Y de


veras yo quería ser

pintor? ¿Estaba tomando lecciones en


Berlín? Oh, excelente,

con un alumno del profesor Liebermann,


¿había visto el retrato que había hecho
Liebermann del padre del barón, en
la sala de recepción?... Al principio, el
nombre no le dijo

nada, pero después: ¿Falke? ¿Falke? ¿Ese


bolchevique con

sus cochinos dibujos de propaganda


comunista? El tipo había

estado con los espartaquistas de


Liebknecht, hubiesen tenido

que fusilarlo en 1919... El rostro del doctor


Strassburger palideció; tomó media copa
de Mosela para recuperarse... y,

107
mientras tanto, la atención cambió, todos
se volvieron para

mirar a los dos hombres que entraban en el


comedor.

Inmediatamente reconocí al más alto:


cabeza calva y puntiaguda, barba gris a lo
Van Dyke, ojos negros como el carbón,

pobladas cejas, ahora juntas, en una


expresión de fastidio. Obviamente,
Walther Rathenau creía que almorzaría a
solas con

su anfitrión, un hombre bajo, rechoncho y


sonriente que tenía

las inconfundibles facciones de los


Waldstein, y se encontraba
con un salón lleno de hombres que se
ponían de pie para

estrechar la mano de Su Excelencia, el


ministro de Asuntos

Exteriores.

Se las arregló bastante bien. El anfitrión,


que resultó ser

el barón Friu, hermano menor del barón


Eduard, condujo

rápidamente a su invitado alrededor de la


mesa redonda. Rathenau recompuso sus
facciones en lo que hubiera podido
describirse como una sonrisa y estrechó
una por una todas las

manos tendidas. El único momento


embarazoso se produjo

cuando llegó mi turno. El barón Friu


pareció desconcertado;

Rathenau, claramente, no me recordaba y


entonces el barón

Eduard, Bobby, Christoph y el doctor


Strassburger empezaron

cada uno a explicar quién era yo, con


palabras ligeramente

distintas. Pero el instante pasó. El barón


Fritz dijo algo al

barón Eduard, que asintió y acompañó a su


hermano y al ministro a una mesa vacía en
el ángulo más distante del salón,
donde dos camareros ya apartaban las
sillas.

Traté de observar al doctor Strassburger


sin volver la

cabeza. Los otros también lo observaban.


Me hubiera gustado

poder dibujarlo en ese momento, ilustrar


las emociones que

se reflejaban en los brillantes quevedos, en


los labios apretados... De cualquier modo,
lo ocultó todo en una fracción

de segundo y se decidió.

Keithdijo, cuando el señor Ellis haya


terminado
el café, por favor llévelo a mi oficina y
espérenme allíno

fue una sugerencia> sino una orden. Tengo


que discutir un

asunto urgente con el ministro


Rathenauechó la silla hacia atrás y se
retiró.

Deseé tener ojos en la nuca. Al parecer,


lo mismo deseó

Christoph, quien apuró rápidamente su


tarta de fresas. Algunos, al otro lado de la
mesa, simulaban comer; otros no.

Bobby von Waldstein simplemente se


volvió en su silla y

miró fijamente.
108

El doctor Strassburger coleccionaba


figuras chinas de bronce o jade, con las que
adornaba su oficina. Pequeños caballos,
cabras y budas se alineaban en mesas y
estanterías. También había una alfombra
china, un sombrío paisaje de Bocklin

encima de la chimenea y, detrás del


enorme escritorio, una

gran ventana con cortinas de terciopelo y


una hermosa vista

de la cúpula de la iglesia francesa del


Gendarmenmarkt.

¿El ministro come aquí a


menudo?pregunté a Christoph cuando nos
sentamos en los sillones de cuero frente al

escritorio vacío.

Negó con la cabeza.

Quizás una o dos veces desde que está en


el cargo. Antes, lo hacia más a menudo. Su
empresa es cliente nuestra,

por supuesto. Es muy allegado a los


barones, especialmente

a Fritz, y necesita urgentemente el apoyo


de todos estos banqueros para su programa.
Ellos aún tienen buenas relaciones

en el extranjero, en Londres, en Nueva


York, y podrían ser

útiles haciendo que los aliados adopten una


posición más razonable.

¿Te refieres a las indemnizaciones?

Sí, claro. Los de la City y Wall Street


deben comprender que no podemos pagar
esas sumas, sencillamente no podemos
hacerlo, y, si siguen presionando... bueno,
este gobierno,

esta forma de gobierno republicano... no


podrá sobrevivir.

¿Y Rathenau quiere que los Waldstein


transmitan ese

mensaje al exterior?

Christoph asintió.

Algo así, creodijo pensativo.

¿Lo harán?

Bueno, son patriotas y ciertamente harán


lo que pida

el Gobierno, pero cuánta simpatía sienten


por este Gobierno

en particular, esta constante lucha


parlamentaria, esta inestabilidad... esta
incertidumbre... esta política de tratar de
razonar con los Aliados... ésa es otra
cuestión. Ya oíste lo que
dijo Alfred la otra noche. ¿Quién ayudó a
financiar al Freikorps?

Pero fue para combatir a los comunistas.

Sí. Y todavía tienen miedo de la


izquierda. Recuerda

que son banqueros. Capitalistas de


profesión, capitalistas por

definiciónChristoph sonrió de repente. ¡Y


yo aquí, hablando de ellos! ¿Qué soy yo?

No lo sé, Keith, ¿qué eres?preguntó el


doctor Strassburger abriendo la puerta y
entrando. Ambos nos pusimos

en pie. Siéntense, siéntense caballeros,


discúlpenme, tuve
109

que llamar la atención de Su Excelencia


hacia una situación

difícil que tengo en Holanda, y mis socios


me agradecieron

que se la recordara. Ahora, señor Ellis,


quiero discutir con

usted un asunto de negocios y, puesto que


el teniente Keith

manejará los detalles, quise que él también


estuviera presente
se acomodó en el sillón giratorio de cuero
detrás del escritorio. Usted tiene, creo, una
cuenta en dólares en nuestra

sucursal de Amsterdam.

Si, señor. Una cuenta muy pequeña.

Señor Ellis, en Alemania, hoy, hasta una


cuenta pequeña en divisas fuertes,
especialmente situada fuera de Alemania,
ofrece la oportunidad el doctor
Strassburger hizo

una pausa para corregirse, ofrece la


posibilidad de hacer inversiones
extremadamente lucrativas, en un período
corto de

tiempo.
Supuse que estaba hablando de
especulaciones monetarias.

Así era.

En realidad, yo no entendía de esas cosas


cuando, al parecer, trabajaba para Drexel y
tampoco las entendí mejor en

aquel momento, cuando el doctor


Strassburger me las explicó,

apoyado en el respaldo de su sillón y


uniendo la punta de los

dedos.

Era totalmente legal, por supuesto. No


habría transferencia de fondos al exterior,
porque mi dinero jamás había estado
en Alemania. El marco alemán había ciado
tan bruscamente

que el Reichsbank, el banco nacional,


quizá tuviera que sostener el precio en los
mercados extranjeros. Si se hacia, el

valor del marco subiría, por lo menos


durante un tiempo. Si

entendí correctamente, él quería que yo


utilizara mis dólares

para comprar marcos mientras todo el


mundo vendía. Cuando

el Reichsbank empezarasi empezabaa


comprar y los precios subieran, yo
vendería.

¿Por qué Christoph Keith miraba


fijamente la alfombra

china?

¿Tenia esto algún sentido?

Doctor Strassburger, el dinero que tengo


en Amsterdam es todo lo que poseo para
vivir. Si esta operación sale

mal, por ejemplo, si el Reichsbank no se


estabiliza, perderé

mi dinero, ¿verdad?

El doctor Strassburger sonrió con


frialdad.

Si, señor Ellis. No hay inversión sin


riesgos.
Pero algunas inversiones son más
arriesgadas que otras.

Absolutamente.

¿Cuál es el propósito de todo esto? El


sabe qué poco

110

dinero tengo. El segundo banco más


antiguo de Berlín, ¿trata

de birlar a Peter Ellis mil dólares? Claro


que no. El individuo

quiere demostrarme algo. ¿Podría hacer un


poco de esgrima?

Doctor Strassburger, ¿podría empezar


con una cantidad

pequeña? Podría invertir quinientos


dólares. ¿Valdría la pena?

Christoph levantó los ojos de la


alfombra. ¿Había en ellos

una chispa de diversión? Pero el doctor


Strassburger no veía

nada de gracioso en nuestra conversación.

No, señor Ellis, creo que, para que esta


clase de cosas

valga la pena, es necesaria una inversión


un p«o mayor
hizo una pausa, tamborileó con los dedos
en el escritorio,

giró el sillón a fin de mirar un momento la


iglesia francesa,

volvió a girarlo y me miró.

Le diré lo que haremos: usted pone mil


dólares y nuestro banco de Amsterdam le
presta cuatro mil al interés normal. Usted
extiende un pagaré, digamos a un año.
Entonces,

tendrá cinco mil dólares para comprar


marcos alemanes. Si

gana dinero en la transacción, devuelve el


préstamo. Si lo

pierde sobre la base de nuestro consejo...


bueno, quizá se

destruya el pagaré. ¿Qué le parece?

¿Qué me parecía? Christoph estaba


mirando nuevamente

la alfombra. ¿Por qué?

A mí me parece muy bien, doctor


Strassburger. ¿Puedo

preguntar por qué se muestran ustedes tan


generosos y por

una suma tan pequeña?

Asintió.

Si, puede preguntar. Y yo le responderé.


Este es un
banco muy antiguo, como usted sabe, pero
aún es un banco

privado. Tenemos capital suficiente para


nuestras necesidades,

pero nuestro capital es pequeño comparado


con el de los bancos con usuarios y
accionistas públicos: el Deutsche Bank, la

Disconto Gesellschaft, el Dresdner Bank.


Nuestro verdadero

capital no está en acciones, no está en


dinero; nuestro verdadero capital está
aquíse golpeó un lado de la cabeza con

el dedo índice. Nuestro verdadero capital


es nuestra capacidad profesional, y
centenares de personas en todo el mundo
nos conocen y confían en nuestra
capacidad. ¿Comprende lo

que estoy diciendo.

Si, señor.

e modo que no quiero perder la


oportunidad de hacer

un nuevo amigo, de demostrar a un


visitante de otras tierras

cuán buenos somos en nuestra profesión.

¡Pero doctor Strassburger, yo voy a ser


pintor!

Asintió otra vez.


111

Si, quizá sea usted pintor. Y quizá no.


¿Sabe qué quería

ser yo, cuando era un muchacho, en


Dresde? Quería ser escritor y poeta. Como
Heinrich Heine. Publiqué poemas en

un periódico. ¿Usted lo sabía, Keith?

No, Herr Geheimrat, no lo sabía.

Sí, es la pura verdad. Varios poemas, y


un artículo sobre un viaje a China. Mi
padre me envió a China a comprar

jade para su negocio... el doctor


Strassburger súbitamente
apoyó las palmas sobre el tablero del
escritorio, se puso en

pie y tendió la mano. Also! "¿Entiendo que


hemos hecho

lo que ustedes, los norteamericanos, llaman


un «trato»?

Sí, señorme puse de pie y le estreché la


mano.

Muy bien. El teniente Keith le llevará


arriba y le hará

firmar los documentos necesarios, poderes


y demás. Me temo

que ahora tengo que ir a otra reunión.


Buenas tardes, caballeros.
112

Té para dos

El Museo Kaiset Friedrich era un gran


edificio triangular,

imitación del barroco, construido en la


punta de una isla del

río Spree, exactamente en medio de Berlín.

Yo no quería ir allí aquella tarde, prefería


ir a Neukölln
y trabajar en el estudio de Fritz Falke, pero
Christoph Keith

insistió.

e ningún modo, tienes que verlo... una de


las mejores colecciones del mundo...

No sólo eso. Además, lo más importante


era que me encontrara en la galería de
pintura del segundo piso, Sección

Primitivos Holandeses, Gabinete 68, a las


cuatro.

Es por la luz del sol sobre los cuadros. Te


parecerá

un lugar muy agradable, Peter. Por favor,


tienes que estar
allí a esa hora.

Por lo tanto, fui. Me detuve en una


librería, compré una

guía Baedeker de Berlín, como cualquier


otro turista, y, sirviéndome de los
excelentes mapas, partí del
Gendatmenmarkt,

atravesé el centro de la ciudad, bajé por


Unter den Linden y

crucé el amplio puente hacia la isla


ocupada por el Palacio

del Kaiser, la Catedral y un museo tras


otro.

El sol arrojaba destellos cegadores en el


agua del canal,
los castaños estaban en flor y, pese al café
y la tarta de fresas, mis nervios aún
vibraban gracias al Mosela. Mientras

contemplaba una larga y negra


embarcación que pasaba a mi

lado, me percaté súbitamente de que casi


me sentía como

en mi casa en aquella extraña y complicada


ciudad, sensación

que nunca había experimentado en París.

Obviamente, Herr Baedeker coincidía


con Christoph Keith

en su opinión sobre el Museo del Kaiser


Friedrich: dedicaba
veintiséis páginas de apretada tipografía y
muchos diagramas

113

a su contenido, y dieciocho de esas páginas


se ocupaban exclusivamente de las
colecciones de la Galería de Pintura.

Había oído decir que a los novelistas no


les gusta leer

novelas porque automáticamente tratan de


resolver los problemas de otro escritor, de
tal modo que, para ellos, la lectura se
convierte en un trabajo en vez de ser un
descanso. Lo

mismo puede decirse de los pintores. Por


supuesto, todavía

paso horas y horas en el Museo Fogg, en


Fenway Court, en

nuestros museos de Filadelfia, en el Louvre


y el Jeu de Paume; pero me lleva largo
tiempo decidirme a ir a ver un cuadro

en particular. Aquella tarde de primavera


de 1922 hice una

lenta lectura de las dieciocho páginas de la


guía Baedeker.

En realidad, olvidé todo acerca del


Gabinete 68: todavía

me encontraba en el Gabinete 67,


observando el Albrecht
Dürer ** 557e. Hieronymus Holzschuher,
patricio y senador

de Nuremberg, el más sutil de los retratos


de Durero, pintado en 1526 (adquirido en
1884 por 17.500 1.), cuando una

voz a mi lado murmuró:

¡Qué estudiante tan serio de la pintura


alemana!

Respirando una nube de perfume, me


volví y me encontré

ante Helena... y Lilí von Waldstein, las dos


riendo tontamente.
¿En Estados Unidos no tenéis tés
danzantes?preguntó

Helena en el taxi.

Sí, creo que sí, pero nunca he ido a


ningunorepuse.

Yo tampocodijo Lilí.

Vestía un sencillo traje azul que hubiera


podido ser un

uniforme escolar (efectivamente, lo era) y


una toca gris con

un velo negro. El sombrero y el velo


habían sido proporcionados por Helena, de
quien parecía ser idea aquella operación.
Helena había llamado a la madre de Lilí
para preguntarle si podía llevar a su hija al
museo y le habían dado permiso para
recogerla en el colegio. ¿Cuestionó la
baronesa el

súbito interés de Helena por el Museo del


Kaiser Friedrich?

No lo pregunté. Yo sentía sus piernas


enfundadas en medias

de seda, que se apretaban contra las mías v


la oía hablar de

si Helena y Christoph habían elegido el


mejor de los Dielen

para mi introducción a la locura danzante


de Berlín. Aunque

a Lilí nunca le habían permitido visitar


esos lugares, algunas
de sus condiscípulas pasaban, al parecer,
las tardes en ellos, de

ahí que tuviera información de primera


mano. No íbamos al

mejor. Hubiésemos debido ir al Adlon, o a


la terraza del Edén.

114

Pero ésos son hoteles de lujo, Lilí.


Christoph quiere

enseñar a Peter lo auténtico.

Tuve la sensación de que hasta «lo


auténtico» sería demasiado caro para
Christoph y empecé a preguntarme qué

haría yo para pagar la cuenta sin


avergonzarle. Y después pensé

en otra cosa.

¡Christoph no puede bailar! ¿Por qué


vamos a un salón

de baile si...?

Porque a él le gusta igualHelena apoyó


una mano

cálida en mi rodilla. En primer lugar,


quiere enseñártelo.

En segundo lugar, él quiere (ambos


queremos) que Lilí salga un poco por la
ciudad. Y, en tercer lugar, a mí me gusta

bailar y a él no le importa que otros bailen


conmigo. ¿De

acuerdo?

¿Tonndorf? ¿Imperator? ¿Traube? He


olvidado el nombre del primer local al que
me llevaron. Creo que estaba en

Unter den Linden. Perfume, humo de


cigarrillos, palmas en

tiestos, mesas con tablero de mármol, barra


americana, y una
banda de norteamericanos negros vestidos
de smoking que tocaba «After You've
Gone» con saxofones, trompetas y batería.

La gente bailaba. Las mujeres pintadas y


maquilladas, que

estaban en la barra, miraron con frialdad y


se arreglaron con

dos o tres movimientos los cabellos muy


cortos cuando pasamos con Helena, hacia
una mesa central, donde el maître y

un camarero ya nos ofrecían las sillas y


hacían leves reverencias.

Helena pidió jerez para ella y Lilí.

Pero tú debes tomar whiskydijo. Pedí


uno.
Y ahora baila con Lilíañadió.

Como niños obedientes nos pusimos de


pie, fuimos hasta

la pista de baile y quedamos frente a frente.


Tomé con la

izquierda su mano derecha, ella puso la


mano izquierda en

mi hombro y empezamos...

¿Cuándo había bailado por última vez?


Hacía un año;

en el Mauretania, cuando venía a Europa.


Muchachas de Vassar y de Bryn Mawr que
iban a pasar un año en París,
agresivamente amables con «un hombre
mayor que había estado
en la guerra». Muchas eran demasiado
altas para mí. La mayoría tenía la voz muy
fuerte. Nunca volví a ver a ninguna.

Lilí era una de esas bailarinas que siguen


los pasos con

tal instinto que saben de antemano qué


movimiento hará su

partner. Detrás del velo, sus ojos


aguardaban amablemente

1 15

que yo iniciara la conversación. La típica


muchacha europea
bien educada en su primera salida. A decir
verdad, no debía

de ser su primera salida. ¿Por qué seré tan


torpe?

¿De veras nunca habías estado aquí?

No, nunca.

Pero has bailado mucho en alguna parte.

Ah, si, todas hemos ido a la escuela de


baile, y hay

muchas fiestas, ya sabes.

¿Vas a muchas fiestas?

Ah, sí, a muchas.


Alguien está invitando a Helena a bailar.

Su velo rozó mi mejilla cuando se volvió.

Ah, si, es una belleza célebre. El


caballero la conoce.

¿Y tú lo conoces a él?

No, pero es un oficial.

No va de uniforme. ¿Cómo lo sabes?

Ah, siempre se nota, en Alemania.

«Soy un jeque árabe», tocaba la orquesta,


«Tu corazón

me pertenece». ¿Un tango? Aprendí el


tango en París, aquella primera vez, en el
París de 1916. Todavía recordaba
vagamente cómo se bailaba y observé a los
otros bailarines. Si se

presta atención al compás, no es tan difícil.

Mientras se dejaba caer sobre mí, Lilí


preguntó:

¿Te hirieron en la guerra?

No supe qué decir, porque no sabia


cuánto le había contado Christoph. De
modo que dije que si. Ella se limitó a

asentir con la cabeza y no dijo nada


durante unos cuantos compases; después,
súbitamente, alzó la mano y echó hacia
atrás

el estúpido velo negro de su sombrero.


Y me miró con sus ojos negros como el
carbón.

¿Y ahora estás bien?

Dolía. De veras dolía.

¿No? ¿No estás bien?

Nadie había estado tan cerca de mí desde


que tenia catorce años. Mortificado, sentí
que empezaban a sudarme la

cara y las manos.

¿Tengo aspecto de herido?pregunté.

No de la misma forma que Christoph.

¿De qué forma, entonces?


Comprendí que Christoph no le había
dicho nada.

¿Interiormente?dijo ella.

¿De veras tienes sólo diecisiete años?

¡Sólo diecisiete!hizo girar


dramáticamente sus ojos.

¿Te hirieron en el alma?

116

¿En el alma? Debí de parecer


desconcertado.
_ Nosotros decimos, ¿sabes?,
Seelenkrank, una enfermedad del alma.

_ ¿Eso decíspreguntécuando una persona


sufre una

crisis nerviosa? ¿Neurosis de guerra?

Asintió con la cabeza.

Neurosis de guerra. Es una expresión


interesante. Si,

nosotros tenemos muchos casos de


ésoshablaba con absoluta naturalidad,
como si se tratara de una esquirla de
metralla incrustada en el hombro.

Bueno, estás en lo ciertodije. Eso fue lo


que me
pasó.

¿Me hablarás de ello? preguntó Lilí.


Aquí no,

por supuesto.

¿Puedes leerme el pensamiento?

Sonrió.

Es posible.

La banda empezó un charlestón, y vi a


Christoph Keith

que pasaba cojeando por la barra, con los


ojos fijos en Helena, que bailaba con el
otro individuo. Tomé a Lilí de la

mano y regresamos a nuestra mesa. Nos


sentamos con Christoph, quien también
pidió un whisky.

Peter no sabe bailar el charlestónanunció


Lilí.

Pero puedo decirte el titulo del que están


tocando. Se

llama «¿Preferirías ser un coronel con un


águila en el hombro o un soldado con una
chica en las rodillas?».

¿Cómo se llama?

Rieron cuando se lo expliqué, mientras


yo recordaba cuántas veces había puesto
aquel disco en la gramola de la sala

del Hospital de los Cuáqueros: Ziegfield


Follies de 1918.
Terminó el charlestón, y el otro hombre
trajo a Helena

a la mesa. Christoph lo conocía. Me


levanté para ser presentado. Rittmeister
Grat von No-sé-qué. Llevaba monóculo.
Era

evidente que quería sentarse con nosotros.

Helena dirigió una mirada interrogante a


Christoph y

recibió una respuesta. Me temía que a


Christoph no le gustaba nada verla bailar
con otros hombres.

Muchas gracias, Rudi, y adiós. Ahora,


debo bailar con

nuestro invitado.
El hombre se inclinó sobre la mano de
Helena y desapareció. La orquesta tocaba
«Avalon».

¡Oh, no son negros! dijo Helena,


apretando los pechos contra mí.

Bailaba de otra forma que Lilí; mientras


sus pies se mo

117

vían en exacta correspondencia con los


míos y con la música,

su cuerpo colgaba de mis brazos como para


que yo sintiera

su peso y oliera el aroma de su cabello


dorado. En Alemania casi no hemos visto
negros. Los franceses tenían soldados
africanos en el Rhin empezó a silbar
suavemente la

melodía en mi oído.

No te gusta que yo baile con otros


hombres, ¿verdad?

¿Por qué lo dices?

Porque se nota en tus ojos. Crees que soy


una mujer

perversa.

¡No!

Sí. Pero aprenderás. No lo soy. Y es muy


beneficioso
para Christoph que estés aquí. Un hombre
necesita a un amigo.

El siempre tenía amigos. Pero, ¿sabes?,


todos han muerto.

Todos echó la cabeza hacia atrás, sobre mi


brazo, y me

miró a la cara. Todos sus amigos han


muerto.

Ahora tocaban una canción alemana que


yo no conocía.

Bailaba otra vez con Lilí.


Hoy he almorzado en la mesa de tu
padre. En el banco.

Sí, me enteré de que estarías allí. Yo


nunca he entrado

en el comedor. No admiten a mujeres.

Estaba también el doctor Strassburger.

Claro.

¿Por qué no te cae simpático?

¿Por qué debe caerme simpático? Es un


hombre muy

inteligente.

He invertido dinero siguiendo sus


consejos.
Estoy segura de que, en lo que se refiere
al dinero, su

consejo será muy buenome miró.


Tendremos que marcharnos en unos
minutos. Helena prometió llevarme a casa

para la cena y tenemos que tomar el tren de


Nikolassee.

Creí que cenaríamos todos juntos.

No. Esto fue todo lo que pudimos


conseguir, y Helena

tuvo que decir una mentira para arreglarlo.


¿Puedes venir e1

domingo? Habrá un gran almuerzo, pero, si


vienes temprano,
podremos salir en la lancha a motor, o
cualquier otra cosa.

¿Querrás?

Tomamos un taxi para el corto viaje


hasta la estación de

la Friedrichstrasse. Lilí hizo una llamada


telefónica a la isla

para que enviaran el coche a esperarlas en


Nikolassee, y des

118
pués fuimos todos juntos a la Stadtbahn.
La gente volvía del

trabajo, camino de su casa, y el tren estaba


repleto. Helena

y Lilí estaban luminosamente hermosas y


contrastaban con las

caras grises que nos rodeaban. Ninguno de


nosotros tuvo mucho que decir mientras el
tren se balanceaba ruidosamente

por la ciudad. Cuando llegamos a la


estación Grunewald, nos

despedimos de las chicas y nos apeamos.

Me sentí complacido al comprobar cómo


había mejorado la

cocina de Villa Keith en los últimos días.


Cuando Meier nos

recibió, dijo a Christoph algo acerca del


«té a la inglesa» y

del invitado de Herr Fahnrich, y, cuando


entramos en la sala,

vimos que, efectivamente, la madre de


Christoph estaba sirviendo el té y que Frau
Meier acababa de traer una bandeja

de bollos con mantequilla, lonchas de


jamón, rodajas de huevo

duro y platitos de cristal con miel y jalea.


El general estaba
en su silla de ruedas, tapado con una manta
y tratando por

todos los medios de evitar que la taza le


temblara en el plato.

Kaspar y el otro invitado se pusieron de


pie para las presentaciones.

Quiero presentarte... mi hermano... Su


invitado, el señor Ellis, de América... El
teniente Tillessen...

Apretones de manos. Reverencias. El


débil ruido de tacones al juntarse.

¿Tillessen?preguntó Christoph,
pronunciando el apellido muy
cuidadosamente.

Jawohl, Herr Oberleutnantera un


hombre rubio y

alto, de rostro atractivo, pelo muy corto y


ojos azul claro.

Llevaba traje azul, camisa blanca, corbata


negra y una especie

de cinta militar en la solapa.

El general quería decir algo. Señaló a


Tillessen con una

mano, mientras la taza de té temblaba


ruidosamente en la

otra. Las palabras brotaron con terrible


esfuerzo.

Teniente... zur See! (teniente de Marina).


Frau Keith nos pidió que nos
sentáramos y nos sirviéramos. Lo hicimos.
Mientras comía un bollo, vi que el humor

de Christoph había cambiado. Kaspar


hablaba, y Christoph

observaba a Tillessen en silencio.

Kaspar explicó que Tillessen traía


noticias de antiguos

camaradas. Dos de ellos vendrían a Berlín


para unas conferencias políticas, tenían
poco dinero, la cuestión era si podían
alojarse en la casa...

Oh, me iré a un hoteldije.

De ningún modo, señor Ellisdijo Frau


Keith. Te
119

nemos otra habitación en el tercer piso, es


sólo cuestión de...

Madre, podemos conseguir otra cama


en...

Un momento, por favor dijo Christoph en


un tono

de voz que impuso el silencio a todos. Lo


miramos.

Teniente, ¿está usted emparentado con


Heinrich Tillessen, de quien se dice que se
encuentra actualmente en Budapest?

Tengo el honor de ser su hermano, Herr


Oberleutnant.

Entiendo. Y esos antiguos camaradas que


van a alojarse en nuestra casa, ¿hemos de
suponer que son antiguos camaradas de la
Brigada Ehrhardt?

Tillessen miró a Kaspar.

Por supuesto que lo sondijo Kaspar


desafiante.

¿Y ahora son miembros del O.C.?

Tillessen se puso de pie.

¡Herr Oberleutnant, se está usted


propasando! dijo

muy quedamente. Ahora los claros ojos


azules parecían peligrosos.
Los hermanos Keith también se pusieron
de pie.

Christoph, ¿te has vuelto loco?el rostro


de Kaspar

estaba encendido. ¡Estás hablando delante


de... un extranjero!

Teniente Tillessen dijo Christoph,


también muy serenamentedebo pedirle que
se marche inmediatamente de

esta casa.

¡No es tu casa! gritó Kaspar. ¿Quién eres


tú para

pedir a mi invitado que se marche de la


casa de nuestro padre?
Con toda aquella conmoción no
habíamos oído que la taza

del general había caído sobre la alfombra.


Estaba inclinado

hacia adelante, sujeto a la manga de su


esposa, babeando ligeramente.

¿Qué sucede? preguntaba el anciano.


¿Qué dicen?

¡Dime qué están diciendo!

Frau Keith estaba pálida, respiraba con


dificultad.

¡Christoph! ¡Kaspar! ¿Qué os pasa?

Christoph cojeaba en dirección a la


puerta y gritaba:
¡Meier! ¡Meier!

Meier apareció inmediatamente, y


Christoph le dijo que

llevase al general a sus habitaciones.

Vé con ellos, madre, por favor. Creo que


esta excitación es mala para éldijo
Christoph.

Madre, ¿permitirás que él dé las órdenes


aquí? dijo

Kaspar.

120
Al parecer, iba a permitirlo. Se volvió
hacia Tillessen y

le tendió la mano.

Herr Leutnant, perdóneme, debo cuidar


de mi marido.

Ha sido un placer.

El hombre se inclinó sobre la mano de


ella.

¡Frau General!trató de estrechar la mano


del general cuando Meier se lo llevaba,
pero el anciano estaba demasiado
confundido por lo que sucedía y se volvió
para mirar

a su esposa.
Tillessen ya estaba en el vestíbulo
cuando regresó la señora Keith.

Desearía que no discutiérais de política.


Se os ha educado para ser oficiales, y los
oficiales no deberían interesarse

por la política. Dejad este sucio asunto


para los políticosy

se retiró acto seguido.

No estábamos discutiendo de políticadijo


Christoph

sin dirigirse a nadie en particular.


Estábamos discutiendo

de asesinatos.

¡Traidor! gritó Kaspar.


¡Cállate! ¡Te estás portando como un
chiquillo malcriado !

Eres un traidor a nuestro país, y eres un


traidor a nuestra clase, que siempre ha
puesto el servir a la nación por

encima de todo lo demás.

Christoph se sentó en uno de los sillones


de cuero, juntó

la yema de los dedos y no dijo nada.

Te has pasado a los judíosdijo Kaspar,


ahora más

quedamente. Claro - ellos quieren cumplir


las condiciones

del Tratado de Versalles. Eso es bueno


para los negocios,

para hacer dinero, y eso es todo lo que a


ellos les interesa.

Si piensas que las condiciones de


Versalles son convenientes para los
negocios... todo lo que puedo decir es que

sabes muy poco de negocios.

¡Están haciendo dinero gracias a la


humillación de Alemania!

¿Matthias Enberger era judío?

¿Qué tiene que ver con eso?

Pregúntale a tu antiguo camarada - dijo


Christoph, señalando con la cabeza. La
sombra de Tillessen era visible en
el vestíbuloLeutnant zur See.

¿De qué estás hablando?

¿No lo sabes? Su hermano y otro


individuo mataron a

Erzberger el verano pasado, en la Selva


Negra, cuando es

121

taba de vacaciones, en agosto. ¡Paseaba


por el bosque y lo

mataron como a un perro!

¿Lo sabía Kaspar? Yo no habría podido


afirmarlo.
Erzberger merecía morir. Erzberger
firmó el armisticio

en Compiegne. Erzberger hizo campaña en


el Reichstag en

favor del Tratado de Versalles. ¡Erzberger


es tan responsable

como el que más de todo lo que nos ha


sucedido!

¿De modo que teníamos que matarlo?


Esa es vuestra

solución a todo, ¿verdad? ¿Cuáles crees


que eran las alternativas en el dieciocho, en
el diecinueve? Los marinos en

rebelión, los niños hambrientos... ¿Qué


infiernos crees que
debieron hacer? No nos quedaban más
municiones, no nos

quedaban hombres, los americanos


estaban trayendo tropas de

refresco en cantidades ingentes...


¡Pregúntale a cualquiera

que haya estado en Francia! Hindenburg y


Ludendorff anunciaron tranquilamente que
no podían seguir sosteniendo el

frente. Los aliados hubieran llegado aquí, a


Berlín, si alguien

no firmaba. ¿Habría firmado Hindenburg?


¿Habría firmado

Ludendorff? ¡Claro que no! Eso es política.


Ya has oído lo
que ha dicho nuestra madre. Los militares
dejan la política

para los sucios políticos. ¡Como Erzberger!

Christoph y yo permanecimos inmóviles


entre los restos

del té a la inglesa. El seguía estirado en el


sillón de cuero.

Me pareció más prudente guardar


silencio.

La discusión con Kaspar había


continuado hasta que el
teniente Tillessen, probablemente cansado
de esperar, apareció de nuevo en la puerta.

Herr Oberleutnant... Me resulta difícil


dirigirme a usted

con ese título...

¡Entonces no lo haga! Me dieron de baja


en la primavera de mil novecientos veinte.

Ahora es banquerodijo Kaspar.

No lo liberaron de su obligación de servir


al pueblo

alemándijo Tillessen.

Exactodijo Christoph. ¡Y no necesito que


un exteniente de Marina venga a decirme
cómo tengo que cumplir
con mi deber!

Tillessen apretó los labios.

Yo no estoy solodijo quedamente.

Estoy bien al tanto de esodijo Christoph,


más quedamente aún.

Tillessen se volvió entonces a Kaspar.

122

Tengo que irme, ¿vienes?

Sin decir palabra, Kaspar lo siguió al


vestíbulo y en seguida oímos cómo Meier
abría la puerta principal.

Permanecimos largamente en silencio.


Una de las ventanas estaba abierta, y una
brisa fresca entraba desde el jardín

en sombras y movía las pesadas cortinas.


Las golondrinas surcaban el fragmento de
cielo que yo alcanzaba a ver desde el

sillón. Me puse a fumar y a esperar.

Cuando Christoph empezó a hablar, al


principio no entendí qué decía.

Te he contado que los franceses me


tuvieron prisionero

hasta la primavera de mil novecientos


veinte. Llegué a Berlín
muy poco antes de que empezara el golpe
de Kapp. Estaba

en mi casa, en mi propia cama, por primera


vez en cuatro

años. Bastante más delgado, una pierna un


poco más corta

que la otra, pero con la suerte de estar


vivo... gracias a ti.

»Eso fue antes de que mi padre sufriera


el ataque, él

todavía podía andar, hablar por teléfono


con sus amigos y

oír las murmuraciones de los generales.


Una mañana, vino a
mi habitación y me dijo: " ¡El Korps de tu
hermano ha tomado

Berlín! ¡Han hecho una revolución!». Pero


nadie sabía nada,

no había periódicos, empezó la huelga


general, había tiroteos

en varias zonas de la ciudad y sentí


curiosidad, de modo

que me puse un traje viejo, un abrigo y un


sombrero. Por

primera vez, con ropa de paisano. Y


anduve, con bastante

lentitud, hacia el centro de la ciudad,


sintiéndome extraño
en aquellas ropas viejas y holgadas,
demasiado grandes para

mí. Anduve por calles vacías que no había


visto en mucho tiempo. Caminé
remontando Hubertusallee hasta el
Kurfurstendamm y allí encontré una
patrulla de Schutzpolizei,

la policía municipal. Me pidieron la


documentación y, cuando

vieron que yo era un oficial recién llegado


de Francia, se

mostraron muy amables y dijeron que el


golpe había terminado, que esa tarde se
retiraban, que von Seeckt se había

hecho cargo del ejército y había permitido


que la Brigada
Ehrhardt desfilara con sus estandartes. Yo
les hablé de mi

hermano menor, el hermano a quien no


había visto desde

mil novecientos dieciséis, y me hicieron


subir a su automóvil

y me llevaron más allá del Tiegarten,


directamente a Pariser

Platz, frente a la puerta de Brandemburgo.


Pero las calles

empezaban ya a llenarse de gente, la


policía estaba por completo ocupada en
controlar a la multitud y vi tropas que

bajaban por Unter den Linden: camiones y


carros blindados
123

con calaveras pintadas, soldados


marchando. Me abri paso entre la multitud
para ver a mi hermano, pero todos llevaban

casco, todos pareáan iguales y todos


parecían furiosos. Porque, por supuesto,
habían perdido, y todo el mundo sabia

que habían perdido. La multitud estaba


silenciosa. Sólo se

escuchaba el ruido de las botas.

»¿Sabes qué sucedió entonces? Un chico


(estaba muy
cerca de mí, en la primera fila de
espectadores) gritó algo.

Ni siquiera oí lo que dijo, ¡pero ellos si


oyeron! Los hombres que desfilaban lo
oyeron 9 dos de ellos salieron de la

columna y se apoderaron del chico. No


tenía más de seis años,

llevaba pantalones cortos, y le golpearon


con la culata de sus

fusiles, lo arrojaron al suelo y siguieron


golpeándole... El gritaba... La sangre
salpicó el bordillo de la acera... Siguieron

golpeándole y golpeándole hasta que el


pobre cesó de gritar

y quedó inmóvil. Y todos miraban, nadie


haáa nada... hasta

que alguien empezó a sisear. Y entonces


todos sisearon. ¡Y

hubieras visto los ojos debajo de aquellos


cascos! Los ojos,

cuando oyeron el siseo. Entonces, vino un


capitán, corriendo

a lo largo de las filas, blandiendo una


pistola y gritando:

"Strasse frei!" ¡Despejen la calle! Y uno de


los carros blindados, con la calavera y las
tibias, empezó a retroceder y la

ametralladora giró. Me arrojé al suelo. La


gente pasó corriendo y cayó sobre mí,
hubo pánico, y acto seguido el
ta-ta-tata-ta... bueno, tú ya conoces ese
ruido. Dispararon sólo unos

segundos, pero alcanzaron a algunas


personas que no se arrojaron al suelo con
suficiente rapidez, y hubo gritos, gente que

pedía auxilio, todo el costado de la plaza


estaba negro de

hombres y mujeres que yaáan en el suelo,


gente agazapada

detrás de los árboles, las farolas y los


anuncios publiatarios,

cualquier cosa que ofreciera algo de


protección.

»Y yo pensé, heme aquí de regreso de la


guerra, entero
(con, a cuestas, cosacos y aviones
estrellados y hospitales-prisión), ¡y ahora
iba a morir por una bala disparada por mi

propio hermano, frente a la misma Puerta


de Brandemburgo!

Y pensé que, si él estaba con aquellos


cerdos asesinos, yo no

quería volver a verlo, porque eso es lo que


eran, y todavía

lo son. ¡Asesinos, no soldados!

»¿Sabes?, me dolió mucho. ¡Tumbado


boca abajo en el

Pariser Platz! Pariser Platz... Solíamos


llenarla con nuestros
caballos y nuestra música y nuestras
banderas, la gente vitoreaba... y de pronto
había soldados alemanes matando a un

chiquillo a culatazos, disparando una


ametralladora contra la

124

multitud, una ametralladora contra sus


hermanos. Sentí deseos

de llorar por mi país.

Christoph se detuvo para recobrar el


aliento. Tenía un
aspecto terrible.

Kaspar me contó la historiadije yo.


Sonaba diferente de la forma en que él la
contó.

Estoy seguro. Bueno, el carro blindado se


alejó. La Brigada formó filas nuevamente y
marcharon, pasando por la

Puerta de Brandenburgo. El golpe había


terminado, y aquel

año, más tarde, el Gobierno consiguió


licenciar al Freikorps.

Incluida la Ehrhardt. Algunos hombres


fueron aceptados en

el ejército, pero muy pocos. La mayoría


quedó en la calle.
Kaspar volvió a casa.

Kaspar volvió aquí, pero no encontró


nada que hacer.

Nada que hacer, excepto meterse en


problemas con esos «viejos camaradas».
Muchos de ellos se han congregado en
Munich. Los bávaros odian la República,
odian Berlín... y ayudan a esos individuos.
El hermano de Tillessen, el que mató

a Erzberger, huyó a Munich, y el jefe de


policía, ¡cielo santo!, le consiguió un
salvoconducto para Hungría. Es allí donde
se oculta ahora. Munich se ha convertido
en la Capital

Blanca, la contracapital, el lugar donde


toda clase de grupos
nacionalistas están tratando de organizarse:
estudiantes, terratenientes, empleados de
ccmercio, funcionarios sin empleo, y,

por supuesto, la gente del Freikorps.

¿Qué quieren? pregunté. He hablado de


ello con

Kaspar, y no parecía saber qué es lo que


quieren. ¿No quieren que vuelva el Kaiser?

Oh, Dios mío, ¿qué quieren ellos?


¿Qíuén sabe? Quizás unos pocos deseen el
regreso del Kaiser. Los bávaros,

algunos, quieren que vuelva su propio rey.


Pero la mayoría, como dices tú, no sabe lo
que quiere. Sólo saben lo

que no quieren: odian la República porque


la República

accedió al Tratado de Versalles, quieren


destruir la República y romper el tratado;
tienen un miedo mortal al comunismo,
matarían alegremente a todos los
comunistas de Alemania; y, por supuesto,
odian a los judíos, culpan a los judíos

de todo lo que ha salido mal. Por una parte,


dicen que Marx

era judío y que la mayoría de los dirigentes


comunistas son

judíos. Por otra, se quejan de que tantos


banqueros y agentes de bolsa sean judíos, y
de que los judíos sean dueños

de tantos periódicos, teatros y de los


grandes establecimientos... En otras
palabras, no hay tantos judíos, pero los que

hay han prosperado en las cosas que les


permiten hacer y asi

125

se han vuelto poderosos, y llamativos... y la


gente, sencillamente, los envidia.

»¿Qué quieren en realidad los


nacionalistas? ¿Qué harían si tuvieran el
poder? Mira el golpe de Kapp. ¿Qué

hicieron? Nada. No hicieron nada.


Permanecieron inmóviles
hasta que perdieron la iniciativa. El
movimiento nacionalista

es puramente negativo, puramente


destructivo. Los nacionalistas están
buscando un programa... y un jefe.

¿Qué es eso del O.C.? le pregunté.


Dijiste algo

acerca de que los amigos de Tillessen eran


miembros del O.C.,

y a él casi le dio un ataque. Kaspaar te


llamó traidor. ¿Qué

es O.C.?

No respondió inmediatamente. Se puso


de pie, fue a la
ventana y miró hacia el jardín.

Por fin, se volvió.

No has venido aquí para verte mezclado


en nuestros

problemas.

Pero me interesa, quiero comprender lo


que está sucediendo.

Asintió con la cabeza.

Sí, te interesa, estás aquí, con nuestra


familia, y has

visto y has oído...hizo una pausa, ...algunas


cosas que

pueden ponerte en peligro. No creo que


lleguen a tocar a un

norteamericano... pero, así y todo, pienso


que quizá sea mejor que trates de olvidar lo
que has oído esta tarde. No es

tu problema, y yo no quiero complicarte.


¿Comprendes?

¿Todavia sostienes que te salvé la vida?

Claro que me salvaste la vida.

Entonces, soy responsable de ella.

¿Tú eres responsable de mi vida?

Es una antigua ley china. Lo oí en


Francia, de labios

de un oficial que había estado en


Indochina. Si uno le salva

la vida a una persona, debe esa vida a los


dioses, y tiene que

garantizarla... con la propia vida. Para


siempre. Por eso quiero que sepas que, si
ahora corres alguna clase de peligro,

deseo ayudarte, porque soy responsable de


ti. Ante los dioses.

Christoph sonrió.

Nunca pensé que fueras un filósofo.


Especialmente un

filósofo chino. Pero te agradezco que hayas


dicho eso. Y, cuando necesite tu ayuda, te
la pedirémiró su reloj. Es demasiado
temprano para acostarnos. ¿Volvemos a la
ciudad y

tomamos una cerveza?

Christoph, Fritz Falke me invitó a una


fiesta...tenia

la dirección escrita en un sobre que saqué


del bolsillo.

126

Creo que es una fiesta a lo grande, casi


todos artistas, y

todos tiene que llevar una botella, por lo


tanto creo que será
mejor que...

Christoph sonrió.

Otro ambiente, querido. Esto no es


Norteamérica. Tus

artistas no me recibirán bien. Herr Falke


odia a los rnilitares.

He visto sus pinturas.

Nodije, estás equivocado respecto a e1.


Los rnilitares de sus dibujos son los
mismos de quienes me has hablado, los
que apoyaron el golpe de Kapp, los del
Freikorps,

los amigos de Kaspar...

Christoph sacudió la cabeza.


Ellos no hacen distinciones tan sutiles...

Ah, ven conmigo y veremos. Tú no les


temes, ¿verdad?

miré el sobre. El que da la fiesta se llama


Kowalski. Es

escultor.

¿Un escultor llamado Kowalski? ¡No lo


creo! ¿Puedo

ver esa dirección?

127
En la ciudad

Resultó ser una casa fría y sombría, en


una calle que

arrancaba de la Nollendorf Platz. Bicicletas


encadenadas al

pasamanos, mortecinas bombillas


eléctricas, olor a gas de cocina y el sonido
débil de una música de baile.

Fritz Falke abrió la puerta. Detrás de e1,


virnos la fiesta

en pleno auge.

He traído una botella de whisky escocés


y a mi amigo...
empecé, pero un hombre me interrumpió a
gritos.

¡Keith! ¿Es posible? ¿El Aguila de la


Rochelle?

Estrecharon la mano de Christoph,


sonrientes, y explicaron que habían pasado
años juntos en un campo de prisioneros y
que habían cruzado el Rhin, al regresar, en
el mismo

vagón de mercancías

Fui presentado a Hans Kowalski, nuestro


anfitrión: cabello gris acerado y gafas con
montura de concha, tórax de

levantador de pesos, manos encallecidas...


El piso consistia
en dos habitaciones grandes con pocos
muebles, pero muchas

personas. En un rincón, sonaba un


gramófono Victrola y unas

cuantas parejas bailaban un tango. El aire


estaba cargado de

humo, y la única luz provenía de unas


cuantas velas que ardían vacilantes ante el
espejo de la repisa de la chimenea.

Pasaddijo Falke, tomándome del brazo.


Primero,

nos serviremos un poco de tu whisky caro,


después esconderemos la botella, o
desaparecerá en dos minutos, y luego te

presentaré a algunas chicas guapas...


Estaba apoyado en la pared, cuando oi la
guitarra. Di una

vuelta por las habitaciones, bebiendo mi


whisky, mirando las

figuras borrosas que bailaban y hablaban y


discutían y se

128

besaban y se movían sin rumbo fijo, como


yo. En un rincón
de la segunda habitación, estaba el estudio
de Hans Kovalski.

Una sólida mesa de madera cubierta de


hojas de periódico,

bocetos clavados en la pared, un bloque de


piedra amarilla

que empezaba a parecerse a un rostro de


mujer... Oí la guitarra. Me volví y vi que
quien la tocaba estaba sentado sobre

la alta mesa, las piernas cruzadas, la


guitarra sobre el regazo.

Apenas podía distinguirlo a la luz de las


velas. Tenía aproximadamente mi edad,
cabello negro, fino y corto, ojos negros

y pequeños, nariz larga y puntiaguda y


gafas con armazón

de acero. Vestía una chaqueta de cuero


sobre un jersey de

cuello alto. Su cabeza era demasiado


pequeña. Sus orejas sobresalían.
Necesitaba un afeitado.

Se puso a cantar con una voz alta y


ronca, y con un acento que me hacía difícil
entender su alemán, pero el efecto era

igualmente intenso. Alguien apagó el


gramófono, la gente

de la otra habitación vino al estudio, y


pronto no se oyó

sino la vibrante guitarra, la voz áspera del


cantante y su
canción.

Cantaba y yo apenas podía entender qué


cantaba (¿Baal?

¿Quién era Baal?).

¡No seáis tan perezosos, o no sabréis qué


es el placer!

Lo que se quiere hacer, dice Baal, es lo


que se debe hacer.

¡Si hacéis marranadas, dice Baal,


ojo,

que es mejor que no hacer nada! I


Magia. Aquel hombre ejercía un mágico
hechizo, y yo hice

lo único que podía hacer: dejé la copa,


saqué el cuaderno

y dibujé su cara.

El individuo seguía cantando y yo seguí


mirando y dibujando. Cuando terminó, el
público estalló en aplausos.

¿Quién es? pregunté al que estaba a mi


lado.

Creo que se llama Becht.

Brechtcorrigió Fritz Falke, acercándose a


codazos.

Bertolt Brrrecht. Diantre, le has hecho un


retrato, ven a conocerloy me empujó hacia
el cantante, que estaba rodeado de
admiradores. Había dejado la guitarra en la
mesa y

trataba de encender una colilla. Nos


presentaron. Observó

atentamente mi boceto entre bocanadas de


humo.

Creo que me has hecho más guapo de lo


que soy.

1. Canción inicisl del Baal de Brecht,


estrenado en 1922 y escrito en 1919 (N. del
E.)
129

Ese es su problemadijo Falke. Halaga a


sus modelos. Yo estoy tratando de curarlo.

Hans Kowalski apareció con una copa de


whisky para

Brecht.

Este caballero ha traído algo especial.

Brecht alzó su copa hacia mí:

Zum Wohlyo también alcé la mia.

¿Me escribirías los versos de esa


canción?pregunté.
¿Escribirlos? Ya están escritos, el
próximo otoño serán

publicados en un libro. Se llama Baal. Es


una obra de teatro

me miró mientras bebía otro sorbo de


whisky. ¿Conoces

Chicago?

¿Chicago? Bueno, sí, he estado allí entre


uno y otro

tren. Allí hay que cambiar de tren para...

Me hizo preguntas sobre Chicago. Me


preguntó si había

estado en el ejército norteamericano. Le


dije que no, que
había sido conductor de ambulancia, para
los franceses. Brecht

se echó a reír.

¿Eras lo que nosotros llamamos un


Sanitater? Eso fui

yo también.

Entonces, se echó hacia atrás y se dirigió


a cuantos nos

rodeaban.

En honor a nuestro huésped


norteamericano, quiero

cantar «Los caballeros de la Estación D »,


escrita en el año
dieciocho en el Hospital Militar de
Augsburgo, Sala de Enfermedades
Venéreas.

Y cantó:

Oh wie brannten euch ler Lieben


Flammen

Als ihr jung und voller Feuer ward.

Ach der Mensch haut halt das


Mensch zusammen

Das ist nun einmal so seine Art.

Oh diese Weiber,
Himmelherrgottsackerment!
Arg schon die Liebe, aber arger
noch der

Tripper brennt!

La multitud gritó de entusiasmo y rió a


carcajadas, y

Brecht, Falke y Christoph Keith, todos


bebiendo mi whisky,

pasaron la siguiente media hora


escribiendo los versos en alemán, tratando
de ayudarme a traducirlos vagamente al
inglés

para que Brecht pudiera firmarlos y


cambiármelos por el dibujo
Oh, cómo te quemaban las tripas las
llamas del amor

Cuando eras joven y estabas lleno de


fuego.

130

Claro que si es la puta quien lo


sufre

Ello nada tiene que ver con tu


deseo.

Oh, malditas mujeres, muchos


amantes cantan,

El amor es duro, el amor es


doloroso...

Cuando se clava el aguijón.

Brecht dijo:

¿Queréis venir a otra fiesta? Una gran


casa en la Tiergartenstrasse, montones de
comida, mucho alcohol. Me temo

que aquí nos hemos terminado tu whisky.

Christoph Keith rechazó la invitación:

Soy un esclavo de oficina y mañana


tengo que trabajar
me llevó aparte. ¿Sabes que éstos son
comunistas?

¿Lo eran? Nunca había conocido a un


comunista.

Fritz Falke, Brecht y yo tomamos un taxi


y cruzamos

la ciudad hasta llegar a una mansión en


Tiergartenstrasse.

Pagué yo. La acera estaba llena de coches


resplandecientes,

cada uno con un chófer dormido en su


interior.

¿De quién es esta fiesta? dije.

De un judío de Galitzia. Hizo millones en


la bolsa

dijo Brecht.

El mayordomo nos condujo a un enorme


vestíbulo de mármol y tomó la guitarra de
Brecht sin cambiar de expresión.

Luces brillantes, montones de individuos


vestidos de etiqueta, una pequeña orquesta
tocando tangos, una gran mesa

en el comedor llena de fuentes de canapés


de caviar, de salmón ahumado, y cubos de
plata con hielo y botellas de champán
francés y vodka polaco.

Brecht y Falke fueron directamente a la


comida.

¿No deberíamos saludar al anfitrión?


pregunté.

Sí, cuando lo veamosdijo Brecht.

Tú lo verásdijo Falke. El quiere que


cantes.

Apareció un mozo con tres copas de


champán en una

bandeja. Las tomamos.

Prosit Bacchusdijo Brecht levantando su


copa.

Prosit la bolsadijo Falke. Bebimos.

Me señalaron a algunas personas


célebres: una hermosa

actriz de cine; un gordo director de teatro;


el critico teatral

más influyente de Berlín.

Atencióndijo Falke mirando por encima


de mi hombro. Aquí viene nuestro
anfitrión.

Era un hombre tan alto como yo, lo cual


no es mucho,

pero tenía hombros anchos y era gordo,


bastante calvo, con

una cara redonda y lisa, y facciones de


boxeador o de jugador

131
de fútbol. Era difícil calcular su edad... tal
vez tuviera cuarenta y cinco años. Vestía
un smoking y, después de estrecharle la
mano, la mía se impregnó de un olor a
perfume o

a loción de afeitar.

Herr Brecht, Herr Falke... me siento muy


honrado con

su visita.

Hablaba alemán con acento ruso.


Presentaciones: mi nuevo alumno
norteamericano.

Ensayó el inglés conmigo. Me ofreció


cigarros de un estuche de piel de cocodrilo.
Vino un mozo con otra bandeja

de champán. Mientras miraba por encima


del borde de mi

copa, súbitamente comprendí por qué todo


aquello me resultaba tan familiar: era una
escena de los dibujos de Falke.

Nuestro anfitrión era creación de Falke. El


champán burbujeaba en mi cabeza y me
pregunté si estaba durmiendo o

soñando.

¡Herr Brecht, espero que no haya dejado


su guitarra

en casa!

Brecht fue a por su guitarra y Falke fue a


por caviar. Durante un instante, nuestro
anfitrión estuvo vacilando entre

dejarme o entablar otra conversación.

Traté de ayudarle y le dije amablemente:

Creo que usted está en la bolsa.

Se iluminó. ¡Sí! ¿Estaba yo interesado en


la bolsa? Le

hablé de mis días en Drexel, tratando de


que sonara gra

CiOSO .

Me temo que los títulos y las acciones


no son mi fuerte

diie.
Conversación. ¿Cuánto tiempo llevaba
yo en Berlín? ¿Qué

había hecho? ¿Qué había visto? ¿A quién


había conocido?

El mareo se me había pasado y empecé a


charlar, alegremente animado por mi
vhisky y su champán... y súbitamente noté
que había caído un telón. Su cara pareció
del

todo diferente.

Usted llegó aquí hace una semana y hoy


ha almorzado ya en Waldstein & Co. Eso
es muy interesante sacó

un instrumento de plata y abrió con a un


orificio en el extremo de su cigarro. Estoy
aquí desde la primavera de
mil novecientos diecinueve, soy uno de los
mejores agentes de

bolsa de Berlín, soy recibido por Hugo


Stinnes y consultado

por Walther Rathenau, toda la gente


interesante e importante

viene a mi casa... ¡pero nunca me han


invitado al Gendarmenmarkt! se puso el
cigarro en la boca y encendió una

cerilla. Vi que le temblaba la mano.


Discúlpeme, se lo

132
ruegO, he de preparar un sitio para que
Brecht cante para

nosotros.

Dejamos a Brecht en la fiesta, rodeado de


mujeres que

lo adoraban. Falke dijo que era hora de


recoger a Bärbel y

a Baby. Habíamos comido todos los


canapés posibles y vi

que Falke envolvia emparedados de caviar


en servilletas de
hilo y los distribuía en sus bolsillos.

Ofrecí pagar un taxi, pero Falke dijo que


nos convenia

andar. Me caí dos veces entre la


Tiergartenstrasse y el canal

de Landwehr, o sea en el espacio de un par


de manzanas.

Será mejor que me vaya a casadije


cuando me ayudó

a levantarme por segunda vez.

¿Tu estómago está bien? preguntó Falke.

Si. Es la cabeza. Estoy mareado.

¿Mareado? Eso no es nada. Necesitas


aire fresco y un

poco de ejercicio. Pasearemos por la


Friedrichstrasse.

En realidad, no estoy acostumbrado a


beber toda la

nochedije, tambaleándome a su lado.

Falke rió.

Nosotros tenemos un dicho: «Man muss


die Feste feiern

wie sie fallen». ¿Entiendes? Ve de fiesta


mientras tengas ocasión. En Alemania, no
tenemos hoy muchas oportunidades.

Caminábamos por un barrio caro,


residencial: casas grandes, grandes
castaños, aceras inmaculadas y vacias, un
automóvil ocasional que pasaba
ronroneando, luces del alumbrado

público que se reflejaban en el agua negra


del canal. Nuestros pasos resonaban en el
silencio.

¿Ves ese puente? preguntó Falke. Allí


fue donde

los muchachos de la División de la Guardia


Montada arrojaron a Rosa Luxemburgo.
No la encontraron en varias semanas. La
gente creyó que había escapado. Y
entonces apareció flotando en una de las
esclusas. Hicieron una canción:

«Una rosa flota en el canal de Landwehr».

¿La conocías?
Claro que la conocía.

¿Era dirigente de los espartaquistas?

Ella y Liebknecht. A e1 lo mataron la


misma noche,

allá detrás, en el Tiergarten.

Todavía necesitaba concentrarme para


andar, pero el aire

fresco de la noche me desyjaba la cabeza.

¿Qué aspecto tenia?

Bueno, puedo enseñarte un boceto que


hice Una judía
133

pequeña y regordeta de la Polonia rusa. No


era bonita. Pasión y cerebro, valiente entre
los valientes, pero también sensata. Sabía
que el pueblo no se levantaría en una
revolución

comunista. Trató de disuadir a Liebknecht,


pero Liebknecht

quería pelear. Así pues, tuvimos nuestra


pequeña semana espartaquista. Enero de
mil novecientos diecinueve. No se
consiguió mucho, te lo aseguro, pero
asustó mortalmente a la clase

media. A los alemanes no les gustan ni las


multitudes en las
calles, ni el desorden, ni las banderas rojas.
¡Y muchachas

judías, de Polonia, apoderándole de das


Deutsche Reich! Por

eso el gobierno trajo al Freikorps. Ya


sabes lo que ocurrió.

¿Tú luchaste junto a los espartaquistas?


pregunté.

No. Soy un cobarde. Lo supe en Francia.


Pero a los

militares no les gusta mi pintura. En cierto


modo, luché con

mi pintura y vinieron a buscarme.

¿Y qué hiciste?
Me oculté. Fusilaron a cinco hombres en
nuestro patio.

Arrojaron a un muchacho de dieciocho


años desde el tejado.

Pero a mí no me encontraron

¿Dónde estabas?

¡En la cama de Mutti Bauer!

La Friedrichstrasse, de noche, estaba


todavía más brillantemente iluminada y
más vulgarmente ostentosa que el
Kurfurstendamm, pero ya era tarde y la
actividad parecía disminuir. Los porteros
de los clubs nocturnos, que habitualmente

se ocupaban de anunciar a gritos las


respectivas atracciones,

ahora permanecian con las manos en los


bolsillos, charlando

entre ellos. Unas cuantas muchachas de


aire cansado paseaban despacio por la
acera y, de vez en cuando, corrian para

hablar con los hombres de los automóviles


que pasaban lentamente.

Una rubia alta y delgada se detuvo ante


nosotros.

Hola, Fritz dijo. ¿Me dejas que le enseñe


a tu
amigo algo interesante? empezó a
desabrocharse los botones de la gabardina.

Gracias, querida, esta noche nodijo


Falke, le cerró

la gabardina y suavemente la obligó a


alejarse. Sólo hemos

venido a buscar a las chicas.

No encontrarás a Bärbel... y creo que


hubo un problema con Baby.

¿Qué quieres decir? ¿Qué clase de


problema?

134
No lo sé. Los policias estuvieron aquí
esta noche, pero

creo que no la pescaron.

Falke soltó el brazo de la muchacha y


siguió caminando

por la Friedrichstrasse. Me mantuve a su


altura.

¿Podria ser algo relacionado con la mujer


de la Administración Escolar? pregunté.

Falke asintió con la cabeza.

Pasamos junto al portero uniformado de


un local grande
y llamativo, llamado «Adam und Eva»: un
vestibulo de terciopelo rojo y espejos
dorados, más allá un gran salón en

penumbras, lleno de humo, mesas y sillas,


y, al fondo, un

escenario vacIo.

Alguien tocaba al piano «Siempre busco


el arco iris». El

último espectáculo había terminado y no


quedaban muchos

clientes, pero, antes de que yo pudiera


reconocer con la mirada el gran salón, el
jefe de camareros y un joven gordo con

traje azul a rayas cruzado se nos acercaron.


¡Herr Falke! trataron de llevarlo aparte.

No, todo está bien, éste es amigo mío.


Norteamericano.

¿Dónde está Baby?

No está aquí, Herr Falke, pero es la


última nochedijo

el hombre con traje azul a rayas, al parecer


gerente del local.

La policia estuvo hoy aquí con una mujer


de la Administración Escolar. Por
supuesto, estábamos advertidos y tuvimos

tiempo de ocultar a Baby en la parte de


atrás, pero la mujer

hizo una escena increíble, aquí mismo,


delante de todos los

clientes, me enseñó una partida de


nacimiento, me dijo que

me cerrarian el local... Quiero deciar que


no deseo perder mi

trabajo Herr Falke, ella es una buena chica


y gusta a los

clientes, pero no tengo interés en meterme


en líos con la

policia, puedo conseguir una docena de


muchachas para llenar

el l«al...

Bastadijo Falke. Ahórrate los discursos.


Entiendo.
¿Dónde está el dinero?

El gerente sacó un abultado sobre del


bolsillo interior

de la chaqueta.

Aqui tiene, ya lo tenía preparado.


¿Quiere contarlo?

Falke miró el sobre, pero no lo tocó.

Dijimos dólares.

El gerente sacudió la cabeza.

No puedo. Mala noche, no hemos tenido


dólares esta

noche.
¿Quiere ver a Bärbel aqul mañana por la
noche?

135

Esto nada tiene que ver con BarW, Herr


Falke. M

siquiera se encuentra en la casa en este


momento.

¿Quiere ver a Bärbel aqui, mañana por la


noche?

Herr Falke, créame que...

Si no hay dólares para Baby, no hay


Bärbel para «Adam

und Eva»dijo Falke tranquilamente. Peter,


vé a sentarte

y pide una botella de champán. ¡Pero no la


pagues! Mi amigo y yo vamos a tener una
pequeña discusión de negocios en

su oficina.

El gerente se encogió de hombros y


desapareció detrás

de una cortina. Falke lo siguió. El jefe de


camareros, que

lo habla observado todo en silencio, se


inclinó ante mí y

diio en inglés:
Por favor, señor, por aquí.

Pensé que nunca subiría todos los


escalones. Falke me

sostenía de un lado y Baby del otro. Lo


hacían de tres en

tres peldaños:

Eins, zwei, drei, hoppla!pausa. Descanso.


¿Bien?

Aufwärts marsch! Eins, zwei, drei, hoppla!

Era casi de dia. Por la escalera bajaban


obreros con sus
gorras, nos miraban, miraban sobre todo a
Baby y apartaban

la vista, disgustados.

Falke me había dejado pagar el taxi, pero


no me dejó retener el vehiculo para volver
a Grunewald.

No podemos permitir que regreses a tu


casa en este

estadohabía dicho. Sube con nosotros y


duerme la mona.

No tenéis espacio para mlquise


acostarme en la acera dura y fria.

Hay sitio de sobra, hay sitio de


sobraFalke me obligó a ponerme de pic.
Ponte debajo del otro hombro, Baby.
El cabello de Baby olía a humo de
cigarrillos. En el taxi,

había llorado un poco.

¿Qué haremos si no puedo trabajar?

Nos arreglaremosle había asegurado


Falke, en tono

tranquilizador. No te hará daño ir un poco


a la escuela.

No soporto esa escuela apestosa. ¡Me


escaparé!

No, no lo harás dijo Falke . Tengo otros


planes

para ti.
Pero nunca nos enteramos de cuáles eran
aquellos planes

porque el taxi se detuvo ante el número 10


de la Friedrichstrasse, la casa de Neukolln.

136

Muy bien, Peter, lo conseguiste, ya


hemos llegado...

sólo un... un empujón más... zwei... lrei...


hoppla! y,

mientras yo me colgaba de Falke, Baby


abrió la puerta.

Cocina oscura, silenciosa. Ronquidos


desde el dormitorio.

Me senté a la mesa y apoyé la cabeza en


los brazos. Baby

y Falke hablaban en susurros. Falke entró


en el dormitorio.

Los ronquidos cesaron. Baby salió


nuevamente al pasillo. ¿Qué

hacían? Creo que me quedé dormido. No


tardaron en volver

a la cocina, moviéndose de un lado para


otro. Falke me puso

una mano en el hombro.


Vamos, viejo. Una cosa más antes de
dormir.

No, estoy bien. Dormiré aquí.

Vamos, viejome rodeó el pecho con sus


fuertes brazos y me obligó a ponerme de
pie. Tienes que ir a dar un

paseo por el retrete.

Me colgué a él. Salimos al pasillo,


pasamos por delante

de las puertas de otros pisos, abrimos la de


algo que parecía

un armario, pero que resultó ser un


maloliente retrete.

¿Puedes mantenerte en pie


solito?preguntó Falke a

mis espaldas.

Síme apoyé en la pared, traté de no


respirar, me

desabroché el pantalón y vacié la vejiga.


Mientras volvia a

abrocharme y salía para dejar el lugar a


Falke, apareció una

anciana con dos orinales.

Guten Morgen, die Herren dijo con


arnabilidad, y

esperó a que saliera Falke.

Volví al piso, pero el pasillo parecía


ahora la cubierta

del Mauretania en tiempo de tormenta


sobre el Atlántico.

Cuando llegué a la cocina traté de


acostarme en la mesa.

No, no susurró Falke y me tomó de un


brazo.

Tenemos una cama para ti.

Me guió hasta la habitación contigua.


Alcancé a ver al

niño acostado en el pequeño catre junto a


la puerta, y a Baby,

ya dormida, en la cama grande que debía


de ser la de su madre.
Tenía los ojos cerrados. ¿Qué habían hecho
con Mutti Bauer?

¿Dónde estaba Bärbel? Falke me ayudó a


llegar a la cama

vacía, me quitó los zapatos, fue al estudio


y cerró la puerta.

Lo último que oí fue el crujido de los


muelles de la cama.

Estaba soñando. Creo que soñaba con


una tormenta en

el Mauretania; tenía frío. Pero, entonces,


desperté porque una
137

mano pequeña me abría la camisa, me


quitaba los pantalones

y me daba la vuelta para sacarme los


brazos de las mangas.

¿Baby?

¡Chist! No despiertes al niño No puedes


dormir vestido... Muévete un poco,
¿quieres?

Se deslizó a mi lado, desnuda, suave,


terriblemente delgada. Se enroscó
alrededor de mi cuerpo. Podía sentir sus
costillas. Podía sentir cada hueso de su
cuerpo.

Escucha, Baby...

Me puso una mano en la boca y los


labios en el oído.

No hables me introdujo la lengua en la


oreja. Sus

manos se movían.

No tiene importancia. Has bebido


demasiado.

No tenía nada que ver con la bebida. Era


el rostro de mi

madre, la expresión del rostro de mi madre


en el vano de la

puerta, cuando nuestros ojos se


encontraron por sobre el hombro ancho y
lechoso de Else Westerich...

Me dormí con la mano suave de Baby


sujetándome.

Más tarde, volví a despertar creo que


había vuelto a

despertarme, pero, igual, seguia soñando.


Estaba dentro
de ella, duro como una roca, y ella estaba
encima de mi,

a mi alrededor, retorciéndose como una


serpiente, la piel caliente y húmeda,
perfume y sudor, su lengua en mi oído, y

pensé Dios mío, puedes ir a la cárcel por


esto, pero no me

detuve, y ella tampoco se detuvo hasta que


terminamos, jadeantes, y, tras uno o dos
minutos, senti que sus músculos

se contraian nuevamente y que se deslizaba


fuera de la cama.

Sus pies descalzos sonaron en el suelo,


hasta la puerta del

estudio. Entonces, dijo, siseando: ¡Fuera!


¡Fuera! y los muelles de la cama del
estudio crujieron otra vez. Mutti Bauer

apareció, desnuda debajo del albornoz


abierto. Tambaleándose,

semidormida, dejó que Baby la acostara en


la otra cama, se acomodara a su lado y
colocara sobre ambas una manta. En aquel

preciso instante, se abrió la puerta de la


cocina y Bärbel entró en la oscuridad.

Bärbel emitió un suspiro de cansancio, se


sentó en mi

cama, inmediatamente saltó, fue a la


ventana, levantó un

poco la cortina para dejar entrar más luz e


inspeccionó la
escena. Pensé en una habitación llena de
niños que se fingen

dormidos cuando entran sus padres.

138

Bärbel dejó caer la cortina y se dirigió al


estudio. Voces,

pero bajas: al parecer, no se trataba de una


discusión. Un

momento después vino Bärbel, llevando


tan sólo el kimono,

y fue a la cocina. Agua saliendo de un


grifo, ruidos de alguien que se lava. Cruzó
nuevamente el dormitorio, entró en

el estudio.

¡Señor, qué cansada estoy!dijo, y cerró la


puerta.

Me hundí otra vez en el sueño... Una


mano pequeña y

húmeda buscó en la oscuridad, aferró mi


dedo índice, me dejé

llevar... Estaba por quedarrne dormido,


acunado por el ritmo

lento y regular de la respiración de Mutti


Bauer, cuando súbitamente me percaté de
que había olvidado recordar el rostro
de mi madre en el vano de la puerta.

139

Una vista del Havel

El viento soplaba suavemente del sur y a


todo lo largo

de la orilla; hasta donde alcanzaba la vista,


la gente empezaba

a preparar sus embarcaciones y sus velas.


Yo solía pasar mis
veranos en Northeast Harbor, donde
ciertamente hay muchos

barcos, pero nunca había visto nada


parecido al río Havel,

en aquel lugar en que su cauce se


ensancha, en un domingo

por la mañana de junio. Encontré un


espacio libre al norte

de la isla; pero, al otro lado, hacia las


playas públicas del

Wansee y las colinas distantes y arboladas


de Grunewald, apenas podía verse la costa.
Era de extrañar que no tropezaran

unos con otros. (Según me explicaron más


tarde, llegaban incluso a chocar.
Presenciamos varias colisiones: golpes con
un

ruido sordo, gritos airados, velas aleteantes


que se desinflaban. . .)

El pequeño velero navegaba de


maravilla, a pesar de todo:

los herrajes estaban bien engrasados, pero


sucios, el maderamen pegajoso, la vela
manchada y enmohecida. Cuando viramos
velozmente contra la brisa, Lilí se sentó a
mi lado sobre

la regala, sus piernas desnudas y


bronceadas afirmadas contra

la caja de la orza, el cabello negro al viento


y los negros ojos
brillando de entusiasmo.

¡Oh, Peter, esto es maravilloso!


¿Podemos hacer que se

incline más? ¿Podemos ir más rápido?

Le sonreí.

Pero ¿no eras la reina de las lanchas a


motor en el Wansee?

Si, porque Bobby me enseñó. Pero nadie


nunca me enseñó esto. ¿Me enseñarás tú?

140
Ocurrió por casualidad. Yo había llegado
temprano en tren,

agradecido por la invitación y por no tener


que ser una carga

para Christoph, quien, al parecer, iba a otra


parte con Helena. Cuando llegué a la
estación Nikolassee, Lilí estaba en

el andén, y el cochero Schmitz y su landó


nos esperaban en

la puerta.

Oh, llevas un traje muy bonitodijo Lilí.


¿No has

traído traje de baño?


Crei que íbamos a almorzar con tu
familia.

Oh, si, pero primero iremos a navegar.

Cuando el landó nos dejó ante el Schloss,


ella me condujo por el exterior y a través
de la arboleda hasta la Casa

de Té, donde, después de buscar unos


minutos en desordenados vestuarios,
encontró un anticuado traje de baño para

hombre. Lo miré sin mucho entusiasmo.

Entra ahi y póntelo. Yo iré al otro cuarto


a cambiarme.

¿De veras necesitamos trajes de baño?


Pensé que sólo
daríamos un paseo.

¿Hace demasiado frio para ti?

No, estoy acostumbrado al agua fria.

Reapareció con el mismo traje que le


había visto la primera vez: bañador negro y
rebeca negra. Estaba espléndida.

Yo parecía un payaso en un traje de punto,


con anchas rayas

horizontales, que me cubria desde los


codos hasta las rodillas.

Se echó a reír en cuanto me vio.

La última moda de mil novecientos


catorcedijo.
Aqui tienes un lindo y abrigado albornoz
para cubrirte.

Cruzamos la terraza de baldosas y


llegamos al cobertizo de

los botes.

Dentro estaba oscuro y frío, el agua


verdosa golpeaba

contra las paredes de cemento, la silueta


borrosa de la lancha

se movía suavemente contra los postes de


madera protegidos

por neumáticos.

¿Ves eso de allí, la manivela? ¿Quieres


girarla, por
favor, para abrir la puerta?

El manubrio no era fácil de mover. El


mismo accionaba

una serie de engranajes, conectados a un


mecanismo en cadena. Con un tremendo
estrépito, enrollé poco a poco la gran

puerta metálica en el techo, y el sol formó


sobre el agua brillantes dibujos que se
reflejaron en las paredes verdes del

cooertizo y en el casco blanco de la lancha.

Lilí b..jó brincando los escalones de


piedra, saltó descalza

141
dentro de la lancha y se puso a asegurar las
cuerdas del

patín, pero mis ojos fueron atraídos por


otra cosa.

Un estante, o plataforma de madera, se


había montado

junto a la pared opuesta del cobertizo, más


o menos a metro

y medio del agua, y, en ella, se encontraba


lo que me pareció

el casco de un velero, completamente


envuelto en lona de

color pardo. Entonces vi que también


estaba el mástil. Había

sido desmontado y envuelto con el casco;


el tope del mástil

asomaba por la popa, fuera de la lona.

Me acerqué bordeando la pared.

Lili miró hacia arriba y dejó lo que


estaba haciendo.

¿De quién es este barco?mi voz despertó


al eco.

Nadie lo utiliza también su voz resonó y


pareció

tan diferente que me volví. Estaba


nuevamente ocupada con
la cuerda.

¿Por qué? ¿Por qué nadie lo usa?

Nadie sabe navegarno levantó la vista.

Bueno, ¿por qué tenéis un velero si nadie


sabe navegar?

Ahora miró hacia arriba.

Era el barco de Max, era el único que


sabia navegar.

¿Max? Tuve que pensar unos segundos.

Ah. . . ¿ tu hermano. . . ?

Asintió.

Yo tenía doce años, Alfred estaba en el


frente y a Bobby

no le interesaba, así que lo sacaron del


agua, lo envolvieron

en esas cosas y así está desde entonces.

Yo examinaba el objeto más atentamente


y desaté la polvorienta y mohosa envoltura
para echar una mirada a la madera y los
herrajes... Parecía un velero de
competición, quizá

de cuatro o cinco metros, con la manga


desusadamente angosta. La polea de
bronce del tope del mástil estaba
descolorida,

pero bien engrasada, y giraba bien...

Advertí que se movía la plataforma. Lilí


se detuvo a mi

lado

¿Sabes navegar?

Claro dije. Sé navegar desde los seis


años. Tuve mi

primer barco a los doce.

Ella aspiró profundamente.

¿Te gustaría navegar en este barco?

Naturalmente.

¿Crees que sabrás cómo... cómo


montarlo?

Por supuesto, si todas las partes están


aquí. Quizá necesite ayuda para ponerlo en
el agua sin rayar la pintura...

142

Lili ya se había ido, corriendo como una


gacela por el

borde, y salió del cobertizo.

Fue bastante fácil desenvolver el casco,


al que debieron

pintar y calafatear tras sacarlo del agua. La


orza y el timón

estaban sobre las planchas del suelo. Los


herrajes sueltos no
estaban y tampoco, por supuesto, las velas
y los estays para

el mástil, todo guardado en otro lugar,


probablemente.

Cuando hube quitado las lonas, Lilí


regresó acompañada

de Schmitz, el cochero, un viejo jardinero


con blancos bigotes de morsa y un hombre
más joven que tomé por ayudante

del jardinero. Todos me saludaron


cortésmente, pero parecían vacilar respecto
de lo que Lilí les decía que hicieran

Hubo muchos movimientos preocupados


de cabeza, muchos

murmullos acerca de «Herr Baron», y


empecé a sentir que,

en todo aquello, había algo más que poner


simplemente un

velero en el agua.

Lo había.

Los hombres obedecían, pero Lilí,


evidentemente acostumbrada a salirse con
la suya, empezó a hablar con cierto tono

de voz. Ya no era amable, sino que daba


órdenes... y las órdenes se cumplieron.

Vi que el agua sólo me llegaba a los


hombros, así que

salté descalzo sobre los guijarros


resbaladizos y levanté la proa
mientras los otros deslizaban
cuidadosamente el casco fuera

de la plataforma. Cuando el casco flotó


libremente, medio

caminé y nadé fuera del cobertizo, pasé


frente a la terraza

de la Casa de Té y me acerqué al muelle


flotante, donde Lilí

esperaba para asegurar la amarra. Por


entonces, había encontrado ya el saco con
el velamen y otro saco con accesorios de

bronce cuidadosamente engrasados.

El sol estaba ya en lo alto y calentaba las


tablas del muelle, la cubierta barnizada del
velero y mi espalda mientras
trabajaba. Necesité ayuda para montar el
mástil, pero, para

todo lo demás, me las arreglé solo. Fue


como resolver un rompecabezas: tenía la
idea general, pero había que encontrar.la

pieza exacta para cada lugar, y algunas de


las piezas alemanas

no se parecían a las nuestras.

Creo que me llevó más de un hora.


Estaba completamente

absorto en lo que hacía y, sólo cuando tuve


la vela mayor

totalmente asegurada y estuve listo para


izarla, levanté la vista
y, al mirar a mi alrededor, vi a toda la
gente.

El sendero de grava que llevaba desde la


Casa de Té al

Schloss estaba lleno de personas que me


observaban. Era como

si todo el personal se huhiera cnngregado


allí: ayudantes de

143

cocina vestidos de blanco; doncellas y


criadas con vestido

azul, delantal y cofia blanca; un


caballerizo; el mayordomo
con su chaleco a rayas; por encima y detrás
de todos los demás; los tres hombres que
me habían ayudado, en apretado

grupo junto a la rampa del muelle flotante


y la vieja niñera

del Spreewald, con su largo vestido negro


de campesina y su

enorme gorro blanco, de pie, sola, en la


terraza de la Casa

de Té, el rostro oculto en el pañuelo.

Arriba, en el castillo, hubo un destello


bajo los rayos del

sol. Se abria una de las puertas francesas.


El padre de Lili
salió a la terraza, apoyó las manos en la
balaustrada y miró

hacia donde estábamos nosotros. No


alcancé a ver su «prepresión, estaba
demasiado lejos.

Me volvi hacia Lilí, que se mordia los


labios.

No hubiésemos debido hacer esto,


¿verdad?

Sí, teníamos que hacerlo. ¡Esto es un


barco y no una

lápida funeraria. ¿Ya está todo listo?

Estamos listos. Tú, siéntate allí, sostén la


caña del timón en esa dirección hasta que
yo te diga que la muevas.
Cuando ella estuvo en su sitio, solté la
amarra, subí al

barco, di un puntapié para apartarnos del


muelle e icé la

aleteante vela mayor tan rápidamente como


me fue posible.

El viento nos empujó y salimos de debajo


de l¢s sauces. Yo

sostenía la vela mayor con una mano y


estiré la otra para coger la caña del timón.
Mi mano quedó sobre la de Lilí. Vi

los juncos delante de nosotros, la pequeña


playa, la escasa

profundidad del agua. Moví la caña para


alejarnos de la playa,
pero, cuando pasábamos ante ella, vi que
Lili agitaba la mano,

me volvi y miré por encima del hombro.

Detrás de los juncos, Alfred von


Waldstein y Sigrid, montados en caballos
negros, nos observaban inmóviles, con
expresión grave. Cuando Lilí saludó con la
mano, Alfred se

quitó el pañuelo que llevaba al cuello, un


pañuelo azul claro,

y lo sostuvo en alto sobre la cabeza,


dejando que ondeara

al viento.
Creo que llegamos tardedijo Lilí.

Cuando rodeamos la punta, pude ver el


muelle flotante,

lleno de gente; ahora no eran sirvientes,


sino invitados al almuerzo: sombreros de
ala caída, vestidos de seda ondeando

al viento, trajes de franela blanca,


chaquetas deportivas, todos

mirando, y no me gustó. Pasé el muelle,


viré contra el viento

y dije a Lilí exactamente lo que queria que


hiciera. Todo
144

salió bien. Yo temía que la vela mayor se


atascara, pero bajó

a tiempo unos metros antes del muelle, y


eso me permitió

acercarme lo suficiente para que Lilí


saltara desde la proa y

atara la amarra. Empecé a asegurar el


botalón y a envolver

la vela, pero Lilí me interrumpió.

Por favor, Peterdijo, podemos hacer eso


más tarde. Ahora, habrá que presentarte y
después tenemos que vestirnos para el
almuerzo.

Por lo tanto, salté del barco en mi


estúpido traje de baño

y vi a la baronesa von Waldstein, la madre


de Lill, que apenas había reparado en mí la
vez anteriortan sólo un norteamericano
amigo de Christoph Keithy que se acercó
caminando sobre las tablas con sus altos
tacones. Era una mujer

baja, regordeta, llevaba perlas, pero no


sombrero, sino una

red para proteger del viento su cabello gris.


Me tomó del

brazo, me apartó de los demás, y me llevó


en dirección al
agua.

Señor Ellisme dijo, cuando mi marido


vio alzarse la vela, cuando vio ese barquito
que salía de debajo de los

sauces..., señor Ellis, creo que lloró.

Baronesa, yo no quise...

Me dio un apretón en el codo.

No, no, todo está bien, es tiempo de que


superemos

todo eso y Lilí lo sabía, y todos esperamos


que usted vuelva

a menudo para enseñarla a navegar. Eso es


lo que quería
decirle. Ahora, por favor, venga, que
quiero llevarlo ante

alguien que ha estado preguntando por


usted.

Me volvi, fui hacia el grupo que rodeaba


a Lilí y al barco,

y la cara que vi fue la de la señorita Susan


Boatwright.

Ella sonrió.

Buenos días, Peter Ellis. ¡En qué lugares


tan interesantes se te encuentra!
¿Cómo describir a la señorita Susan
Boatwright?

Creo que tenía más de cuarenta años.


Nunca se había casado. Su familia es
dueña de la «Locomotive Works», de

Filadelfia. Ella posee un montón de dinero.


Lo gasta en ayudar a otras personas.
Financia una revista que publica poemas
de poetas desconocidos, ha creado un
jardín de infancia

para los niños negros de los suburbios de


Filadelfia mientras las madres están
trabajando. Pasó gran parte de la guerra

con una misión cuáquera, en Francia,


tratando de ayudar a

personas cuyos pueblos habían sido


destruidos.

145

No creo que esté realmente emparentada


conmigo, pero

ella había crecido en el mismo barrio y


tenía el mismo origen

que mi padre y mi madre; de modo que me


conocía de toda

la vida. Sin embargo, no la conocí hasta


que estuve en el hospital. Su sobrina
Joanne estaba también en el hospital.
Joanne
es esqueléticamente flaca, casi de mi edad,
con un largo cabello

rubio que nunca se lava; tenía problemas


terribles con su padre, era retraída y se
sentaba horas seguidas a mirar por la

ventana. Me tenía simpatía, me pedía que


le contara historías

y me permitió que le hiciera su retrato.

La señorita Boatwright era la única


persona que iba a

visitar a Joanne, pero Joanne apenas


hablaba con su tía y,

quién sabe por qué motivos, yo empecé a


contar a la señorita
Boatwright mis problemas hasta donde yo
sabía cuáles

eran, mientras pintaba el retrato de Joanne.


Nos sentábamos en el jardín de azaleas en
tanto Joanne se perdía en sus

sueños, y la señorita Boatwright me


interrogabano del modo

en que lo hacian los médicos, sino de una


forma alegre, divertida. No hablábamos de
la guerra. No hablábamos de la última
evacuación en el Chemin des Dames donde
una granada

había alcanzado a la ambulancia de


Douglass Prat, treinta metros delante de
la mía, y a mí me había sepultado bajo un
alud
de cadáveres ensangrentados. Hablábamos
de pintura, de cuadros que ambos
habíamos visto en París, de pintores
famosos

que ella había conocido.

¿Por qué ciertos perfectos dibujantes no


son realmente

pintores? ¿Por qué alguien desea ser


artista? ¿Es o no es

una ocupación frívola?

Hablábamos de toda clase de cosas, dos


veces a la semana

durante más de un año, hasta que me dijo


que se iba a Alemania con la Misión de los
Cuáqueros Norteamericanos porque la
situación era desesperante. La guerra había
terminado,

pero el bloqueo británico aún seguía en


vigor y los niños se

morían de hambre.

Cuando volvió, yo ya había sido dado de


alta del hospital,

había cumplido mi año en Drexel y me


había escapado a

París.

Y Joanne seguía mirando por la ventana.


Una larga mesa estaba dispuesta en el
blanco y luminoso

comedor del Schloss. Mantelería, platería,


copas de cristal,

enormes jarros llenos de nubes de tulipanes


amarillos, el sol

146

entrando por los ventanales abiertos,


paisaje de agua, velas

y cielo.

Con excepción de algunos banqueros y


sus esposas, los

invitados parecían todos parientes. Fui


presentado a una desconcertante colección
de tías y primos de Lilí, con sus
respectivos cónyuges, pero
afortunadamente me sentaron al lado

de la señorita Boatwright, o, mejor dicho,


la madre de Lilí

me sugirió, cuando me presenté


correctamente vestido, que

acompañara a la señorita Boatwright al


comedor.

Esta gente te tiene simpatía dijo la


señorita Boatwright al empezar la sopa. La
baronesa me ha hablado
del hombre a quien sacaste de un avión en
llamas. Nunca

había oído esa historia.

¡Señorita Boatwright, a usted la adoran!


Me han contado ellos que usted repartía
comida a los niños, después de

la guerra...

Asintió.

Fue una misión llevada con éxito, pero,


por supuesto,

no dependió sólo de mí. A mí me


conocieron por casualidad.

Y la misión de ninguna manera ha


terminado, Peter. Sentado
en este... este palacio, no puedes imaginar
la miseria de la

gente que trabaja.

He visto algo de esole hablé del piso de


Fritz Falke

en Neukolln.

Sí, también he estado con gente de ese


barriodijo

la señorita Boatwright. Se me acercó un


poco más. Confieso que me siento... un
poco incómoda en medio de toda

esta grandeza, pero los von Waldstein han


sido una enorme

ayuda para nuestra misión... de muchas


formas. ¿Sabes?, fueron los primeros...
¿Cómo te diría? ¿Capitalistas? ¿Magnates?
Bueno, fueron los primeros que conocí en
Berlín.

¿Cómo los conoció?

Es una historia extrañadijo la señorita


Boatwright.

Tapó su copa con la mano cuando el mozo


se inclinó para

servirle vino. Cuando llegamos a


Alemania, empezamos

nuestro trabajo modestamente. Durante la


guerra, en Francia,

tuvimos a prisioneros alemanes que


trabajaban para nosotros.
Ellos hacían la mayor parte del trabajo
físico en nuestros almacenes de víveres,
cargaban camiones, hacían todo el trabajo
sucio... y el ejército francés no permitia
que les pagásemos. De modo que nosotros
pusimos de lado sus salarios.

Tomamos sus nombres y direcciones y les


acreditamos las sumas que creíamos se
habían ganado con su trabajo. Y tomamos
sus fotografias.

147

»En el verano de 1919, cuando


finalmente nos permitieron entrar en
Alemania, pusimos un empeño especial en
localizar a las familias de aquellos
hombres, en cualquier lugar

que estuvieran. Viajamos a los lugares más


remotos... Sajonia, Turingia, Baviera... y
en general encontramos a padres

ancianos, esposas e hijos en las más


dramáticas circunstancias.

La criada retiró la sopa y llegaron nuevos


platos. La señorita Boatwright pidi6 un
vaso de agua, que le fue traído en

una bandeja de plata. Mi amiga bebió un


sorbo y continuó

su relato.

Cuando hubimos instalado nuestras


oficinas administrativas, aquí en Berlín, me
pidieron que hiciera un viaje a una

aldea del Spreewald, en el nacimiento del


rio Spree, al Este

de Berlín: pantanos y bosques sombrios y


melancólicos, laberintos impenetrables de
riachuelos y canales, aldeas inmaculadas,
cigueñas en los tejados, campesinos que
aún llevan trajes tradicionales... Bueno,
tomé un tren hasta aquel pueblito,

hice averiguaciones y terminé en la casa


del Burgermeister,

donde mi presencia provocó la conmoción


habitual. Por supuesto, el Burgermeister
conocía muy bien a la familia, pero,

en aquel caso, el pariente más cercano era


la madre del soldado, y la madre no estaba
allí, sino en Berlín, empleada en

la casa del barón von Waldstein. Como si


yo supiera quién

era. No lo sabia, claro está.

»El Burgermeister tenía teléfono, el


único en la aldea, y

llamó a Berlín, a la casa de la Pariser Platz.


Habló conmigo

una mujer, pero yo, por supuesto, no


entendi una palabra de lo

que dijo. Hubo gritos y excitación.


Finalmente, se puso un

hombre, quien me dijo, en perfecto inglés:


"Aqui el barón
von Waldstein, ¿tendría la bondad de
explicarme qué desea?".

Lo hice y él contestó: "Señora, tenga la


bondad de quedarse

exactamente donde está hasta que llegue


mi automóvil". Aproximadamente una hora
después, o quizás algo más, llegó un

coche enorme, el chófer abrió la portezuela


y del interior

saltó la mujer que has visto aquí, la vieja


niñera que han

tenido desde el nacimiento del primer hijo.


Estaba completamente frenética a causa de
la emoción, su hijo había sido

dado por desaparecido, ella no tenía


noticias de él, había perdido a su otro hijo
en Rusia... Bueno, insistió en que fuera

a la Pariser platz para conocer a Herr


Baron, a Frau Baronin

y a los niños, como ella los llamaba... y así


fue cómo conocí

a los Waldstein.

»Ellos no sólo fueron abrumadoramente


hospitalarios con

148

migo; se sorprendieron al enterarse de la


obra de nuestra
misión, hicieron montones de preguntas, se
mostraron ansiosos por ayudarnos. Por
ejemplo, el barón llamó por teléfono

a alguien del servicio ferroviario, quien


acderó nuestro primer

transporte de leche en polvo desde


Hamburgo... No podria

decirte todo lo que han hecho por


nosotros...

La criada pasaba fuentes de carne asada.


La conversación

cambió.
¿Recuerdas aquella obra de teatro de la
que estuvimos

hablando?preguntó Lilí. ¿La de Arthur


Schnitzler?

Naturalmente, hasta recuerdo el título. Se


llamaba Reigen.

Si, pues Helena nos ha conseguido


invitaciones para d

estreno. El miércoles que viene. ¿Estarás


libre para ir?

Por supuesto.

¡Estupendo! Sólo nosotros seis: Helena y


Christoph, Sigrid y Alfred.

¿Y Bobby?
Pareció sorprenderse y en seguida negó
con la cabeza.

Bobby tiene sus propios planes.

Crei que había dicho que quería ver la


obra.

Quizá. Pero no con nosotros.

No entendí.

¿Por qué Bobby no quiere venir con


nosotros?

Un asomo de irritación.

¿Te importa mucho?

Afligido, me callé y me dediqué a comer.


Desde el otro lado de la mesa, el doctor
Strassburger me

miró, sonrió y se inclinó hacia adelante.

Señor Ellisdijo, está satisfecho con la


operación,

¿verdad?

¿La operación? debí parecer


desconcertado.

El doctor Strassburger dejó de sonreír.

¿No le ha informado Keith?


Señor, no lo he visto hace un par de dias.
Usted sabe

que los banqueros y los estudiantes de arte


tienen horarios

diferentes. Cuando yo me levanto, él ya se


ha ido a la oficina. . .

La expresión del doctor Strassburger


reveló que para él

aquella explicación no era muy


convincente.

149
Vale más que tengamos una pequeña
conversación des

pués del almuerzodijo.

Sí, señor.

Fresas frescas, recién cogidas de la


huerta.

¿Quién es ese caballero? preguntó la


señorita Boatwright. Hemos sido
presentados, pero no comprendí bien

quién era.

Le expliqué quién era el doctor


Strassburger.

Me preguntó detalladamente por la


Locomotive Works,
de modo que sabe bien quién soy yo, pero
temo haberle decepcionado. Siempre dejo
esas cuestiones al primo Francis y

nada sé de sus planes sobre la venta de


locomotoras a Turquía.

¿Venta de locomotoras a Turquía?

Es lo que quería discutir conmigo. Le


dije que le escribiera al primo Francis.
Peter. ¿Cuándo podré ver tus nuevas
pinturas?

Bueno, en cualquier momento, por


supuesto, pero señorita Boatwright, están...
bueno, el lugar donde trabajo está

en Neukolln...

Ah, he ido allí a menudo, es uno de los


barrios en

peores condiciones...

No podía imaginarme a la señorita


Boatwright en casa de

Falke, pero ya había abierto el bolso y


tenía en la mano una

libretita y un lápiz. Quise cambiar de tema.

Señorita Boatwright, ¿ha visto a mis


padres?

Peter Ellis, claro que los he visto, ¡no


juegues conmigo!

Tuve que darle las señas de Falke y


convinimos en que
iría el jueves por la tarde. Después, me
habló de mis padres

y de Joanne.

Aunque las damas y los caballeros no se


separaron de la

manera formal en que lo hubieran hecho en


mi país, cuando

sirvieron el café en la terraza, todos los


hombres se reunieron

aparte. Nubes de humo de cigarros y


animada conversación
sobre política.

El doctor Strassburger vino hacia mí.

Lamento que Keith no le haya


informado, pero su inversión en Holanda
ha sido muy satisfactoria.

{)h, me alegro de saberlo, doctor


Strassburger.

Sí, pensé que le interesaríame apart6 de


los demás

150

y pensé otra vez en las puertas dobles del


banco de los Waldstein.

El Reichsbank entró efectivamente en el


mercado, hizo

importantes compras de marcos, quizá un


poco exageradas, en

mi opinión, pero el marco subió y


vendimos su inversión el

viernes por la tarde. También hemos


pagado el préstamo que

le hiciera nuestra sucursal holandesa e


ingresado el saldo en

su cuenta en dólares. Me ocuparé de que le


envíen mañana

mismo el balancese interrumpió y me miró.


Bueno... eso es excelente, doctor
Strassburger. ¿Recuerda usted cuánto...?

¡Hemos duplicado su dinero!

¿Que han duplicado... mi dinero?

Asintió, evidentemente henchido de


placer.

Por supuesto, comprenda que fue una


situación insólita;

en un tiempo tan corto, no habría podido


esperar obtener

esos resultados en cada transacción. Pero


nos sentimos contentos por haberle sido
útiles.

Usted parece poseer una varita mágica,


doctor Strassburger. ¿Puedo invertir lo que
he ganado?

Sonrisa enigmática.

No le tomaba por un jugador, señor Ellis.


No, creo

que ahora tenemos que esperar un poquito


y, después, mucho

me temo que tendremos que invertir en


sentido opuesto. La

presión sobre el marco es demasiado


grande y no creo que

el Reichsbank por sí solo pueda sostenerla.


Necesitaremos ayuda de los aliados, algún
desahogo en las peticiones de
indemnización en oro, y si no lo
conseguimos...

El doctor Strassburger se encogió de


hombros...

Cuando nos reunimos con los demás,


estaban hablando

de Walther Rathenau. Más


específicamente, estaban discutiendo sobre
él. Debatían con comodidad, sentados en
sillones

de mimbre, fumando cigarros, tomando


café:

No tienes por qué explicarme a mi quién


es Walther

Rathenaudecía un anciano bien parecido,


de blanca barba.

Lo conozco de toda la vida. Fui con e1 a la


escuela. ¡Todo

esto es simplemente arroganaa!

El padre de Lilí estaba evidentemente


molesto.

¡Realmente, Paul, es increíble que digas


eso! ¿Rechaza

la protección policial porque es arrogante?

¿Qué otra razón podria tener? Dios mío,


se lo han
advertido una y otra vez... La semana
pasada vino a verme

151

un hombre de Nueva York; en Wall Street


se dice que los

nacionalistas van a matar a Rathenau. Toda


su vida ha querido llamar la atención del
público, no le bastó con dirigir

la AEG que fundó su padre, no le bastó


con estar en el consejo de administración
de cincuenta o cien compañias. No.

Tuvo que escribir libros de filosofía, libros


sobre cómo será
el futuro. . . ' y libros bastante aburridos, si
quieres mi opinión. . .

¡Tío Paul!

Pregunté a Bobby con gran curiosidad:

¿Quién es ese caballero?

Es tío Paul. El padre de Helena.

¿El padre de Helena? ¡Pero ella venera a


Rathenau!

Bobby me dirigió una de sus


encantadoras sonrisas.

Bueno, como ves, somos una familia


complicada.

Mientras tanto, Alfred había ido a la casa


y regresaba ya

con un libro en el que parecía buscar algo.

Tío Paul> con todo respeto, he aquí uno


de esos libros

que escribió Rathenau y que a ti te resultan


tediosos, A la

juventul de Alemania. ¿Puedo leerte un


breve pasaje que,

creo, explica su conducta actual un poco


mejor que tu diagnóstico de arrogancia?

Alfred se sentó en uno de los sillones de


mimbre y nos

leyó las siguientes palabras de Rathenau:


Soy alemán, de raza judía. Mi pueblo
es el pueblo alemán

mi patria es Alemania, mi fe es la fe
alemana, que está por en cima de todos
los credos. Sin embargo, la naturaleza, con
bur lona perversidad y liberalidad
arbitraria, ha puesto las dos anti guas
corrientes de mi sangre en tormentosa
oposición: el deseo

de actualidad y el anhelo de
espiritualidad. Mi juventud pasó

entre dudas y luchas, porque era


consciente dd carácter contradic torio de
mis dotes. Mi acción ha sido infructuosa y
falso mi pen samiento, y a menudo,
cuando los caballos se lanzaban a la ca
rrera con el freno entre los dientes, he
deseado que el carro se

hiciera pedazos.

Durante un momento reinó el silencio.


Después, el padre

de Helena dijo:

¿No lo encuentras arrogante?

Lo encuentro tristedijo Alfred.

En otras palabras, ¿desea morir?preguntó


otro hombre, a quien yo no conocía.
1. Algunos se tradujeron al castellano en
los años 30, como la

Cntica de la época, que publicaron las


Ediciones Jasón, de Barcelona

152

Acepta que puede morir dijo Alfred. Por


Alemania.

¡Qué drama! exclamó el padre de


Helena, uniendo

las manos. ¿Quién le ha pedido que muera


por Alemania?
En realidad, ¿quién le ha pedido que hable
por Alemania?

¿Quién le ha pedido que haga un tratado de


amistad con los

bolcheviques? ¿Por qué un alemán de raza


judía, como él

mismo se define, tiene que erigirse en


cabeza de la política de

aceptación de las descabelladas exigencias


de los aliados?

Alfred dijo, quedamente:

En primer lugar, tio Paul, creo que fue el


canciller

Wirth quien le pidió que hablase por


Alemania en estas cuestiones, invitándole a
ser ministro de Asuntos Exteriores. Y, en

segundo lugar, cree que tenemos que


complacer a los aliados,

por lo menos por un tiempo, porque, en


caso contrario, ellos

se limitarán a ocupar el Ruhr, si no toda


Alemania.

Es verdad, Wirth le ofreció el puesto.


¿Por qué tenía

que aceptarlo?

No había otro que lo aceptara.

El anciano soltó un resoplido.


Sí, eso es lo que le dijo a su madre. En
toda Alemania

no había nadie más que él con condiciones


para ser ministro

de Asuntos Exteriores.

Ningún otro con condiciones estaba


dispuesto, tío Paul.

Creo que el problema fue éseAlfred se


estaba poniendo

nervioso.

El anciano se estiró en su sillón y soltó


una nube de

humo.
Ningún otro estaba dispuesto hijoy, por
lo tanto,

Walther se ofreció como víctima para el


sacrificio. Por el pueblo alemán. «Mi
pueblo es el pueblo alemán», ¿eso es lo
que

acabas de leernos? ¿Y ese su pueblo


alemán está agradecido

por el sacrificio de Walther? ¿Has leído los


discursos pronunciados en el Reichstag?
¿El de Helfferich, por ejemplo?

¿Has oído las canciones que se cantan en la


calle?

Sí, obviamente están haciendo de él un


chivo expiatorio.
Pero, ¿por qué permite que le conviertan
en chivo expiatorio. Esto es lo que estoy
tratando de explicar. Lo hace

por la misma razón por la que ha escrito


todos esos libros

pesados y pretenciosos. He aquí un hombre


que heredó todo

lo que tiene, abogando por que se elimine


el derecho a heredar. Un hombre que vive
en el mayor de los lujos, abogando

por que limitemos al máximo la propiedad


privada... ¿Has

153
oído la historia de Ernie acerca de
Génova...? Me refiero a

Ernst von Simson, quien formó parte del


equipo de Rathenau

en la Conferencia de Génova. Tenían que


ir a cenar, Ernie

fue a la habitación de Rathenau y Rathenau


aún no estaba

vestido. ¿Y por qué no estaba vestido?


¡Porque su criado

había desaparecido, había vuelto o algo así,


y Rathenau no

sabia ponerse los gemelos de la camisa. De


modo que Ernie

tuvo que ayudarle. Ese es el ministro de


Asuntos Exteriores

de la República. Quiere abolir las fortunas


heredadas, quiere

abolir la propiedad privada, y no sabe


vestirse sin...

Alfred interrumpió.

Tío Paul, ¿puedo preguntarte adónde


quieres llegar?

Mi querido muchacho, a que Rathenau


hace lo que

hace, adopta la postura que adopta, ¡sólo


para llamar la atención!
¿Walther Rathenau necesita llamar la
atención? ¿El presidente del más grande
trust eléctrico...?

¡Me refiero a la atención como pensador,


como filósofo, como estadista! Por
supuesto, todos reconocen en él a

un hombre destacado en los negocios en


Alemania, en toda

Europa. . .

El barón Fritz von Waldstein se inclinó


hacia adelante.

Paul, ha hecho algo muy importante por


el país. Debes

admitirlo. No bien empezó la guerra,


convenció al Estado
Mayor Central de la necesidad de acumular
materias primas.

¡Nadie había pensado en eso! Por ejemplo,


se nos habrían

acabado los nitratos en mil novecientos


dieciséis y, sin nitratos, no se pueden
fabricar explosivos. El pensó en el
problema, convenció al ejército... ¡y
después administró el programa

e hizo posible que continuáramos luchando


unos cuantos años

más!

El padre de Helena alzó una mano.

¡De acuerdo! ¡Totalmente de acuerdo! Es


un brillante
industrial y un gran organizador. ¡Pero eso
no es suficiente

para él! Alfred acaba de leérnoslo según


sus propias palabras,

en uno de esos volúmenes de costosa


impresión a los que

nadie presta atención...

Tío Paul, ¿ sabes cuántos ejemplares se


han vendido

de A la juventud de Alemania?

Alfred, muchacho, no lo sé ni me
interesa. Lo que quiero decir es que la
gente que dirige este país no les presta

la menor atención. El Kaiser no lo hizo, ni


el Estado Mayor

Central, ni las universidades, ni los grupos


financieros... ¿no

tengo razón, Eduard? ¿Fritz? ¿Tengo


razón, Strassburger?

154

Lo consideran un diletante. ¿Recuerdas


cómo lo llamaron?

Christus im Frack! el anciano se inclinó


haaa mí, guiñó

un ojo y me dijo. ¡Cristo en frac!


¡Tío Paul! Alfred estaba indignado.

¿Acaso he inventado yo el apodo? Pero


después tuvimos el colapso, la revolución,
la república; hombres nuevos,

ideas nuevas... y llegó la oportunidad.


Empieza a hacer discursos. Escribe un
constante torrente de artículos en los
periódicos, un constante torrente de buenos
consejos. Consejos no

solicitados, que yo sepa. La República se


tambalea, la derecha

intenta un golpe, la izquierda paraliza al


país con huelgas,

caen los gobiernos y se forman nuevos, y


allí está Rathenau,
genio industrial, deseoso de hablar por su
pueblo alemán al

resto del mundo. Maravilloso. ¡Por fin


todos le prestan atención!

Los hombres levantaron la vista. Me


volvi. Lilí estaba de

pie detras de mi sillón.

Discúlpame, por favor, tio Paul... Padre,


el velero no

entra en el cobertizo con el mástil montado


y hay que poner

alguna boya para que pueda flotar


libremente...

Bueno, siempre hacíamos eso, ¿verdad?


Los hombres

la encontrarán...

No saben cómo hacerlo, padre. Necesito


la ayuda de

Peter, antes de que el viento de la tarde...

El barón von Waldstein me sonrió.

Ya ve quién da las órdenes aquí. Está


disculpado, señor

Ellis. ¡Y ahora sabe de Walther Rathenau


más de lo que

queria saber!
No regresé a Villa Keith hasta bien
entrada la noche del

martes.

La casa estaba a oscuras, silenciosa, pero


se veía luz por

debajo de la puerta de la habitaaón de


Christoph. Llamé y

él me dio permiso para entrar. Vestía un


pijama a rayas, fumaba un agarrillo y leía
un libro.

Tienes un bronceado preciosodijo. ¿Me


acompañas con una copa?señaló unas
botellas de cerveza y vasos
que había en una bandeja.

¿La casa está vaáa? pregunté. ¿Dónde


están todos?

Supongo que los Meier duermen, y


Kaspar ha salido,

como de costumbre. Mis padres han ido a


pasar unos días

a la orilla del mar. Mi tía, la hermana de mi


madre, está

155

casada con un gran terrateniente de


Kolberg, en la costa de

Pomerania, y mis padres suelen ir allí en


agosto, pero, este

año, hay un problema con el mes de


agosto... Bueno, no tiene

importancia, han podido ir de todos


modos... Me alegro de

que tengan un lugar que no les cueste nada


para descansar.

Me enteré de que duplicaron mi dinero


en Holanda.

Asintió con un movimiento de cabeza,


pero no sonrió ni

me felicitó. Me servl cerveza en una copa y


me senté en el

otro sillón.

Strassburger pareció sorprendido porque


yo no lo sabía.

Christoph asintió otra vez.

Sí. Me lo reprocharon. Debl dejarte un


balance en la

mesa para que lo vieras. Te pido


disculpaspero sus excusas no sonaron
sinceras.

Christoph, ¿no es insólito duplicar el


dinero en un tiempo tan breve?

Ocurre.
¿Pero no a menudo?

Pero ocurre.

Christoph, ¿ha habido algo ilegal en la


transacción? Yo

sólo hice lo que tú y Strassburger me


aconsejásteis...

No hubo nada en la transacción, pero no


fui yo quien

la aconsejó.

Bueno, tu jefe.

Sí, mi jefe.

Entonces, ¿qué sucede?


¿Estás quejándote porque hemos
duplicado tu dinero?

Me quejo porque, obviamente, a ti no te


gusta lo que

ha sucedido, pero no quieres decirme por


qué. Si hubiera

alguna ley que prohibiese...

Tenemos los mejores abogados de


Berlín. No hay ley

que lo prohíba. Pero tendria que haberla.

¿Por qué?

Christoph terminó la cerveza, dejó la


copa y encendió
otro cigarrillo, mirando todo el tiempo
hacia la pared, como

si yo no estuviera allí. Pero había tomado


una decisión.

¿Entiendes por qué el precio del marco


alemán subió

de repente, cuando había estado bajando?


Me refiero al precio en el mercado de
Amsterdamdijo Christoph.

Sí. Porque el Reichsbank empezó a


comprar, para estabilizar. . .

Si, trataron de estabilizar. Gastaron un


montón de oro

en Amsterdam para comprar marcos, para


que el marco subiera. Pero, como les costó
demasiado, tuvieron que parar y

156

el marco empezó a caer otra vez. Durante


unos días, gente

que había comprado marcos ba;atos, como


tú, pudo venderlos

COII una buena ganancia.

Sí, eso lo entiendo.

Muy bien. ¿Y cómo supones que algunas


personas, como
el doctor Strassburger, sabían exactamente
cuándo el Reichsbank intervendría para
estabilizar el precio, exactamente hasta

dónde estaba dispuesto a estabilizar y


exactamente en qué

momento dejaría de hacerlo?

Miré desconcertado a Christoph.

¿Acaso lo sabía él de antemano?

Sonrisa helada.

Por supuesto, nuestra sucursal de


Amsterdam es el agente del Reichsbank en
los Países Bajos que se ocupa de llevar

a cabo las operaciones de estabilización en


Amsterdam. Un
observador cínico podría sospechar, por lo
tanto, que alguien

del Gendarmenmarkt se enteró de las


instrucciones dadas por

el Reichsbank antes de que las mismas


fueran puestas en práctica.

¿Y dices que eso no es ilegal?

Según los abogados más caros de Berlín


y de Amsterdam, no hay leyes ni normas
que lo prohíban.

Pero... ¿por qué no las hay?

Christoph bebió un poco más de cerveza


antes de responder.

Al parecer, los socios de Waldstein &


Co., creen que

no es asunto de ellos sugerir normas al


Reichsbank o al ministerio de Hacienda.

Bueno, si es tan fácil, ¿por qué no lo


hace todo el

mundo?

Porque, en realidad, no es tan fácil. En


primer lugar,

no todos tienen una cuenta en dólares fuera


de Alemania.

Tú tienes esa cuenta. En segundo lugar, si


Strassburger, y los

demás como él (hay unos cuantos como


él), pusieran esa información interna al
alcance de todo el mundo, la misma se

volvería inútil, ¿no es así? Tú te has


beneficiado del hecho

de que Strassburger cree que tienes


importantes relaciones en

América y de que él quiere impresionarte.


Te lo dijo en su

of icina.

Pero ¿a ti no te gusta?

Son negocios.

Pero no del gusto de los oficiales de


caballería. O de

los pilotos de guerra.


Otra sonrisa.

157

Creo que unos cuantos oficiales de


caballeria y pilotos

de guerra estarían contentos si tuvieran hoy


un empleo como

el mío. No hay mucha demanda para sus


habilidadesabrió

otra botella de cerveza y llenó lentamente


su copa. Te pido

disculpas por mi conducta, Peter. No debo


morder la mano

que me alimenta. Los Waldstein han sido


buenos conmigo.

Y creo que serán buenos contigobebió un


largo sorbo y

se secó los bigotes con los dedos. ¿Qué has


estado haciendo todo este tiempo en la
isla?

158

"Regien"
Mientras me servía café y bollos, Meier
me preguntó si

necesitaba un taxi.

¿Un taxi hasta Neukolln? Por supuesto


que no. Pero

necesito su consejo, Meier.

¿Mi consejo, señor Ellis?

Herr Oberleutnant y yo vamos al teatro


esta noche, con

amigos. Al Kleines Schauspielhaus, del


Conservatorio de Música, en
Fasanenstrasse, 1.

Sí, señor, estoy al tanto de eso. Su alteza


la princesa...
Seremos seis y yo quiero hacer reservas
para la cena...

¿Dónde podríamos ir?

Pero, señor Ellis, su alteza ha hecho las


reservas...

Sí, para las entradas. Yo quiero dar una


cena después.

Con todo respeto, señor. Estoy seguro de


que todo ha

sido dispuesto. Usted es el invitado...

¡Meier, estoy cansado de ser siempre el


invitado! ¿Cuál

es el mejor lugar para reservar una mesa?


¿El mejor? Hay muchos lugares.

Recomiéndeme uno.

El anciano alzó los hombros.

Todo depende... ¿querrán ustedes bailar?

Sí, cenar, una cena excelente, y bailar. ¡Y


no en una

Diele! ¿Cuál es el mejor lugar?

El mejor lugar...Meier pensó un poco.


Ach, por lo

que se oye decir... ¿quizás el hotel Adlon?


Muy caro, señor

Ellis.
¿Unter den Linden?

Sí, señor. Unter den Linden 1, justo en el


Pariser Platz.

Muy bien. Quiero que llame por teléfono


y reserve una

mesa para seis. ¿Para qué hora? Para


después del teatro.

159

Ellos sabrán a qué hora, señor, pero debo


repetirle que

su alteza ya habrá hecho las reservas.


¿Tiene doncella la princesa Hohenstein?

Ciertamente, señor.

¿Y teléfono?

Naturalmente.

Llame a la doncella de la princesa v


dígale que el señor

Ellis ha reservado una mesa en el hotel


Adlonme puse

en pie. Ocúpese de ello, Meier.

El anciano juntó los talones.

¡En seguida, señor Ellis!

Meier sonrió levemente. Le gustaba que


le dieran órdenes

y yo estaba aprendiendo a hacerlo.

Aquel día no estuve muy brillante


pintando.

El niño me hizo entrar en el piso. Mutti


había salido,

Baby estaba en la escuela y Falke me dejó


una nota en que

decía que había tenido que visitar a un


marchante que estaba

interesado en uno de sus grandes óleos.


Bärbel dormia.

La lluvia golpeaba las ventanas. Una


gotera del techo caía

con exasperante regularidad en un cubo


que habían colocado

en el centro de la habitación. Yo tenía que


dedicarme a terminar una naturaleza
muerta, un óleo de un vaso con agua

y un plato azul con raspas de sardina.


Odiaba pintar objetos

inanimados, pero a Falke se le había


metido en la cabeza

que tenía que enseñarme a «pintar» al


estilo académico, que
yo necesitaba la «disciplina» de crear una
reproducción fotográfica de un vaso de
agua y unas raspas de pescado.

Trabajé hasta donde pude. Estaba


aburrido y distraído.

El niño entró, se sentó en una banqueta v


me observó en

silencio. Le habían enseñado a quedarse


callado. Yo pensaba

en Lilí... o mejor dicho, creía que estaba


pensando en Lilí,

pero, en realidad, estaba pensando en


Bärbel, que dormía en

la habitación contigua, y su presencia me


distraía. Todavía no
sabía si ella sospechaba algo de mí y de
Baby, y si eso le

importaba. Todavía no sabía yo si ella


sabía lo de Falke y

su madre. ¿Pero cómo no iba a saberlo,


viviendo desde hacía

años tan hacinados? Quizá esto tampoco le


importaba. Sí, le

importaba: recordé la forma en que Baby


había saltado de la

cama. . .

El agua goteaba en el cubo. El niño


seguía en su banqueta

y me miraba. Empecé a sentir frío en las


manos. Sabía que

Bärbel despertaría pronto y vendría al


estudio, probablemente

160

con la combinación a&erida al cuerpo...


No quería ver a

Bärbel en combinación. Me puse de pie,


gurdé mis pinturas

y limpié los pinceles con trementina.

Dile a tu padre que acabo de recordar que


tengo una
citadije al niño. Espero volver a verlo el
viernes, a la

hora de costumbre.

Atravesé casi corriendo el dormitorio.


Bärbel suspiró y

acomodó sus brazos desnudos. Me puse el


sombrero y el impermeable y bajé los
cinco tramos de escalera, caminé por las

calles del barrio, mojadas por la lluvia,


pasé por una fila de

mujeres de rostro melancólico que


aguardaban frente a una

miserable tienda de comestibles, seguí bajo


la intensa lluvia
hasta el Hermann Platz, subí a un tranvía
atestado que olía

a sudor y que me llevó lentamente a la


Bahnhof Friedrichstrasse, y de allí me
dirigí hacia la isla de río Spree y al museo

del Kaiser Friedrich.

Pasé el resto de la tarde vagando por la


magnífica galería

de retratos, hipnotizado por la belleza de


las obras expuestas,

a la cual jamás podría acceder, olvidando


todo lo demás. Tuvieron que despertarme a
la hora de cerrar.
Oscuridad. Luces amortiguadas en el
foso de la orquesta, y

músicos que tocan suavemente una balada


vienesa. El pequeño teatro está lleno y
huele a cuerpo y a perfume.

Suena un violin, una nota tan aguda llega


a mis oídos

como si alguien estuviera silbando, y se


alza el telón. Un soldado cruza la escena y,
cuando el violín cesa de tocar, oímos

que silba la misma melodía. La escena está


en penumbras: un

débil farol callejero; en el fondo, la


impresión de un río; un
puente recorta su silueta sombría.

Una mujer joven muy pintadabonita,


pero ajadaestá

apoyada en la farola.

Ven aqui, hermoso ángel.

El soldado no quiere. Tiene que volver al


cuartel. Bromea

un poco con ella.

¿De veras soy un ángel hermoso?

¿Entiendes el dialecto?me preguntó


Helena. Este

no es de Viena, pero trata de parecerlo.


En realidad, tenía dificultades con el
dialecto, pero captaba la idea general. Ella
quería que él fuera a su habitación,

pero él no tenía tiempo ni dinero.

Ich brauch kein Gelddice ella.

¿Qué ha dicho?susurré en el oído de Lilí.

161

Que no necesita dinero.

¿Que no quiere dinero?

Eso ha dicho.
El soldado tampoco la cree. Ella le dice
que solamente

los civiles tienen que pagar.

¡Oh! Ahora la entiende, ahora quiere


hacerlo, pero es

demasiado tarde, tiene que regresar al


cuartel. Más conversación acerca de una
cita para mañana, no entiendo muy bien,

ella dice que de ningún modo acudirá,


quiere hacerlo ahora

v señala el río.

Es bonito y tranquilo, ahora no hay un


alma.

¡Oh, eso no está bien! el soldado está


sorprendido.

Yo siempre estoy biendice ella. Quédate


conmigo

ahora. Quién sabe si mañana estaremos


vivos.

Desaparecen en la oscuridad. Oimos sus


voces. Lilí roza

mi brazo con el suyo cuando se inclina


para oír mejor. Como

no veo a los actores, tengo más dificultad


para entender lo que

dicen.

Ten cuidado dice la mujer. Si resbalas,


caerás al
Danubiodespués no entiendo lo que dicen,
ella parece protestar.

¿Qué ha dicho?

Lilí se cubrió el rostro con las manos.

¡No puedo entenderles!susurré.

Helena acercó la boca a mi oído.

El la obliga a hacerlo de pie, en la orilla


del agua, ella

teme caerse, le ruega que vayan más cerca


de la pared...

Oscuridad. Absoluto silencio.


Desconcertante silencio.

Reaparecen en el drculo de luz.


Hubiera sido mejor en el bancodice ella.

El quiere marcharse. No quiere decirle su


nombre, pero

ella le dice el suyo: Leocadia. Lo coge del


brazo.

¿Qué prisa tienes?

Te lo dije. Estoy retrasado. ¿Qué quieres


ahora?

Oh, un poco de calderilla para el portero


de la casa.

¿Por quién me tomas? ¿Por un tonto?


¡Basta, Leocadia, hasta
siempre!desaparece.

Ella se deshace en insultos. Cae el telon.


.Silencio.

Una alegre polca llena el aire y, en la


distancia, vemos el

enorme tíovivo del parque de atracciones


del Prater de Viena.

Algunas personas bailan. Aparece el


mismo soldado, caminan

162

do del brazo de una muchacha diferente,


una muchacha pulcramente vestida, una
criada en su día libre.

La actriz era realmente de Viena y yo


tenía cierta dificultad para entender lo que
decía, pero la historia era otra

vez suficientemente clara: ella quería


bailar, pero él tenía otros

planes. Ella le regaña a causa de las otras


muchachas con

quienes él ha bailado, él la toma con


fuerza, ella protesta...

no mucho. El la empuja entre los arbustos,


pero podemos

oír sus voces...

Cuando volvemos a verlos, él está de pie,


encendiendo un

cigarrillo. Ella yace aún sobre la hierba. Le


pide que la lleve

a su casa, pero él quiere volver al baile.


Ella no quiere ir

sola a su casa. A él ya no le importa. Si ella


quiere ir al baile

y esperar, entonces él después la


acompañará a su casa. Ella

dice que esperará y entonces vuelven al


baile. Oímos que e1

pide una cerveza... y que invita a bailar a


otra muchacha.

Telón. Oscuridad.
¡Oh!exclamó Lilí. ¡Qué hombre tan
tremendo!

Son asídijo Helena.

Bueno, yo nunca he conocido a un


hombre asídijo

Sigrid.

Eso es porque te has limitado a la clase


de los oficiales

contestó Alfred.

¿Crees que son mejores? preguntó


Helena.

No me gusta la obradijo Lilí en la


oscuridad.
Si Helena tuvo algo que obietar a mi
cambio de programa, yo no me enteré. Su
doncella y Meier habían llegado a

un acuerdo: el señor Ellis sería el anfitrión


en la cena del

Adlon a condición de que la princesa


Hohenstein invitara al

té en el Café Kranzler. Christoph y yo la


recogeríamos a ella.

Alfred traería a Sigrid y a Lilí en el tren.

¿El Café Kranzler?a Christoph le hizo


gracia la idea
cuando entró en mi habitación vestido de
smoking. Solían

frecuentar ese lugar los oficiales de la


Guardia. La conversación siempre giraba
alrededor de caballos de raza, perros de

raza, bailarinas de ballet de raza... más o


menos en ese orden. Es más bien
conmovedor el que a Helena siga
gustándole exhibirse allí.

Yo todavía estaba en mangas de camisa,


anudándome la

corbata.

Christoph, ¿por qué Bobby no viene al


teatro con nosotros?
163

¿Bobby? ¿Por qué tendría que venir con


nosotros?

Bueno... es el hermano, es tu amigo, tú


trabajas con

él... quiero decir... ¿no estamos dejándolo a


un lado? Le

pregunté a Lilí por qué no venía con


nosotros... pareció disgustada.

Christoph se sentó en el sillón de mimbre


y se puso a

observarme mientras yo luchaba con la


parajita. No dijo nada
durante un momento. Lo miré por el
espejo.

¿Estoy metiéndome en algo que no me


incumbe?pregunté.

Se frotó el mentón.

No. Es una pregunta natural. Debí


explicártelo antes.

Como sabes, a Bobby le gustan las chicas.


Bobby tiene montones de mujeres. Por
desgracia, la mayoría, y una en particular,
no son mujeres que su familia apruebe. En
otras palabras, él no puede llevarlas a su
casa. A Lilí no le permitirían

conocerlas. ¿No sucedería lo mismo en


Norteamérica?preguntó Christoph.
¿Sí o no? Pensé en ello.

Sucedió en la cuarta escena.

Al apagarse las luces, la orquesta toca la


melodía del comienzo. Un joven, solo, se
mueve afanosamente de un lado a

otro en un apartamento, prepara una botella


de brandy y dos

copas pequeñas, ambienta el aire con


perfume, mira en el cajoncito de la mesa de
noche y descubre una hebilla de concha

para el cabello, que mete en su bolsillo...


Cesa la música, la
mujer que entra lleva un velo tan tupido
que no podemos verle la cara, pero habla
detrás del velo: está asustada, puede
haberla visto alguien, sólo puede quedarse
cinco minutos, su

hermana está esperándola, ella ha cumplido


su promesa y ahora tiene que marcharse...
Pero, mientras habla, gradualmente

se quita el velo, después el abrigo, después


el sombrero, mira

a su alrededor, inspecciona el piso... El


nunca ha llevado allí

a nadie, ¿verdad? Acepta una copa de


brandy, muerde una

pera y se la ofrece en la boca... Poco


después están en el
dormitorio tremendamente excitados,
mientras él la ayuda a

desvestirse, descubre que ella no lleva


corsé...

Oscuridad, pero podemos oír las voces.

Nuevamente tengo problemas con el


dialecto, ya que no

puedo verles las caras, pero es evidente


que algo anda mal.

Voz de él:

164
Creo que te quiero demasiado.

Silencio.

¡He pasado todos estos días loco de


impaciencia! ¡Sabía que esto iba a suceder!

Voz de ella:

Oh, no te preocupes...

Claro que no. Es muy natural...

No, querido. No hagas eso, relájate, estás


nervioso...

y, a continuación, ella cuenta una larga


historia de Stendhal, acerca de un grupo de
oficiales de caballería que discuten sus
asuntos amorosos y que confiensan que, en
ciertas
ocasiones, se vuelven impotentes.

Me volví hacia Helena porque se reía


suavemente, cubriéndose la boca con la
mano, sin que yo, la verdad sea dicha,

pudiera entender lo que decían en la


oscuridad.

El no puede... sabes...

Lo sé, ¿pero qué dicen?

Ah, ella le riñe un poquito y él se está


poniendo furioso, ¡está muy bien hecho! El
está contándole una historia

acerca de una pareja que fue a la cama


durante seis noches

y no hicieron nada excepto llorar, porque


eran muy felices,

¿sabes?, y ellaHelena no pudo contener la


risay ella

dice, «¡Por supuesto! Ese es un caso


excepcional, y él

dice, «Oh, yo creí que Stendhal quería


decir que todos los

oficiales de caballería lloran en estas


ocasiones>. La chica

está atormentando de veras al pobre


individuo.

I)e reynte, una voz masculina se eleva de


entre el público:

Schweinereil
Y otra voz, de la misma procedencia,
delante y a la derecha de nosotros, se añade
a la primera:

¡Esto es un insulto judío a la femineidad


alemana!

Senti que Lilí, a mi lado, se crispaba en


su asiento como

si hubiera recibido una descarga eléctrica.


En seguida se inclinó, por delante de mi, y
habló con Helena.

Helena, ¿són judios?

Nodijo Helena, pero el autor síy en


seguida

gritó: ¡Silencio! ¡Fuera! tan alto que la


gente se volvió
para mirarnos.

Ahora mucha gente gritaba en la


oscuridad y algunos silbaban. Delante, un
grupo, formado por mujeres, canturreaba

al unísono:

Schweinerei! Schweinerei! Schwereinei!

Otras voces, desde toda la platea:

165

¡Silencio! ¡Cállense! ¡Que los echen!

Entonces se produjo un estallído, una


pequeña «plosión

en el pasillo de la derecha, y un olor


sulforoso a huevos podridos llenó el aire.
Una mujer gritó. Cuando se encendieron

las luces, vimos que el telón había bajado y


que, en todo el

teatro, había personas de pie que miraban a


su alrededor, sin

saber qué hacer.

La gente que gritaba «Schweinerei!»


parecia estar reunida en dos grupos: uno
delante de nosotros, a la derecha, el

otro en la galeria. Los de delante parecian


jóvenes. No iban
de etiqueta.

Estudialltes dijo Helena. ¡Llamen a la


policía!

¡Echenlos le aquí! gritaba Helena


desaforadamente.

¡Por Dios, Helena!Christoph y Alfred se


inclinaron

hacia ella, Sigrid segula como paralizada


de verguenza, y, delante de nosotros, todo
el mundo se volvió. Uno de los estudiantes
que gritaban salió al pasillo y avanzó hacia
nosotros.

Cabello rubio muy corto, rostro blanco


como la tiza y con

granos, saltones ojos azules aumentados


por gruesas gafas.

Tendría unos veinte años. Cuando se nos


acercó, Alfred, que

estaba del lado del pasillo, se puso de pie,


de modo que

Christoph y yo también nos levantamos.

¿Le parece ésta una obra adecuada para


señoras?preguntó el estudiante a Alfred en
voz baja. Detrás de e1, sus

compañeros seguian gritando


«Schweinerei» hacia el escennario. En la
galeria hubo un estrépito de sillas rotas y
de

alguien que caía. Otro grito.


No creo que nuestras señoras sean
responsabilidad suya

Dijo fríamente Alfred. Y creo que no nos


han presentado.

MiiIleranunció el estudiante, ¡estudiante


de jurisprudencia!

Alfred le miró de arriba abajo.

Waldsteindijo. Escritor.

En el rostro del estudiante apareció una


sonrisa insolente.

Dejó caer un poco las gafas y miró por


encima de ellas.

Oh, entiendo. El barón von Waldstein,


una de nuestras
grandes y nuevas figuras literarias. No
dudo de que usted tiene

un gusto altamente desarrollado por este


tipo de entretenimientos. ¿Quizás el autor
de esta obra sea pariente suyo?

Christoph se encogia para pasar por


delante de las rodillas de Sigrid y poder
situarse junto a Alfred, quien dijo:

El doctor Schnitzler no es pariente mio,


pero sería un

honor. . .

166
Christoph emitió un grito ensordecedor,
propio de una

plaza de armas:

¡ESTUDIANTE MULLER,
DESAPAREZCA INMEDIATAMENTE!y
el estudiante, literalmente, saltó. Todos

los rostros se volvieron. Los compañeros


de Miiller dejaron

de gritar y empezaron a agolparse en el


pasillo, pero no podían llegar hasta
nosotros porque el pasillo estaba lleno de

gente que procuraba salir. Christoph sacó a


relucir su bastón,

y Muller trató de alejarse unos pasos, pero


la multitud se lo
impedía.

Más ruidos llegaban desde la galeria:


más golpes y gritos,

todos estaban de pie para observar la pelea


que se libraba

all... Entonces, se abrieron violentamente


las puertas del fondo de la sala, oímos un
silbato penetrante y el lugar se llen6

de policias: relucientes gorras de cuero


negro, uniformes verdes con botones
plateados, relucientes botas de cuero: la

Schlltzpolizei de Berlín, empujaba lenta y


eficientemente infiltrándose por entre la
multitud...

Otro silbato y la voz potente de un


policia:

¡Todo el mundo a sus asientos!

Christoph se movió tan rápido que sólo


vi el salto por el

rabillo del ojo. Pasó por delante de Alfred


y salió al pasillo;

vi el bastón invertido que surcaba el aire y


oi gritar a Alfred:

Herr Machtmeister! ¡Por aqui! y acto


seguido vi

cómo el estudiante Muller se llevaba las


manos al cuello mientras Christoph lo
tiraba hacia atrás, enganchado en el mango

del bastón.
Dos policias se colocaron
inmediatamente entre ellos y,

cuando Alfred les explicó que aquél era


uno de los revoltosos,

esposaron a Muller y se lo llevaron por el


pasillo. Al pasar, el

joven nos miró. Se le habían caido las


gafas y no pudo vernos

bien, pero el odio ardía en su cara con tanta


intensidad que

me volvi instintivamente hacia Lilí. Esta


tenia los ojos cerrados y se mordía los
labios. No supe qué hacer, de modo que

no hice nada. Me limité a sentarme.


Todo el incidente duró apenas unos
minutos. Los acomodadores y el público
señalaron a los agitadores, la policía se

los llevó a rastras, el ruido cesó y sólo


quedó el olor a huevos

podridos.

Eres muy diestro con el bastóndije a


Christoph cuando volvimos a sentarnos,
pero nadie sonrió.

167
La Administración esperaba
problemasdijo Christoph,

todavía agitado. La policia llegó muy


pronto.

Alfred cabeceó. Estaba pálido.

Creo que será mejor que nos llevemos de


aquí a las

-hicasle dije a Christoph.

¡De ningún modo! dijo Helena. Si el


público se

va, estos cerdos habrán ganado la batalla.

En aquel preciso momento, apareció el


administrador en

el escenario. Cesaron las conversaciones.


El hombre era bajo

y estaba completamente calvo. Parecia


indescriptiblemente

triste.

Meine Damen und Herren... la


Administració lamentaba el incidente, un
reflejo de la inestabilidad de los

tiempos, de la intolerancia de ciertos


elementos de nuestra

sociedad. Si los espectadores lo permitian,


los actores continuarían. Levantó las
manos: ¿Qué hacemos?
Helena empezó a aplaudir, algunas
personas en la galeria

la imitaron, y la sala entera no tardó en


secundarles.

Sólo espero que no comiencen donde les


interrumpierondijo Helena, aplaudiendo
furiosamente.

No lo hicieron. Empezaron en la escena


siguiente: la joven

que había estado atormentando a su amante


está ahora con

su marido. Nuevamente un dormitorio y


una conversación de

alcoba, muy diferente, por cierto. El


marido se jacta de su

experiencia con otras mujeres, mujeres de


un tipo que su

esposa jamás podria ni siquiera imaginar;


él la hace prometer

que, si ella se entera alguna vez de que


alguna de sus amigas

tiene un asunto amoroso, la abandonará...


Pero no hablemos

de esas cosas ni de esa clase de gente,


criatura... yo amo a

una persona y ésa eres tú. ¡Sólo se puede


amar lo que conlleva

pureza y sinceridad! El se mete en la cama,


se apagan las

luces y, cuando se encienden otra vez, el


marido está terminando una suntuosa cena
en el reservado de un restaurante

elegante; y no está solo, está sentado en un


sofá al lado de

una muchacha que ha recogido en la calle.


A ella le gusta

la comida, ella le habla de su madre viuda,


de sus hermanitos

y hermanitas a quienes cuida en su casa, y


del muchacho que
le dio calabazas. El le dice que la ama, le
sirve vino... Ahora

arde tan sólo una vela...

Ah, ¿y si viene el camarero?

¡Ningún camarero entraría aquí ahora,


aunque su vida

dependiera de ello!

168

Cuando vuelven a encenderse las luces,


él insiste en que
vive en Graz y que sólo viene
ocasionalmente a Viena.

¡Oh, entonces, debes de estar


casado!anuncia la muchacha.

El se indigna. ¡Vaya idea! ¿No se sentiria


ella avergonzada de corromper a un
hombre casado?

Vamos, dice la muchacha. Tu esposa


seguramente está

haciendo lo mismo.

El estalla.

Ella ríe. ¡Crei que no estabas casado!

El se enfurece, pero ella es una buena


muchacha, volverá
a verlo, no espera otra cosa, y se ponen de
acuerdo para

buscar un lugar más íntimo la próxima vez.

Telón.

Realmente, éste es el peor de todos jo


Helena.

Tipico Sp.esser de clase mediadijo


Sigrid. Lilí no

diJo nada.

No recuerdo mucho las escenas


siguientes:
La muchacha del reservado visita a un
joven comediógrafo en su piso; el
comediógrafo pasa la noche con una actriz
famosa; la actriz recibe al conde, un
elegante y canoso

capitán de dragones, en su dormitorio lleno


de flores... Ella

lo regaña a causa de otra mujer... El quiere


concertar una

cita, cenar después de la función de esta


noche, pero la actriz

no quiere esperar tanto. Al igual que la


muchacha del reservado, el conde tiene
miedo de que pueda entrar alguien.

La puerta no se abre desde afuerale


asegura ella.
El todavía se resiste: ¿amor a la luz del
día?

Cierra los ojos, sugiere ella, haz cuenta


de que es de noche... Los dos
despreocupados libertinos parecian divertir
a

Helena y Christoph, que reía a cada frase.


Sigrid y Alfred

también parecían entretenidos. Lilí miró a


Helena, sólo un

instante, y en seguida volvió a mirar el


escenario, sin cambiar de expresión.

Las luces se encienden nuevamente, el


conde, abotonándose el uniforme y
colgando la espada, todavía quiere
concertar una cita para cenar... ¡pasado
mañana!

Christoph y Helena reían a carcajadas.

¿De veras pensabas que podías


representar a todas esas

mujeres?preguntó Christoph.

¿Por qué no? replicó Helena.

169

Eres una engreída murmuró Christop,


pero te

amo.
¡Cierra el pico, Herr Oberleutnant!

Fue la primera vez en que oí a uno de los


dos expresar

afecto delante de mi.

En la última escena, el circulo se cierra.


Son las seis de la

mañana en el pequeño y paupérrimo


dormitorio de Leocadia,

la prostituta de la primera esce. Sus ropas


están desparramadas por toda la habitación
y ella está en la cama, profundamente
dormida, con la cabeza y los brazos
desnudos a la

vista.

En el sofá está el conde, completamente


vestido, con abrigo, las botas cruzadas,
también dormido. Copas semivacias.

Una jarra de cerveza ya muy pasada.

El conde se incorpora, se estira y gime,


trata de recordar

dónde está y qué ha sucedido. Resaca.


Habla consigo mismo,

admira a la muchacha dormida:

Me parece que el sueño nos hace a todos


iguales, como
la muerte, hermana del sueño...

Pero no puede recordar si ha hecho algo.


Al principio,

esto le inquieta y molesta, pero después


parece gustarle más

la idea de que no ha hecho nada. Pone


algunas monedas sobre

la mesita de noche y empieza a retirarse.


La muchacha se mueve. ¿A quién me
recuerda? Una muchacha moviéndose en

sueños, moviendo lánguidamente los


brazos, estirando los brazos desnudos,
todavía con los ojos cerrados. ¿Quién? La
muchacha está despierta. Charlan
despreocupadamente, él hace
la pregunta habitual: «¿cómo una
muchacha tan buena como

tú?». El cree que ella le recuerda a alguien.

¿A quién? ¡También a mí me recuerda a


alguien!

La besa en los ojos, pregunta si alguien


más la ha dejado

sin... No, dice ella orgullosamente, nunca


me ha sucedido.

Bueno, ¿creías que no me


gustabas?pregunta el conde.

Anoche te gustaba muchoy él parece


decepcionado

al enterarse de que, borracho como estaba,


lo hizo en el sofá.

Se incorpora para marcharse, una criada le


abre la puerta, él

le da una propina y dice:

Buenas noches.

¡Buenos lías, señor!

{)h, sí, por supuesto, buenos días.


¡Buenos días!

Telón.

170
Fuertes y prolongados aplausos.

La obra ha terminado, y ya sé a quién me


recuerda.

Todavla llovía a cántaros y tuvimos la


suerte de conseguir

un taxi frente a la puerta dd teatro.


Christoph se sentó delante con el
conductor, Alfred entre Hdena y Sigrid en
d

asiento trasero, Lilí y yo en los asientos


abatibles.

Peter, ¿qué te ha parecido?preguntó


Alfred

¿Qué me ha parecido? Bueno...empecé,


pero Helena

me interrumpió.

En realidad, tú no puedes entender lo


mejor de la obra,

porque lo mejor de todo es el patois, las


expresiones que

utilizan, pura Viena. Todos los diferentes


niveles de la soci

dad, desde la pequeña prostituta hasta el


conde. Todos están

bien, cada persona habla de forma


diferente, pero todos son
Viena. Mi intención era reescribir toda la
obra con acentos

berlineses, pero entonces, daro, no hubiera


sido Schnitzler.

Tuve alguna dificultad con el


dialectoadmití, pero

creo que he comprendido la idea general.

¿Pero la obra te gustó? preguntó Alfred.


Senti que

todos me estaban observando. ¿Serla


amable o sincero?

Bueno, creo que no muchola mano


pequeña y fría

de Lilí tomó la mia en la oscuridad.


¡Yo la detesto! dijo dla. Todos se utilizan
unos

a otros. ¡Como animales! Todos se


mienten, todos se engañan, los hombres
dicen cualquier cosa para hacer que las
mujeres caigan y, cuando han terminado,
pierden el interés...

Pero a veces son las mujeresle recordó


Alfred. La

actriz, la trotacalles...

Creo que eran todos detestables - dijo


Sigrid. Yo

estoy de acuerdo con Lilí. ¿Por qué escribir


una obra sobre

gente tan repugnante?


Porque la gente es asídijo Helena.

¿La gente es asi?preguntó Lilí. ¿De


veras?

Pero, antes de que nadie pudiera


responder, nos distraiimos.

El taxi se había detenido debido al


intenso tráfico alrededor de la iglesia
conmemorativa dd Kaiser
Guillermoautomóviles, multitudes de gente
con paraguas, las brillantes luces

dd Kurfurstendamm.

¿Qué estamos haciendo aquí? preguntó


Helena irritada. ¿Por qué no hemos ido
directamente, cruzando el Tiergarten?
171

Entonces oímos la cantinela de un grupo


bastante numeroso de jóvenes que salían
de una cerveceria, más o menos

marcando el paso, o intentándolo, con la


cabeza descubierta,

por las aceras atestadas,empujando a la


gente con paraguas,

cruzando la calle justo delante de nuestro


taxi, todos cantandoaullandola misma
canción. No alcancé a entender

las palabras excepto algo acerca de


Walther Rathenau...»
Lilí soltó mi mano... En seguida se
alejaron, también se perdieron sus voces, el
tráfico empezó a moverse, y nadie en

el taxi dijo una palabra durante lo que


parecieron varios minutos.

Creo que sólo fueron segundos. Lilí se


habla cubierto la

cara con las manos y Sigrid se inclinó


hacia adelante y la

rodeó con sus brazos.

Son tonterias, querida. Sólo política.

¡Son unos cerdos! - dijo Christoph desde


el asiento

delantero. Exactamente iguales a los del


teatro.

No has entendido, ¿verdad?me preguntó


Helena.

Negué con la cabeza.

Una nueva canción marcial, inventada


por los del Freikorps. Todas las cosas que
habria que hacer al canciller Wirth

y a su gabinete. Los últimos versos dicen:

Knallt ab den Walther Rathenau

Die goffverdammte Judensau!


que significa:

¡Abajo Walter Rathenau

El maldito cerdo judío!

¿Eso es realmente necesario, Helena?


Sigrid seguía

abrazada a Lilí.

El conductor del taxi, Christoph y Alfred,


todos miraban

directamente al frente.

Sí - dijo Helena. Creo que él tiene que


saberlo.

Nadie dijo nada hasta que el portero del


hotel Adlon salió corriendo de debajo de la
gran marquesina con sus paraguas.

Mi cena fue un desastre.

Nos hicieron esperar un momento,


porque el maitre pareció confundido
cuando vio a Alfred y a Helena en mi
grupo.

172
noté que todos miraban hacia el enorme y
brillante salón,

con manteles blancos, arañas de cristal,


candelabros y la orquesta en frac tocando
música de baile. Entonces, Helena se

dirigió a mí:

Las damas se retiran un momento dijo, y


las tres

desaparecieron.

¿No habrían podido esperar a que


pidiéramos? Pero, en

aquel instante, mientras seguíamos al


maitre dentro del salón,
vi que Bobby von Waldstein, en frac,
estaba sentado a una

mesa, en un rincón distante, con una joven


muy hermosa.

El maitre señaló nuestra mesa.

Por favor, caballeros pero yo miraba a


Christoph,

quien a su vez miraba a Alfred.

¿Qué hacemos?

VamosAlfred dijo algo al maitre, me


tomó de un codo

y me hizo cruzar el salón, hasta la mesa de


Bobby, quien ya
se levantaba.

La muchacha era rubia y muy joven, no


mucho mayor que

Lilí. Sus ojos azul claro nos miraron


tranquilamente, quizá

con un poco de suspicacia, pero sonrió


cuando Alfred y Christoph se adelantaron,
se inclinaron sobre su mano y me
presentaron: condesa de algo ruso, no
entendí el apellido. Ellos la

llamaron Kyra.

Alfred explicó dónde habíamos estado y


que yo, amablemente, les había invitado a
cenar... Bobby sonrió con su

pequeña sonrisa amable y dijo que era una


lástima (miró su

reloj), pero tenian que marcharse y no


podian unirse a nosotros porque tenían otro
compromiso. La hermosa sonrisa de

Kyra desapareció, ella se puso colorada, se


mordió el labio,

miró la botella de champán casi llena que


estaba en el

cubo de hielo junto a la mesa) se levantó


sin decir palabra

y se dirigió a la puerta, seguida de Bobby,


quien llevaba su

abrigo, sonriendo, despidiéndose de


nosotros y dándose prisa
por alcanzarla.

La orquesta tocaba y la gente pasaba


junto a nosotros

hacia la pista de baile. Volvimos a nuestra


mesa en silencio.

Os pido disculpasdije, pero no sabia...

¿Cómo ibas a saberlo?dijo Alfred.


Nuestros problemas son nuestros
problemas. ¡Y parece que tú ya has tenido
una buena dosis esta noche!

Por favordijo Christoph, dejemos que


Helena se

ocupe de los asuntos sociales.

¿Puedo hacer una pregunta? insinué yo.


Esa mu

173

chacha, ¿de veras es condesa? ¡Es


encantadora! ¿Qué hay de

malo en ella?

Un momento de silencio.

¿Sabes quiénes son los rusos blancos?


preguntó Alfred. Berlín está lleno de ellos
y la mayoria lo ha perdido

todo. El padre de Kyra era coronel de


caballeria en Denikin.

Lo mataron los rojos, creo que en Ucrania,


en mil novecientos

diecinueve. Ella vive sola con su madre.


No tienen un céntimo. Cuando Bobby la
conoció, cantaba canciones folklóricas

en un dub nocturno ruso... Pero eso no era


todo lo que hacia. Ahora depende
completamente de Bobby, lo mismo que

su madre.

Pero. . .

Pero, en Rusia, en época de los zares, esa


joven y su

madre no habrian dirigido la palabra a un


Herr Waldstein

banquero. ¿Comprendes a qué me refiero?


Asentí.

Por lo tanto, mi familia... no está


exactamente entusiasmada con esta
condesita, aunque, como tú dices, es
hermosa y encantadora... No estamos muy
dispuestos a recibirla

con los brazos abiertos.

Entonces, alzaron la vista y se pusiçron


en pie. Las damas

volvian.

Fue un desastre. Como anfitrión, yo


hubiera tenido que

dar el tono, contar anécdotas, hacer


bromas, animar a todo
el mundo... pero no sé cómo hacerlo.

Christoph y Helena hicieron todo lo


posible, insistiçron

en que todos empezáramos con champán,


después supervisaron los pedidos (todos
pidieron algo «ligero»: salmón ahumado,
sopa o tortilla) y yo saqué a bailar a Lilí.

¿Ya tienes tu respuesta acerca de Bobby?


preguntó

Lilí, moviéndose con su gracia habitual al


compás de un foxtrot de Marik Weber.

Es una chica preciosa -dije.

Sí. Se aNesta con los hombres por


dinero. Podría hacçr
otra escena de Reigen.

Me he disNlpado con Alfred, ahora te


pido disNlpas

a ti, pero yo no sabia...

Claro que no, ¿c6mo ibas a...? Peter, crço


que, después

de cenar, nos iremos a casa. ¿No te


importa, verdad? Nada

tiene que ver contigo, pero ha sido... no ha


sido una noche

agradable. ¿Comprendes?

Claro. Espero que la próxima vez sea


mejor.
Me miró con sus ojos negros como el
carbón y sonri6.

174

Si ijo. La próxima vez será mejor.


¿Vendrás temprano el domingo?

Nos separamos bajo la lluvia, delante del


Adlon. El portero y dos botones nos
protegieron con paraguas mientras nos

dirigimos hacia los taxis que esperaban.


Alfred dobló la esquina con Sigrid y Lilí,
camino de la estación de Friedrichstrasse.
Christoph llevó a casa a Helena. Armaron
bastante alboroto para que yo les
acompañase sólo una copa más

pero no tenia muchas ganas y creo que


ellos tampoco, de

modo que me despedí y corrí hacia el


tercer taxi de la fila.

Cuando entré en Villa Keith, sólo estaba


encendida la luz

del vestíbulo de la planta baja. Obviamente


Kaspar había

salido y los demás dormían. Me sentía de


pésimo humor y
traté de descubrir el motivo. ¿Había sido la
obra de teatro?

¿La reacción de Lilí ante la obra? ¿La


violencia de los estudiantes nacionalistas,
la canción acerca de Rathenau, o la
expresión de la muchacha rusa cuando se
levantó y se marchó?

Fui al Narto de baño, me mojé la cara,


volvi a la habitación, me puse el pijama,
me acosté y apagué la luz. Pero

no me dormí. Hubiera sido mejor que lo


hiciera.

Llevaba alrededor de veinte minutos


despierto en la oscuridad, Nando oi el
sordo y grave ronroneo de un poderoso

automóvil. El coche parecia dar la vuelta


por detrás de la

casa, directamente debajo de mi ventana.


Nunca había visto

un automóvil allí abajo. Me levanté de la


cama y espié a

través de las cortinas.

175

Libro segundo

Lo que ocurrió
n¿stración de la página anferior: Max
Pechstein, Pescador borracbo II,

grabado en madera, 1912, colecuón dd


Museo de Arte Moderno, Nueva York.

Jueves, 15 de junio de 1922

Estaba desayunando solo cuando


llegaron ellos. No sé cómo

llegaron allí; no oi ningún taxi, de modo


que, sin duda, vinieron andando desde la
parada del tranvía. No entraron por
la puerta delantera. Primero debieron de ir
al establo, porque

les oí entrar por la puerta de la cocina y,


acto seguido, la

voz de Kaspar llamando a los criados. No


alcancé a comprender las palabras exactas
pero, por supuesto, el significado fue
bastante claro. Contuve el aliento y palpé
el duro y

pequeño revólver a través de la tela de mi


chaqueta, aunque

no tenía por qué preocuparme: la palabra


del Herr Oberleutnant aún era ley en Villa
Keith. Los Meier nada dijeron, y,

poco después, Kaspar irrumpió en el


comedor, con Tillessen
pisándoles los talones.

Buenos díasdije.

Buenos díasdijo Kaspar. ¿Dónde está el


automóvil?

¿Qué automóvil?

¡El Austro-Daimler que dejamos anoche


en el establo!

¿Dónde está?

Negué con la cabeza mientras me


preguntaba a mi mismo

si podria desentenderme del asunto y noté


un cambio en sus

expresiones. El rostro pálido de Kaspar


estaba desencajado,

los ojos dilatados de miedo. Tillessen, más


alto, muy oficial

de Marina, me miraba con helada


sospecha. Tillessen no creería una sola
palabra de lo que yo le dijera.

Kaspar, anoche estuvimos fuera hasta


muy tarde y no

sé nada de ningún automóvil en el establo.


No sabia que

tuviérais automóvil.

No es míoexclamó Kaspar, pero


Tillessen le contuvo,

poniéndole una mano en el hombro, y le


interrumpió:

Discúlpeme, señor, pero ¿puedo


preguntar a qué hora

volvieron anoche?

179

No sé «actamente... Fuimos al teatro y


después a

cenar y a bailar...éste podría haber sido el


momento peor,

porque, si habían estado en la casa, habrían


podido haber
visto mi abrigo y mi sombrero en el
guardarropa del vestíbulo, pero estaba casi
seguro de que no habían entrado en

la casa. Creo que debió ser después de las


tres.

¿Ah, sí? ¿Tan tarde? ¿Y vino usted con


el Oberleutnant Keith?

No, él volvió más tarde.

Oh, más tarde aún. Y ahpra el


mayordomo nos dice

que ya se ha ido al banco.

Supongo. Tiene un horario de banquero.


Ya sabe.

Al parecer, el horario de banquero no


tiene en Alemania

la misma connotación. Ambos se miraron


fijamente un momento, realmente
desconcertados. Entonces, a Tillessen se le

ocurrió una idea que probablemente no


había salido de su

cabeza y que bien podía llegar a incidir en


lo que pudiera

(o no pudiera) ocurrir más tarde.

Señor, ¿puedo preguntarle si estuvo usted


en la guerra?

i, señor.

¿Ofidal norteamericano?
No, señor.

Conductor de ambulanciadijo Kaspar,


con cierto tono

despectivo. Al parecer, Tillessen no lo


creyó.

¿Puedo preguntarle su grado en el


ejército americano?

No tuve tuve ningún grado en el ejército


norteamericano

porque no estuve en el ejército


norteamericano. Fui un voluntario civil al
servicio de los franceses. Aquí su colega lo

sabe todo. Por cierto, si dejaron un


automóvil en el establo
de los Keith anoche, y el coche ya no está
allí, se me ocurre

que habría que llamar a la policía. Quiero


decir que es lo que

haríamos en mi país.

Por entonces, había adoptado una actitud


de indignación

que me dio mayor aplomo para decirles tan


descarada mentira.

Por supuesto, lo notificaremos


inmediatamente a la policíadijo Kaspar.
Tillessen lo miró sin expresión.

Bueno, es lo que yo haría -dije, y me


percaté de que
Christoph había estado en lo cierto al
pensar que no habían

contado detalle alguno a Kaspar, porque


era demasiado joven,

demasiado inexperto, y probablemente no


lo bastante frío para

aquella clase de trabajo. El teléfono está en


la despensa.

¿Crees que no sé dónde está el teléfono


en mi propia

180
casa? el rostro de Kaspar se volvia
carmesi, y a Tillessen

no le gustaba nada la conversación.

En Alemania, no se acostumbra llamar


por teléfono a

la policia cuando no se trata de una


emergenciame informó. Iremos ahora
personalmente a la comisaria e
informaremos de la situación.

Bueno, Kaspar parece pensar que se trata


de una emergencia, pero, por supuesto, es
cosa suya.

Subi a mi habitación y puse el revólver


en el cajón de mi

mesita de noche. Había sobrevivido a la


guerra sin un arma

nosotros no las llevávamos, pero, después


de que me

dejaron salir del hospital, compré una


Smith & Wesson 32,

de cañón corto. Fui un sábado a la granja


de un amigo y

disparé sobre latas vacías hasta que las


explosiones dejaron

de asustarme. No había utilizado el arma


desde entonces pero

la conservaba, y, aquella mañana,


temprano, la saqué del

fondo de mi maleta, la cargué y me la puse


en el bolsillo. Me

hacía sentir un poco mejor, pero no mucho.

¿Qué hacía yo en la bañera a las nueve


de la mañana?

Pensaba en mi conversación con Christoph


mientras volviamos paseando del
Grunewald, al amanecer. Me sentia
demasiado «citado para dormir, no quería
encontrarme con Meier

y no había dempo para viajar hasta casa de


Falke, en Neukolln, porque había
promeddo almorzar con Christoph en d
centro. De modo que tomé un baño
caliente.

Los bosques alemanes no se parecen a


los bosques norteamericanos. La gente
acostumbra a recoger cada rama y cada

piña porque las necesita como combusdble.


No dejan crecer

malezas ni arbustos. El Grunewald, en el


extremo de la ciudad,

y el Tiergarten, en el centro, están


pulcramente cuidados,

como jardines.

La lluvia había cesado y, entre los


troncos altos y negros
de los árboles, el cielo empezaba a aclarar.
Christoph cojeaba y no seguía un sendero,
sino que caminaba bosque a través, seguro
de su camino. No dijo una palabra hasta
que

hubimos recomdo unos quinientos metros.

Quiero darte las gracias.

No es necesario...

... y pedirte que me ayudes otra vez.


Necesitaré mucha

ayuda. No te la pediría si no tuviera que


hacerlo, pero es mi

deber. No puedo hacerlo sin tu ayuda,


Peter.
Bueno, por supuesto, haré cualquier cosa
que...

181

Cuando vi el automóvil, tomé una


decisión. Tengo que

sacar a mi hermano de esto. Cómo sea.


Pero no sé exactamente de qué modo.

¿Sacarlo de qué?

Van a matar a Rathenau.

¿Quieres decir... Tillessen?


Quizá no Tillessen personalmente, pero
está en el grupo.

¿Cómo lo sabes?

Bueno, simplemente lo sé. El está en la


O.C.

No quisiste decirme...

rganización Cónsul. No me preguntes


qué significa el

nombre. No significa nada. Son


nacionalistas extremistas, exmiembros del
Freikorps, en su mayoria gente de
Ehrhardt.

Se cree que el mismo Ehrhardt es el


«Cónsul». Ahora, tienen
su base de operaciones en Munich. El
Gobierno bávaro los

protege del Gobierno federal. Reciben


dinero de banqueros e

industriales temerosos del socialismo y del


comunismo. Y matan a personas. ¿Conoces
la palabra Feme? Viene de la Edad

Media. Tribunales de honor secretos,


Femegerichte. Hacen juicios secretos y
condenan a muerte a personas que han
violado su código de honor, o simplemente
a enemigos politicos.

Eso es lo que la O.C. está haciendo a los


que creen han

traicionado a Alemania, hombres que


firmaron la paz con los
aliados, hombres que están gobernando la
República. Han matado ya a muchos. El
más célebre fue Matthias Erzberger, el

verano pasado. ¿No te he hablado de eso...


del hermano de

Tillessen?

Si, pero ¿cómo sabes. . . ?

¡Lo sé! Lo siento en los huesos. Matarán


a Rathenau.

Entonces deberíamos detenerlos.

No se puede. No hay modo de


detenerlos. Todo el mundo ha advertido a
Rathenau. No quiere tomar precauciones,

no acepta guardaespaldas, se desplaza en


un automóvil descapotado... No hay forma
de detenerlos, pero no quiero ver

complicado a mi hermano, mi apellido, el


apellido de mi padre. ..

Se detuvo un momento para recobrar el


aliento.

Pero ¿y si Kaspar ya estuviera


complicado...?

Christoph negó con la cabeza.

No creo que le hayan dicho nada. No


seria seguro. Habla demasiado, bebe
demasiado, es demasiado joven e
impulsivo. Lo están utilizando. Necesitan
un lugar tranquilo para

alojar a sus hombres, un lugar tranquilo


para ocultar el automóvil... ¿Sabes que la
casa de Rathenau sólo está a unas man

182

zanas de la nuestra? Yo creo que a Kaspar


le han dicho que

tienen una misión secreta, instrucciones


selladas, o algo semejante. Son gente de la
Marina, y la gente de la Marina siempre

está dando o recibiendo órdenes que sólo


se conocen en alta

mar... ¿entiendes lo que quiero decir? Debo


sacarle de esto.

Antes de que sea demasiado tarde.


¿Por la fuerza?

Sí, claro. No habria otra forma.

¿Te refieres a un secuestro, o algo


parecido?

Si, algo asi, pero no sé exactamente


cómo. Ya lo ves,

necesito tu ayuda. Les hemos destruido el


automóvil, tendrán

que encontrar otro. No es tan fácil


encontrar un coche grande

y rápido, y resulta muy caro. Estarán


ocupados, y ésta es la

última ocasión de sacar a Kaspar de esto.


¿Me ayudarás?
Puede ser peligroso.

¿Qué podía decir yo? Los pájaros


cantaban cuando salimos del bosque, pero,
en las calles suburbanas, bordeadas de

casas con las ventanas cerradas, aún


estaban encendidos los

faroles.

Accedí a reunirme con Christoph en un


restaurante llamado Lutter, frente al
Gendarmenmarkt y a la welta de la

esquina de su oficina. El lugar era muy


antiguo y estaba muy
oscuro y concurrido. Olia a vino, a
salchichas y a choucroute.

Christoph había reservado ya una mesa en


un rincón, donde

estaba sentado con un hombre a quien no


reconoci inmediatamente.

¿Recuerdas a Hans Kowalski?dijo


Christoph cuando

se levantaron para saludarme. Nuestro


anfitrión en aquella

noche ruidosa en el Nollendorf Platz, mi


compañero detrás de

las alambradas de La Rochelle.

Kowalski me recordaba y recordaba


también nuestros esfuerzos por traducir al
inglés la canción de Brecht sobre las

enfermedades venéreas.

Se acercó un camarero ya muy viejo.


Chaqueta negra y

delantal blanco hasta los tobillos. Me


aconsejaron lo que debia

pedir. Observé a Christoph mientras


hablaba con el camarero.

Había trabajado todo el miércoles y pasado


la noche en el

teatro y el Adlon, luego, el resto de la


noche en casa de Helenay en el
Grunewald, y ahora habla trabajado
nuevamente
toda la mañana. No se notaba. Cuando el
camarero se retiró,

se dirigió a mI.

Peter, he tomado fondos de tu cuenta. Le


dije a Hans

183

que necesitábamos su ayuda y que tú nos


ofrecerías un buen

almuerzo aquí.

¿Era aquello lo que quería discutir en un


restaurante?
¿Por qué no estábamos tras una de aquellas
puertas dobles

de Waldstein & Co.? Me leyó el


pensamiento.

No te preocupes, aquí todos gritan


hablando de la Bol

sa, y nosotros hablaremos en voz baja. Te


preguntas por qué

está Hans aquí y Hans se pregunta lo


mismo.

El camarero nos sirvió bollos,


mantequilla, copas y una

botella de vino del Rhin. Descorckó la


botella, sirvió el vino;
observamos la ceremonia. El camarero se
marchó.

Caballerosdijo Christoph, a la salud de


los viejos

camaradas.

Alzamos nuestras copas.

A la salud de los viejos camaradasel vino


era demasiado dulce para mí.

¡Qué años los de La Rochelle!dijo


Christoph. OíamoS hablar mucho del
brillante hermano de Kowalski, el quimico
investigador, que trabajaba en el desarrollo
de sucedáneos de la morfina. ¿Todavía se
ocupa de eso? preguntó

Christoph.
Sídijo Kowalski, tan intrigado como yo.
Su hermano trabajaba en la empresa Bayer,
allí estaban perfeccionando

barbitúricos que no creaban adicción como


la morfina...

Ellis quiso administrarme morfina en


Verdún, cuando

se estrelló el avión, pero yo tenía tanto


miedo a la morfina

que preferí soportar el dolor... y dolía


como el demonio.

miró el blanco mantel y habló muy


quedamente. Hans,

necesitamos un poco de esa sustancia en


que está trabajando
tu hermano, la necesitamos
inmediatamente y no nos preguntes para
quéalzó la vista. ¿De acuerdo?

Se miraron fijamente.

No es para Ellis y no es para vendérsela a


nadie. Mientras menos sepas tú, mejor.
Pagaremos en dólares y nadie se

enterará.

Llegó el camarero con platos de sardinas


a la Bismarck

y rodajas de pepinos en salsa agria.


Empezamos a comer en

silencio.

Decidi hacer una pregunta.


¿Pueden inyectarse esas sustancias
sintéticas? Se puede

inyectar morfina con una jeringa


hipodérmica, pero...

El entiende el problemadijo Christoph.


No podemos utilizar píldoras. ¿Significa
eso que debemos emplear

morfina?

184

Kowalski tenía la boca llena.

No tengo ni idea. Trataré de averiguarlo,


pero no va a

ser fácil. Mi hermano se encuentra en


Leverkusen, es allí

donde están los laboratorios.

¿Leverkusen? a Christoph no le gustó


aquello.

Cerca de Colonia, ¿verdad? Donde están


los ingleses. ¿Puedes llegar allí?

Creo que sí, pero me llevará varios días


ir y volver.

Si tenéis mucha prisa, aquí en Berlín, hay


morfina en abundancia. Ya lo sabes.

Christoph bebió su vino reflexivamente.


Tengo mucha prisa... pero odio la idea de
la morfina.

Supongo que podemos esperar un par de


dias.

Volvió el camarero, retiró las sardinas y


nos sirvió humeantes salchichas de ternera,
col fermentada y patatas hervidas en
fuentes enormes. Volvieron a llenar las
copas. El camarero se alejó. Comimos.

Tras una pausa, Kowalski dijo:

Muy bien, de acuerdo.

¿Irás a Leverkusen?

Sé que te debo algo. Si voy,


¿quedaremos en paz?
Por supuesto.

Entonces debo ir, ¿verdad? se volvió


hacia mí.

¿Cuánto necesitáis?

El no lo sabe - dijo Christoph. Y yo


tampoco. Tu

hermano lo sabrá. Lo suficiente como para


mantener a un

hombre joven y fuerte dormido durante...


¿varias semanas?

«Varias semanas» Kowalski negó con la


cabeza.

Ah, puede hacerse -dije yo. A mi me lo


hicieron.
Todos los ojos se clavaron en mí. ¿Era
necesario aquello? ¿Estoy bebido?

Sí, de veras lo hicieron bebí de un sorbo


lo que

quedaba en la copa y sentí que la cara se


me ponía roja y

que el vino se diluia en sangre.

¿Dormido del todo?preguntó Chistoph


quedamente.

No. Con sueño intermitente, somnolencia


general, estupor, la mayor parte del tiempo,
uno no sabe si está dormido o despierto.

¿Podías comer? ¿Ibas al lavabo?

De alguna forma me alimentaban. A


veces utilizaban

orinales, a veces me ayudaban a ir al


lavabo. Tenían que sostenermesacudí la
cabeza para hacer desaparecer las
imágenes y me puse a pelar una de las
salchichas con el cuchillo

y el tenedor, según lo estaban haciendo


ellos.

185

Terminamos de comer. El camarero nos


ofreció más vino,

que reshazamos. Un carrito cargado de


postres se acercó a la

mesa; fresas frescas, melocotones en


tajadas, tartas de frambuesa, tres clases
distintas de pastel de chocolate... Yo no

podía comer más, pero observé la


expresión de Kowalski cuando vio el
carrito y me di cuenta de que no tomaria
nada si no

lo haciamos nosotros, de modo que insisti


en que todos tomáramos postre.

Cuando nos hubieron servido el café y


quedamos nuevamente solos, Kowalski
dijo:

¿Habéis hablado de un pago en dólares?

Christoph asintió.
Están en mi bolsillo... y estarán en el
tuyo antes de

que demos una vuelta alrededor del


Gendarmenmarkt. Son

de Ellis, no hace falta decirlo. Cien


dólares. Según la cotización de esta
mañana, son unos treinta mil marcos...
Pero por

este precio, Hans, necesitamos algo más.


Necesitamos una botella pequeña de
cloroformo.

Kowalski terminó la tarta de frambuesa y


el café. Cuando

dejó la taza, preguntó:

Esto es algo político, ¿verdad?


Sabes que yo no me meto en política -
dijo Christoph.

Podría ser mejor para nuestro país si lo


hicieras ijo

Kowalsh.

Christoph sonrió.

De todos modos, tus compañeros no


confiarian en rní.

Entonces, sonrió Kowalski por primera


vez.

Pero el Aguila coja de La Rochelle aún


confia en sus

viejos compañeros. Muy bien, caballeros,


trataré de conseguir
lo que necesitáisse volvió hacia mi. Y
gracias por la

mejor comida que he tomado en... hizo una


pausa para

pensar, sonrió otra vez...en años.

Kaspar llegó mientras yo desayunaba y


Tillessen estaba

con el.

Lo sé. Meier me telefoneó. ¿Qué te


dijeron?

Se lo conté. Estábamos sentados en un


banco de hierro

del Gendammenmarkt, frente a la iglesia


francesa. Christoph

se había quitado el sombrero, estiraba las


piemas y cerraba

los ojos para protegerlos del sol de las


primeras horas de la

tarde.

¿Cree Tillessen que eres agente


norteamericano? Eso

podría ser conveniente. Estos individuos


quieren destruir la
186

República, pero respetan al poder


norteamericano. Tal vez

se mantengan alejados de ti. Ya veremos.

Estuvimos sentados unos minutos al sol.


Después, dijo:

Tengo que volver a trabajar. Me caigo de


sueño. Gracias por el almuerzo.

Christoph, ¿por qué tuvimos que hacerlo


en un restaurante? ¿Por qué no utilizamos
una de las habitaaones de

tu banco?
El abrió un ojo.

Adivina.

¿No quieres que los Waldstein se enteren


de esto?

No quiero complicar a los Waldstein bajo


ningún concepto.

La comida, el vino y el sol me produáan


somnolenaa,

pero entonces flotó algo por mi memoria


que, de pronto, afloro a la superfiae.

Háblame del padre de Helenadije.

Christoph se incorporó, se frotó los ojos


y me miró.
¿Dónde viste al padre de Helena?

En Havelblick, en el almuerzo.

Ah, si. Bien, ¿qué quieres que te cuente?

¿Qué hace?

¿Qué hace? Expresa opiniones Christoph


volvió a recostarse en el respaldo y cerró
los ojos. Parecía cansado.

¿Qué quieres dear con eso? ¿Cuál es su


trabajo?

No tiene trabajo, es rentista. Vive de las


rentas que le

producen sus inversiones. De joven, heredó


un periódico semanal de gran acogida,
fundado por su padre, o sea el abuelo
de Helena. Waldsteins Woche. «Semana de
Waldstein». Pero

todo el mundo lo llamaba Waldsteins


Stimme, «La Voz de

Waldstein».

¿Ese era el poeta?

No, el hijo del poeta. El poeta tenia una


revista literaria mensual.

Me estoy liando.

No tiene importancia, el hecho es que el


padre de Helena era el dueño de este
periódico sumamente respetado;

tenían los mejores redactores, publicaban


articulos sobre libros,
teatro y política, nunca ganaron mucho
dinero, pero formaban

opinión. ¿Comprendes? Una opinión de la


alta burguesla ilustrada, y eso le daba a él,
y en aerto modo a toda la familia,

aerta posiaón en la ciudad... de hecho, en


todo el país.

La gente lo leia, quiero dear que todavia lo


lee, en Hamburgo, Hannover, Munich, las
universidades...

187

¿Aún existe?
Oh, si, y más próspero que nunca. Pero
no pertenece

a los Waldstein, porque el padre de Helena


lo vendió a la

cadena de los Ullstein. ¿Los conoces?


También son judios.

Son dueños de muchos periódicos y


revistas, editan libros...

Naturalmente, conservan el nombre... ¡pero


ahora todos lo

llaman «La Voz de Ullstein»!

¿Por qué lo vendió?

¿Por qué? Buena pregunta. Porque


necesitaba dinero,
supongo. Su padre, su abuelo, tuvieron ese
famoso apellido,

pero nunca tuvieron dinero como sus


primos del banco. Ningún castillo sobre el
Havel, ningún título, ninguna plaza en

regimientos de húsares... y creo que eso, al


padre de Helena,

de joven, no le gustaba. El pariente pobre,


el invitado a las

fiestas. Entonces, llegaron los Ullstein,


deseosos de prestigio

para su emporio, y le ofrecieron tanto


dinero como para que

fuera rico durante el resto de su vida... Fue


probablemente una equivocación. Aunque
pudo casar a Helena con un

príncipe. Si Helena tenia un hijo, él seria


abuelo de un príncipe. Pero Helena no tuvo
hijos, su principe murió en las

primeras semanas de la guerra y, después,


los austríacos no

sólo perdieron la guerra, sino que, por


añadidura, abolieron

su nobleza. Y así, el padre de Helena no es


más que un

hombre rico cualquiera. Lee mucho, piensa


mucho y habla

mucho, pero nadie le presta atención. Ya


no es opinión. Y
ahora, los primos banqueros tienen a
Alfred, escritor famoso,

premio Kleist, traducciones al francés y al


inglés... El padre

de Helena se siente desdichado.

No le gusta Walther Rathenaudije.

No, no le gusta. Tienen exactamente la


misma edad,

fueron a los mismos colegios, sus


antecedentes son muy parecidos, ambos
heredaron la fortuna del padre... pero
Rathenau

es ministro de Asuntos Exteriores mientras


que el padre de
Helena da conferencias en las cenas
familiares.

El cree que Rathenau desea morir.

¿Te ha dicho eso?

Le conté lo que había oido.

Christoph asintió con expresión


pensativa.

Sí, puede que esté en lo cierto. Ya ves


por qué es inútil...empezó nuevamente.
¿Comprendes ahora que lo mejor que
puedo hacer es rescatar a mi hermano? O
intentarlo.

Por encima de nosotros empezaron a


sonar las campanas
de la iglesia. Christoph se puso en pie, se
arregló la chaqueta

188

y la corbata, ladeó el sombrero en sesgo


levemente militar

y cogió el bastón.

Di a Meier que tomaré una cena ligera,


sólo una tortilla

o algo así. Creo que será mejor que


durmamos bien esta

noche.
Saludó despreocupadamente con el
bastón y se alejó por

la plaza.

189

Lunes, 19 de junio de 1922

Nueve... diez... once... cdoce. Es lunes, y


él aún no ha

vuelto a casa. A veces no viene... ¿por qué


habría de venir
esta noche, entoces? Estamos alertas, de lo
contrario nos dormiríamos. Lo mismo que
en la guerra: no se puede dormir

cuando hay tiempo por delante y no se


puede seguir despierto cuando hay que
estarlo. Pero Christoph no se quedará
dormido. Se encuentra en su habitación,
completamente vestido,

aguardando. Mi ventana está abierta a la


veraniega noche de

luna para poder oir un automóvil, o pasos,


pero mi ventana

da al establo. A menos que traigan otro


automóvil (cosa

que no harán), él entrará por la puerta


delantera, y Christoph le oirá primero.
Resultó extraño huir en aquella forma,

antes del té de la tarde del sábado. A Lili le


pareció «traño.

Si Helena hubiera estado allí habria


armado un alboroto, pero

Helena estaba en una recepción elegante


con Rathenau y Chicherin, el ministro de
Asuntos Exteriores ruso que se encontraba
por unos dias en la ciudad. Los padres de
Lili también

estaban invitados. No quisieron ir.


Bolcheviques. En el velero

con Lilí, brisa suave, ella aprendiendo a


manejar el barco

sola. Yo, sentado en el casco, trataba de


dibujarla. No tenia

mucho sentido llevar un cuaderno de


dibujo en un velero,

probablemente se mojaría y yo estaría


demasiado ocupado

con las velas, pero pensé que debía trabajar


todos los dias.

Todavía no había hecho nada. Escena con


Falke el viernes.

No haré más naturalezas muertas, vasos de


agua y espinas de

pescado. ¿Quién es el estudiante y quién es


el maestro aquí?

¿Quién paga las lecciones? Basta de


objetos inanimados, yo

queria pintar personas. Un brillo divertido


en sus ojos. Nueva

expresión. ¿Conque yo quería pintar


personas? Llamó a gritos a Bärbel, que
dormia en la otra habitación. No hubo res

190

puesta. Falke se levantó de la silla y fue al


dormitorio, ruido

de una mano golpeando en carne desnuda,


gritos, pies, descalzos en el suelo; Barbd,
en combinación, empujada hacia

el estudio. El rostro hinchado de sueño,


contorsionado por

la cólera. El quiere pintar a personas.


Enséñale cómo son

las personas. Quítate eso, y dla se hace a


un lado para eludir el golpe y se quita la
combinación... No pensar en ello.

Pensar en Lilí, con la caña dd timón en una


mano y la

vela mayor en la otra, alzando la mirada


hacia la vda cuando perdemos viento al
ponernos al amparo de la isla, yo tratando
de imaginar cómo captar la expresión «acta
de fastidio

cuando la vela empieza a desinflarse. ¿Qué


había provocado
la ira de Falke? Falke le metió las manos
entre los muslos

y la obligó a volverse lentamente. ¿Te


gusta este culo? El

mejor culo de Berlín, indudablemente no


es un objeto inanimado. No estaba
borracho. Media mañana, Baby en la
escuela,

Mutti Bauer con el niño, haciendo cola


para conseguir comida. ¿Qué le pasaba?
No pensar en dlo. ¿Olvidarme? Lilí

volvió la cabeza. Hay alguien saludando en


el mudle. ¿Christoph? Sí. No, aquí no hay
viento suficiente para hacer eso,

hazlo así, de este modo. Tienes que ir hacia


allí y después
volver. Lo sé, pero esto no es una lancha a
motor. Sí, ya lo

he visto, tendrá que esperar unos minutos


más. Ponte las

manos en la nuca, ordenó Falke. Sí. ¿Te


gusta así? Quiero

café, dijo Bärbel. Sabes que no tenemos


café, dijo Falke. Voy

a buscarlo, dije yo. No, tú no irás, dijo


Falke, empezarás

un boceto a lápiz como preparación para


un estudio de figura

al óleo, a tamaño natural. Y, además, no


hay café en todo
Neukolln. Al volver en rumbo contrario,
apuntamos casi a

los juncos de la playa, lo cual nos acerca


un poco más al muelle, Christoph hace
pantalla con las manos y una palabra flota

sobre el agua inmóvil. Mis manos


temblaban, pero lo intenté.

¿Quieres pintarla o quieres acostarte con


ella? No puedes

hacer las dos cosas a la vez. ¿Puedo bajar


los brazos?,

preguntó Barbd. Dile lo que te haré si


mueves un músculo

mientras estás posando. ¿Quién es


Kowalski?, pregunta Lili
mientras cambia conmigo de lugar para
que yo pueda acercar

el velero al muelle. Es un escultor, amigo


de Christoph. ¿Es

él quien te enseña a pintar? Si no se lo


dices, dijo Falke, haré

una demostración ahora mismo. Es un


cerdo, dijo Barbd entre dientes. No, dije
yo, el pintor a Fritz Falke. Este a

escultor, y Christoph se trae un asunto con


d. ¿Quieres decir

esta noche? ¿Christoph tiene una cita en un


domingo por la

noche? Muy bien, dijo Falke, dirigiéndose


a la puerta. Quie
191

re meterme una botella de cerveza...


dentro. Enséñale por

dónde, dice Falke desde la nuerta. Puedes


bajar los brazos

para enseñarle en qué agujero. Lo hizo.


Falke salió dando un

portazo.

¡La una! No vendrá. ¿Por qué iba a


venir? Pero anoche estuvo aquí, y
anteanoche. Meier nos lo dijo. Y a
Tillessen no se le ha visto. Tampoco al
tercer hombre. Tal vez se
hayan olido algo. ¡Me han tomado, a mí,
por un agente ameriano! Papel improbable,
¡si ellos supieran! Pero no saben. Lo

que saben es que consiguieron U4


automóvil rápido y caro, que

lo ocultaron en el establo de Kaspar, que el


coche desapareció,

y que hay en la casa del Generalmajor


Keith un norteamericano, cuya presencia es
injustificable. Si Kaspar no está ya

complicado, lo más seguro será apartarlo,


apartar Villa Keith.

Este podría ser el motivo por el que


últimamente ha estado

solo en casa, mientras maldecíamos a


Kowalski y pensábamos

en el ejército francés en Colonia y nos


preocupábamos porque

bien podría no tener suficiente dinero para


comprar morfina si

Kowalski desapareciera, ya que el doctor


Strassburger habla

avisado (por medio de Christoph) que


pensaba que el marco

bajaría mucho durante el resto del año. Me


aconsejó depositar casi todos los dólares en
Amsterdam y tomar un préstamo diez
veces superior para invertir en marcos a
plazo fijo,

es decir, comprar marcos pagaderos en tres


y seis meses, en

el supuesto de que, entonces, valdrán


mucho menos. Pero ¿y

si el marco deja de bajar?, pregunté. ¿Si


Rathenau convence

a los aliados de que reduzcan sus


exigencias, o que acepten

materias primas o productores alemanes en


vez de oro? No

podría devolver el préstamo. Christoph


dijo que sí, que Strassburger estaba muy al
corriente de aquello. Yo quedaría tan
endeudado que nunca podría salir del pozo.
¡Podría tener que declararme en
bancarrota! Uno de los tíos de mi madre
quedó
en bancarrota. Se mató de un tiro en su
oficina de la esquina de Broad con
Chestnut, en Filadelfia. Nadie menciona
jamás su nombre, ni siquiera sus hijos.
Christoph se

limitó a sonreír, un poco sarcásticamente:


no creo que nadie

espere que te declares en bancarrota o que


te mates de un

tiro. Oye, dije yo, notando que me


temblaba la voz, ahora no quiero pintar,
creo que no podría, y ella asintió y me

tomó la mano y me llevó hacia la cama.


Está bien, dijo, desabrochándome los
botones. ¡Pero él está ahí fuera! No pasa

nada, dijo ella y se apretó contra mi. Sé


que lo deseas y e1

quiere que lo hagamos. Pero, ¿por qué?


Lilí estaba disgustada por la obra del
teatro, por lo que sucedía en la obra

192

de teatro. Además, ¿por qué la gente odia


tanto a los judios?

Sólo algunos. Pero ¿por qué? No me


preguntes por qué, es

un cerdo, un cerdo loco. Pero tú dejas que


te trate así. Si,
no hables tanto, limitate a moverte. Si, asi,
¡oh, si! ¡Qué

bien! Abrázame asi. Yo no sé mucho de


judíos, pero sé

cómo manejar un velero y, cuando te pones


asl, haces que la

vela se deshinche. Estás apuntando muy


hacia el viento. No,

la vela está bien asi como la tienes, dirige


el barco hacia allá.

Mueve el timón. Asi está bien. Hao asL


¡Más fuerte! ¡Pero

va a oír el ruido de los muelles de la cama!


No pienses en
él. De todos modos, se ha marchado.
¿Cuántos años tienes?

¿Sabes que mi bisabuelo era judio? Se hizo


cristiano. Si, Christoph me habló de tu
familia. Su hermano odia a los judíos.

Sí, lo sé. Su hermano tenia que casarse con


Sigrid. Si, lo sé.

Llegamos a la sombra de la isla. ¿Te ha


gustado? ,«Me ha

gustado». Soy un hombre nuevo, pero no


puedo desirselo a ella.

Me limito a sonreir. ¿Tienes un cigarrillo?

La una... ¡las dos! No vendrá. Me


quedaré dormido.
Siéntate y enciende un cigarrillo. No, e1
podria oler el humo

en el vestibulo. Lo siento, Il, dijo


Christoph mientras la

ayudaba a salir del barco. Peter y yo no


podemos quedarnos

a comer, tenemos que volver a la ciudad.


¿Un domingo por la

noche? Seguramente el banco estará


cerrado. No, éste es un

cliente importante. ¿Ahora estás


convirtiendo a Peter en banquero? Irritada,
no creyó una sola palabra. Yo me ocupé
del

barco, arrié la vela, aseguré la amarra,


saqué la orza. Entonces, rodó sobre el
vientre, se apoyó sobre los codos fumando

su cigarrillo y me lanzó el humo por


encima del hombro.

¿Estás de acuerdo en que es el mejor culo


de Berlín? Bueno,

no he visto los demás. Ella se echó a reír,


sus pechos agitándose entre los codos. La
miro: ¿es verdad lo de la botella?

Sólo una vez. Dolió como el demonio.


¿Por qué sigues con a?

No responde, se pone el cigarrillo en la


boca, se levanta de

la cama y se agacha para recoger la


combinación. Ahora tengo
que desayunar. Con el dinero que le doy y
el que le das tú,

podria tener café en la cocina el muy


cerdo. Peter tiene que

cambiarse de ropa y tú puedes tomar una


taza de té, dijo Lili.

Ahora lo traen. En la otra orilla, la sombra


de la isla llegaba

hasta las playas públicas. La gente cerraba


las somb 11. Las

mujeres se envolvian en toallas debajo de


las cuales se quitaban el traje de bafio y se
ponian la ropa, asi, envudtas en toallas
húmedas y sucias de arenas. Después,
sostenian las toallas
para que los hombres pudieran cambiarse
en más digna intimidad. Al otro lado de la
Casa de Té, los Waldstein tenian

193

cómodos vestuarios para los invitados. Salí


de la ducha y encontré a Christoph
consultando su reloj de pulsera. No quiero

salir, dije, no puedo mirarle a la cara. El no


estará allí, ha

salido a buscar bebida, ahora bebe todo el


día, no lo veremos

hasta mañana. ¿Por qué esta noche? Porque


Kowalski tiene

la mercanáa, ya nos hemos demorado


mucho, ¡no puedo soportar una noche más
de espera! ¿Llamo aquí? No, llamó a

la casa y le dijo a Meier que tenía que


verme, asi que Mder

llamó aquí. Hace unos minutos. ¿Cómo


llegaremos allí? Bobby está en el Schloss y
dice que nos llevará en el Horch a

Nikolassee. Todos piensan que es un poco


extraño, en un

domingo por la noche, con un tiempo tan


estupendo; ya le

dije a ella que Kowalski es escultor.


¿Cómo le explicaremos
que ese escultor es un cliente tan
importante como para que

corramos a la audad en un domingo por la


noche sin quedarnos a cenar? Lo mejor es
no dar «plicaciones, ni disculparse

nunca. El sábado yo había instalado una


polea para unir la

boya al muelle flotante, y Lilí estaba


utilizándola cuando nos

despedimos, acercando el velero a la boya,


y pasó una gran

lancha a motor, lentamente pero


levantando mucha agua, dejando una estela
profunda, y el velero subió y bajó en la
estela, y, cuando subiamos por el sendero
de grava, oi cómo
sonaba el botalón y comprendi que no lo
había asegurado lo

sufiaente y que seguiría sonando siempre


que hubiera olas

y quizá ella pensara en mi siempre que


oyera aquel ruido.

Bärbel comiendo una rebanada de pan


negro con tocino y

bebiendo una taza de té. ¿Me permites


invitarte a desayunar

en alguna parte? No, me da pereza


vestirme para desnudarme

luego otra vez. Hazme el retrato ahora y


después me llevas a
almorzar. ¿Qué dirá Fritz? No te preocupes
por Fritz. ¿Qué

dirá Bobby cuando nos lleve en el viejo


Horch, crucemos el

puente de madera y atravesemos el bosque


de pinos haaa

Nikolassee?

¡Dios mío! ¿Será la puerta? Profundo


silencio. Por el otro

lado de la casa pasa un automóvil, pero no


se detiene. ¿Se

detiene? ¿Ha sido la puerta? ¿Es Christoph


quien se ha movido? Ahora no puedo oir
nada, pero me pareaó haber oido
la puerta. ¿Dónde estaria el líquido? Por
Dios, no derribes

nada en la oscuridad, está todo aquí, no


hay que tomar el

nombre de Dios en vano, decía exasperado


mi padre, en su

limitado vocabulario. Silencio. Falsa


alarma. De todos modos,

no vendrá, hubiéramos podido quedarnos,


hubiera podido

quedarme con Lilí. ¿Qué piensas de los


judíos? No lo sé,

creo que no pienso nada. ¿Cómo puedes no


pensar nada de
194

ellos? Bueno, ¿qué quieres que piense de


ellos? Bueno, ¿te

gustan o no te gustan? ¿Quieres oir una


historia? Si. Mis

padres tienen una amiga, la señorita


Boatwright, tú la conoces, estuvo aqui el
otro dia. Sí, conozco a la señorita
Boatwright. Pues bien, la señorita
Boatwright es una persona

maravillosa, siempre quiere contribuir a las


causas buenas,

reunir dinero para lo que sea; en cierta


ocasión, estaba reuniendo dinero para una
conferencia de cristianos y judíos,

¿comprendes?, para promover el


entendimiento entre cristianos y judíos. Y
fue a ver a mi padre, aunque ella tiene

mucho más dinero que mi padre, su familia


es propietaria de

la Locomotive Works, pero de todos


modos pidió a mi padre

que contribuyera con dinero para esta


conferencia, y él no quiso, porque, dijo,
¡no le gustaban ni los cristianos ni los
judios!

¿Te parece gracioso? Yo creo que si, que


es gracioso. Pero

tu padre es cristiano, ¿verdad? Si, por


supuesto. Entonces,

¿por qué es gracioso, si dice...? Oh, no


tiene importancia,

no lo he contado bien. Aqui hay una dama


americana, dijo

Mutti Bauer asomándose a la puerta.


Bärbel tiene puesta tan

sólo una media nada más. Pregunta por


Peter Ellis. ¿Una dama

norteamericana? Vistete, dijo Mutti Bauer


a Bärbel. Lo dijo

con furia. Está pintándome, Mutti, yo soy


su modelo, pero

pasa junto a su madre hacia la oscuridad


del dormitorio y,

cuando la sigo oigo y siento y huelo que se


pone el kimono;

en la cocina la señorita Boatwright aún


jadea por haber subido las escaleras y
ensaya su alemán con el niño. Wie alt bíst

du, Kleiner Junge? Buenos dias, Peter,


espero que esta visita

no sea inoportuna. Bobby no hizo


preguntas. Condujo d

Horch. Yo no había estado a solas con e1


desde que nos presentara a su condesa rusa
en el Adlon y se marcharon por

culpa nuestra. Quise decirle algo, pero no


supe el qué.
El y Christoph hablaron de politica.
Silesia. El pueblo de

Silesia votó para seguir con Alemania,


pero los aliados, de

todos modos, entregarian la mitad a


Polonia. Mañana, conmoción en el
Reichstag. ¿Qué dirá Helfferich? Dirigente
de

los nacionalistas, ha estado lanzando


ataques personales contra Rathenau. En
realidad, no es mal hombre, dice Bobby.
Estuvo en el Deutsche Bank, amigo de mi
padre. Ha estado a

menudo en casa. Pero esos ataques,


siempre contra Rathenau... Bobby balancea
la cabeza. Yo pienso en Lilí, tirando
de la amarra del barco. Adiós, dije. Adiós,
dijo ella, sin volverse. Gracias por este
hermoso fin de semana. De nada. ¿Estás
enfadada conmigo? ¿Por qué tendría que
estarlo? Me enseñaste a navegar, ahora
tienes negocios bancarios en la ciudad,

195

el domingo por la noche. Los hombres


hacen lo que quieren.

Yo no dije que fuera un asunto del banco.


Peter, vamos a

perder el tren. Los ojos de Bobby parecen


tristes. Los ojos
de Mutti Bauer parecen desconcertados,
¿qué está haciendo

aqui esta dama? Le presento a Frau Falke,


la esposa de mi

maestro, que ha salido a hacer una


diligencia. La señorita

Boatwright. Y ésta es su madre, Frau


Bauer, señorita Boatwright, de la Misión
de los Cuáqueros Norteamericanos... Die

Kwaker, dicen las dos mujeres al unisono,


boquiabiertas.

La atmósfera cambió. Se abren las


alacenas, aparecen platos

y tazas, hay que servir alguna co!mida,


pese a que la señorita
Boatwright afirma que acaba de comer,
que sólo desea ver

mis cuadros, los cuadros de Herr Falke.


Sirven té de hierbas,

pan con tocino y caldo con patadas y una


salchicha cortada

en trozos pequeños, y Mutti Bauer explica


que, si no hubiera

sido por los cuáqueros, su nieto y su hija


menor habrian muerto de hambre en mil
novecientos diecinueve. Esta no, ésta

era mayor, a ésta le dimos suficiente


comida antes de que

los tiempos se pusieran dificiles, incluso


alimentó a su criatura, pero la más joven
tenia sólo once años cuando empezó

el hambre, no ganó un kilo en dos años,


todavía es flaca como

un muchacho, pero, cuando ustedes


empezaron a dar leche y

puding en las escuelas, empezó a crecer...


Cuando nos apeábamos del Horch en
Nikolassee, Bobby nos miró, nos dirigió

una sonrisa triste, dijo Hals-und-Beinbruch


y se alejó. ¿Sabe

algo? Creo que sabe que no vamos de


excursion ni de juerga,

dijo Christoph, y, por primera vez, me


pregunté a cuántas
personas habria matado Kaspar Keith. Sus
álbumes de fotografias. Bajamos del tren
en la estación del Zoo y tomamos

un taxi hasta Nollendorf Platz, pero, no


bien subimos al taxi

y dimos al chófer la dirección de la casa de


Kowalski, supimos que había problemas.
Ambos lo habíamos olvidado. Una

hermosa noche de verano, calles llenas de


gente. ¿Tiene teléfono Kowalski? Frau
Bauer dijo orgullosamente a la señorita

Boatwright que yo estaba pintando a su


hija. Ah, qué bien,

¿puedo ver cómo lo haces? ¿Qué quiere


ella, la dama norteamericana? Oh, no. Se
retiró al dormitorio. ¿Ponerme desnuda
delante de esa dama? Realmente, estás
demostrando que no

eres una auténtica modelo. Una modelo


profesional no lo

pensaria dos veces, su cuerpo es sólo un


objeto para que lo

pinte el artista. Kowalski no tenia teléfono.


Quizá dejó sus

señas a Meier cuando llamó. Christoph


salió de la cabina

telefónica y negó con la cabeza. Tú lo


invitaste a almorzar en Lutter. ¿Qué hiciste
para encontrarlo? Estamos sen

196
tados en un café de Nollendorf Platz y
Christoph hojea nerviosamente su libreta
de direcciones. ¿Cómo lo encontraste

tan rápido para alimorzar si no tiene


teléfono? Envió a un

mensajero del banco. ¿Pero cómo supiste


adónde enviar al

mensajero si no tenías su dirección?


Tomamos café. No tenemos ni siquiera una
taza de café para ofrecer a la dama

norteamericana. Ella no desea café, desea


ver mi trabajo,

ha comprado ya una de mis pinturas,


podria comprar una
de Fritz si dejaras de comportarte de esta
forma... No conozco la palabra alemana
para decir «remilgada». Señorita

Boatwright, venga al estudio, hoy estoy


trabajando con la

cara de Frau Falke, será un estudio de


cuerpo entero, pero,

como usted sabe, me interesan las caras y


por eso estamos

trabajando primero con ella. Nadie mira las


sábanas deshechas hasta que entra Mutti
Bauer y hace la cama ostentosamente.
Solch ein Saustal! ¿Pocilga? Ciertamente,
éstas son

imágenes muy impresionantes, dice la


señorita Boatwright mirando a través de
sus gafas las fantasmagorias de Falke. ¡Ya

lo tengo!, grita Christoph golpeando la


mesa.

La una... las dos... ¡las tres! Bueno, no


vendrá. Está

borracho y dormido en algún piso lleno de


rifles, fusiles, ametralladoras y otros
durmientes enloquecidos por el odio, pero

¿tiene sentido realmente esta operación?


¿Tratar de apartar

a un muchacho enfermo en vez de detener


todo el asunto?

¡Dije al mensajero que averiguara la


dirección de Kowalski
en la comisaria de policía de Nollendorf
Platz! En realidad,

fue el mensajero quien lo sugirió. ¿La


estación de policia?

Ciertamente. La policia tiene una lista de


todas las personas

que viven en cada casa del barrio. ¿Y te


permiten ver esa

lista? Sí, si tienes un motivo justificado.


¿Quiere decir que

vamos a ir a la comisaria de policia? ¿Por


qué no? Estoy

tratando de encontrar a mi antiguo


compañero de armas, Kowalski, que vive
frente a Nollendorf Platz, pero no sé
exactamente... Cuando miro la cara de
Bärbel, con los ojos modestamente bajos,
siento sus piernas alrededor de mí. Frau
Falke,.

por favor, míreme. Quiero verle los ojos.


Habéis tardado lo

vuestro caballeros, dijo Kowalski cuando


nos abrió la puerta.

Telefoneé en cuanto llegó el tren... Quiere


contarnos sus aventuras, pero nosotros
queremos marcharnos. Tres paquetes
pequeños envueltos en papel de periódico.
Los cosió en el forro

de su impermeable. Jeringa hipodérmica.


Pequeña botella de

cloroformo. Una docena de frasquitos con


un líquido claro.

¿Esto es el amital? ¿Cuánto hay que...?


Una cada doce horas.

¡Pero esto alcanza sólo para seis días! Te


había dicho dos se

197

manas. Niega con la cabeza. Todo lo que


pudo conseguir. Aún

no está en venta, aún está estrictamente


controlado por el laboratorio. Y dice que es
mejor administrar dos inyecciones la
primera vez. Es todo lo que pude hacer,
Keith Y no fue fácil. Los
ingleses me detuvieron dos veces. Si me
hubieran registrado,

ahora estaría en la Fortaleza Colonia. Está


bien, lo comprendo.

Y gracias. Formal apretón de manos.


Halsunl-Beinbruch, dice

Kowalski, lo mismo que Bobby. Más


tarde: ¿por qué Kowalski te debe un favor?
Por nada, ahora no quiero hablar de eso.

En aquella fiesta dijiste que eran


comunistas. Kowalski estuvo

en el mismo campo de prisioneros que tú,


así que debe de

ser oficial. Sí. ¿Un oficial alemán y


comunista? Te contaré la historia en otra
ocasión. Los otros oficiales alemanes

¿sabían que era comunista? Es una larga


historia, Peter. Te la

contaré en otra ocasión. Esta noche


tenemos un trabajo que

hacer. ¿Le salvaste la vida a Kowalski en


La Rochelle? Es posible que él lo crea así.
Bueno, cuéntame. Esta noche no.

Esta noche llevaremos a cabo nuestro plan.


No nos ha traído suficiente amital. He
observado al señor Ellis mientras

pintaba en otras ocasiones, así que no creo


que ahora le moleste. El alemán de la
señorita Boatwright no es tan bueno

como el mio. Los ojos de Bärbel se


mueven de un lado para

otro, ojos verdes como los de un gato. Un


gato que huele a dinero. Dinero
norteamericano. ¿Y si regresa Falke?
¿Cómo puede amar a un tipo que la trata
así? Alguien me dijo que mientras peor se
las trate... Pero ¿es verdad? ¿Animales?
¿Pocilga? ¿Empiezo a parecerme un poco a
él? Se pone las medias. Muy lejos están el
jardín de azaleas del Hospital de los

Cuáqueros, las cálidas tardes de verano, las


largas tardes de

verano, tratando de captar la verdadera


cara detrás de la

máscara de huesos y tejidos,


concentrándome tanto en ello
que lo demás retrocede, poco a poco,
retrocede y puedo dormir por las noches,
aunque las noches sean muy calurosas...

¡QUIERO... QUE... SALGA... DE...


ESTA... CASA!

¡Kaspar! Jesús Todopoderoso, después


de todo me he quedado dormido, ¡él ya
está aquí, le grita Christoph! Me incorporo,
y... crash. Mojado. Oh, Dios mío, el
cloroformo.

No respires, ¡no respires! La esponja, sí,


olvida lo otro, empapa la esponja en el
líquido y no respires. Sal por la puerta,

mantén la esponja lejos de tu cara, respira


hondo, avanza silenciosamente por el
pasillo.
¡No puede estar en esta casa!
¡Compromete nuestra posición, nuestro
apellido!

198

Irrumpo en la habitación brillantemente


iluminada. Kaspar, con el rostro
enrojecido, al parecer borracho, se vuelve

sorprendido cuando le pongo la esponja en


la cara y Christoph se levanta del sillón de
mimbre y le hace una zancadilla

debajo de las rodillas, una zancadilla


perfecta, de rugby, ¿dónde la habrá
aprendido?, y Kaspar cae de lado, lucha
furiosamente con ambos brazos, brazos
fuertes, me coge de una

oreja, pero yo mantengo la esponja contra


su cara; ha aspirado grandes bocanadas de
cloroformo y ahora cesa toda resistencia.
Los tres estamos jadeantes, en el suelo.
Estoy mareado. . .

Lo siento, Christoph, me quedé dormido.

¿Dónde está lo otro? ¡Tráelo, rápido! No


queremos que

aspire demasiado cloroformo. Deja la


puerta abierta. ¿Han

oído algo los Meier? Regreso con la


jeringa llena. El lugar

huele intensamente a cloroformo, aunque


la ventana está abierta. Levanto la manga
de Kaspar.

¿Qué haces?

Le voy a poner la inyección.

¿En el brazo?

¿Dónde, si no?

Nosotros las ponemos aquíse señala el


pecho. En

el músculo pectoral.

Nunca oí hablar de eso. Nosotros las


ponemos en el

bíceps.
Entonces, hazlo a tu modo. ¡Pero date
prisa, por favor!

Hace tiempo que no lo hago, me tiembla


la mano, pero

de algún modo introduzco la aguja debajo


de la piel blanca

de Kaspar y lentamente inyecto la doble


dosis de amital.

Respira pesadamente. Tiene los ojos


cerrados.

Muy bien. ¿Ahora qué?

Empezaba a clarear, y los pájaros


ensayaban sus primeros

cantos.
199

Miércoles, 21 de junio de 1922

¿Qué demonios pasa aquí?

Helena entró precipitadamente en el


comedor, mientras

Meier trataba de anunciarla formalmente:

Su alteza, Prinzessin von...

Me puse de pie.
Buenos días, Helena.

Llevaba un gran veraniego sombrero de


paja, y, bajo el

ala, los ojos le echaban chispas.

¿Qué pasa en esta casa?

¿En esta casa? ¿A qué te refieres?


¿Quieres desayunar?

¿A las diez? ¡Ya he desayunado! ¡Meier,


retírese!

Con expresión de alivio, Meier se indinó


y se retiró.
Los Meier habían sido nuestro primer
problema. Aunque

abrimos todas las ventanas de la planta


alta, aún se podía

oler el doroformo, asi que, cuando les


oímos en la cocina,

decidimos bajar y enfrentarnos con la


situación. Yo permanecí detrás de
Christoph y dejé que hablara él.

Frau Meier pareció sorprendida al vernos


entrar en el

office. Su marido se ponía apresuradamente


la dlaqueta gris.

Guten Morgen, die Herren.


Siéntese un momento, Frau Meier.

Herr Oberleutnant, ¿sucede algo malo?

Sí. Mi hermano está enfermo. Una


especie de agotamiento nervioso. Todavía
consecuencia de la revolución, por

supuesto.

Um Gottes Willen! ¿Está en el hospital?

No, está arriba, acostado. Ha tomado


píldoras para dor

200

mir. No queremos llevarlo al hospital.


¿Comprende? El señor Ellis fue Sanitater
en la guerra. Usted sabe que él me

salvó la vida. El señor Ellis me ayudará a


cuidar de Kaspar

hasta que mejore.

Frau Meier retoráa una bayeta entre sus


manos manchadas.

Pero Herr Oberleutnant, debemos llamar


al doctor

Goldsdhmidt, debemos avisar a Frau


General...

Al contrario, Frau Meier. No vamos a


llamar al doctor

Goldschmidt, no vamos a afligir a mi


madre, no se lo diremos al lechero, ni al
muchacho de la panadería, ni a los criados
de nuestros vecinos de al lado, los
Hansemann. Este es

un asunto privado y relacionado con el


honor de esta casa,

y no avisaremos a nadie! ¿Está daro?

La anaana se echó a llorar.

¿Está totalmente daro, Frau Meier?

Su marido respondió.

Hemos comprendido, Herr Oberleutnant.


Nosotros sólo

queremos ayudar.

Meier, ¿qué edad tenía usted cuando


empezó a trabajar para mi padre?

Quince años, Herr Oberleutnant. Yo me


encargué del

cuidado de sus caballos. Nuestro


regimiento se encontraba en

la Guardia de Honor de Versalles en el


invierno en que nuestro rey se convirtió en
Kaiser. Año mil ochocientos setenta

y uno. Aquel día, desfilamos frente al


palacio de Versalles.

¡Oh, aquéllos eran otros tiempos, Herr


Oberleutnant!

Sidijo Christoph, ¡otros tiempos! Pero los


tiempos cambian siempre, Meier. Volverán
los tiempos buenos.
Ahora obedeceremos órdenes y
mantendremos la boca cerrada.

¿Entendido?

Entendido, Herr Oberleutnant Meier


apenas pudo

contener el cuadrarse, pero su esposa


seguía secándose los ojos.

Si el muchacho está enfermo, hay que


avisar a su madre,

Herr Oberleutnant dijo ella.

Quizá tenga usted razón, Frau Meier.


Quizá tenga razón con respecto a mi
madre, pero yo manejaré la situaaón.

Telefonearé a Kolberg desde el banco.


Ahora, por favor, puede servirnos el
desayuno.

El primer día, las cosas no fueron tan


mal. Yo había llevado mi caballete, mis
bastidores y la mayor parte de mis pinturas
al óleo a casa de Falke, pero conservaba
material suficiente

201

para dibujar y hacer acuarelas, así que pasé


el tiempo tratando de copiar caras de un
libro de fotografias y, más o menos,

cada hora iba a ver cómo seguía Kaspar. A


media tarde, seguía durmiendo, y yo
empezaba a sentirme aburrido, con sue

ño, y escéptico acerca de toda la operación.


¿Cuánto tiempo

tendria yo que seguir alll sentado como una


enfermera de un

sanatorio psiquiátrico? Tenía que haber


una forma mejor...

Christoph regresó temprano a casa, y


Kaspar empezó a

recuperar el conocimiento.

Ah, Dios míosusurró , en mi vida había


tenido una

resaca tan espantosa. ¿Cuánto tiempo he


estado durmiendo?

en seguida volvió a hundirse en el sueño.

Llevémosle al cuarto de baño antes de


que sufra un

accidente - dijo Christoph.

Asi lo hicimos, y fue horrible, igual que


cuando me ocurrió a mi. Blando como un
muñeco de trapo, no dejaba de

murmurar:

Estoy muy cansado, por favor dejadme


dormir.
Pero le obligamos satisfacer sus
necesidades fisiológicas y

lo llevamos nuevamente a la cama.


Entonces, Christoph le

sostuvo el brazo mientras yo le ponía otra


inyección. El gimió

cuando sintió la aguja. Christoph se sentó


en el sillón de

mimbre y observó atentamente a su


hermano. Cerró los ojos.

La cabeza le cayó sobre el pecho.

¿Qué estoy haciendo aqui?


En cierto momento de la segunda tarde,
sonó el teléfono.

En Villa Keith, era Meier quien respondia


al teléfono. Meier

vino a mi habitación con las cejas


levantadas: una tal Fraulein

Bauer quería hablar con el señor Ellis. El


parecía pensar que

yo podría no querer hablar con Fra-lein


Bauer, pero bajé a

la antecocina.

¿Sí. . . ?
¿Peter? Soy Baby.

¡Hola, Baby!

Meier pasó a la cocina mirando al frente.

El acento berlinés, casi cómico, de Baby


alivió un poco

mi depresión. Bärbel la habla enviado a la


Kneipe más cercana, un bar en la esquina
con Kaiser Friedrichstrasse, para

llamarme. ¿Por qué no había ido a pintar?


¿Estaba enfadado

con ellas?

Traté de explicarme: alguien estaba


enfermo, yo tenía
202

que ayudar, iria dentro de unos dias, claro


que no estaba enfadado con nadie... pero
¿cómo estaba Fritz?

Pausa. Oí que la gente del bar hablaba a


gritos. Fritz

seguía borracho. Por eso querían ellas que


yo regresara. Si él

tenia que darme lecciones, debería de


beber. Le había dado

a Bärbel una Backpfeife terrible...


¿Qué es una Backpfeife?

Cuando uno golpea a alguien con la


mano en la mejilla. La cara de Bärbel está
toda hinchada y azul, no quiere

salir a la calle...

¿De dónde saca el dinero para beber?

¡Adivinalo! Tu dama norteamericana


volvió y compró

uno de sus pequeños óleos. Le pagó veinte


dólares, ¿puedes

creerlo? ¡Esto son seis mil marcos! Fritz


tiene mucho dinero,

pero no nos da lo suficiente para comer.


Ahora tengo que
colgar. Esperamos que vuelvas pronto,
Peter.

Traté de combinar mis horas de sueño


para que coincidieran con las de Kaspar, a
fin de hallarme despierto cuando

el amital empezase a perder su efecto,


porque, cuando volvia

en si, era más fácil alimentarlo y hasta


podiamos charlar un

poco. Estado hipnótico, había dicho el


hermano de Kowalski.

No dormiria todo el tiempo, ni siquiera con


doscientos miligramos por dia. Parte del
tiempo estaría en estado hipnótico.

Traté de recordar qué se sentía en ese


estado. ¿Mil novecientos dieciocho? ¿Mil
novecientos diecinueve? A mi me lo

hicieron. Lo hicieron para descubrir qué


me había afectado el

cerebro. Recordaba una sensación de


lasitud, falta de voluntad,

pero no podía recordar nada de lo que


había dicho, como si

hubiera estado dormido.

He estado dormido - dijo Kaspar.

Si. Soñaste.
¡Oh, si! ¿Estoy enfermo?

Sí, estás enfermo, pero vas mejorando.


¿Qué has soñado?

Murmuró algo acerca de sus sueños, algo


que no tenia más

sentido que los sueños de cualquier otra


persona... Excepto

uno, que se repetía una y otra vez, acerca


de unos marinos

que le arrancan las charreteras y de unas


mujeres que gritaban.
Envié a Meier a por los periódicos.

203

Nuestra sombreada calle estaba silenciosa


y vacia, pero el

país parecía hallarse sumido en la


agitación. Las provincias

de Alta Silesia habían votado a favor de


seguir siendo alernanas, pero los aliados
las hablan entregado a Polonia, y

miles de refugiados alemanes asustados


estaban ctuzando la

frontera. Los periódicos especulaban todos


acerca de la intención de los franceses de
ocupar también Renania y el

Sarre. ¿Y quién tenía la culpa de todo esto?


La culpa la tenia

el Gobietno del canciller Wirth en general,


y de su ministro

de Asuntos Exteriores en particular. ¡A eso


se había llegado

con la política de los buenos modales! No


sólo los periódicos

nacionalistas, prácticamente todos. El


Partido del Centro, encabezado por el
doctor Stresemann, exigia respuestas
especificas a preguntas específicas sobre la
política del Gobierno

para Renania y el Sarre, y Walther


Rathenau, con la espalda

contra la pared, pronunció un enérgico


discurso, bastante nacionalista, afirmando
que Alemania jarnás abandonaria al pueblo
que quedaba ahora bajo ocupación
francesa.

«La situación en el Sarre no es


agradable», había dicho

Rathenau en el Reichstag. «Pero, como


alemanes, podemos

decir con orgullo que, en estos años


difíciles de dotninación
extranjera la población del Sarte se ha
mantenido unida como

nunca, a fin de preservar lo que ellos


consideran su posesión

más preciosa: ¡su nacionalidad y su cultura


alemanas!»

Christoph Keith llamó desde el banco


para preguntar si

Kaspar estaba dormido y para decirme que


yo había comprados bonos por los que
debía entregar tres millones de marcos en
Amterdam el 21 de septiembre de 1922. Y
que debía
a los Waldstein 9.000 dólares que no tenia.

Muy biendijo Helena cuando Meier hubo


cerrado

la puerta. ¡Quiero saber qué pasa aquí!se


quitó el sombrero de paja, se arregló el
pelo platino despeinado y me miró

fijamente.

Qué te hace pensar que...

¡No te burles de mi, Peter, no lo tolero!


Sé que tú y

Christoph volvisteis precipitadamente a la


ciudad el domingo

por la tarde, supuestamente por negocios


bancarios de los

cuales, en Havelblick, nadie sabe nada. El


lunes no tuve noticias de Chtistoph. Estaba
ocupada y supuse que Christoph

también lo estaba. El martes sigo sin tener


noticias de Chtis

204

toph, de modo que llamo por teléfono al


banco y me dicen que

el Oberleutnant Keith está en una reunión.


Pido que me llame
cuando la reunión haya terminado. El no
me llama. Llamo a

Villa Keith, y Meier me responde con


evasivas, pero me doy

cuenta de que está asustado. No me


permiten hablar con el

señor Ellis, porque el señor Ellis está


durmiendo... ¡a las

cinco de la tarde! Y ahora te encuentro


aquí, solo, a media

mañana. ¿Estás solo o no?

Helena, por favor...

Esto tiene algo que ver con su hermano,


¿verdad?
¡Helena, esta pregunta tendrás que
hacérsela a Christoph!

¿Por qué?

No pude seguir mirándola a los ojos.

¿No quieres mirarme a la cara, Peter?

¿Qué podía hacer yo? Me limité a negar


con la cabeza

y repetí que tendria que preguntar a


Christoph; se puso en

pie, salió del comedor y se dirigió a la


escalera.
¿Qué significa esto? gritó Christoph,
cerrando violentamente la puerta de la sala.

No le llevó mucho tiempo regresar a


casa. No creí que

acudiese. Cuando Helena bajó


precipitadamente la escalera,

llamó a Meier y Meier apareció antes de


que ella terminara

de bajar.

Quiero que llame a Herr Oberleutnant al


banco y que

le dé este mensaje: la princesa Hohenstein


está aquí con el

señor Ellis. La princesa Hohenstein quiere


que Oberleutnant

Keith vuelva inmediatamente. Si


Oberleutnant Keith no acude

en el plazo de una hora, ¡una hora, Meier!,


la princesa Hohenstein tomará un taxi
hasta la jefatura de policia del
Alexanderplatz. ¿Ha entendido el mensaje,
Meier?

¡Oh, alteza! abrumado, casi


desinflándose de alivio,

Meier corrió al office lo más rápidamente


que pudo.

En Peter tienes a un amigo leal - dijo


Helena a Christoph, encendiendo su cuarto
cigarrillo. Insiste en que todas
las preguntas sobre Kaspar deben ser
dirigidas a ti, y, como

tú no querias atender mis llamadas, no


pude hacer otra cosa

que hacerte venir. Ahora quiero que me


digas por qué está

Kaspar en cama, dorrnido con los ojos


abiertos, y por qué

hay una aguja hipodérmica en el cuarto de


baño.

Christoph estaba apoyado en su bastón y


mirando la alfombra.

205
No puedo, queridadijo, y negó con la
cabeza.

¿Por qué no puedes?

Negó otra vez con la cabeza.

Sencillamente, no puedo.

Se miraron largamente. Yo no podía


mirarlos. Yo miraba

las paredes, las sonrientes calaveras en las


gorras de todos

aquellos húsares de las fotografias


descoloridas, pero al fin

la tensión fue demasiada para mi.


Será mejor que se lo digas -dije.

¡Peter! Sabes por qué no debe meterse en


esto.

Ya está metida, y no dará resultado si lo


hacemos a tu

modo.

¿Qué es lo que no dará resultado? Exigió


Helena.

Peter, te prohíbo...

¡No puedes prohibirle nada!gritaba


Helena.

El corazón se me había subido a la


garganta.
Christoph, no podemos quedarnos aquí
sentados, esperando que un hombre sea
asesinado.

¿Esperando que un hombre sea


asesinado? Helena

se puso en pie de un salto y echó los brazos


al cuello de

Christoph. ¿Qué hombre?susurró,


apoyando la cara en

el pecho de él. Lloraba.

No pude seguir soportándolo. Salí de la


habitación y

cerré la puerta.
No habíamos afeitado a Kaspar, así que
lucía el comienzo

de una suave barba rubia, en realidad un


vello claro que ensombrecía levemente la
parte inferior de su cara afilada. Tampoco
lo habíamos bañado, y olía mal. Todo lo
que podíamos

hacer era alimentarlo con pan negro, sopa


de verduras, puré

de patatas y salchichas cuidadosamente


cortadas. Cosas así.

Y llevarlo al cuarto de baño dos veces al


día. No sabía si

podríamos seguir con aquello mucho


tiempo.

¿Tienes hambre, Kaspar?

Niega con la cabeza. Suspira.

Cansado, siempre cansado.

Larga pausa. Estoy sentado en el sillón


de mimbre.

¿Por la medicina?Kaspar se señala el


brazo. Por la

mañana le habíamos puesto una inyección


muy temprano. ¿Ya

estaba perdiendo efecto? ¿Podría Kaspar


estar desarrollando

resistencia a la droga? ¿Recuerda que le


dormimos con cloroformo?

¿Por qué la medicina? pregunta Kaspar.

206

Estabas «citadoutilicé la palabra


aufgeregt.

Niega con la cabeza.

Nicht aufgeregt. Traurig.

¿Por qué triste?

Cierra los ojos, niega con la cabeza.


¿A causa del automóvil, Kaspar? ¿El
Austro-Daimler?

Sus ojos siguen cerrados, pero suelta un


sollozo desgarra dor.

¿Están enfadados contigo a causa del


Austro-Daimler?

Silencio.

Repito la pregunta.

Kaspar asiente.

¿Tillessen está enfadado?

Kaspar asiente otra vez.

¿Quién más está enfadado?


Kern.

¿Quién es Kern?

Kaspar abre los ojos y me mira


fijamente. Me doy cuenta

de que está luchando con su memoria y


trato de ayudarlo.

Kern cree que yo robé el automóvil,


¿verdad? Porque

Tillessen le dijo que soy agente


norteamericano. Pero tú sabes que no soy
un agente norteamericano, soy el amigo de

Christoph, el que lo sacó del avión


incendiado.

Kaspar vuelve a asentir.


Pero Tillessen... y Kern... no te creen.

No quieren creerme.

¿Por qué iban a querer los


norteamericanos un AustroDaimler?

Kaspar no lo sabe. Tampoco yo.

¿Qué hace Kern? ¿Para qué quiere el


Austro-Daimler?

¡Ahora tiene que conseguir otro


automóvil!los ojos

de Kaspar se dilatan.

¿Por qué? ¿Para qué tienen que conseguir


otro automóvil ahora?

eheimsache ice Kaspar. Asunto secreto.


Pero tú lo sabes, ¿verdad?

Kaspar niega con la cabeza.

Pero Kern sI lo sabe.

Kern lo sabe.

Porque Kern es el jefe.

¿Estoy enterándome de algo o sólo le


estoy poniendo palabras en la boca?
Intento un gran salto:

Crei que el jefe era el capitán Ehrhardt.

Kaspar parece desconcertado.

207
Por supuesto. El capitán Ehrhardt.

¿Pero él se encuentra en Munich y Kern


está aquí?

Kern está aquí.

¿Quién más está aquí?

Fischer está aquí.

¿Quién es ese Fischer?

¡Hermann Fischer, por supuesto!

¿El que estuvo en la Brigada?

¡Claro!
Se me ocurrió una idea.

¿Kern y Fischer son los homlSres que


Tillessen quería

traer a esta casa?

Viejos camaradas.

Viejos camaradas en una misión secreta.

Viejos camaradas en una misión secreta.

Estado hipnótico.

Pero Christoph no les dejó venir aquí.

Kaspar suspira.

Y después desaparece el Austro-Daimler.


Kaspar solloza.

Y ellos están furiosos y no quieren


decirte cuál es la

misión.

Kaspar aparta el rostro y se cubre los


oídos con las manos.

¡Tu hermano trabaja para los judíos y su


amigo es un

agente norteamericano, de modo que


ellos, tus viejos cama radas, ya no confían
en ti!

Kaspar se coge la cabeza con las manos,


sepulta la cara

en la almohada, sus hombros se


estremecen.

Decidi, entonces, administrarle otros


veinticinco miligramos, hacer que
durmiera otra vez.

Si realmente no lo sabe, no está


realmente complicado.

Sabe que el hermano de Tillessen mató a


Matthias Erzberger. Sabe que la O.C. mata
a personas. Tiene que saber que

van a matar a alguien.

¿Y si Christoph estuviera equivocado y


anduvieran tras

otra persona? El jefe del gobierno es el


canciller Wirth.
¿Qué hombre? había preguntado Helena,
pero no

fue una pregunta. Si Helena sabe y


Christoph sabe, ¿cómo

puede Kaspar no saberlo después de tantas


noches de beber

y planear?

Cuando volví a la sala, encontré a Helena


sola. Estaba

fumando otro cigarrillo, con la mirada


perdida en el jardín.
208

Cuando se giró, vi que tenía los ojos


enrojecidos e hinchados. Era una Helena
nueva, diferente.

Christoph ha regresado al banco, pero me


hizo prometer que no iría a la policía. ¡Oh,
Peter, no sé qué hacer!

Me senté y le conté lo que había sacado


de Kaspar.

Helena, yo creo que Christoph está


completamente equivocado en todo esto. Si
esa gente asesina a alguien importante, ya
sea Rathenau, o Wirth, o cualquier otro, y
hay una

investigación seria, jamás conseguiremos


mantener al margen

a Kaspar. Si capturan a los otros, los otros


lo complicarán a

él. Aunque no sepa exactamente quién es


la víctima, ¿será ésa

una buena defensa?

Helena miró por la ventana y negó con la


cabeza.

Y, aunque fuera una defensa, ¿cómo


podría probarlo?

¿Qué se hace para probar que uno no sabe


algo? ¿Y nosotros? Vamos y destrozamos
un automóvil porque creemos que

planean utilizarlo para un asesinato. ¿No


nos compromete eso

a nosotros también, si consiguen otro


automóvil y llevan a

cabo el crimen? No soy abogado, pero


éstas son cuestiones

legales. ¿Sabes lo que hariamos en nuestro


país si estuviéramos en una situación como
ésta? Iríamos a ver a un abogado.

209
Viernes, 23 de junio de 1922

Aunque hacia todo lo posible por no


demostrarlo, Herr

Oberverwaltungsgerichtsrat Doctor
Friedrich-Karl von Winterfell estaba
alterado por la historia que acababa de oír.
No

se le notaba en la cara, la clase de cara que


los norteamericanos creen que tienen todos
los burócratas alemanes, con el

monóculo y la pequeña cicatriz blanca de


un duelo en la mejilla izquierda. Primero
se notó por la forma en que empezó

a tamborilear con los dedos, después por la


forma en que se

levantó repentinamente de detrás de su


enorme escritorio de

roble para ponerse a pasear de un lado para


otro en su despacho forrado de libros.

¡Este es un asunto serio, Helena! Muy


serio. Podría

despertar una opinión desfavorable, críticas


del público...

¿quién sabe cuántas cosas más? ¡Sobre la


familia entera!se

refería a la propia familia de Helena.

Por eso hemos venido a verle, doctor von


Winterfeld.
(Yo empezaba a entender todos aquellos
pequeños matices: él la llama «Helena»
porque la conoce desde la niñez;

y ella le llama «doctor von Winterfeld)> en


vez de «Herr

Oberverwaltungsgerichtsrau> por la
misma razón.)

Cuando dije que debíamos consultar a un


abogado, Helena

se volvió rápidamente hacia mí, abrió el


bolso, se sonó la

nariz con un pañuelo de encaje, abrió una


polvera de plata,

se estudió criticamente en el espejo, se


empolvó cuidadosamente la cara, sacó un
peine diminuto con que acomodó las

hebras sueltas de su cabello... y


nuevamente se volvió y me

miró.

Creo que tienes la solución, Peter.


Necesitamos a un

abogado. Y no sólo a un abogado... sino a


un juez. Gerichtsrat

Doctor Winterfeld, del


Oberverwaltungsgericht... Oh, no pue

210

do explicártelo con exactitud, ¿el tribunal


supremo para cuestiones gubernamentales,
el más alto tribunal para los ministros del
gobierno? No tiene importancia. Son muy
importantes, y el doctor von Winterfeld es
un jurista famoso, condisápulo de mi
padre, un hombre que conoce a todo el

mundo en el ministerio de Justicia, a todo


el mundo en la

administración estatal prusiana.

Un momento, Helena. ¿Vas a ver a un


juez por este

asunto? ¿No es lo mismo que ir a la


policía?

Noes lo mismodijo Helena, nuevamente


con total
dominio de sí. Se mordió los labios para
enrojecerlos, y guardó

el pañuelo, la polvera, el peine y la pitillera


en el bolso.

Este juez en particular es hermano de Frau


Keith... ¡y por

lo tanto, tío de Christoph y de Kaspar!

Pero descubrimos que no era posible


cruzar la ciudad e

ir directamente a ver a un juez del


Oberverwaltungsgericht.
Helena decidió llamar por teléfono para
concertar una entrevista, pero
consideramos que era mejor no hacerlo
desde Villa

Keith, porque los Meier se lo dirían a


Christoph. Por lo tanto,

ella se fue a su casa. No volví a tener


notiaas suyas hasta

media tarde. El tribunal no se reunía


durante el verano.

Gerichtsrat von Winterfeld se encontraba


en su residencia de

verano, en Wansee.

No,no podemos ir a verle, porque su


esposa se enteraría. Es una naaonalista
temible, prima del general Ludendorff, y
estaría muy contenta de matar
personalmente a todo

el gabinete.

Pero su marido no será como ella.

No. Tiene dudas, pero no es como ella.


Descubrirás

que la gente no se casa con las opiniones


políticas del cónyuge.

Bueno, ¿qué hacemos entonces?

El viene a la ciudad, para almorzar, el


viernes. Tiene

pensado trabajar en su oficina, con su


secretario, toda la tarde
del viemes y ha accedido a recibimos a las
cuatro. ¿Podrás

salir de casa? Podemos encontrarnos en mi


apartamento.

Un momento, Helena, ¿de veras quieres


que yo siga

interviniendo en todo esto? ¿Un


desconocido, y extranjero?

¿Qué dirá él si...?

Ah, si, sí, Peter, ¡por favor! No puedo


hacer esto

sola a espaldas de Christoph, y tú conoces


toda la historia,

y los nombres que te reveló Kaspar, y el


lugar donde está

21 1

el Austro-Daimler, y todo lo demás, y


también eres norteamericano y no tienes
participación personal, lo hiciste solamente
para ayudar a un amigo. Sería muy distinto
si yo fuera

sola, es un viejo amigo de mi padre, pero


piensa de mi que...

oh, no puedo explicártelo, Peter, soy actriz


y he sido amiga
de su sobrino durante muchos años... pero
no de la esposa...

Y durante la guerra, salí con otros


hombres, y...

Está bien, Helena, comprendo. ¿A qué


hora del viernes tengo que estar en tu casa?

Una cosa es indudableanunció el doctor


von Winterfeld. Por fin había dejado de
pasearse y ahora miraba por

la ventana. Si, efectivamente, se comete un


crimen, las personas que supieran de
antemano que ese crimen va a cometerse
y no lo comunicaran a las autoridades,
también cometerían un

delito. Así es la ley. Siempre ha sido asi. Y


mi deber, que he

jurado cumplir, es defender la ley, y no


puedo permitir que

ningún miembro de la familia se


complique en un delito.

Pausa. El doctor von Winterfeld dejó


caer el monóculo

en la palma de la mano y empezó a


limpiarlo con un pañuelo,

sin dejar de mirar por la ventana.

¡Sin embargo! continuó. ¿Tenemos


realmente alguna información sobre un
crimen? ¿Qué información? ¿Qué

crimen? Un hermano del hombre que mató


a Erzberger aparece en Berlín. Consigue un
automóvil. Busca alojamiento

para dos amigos. Los tres pertenecen a la


Marine Brigade de

Ehrhardt, que fue disuelta hace dos años. A


Kaspar Keith le

hablan de una misión secretase volvió y


nos miró, allora

con el monóculo pulcramente colocado.


¿Esos son todos

los hechos que conocemos?


SI, señorrespondí.

¿Y cuál es el resto?preguntó el doctor


von linterfeld. El resto son conjeturas de
Christoph, ¿verdad? ¿Organización
Cónsul? En los círculos bien informados
hemos oido

hablar mucho de la O.C. ¿Pero hay algo


más que rumores?

¿Algún arresto? ¿Algún documento?


¿Algún veredicto de los

tribunales?

Sólo un montón de cadáveresdijo Helena.

Pero eso no es suficiente, mi querida


muchacha. La
cuestión es si puede la policía arrestar al
teniente Tillessen

y a sus amigos sobre la base de la


información que me has

dado. Y la respuesta es no.

Empezó a pasearse nuevamente, con las


manos cruzadas

212

a la espalda. Cuando Helena me presentó,


él se había mostrado cortés pero muy frío,
lo que los alemanes llaman acorrecto».
Otro de sus hombres, fue la primera
reacción que

leí en su expresión. ¿Por qué otra cosa iba


a comprometerse

un norteamericano en esta situación?


Puede que, al principio,

compartiera la opirlión del teniente


Tillessen, pero, cuando

hubimos terminados nuestra historia, ya


había llegado a otra

condusión más acertada: un inocente


extranjero, un extraño

en tierra extraña, que se ve comprometido


sin quererlo.

Pese al hecho de que no hay motivo para


detenciones

(por lo menos, nosotros no estamos al tanto


de motivos suficientes para un arresto),
sería, aparentemente, lo más prudente
avisar a otros. Sí, tenemos que
notificárselo a alguien ijo

el doctor von Winterfeld.

No es necesario avisar a la víctima - dijo


Helena.

Eso ya se ha hecho.

Ambos nos volvimos.

¿Qué has dicho?susurró el doctor von


Winterfeld.

He contado a Walther Rathenau todo lo


que acabamos

de contarle a usted. Anoche, fui a su casa


de Grunewald. No

adivinaría a quiénes había invitado a cenar:


al doctor Helfferich, y a otro hombre del
Partido Nacionalista. Creo que mi

aparición les sorprendió bastante.

El doctor von Winterfeld no se lo creía.

¿Rathenau cenando con Helfferidh?


Helena, eso me

resulta un poco difícil de...

Lo vi con mis propios ojos. Al parecer,


se conocen
desde hace años, los padres de Rathenau
fueron padrinos de

Helfferich cuando éste era un aprendiz en


el Deutsche Bank.

Son enemigos políticos, enemigos muv


enconados, pero han

estado en contacto y, cuando Rathenau


invitó a cenar a Helfferich, éste accedió.
Fue con un ayudante.

Pero ¿por qué...?

Porque Rathenau tiene tanta fe en la


lógica de sus

ideas que cree que puede convencer al


mismo demonio. El
sólo quería razonar con Helfferich,
«plicarle que esos interminables ataques de
la derecha están haciendo imposible la

política «terior de Alemania, que


Helfferich, en realidad,

está perjudicando a la nación con sus


tácticas...

¿Y espera que Helfferidh le escudhe?

Si, dice que Helfferich le escuchó, que


accedió a de

tener los ataques personales...

Pero ¿y la gente de la O.C.?interrumpí


yo. ¿Le

hablaste de eso? ¿Delante de ese...


Helfferidh?

213

Claro que no. Me disculpé por haberles


interrumpido,

solicité hablar un momento a solas con el


doctor Rathenau

y, por supuesto, tuvo que levantarse de la


mesa y llevarme a

la biblioteca. Entonces se lo conté.

¿Y qué hizo?preguntó el doctor von


Winterfeld.
Se encogió de hombrosdijo Helena.

La miramos fijamente.

Así fue. Se encogió de hombros.


«Querida mia», dijo,

«todos los días vienen a contarme esas


historias. ¿Qué debo

hacer? ¿Ir al ministerio con uñ casco de


acero? ¿Pedir prestado a la Reichswehr un
automóvil blindado? Amo a mi país

más que a nada en el mundo. Si tengo que


dar la vida por

Alemania... bueno, no seré el primero7


¿verdad?»

Helena se ahogó con sus últimas palabras


y sacó un pañuelo.

Creo que eso es un poco exageradodijo el


doctol

von Winterfeld. No tiene necesidad de


desplazarse continuamente por Berlín en
automóvil descubierto. ¿De modo

que no está dispuesto a tomar


precauciones?

Helena negó con la cabeza.

Sólo me preguntó si podía ir con él


mañana, o sea esta

noche, a cenar a la embajada de los


Estados Unidos.

Muy galantedijo secamente el doctor von


Winterfeld. ¡Tú le adviertes que quieren
asesinarle y él te invita

a que lo acompañes a una cena!

¡Doctor von Winterfeld! Eso jamás se le


pasó por la cabeza. . .

Estoy seguro de que pasará por la cabeza


de Christoph

ie.

No se lo diremosdijo ella.

Quizá no se lo digas tú, pero yo,


ciertamente, se lo

diré.

Peter, te prohíbo que...


El doctor von Winterfeld nos hizo callar,
aclarándose la

garganta.

Creo que has venido aquí a pedirme


consejo, Helena.

Sí, por supuesto, lo siento muchísimo...

Creo que será mejor que demos ciertos


pasos respecto

de esta situación. Para que quede


constancia, por si... hum,

por si algo llegara a suceder, haremos un


informe sobre estos

hechos poco consistentes, pero elevaremos


ese informe al nivel más alto. Al mismo
tiempo, veremos si la policía estatal

prusiana puede localizar a esos caballeros


y tenerlos bajo-ob

214

servación se volvió hacia mI: ¿Puede


darme nuevamente

esos nombres?

Le di los únicos nombres que yo conocía:


Karl Tillessen,

Hermann Fischer y Kern

Otra vez detrás del escritorio, el doctor


von Dinterfeld
anotó los nombres y cogió el auricular.

¿Schulenburg7 Por favor, póngame con


el ministro del

Interior.

Muy lejos de allí, y hacia ya mucho


tiempo, los médicos

solian decirme: «Nunca tomes una copa


cuando creas necesitarla». Pero, cuando
Helena me ofreció té, pregunté
timidamente si tenia ginebra.

¡Claro que tengo ginebra! Excelente


idea... Clara, la
botella inglesa del fondo, por favor, y la
botella verde de

Martini & Rossi, y una jarra con cubitos de


hielo. ¿Has entendido? Nada de agua en la
jarra, sólo hielo. Y una cuchara

larga, por favor. Puedes utilizar las copas


de jerez, me parece.

La criada salió y nos dejó solos en la


grande y soleada

sala del piso de Helena: empapelado


amarillo, flores frescas

en todas las mesas, altas ventanas que


daban a una pequeña

terraza, una vista sobre las copas de los


árboles de la Lutzovufer, el canal de
Landwehr y los antiguos edificios en la

otra orilla. Las ventanas estaban abiertas y


podiamos oir d

ruido del tráfico que llegaba de la calle.

Era una habitación hermosa, llena de


objetos elegantes

y caros de diferentes periodos: muebles


Biedermeier y alfombras orientales,
seguramente heredadas, unas cuantas
pinturas

pequeñas un estudio de figura de Degas,


una muchacha

morena de Gauguin, una acuarela de


Pascin de dos mujeres
en una cama, un gran retrato formal de una
rubia escultural

vestida con el traje negro de la «Reina de


la Noche», de

Mozartprobablemente la madre de Hdena,


y muchas fotografias de Hdena con
disfraces teatrales, Hdena con otros

actores, con directores de teatro, con


oficiales cubiertos de condecoraciones.
Había un piano de cola y más fotografias
en

marcos de plata sobre el mismo: el padre


de Helena, mucho

más joven, montado en un hermoso caballo


y con una niñita
rubia ddante de él; Helena con vdo de
novia junto a un

muchacho de espléndido uniforme blanco;


Walther Rathenau,

ojos negros, perilla negra, de frac y corbata


blanca, ceñudo

sobre la audaz dedicatoria a «Die Schonste


Helena» y Christoph Keith, la cabeza
descubierta, su chaqueta forrada de

215

aviador, abierta para enseñar la nueva Cruz


de Hierro que le
colgaba inmediatamente debajo del botón
del cuello... Me

volví. Helena miraba hacia el canal.

No sé qué decirledije.

Dile la verdad.

¡Se pondrá furioso! Dirá que le he


traicionado.

Echame la culpa a mí.

¿De veras vas a cenar esta noche con


Rathenau?

Si, ¿por qué no?

Pero ¿qué dirá Christoph?,


Está ocupado cuidando a Kaspar. ¿Por
qué tendria yo

que hacer otra cosa?

¿Le gusta que salgas con otros hombres?

¿Con otros hombres?

Bueno, el doctor Rathenau es, a decir


verdad, otro

hombre. . .

Ah, entiendo la preguntasonrió. Llegó la


criada con

una bandeia.

Déjela sobre la mesilla del café, por


favor. El señor
Ellis preparará los cócteles.

Vertí la ginebra y un poco de vermut


sobre los trozos

de hielo de la jarra, revolví suavemente,


llené las dos pequeñas copas de jerez y
alargué una a Helena.

Ella la alzó y me miró.

Gracias por venir conmigo. Y gracias


por ser tan buen

amigo.

El primer martini que tomaba en mucho


tiempo. Aunque

estaba frío, me templó un poco el ánimo.


Christoph no está celoso del doctor
Rathenau dijo

Helena. Bebió un sorbo y miró su copa. Es


un poco difícil

decírtelo... El doctor Rathenau tiene


muchas amistades intimas entre las
mujeres. Gusta a las mujeres, ellas le
admiran

por su imaginación, por su intelecto


brillante, quizás hasta por

su fortuna y su posición, pero esas


relaciones no son...Helena bebió de golpe
todo el contenido de su copa, dejó ésta

en la bandeja, cruzó las manos y me miró a


los ojos. Sus
relaciones con las mujeres no son...
relaciones físicassus

mejillas se pusieron rojas.

¿Estás segura?

Completamente segura. La gente de


nuestros drculos

lo sabe. No es una cosa tan terrible, aunque


sí muy triste

para él, y solitaria.

Silencio, interrumpido por el timbre del


teléfono en el

vestíbulo.
216

Apareció la criada.

Herr Oberleutnant, alteza.

Helena se puso en pie, fue hacia el


vestíbulo y dejó la

puerta abierta.

Está aquí, conmigo... Porque acabamos


de hacer una

visita... a tu tío... ¿a cuál de ellos crees


tú...? Al doctor

von Winterfeld... Si... sí... más o menos


toda la historia...
Sí... ¡He dicho que sí...! Tillessen, y creo
que dos nombres

más que Kaspar mencionó a Peter...

¿Has terminado ya?

.........

Lo sé... lo sé, sí.

.........
¿Puedo decir algo ahora?

.........

Ah, querido, ¿cómo puedes decir eso? Lo


comprendo.

¡Lo comprendo perfectamente!

.........

Christoph, perdóname, no estoy de


acuerdo contigo. Y

Peter tampoco está de acuerdo contigo...


Tu tío llamó por teléfono al ministro del
Interior... si, el ministro en persona...

Sí... Si... Al parecer, la policia del Estado


va a vigilar a Tillessen y a los otros... Yo
no los llamé, tu tío los llamó. Esa

es su opinión sobre cómo proteger vuestro


precioso apellido.

¡Y es juez! Por favor, ¿quieres dejar de


gritar...?

.....

¿Cómo está Kaspar...? Muy bien, si,


enviaré a Peter

ahora mismo a tu casa... ¡No, no harás eso!


No estaré aquí,

saldré a cenar esta noche... El señor


Houghton, el embajador

de los Estados Unidos... No, con Walther


Rathenau... Porque

él me invitó. Tú estás ocupado con tu


hermanito ¿no...? Anoche... En casa de
e1... En casa de Rathenau, por supuesto...

Porque fui allí para advertirle otra vez, ¿y


sabes una cosa?

¿Sabes quién estaba allí para cenar? El


doctor Helfferich

¡Te lo juro! Yo estuve en la misma


habitación... Para pedirle
a Helfferich que cesara con estos
interminables ataques, para

convencerle de que no pueden conducir


nuestra política exterior con esta presión de
la derecha, y Helfferich accedió; aunque
está seguro de que Rathenau está
equivocado, prometió

interrumpir los ataques...

.........

¿Qué?

217
¡Oh, Dios mío, Christoph! ¿Está en los
periódicos?

¡Oh, ese cerdo! ¿Al día siguiente?

Corrí a la esquina, compré la edición de


la noche del Berliner Tageblatt y volví al
piso de Helena. Me leyó el artículo

mientras tomábamos otro martini.

Inmediatamente después del almuerzo, el


doctor Karl Helfferich, dirigente del
Partido Nacionalista, se había dirigido a

una numerosa audiencia en una sesión del


Reichstag y había

lanzado el ataque más violento y salvaje


contra el gabinete

de Wirth, su política exterior, y el


arquitecto de esta política:

¿Se espera que el pueblo del Sarre


ocupado dependa de su cul tura alemana?
¡Oh, útil sugerencia! ¿Y qué hace el
Gobierno

alemán. Después de lo que este Gobierno


ha hecho (o no ha he cho) por los
alemanes de Silesia, ¡a los alelranes de
Renania

y del Sarre nada les queda, excepto la


absoluta desesperación!

Todo el mundono solamente el pueblo de


nuestras provincias

ocupadastiene sin duda la sensación de


que este Gobierno se

ha rendido abyectamente a la Liga de las


Naciones, es decir, a los

aliados. La política de satisfacción de


Hcrr Doctor Rathenau ha

provocado la abrumadora devaluación de


la moneda alemana

ha aplastado a la clase media alemana;

ha traido la pobreza y ia miseria a


incontables familias ha llevado a la
desesperación y al suicidio a innumerables
hom bres y mujeres ha enviado al
extranjero ingentes cantidades de capital de
nuestra

nación;

¡y ha sacudido hasta los cimientos


nuestro orden industrial y

social!

Fuertes aplausos en el Reichstag.

Helena dejó caer el periódico sobre la


alfombra.

¡Oh, el muy cerdo! ¡Cerdo hipócrita!


Todo lo que se

le ha hecho a Alemania es culpa de


Walther Rathenau. ¡Muy
conveniente para ellos! se frotó los ojos y
se estiró en el

sofá. Ahora será mejor que te marches,


Peter. Debo vestirme

para la cena y no quiero que estés aquí


cuando llegue él. Estará de un humor
terrible.

En realidad, no creo que debieras salir


con él esta noche,

Helena.

Al contrario. ¡Debo estar con él! Lo


comprendes, ¿verdad, Peter? Haz lo que
puedas para tranquilizar a mi furioso

amigo, ¿quieres? Irá al banco por la


mañana. Dile qtle lo
espero aquí para almorzar. Buenas noches,
Peter... y gracias.

218

Sábado, 24 de junio de 1922

¿Hola?
¿Hola?

¿Sí?

¿Villa Keith?

Sí, Villa Keith.

¿Eres tú, Peter?

¿Helena? ¿Dónde estás? ¿Qué hora es?

Estoy en casa otra vez, son las... déjame


ver... las

doce y veinte de la noche y quiero saber


qué pasa ahi.

Casi todos duermen. Tuve una mala


noche. Tomé unos
cuantos Kraut martinis.

¿Qué?

He inventado un nuevo cóctel. No tenía


ginebra, enviamos a Meier al bar de
Roseneck, lo único que consiguió fue

ginebra de patatas, asi que preparamos una


jarra de martini

con vermut y ginebra de patatas, entiendes,


un Kraut martini... No creo que se haga
muy popular...

¡Y os emborrachásteis!

Helena ¿qué otra cosa íbamos a hacer?


Christoph estaba... estaba fuera de sí
cuando llegué.
¿Por nuestra visita a su tio?

¡Por todo! Por su tío, por Kaspar, por el


discurso de.

Helfferich en el Reichstag, porque te


paseabas por ahi en el

automóvil de Rathenau... Quería ir a


buscarte a la embajada

de los Estados Unidos.

¡Peter, no!

¡Te digo que sí! Le dije que no vendrías,


que quedaría

como un asno. Quería ir a esperarte a la


puerta de la embajada para cuidar de ti
cuando salieras, pero, para entonces, ya
no podía aguantarse de pie... Nunca lo
había visto en ese estado, Helena.

219

Pobre Christoph. Creo que me quiere.

Claro que te quiere. ¿Cómo estuvo la


cena?

Ah, no hubiera tenido que ir. Fue una


equivocación.

No querían a mujeres, querían hablar de


política. De economía.

Pasé toda la noche en un rincón con la


señora Houghton y

otras dos mujeres... Walther Rathenau hizo


que el señor

Houghton hiciera venir a Hugo Stinnes.

¿Hugo qué?

¿No conoces a Hugo Stinnes? Hoy es el


hombre más

rico de Alemania, minas de carbon,


siderurgia, fábricas, y

todo lo ha ganado con la inflación. Toma


prestados de los

bancos millones y millones de marcos,


compra esas minas de
carbón y esas fábricas y luego paga con
dinero que sólo vale

una fracción de lo que valía cuando se lo


prestaron... o mejor aún, pide prestado más
dinero para pagar las deudas, y

los idiotas siguen prestándole, porque,


supuestamente, emplea

a miles de obreros, les da trabajo... Creo


que todos se han

vuelto un poco locos...

¿Y Rathenau lo queria en la reunión?

Sí, porque Stinnes es como Helfferich,


un violento enemigo de la politica de
Rathenau. Hablaban de cómo pagar
las indemnizaciones a los franceses con
carbón, y Rathenau

dijo: «Veamos cómo haria esto Stinnes», y


el embajador lo

llamó, estaba en el Hotel Esplanade, y


llegó y hablaron y

se hizo tan tarde que yo dije que no podía


tener a los Houghton despiertos toda la
noche; y nos marchamos.

¿Quiénes os marcháteis?

Bueno, todo el mundo, la reunión


terminó. Llevamos a

Stirmes en el automóvil de Walther


Rathenau, me dejaron
en casa y después fueron al Esplanade para
seguir hablando.

¿Crees que aún estarán allí?

No lo sé, supongo que sí. Walther


Rathenau sigue queriendo convencer a esa
gente, estaba muy deprimido por el

discurso de Helfferich, pero creía que


estaba adelantando algo

con Stinnes... Peter, te estoy tan agradecida


por distraer a

Christoph, no tendría que preocuparse


tanto por ml.

Bueno, ¿y Kaspar? ¿Qué vamos a hacer


con Kaspar?
Sólo nos quedan doscientos miligramos,
quizá tengamos para

un día más. ¿Saldremos a la calle, después


de todo, para conseguir morfina? ¿Cuánto
tiempo podemos seguir así?

Yo lo detendría todo ahora mismo, Peter.

¿Dejar de administrarle amital?

Sí.

¿Qué pasará cuando despierte?

220
¿Quién sabe? Pero alguna vez tendrá que
despertar.

¿Qué objeto tiene seguir posponiéndolo... y


provocarle tal

vez una adicción?

No me corresponde a mí decidirlo.

¡Peter, tú le estás poniendo las


inyecciones!

No es mi hermano.

Ah, ya sé que no es tu hermano... Y éste


no es tu

país, no es problema tuyo. ¡Querría no


haberte arrastrado a
todo esto!

Helena... no puedo decir esto con


claridad, pero quiero

que sepas... quiero que sepas que no


lamento que hayas confiado en mí, ni que
Christoph haya confiado en mí... Me

siento como si formara parte de vuestra


vida. En Paris, yo

no era nada, apenas un turista, no conocia a


nadie excepto a

algunos norteamericanos que también eran


turistas, pero aquí...

no sé cómo expresarlo...

Lo has expresado muy bien, querido.


Ahora, por favor,

vete a dormir. Ya es otro día.

Christoph estaba profundamente dormido


en el sofá del

salón, con la boca abierta, roncando.


Kaspar estaba profundamente dormido en
su cama. Me dolía la cabeza, tenía la

boca seca y me sentí con náuseas. En el


cuarto de baño, bebI

un vaso de agua. Después, cogI la caja con


el resto del amital
y la jeringa hipodérmica que estaban en el
botiquin. Bajé,

apagué todas las luces, salí a la calle


silenciosa y caminé por

la acera, debajo de los enormes y viejos


castaños, hasta que

llegué a la boca de una alcantarilla. Me


incliné, arrojé cuidadosamente la caja al
otro lado de la rejilla, oí el ruido que hizo

al caer en el agua. Después, volvi a Villa


Keith y me acosté.

Un golpe en la puerta.
Dolor de cabeza.

Otro golpe.

¡Señor Ellis!

Al teléfono, señor Ellis. Herr


Oberleutnant. Muy urgente, señor. Me dijo
que le despertase. Está esperando al

teléfono.

Bien. ¿Dónde está? ¿Qué hora es?

Está en el banco, señor. Son más de las


once. Dice que

es muy urgente.

Está bien, está bien. Digale que voy en


seg uda.
221

¿Qué ocurrió?

No supe lo que ocurrió. A veces,


dormido, sueño que oi

los disparos; pero no pude haberlos oído.


Me encontraba

profundamente dormido, a unas ocho


manzanas de allí. Recuerdocreo
recordarque, cuando bajaba la escalera para

atender la llamada telefónica, oí las


estridentes sirenas de los

automóviles de la policía de Berlín.

No supe lo que sucedió y tampoco lo


supo la mayoría

de cuantos escribieron los centenares de


miles o los millones

de palabras que se publicaron durante la


conmoción de las

semanas que siguieron. Por lo tanto, creo


que la mejor forma

de relatar esta parte es citar a tres testigos


muy distintos.
Ernst von Salomon fue sentenciado a
cinco años de prisión por su participación
en lo ocurrido aquella mañana. Veterano
del Freikorps, de la misma edad que
Kaspar, posteriormente se hizo escritor y,
en mil novecientos treinta, publicó

Die Gechteten, que significa «Los


proscritos». El la calificó

de novela.

El sábado 24 de junio de 1922,


alrededor de las diez y me dia de la
mañana, el automóvil se detuvo en una
calle lateral
que cortaba la Konigsallee, en el barrio
de Grunewald, no lejos

de la casa de Rathenau. Fischer montaba


guardia en la esqui na con la Konigsallee.
Kern sacó dd sutomóvil su vieja chaque ta
de goma. Techow fijaba la capota. Informó
a Kern que la

bomba de aceite estaba estropeada, pero


que serviría para un

viaje corto y rápido.

Kern se mantenia tranquilo y


despreocupado. Me puse frente

a ¿I y lo miré. Me encontraba apoyado en


el automóvil y tem blaba tanto que crei
que habían puesto el motor en marcha.
Kern se puso el abrigo. Q use decirle
algo, algo cálido, tran quilizador. Por fin,
pregunt¿:

222

Si nos cogen, ¿cusl diremos que fue el


motivo?

Si os cogen, echadme toda la culpa a


mldijo Kern sni mosamente. No hace falta
decirlo. Bajo ningún concepto diréis

la verdad. No digsis nada. Tiene muy poca


importsncia lo que

digáis. Señor, decir lo que el pueblo


pueda entender, ese pueblo

que cree lo que dicen los periódicos. En lo


que a ml concierne

podéis decir que e1 era uno de los Sabios


de Sión, o que casó

a su hermsna con Rsdek, o cuslquier otro


sinsentido que se os

ocurra... De todos modos, jamás


comprenderán nuestras moti vaciones. Pero
no dejéis que os capturen. Pronto, todos y
cada

uno de los hombres serán n«esarios se


colocó la gorra de

cuero de aviador. Enmarcada por el


estrecho círculo de color
pardo, su cara psrecía audaz y dispuesta...
Sacó la ametralla dora del portaequipajes y
la des]izó cuidadosamente entre los

asientos delsnteros. Después, se volvió y


me miró directamente

a la csrs. Trsnquilo, muchacho. Eres muy


listo, no dejes que te

turben. Ah, un consejo: dejad con vida a


Wirth- es un hom bre valiente y
completamente inofensivo se acercó más,
me

cogió la chaqueta y dijo en voz bajs: No


puedes imaginar

qué feliz me siento porque todo ha


quedsdo attss.
En aqud momento, un automóvil
pequeño de color castsiio

remontó lentsmente la Konigsallee.


Fischer vino corriendo desde

la esquina y se situó silenciossmente en la


parte posterior dd

automóvil. Techov se puso al volante; su


rostro se volvió sú bitamente gris, como si
estuviera tallado en madera. Kern me

estrechó la mano, después se puso en pie


en el automóvil, alto,

con el sbrigo ondeando al viento. El


automóvil empezó a temblsr.

Me scerqué a la puerta e introduje la


msno, pero ninguno la
cogió. Kern se sentó. El automóvil
empezó a moverse.

El automóvil ernpezó a moverse; quise


detenerlo. Se movía

con un ronroneo grave. Quise gritar, quise


correr, permsnecí

allí paralizado, vacío, atontado,


completamente solo en la calle

gris. Kern se volvió una vez más. Vi su


cara una vez más. Des pués, el automóvil
acderó y dobló la esquina.

En la Konigsallee estaban construyendo


una nueva casa.
Uno de los albañiles dio su versión a los
reporteros de la

Vossische Zeitung:

Alrededor de las 10,45, aparecieron dos


automóviles en la

Konigsallee desde Hundekehle. En el


primero, venla un caballero

mayor, solo, en el asiento trasero.


Pudimos verle con claridad,

porque la capota estaba bajada. El


segundo automóvil era mss
gtande, descapotable, abietto, de seis
asientos. Siempre hay mu chos autos en la
Konigsallee, pero todos notamos en
segluda

a éste debido a la curiosa indumentatia de


cuero que vestísn sus

ocupantes: el conductor iba ddante, los


ottos dos atrás. Llevabsn

abrigo largo y gorra, smbos de cuero, que


sólo dejabsn al des cubierto la cara...

Cusndo el automóvil más pequeño


redujo la vdocidad en la

doble curva, el automóvil más grande


empezó a addantsrse, obli gando al
pequeño a desvisrse hacia nuestto lado de
la calle. El
caballero que iba en el asiento trasero se
volvió psra ver si se

había producido una colisión. En ese


momento, uno de los hom

223

bres con chaqueta de cuero se llevó al


hombro una ametralladora,

se inclinó hacia adelante y disparó una


ráfaga directamente hacia

el caballero del automóvil más pequeño.


Estaba tan cerca que,

realmente, no tuvo necesidad de apuntar.


Pude verle la cara
mientras disparaba. Era un rostro
decidido, saludable, la clase de

cara que llamamos cara de oficial...


Entonces, el otro hombre de

abrigo de cuero se incorporó y arrojó una


bomba de mano dentro

del automóvil pequeño, el grande


aceleró, dio la vuelta en la es quina y
desapareció por la Wallotstrasse.

Mientras tanto el chófer del automóvil


pequeño había de tenido el vehículo j
gritaba: «¡Socorro, socorro!:. El caballero
del

asiento trasero estaba caido, cubierto de


sangre- y entonces es talló la bomba y lo
arrojó por el aire... No sé por qué no quedó
desuido todo el automóvil... Una joven
corrió desde la parada

del tranvía, subió a la parte trasera, pero


el caballero estaba

inconsciente, si es que ya no habla


muerto. El chófer giró con

el automóvil y se dirigió a la comisarfa


de policla, a sólo treinta

metros por la Konigsallee...

Cuando Christoph llamó por teléfono,


acababa de enterarse por Helena de la
noticia. Había llamado el mayordomo de

Rathenau; el hombre quería que Helena


avisara a la madre

de Rathenau antes de que lo hiciera otro, y


Helena había

corrido a darle la noticia personalmente.


Christoph me pidió

que me reuniera con él lo antes posible en


casa de Helena.

En seguida colgó el auricular.

¿Y Kaspar? Sin amital durante más de


veinticuatro horas.

¿Se levantaría y desaparecería?

Fui a verlo. Meier le había llevado un


vaso de leche y un
panecillo.

¿Estás despierto, Kaspar7

Asintió. Tenía los ojos abiertos pero no


los posó en mí.

¿Debía decírselo? Sí, hubiera debido


decirselo, pero tuve

miedo, de modo que no lo hice. Todavia


parecía hallarse bajo

la influencia de la droga y, después de


una semana en la cama,

los músculos no le llevarían muy lejos.


Dije a los Meier adón de iba y caminé
hasta Roseneck para tomar el tranvía hacia

el centro de la ciudad.
La gente se volcaba en las calles. El
tráfico se atascaba.

Nadie sabía exactamente qué había


ocurrido, ni dónde, y la

gente intercambiaba a gritos toda clase de


versiones: una

bomba había estallado en el automóvil de


Rathenau; una bomba había estallado en el
Reichstag; Wirth y Rathenau habían

muerto; la Reichswehr había declarado la


ley marcial... Los

hombres se subían a las mesas de las


aceras de los cafés y

dirigían discursos a la muchedumbre que


se formaba a su
alrededor. La República está en peligro
mortal. Esto es otro

224

golpe de la derecha. Los trabajadores


deben unirse nuevamente. Banderas en las
calles, banderas en las ventanas.

En algún lugar del Kurfurstendamm, bajé


del tranvía y

anduve el resto del camino, por calles cada


vez más atestadas

de personas preocupadas, con expresión


confusa, que no parecían saber qué hacer
pero que querían hacer algo.

Es lo que yo vi. He aquí lo que vio Emst


von Salomon:

Multitudes arremolinándose en las


plazas de la ciudad, mar chando,
arrastradas por el súbito colapso de su
mundo ordenado...

Sentí en mi interior una ola de


insoportable dolor, el deseo mor boso de
disparar contra la multitud, de arrojarme
como una cuña

ardiente que abriera en dos el meollo de


aqudla locura. Tem blando, busqué el
arma, pero ningún blanco que valiera la
pena
apareció en la masa de rostros vacios;
quise comunicarme por

tdéfono con otros de nuestro grupo, pero


la fuerza secreta los

habfa devorado también a dlos; lleno de


hirviente odio, corrí

por las calles, dispuesto a matar al


primero que encontrara...

pero los segundos que corrían me


privaron de este último im perativo.
Quería degir a mi vlctima por encima de
las masas

sin nombre, al presidente Ebert o al


canciller Wirth, pero en tonces un único
pensamiento me quemó la sangre; baiiado
en
sudor frío, me apoyé en una pared y
pensé: «Kern». Sólo po

día pensar en Kern. Pero Kern había


desaparecido.

Años más tarde, cuando lei estas


palabras, sólo pude pensar en Kaspar
Keith, despertando de sus sueños de
amobarbital, mientras von Salomon y
quizá Tillessen y quién sabe

cuántos más acechaban en las calles


atestadas, haciendo rechinar sus dientes,
buscando otros blancos que valieran la

pena. . .
La criada de Helena me dijo que ésta no
había regresado,

pero Christoph estaba en el balcón, las


manos en los bolsillos,

mirando las filas de gente que se estaban


formando a ambos

lados del canal.

Podemos deshacemos del amitaldijo, sin


volverse.Después de todo, nos alcanzó
hasta hoy.

Le dije que ya lo había hecho. No le dije


cómo.

¿Qué dijo Helena cuando te


llamó?pregunté.

Dijo: «Ahora puedes dejar libre a tu


hermano. La hazaña ya se ha llevado a
cabo».

Christoph... este asunto de Kaspar...

Se volvió.

Peter, deseo expresarte mi más honda


gratitud por lo

que has hecho...

225
Gracias, pero quiero exponer mi opinión.
Han matado

a Rathenau. ¿Quién será el siguiente?


¿Wirth? ¿Ebert? No

puedes tener a Kaspar bajo vigilancia para


siempre. Esta vez

hemos podido neutralizarlo... pero no


podemos hacerlo otra

vez. Es un adulto. No puedes controlar su


vida.

Christoph asintió. Permanecimos en el


balcón observando

silenciosamente a la multitud, hasta que un


taxi se abrió camino entre la gente y se
detuvo justo debajo. Bobby von Waldstein
se apeó y esperó a que bajara Helena,
vestida enteramente de negro; cuando ella
miró hacia arriba, no pudimos

verle la cara, porque llevaba un velo.

Mientras subían la escalera, nos


dirigimos hacia la puerta.

Helena, sin una palabra, se arrojó en brazos


de Christoph.

Pude ver, a través del velo, que cerró los


ojos cuando se apoyó en su pecho. Bobby
pasó por mi lado y entró en el piso

sin mirarme y sin decir palabra. La criada y


yo quedamos allí

sin saber qué hacer.


Poco después, Helena se separó de
Christoph, se quitó el

sombrero y el velo, los entregó a la criada,


y entró en la sala

arreglándose el cabello.

Tengo que lavarme la caradijo. Peter,


¿quieres

prepararme uno de tus martinis, por favor?

¿Cómo estaba Frau Rathenau? preguntó


Christoph.

Una columna de hielo. «Mi hijo ha dado


la vida por

la patria», fue todo lo que pudo dear.


¿Tuviste que decírselo tú?

No, ya estaban allí dos comandantes de


la policía, después llegó el jefe de poliáa y
en seguida el canciller Wirth

escoltado por aún más policías


motorizados. La casa se llenó

de gente; llegó su hermana, no era


necesario que me quedara

y me marché. Cuando mi taxi pasó por el


lugar del atentado

en la Konigsallee, Bobby estaba entre la


multitud.

¿Qué haáa Bobby allí?preguntó


Christoph, siguiéndola fuera de la
habitación.
La criada trajo la ginebra y el vermut, asi
como una jarra

de hielo, y yo fui al balcón, donde Bobby


estaba mirando

abajo, a las multitudes que desfilaban.

Bobby, ¿te preparo un martini a ti


también?

Se volvió y me dirigió una mirada


llameante. Apenas le

reconoci.

¿Debo entender que sabíais lo que iba a


pasar?me

preguntó.
Bobby, todo el mundo en Alemania sabía
que esto iba

a suceder.

226

Pero vosotros teníais información


concreta. Y nombres.

Informamos de ello, Bobby. ¿No te lo


dijo Helena?

Fuimos a ver al doctor von Winterfeld, y


él llamó al ministro...

¿Cuándo fue eso?


Ayer.

¿Ayer?

Fue cuando obtuvimos los nombres...


quiero decir que

fue cuando pudimos ver a Winterfeld, pero


hasta e1 dijo que

no era suficiente como para detener a


nadie...

¡Sabíais algo el domingo por la tarde,


hace una semana,

cuando os llevé a Nikolassee!

¡Señor!, pensé, y senti que el corazón


me daba un vuelco.
Si él no nos cree, ¿quién nos creerá?

Sonó el teléfono y la criada fue a


atender. Oimos que

llamaba a la puerta.

¿Herr Oberleutnant? Herr Meier al


teléfono.

Christoph atendió la llamada en la


alcoba de Helena. No

pude oír lo que decía, pero apareció un


poco después.

Era Meier. La policía acaba de estar en


casa. Se llevaron a Kaspar al
Alexanderplatz.

Pasé los días siguientes entrando y


saliendo de la jefatura de policía, de modo
que cedo la palabra al conde Kessler

para que narre este episodio de la historia.

El conde Harry Kessler era un mecenas


de las artes, rico,

cosmopolita, periodista, posiblemente hijo


ilegítimo del Kaiser

Guillermo I..., un aristócrata de tendencias


políticas liberales, un observador sensible
que iba a todas partes y conocía

a todas las personas importantes. Era


intimo amigo de Walther Rathenau, cuya
biografía publicó en 1928.

El Reichstag se reunió a las tres de la


tarde. La aparición

de Helfferich fue recibida entre gritos de


«¡Asesino, asesino!

¡Fuera los asesinos!». El tumulto cedió


sólo cuando Helfferich

hubo desaparecido. Más tarde, habló


Wirth. «Desde que empeza mos a servir a
este nuevo Estado bajo la bandera de la
República,

se han gastado millones en verter un


veneno mortal en el cuerpo
de nuestro pueblo. Desde Konigsberg a
Constanza, la campaña

de asesinatos ha amenazado a este país


nuestro, a cuyo servicio

hemos dedicado todas nuestras energías


en cuerpo r en espíritu.

En retribución, se nos dice que todo lo


que estamos haciendo es

un crimen contra el pueblo alemán y que


merece nos ser llevsdos

ante los tribunales de justicia (gritos de


«¡Helfferich no, Helffe rich no!» desde la
izquierda) y después el pueblo se
sorprende

cuando unos simples muchachos


desorientados recurren al ase-

sinato.»

227

Al dla siguiente, que era domingo, hubo


sesión especial del

Rdchstag. Wirth no tenia intención de


hablar. Pero, cuando entró en la cámara,
ésta se haUaba casi vacía, pues la mayoría
de

sus miembros estaba en los pasiUos,


discudendo la situación.
Se volvi6 hacia mí y dijo que, como
parecfa que no se estaba

preparando nada en pardcular,


aprovecharía la oportunidad para

decir unas pocas palabras en memoria de


nuestro pobre amigo

Walther Rathenau. No bien empezó a


hacer uso de la palabra,

los miembros entraron rápidamente y


entonces aprovechó para

acusar a los nacionalistas. «Cuando un


estadista de la jerar qula dd doctor
Hdfferich habla como lo hizo, ¿cual puede
ser

el efecto en el cerebro de los jovenes


que se han mancomunado

en organizaciones secretas o semisecretas,


de carácter patriotero,

nacionalista, andsemita, o monárquico?


Es evidente que el resul tado es uns
especie de Feme... Los verdaderos
enemigos de nues tro pals son aquéUos
que inyectsn veneno en nuestro pueblo.

Sabemos dónde tenemos que b los. ¡El


enemigo está en la

derecha!» exclamó, seiislando los


escaños vscios de los nacions iistas, de los
que solo unos pocos se hablan atrevido a
permane cer en sus asientos, donde se les
veia incomodos y mortalmente

paSiidos, mientras tres cusrtas partes de la


cámara se ponían de

pie y los miraban de frente. El efecto fue


tremendo...

Desde el asesinato de Abraham


Lincoin, ninguna otra muer te de un
hombre de Estado había sacudió tanto a
toda una nación. Los sindicatos habían
decretado un paro general en todo

el Reich, desde el mediodia dd jueves


hasta las primeras horas

de la mañana dd miércoles.
Manifestaciones extraordinarias como

Alemania jamás había presenciado,


marcharon ordenadamente bajo

la bandera repubiicana en todas las


ciudades dd país. Más de

un miUón de personas tom6 parte en


BerlSn, ciento cincuenta

mil en Munich y Chemnitz, cien mil en


Hamburgo, Bresiau, El berfeld, Essen.
Nunca un ciudadano alemán habla sido
honrado

de aqudla forma. La respuesta popular,


que se habla negado a la

vids y al pensarniento de Rathenau,


Uegaba ahora unánime a su

muerte.

El conde Kessler murió en 1937, exiliado


en Francia. Su

diario se publicó en 1971. La siguiente


descripción corresponde al martes 27 de
junio de 1922:

Funeral de Rathenau. A partir dd


mediodia se detuvo todo

trabajo, en señal de dudo y de protesta


contra el asesinato po Iítico.

La ceremonia fúnebre se realiz6 en la


Camara dd Reichstag.

El ataúd «taba expuesto detrás de ia


tribuna dd presidente de

la Cámara y bajo un gran dosd negro


suspendido dd techo. En la

gran sala colgaban tdas negras y habla un


mar de flores. Enormes paimas
flanqueaban el ataúd por los cuatro
costados. La tribuna dd presidente estah
envudta en toda negra y sepultada,

al igual que la tribuna dd Gobierno, bajo


magnlficas coronas

de flores con cintas de los colores


repubiicsnos, negro, rojo

y oro. Las galerlas estaban decoradas con


macizos ramos de hor- tensias szules y
rosadas. Largos vdos de crespón colgaban
de

Ias luces dd techo... Tanto ias galerias,


como la Cámara, estaban
228

atestadas. No habla un solo asiento vacio,


ni siquiera entre los

nacionalistas. El punto focal era el ataúd,


envudto en una gran

bandera con los colores nacionales. A sus


pies, había dos coronas

inmensas de flores rojas y blancas, a


derecha e izquierda de la

bandera.

A mediodla, el canciller acompañó a la


madre de Rathenau

al palco imperial. Se sentó en el asiento,


cuyo respaldo aún llevaba la W coronada.
Evidentemente, la anciana estaba en
completo dominio de si misma, pero su
pid, detrás dd vdo, estaba pálida ccmo la
cera y su rostro hubiera podido estar

tallado en piedra. Aqudlas facciones,


desprovistas de color y

afectadas por el dolor, fueron lo que más


me conmovió. La señora

contemplaba inmóvil el ataúd. Kreuter,


quien la visitó ayer, dice

que es la encarnación de la resignación. Su


único deseo es escribir a Hdfferich
acusándole de haber asesinado a su hijo, y
después morir.

Wirth, después de haberla acompañado a


su sitio, abandonó

d palco. Un momento después, pudo


vérsde ahjo, en la procesión encabezada
por Ebert. La orquesta, fuera de la vista en
d

vestlbulo, detrás dd ataúd, tocó la obertura


de Egmont. Ebert se

puso delante del ataúd y habló muy


suavemente, casi inaudible

por la emoción, pero bien. Después le


siguió Bell en representación dd Reichstag,
en tonos claramente articulados, con
palabras
conmovedoras. Finalmente, y mediocre, un
tal Pastor Kordl en

representación de los demócratas. Luego,


los músicos tocaron la

Marcha Fúnebre de Sigfrido, del Ocaso de


los Dioses. Indudablemente, esto llevó a la
ceremonía, en el interior de la Cámara, a
su punto más alto de emoción. Dadas las
circunstancias, el

efecto fue abrumador. Muchos a mi


alrededor lloraban. La importancia
histórica de su muerte resonó con la
música en el corazón de los presentes.

El ataúd fue llevado por el vestlbulo


hasta las escalinatas.

Al pie de las escalinatas, estaba una


compañía de la Reichswehr

con uniformes grises y cascos de acero.


Los tambores redoblaron

y los tonos resonantes de una marcha


fúnebre se devaron en el

aire, amortiguados, extrañamente parecidos


a un trueno distante.

El ataúd, envuelto en los colores


nacionales, fue depositado en

un carruaje cubierto de rosas rojas.


Lentamente, con el acompañamiento de
tambores, el cortejo se puso en
movimiento. Pese a

la lluvia, o quizás a causa de su velo gris,


que se combinaba con
d doblar de los tambores, la impresión
sufrida por los espectadores fue aún más
intensa que ba que habíamos
experimentado en

el interior de la Cámara. El sueño de


Lassalle de pasar por la

Puerta de Brandemburgo como presidente


de una República de

Alemania acaba de realizarlo hoy el judlo


Rathenau, tras su sacrificio por la causa del
pueblo alemán.

229

Libro tercero
El aquelarre de las brujas

Yo ya me encontraba de vacaciones en
Westerland. Centenares de ba£ustas se
remojaban entre las olas. Era exactamente
igual que el dia en que anunciaron el
asesinato de

Francisco Fernando. Una banda tocaba


para la multitud de

veraneantes cuando súbitamente, como


blancos petreles, una

bandada de jóvenes vendedores de


periódicos invadió el paseo:
«¡Walther Rathenau asesinado!»

El pánico se desencadenó y se difundió


por todo el Reich.

Instantáneamente el marco cayó, y siguió


cayendo hasta alcanzar los millones y
billones y trillones de la fantasía, de la

locura. Sólo entonces empezó el verdadero


aquelarre de las

brujas; en comparación, nuestra inflación


austríaca15.000

por 1era un juego de niños. Haria falta un


libro para describir lo que sucedió, y hoy,
un libro semejante parecería un

cuento de hadas...
Stefan Zveig, El mundo de ayer.

Silencio... con voces

Si uno es educado en la fe cuáquera,


aprende a sentarse

y pennanecer en silencio. El silencio puede


continuar largo

tiempo si nadie se siente impulsado a


hablar, pero ni siquiera

de niño me inquietaba o me impacientaba,


porque el silencio

me gustaba. Los cuáqueros acostumbran a


decirse: aEscucha

las confidencias interiores».

¿Qué hacia yo en una Reunión del


Primer Dia, después

de tantos años? Se trataba de una reunión


muy extraña: el

Dorotheenstrasse, una docena de bancos y


sillas heterogéneos,

dispuestos en forma de cuadrado alrededor


de una estufa de

hierro, desde la que un puñado de ascuas


ardientes daba un

poco de calor y de luz; afuera, la fría lluvia


de noviembre
golpeando contra los cristales de la
ventana... y las caras. Algunas se
mostraban serenas, serias, de filadelfinos
bien alimentados, llenos de compostura;
las demás eran, en su mayoría, caras
demacradas, cortésmente intrigadas, de
invitados alemanes.

Yo me había resistido con toda energia.

Señorita Boatwright, en Berlín debe de


haber mil personas capaces de entender lo
que se dice en una Reunión.

Pero muy pocos, creo, que hayan nacido


en el seno de

la Sociedad de Amigos de los Cuáqueros y


que hayan asistido a reuniones desde la
más tierna infancia...
¿Importa eso mucho, realmente?

Creo que sí.

Señorita Boatwright, no he estado en una


Reunión desde hace... años.

Lo séme dirigió una larga mirada cuyo


significado

capté perfectamente. Bajé los ojos.

Señorita Boatwright, mi alemán no es tan


bueno...

233
Aqui la gente me asegura que tu alemán
es el mejor

que han oído de labios de un


norteamericano. Aquella bonita

Fraulein trabajó bien. ¿Cómo se llamaba?

La sefiorita Boatwright me dijo que era


tan sólo un experimento. Además de
proporcionar alimentos, la Misión de los

cuáqueros norteamericanos queria difundir


su mensaje entre

los alemanes. ffNuestra tarea es la de


ofrecer una imagen amistosa de Alemania
al resto del,mundo, y del resto del mundo

a Alemania. Los alemanes se sienten muy


aislados. Nosotros

deseamos cambiar eso, poniendo a toda


clase de personas en

contacto personal normal». Unos cuantos


norteamericanos, que

diridan la distribución de víveres, habían


empezado a organizar reuniones semanales
y ahora querian incluir a algunos

alemanes «amigos de Amigos».' Por lo


tanto, la sefiorita Boatwright redactó una
amable carta de invitación, explicando el

sencillo procedimiento de una Reunión


Cultural... y allí estábamos, en una
habitación llena de rostros silenciosos,
entre

los cuales vi, con sorpresa, los de Alfred y


Sigrid von Waldstein.

¿Oir las confidencias interiores?

En retrospectiva, la muerte de Walther


Rathenau fue una

ducha de agua helada no sólo para los


alemanes, sino también

para mí. Bien o mal, yo me había tirado de


cabeza a su vida
y a su historia.

Sólo llevamos a cabo una parte de la


misión de Christoph.

Kaspar fue detenido, los tres fuimos


interrogados durante

horas, primero por detectives, después por


un glacial y maduro Untersuchungsrichter,
el juez que instruía el caso contra

los asesinos, pero la visita al doctor von


Winterfeld resultó

fundamental para nosotros.

En pocas horas la policía había detenido


a todos los participantes, con excepción de
los asesinos, no gracias a los nombres que
yo había obtenido de Kaspar, sino, una vez
más,

gracias al automóvil. Habían alquilado otro


coche. Techow, el

conductor, lo devolvió al garaje y sacó una


bolsa que contenía

los largos abrigos de cuero y las gorras de


aviador con que

se habían disfrazado, pero, antes de arrojar


la bolsa al canal

1. Friends of Friends: «As de Amigos».


«Amigo», como se

vio páginas atrás, es sinónimo de cuáquero.


(N. dd E)
234

de Landwehr, revisó el contenido. Faltaba


una de las gorras de

aviador. Techow envió a su hermano, de


dieciséis años, estudiante de bachillerato, a
buscar la gorra al garaje. Para entonces, la
noticia del asesinato circulaba por todo
Berlín, el

dueño del garaje entró en sospechas, el


muchacho se asustó

y se dejó dominar por el pánico, y el dueño


del garaje llamó
a la policía...

Cada detención conducia a las siguientes.


Fueron detenidas

más de ochenta personas. Dos semanas


más tarde, el juez

instructor dejó en libertad a todos, excepto


al circulo más reducido de cabecillas:
Tillessen, von Salomon, los hermanos

Techow y unos pocos más. Fueron


encarcelados en espera de

ser juzgados por el Tribunal


Constitucional, en Leipzig.

Kern y Fischer desaparecieron. Más


tarde, supimos que
habían huido en barco por el Wannsee y
habían pasado horas

durmiendo al sol. Abandonaron Berlín, se


dirigieron al Báltico, no lograron ponerse
en contacto con un barco que debia

llevarlos a Suecia y, entonces, regresaron a


Alemania central,

ocultándose durante el día y caminando de


n«he por los bosques, blancos de una
enorme caza al hombre. En una noche

de julio, se vio una luz en lo que se creía


era un castillo

vacío a orillas del río Saale, en la provincia


de Turingia. Acudió la policía y rodeó el
castillo. Kern apareció en la ventana
de una torre, la policía hizo fuego y lo
mató. Fischer puso el

cuerpo de Kern en una cama, se sentó en


otra y se voló los

sesos.

Cuando Kaspar Keith fue liberado del


Alexanderplatz, ya

no volvió a su casa.

La lluvia golpeaba las ventanas, y nadie


parecia sentirse

animado a hablar. Ciertamente, los


alemanes no dirían nada
antes que los norteamericanos, y los
norteamericanos yo

estaba bien seguroesperarian a que hablara


la señorita Boatwright, de modo que la
cuestión radicaba en saber cuánto

tiempo tardaría ella en hablar.

Según los cuáqueros, «el deseo egoísta y


degradante» es

uno de los obstáculos que dificultan la


evolución hacia la luz

esclarecedora que, se supone, se produce


en nuestro interior.

Y aquí estoy, aguardando a que Dios


hable en mi interior, pero las emociones
que se dan en mí no son sino un
insaciable apetito... y verguenza. Lo de
Bärbel y Baby queda

completamente fuera de control. ¿Lo sabe


la señorita Boatwright? Si no lo sabe, no
tardará mucho en enterarse. Pero

235

lo peor es que Falke lo sabe y Mutti Bauer


lo sabe, ¡y todos

parecen encantados! Ahora Baby va a la


escuela, Bärbel posa,
Mutti cocina, Falke sale a recorrer galerías
tratando de vender

los cuadros que hacemos... y yo lo pago


todo, porque siempre

dispuse en mi vida de dinero.

El dinero no procede de la pintura.

Cuando vencieron los bonos en


septiembre, el marco había bajado tanto
que con un dólar se compraba mil
doscientos

marcos en la Bolsa de Amsterdam.


Después de liquidarlos y

pagar a Waldstein & Co., lo que les debía,


me quedó un
beneficio de dos mil dólares.

No más bonosdijo el doctor Strassburger.


Nadie

quiere asumir ese tipo de


responsabilidades. Yo aconsejaría

dejar quinientos dólares en Amsterdam y


emplear el resto en

comprar acciones de la Bolsa de Berlín.


Eso requiere solamente

un margen del veinticinco por ciento.


Puede firmarnos una

letra por esa cantidad. Si las acciones


suben de precio, venda

las suficientes para pagar la letra.


¿Y si bajan?

Se encogió de hombros.

Todavía tendrá quinientos dólares en


Amsterdam.

Pero les deberé a ustedes más que eso.

Exactodijo el doctor Strassburger,


mirándome tranquilamente entre sus manos
cruzadas.

Hice lo que él sugería. Para mediados de


noviembre, mis

acciones habían subido, pero no reduje la


deuda. Compré más

acciones.
Es dificil explicar cómo ocurría. Ni
siquiera tenía que ir

al banco como los demás especuladores.


Me levantaba tarde,

Meier me servia el desayuno y, después,


telefoneaba a Christoph, quien me
informaba de cómo iban mis acciones, si
debía

vender o comprar esto o aquello, pagar una


letra y renovar

otra... Anotaba, no obstante, cada


transacción en un pequeño

cuaderno que llevaba conmigo.

Cada vez que había que pagar un


documento en marcos,
la moneda valía sólo una fracción del valor
anterior. Yo no

entendía cómo los bancos podían trabajar


asi, hasta que me

explicaron que se les permitía descontar e.s


decir, vender

las letras de sus clientes al Reichsbank, de


modo que, en realidad, el Gobierno estaba
financiando todo aquel enloquecido

sistema. En todo caso, yo seguía


acumulando acciones de industrias
siderúrgicas, minas de carbón y plantas
quimicas, y más

deudas con la Waldstein & Co. De tanto en


tanto vendía algunas acciones para pagar
mis gastos, que eran muy pocos
236

dólares, pero que se habían convertido en


el apoyo principal de las casa Keith y
Falke.

Oír las confidencias interiores.

Sigrid von Waldstein había sonreído al


verme y me senti

contento. La reacción de Bobby, el día del


asesinato, había
reflejado la reacción de su familia: un
retraimiento instintivo,

como si nos miraran con otros ojos. Pese al


doctor von Winterfeld, el nombre de
Kaspar apareció en los periódicos. Sólo

una vez, cuando fue puesto en libertad,


pero bastó. A los

Waldstein no les gustó esta relación


nuestra con el caso.

Christoph sintió las consecuencias en el


banco. Yo las sentí

cuando llamé por teléfono a Lilí para


preguntarle si deseaba

salir a navegar el domingo. A ella le


hubiera gustado navegar,
pero tenía que visitar a una prima en
Potsdam...

Helena y Sigrid intervinieron. Por


supuesto, yo no estaba

presente, pero pude imaginarme a Hekna


gritándole al barón

Eduard: ¡Christoph procuró mantener fuera


del asunto al loco

de su hermano! Y lo mantuvo alejado, el


juez liberó a Kaspar;

Peter Ellis quiso tan sólo ayudar a la


familia...

¡Pero Walther Rathenau está muerto!


Hubieran debido
llamar a la policía.

¡La policía no hubiera hecho nada! Ya he


dicho lo que

dijo el Gerichtsrat Winterfeld...

¡Es su tío!, aunque la mujer sea una


Ludendorff...

Al final dejaron que Alfred decidiera por


si mismo.

La señorita Boatwright se puso en pie.

Según me había sugerido ella, yo


también me puse en
pie. Habló muy lentamente, con pausas
después de cada frase,

y yo traté de traducir.

Me dijeron que lo había hecho muy bien,


pero, por supuesto, no puedo recordar
nada. La señorita Boatwright no

pronunció palabras de bienvenida ni de


justificación. Siguió

tan sólo el hilo de sus pensamientos, más


bien triviales, por

lo que sólo pronunció unas pocas frases


sencillas, quizás acerca de la necesidad de
que los individuos de países diferentes

hablaran entre ellos como personas, y no


como naciones que
se hablan por medio de emisarios. Después
se sentó. Yo me

senté, y la estancia se sumió otra vez en el


silencio.

237

¿Crees que deberia irme del banco? me


preguntó

Christoph una tarde de julio. Sus padres


habían regresado

de Pomerania, y la madre cenaba con


nosotros.

¿Por qué deberías hacerlo? pregunté.

En vista de las circunstancias, quizá


fuera lo más digno.

¿Qué circunstancias? Tú no has hecho


nada malo, no

has hecho nada deshonroso...

Súbitamente, intervino la madre:

Por supuesto, esto jamás habría sucedido


con el Kaiser.

¿Qué es lo que no habría sucedido,


madre?

Todo este... escándalo. No hubieran


nombrado ministro de Asuntos Exteriores a
un judio.

¡Madre! ¿Crees que Rathenau tuvo la


culpa de que

lo mataran?

Esa gente ya es bastante poderosa. Los


bancos, los tribunales, los periódicos, los
grandes establecimientos... ¿Y, además,
también quieren ser ministros y gobernar
Alemania?

El Kaiser no tuvo servidores más fieles,


madre. Tú lo

sabes.

Quizá. Pero eso no significa que


queramos que ellos
nos gobiernen, ¿verdad?

Frau Keith se limpió la boca con la


servilleta, puso ésta

dentro del anillo de plata y se retiró.


Lloraba.

No teníamos noticia alguna de Kaspar.

Uno de los norteamericanos se puso de


pie. Era un joven

pelirrojo, pálido, con grandes gafas. Los


meses pasados en

Berlín le recordaban un poema de Rainer


Maria Rilke. Lo

había traducido al inglés. Empezó a leernos


su versión inglesa

sin detenerse para que yo le ayudara,


aunque no hubiera podido traducir las
palabras de Rilke. No supe qué hacer.

Alfred von Waldstein se puso de pie.

Si me lo permiten ijo, me gustaría repetir


ese

poema en alemán, tal como lo escribió


Rilke:

Herr; es ist Zeit. Der Som?ner war sehr


gross.
Leg deinen Schatten auf die
Sonnenuhren

und auf den Fluren lass die Winde los...

Alfred recitó los tres versos de memoria.


Después, se sentó. Y me miró.

238

El dieciocho de julio todos los periódicos


informaron de

la muerte de Kern y Fischer en el castillo


de Saalec. Esa

tarde, yo estaba con Bärbel y no regresé a


Villa Keith hasta

después de medianoche. En mi mesita de


noche, había una

nota en un papel que llevaba un blasón:

Querido Christoph:

Mi padre me ha pedido que discuta el


asunto Rathenau

contigo y con Peter Ellis. Desearía veros a


ambos en el n.° 4

de Pariser Platz el día veinte, a las seis.

Alfred

La casa que los Waldstein poseían en la


ciudad, a la

sombra de la Puerta de Brandenburgo,


debía estar cerrada

en verano, pero no bien llamamos a la


puerta nos atendió

un joven criado que nos condujo, por


amplios y sonoros pasillos, a un enorme
salón lleno de fantasmales muebles
enfundados en sábanas blancas, hasta una
biblioteca fresca y umbrosa. Las cortinas
habían sido abiertas apenas lo suficiente

para dejar entrar un poco de luz y revelar


parte de un jardín

urbano: césped, arbustos y una fuente ante


una alta pared de

ladrillo.

Alfred se apartó de la ventana, nos


estrechó cortésmente

la mano y nos invitó a sentarnos en sillones


de cuero junto

al hueco de la chimenea.

Estoy tomando Jerez. ¿Me acompañáis?


No, graciasdijo Christoph.

No, gracias -dije yo.

Alfred hizo una señal al criado, quien se


retiró y cerró

la puerta.

Una mujer se puso en pie. Era una mujer


menuda, delgada, de edad madura. con piel
transparente y cabello color

ratón, peinado hacia atrás con un moño.


Habló en alemán, muy

despacio, de modo que me puse en pie y


traté de traducir

Creo que la gente de otras naciones odia


al pueblo

alemán y me pregunto por qué, ya que


nosotros no odiamos

a la gente de otras naciones. Mi hijo fue


muerto en Francia,

pero a no odiaba a los soldados franceses y


yo no odio a los

soldados franceses. La guerra no la


comenzó el pueblo; la

guerra la empezaron los emperadores, los


ministros, los generales. Alemania luchó
sola contra el mundo, luchó sola durante
cuatro años, y, por supuesto, fuimos
derrotados y ahora

239

quienes nos derrotaron quieren que


paguemos sumas increibles en oro, en
carbón, en hierro, en acero, sumas tan
elevadas que no podremos pagarlas. ¿Por
qué? Yo no lo entiendo.

Quiero dccir que los cuáqueros son las


únicas personas de

entre los aliados, las únicas, que yo haya


conocido, en traer

no solamente comida para nuestros niños


hambrientos, sino

en tendernos una mano, en señal de


amistad. Y eso jamás lo

olvidaremos.

La mujer se sentó. Yo me senté.

Al día siguiente de nuestro interrogatorio


en el Pariser

Platz me levanté más tarde que de


costumbre, desayuné solo

y llamé a Christoph por teléfono al banco.


No había mucho
que informar: el marco estaba cayendo
rápidamente, mis acciones alemanas
aumentaban todos los días de valor, debía

esperar. Ninguno de nosotros mencionó a


los Waldstein.

¿Irás a Neukolln esta tarde?

Si, desde luego, mis clases...

Amigo mío, ¿no estarás metiéndote en


problemas?

¿Qué quieres decir?por supuesto, yo


sabía qué quería decir, ¿pero por qué lo
mencionaba ahora, en medio de

una llamada de negocios?

Helena ha oído historias acerca de ti. Los


artistas están

empezando a hablar.

¿De mis cuadros?

No tanto de tus cuadros como de tus


modelos.

¿Has tenido hoy noticias de Helena?

No... Perdóname, Peter, hay otra llamada


para mi...

Terminé el café y subí un momento a mi


cuarto. Sonó

el teléfono. Meier apareció en el vestíbulo.

Fraulein Elizabeth von Waldstein, señor


Ellis.
¡Oh, qué bronceado estás!, dijo ella. Y
mira cómo estoy

yo de blanca, como la tiza. ¿Otra vez


estuviste navegando

en el Havel? Oh, me gustaría hacerlo. ¿Me


llevarás a navegar alguna vez? ¿Llevarias a
Bärbel si te lo pidiera? En realidad, no es
que ella te guste más, lo que te gusta son
sus

tetas y su culo. En ese último cuadro, las


dos en la cama,

me hiciste parecer a un muchacho. Es


porque no teníamos comida cuando yo
estaba creciendo, ¿sabes? Tenía hambre
todo

el tiempo, estaba tan hambrienta que de


noche no podía dormir, y, cuando dormia,
soñaba con pasteles de chocolate... Una

240

vez, yo era muy pequeña, alguien trajo a


Mutti Bauer un

pastel de chocolate que estaba muy bueno,


pero me puse mal

del estómago, tuve que vomitar...


No te preocupes, no volverán por lo
menos durante una

hora. ¿Te gusta que te haga esto?


Mmmmmm... ¿te gusta?

¿Lo hago mejor que Bärbel?


¿Mmmmmmmm?

Ahora que tú nos das dinero para


mantequilla y huevos,

voy a ponerme como Bärbel, espera y


verás. No falta mucho. Ayer, Mutti batió
un huevo en una copa de leche, me

lo bebí todo y no me sentó mal. No dejó


siquiera que Bärbel

lo probara. Todo fue para mí.


¿O te gustaría más que me pareciera a un
muchacho?

¿Por eso me pintaste asi, acostada boca


abajo? Bärbel de

espaldas, y yo con el culo en pompa... ¿Te


gustaría hacérmelo como si yo fuera un
chico? ¿Humm? ¿Estás seguro?

A algunos hombres les gusta, fingen que


soy un muchacho,

cuando no lo soy en realidad, de modo que


todos en paz.

Duele un poco, pero lo haré contigo...


¿No? ¿Seguro? ¿Por

qué me hiciste posar así, con el culo al aire,


como un muchacho? Oh, no seas loco. Ya
sé que no eres homosexual,

estoy bromeando... Pero esto te gusta,


¿verdad?... ¿Mmm...?

Dime que yo lo hago mejor que Bärbel...


Dime que me quieres más que a Bärbel...
¡dimelo, o paro!

Uno de los norteamericanos de más edad


se puso en pie.

Lo imité. Tampoco recuerdo «actamente


qué dijo, pero fue

algo apropiado para la ocasión y lo dijo


despacio, esperando
a que yo tradujese. Creo que habló de la
historia de la Sociedad Cuáquera, de cómo
se desarrolló al principio en Inglaterra,
bajo una gran represión, cómo prosperó en
Estados

Unidos, cómo cambió y cómo está


organizada hoy. Añadió que

ciertos cuáqueros que estaban presentes


tenían intención de

continuar con las reuniones semanales en


aquel lugar y que

todas las personas interesadas en participar


eran sinceramente

bienvenidas. Para quienes desearan


quedarse un poco más, se
serviría café en la habitación contigua.

Se sentó y estrechó la mano de la


señorita Boatvrright.

La señorita Boatwright se volvió y me


estrechó la mano. La

reunión había terminado.

241

El juicio de Pans

Los alemanes toman muy en serio la


Navidad y celebran

la Nochebuena. Esto me creó un problema:


no podía estar

en tres sitios a la vez. La cuestión me tuvo


preocupado varias semanas, lo cual
demuestra lo aislado que me encontraba.

Para la mayoría de los alemanes, la


Navidad de 1922

estaba convirtiéndose en una pesadilla. A


mediados de diciembre, un dólar valía más
de 7.000 marcos, y medio kilo de

mantequilla, que había costado 800 marcos


en noviembre,

entonces costaba 2.000.


Cuando salía de compras, tenía que
recoger dinero en

Waldstein & Co. El cajero entraba en la


pequeña sala de

recepción con una caja de latón, y el


montón de billetes que

ponía sobre la mesa tenía que dividirse en


fajos separados,

que entonces yo distribuia en los bolsillos


de mi traje y de

mi nuevo abrigo cruzado.

Nevaba. En las calles, la expresión de los


transeúntes era

severa, afligida. La palabra ¡Ruhr! era un


grito diario en los

titulares de todos los periódicos. Los


franceses anunciaban

que, si los alemanes no se ponían al día en


sus entregas de

carbón, acero y postes telefónicos, el


ejército francés entraría

en la región de Essen, Duisburgo,


Gelsenkirchen, Miilheim,

Bochum, Dortmund... las ciudades


ennegrecidas por el humo,

los calles de fábricas, las minas de carbón


y las acerías: Ruhrgebiet, el centro
industrial de Alemania.
Estos eran los titulares. En el interior, los
periódicos publicaban páginas enteras de
ofertas de oro, joyas, alianzas
matrimoniales, anillos de compromiso...
«¡Precios increíbles!»

Y las tiendas estaban llenas de gente


comprando cosas.

En la «Kaufhaus des Westens», una de las


tiendas más gran242

des de la ciudad, la actividad era frenética,


la gente entraba

desde el Wittenbergplatz por las puertas


giratorias, atestaba

los pasillos, se hacinaba en los ascensores,


se empujaba para

admirar los artículos en exposición: joyas y


trajes de etiqueta,

lencería, cristal de Bohemia y porcelana de


Sajonia, libros de

arte, trenes de juguete arrastrados por


locomotoras a vapor,

ejércitos de soldaditos de plomo dispuestos


en escenas de célebres batallas históricas...
Mientras algunos tenian que vender el
anillo de boda para comer, otroscomo yo,
con recursos para especular,
norteamericanos, ingleses, franceses,
holandeses, belgas, gente de Europa
Oriental, cuya nacionalidad

no sabía distinguir, y también muchos


alemanes parecian

cargados de papel moneda y lo gastaban lo


más rápidamente

posible, convirtiéndolo en regalos de


Navidad que, al día siguiente, costarían
mucho más que hoy.

Compré un chaleco de cachemira marrón


para Frau Keith;

un bolso de cuero para Frau Meier; un


bolso idéntico para

Mutti Bauer y un pequeño reloj de pulsera


de oro para Lilí.

El único problema era Bärbel versus Baby.


¿Debia hacerles
regalos idénticos? Si no lo hacia, cualquier
cosa que diera

a una le parecería mejor a la otra.

Sujetando mis paquetes, me dejaba


arrastrar por la multitud y pensaba en mis
problemas personales. Había un gigantesco
árbol de Navidad en la sala central de la
«Kaufhaus

des Westens». Delante del árbol, un coro


de niños entonaba

villancicos.

En invierno, resultaba más difícil ver a


Lilí. Vivía con

sus padres en la mansión del n.° 4 de


Pariser Platz. La llevaban cada día al
colegio en el Horch. Después del colegio,

la pasaban a recoger en el Horch, o iba a


visitar a sus compañeras de estudios. Los
sábados salía a cabalgar en el Tiergarten,
siempre con un grupo de muchachas, bajo
la supervisión de una joven ceñuda y
huesuda del Báltico. Por las

tardes, iba a clases de danza o a fiestas.

¿No podria yo alquilar un caballo y


cabalgar con ellas?

le pregunté a Helena.

¿Alquilar un caballo?Helena arrugó su


hermosa nariz. Nunca supe de nadie que
alquilara un caballo. Suena

a inseguro. Pero, en cualquier caso, no lo


permitirían. ¿Qué

pasaría si todos los jóvenes quisieran


cabalgar con ellas?

¿Adónde iriamos a parar? Helena soltó una


risita. Está

243

bamos tomando martinis en su casa,


esperando a que Christoph volviera del
banco.

Helena, tienes que ayudarme a salir con


ella. Quiero

decir, a estar a solas con ella. No puedo


soportar esto. Sólo

puedo verla los domingos a la hora del té,


con todo el mundo a nuestro alrededor, en
ese enorme salón, hablando de si

los franceses invadirán o no la Ruhr.

Helena sacó un cigarrillo. Se lo encendi.


Me miró a través del hurno.

¿Por qué, si no peco de indiscreta,


debería yo estimularte, señor Ellis, para
que veas a mi prima a solas?

¿Qué?

Creo que has oído mi pregunta.


¡Pero no la comprendo!

Alzó las cejas.

¿De veras?

De veras, no te comprendo. Tú sabes que


estoy loco

por Lilí.

¿Y eso qué significa? Mmmmmsoltó otra


nube de

humo y miró a un punto por encima de mi


hombro derecho.

¿Cuáles son tus intenciones con Lill, Peter?

¡Bueno! ¿Mis intenciones...? creo que la


única palabra es «farfullé». Farfullé, tomé
mi copa, terminé el martini y anuncié: ¡Mis
intenciones para con Lilí son honorables!

Honorables... ¡Qué bien! En inglés, en


norteamericano,

¿significa eso que quieres casarte con ella?

Hasta ahora lo había evitado. Pensé en


recurrir a evasivas. ¿Era esto, realmente,
asunto de Helena? Pero no podía evadirme
ante ella.

Sidije.

¿Estás bien seguro?

Si, estoy seguroy entonces, súbitamente,


lo estuve.

Helena asintió.
¿Quieres servirme otra copa...? Gracias.
El otro día,

en el té, encontré al doctor Liebermann. El


también vive

en Pariser Platz, sabes. Es un anciano


encantador, todavía

muy interesado en las mujeres. Y me llevó


aparte. «¿Cómo

se llama el amigo norteamericano de


Leteutnant Keith?». Se

lo dije. Y él asintió, muy divertido. Me


contó que había enviado a un estudiante,
un ex-estudiante suyo, pintor muy
moderno, muy politizado, a que diera
lecciones al americano, porque él sabia que
el artista necesitaba desesperadamente
dinero,

pero, al parecer, ahora el americano (por


supuesto, se refería a

244

ti) estaba haciendo cuadros que eran


totalmente opuestos al estilo de su maestro.
El profesor Liebermann parecía muy
divertido. Y me dio el nombre de una
galeria... ¿Joseph Ansbach, en la
potsdamerstrasse?

Helena me hizo un guiño por encima de


su copa. Supe
adónde iba, de modo que dije:

¿Te gustaron? y oí que mi voz sonaba


como a la

defensiva.

¿Los cuadros... o las muchachas? Los


cuadros son...

bueno, no exactamente modernos,


¿verdad? Casi fotográficamente exactos,
una casi puede oler el perfume, y revelan
una

habilidad tremenda, Peter. ¡Una habilidad


tremenda! Pero

son tan realistas que no creo... no creo que


los quisiera
colgar en mi sala, no a esas dos
muchachas, pienso. Aunque,

al parecer, hay mucha gente que sí, según


Herr Ansbach.

¿No te gustan mis cuadros?

Ah, Peter, no es cuestión de que me


gusten tus cuadros. Tú, obviamente,
llegarás a ser un pintor importante,

pintas la cara de una mujer, el cuerpo de


una mujer exactamente como a ella le
gustaría ser... pero estamos hablando

de tu vida. Y de tu interés por Lilí.

¿Qué tienen que ver mis cuadros con


Lili?
¡Peter! Helena alzó las manos,
exasperada, y se inclinó hacia mi. Mira,
querido muchacho, todo el mundo

sabe que los pintores se acuestan a veces


con sus modelos,

pero ¿tienes que hacerlo tan evidente? Ese


estudio de las

dos muchachas en la cama, esa sensación


de pereza, esa somnolencia, esa morbidez...
Todo el mundo, el profesor Liebermann,
yo, todos los que ven ese cuadro saben que
tú acababas de acostarte con ellas, con las
dos. ¡El cuadro, francamente, lo afirma a
gritos! ¿Y qué piensas que diría la madre

de Lilí, o su padre?

Aquello no se me había ocurrido.


¿Tú crees que yo debería pintar de forma
diferente?

No, querido, claro que no. Un pintor


pinta lo que siente, tu pintura muestra lo
que tú sientes. ¿Pero dónde deja

eso a mi prima Lilí?

Lo pensé.

Quizá debería pintar a Lilídije, y


entonces sonó la

campanilla de la puerta.

Un tercio de mi problema de
Nochebuena se resolvió por

245
sí solo, tristemente, antes del amanecer del
24 de diciembre.

Me desperté al oír gritos, al oír la


campanilla de la puerta

varias veces, portazos, gente calzada con


pesadas botas corriendo por toda la casa.
Lo primero que pensé fue que habían
regresado Kaspar y sus amigos. Me puse la
bata, me

guardé la pequeña Smith & Wesson en el


bolsillo y salí al

pasillo. Sentí una ráfaga de aire frío. La


puerta principal

estaba abierta. Me acerqué a la escalera


justo a tiempo para

ver a dos soldados con brazaletes de la


Cruz Roja y gorra,

que sacaban una camilla por la puerta,


seguidos de Christoph

y su madre y del doctor Goldschmidt.

Meier cerró la puerta y bajé la escalera.

Esta mañanadijo el anciano, Herr


General sufrió

un colapso en el cuarto de baño. El doctor


Goldschmidt vino

inmediatamente y diagnosticó un ataque


cardíaco. Ahora se
lo llevan al hospital militar de Potsdam.

El mismo Meier tenía un aspecto


enfermizo, pero me sirvió un café. Como
una hora después, llamó por teléfono

Christoph: el estado de su padre era


estacionario, su madre

insistía en pasar a su lado la Nochebuena,


Helena había arreglado ya las cosas para
que Christoph asistiera a la gran fiesta

familiar de los Waldstein, a la que yo ya


había sido invitado

por Lilí. Teníamos que presentarnos a las


seis, de etiqueta.
A las cuatro aún me encontraba en
Neukolln, no de etiqueta ni del todo sobrio.

Falke y yo habíamos elegido un pequeño


árbol de Navidad en un puesto callejero de
la helada Hermann Platz. Pagué 1.500
marcos por el arbolito y compré seis velas
a 100

marcos cada una.

La plaza estaba fría, a oscuras, y


empezaba a llenarse a

medida que hombres y mujeres cansados


se apeaban de los

tranvías. Ira contenida, ropas gastadas, el


olor del hambre,
de cuerpos sin lavar, de alcohol barato...
Falke estaba borracho. Trataba de
ayudarme a llevar el arbolito, pero
tropezaba

con viandantes que se volvían y nos


insultaban, de modo que

finalmente me puse el arbolito al hombro y


procuré no cruzarme en su camino.

Cuando empezábamos a subir las


interminables escaleras

de cemento, Falke trató nuevamente de


ayudarme. En cada

rellano salían niños de las distintas puertas


y miraban silenciosamente nuestro
arbolito. Falke se puso a cantar, y su voz
resonó en la helada escalera:

246

O du frohliche

0 1u seelige,

Gnadenbringende

Weihnachtszeit!

Baby gritó:

¡Hurra, un árbol de Navidad!y me besó


en la boca.

Detrás de ella, estaba el pequeño Ferdi con


su pantalón corto

y su gastado jersey. ¡Dios mio, me había


olvidado de comprar un regalo para Ferdi!
¿Qué podia hacer? No había tiempo para
volver a salir

La cocina estaba tibia y olía


deliciosamente: yo había

dado a las muchachas dinero suficiente


para comprar un pato

no pregunté dónde ni cómo, Mutti Bauer


cocinaba, había

mucho ruido porque las muchachas


gritaban y Falke seguía
cantando. La cara de Mutti Bauer estaba
roja como una remolacha, pero no pude
saber si se debía al calor del horno,

porque también sus ojos estaban


enrojecidos.

Bärbel me besó en la oreja.

Los vecinos huelen al pato, ¿sabes?, y


han estado haciendo comentarios toda la
mañana. ¡Mutti dirige un puff,

llamarán a la policía! ¿No podemos irnos


de esta casa apestosa? ¿Por qué no nos
compras una casita, en Schoneberg

o Wilmersdorf? No tendrías que subir esas


malditas escaleras,

y nosotras no tendríamos que soportar a


todos esos envidiososse apoyó en mi
espalda y me rodeó con sus brazos.

Falke sacó de la alacena una botella de


ginebra holandesa.

Le temblaban las manos cuando llenó las


copitas que había

en la mesa. Por encima de mi hombro,


Bärbel observaba mientras su cabello me
rozaba la mejilla, yo me percaté de que

miraba algo. Me hice a un lado y ayudé al


niño, que había

llenado un cubo de agua. Pusimos el árbol


en el cubo y Baby

aseguró las velas con largos alfileres de


sombrero.
¿Queréis que pongamos el arbolito en el
estudio?pregunté.

leaba ligeramente. Sospecho que a mi


tenaz alumno le aguardan en otra fiesta...
¿una carpa de Navidad en Pariser Platz?

Por eso pido que levantemos nuestras


copas para agradecerle

lo que ha hecho aquí y desearle Frohliche


Weihnachten!

Todos, hasta el niño, alzaron las copas.

¿Tenía que alzar mi copa yo también?


¿Era sincero Falke? Finalmente levanté mi
pequeña copa, miré la cara de
todos, miré especialmente la irónica
expresión de Falke, tratando de adivinar
sus sentimientos... Bebieron. Bebí. La
ginebra holandesa me quemó la garganta.
Dejamos nuestras

copas en la mesa y Falke volvió


inmediatamente a llenarlas...

menos la del niño.

Bueno, muchas graciasempecé. Quiero


agradeceros

todo lo que habéis hecho por mí...

Estábamos muy juntos en la diminuta


cocina, las velas se

reflejaban en los ojos de Bärbel, pero fue la


mano de Baby
la que buscó la ma.

Quiero desearos una feliz Navidad dije y


os he

traido unas cosas...

Era tan tarde que tuve que tomar un taxi


para regresar

a Villa Keith. Mi cabeza estaba empapada


de ginebra holandesa

y me remordía la conciencia. ¿Por qué no


podía quedarme

con ellos? Ellos me necesitaban, y los


Waldstein no.

Les habían gustado los regalos. En el


último momento, recordé la gruesa
estilográfica negra Mont Blanc que había

comprado para mí, de modo que la saqué y


se la obsequié

al niño, que abrió la boca, la cogió


reverentemente con las

dos manos y se sentó e'n un rincón para


probarla.

Mutti Bauer parecía abrumada por el


bolso, nuevamente

estalló en llanto, mientras que Bärbel y


Baby abrían los elaborados paquetes que
los de Waldstein & Co., habían hecho para
mí. Había decidido finalmente regalarles
dinero

d fin de que pudieran comprarse lo que


ellas quisieran. Pero

dinero de una forma levemente romántica,


así que convenci

al cajero de Waldstein para que me


consiguiera algo especial:

un par de piezas de oro de cinco dólares.

Las dos miraban la moneda que tenían en


la palma, mientras yo hacía mi pequeño
discurso: No se me ocurrió qué

podía gustaros... Escoged lo que queráis...


Podría ser una
buena idea guardar las monedas durante un
tiempo.

Ambas me besaron y me lo agradecieron


efusivamente,

pero algo raro hubo en la forma en que


reaccionaron. Las

248

dos. ¿Era el hecho de que yo les diera


dinero? Aquella mañana cada una de las
monedas valía alrededor de 40.000 marcos.
¿O era otra cosa?

Falke había servido una tercera ronda.


Entonces, dijo:

También nosotros tenemos algo para tiy


desapareció en el dormitorio.

Instantáneamente ambas muchachas se


me acercaron y deslizaron su moneda en
mi bolsillo. Mutti Bauer lo observó y

se volvió inmediatamente para ocuparse de


la comida.

Por favor, guárdalas tú por


nosotrassusurró Bärbel.

De lo contrario, él nos las quitaría en


cuanto te vayas.

¿De veras tienes que irte?Baby parecía


asustada.
El ha estado portándose bien mientras tú
estabas aqui, pero

por dentro está de un humor de perros.


Seguro que nos pegará brutalmente.

A mí nodijo Bärbel. Yo comeré un poco


de pato

pero después iré a celebrarlo a la


Friedrichstrasse!

¿Nos dejarás a mí y a Mutti con él para


que nos pegue

toda la noche?preguntó Baby, pero


entonces Falke volvió

del dormitorio y, con una reverencia, me


entregó un paquete.
Lo abrí y vi mi propia imagen: un dibujo
al carbón, en el

inimitable estilo de FaLe, muy


cuidadosamente realizado, con

mucha atención por los detalles,


ciertamente no halagador,

pero tampoco tan mordaz como hubiera


podido serlo (¿hubiese tenido que serlo?).
Era el retrato de un joven de aspecto

bastante convencional, con traje a rayas,


camisa blanca, corbata oscura, cabello
cuidadosamente peinado, indicios de
dinero en la ropa y de lujuria alrededor de
los ojos... Pero la inscripción lo deca todo:
Un norteamericano de París en Berlín.

Falke. Navidad de 1922. Era un retrato


excelente. (Todavía

lo tengo. No está colgado en la repisa de la


chimenea, pero

lo tengo.)

Las mujeres no entenc1ieron la


referencia a Pars. Yo si.

Habrías tenido que dibujar a Venus y a


las otras dos

dije cuando le di las gracias. ¿Quiénes eran


las otras dos,

de todos modos?

Bueno, ya has dibujado tú a las otras dos,


creo.
Reímos. Las muchachas nos miraron,
intrigadas. Mutti

Bauer pinchó el pato. Yo consulté el reloj.

ye, Fritz, fue una estupidez pensar que


las chicas

podían llevar esas monedas por ahí.


Cualquiera podria darles

un golpe y quitárselas, o entrar aquí... Las


guardaré en mi

caja fuerte, podrán tenerlas cuando lo


deseen, por supuesto,

249
¡No!gritaron todos. Allí hace mucho frío.
La Navidad en la cocinadijo Falke,
distribuyendo las copas.

Mutti Bauer abrió la puerta del horno y


miró el pato.

otra hora másdijo y volvió hacia mi su


rostro reluciente. ¿Te quedarás a comer
para probar un poco de pato?

¿Qué quieres decir? preguntó Baby, que


encendia

las velas del arbolito. ¡Por supuesto que se


quedará!

Falke levantó su copa.

¡Meine Damen und Herren, un brindis!


se tamba
247

leaba ligeramente. Sospecho que a mi


tenaz alumno le aguardan en otra fiesta...
¿una carpa de Navidad en Pariser Platz?

Por eso pido que levantemos nuestras


copas para agradecerle

lo que ha hecho aquí y desearle Frohliche


Weihnachten!

Todos, hasta el niño, alzaron las copas.

¿Tenía que alzar mi copa yo también?


¿Era sincero Falke? Finalmente levanté mi
pequeña copa, miré la cara de

todos, miré especialmente la irónica


expresión de Falke, tratando de adivinar
sus sentimientos... Bebieron. Bebí. La
ginebra holandesa me quemó la garganta.
Dejamos nuestras

copas en la mesa y Falke volvió


inmediatamente a llenarlas...

menos la del niño.

Bueno, muchas graciasempecé. Quiero


agradeceros

todo lo que habéis hecho por mí...

Estábamos muy juntos en la diminuta


cocina, las velas se

reflejaban en los ojos de Bärbel, pero fue la


mano de Baby
la que buscó la mía.

Quiero desearos una feliz Navidad dije y


os he

traído unas cosas...

Era tan tarde que tuve que tomar un taxi


para regresar

a Villa Keith. Mi cabeza estaba empapada


de ginebra holandesa

y me remordía la conciencia. ¿Por qué no


podía quedarme

con ellos? Ellos me necesitaban, y los


Waldstein no.

Les habían gustado los regalos. En el


último momento, recordé la gruesa
estilográfica negra Mont Blanc que habla

comprado para mí, de modo que la saqué y


se la obsequié

al niño, que abrió la boca, la cogió


reverentemente con las

dos manos y se sentó en un rincón para


probarla.

Mutti Bauer parecía abrumada por el


bolso, nuevamente

estalló en llanto, mientras que Bärbel y


Baby abrían los elaborados paquetes que
los de Waldstein & Co., habían hecho para
mí. Había decidido finalmente regalarles
dinero

a fin de que pudieran comprarse lo que


ellas quisieran. Pero

dinero de una forma levemente romántica,


así que convenci

al cajero de Waldstein para que me


consiguiera algo especial:

un par de piezas de oro de cinco dólares.

Las dos miraban la moneda que tenían en


la palma, mientras yo hacía mi pequeño
discurso: No se me ocurrió qué

podía gustaros... Escoged lo que queráis...


Podría ser una
buena idea guardar las monedas durante un
tiempo.

Ambas me besaron y me lo agradecieron


efusivamente,

pero algo raro hubo en la forma en que


reaccionaron. Las

248

dos. ¿Era el hecho de que yo les diera


dinero? Aquella mañana cada una de las
monedas valia alrededor de 40.000 marcos.
¿O era otra cosa?

Falke había servido una tercera ronda.


Entonces, dijo:

También nosotros tenemos algo para tiy


desapareció en el dormitorio.

Instantáneamente ambas muchachas se


me acercaron y deslizaron su moneda en
mi bolsillo. Mutti Bauer lo observó y

se volvió inmediatamente para ocuparse de


la comida.

Por favor, guárdalas tú por


nosotrassusurró Bärbel.

De lo contrario, él nos las quitaría en


cuanto te vayas.

¿De veras tienes que irte? Baby parecia


asustada.
El ha estado portándose bien mientras tú
estabas aqui, pero

por dentro está de un humor de perros.


Seguro que nos pegará brutalmente.

A mi no - dijo Bärbel. Yo comeré un


poco de pato

pero después iré a celebrarlo a la


Friedrichstrasse!

¿Nos dejarás a mi y a Mutti con él para


que nos pegue

toda la noche?preguntó Baby, pero


entonces Falke volvió

del dormitorio y, con una reverencia, me


entregó un paquete.
Lo abrí y vi mi propia imagen: un dibujo
al carbón, en el

inimitable estilo de Falke, muy


cuidadosamente realizado, con

mucha atención por los detalles,


ciertamente no halagador,

pero tampoco tan mordaz como hubiera


podido serlo (¿hubiese tenido que serlo?).
Era el retrato de un joven de aspecto

bastante convencional, con traje a rayas,


camisa blanca, corbata oscura, cabello
cuidadosamente peinado, indicios de
dinero en la ropa y de lujuria alrededor de
los ojos... Pero la inscripción lo decía todo:
Un norteamericano de París en Berlín.

Falke. Navidad le 1922. Era un retrato


excelente. (Todavía

lo tengo. No está colgado en la repisa de la


chimenea, pero

lo tengo.)

Las mujeres no entendieron la referencia


a ParIs. Yo si.

Habrias tenido que dibujar a Venus y a


las otras dos

dije cuando le di las gracias. ¿Quiénes eran


las otras dos,

de todos modos?

Bueno, ya has dibujado tú a las otras dos,


creo.
Reimos. Las muchachas nos miraron,
intrigadas. Mutti

Bauer pinchó el pato. Yo consulté el reloj.

Oye, Fritz, fue una estupidez pensar que


las chicas

podían llevar esas monedas por ahi.


Cualquiera podria darles

un golpe y quitárselas, o entrar aqui... Las


guardaré en mi

caja fuerte, podrán tenerlas cuando lo


deseen, por supuesto,

249
o podríamos hacer que el banco las cambie
por dólares corrientes, pero no creo que
deban llevarlas encima...

Falke no dijo nada mientras yo


balbuceaba. Miró su copa,

se la llevó a los labios, la vació de un solo


trago, hizo una

mueca... volvió la cara hacia el techo y se


puso a cantar:

Stille Nacht,

Heilige Nacht,

Alles schlät
Einsam wacht...

Tenía que irme. Besé a todas las mujeres,


estreché la

mano del niño y pedí a Falke que saliera


conmigo un momento al pasillo. Me siguió
y se apoyó en la sucia pared de

yeso. Me miró, aguardando. Apenas podía


verle la cara en la

penumbra. No sabía qué decirle, hasta que


lo dije.

Realmente, aprecio mucho este retrato y


te lo agradezco de corazón.
No es nada, no es nadamurmuró Falke.

Has sido un maestro maravilloso.

Cabeceó.

Tú no necesitas un maestro. Pero yo


necesito tu dinero.

No. Yo necesito un maestro, Fritz, y


quiero seguir

contigo. Pero, si aquí hay algún problema


esta noche, no

volveré. ¿Está claro?

¿Qué quieres decir?

¿Se le estarian poniendo amarillos los


ojos? Demasiado
oscuro para verlo.

Tú sabes lo que quiero decir. No quiero


irme, quiero

quedarme. Pero tengo que marcharme.


Pero, si hay algún

problema, y tú sabes que yo me enteraría...


alquilaré un estudio y no volverás a verme.

Falke se mordió el labio y miró el suelo


de cemento. Hubiera podido arrojarme por
las escaleras, pero lo único que

hizo fue encogerse de hombros, dar media


vuelta y entrar en

la casa.
Pagué al taxista con un puñado de
billetes de cien marcos,

puse el pie en la acera, resbalé en el suelo y


caí de bruces.

Cuando trataba de ponerme de pie, se abrió


la puerta y aparecieron Christoph Keith y
Meier. Durante un segundo se

limitaron a mirarme fijamente y se


adelantaron.

Dios mío, hombre, ¿qué te ha pasado?


preguntó

Christoph.

250
Nada, he resbalado en el hielo, estoy
muy bien...

Tienes la cara llena de sangre.

¡Herr Oberleutnant, por favor!Christoph


estaba impecablemente vestido: frac,
corbata blanca y medallas. Meier,

que no quería que la sangre estropeara el


traje, se interpuso

entre nosotros y trató de ayudarme a entrar


en casa, pero

sus pies se cruzaron con los míos y volví a


caer.

Prepare un baño para el señor Ellisdijo


Christoph.

Un baño frío.

251

Las mismas canciones

con distintos intérpretes

Falke había acertado en lo de la carpa.


Entraron las carpas

en el comedor en mesillas de ruedas,


especiales. Al levantar
las campanas de plata que cubrían los
platos, aparecian enormes pescados
humeantes que, según me aseguraron,
habían sido

cocidos en cerveza. Las mesas se movian


por el salón. Mientras el mayordomo
cortaba con precisión de cirujano, un
ayudante servía el pescado en platos
calientes de Meissen y otros

camareros pasaban la verdura... Pero todo


esto ocurrió después. Primero, hubo la
Bescherung.

Un árbol de Navidad se erguía en el


salón principal. Detrás, la escalera de
mármol formaba una amplia curva. El
árbol

estaba iluminado con un centenar de velas,


y sus luces titilaban en los adornos de
oropel, en los globos de cristal coloreados
y en una infinita variedad de lunas,
estrellas y querubines voladores. El gran
ángel dorado en la cima del árbol

extendía los brazos a pocos centímetros de


la araña central.

Abajo, alrededor del árbol había montones


de regalos hermosamente envueltos y
etiquetados con esmero.

El salón y las escaleras estaban llenos de


gente: tíos, tías,

parientes políticos, hijos y nietos


Waldstein, amigos, amigos

de amigos, criados. En su calidad de


anfitriones, el padre de
Lilí y su tío Fritz ocuparon sus puestos en
el arranque de la

escalera, cerca de la entrada de la gran


sala, donde se había

instalado una pequeña orquesta alrededor


del piano de cola.

Desde nuestro sitio, en el centro del salón,


no podiamos ver

a los músicos, pero sí pudimos ver que el


barón Eduard se

volvía para darles la señal. Los músicos


empezaron a tocar,

y cien voces cantaron-al unúsono:


252

O Tannenbaum, o Tannenbaum,

Wie grun sind Deine Blatter...

¿Qué le ha pasado a tu nariz? dijo ella en


cuanto

llegamos. El salón se llenaba de gente que


dispersaba nuestro

círculo de amigos. En poco tiempo, me vi


separado de Christoph y aislado al lado de
Lilí en un rincón.

Resbalé en el hielo. ¿Llegamos muy


tarde?

No, acabamos de regresar de la iglesia.

¿De la iglesia?

Los ojos negros relampaguearon.

¿Crees que deberíamos celebrar la


Navidad en una sinagoga?

No, quiero decir...

El judo fue mi bisabuelo. ¿Lo recuerdas?

Sí, desde luego...

Pero para ti es lo mismo, ¿verdad?

Lili, no tiene importancia.


¿Estás seguro? ¿O piensas que todo este
despliegue

navideño es de un gusto dudoso?

¿Estás enfadada conmigo?

Negó con la cabeza.

Sólo me pregunto, a veces, qué piensas


tú.

Yo pienso que todo esto es... espléndido.


Mi familia

no da mucha importancia a la Navidad...

Lilí me interrumpió, todavía deseosa de


explicarse.

La familia de mi madre era hugonote. De


Francia. ¿Has

oído hablar de los hugonotes?

Bueno, creo que algo he oído...

Pero no mucho, ya veo. Eran protestantes


franceses.

Allí fueron perseguidos por los católicos y


expulsados de Francia por Luis XIV.
Muchos vinieron aqui, los electores de

Brandenburgo los recibieron bien.


Prosperaron, como artesanos, en la
administración, en leyes y en el ejército. El

padre de mi madre era profesor de...


Bueno, en todo caso,

mi madre y yo hemos ido a la iglesia


francesa, la que tú

viste en Gendarmenmarkt, y mi padre, a


quien, francamente,

no le interesa mucho la iglesia, viene con


nosotras en Navidad y PascuaLilí bajó la
mirada. También nos acompaña por el
aniversario de la muerte de Max. Lo cual
es un

poco extraño puesto que la madre de Max


y de Alfred provenía de una familia judía.
Has perdido el hilo, ¿verdad?

sonrió de pronto.

253
administrador del hospital de mi padre aun
antes de convertirse en socio de J. P.
Morgan & Co.

No era la primera vez que oia semejante


historia, pero

me gustó el señor Wood (¿puede ser bueno


un socio de Morgan?), sobre todo su forma
de mirar a la señorita Boatwright, una
señorita Boatwright radiante, que esta
noche

charlaba como una debutante: Whitney,


Peter está convirtiéndose en un pintor
espléndido, sus obras se venden en las

galerías de Berln, te llevaré a verlas. Peter,


Whitney ha venido para trabajar con una
comisión del Gobierno sobre las
indemnizaciones alemanas; ha estado ya
almorzando en Gendarmenmarkt. Está
sumamente preocupado por la situación.

He tenido una buena conversación con el


caballero que

dirige el banco... el doctor... ¿cómo se


llama?

El doctor Strassburgermiré a mi
alrededor esperando que nadie más me
hubiera escuchado.

Sí, el doctor Strassburger. ¿Está aquí? No


lo veo.

Ah... no, señor. Yo tampoco lo veo, pero


esto es más

bien una celebración familiar.


Creo...entonces, apareció Helena mi lado.

La presenté al señor Wood, que quedó


literalmente deslumbrado. Helena me pidió
que la acompañara hasta la mesa.

Christoph escoltaría a Lili. La señorita


Boatwright y el señor

Wood se pusieron cerca de la cabecera y


de los padres de

Lilí.

No es fácil observar un retrato a la luz de


las velas, pero
traté de encontrar algún parecido entre las
caras de las paredes y las que rodeaban la
mesa. No lo había mucho, pero

algo había: supe que el hombre adusto y


flaco, en traje negro y medias blancas,
según la moda de 1790, era David
Waldstein, quien tenía la misma expresión
ligeramente escéptica de

Bobby cuando no sonreía; supe que el


húsar, muy joven y de

grandes bigotes, de 1813, era Jacob, el


poeta, y algo de la

tristeza de sus ojos me recordó al padre de


Helena, por casualidad sentado justo de
espaldas a su antepasado.

Helena parecía insólitamente silenciosa.


Nunca he comido carpadije.

Se han cocinado con cervezadijo ella.


Cerveza y

muchas otras cosas. Aqui es una costumbre


de Navidadsus

pensamientos estaban en otra parte.

¿Estás preocupada por el general?

Suspiró.

256

Estoy afligida por el general, pero la vida


no puede

ser muy agradable en su estado. Yo misma


no pienso llegar

a ser tan vieja.

¿Cres que todo lo de Kaspar...?

¡No hablemos de Kaspar, por favor! Este


tema está

cerrado.

No para su madre, creo.

Tienes razón. No para su madre.

¿Te sientes bien, Helena?

Se volvió y me miró.
Sólo estoy un poco nerviosa. Peter. Algo
parecido al

temor que se siente antes de salir a escena.

Pero ¿por qué?

Inclinó la cabeza hacia la cabecera de la


mesa, donde los

dos barones y sus esposas estaban sentados


junto al padre de

Helena, la señorita Boatwright y Whitney


Wood.

Creo que ahora mismo lo sabrásdijo.

El barón Eduard se levantaba.


Bueno, aquí estamos otra vez reunidos
por brindar una

vez más por estas fiestas... Pero este año


me complace... no,

más bien es para mí una gran satisfacción


anunciar que primero haremos otro brindis,
y para proponer ese brindis le

pido a mi primo Paul que se ponga en pie...

El padre de Helena se levantó con una


copa en la mano.

Permaneció silencioso un momento, se


mordió los labios y

miró nuestras caras expectantes. «Un


hombre que expresa opiniones», había
dicho Christoph; nunca había visto que
aquel

anciano se quedase sin palabras, pero


aquella noche parecía

tener algún problema. Súbitamente, Helena


me cogió la mano

por debajo de la mesa. Tenía la suya


helada.

Amigos míosempezó Paul Waldstein.


Amigos, primos, amigos todos... Tenía
preparados algunos comentarios

preliminares. Nuestra amada nación se


encuentra en peligro

mortal. En el interior, el sistema


económico y financiero se

aproxima a un estado de caos. En el


exterior, un ejército enemigo se mantiene
dispuesto a apoderarse de nuestro más vital

territorio industrial. Estos pensamientos


nos deprimen, aun

en esta fiesta de Navidad, pero la vida


continúa, y por esa

razón me pongo en pie esta noche para


deciros que me siento

feliz... sí, muy feliz, muy orgulloso y feliz


de anunciaros el

compromiso de mi amada hija... mi única


hija...
¡Hurra!gritó Lilí a mi lado y se inclinó
para besar

257

a Helena, que seguía cogida de mi mano,


temblando. Todos nos pusimos en pie,
alzamos las copas y su padre trató,

con cierta dificultad, de terminar el brindis


formal. Christoph

y Helena permanecían en sus asientos,


procurando sonreír.

Bobby empezó la canción tradicional y


los demás se unieron a él:
Kinder soll'n Sie kriegen

Hoch soll'n Sie leben

Drei-mal hoch!

Bebimos, los criados volvieron a llenar


las copas, y Christoph se levantó para
responder. Fue breve y sobrio. No
necesitaba decir a los presentes cuánto
amaba a aquella dama,

pero las circunstancias habían sido


difíciles: la guerra, la revolución, la crisis
actual... ¡no es fácil pedir a una princesa

que deje de serlo! Y, sin embargo, como


nos ha recordado

Herr Waldstein, la vida continúa, y, puesto


que no se ven

indicios de que las circunstancias vayan a


mejorar muy pronto, Helena y yo hemos
decidido no seguir posponiendo lo

inevitable y compartir las épocas malas


tanto como las buenas. Levantó su copa:
¡Para que pasemos juntos muchas
Navidades! Bebimos.

En voz baja, dijo Helena:

Ha tardado ocho años para llegar a esto.


¿Llegaremos

alguna vez al altar? pero había lágrimas en


sus ojos.
El café se sirvió en la sala. La mayoría de
los presentes se

agolpó alrededor de Helena y Christoph


para comentar los

proyectos para la boda, pero yo me quedé


con Lili, algo

apartados los dos.

¿Has abierto tu regalo? ijo.

Fui al salón, volví con mi paquete y


saqué otro del bolsillo.

Esto es para ti, de mi partedije. Cuando


empezamos a hablar de religión, olvidé que
lo tenia.

Abrimos los regalos. El mío era una


botella... una botella que contenía un
modelo exacto, a escala, del pequeño

velero de los Waldstein. Me quedé sin


habla.

¡Oh, mira! ¡Mira esto! ¡Oh, es


estupendo...!

¿Te gusta? Lo hizo uno de los jardineros,


fue idea

suya, todos estaban tan contentos de ver


nuevamente el barco

en el agua... ¡Oh, Dios mío!había abierto el


paquete con
258

el pequeño reloj de pulsera. ¡Oh, Peter!


soltó el aliento,

se colocó el reloj, estiró el brazo para


admirarlo de lejos,

levantó las cejas y dejó caer las comisuras


de la boca en una

expresiOn muy curiosa. ¿De qué? ¿De


duda?

¿No te gusta?

¿Gustarme? ¡Me encanta! Sólo que no


estoy segura de

si me permitirán llevarlodirigió la mirada


al otro extremo

de la sala.

¿Que no te permitirán llevarlo? ¿Por


qué? ¿Puedo preguntártelo?

Es un obsequio bastante caro, Peter.

¡Un obsequio caro! mira a mi alrededor,


las alfombras persas, las mesas labradas,
las cortinas de terciopelo,

las tapicerías, las resplandecientes arañas,


las joyas deslumbrantes de las mueres...

Lilí me tomó una manc.


No, tú no lo comprendes. Si, tenemos
cosas bonitas,

vivimos en una gran casa, somos


afortunados, pero eso no

significa... que una muchacha acepte un


regalo así...

¡Esto no te compromete a nada!


empezaba a encolerizarme. Y, de todos
modos, tampoco es tan caro.

No para ti, el rico norteamericano que


juega en la Bolsaal decirlo, sonreía. Peter,
no es por mí, es por mi

madre. Puede que a mi madre no le parezca


correcto. Pero

por favor, no riñamos por esto, yo me


encargaré de mi madre, pero será mejor
que ella no lo vea esta noche. Por favor,

¿quieres ponerte en pie?

Se quitó el reloj de la muñeca.

¿Que me ponga en pie?

Sí, sólo un momento, ponte delante de


mí. Mira hacia

allí, hacia los demás.

Me puse en pie y miré por el enorme


espejo de marco dorado que estaba encima
de la chimenea. Vi que Lilí se

inclinaba hacia delante en el sofá, a mis


espaldas, se levantaba
rápidamente el vestido, abria un poco las
piernas y metía el

reloj en la parte superior de su media


izquierda, debajo de

la liga. No podía creer lo que veían mis


ojos... El corazón

me latía con fuerza... Se incorporó a mi


lado, sonriendo.

¿Tienes algún plan para Sylvesterabend?


preguntó,

¿para Nochevieja?

259
Sólo van a contratarle la voz

A la una y media de la tarde del jueves


11 de enero de

1923, el marco alemán se cotizó a razón de


10.450 el dólar

en la Bolsa de Berlín. A las tres de la tarde,


se llegó a 11.600

marcos el dólar, pero compras


desesperadas, realizadas por

el Reichsbank, hicieron bajar la cifra a


10.500. Conmoción.

Las noticias habían llegado por teléfono:


tropas francesas
avanzaban sobre Essen. La ocupación del
Ruhr había comenzado. Todos creyeron
que el marco continuaría cayendo y,

por lo tanto, todos compraban


desesperadamente acciones, haciendo subir
los precios.

En aquella tarde del 11 de enero, no me


enteré de nada,

porque me encontraba de pie, en la helada


penumbra de la

iglesia de la Guarnición de Potsdam,


observando cómo seis soldados de la
Reichsvehr, con botas y espuelas de
caballería,

cargaban el ataúd del general Keith, se


alejaban de la tumba
iluminada de Federico el Grande, tomaban
el pasillo central

y se dirigían hacia la puerta, mientras el


órgano tocaba otra

vez «Ein feste Burg unser Gott».

Los estandartes descoloridos de disueltos


regimientos se

movían suavemente sobre nuestras


cabezas. Algunos de los

supervivientes tomaban asiento en los


bancos. Las calaveras

parecieron sonreír cuando los


acompañantes de honor siguieron al ataúd.
Sonaron espuelas y sables. Ancianos
ceñudos, con los labios apretados, uno de
ellos mariscal de campo,

pasaron muy rígidos, la vista fija hacia


adelante. La bandera

que envolvía al ataúd era la negra, roja y


blanca del Reich

del Kaiser, no la negra, roja y oro de la


República.

Frau Keith llevaba abrigo, sombrero y


velo negros. Christoph, en cuyo brazo se
apoyaba ella, vestía un abrigo de paisano
con una ancha cinta negra alrededor de la
manga; llevaba las medallas colgadas en el
pecho. Cojeaba.

260
Kaspar no estaba allí. Por lo menos, no
estaba en la iglesia, y los mios no eran los
únicos ojos que le buscaban
cuidadosamente.

Helena, que iba a mi lado, se bajó el velo


cuando salimos al deslumbrante resplandor
de la plaza cubierta de nieve,

donde empezó a tocar una banda militar:

Ich hatt' einen Kameraden,

Einen bessern findst du nicht...


Cascos de acero, tambores, timbales,
trompetas y trombones. Una compañía de
infantería presentó armas. El ataúd,

todavía cubierto con la bandera, fue


colocado cuidadosamentS

en una cureña. Las herraduras sonaron en


los adoquines; la

banda se puso en movimiento, ahora sólo


sonaban los timbales

al compás de una marcha lenta; los


caballos resoplaron; la

cureña empezó a moverse. La compañía de


infanteria presentó

armas y luego partió al ritmo de los


tambores.
Los ancianos se pusieron las gorras
militares, los morriones en punta de 1914,
las chisteras, y empezaron a hablar

entre si.

Aparecieron los automóviles. Christoph


ayudó a su madre

a subir a uno de ellos, un coche con


conductor militar y banderines del Estado
Mayor. Helena me tomó del codo.

¡Rápido! ¡Mira allí, aquel árbol grande


por donde ahora

pasa el ataúd!

Miré, y lo vi.

¡No se lo digas a ellos!dijo Helena. Por


favor, no

se lo digas a ellos.

La atmósfera en Villa Keith no era de


duelo, sino de

patriótica indignación. En el camino de


regreso desde Potsdam, muchos habían
comprado periódicos y Christoph había

llamado por teléfono al banco.

Una declaración de guerradijo el doctor


von Winterfeld. ¡Sencillamente, estamos
otra vez en guerra!
Con un ejército de cien mil hombresdijo
uno de los

generales.

Este es el resultadodijo otro. ¿Politica de


satisfacción? Ya ven el resultado:
¡doblegamiento cobarde, socialistas,
licenciar al Freikorps!

Hay que hacer que vuelvan.

Ya se está haciendo.

261

c Qué

Seeckt está trabajando en eso. Los está


incitando a volver, poco a poco, y los envía
a campos de entrenamiento.

¿Dónde?

El que hablaba movió la cabeza.

Más allá del horizonte, al Este. Lejos.

Otra vez intervino:

Caballeros, ¿no creen que Frau Keith


sirve un café excepcionalmente bueno?

Un instante de incómodo silencio.

¿Saben lo que cuesta hoy una libra de


café, en esta

nuestra gloriosa República de Versalles?


Fue interesante observar sus expresiones,
porque no todos captaron el sentido al
mismo tiempo. Una por una, las

caras se volvieron de piedra.


Relampaguearon los monóculos.

El anciano mariscal de campo, desde el


otro extremo de la

habitación, me dirigió una mirada


fulminante, como un niño

furioso.

Frau Keith, sin sombrero ni velo, parecía


mucho más joven que las esposas a quienes
servia el café. Lo pensaba por

primera vez, calculaba mentalmente,


consideraba la edad de

Christoph y la de Kaspar, recordaba que el


general había servido en la guerra de
1870...

Christoph ¿te importa si te lo pregunto?


¿Qué edad

tiene tu madre?

Interesante, yo estaba pensando lo


mismo. De pronto,

aparenta hoy su verdadera edad. Tiene


cincuenta y cinco.

Es decir...
Es decir, quince años menor que mi
padre, sí. El no

tenía prisa por casarse. Le gustaba la vida


de soltero.

Hablando de casamiento...

Hablando de casamiento, no sé, por


supuesto, ahora

tendremos que esperar unos meses. Y me


gustaría pedirte...

Peter, hubiera debido pedrtelo antes, pero


tenía la esperanza

de que Kaspar regresara, de que aceptara a


Helena, pero

puesto que ni siquiera apareció para el


funeral de su padre...

¿Por qué no decirselo?

... me gustaría pedirte que fueras mi


padrino.

Bueno, por supuesto, sería un honor, pero


estoy seguro

de que Kaspar...

No. Nos odia. Cree que hemos


traicionado a Kern y a

Fischer.

262
Pero no fue así. ¿Cómo se puede
traicionar a quien no

está de nuestro lado?

Christoph negó con la cabeza.

Eso es lo que piensa él. En cualquier


caso, hemos comprometido su posición
con los de la O.C., los de Ehrhardt,

y ahora tiene que demostrar que está


realmente de parte de

ellos... No sé, sencillamente no sé, trato de


quitármelo de la

cabeza. Por el momento, mi mayor


problema no es Kaspar,
sino mi madre. El Dollarkurs superó esta
tarde los 11.000

marcos. ¿Te das cuenta de lo que eso


significa?

¡Dios mio, Christoph!

Por supuesto, significa cosas diferentes,


según las personas. Para ti significa que
hoy eres más rico que ayer. Pero,

para las viudas, los pensionistas, los que


viven de sus ahorros... ¡No necesito
explicarte lo que significa cuando un

par de zapatos cuesta treinta mil marcos!

Pero ¿por qué no puedes hacer por tu


madre lo que
has estado haciendo por mi?pregunté a
Christoph.

Bueno, por supuesto, en cierta medida,


hemos estado

intentándolo. Pero) para empezar, ella no


tenía dólares. Tiene

algunas acciones que han aumentado de


valor, hemos hipotecado esta casa y
tomado dinero en préstamo para comprar

florines holandeses, hay un poco de oro y


algunas joyas que

podemos vender... Es una lucha, me veo


obligado a especular con sus bienes como
no debería especularse con las pocas cosas
que le han quedado a una viuda, ¡pero
tengo que
hacerlo, o todo se perderá! Por lo menos,
yo tengo el salario

de los Waldstein, que han sido lo bastante


decentes como

para aumentarlo. Pero mira a los que hay


en esta habitación.

Se han pasado la vida sirviendo a su país lo


han gobernado.

Todo el mundo les respetaba, les hacía


reverencias, les saludaba, los recibian en la
Corte, les dieron títulos, les dieron

medallas... mientras miraban con altanería


a los que se dedicaban a los negocios... por
no mencionar la banca. ¡Prestar

dinero! ¡Jugar en la Bolsa! No del todo


limpio. Sin duda tiene

que hacerlo alguien, individuos de otras


clases sociales. Como

recoger la basura. Sirvieron a su país toda


su vida, con la

esperanza de disfrutar de una vejez


honrosa y cómoda. ¿Y

ahora sabes qué va a sucederles, a menos


que adquieran súbitamente el talento de un
Erich Strassburger y el capital para

utilizar ese talento? Christoph miró a los


hombres que

habían gobernado un imperio. Tendrán que


ponerse en las
colas de racionamiento, con los obreros de
Neukolln y Moa

263

bit. ¡Excepto los que mueran de hambre


antes de rebajarse

tanto!

Es como en la guerra dijo la señorita


Boatwright,

dos semanas más tarde.


Estábamos cenando en el Adlon,
invitados por Whitney

Wood. El había llamado por teléfono a


Villa Keith aquella

mañana para preguntar si yo podía


aguardarla en la Bahnhof

Friedrichstrasse, ya que e1 no saldría a


tiempo de una conferencia en el Deutsche
Bank. Yo podía disponer de su automóvil,
lo cual significaba también de su chófer,
que ya sabía

dónde encontrarme entre las casas de


Neukolln.

Había cenado un par de veces con el


señor Wood mientras la señorita
Boatwright estaba en la Ruhr, y después
de unos cócteles y de una botella de
Riesling me habló de

su esposa; estaba internada en un hospital


con una esquizofrenia irremediable, en
algún lugar de Long Island.

Fue todo lo que dijo de si mismo. Quiso


hablar de poltica alemana. Me habló de sus
conversaciones con Hugo Stinnes, con el
doctor Havenstein, del Reichsbank, con el
Ministro de Hacienda...

La verdad es que no saben qué están


haciendo. Están

pagando las deudas del Gbierno


recurriendo a la impresión

de papel moneda tan rápidamente como les


es posible. ¿Sabe
qué es esto? Me lo enseñaron ayer con
orgullo: el primer

billete de cien mil marcos. ¿Sabe cuánto


valia cuando cerró

el mercado esta tarde? ¡Poco más de cinco


dólares!

Yo ya lo sabía porque, a la sazón, lo


averiguaba dos veces

al día por medio de Christoph. El marco


bajaba tan deprisa

que, en Alemania, todo el mundo


comprobaba el Dollarkurs

dos veces al día.

Lo que están haciendo dijo Whitney es


reducir

el paro. Mantener a la gente trabajando,


porque están seguros

de que, si llegara a haber más parados, los


obreros se harían

comunistas; y temen al comunismo más


que a nada en el mundo. Pero Stinnes no
predica con el ejemplo: dice que quiere

mantener a sus hombres trabajando, que


desea mantener baratos los productos
alemanes a fin de que puedan competir en

el extranjero. Esto está bien. Pero lo que


hace es alentar al

Reichsbank a que imprima más y más


dinero para que el
d nero valga cada vez menos. Al mismo
tiempo pide préstamos enormes, compra
todas las minas y las aceras y las fábricas
que se ponen a su alcance (hace años que
lo viene

264

haciendo) y, después, paga los préstamos


con marcos que valen

una fracción de lo que valían cuando se los


prestaron. Sobre

esta inflación, se ha construido un imperio.

Pero, señor Wood, ¿por qué le prestan


dinero?

Porque dicen que él proporciona empleo.


No quieren

a los obreros en las calles. Temen una


revolución. Stinnes dice que sus hombres
están mal pagados, pero asegura

que podría triplicarles el salario si


trabajaran diez horas al

día. Y, como no quieren hacerlo, habrá que


obligarles, igual

que les obligaron a ir a la guerra.

¿Qué hará para obligarles a que trabajen


diez horas al

día? pregunté.
Stinnes quiere a un dictador, pero no a un
príncipe o a

un rey o a alguien como Seeckt. No quiere


un tipo con monóculo y medallas. Quiere a
un hombre que hable el lenguaje

del pueblo, como dice él. Un hombre que


pueda agitar al pueblo, entusiasmarle,
convencerle de que, trabajando sesenta
horas a la semana, Alemania saldrá de sus
apuros.

¿Y dónde encontrará a un hombre as?

En Munichdijo Whitney Wood. Ya lo ha


encontrado.

¿En Munich? ¿No se referirá usted a


Hitler? ¿Adolfo Hitler?
Whitney Wood asintió.

h, nodije. Está chiflado. No hace más que


vociferar contra los judíos. Todo lo que le
ha sucedido a Alemania ha sido por culpa
de los judíos. Está obsesionado...

Sí, ésa es la parte que no comprendo,


porque, por supuesto, todo esto lo he
sabido por intérpretes... ¿Por qué

Stinnes quiere apoyar a ese Hitler en contra


de su propio

pueblo? Quiero decir, ¿cómo se puede ser


tan cínico...?

¿Qué propio pueblo?

Bueno, Stinnes es judío.


No. No es judio.

Claro que sí. Basta sólo con mirarlo.

No, señor. No es judío. Viene de una


antigua farnilia

de la Ruhr. Son propietarios de minas de


carbón.

¿Quién le ha dicho eso?

El barón von Waldstein.

Bueno, él tiene que saberloWhitney


Wood pareció

pensativo. Muy bien, eso resuelve el


enigma. Stinnes dice

que Munich está a punto de estallar. Los


bávaros odian Berlín, odian la República,
la ciudad hierve de sujetos que desean
derribar al Gobierno. Están los
monárquicos bávaros que

265

desean el regreso de su propio rey; hay una


docena de agrupaciones derechistas, la
mayoría armadas hasta los dientes, y

está la pandilla de Hitler, no puedo


recordar exactamente

cómo se llama. Son todos muy


disciplinados, obedecen órdenes, están
obteniendo uniformes y dinero, pero lo
más importante es que Hitler es un
excelente orador, arrastra a las

multitudes, hipnotiza a miles de personas


con sólo gritarles,

es un orador nato. Stinnes piensa que


puede alejar a los

trabajadores del comunismo, que él dejará


que los hombres de

negocios dirijan la economía, que traerá un


poco de orden y

que, cuando lo haya logrado, podrán reunir


nuevos capitales

en el exterior. Y, cuando él dice «en el


exterior», ya se sabe
a qué se refiere Whitney Wood sonrió.
Creo que es

por eso por lo que Herr Stinnes es tan


amable conmigo.

Cabeceé.

Este Hitler... M siquiera es alemán. Vino


de Austria,

era pintor de brocha gorda, o algo


parecido...

¿Y qué? El canciller que hay ahora, el


doctor Cuno,

fue presidente de la Linea


Hamburg-Amerika de transatlánticos. Un
pintor de brocha gorda no podria hacerlo
mucho
peor, ¿verdad? Y no es que piensen dejarle
que dirija nada.

Sólo van a contratarle la voz para poner un


poco de orden.

A los alemanes les gusta el orden y lo que


tienen ahora es

el caos, y el caos puede desembocar en una


revoluciónWhitney Wood hizo una pausa
para encender un cigarro. Lo que

quiero decir es que, desde nuestro punto de


vista, el plan de

Stinnes es mejor que el de una Alemania


bolchevique, ¿no

crees?
Es como durante la guerra dijo la
señorita Boatwright cuando hubo
terminado el consomé. Sus mejillas
volvían a sonrojarse. Cuando se apeó del
tren de Essen, estaba

pálida y aterida, y muy contenta de verme


en el andén lleno

de humo. La convencí de que fuéramos


directamente al Adlon

y que tomara un baño caliente en la


habitación del señor

Wood, mientras él y yo tomábamos un


cóctel en el bar.
Los alemanes están ensayando una
especie de resistencia pasivadijo la señorita
Boatwright. Sencillamente, se

niegan a trabajar para los franceses. El


alcalde de Essen está

en la cárcel. Los directores de las


compañías siderúrgicas más

grandes están en la cárcel. Las fábricas


están cerradas. Los

obreros vagan por las calles y tienen


problemas con los soldados franceses. Hay
caestía, hay hambre, como en mil nove

266
cientos diecinuevela señorita Boatwright
paseó la mirada

por el lujoso comedor del Adlon. Whitney,


debo confesar

que este sitio me hace sentir incómoda.


Cuando pienso en

lo que podríamos hacer con lo que está


costando esta cena...

Mi querida muchacha, has pasado todo el


da en un

tren helado...

h, lo sé, y aprecio la forma en que cuidáis


de mí,

sinceramente lo aprecio. Después de todo,


¿por qué habríais

de privaros de nada cuando sería sólo


como una gota de agua

en el mar? De todos modos, me alegro de


que hayáis llegado

a conoceros mientras estuve ausente,


porque os quiero mucho a los dos.

Háblanos más de la Ruhrdije yo.

Bueno, creo que fue despreciable lo que


hicieron los

franceses. En primer lugar, los alemanes


ahora no pueden

pagar más indemnizaciones y, en segundo


lugar, la invasión
arrastra a todos los alemanes del centro
hacia la derecha.

Exactamente lo que quieren los


nacionalistas. Ahora recorren

la Ruhr, consiguen afiliados, vuelan los


trenes de carbón que

van a Francia, obtienen apoyo financiero


de los grandes industriales: Thyssen,
Kirdorf, Krupp y esa gente. Hay hogueras
en las calles, discursos violentos, grandes
multitudes que

cantan a gritos «Deutschland, Deutschland


uber Alles» y «Die

Wacht am Rhein».

Eso ocurre en toda Alemaniadije yo.


Aqui mismo, en Berlín, y en Hamburgo y
en Munich.

Difícilmente se les podria culpar dijo


Whitney

Wood. No hay excusa para lo que están


haciendo los franceses.

Bueno, ¿por qué no podemos hacer algo


nosotros?preguntó la señorita Boatwright.

¿Nosotros? ¿Te refieres a Warren G.


Harding? El pueblo norteamericano no está
interesado en esto. Hemos retirado a
nuestras tropas del Rhin para demostrar a
los franceses

que desaprobamos su actitud, pero estamos


dispuestos a llegar hasta ahi y nada más.
Creo que lo que podríamos hacer
es imponer algunos cambios en ese
sinsentido de las indemnizaciones. Los
franceses y los ingleses jamás nos pagarán

las deudas de guerra que tienen con


nosotros, y, como tú

dices, obviamente los alemanes no pueden


pagar esas sumas

ridículamente enormes que les han


impuesto. Por lo tanto,

tendremos que pensar en algo.

Whitney Wood hizo una pausa para


terminar su café. Después, se limpió la
boca y nos sonrió.
267

Debo decirañadióque lo que me hace


mucha gracia es descubrir a dos
norteamericanos, dos cuáqueros de
iladelfia, que corrieron a defender a La
Belle France antes ya

de que entráramos en la guerra,


despachándose ahora a gusto

contra nuestra aliada gala y deshaciéndose


en lágrimas por los

sanguinarios hunos.

268
La inflación actúa

en diferentes sectores
Tal vez esté dando la impresión de que el
doctor Erich

Strassburger se pasaba la mayor parte del


tiempo aconsejándome sobre mis triviales
transacciones financieras. Eso no es

cierto, por supuesto. Apenas lo veia. Todos


los consejos venían

por medio de Christoph, quien también


cumplía órdenes, de

modo que, una mañana de abril, quedé


sorprendido cuando el

informe telefónico de Christoph incluyó la


petición de que

fuera personalmente al banco. El doctor


Strassburger tenia

una cita para almorzar, pero deseaba verme


a las dos y media.

Cuando me presenté en el n.° 4 de


Gendarmenmarkt, el

mayordomo se mostró todo lo obsequioso


como se lo permitía su glacial manera de
conducirse: el secretario de Herr

Geheimrat lo sentia muchísimo, la


conferencia aún no había

terminado, ¿tenía inconveniente el señor


Ellis en aguardar
en una de las salas de conferencias? Le
llevarían Jerez y los

periódicos. . .

En ese momento sonó la campanilla y el


mayordomo fue

a abrir la puerta. Entraron dos hombres con


el uniforme

gris de la Reichswehr: el primero era un


teniente alto, muy

joven, muy rubio, con guantes, botas de


montar, la empuñadura de la espada
asomando por una abertura del largo
abrigo; el segundo era un cabo rechoncho
que hacla esfuerzos

para transporta dos abultadas maletas, que


dejó en el suelo.

Los dos hombres se quitaron la gorra.

Leutnant Graf Bruhl zu Zeydlitzanunció


el cabo en

voz demasiado alta. Para el Barón von


Waldstein.

¿Qué barón?fue la pregunta obvia del


mayordomo.

El barón Bobbydijo el teniente.

El mayordomo lo sentia mucsimo,


Excelencia, pero Herr

269
Baron Robert no estaba en casa en aquel
momento. ¿Podia

otro de los...?

¿Está el teniente Keith?

El mayordomo creia que Herr


Oberleutnant estaba en su

oficina. Si Su Excelencia quería aguardar


en una de las salas

de conferencias... Evidentemente, la
presencia de dos clientes

distintos en la misma sala ponía


sumamente incómodo al
mayordomo. El teniente me había mirado
sin ningún interés especial, pero comprendí
súbitamente de quién se tratabael apellido,
la cara, la línea recta desde la frente hasta

el puente de la narizasi que, como


extranjero, ajeno a todo,

me adelanté y le tendí la mano.

Buenas tardes. Soy Peter Ellis. Usted


debe de ser hermano de Sigrid.

Me estrechó la mano con firmeza, se


inclinó, juntó los

talones.

Buenas tardes, señor... Soy Bruhl.

Parecía desconcertado. El cabo parecía


asustado. El mayordomo pareáa
horrorizado, giró sobre sus talones y
desapareció.

He visto su fotografía -dije. Vi una


fotografía suya,

mientras usted disparaba con un fusil desde


una ventana de

la escuela de cadetes.

Arrugó la frente. Por fin una sonrisa, y


entonces lo encontré aún más parecido a
Sigrid.

Ah, sí, usted vive con los Keith, es amigo


de Christoph, ¿no? Ahora
comprendopausa. Bueno... ¿cómo es

que habla tan bien el alemán?


Nos quedamos allí charlando mientras yo
trataba de no

mirar las abultadas maletas negras estaban


tan abultadas

que parecían globosy el cabo miraba la


alfombra, la araña

y el busto de David Waldstein.

Entonces, se abrió la puerta giratoria y


apareció Christoph, sin sonrisas. Nos
estrechó la mano a ambos, me dijo

que el doctor Strassburger ya estaba listo


para recibirme y

se volvió nuevamente hacia el conde


Bruhl.
Querido amigodijo el conde, tengo un
pequeño

asunto que tratar con Waldstein & Co.

Sí - dijo Christoph. Eso tengo entendido.

Dije al conde Bruhl que había sido un


placer conocerlo,

nos estrechamos nuevamente la mano y


seguí al mayordomo

por la puerta giratoria.

A mis espaldas, oí que Christoph


decía:

270
Tu chófer puede volver al automóvil.
Alguien aquí te

bajará las maletas.

La oficina del doctor Strassburger estaba


iguallas figuras de jade chinas, la vista
sobre la iglesia francesa de
Gendarmenmarkt, pero el doctor
Strassburger había cambiado.

Estaba pálido y parecía cansado. Había


perdido peso; el cuello

blanco almidonado le bailaba alrededor del


cuello.
Se disculpó por haberme hecho esperar.
El trabajo de los

bancos no era entonces precisamente fácil.


¿Habrá oído cuál

es el Dolhrkurs esta tarde? ¡Treinta mil


marcos el dólar!

El Reichsbank había estado estabilizando


cerca de los 20.000

durante las últimas semanas y las cosas


habían parecido equilibrarse, pero ahora,
esta tarde, las compañías de Stinnes se

han movido súbitamente en el mercado,


han comprado enormes cantidades de
dólares, libras inglesas, francos suizos,
florines holandeses... En otras palabras,
llenaban Alemania
de marcos para comprar monedas
extranjeras, desbaratando

completamente las compras que hacia el


Reichsbank para estabilizar la moneda.

¡Hugo Stinnes otra vez! Tuve la


sensación de que todo

aquello era una continuación de la reunión


anterior. Tuve la

sensación de que el doctor Strassburger,


por alguna razón,

había perdido su varita mágica, de que el


doctor Strassburger

estaba frenético, y recordé el comentario


de Whitney Wood:
no saben lo que hacen.

¿Por qué se le permite hacerlo? pregunté.

¡Ja! ¡Buena pregunta! El Reichsbank se


lo permite. Dijo

que necesitaba moneda extranjera para


comprar materias primas en el exterior. No
puede hacer funcionar sus fábricas sin

cromo, azufre, caucho, algodón, petróleo y


las demás materias

que tienen que importar. Pero él hubiera


podido acumular

divisas lenta y pacientemente, como todos


los demás... En

cambio, aparece una tarde con todas sus


compañías y destruye

la pequeña estabilidad que le qvedaba al


marco. ¡Totalmente

increíble!

El doctor Strassburger se quitó los


quevedos, cerró los

ojos y se frotó las dos marcas rojas de las


aletas de la nariz.

Lo siento, Ellisdijo. No le pedí que


viniera para

darle una conferencia. Deseo discutir un


asunto personal. En

realidad, deseo pedirle ayuda...


Doctor Strassburger, después de todo lo
que usted ha

hecho por mí...

271

Levantó una mano.

Permítame que le hable de mi familia. Mi


familia no

se parece en nada a los Waldstein. Para


empezar, mi familia

aún pertenece a la religión mosaica...

¿Qué religión, señor?


La religión judía, la religión de Moisés,
asi es cómo

la llamamos aquí.

h, entiendodije, y me sentí como un


tonto.

No somos ricos. Mi padre tenía una


pequeña tienda en

Dresde, una buena joyería con la que ganó


dinero suficiente

como para que sus hijos fueran al


Gymnasium, la escuela secundaria. No
éramos pobres, pero tampoco ricos. Yo
diría que,

cuando yo era pequeño, pertenecíamos a la


clase media acomodada. Bueno, las cosas
cambian. Mi padre murió cuando

éramos muy jóvenes, mi hermano mayor


tuvo que encargarse

del negocio, aunque de hecho, hubiera


preferido estudiar Medicina. La tienda
produjo dinero suficiente para que yo fuera

a la universidad para ser abogado. Ejercí


unos años aquí, en

Berlín; después, me emplearon los


Waldstein. Llegó la guerra.

Mi hermano menor se alistó como


voluntario, lo mataron en

Flandes. Mi hermano mayor tenía cada vez


más problemas
con la tienda. Nunca fue un buen
comerciante. Revolución,

inflación... En esos tiempos no puede usted


imaginar lo dificil que es comprar plata,
comprar diamantes, comprar relojes

y después tratar de venderlos con


beneficios. Quiero decir

que, en tales épocas, puede hacerse, y se


hace, pero se necesitan nervios de acero y
una perfecta noción de la oportunidad,

y mi hermano, un buen hombre, no está


dotado para estas

cuestiones. Yo traté de ayudarle, ¿pero


cómo voy a dirigir una

joyería en Dresde? Así fue cómo el año


pasado fracasó el negocio. Y quizá por eso,
no lo sé, en enero pasado murió mi

hermano de repente. De un ataque


cardíaco.

Lo siento mucho, doctor Strassburger.

Sí. Muchas gracias. Cuando los tiempos


eran buenos,

antes de la guerra, mi hermano se hizo un


seguro de vida,

un seguro importante para aquella época;


pero no quería que

a su esposa le faltara nada, que sus hijos...


Se casó tarde,

hijos jóvenes... Compró una póliza de


trescientos mil marcos.

Pagó la cuota todos los meses. Cuando


murió, la compañía

de seguros pagó a mi cuñada trescientos


mil marcos... ¡el

equivalente de unos treinta dólares!

Pausa. No dije nada. ¿Qué podía decir?

Muy biencontinuó el doctor Strassburger.


Por su

272

puesto, debo ayudarles y lo haré. Aquí he


prosperado, aún
no tengo familia, cuidaré de ellos lo mejor
que pueda...

Sonó el teléfono. El doctor Strassburger


arrancó el auricular de la horquilla:

CREI HABER DICHO QUE NO


ESTABA... Oh, le

pido disculpas, Herr Baron... No. Estoy


con Peter Ellis...

No, él no, Herr Baron, no creo que haya


comprendido...

El doctor Strassburger no volvió a


ponerse los quevedos

y, mientras escuchaba lo que parecía una


furiosa parrafada
del barón Eduard, observé muy
atentamente su expresión,

porque estaba muy diferente sin su máscara


óPtiCa, más vulnerable, quizá más
sensible... y más joven.

Sí, señor... Sí, señor. Naturalmente,


naturalmente... Sí,

señor, pero a fin de cuentas, como 0estión


puramente comercial, nuestro hombre sería
un tonto si no lo hiciera... Eso

ya lo sé, barón, pero, en este aspecto,


nosotros no hemos sido

muy profesionales... Oh, estoy de acuerdo


con usted, señor.

El padre no lo hubiese hecho. Pero él es


sólo un muchacho,

¿verdad? ¿El hijo menor? ¿Un joven


soldado que quiere

salvar su casa? Quizá sus propios hijos...


Sí, desde luego.

Muy diferente... Herr Baron, discúlpeme,


ya está hecho, ya

ha pasado, yo no me alteraría por esto. Hoy


tenemos problemas más graves. Sí. Sí. Por
supuesto, Stinnes, la época... Sí...

Bien, está aquí, ante mi escritorio, pensaré


en alguna explicación... Sí, claro que lo
haré... Sí, por supuesto... Muy bien,

señor... Sí, se lo explicaré. Sí. Sí. Sí, señor.


Buenas tardes,
Herr Baron.

El doctor Strassburger colgó el auri01ar,


se arrellenó en

el sillón y soltó el aliento.

Tengo entendido que acaba usted de


presenciar un acontecimiento insólito en la
historia social de Alemania.

Mi expresión debió de revelar que no


comprendia nada.

Ha visto a un miembro de nuestra


antigua aristocracia

prusiana liquidar su hipoteca y en dinero


contante.

¿Se refiere usted al hermano de Sigrid?


El doctor Strassburger alzó las cejas.

cEI hermano de Sigrid? Si, claro... el


hermano de Sigrid... El teniente conde von
Bruhl zu Zeydlitz, así lo llamo

yo, entró por la puerta y pagó toda la


hipoteca que gravaba

la propiedad de su familia en la Marca de


Brandenburgo:

un castillo, dos o tres granjas, un bosque,


una aldea para los

trabajadores, establos para no sé 0ántos


caballos, varios miles de hectáreas de
tierras no muy fértiles... En mil
novecientos trece, les hicimos un préstamo
de tres millones de
273

marcos, al parecer para saldar otro


préstamo que tenían con

Bleichroder. Necesitaban dinero porque


tenían que mantener,

creo que a un general, al padre, más tres


hijos en la Freikorps,

un regimiento donde cada oficial necesita


por lo mlenos seis

caballos, un caballerizo, un asistente y


posiblemente una o
dos queridas. La suma principal de la
hipoteca no tiene

que pagarse hasta mil novecientos treinta y


tres, pero pagaban de interés el cuatro y
medio por ciento anual. Es decir,

pagaron intereses hasta que murió el padre


en un accidente

de automóvil en Francia, en mil


novecientos dieciocho. Los

hijos mayores, oficiales de caballería, ya


habían muerto. Sólo

quedaba el menor, todavía en la escuela de


cadetes. ¿Qué

podíamos hacer? ¿Anular el derecho de


redención? ¿Vender
el Rittergut Schloss Zeydlitz a algún
especulador ucraniano?

¿Arrojar a la condesa viuda y a su hija a la


calle? ¡Entonces,

por si fuera poco, Alfred regresa de la


guerra y se casa con

la hija! No es una situación fácil para


Waldstein & Co. ¿Está

de acuerdo?

Estaba de acuerdo.

Y así, los Bruhl se quedaron en su


propiedad y no

pagaron ni la hipoteca ni los intereses el


doctor Strassburger se inclinó hacia
adelante, mojó la pluma en el tintero

de plata y empezó a hacer números en una


hoja de papel.

Los quevedos colgaban otra vez de su


nariz, tenía la frente arrugada y casi
parecía disfrutar mientras calculaba.

Tres millones a cuatro y medio por ciento


de interés compuesto... no pagan intereses
en mil novecientos dieciocho...

mil novecientos diecinueve... mil


novecientos veinte... veintiuno...
veintidós... digamos tres meses de mil
novecientos

veintitrés... pongamos un cinco por ciento


de recargo por
pago adelantado... la pluma trazaba
columnas de cifras

sobre el papel. Strassburger cogió el


teléfono. Comuníqueme con Herr
Borgenicht... Borgenicht... ¿han calculado
el

pago de Bruhl? No, no pregunto si han


contado los billetes...

¿han calculado la cantidad exacta? Bien,


¿cuál es? Gracias

colgó el auricular y me sonrió. Estuve muy


cerca: tres

millones novecientos treinta mil quinientos


noventa marcos.

Alrededor de ciento treinta dólares... En


todo caso, el producto de la cosecha de
patatas de invierno del conde Bruhl,

que ha traído esta tarde, con lo que su


propiedad queda libre

de deudas por primera vez desde...el doctor


Strassburger

se rascó el mentón, todavía sonriendo


levemente. Desde...

¡creo que desde que el primer Herr von


Bruhl aprendió a

274
escribir su nombre al pie de una hipoteca!
Ya ve, la inflación

afecta a sectores muy distintos.

Bueno, también comprendo por qué el


barón está enfadado.

Oh, está furioso. Porque es un asunto


familiar. Somos un banco privado. Los
grandes bancos, Deutsche Bank,

Disconto-Gesellschaft, son responsables


ante accionistas públicos y no pueden
aguardar cinco años sin que les paguen
intereses por una hipoteca de tres millones
de marcos. Ellos hubieran tenido que hacer
algo. Pero nosotros no hemos hecho

nada hasta que el hermano de la bella


Sigrid de Alfred, el tío
de la nieta del barón, la pequeña Marie,
hasta que este caballero, prácticamente un
pariente, ha venido con dos maletas de
dinero sin valor y ha pagado la deuda. ¡Al
parecer,

los Bruhl no son tan sentimentales con una


hipoteca como

los Waldstein!

Y, al parecer, por la razón que fuera, el


doctor Strassburger no parecía apenado por
aquel golpe a un banco del que

era un socio importante. En realidad, el


incidente había puesto algo de color en sus
mejillas. Tenía mejor aspecto.

Estaba usted hablando de la familia de su


hermano...
S, sí, Dios mío, nos hemos distraído
completamente

miró el reloj que estaba sobre la repisa de


la chimenea.

Deseo hablarle de mi sobrino, de uno de


mis sobrinos, que

plantea un pequeño problema. No anduvo


bien en el colegio,

no hizo su Abitur y por eso no puede entrar


en la universidad;

se encuentra aquí, en Berlín, ¡y quiere ser


nada menos que

guionista de cine!

Bueno, eso suena divertido. Aquí están


haciendo muchas películas, ¿no?

¿Divertido? preguntó el doctor


Strassburger airadamente. Yo no sé si es
divertido, sólo sé que tengo aquí a

este muchacho con muy poca educación y


sin dinero ni trabajo, merodeando por
Neu-Babelsberg y tratando de vender

sus pequeños guiones cinematográficos;


pero por supuesto, no

se los compran, y la gente en el negocio


cinematográfico...

ya me comprende, no son exactamente...


digamos que no son

exactamente la clase de gente que usted


conoceria en el circulo de los Waldstein. Y
tengo la sensación...ahora parecia

nuevamente cansado. Tengo la impresión


de que este muchacho tendrá dificultades.

¿Qué clase de dificultades?

Yo le doy dinero, le paso una


mensualidad adecuada,

pero é parece tener demasiado. Tiene


automóvil, por ejemplo.

275

¿De dónde saca el dinero para un


automóvil? ¿Sabe usted lo
que cuesta hoy un automóvil en Berlín? ¡El
chico acaba de

salir del colegio y se pasea en automóvil!

Tal vez esté jugando en la Bolsa, como


todos.

El doctor Strassburger negó con la


cabeza.

No, me hubiera hablado de ello. Sea lo


que sea, no

me lo contará. Pero yo creo saberlo se


inclinó sobre el

escritorio, me miró fijamente y formó la


palabra con sus labios. Cocaína.

Hay mucho de eso en la ciudaddije,


recordando la

nariz de Bärbel bajando lenta,


perezosamente, hasta un pedazo de papel
doblado, los ojos ligeramente bizcos al
enfocar

la tira de polvo blanco, tapándose una fosa


nasal con un

dedo, absorbiendo la sustancia con una


fuerte aspiración, y

después levantando la vista y sonriéndome.


«He guardado el

resto para ti», pero yo me había negado,


atemorizado; ella

encogió los hombros desnudos, cerró la


otra fosa nasal e inhaló lo que quedaba de
polvo...

Lo quiero lejos de Berlín dijo el doctor


Strassburger. Lo quiero fuera de Alemania
antes de que haya un

escándalo, pero no quiere irse a otro lugar


que a California.

¿Por las películas?

Por las películas.

¿Sabe inglés?

Sí, su inglés es bastante bueno, es la


única asignatura

que estudió en el colegio porque quería


leer libros ingleses.
Hoy, para un alemán, ir a Estados
Unidos... me refiero

al dinero...

Por supuesto. Sería completamente


imposible con dinero alemán, pero
afortunadamente tenemos dinero en
Amsterdam, utilizaremos florines
holandeses para comprarles un

pasaje de Rotterdam a Nueva York; por


Thomas Cook de

Amsterdam sacaremos los billetes de


ferrocarril, el New York

Central, creo el doctor Strassburger había


sacado el llavero y estaba abriendo uno de
los cajones de su escritorio.
Creo que es el New York Central de
Chicago...sacó una

carpeta, la abrió, empezó a hojear


documentossí, y después el Union Pacific
de Chicago a Los Angeles...

¿Habla usted de varias personas, doctor


Strassburger?

Dejó de mirar los papeles y se inclinó


hacia adelante.

Ahora ijo, explicaré por fin cómo puede


usted ayudarme Para entrar en los Estados
Unidos con un visado de

inmigración, hay que contar con un


responsable indígena que

quiera firmar un documento diciendo que


el inmigrante no se

276

convertirá en una carga pública. Tenemos a


uno para mi sobríno. Es un primo lejano de
su madre, un dentista de San

Louis que no está nada orgulloso de sus


parientes alemanes,

pero que ha accedido a regañadientes a


firmar el documento,

en parte porque le hemos asegurado que mi


sobrino no se

detendrá allí y, en parte, porque sabe que


las autoridades
norteamericanas nunca (tenemos entendido
que nunca, o casi

nunca) han hecho valer esos documentos.


Son una mera formalidad. Aun así, sin
embargo, el buen dentista de San Louis

no quiere firmar ese documento para una


joven a quien mi

sobrino ha convencido de que lo


acompañe, una joven sin

quien no se marchará de Berlín, una joven


a quien piensa

convertir en estrella de cine en California,


una que, según

me han informado, ¡le ha sido presentada a


usted!
La carpeta abierta se deslizó por el
escritorio, y el doctor

Strassburger, sin aliento, se apoyó en el


respaldo del sillón.

Un fajo de formularios.

ESTADOS UNIDOS DE
AMERICA

Oficina de Inmigración y
Naturalización

Lo primero que vi fue la fotografia,


ligeramente borrada
por un sello oficial. Una muchacha muy
joven, trenzas rubias,

el cuello de lo que debia de ser una blusa


de marinero. No

la reconocí inmediatamente y miré el


nombre. Letras grandes,

tinta azul: KIRSANOFF, Kyra


Aleksandrovna...

¡Es la amiga de Bobby! exclamé. ¿No es


la condesa rusa de Bobby?

Muy hundido en el sillón, el doctor


Strassburger asinti6.

Quizá sería más exacto decir que se trata


de la condesa
rusa que Bobby cree que es su amiga. El,
ciertamente, la mantiene, pero cuando no
está con ella... el doctor Strassburger

se aclaró la garganta. Yo, por supuesto, no


conozco personalmente a la dama, pero
como puede ver, ha rellenado todas

las solicitudes, y que conste que son


insólitamente complicadas

porque ella se encuentra en Berlín con un


pasaporte de Dantzig; su padre estuvo en el
ejército de Denikin, y a esa gente

los bolcheviques les han retirado la


ciudadania...

Le interrumpi.

¿También pagará usted los gastos de ella,


doctor Strassburger?

¿Importa acaso? Le aseguro que es una


mera formalidad. Bajo ningún concepto se
convertirá ella en una carga

277

financiera para usted. Creo que nos conoce


usted lo suficiente. . .

Eso no me preocupa, doctor Strassburger.


Lo que me

preocupa es que Bobby no sepa nada de


todo esto. ¿No es
así?

No sabe nada, por supuesto.

Y Christoph tampoco, porque Christoph


se lo diría a

Bobby.

El doctor Strassburger me rniró.

Y el padre de Bobby está utilizando sus


florines holandeses para enviar a esta
muchacha lo más lejos posible.

Sentí que me subía la sangre al rostro.

Bueno, ¿puedo hacer una pregunta,


doctor Strassburger? ¿Por qué todo el
mundo supone que no voy a contar
a Bobby nada de esto? Quiero decir, ¡usted
sabe que también es amigo mío!

El doctor Strassburger unió las puntas de


los dedos y puso

las manos delante de su boca en posición


pensativa, casi como

de plegaria.

Es amigo suyo, sí. Pero ¿de qué serviría


llevarle a su

amigo una noticia que sólo le causaría


tristeza? Me parece,

Ellis, que, si bien Bobby puede ser amigo


suyo, otro miembro de esa familia es de un
interés considerablemente mayor
para usted. Pienso que, en una cuestión de
tanta delicadeza,

podría agradecer usted esta oportunidad de


ayudar al padre

y la madre de la joven cuyos proyectos le


afectan a usted.

Bien. Entonces ¿por qué no me lo piden


ellos mismos

a mí?

Una larga pausa durante la que nos


miramos fijamente.

Fuera, en Gendarmenmarkt, las campanas


de la iglesia empezaron a dar la hora. Me
puse en pie y saqué la estilográfica.
¿Dónde debo firmar?

278

Calderilla

Llovía tanto el día que partí

Que el tiempo estaba seco,

El sol quemaba tanto que me moría


de frío.

¡No llores, Susana!


De hecho, llovía y yo tenía ganas de
llorar, pero no creo

que el pobre músico sin piernas conociera


los versos de la

canción que tocaba en su acordeón. Estaba


sentado en un portal, protegido de la lluvia,
sosteniendo el acordeón con sus

muñones cubiertos de cuero, y sólo tocaba


una tonada norteamericana para un
norteamericano que pasaba. En vez de una

lata tenía una maleta abierta, dentro de la


cual una herradura oxidada impedia que
volara un pequeño montón de

billetes; no sabía qué tenía que darle.


Por favor, señor, amerikanische Munzen
graznó

cuando me vio vacilar. Cuando encontré un


par de perras

gordas que lanzar dentro de la maleta, dejó


caer el acordeón.

No tecuerdo dónde fue... en algún lugar


del barrio financiero, la Jagerstrasse o la
Behrenstrasse. Caminaba sin rumbo

fijo bajo la lluvia, atontado, furioso,


odiándome a mí mismo,

sintiendo que tenía que hablar con alguien.

Anduve durante horas. Tuve que haber


caminado por todo
Berlín. Frente a cada tienda de
comestibles, frente a cada

carnicería, frente a cada panadería, vea


largas filas de personas empapadas por la
lluviamujeres en su mayoria, pero

en aquellos momentos estaba demasiado


sumergido en mis

propios problemas para preguntarme por


qué.

Dicen que no hay que beber cuando uno


se siente deprimido. Eso dicen, pero, aun
sabiendo que están en lo cierto,
279

uno va y lo hace. La lluvia no cesaba, tenía


hambre, de modo

que acabé por bajar los escalones de un


Bierkeller.

Hubiera sido mejor no hacerlo.

El local .ra grande, oscuro, lleno de


humo y de dientes,

una verdadera bodega con paredes de


piedra y un resbaladizo suelo de baldosas.
Olía a cerveza y a ropas mojadas. Encontré
sitio en la barra y pedí ein Klares, un dedo
de transparente e incolora ginebra
holandesa. Conté cuidadosamente
seiscientos marcos, mientras el corpulento
encargado del mar

me miraba en una forma insólitamente


hostil. Apuré la pequeña copa, entré en
calor, me sentí mejor, pedí otra... y

sólo entonces tomé conciencia del barullo


que había en el

sótano: gritos y carcajadas, aullidos, gente


que se empujaba

como para presenciar algo... Pregunté al


encargado del bar

qué pasaba.

Unos compatriotas suyos están


divirtiéndosedijo con
los dientes apretados. Pagué la segunda
copa, la apuré y me

abrí paso a empujones y codazos hasta el


sótano.

No era un grupo de trasnochadores. Eran


empleados de

banco, secretarias, telefonistas, vendedores


de grandes tiendas

gente que volvía del trabajo y que decían


cosas como

Un1Jerschamt! y Schweinerei! mientras se


ponían de puntillas

y hasta se encaramaban en las sillas para


ver qué ocurría.
Por supuesto, debí haberme retirado en
aquel momento,

pero sentí curiosidad y quizá un poco de


alivio al distraerme

de mis pensamientos, así que me adelanté


un poco más y, de

pronto, vi a una mujer completamente


desnuda que se arrastraba por el suelo, una
mujer madura, corpulenta, de nalgas

blancas y temblorosas, que se movía sobre


manos y rodillas

y recogía monedas de las baldosas mojadas


y sucias.

Dos hombres se apoyaban de espaldas


contra la barra y
observaban a la mujer en el suelo. Los
demás se habían apartado de los dos
hombres, que llevaban sombrero e
impermeable, cuello de celuloide, alfiler de
corbata, gemelos en los puños de la
camisa, la cadena del reloj cruzada en la
parte delantera del chaleco... Un par de
viajantes de comercio de mediana

edad. El de gruesas gafas de concha


enseñaba un puñado de

monedas... calderilla norteamericana.

El otro le tiraba de una manga.

Vámonos, Charlie, basta ya, ¡salgamos


ahora mismo de

aquí.
Déjame en paz, por Diosdijo Charlie,
desprendiéndose de la mano de su
compañero. Muy bien, muchachas,

iquién es la siguiente?

280

Mientras tanto, la mujer desnuda se había


incorporado y

empujaba a la multitud que se


arremolinaba a su alrededor,

mientraS ella trataba de volver a ponerse la


ropa.
Quiero ver a varias a la vezdijo Charlie a
la gorda

camarera que le servía otra copa. ¿Cuánto


cree que será

necesario?haba hablado en inglés, pero ella


pareció entenderle, porque batió palmas y
gritó al gentío:

¡Muy bien, señoras, esta vez hay una


oportunidad para

todas! ¡Serán cinco dólares! el gentío


ahogó una exclamación. La mujer estiró la
mano por encima de la barra y tomó

algunas monedas de la mano de Charlie.


Esto son veinticinco centavos, un cuarto de
dólar, ¡siete mil quinientos marcos! Esta
pequeña, de plata, son diez centavos de
dólar, ¡tres

mil marcos! Esta con el indio de un lado y


el bisonte del otro

son cinco centavos, ¡mil quinientos


marcos! Y éstas, de cobre,

sólo valen trescientos marcos, suficientes


para una cerveza.

¡Pero recordad, no se os permitirá


recogerlas si lleváis una

sola prenda encima!

El que me había servido a mi estaba al


lado de la mujer.

¿Estás loca? ¡Es más de lo que hacemos


en una semana! Vas a provocar un tumulto
con esta porquería, vendrá

la policía...

Cierra el picodijo la camarera con la cara


reluciente

de sudor y excitación. ¡Por todo ese dinero


sera capaz de

desnudarme yo también!

El norteamericano estiró el brazo y dejó


caer en la roja palma de ella todas las
monedas.

Aquí tienes, cariño, arrójalas por mí.

La camarera sonrió y alzó en el aire el


puño lleno de
calderilla. La axila del vestido estaba
ennegrecida por el sudor.

Eins!gritó, y sus pechos enormes se


levantaron.

¡Un momento! dije en inglés, y los


norteamericanos

me miraron, pero fue demasiado tarde,


porque, entre la multitud, las secretarias,
las telefonistas, las vendedoras que
trabajaban toda la semana por el
equivalente de una moneda de

cinco centavos, la del bisonte, se quitaban


ya la ropa, arrojaban los zapatos al aire, se
quitaban las medias...

Zwei!
¿Qué debía hacer yo? ¿Qué podía hacer?

Drei! una lluvia de monedas


norteamericanas cayó

por todo el salón, rebotó en las paredes,


cayó en las baldosas

y rodó por todo el sótano, mientras una


docena de mujeres

desnudasviejas, jóvenes, gordas, flacasse


arrastraba por

el suelo resbaladizo, recogiendo las


monedas con las uñas.

281
empujándose unas a otras, metiéndose
debajo de las mesas,

pasando entre las piernas de los hombres


que las observaban...

Los hombres que las observaban. Yo


observaba a los

hombres que las observaban a ellas, y supe


que alguien, algún

día, pagaría por aquello; supe que no serían


los dos viajantes

de Chicago, o de donde fueran. Podía


parecer erótico pero no

lo era, en absoluto. Era una pesadilla, un


cuadro del Bosco.

Creo que hubiera debido intervenir, pero


no hice nada.

Nada en absoluto. Me subí el cuello del


abrigo, subí la escalera y salí a la lluvia.

282

¿Por qué no pintar a Lilí?

Cuando llegué a casa de la señorita


Boatwright, en la
Dorotheenstrasse, me hallaba en un estado
tan espantoso que

la criada no quiso dejarme entrar. Estaba


formando ya un

charco en el oscuro pasillo cuando la


señorita Boatwright apareció, me miró
largamente a los ojos, me tomó de la mano
sin

decir plabra y me arrastró por el pasillo


hasta un cuarto de

baño grande e iluminado. Abrió los grifos;


la bañera de hierro

empezó a llenarse de agua humeante.

Señorita Boatwright...
¡Peter Ellis, quiero que te quites la ropa,
toda la ropa!

Tírala al pasillo, métete en la bañera y


quédate dentro quince

minutos. Mientras tanto, prepararemos té y


encontraremos algo

para que te cubras mientras Anna seca tus


cosas.

Señorita Boatwright, tengo que hablar


con usted.

¡Eso ya me lo imagino, pero no


escucharé una palabra

hasta que te hayas bañado y tomado una


taza de té!
Nada dije del circo que había visto en la
cerveceria. Descalzo, envuelto en grandes
toallas turcas y en un impermeable

de la señorita Boatwright, me senté en un


sofá junto a la estufa de hierro, en el
mismo sencillo salón donde tenian lugar

las Reuniones del Primer Dia, y relaté la


historia de Bobby,

del sobrino del doctor Strassburger y de la


condesa Kyra Aleksandrovna Kirsanoff.

La señorita Boatwright apuró su té y me


observó en silencio hasta que me hube
desahogado. Después dijo:
Bueno, te han puesto en una situación
muv dificil, estoy completamente de
acuerdo, pero no estoy segura de que

se pueda hacer otra cosa. Suponiendo...

283

¿Suponiendo qué, señorita Boatwright?

Suponiendo que tus intenciones hacia


Lilí sean efectivamente tan serias.

Oh, sí lo son, señorita Boatwright.

Aún va al colegio. Es cinco años menor...


Pienso en ella continuamente...

¿Continuamente? Es gracioso. ¿Pasas


mucho tiempo

con ella?

¡No me lo permiten! Nunca me dejan a


solas con ella...

¿Por eso pasas tanto tiempo en


Neukolln?

Bueno, allí es donde pinto, señorita


Boatwright. Es allí

donde recibo las clases.

Y, naturalmente, es all donde están las


modelos.
Sí, en efecto, usted las ha visto.

Sí, las he visto. Una vez de carne y


hueso, y otra, en

una galería, pintadas con todo el realismo


posibleuna pausa

larga y reflexiva. La señorita Boatwright


seguía bebiendo té.

Me sentí mejor. Ella estaba en lo cierto.


¿Qué otra cosa

hubiera podido hacer yo? Se lo debía a


Strassburger. Se lo

debía a los Waldstein, que sólo lo hacían


por el bien de

Bobby. Si la chica era amante del sobrino


de Strassburger,

mientras Bobby la mantenía, le haríamos a


él un favor enviándola a Los Angeles...

¿Le haríamos realmente un favor?

¿Por qué no decía algo la señorita


Boatwright? Esa era

la seguridad que yo esperaba de ella...

¿Por qué no pintar a Lilí? la señorita


Boatwright

dejó la taza en la mesa.

¿Por qué no pintar a Lilí?

Se podría sugerir que a Peter Ellis le


gustaría pintar un retrato de Lilí... Se siente
agradecido por la hospitalidad de los
Waldstein... ¿Cuándo es el cumpleaños del
barón? Se podría buscar el apoyo de la
madre y, si queremos

que sea una sorpresa, naturalmente el


trabajo no podría hacerse en casa de los
Waldstein...

Helena lo arregló todo. Su piso de la


Lutzowufer estaba

a escasas manzanas del colegio de Lilí. La


baronesa se dejó

convencer a condición de que, en todo


momento, Helena o,
al menos, su doncella estuvieran presentes.
Le gustó la idea

de un pequeño retrato para el cumpleaños


del barón, que era

en agosto.

Helena permaneció, efectivamente, con


nosotros en la pri

284

mera sesión. Trabajamos en la cocina,


donde ella consideró

que el olor de mis pinturas y de la


trementina la molestaría
menos. Por supuesto, a la criada no le
gustó, y tampoco a

Lilí, pero Helena se mantuvo inflexible.

Sólo trabajarán unas horas después del


colegio, y Clara

podrá aprovechar para hacer la compra. Es


una cocina grande,

hay una claraboya en el techo...

Así empezamos en la cocina.

¿Quieres que me quite la ropa?

¡Lill! dijo Helena. Yo nunca la haba visto


escandalizarse.

¡Si sólo pinta a mujeres desnudas!


Tonterías. Se convertirá en nuestro
Magnus norteamericano y sólo pintará a
damas ricas y hermosas por sumas

enormes.

Yo no sabía quién era Magnus.

Fue el pintor de la sociedad berlinesadijo


Helena.

Pintó a la familia real, pintó por lo menos


tres veces a Jenny

Lind, pintó a esposas de príncipes y


banqueros... y pintó el

retrato de mi madre que está en el salón.

Todas las damas que pintaba Magnus


eran hermosas
dijo Lil. Al parecer, en Berlín no había
princesas feas.

Ni esposas de banqueros feas.

Bueno, mi madre era hermosadijo


Helena. ¡Tú has

visto las fotografas! ¿No es as, Lilí?


preguntó Helena.

Sí, y una actriz de mucho éxito...

Mientras charlaban, empecé un boceto al


carbón de Lil

sentada, con el mentón apoyado en una


mano, el codo sobre

la mesa de la cocina, sus ojos fijos en mí


mientras bromeaba
con Helena, y, al cabo de un momento,
dejé de oir lo que

decian.

Creo que reuní el valor suficiente durante


la tercera o

cuarta sesión. Recuerdo que todava


trabajábamos en la cocina

de Helena, as que debió ocurrir a finales de


abril. Había

empezado el cuadro definitivo y todavia la


tenía a ella en
la misma posición, con el mentón apoyado
en una mano y

el codo sobre la mesa. Ella decia que no le


gustaba ni la posición, ni el cuadro.

¿Dónde se ha visto el retrato de una


dama con el codo

apoyado en una mesa?

Bueno, as estabas cuando empezamos.

Tú eres el pintor. Tienes que decirme


cómo debo posar.

285

Yo pinto a las personas tal como son.


Si, ya lo he notado.

Mira, si vas a continuar con el tema...

No en este momentose puso en pie.


Tengo que

ir al cuarto de baño.

Salió de la cocina. Yo también me puse


en pie, me froté

las manos para aliviar la derecha, caminé


para estirar las

piernas y oí correr el agua del retrete en el


otro extremo del

corredor. Fui hacia allí para encontrarla en


la media luz, la
tomé en mis brazos, la besé en la boca, ella
me rodeó el

cuello y respondió a mi beso como si fuera


lo más natural

del mundo.

Cuando nos separamos, Lilí dijo:

¡Bueno, te ha costado llegar a esto!

Lilí, te quiero, estoy completamente loco


por ti...

¡Vaya! ¡Eso es pasión! Te ha costado...


¿cuánto...?

¿Casi un año...? ¡Todo por un pequeño


beso!
Bueno, ¿dónde hubiera tenido que
besarte?

Aquí, en la boca, para empezar...

No, maldición, sabes lo que quiero decir.


No te he

visto a solas ni un minuto desde el


verano...

Porque estás muy ocupado con tus


amigas de Neukolln...

h, por Dios, termina con eso. Lo digo en


serio: estoy

enamorado de ti, quiero pasar contigo el


resto de mi vida.

¡Quiero casarme contigo!


Retrocedió, un paso, liberándose de mis
brazos.

Vamos, señor Ellis, eso no es realmente


necesario, por

lo menos en Alemania. No tienes por qué


proponer el matrimonio a una chica sólo
por besarla.

La única luz venía de la puerta abierta de


la cocina y

no podía verle claramente la cara.

¿Te lo tomas a broma?

No respondió. Me adelanté, la tomé de la


mano y la

llevé a la cocina, debajo de la claraboya.


¿Te resulta gracioso? pregunté.

Bajó los ojos y negó con la cabeza.

La tomé de la barbilla y la obligué a que


me mirara a

los ojos.

¿Quieres casarte conmigo, Lilí?

Ella me puso las manos en los hombros.

Mírame. Una colegiala con un estúpido


uniforme. Ni

siquiera me dejan que me corte el pelo.


¿Crees que permitirían que me casara?
286

No te he preguntado si lo permitirían. Te
he preguntado sí quiereS.

Tragó saliva, bajó los ojos, volvió a


levantarlos, los cerró... y asintió.

¡Lo deseas! Oh, Dios mío, eso es


estupendo... Pero

hay algo que quiero que sepas de m.

Alzó la mirada.

Durante la guerra... me pasó no sé qué...


como si me

hubiera vuelto loco. Tuvieron que


internarme en un hospital. . .

Sonrió, negó con la cabeza y me cubrió


la boca con una

mano.

Todo eso ya lo sabemos, Peter. Christoph


nos lo contó

antes de traerte a casa.

Creo que ahora estoy perfectamente


recuperado.

Por supuesto, ahora estás perfectamente.


¿Por qué no

me besas otra vez?


¿Puedo hablar con tu padre esta tarde?

¿Hablar con mi padre? ¡De ningún


modo!

Pero tengo que pedirle...

¡No, no, no, no, no! ¡No le pidas nada!


¡Ni una palabra a nadie, o me encerrarán, o
me enviarán a un colegio de

Suiza y no dejarán que te acerques a mí!


Debemos ser muy

cuidadosos y esperar.

¿Por qué? ¿Esperar qué?

Primero, mi padre está terriblemente


alterado ahora...

por la inflación que está arruinando al país,


por lo que sucederá con el banco, por lo
que le ocurrirá a Alemania, por

si hay otra revolución... y está


profundamente dolorido por

lo que ha hecho la familia de Sigrid, por la


forma en que pagaron su generosidad con
dinero devaluado... Además está

Bobby, que parece haberse vuelto loco por


esa ramera rusa.

Ha tenido a una mujer tras otra, coristas,


cantantes de ópera,

bailarinas de ballet, y ninguna fue diferente


a las demás para
él, pero ésta lo abandona y él se derrumba.
Es horrible. No

creo que un hombre deba aferrarse tanto a


una mujer. Ni

siquiera se levanta de la cama por las


mañanas, apenas aparece por el banco,
pasa toda la noche fuera y se emborracha,

y mi padre no sabe qué hacer con él.

Bueno, comprendo que tu padre tenga


problemas, pero

¿tendremos que esperar hasta que se hayan


resuelto todos los

problemas de Alemania...?
287

Claro que no. Tenemos que esperar a que


yo termine

los estudios, a que mi familia se haya


acostumbrado a ti...

Tenemos que esperar el momento exacto.

¿Y cómo sabremos que ese momento ha


llegado?

Ese es mi trabajo. Cuando llegue el


momento exacto,

te avisarémiró el reloj de pulsera que yo le


había regalado. Ahora, dentro de unos
minutos, regresará Helena y

poco después aparecerá Christoph, y quizá


deseen quedarse

solos. Si quieres llevarme a casa, estoy


segura de que mi

madre te invitará a cenar.

Eso suena muy bien.

Pero ahora tienes que besarme otra vez.

288
Viento frío de mayo

En la isla hacía frío. El cielo y el agua


estaban sumidos

en un gris y el fuerte viento, que soplaba


sobre el Havel desde la Torre del Kaiser
Guillermo, era lo bastante fuerte como

para que la superficie del río se irrizara.


Era lunes por la tarde, sólo unas cuantas
barcas de vela maniobraban diestramente a
lo largo de las playas desiertas de la orilla
opuesta.

Sigrid von Waldstein estaba a mi lado,


detrás de los juncos,

y miraba un remolcador que echaba humo


mientras remolcaba

a dos barcazas areneras hacia Kladow.

Todavía no se había atrevido a ir al


grano.

Había llamado a mi puerta, se haba


disculpado por interrumpirme y me había
preguntado si me gustaría salir a pasear.
Alfred estaba trabajando y la niña dormía,
ella quería tomar un poco de aire fresco y
hablar conmigo. Nunca

había hecho aquello. En realidad, yo nunca


había estado a

solas con ella.

Sigrid y Alfred ocuparon la Pequeña


Casa todo el invierno. El uno de mayo,
Lilí, sus padres y los criados haban

vuelto a instalarse en el Schloss, y esto nos


obligó a hacer nuevos arreglos para las
sesiones de pintura. Puesto que aún estaba
en el colegio, Lilí habitualmente iba en
tren a la ciudad

temprano desde Nikolassee con su padre,


pero después tenía

que regresar a media tarde, lo cual no


dejaba tiempo para

trabajar en su retrato en casa de Helena.

La solución fue la Pequeña Casa. Lilí


habló con Sigrid,

y, como nosotros no hacíamos ningún


ruido, Alfred no se
opuso. En realidad, me pidió que
perfeccionara el inglés de

Sigrid, que hablara inglés en las comidas,


que la dejara leer

textos ingleses mientras yo trabajaba...

No había mucho espacio en la Pequeña


Casa, pero me

289

clieron una buhardilla confortable con un


catre, una silla, un

escritorio y una vista magnífica sobre la


copa de los árboles,

el agua, y Potsdam en la lejanía.


Naturalmente, vo no podía

estar allí todos los días, pero empecé los


fines de semana y

éstos, gradualmente, se fueron haciendo


más largos. Lilí venía

y posaba para mí cada vez que podía


escabullirse. Yo introduje un cambio en la
postura: todavía la tenía sentada ante

la mesa con el mentón en una mano, pero


ahora contemplaba

un objeto que estaba sobre la mesa: mi


regalo de Navidad,
la botella de vino que contenía el velero en
miniatura.

Compré una Leica y tomé centenares de


fotografías del

rostro de Lilí, y, cuando no podía posar,


intentaba trabajar

con ayuda de las fotografías. Salíamos a


pasear, hablábamos

de echar nuevamente al agua el velero, yo


comía con frecuencia en el Schloss... No sé
si le habían dicho algo al padre,

pero nunca parecía sorprendido de


encontrarme sentado a su

mesa, y el retrato progresaba


satisfactoriamente.
He estado más de un año en Berlín dije a
Sigrid,

quien se volvió hacia mí mientras el viento


le agitaba el cabello dorado ante la cara. La
primera vez que Christoph

me trajo aquí, tú estabas sentada en ese


banco y Mafie dormía

en su cochecito.

Sigrid asintió, sonrió, se apartó el cabello


de los ojos.

¿Fue entonces cuando te habló de


Kaspar? ¿De Kaspar y de mí?dejó de
sonreír y me miró con firmeza. Tuve

la sensación de que nos acercábamos al


tema principal.
No sé exactamente cuándo... Quiero
decir, creo que

Christoph no me ha...

Por supuesto que te lo ha contado, debió


hacerlo, y

Kaspar también. Yo era la amiga de


Kaspar cuando él era

cadete, después regresó Alfred, me


enamoré de él y Kaspar

pareció volverse loco. ¡No pude evitarlo,


Peter! No se puede

evitar lo que uno siente por las personas.

¿Por qué me decía todo aquello en aquel


momento?
Me tomó del brazo y caminamos hacia el
banco de hierro.

Peter, debo hablar con alguien, y no hay


otro. ¿Me

permites que hable contigo?

El viento frío soplaba sobre el Havel.

Tú sabes que la semana pasada fui a mi


casa, quiero

decir la casa de mi familia, Zeydlitz, en los


bosques de la

Marca, el lugar donde me crié. Fui a ver a


mi madre y...

bueno, había una especie de fiesta familiar.


Quizá no hubiera

290

debido ir, quizá fui desleal para con Alfred


y su familia, pero

no puedes imaginar lo que significa para


mi padre, para mi

hermano, esa hipoteca pendiente sobre


nuestras cabezas, año

tras año con los intereses sin pagar, los


nuevos intereses acumulándose sobre los
viejos, como una piedra sobre los hombros
que se vuelve cada vez más pesada, y todo
el tiempo

esa sensación de que debemos estar


agradecidos a los Waldstein. Ellos no se
apoderan de nuestra propiedad porque
estoy

casada con Alfred, aunque tienen el


derecho de venderla en

cualquier momento... Y ahora, de repente,


con el dinero de

cuatro carretones de patatas, la piedra


desaparece de nuestros

hombros.
»Oh, sé que el padre de Alfred está
dolido. Procura no

demostrarlo cuando se encuentra conmigo,


pero yo lo siento

lo comprendo, aunque creo que mi


hermano, en este asunto, ha procedido
correctamente. Nosotros no hicimos la
inflacion, pero habríamos sido unos idiotas
de no haber saldado

la hipoteca.

»Peter, Peter, yo no quería hablar de la


hipoteca, sino de

otra cosa. Cuando estuve en Zeydlitz,


Kaspar estaba all. Con

otro hombre, de Munich. Estaban visitando


a mi hermano.

aspar ha estado en la Ruhr, trabajando


contra los franceses,

creo que volando trenes de carbón. Venía


de la Ruhr, pero ha

pasado la mayor parte del tiempo en


Munich y se ha convertido en un seguidor
de Adolfo Hitler. El hombre que estaba

con él fue jefe del Escuadrón Aéreo


Richthofen durante la

Juerra, conoció a uno de mis hermanos


mayores, se llama

Hermann Goring y se ha convertido en uno


de los lugartenientes más importantes de
Hitler. Ya sabes, los derechistas,
nacionalistas, los del Freikorps, durante
todos estos años

no han hecho más que vociferar contra el


Tratado de Versalles, el comunismo y los
judíos, pero no tenían jefe, nadie lo

bastante fuerte como para decirles lo que


tenían que hacer,

nadie que fuera capaz de hacerse escuchar


por los obreros.

»Bueno, pues lo han encontrado. Yo


escuché a Kaspar, escuché a Goring ¡y
hablaban de ese Hitler como de un nuevo

lgIesías! En la guerra, no fue sino cabo. Un


pequeño austríaco

con bigotito, como Charles Chaplin. Sin


educación. No sabe

hablar correctamente el alemán. Hermann


Goring fue capitán,

sucesor de Richthofen, Kaspar Keith fue


cadete, hijo de general, y no hacían más
que hablar del cabo, de cómo se dirige

al pueblo, de cómo lo escucha el pueblo,


de cómo va a poner

orden en este caos, de cómo va a unir a los


alemanes, de cómo

van a expulsar a los traidores... ¡y de cómo


va a quitar el po

291
der a los judíos! Primero, Baviera, porque
ellos dicen que

todos los bávaros les apoyan; después, una


marcha sobre Berlín.

Y ésta era la misión de Goring: explorar,


tratar de averiguar

cómo reaccionará la Reichswehr, los


oficiales jóvenes como mi

hermano, los oficiales con puestos de


mando. Por supuesto,

yo no oí las discusiones importantes, pero


las personas como

mi hermano siempre cumplirán las órdenes


que les den, cua-
lesquiera que sean las órdenes que
provengan de sus generales,

de modo que todo lo que suceda dependerá


del general von

Seeckt.

Sigrid se detuvo y apoyó la cabeza en las


manos. ¿Llora-

ba? Parecía inquieta, perturbada, pero no


propensa al llanto.

Todavía no había llegado al meollo del


asunto, así que aguar-

dé hasta que alzó la vista, con los ojos


secos, la expresión

decidida, y continuó la historia.


¿Por qué te cuento todo esto? Porque
estoy muy preo-

cupada. Por Hitler, sí, por todo ese odio


hacia los judíos cuan-

do mi hijita es medio judía, no sé qué


hacer, ni siquiera de-

seo pensar en nada. Pero hay algo más


inmediato. ¿Has oído

la palabra Feme? ¿Sabes lo que es un


Fememord?

Lo que le hicieron a Rathenau.

Y a muchos otros. Ahora están


haciéndolo en la Ruhr.

Matan a quienes cooperan con los


franceses súbitamente

me aferró una muñeca. Kaspar es uno de


los asesinos. El

me lo ha licho. Una noche estaba bebido y


vino a mi habi-

tacion. . .

¿Fue a tu habitación? ¿De noche?

Sí. Con una botella de coñac y dos copas.


Dijo que

quería beber conmigo. ¿Qué podía hacer


yo? ¿Gritar y des-

pertar a toda la casa? Y... ¿sabes? hizo una


pausa, se
miró los zapatos, removió un poco de
grava con el pie,

aún siento algo por Kaspar, una vez le amé


y le hice tanto

daño que ahora le tengo lástima. Me siento


un poco respon-

sable por lo que ha sido de élmiró a un


costado y vio

mi expresión. No, no, Peter, no te


preocupes, amo intensa-

mente a Alfred. No fue por la lástima que


siento por Kaspar,

pero bebí con él y dejé que hablara.


Aunque tal vez prefe-
riría no haberlo hecho.

¿Kaspar está enfadado con nosotros?

Sigrid asintió.

¿A causa del asunto de Rathenau?

Sí, Kaspar está furioso por lo que le


hicisteis tú y

Christoph. ¡Más aún! Vosotros lo


comprometisteis ante sus

camaradas, vosotros le robásteis el


automóvil, le drogásteis,

292
le sacásteis información, disteis a la policía
los nombres de

Kern y de Fischer, lo deshonrasteis. Tuvo


que desempeñar

durante seis meses los trabajos más


arriesgados para poder

demostrar que no era un traidor...

¿Por qué iba a pensar nadie que era un


traidor cuando

tuvimos que llenarlo de amital? Eso no


tiene sentido, Sigrid.

Claro que no, pero algunos de esos


individuos están
completamente locos, ya sabes. Se ha
sugerido que Kaspar no

fue drogado, que todo el asunto fue una


especie de ardid...

¿Un ardid? ¿Cómo? ¿De quién?

No lo sé. Creo que él no lo sabe, al


parecer algunos

creen que pudo haber sido un ardid


arreglado por el mismo

Rathenau, o quizá por la policía estatal


prusiana, para des-

cubrir a los de la O.C. y cogerlos en el


acto, para capturar-

los antes de que mataran a Rathenau...


¡Bueno, ojalá hubiera sido alguien tan
astuto!

Sí, pero Kaspar... El no me contó esa


parte. Esa parte

es la que me produce pesadillas... Kaspar


odia tanto a su

hermano... No creo que te odien a ti, tú no


eres alemán,

sólo te metiste en esto por amistad... Pero


Christoph...se

detuvo y me miró.

Sigrid, ¿qué tratas de decirme?

Ella agitó la cabeza.


No puedo decirlo.

¡Bueno, Dios mío! ¿Por qué no se lo


dices a él?

¿Cómo podría decirle que he estado con


Kaspar?

Pero tú no has estado con él, ¿verdad?


Tan sólo lo

encontraste cuando fuiste a visitar a tu


madre.

Ella volvió a negar con la cabeza.

No. A ellos no les gustaría. Ya están


furiosos con mi

familia, ahora aparece mi hermano


recibiendo a Goring en
Zeydlitz. Y a Kaspar. Pensé que quizá
debía hablar con He-

lena, pero ella también es una


WaldsteinSigrid agitó nue-

vamente la grava con la punta del zapato.


Tú eres el único,

Peter.

Pero ¿qué puedo hacer yo?

Sacarlo de Alemania.

Sigrid, ¿cómo puedo sacar a Christoph


de Alemania?

No lo sé.

Bueno... tampoco yo lo sabía. ¿Dónde


podría ir?

¿Por qué tenía que irse? ¿Huiría de Kaspar


si le contaba la

historia ?

¿Qué hay del amigo de la señorita


Boatwright?pre-

guntó Sigrid.

293

¿Qué amigo...? Ah, ¿te refieres a


Whitney Wood?
Sí. ¿No es banquero en Nueva York?

Así es. En J. P. Morgan & Co.

Se habló de enviar a Bobby a Nueva


York para que

aprendiera métodos bancarios


norteamericanos. Querían en-

viar a Christoph con él. Sólo por un año,


aproximadamente.

Pero, ahora, con la muchacha rusa en los


Estados Unidos

con el dólar tan increíblemente caro... ya


no se habla de en-

viar a Bobby a Nueva York.


¡Christoph no lo aceptaría! ¿Huir de su
hermano? ¡M

se le ocurriría!

Tienes razón. Pero, si le ofrecieran un


puesto en Nueva

York, quizá la oportunidad de ganar unos


dólares para su ma-

dre, para su vida con Helena...

Pensé en ello. Por supuesto, podía


pregunta a Whitney

Wood, pero sabía cuál sería la respuesta.


La gente de Morgan

(lo mismo que la gente de Drexel) es


apasionadamente angló-
fila. Muchos de sus empleados más
jóvenes se habían unido

a los ejércitos inglés y canadiense mucho


antes de que noso-

tros entráramos en guerra. Todavía asistían


a las cenas del

regimiento en clubs de Londres y Toronto.


Todavía detes-

taban a los hunos. Herr Oberleunant Keith,


ex-húsar de las

calaveras, ex-piloto de caza, no sería


bienvenido en la esquina

de Broad Street Ni siquiera en aquel


momento. Y eso no
era todo. Aunque Whitney Wood había
sido un modelo

de cortesía en el banco y en la casa de los


Waldstein, la gen-

te de Morgan (lo mismo que la de Drexel)


era cualquier cosa

menos simpatizante de los judíos,


alemanes o de otra especie.

¿Emplearían los socios de J. P. Morgan a


un hombre de

Waldstein & Co., para que aprendiera los


métodos bancarios

norteamericanos ?

Bueno, es una idea interesante, Sigrid.


Veré qué puedo

hacer, pero...

Pero no pareces optimista.

No lo soy. Creo que lo mejor que podrías


hacer es

contar esta historia a Christoph y dejar que


decida él. ¿Por

qué ha de importarle que hayas visto a


Kaspar? 0 a Goring,

para el caso? El conoce a Goring. El año


pasado me lo pre-

sentó. ¿Recuerdas mi dibujo de


aHauptmann Ring»?
Nodijo Sigrid con firmeza. No quiero
contárselo

a Christoph.

Bueno, entonces se lo contaré yo.

Nuevamente me sujetó por la muñeca.

¡No, Peter, no debes hacerlo!


¡Prométeme que no lo

294

harás! Te he contado todo esto en confiana,


porque no tengo
otro con quien pue(la hablar.

¿Ni siquiera con Alfred?

Ni siquiera con Alfred.

295

Truenos retumbantes

Pasaba menos tiempo en Villa Keith.


Siempre había ca-

balleros de mediana edad y aspecto


distinguido, unos de uni-
forme, otros no. Iban a tomar café, a
almorzar, a cenar. Lle-

vaban flores. Se mostraban corteses


conmigo, pero no lo

sentían demasiado cuando me disculpaba y


me iba.

Los cinco dólares que entregaba todas las


semanas a Meier

valían ahora 1.750.000 marcos. Yo sabía


que eso era dema-

siado. Sabía que yo estaba manteniendo la


casa y el «Salón» de

Frau Keith y que el resto se reservaba para


el futuro, pero
no se me ocurría la posibilidad de dar a
Meier una suma me-

nor. Christoph pasaba casi todas las noches


en casa de He-

lena. Ya era hora de que me buscara un


lugar propio y, sin

embargo, no terminaba de decidirme.

Un viento cálido levantaba el polvo de


las calles de Neu-

kolln. Largas colas ante las tiendas. Ahora


yo sabía el motivo:
los agricultores y granjeros no querían
entregar las cosechas a

cambio de papel moneda. Berlín estaba


amenazada por el

hambre.

Igual que en mil novecientos


diecinuevedijo la seño-

rita Boatvright.

Quería hablar con ella sobre Kaspar


Keith, pero estaba de-

masiado ocupada para escuchar o quizá se


había cansado de

ser mi paño de lágrimas; por una u otra


razón, insistió en
que la acompañase a la cocina pública de
Warschauerstrasse, que

ella había ayudado a organizar.

Un recinto enorme, grande como un


hangar y lleno de rui-

dos. Tres colas interminables aguardaban


para entrar, hom-

bres, mujeres y niños con recipientes de


todo tipo: cubos de

296

agua, jarras, palanganas, cacerolas,


cualquier cosa que pudie-

ra contener el litro de arroz hervido que se


permitía comprar

cuando por fin llegaba el turno. Algunas de


aquellas perso-

nas se sentaban directamente en las largas


mesas del centro del

local y comían la única comida que podían


conseguir aquel

día. pero la mayoría se apresuraba a volver


a casa para llevar

a la familia el arroz todavía humeante. En


el otro extremo del

salón, alrededor de treinta mujeres pelaban


patatas y pica-

ban zanahorias para la sopa del día


siguiente.

Algo tenemos que cobrarles dijo la


señorita Boat-

wright. De lo contrario, el lugar sería


invadido y arrasa-

do. La semana pasada no llegaron a tiempo


las hortalizas, y la

gente se puso furiosa. Se amotinaron,


rompieron las mesas v

abollaron una de las cacerolas... La única


forma de tener al-

gún control es ajustar el precio todos los


días, así que cobra-

mos lo que cuesta un billete de tranvía,


precio que se anun-

cia en los periódicos. Se han acostumbrado


a ello; saben que,

cuando lleguen aquí, la sopa les costará lo


mismo que el bi-

llete de tranvía.

Dejé a la señorita Boatwright sumergida


en una animada

discusión con una dama de la


Ernahrungsamt de Berlín: qué

kacer con las familias que enviaban a cada


uno de sus hijos
a ponerse en la cola de modo que cada uno
recibiera un litro?

¿Habría que exigir pases de residencia?


Llevaría muchísimo

tiempo verificar las direcciones...

Me ahorré el billete del tranvía y anduve


desde la ar-

schauerstrasse, cruzando los puentes sobre


el Spree y el canal

de Landwehr, hasta Neukolln.

El viento levantaba el polvo de las calles,


el aire estaba hú-

medo, el cielo se ensombrecía y unos


truenos retumbantes pro-

metían una de esas tormentas que, en


nuestro país, solemos

tener en verano. Empezaban a caer gruesas


gotas de l]uvia

cuando entré en el primer patio de


Friedrichstrasse 101 e ini-

cié el largo ascenso de las escaleras.

Tenía una llave, pero siempre llamaba


antes de entrar,

porque nunca se sabía lo que podía estar


ocurriendo en el in-
terior de aquella casa.

Se abrió la puerta.

¡Oh!

Baby me echó los brazos al cuello,


enroscó las piernas alre-

dedor de las mías y casi me caí al suelo


mientras ella me be-

saba.

297

¿Dónde demonios has estado?


Oh, estuve trabajando en un encargo
especial... ¿Qué

estás haciendo? ¿Dónde están todos los


demás?

¿Qué estoy haciendo? ¡Estoy lavando los


malditos pla-

tos! Mutti está haciendo cola para la


comida y el niño está con

ella. . .

Me siguió hasta el estudio a través de la


pequeña habita-

ción que olía a humanidad y estaba llena


de camas deshechas.

La lluvia golpeaba contra las ventanas. El


agua goteaba dentro

del cubo.

¿Dónde está mi cuadro?

Fritz se lo llevó para venderlo.

¡Pero no estaba terminado! ¿Se llevó mi


cuadro para

venderlo antes de que estuviera terminado?

El dijo que estaba lo bastante acabado


como para ven-

derlo. Dijo que no estaba seguro de que


volvieras, y necesitá-

bamos dinero.
Bärbel poniéndose una media, mi mejor
cuerpo entero

de Bärbel... ¿adónde se lo ha llevado? Iré


ahora mismo y lo

traeré de vuelta...

Vamos, no has estado aquí en varias


semanas, ni slquie-

ra sabes lo que está ocurriendo aquídijo


Baby irritada.

¿Qué quieres decir? ¿Qué ocurre aquí?

En primer lugar, Fritz le dio una


tremenda paliza a

Bärbel. La hizo desnudarse, le ató las


muñecas al respaldo de
la cama y la golpeó en el trasero con la
regla de acero hast2

que le quedó todo rojo y morado. Y


también las piernas. ¡Oh,

si lo hubieras visto! Baby parecía


regodearse con aquello.

¿Pero por qué?

Por ti.

¿Por mí?

En parte. Tú la pagabas para que ella se


quedara en

casa. Ya no podía hacerlo. Se aburría.


Empezó a trabajar otra
vez en «Adam und Eva» y, entonces, a
Fritz se le ocurrió que

ella te había contagiado la gonorrea y que


por eso tú ya no ve-

nías por aquí.

¿Por qué pensó que me había contagiado


la gonorrea?

¡Porque se la contagió a él! Y ahora los


dos tienen que

ir al hospital, donde les dan un


medicamento que les hace vo-

mitarBaby me rodeó con un brazo. Bärbel


tiene la gono-

rrea, rea, rea, reacantó suavemente en mi


oído. Lo sien-

to, por fin la pescó, pero tú eres


afortunado, Peter, porque

yo he sido una muchacha muy buena y no


te he contagiado

la gonorrea ¿verdad? ¡Tú no puedes


tenerla!

298

¡Tú sabes que yo no podría tenerla!

Baby asintió solemnemente.


¡Oh, Señor! No vas a abandonarnos,
¿verdad? ¡No po-

dría soportarlo!

Vine para terminar el cuadro dije. Pero el


cuadro

había desaparecido y Baby ya se quitaba el


vestido.

¿Esto es lo que los norteamericanos


llamáis magreo? '

Mmmmm... ¿te gusta?

Oh, sí... pero ¿por qué magreo? Ni


siquiera me tocas

el cuello.

No lo sé... ¿Dónde oíste esa palabra?

La leí en un cuento que me dio Alfred.


Un cuento nue-

vo escrito por un norteamericano joven.

¿Cómo se llama?

No lo sé... hazlo otra vez, me gusta


cuando haces eso...

El autor se llama Fritz no sé qué.

¿Un norteamericano llamado Fritz?

No, ése era su apellido. Fritz y algo más.


¿Te refieres a Fitzgerald? ¿Scott
Fitzgerald?

Si, creo que s.

¿Lo han traducido al alemán?

No, ¿qué te piensas? Lo leí en inglés.


¿Qué significa

Fitz?

Eso es irlandés y significa «hijo de».

¿Como Mendelssohn significa «hijo de


Mendel»?

Sí, exactamente lo mismo.

¿Y es lo único que se hace en los Estados


Unidos?
¿Lo único que se hace en los Estados
Unidos?

Eso del magreo. Lo que tú me estás


haciendo a mí. ¡No

hay que quitarse la ropa?

¿Cómo se puede hacer algo con toda esa


ropa puesta?

Quiero decir, ¿no os ponéis nerviosos?

Lo que me pone nervioso es que alguien


pueda entrar

aquí. ¿Qué ocurriría entonces?

¿Tienes miedo? Podemos oír a


cualquiera que se mue-

va en esta casita diminuta.

Lilí, no quiero que me echen de aquí.

¡Qué caballero tan apasionado! Muy


bien, ,Jquieres pin-

(1 Necking en el original. Neck es cuello.


El término inglés es

menos violento que el castellano. (N. del


E.)

299
tarme un poquito más? No creo que este
magreo sea un de-

porte muy saludable.

De pronto, dejó de besarme, movió la


cabeza y me mordió

con toda su fuerza en el lugar donde se


unen la clavícula, el

cuello y el hombro.

¡Piensa en mz!un relámpago iluminó la


habitación y

vi su boca manchada con mi sangre. Abre


los ojos mira

¡soy yo, no Bärbel!

No estaba pensando en Bärbeldije.

No te detengasdijo ella.

No me detuve.

Más tarde, hirvió un poco de agua y


limpió la herida palpi-

tante.

¿Cómo voy a explicar esto?pregunté.

Sencillamente, no te quites la camisadijo


Babv pl;í-
cidamente.

Como de costumbre, su cálculo del


tiempo fue perfecto.

Habíamos terminado de vestirnos y


estábamos en la cocina

buscando en vano algo para comer. Giró


una Ll;ave en la cerra-

dura y entró Muth Bauer, seguido del niño.


Estaba empapada

y jadeaba por la subida de las escaleras.


Tenía el rostro de co-

lor escarlata... y surcado de lágrimas.


¡El muy cerdo! jadeó. ¡El sucio,
despreciable y

apestoso cerdo!

El niño estaba pálido y silencioso.


Ambos me vieron, pero

ella no parecía mirarme.

¿Quién, Mutti? preguntó Baby. ¿Qué


sucede?

, Ouién es un cerdo ?

Schultz, el carnicero. ¿Sabes cuánto


tiempo he estado

en la cola? ¡Cuatro horas! Bajo los


relámpagos, bajo la lluvia.
el agua me corría por las piernas. Y,
cuando me llegó el turno

todavía tenía unas cuantas salchichas en el


mostrador, ¿v sa-

bes lo que me dijo?empezó a llorar otra


vez, aferrando la

bolsa de la compra repleta de billetes de


banco empapados

Me dijo, «Oh, no Frau Bauer. No


aceptamos marcos de usted

Frau Baue. Usted tiene dólares allá arriba.


Esas muchachas

suyas le traen dólares y usted podría


comprar todo lo que
me queda hoy con unas cuantas monedas
americanas, así que

no me traiga un bolso lleno de marcos


alemanes, Frau Bauer>.

300

vo dije: «Esto es todo lo que tengo, Herr


Schultz, no tengo

dinero americano»; y él dijo: «No, no,


Frau Bauer, tendrá

que enviar a una de sus muchachas a que le


consiga dinero
americanO>>; y yo dije: <Lo denunciaré a
la policía, ¡aprove-

chado, ¡gágster!», y entonces él me dijo


que me fuera de su

tienda, lo hizo delante de todas las otras


señorasy se dejó

c er en una silla, sollozando con la cara


entre las manos.

Mutti rompió un cristaldijo el niño en


voz baja.

Oh, Dios, Dios, estaba tan avergonzada,


tan avergonza-

da delante de la gente, y tan furiosa que no


pude soportarlo
cogí el paraguas y lo levanté y rompí el
cristal del mostrador

donde tenía las salchichas v salí corriendo


de la tienda, y Schultz

gritaba: «¡Policía! ¡Llamen a la policía!»; y


ahora vendrán

aquí y me llevarán al Alexanderplatz...

Nos costó un buen rato calmarla.

Mi primera reacción instintiva fue enviar


al niño con algún

dinero norteamericano para aplacar al


carnicero y conseguir

algo para comer. Pero no lo hice, pues


pensé que hubiera sido
darle la razón al carnicero.

Toda la culpa es de los judíosdijo el niño


de pronto.

¿Qué? me volví hacia él. ¿Qué pasa con


los ju-

díos?

Eso es lo que decía el hombre de la cola.


Los intermedia-

rios judíos han comprado toda la carne y la


retienen en espera

de mejores precios; los bancos judíos les


prestan el dinero y

ellos obtienen toda la ganancia...


Pensé en la gente que estaría haciendo
cola en toda Ale-

rr.ania y sentí un escalofrío.

¿Por qué no salimos todos y vamos a


comer algo?su-

gerí. Mira, ha dejado de llover y está


saliendo el sol. ¿No

hay alguna bonita Gasthaus por aquí


cerca?

¡El parque Treptow!exclamó Baby.

Pero la policía...Mutt¿ Bauer seguía


sollozando y se-

cándose los ojos.


Bueno, no podrán detenerla si no está
aquídije, y

también pensé que a los carniceros


seguramente no les estaba

permitido exigir que les pagaran en


moneda norteamericana.

Quizá no apareciera la policía.

Daos prisa y vestíosdijo Baby. Y ponte tu


sombre-

ro bueno. Peter nos va a llevar a Treptow.


Nos sentaremos a la

orilla del río, comeremos y escucharemos


la banda, y quizá

baile con nosotras.


Los ojos de Baby brillaban. A mí, me
dolía el hombro. Y

el corazón.

301

La voz de Waldstein

Herr Reichskanzler, Herr Generaloberst,


Excelencias...

mi querido primo Eduard, por quien


brindamos.
El padre de Helena estaba haciendo un
discurso. De he-

cho, no tenía que hacer un discurso. Tenía


que proponer el úl-

timo de los muchos brindis por el


cumpleaños del padre de

Lilí, el brindis en nombre de la familia,


pero, cuando miré las

caras de la familiaespecialmente la de la
madre de Lilí,

me percaté de que pensaban que había


cometido una equivoca-

ción. El público se le había subido a la


cabeza al orador: no
sólo todos los Waldstein y los respectivos
cónyuges; no sólo

todos los socios de Waldstein & Co., y sus


clientes más

importantes; no sólo los jefes de la


Deutsche Bank, Mendels-

sohn & Co., Hardy & Co., Delbruck


Schichler & Co. y S.

Bleichroder & Cía.; no sólo invitados


ocasionales como la se-

ñorita Boatwright, Whitney Wood,


Christpoh Keith, su ma-

dre y yo, sino también el nuevo canciller,


doctor Gustav Strese-
mann, que acababa de formar un gobierno
de coalición al caer

el gobierno del doctor Cuno hacía pocos


días; varios ministros

del gabinete de Stresemann... y el general


Hans von Seeckt,

jefe del Estado Mayor central, comandante


en jefe de la Reichs-

wehr.

Si hubiera adivinado la clase de fiesta


que iba a ser, ja-

más habría accedido a secundar el plan de


Lilí, y ahora no

quería seguir adelante. Ella, al observarme,


se dio cuenta.

E1 padre de Helena encaraba a los


invitados desde el filo

de la terraza, de espaldas a la gloriosa tarde


de agosto, a los

castaños y los sauces, al cielo sin nubes y a


kilómetros de agua

salpicada de velas blancas; el sol todavía


calentaba a los ex-

cursionistas. . .

302
Peter, habla demasiado de prisa para
mldijo la seño-

rita Boatwright en mi oldo. ¿Qué dice?

¿Qué decía? Tratar de traducir a alguien


que está hablan-

do es una de las cosas más diflciles del


mundo y yo, por su-

puesto, no era capaz de hacerlo, pero lo


intenté.

A mediodía, habla dejado encallado el


velero en una caleta
arenosa y sombreada de la orilla occidental
del Havel, a pocos

kilómetros aguas arriba de la isla. Las


chicas querian nadar

antes del almuerzo.

Todavia no te has puesto muy moreno -


dijo Helena

cuando me quité la camisa.

Ha leldo no sé dónde que el sol hace


daño a la piel

dijo Lilí. ¿No es una tonteria?

Las marcas de los dientes de Baby eran


ya prácticamente
invisibles, pero Helena las vio
inmediatamente.

¿El sol? Puedo imaginar cosas que dañan


mucho más

me dirigió una mirada burlona mientras se


ajustaba el gorro

de baño negro y en seguida saltó del bote


con Lili. Se zambu-

lleron en el agua iluminada por el sol.

Christoph se incorporó para quitarse los


pantalones que

llevaba sobre un traje de baño de dos


piezas, y, de pronto, me

di cuenta de que no le había visto las


piernas desnudas desde

aquella mañana en Verdún.

Sus ojos siguieron mi mirada.

Quedó bastante bien, ¿no crees?

Tejido blanco de cicatriz donde había


entrado la bala y

donde había asomado el hueso de la pierna.


La pierna herida

había quedado más flaca y más corta que la


otra.

Sí, está muy bienmenti. ¿Puedes nadar


sin incon-

venientes?
Ya lo verás. Puedo patalear un poco.

Las muchachas nadaban con elásticas


brazadas y se grita-

ban la una a la otra. Brazos blancos y gorro


negro, brazos

tostados y gorro blanco.

Adverti que Christoph vacilaba Sus pies


se apoyaban ya

en la arena húmeda. Se sentó en el borde


del velero y se vol-

vió para mirarme.

Peter... Creo que ya es hora de que


vuelvas a casa.
¿A casa? ¿Dónde?

A tu casa, a América. Creo que ya es el


momentome

miró directamente a los ojos.

¿Por qué, Christoph?

303

Siento que tu vida puede estar en peligro.

¿Mi vida? Christoph, ¿tiene esto algo que


ver con Kas-

par?
Apretó los labios, asintió con la cabeza y
miró la arena.

¿Recuerdasdijoa aquel hombre rubio y


corpulen-

to a quien te presenté el año pasado en el


Café Romanisches?

¿El aviador? Tú le hiciste un retrato y lo


llamaste «Hauptmann

Ring . . ».

Claro que lo recuerdo. Hermann Goring,


se ha conver-

tido en uno de los muchachos de Hitler...

No precisamente en uno de sus


muchachos. Es del círculo
más íntimo, se ha convertido en jefe de la
Sturmabteilun de

Hitler, la S.A. Tiene a sus órdenes a miles


de hombres con

uniformes pardos...

Bueno, ¿qué pasa con él?

La otra noche tomamos juntos una copa.

¿Tomaste una copa con Hermann


Goring?

Christoph asintió.

Me llamó al banco. Preguntó si podiamos


encontrarnos

en algún lugar donde ninguno de los dos


fuéramos reconoci-

dos, porque tenía algo que decirme.


Entonces, recordamos un

pequeño bar cerca de la estación de


Steglitz donde los ca-

detes soliamos citar a las chicas; tomé el


metro después del

trabajo y allí estaba, vestido de paisano;


nos sentamos en un

rincón oscuro, bebimos y charlamos. El


habló; yo me limité

a escuchar.

Lilí y Helena estaban nadando con la


corriente. Podíamos
oír sus voces, pero no entendiamos lo que
decían.

En realidad, Goring tenía dos mensajes.


Uno era una

invitación. El otro una advertencia. La


invitación era para cam-

biar de lado. Dice que van a dar un golpe


en Baviera este año

Los bávaros odian Berlín. Odian la


República y, en lo que a

ellos concierne, Berlin es la República y la


República es Berlín.

El comandante de la Reichswehr en
Munich es el general von
Lossow, y es bávaro. Naturalmente, se
supone que está bajo

las órdenes de von Seeckt, pero Goring no


puede asegurar

que Lossow obedecerá a Seeckt cuando


empiecen los disparos.

Goring cree que, con toda probabilidad,


Baviera se volcará

este año hacia Hitler; después, vendrá la


marcha sobre Ber-

lín; y después... ¿quién sabe? Las cosas


pueden salir de ese

modo, todos estamos de acuerdo con eso.


¿Respaldará Seeckt
a Stresemann si se levanta todo el país?
¿Quién sabe? Pero,

en cualquier caso, Goring dice que


necesitan a alguien con mi

formación, en otras palabras, necesitan a


alguien para manejar

304

el dinero que está entrando ahora; dice que


Hitler es un an-

tisemita fanático, que no es posible razonar


con él y que, si
llega al poder, tomará enérgicas medidas
contra los judíos.

¡Oué significa eso?

No lo dijo. No creo que lo sepa. Quizá ni


él mismo

Hitler lo sepa. Culpa ya a los judíos de la


inflación, y el pueblo

necesita a alguien a quien culpar. Pero lo


que Goring quiso

decirme es que estoy en el bando


equivocado y que será me-

¡or que me cambie mientras esté a tiempo.

¿Y tú qué dijiste?
Le di las gracias por el consejo.

Estábamos observando a las chicas, que


tenían la cara

vuelta hacia nosotros.

¿DE QUÉ ESTAIS HABLANDO? gritó


Helena.

Le di las gracias, pero le dije que, para


mí, era ya un

poco tarde para cambiar de lado. No lo


tomó a mal. Está con-

vencido de que van a ganar, de que Hitler


tiene la solución

porque Hitler puede unir otra vez al


pueblo. Quizá tenga ra-
zón. Pero también me habló de Kaspar y
eso es, en realidad,

lo que quiero decirte. Kaspar ha estado


profiriendo amenazas.

¿Kaspar está en la S.A?

Bueno, al parecer, sí y no. Tienen


problemas con Kas-

par y sus amigos. Se han afiliado a la S.A.,


pero ahora la S.A.

no les parece lo bastante buena.


Demasiados carteros, conducto-

res de autobús, obreros parados...


individuos normales que

buscan trabajo. Los amigos de Kaspar no


desean empleo, <nlie-

ren ser soldados. Una especie de cuerpo


escogido.

Sólo para asesinos.

Así es. Quieren entrar en algo que ha


organizado la

Reichswehr, una especie de comando


secreto donde entrenan

tropas sin que se entere la Comisión Aliada


de Vigilancia.

Nadie sabe bien dónde se entrenan... pero


los dirigen desde la

Bendlerstrasse, se les llama Reichswehr


«Negra», y los entre-
nan oficiales de Seeckt... Pero parece que
no quieren aceptar

a los del Freikorps. En la Reichswehr, no


los quisieron nunca

y nos lo quieren ahora, así que Kaspar se


siente otra vez frus-

trado.

¿Está el hermano de Sigrid en esa


Reichswehr Negra?

Christoph se pasó la mano por la boca,


pensando.

¿Bruhl...? No... no, él es miembro regular


de la Reichs-

wehr, lo aceptaron directamente de la


escuela de cadetes, al

mismo tiempo que el pobre Kaspar se


marchaba con la Briga-

da Ehrhardt... pero podría intervenir en el


proyecto; a fin de

cuentas, lo dirigen todo oficiales


regulares...

305

Quizá no tuviera que hablarle del


encuentro de Sigrid con

Kaspar. Había prometido no hacerlo.


¿Qué dijo Goring de Kaspar?pregunté.
¿Ha lan-

zado amenazas contra mú?

Bueno, al parecer, contra nosotros dos,


pero, por su-

puesto, a mí nada me haría. Goring dice


que Kaspar todavía

está furioso por el asunto de Rathenau,


cree que tú y yo he-

mos traicionado a Kern y a Fischer, que


hemos dado infor-

mación a la policía, traicionado nuestro


apellido, mi apellido,

si lo prefieres, (¡que yo traicioné mi propio


apellido...!) y que

es incontrolable. Quiero decir que, aunque


esté afiliado a la

S.A., no pueden controlarlo, ha hecho


cosas en la Ruhr...

A propósito, no está muy contento con lo


de la Ruhr, a veces

está más interesado en derribar a nuestro


gobierno que en ex-

pulsar a los franceses de all, y dinamitar


trenes de carbón y

matar a colaboracionistas no es
necesariamente lo que Hitler

quiere hacer.
Pero Kaspar, de todos modos, lo hace.

Kaspar y los otros del Freikorps,


especialmente los

de la O.C. de Ehrhardt..., hacen lo que


quieren.

Volvamos al grano, Christoph. Goring te


advirtió, ¿ver-

dad? Pensó que era lo bastante grave como


para avisarte. Y no

me digas que a Goring le importa lo que


pueda sucederme a

mi. ¡Goring te ha dicho que Kaspar ha


lanzado amenazas con-

cretas contra ti! ¿No es verdad?


Christoph cabeceó.

Es un completo sinsentido, cosa de


chiquillos, es un

muchacho que ha pasado por muchas


cosas, pero nadie va a

decirme que mi hermano menor...

No es ningún sinsentido, es la verdad.

Entonces, tuve que contarle la historia


de Sigrid y tuve que

hacerlo muy de prisa porque los gorros de


baño blanco y ne-

gro se nos acercaban.


¿QU HACÉIS AHI? jEL AGUA NO
ESTA TAN FRTA! ,7No

PODÉIS, POR LO MENOS, ABRIR EL


VINO?

Seguía intentando traducir para la


señorita Boatwright:

...Damas y caballeros: con la posible


excepción de mi

primo Fritz, que era pequeño, debo de ser


la única persona que

hoy y aqui, recuerda el undécimo


cumpleaños de mi primo
Eduard, en esta misma terraza, en el año
mil ochocientos se-

tenta y uno. ¡Y qué verano aquél! Nuestro


ejército victorioso

de vuelta de Francia, algunos de nuestros


padres todavía de

306

uniforme... Recuerdo que un vaporcito de


paseo, llevaba una

banda que tocaba aDie Wacht am


Rhein...». Una nueva na-
ción, damas y caballeros...

El doctor Stresemann y el general von


Seeckt parecían ca-

ricaturas de sí mismos: el burgués alemán


de brillante calva,

bigote pequeño, cicatriz de duelo, cuello


con papada, cuello

de camisa en forma de pajarita; y el esbelto


junker prusiano,

cabello blanco espeso y corto, bigote


blanco bien recortado,

helados ojos azules, monóculo, la


condecoración Pour le mé-

rite colgándole del cuello...


Y ¿qué tenemos hoy, damas y caballeros,
en el sexagési-

mo quinto cumpleaños de Eduard?


¡Nuestra nación, unida en el

setenta y uno, está a punto de hacerse


pedazos, está a punto

de explotar! Los franceses están en la Ruhr


tratando de orga-

nizar un Estado autónomo. Los polacos


están en Silesia. ¿Y en

Munich? En Munich, los fanáticos de la


derecha y los realistas

bávaros se están preparando para separar


Baviera del Reich,
según nos dicen, para una marcha sobre
Berlin. Esta tarde

contemplamos una pacifica escena que no


ha cambiado en mi

recuerdo- Ios veleros, el agua, el cielo.


Pero todos sabemos

lo que está ocurriendo detrás de este


paisaje. Y lo que es

peor, ¡no ya el resultado, sino la causa


misma! ¡Esta pesadi-

lla! ¡Este desastre! ¡La muerte de nuestra


moneda! Todos

los que están en esta terraza saben que el


Dollarkurs del vier-
nes por la tarde era de cinco millones de
marcos el dólar. ;oué

será el lunes por la mañana? Todas las


imprentas de Alemania

están imprimiendo billetes de banco para el


Reichsbank, tra-

bajando veinticuatro horas al día. Todos


ustedes están pasan-

do a sus empleados dos veces al dia, a fin


de que puedan co-

rrer a las tiendas y comprar algo antes de


que ese dinero pier-

da su valor unas horas más tarde. Y ahora


llegamos al punto
en que, sencillamente, no se acepta al
marco. Primero, fueron

los granjeros, ahora ni siquiera las tiendas


los quieren. Mien-

tras tanto, pueblos y ciudades emiten su


propio dinero. Tengo

entendido que Waldstein & Co., paga a sus


empleados con

billetes propios. ¡El nombre de cualquier


aldea de la Sel-

va Negra vale más que el nombre del


Reich alemán! ¡El nom-

bre de Waldstein & Co., vale más que el


nombre del Reich
alemán!

»Excelencias, damas y caballeros, no


estoy diciendo nada

que ustedes no sepan, pero les estoy


rogando, en esta tan

poca apropiada ocasión, ¡que hagan algo


al respecto! Estamos

presenciando la destrucción de toda la


clase media. Sus aho-

rros han desaparecido. Sus pensiones se


han evaporado. Perso-

307
nas honradas y trabajadoras, que ahorraron
su dinero según

las normas con que todos hemos sido


educados, se encuentran

hoy sin un céntimo. Por otra parte, gente


que gastó su dinero

en comprar, ya sean casas, cuadros,


diamantes, automóviles,

por lo menos tienen las cosas que


compraron. ¡Y también quie-

nes pidieron prestado para comprar cosas!


Bien, damas v ca-

balleros, mientras más se endeudaron,


mientras más pidieron

prestado, mientras más compraron, ¡más


ricos son hoy! Todas

las normas que aprendimos en la escuela


carecen de valor. .Es-

tar endeudado es una virtud! El ahorro es


una tontería. ¡Y las

personas que siguieron las normas se ven


estafadas y trai.io-

nadas, mientras que quienes las violaron se


enriquecen! El mun-

do está al revés, y me pregunto si ustedes


comprenden real-

mente lo que eso significa. Significa que


estamos en una revo-

lución, en algo peor que todo lo que


vivimos en mil novecien-

tos dieciocho. Entonces, vimos a las masas


en las calles, vimos

banderas rojas, creímos que Liebknecht y


Rosa Luxemburgo

y los espartaquistas iban a quitarnos


nuestras propiedades...

¡Pero hoy es el mismo Reichsbank el que


lo ha hecho! Oh,

conozco todas las razones: Versalles y las


Indemnizaciones,

los franceses en la Ruhr. ¡Pero conocer las


razones no nos

ayuda! Los franceses no están imprimiendo


todo este papel

moneda. Lo hacemos nosotros. Nosotros


mismos estamos des-

truyendo nuestro país!

»Excelencias, no soy ministro ni soy


banquero, ustedes son

los ministros, usteles son los banqueros,


ustedes, caballeros,

que esta tarde están en esta terraza, pueden


hacer más que nl-

die en Alemania para detener esta locura, y


yo aprovecho la
oportunidad para implorarles:
¡DETÉNGANLA!»

Silencio. El padre de Helena estaba sin


aliento. La copa le

temblaba en la mano.

Bien, Eduard... mi querido primo...


realmente, no tenía

intención de decir estas cosas. ¡Bebo a tu


salud y te deseo un

feliz cumpleaños! Prosit!

Gustav Stresemann se puso en pie y


sostuvo su copa cn

dirección al padre de Lilí.


Al mismo tiempo, el general von Seeckt,
que estaba sentl-

do entre Helena y Frau Keith, también se


puso de pie. Todos

los demás se levantaron. Había tanto


silencio que podíamos oír

una lancha a motor que ronroneaba, a lo


lejos, en el agua. Apu-

ramos el licor del último brindis.

El barón Eduard habló muy quedamente:

Mis queridos amigos... creo que


acabamos de escuchar

un eco de la Voz de Waldstein...


308

Un estallído de carcajadas rompió la


tensión.

Deseo expresar mi gratitud por el honor


que me habéis

concedido al venir hoy aquí. Me siento


profundamente con-

movido. Yo no hablo con tanta elocuencia


como mi primo,

que lleva en las venas sangre de poeta.

Más risas, pero risas moderadas.


Sin embargo, quiero decir que comparto
los sentimien-

tOS que tan elocuentemente ha expresado.


El no es, como

nos acaba de decir, un banquero. Yo sí lo


soy, Herr Reichs-

kanzler, Herr Generaloberst, Excelencias...


y queridos pri-

mos: creo hablar por boca de todos los


banqueros presentes

en esta terraza si os digo que pasamos este


verano en vela, no-

che tras noche. Noche tras noche. Durante


el día, nos reuni-
mos, hablamos, nos exprimimos el cerebro,
estudiamos pla-

nes propuestos, algunos de ellos con


posibilidades... No es

éste el lugar para discutir ideas, pero puedo


deciros que noso-

tros sabemos que las cosas no pueden


seguir así, sabemos lue

debe haber una solución, pero sabemos


también que cualquier

solución requerirá medidas drásticas.


¡Medidas drásticas, damas

v caballeros! ¡Y un gobierno fuerte que


adopte esas medidas
un ejército fuerte que las sustente!

El doctor Strassburger, de pie junto a una


mesa más ale-

jada, se quitó los quevedos, se puso a


aplaudir y en seguida

todos lo imitaron, hasta el nuevo canciller,


sus ministros v el

general von Seeckt.

Y ahoracontinuó el barón Eduard,


después de tanta

seriedad, tendremos un poco de baile.

La baronesa dijo algo al oído de su


marido y Lilí exclamó:
¡Oh, no, espera, papá!corrió entre la
multitud, y supe

que era demasiado tarde. Nada podía hacer


yo para detener-

la, pero rogué que tuviera el buen sentido


de hacerlo rápida-

mente.

Así fue. Tomó a su padre del brazo, se


volvió hacia los pre-

sentes y dijo:

Damas y caballeros, tenemos un regalo


de cumpleaños

más. Peter Ellis lo traerá él mismo.


El mayordomo apareció a mi lado con el
paquete, y yo, sin-

tiéndome como un perfecto idiota, caminé


hacia el barón.

desenvolví el pequeño retrato que había


hecho de LilíLilí

mirando al velero dentro de la botellay se


lo entregué. Creo

que también dije algo acerca de que le


deseaba un feliz cum-

pleaños, agradeciéndole su hospitalidad,


pero en seguida volví

apresuradamente a mi sitio. Cuando


pasaba, Helena me tomó
de un brazo y susurró:

309

¡Si tus hombros ahora están tan rojos


como tu cara,

las marcas no se notarán!y, sin dejarme


recobrar aliento se

volvió y me presentó al general von


Seeckt.

Firme apretón de manos. Monóculo.


Pour le mérite.

Tragué con dificultad.


...Un gran honor, señor.

Se quitó el monóculo y lanzó una mirada


por encima de mi

hombro.

Ya veo. ¡Después de todo, es un artista!


lo dijo en

inglés.

Me volvi. El barón sostenía el retrato en


alto y se le veía

radiante. El retrato había quedado bastante


bien. Había traba-

jado mucho. Naturalmente, nunca se puede


conseguir exacta-
mente lo que se tiene en la cabeza, pero se
acercaba a lo que

mejor había pintado hasta aquel momento.

Si, señor. Quiero ser pintor.

Sí. Me alegra comprobarlovolvió a


colocarse el mo-

nóculo y me miró directamente a los ojos.


Le sostuve la mi-

rada... Dos de los ministros se colocaron a


su lado.

Herr Generaloberst...

Y el comandante en jefe del Reichs vehr


dijo:
Dispénseme, señor.

Se bailaba en el gran vestíbulo. La


música llegaba desde

la sala, donde Bobby tocaba


melancólicamente el piano, inter-

pretando fox-trots americanos, con un


cigarrillo entre los la-

bios, mientras los profesionalesdos


violines, un contrabajo

un saxofón y una bateríahacian todo lo


posible por seguirle.
Yo me sentía desgarrado entre
demasiadas emociones en

conflicto. Había bebido demasiado


champán. Helena habla-

ba con el general von Seeckt. La señorita


Boatwright baila-

ba con Whitney Wood. Nunca había visto


bailar a la seño-

rita Boatwright. Caminé por entre los


invitados, buscando a

Evidentemente, el doctor Strassburger


queria hablar con

el doctor Stresemann, pero el grupo que


rodeaba al canciller

era demasiado compacto.

Doctor Strassburger, ¿qué piensa de la


Voz de Wald-

stein?

Miró por encima del hombro antes de


responder a mi

pregunta.

Es fácil dar consejos desde afuera, ¿no le


parece? No

he oido ninguna sugerencia concreta.


310

Pero sin duda hay que hacer algo.

De acuerdo. Pero cualquier cosa que se


haga tiene que

hacerla el Gobierno. Nosotros no estamos


imprimiendo el dinero. Aquellos caballeros
que están allí son el Gobierno desde

esta semana. Lo único que podemos hacer


nosotros es dar consejos.

¿Y qué consejo va a dar usted?

El doctor Strassburger se permitió una


leve sonrisa.
¿Si me lo piden?

Esta noche, doctor Strassburger, está


usted demasiado

modesto.

No. Tal vez un poco tristemiró por dentro


de su copa.

Lo siento. ¿Puedo preguntar por qué?

No lo sé exactamente. Quizás haya


bebido demasiado

champán, cosa que normalmente me


deprime. O quizás haya

oído en la Voz de Waldstein una


sugerencia que otros no oye-
ron.

¿Una sugerencia?

Sí, algo que no dijo pero que pensó y que


yo oí.

¡Qué oyó usted?

Una advertencia. Una advertencia de que


algún día se

descubrirá que este desastre, este caos, esta


muerte de nues-

tra moneda, es obra de los judíos.


Provocada deliberadamente

por los judíos. No importa que la clase


media judía también
haya sido arrasada. No importa que el
capital de Waldstein &

Co., esté hoy por debajo del veinticinco


por ciento de lo

que estaba en mil novecientos catorce. En


Schloss Havelblick,

todavía corre el champán, ¡el Estado


Mayor central todavía

baila fox-trots con la nieta de la Voz


original! el doctor

Strassburger me miró por encima de los


quevedos.

Tuve que decir lo primero que se me


ocurrió.
¿Ha tenido noticias de su sobrino? ¿Qué
le parece Los

Angeles?

Una postal, diciendo que su protegida, la


condesa Kyra,

ha conseguido un papel en una película, al


parecer de baila-

rina. Si mi sobrino ha conseguido empleo,


nada dice de ello.

En aquel momento, un camarero que


llevaba una bande-

ja cargada de copas se acercó al grupo que


rodeaba al doctor

Stresemann. Cuando se apartaron para


dejar pasar al cama-

rero, el canciller volvió hacia nosotros su


rostro rutilante.

¡ Strassburger! gritó. ¿Querría acercarse


un mo-

mento? Necesitamos su consejo.

¿Dónde está el lavabo?preguntó Whitney


Wood.

311
En el sótano. Después de la puerta
batiente hay una pe-

queña escalera... Será mejor que le


acompane, señor Wood.

Por aqui.

¡Ouiere un cigarro?

Gracias, señor.

Me gustó el retrato que hizo de esa


muchacha. ¿Querría

hacer uno para mi?

¿Cómo, señor?

¿Querría pintar un pequeño retrato de


Susan Boat-
wright? No sé dónde podría colgarlo, es lo
único que... Tengo

un dormitorio en el Club Union... ¿qué


ocurre?

Yo me había detenido bruscamente.

No lo dirá en broma, ¿verdad?

¿En broma?

¿Lo dice en serio?

¿Qué demonios le pasa?

La señorita Boatwright acaba de pedirme


que pinte su

retrato.
Whitney Wood soltó una sonora
carcajada.

¡Dos encargos en una noche! Ambos


pagaderos en dóla-

res. Eres todo un profesional, hijo. Ya


puedes olvidar la Bolsa.

El Schloss y los jardines estaban


atestados de Waldsteins.

Entre ellos, una anciana con una


trompetilla auditiva.

¿Ese es el espía norteamericano de


Lilí?oí que grita-
ba la anciana a una mujer más joven que
estaba a su lado.

¡Chist, tía Etta! ,Puede oírte! No es un


espía, es pintor.

¿Es qué?

¡Píntor! Ha pintado el retrato de Lilí.

¿El retrato de Lilí? ¡Yo creía que lo había


hecho Max

Liebermann!

No, querida, el profesor sólo estaba


mirando el retrato.

Lo nintó el joven norteamericano.

¿No es un espía?Tía Etta estaba


obviamente decep-

cionada.

No, querida. Es pintor.

¿No puede ser las dos cosas?

Christoph estaba solo en el muelle


flotante, fumando un ci-

garrillo. Habían aparecido las estrellas. Se


volvió al oir mis

pasos sobre las tablas, pero no dijo nada.


Estuvimos un mo-
mento contemplando la noche, escuchando
la música.

312

por fin pregunté:

_iQué piensas de la Voz de Waldstein?

Tiene la mejor de las intenciones, pero es


un ingenuo.

Cree lo que cree todo el mundo: que los


banqueros ganan di-

nerO con la inflación. No es verdad, por


desgracia. Los gran-
des industriales han ganado dinero con la
inflación: Stinnes,

KrupP, Thyssen, Kirdorf, Stumm, pero en


general los banque-

ros han perdido dinero

El doctor Strassburger acaba de decirme


que el capital

de Waldstein se ha reducido al veinticinco


por ciento de lo

que era en mil novecientos catorce. ¿Están


en dificultades?

Les ha ido bastante bien con las divisas y


la Bolsa; pero,

en el aspecto puramente comercial, están


perdiendo dinero.

Te diré algo en confianza: el doctor


Strassburger quiere que

nos unamos a uno de los gigantes: la


Disconto-Gesellschaft,

pero los barones no quieren saber nada.

Vender el banco sería como vender la


Voz.

Exactamente. Pero cada vez será más


difícil competir

con la Disconto, el Deutsche Bank y los


otros. Sencillamente,

no tenemos el capital necesario.


Aún sigo pensando como el padre de
Helena. ¿Qué harán

ellos respecto de la inflación?

Ya has oído la respuesta. Si estos


caballeros supieran

cómo devolver el genio a la botella lo


harían con mucho gusto.

No saben cómo hacerlo! El gobiemo está


tratando de pagar

sus deudas mediante la impresión de más


dinero, pero cuanto

más dinero se imprime menos valen los


billetes; la situación

está fuera de control y cualquier cosa que


se haga requerirá...

;qué dijo? Medidas drásticas.

¿Significa eso destruir la República?

¿Sabes? La gente que está en la terraza


no es muy faná-

tica de la República.

iQuieren el regreso del Kaiser?

A algunos de ellos eso no les importaría,


pero saben que

no será posible.

Bien, entonces, ¿qué...?

Ya has oído lo que ha dicho el barón:


medidas drásti-

cas, gobierno duro, ejército fuerte.

¡Qué significa eso? ¿Una dictadura


militar? ¿Quieren

una dictadura militar?

Depende del dictador dijo Christoph. i


Ado]fo

Hitler? No. ¿Hans von Seeckt? ¿Por qué


no?

El general von Seeckt está allí arriba


bailando con He-

lena en este mismo momento.


313

Sí, son antiguos amigos. Desde la guerra.

Christoph, ¿puedo hacerte una pregunta


personal? Este

asunto de Kaspar, de las amenazas de


Kaspar... ¿es ésa la ra-

zón por la que aún no te has casado con


Helena?

Se volvió, pero la noche era demasiado


oscura para ver su

expresión.

Estoy de luto por mi padre.


Tu padre murió en enero. Estamos en
agosto.

Hemos esperado muchos años...

Christoph, supón que puedo conseguirte


un empleo en

Nueva York.

¿En Nueva York, donde cada dólar nos


cuesta cinco

millones de marcos?dijo Christoph.

Bueno, te pagarían en dólares.

iQuién me pagaría en dólares?

Bueno, algún banco, por ejemplo. Supón


que yo pueda
arreglarlo. ¿Irías?

Se acercó y me puso una mano en el


hombro.

Mira, amigo mío, cada persona pertenece


a su país. Es

muy bonito visitar otros países, pero un


norteamericano perte-

nece a Norteamérica y un alemán a


Alemania. Y nada de cuan-

to mi hermanito diga a sus amigos cuando


está bebido me hará

huir de mi pais. ¿Entiendes?

¿Y Helena?
Lo mismo vale para Helena.

Pero me dijiste que tenía que volver a mi


pais.

Sí, porque aquél es tu país. Tú perteneces


a tu país.

En este momento siento que pertenezco a


Alemania

dije. ¡En mi vida me había sentido tan


apegado a un lu-

gar !

Oímos el grave ronroneo de motores


diésel, vimos luces

laterales rojas y verdes. Un gran crucero se


aproximaba al
muelle.

El barco del doctor Wassermanngritó una


voz

La Deutsche Bank vuelve a su casadijo


Christóph.

El último chófer cerró la última puerta


del último coche,

que se alejaba por el camino de grava,


hacia la oscuridad. El

último presidente de banco y el último


ministro se habían mar-
chado. También el general von Seeckt se
había marchado, lle-

vándose a Frau von Keith, a Christoph y a


Helena en su

automóvil del Estado Mayor. Bobby von


Waldstein se había

marchado en su Bugatti, silencioso y solo.


Los músicos esta-

314

ban cargando los instrumentos en el landó


para ir a la esta-
ción de Nikolassee. En la terraza, en el
gran comedor, y en el

laberinto de despensas y cocinas no había


terminado el ruido

de la limpieza, pero la fachada


brillantemente iluminada de

la casa parecía vaáa y silenciosa.

Cuando Alfred y Sigrid se despidieron,


supuse que tendría

que subir la colina con ellos, pero, cuando


estábamos en el ves-

tíbulo, Lilí anunció:

Papá, creo que a Peter le gustaría tener


una conversa-
ción contigo en la biblioteca.

¡ Quieres decir esta noche? preguntó el


barón con

expresión de sorpresa.

Lilí detuvo su mirada en mí.

Sí, papá, creo que le gustaría hablar


contigo esta noche.

Se intercambiaron miradas significativas.


Alfred y Sigrid

se despidieron otra vez y la baronesa se


retiró precipitadamen-

te a la planta alta.

Papá, ¿quieres que lleven brandy a la


biblioteca?

Sí, sí, por supuesto. ¡Brandy!el barón,


que había es-

tado sonriente, parecía nervioso mientras


me llevaba hacia la

silenciosa biblioteca. Estaba más nervioso


que yo.

Mi retrato de Lilí estaba sobre la mesa,


apoyado en una

pila de libros.

Me gusta mucho su retrato, señor Ellis.


Mucho. Al pro-

fesor Liebermann también le gusta. Dice


que usted ha mirado
debajo de la piel de mi hija. El piensa que
eso es importante.

Sí, señor. Me siento honrado de que le


haya gustado.

Trajeron el brandy. Cerraron las puertas.


El único so-

nido era el lento tictac del reloj del rincón.

iQuerría, por favor, servirnos un poco de


brandy?el

barón parecía cada vez más incómodo.

Vi que me temblaba la mano cuando


serví y le entregué una

copa.
Prosit, Herr barón. Feliz cumpleaños y
nuevamente gra-

Cias por todo.

Inclinó la cabeza. Sonrisa forzada. Tic.


Tac. No había for-

ma de seguir dando largas al asunto.

Barón von Waldstein, estoy enamorado


de Lilí, le he pe-

dido que se case conmigo y ella me ha


aceptado... Quiero de-

cir... me gustaría tener su permiso para


casarme con Lilí.

Estoy muy enamorado de ella, la cuidaré


bien, por supuesto,
no puedo mantenerla al estilo... quiero
decir al estilo de esta

casa. . .

Sentí que me dejaba continuar porque no


se le ocurría la

315

forma de detenerme. No parecía


sorprendido, más bien incó-

modo. Bebió el brandy, dejó la copa y


empezó a tamborilear

con los dedos de la mano derecha en la


madera repujada de

la mesa.

Nadie jamás le dice a uno cómo se hace


un discurso de

ésos. ¿Qué hay que decir? Si hubiera


estado preparado, ha-

bría hecho una iista, o algo así... Cuando


empecé a hablar de

mi familia, el barón cesó su tamborileo y


levantó la mano.

Eso está muy bien, señor Ellis. La


señorita BoatvJright

nos ha dado ya mucha información sobre


usted.
¿Si. . . ?

Si. Mi esposa y yo tenemos todos los


motivos para creer

por su conducta y por lo que hemos sabido,


que sus antece-

dentes familiares no son ningún


problema... Quiero decir que

tenemos entendido que usted pertenece a


una famiiia distin-

guidaempezó a jugar con los quevedos,


quitándoselos de

la nariz, limpiándolos con un pañuelo,


plegándolos, limpian-

do otra vez los cristales...


Señor Ellis, mi esposa y yo no somos
ciegos, les hemos

observado a usted y a Lilí, no estamos...


como usted ve...

abrumados por su petición, y, para ser


sincero, hemos discu-

tido cuál sería nuestra posición si este...


hum, si surgla este

tema. . .

Pausa. El barón se aclaró la garganta.

Hemos decidido... mi esposa y yo hemos


decidido...

que, en principio, no tenemos objeción...


Oh, es maravilloso...

Levantó la mano.

En principio, he dicho. En la práctica, es


otra cuestión.

La niña tiene apenas dieciocho años, tiene


que estar un año

más en el colegio y, bajo ningún concepto,


puede prometerse

en matrimonio, es decir, prometerse


públicamente, con nadie

antes de que haya terminado el colegio.

¡Pero barón, para eso, falta un año!

Menos de un año. El próximo mes de


junio. Creo que

no es toda una vida. Y, durante ese año,


suponiendo, por su-

puesto, que Lilí se aplique en sus estudios


y apruebe en junio...

durante ese año, mi esposa y yo


seguiremos recibiéndole en

nuestra casa... ¿Cómo le diria? ¿Con


regularidad?

¿Y puedo salir con ella?

¿Salir con ella? ¿Adónde?

Bueno... podría ser al teatro.

Creo que eso dependería de la obradijo.


Pero hay

otra cuestión. Una cuestión más gravehizo


una pausa.

316

Usted es un extranjero en nuestro país,


señor Ellis. Usted ha-

bla bien el idioma y, a través de sus


amistades personales, se

ha visto involucrado en la... digamos, en la


situación, aquí:..

Más involucrado que el visitante ordinario.


Por supuesto, es-

toy refiriéndome al incidente con el


hermano de Keith y al

asesinato de Walther Rathenau.

Barón von Waldstein...

La mano se alzó otra vez.

¡Un momento, por favor! El incidente


está cerrado.

Hemos tomado una decisión sobre


Christoph Keith y sobre

usted. No sugiero que esa decisión haya


sido equivocada o que

estemos pensando en revisarla. ¡Sin


embargo, señor Ellis, bajo

ningún concepto, cualquiera que sea, puede


mi hija, y para e]

caso, ninguno de los miembros de esta


casa, verse involucrada

en ninguna clase de escándalo o acción


politica! ¿Me he ex-

plicado con daridad?

No exactamente, señor. Yo no estoy


involucrado en nada

de eso, no tengo relaciones políticas de


ninguna clase...

Parece haber cierta cuestión sobre su


relación con lo que
podríamos denominar elementos oscuros
de la izquierda...

¿Elementos oscuros de la izquierda?

Posiblemente elementos criminales...

¡No, señor! ¡De ningún modo!

...Y en círculos oficiales parece existir la


sospecha de

que usted podria estar... se detuvo un


momento para es-

coger las palabras. oue podria estar al


servicio de su pro-

pio Gobierno.

¡Señor, eso es falso! ¡Doy mi palabra de


honor!

Terminó por fin de limóiar los quevedos,


volvió a colo-

cárselos y me miró con severidad.

Sí. Le creo, y nuestras fuentes de


información confir-

man lo que usted dice. Pero traje el tema a


colación... Deseo

llamar su atención a la especial posición...

Un golpe en la puerta.

¿Herr Baron?

Se volvió ceñudo hacia el mayordomo.


¿Clué ocurre?

El mayordomo me lanzó una mirada.

«Herr Baron»

Bueno, ¿qué ocurre?preguntó irritado el


barón, pero

se puso de pie y salió de la habitación para


oír lo que tenia

que decirle el mayordomo. En la


biblioteca, la maquinaria del

gran reloj de pie empez6 a rechinar e


inmediatamente sonó el

carillón: uno... dos...


317

La cuestión de la dote

Aguardé en la biblioteca porque pensé


que el barón iba

a volver. Cuando comprendi que no lo


haria, salí al salón. Lo

primero que adverti fue el olor a humo de


carbón. Lo segundo

que el Schloss estaba completamente


vacio. Todas las luces es-

taban encendidas, todas las puertas abiertas


de par en par, to-

dos parecian haberse marchado. Un fresco


viento noctumo so-

plaba en la casa y traia el curioso olor a


humo de carbón.

Cuando llegué al borde de la terraza, vi


que todos estaban

reunidos a lo largo del malecón, iluminado


por los reflectores

de un pequeño barco a vapor que lanzaba


humo y navegaba

lentamente en círculos, a pocos metros del


muelle flotante. Los

haces luminosos de los reflectores barrian


el agua brumosa,

los sauces, la gente del muelle, la gente de


la terraza de la

Casa de Té, el velero que se mecia en su


boya y otros botes que

se movían por las cercanías, la lancha a


motor de los Walds-

tein, varias barcas de remos, otra lancha a


motor con lo que

parecian policias... Yo caminaba por la


acusada pendiente de

césped y, de pronto, me percaté de que el


barquito a vapor

era oficial: bandera, uniformes blancos de


la marina... Me

asaltó un violento recuerdo de la infancia,


pero, en aquella

ocasión, no había sido de noche, sino a


mediodía, en la rada

de Northeast Harbor, y nadie tuvo que


decirme qué pasaba

cuando botes de la policía y de la Guardia


Costera navegaban

en círculos cada vez más amplios, tirando


de cuerdas hundidas

en el agua.

Los de los botes se llamaban entre si; los


de la costa ob-
servaban en silencio. Busqué a Lilí y, en
seguida, a la luz mo-

vediza de un reflector, la vi al timón de su


lancha a motor,

vestida todavía con su traje de fiesta. Uno


de los jardineros

318

estaba tendido en la proa y metía en el


agua un bichero, como

si buscara algo.

Oí que alguien sollozaba y vi que era una


mujer baja

y morena de vestido negro, que se apoyaba


en el pecho de Al-

fred, mientras éste la rodeaba con los


brazos. En la oscuridad,

tardé un momento en descubrir que se


trataba de Ma, la vie-

ja niñera del Spreewald, porque nunca


habla visto a Ma sin

su enorme cofia de encaje. Los dos estaban


en la terraza de

la Casa de Té, y los demás, obviamente, se


mantenian algo

apartados.
Ibamos a acostarnos cuando Alfred vio
las luces - dijo

Sigrid. Se había puesto un impermeable


inglés y botas negras

de montar.

¿Sabéis de quién se trata?

De una de las criadas de la cocina. Emma


no sé qué. Ha

estado aqul varios años. Es pariente de Ma,


de la misma aldea.

Creo que Ma le consig uó el puesto.

¿Sabe alguien...?

Acabamos de llegar y lo único que


sabemos es que la

echaron en falta cuando estaban lavando


los platos; ahora nos

dicen que hacia una semana que no paraba


de llorar y de

amenazar con ahogarse.

¿Sabéis los motivos?

Creo que eso es lo que Ma le está


contando a Alfred.

El rastreo continuaba. Nosotros


observábamos. Las otras

criadas murmuraban entre sí.

Eduard - dijo la madre de Lilí, ¡no puede


pasarse

toda la noche en esa lancha con el vestido


de noche!

Ninguna respuesta. El barón fruncIa el


ceño.

Para mí, la operación no tenia sentido. Si


Emma efectiva-

mente se había arrojado al agua aquí ¿no la


habría arrastrado

ya la corriente hacia el puente, o debajo del


puente y hacia el

Wansee? Quise preguntar a alg uen.

No sé por qué hay que hacer esto de


nocheexclamó
súbitamente el barón. ¡Es inconcebible que
hayan llamado

a la policla sin avisarme primero!

Pensaron que podrían salvarla, Eduard.


Pensaron que

podía estar nadando, intentando salir...


Querido, nada pode-

mos hacer para ayudar, ¿por qué no


volvemos a la casa...?

¡ Inconcebible !

Había ya demasiadas personas en el


muelle flotante, pero

me abrí camino hasta el borde y llamé a


Lilí. Los reflectores
apuntaban a otra parte, así que no pude
verla bien hasta que

acercó la lancha al embarcadero. Le dije al


jardinero que subi-

319

ría en su lugar, y la lancha se alejó otra


vez. Entonces, la toqué

en un brazo; estaba temblando. Me quité la


chaqueta y se la

puse sobre los hombros.

¿Por qué no bajas a tierra? Estás


helándote, no tienes

por qué hacer esto...

¡No me digas lo que tengo que


hacer!replicó, y vi

que estaba llorando.

¿Conocías a la criada?

Claro que la conocía. Los conozco a


todos.

¿Sabías cuál era... cuál era su problema?

Sí. El mismo problema de todas las


mujeres. Un hom-

bre. Los hombres son unos bestias, ¿lo


sabías?
Bueno, es lo más romántico que podías
decirme esta no-

che, teniendo en cuenta que me has


enviado tú misma a ha-

blar con tu padre...

No me siento romántica ahora, me siento


furiosa, me

siento triste, me siento furiosa y triste, ¿no


ves cómo me

siento?

No del todo. No comprendo por qué


tienes que encon-

trarla tú. Quiero decir ¿por qué no dejas


que la policía. . . ?
¿Y SI ELLOS NO LA ENCUENTRAN?
gritó Lilí,

Renuncié a disuadirla; me acerqué al


vaporcito, consulté con

el maduro y cansado oficial que estaba al


mando y guié nues-

tra lancha hacia el sur, en dirección al


puente, avanzando muy

despacio y manteniéndome lo más cerca


posible de los male-

cones y embarcaderos de los castillos


medievales, cortijos espa-

ñoles y villas florentinas de los presidentes


de banco, barones
del acero y especuladores de Bolsa. El
barco debía mantenerse

más alejado de la orilla, pero sus


reflectores iluminaban el

agua negra delante de nosotros, los postes


cubiertos de algas,

los veleros amarrados, los sauces...

Lo sientodijo Lilí. Fue el contraste entre


su suer-

te y la mía. Quizá me sienta avergonzada,


o algo culpable, aun-

que icómo hubiera podido evitarlo?


¿Sabes?, durante la ue-

rra, todos los criados invirtieron sus


ahorros en bonos de guerra

alemanes y, cuando la perdimos, los bonos


carecían de valor.

¿Sabes qué hizo mi padre? El mismo los


pagó, con su propio

dinero, a fin de que no perdieran sus


ahorros. ¿Podrá hacerlo

otra vez? No creo que tenga tanto dinero.

Esperé para enterarme qué tenia que ver


todo aquello con

Emma.

No sé cómo será en Américadijo Lilí. En


Alema-
nia, si una muchacha quiere casarse, debe
aportar algo. Una

dote. Por supuesto, la dote depende de la


posición, pero debe

320

aportar algo. Desde la guerra, es peor,


porque murieron muchos

hombres y los que quedaron tienen ahora


más posibilidades de

elegir. Demasiadas mujeres, pocos


hombres. ¿Comprendes?
si.

Muy bien. Emma encontró a un hombre,


tuvo suerte,

no era muy guapa, pero trabajaba mucho.


Ese hombre, ca-

pataz en una granja, también de alguna


parte del Spree-

wald, iba a heredar parte de la granja


porque el hermano

mayor murió en la guerra; tenían que


casarse el año que vie-

ne; Emma había trabajado aquí desde que


tenía dieciséis años;

su familia no tenia ningún dinero: eran seis


niños y el padre,

cartero de la aldea... Bueno, Emma había


ahorrado cada cén-

timo de su salario, y digo bien cada


céntimo, para su dote...

¡Oh, no!mientras conducía el bote y


trataba de ver

entre la bruma, entendí de pronto.

¡Oh, sí! La semana pasada Emma recibió


una carta de

la Sparkasse, la sucursal de la caja de


ahorros en Nikolassee,

que decía que lo lamentaban mucho, pero


que tenían que ce-
rrar su cuenta porque era demasiado
pequeña para contabili-

zarla en los libros. Incluían un giro, y


Peter, ¡los sellos del

sobre de la carta valían más que el giro!


¡Todos sus ahorros

desde que tenía dieciséis años!

¿Y qué ocurrió entonces?

Si. Puedes adivinarlo ¿verdad? Su joven


granjero lo

siente muchisimo, pero no puede casarse a


menos que pueda

comprar algunos animales. Hay, al parecer,


otra muchacha, la
hija de otro granjero... Puedes imaginar
cómo se sentía Emma,

en nuestra casa, la forma en que vivimos...


tú allí todo el

tiempo... Oh, sí, todos lo saben... ¿Qué


ocurre?

Estábamos ya cerca del puente y, cuando


el ha2 del re-

flector alcan26 un montón de ramas


arrastradas por la corrien-

te y acumuladas junto al contrafuerte de la


derecha, vi lo que

esperaba ver, y, por la conmoción que se


produjo a nuestras
espaldas, supe que los hombres del
vaporcito también lo ha-

bían visto, así que giré en redondo, le di al


acelerador y nos

aleiamos de las luces, de las demás barcas


y de la isla, con la

proa hacia aguas abiertas v hacia los


primeros indicios del ama-

necer.

321

Una palabra rusa y otra alemana


«Nada más hermoso que estar en
Carolina por la maña-

na...» Al parecer, los músicos de Marek


Weber conocían la

canción de memoria, porque no


confundieron un solo compás

cuando se apagaron las luces. En las mesas


nadie dejó de char-

lar mientras los camareros del Adlon


encendían rápidamente

velas que transformaban la atmósfera del


bullicioso y brillante

salon.
Estábamos a mediados de octubre, y el
fluido eléctrico se

cortaba continuamente. Todos estaban


acostumbrados. A veces

bajaba la presión del agua. A veces, los


tranvías o el metro

dejaban de funcionar. A veces, no se


distribuía el correo. Todo

esto significaba que a ciertos empleados


públicos no se les

había concedido el aumento semanal, de


modo que se habían

declarado en huelga.

En nuestra mesasupongo que,


técnicamente, era mi me-

sa, Christoph Keith estaba contando una


historia que acaba-

ba de oír. Lucía un clavel blanco en la


solapa, y Helena se ha-

bía puesto una flor en el cabello. Eran las


únicas señales de

que se habían casado aquella tarde, en el


curso de una cere-

monia civil en el Standesamt de Berlin.


Lilí, yo, Alfred v Si-

grid habíamos sido los únicos testigos y,


entonces, a invitáción

mia, estábamos reunidos en la única


celebración del aconteci-

miento.

Yo había esperado una gran boda y una


gran recepción

en Havelblick, o en Pariser Platz, cuando la


familia volviera

a la ciudad, pero ninguno de los dos lo


había querido así. «Que

la segunda no sea como ésta», había dicho


Helena. «Y que sobre

todo nadie diga que ya era hora.

En realidad, Christoph había estado


viviendo prácticamen-
te en casa de Helena desde haáa varios
meses, dejándome

322

a mí en la incómoda convivencia con su


madre, en Grunewald.

El número de las visitas asiduas a Frau


Keith habíase redu-

cido a una sola: un coronel del Estado


Mayor, con pantalones

de montar, viudo, quizá un poco más joven


que ella, y que
a la sazón tenia dos caballos de montar en
el establo y a un

ordenanza en la cocina. Aunque era


escrupulosamente ama-

ble conmigo, obviamente no compartía la


opinión de su jefe

de que yo era realmente pintor. Las puertas


se mantenian ce-

rradas, no se hablaba de nada más


polémico que el tiempo y

desde la muerte de Herr Oberst, Meier y su


esposa parecían

más reservados. Mis cinco dólares todavía


eran bien recibidos,
pero sólo con cierto aire de
condescendencia.

Era hora de buscarme un lugar para vivir,


lo sabía. Tanto

Helena como la señorita Boatwright


estaban buscando, supon-

go que yo también hubiera debido buscar...


pero no lo hacía.

Por las mañanas, supuestamente, tenia que


pintar a la señorita

Boatwright. Había llevado mis materiales a


su casa con ese

propósito, pero era imposible hacer que se


quedara quieta más
de veinte minutos seguidos. Llegaban
visitas, habitualmente

visitas que necesitaban algo, o ella sala


precipitadamente a

cualquier parte para ayudar a alguien...

Christoph contaba su historia:

Cuando Stresemann anunció que


suspendia la resistencia

pasiva en la Ruhr, esperaron un estallido


de los nacionalistas,

de todo el espectro de la derecha, de modo


que el presidente

Ebert convocó una reunión de emergencia


del gabinete a las
cinco de la mañana. La mitad de los
ministros apareció sin afei-

tar y sin corbata... excepto Seeckt, quien se


presentó en impe-

cable uniforme, con todas sus medallas,


relucientes botas y es-

puelas... Se habló mucho de un golpe de la


derecha. Ebert se

volvió hacia Seeckt y preguntó: «General


von Seeckt, inos

apoyará la Reichswehr, y Seeckt replicó:


»Señor presidente, la

Reichswehr me apoyará a mí. Esperó un


momento a que
aquello se asimilara. Después dijo: «Soy el
único hombre de

Alemania que puede dar un golpe, señor


presidente, y no voy

a hacerlo».

Miramos las velas encendidas.

¿Qué clase de persona es el general von


Seeckt?pre-

gunté.

Pregúntale a Helenadijo Lili riendo, y la


mano de

Alfred cayó sobre la mesa con tanta fuerza


que los cubiertos
saltaron. La gente se volvió para mirarnos.

¡Si no puedes conducirte como una


persona adulta no

perteneces al grupo de las personas


mayores! dijo Alfred a

323

Lil, destacando cada palabra, con los ojos


llameante5. Si

Peter no fuera nuestro anfitrión, ahora


mismo le sugeriria que

te llevase a casa.
Está bien, no hagáis tanto ruido ijo
Helena, pero ha-

bia palidecido y tenía un rictus en la boca.

Un momento terrible. Nadie sabía


adónde mirar ni qué ha-

cer.

Lo siento, Helenasusurró Lilí. No quise


decir nada

malo.

S quisiste, querida, pero tengo la


conciencia razona-

blemente tranquila en este casosonrió. ¿Me


da alguien
un cigarrillo?

Christoph le proporcionó el cigarrillo y


se lo encendió.

Muy biendijo ella, lanzando el humo


hacia las ve-

las. Hans von Seeckt destruyó el ejército


ruso como factor

decisivo del Este. Batalla de Gorlice.


Hindenburg se llevó la

palma, pero, en nuestro Estado Mayor,


todos saben quién pla-

neó Gorlice y quién la llevó a la práctica.


Después de perder

la guerra, fue puesto al mando de la


Reichswehr de la Repú-

blica, con nuestros cien mil hombres.


Formó un cuerpo escogido,

sólo con los mejores oficiales, la mayoria


de los soldados y

antiguos suboficiales. Nada de políticos.


Nada de gente del

Freikorps. Tampoco socialistas o


comunistas, por supuesto. Hi-

jos de campesinos, no hijos de obreros de


fábrica. Una má-

quina de combatir reducida, eficiente,


completamente apo-

lítica...
Que sólo obedece a sus
oficialesinterrumpió Alfred.

¿A quién más tendrian que obedecer?


preguntó Si-

grid.

Peter preguntó qué clase de hombre


esdijo Helena

apagando su cigarrillo. Como habéis visto,


se parece a la

versión cinematográfica de un general


prusiano, y es, como he

dicho, el general prusiano más eficiente


que tenemos. Pero

también es más cosas. Le gusta la lectura.


Le gusta tocar el pia-

no. Le gusta la belleza en todas sus


formas... cuadros, caba-

llos, música...

...y mujeresse atrevió a añadir Sigrid.

...y mujeresdijo Helena.

En cualquier casodijo Alfred, este


amante de la

belleza está hoy, a fines prácticos, al


mando de Alemania. Los

decretos de emergencia emitidos por el


Reichstag dan al mi-

nistro de Defensa poderes ilimitados,


poderes supremos que

pueden suspender todos los derechos


constitucionales... Pero,

324

por supuesto, el ministro de Defensa no


tiene ningún poder

sin la Reichswehr...

...y Seeckt es la Reichswehrdijo


Christoph.

¿Y qué quiere él?pregunté.


Peredyshkadijo Helena.

¿Qué significa eso?

Es una palabra rusa dijo Alfred. Algo así


como

una ocasión para respirar.

Un respirodijo Helena. Lo que más teme


es una

guerra civil entre la izquierda y la derecha,


entre los naciona-

listas y los comunistas, otra guerra de los


Treinta Años que

destruya nuevamente a Alemania, o que


traiga la ocupación
aliada. Esa es su pesadilla. El quiere paz y
tranquilidad, para

reconstruir.

¿Reconstruir qué?pregunté.

Su ejército, por supuesto.

¿Para qué?

Todos me miraron.

¿Para qué sirve el ejército?repuso Sigrid.


Para pro-

tegernos del enemigo. Estamos rodeados


de enemigos.

¿Quién era yo para contradecirla? Nadie


lo hizo.
Hans von Seeckt dice que la Reichswehr
está al servicio

del Gobiernodijo Helena.

Eso es lo que dice éldijo Alfred. Pero él


nada pue-

de hacer contra la inflación y, si nadie hace


nada contra la in-

flación, no habrá gobierno al que servir.

Pedí más champán. Hicimos otro brindis.


Christoph bai-

ló con Helena. Por supuesto, no podía


bailar realmente... se

mantenían abrazados y meciéndose con la


música.

Es una lástima que no hagan un viaje de


bodasdijo

Sigrid. Por lo menos hubieran podido ir a


la montaña.

¿En octubre? preguntó Lilí. Yo preferiría


Niza.

No hay dinero para Nizadijo Alfred. Ni


tiempo.

En el banco están muy ocupados. Este


asunto se ha convertido

en una pesadilla.
Ya no es princesadijo Sigrid. Frau Keith,
sencilla-

mente.

Se la ve feliz dijo Alfred. También a él.


Como

dice ella, «ya era hora».

Me gustó tu brindisdije. Una vida larga y


feliz.

Unberufen dijo Alfred sin cambiar de


expresión v

mirando fijamente a los bailarines.

325
Unberufen? Else Westerich hubiera
dicho «Unberufen toc

toc toc» y hubiese tocado madera.

Todos están enfadados conmigome dijo


Lili al oído

cuando empezamos a bailar.

No fue muy amable lo que dijiste.

No quise decir que se había acostado con


él.
Después de todo, es el da de su boda.

Pobre de mí. Espero que, cuando me


toque, no digan

de mí esas cosas.

¿Vamos a otro sitio?

Id vosotrosdijo Helena. El novio y la


novia se

van a casa. En taxi.

Creo que deberíamos llevar a la novia y


al novio a su
casa en un taxidijo Lil.

Pedi la cuenta. Cuando la trajeron, estaba


cuidadosamen-

te detallada y sumaba 790.650.000.000 de


marcos. Muy servi-

ciales, habían calculado al cambio especial


de 31 dólares con 63.

¿Puedo ver esa cuenta?preguntó Alfred,


poniéndose

las gafas de leer y, antes de que yo pudiera


evitarlo, la tomó.

Christoph se puso de pie, miró por encima


del hombre de Al-

fred y sacó la estilográfica...


Herr Ober!gritó Alfred.

Un momentoprotesté. Esta es mi fiesta,


sé que el

lugar es caro...

No me prestaron atención. En un abrir y


cerrar de ojos, el

matre, el gerente y un cajero habían


reunido en torno a nues-

tra mesa.

Herr Baron, es el procedimiento habitual


aqu.

¿Desde cuándo? ¡Esto es ultrajante!

¡No es culpa nuestra, señor!


¿De dónde ha sacado este Kurs? Usted
sabe muy bien

que a las dos eran veintiséis mil millones.

¡Pero ahora son las dos de la madrugada,


Herr Baron!

Tenemos que defendernos...

¿E inventan por ello un nuevo Kurs? ¿El


Kurs noctur-

no del Adlon?

El cálculo da menos de veinticinco mil


millones por dólar

anunció Christoph, que había estado


haciendo cuentas en el
reverso de un menú.

Herr Baron, tenemos que


defendernosdijo el gerente.

326

¿Cómo sabremos cuál será el Kurs


cuando depositemos

el dinero mañana por la mañana? preguntó


el cajero. Era

un joven pálido, colérico, de piel enfermiza


y gafas de crista-

les gruesos. Vestía un traje raído. Parecía


cansado.

¡Usted está cobrando en dólares,


hombre!dijo Chris-

toph en tono de plaza de armas. ¡Mañana


por la mañana

valdrán más!

Por supuesto, ellos lo sabían


perfectamente. Si yo hubiera

tratado de pagar la cuenta en


marcossuponiendo que hu-

biese podido llevar al comedor más de


setecientos noventa

mil millones de marcosno los hubieran


aceptado. . Oué ha-
cía la gente si no tenía dólares, libras,
florines o francos? Algo

que seguro no hacían era cenar en el Hotel


Adlon.

Cuando terminaron las negociaciones,


mi cuenta había sido

reducida en un dólar y veintitrés centavos,


lo cual difícilmente

valía la pequeña escena.

Christoph y el gerente estaban tratando


de suavizar las co-

sas y Alfred comentó que todos estaban en


el mismo barco.

No, no estamos en el mismo barco ijo el


cajero, fu-

rioso.

¿Cómo dice?

¡Sáquenlo de aquí! siseó el gerente al


mattre.

El cajero, con los brazos ya sujetos por


uno de los mozos

y por el mattre, gritó:

No estoy en el mismo barco con un


norteamericano que

tiene la cartera llena de dólares... ni con el


barón von Walds-

tein.
Alfred se puso en pie, todos nos pusimos
en pie, el cajero

fue arrastrado hacia fuera...

Mil perdones, Herr Baron, el hombre


será despedido por

la manana...

Alfred alzó las cejas.

¿Para qué por la tarde se aliste en la


S.A.? ¿Cree que

eso mejoraria la situación? Paga la cuenta,


Peter. Lamento el

incidente.
327

La marcha sobre Berlín

Una helada lluvia de noviembre había


estado cayendo des-

de el amanecer, de modo que pedí a Meier


que me llamara un

taxi. Las negociaciones financieras


empezaron no bien doblamos

por la Konigsallee, porque el conductor


notó que yo no lleva-

ba ninguna maleta abultada.


¿Gendarmenmarkt, mein Herr? La tarifa
normal... me

refiero a la tarifa del antiguo taximetro,


sera alrededor de

un marco.

La noche anterior, el Kurs había subido a


dos billones de

marcos el dólar. Cuando pasamos por la


esquina donde Walther

Rathenau había sido asesinadohacía


dieciséis meses? Pa-

recía toda una vida, convinimos en que,


puesto que yo no

tenía cuatro de los nuevos billetes de cien


mil millones de

marcos, una moneda de un cuarto de dólar


norteamericano

bastaría para cubrir el costo del viaje.

Me habían citado para entrevistarme con


el doctor Strass-

burger a fin de discutir mis inversiones. No


me haba moles-

tado mucho por el asunto. Mis acciones


alemanas subian. Unas

veces vendía algunas para reunir los pocos


dólares que nece-

sitaba para vivir; otras compraba más,


aumentando mi deuda
con Waldstein & Co., Sntia que estaba en
buenas manos, aun-

que, súbitamente, el día anterior, había


encontrado un mensa-

je de Christoph a Meier: Herr Geheimrat


Doctor Strassburger

solicitaba mi presencia a las diez.

El Kurfurstendamm estaba lleno de


automóviles y peato-

nes que llevaban paraguas relucientes. Pese


a la lluvia, unos

obreros con una escalera y largos cepillos


pegaban un cartel

en una Litfassaule. (No sé cómo llamamos


nosotros a estos pos-

tes de anuncios, porque no los tenemos.


Son unas columnas re-

328

dondas y anchas, de unos cuatro metros de


altura, enclavadas

en las aceras y completamente cubiertas de


anuncios comercia-

les y oficiales.) El cartel que estaban


pegando a aquélla parecía

el titular de un periódico, enormemente


ampliado, con letras

góticas negras sobre fondo blanco:

¡GOLPE DE HITLER EN MUNICH!

¿Qué es eso?pregunté al conductor, que


se encogió

de hombros.

No se sabe nada. Los nazis cortan las


líneas telefónicas

y telegráficas, y todo lo que se sabe es lo


que dice la gente
que lleg en el tren nocturno, es decir, nada,
excepto que

hubo un tumulto en una cerveceria. Esos


malditos bávaros,

todo lo hacen en las cervecerias.

Era la primera vez que oía la palabra


«nazi».

Cuando entrábamos en el barrio


financiero del centro de la

ciudad, un policia detuvo el taxi para dejar


pasar una fila de

camiones que salan de un patio hacia la


Jagerstrasse.

Mrelosgritó el conductor. Camiones


repletos de

dinero. ¡Camiones llenos de billetes con


nueve ceros después

del número! En la pasada primavera se


llevaban el dinero en

cestos, habia centenares de mozos en


bancos y entidades que

se agolpaban con grandes cestos de


mirnbre atados a la espalda

para llevarse el dinero. ¡Pero ahora envían


camiones! Un ca-

mión por dia para pagar a los empleados,


y, cuando esta no-

che la gente llegue a las tiendas, el dinero


no les alcanzará

para pagar la cena.

El último camión salió del patio, el


policla hizo una señal

para que avanzáramos y, momentos más


tarde, nos deteníamos

frente al n.° 4 de Gendarmenmarkt.

Pregúntele al barón von Waldstein cómo


terminará esto

dijo el conductor del taxi cuando le di la


moneda de veinti-

cinco centavos.

Eso harérespondi.
Porque esto tiene que terminar, ¿sabe
usted? Tiene que

terminar de alguna maneradijo el


conductor del taxi.

Cerró la portezuela, y el taxi se alejó bajo


la lluvia.

El vestíbulo de Waldstein & Co., estaba


lleno de gente.

Era gente bien vestida. Gente importante.


Eso decian. Tenían

todos cita con uno de los barones o con el


doctor Strassbur-
ger, o con uno de los otros socios.

329

El mayordomo había perdido algo de su


aplomo glacial.

Jawohl, Herr Kommerzienrat, Herr


Geheimrat sabe que

usted espera, le verá no bien esté libre...


Jawohl, Excelencia,

el sccretario de Herr Baron ha llevado su


mensaje a la reu-

nión, si tiene usted la amabilidad de


seguirme...

Las salas de dobles puertas se llenaban


cuando apareció

Christoph.

Lo siento, amigo, el doctor Strassburger


te pide discul-

pas, pero no puede...

Está bien, comprendo...

Me pidió que te recibiera yo.

Christoph tenía ya despacho propio, una


pequeña habita-

ción blanca con un pupitre contra la pared,


un teléfono, dos
sillones, una ventana que daba a un
callejón y una fotografía

de Helena, muy profesional, con los


hombros desnudos, muv

actriz, mirando pensativa hacia el techo.


Nos sentamos.

Biendijo Christoph girando en su sillón


hacia mí.

¿Cómo dicen los ingleses? El globo ha


subido.

Le hablé del cartel que había visto y


pregunté qué suce-

día.

Ese es el problema. Nadie sabe qué está


sucediendo.

La mayoria de las lneas han sido cortadas.


No podemos comu-

nicarnos con Munich. ¿Estás al tanto de la


situación general

en Baviera?

Realmente no. Gustav von Kahr es una


especie de dic-

tador designado por el gabinete bávaro,


¿no?

Christoph asintió.

Von Kahr se autodenomina comisario


general. Lo que
más le gustaría sería separar a Baviera de
la República, de-

volver la corona a los Wittelsbach, hacer al


príncipe Ruprecht

rey de Baviera. Pero su poder depende de


la Reichswehr. En

Baviera, mandaba el eneral von Lossow,


otro bávaro. Von

Seeckt acaba de destituirlo porque Lossow


se negó a cumplir

la orden de clausurar el periódico de Hitler.


Por lo tanto,

Seeckt envió al general Kress von


Kressenstein a hacerse cargo
de la Reichswehr en Baviera, pero Kahr se
negó a permitir el

cambio. ¿Me sigues?

No del todo.

No te culpo. Es un lío tremendo. En


cualquier caso,

Baviera está, o lo estaba hasta anoche,


gobernada por un triun-

virato: Kahr como comisario general;


Lossow como coman-

dante efectivo del ejército y un tal coronel


von Seisser, co-

mandante de la policía territorial. Estos tres


caballeros desean
330

cortar los vinculos con Berlín y establecer


su monarquía bá-

vara.

»Por otra parte, el lugar está cargado de


nacionalistas ex-

tremistas a las órdenes de Ludendorff,


Hitler, Goring, Rohm,

Rossbadh, todos ahora combinados en lo


que ellos llaman

Kampfbund, miles de hombres armados:


S.A., Freikorps

Oberland, Reichskriegsflagge, diferentes


nombres, pero las mis-

mas personas. Estos no están interesados


en cortar vínculos

con Berlín. Lo que quieren es capturar


Berln, destruir la Re-

pública, colgar a Ebert y a Stresemann,


induso a Seeckt, de

las farolas de Unter den Linden. Por no


mencionar a todos los

que firmaron el Tratado de Versalles y a


los diputados socialis-

tas del Reidhstag. Han estado presionando


a Kahr para que

encabece su marcha sobre Berln, pero


hasta ahora él no se

ha movido.

¿Y qué ocurrió anoche?

Todo lo que sabemos es que Kahr ofreció


un enorme

banquete en el Burgerbraukeller, una de las


cervecerias más

grandes de Munich, al otro lado del Isar,


con asistencia de

todos los políticos de la derecha, todos los


altos oficiales del
ejército y la policía de Baviera, con la
asistencia de Seisser

y Lossow, y bandas que tocaban canciones


patrióticas... Al

parecer, iban a anunciar algo, pero nadie


sabe qué.

¿Hitler estaba allí?

Supongo que debió de estar porque


pasaron cosas. Hubo

disparos.

Un gole en la puerta le interrumpió; ésta


se abrió y ana-

reció Bobby von Waldstein. Fruncia el


ceño.
¿Te has enterado de algo?preguntó. Oh,
buenos

d'as, Peter.

Buenos días.

No, no me he enterado de nada más,


Bobby.

Bien, ¡mi padre quiere saber lo que pasa,


Christoph! El

telégrafo de la Reidhswehr debe de estar


funcionando.

Bobby, yo no puedo llamar a la sala de


transmisiones de

la Bendlerstrasse.
En el pasado tus relaciones siempre
han...

Dile a tu padre que le informaré no bien


me entere de

algo, Bobby.

¿Herr Baron?apareció una secretaria


detrás de Bob-

by.

,lOué ocurre?

De la oficina del doctor Strassburger


informan que la

Disconto-Gesellschaft tiene linea directa


con Munich ahora
331

Pregunta si usted querria ir a la oficina del


doctor Salomon...

Bobby se retiró y cerró la puerta.

Christoph suspiró, se puso de pie y fue


hacia la ventana,

con las manos en los bolsillos.

¿Crees que me quieren aquí como


banquero... o como

agente de espionaje?
Quizás un poco las dos cosasdije. Los
banqueros

tienen que saber lo que está sucediendo.


¿Recuerdas cómo las

palomas mensajeras de Rothschild le


llevaron las primeras no-

ticias acerca de quién había ganado la


batalla de Waterloo?

Christoph se volvió y sonrió por primera


vez.

Si me lo permites, te devolveré un
cumplido que me

hiciste: para ser pintor, sabes mucha


historia. En todo caso,
eso me hace sentirme mejor. Mira, las
instrucciones de Strass-

burger son explicarte la Rentenmark. ¿Has


leido en los perió-

dicos algo de este plan?

He leído algo, pero no entiendo una sola


palabra.

No eres el único, porque en realidad


nadie lo entiende,

pero yo te diré qué pensamos de la eoríase


sentó en el si-

llón, se apoyó en el respaldo y unió la


punta de los dedos.

Todos están de acuerdo en que el Gobierno


debe hacer algo

para estabilizar el marco. Pero ¿qué?


¿Recuerdas a Karl Helf-

ferich, de la Deutsche Bank, el hombre que


hacía aquellos dis-

cursos terribles contra Rathenau?

Sí, por supuesto que lo recuerdo. En el


Reichstag lo

abuchearon.

S, lo abuchearon. Pero él es un brillante


banquero y el

verano pasado lanzó la idea de una


Roggenmark: un marco de
centeno, una nuevamoneda unida al valor
de cierta cantidad

de centeno. Algo similar se hizo el año


pasado en la provincia

de Oldenburg. Lo hicieron compañías


privadas. Emitieron

bonos por tantas toneladas de centeno,


trigo, maíz, fertili-

zantes, barricas de vino... para una fecha


futura. Por supuesto

los precios de los bonos subirán o bajarán


según el precio dei

centeno, el trigo o el maíz, pero, por lo


menos, uno sabe que
valdrá algo. As, la gente se ha mostrado
dispuesta a com-

prar bonos, los campesinos a entregar sus


cosechas, las fábricas

a vender sus productos, algunos


especuladores hasta han paga-

do en moneda extranjera. En otras


palabras, los bonos de

centeno, de trigo, de vino han dado


resultado, a pequeña es-

cala. ¿Comprendes?

Comprendía vagamente.

,rAlgo asi como nuestros bonos


variables?
Si, supongo que si. Helfferich desea
emitir una nueva

332

moneda sobre esta base, una Roggenmark.


Y, para dar mayor

seguridad, desea establecer primero


hipotecas sobre la propie-

dad agrcola e industrial de Alemania. Estas


hipotecas, las

llama Rentenbriefe: formaría el capital del


nuevo banco de
la moneda, separado de la Reichsbank.
Bueno, el Gobierno no

quiere los marcos de centeno. No sé muy


bien por qué, quizás

es demasiado exótico, quizá no haya tanto


centeno en Alema-

nia. Francamente, no sé exactamente por


qué no lo quieren,

pero han modificado la idea, han salido


con un animal muy

extraño, la Rentemark. Primero han


adoptado la idea de Helffe-

rich y organizado un nuevo banco de


emisión llamado Renten-
bank, completamente independiente de la
Reichsbank. Se ca-

pitaliza al Retenbank mediante una primera


hipoteca sobre

todas las propiedades agrcolas y fábricas


de Alemania.

Eso no tiene ningún sentidodije. ¿Cómo


se puede

hacer una hipoteca sobre todas las


propiedades del país? ¿Cómo

se haría cumplir...?

¡Por supuesto que no tiene ningún


sentido! La cues-

tión es si funcionará.
¿Así que este Rentenbank emitirá sus
propias Renten-

mark?

Eso es.

¿Convertibles en centeno?

¡No! Olvídate del centeno.


Convertibles... algún día...

en marcos oro.

¿A qué tasa de cambio?

Esa es la cuestión. Nadie lo sabe aún. La


decisión será

tomada por un Reichwahrl¿ngscommissar


(supongo que voso-
tros diriais un delegado especial de
Hacienda), que todavia no

ha sido nombrado.

¿Y a quién nombrarán?

Christoph se miró la punta de los dedos.

Yo sólo sé quién no nombrarán.

¿Solicitaron a Strassburger?

Christoph asintió.

¿Quién lo solicitó?

El doctor Luther, ministro de Hacienda,


ex-alcalde de

Essen, un hombre excelente que está


recibiendo terribles cri-

ticas porque la Reichsbank parece haberse


vuelto loca v él

no tiene poder sobre la Reichsbank...

Sonó el teléfono y Christoph tomó el


auricular.

Sí, por supuesto, pongame


inmediatamente... ¡Aqui,

Keith! Buenos días, sí, por supuesto,


estamos mordiéndonos

las uñas, como usted puede imaginar...


Bien, cualquier noticia
333

será gratamente- recibida... Ajá... ajá...


¿Qué...? ¿Una ame-

tralladora. . . ? ¿Cuántos hombres. . . ? Ajá.


. . ajá. . . Sí. . . la

voz, al otro extremo de la lInea, informaba


y Christoph escu-

chaba, me miraba, miraba a través de mi,


miraba hacia otro

país. ¿Los dejaron irse...? Oh, bajo


palabra... ¡Bien! ¿Así

que no sabemos cuál es la situación esta


mañana? ¡Maldita
sea! Si, ¿será usted tan amable? No tengo
que decirle cómo

se lo agradecemos. Muchas gracias.

Colgó el auricular y el teléfono volvió a


sonar.

Buenos dias, Herr Baron. Un momento,


señor. No es

clara... Dije que la situación no es clara.


¿Desea que vaya y se

lo explique...? ¿El comedor? Christoph


miró su reloj.

Muy bien, señor... Herr Baron, tengo a


Peter Ellis aquí con-

migo, estoy tratando de explicarle lo de la


Rentenmark. ¿Pue-

do llevarlo conmigo?

Kahr estaba pronunciando un largo


discurso y, de pron-

to, irrumpieron Hitler y Goring con tropas


de la S.A. que lle-

vaban casco de acero y pistolas.


Pandemónium. Gritos y jarras

de cerveza volcadas, mujeres desmayadas,


y Hitler, subido a

una mesa, dispara contra el techo. Todos


permanecieron en si-

lencio. Rostros pálidos y preocupados


estaban fijos en Chris-

toph, mientras éste repetía lo que acababan


de informarle de

la Bendlerstrasse.

Los S.A. montaron una ametralladora en


el vestíbulo.

Hitler dijo que el Burgerbrau estaba


rodeado, que el Wehrk-

reiskommando VII había izado la


esvástica, que la República

quedaba abolida, que Ludendorff presidiría


el nuevo gobierno,
y, después, se llevó a Kahr, a Lossow y a
Seisser a otra ha-

bitación; Ludendorff apareció y llegaron a


una especie de pac-

to por el que, al parecer, todos serían


ministros del nuevo

Gobierno, pedirían al príncipe Ruprecht


que fuera rey de Ba-

viera y, después, todos juntos marcharían


sobre Berln.

Pausa. El barón Eduard sacó su pesado


reloj de oro del

bolsillo del chaleco y después se volvió


hacia el barón Fritz.
Podemos hacer que nos sirvan el
almuerzo. Caballeros?

¿Ouieres que los criados oigan


esto?preguntó el ba-

rón Fritz.

Lo oirán de todos modosdijo el doctor


Strassburger.

Alguien abrió la puerta y dio una orden,


los criados empe-

zaron a entrar con humeantes escudillas de


sopa y apareció

Bobby, todavía con un impermeable


empapado.
334

la situación es de una confusión


totalempezó,

mientras entregaba el impermeable a un


camarero. Nadie

parece saber qué está sucediendo.

Dejemos que Christoph termine su


informedijo el

doctor Strassburger.
De modo que Hitler y Ludendorff
llevaron nuevamente

al salón a Kahr, a Lossow y a Seisser; la


consigna imperante

era «a Berln». Discursos, juramentos de


alianza, bandas mili-

tares, todos cantando «Deutschland uber


Alles». Entonces, Hit-

ler fue llamado aparte. Al parecer, las


guarniciones del ejér-

cito no se plegaban, ni siquiera la policia


territorial. Al minu-

to de haberse ido Hitler, Kahr, Lossow y


Seisser dijeron que
tenían que marcharse. Los comandantes de
la S.A. no querían

dejarlos salir, pero dieron su palabra de


honor a Ludendorff, y

éste se impuso a la S.A. Si no se puede


confiar en la palabra

de un oficial alemán, ¿en qué se puede


confiar?

Estábamos tomando ya la sopa y los


camareros servían un

Mosela.

¿Ha terminado el informe?preguntó el


doctor Strass-

burger.
No, señorrepuso Christoph. Dos horas
después, el

general von Lossow estaba en el cuartel del


Regimiento Die-

cinueve de Infantería, informando por


radio a la Bendler-

strasse que, en Munich, el ejército estaba


en las calles en for-

mación de combate, contra Hitler. Lo


mismo la policía terri-

torial. Se han llevado más tropas hacia la


ciudad desde Augs-

burgo, Landsberg y Kempten. Kahr ha


trasladado el Gobierno
de Baviera a Regensburgo. Por otra parte,
los cadetes de la

Escuela de Infanteria se han amotinado, se


han pasado a la

Reichskriegsflagge de Rohm, y han


ocupado el viejo ministe-

rio de la Guerra del Odeonplatz...

¿Eso es lo que ha informado el general


Lossow a Ber-

lín?preguntó el doctor Strassburger.

Sí, señor. El ejército y la policía


territorial han cerrado

los puentes sobre el Isar, han puesto


barricadas en las entradas
a la Odeonplatz y han rodeado a Rohm en
el ministerio de la

Guerra.

¿Y hasta ahora sólo se ha disparado


contra el techo del

Burgerbrau?preguntó el barón Eduard.

Risas nerviosas.

Ese es mi informeconcluyó Christoph.

335

Los platos de sopa fueron retirados y nos


sirvieron otra

cosa. No recuerdo qué era.

Muy bien. ¿Cuáles son las noticias de la


Disconto?

preguntó el barón Fritz a Bobby.

Hablamos con el doctor Sippell, que se


encuentra en

Munich trabajando sobre un préstamo en


dólares para la

BMW, y por alguna razón tenían una línea


abierta. Dice que

las calles están llenas de soldados y


policías, banderas con es-
vásticas flamean en los balcones de toda la
ciudad. A la firma

de agentes de Bolsa de Abraham Bleibtreu


& Co., de la

Kaufingerstrasse, le destrozaron las


ventanas. Julius Streicher

está diciendo a las multitudes, en la


Marienplatz, que los ban-

queros judíos inventaron la inflación.


Conductores de camio-

nes de la BMW dicen que miles de


personas del Kampfbund

están congregándose entre el Burgerbrau y


el Isar.
Bobby se detuvo para recuperar el
aliento.

El doctor Sippell dice que la atmósfera


está muy carga-

da. Si la S.A. y el Freikorps tratan de


cruzar los puentes para

entrar en la ciudad... ¿hará fuego el


ejército? ¿Hará fuego la

policia territorial? Nadie parece saberlo.

¿Qué dijo von Seeckt en el golpe de


Kapp?pregun-

tó el doctor Strassburger. ¿Qué los


soldados alemanes no

dispararan contra soldados alemanes?


No, señorcontestó Christoph. Lo que dijo
fue que

el ejército no disparara contra el ejército.


Esa gente de Hitler

no es el ejércitose detuvo para beber un


poco de vino. Ad-

vertí que los demás le observaban. Creo


que el ejército de-

fenderá la ciudad.

El doctor Strassburger asintió


pensativamente.

Pronto lo sabremos ¿no? Caballeros,


quizá debamos re-

gresar al trabajo y comunicar a nuestros


clientes estos pensa-

mientos tranquilizadores.

Creo que no deberia acapararte todo el


dadije a

Christoph.

Hoy no hay mucho trabajo. En cualquier


caso, me di-

jeron que tengo que aconsejarte sobre tus


inversiones.

Muy bien, aconséjame.


Christoph me miró un momento.
Entonces dijo:

¡Vuelve a casa!

¿A casa? ¿Qué dase de consejo


financiero es éste?

Es el único consejo honrado que puedo


darte. ¿Cómo

dicen en tu país? Haz la maleta y vuelve a


casa.

336

¿Ese es el consejo del doctor


Strassburger?

No. Es mi consejo.

¿Por qué, Christoph?

Porque nadie sabe lo que va a suceder


aquí. ¡Nadie! Los

franceses están aún en la Ruhr, nadie sabe


ni siquiera ahora

qué indemnizaciones tendremos que pagar,


el marco alemán

literalmente no vale lo que el papel en que


está impreso, y

ahora Hitler ha sublevado a los bávaros.

Pero tú acabas de decir que el ejército


defendería Mu-

nich.

Sí. Eso dije.

No lo crees?

Creo que cumplirán sus órdenes. La


cuestión es quién

da las órdenes allí. No me gusta esa


historia sobre los cadetes

de infantería que se han pasado a Rohm.


¿Y si el ejército no

aplasta el golpe? Hay miles y miles de


personas manifestándo-

se en favor de Hitler, miles más aue


cuelgan de sus ventanas

las banderas con la cruz gamada.


¿Disparará el ejército contra

todos ellos? ¿Los meterá a todos en la


cárcel el Gobierno de

Stresemann?

Un nombre y una cara flotaban entre


nosotros. Evité los

ojos de Christoph.

Pero, ¿y si ganan ellos?

Christoph sacó una pitillera de piel de


cocodrilo de un

bolsillo interior, me ofreció un cigarrillo,


encendió una cerilla,

encendió el mío, encendió el suyo...

Si ganan ellos, verás ríos de sangre.

No supe qué decir. Fumamos un minuto


en silencio.

Christoph, no estoy dispuesto a hacer la


maleta. Me

gusta estar aquí. Estov pintando. Estoy


enamorado de Lilí.

Me siento... no lo sé, me siento afectado de


alguna manera.

Una sonrisa melancólica.

Oh, sí, te afecta, amigo mío. Eso no se


discute.

Bueno, ¿qué debo hacer con mis


inversiones? ¿Debo

conservar las acciones?

El mercado cerró cuando fuimos a


almorzar debido al

asunto de Hitler y la incertidumbre acerca


del Rentenmark...

Bueno, ¿qué hay de ese negocio del


Rentenmark? ¿Fun-

cionará?

;ouién sabe? Como bien comprendiste


inmediatamente.
no es más que un juego de confianza, un
juego de espejos. Fun-

cionará solamente si la gente cree que


funcionará. Podría fun-

cionar, hay que intentarlo, todo depende de


quién lo dirija,

de si es lo bastante tenaz.

337

Bueno, ciertamente el doctor


Strassburger es bastante

tenaz. ¿Por qué no aceptó el cargo?


Christoph se levantó de su sillón y
empezó a caminar por

la estanaa.

Le dijo al ministro de Hacienda que


Waldstein & Co.,

no puede prescindir de sus servicios en este


momento de

crisis, que los barones le han dado ocasión


de alcanzar su

posición actual y que no puede dejarlos


ahora porque se le

necesita para superar la situaaón.

Parece lógicodije.
Muy lógiconuevamente se puso a mirar
por la ven-

tana.

¿Pero no convincente para ti?

Noseguía mirando la lluvia.

Todo sería como lo de Rathenau otra


vezdije.

Christoph se volvió.

Por supuesto. Esa es la verdadera razón.

¿Crees que tiene miedo que lo maten?

Oh, no, no lo creo. En todo caso, no


coquetearía con el
asesinato como hizo Rathenau. La razón es
que, si un socio ju-

dío de una firma bancaria judia se


convierte en Reichswahrune-

scommissar, entonces para muchos, para


mucha gente, todo el

programa se convertiría inmediatamente en


una conspiración ju-

día, un complot de los judios para hacer


más dinero, y no cree-

rían en su utilidad; y, como hemos dicho,


si no se cree que la

cosa ha de funcionar, entonces no podrá


funaonar. Y suceda lo
que suceda, los arruinados por la inflación
seguirán igual, pro-

bablemente habrá más que sufran los


efectos de estas medidas. . .

y, entonces, por supuesto, todo el lío se


atribuirá a...

Sonó el teléfono.

¿Sí? Si, Bobby... Ajá... ajá...los ángulos


de la boca

de Christoph cayeron en una especie de


mueca mientras es-

cuchaba. Hum... ¿Lo sabe ya el mercado...?


Hum... ¿Qué

dijo Strassburger. . . ? Bueno, ¿está


comprando, vendiendo o

qué. . . ? ¿Asesoramiento militar? ¿Cómo


puedo dar asesora-

miento militar con esta información? ¡No,


yo no les llamo!

,Qué sucedería si todos los banqueros de la


ciudad llamaran...?

Sí, estoy de acuerdo contigo, voy ahora


mismosu rostro es-

taba enrojecido cuando colgó


violentamente el auricular. La

Disconto-Gesselschaft acaba de tener más


noticias de su hom-

bre. Dice que la S.A. y tropas de la


Oberland han desarmado

a la policía en uno de los puentes y que


están marchando hacia

el ministerio de la Guerra para unirse a


Rohm. El general Lu-

dendorff encabeza la marcha, con Hitler y


Goring a su lado.

338

La Bolsa está conmocionada, y


Strassburger quiere que yo

llame nuevamente a la Bendlerstrasse. Por


favor, Peter per-

dóname. . .

Naturalmente. Volveré cuando tengas


tiempo...

No, quédate, no tardaré muchose detuvo


en la puer-

ta. ¿Vendemos tus acciones?

Pregúntale a Strassburger.

Christoph asintió y se fue.

Casi era ya la hora de que LilS saliera del


colegio, de modo

que hubiera podido ir al Pariser Platz. O


hubiera podido vi-

sitar uno de los museos y perderme, como


hacía a menudo,

en la contemplación de las obras de


hombres a quienes nun-

ca podría igualar. Pero no lo hice.


Permanecí allí, contem-

plando la lluvia, preguntándome si estaría


lloviendo en Mu-

nich, preguntándome por qué debía


preocuparme tanto de si

Hans von Seeckt o Adolfo Hitler


gobemaban Alemania. Re-

cordé que Whimey Wood nos acusaba a la


señorita Boatwright

y a m de volvernos «naturales del país».


¿Cómo podía hacer

la maleta e irme a casa si Lilí no venía


conmigo? No quería

volver a mi país. Nunca me había sentido


tan en mi propia

casa, en mi país, como me sentía en


Alemania. No había escrito

una sola carta desde mi llegada. Estaba


aislado.

¿Y si ganaba Hitler? ¿Perjudicaría a los


Waldstein? ¿Qué

podía hacerles? Sólo están comprando la


Voz de Hitler, según

explicó Whitney Wood. «Ellos»: grandes


industriales, magna-

tes del carbón, magnates del acero...


necesitan a Hitler para

aplastar a los comunistas y a los


socialistas, para mantener a

raya a los obreros. «Ellos» no permitirán


que un cabo aus-

triaco dirija nada una vez que la odiada


República haya sido

derribada. . .
Eso es lo que le han dicho a Whimey
Wood, y él se lo

cree.

iLo cree Christoph?

¿Lo cree Oberverwaltunsgerichtsrat


Doctor von Winter-

feld?

¿Lo cree Sigrid von Waldstein?

¿Lo cree el teniente conde Briihl?

Para el caso, ¿lo creen los socios de


Waldstein & Co.? De

recordar los rostros en el comedor, hace un


momento...
Y aun así, ¿va a decir alguien a esos
caballeros que hagan

la maleta? La sola idea me hizo sonreír-


sonreía en aquella

habitación silenciosa, el viernes nueve de


noviembre de 1923.

339

por la tarde, cuando se abrió bruscamente


la puerta y entró

Helena, maravillosa, con una boina negra y


un brillante im-

permeable negro.
¡Oh!, ¿has oído las noticias?exclamó.

No, ,qué noticias?

Uno de los criados apareció con un cesto


de mimbre y lo

dejó en el suelo frente a mí.

Traiga otra copale dijo ella. No sabía que


el se-

ñor Ellis estuviera aquí. ¿Dónde está mi


gran banquero?

Está con el doctor Strassburgerdije. ¿Qué


noti-

cias traes?

El golpe ha terminado. ¡Herr Hitler ha


huído!

¿Estás segura? Acabamos de oír que el


general Luden-

dorff encabezaba una marcha por la


ciudad, que habían redu-

cido a la policia...

Bueno, no pudieron con ella al llegar a la


Odeonplatz

sacó la cabeza por la puerta. Fraulein


Schmidt, ¿tendría

la amabilidad de buscar a mi marido?

Oh, alteza... perdón... Gnadige Frau...


Herr Oberleut-
nant está con el Geheimrat Doctor
Strassburger...

Dígale al doctor Strassburger que venga


él también, y a

mis tíos, quizá habría que traer algunas


copas más...

Para cuando destapé las botellas de


champán, la pequeña

habitación estaba llena de banqueros, todos


escuchando en

silencio a Helena, quien se sentó con las


piernas cruzadas so-
bre el escritorio de Christoph y les dijo lo
que había oído.

Nadie le preguntó de labios de quién


había oído aquellas

noticias, menos de una hora después de


ocurrir los hechos.

Observaban, escuchaban y miraban sus


piernas con intensidad

diversa de desaprobación. Los socios de


Waldstein & Co. no

estaban acostumbrados a recibir a las


esposas en las oficinas

y, ciertamente, no como centro de


atenciónpero, por su-
puesto, en esto, como en todo lo demás,
Helena era especial.

Y ellos querian oír lo que ella tenía que


comunicar.

El motivo por el cual cruzaron el puente


fue el de que

a la policía le habían dicho que descargara


las armas, de modo

que la S.A. y la Oberland pasaron sin


problemas. Redujeron

a la policía y marcharon hacia el centro de


la ciudad. Iban can-

tando. Les acompañaban multitudes.


Ludendorff, Hitler, Go-
ring y otros iban delante. Se encaminaban
hacia la Odeonplat

porque allí estaba Rohm, encerrado en el


Wenrkreiskomman-

do La Odeonplatz estaba cerrada, algunas


entradas por el ejér-

340

cito, otras por la policía territorial.


Ludendorff entró en la Re-

sidenzstrasse tan estrecha que sólo


pudieron marchar de a seis
en fondo pero tenían que seguir a
Ludendorff por que ningún

soldado alemán dispararía contra


Lundendorff, es su talismán.

La Residenzstrasse desemboca en la
Odeonplatz, en la Feld-

herrnháIle, pequeño monumento de guerra,


especie de pabe-

llón, que está custodiado por policias


armados; el teniente de

la policía ordenó a los manifestantes que se


detuvieran, pero

éstos siguieron avanzando y alguien gritó:


«¡No disparen,
es Su Excelencia Ludendorff!». Pero
alguien hizo fuego, na-

die sabe quién disparó primero, y entonces


la policía disparó

y los manifestantes que iban adelante se


arrojaron al suelo...

Todos, excepto Ludendorff. Siguió


andando hacia la policía

con las manos en los bolsillos,


directamente hacia el centro

de la Odeonplatz. Finalmente, resolvieron


invitarle a entrar

en la Comisaría; y, cuando llegaron allí, ¡el


sargento de guar-
dia le preguntó su nombre!

Un estallido de carcajadas aflojó la


tensión.

Pero a Hitler ¿qué le ocurrió?preguntó


Bobby von

Waldstein.

Se levantó de entre el montón de gente


de la calle y

huyó; había un automóvil estacionado en la


esquina, Hitler

saltó al autom6vil y huyó.

¿Estaba herido?preguntó alguien.

No se sabe. Pero a Goring, sí, lo hirieron.


Lo vieron apo-

yado en un portal, con los pantalones


llenos de sangre. Y, des-

pués, también e1 desapareció. Pero no con


Hitler.

¿Alguien resultó muerto?preguntó el


barón Fritz.

Si, un hombre que iba al lado de Hitler, y


creen que

una docena más en las filas de atrás, y dos


policias.

Silencio. Entonces una voz dijo:

¡Maldita sea!
Bueno, Jqué pasa ahora?preguntó
Christoph.

Al parecer, reina una confusi6n total. Los


nazis se van

a casa. Robm ha entregado el ministerio de


la Guerra, pero na-

die sabe qué hacer con él. Tiene allí a


cadetes de infantería y

se les ha ordenado que regresen a su


Escuela. Mucha gente co-

rrió hacia la Odeonplatz después del


tiroteo, pero fue disper-

sada por lanceros. Lanceros montados.

Me pregunto si Su Excelencia, el
comisario general Rit-

ter von Kahr, considera seguro llevar


nuevamente el Gobierno

de Baviera a Munichdijo el barón Eduard.


El tono sonó a

sarcasmo.

Helena nada sabia acerca de von Kahr.

341

Buenodijo el barón Eduard, en todo caso,


tarece
que la marcha sobre Berlín no llegó más
allá de la Odeonplatz

de Munich.

Esta vezdijo el doctor Strassburger, y


entonces sonó

el teléfono del escritorio de Christoph.


Helena le pasó el auri-

cular.

Aqui Keith... Sí... entiendo... Bien. Sí, lo


diré. Gra-

cias colgó el auricular. Me dicen en la


centralita que

todos ustedes tienen muchas llamadas


telefónicas. El doctor
Strassburger y el barón Fritz desde
Munich. Por lo visto, las

líneas vuelven a funcionar.

La habitación se vació en el acto.

El doctor Strassburger dijo:

Alteza... perdóneme, Frau Keith, todos


estamos en deu-

da con usted por habernos proporcionado


tan rápidamente

esta información vital...

Sí, querida ijo el barón Eduard. Nuestra


casa siem-

pre se ha enorgullecido de estar bien


informada, pero éste

es un caso sin precedentes...

Helena bajó lentamente los párpados.

En todo caso, es un placer traer buenas


noticiasten-

dió una mano. Cuando el baron Eduard y el


doctor Strassbur-

ger se hubieron retirado, se volvió hacia


mí.¿Quieres lle-

varme ahora a casa, Peter?

¿Llevarla ahora a su casa? Miré a


Christoph, que parecía

muy ocupado con los papeles de su


escritorio. Su teléfono

sonó otra vez.

Aquí Keith... Sí por supuesto,


comuníqueme... ¿Cuáles

son las noticias del frente. . . ? ¿De veras. .


. ? ¿Huyeron. . . ?

¿Fue herido...? ¿La policía territorial


bávara? Impresionante,

¿verdad? ¿Y qué sucedió


entonces?Christoph tapó el auri-

cular con una mano. Básicamente la misma


historia. ¿Quie-

res llevar a Helena a casa. Peter? Yo iré lo


antes posible
nuevamente al teléfono. ¿Les dejan volver
a casa, o los

van a detener?

En el taxi, Helena iba muy silenciosa.

¿Ocurre algo malo?pregunté.

Suspiró.

Hice una cosa estúpidase volvió hacia mi


y vi que

le brillaban los ojos. ¡Pero lo hice con


buena intención, Pe-
ter! Me sentía feliz, aliviada, pensé que él
estaría orgulloso de

342

m por llevar tan rápidamente noticias tan


importantes. Para

ellos es vital tener al acto información.

(¿Habrían vendido mis acciones?)

Está orgulloso de ti, Helena. Todos


quedaron enorme-
mente impresionados, lo comprobé yo
mismo.

Lo que yo noté es que pensaban: «Debió


de enterarse

de todo esto en la cama» y «¿De veras se


acuesta éste con una

mujer a medioda, en medio de una crisis


nacional?>. ¡Eso es

lo que pensaban!

¡Oh, no, Helena, estoy seguro de que ni


se les cruzó

por la cabeza!

Oh, si, eso fue lo que pensaron todosse


sonó vigoro-
samente la nariz. ¡Oué estúpida! ¡Oué
inútil! Soy dema-

siado vieja para conducirme tan


tontamente. ¡Y puse a Chris-

toph en posición incómoda!

Seguimos en silencio. Noté por primera


vez que la ciudad

hervía de soldados. Camiones cargados de


soldados de infan-

tería estaban estacionados frente a la


Telefónica de Berlín, en

la Leipzigerstrasse. Un carro blindado y


una compaña de

infantería llenaban toda una acera de la


Potsdamer Platz: fusi-

les en bandolera y miradas hoscas bajo los


mojados cascos de

acero. Cuando nuestro taxi trató de llegar


al canal, tomando

un atajo por la Bendlerstrasse, un policia


de tráfico le hizo se-

ñas de que se alejara. Detrás del policía,


había una barricada

de alambrada y, detrás de ésta, soldados


con casco de acero nos

miraron por encima del cañón de su


ametralladora. En el otro

extremo de la calle, frente al cuartel


general de la Reichswehr,

otro carro blindado brillaba bajo la lluvia.


No me pareció que

el hombre al mando de aquella


movilización hubiera pasado

en la cama la hora de la comida.

Cuando llegamos a la Lutzowufer, el


conductor quería qui-

nientos mil millones de marcos.

Un momentoprotesté. Esta mañana vine


de Gru-
newald por cuatrocientos mil millones.

Pero eso fue esta mañana, señor. ¡El


Kurs ha cambia-

do tres veces desde entonces y hemos


tenido una revolución!

Por supuesto, yo había olvidado cambiar


dinero en el ban-

co y no tenía monedas norteamericanas, de


modo que estuve

a punto de darle un billete de un dólar,


pero Helena me

frenó la mano.

¿Estás loco? Toma, dale estoabrió el


bolso y sacó
343

cinco de los nuevos billetes de cien mil


millones de marcos.

Estaban impresos por un solo lado y la


tinta, todavia húmeda,

dejó manchas en sus guantes.

Helena dijo a su doncella que nos trajera


una botella de
champán.

¿Quieres más?

Me temo que lo necesito. ¿Beberás


conmigo?

Muy bien. Pero ¿por qué lo necesitas?

Para terminar la historia.

¿Terminar la historia? ¿Por qué no la


terminaste en

el banco?

Porque no quiero que Christoph oiga esta


parte. Pero

teno que contársela a alguien.


La doncella trajo una bandeja de plata
con una botella de

Sekt alemán y dos copas. Helena se detuvo


ante la ventana v

miró el cielo que empezaba a oscurecerse.

Deja el fuego, Clara. El señor Ellis puede


encenderlo.

La doncella se fue y cerró la puerta.


Descorché la botella,

serví el Sekt (¿Sekt?, von Seeckt? Mi


cerebro, estúpidamen-

te, enfocaba las palabras por primera vez)


y alargué a Helena

su copa.
Se trata de Kaspar ¿verdad?

Asintió, probó el vino, siguió mirando las


luces de la

calle y la lluvia que caa sobre el canal de


Landwehr.

¿Ha muerto?

iSabes algo? Sinceramente, eso espero.


¿No es terrible?

No han identificado los cadáveres de la


Feldherrnhalle. En cual

quier momento podria recibir uria llamada.

Pero ¿crees que e1 estaba allí?

Síterminó su copa. Cuando la S.A. atacó


anoche

el Burgerbraukeller, una nueva formación


hizo su debut, por

asl decir.

¿Qué clase de formación?

uardias escogidos, guardaespaldas


personales, Stostrupp

Adolf Hitler, si lo prefieres. Pasamontañas


para ocultar la

identidad. ¿Y qué supones que lucian en la


parte delantera del

pasamontañas.

Una cruz gamada.


Una cruz gamada en el brazo. En el
pasamontañas, ¡una

pequeña calavera de plata!

No dije nada. Bebí el vino, paladeándolo,


advirtiendo que

la habitación parecía oscura y húmeda, de


modo que dejé la

344

copa sobre la bandeja y me dediqué a


encender el fuego. Se

encendió rápidamente. La habitación


pareció otra vez cálida

y hermosa. Me volv.

Helena, eso no significa necesariamente


que él estuviera

alln . .

Estuvo allí. La única cuestión es si está


muerto o si se

oculta en algún lugar... posiblemente


herido, como Goring

pero hirviendo interiormente, ahogándose


en su propia cólera.

¡Una derrota más! Tuvieron que sentirse


muy próximos a la

victoria. En un momento están marchando


por las calles, en-

tonando sus canciones, agitando sus


banderas, la gente los vi-

torea, marchan sobre Berln... y, al


momento siguiente, están

tendidos sobre los adoquines, Adolfo


Hitler huye, otro golpe

ha fracasado, otra marcha ha terminado.


¿Puedes imaginar

cómo se siente en estos momentos... si es


que está vivo?

¡Helena, tienes que contarle esto a


Christoph!

Negó con la cabeza.

No puedo.

¿Por qué no? Se enterará de todos


modos. Ahora mis-

mo está hablando por teléfono con la


Bendlerstrasse, hablará

con otros, leerá los periódicos...

Fue a la bandeja, llenó las dos copas, me


entregó la mía,

se sentó en el sofá y observó las llamas.

Helena, supón que puedo conseguir un


empleo en Nue-
va York... que puedo conseguirle a
Christoph un empleo pro-

visional en un banco o en una


capitalizadora de Nueva York...

,Te gustaria vivir un año o dos en Nueva


York?

Me miró.

No huirá. No creerá que su hermano está


dispuesto a

hacerle daño. Christoph no huirá.

Yo bebía el vino. Quizá no lo hubiera


dicho si no hubiese

bebido tanto.
¿Te habló de Goring?

Entornó los ojos.

Qué podia decirme de Goring?

Goring le advirtió que Kaspar estaba


profiriendo ame-

nazas, que está furioso por el asunto de


Rathenau, que, como

nosotrOS lo quitamos de circulación en


aquella ocasión, cree

que hemos traicionado a Kern y a Fischer.

¿Hermann Goring contó eso a Christoph?


¿Cuándo?

No lo sé, el verano pasado.


¡Peter, no puedo creerlo!

¿Crees que me lo he inventado?

Y, para demostrarle que no era asi (¿por


qué?, ¿por qué

345

tenía que demostrar nada a Helena?), le


conté toda la his-

toria.

Escuchó con la cabeza apoyada en los


cojines y con los

ojos cerrados. El fuego crepitaba.

Cuando terminé mi relato, abrió los ojos.

¿Sabes?, Hermann Goring es un


auténtico cerdo.

Quizá, pero en este caso...

En este caso, sólo quiso apartar a


Christoph de los ju-

díos, eso es lo que quiso, por eso le dijo


que Kaspar está fue-

ra de control.

Supongo que yo también me encontraba


fuera de control,
porque dije:

No sólo Goring ha hecho advertencias


sobre Kaspar.

Qué quieres decir?

Lo mismo ha dicho a Sigrid.

¿Sigrid?Helena alzó bruscamente la voz.


¿Estás di-

ciéndome que Sigrid ha estado viéndose


con Kaspar?

Sólo una vez, Helena, y fue un accidente,


una coinciden-

cia.

Le conté más o menos lo que me había


dicho Sigrid, y He-

lena empezó a llorar, se tomó la cabeza


entre las manos y lloró;

en alguna parte, empezó a sonar el teléfono


y la doncella llamó

a la puerta, abrió y dijo:

La señorita Elizabeth para el señor


Ellisen seguida

se retiró y deji la puerta entreabierta.

Helena dijo:

Te convocan al Pariser Platz.

Estaba a punto de decir algo, pero no


tenia nada que de-
cir, asi que fui a atender el teléfono.

346

Un cerdo pierde dinero siempre

Los músicos hicieron una breve pausa y,


cuando empeza-

ron a tocar el segundo movimiento, el


padre de Lilí se puso

súbitamente en pie. Inmediatamente, los


cincuenta o sesenta
invitados del gran salón también se
pusieron de pie, algunos

con expresión tan sorprendida como la


mia.

No damos muchos Hauskonzertehabia


dicho Lilí.

Quedaría como si quisiéramos competir


con los Mendelssohn.

Pero hay una razón para ofrecer este


concierto, alguien pidió

a mi padre que presentara a este nuevo


grupo en Berlín...
Tienes frac, ¿verdad?

No tenía frac, de modo que tuve que


ponerme uno de Bob-

bv, que no me sentaba bien. Una tarde


entera de música de vio-

lín es mucha música de violín. Había sido


un largo día. Yo

pensaba en otras cosas, vagamente


consciente de que aquélla

era la última pieza, observando a los


músicos interpretar con
entusiasmo el primer movimiento, pero,
cuando el barón se

puso de pie, tuve que lanzar una mirada al


programa que com-

partía con Lilí. Joseph Haydn, Cuarteto


para cuerda en Do

Mayor, «Kaiserquartett». Mientras tocaban


el movimiento,

muy lentamente, observaba las caras a mi


alrededor y me asom-

bré al comprobar las distintas formas bajo


las cuales se ex-

presa una misma emoción; de pronto,


reconoci el tema: «Deut-
scland uber Alles».

El club nocturno ruso, donde nos llevó


Bobby, estaba en

un sótano: suelo de ladrillo, estantes de


vinos en las paredes,

347

humo denso de tabaco, una mujer de


cabellos negros que to-
caba la balalaika y entonaba canciones
tristes. El maitre pa-

recía encantado de ver a Bobby. Los otros


clientes mirabarl

nuestros trajes de etiqueta. Tuvimos que


pagar, con dinero ame-

ricano, antes de que nos trajeran nada, pero


esto ya era nor-

mal; los precios subían entre que se pedía


algo y se terminaba,

aun en plena noche.

Nos trajeron pan negro, caviar y vodka


helada en copas

de cristal.
Comimos, bebimos y escuchamos la
música, y, cuando hubo

una pausa, dije:

¿Puedo hacer una pregunta muy


personal?

¿A mi o a Bobby?

A los dos. ¿Por qué tu padre se puso en


pie esta noche?

Empezó Bobby:

Ese tema, el tema de Haydn en ese


cuarteto, se ha con-

vertido en nuestro himno nacional.

Lo sé. Por eso lo pregunto. Anoche,


Adolfo Hitler hizo

que todos los de la cervecería cantaran esa


canción.

Se miraron.

Por eso papá se puso de piedijo Lil. Me


senti

muv orgullosa de él.

Bobby dijo:

Los nacionalistas, toda la extrema


derecha, dicen que

éste no es nuestro pais. ¡Este es nuestro


pais!

Pero ¿por qué uber Alles? ¿Por qué


Alemania tiene

que estar por encima de todos los demás?

¡Oh, no es eso lo que quiere decir!


exclamó Lilí, y

Bobby la interrumpió.

Quieres decir que, para nosotros, para d


pueblo... d

pueblo ama a su pais por encima de todo.


Uber Alles. Eso es

lo que significa. ¿Comprendes?


Cuando Lili fue al tocador, Bobby me
dijo que se marcha-

ba a los Estados Unidos.

¿Lo sabe tu familia?

Por supuesto que no.

¿Qué harás?

Me reuniré con Kyra en Los Angeles.


¿Firmarás tam-

bién el aval para mí?

Bobby, ella está con otro hombre.

No, la ha abandonado y se ha casado con


una norteame-
ricana, viuda de un productor
cinematográfico.

348

¿Y Kyra te ha pedido que vayas?

Sí. ¿Me ayudarás?

¿Qué harás all?

No tengo idea. Algo saldrá. O la traeré de


vuelta.

Bobby, no lo hagas.

No puedo evitarlo. Cuando se ama a


alguien, se le ama.

No se ama a nadie a causa de, se ama pese


a. Creéis que igno-

ro sus defectos. Los conozco. Pero no tiene


importancia. No

soy feliz sin ella y, si ella me necesita, yo


debo ir.

Bobby, yo sólo firmé ese papel porque


me dijeron que

tus padres querían que lo hiciera. Ahora, si


te ayudo... ¿qué

sucederá con Lil y conmigo?

¿Por qué tendrían que enterarse mis


padres?
Bobby, ¿has averiguado si necesitas esa
clase de aval

para un pase turístico...?

¿Qué es un pase turistico?preguntó Lilí,


mientras la

mujer rusa empezaba a cantar algo que


animó a los demás ru-

sos a unirse a ella.

La canción terminó con un rugido de


voces y fuertes aplau-

sos; un pequeño conjunto empezó a tocar


un fox-trot norteame-

ricano, y la mujer que había encabezado el


coro vino a nues-

tra mesa. Bobby y yo nos pusimos en pie


mientras él hacía

las presentaciones. Me dio la impresión de


que estaba sorpren-

dida de vernos. Lilí no sonrió cuando la


presentaron. La cara

se le heló. Se puso de pie.

Peter, quiero bailar, por favor.

Salimos a bailar.

No ha sido un gesto muy educadodije.


No tengo por qué ser educada con ella.

Pensé que una dama tenía que ser


educada con todos.

Quizás en los Estados Unidos.

¿Por qué estás enfadada?

No debimos venir aquí.

Pero tú querías conocer el lugar.

Sí. Ahora lo conozco. Dile a Bobby que


le espero en el

automóvil .

¿No te gusta bailar conmigo?

Aquí no.
¿Qué tiene de malo este lugar? Ellos
parecen estar pa-

sando un buen rato...

Y todos conocen a Bobby. ¡Y nosotros


sabemos por qué

todos conocen a Bobby! Dile que estaré en


el coche, Peter.

349

Estuvimos apunto de topar con ellos


antes de advertir lo

que estaba sucediendo. Los tres ibamos


hacinados en el Bugatti

deportivo de Bobby, acurrucados para


protegernos del frío ama-

necer de noviembre. Como habían dejado


salir a Lili aquella

noche, deseaba aprovechar al máximo y


había convencido a

Bobby de que nos llevara a otros locales


nocturnos hasta el

punto de que ya no sabía dónde estábamos,


camino de Villa

Keith, en Grunewald, por barrios muy


diferentes, donde la

gente ya se dirigia al trabajo.


Mira esodijo Bobby, señalando.

Una gran multitud se había reunido ante


una panadería,

hombres y mujeres de rostro gris y ropas


grises, con cestos de

mimbre, cubos de metal y bolsos de la


compra llenos de pa-

pel moneda. Eran tantos que rebasaban la


acera y obstruian

gran parte de la calle.

No te acerquesdije, súbitamente
consciente de nues-

tro aspecto: el reluciente radiador cromado


del Bugatti, la
brillante pintura azul, nuestros pañuelos de
seda blanca y Lil

sentada en mi regazo con una boa blanca


cubriéndole las ore-

jas.

Bobby se detuvo, empezó a girar, Lil se


movió para mi-

rar por encima de mi hombro en el mismo


momento en que

el cristal del escaparate de la panadera se


hacía pedazos con-

tra el suelo.

¡Nos están tirando objetos! gritó Lilí,


sorprendida,
pero nos alejamos a toda velocidad.

El domingo, 11 de noviembre, dos


camiones de policías

bávaros llegaron a casa de un tal Ernst


Hanfsangl (graduado

en Harvard en 1909), en Uffing, un


pueblecito cerca de Mu-

nich, donde encontraron a Adolfo Hitler en


pijama. Detuvie-

ron a Hitler y lo encerraron en la fortaleza


de Landsberg-am-
Lech, en espera de un proceso por alta
traición.

El lunes, 12 de diciembre, el doctor


Horace Greeley Hial-

mar Schacht fue designado delegado


económico del Reich

presidente del nuevo Rentenbank.

¿Por qué se llama Horace Greeley? le


pregunté a

Christoph por teléfono.


350

Su padre emigró a Nueva York y, al


parecer, admiraba

a ese señor Greeley, quienquiera aue haya


sido.

Le expliqué quién había sido Horace


Greeley.

¿Deca «vete al Oeste, joven? Qué


curioso. Herr
Schacht padre fue al Este, regresó a
Alemania. Hjamlar Schacht

trabajó en la Dresdner Bank, después fue


uno de los hombres

más importantes de la Darmstader und


National Bank... Noso-

tros lo llamamos Danatbank. Se le


considera muy inteligente v

muy conservador. Cree en el oro y en el


presupueSto equilibra-

do. A los magnates no les gusta, pero creen


que es el hombre

adecuado.

¿Es lo bastante enérgico?


Ya veremos. Dicen que es frío como un
pez, pero ten-

drá que hacer milagros: convencer a la


gente de que acepte

esos Rentenmarks que aparecerán el


jueves; convencer al Go-

bierno de que equilibre su presupuesto, lo


cual significa de-

jar parados a miles de funcionarios


públicos; convencer a la

Reichsbank de que deje de descontar todos


los préstamos ban-

carios y cada papel moneda que se haya


impreso en este país,
y convencer a los aliados de que reduzcan
sus exigencias in-

demnizadoras. ¡Me alegro de que


Strassburger no tenga este

puesto!

Christoph, ¿qué hizo el doctor


Strassburger con mis ac-

ciones el viernes por la tarde, durante toda


aquella excitación

por el golpe?

Nada.

¿Nada?

Todavia las tienes. Strassburger dijo que,


en primer lu-

gar, nunca vendemos cuando hay pánico y,


en segundo lugar,

iqué hubieras hecho con el dinero? Habrías


recibido algo así

como... déjame verpausa, mientras, al


parecer, hacía cálcu-

los. Habrías recibido algo más de tres mil


billones de mar-

cos en acepción inglesa, tres cuatrillones


en acepción norteame-

ricana. ¿Comprendes lo que eso significa?

No. Estoy perdido.


Todos estamos un poco perdidos, pero
escribe un tres

con quince ceros a continuación.

Lo hice. Escribí en mi libreta:


3.000.000.000.000.000 de

marcos.

¿Cuánto es eso en dólares?

¿Cuándo? ¿El viernes por la tarde? ¿Esta


mañana? ¿Esta

tarde? ¿El jueves, cuando empiece a


circular la Rentenmark?

¿O a fin de mes, cuando arregles tu cuenta?

Bueno, ¿qué tal esta mañana? Si vendéis


mis acciones

351

esta mañana ¿cuántos dólares podría


comprar con esa cantidad

de marcos?

Tardaré unos minutos en decírtelo,


porque hemos de ob-

tener antes el precio de las acciones y


después la Kurs exacta...

Christoph, siento mucho causarte tantos


problemas...
Tonterías. Este es nuestro trabajo. Te
llamaré dentro

de unos minutos.

Me tomé el café y miré las fotografias de


Munich que

traian los periódicos: seis miembros del


Stosstrupp Adolf Hit-

ler, armados con fusiles, armas ligeras y


cartucheras detenien-

do a un civil, a un concejal socialista, al


general Erich Luden-

dorff con bigote y triple papada,


fulminando con la mirada

a avergonzados oficiales de la policía


bávara; Ernst Rohm, con

una esvástica en el brazo y una cicatriz


blanca surcándole la

oscura cara de gato, entregando el


ministerio de la Guerra a un

teniente con casco de acero...

Christoph volvió a llamar: si vendia


ahora mismo mis ac-

ciones y liquidaba mi deuda con la


Waldstein & Co., me que-

darían alrededor de cuatro mil dólares.

¡Vaya, me siento mucho más rico!

No dijo nada durante un momento y,


cuando habló, había

en su voz un tono cáustico.

Creo que la mayoría de los alemanes te


considerarían

muy rico. ¡Esta mañana, con cuatro mil


dólares, podrías com-

prar la mitad de Berlín!

¡Christoph, me habéis atendido muy


bien! No estoy que-

jándome, estoy pidiendo consejo.

Si. Bien, el problema, muchacho, es que


nosotros mis-

mos no sabemos qué hacer. Realmente no


lo sabemos. Ahora

la cosa pende de un hilo. ¿Qué puede hacer


Schacht? ,.Qué

hará la Reichsbank? Porque ahora son


completamente inde-

endientes del Gabinete, de Schacht y de su


nuevo Renten-

bank, como tú sabes. Las cifras que acabo


de darte se basan

en el Kurs oficial de Berlín de esta


mañana: 630 billones en

acepción norteamericana, o sea seiscientos


treinta seguido de

nueve ceros, por un dólar, pero muchos


creen que el marco

bajará hasta el trillón, es decir, el billón


inglés, para finales de

mes.

¿Billones de marcos por un dólar?


¿Significa eso que

obtendria mucho menos de cuatro mil


dólares?

Depende de lo que podamos obtener


entonces por tus

acciones en marcos. Ciertamente, no


queremos vender tus ac-

ciones ahora y dejarte con marcos para,


después, ver caer el
marco en relación con el dólar.

352

Christoph, no puedo tomar una decisión


al respecto.

¿Puedo hablar con el doctor Strassburger?

No, lo siento, está reunido con la


Disconto-Gesellschaft

durante todo el da; después, parece que


Schacht quiere verle

mañana, quizá pueda recibirte mañana por


la tarde...
Bueno, Christoph, creo que podré esperar
hasta hablar

con él.

Muy bien, Peter, pero hay otro asunto,


mucho más agra-

dable.

¿Sabes lo que decimos nosotros en Wall


Street?pre-

guntó Whitney Wood. Decimos que un


toro y un oso ga-

nan dinero parte del tiempo, ¡pero que un


cerdo siempre pier-

de dinero!

¡Whitney!la señorita Boatwright se


volvió, de modo

que tuve que dejar de pintar. ¡Estás


llamando cerdo a Pe-

ter !

No, no querida mia. Estoy dando una


respuesta alegóri-

ca a su petición de consejo para invertir.

Asi es, señorita Boatwright, le he pedido


su opinión so-

bre lo que debo hacer y, por favor,


vue1vase hacia la ventana

nuevamente, porque la luz en su cara...

Hizo lo que le pedía, pero su expresión


había cambiado.

La serenidad habitual habia desaparecido.

Creo que está bastante mal que los


alemanes hablen

siempre de dinero, pero por lo menos ellos


tienen una excusa.

Realmente, no creo que ninguno de


vosotros tenga excusa v

francamente estoy cansada del tema.

Bueno, él tiene un problema y necesita


consejo, y mi

consejo es que se pase al dólar y siga en


dólares hasta que

esta situación se haya aclarado...

No puedo entrevistarme con el doctor


Strassburger.

No me sorprende. Estos individuos andan


esta semana

muy ocupados.

Whitney Wood ni siquiera se habia


quitado el abrigo. Sus

maletas estaban fuera, en un taxi. Se


disponia a viajar a Lon-
dres para asistir a otra reunión con el
general Dawes. Nunca

había oído hablar del general Dawes, que


estaba organizando

otra comisión para decidir cuánto tendrían


que pagar los ale-

maneS en concepto de indemnización y


cómo lo pagarían, lero

Dawes era amigo de Whitney Wood y lo


había mandado lla-

mar otra vez.

353
Adiós, señor Wood, y gracias por el
consejo. Creo que

lo seguiré. Mañana daré las instrucciones.

Si, yo no esperaría más, muchacho. Las


cosas están mo-

viéndose rápidamente y nadie sabe en qué


direcciónme es-

trechó la mano y se volvió hacia la señorita


Boatwright, quien

se puso de pie.

Te acompañaré hasta la puertadijo ella y


salió con él
al pasillo.

Cuando regresó a su silla junto a la


ventana, estaba tan

triste que cambié de pinceles, mezclé un


poco de pintura blan-

ca y trabajé en el cuello de su vestido.

Piensa volver dentro de dos semanas dijo


ella.

h, muy bien, señorita Boatwright.

Esta llamada del general Dawes ha sido


bastante ines-

perada. Teniamos entradas para la


Filarmónica esta noche. Di-
rige Furtwangler. ¿Ouerrías acompañarme,
Peter?

h, gracias, señorita Boatwright, pero no


puedo. Usted

sabe que Keith tiene a un amigo, un


escultor llamado Ko-

walski, y este Kowalski nos ha dado


entradas para el Baile

de los Artistas en la Kunstgewerbeschule;


sea lo que fuere, al

parecer, hay que ir con disfraces y


máscaras.

¡Qué divertido! dijo la señorita


Boatwright. Su-
pongo que llevarás a Lil.

Sí, Helena convenció a la madre, pero


tengo que devol-

verla a su casa a medianoche, como


Cenicienta, porque el

viernes la tuve fuera toda la noche, aunque


Bobby estuvo con

nosotros. ¿No cree usted que los Waldstein


son un toauito. . . ?

Quiero decir que ella tiene dieciocho años,


señorita Boat-

wright. ..
354

El baile de los artistas

Cuando bajamos del taxi en el n.° 4 de


Pariser Platz, toca-

ban las campanas de la iglesia.

Igual que la Cenicienta, dijo Lil furiosa.

Se habia quitado la máscara y había


doblado la enorme

toca blanca a lo Spreewald, porque era


demasiado incómoda
para llevarla en el interior del taxi, pero se
negó a besarme du-

rante el trayecto.

Mira, no es culpa mía, ¿por qué te


enfadas conmigo?

Vas a volver, ¿verdad?

Bueno. . .

Bueno, la fiesta empieza a medianoche,


¿tengo que irme

a la cama como una niña?Lil lloraba de


furia. El conduc-

tor del taxi aguardaba, porque yo no le


había pagado.
¿No comprendes que he prometido
traerte? Si no cum-

plo mi promesa, ellos... no sé lo que harían


ellos. ¿Estás tra-

tando de crearme problemas con tus


padres?

Creo que estás muy contento de volver


allí y bailar con

aquellas chicas. ¡Especialmente con


Helena!

¿Con Helena? Prometí a Christoph que


bailaría con ella

porque él, en realidad, no puede, tú lo


sabes...
Bah, qué tontería, tenía más parejas que
ninguna mujer

en ese lugar; es casi repugnante, a su


edad...

Estaba bien con ese traje.

¡Una mujer con uniforme de húsar, para


enseñar las

piernas y el trasero! Eso se consideraba


erótico en mil nove-

cientos doce. Hoy es vergonzoso,


creoseguía allí, de pie,

junto a la enorme puerta, sosteniendo la


toca y la máscara, v

con expresión de furia.


Tocó la campanilla.

Lili, pagaré el taxi y entraré a tomar una


copa.

355

No. Ya habrán subido, pero estarán


despiertos y no les

gustará. Vuelve al baile.

Un lacayo abrió la puerta.

Buenas noches, Fraulein.

Buenas noches, Josephme miró. Muy


bien, una

copa de vino en la biblioteca. Paga el taxi.

Christoph y yo nos habíamos vestido en


Villa Keith. Con

tan poco tiempo no nos había sido posible


preparar disfraces

muy sofisticados. Frau Keith había ido a


alguna parte con su

coronel. Frau Meier había subido al ático,


gimiendo y hablan-

do consigo misma, pero realmente


entusiasmada con el proyec-

to. Die Herren gehen auf Maskenball!

Meier sirvió salchichas, patatas hervidas


y cerveza. Des-

pués, subimos a la habitación de Christoph,


donde Frau Meier

nos enseñó orgullosamente lo que habia


encontrado: para ml,

un traje de cazador verde oscuro, con


sombrero verde y una

pluma de pavo real, chaqueta de lana verde


con botones de

asta de ciervo, pantalones verdes hasta la


rodilla y polainas;
para Christoph, un traje de aviador de
cuero, igual al que lle-

vaba en Verdún, y una gorra de aviador


completa con gafas

de piloto.

Cuando bajamos las escaleras, los Meier


estaban en el ves-

tibulo y aplaudieron.

¡Oh, señor Ellis, le sienta perfectamente!


exclamó

Frau Meier. Herr Oberleutnant no necesita


máscara, pero

encontré ésta para ustedme entregó una


máscara de niño,
un chino amarillo con bigote de Fu
Manchú y una cinta elás-

tica para sujetarla.

¿De quién es este traje de cazador, Frau


Meier7

Su marido había abierto la puerta.

Aquí está el taxi, caballeros.

Fue hecho hace años para Herr Kaspar,


señor Ellis.

Un momentodije. Olvido algo. Sube al


taxi, Chris-

toph. Yo iré en seguida subí corriendo a mi


habitación,
cogi la pequeña Smith & Wesson del cajón
de mi mesa de

noche y lo meti en uno de los profundos


bolsillos del traje

de cazador.

cPor qué7

Ese fue el primer pensamiento que se me


ocurrió, que se

me clavó de golpe entre los ojos, cuando


ella abrió la puerta
356

de su apartamento, irguió el pecho y nos


saludó uniendo los

talones.

Por qué lo había hecho?

¡Dios mío!fue lo único que pudo articular


Christoph

al principio Le miré de reojo para ver si


aquello tenía un sig-

nificado especial para él. ¿No le había


hablado ella del Stros-

strupp Adolf Hitler? ¿No se habría


enterado por otra vía?

Oué quería decir y a quién?

Helena lucía el uniforme de gala de los


Húsares de las

Calaveras: una calavera sonriente, con


tibias cruzadas, sobre

un gorro negro de piel, debajo del cual


asomaba un poco de

cabello dorado; un antifaz de Pierrot negro


cubriéndole los

ojos; una corta chaqueta negra con


bordados de plata y muv

ceñida en el pecho; pantalones negros


ceñidos, relucientes bo-
tas negras de montar y espuelas.

Las botas no están muy bienempezó ella,


me pare-

ció que un poco asustada. Tuve que


ponerme las mías or-

que las verdaderas no se ajustaban bien...

¡Dios mío, estás fantástica!dijo


Christoph. No lo sa-

¿Te gusta? ¿No crees que es un poquito...


anticuado?

Creo que es absolutamente espléndido.


¿No crees que
es espléndido, Peter?la estrechó entre sus
brazos y la be-

só. Nunca había besado a un húsarel


gorro cayó y su

cabello dorado cubrió la manga de cuero


del traje de aviador.

Tampoco he hecho nunca el amor con un


húsar.

Dame mis entradas, Christoph, iré a


buscar a Lilí y nos

encontraremos en el baile.
La biblioteca olía a tabaco y a libros
encuadernados en piel.

Un poco de carbón en la chimenea y una


lámpara de lec-

tura constituían la única iluminación. La


atmósfera era román-

tica, pero nosotros teníamos mucho de que


hablar.

Primero hubo una discusión sobre el


vino. El vino estaba

guardado con llave y el criado no tenía la


llave. Había un poco

de brandy en la garrafa de Herr Baron, en


el comedor...
Bueno, tráigalo.

El hombre lo trajo en una bandeja de


plata, con dos copas.

Después, se presentó el problema de


quién cerraría la puer-

ta de entrada.

Gracias, Joseph. Ya puede retirarse, yo


despediré al

señor Ellis.

357
Con todo respeto, Fraulein Elizabeh, es
mi trabajo ce-

rrar la casa...

Pero la verdadera discusión empezó


cuando el hombre se

retiró y cerró la puerta de la biblioteca.

Un momento, Lil...

¡No hables! ¡No quiero hablar!

Acabas de decirme que tus padres están


despiertos arriba.

Esas puertas no se abren desde fuera.

Ese es un razonamiento de Schnitzler.


¿Terminarás de decir tonterias?

Ahora estábamos en el sofá de cuero, ella


encima de mi.

Su boca, con sabor a brandy, cubria la mia.


Su cabello me ta-

paba los ojos, de modo que yo no podía ver


nada, pero si podía

sentir sus manos.

Un momento...

¡Tú no quieres!

Claro que lo deseo, pero no de esta


forma. ¿No puedes

entenderlo? Si nos sorprenden así, nunca


me dejarán volver a

verte. . .

No nos sorprenderán.

De todos modos, esto no es... Tú nunca


lo has hecho,

¿verdad?

¿Eres tan cauteloso con todas las chicas?

No quiero casarme con todas las chicas.

¡Ah, qué delicadeza!se sentó, se apartó el


cabello de

la cara y sacudió la cabeza. ¡Realmente,


eres increíble! ()uie-
res tener a una novia virgen. ¿Es esa una
tradición norteame-

ricana? ¿Alguna exigencia religiosa?

Creo que la mayorla de las religiones lo


exigen.

No soy estudiante de historia de las


religiones y creo que

lo mejor será que regreses al baile.

uerida, no te enfades conmigo, te quiero,


soy mayor

que tú, no quiero que empieces de esta


forma...

¿Cómo crees que debo empezar? ¡Debo


de ser la única
muchacha en Berlín en esta situación, y no
me gusta!estaba

sudando. El traje a lo Spreewald (ella me


lo había enseñado)

tenía tres enaguas, que provocaron un


suave fru frú cuando

se puso de pie. ¡Regrese al baile, señor


Ellis! ¡No hay vír-

genes allí!

Lilí... casémonos. Alquilemos un


automóvil, vayamos

a una aldea pequeña y casémonos por lo


civil, como hicieron

Helena y Christoph.
¿Otra costumbre norteamericana? No se
puede hacer

eso en Alemania. Se necesitan toda clase


de documentos, parti-

358

das de nacimiento... y yo necesito el


permiso de mi padre...

por escrito.

¿Estás segura?

¿Crees que soy la única dica de mi dase


que quiere
casarse? Créeme, somos expertas en este
campo de la ley.

Entoncesj convence a tus padres. ¿Por


qué les preocupa

tanto que primero termines los estudios?


¿Por qué no pue-

des casarte conrnigo y después


terminarlos?

Porque no me permiten terminar la


escuela casada.

Ninguna mujer casada es admitida en el


colegio. Dios mío,

las dlicas del colegio son todas vírgenes,


¿sabes? Una mujer
casada les contaría cosas...se echó a reír
súbitamente y se

dejó caer otra vez en el sofá, como una


gran flor de enaguas

de encaje con dos tallos de seda. Oh, Peter,


¿no te das

cuenta de lo burro que eres?

Yes, we have no Bananas

We have no Bananas today.

Habia, a mi regreso, el doble de gente. El


enorme salón
está atestado. Toca una orquesta negra.

La cara de Helena está encendida.

Los botones superiores de la chaqueta


negra y plateada

de Helena están abiertos.

Helena está repantigada en la silla, con


las botas negras de

montar cruzadas sobre la silla vecina.

Helena está rodeada por un payaso, un


gondolero vene-

ciano, un escocés con falda a cuadros...


todos probablemente

artistas.
¡Alahi, alahó! ¡Nuestro cazador regresa
de la cacería! No

esperaba verte de nuevo esta noche. Que


alguien le dé una

copa.

Están bebiendo Sekt.

Me pregunto quién paga todo esto.

Pregunto dónde está Christoph.

Probablemente aún en la comisaria de


policia.

¿Qué?

Oh, si, te perdiste la conmoción.


Apareció Adolfo Hitler.
¿Qué?

Resultó ser una mujer, dice el gondolero.

Alguien la derribó de un puñetazo antes


de que supieran

que era una mujer, dice el escocés.

Hubo una pelea, vino la policía y


Christoph, Hans Ko-

359

valski y Bert Brecht fueron todos como


testigos o algo asi,
dice Helena.

Una mano en mi hombro.

Una sombra en blanco y negro: gorra de


aviador blanca,

máscara negra, bufanda de seda blanca,


largo guardapolvo

blanco de automovilista, pantalones negros


asomando bajo el

guardapolvo.

Una dama que está all desea bailar


contigo, dice Bobby.

ioué dama? ¿Dónde?

La odalisca con pantalones de harén, la


que está contra la

pared bebiendo cerveza con ese minero.

Se aparta del minero para mirar: velo


negro, sostén dorado

y pantalones de gasa blanca con sandalias


doradas, y nada más.

Achetung Achetung!, grita Helena y yo


me pongo en pie.

Me abro camino entre bailarines tan


apretujados que escasa-

mente tienen sitio para bailar. Wirl Scharg


geschosen! Re-

cuerdo lo que esto significa: significa


carguen armas.
Me pareció reconocer al cazador chino,
murmura ella en mi

oído.

Huele a cerveza, y a perfume y a sudor.

Al apretarse contra mí, la siento más


delgada. Costillas bajo

mis dedos. Ya no la tengo, dice. Me dieron


una medicina que

me ponía a parir, pero ahora estoy bien.

Eso es maravilloso.
¿Volverás?

Es difícil.

Te necesitamos.

Le dije que no volveria si te golpeaba.

No puede evitarlo. Bebe tanto que ya no


se excita, a me-

nos que la mujer grite un poco.

¿Está él aquí?

Estaba, pero se lo llevaron a


Alexanderplatz. Una puta

estúpida vino disfrazada de Adolfo Hitler,


con una camisa
parda y una esvástica, y Fritz estaba tan
bebido que no vio

que era una mujer y la golpeó en la boca;


ella cayó, y la gente

que la acompañaba saltó sobre Fritz y


alguien llamó a la poli-

ca y se lo llevaron...

¿No irás a buscarlo?

Mierda, no, que salga solo.

No comprendo por qué sigues con él.

Tampoco yo. Quizá porque soy perezosa.


Pero era mejor

cuando estabas allí, Peter.


360

¿Baby está aqui?

No, Fritz sólo pudo hacerse con dos


entradas.

¿Está en casa cuidando al niño?

Mutti está con el niño, Baby está en la


Friedrichstrasse.

La única razón por la cual estoy aqui es


que Fritz cree que

encontraré a alguien. Como el Herr Baron


que envié a bus-
carte.

¿Conoces a Bobby?

Todas las chicas conocen al barón


Bobby. Es siempre ama-

ble, siempre educado, te trata como a una


princesa. Por su-

puesto, yo soy muy poco para él.

¿Ese minero es un artista? Ha estado


observándonos todo

el tiempo.

Posee minas de carbón.

Y, por supuesto, tiene dólares.


Tiene florines holandeses.

¿Y quiere que vayas a su hotel?

Te equivocas. Quiere hacerlo en el


Tiergarten.

¿En el Tiergaten, en esta época del año?

Cuiere hacerlo en la parte posterior de su


coche, mientras

el chófer nos pasea por el Tiergarten.

Muy romántico.

Escucha, si me llevas a casa esta noche,


le diré que se bus-

que a otra para jugar en su automóvil.


No puedo, Bärbel. Me gustaria.

Ya llevaste a su casa a tu niña rica, ¿no?

De todos modos, no puedo.

Seguramente tendrán a Fritz encerrado


toda la noche. fNo?

Si de veras crees que estoy enferma,


puedes joder con Baby

Te necesitamos... ¿Imposible? Muy bien,


entonces, adiós, mi

galante caballero. Tendré que cabalgar en


el Tiergarten.
Las personas muy importantes, como
Alfred von Waldstein,

no se molestan en disfrazarse. Frac,


pajarita blanca y antifaz

negro.

Sigrid lleva un hermoso vestido bordado,


un delantal blan-

co, un gorrito de encaje blanco y el cabello


peinado con dos

trenzas: una novia campesina de la Marca


de Brandenburgo.

Cuando su mirada se encuentra con la


mía, sus ojos azul

cielo se dilatan de horror. Viene hacia mí,


me arranca la más-

cara y grita: ¿Dónde conseguiste ese traje


de cazador?

Se lo digo.

361

Alfred pregunta: ¿Qué te pasa esta


noche? La toma del

brazo

Tiene el rostro encendido. No me gusta


esto. Quiero vol-
ver a casa.

Alfred dice: Fuiste a Zeydlitz para


conseguir el disfraz.

No me gusta esto y quiero irme a casa.


Se muerde los la-

bios.

Alfred pregunta: ¿Qué es esa calavera de


allí? ¿Es eso

lo que te ha alterado tanto?

¿Qué calavera?, pregunto.

Alguien entre la multitud de fuera, hay


cientos tratando de

entrar, y un individuo lleva una máscara de


calavera...

¿Dónde está Christoph?, pregunta Sigrid.

Le dije dónde había ido Christoph y en


ese momento lo

veo, con las gafas subidas sobre la gorra de


aviador, cojeando

entre la multitud de baiIarines, con el


bastón en una mano

y una botella de champán en la otra. Hans


Kowalski, con

un alto gorro blanco de cocinero, abre la


marcha y, detrás,

viene Bertolt Brecht, sin máscara, sin


disfraz, sólo lleva una gra-
sienta chaqueta de cuero, pantalones
oscuros... y una gui-

tarra.

Los músicos negros abandonan el


escenario secándose el

sudor. Una Babel de voces llena el salón.

Yo estoy entre la multitud, con Sigrid.

iCómo era el hombre con la calavera?

Llevaba un brazo en cabestrillo.

Empieza un ruido tremendo. La gente


golpea sobre las

mesas con vasos y botellas. ¡Queremos a


Brecht! ¡Queremos

a Brecht!

Brecht sube a una mesa con su guitarra.


El salón queda

en silencio. Empieza a tocar. Empieza a


cantar con su voz

aguda y ronca.

Nicht so faul, sonst gibt es nicht


Genuss!

Was man will, sagt Baal, ist was man


muss.

Wenn ihr Kot macht, ist's, sagt Baal,


geb'acht,

Besser noch als wenn ihr garnichts


macht!

Aplausos y silbidos, algunos gritos de


«¡cerdo!», pero les

superan los que piden más.

El alemán es demasiado difícil para mí, o


quizás estoy be-

bido. Escucho las palabras; no las


entiendo.
362

Seil' nur nicht so faul und so verweicht,

Denn Geniessen is bei Gott nicht leicht!

Starke Glieder braucht man und


Erfahrung auch:

Und mitunter stort ein dicker Bauch.

¿Más? Muy bien, otra más.

Sigrid von Waldstein no escucha el


aChoral vom Grossen
Baal» de Brecht.

Los ojos de Sigrid buscan entre la


multitud.

Man muss stark sein, den Genuss macht


schwach.

Geht es schief, sich freuen noch am


Krach!

Der bleibt ewig jung, wie er's auch treibt,

Der sich jeden Abend selbst entleibt.

Oleadas de aplausos y, de una de las


galerias altas, dos ar-
lequines arrojan sobre Ia multitud cestos
llenos de rnarcos

alemanes.

Otra orquesta, esta vez no de negros,


empieza a tocar

un vals mientras los billetes de banco


llenan el aire como

confeti. Como hojas de otoño.

El vals es una antigua canción sobre un


húsar fiel que ama

a su chica aein ganzes Jahr», y ahora bailo


con el húsar.

Con sus botas y su gorro de piel, es más


alta que yo. Tiene
el rostro encendido y baila
espléndidamente, aunaue ha es-

tado bebiendo con entusiasmo toda la


noche.

Siento estar tan mojada, querido, estoy


sudando vino.

, Qué demonios le ocurre a Sigrid?

Vio a uno con una máscara de calavera.

Ha visto un fantasma. He buscado en


todo este caos v la

única calavera que he visto está aqui


arriba, en mi gorro..

Esto mantendrá alejado al otro fantasma...


Sonrie en mi cara:
¿Verdad, Peter?

Otro frio amanecer de noviembre. El


viento entra por las

puertas abiertas, mientras la gente se retira.


Los marcos sin

valor se arremolinan sobre la vacia pista de


baile y vuelan ha-

cia la calle: billetes de cien mil, de


quinientos mil, de un mi-

llón y de cien millones de marcos giran


alrededor de nuestros
tobillos y se arrastran por el asfalto y caen
en las alcantarillas

mientras subimos a un taxi.

363

Dónde tomaremos el desayuno, pregunto.

¡Uf! Estoy harta de tanta gente, dice


Helena. Vamos a la

Lutzowufer y os haré una tortilla. Clara ha


salido y puedes

dormir en su habitaci6n.

Christoph está muy silencioso y mira por


la ventanilla. ¿Si-
nifica que no quiere que yo vaya a casa de
Helena? No tengo

ganas de volver a Villa Keith. Esta semana


debo encontrar un

lugar donde vivir.

¿Te ocurre algo?, pregunta Helena.

Christoph niega con la cabeza, pero sigue


mirando por la

ventanilla. ¿Tiene esto algo que ver con la


actitud de Sigrid?

Pero ahora estamos en la Lutzovufer y se


produce la habi-

tual negociación por el precio del viaje;


después, subimos las
escaleras y, en el momento en que Helena
abre la puerta de

su apartamento, grita: ¡Hay alguien aquí!


Da cinco pasos

por el pasillo, abre la puerta de la sala y,


antes de oir el dis-

paro que nos ensordece, la vemos aplastada


contra la pared

opuesta, la vemos caer, mientras todo le


salia por entre el

cabello.

¡Y no puedo detener a Christoph! Tengo


la Smith & Wes-

son en la derecha, estoy tratando de


retenerlo con la izquier-

da, pero no puedo sujetarlo, se pone


delante de mi y hace

frente a la aparición aPazapada en el gran


sofá: cabello rubio

máscara de calavera bajada sólo lo


suficiente para revelar la

frente y los ojos, una Luger en la mano


derecha, con el cañón

más largo que he visto en mi vida,


expertamente apoyado de

través sobre el codo izquierdo enyesado...


y la bala que se me

lleva parte del pulmón ha atravesado ya el


corazón de su her-

mano.

364

Sueños de Amital

Aún recuerdo los sueños. Aún los tengo a


veces. Schwes-

ter Anna, la enfermera nocturna, fue quien


me dijo lo que me

habían dado. Algo nuevo, dijo ella, de la


Bayer-Leverkusen.

Para el dolor, para la excitación, para


dormir.

Uno de los sueños, que se repite con


frecuencia, es excitan-

te y triste al mismo tiempo, porque estoy


haciendo el amor, es

intolerablemente bueno, pero ella lo hace


todo, está encima, sus

pechos en mi cara, no puedo verle el rostro


y no sé quién es.

Al principio, no lo sé. Demasiado grande


para ser Baby, dema-

siado pesada. Demasiado grande para ser


Lili y sé que, de

todos modos, no es Lilí. Puede ser Bärbel,


pero no lo es: a

ella no la siento, y no se mueve ni huele


como Bärbel. Sigo

tratando de volver la cabeza para verle el


rostro, y cada vez

que creo saber quién es (¿recuerdas?),


siento en la espalda

un dolor que me corta el aliento. Estoy


boca abajo en la

mesa de la sala de urgencias embaldosada


de blanco del hos-

pital, una sala llena de enfermeras, con los


brazos desnudos y

ensangrentados delantales de goma, verdes


oficiales de pol;cía,

olor a éter, y estoy soñando otra vez,


soñando que nada de

todo esto ha sucedido en realidad, cayendo


entre nubes de éter

amarillo, soñando que todo ha sido un


sueño...

Creo que no es ésta la mejor forma de


comenzar este cuar-

to libro. ¿Cuál es la mejor forma,


pensándolo bien?

¿Cuándo tuve que admitir que no era un


sueño?

¿Cuándo vi, en aquellos ojos fijos en mí,


las mismas mi-

radas que había visto en Francia, después


de que me desenterra-

ron de debajo de toda aquella gentede parte


de aquella gen-

teque había volado por los aires con la


ambulancia de

Douglas Pratt?

No lo sé.

367
Quizá sea mejor empezar por la voz
serena de la señorita

Boat vright.

Llorar sienta bien. ¿Recuerdas?


Entonces, había un pro-

blema, no podias llorar.

De modo que lloré.

Eso fue después de que la señorita Boat


vright me llevara

del enorme Hospital Municipal, que olia a


desinfectante, a la

clínica privada del profesor Jaffa, cerca de


la Universidad, don-
de tuve mi propia habitación con la
Schwester Gertrud de día

y la Schwester Anna por las noches.

Es dificil hablar de este período, porque


había perdido toda

noción del tiempo. Al principio, mantenian


las cortinas cerra-

das. Después de un tiempo, empecé a


asociar a la grande y

gorda Schwester Gertrud con el sol de la


mañana en el techo,

y a la pequeña y morena Schwester Anna


con las inyecciones

que me ponian para dormir, calmar el


dolor, amortiguar la ex-

citación, producirme hermosos sueños pero


no adicción, no mor-

fina, algo nuevo. (Schwester Anna y


Schwester Gertrud ha-

bian servido en Francia y llevaban


medallas en sus almidona-

dos uniformes blancos. La señorita


Boatvright les contó que

yo habia salido de Verdún sin un rasguño.


«Estimada señorita

nadie pudo salir de Verdún sin un


rasguño», fue la respuesta

de Schwester Anna. «Algunos rasguños


son interiores.> «Ad-

mito mi error, Schwester Anna, y me


alegro de que usted esté

al cuidado de este caso».)

El profesor Jaffa era calvo, con un cráneo


brillante y una

larga chaqueta blanca. Aparecia poco


después de cada amane-

cer y auscultaba mientras sus ayudantes me


cambiaban el ven-

daje de la espalda; eso siempre dola, pero


cada vez dolía me-

nos al respirar.
La señorita Boat vright venía todos los
días. A veces, venía

dos veces al día. Traia un cuaderno de


dibujo, lápices, carbon-

cillo, plumas y tinta y hacía que las


enfermeras pusieran una

mesa para que, por lo menos, yo pudiera


trabajar, aunque tenía

que yacer de costado a causa del drenaje,


aun as dolía cuan-

do movia el brazo.

No importa que duela. No debes dejar


que se te debili-

ten los músculos. ¡No debes dejar que esos


dedos pierdan ha-

Y el profesor Jaffa decia que ella tenia


razón, asi que fi-

nalmente intenté hacer un pequeño dibujo


a lápiz de la Sch-

wester Gertrud sentada en la silla, tejiendo,


pero me dolió-

no obstante, creo que comprendí que el


dolor fisico me distraia

un poco del otro dolor.

368
El amital no calmaba el otro dolor. Nada
lo calmaba, en

ningún momento.

La señorita Boatwright hacía todo lo


posible.

Peter, ha sido excesivo para ellos.


Incluso la conexión

más remota con un asesinato político seria


demasiado. Recuer-

das cómo fue ¿no? ¡Ahora dos más! ¡Un


miembro de la fa-

milia! ¡Un empleado del banco! ¡Indicios


de fratricidio! No

pueden soportar esta clase de escándalo. ¡Y


los periódicos or-

ganizaron la de aquI te espero! Viejas


fotograflas de la revolu-

ción de mil novecientos diecinueve,


ajHermanos, no disa-

réis!>, fotos de Tacob Waldstein en los


tiempos de Napoleón;

fotografias de Helena cuando se casó con


el princine; fotogra-

fías de Christoph con su escuadrilla de


caas. Hasta enviaron

un barco lleno de fotógrafos para que


fotografiaran el Schloss

Havelblick. Por eso Lilí no puede venir.


No la dejan.

Podría escribir.

Oh, escribir!. Sé que lo hará. Pero,


cuando Bobbv se

marchó, justo en pleno lío... bueno, fue la


última gota, están

convencidos de que tú le ayudaste...

¿Cómo hubiera podido ayudarlo estando


aquI, en cama?
No manifiestan mucha lógica en esto,
Peter.

Nadie parece actuar con lógica. Frau


Keith no ha res-

pondido a mi carta.

Eso también es comprensible. Está muy


enfadada por

tus declaraciones a la policIa.

Señorita Boatwright, yo simplemente les


conté lo que

sucedió.

No podemos culpar a la mujer si se niega


a creer que
uno de sus hijos mató al otro.

¡Pero fue e1!

Querido muchacho, tú sabes que yo te


creo.

La policía no me cree, ¿verdad?

No he hablado con la policia, por


supuesto, pero creo

que el doctor Winterfeld manifiesta cierto


escepticismo, y lo

mismo los periódicos.

¿Por qué? ¿Por qué no me creen?

¿Un esqueleto entrando en la Lutzoufer?


¡Un guarda-
espaldas de Adolfo Hitler poniéndose una
máscara óara ten-

der una emboscada a su hermano?

¿Creen que yo lo inventé?

369

La señorita Boatwright negó con la


cabeza.

Mi impresi6n es que no saben qué


pensar. Me temo que

tu papel en el caso Rathenau, y ahora en


éste, te ha convertido
en un hombre misterioso para los
periódicos... y para las auto-

ridades. ¿Por qué llevaba un revólver un


pintor norteameri-

cano, por ejemplo?

Señorita Boatvvright, no pensarán que


yo...

No, daro que no. Las balas... sus balas


eran de distin-

to calibre.

No recuerdo haber disparado...

La polida informó que el revólver estaba


en tu mano
una bala habia sido disparada y el sofá de
Helena estaba lleno

de sangre.

¿Le alcancé a pesar de llevar una bala en


el cuerpo? Me

siento como Wyatt Earp, ¿no le parece?

Deberias sentirte como... algo distinto a


un estudiante

de arte.

¿Oué debo hacer?

Ponerte biendijo la señorita Boatwright.


Estábamos sentados en la barandilla del
velero y nuestros

pies reposaban en la arena negra y mojada;


el sol brillaba sobre

Helena y Lil, que se nos acercaban y se


quitaban el gorro

de baño. Christoph dijo:

Olvidémoslo. El sacacorchos está en el


fondo del cesto

y noté a mi lado el olor del cuerpo de


Schwester Gertrud.

¿Señor Ellis? Son ya las diez de la


mañana y un caba-
llero de la embajada de los Estados Unidos
lleva una hora aguar-

dando... Me dio su tarjeta de visita.

Langdon X7. MacVeagh III, teniente de


Infanteria. El su-

plente del Agregado Militar de la Embaja


de los Estados Uni-

dos de América, estaba sumamente


incómodo. Llevaba un traje

de calle con chaleco, el cabello con raya en


medio y, aparente-
mente, habia venido a verme para
averiguar qué les habia

ocurrido a varios miembros del equipo de


fútbol de Harvard

a quienes haba conocido en West Point. Yo


sólo saba lo que

le haba ocurrido a uno.

Iba conduciendo una ambulancia que


recibió el impac-

to directo de una granada alemana en


Chemin des Dames. Die-

cisiete de abril de mil novecientos


diecisiete.

Oh, siento mucho oir esto.


370

S, todos lo sentimos mucho.

Intentó conversar de política. Stresemann


haba renunciado

como canciller, como sin duda sabía yo,


pero seguia como mi-

nistro de Asuntos Exteriores en el nuevo


Gobierno de coalición

de Wilhelm Marx, sin parentesco con... ¡Ja,


ja!

¿Pero el general von Seeckt sigue


gobernando el país?

Bueno, no oficialmente, desde luego...

Los efectos del amital desaparecían y me


dolía la espalda.

¿Qué puedo hacer por usted, MacVeagh?

Bueno, en realidad...

Bueno, en realidad, el ministerio del


Interior acababa de

notificar al embajador de los Estados


Unidos que el visado me

sería retirado no bien estuviera en


condiciones de viajar.

Me expulsaban.
Mi primera reacción fue llamar a
Schwester Gertrud, pero

me contuve.

¿Dieron alguna razón?

Al principio, no. Simplemente es usted lo


que ellos

llaman persona non grata. Es latín.


Significa...

Sé lo que significa. ¿Preguntó alguien


por qué era yo,

de pronto, persona non grata?

Si. El embajador está enterado de su


amistad con la fa-
milia de banqueros Waldstein y con el
señor Wood, y pidió

a Harrison, de nuestra sección de asuntos


civiles que averigua-

ra si el ministro de Asuntos Exteriores


podia preguntar al mi-

nisterio del Interior...

Qué dijeron?

Usted desconoce la última noticia, por


supuesto, por-

que la policia sólo informó a los periódicos


esta mañana...

,JOué última noticia?


Encontraron al hombre ayer, a ese
individuo que usted

dice que mató a Keith y a su esposa...

¿Encontraron a Kaspar Keith?

Encontraron su cadáver.

¿Su cadáver? Mire, teniente, ¿seria tan


amable de con-

tarme toda la historia y no dejar que yo se


la tenga que arran-

car poco a poco?

Muy bien, he aquí lo que nos contaron: el


administra-

dor de una propiedad, en la Marca de


Brandenburgo, llamó al

policía local porque había encontrado a un


muerto en uno de

sus graneros. No sabia quién era ni cómo


había llegado allí. Así

que el policia fue en bicicleta. Para cuando


llegó al lugar, la an-

ciana, dueña de la propiedad, ya habia


identificado el cuerpo

como el de Keith...

371

¿La anciana es la condesa Bruhl?


¡Exactamente! ¿Conoce usted a esa
gente?

Cuénteme el resto, por favor.

La policia estatal prusiana se hizo cargo


del caso, tra-

jeron al cadáver y le hicieron la autopsia.


El brazo y el codo iz-

quierdo del individuo estaban destrozados,


su brazo izquierdo

estaba enyesado, pero no fue eso lo que le


mató. Lo que le

mató fue una herida reciente en el pecho.


Pérdida muy abun-

dante de sangre, infecci6n...


¿...y una bala alojada en su cuerpo?

Exacto.

¿Cómo iba vestido?

De trabajador agricola.

Trabajador agrícola. Entiendo. ¿Sabe


usted si la policia

estatal prusiana habló con el teniente conde


Briihl, de la Reichs-

wehr?

No sé nada de eso.

Pero, aun así, ahora que la historia que


conté a la po-
licía resulta verdadera, se me declara
persona non grata.

Yo no lo expresaria asi.

¿Cómo lo expresaría usted? ¿Qué


informó el ministerio

del Interior al ministerio de Asuntos


Exteriores?

Mire, Ellis, a mi me han enviado en


visita de cortesía

para darle el mensaje a fin de que usted


pueda hacer sus planes.

Hubiesen podido escribirle una carta...

¡Vamos, hombre, tengo derecho a que


me den una ra-
zón, por Dios!

Bueno, el caso es que no creemos que


tengan una ra-

zón concreta. Creemos que piensan que


usted puede estar en

nuestros servicios de espionaje...

¡Exacto! Eso es precisamente lo que


creen. Y usted sabe

que no es asi.

No, señor, yo no sé nada.

_,IQué?

Usted podría estar trabajando para el G-2


de Washington
o podria estar en el Servicio de Espionaje
Naval...

¿Y su jefe, el agregado militar, no lo


sabra? ¿El em-

bajador no lo sabría? Y, si por alguna


razón yo estuviera en

nuestro espionaje, por qué demonios me


complicaría en un

lio de esta dase? ¿Qué sentido tendria?

El teniente MacVeagh cruzó las manos.

No tiene ningún sentido y eso es lo que


tiene preocupa-

dos a los alemanes. Ahora tienen a tres


muertos, tendrán que
tomar alguna clase de determinación
judicial sobre lo ocurrido;

372

técnicamente tienen que vérselas con dos


casos de homicidio

y no saben cuál puede ser el esultado. Los


periódicos han ve-

nido publicando rumores bastante


mordaces... con relación a

todo este lo.

¿Qué quiere decir con eso de rumoreS


mordaces?

Estoy seguro de que puede usted


imaginar...

¡No, no me imagino nada!

Bueno, la dama que mataron, Frau


Keith, antes de su

matrimonio, había sido amiga del general


von Keith y de Wal

ther Rathenau y ahora la matan en una


pelea entre dos herma-

nos... uno nazi, el otro empleado del banco


Waldstein... Ade-

más, un norteamericano que lleva un


revólver... Creo que al-
gunos miembros del Gobiemo alemán
piensan que ya tienen

bastantes problemas, que pueden prescindir


de este...

MacVeagh se puso de pie

Ellis, creo que será mejor que me


marche.

Puesto que todos los demás están


muertos, si se libran

de mí se libran del lío. ¿Es ésta la teoría?

Espero que ra herida se le cure


rápidamente. No dude
en comunicarse conmigo si puedo serle de
alguna utilidad

y se marchó.

Toqué la campanilla y apareció


Schwester Gertrud.

Deme una inyección, por favor.

¡Pero señor Ellis! ¡Sólo de noche! ¡Sólo


para dormir! No

podría pintar. ¿Qué diria la señorita


Boatwright?

El profesor dijo que podía ponerme una


inyección si el

dolor aumentaba, y aumenta, Schwesrter


Gertrud. ¡Por favor!
¡No lo despierte, Schwester!

¡La baronesa von Waldstein, señor Ellis!


No querrá

usted dormir toda la tarde; la señora


baronesa ha venido a

verlo y he preparado un poco del té de la


señorita Boatwright.

El abrigo de piel de cordero negro de


Sigrid estaba mo-

teado de copos de nieve. Schwester


Gertrud la ayudó a aui-
társelo, lo colgó en el armario, sirvió el té...

Frau Baronin, hace unas horas le


administramos un me-

dicamento, tendria que tomar un poco de


té, no queremos que

pase todo el día dummiendo...

Salió de la habitación y cerró la puerta.

Sigrid se acercó y me besó en la frente.

¡Oh, Peter, Dios mio!

Estaba soñando... No estoy del todo


despierto... Me ale-
373

gro mucho de verte... luchaba por salir de


la niebla del

amital. No me habrían administrado


mucho.

Sacó del bolso un sobre azul y lo puso en


mi mesa de

noche.

De Lilí.

Eso también me alegra.

Tomamos el té y nos miramos durante


unos minutos.
Peter... no sé por dónde empezar.

¿Por qué no empiezas por el henil de


Schloss Zeydlitz?

¿Estás enterado de eso? Venía a


contártelo.

Le hablé del teniente MacVeagh.

Peter, vine desde la isla no bien mi


hermano llamó por

teléfono. El no sabía nada de esto hasta que


llamó nuestra

madre. Ha estado en la Bendlerstrasse y en


su casa varias se-

manas, no ha estado en Zeydlitz, nadie


sabe cómo Kaspar lleó
allí ni qué quería...

Bueno, puedo imaginarme lo que quería.


Quería aten-

ción médica, quería un lugar para


ocultarse... y te quería a ti.

Pero nosotros no lo sabíamos, Peter.


¡Nosotros nada

tuvimos que ver con esto!

Tú lo reconociste en el baile.

Sigrid negó lentamente con la cabeza y


miró por la ven-

tana.

No lo sé... Realmente, no lo reconoci,


sólo tuve una ex-

traña sensación, pero entonces, apenas un


momento después

¡lo vi otra vez! Quiero decir... su traje de


cazador, Peter. ¡Crei

que me estaba volviendo loca!

Entonces ¿por qué no nos dijiste nada?

¿A Alfred? No tuve valor.

En Munich había una orden de detención


contra él.

Sí. ¿Y debía yo traicionarlo? Ya lo


traicioné una vez...

iTraicionarlo? ¡El tenía una pistola en el


cabestrillo!

¿Cómo podía saber yo eso, Peter? Vi que


estaba herido.

¿Pensaste que fue para bailar el


charlestón?

No... pensé que habia ido para ser el


fantasma de la

fiesta, con aquella horrible máscara... ¡Sus


amigos están muer-

tos, escondidos o en la cárcel, y aquí, en


Berlín, nosotros en

un baile de disfraces!

Sigrid, fuiste tú quien me previno contra


e1.
Sí.

Tendido de costado, miré hacia la


ventana. Nevaba otra

vez. Podía ver solamente la copa de los


árboles desnudos a lo

largo del río v la pared de estuco gris de


una de las clínicas de

la Universidad. No podía ver el río.

374

Peter, vine squii para explicarme. Para


tratar de expli-
carme. No sabia qué hacer aquella noche.
No podiia decirselo

a Alfred, porque Alfred hubiera llamado a


la policia. Tú tam-

bién, creo. Pero se lo dije a Christoph.


Debes creerme. Le

dije: «¡Creo que tu hermano está entre la


multitud!». ¡Se lo

dije, Peter! Pero Christoph estaba tan... no


sé, tan fatalista

como si...Sigrid se encogió de hombros,


como si no le

importara: «Muy bien, mi hermano está


aquii, ¿qué puedo
hacer yo?!. ¿Me comprendes?

...Christoph mirando por la ventanilla del


taxi. Me volvi[

para mirarla y me dolió la espalda.

¿Sabes que yo maté a Kaspar?

Por supuesto. No tuviste alternativa. Sólo


deseariia que...

¿...que yo hubiera disparado primero?

Sigrid empezó a llorar. Sacó un pañuelo


del bolso y se

secó los ojos.

Dios miio, ¿qué se ha hecho de nuestro


pais cuando un
muchacho mata asi a su hermano, a la
mujer de su hermano... ?

Sigrid, ya no era un muchacho... y habita


matado... a

muchas personas.

Se sonó la nariz, se puso de pie y fue


hacia la ventana.

¡Dios miio! Todo es culpa mi;a, él me


amaba y, justo

cuando su mundo se derrumbaba, cuando


los obreros le arran-

caron las insignias militares, le arrancaron


el simbolo de su

posición, de su hombri[a... ¡entonces lo


dejé por otro hombre!

Miró la nieve que caia sobre el riio


Spree.

No fue culpa tuya. No podiias cambiar


tus sentimientos.

No podiías comparar a Alfred con Kaspar.

Continuó mirando por la ventana.

¿Te habló la señorita Boat vright sobre el


funeral? iTo-

das las complicaciones? No, quizá no se


enteró de los detalles.

Oh, fue espantoso, Peter. ¡Espantoso! Frau


Keith queriia que
Christoph fuera enterrado con su padre en
Potsdam, en el ce-

menterio militar, con o sin Helena. Pero


Christoph ya no es-

taba en el ejército, no murió en acto de


servicio, las orde-

nanzas no lo permiten, así que Frau Keith


envió a su coronel

a que obtuviera un permiso especial del


general von Seeckt.

¿Te lo imaginas? Y, mientras tanto, el


padre de Helena insiste

en que su hija no será enterrada en la


guarnición de Potsdam
si Seeckt no decide lo contrario. ¿Y el
servicio fúnebre? Re-

sulta que Helena es católica, se hizo


católica antes de la

guerra, cuando se casó con el priincipe.


¿Oué clase de funeral

hacemos, entonces? ¿Y dónde? Todos


hablan con todos, todos discuten y se
enfurecen... y al final, por supuesto, Alfred

375

debe decidir; asi que hacemos un sencillo


servicio en el gran

salón de Pariser Platz, el cuarteto de cuerda


interpreta a

Haydn, varios individuos se ponen en pie y


dicen cosas...

Muy parecido a la reunión de cuáqueros,


excepto que hay

una multitud enorme, toda la familia, gente


de teatro, gente

de la banca, ex-compañeros de Christoph...


Después vamos

a la isla y los llevamos por la colina hasta


el huerto de manza-

nos, detrás de la pequeña casa, los hombres


cavan una tum-

ba allí, el capellán protestante dice una


breve plegaria y, des-

pués, cubrimos los ataúdes de tierra...

Sigrid lloraba nuevamente, sin dejar de


mirar por la ven-

tana.

Y ahora encuentran a Kaspar. ¡En el


granero de mi ma-

dre! Tu bala norteamericana prueba que


disparó contra su her-

mano. ¿Dónde enterrarán a Kaspar?


¿Volverá a pedir ella a

Seeckt un permiso especial?

Sigrid...
Se volvió y me miró.

¡Y los periódicos! ¡No puedes


imaginarte! Cada periódi-

co ve justificada su propia posición


política: los nacional-socia-

listas ven banqueros judíos destruyendo a


una familia de ofi-

ciales prusianos; los centristas y los


socialdemócratas ven con-

firmada la erosión de las sólidas virtudes


de la sociedad ale-

mana y el fracaso de la élite financiera por


no apoyar los

principios democráticos de Weimar, ecos


del asunto Rathenau;

los comunistas ven bailes de disfraces


mientras millones pasan

hambre, libertinaje entre plutócratas,


traición entre sus mer-

cenarios. Hasta la Vossiche Zeitung,


conservadora, como es,

publicó un editorial delirante acerca de que


la marcha sobre

Berlín fue materialmente detenida en la


Feldherrnhalle de Mu-

nich, pero simbólicamente llevada a cabo


por lo que llaman

«asesinato de Caín y Abel» en la casa de


una actriz socialmen-

te importante que vivía en la Lutzevvufer.


¡Y el Berliner Ills-

trierte publica fotografías, fotografías y


más fotografí,as!

¿Y eso no gusta a los Waldstein?

¿Que si no les gusta? Están fuera de sí.


No les importa

ser ricos e importantes, les gusta tener


dinero, poder, ca-

sas hermosas y al canciller en la mesa a


cenar, pero no les

gusta la publicidad. No les gusta llamar la


atención. Y cierta-
mente, nada quieren tener que ver con
Fememord ni nada

parecido.

Lo cual ahora me incluye a mi.

Ella asintió.

Alfred no, por supuesto. Pero sí su padre,


su tío y los

376

demás, y tienes que comprender la razón,


Peter. Por una parte
se sienten seguros, tienen su dinero, tienen
sus títulos, son

aceptados. Pero ven lo que le sucedió a


Walther Rathe-

nau, ven las multitudes que escuchan a


Hitler cuando vocifera

mentiras sobre los judíos, ven a Kaspar


Keith matar a su pro-

pio hermano, ven a Kaspar Keith matar a


Helena, sienten que

millones de ojos se vuelven hacia ellos,


súbitamente se sien-

ten... hizo una pausa, buscando la palabra


exacta, ¿in-
seguros? ¿Vulnerables? En realidad, nada
que tenga que ver

contigo. Tú sólo eres, de alguna manera...


parte de lo que

ha sucedido y, por eso...se detuvo, bajó la


vista v apretó

los labios.

Por eso no quieren verme.

Ninguna respuesta. Siguió mirando al


suelo.

Ni que vea a Lilí.

Tampoco respondió esta vez.

Por lo tanto, no tiene objeto pedirles que


me ayuden,

pedirles que hablen con el doctor


Stresemann para que óueda

quedarme en Berlin.

Sigrid levantó la vista.

¿Por qué deseas quedarte en Berlín?

Tambores redoblando a ritmo de marcha.


Bandas marcan-

do el paso. Miles de botas golpeando


rítmicamente el as-
falto: dos... cuatro... seis... ocho... cien mil
voces:

Die Fahne hoch!

Die Reihen dicht geschlossen!

S.A. marschiert

Mit fuhigfesten Schritt...

Y los estandartes por todas partes:


enormes, rojo sangre

con gruesas esvásticas negras, flameando


sobre las columnas
que desfilan, colgando inmóviles de todas
las ventanas...

No importa cuánto amital me dieran, no


pude tener este

sueño en 1923.

Horst Wessel era un proxeneta de


Neukolln- Horst Wes-

sel era comandante de la S.A. en Neukolln;


Horst Wessel no

escribió esa canción hasta 1930.

Eso lo sabemos, ¿verdad?

Así que no pude tener ese sueño en 1923.

Pero lo tuve.
377

Cartas

SOBRE AZUL

Queridisimo Peter:

JQué puedo decirte?

Sigrid te llevará esta carta y te explicará


por qué no he
ido a verte. Me vigilan constantemente, mi
padre y hasta mi

madre se han vuelto un poco locoses la


única forma de

describirlocon todos los artículos de los


periódicos y aún

más con Bobby, que ha huído para reunirse


con la rusa en

América.

Yo trato una y otra vez de explicar que


nada de esto es

culpa tuya, pero no puedo convencerlos.

Mientras tanto, la señorita BoatvJright


trae noticias de
que tienes los mejores médicos y
enfermeras, y que estás fue-

ra de peligro. Todo me parece una


pesadilla. Para mi. Cuando

despierto por las mañanas, pienso: oh, no


ha sido más que una

pesadilla, una pesadilla espantosa, y esta


noche iremos a otra

fiesta con Helena y Christoph, y entonces


recuerdo cómo los

jardineros echaban la tierra al caer sobre


los ataúdes.

Me siento muy mal por las pequeñeces y


tonterias que a
veces le decia a Helenaa propósito de sus
hombres, pero

en realidad era solamente envidia, ¡quería


sentir la misma ale-

gria de vivir que ella! Creo que eso a los


hombres hasta les gus-

ta más que la belleza. Se nace hermosa o


no, pero esto es otra

cosa, esto surge del interior de una y


no-puedo imaginármela

dentro de esa caja, bajo tierra.

¡Y Chirstoph, tu mejor amigo! ¡Tú le


salvaste la vida v

su hermano se la quita! Los periódicos


hablan de Caín y Abel.

La historia más horrible de la Biblia.

378

Creo que Bobby se marchó por eso.


Quiero decir que po-

siblemente lo habia planeado antes, pero la


muerte de Chris-

toph le hizo decidirse. Bobby estaba más


cerca de Christoph

que Alfred. Christoph era, en realidad, más


hermano mayor que
Alfred.

Ahora tengo que cerrar la carta, porque


Sigrid está aqui

y debo dársela cuando nadie me vea.

¡Por favor, ponte bien, pronto, amor mío,


porque tengo

muchas ganas de verte!

XXX AMOR XXX AMOR XXX


LILI
SOBRE BLANCO

Waldstein & Co.

N.- 4, Gendarmenmarkt

Berlín W

den 10. Dezember 1923

Sr. Peter Ellis

c/o Klinik Prof. Dr. Jaffa

N.° 2, Artilleriestrasse (Ebertsbrucke).


Berlín N

Estimado Ellis:

Escribo esta primera comunicación desde


las tragedias de

noviembre, porque mi amigo y cliente, el


Prof. Dr. Sigmund

Jaffa, me anuncia que su salud física ha


mejorado hasta el

punto de que puede ya interesarse por los


asuntos del mun-

do exterior.

Antes de pasar a los asuntos comerciales,


permítame com-

partir con usted el pesar por la trágica


pérdida de nuestro co-

lega y amigo, y de su esposa, y también


ofrecerle la expresión

de mi admiración personal por su gallarda


conducta, la cual,

si bien no alcanzó a impedir la terrible


desgracia, por lo menos

puso merecido punto final a la vida del


asesino.

La pérdida de Christoph Keith es no sólo


la r7érdida de

un valioso colaborador y amigo. La


pérdida de Christoph Keith

es también una pérdida para la nación


alemana, que ya ha

perdido a muchos de su mejores jóvenes,


hombres que ha-

brían arrancado a la generación venidera


del actual desorden

hacia una era de paz, prosperidad y


fraternidad. Personal-

379

mente, esperaba que su formación militar y


su talento innato

para el mando y la experiencia financiera


que estaba adquirien-

do con nosotros se habrían combinado en


pocos años para pro-

ducir a un hombre de negocios y estadista


sin igual en esta na-

ción. Con «Die Schone Helena» a su lado,


hubiera podido, en

mi opinión, elevarse hasta las posiciones


más altas que ofrece

esta nación. Pero no pudo ser...

Mi estimado joven, ahora debo pasar,


con reparos, a cues-
tiones de negocios. Como supongo que
usted no ha podido se-

guir las noticias financieras en la prensa,


empezaré con un bre-

ve resumen de lo sucedido durante las


semanas más enloque-

cidas que yo recuerde, las semanas más


enloquecidas que re-

cuerda cualquier banquero u hombre de


negocios de esta na-

ción.

En suma, la inflación parece estar


terminando. La Ren-

tenmark del doctor Schacht está siendo


bien recibida. Es difícil

explicar la razón, porque la razón se basa


principalmente en la

psicología de las masas y no en la


economía. La idea de que la

Rentenmark esté respaldada por una


hipoteca sobre la tierra v

la industria alemanassi bien carente de


significado para fines

prácticos y legalesparece no obstante


significar algo nar

nuestro pueblo y, al parecer, está


restableciendo la confianza en

el papel moneda alemán como medio de


pago. Los granjeros,

en particular, aceptan ahora las


Rentenmark en pago de sus

cosechas, por lo que la cosecha de 1923 ha


sido entregada,

los productos agrícolas llegan a las


ciudades, el hambre termi-

na y también, como consecuencia, los


disturbios civiles.

¿Cómo ha sucedido esto? Mientras se


estaban imprimien-

do billetes de Rentenmark, los viejos


marcos siguieron caven-

do en relación al dólar. El 20 de
noviembre, al Kurs del mer-

cado negro era de 11.000.000.000.000


marcos el dólar. Sin

embargo, el cambio oficial en el mercado


de Berlín para ese

día era «solamente» de 4.200.000.000.000


marcos el dólar.

A algunos de nosotros y al doctor Schacht


nos pareció que o-

driamos sostener esta tasa el tiempo


suficiente para fijarla

como base de conversión de la


Rentenmark, porque habría de-

jado los números redondos, aunaue


«redondos es, en este

sentido, casi una broma de mal gusto. En


consecuencia, el doc-

tor Schacht, como delegado económico del


Reich, decretó que:

1.000.000.000.000 marcos = 1 Rentenmark


= 10/42 de

dólar.

Para expresarlo de otra manera: el viejo


marco valdría la

billonésima parte de un Rentenmark y, por


lo tanto, para con-
380

vertir los marcos en Rentenmark, sólo


habria que tachar doce

ceros.

Hasta ahora, por lo menos, esta tasa de


cambio se ha man-

tenido: el Kurs del mercado negro y el


Kurs de la Bolsa de

Colonia (¡ocupada, como usted sabe, por el


ejército francés!)

han bajado, de manera uniforme, desde los


once billones el
dólar del 2 de noviembre hasta esta
mañana, en que alcanzó

el Kus «oficial», de la Bolsa de Berln, de


cuatro billones dos-

cientos mil millones el dólar. Por lo tanto,


podria decirse

que el doctor Schacht ha logrado


«estabilizar» el marco. Es-

tas operaciones de estabilización fueron


acompañadas de una

baja catastrófica y totalmente inesperada


del precio de las ac-

ciones en la Bolsa de Berln. Hay varias


teorías para explicar
esto; no le molestaré mencionándoselas.
¡Siempre es más fácil

explicar lo que ha sucedido que lo que


sucederá en la Bolsa!

En cualquier caso, el valor de las


acciones de su cuenta

cayó súbitamente por debajo del valor de


su deuda en dóla-

res con nosotros. No nos quedó otro


remedio, dadas las cir-

cunstancias, que vender sus acciones por lo


que pudimos ob-

tener (como se detalla en el balance


adjunto del 1 de diciem-
bre de 1923), lo cual fue
considerablemente menos que el

importe de su deuda.

No le hará sentirse mejor saber que


millones de personas

de esta nación también han quedado


financieramente arruina-

dasen su mayoria, no por la caida de la


Bolsa, sino por la

devaluación del marco, que ha destruido


todas las cuentas de

ahorro, todas las pensiones, todas las


pólizas de seguro de

Alemania. Al parecer, el marco se ha


estabilizado, pero la clase

media ha quedado reducida al nivel del


proletariado. Aquellos

que tienen trabajo podrán recuperarse; los


que dependen de

pensiones, capitales o ahorros se verán


obligados a vender, los

cubiertos y los muebles y, en algunos


casos, a venderse a sí

mismos.

Mis ilustres socios, aunque sufrieron


considerables pérdidas

de capital, consideran que los


acontecimientos de las pasadas se-
manas fueron una purga necesaria e
inevitable. Piensan que el

año próximo se podrá negociar un acuerdo


razonable sobre las

indemnizaciones y que, entonces,


Alemania podrá alcanzar por

fin la paz interna y la prosperidad


económica.

Ruego para que su optimismo esté


justificado. En la Ta-

gerstrasse veo a ancianas respetables,


sentadas ante mesas ple-

gables, vendiendo cuchillos y tenedores


que recibieron como
regalo de boda... ¿A quién acudirán estas
personas?

Pero nada de esto debe afectarle. Es


usted joven, no tie-

381

ne responsabilidades finanáeras. Cuando


recupere la salud po-

drá continuar su carrera artistica donde


prefiera, y si observa

la postal que le adjunto, encontrará una


sugerencia que le ser-
virá en el futuro.

Esta carta se ha hecho demasiado larga.


Si tiene alguna

pregunta que hacer sobre el estado de su


cuenta, por favor,

dirijase a Herr Borgenicht, o a nuestro


departamento de con-

tabilidad, que se sentirá complacido de


proporcionarle las

aclaraaones necesarias. De parte mía y de


toda la firma, quie-

ro expresarle nuestros sinceros deseos de


una pronta recupe-

raaón.
Con el mayor respeto

E. Strassburger

No pude entender mucho del estado de


mi cuenta: varias

páginas de transacciones mecanografiadas


en papel muy del-

gado, con una cantidad vertiginosa de


ceros después de cada

dgito. Mi saldo con Waldstein & Co., a 1


de diciembre de

1923, parecía ser de unos


21.000.000.000.000 marcos. ¿Ta-
char doce ceros? Veintiun Rentenmark.
¿Alrededor de cinco

dólares? Sin embargo, mi deuda siempre se


expresaba en dó-

lares. Debía más de setecientos cincuenta.


En otras palabras,

no sólo estaba arruinado, sino que estaba


endeudado hasta el

cuello con Waldstein & Co.

La postal era una vista de la Puerta de


Brandenburgo y

de la Pariser Plat. En el dorso, escrito a


tinta, haba el siguien-

te mensaje sin firma:


500 dólares de la sucursal de Amsterdam
transferidos a la cuen-

ta de la señorita Susan Boatvright,


Morgan Harjes & Co., Pars

(filial de J. P. Morgan & Co., Nueva


York).

Como estos fondos están fuera del


control de Waldstein & Co. y

fuera de la jurisdicción de los tribunales


alemanes, Waldstein &

Co., no puede cumplir con las normas de


la Reichsbank en cuan-

to a ejercer derechos contra cuentas con


saldo negativo.

Waldstein & Co. se despedia. La señorita


Boatwright es-

taba pagando mis deudas.

382

Pronóstico del profesor Jaffa

¡Otra vez! ¡Respire hondo...! ¿Duele?


si.

Bien... ¿Duele aquí?

No, señor.

Bien. ¿Le gusta el zurcido?

No puedo verlo, doctor Jaffa.

Schwester, el espejo, por favor...

¡Oh!

¿Qué significa ese «¡Oh!? ¿Acaso no vio


cosas peo-

res en Francia?

Mucho peores. Ha hecho usted un trabajo


maravilloso.
Yo hice un trabajo maravilloso y usted
tuvo Schwein

como decimos en Berlín. ¿Sabe lo que


significa?

Buena suerte.

Una buena suerte increible. No sé por


qué lo decimos

asi. El agujero de adelante no se verá


mucho. Entrada lim-

pia, sorprendentemente. Tres puntos. El


agujero de atrás es

otra historia. Y el tejido pulmonar. No


llegará usted a ser

corredor de maratón, pero ahora podrá


respirar fácilmente

Creo que su padre lo aprobará.

¿Tiene noticias de mi padre?

Recibi una carta suya. Profesor de


Cirugía, Universidad

de Pennsylvania. Queria una descripción


exacta de la herida,

un diagrama del trayecto de la bala, una


descripción del trata-

miento Escrito en alemán, dijo él. Dijo que


trabajó con Hof-

meister en Munich, en 1895 y 96.

No he tenido noticias de mi padre...


Parece interesado en su estado. Le he
dicho que vivirá

Pero no en Alemania, doctor Jaffa.

Usted es norteamericano. ¿Por qué quiere


vivir en Ale-

383

mania? A propósito, he enviado a mi hijo a


que haga su pe-

riodo de residencia en Nueva York. Con el


doctor Walter

Kuhn, del Hospital Lenox Hill.


¿Por qué, doctor Jaffa?

Si prefiere vivir en América, tendrá que


pasar los exá-

menes de ustedes...

¿Por qué preferiría vivir en América,


siendo alemán?

Schwester Gertrud, ¿quiere traernos un


poco de té, por

favor...? ¿Jaffa le parece a usted un


apellido muy alemán?

¿Cree que el caballero que le meti6 una


bala en el pulmón

consideraria alemán a mi hijo? Es el menor


que tenemos y el
único médico. Uno de sus hermanos cayó
en el Marne, el otro

en Verdún. Pero eso no tiene importancia,


nosotros no somos

alemanes para los amigos de Herr Kaspar


Keith. iY cuántos

amigos piensa usted que tiene e1 allí? ¿Vio


las fotografías de

Munich? Miles desfilando, miles con la


cruz gamada.

Pero el ejército los derrotó. Hitler huyó y


ahora está

en la cárcel.

Sí, Hitler está en la cárcel. JSabe a


cuántos han deteni-

do de entre tantos miles? A unas cuantas


docenas. ¿Sabe

cuántos irán a juicio? Una d«ena... quizá.


¿Sabe qué va a su-

cederles? Como máximo, unos meses de


prisión. Ahora, si hu-

bieran sido comunistas... ¿Ha oído usted lo


que ocurrió en

Munich en mil novecientos diecinueve, lo


que ocurrió aquí, en

Berlín?

Si, lo he oído, estoy enterado. ¿Pero no


estará usted a
favor del comunismo?

No, joven. Ciertamente no estoy a favor


del comunis-

mo, pero el comunismo no es el peligro de


este país. ¿Leyó

lo que dijo el canciller Wirth después de


que mataran a Rathe-

nau? El enemigo está en la derecha. Y si la


República no des-

truye a ese enemigo, ese enemigo destruirá


a la República, no

le quepa la menor duda.

¿Usted cree que va a ocurrir eso?


¿Acaso soy adivino? He hipotecado este
edificio con

los Waldstein a fin de que mi hijo pueda


estudiar Medicina en

Nueva York.

¿Sabe?, yo no creo que los Waldstein


estén tan entu-

siasmados con la República o que les


preocupe demasiado la

derecha.

Exacto. Los Waldstein depositan su fe en


Herr Gene-

raloberst von Seeckt y su Reichsehr. El


ejército mantendrá el
orden en este país. El doctor Schacht y el
doctor Strassburger

restablecerán la econora, con un poco de


ayuda de Herr Stin-

384

nes, Herr Thyssen, Herr Kirdork, Herr


Krupp von Bohlen y

el resto de esos caballeros. El doctor


Stresemann convencerá

a los aliados de que reduzcan sus


exigencias indemnizadoras,
y los franceses se irán de la Ruhr. El sol
brillará nuevamente

sobre Alemania y sobre Waldstein & Co.

¿No lo cree usted asi, doctor Jaffa?

¿Que el sol brillará nuevamente? Mi


querido joven, yo

no soy solamente el cliente de los


Waldstein, soy el médico

de los Waldstein. Los conozco de toda la


vida. Los admiro.

Quizá les envidie. Pero también estoy


afligido por ellos, y en-

fadado con ellos. ¿Quiere saber por qué?


Le diré por qué.
Porque la población judía de Alemania
necesita a jefes, los ne-

cesita urgentemente, y los Waldstein


tendrían que ser esos je-

fes, quizá nacieron para serlo. ¿Pero lo


son? ¡No! Al contra-

rio: se han convencido a si mismos de que


no son judíos.

Con sus títulos, con su poeta, y ahora con


un novelista,

sus amistades con tres Kaisers, su relación


con Bismarck, su

mansión en el Pariser Platz, su palacio en


el Havel. sus espo-
sas de ascendencia hugonote o junker, sus
árboles de Navi-

dad... ¡sin duda, los Waldstein no son


judíos! Pero ¿qué pen-

saba de ellos el hombre que mató a su


propio hermano? ¿Qué

piensa ese cabo austriaco encerrado en la


fortaleza de Lands-

berg. . . ? Discúlpeme por este estallido,


sólo puedo permitirme

estos comentarios ante un hombre de otro


pais. Le ruego que

no los repita... Aqui está nuestro té.


385

El otro tema

Buenas tardes, señor Ellis el criado que


abrió la

puerta no cambió de expresión, tomó mi


abrigo y mi sombre-

ro y me condujo por el gran salón, donde


estaba el enorme

árbol de Navidad, hasta la biblioteca. La


casa parecia vacia. Yo

saba que no lo estaba; se oía el silencio.


¿Un Jerez, señor?

No, gracias.

Herr Baron ha sido avisado de su


llegada.

racias.

Cerró la puerta.

La casa de los Waldstein estaba a pocas


manzanas de

la casa de la señorita Boatwright, donde


me alojaba, pero era

la caminata más larga que había intentado


hasta el momento y

me senti débil. Habia fuego de carbón en la


chimenea y me

senti mejor. Miré caer la nieve en el patio


de ladrillo. Nueva-

mente me pregunté por qué esta audiencia


me era concedida

aqui y no en Gendarmenmarkt; quizá no


querian que me vie-

ran en el banco; quizás era aquél uno de los


días en que el ba-

rón von Waldstein iba a su casa para


almoKar y hacer la

siesta.

Entonces, apareció: sonrisa cortés, firme


apretón de ma-
nos.Me preguntó si queria una copa de
Jerez y me rogó que

me sentara.

Jaffa me dice que lleva vendas.

í, pero sólo para sostener las costillas.


Estoy casi cu-

rado.

¿Ningún problema para respirar?

Muy pocos, señor. Me han cuidado


maravillosamente...

Barón von Waldstein, aprecio mucho esta


oportunidad de ver-

le en persona.
386

Escribió usted una carta eficaz. Me hizo


sentirme... des-

cortés.

Cada palabra de esa carta era cierta,


señor. Yo no soy

un agente secreto, no estoy comprometido


en ninguna actividad

política, las cosas que sucedieron... todas


ellas... sucedieron
porque traté de ayudar a Christoph a
mantener a su hermano

alejado de la conspiración nara matar a


Rathenau...

El barón levantó la mano.

Señor Ellis, no necesita repetirlo todo y


no veo motivo

pra discutir el asunto. Usted sabe que todos


nosotros le es-

timamos. El verano pasado le dije que, en


principio, mi esposa

y yo no nos oponíamoshizo una pausa para


encontrar una

palabra neutraa una alianza entre usted y


nuestra hija. Pero

las circunstancias han cambiado. En primer


lugar, ahora te-

nemos la sensación de verdadero peligro


físico para ella. Usted

ha estado en Berlín... ni siquiera dos años,


¿no es cierto?, ¡y se

ha visto comprometido en nada menos que


en tres asesinatos

políticos!

Pero todos surgieron de la misma...

¡Tres asesitatos políticos! Y, en segundo


lugar el Go-
bierno alemán al parecer ha estimado que
su presencia en el

Reich no es deseable por razones de


seguridad. ¿Cuál cree

usted que es mi reacción, señor Ellis?el


barón me miraba

con intensidad. ¿Debo confiar a mi hija de


dieciocho años

a un hombre a quien mi Gobierno expulsa


de mi país?

Barón... cabeceé. No puedo comprender


por qué

lo han hecho. ¿Razones de seguridad? Con


sus relaciones...
me parece, y lo digo con todo respeto, que
usted debe de sa-

ber más que yo sobre esta decisión.

No sé nada sobre esta decisión. ¡Nada!

Usted podria averiguarlo fácilmente,


señor.

No respondió. Miró por la ventana.

¿No quiere usted averiguarlo?

Debo suponer que las autoridades tienen


sus razones.

Las cuestiones de administración policial y


de seguridad pú-

blica no son de mi incumbencia.


Barón von Waldstein, usted sabe que yo
no soy una

amenaza para la seguridad pública.

¡Tres asesinatos políticos! ¡Una


avalancha de publicidad

periodIstica! En política, como usted sabe,


las apariencias cuen-

tan tanto como los hechos. Quizá más.

No había esperarla. Hubiera tenido que


plantear el otro

tema, el tema en el que ni siquiera quería


pensar, el tema en
387

que habia estado cavilando, el tema que me


había causado pe-

sadillas.

Jamás he sido miedoso. Tuve miedo en


Verdún. Tuve

miedo en el Chemin des Dames. No lo tuve


en aquellos mo-

mentos en casa de Helena, porque no hubo


tiempo. Pero allí,

sentado en el sillón de cuero de la


biblioteca de Pariser Platz
n.° 4, estaba mortalmente asustado.

Barón von Waldstein, realmente no sé


cómo decirle

esto. Usted me dice que tiene dudas acerca


de la seguridad de

Lil conmigo. Espero que no me considere


impertinente si

digo que yo tengo dudas, dudas terribles,


acerca de la segu-

ridad de Lil con usted. No, no me refiero a


usted, me refiero

a Alemania, me refiero a la seguridad de


toda su familia, de

todo su... ¿pueblo...? aqui en Alemania. No


quería decir

estas cosas y me obligo a decirlas porque


tengo que decir-

las, señor...y súbitamente tuve problemas


para respirar, me

empezó a doler, tuve que detenerme


mientras el baron se qui-

taba las gafas me miraba frunciendo el


ceño.

¿Por dónde tendria que empezar? ¿Y


cómo?

Barón, el verano pasado... no sé


exactamente cuándo,

no mucho antes de su cumpleanos,


Hermann Goring llamó nor

teléfono a Christoph...

¿Qué?

Hermann Goring llamó por teléfono a


Christoph a su

banco y después se encontraron en un bar


para tomar una

copa. . .

Conté al barón von Waldstein la historia


completa de la

advertencia de Goring a Christoph.

Escuchó impasible, hasta que terminé.


Después dijo:
Supongo que me siento decepcionado
por el hecho de

que Christoph Keith no me lo haya contado


él mismo. Fuera

de eso, ¿qué significado tiene? ¿Le


sorprende que los hombres

de Hitler propongan medidas contra los


judios? Han venido

gritándolo desde hace años.

Goring tuvo razón acerca del golpe y


tuvo razón a pro-

pósito de Kaspar.

Tuvo razón a propósito de Kaspar. Se


equivocó acerca
del golpe. El golpe fracasó porque la
policía y el ejército se

mantuvieron firmes. Hitler huyó. Goring


huyó. Hitler está en

la cárcel. Goring se oculta en Austria.


Todos ellos están com-

pletamente desacreditados. Una broma.

Señor yo estuve en su banco el día del


golpe, cuando

nadie podia decir quiénes iban a ganar en


Munich. No o que

nadie se riera.
388

¿Qué quiere decir con este comentario?

¡Señor, usted vio las fotografias de


Munich! ¡Miles de

personas marchando y vitoreando a los


nazis! ¡Esvásticas en

todas partes! La policia metió a un puñado


de personas en la

cárcel, otro puñado huy6 y el resto se fue a


casa. ¿Dónde es-

tarán éstos la próxima vez?

Tengo muchas esperanzas de que no


habrá una próxi-

ma vez. La situación ha cambiado por


completo mientlas

usted estuvo en d hospital. Tenemos


pruebas convincentes de

que el marco se ha estabilizado, la


inflAción está siendo atajada

muy rápidamente, los aliados tendrán que


entrar en razón

en cuanto a las indemnizaciones. Los


gastos del Gobierno se han

reducido substancialmente. La Ruhr ha


vuelto al trabajo. Por

fin tenemos un Gobierno fuerte,


firmemente apoyado por el

eiército. Yo personalmente contemplo con


optimismo mil no-

vecientos veinticuatro, para la industria


alemana y para el

pueblo alemán...

Pero ¿y la gente que ha quedado en la


miseria? ¿Su co-

cinera del Spreewald? ¿Y Frar Keith?

El barón se pasó una mano por los ojos.

¿Qué está tratando de decirme, joven?

¿Oué estaba yo tratando de decirle, en


realidad?
Sé que aumenta la hostilidad contra los
judíos en Ale-

mania, creo que los nazis seguirán


culpando a los judíos de la

inflaaón. . .

Coincido con usteddijo el barón. Hay una


hostilidad

creciente, y los extremistas nacionalistas


harán lo posible por

acrecentarla aún más. ¿Qué quiere usted de


mí? empezó a

tamborilear los dedos en la madera del


sillón.

Bien, para empezar, le pido


respetuosamente permiso

para casarme con Lilí y para llevármela


conrnigo a los Estados

Unidos.

¿Porque en los Estados Unidos no hay


hostilidad con-

tra los judíos?

¿Cómo, señor?

Tengo entendido que su padre trabajó


durante un año

con el profesor Hofmeister, en Munich.


Bien, yo trabajé un

año con Jacob Schiff, Kuhn, Loeb & Co.,


de Nueva York,

los más fuertes competidores de J. P.


Morgan.

No estaba al corriente de eso, barón.

Sí. Una experienaa muy interesante.


Aprendi mucho.

Una de las cosas que aprend{ es que, en


América, no admiten

en los mejores hoteles a personas de


apellido judio. Otra cosa

que aprendi es que cada audad tiene un


club de golf y que
389

no aceptan a miembros judios. Ni siquiera


a Jacob Schiff. Y,

en las mejores playas de Long Island, no


permiten que los

judios adquieran casas. M siquiera Jacob


Schiff.

Creo que d señor Otto Kahn, que está en


esa misma

firma, posee una residencia palaciega en


Cold Spring Har-

bor...
No soy admirador de Otto Kahn. ¡Nació
en Mannheim

y se pasó la guerra haciendo propaganda en


contra de Alema-

nia!

El barón se habia puesto de pie, y la


discusión se habIa

desmandado.

Barón von Waldstein, lo último que


deseo es iritarle...

¡Sin embargo, lo ha conseguido! Tiene


usted buenas in-

tenciones, pero es un joven muy ingenuo y


no sabe de qué
está hablando. Sí, aqui en Alemania haya
antisemitismo, siem-

pre lo hubo, le aseguro que estamos al


tanto de esto, pero, has-

ta cierto punto hemos... vivido con el


antisemitismo. El pue-

blo judio y los cristianos de ascendencia


judia han alcanzado

una posición aqui, especialmente en lo que


fue el reino de

Prusia, que no tiene paralelos en ningún


lugar del mundo. In-

cluyo Inglaterra en esta afirmación, a


Francia, y sin ninguna
duda también su pa{s, aunque tengo
entendido de que esa con-

vivencia parte de la teoria de que todos los


hombres han sido

creados igualesdijo el barón.

Barón, esas cosas que usted menciona,


hoteles y clubs

privados.. .

No s610 hoteles y clubs privados.


¡Bancos! ¡El National

City Bank! Jacob Schiff se sintió muy


orgulloso cuando, en

mil ochocientos noventa y nueve, lo


hicieron director. ¡En-
tiendo que todava no tienen ningún
funcionario judío!

Bar6n, esas cosas son ciertas, no puedo


negarlas, pero

nada tendrian que ver con Lil, no se


aplicarian a mi esposa...

No se aplicarian a su esposa. ¡Me


tranquiliza mucho es-

cucharlo!

Es diferente, señor. Es... una especie de


asunto social.

Si, ésa fue mi observaci6n: los judíos


están colocados

en un estrato social que se encuentra por


encima de los ne-

gros, pero debajo de... ¿cómo los llaman?


¿los blancos?

eñor. . .

La casa Waldstein ha estado


inextrincablemente arraiga-

da a la cultura, el comercio y la historia del


reino de Prusia

y de la nación alemana desde mediados del


siglo dieciocho, y,

en reconocimiento de ello, el primer Kaiser


Guillermo elevó
390

a mi padre a la nobleza, y no sólo a la


nobleza sino a la Frei-

herrschaft. ¿Espera usted que yo envie a


mi hija, que nació

baronesa, con un apellido que está en todos


los libros escola-

res, a un país donde podría no ser


considerada enterarnente

blanca?le temblaba la voz.

Pero usted me dijo que no tenia


objeciones en principio.
Eso era aqu. Suponíamos que usted se
quedaria aquí,

que seria pintor... Usted parece tener


talento, la gente com-

pra sus cuadros... Le aseguro que no tuve


ninguna intención

de enviar a mi hija a América.


¡Ninguna!hizo una pausa

para recobrar d aliento. Su cara me dijo


que d tema estaba

cerrado. Silencio. Pude oir los latidos de


mi corazón.

A propósito, ¿ha vendido algún cuadro


en su país7su
voz estaba más serena.

No, barón. He estado ausente varios


años, en realidad

acabo de...

Entonces, ¿puedo preguntarle cómo se


propone vivir,

por no hablar de cómo se propone


mantener a una esposa?

(ccon las quinientos dólares que le


permitimos conservar).

No pronunció las palabras, pero, aun asi,


quedaron igualmente

flotando en d aire.
reo que mi familia me ayudará a empezar
otra vez.

¿De veras? ¿Ha tenido recientemente


noticias de su fa-

milia?

No, señor.

¿Por qu¿ no?

Porque desea que vudva T me ponga a


trabajar... o a

estudiar... me refiero a la Universidad.

(;kueren que vaya usted a la


Universidad, pero usted re-

gresa con una esposa de dieciocho años,


una colegiala de die-

ciocho años que jamás ha atendido casa


propia, que ni siquie-

ra sabe freír un huevo... ¡Y espera que les


mantengan mientras

usted se forja un nombre como pintor?negó


con la cabe-

za. Mi estimado joven, póngase en mi


lugar. ¿Qué haria us-

ted?

No tuve nada que decir. Me crucé de


brazos y miré la

alfombra.
Dice la señorita Boatwright que zarpa
usted desde Ham-

burgo.

Si, señor. En Nochevieja.

¿En qué barco?

Creo que se llama Albert Berlin.

Cree usted que se llama Albert Berlin,


¿eh? el ba-

rón agitó la cabeza y volvió a sentarse,


pesadamente, suspiran-

391
do. Sic transit gloria mundi. Se llama
Albert B-A-L-L-I-N.

¿Nunca lo habia oido?

No, señor.

¡Ajá!el barón se volvió para mirar por la


ventana.

Fue amigo mio. A propósito, fue un


ejemplo de lo que estába-

mos discutiendo hace un momento. Es un


hombre que salió

de la nada. El padre fue un pequeño


comerciante judio de Ham-
burgo. Pero su negocio quebró. Albert
Ballin entró en la 1-

nea Hamburg-Amerika (nosotros la


llamamos la HAPAG)

cuando era joven. Tenian unos cuantos


barcos pequeños. Lle-

vaban emigrantes a América. Eso fue en


los años ochenta.

Cuando empezó la guerra, habia ampliado


la HAPAG hasta

convertirla en una de las lineas más


poderosas del mundo y a

si mismo en uno de los hombres más


poderosos de Alemania.
Ciudadano honorifico en Hamburgo.
Amigo personal del Kai-

ser. Centenares de barcos en todos los


océanos. Su triunfo fue

el Imperator, 52.000 toneladas, 5.000


pasajeros, el más gran-

de aparato flotante del mundo. El Kaiser


estuvo presente en la

botadura. Mil novecientos doce. Yo estuve


alli; nosotros ayu-

damos a reunir el dinero. En la proa tenia


un águila dorada v

el lema de Ballin: aMein Feld ist die


Weld».
El barón me miró nuevamente.

Ese lema ya no está alli, tampoco está el


nombre. Los

primos de su pais, los ingleses, se


apropiaron del barco como in-

demnización. Lo han rebautizado


Berengaria. La ente lloró

cuando zarpó de Hamburgo por última vez.


Ahora ha aue tc-

marlo en Southampton, o Cherburgo. Pero


Albert Ballin no

vivió para verlo.

¿Qué le ocurrió?
Bueno, la guerra arruinó el negocio de
los transportes

maritimos alemanes y él arruinó su salud


preocupándose por

eso. No podia dormir por las noches.


Insomnio, somniferos...

Trató insistentemente de convencer a


nuestros generales y

almirantes de que los submarinos harIan


entrar en la guerra

a los Estados Unidos y que no podriamos


ganar si su pais

se pona contra nosotros. Usted sabe lo que


sucedió. Enton-
ces, vio venir la revolución porque el
pueblo estaba harto.

Rogó al Kaiser que hiciera la paz mientras


todavia quedaba

algún poder de negociación, pero el Kaiser


era demasiado

empecinado y los señores de la guerra


demasiado fuertes. Cuan-

do llegó la revolución, empezó en los


puertos: Wilhelmshaven

Kiel, Bremen, Hamburgo... Ballin se


enteró de que los marine-

ros iban a detenerle, a e1, el gran armador,


al plutócrata, al
amigo del Kaiser, y se tomó un frasco de
Veronal.

392

Otro largo silencio. Pensé: el general


Ludendorff no se

suicidó; el mariscal von Hindenburg no se


suicidó; el almiran-

te von Tirpitz no se suicidó; el Kaiser no se


suicidó...

¡Pero estamos reconstruyendo la


HAPAG! el barón
golpeó el brazo de su sillón. Nos han
quitado nuestro Impe-

raor, nos han quitado nuestro Bismarck,


nos han quitado nues-

tro Vatcrland, nos han quitado todos


nuestros gigantes y has-

ta ahora sólo hemos podido construir un


par de barcos, más

pequeños, como el Ballin, de solamente


veinte mil toneladas,

pero nos centraremos en barcos más


rápidos, más rápidos que

ningún otro...

Barón von Waldstein, ¿puedo ver a Lilí a


solas unos

minutos?

Oh, lo siento, no es posible. Lil está en


Austria.

¿En Austria?

Si, mi hermano posee una casa en el


Tirol, habitualmen-

te van alli en verano, pero el esqu se está


volviendo tan po

pular entre la juventud que este año


decidieron abrir la casa

para las vacaciones de Navidad, asi que


Alfred y Sigrid fue-
ron con la niña y la vieja Ma, y también se
llevaron a Lili...

Un momento, joven, entiendo cómo se


siente, y tengo algo

para usted...

¿Ni siquiera se despidieron?

Yo estaba ya en pie y me dirigía hacia la


puerta.

Barón von 5Valdstein...

También e1 se puso en pie y tiró del


cordón de la camPa-

nilla.

Será mejor que me marche, señor.


Si, pero no del todo solo. Un momento,
por favor.

me tomó con fuerza del codo.

El mismo criado apareció en la puerta.


Su expresión cam-

bió un poco cuando vio mi cara.

Traia el paquete para el señor Ellis. Creo


que lo pusie-

ron en el cuarto ropero...

El sirviente desapareció otra vez y el


barón, todavía con

la mano en mi codo, me guió suavemente


fuera de la habita-
ción, por el salón y hacia el árbol de
Navidad, punto exacto

donde, un año atrás, me había regalado la


botella con el velero

dentro. ¿Dónde había dejado yo aquella


botella?

Tenemos otro regalo de Navidad para


usteddijo cuan-

do apareció el criado con un paquete


grande y delgado, en-

vuelto en papel color castaño. El criado no


sabía qué hacer con

fl.
393

Póngalo en el sofá y desenvuélvalo con


mucho cuidado

_lijo el barón.

El sirviente desató el cordel y dobló


bacia atrás el grueso

papel de envolver para descubrir a Bärbel,


completamente

desnuda, con excepción de una media


negra, ocupada en poner-

se la otra.

Esa pintura no está terminadadije,


ahogando una

exclamación. Yo no la terminé, e1 se la
llevó y la vendió...

Al parecer, Max Liebermann «ee que


está terminada

¿Cómo, señor?

La vio en una galería y la compró. Para


mí. Y permíta-

me asegurarle que no compra cuadros muy


a menudo; los

vende. A decir verdad, también éste me lo


vendió. Dice que

demuestra d desarrollo de un estilo propio


en usted. Dice que
es más impresionante que el que hizo usted
de Lilí. Por su-

puesto, ustéd ha podido mostrar mucho


más de esta dama, y

Liebermann todavía tiene buen ojo para


eso. Quizás el tltulo

le haya hecho gracia.

No tiene título...

Si que lo tienenos acercamos más. El


criado apart6

d papd de la parte inferior dd marco oscuro


y sencillo, y vi

un pequeño r6tulo con letras Art Nouveau


de antes de la gue-
rra: Prinzessin in Berlin.

394

De vuelta a casa

Nun ade, du mein lieb' Heimatland

Lieb' Heimatland, ade.

Es geht nun fort zum tremden Strand

lieb' Heimatland, ade!


La banda tocaba en la cubierta de
primera clase, pero se

la oía en todo el barco, y, ante mí, el


enorme embarcadero de

St. Pauli con sus grandes construcciones


llenas de ecos en las

que la gente y los equipajes se movian


lentamente en autobu-

ses, taxis y vagones ferroviarios, pasaban


por los controles de

aduana y de billetes y subian por dos


pasarelas: una llevaba a

la cubierta de arriba y la otra llevaba


directamente, por una
abertura en un costado del negro casco de
acero, a las profun-

didades inferiores dd S. S. Albert Ballin.

¿Se puede sentir nostalgia cuando se


vuelve a casa? Se pue-

de sentir tanta nostalgia como para


emborracharse deliberada-

mente en el vagórl restaurante entre Berlín


y Hamburgo?

La respuesta es sí, es posible.

La señorita Boatwright me llevó a la


Lehrter Bahnhof aque-

lla mañana. Yo habia despachado un baúl


pequeño con varias
pinturas sin terminar. Sólo llevaba una
paleta y la Princesa en

Berlín, todavía envuelta en el papel color


castaño.

Nos detuvimos en el andén atestado y


nos miramos.

Los revisores empezaron a cerrar las


puertas. Sonaron sil-

batos.

Será mejor que suba, señorita


Boatwright. Espero aue

al señor Wood le guste el retrato.

Estoy segura de que le gustará, aunque


me favorece exa-
geradamente.

No, usted es así... Señorita Boatwright,


se lo agradez-

co tanto...

395

Peter Ellis, no tienes nada que


agradecerme. Una grave

crisis ha hecho de ti un hombre más fuerte.


Me doy cuenta.

Te deseo un buen viaje a casa y un feliz


Año Nuevo. Dale ca-
riñosos saludos a todos y guarda esto en el
bolsillo.

Un sobre.

¡Sube al tren!

¿Es dinero, señorita Boatwright?

¡Sube al tren!

Estaban cerrando las puertas, así que


tuve que subir pre-

cipitadamente al vagón, pero me abrí


camino hasta el primer

compartimento y saqué la cabeza por la


ventanilla. Otras per-

sonas hacían lo mismo.


Señorita Boatwright, ¿qué es este dinero?

Es lo que transfirieron a mi cuenta de


París, más un

pago de Whitney Wood.

¡Señorita Boatwright, usted ha pagado al


profesor Jaffa!

¡También me ha pagado el pasaje del


barco! el tren se movía

ya, y la señorita Boatwright dio unos pasos


por el andén.

Han sido los Waldstein quienes han


pagado al profesor

Jaffagritó, y en seguida hubo demasiadas


personas delante
de ella y ya no pude verla. El tren ganó
velocidad, dejó la

estación y pasó a través de kilómetros de


andenes de carga, mi

última visión de Berlín.

Da saludos a Broadway

Da recuerdos a Herald Square...

¡Primera y segunda clases por aqu, por


favor! gri-
taban una y otra vez, en alemán y en
inglés. No lo gritaban

en polaco ni en ruso. La gente de tercera


clase estaba agru-

pada detrás de una barrera de madera:


hombres con sombrero,

barba negra y largos abrigos negros;


mujeres con vestido y

chal negro; atillos, cestas, cajas de cartón;


muchos niños de

todos los tamaños.

Dios mío, míralosdijo una mujer en


alguna parte, a

mis espaldas. Por lo menos se van a


América y no se que-

dan aqui.

Los americanos opinan que ya tienen a


bastantes. El

año que viene reducirán otra vez el cupo de


inmigración. Por

eso hay tantos ahora.

Me volvi, pero no pude ver quién estaba


hablando.

Pasanorte, por favor.

No lo tengo. Tienen que devolvérmelo


ustedes aquí.
396

entregué mi carta del Polizei Prasidium


Alexanderplatz y

sentí un súbito silencio detrás de mí y


muchos ojos clavados

en mi nuca. Di gracias al whisky y que


había bebido en el va-

gón restaurante.

j()uiere pasar a nuestro despacho, señor


Ellis?
No hubo problema alguno. La Comisaría
estaba llena de

ruidos, gritos en idiomas ininteligibles de


Europa oriental, llan-

tos, gritos en alemán por cualquier cosa


que estuviera mal en

los papeles. Pero, cuando el agente que


estaba conmigo pre-

sentó mi carta, los alemanes de detrás del


mostrador dejaron

de gritar, me miraron fríamente, sacaron


mi pasaporte de un

cajón, me hicieron firmar un recibo y me


entregaron el docu-
mento.

Buen viaje, señor. Y feliz Año Nuevo.

Pasarela. Luz del sol y aire helado


durante un momento.

Muss i denn, muss i denn zum


Stadtele hinaus

Stadtele hinaus

Und du, mein Schatz, bleibst hier?

Me encontraba junto a los sudorosos


músicos de rostro

encendido, y la música tronaba en mis


oídos. La cubierta es-

taba atestada: pasajeros y personas que les


despedían, besos

y lágrimas, camareros pasando con


bandejas de vino, recaderos

llevando flores, mozos de cuerda con


equipajes...

Mi apellido es Ellis, estoy en segunda


clase.

Sí, señor Ellis. Está usted en el camarote


dos cuatro

dos, cubierta C, con Herr August Ansbach.


El mozo le lle-

vará la maleta.

Kann i gleich net allweil bei dir sein

Han i doch mein Freud an dir...

Kann i Komm, wenn i komm, wenn


wiederum komm

wiederum komm

Kehr i ein, mein Schwatz, bei dir!

¿Wiederum komm? ¿Volver otra vez?


¡Nada nrobable!
Segui al mozo de uniforme por la angosta
escalera de acero.

pero apenas podia verlo.

397

Herr August Ansbach no estaba en d


camarote pero cierta-

mente había organizado su estancia. Un


pijama de seda azul

y una bata de baño azul estaban


cuidadosamente colocados

sobre la litera inferior, dos grandes y


costosos baúles, dos

hermosas maletas de cuero y un neceser de


cocodrilo dejaban

muy poco espacio para mi maleta; el


guardarropa estaba casi

lleno de trajes, y los cajones de la cómoda


casi llenos de cami-

sas inmaculadas, calcetines y ropa interior.

Di una propina al mozo, que se marchó


inmediatamente.

Desenvolvi la Princesa en Berlin y la puse


sobre la litera su-

perior, apoyada contra el tabique.


El barco vibraba. Oi los gongos que
indicaban a las visitas

que tenian que bajar. Necesitaba


urgentemente aire fresco.

¡Oh, mira, aún ondea la bandera con


barras y estrellas

Oue tenemos en la tierra de los


libres

Y en la patria de los valientes!

Cuando llegué a cubierta la banda estaba


terminando el
himno y miré, entrecerrando los ojos, a
contraluz el segundo

mástil, donde una bandera norteamericana


restallaba en el vien-

to. No había oído aquella canción hacía


mucho tiempo...

Las pasarelas se habían retirado, se


habian soltado las ama-

rras, un par de remolcadores empezó a


alejarnos del muelle,

hacia la rada, hacia la corriente principal


del Elba. Los re-

molcadores echaban humo de carbón. Me


asaltó el recuerdo
del Schloss Havelblick.

Sirena. Gente que grita y agita la mano.

Deutschland, Deutschland, uber


Alles,

Uber Alles in der Welt...

Muchas personas cantaban. Una mujer


muy guapa, en abri-

go de piel negro, estaba sola y se cubría los


ojos con un pa-

nuelo.
Sirena. Los remolcadores se alejan, el
S.S. Albert Ballin

navega ahora por sus propios medios,


moviéndose en la bri-

llante tarde de inviemo sin nubes,


moviéndose rápidamente en

el enorme laberinto del puerto: grúas,


depósitos, muelles, as-

tilleros, diques secos, transatlánticos,


buques de carga, buques

cisterna y remolcadores empujando trenes


de barcazas, vagones

ferroviarios... Sirenas, humo de carbón,


gaviotas, agua gris en
la que flotaban trozos de hielo...

Quería que la banda dejara de tocar, pero


tuve la sensa-

398

ción de que la banda de aqud barco jamás


lo haría. Deseé que

nadie me hubiera enseñado los versos de


todas aquellas can-

aones:
¡Hamburgo es una bonita
ciudad

Ya lo ves!

¡Porque está a oriUas del Elba

Ya lo ves!

En ella hay chicas guapas

pero virgen no hay ninguna,

Ya lo ves!

Es tan diffcil

dejar la patria

Si no exisk la esperanza
De un reencuentro

Adiós,

Adiós,

¡Hasta la vistal

Faltan cuatro horas para llegar al mardijo


alguien.

Podríamos comer antes de que empiece a


moverse.

Quise dirigirme a la mujer que lloraba,


pero no pude. Me

fui en busca de un bar.


Al prinapio, no les presté atenaón. Estaba
tomando

otro whisky con agua, sintiendo cómo me


quemaba la gargan-

ta, procurando concentrarme en ello,


tratando de no oír a los

dos norteamericanos a mi derecha que


intercambiaban anéc-

dotas sobre la inflación:

No, pero escucha esto: alquilamos todo


el Schloss, co-
mida, criados, vino, todo, por veintianco
pavos, y...

De mi izquierda llegaron las palabras:


averfluchte Schande».

No fueron las palabras en sí, que


significan algo así como

«odiosa verguenza»; fue el tono... suave,


casi un susurro, pero

cargado con tanta furia que me volví para


mirar a los dos ale-

manes que tenfa a mi izq uerda.

Bebian cerveza, miraban fijamente sus


vasos, y la verfluch-

te Schande, evidentemente, nada tenía que


ver con lo que de-

cian los fanfarrones de mi derecha. Estaban


absortos en otra

cosa. Pareaan vulgares comerciantes:


cuello de celuloide,

traje negro ligeramente gastado, chaleco,


anillo matrimonial.

Uno tenia pelo largo, con raya en medio, y


quevedos; d otro lle-

vaba el cabello muy corto y la gordura de


su nuca rebasaba el

399
cuello de plástico. No tenian nsda especial,
nada siniestro;

ninguno tenia la cara que yo habia


aprendido a reconocer,

ese «Offiziersgesicht» descrito por un


testigo del asesinato de

Rathenau, esa expresión arrogante, de ojos


frios, ligeramente

demente de los Freikorps Epp, Freikorps


Rossbach, la Marine-

brigade Ehrhardt... y el Stosstrupp Adolf


Hitler. Sólo eran dos

viajantes de comercio que esperaban


vender articulos alema-

nes en Nueva York, Chicago y St. Louis.

No es un barco grandedijo muy


suavemente el de

cabello corto. Pero es nuestro primer


transatlántico nuevo

desde la guerra... ¡y lo bautizaron con ed


nombre de un ju-

dio!

Na Jadijo el de los quevedos, con un leve


encogi-

miento de hombros. Fue el que levantó la


HAPAG, ¿sabes?
Debieron de presionar...

¡Por supuesto! Los banqueros que


pusieron el dinero...

¿Señor Ellis, por favor? ¿Señor Peter


Ellis?un mozo

entró en el bar dando voces.

El muchacho se hizo a un lado para


dejarme entrar, pero

apenas habia espacio. En el camarote 242


encontré a dos ofi-

ciales uniformados y a un joven muy alto y


muy gordo que

trataba afanosamente de envolver


nuevamente mi Princesa en

Berlín en el papel color castaño. Tenia la


piel rosada, cubierta

de acné, y un cabello negro de aspecto


grasiento; vestia un

costoso traje azul a rayas con un clavel


blanco.

Sencillamente increible...decia cuando


todos se vol-

vieron para mirarme.

¿Señor Peter Ellis?preguntó d ayudante


del sobre-
cargo.

Exacto.

El oficial de cubierta empezó:

Aqui Herr Ansbach ha formulado una


acusación...

¡Este cuadro fue vendido al profesor Max


Liebermann

hace dos semanas por la firma Joseph


Ansbach y Compañia!

gritó Herr Ansbach en inglés. Dejó de


envolver el cuadro

y se encaró con las manos en las caderas.


¿Ha oido hablar
de la galeria de arte de Joseph Ansbach, de
Berlin, mi esti-

mado señor? ¿Postdamer Strasse 101?

Silencio.

Creo que yo estaba un poco borracho.


Quizá pensaba toda-

via en las voces del bar. Quizás estaba


avergonzado de mi mis-

mo por haber corrido detrás del mozo en


vez de dirigirme a

400
ellos. En cualquier caso, no estaba de
humor para molestarme

con aqud payaso.

Usted sabe que soy Peter Ellisdije en


alemán.

Más silencio.

Soy el autor del cuadro, y le advierto que


no está termi-

nado.

El joven Herr Ansbach se inclinó para


examinar mi Prin-

cesa, que ahora yacía semienvuelta encima


de la cómoda. e1
ayudante y el oficial de cubierta también se
inclinaron.

Hum, Ellis «veintitrés»Ansbach todavia


insistia en

hablar en inglés.

Esa no es mi firma porque el cuadro no


está terminado.

Fritz Falke puso mi nombre allí y lo vendió


a la galería de

ustedes. Y se quedó con d dinero, podria


añadir.

¿Conoce usted a Fritz Falke?Ansbach se


rascó pen-

sativamente la nariz. Ellis. Ellis, sí... ¿d


amigo norteame-

ricano? Siempre las mismas chicas. No


obstante, el cuadro fue

vendido personalmente por-mi padre al


profesor Liebermann,

que no compra cuadros todos los días, se lo


puedo decir, y

por lo tanto, es... es propiedad del doctor


Liebermann...

Les conté lo sucedido. En alemán.

¿Tiene documentos para probarlo?

No, no tengo documentos para probarlo,


pero tengo el
cuadrorealmente, ya estaba harto y todo
salió precipitada-

mente, en inglés, y me enfadé con aquellos


tres individuos que

creian haber atrapado a un ladrón. ¿Me


están acusando de

robar este cuadro, mi propio cuadro


inconcluso, al profesor

Liebermann? ¿Al bar6n Waldstein?


Porque, si es así, iré a un

abogado el día en que lleguemos a Nueva


York y le demandaré

a usted por calumnias, y, si la línea


Hamburg-Amerika le ayu-
da en este asunto, también la demandaré a
ella. Y cuando mi

abogado tenga las declaraciones del barón


von Waldstein y del

profesor Lieberman, ¡quedará usted como


un perfecto idiota,

Ansbach!

A veces creo que a los alemanes les gusta


que les griten.

La atmósfera cambió instantáneamente.

Herr Ansbachdijo el ayudante del


sobrecargo, qui-

zá seria aconsejable que considerara la


posición del señor Ellis
durante el viaje...

Quizá tenía usted razóndi-jo Ansbach en


alemán.

Consideraré d asunto, puedo enviar un


telegrama a mi padre

desde Southampton...

El oficial de cubierta se volvi6 hacia el


ayudante:

401

En vista de esta... situación, quizá un


cambio de cama-
rote. . .

El ayudante elevó los ojos al techo.

Herr Miiller, ¡por favor! ¡Usted sabe que


d barco está

repleto! Tendriamos que poner a otro


aqul...

Caballeros dijo Ansbach, que me habla


estado mi-

rando con una expresión totalmente nueva,


quizá el señor

Ellis v vo podamos discutir el asunto a


solas durante unos mi-

nutos. Si optamos por el cambio, les


avisaremos antes de la
cena. Gracias por su ayuda.

Visiblemente aliviados, los oficiales


hicieron una reveren-

cia, se retiraron y cerraron la puerta.

Ansbach aún segula mirándome


fijamente.

¿Ellis? ¿Barón von Waldstein? ¿Usted es


el individuo...

de los periódicos... el aue mató al hermano


nazi de Keith...

el asesinato de Caln y Abel?

,IOué podla decir yo?

¡Vaya!exclamó Ansbach, avanzando y


tomándome la

mano. Usted es todo un héroe, ¿lo sabla?


¡Me gustaria quc

mataran a todos esos cerdos!

Bueno, hay dos de ellos en el bar, si


quiere empezar por

allí.

¿Tiene un revólver?preguntó en voz baja,


en serio

al parecer.

No, no tengo revólver y su Gobierno no


me considera

un héroe. Me han expulsado de Alemania.


Yo digo que usted es un héroe, digo que
estoy orgu-

lloso de conocerle, digo que estaré


orgulloso de compartir

este camarote con usted y le pido disculpas


por el alboroto que

hice a causa de esta dama. ¿Le parece


bien?

Me parece bien.

Bueno, vamos a comer.

Por supuesto, era demasiado tarde para


almorzar. No que-

rian servirnos en el comedor de segunda,


pero después de que

Ansbach deslizara al jefe de camareros un


billete de un dólar,

accedieron.

¡Maldita segunda clase! Con mi padre,


nunca viajaba

en segunda clase. Es esta maldita inflación,


usted no creerla

lo que ha hecho con nuestro capital


llquido...

No tenía hambre. Pedl un emparedado de


jamón y otro
whisky con agua. El pidió puré de patatas,
anguila ahumada

402

con pepinos, Schweinsrippchen con col


roja y media botella de

Mosela, que suavizó con agua de Seltz.

Habló todo el rato mientras comia y


bebia. Iba a Nueva

York para abrir una sucursal de la galeria


de su padre. Que-

ria practicar su inglés.


Ahora recuerdo muy bien sus demás
pinturas. Están he-

chas en un estilo caracteristico y gustan


mucho al público.

gracias.

Usted mencionó a Falke. Llevo en mi


equipaje unos diez

dibujos a lápiz y tinta de Falke. Ya los


conoce: prostitutas

gordas en pelota, comerciantes gordos y


feos, militares con ca-

ra de cerdo, mendigos sin piernas...

Si, los conozco.


¿Cree que en Nueva York podria vender
la obra de Fal-

No.

No, yo tampoco lo creo. Pero en el futuro


podria ser

reconocido. ¿No cree? ¿Un retrato de


nuestra época?

Si. Yo también. Los enseñaremos


algunas veces y aguar-

daremos. Mientras tanto, tengo muchas


otras pinturas, pintu-
ras muy hermosas... Podria vender su
Princesa en cinco mi-

nutos.

No está terminada.

Muy bien. Terminela. ¿Tiene otras


pinturas? ¿Tiene

otros cuadros como el de aquellas dos


muchachas en la cama?

miró por encima de mi hombro. ¿Si? ¿Qué


ocurre?

Me volvi y vi al mismo mozo que me


habia llamado en

el bar. Traia un pequeño paquete envuelto


en papel color cas-
taño, y atado con un cordel negro.

¿El señor Ellis, del camarote 242?

si.

Me entregó el paquete.

De la oficina del sobrecargo, señor.


Entregado por el

mensajero de un banco inmediatamente


antes de zarpar.

Ansbach alzó la voz:

Y ha tardado todo este tiempo...

Está bien, gracias oi una moneda al


muchacho y me
puse a arrancar el cordel, porque reconoci
la caligrafla. Tenia

las manos torpes y me llevó un momento


quitar el papel.

Oh, maravillosodijo Ansbach. Le han


enviado una

botella para desearle buen viaje. ¿Qué tiene


dentro?

Un velero dije entregándole la botella, y


acto seguido

desgarré el sobre azul.

403
Allí, a la derecha, está
Schleswig-Holstein; la provincia

de Hanover a la izquierda... Ese faro creo


que es Brunsbuttel,

donde desemboca el canal de Kiel. Cuando


doblemos por alli,

entraremos en el estuario...

August Ansbach, envuelto en un largo


abrigo con cuello

de piel, me acompañaba por la cubierta,


señalando los detalles

del paisaje mientras nos adentrábamos en


la tarde de invierno,
que empezaba a oscurecer, pasando entre
kilómetros de tierra

llana cubierta de nieve, ante aldeas y


faros...

La orquesta volvia a tofar.

Hay un largo sendero serpenteante

en mis sueños de amital...

Qué extraña canción, pensé. Ya no


pensaba con claridad,

lo cual era mi propósito, y tampoco me


mantenia firme sobre
los pies.

August Ansbach quería que me tumbara


un rato.

Mire, estamos en Nochevieja, ¿sabe


usted? Sylvester-

abend. ¿Tiene un smoking? Le diré yo qué


haremos; ahora

dormiremos un poco, después nos


pondremos el smoking y...

¿cómo dicen ustedes? ¿Nos colamos? Nos


colamos en prime-

ra clase, encontramos un par de chicas


guapas, bailamos, bebe-

mos nno...
Le dije que era lo último que yo quería
hacer.

Oh, si, es lo que usted necesita, amigo


mio. Ya le con-

venceré. Para conocer a mujeres, es más


fácil de a dos...

En cualquier caso, ahora quiero dormir un


poco. No se quede

aquí arriba mucho tiempo, o se congelará.


¡Aunque lleve litros

de whisky dentro! me dio una palmada en


la espalda y

se alejó.

Dejamos atrás el faro de Brunsbuttel y


entramos en el an-

cho estuario del Elba. La banda en la


cubierta enmudeció; to-

dos, pasajeros y músicos, tenían que


descansar antes del de-

senfreno del Slyvesterabend.

«Warun denn weinen, habia escrito ella,


wenn man ausei-

nandergeht, Wenn and er nachsten. Ecke


schon ein Andrer

steht?»
404

«¿Por qué llorar? ¿Por qué no? No hay


nadie en la pró-

xima esquina, nadie a quien quiera tanto...


y nunca lo ha-

brá... entonces, ¿por qué no llorar?

Sin dirección, sin fecha, sin firma.

Me adelanté cuando pude y me incliné


sobre la barandilla,

sintiendo la botella en el bolsillo de mi


abrigo. Senti olor

a humo de carbón. Olor a mar. Quedé allí


un rato largo,

mientras el sol se ocultaba, mientras el S.


S. Albert Ballin

dejaba atrás Cuxhaven, donde termina la


tierra, y rodeaba

el faro que señalaba el canal. Estábamos ya


fuera del Elba.

Virando hacia el oeste, virando hacia el


último resplandor del

sol, el barco empezó a sacudirse levemente


en el oleaje del

Mar del Norte, acunándome hacia un


nuevo año y hacia una

vida solitaria, acunándome de vuelta a


casa.

El 31 de agosto de 1935, la junta


directiva de la Linea

Hamburg-Amerika anunció que, a partir de


esa fecha, el S. S.

Albert Ballin llevaría el nombre de S. S.


Hansa.
405

FIN

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