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Los Géneros en El Cine Latinoamericano
Los Géneros en El Cine Latinoamericano
Los Géneros en El Cine Latinoamericano
INDICE:
Introducción
2
Cine fantástico
41
- Terror
41
- Ciencia ficción 55
BIBLIOGRAFÍA
277
2
Introducción
Los primeros años del cine latinoamericano, de 1896 a 1920, son los menos
docu-mentados de su historia. Este período fue ensombrecido por guerra y otros sucesos
políti-cos y sociales de carácter cataclísmico y, en consecuencia, su significación fue
eclipsada por la de otros medios. Tales desarrollos parecen ajustarse más a lo que
algunos estudioso pretender explicar acerca de la dominación por tecnologías e
ideologías y su inadecuada imitación (en el estilo de Armand Mattelart y Herbert
Schiller), o bien crónicas contempo-ráneas de mediación global (como Martín
Barbero)1. Sin embargo, en este período pione-ro encontramos no sólo interacciones
complejas y globales,, sino también procesos inter-activos contradictorios y
transformaciones ambivalentes que marcan la recepción y el de-sarrollo ulterior que
marcarían la posterior recepción del cine sonoro y de otros medios en América Latina.
Según Paulo Antonio Paranaguá, “… el cine apareció en Latinoamé-rica como una
importación más”2. Esta constituye tal vez la característica más sobresa-liente de la
experiencia del cine latinoamericano primitivo: más que desarrollarse en una sincronía
con los cambio, inventos tecnológicos y ‘revoluciones’ de Europa Occidental y EE. UU.
la aparición y difusión del cine en los países latinoamericanos siguió los derrote-ros de
la dependencia colonial típica de la posición geopolítica de la región dentro del sis-tema
capitalista global propio del cambio de siglo. Como señalan Ella Shohat y Robert Stam,
“… Los principios del cine coincidieron con la cima del proyecto imperialista”3. El
aparato cinemático -un producto manufacturado- apareció en Latinoamérica pocos
meses después de su introducción comercial en otros países. En consecuencia, Los
cama-rógrafos de Lumiere y Edison volvieron en los mismos barcos y ferrocarriles que
trans-portaban materias primas y productos culturales a Europa y los Estados Unidos
con vistas fascinantes de tierras exóticas, con los pueblos y sus costumbres. Por lo tanto,
resulta difí-cil conectar el cine en Latinoamérica con la modernidad como “… puntos
de reflexión y convergencia”, como presumen los primeros estudiosos de esta temática
1 MATTELART, Ar., 1983, Transnationals and the Third World: The Struggle for Culture, South Hadley,
Mass., Bergin and Garvey ; SCHILLER, H., 1976, Communication and Cultural Domination, White Plains,
N.Y., International Arts and Sciences ; MARTÍN BARBERO, J., 1987, De los medios a las mediaciones, Bar-
celona, Gustavo Gili
2 PARANAGUÁ, P.Ant., 1985, Cinema na America Latina: Longe de Deus e perto de Hollywood, Porto Ale-
gre, L & PM Editores, pg. 9
3 SHOHAT, El. y STAM, R., 1994, Unthinking Eurocentrism: Multiculturalism and the Media, New York,
Routledge, pg. 100
3
4 CHANEY, L. y SCHWARTZ, V.R., 1995, “Introduction”, en Cinema and the Invention of Modern Life, Ver-
keley, University of California Press, pg. 1
5 Con ‘modernidad’ nos referimos tanto a la idea de lo moderno como la disposición particular hacia
una experiencia vital que agrupe a varios paradigmas ideológicos, mientras que el término
‘modernización’ contempla más específicamente los procesos de cambio que resultan de la introducción
de ciertas tecno-logías en las diversa esferas de la vida privada y social. BRUNNER, J.J., 1993, “Notes on
Modernity and Postmodernity”, en Boundary 2 20, Nº 3, pg. 41
6 QUIJANO, An., 1993, “Modernity, Identity, and Utopia in Latin America”, Ibid., pg. 149
7 GUNNING, T., 1986, “The Cinema of Attractions: Early Film, Its Spectator, and the Avant-Garde”, en
Wide Angle 8, Nº 3-4, pp. 63–70, reimpreso en ELSAESSER, Th. Y BARKER, Al., 1990, Early Cinema: Space,
Frame, Narrative. London, British Film Institute, pp. 56–62.
8 HANSEN, M., 1997, “Early Cinema, Late Cinema: Transformations of the Public Sphere,” en WILLIAMS,
L., ed., Viewing Positions: Ways of Seeing Films, New Brunswick, N.J., Rutgers University Press, pg. 137
4
locales intentaron reprodu-cir el efecto del film francés en los sistemas de ferrocarriles
nativos. Una de las primera pelícu-las argentinas en ser estrenadas, de 1896, retrataba
precisamente la llegada de un tren, y la prensa local lo reseñaba como “… la llegada de
uno de nuestros trenes”. Algunos años más tarde, en 1901, se proyectó llegada de un
tranvía, buscando un efecto similar. En Brasil, Vittorio de Maio había realizado en 1897
Chegada de um tren a Petropo-lis (‘Lle-gada de un tren a Petropolis’) y Ponto terminal
da Linha dos Bondes (‘Fin de lí-nea en Os Bondes’). Ambas fueron estrenadas en el
Teatro Casino Fluminense de Petró-polis (enclave turístico de montaña cercano a Rio de
Janeiro)9. Con motivo de los festejos de La Caridad, en Camagüey, del año 1909 el
pionero cinematográfico cubano Enrique Díaz Quesada colocó su cámara encima de un
tranvía produciendo una toma de ‘travel-ling’, y Affonso Segreto había llevado a cabo
algo similar, aunque más lento, en el Brasil de 1898, con su vista desde un barco
entrando en las bahía de Río de Janeiro. Los cineastas mexicanos solían seguir
asiduamente los viajes por ferrocarril del presidente Porfirio Díaz.
Sin duda las audiencias latinoamericanas se habían familiarizado ya con las pro-
ducciones posteriores a 1904 importadas de EE.UU. y la narraciones ‘transitivas’ euro-
peas, lo que marcaba el paso del ‘cine de atracciones’ al cine abiertamente narrativo, y
comenzaba a experimentar el interés por una forma distinta de identificación
cinemática. Los espectadores no se sentían atraídos tanto por la películas de
persecuciones o ‘western’ que llegaban desde EE.UU. como de las adaptaciones
teatrales pretendidamente artísticas de la Societé Film d’Art y otros productos europeos.
El teatro constituía ya una forma ar-tística de gran popularidad en América Latina.
Como tal constituía una indudable fuente de inspiración para los cineastas. Ese proceso
se hizo notar especialmente en Argentina, donde el interés por las actualidades
desapareció a favor del entusiasmo por una serie de protonarrativas, empezando con La
revolución de Mayo (1909), de Mario Gallo, seguida de La creación del himno, del
mismo año, El fusilamiento de Dorrego, y Güemes y sus gauchos y Camila O’Gorman,
de Juan Moreira, todas ellas de 1910. Ya en 1915 tenemos Nobleza gaucha, de
Humberto Cairo.
10 DE LOS REYES, Au., 1984, Los orígenes del cine en México, México Fondo de Culura Económica, pp.
175-78
11 CANETO, op. cit, pp. 47-48
12 DE LOS REYES, op. cit., pg. 104
6
Las primeras décadas del cine peruano fueron marcadas por un lento
desarrollo15. Con un limitado equipamiento se contaron relatos que eran sólo un mero
divertimento pa-ra los espectadores que podían acceder a las salas, a la par que
documentales que explora-ron distintos espacios del país y coproducciones
intrascendentes. Casi todo el material de aquellas épocas está desaparecido o en pésimo
estado. Será a partir de la década de 1960 que se podrá hablar propiamente de cine
peruano, con la creación de la Escuela de Cuzco, la aparición de la revista ‘Hablemos de
cine’ y la actividad de Armando Robles Godoy. Durante la década de 1970 se inicia el
cine peruano tal como lo conocemos hoy. En 1972 se promulgó la Ley de Cine que
instaura una cuota de pantalla, posibilitando la filmación de más largometrajes y dando
oportunidad a nuevos creadores. Francisco Lombardi roda-ría su primer largometraje,
Muerte al amanecer, que obtuvo un señalado éxito. Ya en la década de 1980 las nuevas
14 MONTSIVÁIS, C., 1978, “Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX”, en Cuadernos políticos, Nº 17,
pp. 44-78
15 PAREDES, M. Cine peruano, repaso década a década, Internet
8
voces a que antes nos referíamos comenzaron a cimentarse. Las historias fílmicas de esa
época, marcada por el terrorismo y la crisis económica, deja-ban ver cada vez más la
problemática social de una manera más cruda. Se crea en aquel entonces el grupo
Chaski, que se estreno con la película Gregorio, un rotundo éxito de taquilla. En 1994
se promulga una nueva Ley de Cine, en virtud de la cual Estado podía convocar
concursos para incentivar la producción. A partir del año 2000, con la llegada del cine
digital, surgieron nuevos creadores y el cine peruano renació de sus propias ceni-zas.
16 DELGADO DÍAZ, C.M., “Producciones Trunfo Film. El cine silente en Caracas, 1924-1928”, en
Distribución y exhibición cinematográficas en Venezuela¸1922-1952, Instituto Pedagógico Rural El
Macaro
17 BURCH, N., 1995, El tragaluz del infinito, Madrid, Cátedra, pg. 66
9
Los títulos por encargo privado son los siguientes: Ciclo vital del Schistosoma
Mansoni (1924), Ciclo vital de una ameba (1924), Ciclo vital de algunos especímenes
de la fauna de agua dulce del valle de Caracas (1924), Segunda revista de sucesos
caraque-ños (1925), El Dique de Petaquire (1928). Se recurrió al término
‘producciones financia-das por el estudio’ en relación con La Trepadora (1924) y
Amor, tú eres la vida (1925), películas comerciales, que si bien no habían sido
confeccionadas por encargo, estaban su-jetas a una serie de condicionamientos de
mercado.
Francisco Granados Díaz, quien produce en 1926 la según-da película nacional, titulada
La Feria de Maracay. Cofundador de la Empresa Granados Díaz y Santana, se encargó
de administrar uno de los circuitos caraqueños de exhibición cinematográfica,
conformado por los cines Rívoli y Rialto (antiguo Teatro Princesa, inau-gurado en 1917
y diseñado por el arquitecto Alejandro Chataing). Anzola y Grana-dos Díaz realizaron
en colaboración varios filmes hasta 1929, fecha en la que Francisco Gra-nados Díaz
desaparece de la escena cinematográfica nacional.
25 MAGGI, D., 2015, “De la denuncia a la celebración. Los cambios en la representación del barrio y sus
ha-bitantes en el documental venezolano de la década de 1970”, en Cine Documental, Nº 12, pp. 113 ss.
14
para los rodajes, así como por la potente competencia que ofrecía el cine de Hollywood,
donde se realizaban a la sazón versiones en distintos idiomas de muchas películas, como
ya se ha visto. La actividad ci-nematográfica en ese país latinoamericano había
comenzado ya muy temprano, en 1896, de la mano del empresario Salvador Toscano
Barragán, quien realizó diversos documen-tales, amén del primer film de argumento de
esa nacionalidad: Don Juan Tenorio (1898). A partir de los años 30, con el interés que
mostró la industria fílmica norteamericana por intervenir en México (a consecuencia del
fracaso de la política de dobles versiones), se registro un repentino auge del cine
mexicano, que en 1938 estaba ya a la cabeza de la pro-ducción latinoamericana, tanto en
cantidad como en calidad. La presencia en el país por aquellos años del gran cineasta
soviético Serguei Eisenstein, para rodar su mítico e inaca-bado Da sdrabsbuyet Mexica
(‘¡Que viva Mexico!’, 1933), despertó la atención de cier-tos medios intelectuales, lo
cual dio lugar a toda una tendencia de cine indigenista, inicia-da a partir de Redes
(1934), de Fred Zinemann y Emilio Gómez Muriel. Como consecuen-cia del boom de la
década anterior, los años 40 fueron realmente brillantes para la cinema-tografía
mexicana. Fue en esa época cuando se dieron a conocer directores de in-dudable valía
como Emilio ‘Indio’ Fernández (Flor Silvestre y María Candelaria, 1943), Julio Bracho
(Distinto amanecer, 1943) o Roberto Gavaldón (La barraca, 1944).
jóvenes cineastas. Esta institución consiguió acá-bar con la cerrazón del anteriormente
citado Sindicato, el cual convocó ese mismo año un concurso destinado a revelar a
guionistas y realizadores principiantes. De esa hornada surgieron nueves valores, como
Felipe Casalz, Paul Leduc, Alejandro Jodorowsky o Luis Humberto Hermosillo, entre
otros, en la obra fílmica de los cuales no es difícil detectar elementos procedentes de la
poderosa influencia, aún presente, de los dos grandes maes-tros Buñuel y Eisenstein,
elaborados, eso sí, con una personalidad indigenista fuera de to-da duda. También ha
resultado decisiva en el último relanzamiento de la cinematografía mexicana la labor
llevada a cabo durante la presidencia de Echevarría (a partir de 1970), por el hermano
de éste, Rodolfo Echevarría, como presidente del Banco Nacional Cine-matográfico. El
más señalado resultado de esta política es, precisamente, el filme Como agua para
chocolate, de Alfonso Arau.
También habría que mencionar La estrategia del caracol, del colombiano Sergio
Cabrera, y las cubanas Fresa y chocolate, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Taibo,
ambas de 1993. El Nuevo Cine Latinoamericano parece haber dejado de existir como
tal. En sus estudios de mercado, Octavio Getino observa que los cineastas
latinoamericanos son víctimas, no beneficiarios de la revolución tecnológica, por
haberse encerrado en el mundo del cine y no abrirse a otras experiencias del mundo
audiovisual26. Como, por otro lado, constata Fernando Betim, el cine latinoamericano
siempre ha vivido a la sombra de las producciones europeas, y sobre todo de
Hollywood. En los últimos 5 años esta caracte-rística ha variado sensiblemente, y cada
vez se producen más y mejores películas, como es el caso de la exitosa cinta mexicana
No se aceptan devoluciones (2013), de Eugenio Desbez27. Según datos del Observatorio
Audiovisual Europeo, la venta de entradas ha au-mentado como media un 40 % entre
2009 y 2013. Este efecto se ha detectado en ocho pa-íses, entre los que destacan
México, Brasil y Argentina. Mariola Besuievsky, participante en la coproducción con
España del filme El secreto de tus ojos (2009), de Juan José Cam-panella, informa:
“Están haciendo políticas cinematográficas que son constantes. Se trata de medidas
que apoyan el sector y hacen que circule más el dinero”. En 2009 se vendie-ron en
México 178 millones de entradas, cifra que se incrementó hasta 248 millones en 2013.
26 GETINO, Oc., 1987, Cine latinoamericano. Economía y nuevas, Mérida, Universidad de los Andes ;
2011, Producción de mercados del cine latinoamericano en la primera década del siglo XXI, La Habana,
ICAIC
27 BETIM, F. 2004, “El despegue del cine latinoamericano”, en El País, Cultura, Internet
17
Ajure, La virgen de los sicarios (2000), del realizador francés Barbet Schroeder. En
Ecuador, Ratas, ratones y rateros (2000), de Sebastián Cordero. En México, la citada
Amores perros (2000), de Alejandro González Iñarritu. También están la brasileña
Cidade de Deus (‘Ciu-dad de Dios’, 2002) de Fernando Meireles, y las chilenas B-
happy (2003), de Gon-zalo Justiniano, Tony Manero (2008), de Pablo Larraín y El
pejesapo (2007), de José Luis Se-púlveda. Esta cinematografía ha puesto en el escenario
la pregunta por la relación de las prácticas cinematográficas con la realidad (existencia
de una virtual tendencia hacia el ‘realismo’).
29 METZ, Ch., 1971, “Trucaje y cine”, en Ensayos sobre la significación en el cine, Volumen 2, Barcelona,
Pai-dós, pp. 185 ss.
30 ALTAMIRANO, C. y SARLO, B., 1983. Literatura/Sociedad, Buenos Aires, Hachette, pg. 26
31 BAJTIN, M., 1989, Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, pg. 30
19
32 GUNDERMANN, C.. 2005, “La libertad entre los escombros de la globalización”, en Ciberletras, Nº 13.
33 SUÁREZ, J., 2010, Sitios de contienda: producción cultural colombiana y el discurso de la violencia,
Ma-drid, Iberoamericana – Vervuert, pg. 81
20
Gaviria destaque el “carácter coautoral de sus películas, en la medida en que son los
propios actores quienes colaboran determinando ‘lo que se dice’ ‘más que lo que debe
decirse’ ante una situación determi-nada”34. Un segundo aspecto es la utilización de un
estilo de lenguaje que corresponde a los sociolectos de los grupos marginales de cada
país, léxico carcelario, del lumpen, entre otros. Como señala Eduardo Cartoccio, “… se
trataría siempre de romper con la natural-zación, el costumbrismo y los códigos de
reconocimiento implícitos en el cine anterior”35. Esta estrategia llega incluso a la
imposibilidad de reconocer el léxico, evidenciando una suerte de incompetencia
auditiva por parte del espectador, que procede a romper la ilusión de realidad
comprometida en los códigos que apuntan al deseo de naturalización del cine comercial.
Gaviria se ha negado a subtitular los filmes en español, con la intención de conservar el
habla y abolir la lengua; no se trata de una estilización de los lenguajes.
34 RUFFINELLI, J., 2009, Víctor Gaviria: los márgenes al centro, México, Universidad de Guadalajara, pg.
25
35 CARTOCCIO, E., 2006, “Notas sobre el problema del realismo en la crítica del Nuevo cine Argentino”,
en Question, Nº 1 (12), pg. 2
36 LEON, C., 2005, El cine de la marginalidad. Realismo sucio y violencia urbana. Quito, Universidad
Andina Simón Bolívar, Ediciones Abya-Yala-Corporación Editora Nacional.
21
37 AGUILAR, G., 2006, Otros mundos. Un ensayo sobre el nuevo cine argentino, Buenos Aires, Santiago
Ar-cos, pg. 36
38 LUDMER, J., 2007, “Literaturas posautónomas 2.0”, en Kipus Revista andina de letras, Nº 22, pg. 3
39 SASSI, H., 2006, “La última vuelta de Bizzio”, en El interpretador. Literatura, arte y pensamiento, Nº
24
22
vuelta del deseo de auto-nomía del cine y la literatura, y de vuelta también del deseo de
representación totalizadora de la realidad, que atraviesan y reformulan la categoría de
realidad: no se las puede fijar como mero ‘realismo’, en relaciones referenciales
o verosimilizantes; quedan ‘afuera y adentro’, en las fronteras. Estas películas, en mayor
o menor medida, se incluyen en el mercado (en su amplitud), tienen el formato
largometraje, participan en festivales, reciben premios, crítica, publicidad, en algunos
ca-sos. Pero lo que falta agregar es que estos fil-mes realizan la instalación de una nueva
discusión respecto de la relación con la sociedad, y no solo en el debate respecto de la
re-presentación ‘realista’.
para una audiencia in-ternacional. Dicho en otras palabras, sea cual sea el país
productor, el cine nacional intere-sa a una amplia comunidad de espectadores que, a
pesar de no estar necesariamente inte-resados en estrategias de representación patrias,
están abiertos a tomar las obras que reci-ben como estímulo artístico y vehículo de
satisfacción estética. O, lo que es lo mismo, la audiencia, en su sentido más amplio, se
interesa por aquello que le resulta diferente y aje-no, por lo que le produce cercanía con
la otredad. En este sentido, y siguiendo los postu-lados de Rick Altman, cabe pensar el
conjunto de espectadores como constelaciones de sujetos cinéfilos que se interesan por
aquellas películas que consiguen hacer de una deter-minada imagen local una propuesta
interesante para una comunidad más amplia, transna-cional, de espectadores.
46 GARCÍA BENÍTEZ, C., 2010, “La identidad nacional mexicana desde la lente del cine mexicano
contempo-ráneo”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos
47 SÁNCHEZ PRADO, Ig.M., 2014, Screening neoliberalism. Transforming Mexican Cinema 1988-2012,
Nashville, Vanderbilt University Press, pg. 214
48 SMITH, P.J., 2012, “Transnational Cinemas in Latin America: The Case of Mexico, Argentina and
Brazil”, en NAGIB, L., e.a. (eds.), Theorizing World Cinema, London/New York, Tauris, pp. 63-76
25
sólo por lo que sucede en su territorio, sino también por el modo en que la atraviesan
migrantes y turistas, mensajes y bienes procedentes de otros países, construimos más
in-tensamente lo propio en relación con lo que imaginamos sobre los otros”49.
Coincidiendo con esta imagen de ciudad, como crisol de experiencias hetero-géneas, la
plasmación del paisaje urbano en las películas de Eimbcke y Valle contribuye a romper
con los antiguos modelos predominantes en la época dorada de la cinematografía
mexicana. De esta manera, las películas Lake Tahoe (Eimbcke, 2008), Club Sándwich
(Eimbcke, 2013), pero también Las búsquedas (Valle, 2013) o Workers (Valle, 2013),
reflejan personajes huérfa-nos, supervivientes en ciudades abrumadoras y anónimas, en
las que la pobreza y la mar-ginalidad están a la orden del día. os personajes de las
películas de Eimbcke y Valle, re-servados y enigmáticos, reflejan pequeños fragmentos
de vida urbana en ciudades poco armoniosas, en las que la injusticia y el desamparo
conforman el nivel macrosocial. Ello, sin embargo, está lejos de significar que las obras
de ambos directores representen el sur-gimiento de un nuevo cine político-social
mexicano, como el que se dio en el país tras los acontecimientos de 1968. La crítica
social al México actual, que las películas de Eimbcke y Valle amparan, refleja las
deshumanizadas prácticas económicas neoliberales y sus efectos en la población, mas
no representa el punto central de las mismas. Las obras de ambos directores tematizan
principalmente “… el drama personal de los personajes, evi-tando el sentimentalismo
melodramático o la falsedad de los gestos trágicos y posibilitan-do así la empatía del
espectador con los problemas de los protagonistas”50. Por todo ello, cabe afirmar que
su obra forma parte del nuevo cine mexicano del siglo XX y los albores del siglo XXI
que ha adoptado la tecnología digital como fórmula de democratización ci-
nematográfica y se ha distanciado de los referentes cinematográficos nacionales para
rea-lizar una propuesta estética que se integra en el canon de la filmografía
internacional.
51 RAMOS, J., 2013, “Los retos del cine independiente en Cuba: Conversaciones con Enrique Álvarez y
Miguel Coyula”, en Imagofagia, Nº 7
27
56 WOLLENBERG, H.H., 1947, Anatomy of the Film, London, Marsals Publications, pp. 32 ss.
57 SEL y GASLOLI, A propósito de "Reflexiones sobre una estética del cine" (1913), Archivo Chile, Centro
de Estudios Miguel Enríquez, Internet, pp. 1-2
31
una ilusion, por lo cual, la Realidad misma se nos aparece como nada más que
ilusión”, y Maeterlink escribía en 1890 que “... la mayoría de los grandes poemas de la
humanidad no son esce-nificables”. Lukács, sin embargo, no pretendía ir tan lejos, y
probablemente nunca se planteó que el cine pudiera alguna vez sustituir totalmente al
teatro, ni que el actor teatral desapareciese del escenario. En su opinión deberían
conservarse las virtudes específicas del teatro, “… que son la vida autentica del actor,
los imprevistos, la fugacidad de la re-presentación, las distintas formas de
interpretación. Porque la raíz del efecto teatral no se encuentra en las palabras y en los
gestos de los actores o en los sucesos del drama, si-no en el poder mediante el cual un
hombre, el vivo deseo de un hombre vivo, se transmite sin mediación y sin ningún
conducto obstaculizador a una masa igualmente viva”58. Des-de un punto de vista
semiótico, y como argumenta Gianfranco Betettini, teatro y cine se diferencian
sensiblemente en la modalidad de sus enunciaciones y, sobre todo, en los usos a los que
sus productos están sometidos en la pragmática de sus manifestaciones59:
ligada a una técnica particular, una suerte de memoria es-pecífica que permite
proyectarse al espectador en los filmes 62. Por otra parte, así como el teatro a lo largo del
siglo XX reacciona paradójicamente contra la ‘transteatralización’ y se redefine en
oposición a ella –vamos al teatro a “construir realidad, morada, y subjeti-vidad”, en
cine sucedería algo similar63.
62 DERRIDA, J., 2001, “El cine y sus fantasmas”, en Cahiers du cinéma, Nº 556, citado en ARRECHE, op.
cit.; ver, asimismo, TUDELA SANCHO, Antonio, 2003, “Jacques Derrida y los fantasmas del
cinematógrafo”, en Revista de Filosofía, Nº 45
63 DUBATTI, op. cit. pg. 17
64 LIPOVETZKY, G., y SERROY, J., 2007, La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era
hipermoderna, Barcelona, Anagrama, citado en ARRECHE, op. cit
65 IGLESIAS SIMÓN, P., Del teatro al cine, Internet, pp. 3-4
34
3. El teatro es más cautivador. Cuando asistimos a una obra de teatro, nos dejamos
llevar por la puesta en escena; renunciamos a las evidencias de nuestros sentidos.
4. El teatro es más temático. Al enfatizar los caracteres, las obras dramáticas enfati-
zan también las motivaciones y las crisis de los personajes más que las propias
historias.
misma época la escritora Virginia Woolf opinaba –en una línea pare-cida que el cine
debía dejar de ser un parásito de la literatura, ya que según ella por medio de las
imágenes podían expresarse pensamientos y emociones a veces mejor que con las pa-
labras. Como apunta Marta Frago Pérez, hasta el año 1957 las opiniones acerca de las
adaptaciones de obras literarias al cine fueron más bien negativas. De hecho tales pos-
turas desfavorables se pueden explicar si se tiene en cuenta que en los primeros años del
7º Arte se dieron numerosos casos de abusos y plagios cinematográficos en productos
fíl- micos de escasa calidad71. El propio Film d’Art, que, como es sabido, adaptó
grandes clá-sicos de la literatura y de la escena con la idea de que el cinematógrafo
accediese a secto-res más cultos de la audiencia, descuidó absolutamente el aspecto
audiovisual en la reali-zación de sus productos. Más o menos lo mismo puede afirmarse
de la serie ‘Famous Ac-tors in Famous Plays’, del productor Adolph Zukor, realizada en
Estados Unidos con si-milar propósito. Con todo, hay que decir que las críticas entre
1920 y 1960 no se referían por lo general a la factura fílmica de las adaptaciones, sino
más bien a la fidelidad de las mismas para con el original literario del que partían.
Citemos a este respecto a la escritora Hannah Arendt, quien en ‘Entre el pasado y el
futuro’ comenta lo siguiente72:
71 FRAGO PÉREZ, M., 2005, “Reflexiones sobre la adaptación cinematográfica desde una perspectiva
iconológica”, en Comunicación y Sociedad, Vol. XVIII, Nº 2, pp. 50-51
72 Ibid., pg. 53 ; además, DE ASSIS CÉSAR, MªR. 2007, “Hannah Arendt y la crisis de la educación en el
mun-do contemporáneo”, en En-Claves del pensamiento, Año I, Nº 2, pp. 7-22
37
eclo-sión de la ‘Nouvelle Vague’ francesa y su teoría de los autores 73. Según dicha
tendencia había que distinguir claramente entre el cine-arte, que surgía desde su origen
para la pan-talla y no para el papel, y el cine-entretenimiento, del cual formaban parte la
mayor parte de las adaptaciones. Así, en su célebre artículo ‘La politique des auteurs’el
realizador y crítico francés François Truffaut opinaba, de forma parecida al
anteriormente citado Ei-khenbaum, una adaptación literaria demasiado ligada al texto
original sería una película literaria antes que cinematográfica74. En otro lugar, el
anteriormente citado José Antonio Pérez Bowie recuerda que el cine nació como un
espectáculo teatral más, dentro del géne-ro de las ‘varietés’, de las que adoptó diferentes
formas expresivas: prestidigitación, ma-gia, circo, canciones, etc. A causa de esto los
filmes primitivos incorporaron a su quehacer los mecanismos encaminados a reproducir
la escena teatral mediante imágenes en movi-miento75:
etc.
Pronto el cine comenzó a encaminarse por derroteros que lo alejarían progresi-
vamente de los modelos teatrales, como fue la utilización de ‘gags’ visuales y otros ha-
llazgos expresivos propios: distintas posiciones de la cámara, fragmentación de la
acción en distintos planos y, sobre todo, el montaje. No obstante, y como venimos
diciendo, “… el afianzamiento del cine como arte específico dotado de un lenguaje
propio no implica, sin embargo, una ruptura total con el arte escénico”, ya que –
especificamente durante el período mudo, la falta de palabras se compensaba mediante
la exageración de la mímica y de la gestualidad. Más adelante, buscando audiencias más
selectas, se volvió – como hemos visto- a recurrir a las adaptaciones de piezas teatrales,
como fue el caso de la citada El asesinato del Duque de Guisa (1908), la igualmente
citada serie Famous Actors in Fa-mous Plays (1916), del productor húngaro-
norteamericano Adolph Zukor, y el cine expre-sionista alemán en general, cuya
inspiración teatral resulta evidente76. Esta simbiosis ci-ne-teatro ha continuado hasta
nuestros días. Las anteriores con sideraciones nos per-miten hacer una primera
aproximación entre el cine y la ópera romántica, y especialmente la obra wagneriana.
73 SARRIS, And., “Notes on the Autheur Theory in 1962”, en The Film Artist ; WOLLEN, Peter, 1997, “The
Auteur Theory”, en Signs and Meaning in the Cinema, British Film Institute
74 FRAGO PÉREZ, op. cit., pg. 52
75 PÉREZ BOWIE, J. Ant., 2004, “Teatro y cine: un permanente diálogo intermedial”, en Arbor, Nº 427,
pp. 574-75
76 FONTANELLAS, H.J., 2012, Influencia del expresionismo en el teatro y el cine, Detrás de una imagen
cinematográfica, Internet
38
Según Miguel Martín Echarri, en efecto, dicho género ofrece una di-mensión
doblemente temporal, ya que tanto en el cine como en la ópera podemos distin-guir
entre77:
Tal como explica Martín Echarri, a partir de una presentación mimética sobre el
escenario de un teatro, la música operística busca –y a veces encuentra- una posición
así-milable a la de un ‘narrador’. Constituye, efectivamente, “ … una de las instancias
a las que el autor (casi siempre múltiple: compositor, libretista, escenógrafo, ...) asigna
la fun-ción de explicar y definir las transformaciones de la historia cuando los gestos y
las pala-bras de los actores … no son suficientemente explícitos para conseguirlo”. En
una ópera romántica no hay por lo general –como en la novela- una narrativa que cuente
la historia desde fuera ; sí la hay en cambio, en algunas composiciones de género
operístico de las vanguardias del siglo XX: Oedipus Rex y L’histoire du soldat, de Igor
Stravinsky, El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla o Lulu, de Alban Berg, por
citar sólo algunos ejemplos. Durante el siglo XIX, sin embargo, se solía recurrir a
relatos diegéticos en boca de alguno de los personajes, como es el caso de Sigfrido en
Götterdämmerung o Walter en Die Meistersinger von Nürnberg, ambas de Richard
Wagner, y en la ‘serenata’ del Don Giovanni, de Mozart. La música también puede
adoptar a veces en las óperas un carácter mimético (un personaje hace ruido o toca un
instrumento musical en escena, co-mo cuando Tamino toca la flauta en Die Zauberflöte,
de Mozart, o cuando Mime golpea el yunque en diversas escenas del ‘Anillo de los
Nibelungos’, de Wagner, así como imi-tando tormentas, el viento, el mar, etc. en
diversas óperas, pero por lo general la fun-ción de la música operística, al contrario a lo
que ocurre generalmente con la música cinemato-gráfica, como veremos más adelante,
“… suele ser la de crear un tejado sonoro complejo que se relaciona con el drama con
distintos grados de justificación”. (embellecimiento o acompañamiento más o menos
casual, o con el fin de describir psicológicamente a alguno de los personajes).
77 MARTÍN ECHARRI, M., 2014, “La música como instancia relatora. Sus aportaciones a la mímesis en la
ópera decimonónica”, en Signa, Nº 23, UNED, pp. 615 ss.
39
Cine fantástico
Cine de terror
"Hay mucho en el terror que, por más que sea fantasía o no sea realista,
de alguna forma podemos asociarlo, entenderlo y conectarnos con lo que está
pasando sea metafóricamente o no; hay mucho que podemos encontrar de
nuestra vida en esos filmes”.
El proyecto, por otra parte, tiene una reflexión más profunda que tal vez no se
vea a primera vista a decir de la directora, pues se refiere indirectamente a la
desaparición de mujeres que en países como el suyo es tan latente. "Quise llamar la
atención con respecto a este problema, que en la vida real, además de los cuentos de
hadas, desaparecen chicas que son por un sistema que es más fuerte que ellas y que lo
sostienen", explica.
fantástico más vulgarmente aceptado, consumido y digerido por el público es aquel que
‘hace asustar’ ; el que hace remontar las antiguas angustias infantiles concretadas en
la noche, la sangre, el dolor o la muerte para buscar sus huellas en el subconsciente
adulto”. Y, efectivamente, el ‘fantástico’, a partir de mediados de los años 70, parece
adolecer de una furibunda afección de “... hemoglobina chorreante, de maquillajes
llenos de horror, aullidos en la noche y de puertas chirriantes” que inundan las
pantallas, con poco espacio para lo que comunmente se ha entendido como ‘arte
cinematográfico’. Es un cine destinado al consumo inmediato, que busca la
espectacularidad sin ambages prescindiendo de toda complejidad literaria. No hay más
que acordarse de filmes de la catadura de The Te-xas Chain-Saw Massacre (‘La
matanza de Texas’', 1974), de Tobe Hooper, Halloween (‘La noche de Halloween’,
1978), de John Carpenter, Friday the Thirteenth (‘Viernes 13’, 1980), de Sean S.
Cunningham, y Nightmare in Elm Street (‘Pesadilla en Elm Street’, 1984), de Wes
Craven, entre otros, con sus insufribles secuelas, debidas a perpetradores de la talla de
Joseph Zito, Steve Miner o Renny Harlin (éste último, sorprendentemente encumbrado
a los altares hollywoodenses, en nuestra opinión, habida cuenta de sus nulas cualidades
como cineasta). Algunos de estos productos –en especial los de Carpenter, Hooper y
Craven- no dejan de ofrecer un cierto interés fílmico (notable incluso en contados casos,
como La noche de Halloween, de Carpenter, ejemplo paradigmático, imitado hasta la
saciedad). Pero eso no evita la tendencia de estos productos y sus epígonos a caer en el
comercialismo más exacerbado, donde todo es válido a la hora de narrar una historia de
sangre, locura o muertes horribles. Lo más curioso del caso es que el susodicho
fenómeno tuvo su origen bastante antes del boom de los años 70 y 80 ; fue a principios
de los años 60, como un subproducto de las ‘nudies’ (primeras cintas de ‘destape’). La
apertura relativa de los criterios morales en el cine norteamericano, la misma
permisividad que permitió a Alfred Hitchcock realizar un cambio de rumbo en su
filmografía, con obras maestras como Psycho (‘Psicosis’, 1961) y The Birds (‘Los
pájaros’, 1963) 80, dio lugar por la misma época a los ‘ghoullies’, o ‘bloodies’, del
productor Dave Friedmann, y a los ‘kinkies’, producidos por George Weiss, con títulos
como Blood Feast (1963) o Two Thousand Maniacs (1964), dos productos
absolutamente prescindibles dirigidos por Her-schell G. Lewis81. El sadismo se erigió en
verdadero protagonista, reconduciendo hasta el paroxismo los clásicos temas del cine de
terror de antaño. Y esta última línea es la que, por supuesto, ha perseverado ; el
‘remake’ de Psicosis (1983), de Richard Franklin, y su secuela (1986) perpetrada por
80 SPOTO, D., 1984, Alfred Hitchcock, el lado oscuro de un genio, Barcelona, Ultramar, pp. 417 ss.
81 GASCA, L., ed., 1983, El erotismo en el cine (4), Barcelona, Hamaika, pp. 212-18
41
86 LAFUERZA DEL CERRO, J.Ant., Acerca de los mitos prometeico y fáustico en la tradición cultural de
Occi-dente, Internet ; ver, además, MARTÍNEZ, En., “El hombre dependiente frente al hombre fáustico”,
en Fo-rum Libertas, Internet
43
en Estados Unidos con el título Snuff. A la trama de una secta de asesinos dedicados a
realizar rituales orgiásticos, se le agregaron escenas de una mujer siendo mutilada
brutalmente, que los medios sensacionalistas señalaron como reales. En 1981 también
estuvo presente el peruano Ricky Torres Tudela, productor cinematográfico
especializado en el género, que co-produjo junto a Pino Farina tres películas: Seis
pasajes al infierno, de Fernando Siro, Allá donde muere el viento, también de Siro y La
casa de las sombras, de Ricardo Wullicher.
87 COOK, D.A., 1981, A History of Narrative Film, New York, W.W. Norton & Cº, pg. 115
46
cayó en la autoparodia, con filmes como House of Frankenstein (‘La zíngara y los
monstruos’, 1944) y House of Dracula (‘La mansión de Drácula’, 1945), ambas de Erie
C. Kenton, que llegaban a mezclar todos los monstruos habidos y por haber en la misma
trama argumental. Todas estas películas, acompañadas siempre del mayor de los éxitos,
estuvieron acompañadas de otros intentos marginales, menos conocidos, ya desde la
década de los 20. Ciñéndonos a la época dorada de la Universal, tenemos, por ejemplo,
Freaks (‘La parada de los monstruos’, 1932), de Tod Browning, un film maldito,
prohibido durante largo tiempo, y la serie de películas producidas por Willis O’Brien,
con criaturas animadas según la técnica ‘stop-motion’, desarrollada primigeniamente
por Fritz Lang para Die Nibelungen (‘Los nibelungos’, 1924) ; de éstos el más
nombrado fue el King Kong (1933), de Merian C. Cooper y Ernest B. Shoedsack91.
momento, como puede ser Peeping Tom (‘El fotógrafo del pánico`, 1959), de Michael
Powell y Emeric Pressburger. Así, la historia de Drácula ha sido “... abiertamente
sexualizada”. Según David Pirie, por ejemplo, cuando se analizan desde cualquier
ángulo (literatura, folklore, etc.) los orígenes del vampiro, resulta imposible desligarlo
del sexo94:
94 PIRIE, D., 1977, El vampiro en el cine, Madrid, Círculo de Lectores, pp. 98 sss.
49
rror de lo cotidiano. El referido Cornejo, por su parte, llama la atención sobre la curiosa
circunstancia de que “... esos mismo temas (la atracción por la muerte, la situación
absurda, la falta de sentido general del relato) coinciden, en la década de los 60, con
las obras elitistas de Fellini, Buñuel, Bergman, Antonioni, ...”. La denominada ‘cultura
popular’, sin embargo, se enfrenta con esas mismas preocupaciones prescindiendo de la
base ‘filosófica’ que esos autores les confieren , adopta un punto de vista supersticioso.
Así, por ejemplo, si la heroína de Psicosis es brutal e inexplicablemente asesinada a la
mitad de la película, será ‘porque es culpable’ de algo. Esta búsqueda supersticiosa de la
culpabilidad se deriva, según Erich Fromm, de lo que él define como mal endémico de
nuestro siglo, especialmente en los países desarrollados y fuertemente industrializados:
el ‘miedo a la libertad’. Aquí es donde entra, como ya apuntábamos, la importancia
presuntamente catártica del nuevo cine terrorífico ; Jacques Guiomard lo expresa como
sigue95:
95 GUIOMARD, J., e.a., 1975, “Le fantastique”, en L’Avant-scène, Nº 160/61, citado en GIMFERRER &
RO-TELLAR, , 1978, ‘Cine fantástico y terrorífico”, en VARIOS, ‘EL CINE’, Enciclopedia Salvat del 7o Arte, 1
96 Ibid., pp. 153 ss.
50
e) Terror procedente del reino animal: L’alliance (‘La alianza’, 1970), de Christian
de Challonge, The Birds (‘Los pájaros’, 1961), de Alfred Hitchcock, The Hound
of the Baskervilles (‘El perro de Baskerville’, 1959), de Terence Fisher, Jaws
(‘Tiburón’ 1975), de Steven Spielberg, etc.
La historia oficial ubica a La llorona (1933) dirigida por el cubano Ramón Peón,
como el inicio del cine de terror en México. Sin embargo, antes de este filme hay dos
an-tecedentes que podrían haber inaugurado el cine de género: Por un lado está el
cortometraje Don Juan Tenorio, dirigido en 1898 por Salvador Toscano, en el que hay
algunos elementos fantásticos, y por el otro está la influencia europea, cuando durante el
rodaje de Drácula (1931) de Tod Browning, como era habitual en la época, de noche se
rodaba la versión en español dirigida al público hispano 97. El equipo a cargo de la
versión hispana estaba dirigido por George Melford y, aunque menos conocida, resulta
superior en muchos aspectos a la versión anglosajona protagonizada por Bela Lugosi. El
filme fue rodado en Los Ángeles y contó con un reparto de estrellas latinas difícil de
olvidar: Lupita Tovar, Eduardo Arozamena, y el español Carlos Villarías, quien se
incorporó al cine mexicano años más tarde como autor del libro Mostrología del cine
mexicano, que hace un recuento de las criaturas que han aparecido en el cine nacional:
“Si bien Drácula es una producción 100 por ciento estadunidense, tiene todos los
méritos para ser considerada el principal antecedente del cine de terror mexicano. No
es mexicana, pero es la raíz del género en México”.
“El cine de terror universal tiene una base muy sentada en clásicos li
leyendas autóctonas de regiones europeas, sobre todo, y después asiáticas. Y el
género de terror mexicano carecía de la semilla literaria; si bien es cierto que
existe la literatura fantástica mexicana desde los años 40, ha sido una literatura
muy poco difundida”.
Habían pasado dos años desde que en 1930 llegó el cine sonoro a México, de la
mano del Gobierno nacional cuando mandaron traer un equipo cinematográfico
moderno para la toma de posesión de Pascual Ortiz Rubio. Un año más tarde se
filmó Santa, del español Antonio Moreno, y en la que participó también Lupita Tovar.
Para 1933 llegó La llorona que, a diferencia del cine de terror que se veía en el mundo,
no era un personaje de una novela como lo fue Drácula o Frankenstein, “de lo único que
pudo beber en un principio este cine fue del vox populi y de las leyendas de boca en
boca de las tradiciones mexicanas”. La película, que inaugura al fantasma más
legítimamente mexicano del género, según escribieron otros críticos como Emilio
García Riera y Fernando Macotela, tiene la particularidad de que, más allá de los
detalles sobrenaturales, muestra un tono de remordimiento por situaciones morales,
nostalgia y emotividad, muy en congruencia con el género de drama: “Al no existir un
compendio literario, el cine se tuvo que nutrir de lo que venía de afuera. Conceptos
97 CASTAÑEDA, Ul., 2020, Cine Fantástico en México. Tiempos dorados con momentos oscuros, Internet
52
como el científico loco, el vampiro, el hombre lobo… son más del cine anglosajón, y se
tuvieron que adaptar al concepto mexicano”, expresó el especialista José Luis Ortega.
El género de terror, después de 1933, dio algunos de sus títulos más representativos de
la mano de otros exponentes que se acercaron con mucho virtuosismo. Eran tiempos en
los que había una diversidad de propuestas en las que cabían desde dramas como La
mujer del puerto (1933), de Fernando de Fuentes, ‘remake’ de la versión muda firmada
por Anatoly Boytler, realizador de origen ruso afincado en tierras mexicanas, el nuevo
cine de terror o las nuevas propuestas de cine ranchero que llegaron con el éxito de los
filmes del citado Fernando de Fuentes El fantasma del convento, Dos monjes y El
misterio del rostro pálido
compañía, el cine de terror se sostuvo en un hilo, que no era sino el extraño interés de
algunos cineastas por hacer algo diferente. El caso más representativo de esa década es
el de La herencia de la llorona (1947) de Mauricio Magdaleno, y también está La
venganza del charro negro (1942), de Raúl de Andan, secuela de El charro
negro (1940), del mismo director. La maldición que se cernía sobre el cine de terror
mexicano no se detuvo hasta que la comedia ranchera dejó de ser rentable y se decidió
probar con nuevos géneros. Es la época de realizadores como Fernando Méndez, un
entusiasta del cine de monstruos de la Universal. También reaparece Chano Urueta,
con Ladrón de cadáveres (1956), película de terror con luchadores; y Abel Salazar,
“considerado como el Val Lewton mexicano, quien fue un productor de cine fantástico
muy importante en Estados Unidos, incluso antes de Roger Corman”. A mediados de la
década de 1950 el género de terror vuelve a surgir, y con una fuerza impresionante, con
películas importantes como El ladrón de cadáveres o El vampiro, ambas de Fernando
Méndez, así como el surgimiento de ABSA films, la productora de Abel Salazar, que
rodó una serie de películas fundamentales.
búsqueda del héroe y la amenaza de la invasión que recorren muchas obras de fantasía
épica, como ocurre en J.R.R. Tolkien o en Le Guin, donde además abunda la magia. Sin
embargo, existe una enorme diferencia para ambas autoras. La prosa de Gorodischer
bebe de la poesía, como lo hiciera Ray Bradbury, pero desde un contexto que se percibe
latinoamericano. No sería extraño encontrar algo de Alfonsina Storni o del mismo Jorge
Luis Borges en Gorodischer. Por su parte, Bodoc recurre a la historia, a las culturas
precolombinas para armar un mundo distinto a las ideas concebidas por la fantasía
europea.
A pesar de las influencias, de la certeza de que estos géneros surgieron en
Occidente, los autores de Latinoamérica, y particularmente los de México, conciben
creaciones que se alejan de la adaptación simple, para generar una vertiente original y
especulativa dentro de los géneros no miméticos. Las bases erigidas por escritoras como
Gorodi-scher, Silvina Ocampo, Armonía Somers, Juana Manuela Gorriti, los escritores
fantásticos latinoamericanos o incluso Sor Juana Inés de la Cruz y Manuel Antonio de
Rivas, no han sido desdeñadas, y los despliegues creativos, tanto de la fantasía como de
la ciencia ficción en nuestra geografía es, al menos, deslumbrante. Las raíces de las
literaturas no miméticas (el horror, la fantasía, lo fantástico o la ciencia ficción)
pertenece al siglo XVIII, pero las exploraciones de la imaginación pueden rastrearse en
el ‘Gilgamesh’, en Homero, en el ‘Mahabharata’. La diferencia yace en el cambio de
paradigma ocurrido durante el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, cuando el pensamiento
mágico fue relegado para dar paso al científico. Las revoluciones sociales y culturales
del renacimiento dieron paso a Descartes, Galileo o Copérnico. ¿Por qué siguió
existiendo la literatura que tendía a explorar la imaginación, los mundos imposibles?
Podríamos aventurar una respuesta empírica: la imaginación es necesaria e inevitable.
Tendemos a imaginar siempre, ante perspectivas cotidianas. En ‘El acoso de las
fantasías’ juega Slavoj Žižek con la idea de la fantasía insidio-sa98. Nos dice el filósofo
que podemos aceptar una determinada situación, pero esa “fantasía” estará acosándonos
al respecto. Si esto funciona así, es concebible que, a pesar de entender el mundo a través
del método científico, aún existiera una consciencia de imaginación, y el crear mundos
imposibles resultara irremediable. Es precisamente en el Siglo de las Luces, esta época
de transición, cuando se escribe en México ‘Sizigias y cuadraturas lunares’ (hacia
1773), por el fraile Manuel Antonio Rivas. No es el único, pues ciertas obras de Sor
Juana Inés de la Cruz pertenecen a estas exploraciones2.
dos vertientes más, la del relato extraño (si es que la resolución se explica por
mecanismos naturales, como pasa en algunas novelas góticas de Ann Radcliffe, o en
Scooby Doo) y el maravilloso (si es que la resolución transita hacia lo imposible, lo
mágico y demás). El resultado intermedio sería lo fantástico 99. La terminología usada
actualmente por narradores latinoamericanos (en el caso hispano me resulta más
complejo entenderlo, porque desde la Universidad Autónoma de Barcelona se conjuntan
explicaciones teóricas sobre lo fantástico que derivan hacia el miedo o lo siniestro 4), no
ocurre donde lo sitúa Todorov, aunque sea una literatura liminal. Lo fantástico, sin
ponerme demasiado teórico, abunda sobre la irrupción de algo completamente ajeno,
imposible, extraño en nuestra realidad. Lo plausible. Este tipo de creaciones señalan la
imposibilidad: que una muñeca se mueva o que una casa sea más grande por dentro que
por fuera, o el que una mujer descubra una dimensión alterna en el espejo. Lo fantástico,
por lo tanto, no es lo mismo que la ‘fantasy’, término anglosajón que especifica la
literatura donde se construyen otros mundos que pueden o no estar basados en el
nuestro, se deriva de los cuentos de hadas, del mundo maravilloso que describen obras de
literatura antigua tan disímiles como el ‘Gilgamesh’ o muchas de las narraciones de ‘Las
mil y una noches’. Para que existiera lo fantástico tenía que ocurrir el Siglo de las Luces,
ya que los lectores, después de la revolución cultural, en-tenderían a la realidad como
aquella comprobable por la ciencia. Justo eso provocó una rebelión en la mentalidad de
los creadores que querían seguir expandiendo la realidad tan gris, macabra o triste. Y fue
así como surgieron las obras de Horace Walpole, Washington Irving o E.T.A. Hoffmann.
La revolución fantástica no tardaría en alcanzar las costas de Latinoamérica. Una vez
comprendido por los narradores que la realidad era una, el camino de
la ‘fantasy’ empezó a retratar el mundo otro que yacía en la Novela de Caballerías, o en
las fantasías orientales. La palabra ‘fantasía’ se convirtió en un escudo y una
caracterización para un género que diseñaría universos propios, los llamados Mundos
Secundarios (alternativos)7, a diferencia del Mundo Primario (el real). La cuestión de la
verosimilitud es necesaria, pues en las obras del subgénero, sigue existiendo la
coherencia y las reglas que hacen funcionar ese cosmos.
podrían llamarse urbanas, derivan también en la obra de José Luis Zárate, otro narrador
de literaturas no miméticas, quien plasma en ‘Xanto, novelucha libre’ un universo
cercano al nuestro ; además brotan monstruos y se desencadenan peleas (al más puro
estilo de la lucha libre) que, a pesar de su cariz tétrico, tienen que ver con un retrato
florido, como la máscara de El Santo, a quien evoca el personaje principal de esta obra.
Bajo la misma línea, que permite igual el humor, sin convertir el género en un mero
remedo, siguiendo el famoso axioma de “…primero como tragedia, después como
comedia”, los vampiros hacen su aparción. Sorprendentemente, ‘Xanto’ funciona
también como una novela de terror, como un binomio bastante efectivo junto con ‘La
ruta del hielo y la sal’. En cuanto a las creaciones bajo un enfoque similar, Francisco
Haghenbeck cuenta con una carrera dilatada al respecto, ya que su obra transita desde los
guiones para cómics hasta la novela de corte histórico. Sus exploraciones sobre el
escuadrón 201 o la vida de Frida Kahlo, son palpables en las novelas ‘Querubines en el
infierno’ y ‘El libro secreto de Frida Kahlo’, por nombrar solo dos ejemplos. Esta
curiosidad creativa llevó a Haghenbeck a desarrollar ‘El diablo me obligó’, novela que
ganó el premio Nocte, otorgado por la ya extinta Asociación Española de Escritores de
Terror, y no el Bram Stoker, otorgado por la Horror Writers Association, como
mencionaron por error algunos medios. Esta última novela fue adaptada en una serie de
Netflix, Diablero, lo que no es poca cosa. La novela, con altas dosis de terror, es una
novela de fantasía donde Elvis Infante se dedica a capturar demonios con diversos fines.
La intensidad de la obra es palpable en el lenguaje y en el gran desarrollo de personajes
que transitan en geografías tan disímiles como las de Afganistán o Los Angeles. Esta
historia podría verse más apropiada dentro del contexto del terror, o clasificarse bajo la
Fantasía Urbana con tonalidades lúgubres, como podría ser la serie protagonizada por
Harry Dresden, escrita por Jim Butcher.
LIJ, su temática, los vampiros, o en este caso los ‘umbrios’, llamó la atención a más de
un lector no tan aficionado a las narrativas dedicadas a los más jóvenes. Algunos de los
personajes de la saga de Sandoval, entre ellos la principal, Lina Posada, hablan como
mexicanos, son mexicanos, y viven en un contexto nacional, hasta que se enfrentan a un
grupo de vampiros salidos de la nada, y Lina termina descubriendo que ella misma es
una vampira, una umbria, y que el mundo de los umbrios es todavía más extenso. La
obra de Sandoval explora esa técnica de la adaptación del Mundo Primario (mundo real)
para trazar ciertas reglas que lo traspasan, terminando en un Mundo Secundario (mundo
imposible o de fantasía) que se halla bajo tierra. Las reglas de los umbrios conviven con
la naturaleza humana y la idiosincrasia de los personajes que transitan en las novelas. La
extensión de las entregas, además del cuidado que le dio
al ‘worldbuilding’ (construcción del mundo fantástico), permite que la saga mantenga
una enorme verosimilitud cercana a la de obras como Harry Potter. Es en el caso de esta
fantasía épica, heroica, lo que algunos llaman ‘al-ta fantasía’, donde encontramos las
obras de Andrea Chapela, con su saga ‘Vâudïs¡, constituida por cuatro libros, que
además la autora comenzó a escribir desde que tenía 15 años.
Otro caso peculiar es el de una novela ganadora del Gran Angular, aunque en esta
ocasión de manera internacional, es ‘Loba’, de Verónica Murguía, señalada por algunos
como una copia de ‘Canción de hielo y fuego’, y defendida por otros, como Alberto
Chimal, quienes mencionaban las bases de Verónica Murguía (su lectura atenta de las
novelas de caballería, o la influencia que recibió del ‘Orlando Furioso’, de Ludovico
Ariosto, en su obra). Esta autora ya había escrito diversos libros del género, como ‘El
fuego ver-de’ o ‘El Ángel de Nicolás’. La influencia de Murguía es occidental, pues a
diferencia de la ‘Saga de los confines’, de Liliana Bodoc, el mundo retratado
en ‘Loba’ es el de dos rei-nos medievales de inspiración europea en constante guerra:
Alosna (el país de los magos) y Moriana (el país de los guerreros llamados ‘lobos’). Este
caso puede seguirse con otra obra del ya citado Francisco Haghenbeck, quien realiza una
incursión, en ‘La doncella de la sal’, a los territorios del Sacro Imperio Romano durante
la Guerra de los Treinta Años, pero utilizando las leyendas y mitos de la Europa
medieval, de la que surgen las narraciones que terminarían recopilando los
hermanos Grimm. El mundo de ‘Hellbrun’ (escenario de esta novela) está plagado de
monstruos, criaturas y magia. Siguiendo las imágenes del bestiario occidental de la
fantasía se encuentra también la obra de Murguía, quien tiene unas bases asentadas en las
novelas de caballerías como el ‘Amadís de Gaula’ o el ‘Tirant lo blanc’, y la serie
de estudios de Joseph Campbell o James Frazer. La solución recuerda a ciertos
elementos feministas en obras más recientes como ‘El priorato del naranjo’, de Samantha
Shannon, o la obra de N.K. Jemisin, quien construye una narrativa
de ‘afrofuturismo’ más cercana a las proclamas y pensamiento feminista que el de otros
58
Los autores de ciencia ficción en México se hacen preguntas sobre las temáticas
que pueden o deben abarcar las historias de géneros especulativos. Este dilema se
cuestión-a en las antologías de ‘Más allá de lo imaginado’, ‘Quimeras’ o ‘Teknochtitlan’
de Federico Schaffler, así como en ‘Los viajeros’, de Bernardo Fernández. Parte de esta
concepción contemporánea que se tiene de la literatura de ciencia ficción hecha en el
país recae en algunas obras de Héctor Chavarría, cuya obra se ha calificado de ‘Ciencia
ficción jocosa, por su interés en usar el lenguaje de los barrios populares de la Ciudad de
México, junto con los estereotipos y clichés ya aprehendidos en la cultura del país, y del
extranjero, sobre lo que es el mexicano. Las temáticas de Chavarría y otros autores
parecidos conllevan a un sesgo que se ha convertido en la base para el desprecio hacia
este género. Tildar a la ciencia ficción hecha en México como ‘poco seria’ a partir de la
lectura de alguno de los cuentos de Chavarría, significaría desentenderse de qué ha
sucedido en este subgénero, y lo que ocurre.
La ‘ciencia ficción dura’ se enfoca en los temas clásicos o “serios”. Dice Miquel
Barceló en ‘Ciencia ficción. Nueva guía de lectura’ que la ciencia ficción ‘hard’ utiliza
te-mas científicos, la tecnología o las especificaciones técnicas de una nave espacial 100.
Lo que construye Chimal o autores seguidores de su perspectiva como Edgar Omar
Avilés, presenta divergencias imaginativas de futuros y mundos entrelazados en una
estética cuasi bizarra. Estas especulaciones pueden observarse, por parte de Avilés,
en ‘Luna Cinema’ (ganador del Premio Bellas Artes San Luis Potosí) y ‘Cabalgata en
duermevela’ (acreedor del Premio Nacional de Cuento Joven Comala) e Iliana Vargas,
autora difícil de clasificar, quien parte desde universos alternativos, propios de lo
fantástico, hacia mundos que bien podrían ser el nuestro, máquinas e híbridos que brotan
y se reproducen de maneras insospechadas en ‘Joni Munn y otras alteraciones del
psicosoma’ o ‘Habitantes del aire caníbal’. Vale la pena detenerse por un instante en las
obras de al menos estos tres narradores para descubrir una forma distinta de dirigirse
hacia los géneros no miméticos. Si bien como lectores de ciencia ficción estamos
acostumbrados a los viajes a la luna y hacia el espacio profundo, los futuros distópicos y
tecnológicos propios del ‘cyberpunk’ o las ucronías llenas de vapor del ‘steampunk’,
también existen ciertas exploraciones híbridas que permiten un desarrollo imaginativo,
tanto para el escritor como para el lector, donde abundan las rarezas, las imposibilidades,
un bestiario donde lo que habita no son dragones, sino melusinas, creaturas propias de un
zoológico o gallinas que dan huevos que en realidad son universos. El lector también
encontrará una creatividad desbordada que cuestiona el significado de la realidad y de lo
que la imaginación puede construir.
Otro de los autores que surgió de los premios de relato de ciencia ficción, y que
sigue en activo, es Gerardo Horacio Porcayo. A Porcayo se le conoce por sus
exploraciones en subgéneros poco explorados en el país como el horror gótico,
con ‘Dolorosa’ o el ‘cyberpunk’, con ‘La primera calle de la soledad’. Gerardo Horacio
Porcayo está a la altura de voces ya cimentadas en las letras producidas en el país.
Además, su visibilidad ha ido en aumento, con la publicación de ‘Plasma Exprés’, una
novela con toques plenamente distópicos donde se descubre un asesinato ritual en pleno
Chapultepec. Después de varios años, la obra que logró consolidarlo, y que también es
llamada la primera novela ‘cyberpunk’ mexicana, la anteriormente citada ‘La primera
Junto con Porcayo despuntan las obras de ciencia ficción de Bernardo Fernández,
ilustrador, dibujante y narrador interesado en temas policiacos. ‘Gel azul’, que conjunta
dos novelas cortas del autor (además de ser merecedora del Premio Ignotus de 2007) se
adentra en los territorios por los que circula habitualmente su autor, convirtiéndolos a
ambos en un dueto de este tipo de narrativa. Para Porcayo y Fernández, las ciudades
mexicanas funcionan como el escenario perfecto para desarrollar historias y estilos
propios del subgénero, pero que no se quedan en la simpleza aparente de la fórmula. Para
ambos la actualización de los mundos especulativos debe hacerse desde una geografía
reconocible, siguiendo la enmarcación utilizada por el ‘cuento natural de miedo’, como
lo ha llama-do Rafael Llopis101. Este efecto provoca, en un lector mexicano o de otro
territorio, el reconocimiento de una realidad aparente pero propia Uno de los ejemplos
más impresionantes que aborda de manera original el tema de los viajes espaciales lo
encontramos en la obra de Efraím Blanco, especialmente en ‘La nave eterna’, un libro
que mereció la Mención Honorífica del Premio Bellas Artes Nellie Campobello. La obra
está emparentada con Bradbury, debido a su composición cuentística, y al uso de lo
fantástico al momento de diseñar las naves, los viajes, las situaciones. No obstante, el
recurso de la ficción breve, así como las anáforas demuestran el talante narrativo de
Blanco, que recuerda incluso a la tradición argentina de cuento fantástico. Hablar de
viajes espaciales, e incluso de naves, es posible, sin llegar a ‘tropicalizar’ la ciencia
ficción, aunque México no sea un productor de tecnología, como en el caso
del afrofuturismo, donde se elevan los asuntos geopolíticos y sociales africanos, así
como la reafirmación de la importancia cultural de zonas periféricas no anglo-
eurocéntricas.
Autores como Porcayo, como Andrea Chapela, como Iliana Vargas o Efraím
Blan-co, se atreven a divergir sus discursos a través de los géneros no miméticos, y saben
que sus exploraciones están cimentadas, incluso, en los autores canónicos de la tradición
literaria del país. Carlos Fuentes tiene cuentos fantásticos que casi son de terror, y qué
decir de Aura (1962). Juan Rulfo y los fantasmas, los muertos que siguen hablando desde
101 LLOPIS, R., 2013, Historia natural de los cuentos de miedo, Madrid, Fuentetaja
61
sus tumbas ubicuas, porque México es Comala, por si no le queda claro a alguien. Elena
Garro, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, todos
ellos llegaron a hundir su mirada en el pozo profundo de las tierras nunca descolonizadas
del país, y de su boca brotan las maravillas y los horrores, las visiones de otro mundo.
¿No es esto una especie de fundación del mexofuturismo? Hace un par de años John
Picacio, un dibujante e ilustrador mexicoamericano promovió la ‘mexican Initiative, un
apoyo que becó a 50 autoras y autores mexicanos que participaron en la Worldcon, una
de las convenciones más importantes del género en el mundo. Entre los autores había
voces reconocidas como la de Alberto Chimal, y otras bastante nuevas como la de
Andrea Chapela. Este tipo de reconocimiento, apoyado por George R. R. Martin,
confirman que la fantasía, la ciencia ficción y el terror hechos en México no son poca
cosa, y que su madurez comienza a sentirse después del esfuerzo de decenas de autores,
promotores y lectores entusiastas, que lograron una antología de tres tomos para Tierra
Adentro, dos antologías publicadas en SM, apoyos de gobiernos estatales como el de
Baja California, Puebla o Tamaulipas, y que ha terminado por convertirse en una visión
sólida, en una propuesta que puede o no llamarse Mexafuturismo; pero que induce a
pensar en que los lectores aprecian el enorme trabajo de quienes se han atrevido a
arriesgarse con una visión distinta de la literatura. Las creaciones de estos géneros o
perspectivas ahí están, listan para ser devoradas, apreciadas por la audiencia, y qué mejor
que hacerlo en este mundo apocalíptico, sumido en una pandemia global que nos ha
dejado encerrados durante meses, pegados a las pantallas, con caretas como nuevas
máscaras que nos ayudarán a enfrentarnos a nuestra neo-realidad.
Hay un mito que reza que la producción literaria argentina nunca se centró en la
ciencia ficción. Esa máxima sería aplicable, tal vez, si se entiende al género como
cuentos y/o novelas sobre planetas extraños, viajes interestelares y no mucho más que
ese cliché (hermoso, de todas formas). Hace rato que esa discusión quedó saldada y el
mundo sabe que la ciencia ficción va más allá, y explora muchos otros escenarios
además de los espaciales102. "La ciencia ficción argentina no existe". La declaración,
algo imprudente o tal vez provocadora, pertenece a Elvio Gandolfo. La escribió en el
prólogo de una antología del género en 1978, y todavía no se desdijo. Cualquier intento
de ensayo sobre el género en el país incluye, en algún momento, esa cita y, más amable
o enojadamente, la discute o avala. Angélica Gorodischer es la reina actual local del
género hace ya un par de décadas, con Marcelo Cohen como representante de la
generación posterior, mientras que Jor-ge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares fueron los
primeros clásicos. Sin embargo, hay una suerte de prurito en encasillarlos ahí porque
tienen prestigio y la ciencia ficción, de algún modo (absurdo), no. Fantástico, dicen
102 PASIK, D., 2016, ¿Existe la ciencia ficción argentina?, Infobae, Internet
62
muchos, para algo que no es más que parte de nuestra tradición local en un género que
en el mundo representaron y casi inventaron Isaac Asimov (científico y preciso, Sci Fi
dura) y Ray Bradbury (poético y fantaseoso, Sci Fi blanda).
Lejos del costumbrismo espacial y con bases en las raíces del género, cada tanto
una novela argentina planta bandera en la ciencia ficción con una idea contundente,
sólida, rotunda. De un tiempo a esta parte hay una producción novedosa que,
tímidamente, podría ser la prueba tangible de que sí, existe un grupo de ‘autores
buenos, malos y mediocres’ que conforman ‘un género con características propias’. El
estilo se emparenta más con el Sci Fi británico (el de Brian Aldiss, el de Ballard). La
característica local es la distopía con cierta subtrama apocalíptica y/o tecnológica en
escenarios reconocibles reconvertidos, resignificados con realismo fantástico. Juan
Diego Incardona y su saga de cuentos y novelas matanceros es un ejemplo que ya lleva
varios años, con el reciente Las estrellas Federales como cereza del postre. Otros dos
ejemplos rotundos para probar la hipótesis (uno por muy actual y otro por muy
103 GANDOLFO, El., 2016, El libro de los géneros recargado, Buenos Aires, Blatt y Ríos
63
Una verdadera gema escondida del cine nacional. Con una historia basada en
Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, Invasión fue ignorada por el público al
momento de su estreno y extrañamente relegada al olvido hasta su restauración en 2008.
Laa acción se sitúa en Aquilea, una Buenos Aires laberíntica y tipicamente Borgiana,
cuyos habitantes buscan impedir una inevitable invasión de seres inefables. Hugo
Santiago, director y co-autor del guión, compone un particular mestizaje de los
lineamientos de las vanguardias francesas (Alphaville de Godard) y con el film noir.
.
En esta obra maestra el scifi está abordado desde la estética del expresionismo
ale-mán y el cine de Fritz Lang. Una reintepretación de Metropolis en la Argentina,
64
siempre es una buena alternativa para crear los mundos que la Ciencia Ficción requiere
y el dinero imposibilita.
66
104 TORO, M., 2020, “Latinoamérica en la música para cine”, en Rolling Stone, Internet
67
mejor del ‘rock’ argentino, transmiten las angustias de la emigración con canciones
estridentes.En el filme del brasileño Bruno Barreto Bossa Nova la música del pianista
Eumir Deodato traducen las tradiciones brasileñas y latinoamericanas en melodías que
hacen sentir al público co-mo si estuviesen en medio de una playa soleada y con un
cóctel en la mano. La combinación del sintetizador de Nicolás Laar confieren a Emma
(2019), de Pablo Larrain, una connotación perfecta del surrealismo de la mente humana
envuelta en las problemáticas de la libertad y el amor. La simple, pero mágica Vida
acuática con Steve Zissou, de Wes Anderson, tiene una banda sonora donde el músico
brasileño Seu Jorge toma las magníficas obras de David Bowie y las convierte en unas
cálidas tonadas en protugués. Terminamos con la ‘opera prima’ de Víctor Gaviria,
Rodrigo D. No Futuro (1990), donde la Colombia del narcotráfico y la violencia es
retratada con la mñusica de varias bandas colombianas.
Rodrigo D. No Futuro
105 SHIFRES, F., 2012, “Más allá de lo sonoro: La música, sus límites y vinculaciones desde una lectura
psicológica”, en Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, vol. 7, Nº 2, Bogotá, pp. 6-7
106 VALLS GORINA, R., y PADROL, J., 1990, Música y Cine, Barcelona, Ultramar, pp. 22-25
69
107 ARREDONDO, H., y GARCÍA HUELVA, Fr., 1998, “Los sonidos del cine”, en Comunicar, Nº 11, pp. 102-
03
108 SHAFER, R.M., 1969, El nuevo paisaje sonoro. Un manual para el maestro de música moderno,
Buenos Aires, Ricordi
70
109 DELEUZE, G., 1987, La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2¸Barcelona, Paidós, pg. 320
110 PORTA, Amp., Cine, música y aprendizaje significativo, Internet
111 RODRÍGUEZ GENOVÉS, F., 2013, Mervyn LeRoy y Lewis Milestone: cine de variedades vs. cine con
mensa-je, Amazon-Kindle
71
112 PRENDERGAST, R.M., 1992, Film Music. A Neglected Art. A Critical Study of Music in Films, New York,
W.W. Norton & Cº, pp. 89 ss.
72
el resto de los lenguajes incorporados como son la imagen y la palabra. A veces, cuando
éstas todavía no indican nada, una variación del tema de la música de la película, es
suficiente para crear la expectativa. En una secuencia anterior la música de Copland
desempeña otra función dramática diferente: la de añadir una nueva dimensión a los
elementos que ya están presentes113. El padre de Catherine llama a su hija y a la criada
para informarles de que se encuentra enfermo. Cuando esta última se ha mar-chado, se
entabla una discusión entre padre e hija, en el curso de la cual éste le asegura a ella que
le ha hecho un gran favor haciéndola romper su compromiso con un trepador miserable,
pero Catherine no está de acuerdo con este planteamiento, desarrollándose el siguiente
diálogo:
Catherine.- ¿Por qué? He vivido contigo durante veinte años hasta descubrir que tú no
me quieres. No creo que Morris me hubiese hecho más daño o me hubiese hecho pasar
más hambre a cambio de mi afecto que tú. Y dado que tú no has podido quererme,
podías ha-ber permitido que otra persona lo intentase.
115 MORTON, Lawrence, 1946, “On the Hollywood Front”, en Modern Music, vol 23, Nº 4
116 NÚÑEZ RAMOS, R. El ritmo en la literatura y el cine, Internet
74
“La música puede crear una atmósfera más convincente de tiempo y lugar”.
Se refiere aqui Copland al llamado ‘color’ local que la música puede contribuir a
plasmar en un film, ya sea incluyendo materiales folklóricos específicos, como pueden
ser, por ejemplo, las melodías marineras que hace sonar Adolph Deutsch en Action in
the North Atlantic (1943), de Lloyd Bacon, o los cánticos callejeros de que hace uso
Alfred Newman en A Tree Grows in Brooklyn (‘Lazos humanos’, 1945), la opera prima
de Elia Kazan, ya utilizando algún recurso colorístico de composición (aplicar la escala
pentatónica para sugerir ambientes orientales, por ejemplo), o parodiando los estilos
musicales del pasado ; así, vemos como Hugo Friedhofer compone una partitura en
estilo concerto grosso para The Bishop‘s Wife (‘La mujer del obispo’, 1947), de Henry
Koster, y David Raksin imita a Händel en Forever Amber (‘Ambiciosa’, 1947), de Otto
Preminger.
“La música pude usarse para subrayar o sugerir rasgos psicológicos: los
pensamientos no expresados de un personaje o las implicaciones previstas de
una situación”.
Así, por ejemplo, en la secuencia final de Force of Evil (1949), opera prima de
Abraham Polonski, la música de David Raksin describe la escena desde un punto de
vista más emocional que fisico ; el personaje interpretado por John Garfield está
corriendo en busca del cadáver de su hermano, pero la música lo que refleja es la
quietud psicológica que el personaje experimenta en esos momentos.
“La música puede servir como una especie de fondo de relleno neutral”.
los espacios en blanco entre frase y frase del texto y vuelve a refugiarse en el fondo al
comenzar cada línea117:
Edgar Morin, por su parte, comenta en la misma línea 120: “¿Qué hay más irreal
que esos ritmos y melodías siempre presentes, en la ciudad y en el campo, en el mar y
117 Ibid., pp. 213 ss.
118 MITRY, J., 1978, Estética y psicología del cine (2. Las formas), Madrid, Siglo XXI, pg. 136
119 PRENDERGAST, op. cit., pp. 222-23
120 MORIN, Ed., 1972, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Seix-Barral, pg. 95
76
o Comedia musical
“La música es un arte que se mueve a través del tiempo, un arte que no se
puede percibir de manera instantánea ; sin embargo, en los gráficos de Eisenstein
las imágenes se perciben instantáneamente. Y mientras que para el director
cinematográfico es posible controlar de alguna manera, a través de la
composición del encuadre, la dirección del movimiento del ojo del espectador a
lo largo del mismo, de ninguna manera puede controlar el ritmo o la cadencia de
dicho movimiento. En la toma IV del diagrama [de Eisenstein] se ven dos
banderas en el horizonte. Eisenstein correlaciona esas dos banderas con las dos
redondas de la música. Como ambas banderas constituyen imágenes verticales y
se encuentran en conflicto directo con la concepción primaria horizontal del
encuadre, el ojo las reconoce instantáneamente. La música, no obstante, es
completamente distinta. Si nos atenemos al ‘tempo’ indicado por Prokofiev de
Largo (negras) = 48, entre la aparición en pantalla de la toma IV hasta que
suena la primera redonda de la banda sonora transcurren aproximadamente 4
segundos. Hay otros 2½ segundos hasta que se escucha la segunda redonda.
Resulta, por tanto, que el metafórico ritmo de la imagen se reconoce
instantáneamente, mientras que el ritmo musical, que según Eisenstein se
corresponde con el ritmo de la imagen, tarda 6½ segundos en escucharse”.
127 EISENSTEIN, S.M., 1974, El sentido del cine, Buenos Aires, Siglo XXI, pp. 128-157
128 ADORNO, Th.W., y EISLER, H., 1976, El cine y la música, Barcelona, Fundamentos, pp. 160 ss.
79
Por otro lado, y según este analista, a nivel teórico existen diversas posturas que
intentan explicar el papel que juega la música -ya se base ésta en obras preexistentes,
conste de partituras originales, fílmicas o no, o se componga de canciones o melodías
para el recuerdo, como así ha sucedido a lo largo de toda la historia de la
cinematografía- dentro del discurso narrativo audiovisual:
a) Sintética (la música como “... una apreciación subjetiva de la objetividad” ; Pu-
dovkin)
c) Contextual (la música como elemento necesario y suficiente para crear una
atmósfera envolvente)
d) Parafrástica (función tópica en los filmes al uso: la música como simple eco y
re-petición de los diálogos)
h) Poética (dominio del objeto musical puro, que no se puede categorizar como
sonido ni como ruido ; postura de Pierre Schaeffer y también de Igor
Strawinsky133, quien, no obstante, y en opinión de Prendergast, nunca llegó a
comprender del todo el papel que desempeña la música en el cine134)
Michel Chion, por su parte, distingue entre ‘música empática’ (aquella que
expre-sa directamente su participación en la emoción de la escena, adaptando el ritmo,
el tono y el fraseo en función de códigos culturales de tristeza, alegría, emoción y
movimiento) y música ‘anempática’ (la que muestra una indiferencia ante la situación
narrativa, progresando de manera regular, como un texto escrito). Más adelante, esté
mismo autor establece una nueva distinción dentro de la música cinematográfica, esta
vez entre ‘música de foso’, que acompaña a la imagen desde una posición ‘off’, y
‘música de pantalla’, que, por el contrario, emana de una fuente claramente
identificable, situada directa o indirecta-mente en el lugar y en el tiempo de la acción
fílmica, y se refiere asimismo a casos mixtos entre ambas modalidades que pueden
producirse ; un ejemplo de esto estaría constituido por How 1 make an American Quilt
(‘Donde reside el amor’, 1995), de Jocelyn More-house, en donde se consigue de
manera bastante ingeniosa aunar ambos procesos en un mismo plano-secuencia
utilizando el Coro de Zíngaros de Il Trovatore (‘El Trovador’), de Giuseppe Verdi135:
En relación con la música de las películas mudas habría que tener en cuenta
asimismo la ausencia de sincronía que por lo general se daba entre la película y su
acompañamiento incidental. En su monografía sobre Abel Gance, Kevin Brownlow
hace notar que algunos proyeccionistas solían sincronizar la película con la banda
sonara llevandose por los golpes de batuta del director de la orquesta (cuando la había),
en vez de fijarse en lo que estaba ocurriendo en la pantalla, lo cual podía abocar a un
resultado desastroso. En el aspecto musical de la proyección se privaba a la exhibición
sobre la producción cinematográfica ; así, Eisenstein cuenta en sus memorias que
cuando se estrenó el ‘Potemkin’ en Londres “… la película se proyectó ligeramente
más lenta que lo normal sin haberlo 164 acordado previamente. A causa de la música
138 LACOMBE, Al., y PORCILE, Fr., Les musiques du cinéma français, París, Bordas, pp. 35-36
139 Ibid., pg. 310
140 LOPEZ FIGUEROA, S., 1995, Edmund Meisel, a Composer for the Silents, Creative Commons, Internet
141 TSIVIAN, Y., 2005, Early Cinema in Russia and it’s Cultural Reception, London, Routledge, pg. 97
84
destruyeron la dinámica de las relaciones rítmicas en un grado tal, que por primera vez
en la historia del film el público se rió con el efecto de los leones saltando”142.
Analizando el problema de la censura y la exhibición de las películas de Eisenstein, Ian
Christie se refiere a buscar una ‘estabilidad textual’ del período mudo: “No tiene mucho
sentido buscar la única o auténtica versión de cada producción, la copia más larga o
más antigua, porque ello tal vez no representa la in-tención final del realizador o de los
realizadores, o ni siquiera lo que vió realmente la audiencia en su día”. Christie
distingue varios procesos en las variaciones textuales de las obras de Eisenstein143:
Eisenstein tenía muy clara la importancia primordial que jugaba la música en las
películas. Por ello, su nuevo ‘montaje rítmico’ o montaje de atracciones estaba basado,
como ocurre en el lenguaje musical, en la percepción del tiempo interior cualitativo o
‘duración cualitativa’ que provoca en el público la percepción diferenciada de
fragmentos de distinta duración144: “Eisenstein propuso en la teoría y expresó en la
práctica la idea de que la yuxtaposición de planos mediante montaje da lugar a una
imagen total que va más allá de la simple suma de las imágenes parciales, cuyo
significado es más bien el ‘producto’ de las partes. Esto que parece complejo viene a
significar que las imágenes, los planos, no están aislados, sino que interactúan a través
del montaje, construyendo significados conjuntos, y así dan lugar al todo común”. En
142 EISENSTEIN, S. Immoral Memories, New York, Barnes & Noble, pg. 27
143 CHRISTIE, I., 2005, “Rediscovering Eisenstein”, en TAYLOR, R., y CHRISTIE, Ian, eds., 2005, Eisenstein
Re-discovered ; ver, además, TAYLOR, R., y CHRISTIE, Ian, eds., 2005, Inside the Film Factory. New
Approaches to Russian and Soviet Cinema, New York, Routledge
144 REGUERA, I.G., “Eisenstein y el montaje de atracciones”, en Entretanto, Internet ; ver, además,
EISEN-STEIN, S.M., El montaje de atracciones, Internet ; también ALBERA, Fr., 2005, “Eisenstein’s Theory
of the Photogram”, en TAYLOR, R.d, y CHRISTIE, Ian, Eisenstein Rediscovered, op. cit. ; además CUBILLOS,
V., “La teoría del montaje de atracciones”, en La Fuga, Internet ; LINDAP, J., 2007 “Eisenstein,
‘Intellectual Mon-tage’, Poststructuralism, and Ideology”, en Off Screen, vol. 11, Nº 2, Internet
85
En otro lugar añade147: “Como bien se sabe, este realizador estaba ya teniendo
en cuenta al sonido como nuevo elemento del montaje cuando trabajaba en La Línea
General, que tenía planificada como un film sonoro con música a cargo de Meisel”. El
145 Lo cual – dicho sea de paso- hace suponer que Stalin y su Gobierno tenían ya información acerca de
la futura invasión de su país por el Ejército Alemán -1941- por lo menos desde 1938, fecha del estreno
del film. Eso dio a la URSS suficiente margen para trasladar toda su industria, especialmente la de
armamento, y algunos sectores presuntamente conflictivos de la población (los ‘alemanes del Volga’, sin
ir más lejos, muchos de los cuales podían haberse convertido en agentes de los alemanes) a la zona de
los Urales, don-de no corrían el peligro de ser atacados. El espionaje soviético había desempeñado
perfectamente su mi-sión y nunca hubo, por tanto, un ataque sorpresa, como pretendían los nazis en un
principio.
146 CHRISTIE, op. cit, pg. 18
147 CHRISTIE, Ian, 2005, “Making Sense of Early Soviet Sound”, en TAYLOR, R. y CHRISTIE, Ian, eds.,
Inside the Film Factory, op. cit., pg 182
86
citado López Figueroa concluye su artículo con las siguientes consideraciones acerca de
la obra compositiva de Edmund Meisel, cuya música original para ‘El acorazado
Potemkin’ y ‘Octubre’ no se suele escuchar en la actualidad, por alguna razón
inexplicable:
Hay una perfecta simbiosis de las imágenes visuales y musicales, más cercana al
modelo del cine sonoro que a la simple ilustración musical.
Mezcla bien equilibrada de lenguajes musicales tonal y modernista según los diferentes
ambientes.
hace posible el milagro. Va más allá del sentido de las palabras y habla directamente
al alma, sin apoyarse sobre la razón” 155. Con respecto a este tema, por otro lado, se
suelen tomar dos posturas antitéticas:
a) Estética formalista (teoría muy poco aceptada): Niega a la obra musical todo
contenido significativo ; para sus partidarios constituye una simple combinación
de formas sonoras y animadas sin sentido alguno.
“La buena música de cine tiene que desempeñar todo su cometido de una
manera en cierto modo visible en la superficie, no le está permitido perderse en
sí misma ; todo -la construcción de conjunto, que le resulta aún más necesaria
que a la música autónoma- debe convertirse en fenómeno, y cuanto más
comunique a la imagen la dimensión de profundidad que a ésta le falta, tanto
menos deberá desarrollarse ella misma en profundidad [...] La música debe
centellear y chispear. Debería discurrir por sí misma con bastante rapidez, de
forma que pudiese coincidir con la efímera audición a que obligan las imágenes,
y no quedarse atrás replegada en sí misma. Los colores músicales son más
rápidos y más fáciles de percibir que las armonías en la medida en que éstos
cambios abigarrados son los que resultan más fáciles de reconciliar con la
tecnificación. En su tendencia a desaparecer inmediatamente, la música renuncia
a esa exigencia que constituye en el cine su pecado capital inevitable: el de estar
ahí”.
3) Los temas de los bosques vieneses: Max Steiner (1888-1971), Erich Wolfgang
Korngold (1897-1957), etc.
proceder recuerda en cierto sentido a los pasticcios operísticos de la primera mitad del
siglo XVIII, cuando era costumbre que varios autores colaborasen en la composición de
una ópera (v.gr., ‘Muzio Scevola’, cuyos tres actos fueron compuestos por Mattei,
Bononcini y Händel respectivamente), o bien que un mismo autor sustituyese ciertas
arias por nuevas composiciones al reestrenar una obra o al representarla con distinto
reparto.
Los estudios de Hollywood comenzaron, por otra parte, a contratar para el cine a
compositores formados en el ambiente sinfónico europeo ; es el caso de los citados
E.W. Korngold, Max Steiner, Miklos Rosza y Dimitrí Tiomkin, entre otros, que
trabajaron codo con codo junto a músicos autóctonos como Alfred Newman y Victor
Young. Podría afirmarse que el llamado ‘sinfonismo cinematográfico’ norteamericano
es obra en gran medida de dichos compositores procedentes de Europa, que llevaron a
Hollywood lo mismo que Honegger o Jaubert estaban haciendo en el viejo continente:
música ‘seria’ para el cine160. Todos ellos contribuyeron a desarrollar un vocabulario
musi- cal que acabó haciendose común en las principales películas inglesas y
norteamericanas, un lenguaje basado en el último romanticismo musical alemán e
italiano y destinado a satisfacer las exigencias tanto de los estudios como de los
directores, que lo único que pretendían era subrayar, molestando lo menos posible al
espectador, los personajes y las situaciones de sus películas. El padre fundador del
sinfonismo hollywoodiense fue el citado Max Steiner, un discípulo de Gustav Mahler.
Era partidario del uso del ‘leitmotiv’ (por ejemplo, en Lo que el viento se llevó) y del
discurso musical en todo paralelo al visual: “Por su formación musical y su talento
creativo, Steiner jamás –a pesar de su fecundidadincurrió en la vulgaridad. En los
peores casos era un fino compositor de oficio único. En los mejores, su música
irrumpía en la película como un vendaval romántico, dándole una dimensión visionaria
y una emoción multiplicada”. Le precedió el también citado Erich Wolfgang Korngold,
quien se trasladó definitivamente a Hollywood desde su Viena natal tras la anexión de
Austria por los nazis. Franz Waxmann, por su parte, aunque formado, como Steiner, en
el sinfonismo germánico e influido por Richard Struss, tenía un concepto más funcional
de la música cinematográfica:
160 Cuando Dimitri Tiomkin subió al escenario para recibir su tercer Oscar en 1955, dijo, con su
caracterís-tica ironía: “Quiero dar las gracias a Brahms, Strauss y Rimsky-Korsakov”. [COLÓN PERALES,
C., 1993, Intro-ducción a la historia de la música en el cine, Sevilla, Alfar, pp. 31 ss.]
92
Las bandas sonoras del cine incorporan en ocasiones piezas clásicas, que por lo
general no sólo dan lustre a las imágenes, sino que, en opinión de Raúl Rodríguez
Ferrándiz, constituyen un acierto notable del filme. Las obras elegidas se vuelven
populares para el gran público, pero incluso el melómano no puede dejar ya de asociar
la escucha de la pieza a las imágenes 162. Desde Billy Wilder, que hizo sonar a
Rachmaninov para alimentar los delirios de seducción del personaje interpretado por
Tom Ewell sobre la nueva ve-cinita (Marilyn Monroe) en The Seven Year Itch (‘La
tentación vive arriba’, 1955) pasando por Kubrick, que empleó sabiamente temas de
Johann Strauss y de Richard Strauss en la citada 2001: A 172 Space Odyssey (‘2001,
una odisea del espacio’, 1968), de Haendel y Schubert en Barry Lyndon (‘Barry
Lyndon’, 1975), o de Beethoven y Rossini en A Clockwork Orange (‘La naranja
mecánica’, 1971), pasando por Francis Ford Coppola, que hizo un memorable uso de la
163 KRÄMER, B., 2009, “Four Voices, One Canon? A Comparative Study on the Music Selection of
Classical Music Radio Stations”, en European Journal of Communication, vol. 24, Nº 3, pp. 325-343
164 LACASA MAS, I., y VILLANUEVA BENITO, Is., 2012, “El cine exhibe ópera. El público y el futuro
mediático de las artes”, en Icono, Nº 14, pp. 106-108
94
Algo parecido es lo que opinaba el citado Hanns Eisler, una gran parte de cuyos
escritos y charlas tenían como tema el analfabetismo y la tontería en la música. En una
de sus conferencias, Eisler habla sobre varias formas de decadencia musical popular, y
165 SANTOS FONTENLA, C., 1978, “Cine musical”, en VARIOS, El Cine. Enciclopedia deI 7º Arte, vol. 7,
Barce-lona, Labor
166 SCHOLES, P.B., 1972, The Oxford Companion to Music, London, Oxford University Press, pg. 188
95
Décadas más tarde, Jean Mitry expresaría un ideal parecido, esta vez en relación
con la música cinematográfica en general169: “Libre de todas sus contingencias
académicas (desarrollo sinfónico, ‘efectos orquestales’, etc.), la música, gracias al
film, nos reve-lará un nuevo aspecto de sí misma. Todavía le queda por explorar todo
el terreno que se extiende entre sus fronteras y las del sonido natural. Volvería a dar
dignidad, a través de las imágenes de la pantalla, a las fórmulas más usadas,
presentándolas con una luz nue-va: tres notas de acordeón, si corresponden a lo que
exige una imagen particular, serán siempre más conmovedoras, en este caso, que la
música del Viernes Santo de Parsifal”. Tales consideraciones, como apostilla
Prendergast, fueron y son sin duda importantes, pero se basaban en la presunción (a su
juicio errónea ; no hay que olvidar que este autor es un renombrado compositor
cinematográfico radicado en Hollywood y especializado en seriales televisivos) de que
el cine es un arte. Pero la industria cinematográfica es para él antes que nada una
empresa comercial, y el público lo que demanda es sobre todo entre-tenimiento170.
También es operistico el lenguaje musical de los dibujos animados, que se inspiraba
sobre todo en la opera buffa. El espectador de las películas de animación, en efecto, se
veía constreñido “... a suspender la realidad física en un grado mucho mayor que por
las películas dramáticas del mismo período”. Esta afirmación, curiosamente, coincide
casi punto por punto con lo que expresaba acerca de la ópera Carlo Gozzi, en pleno
siglo XVIII, al hablar de “... la gran magia de seducción que produce la encantadora
ilusión de hacer que lo imposible parezca verdadero a la mente y al espíritu de los
espectadores”, un punto de vista que es corroborado en la actualidad por el pianista y te-
órico musical Charles Rosen, quien afirma, refiriéndose al ‘Don Giovanni’, de
Mozart171:
“... la opera buffa tiene unas convenciones tan artificiales como las de
cualquier otro género artístico: hay que aceptar la idea de que la calle está tan
oscura que un criado puede hacerse pasar por su patrón simplemente cambiando
de casaca, que un hombre no es reconocido por su prometida si se pone un
bigote falso y que si a alguien le propinan un golpe, siempre lo recibe por error
alguien que está casualmente a su lado”.
our Lives (‘Los mejores años de nuestra vida’, 1946), de William Wyler, utilizó con
gran maestría la juxtaposición y sobrepósición de Leitmotive al estilo wagneriano con
un material melódico decididamente no-wagneriano en una brillante partitura que ganó
merecidamente el Oscar musical de ese año172. Esta película presenta argumentalmente
hablan-do, además, la estructura de una ópera en 4 actos. El primero de estos elementos
tematicos – denominado por el propio compositor el ‘Tema de los mejores años’-
aparece ya en los titulos de crédito ; el compositor cinematográfico canadiense Louis
Applebaum comenta lo siguiente acerca del mismo: “Su simplicidad, basada en una
tríada, y su armonización directa y cálida a la vez, reflejan la temática general de la
película, sobre todo en lo concerniente a la caracterización del personaje de Homer
por parte de Harold Russell”. El tema, que es utilizado profusamente a lo largo de toda
la película, consta de dos secciones claramente diferenciadas: un motivo en tríadas,
como hemos apuntado, y una frase compuesta por una sucesión de acordes ; como dice
Prendergast, “... ambas ideas son fá-cilmente reconocibles y, a causa de su simplicidad,
resultan susceptibles de un desarrollo ulterior”. El siguiente tema conductor de la
partitura es el denominado ‘Boone City’. Igual que el primero, contiene dos ideas
diferenciadas: un característico motivo de cinco notas con modulación hacia la séptima
mayor y una melodía sincopada a base de tríadas interrumpidas. A continuación viene
una estructura en acordes que recuerda el segundo motivo del primer tema, asociado a la
relación de vecindad que se establece entre las fa-milias de Homer y de su novia ; su
armonización, como ha admitido el propio Friedhofer, recuerda vivamente el estilo de
algunas composiciones de Aaron Copland. El carácter de las ideas musicales que vienen
a continuación es necesariamente diferente del de las que hemos visto hasta ahora,
según Prendergast. Así, el tema correspondiente a la novia de Homer, Wilma, consiste
en una melodía sencilla, pegadiza y algo lacrimosa, igual que el propio personaje. Sigue
un tema al estilo de Gershwin que subraya la frágil relación de pareja que existe entre
Fred y Peggy ; esta última dispone, además, de un material temático propio. Según
Prendergast, por otro lado, aunque Friedhofer despliega en esta partitura una evidente
economía de materiales sonoros, no por ello deja de tratar de manera especial algunas
secuencias dramáticas, en las cuales no se refiere directamente a ninguno de los motivos
temáticos principales:
173 Mickey mousing: Tanto en animación como en filmes de ficción, el término alude a una banda
sonora sincronizada y paralela que adecúa la música de fondo con las acciones de la pantalla. El término
proviene de las primeras animaciones de Walt Disney, donde la música mimetizaba casi por completo
los movimientos de los personajes. Véase COOKE, Mervyn, 2008, A History of Film Music, Cambridge,
Cambridge University Press, pp. 25 ss.
99
sonoras fílmicas se puede trazar a los comienzos del cine sonoro. El mencionado
compositor cinematográfico Joseph Carl Breil lo puso en práctica desde 1921,
afirmando que “el motivo debe variar en sus sucesivas apariciones para adaptarse a
nuevas situaciones”. En la época dorada de Hollywood, los compositores que llegaban
procedentes de Europa, algunos con experiencia operática a sus espaldas, se constreñían
al estilo del al romanticismo decimonónico. A consecuencia de ello, el ‘leitmotif’ se
convirtió en un medio popular de describir personajes cinematográficos, algo así como
una ’tarjeta de visita’174. Con la arribada de las canciones temáticas de las películas, los
‘leitmotifs’ se extraían de la versión completa de las mismas175. El citado compositor de
Hollywood Max Steiner, que se caracterizaba por esta práctica, dicen que manifestó: “Si
Wagner hubiese vivido en este siglo, sería el núme-ro uno de los compositores para
cine”176. Muchos temas de los títulos de crédito de la era dorada se componían en dos
partes: el tema ‘A’ representaba generalmente el título del film en cuestión, y/o el
personaje principal, mientras que el tema ‘B’, generalmente de un tono más lírico, se
refería a un personaje secundario. De manera parecida a una obertura de ópera
wagneriana, era la reaparición posterior de dichos temas la que desvelaba su sig-
nificado. Así, por ejemplo, la partitura de Steiner para la mencionada King Kong (1933)
utiliza esta fórmula. El tema de Kong, tres notas en un bajo de vientos, da paso al título
principal, establece la fuerza del simio presuponiendo lo que va a ocurrir más adelante,
y pasa suavemente a un segundo tema en legato. Los ‘leitmotifs’ generalmente actúan
en presente, sea dentro o fuera de campo, o bien de manera psicológica. Según Justin
London, tienen el mismo ‘peso’ que un nombre propio, de acuerdo con un momento
emocional del film177.
174 BIANCOROSSO, G., 2001, “Beginning Credits and beyond”, en Echo, vol. 3, Nº 1 ; 2010, “The Shark in
the Music”, en Music Analysis, Nº 29, 1-3, pp. 303-339
175 KASSABIAN, An., 2001, Hearing Film. New York, Routledge, pg. 33.
176 COOKE, op. cit., pg. 80
177 LONDON, J., 2000, “Leitmotifs and Musical Reference in the Classical Film Score”, en BUHLER, J.,
e.a., eds., Music and Cinema, Hanover, University Press of New England, pp. 87 ss.
178 ADORNO y EISLER, op. cit., pg. 81
100
179 KALINAK, K., Settling the Score: Music and the Classic Hollywood Film, Wisconsin Studies of Music
180 BIANCOROSSO, op. cit., pg. 307
181 BROWN, R.S., 1994, Overtones and Undertones: Reading Film Music, Berkeley, University of Califor-
nia Press, pg. 110
182 NEUMEYER, D., 2010, “Wagnerian Opera and Nineteenth Century Melodrama”, en JO, J. y GILMAN,
Sander L., Wagner & Cinema, Bloomington, Indiana University Press, pg. 118
101
Por otro lado, la necesidad de coordinar la música con el diálogo, los efectos
sonoros y la planificación ha contribuido tal vez a su simplificación. Sería más
apropiado, por tanto, contemplar el sistema de los ‘leitmotifs’ del cine como
‘inspirados’ por Wagner, pero no originados por él. Eso no impide que unos cuantos
compositores notables ha-yan desarrollado sus partituras con ‘leitmotifs’ de una forma
más wagneriana, llevando así al ‘Gesamtkuntswerk’ a unos límites que Wagner jamás
imaginó. Es el caso de Steiner, y también el de Erich Korngold y el de Miklos Rozsa,
por citar sólo algunos ejemplos. Scott D. Paulin se pregunta “¿Por qué Wagner?”184. Su
figura se nos presenta como un fetiche ritual destinado a reprimir en sentido
psicoanalítico la sensación de ‘castración’ producida por la falta de unidad, la
heterogeneidad material del aparato cinematográfico. Wagner sirve, por tanto, como
modelo casi universal a los compositores e intérpretes de música para el cine, y
conceptos como Gesamtkunstwerk, melodía sin fin y Leitmotiv circulan por doquier, a
menudo apartados del nombre de Wagner y de su utilización de los mismos. En
ocasiones se ha criticado su influencia, y en otras se ha achacado a los músicos de cine
el ser lo bastante wagnerianos. El compositor de Hollywood más importante de la
década de los años 40 fue, sin duda, Bernard Herrmann, quien procedió a re-finar las
prácticas compositivas heredadas de los años 30 mediante una instrumentación más
cuidada, limitada y en ocasiones inusual185:
183 PAULUS, Ir., 2000, “Williams Versus Wagner or an Attempt at Linking Musical Epics”, en
International Review of the Aesthetics and Sociology of Music 31, Nº 2, pp. 153 ss
184 BROWN, op. cit., pg. 99
185 PAULIN, Sc.D., The Idea of the Gesamtkunstwerk in the History and Theory of Film Music, Internet
186 NEAL, J., 2013, “An Ambivalent Commemoration: Wagner at 200”, en Geheimnisvolle Musik,
Internet
102
Italia, Alessandro Cicognini y Nino Rota, que habían empezado ya a componer para el
cine durante la década anterior, fueron consolidando el vocabulario musical del
‘neorrealismo’. Cicognini colaboró repetidamente con Vittorio de Sica, y Rota lo hizo
con Michelangelo Antonioni, y más tarde también con Federico Fellini. En Suecia,
mientras tanto, Erik Nordgren iniciaba una larga colaboración con Ingmar Bergman.
Pero la influencia de esos compositores europeos en el cine norteamericano se haría
notar bastante tardíamente, toda vez que las películas que llevaban su música fueron
siempre consideradas en Hollywood como obras ‘artisticas’, marginales y elitistas. La
primera ruptura, dentro de la música fílmica norteamericana, con el estilo sinfónico-
operístico de influencia europea de los años 30 tuvo lugar durante los 50, cuando
comenzaron a utilizarse temas jazzísticos o ins-pirados en el jazz. Ese tipo de música se
había empleado ya antes profusamente en comedias musicales y en films de animación,
pero apenas se la había utilizado en películas dra-máticas. Olvido Andújar Molina añade
que el ‘jazz’ estuvo presente casi desde los inicios de la cinematografía, de la mano de
conocidos intérpretes como Scott Joplin, Count Basie o Louis Armstrong, entre otros,
que trabajaron en sus inicios como acompañantes en salas de cine ; el ‘jazz-man’ –
músico de jazz-, por otra parte, figuró desde muy pronto como personaje arquetípico en
infinidad de comedias mudas. Citemos como ejemplo A Dog’s Life (1917) y A Day’s
Pleasure (1919), de Charles Chaplin, así como Luke’s Busy Day (1917) y Young Mr.
Jazz (1919), de Hal Roach187. Compositores como Alex North, Leonard Rosenman y
Elmer Bernstein fueron los primeros en escribir partituras de influencia jazzística,
consiguiendo de esta manera que la tradición hollywoodiense aceptase a partir de
entonces un espectro más amplio de sonoridades contemporáneas. Una de las ventajas,
por otra parte, de la música de jazz consistía en que la misma precisaba de una
orquestación bastante más simple y, por ende, más barata, y esa circunstancia hizo que
fuese rápidamente aceptada por el ‘studio-system’ 188. Cada vez más compositores
norteamericanos se dejaron influir por dichas armonías y ritmos ; entre todos ellos
destacó Henry Manciní, quien abrió el camino a una nueva generación de compositores
de música para el ci-ne. Mientras tanto, en Italia, la colaboración de Giovanní Fusco con
Antonioni llevó mucho más lejos la cuestión del control de la partitura filmica, dando
lugar a unas melodías mucho más líricas y a una orquestación aún más reducida que la
empleada hasta entonces en el cine americano. Los directores franceses de la Nouvelle
Vague, por su parte, preferían asimismo un sonido más ligero y funcional, aunque
todavía esencialmente romántico. Compositores como Georges Delerue y Michel
187 ANDÚJAR MOLINA, Ol., 2013, “El jazz en cine: desde las primeras películas sonoras a la Segunda
Guerra Mundial”, en Libros de la Torre del Virrey, Nº 1, Internet, pp. 1-3
188 DE GORGOT, Em., El ‘studio-system: auge y caída del Hollywood clásico, Jot Down, Internet
103
Por otro lado, el primer largometraje del cineasta hindú Satyajit Ray, Pather
Panchali (‘La canción del camino’, 1955), hacía un espectacular uso de la música
tradicional de la India interpretada por Ravi Shankar. En Grecia, Mikos Theodorakis
intentó, como antes Hanns Eisler, introducir una dimensión política en la banda sonora
de películas como Phaedra (‘Fedra’, 1962), de Jules Dassin, o Zorba the Greek (‘Zorba,
el griego’, 1964), de Michael Cacoyannis. Esa utilización de música folklórica y
popular en el cine de los distintos países se propagó especialmente por toda
Latinoamérica, como demuestran los estudios de Ruper Rafael Vásquez 189 y de Joaquín
López González190. En Japón, Fumio Hayasaka proporcionó música a las principales
creaciones filmicas de ese país, co-mo Ugetsu monogatari (‘Los cuentos de la luna
pálida’, 1953), de Kenji Mizoguchi, Ra-shomon (‘Rashomon’, 1950), de Akira
Kurosawa, y Shichinin no samurái (‘Los 7 samurais’, 1954), del mismo realizador. Los
experimentos y la expansión de la década de 1950 continuaron durante la de 1960,
produciéndose consolidaciones y vislumbrándose nuevas posibilidades para la música
filmica. Así, en los EE. UU., los compositores Quinci Jones y Lalo Schifrin supieron
sacar ventaja de la anteriormente mencionada aceptación por parte de los estudios del
nuevo lenguaje musical. John Barry, por su parte, añadió elementos de rock y
estilizaciones medievalizantes al repertorio clásico, mientras que Maurice Jarre utilizó
un lenguaje más bien romántico y tradicional de influencia francesa para elaborar
partituras épicas destinadas a películas igualmente épicas, y el japonés Toru Ta-kemitsu,
un discípulo de Hayasaka, llevó su peculiar versión de la vanguardia musical eu-ropea a
las pantallas de su país. El italiano Ennio Morricone, por fin, mezcló todos los estilos en
la banda sonora de ‘spaghetti-westerns’, films policiacos, dramas y farsas con un
indudable sentido de la ironía191.
189 VÁSQUEZ, R., La música popular tradicional en el cine venezolano de la década de los noventa ,
Internet
190 LÓPEZ GONZÁLEZ, J., La música cinematográfica de Astor Piazzola, Internet
191 LOMBARDO, M.J., Por un puñado de gloria: Morricone como icono de la cultura popular, Internet
104
Desde aquí, terminó por convertirse en un cliché musical para mostrar las
mentes de psicópatas, monstruos o criaturas extrañas y en películas de ciencia ficción de
la década de los 40 y 50, simbolizando la vida extraterrestre. El ‘theremin’, por otro
lado, care-cía de teclas prefijadas, al contrario que las ‘ondas Martenot’, del músico
francés Maurice Martenot, que sí contaban con un teclado y permitían crear efectos de
glissando o vibrato. Este nuevo instrumento se integró más fácilmente y fue utilizado
por compositores como Honegger, Varese o Milhaud, que ya habían compuesto música
para películas antes, espe-cialmente el primero de ellos. Arthur Honegger, en efecto,
192 LACOMBE y PORCILE, op. cit., pp. 277 ss
193 SEDEÑO VALDELLÓS, A.Mª , 2004, ‘La música contemporánea en el cine’, en Revista Historia y
Comu-nicación Social, Nº 9, Madrid, Universidad Complutense, pp. 157 ss.
105
había trabajado a las órdenes de Abel Gance en sus películas La roue (‘La rueda’, 1923)
y Napoleon (‘Napoleón’, 1927). El primero de esos títulos combinaba piezas de Fauré,
Saint-Saëns y Massenet con el original de Honegger, que luego cristalizó en su versión
orquestal como ‘Pacific 231’. Gance incluso montó por referencia inmediata a la música
y de acuerdo con un sistema primario de notación musical desarrollado por Honegger.
La partitura de éste está pensada para capturar el dinamismo de las secuencias de
montaje, aspecto en el que Gance fue un verdadero genio y precursor. La asociación
entre música y efectos sonoros electrónicos experimentó avances en la década de los
cuarenta cuando el mencionado Pierre Schaeffer, Pierre Henry y otros compositores del
Groupe de Recherche de Musique Concrète empezaron a experimentar con sonidos
concretos, no únicamente grabados, sino manipulados o transformados 183
variadamente, reproducidos al revés, a distintas velocidades, con el ataque eliminado,
mezclados y procesados mediante distintos dispositivos electrónicos, incluyendo filtros,
amplificadores y cámaras de eco, como ocurre en la banda sonora de Maurice Jaubert
para L´Atalante (1934), de Jean Vigo194. No obstante, la que se considera primera banda
sonora ente-ramente electrónica, actualmente una obra de culto, fue la creada por Louis
y Bebé Barron para Forbidden Planet (‘Planeta Prohibido’, 1956), de Fred M. Wilcox.
Más que música, el resultado son racimos aglutinados de efectos sonoros electrónicos.
Para su época, esos sonidos fueron, sin duda, extraordinarios y conjuraron paisajes y
terrores ultraterrenos. La manipulación electrónica de la voz humana es la metáfora más
directa de la era de la máquina. Asimismo, la reproducción electrónica del canon clásico
parece provocar cierta inquietud entre los puristas, como la transcripción por parte de
Wendy Carlos de obras de Bach en la mencionada La naranja mecánica, que mezclaba
sonidos electrónicos con fragmentos de Rossini, Beethoven, Purcell y Elgar. Muchas de
las críticas que atrajo la primera generación de partituras electrónicas para cine en la
década de 1970 obedecía a su baja calidad, más que al modo en que había sido
producida la música. Una muy alabada, sin embargo, fue la de The Andromeda Strain
(‘La amenaza de Andrómeda’, 1971), de Robert Wise, compuesta por Gil Melle.
Realmente, la ciencia-ficción era un territorio atractivo para las bandas sonoras
sintetizadas, por la sugerencia relacionada con estos sonidos de tiempos futuros o su
conexión con estados de alarma. El minimalismo, por otra parte, ha tenido asimismo un
gran éxito en el cine, y Sedeño Valdellós lo describe el fenómeno como sigue:
Zulueta, con los trozos rossinianos que se escuchan en Oscar (‘Oscar, quita las manos’,
1991), de John Landis, o con la original utilización que hacen Stanley Kubrick y Walter
(o Wendy) Carlos de la obertura de La gazza ladra (‘La urraca ladrona’), de Rossini, en
la mencionada A Clockwork Orange (‘La naranja mecánica’, 1971), concretamente en la
secuencia de la lucha entre diversos miembros de la banda de Alex en una piscina. Una
escena extre-madamente violenta es ilustrada con la melodía rossinesca, ligera y festiva,
que contrasta vivamente con las imágenes que pueden verse en la pantalla ; esta técnica
es, por otro la-do, practicada por el responsable de la música de este film a lo largo de
todo el metraje, utilizando diversos fragmentos de música clásica, en versión original o
en arreglos a base de sintetizadores para realzar la escena de que se trate. Su intención
extradiegética está, por tanto, fuera de toda duda. Ese tipo de música irrumpe en el
discurso fílmico, según García Jiménez, de cinco posibles maneras, que ya hemos
comentado más arriba en relación con otros analistas:
2) De modo impositivo (No se tienen en cuenta los deseos del espectador, sino en
todo caso únicamente una interpretación subjetiva –por parte del realizador- de
sus expectativas)
que hemos visto que hizo también Hanns Eisler en su momento, aunque con mucho más
tino y sentido musical).
205 RADIGALES, J., 2005 “El videoclip com a obra d’art total. Sobre Afrika Shox (Leftfield), de Chris
Cunning-ham”, en Trípodos, Nº 17, pp. 191-200 ; RADIGALES, J., y FRAILE PRIETO, T., 2006, “La música en
los estu-dios de Comunicación Audio-visual. Prospecciones y estado de la cuestión”, en Trípodos, Nº 19,
Barcelona, pp. 103 ss.
112
Al mismo tiempo, lo efímero de los múltiples estilos musicales a los que antes se
hacía referencia ha conseguido crear nuevos efectos en su presentación, como el que
Javier Blánquez y Omar Morera denominan ‘efecto loop’, que transmite una unidad
cerrada de significaciones musicales basándose en la repetición sistemática y
encadenada. A ello ha contribuido, sin lugar a dudas, la música electrónica en todos sus
formatos207. El citado ‘apropiacionismo’ (o la revisitación, un concepto quizá más
positivo) rompe los viejos cánones y permite la emergencia de lenguajes híbridos. La
iconoclastia aplicada a la música ha roto ya con los espacios tradicionales en los que
aquélla se desarrollaba, para dar paso a nuevas realidades. El concierto no implica la
pasividad del espectador y el teatro de ópera conlleva nuevas revoluciones, ahora a
partir de lo escénico y ya no de lo musical. Directores de escena como Peter Sellars,
Peter Konwitschny o Calixto Bieito han llevado la vanguardia teatral al mundo de la
ópera y han sacado a ésta del inmovilismo en que se encontraba. Ya no es noticia que la
Ópera de Hamburgo presente un nuevo ‘Don Giovan-ni’ de Mozart, sino que se habla,
por ejemplo, del ‘Don Giovanni’ de Bieito, o según Biei-to, según se mire. Toda
pretendida ‘creación’ no es, en definitiva, más que una ‘(re)creación’ o ‘interpretación’
de algo previamente existente. Bieito se erige, pues, en intérprete de Mozart en este
caso. El teatro se convierte así en intérprete de la música a partir de nuevos formatos y
sacando las obras originales de sus inmovilistas contextos. El cine, cuando utiliza la
música como punto de partida de la narración (ficción o documental), también permite
206 GERZOVICH, D., Aura e imagen dialéctica. Teología, temporalidad, hermenéutica y política en
Walter Benjamin, Internet ; referencia a BENJAMIN, op. cit.
207 BLÁNQUEZ, J., y MORERA, Om., eds., Loops. Una historia de la música electrónica, Barcelona,
Monda-dori
113
una nueva comprensión de los sonidos organizados. Tanto el cine que surge de la
música (‘documental narrado’) como la música con la excusa del cine (‘narración
documentada’) se convierten así en textos nuevos, aún cuando se precise de la música
para hablar en pretérito de un pasado más o menos lejano, y para ser fiel a las re-
visitaciones a las que se ha hecho referencia. Por ejemplo, el ‘rock de Manchester’
necesariamente redivivo en 24 Hour Party People (2003), de Michael Winterbottom. En
9 Songs (2004), el mismo director, uno de los más interesantes del cine reciente de
procedencia británica, plantea las relaciones entre un hombre y una mujer a partir de sus
encuentros en conciertos de rock. El sexo, mostrado sin pudor, se erige en la columna
vertebral de una película que y ahí está la paradoja- lleva la música hasta en el título,
pero en la que ésta se convierte en la mera excusa. Inconscientemente o no, el realizador
británico consigue reflejar un problema que ya forma parte de la propia música: oímos
pero no escuchamos, aunque la música sea indispensable incluso para vertebrar nuestras
relaciones afectivas y/o sexuales.
Los estudios sobre cine chileno han florecido en la última década en Chile ; sin
embargo, el análisis de lo sonoro y lo musical en particular ha sido escasamente
abordado. Paralelamente, desde el ámbito de la musicología y los estudios de la música
en su conjunto, el panorama no es más auspicioso, y únicamente se cuentan unos pocos
textos que abordan aspectos bastante parciales, en algunos casos con debilidades a la
hora de considerar elementos estéticos e históricos de lo cinematográfico 208. Claudio
Guerrero y Ale-kos Vuskovic publicaron muy recientemente el primer libro que aborda
el estudio sobre la música del llamado Nuevo Cine Chileno, considerando
exclusivamente cintas con composición original 209.En una línea similar, una de las
aportaciones más recientes es la de José María Moure, obeto de la siguiente entrevista
por parte de Gabriela Sánchez a raíz de la publicación de su libro ‘Escuchando al cine
chileno (1957-1969’:
estando en el último año de carrera junto a Alfredo Rojas hicimos un trabajo sobre la
música en el cine chileno. En esa ocasión, hicimos un trabajo monográfico en el que
comparamos el uso de la música en A Valparaíso, de Joris Ivens, y Valparaíso, mi amor, de
Aldo Francia.
En el caso de la investigación para el libro, ¿cuáles fueron los criterios para
seleccionar las películas?
– Se cruzan varios criterios. En particular hay un criterio histórico en el sentido de querer
to-mar estos cortometrajes experimentales de Sergio Bravo que de algún modo son el inicio
de la producción del Cine Experimental de la Universidad de Chile y luego terminar con El
Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littín, que es la culminación creativa, el ícono de
colaboración, pero en formato largometraje de ficción. Otro criterio tiene que ver con que el
período comience con Violeta Parra, es decir, con encontrarla ahí como la primera
compositora para ci-ne, eso me pareció súper interesante. Luego, eso me abrió las
posibilidades para incluir un largometraje documental como La Respuesta, de Leopoldo
Castedo, que es prácticamente el único en ese período. Incluir además los icónicos
largometrajes de ficción permitía tener catálogo que si bien es acotado abarca un período
importante de producción y logra expresar un abanico estilístico. Me interesó la diversidad
de los formatos y ahora viéndolo, siento que fue interesante porque fue un atrevimiento de
alguna manera como aventurarse analizar la música de estos formatos diferentes y darse
cuenta de que en el fondo no son tan diferentes.
¿Qué metodología usaste para el análisis de estas músicas y lo sonoro en las películas?
Una cosa interesante del período que escogiste para tu análisis es que se trata de una
época donde había un vínculo entre creadores de distintas disciplinas, es decir, lo que
pasó con la música y el cine también pasó con la música y el teatro, con la danza y el
teatro. Por tu formación imagino que conocías a los compositores y su trabajo antes de
mirarlos desde este lugar donde crean dialogando con otras disciplinas, ¿Pudiste
encontrar diferencias entre su creación musical y la que hicieron para cine?
– Evidentemente hay una diferencia en esa utilización del discurso musical al hacer una
pieza de concierto o una canción a una creación que, en este caso, está aplicada al discurso
fílmico, a una imagen, a un acontecimiento. Si es que se puede hacer una comparación o
una diferenciación, creo que tiene que ver con el uso fragmentado de la música, que puede
sonar una ob-viedad, pero quizás no lo es tanto, en el sentido de que la música aplicada al
cine no necesaria-mente tiene ese carácter de usarla de manera fragmentada, aunque en
estos compositores sí, lo que paradójicamente entrega continuidad a las a las realizaciones.
También hay una diferencia muy clara entre, incluso dentro del cine, en el uso de las
canciones o en el uso de blo-ques musicales. De hecho, esto ve muy bien con Tomás
Lefever cuando compone los boleros para Tres Tristes Tigres o compone una música
115
incidental para Largo viaje o las películas que hizo después en los 80’, y por otro lado se ve
en Sergio Ortega cuando hace una música dramática para El chacal de Nahueltoro y para
películas que hizo en el exilio, en contraste con el uso que hace el propio cine de sus
canciones hechas para la Unidad Popular, que es un uso diferente porque están insertando
una música que es de otro contexto. Creo que to-do se resume en el entendimiento de la
función dramática que puede tener la música en esas otras disciplinas y de su carácter
colaborativo.
El uso dramático de la música es una idea amplia y en el libro mencionas que eso no
implica necesariamente enfatizar la emoción que está mostrando la imagen, a veces
tiene que ver con distanciarse o crear un contrapunto. En ese sentido las películas que
escogiste también tienen una diversidad en el uso de la música. ¿Lo sabías de antes o
fue una sorpresa de la investigación?
– No sabía. Incluso yo te diría que ni siquiera lo sabía cuando hice la tesis de magíster que
ya había analizado Largo Viaje, El chacal de Nahueltoro y Valparaíso, mi amor, pero me
enfoqué solamente en la música y en la música incidental. Entonces fue una sorpresa volver
a re-visar esas películas e incluir estas otras y ver qué pasaba. Algo que yo digo no en el
libro y que me parece pertinente comentar es que creo que no necesariamente es importante
lo que el compositor esperaba que iba a ocurrir al crear la pieza. El autor muchas veces hace
música para una secuencia y se usa en otra, sin embargo, cuando uno ve la película y ve esa
secuencia, independiente de lo que los realizadores decidieron, el espectador está viendo
algo y eso incide en la percepción. De hecho, algo que tampoco puse en el libro es que pude
tener una conversación con Enrique Kaulen, el hijo de Patricio Kaulen y el protagonista de
la película, y él me contaba que su padre estaba súper incómodo con la música que había
hecho Tomás Lefever ya que había usado muchos pizzicatos en las cuerdas y que a él no le
gustaba porque encontraba que era una reiteración demasiado importante. Patricio Kaulen
igualmente usa esa música y los pizzicatos reflejan el viaje del niño por la ciudad y el de su
padre también. Ahí te das cuenta de que no necesariamente lo que el compositor o el
director quería es lo que siempre está ahí funcionando. Para mí ha sido súper provocador
salir de ese lugar porque te da la posibilidad de leer estas otras cosas que tú me comentabas,
estos otros usos de la música.
entonces me pareció que era muy importante ponerla en ese lugar. Luego, al ver los
documentales estaba la voz femenina de Sonia Salgado y estaba la voz de Nieves Yancovic
y me pareció necesario hablar también de eso, de esas voces. Y efectivamente fue súper
fructífero analizarlas, pero al mismo tiempo un poco terrible darse cuenta de que Sonia
Salgado en las pocas menciones que tiene en la literatura aparece como la mujer de Sergio
Bravo y ella fue asistente de dirección de las películas, no solamente fue una voz en off.
Nieves Yancovic por supuesto que tie-ne un poquito más de menciones en la literatura del
cine chileno porque era la dupla Yancovic Di Lauro, pero igual siempre se releva más la
figura de Di Lauro por su importante labor, sin duda, como sonidista de un montón de
películas, pero estas mujeres que quedan ahí son vistas por esta literatura como las
ayudantes.
¿Cuáles son las principales conclusiones que sacas tras esta investigación?
Sin embargo, ante la falta de una producción local, la noción del cine sonoro en
Chile estuvo marcada por los referentes internacionales, tanto de Hollywood como de
los países de habla hispana que sí pudieron desarrollar industrias cinematográficas con
210 JARVINEN, L., 2021, The Rise of Spanish-Language Filmmaking; Out from Hollywood’s Shadow,
1929-1939, Internet
118
la lle-gada del sonoro. Este hecho contribuye a explicar la recurrente comparación que
se hacía entre el cine local y el extranjero durante toda la década siguiente. Jorge
Schnitman establece que, como parte de las estrategias para referir a las culturas locales,
el cine latinoamericano a menudo utilizó a figuras estereotípicas como los gauchos en
Argentina, los charros en México y los huasos en Chile, además de la inclusión de
formas de hablar local y canciones basadas en géneros folclóricos pero reprocesados y
mediatizados211. Es precisamente aquello lo que comienza a aparecer con fuerza en el
cine chileno.
211 SCHNITTMAN, Jorge. 1984. Film Industries in Latin America: Dependency and Development.
Norwood, Ab-lex
212 VERA, Fernanda. 2015. ¿Músicos sin pasado? Construcción conceptual en la historiografía musical
chi-lena, Tesis de Magíster en Musicología, Universidad de Chile
213 DONOSO, K., 2006. La batalla del folklore: los conflictos por la representación de la cultura popular
chilena en el siglo XX, Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad de Santiago de Chile
119
bautizado como Música Típica, comenzó a difundirse a través de los medios ofrecidos
por las industrias de la música de la época. Desde 1927 cuando aparece el conjunto Los
Cuatro Huasos, para muchos la quintaescencia de esta corriente, hasta mediados de los
años sesenta, este estilo adquirió gran relevancia, convirtiéndose en una tendencia
específica con músicos, repertorio y lugares de presentación, promovidos a través de los
medios de comunicación. La Música Típica funcionó como una evocación de ese
pasado, leído en clave nostálgica y con una fuerte idealización. La figura prominente
que se exaltó fue la del huaso, que se convirtió en el símbolo de todo este imaginario
construido en torno a la vida rural. Siguiendo a Donoso:
“La imagen del huaso fue la elegida por la elite conservadora para asumir
su interpretación del folklore. De la negación del folklore como parte de la
cultura nacional en la década de 1910, se produjo un blanqueamiento de dicho
concepto para incorporarlo y utilizarlo como un elemento fortalecedor de la
identidad nacional (2006, 63).
Figura 2 / Fotograma de El hechizo del trigal. El conjunto folclórico tocando una
tonada.
emociones, y entregan información sobre los personajes, así como también música
diegética interpretada por los mismos personajes, canciones que aparecen desde la radio
e incluso un número musical.
214 ALUNNO, M. “El discurso sobre la música para cine en Colombia”, en Revista Musical Chilena, Año
LXX, Nº 225, pp. 73-95
215 LISSA, Z., 1965, Ästhetik der Fimmusik, Berlin, Henschelverlag
125
Aquí se explica por qué el título del presente artículo indica como objeto de
estudio una realidad definida –la colombiana–, sin perder la esperanza de proyectarse un
día en una dimensión más amplia –la latinoamericana–. Obviamente, el formato de un
artículo no permite una mayor profundización en las materias que es necesario conocer
para abordar el objeto de la música para cine en Colombia. Sin duda, el conocimiento
previo de, por lo menos, la historia del cine colombiano y la historia de la música en
Colombia (por ej. Perdomo Escobar216) ofrecerán al lector más informaciones acerca de
autores y argumentos de cuanto pueda hacerlo una bibliografía, aunque sea parcialmente
comentada, como la que presentamos en este trabajo. Es exactamente en función de la
especificidad del tema por lo que consideramos oportuno brindar al lector, primero que
todo, unos lineamientos generales de la historia del cine colombiano. De allí que
volvamos al tema musical para definir cuáles han sido los límites autoimpuestos al
proceso investigativo y sus alcances con el fin de introducir el siguiente apartado
respecto de la apreciación de la música para cine en páginas de revistas, programas de
radio y tesis de estudiantes universitarios en Colombia. Sin duda, no hay motivos de
carácter lingüístico, como es fácil ima-ginar que ocurra con una, por nosotros
desconocida, producción literaria en países asiáticos. Si bien los primeros estudios
histórico-musicales importantes aparecieron entre 1930 y 1940 (Perdomo Escobar,
Igualada, etc.), la musicología en sentido moderno, aunque enfocada principalmente en
lo etnomusicológico, quizás haya nacido con Andrés Pardo Tovar. Respecto de la
música para cine, algunos de los más reconocidos musicólogos del momento –Egberto
Bermúdez, Jaime Cortés Polanía, Ellie Anne Duque Hyman y Fernando Gil Araque, en
comunicación personal con el autor–, concuerdan en reconocer que, si no se ha hecho
mucho en este campo, se debe en parte a la juventud de la musicología colombiana. La
Ley 814 de 2003, o Ley del Cine, presenta la importante novedad, respec-to de otras
leyes o empresas del pasado (por ejemplo la Ley Novena de 1942 y la Compa-ñía de
216 PERDOMO ESCOBAR, J.Ig., 1980, Historia de la música en Colombia, Bogotá, Plaza y Janés
126
Así como ocurrió en muchos países del mundo, la penetración del cinematógrafo
Lumière en Colombia fue muy temprana. Queda registro de que ya en 1897, solo dos
años después de la invención de los hermanos franceses, se dieron en el puerto de Colón
(actual Panamá y, en ese entonces, territorio colombiano) las primeras proyecciones
cinematográficas por mano del francés Gabriel Veyre y de la Compañía Universal de
Variedades del empresario Balabrega. Mucho de lo que venía de Europa entraba a
Colombia a través del puerto de Colón. Otras regiones urbanas del país, como Medellín,
Cali y Bogotá, orográficamente eran de difícil acceso. De hecho Veyre, inicialmente
muy animado en llevar el cine a la hodierna capital colombiana, desistió a mitad de
camino y volvió a Francia. Después de un comienzo prometedor, el cine y otros tipos de
diversiones se vieron, sin embargo, interrumpidos pronto por la Guerra de los Mil Días
(1899-1902), la misma en la que Colombia perdería, adicionalmente, el territorio
panameño. A pesar de todo, el espectáculo del cine se reanudó inmediatamente en 1903,
año en el que los hermanos ita-lianos Di Domenico llegaron al puerto de Colón para, en
1909, mudarse definitivamente a Bogotá. Ellos, los Acevedo y el también italiano Florio
Manco (en Barranquilla), fueron los pioneros del cine colombiano. Además de mostrar
películas de procedencia europea (principalmente italiana y francesa) todos se dedicaron
a la producción de películas originales, siendo el género documental, de crónica y de
reconstrucción de eventos históricos en formato de cortometraje el preferido, sobre todo
por los Acevedo. A los Di Domenico se deben además el nacimiento de las primeras dos
revistas colombianas dedicadas al cine (Olympia, 1915 y Películas, 1916), así como la
primera sociedad productora –la Sicla–, y el impulso a la construcción del teatro
Olympia en Bogotá, el primer espacio cubierto de la capital consagrado a espectáculos
masivos. Lo siguieron muchos otros en la segunda década del siglo y, con ellos, también
muchas más películas de producción colombiana. Son de estos años los primeros éxitos
de ficción cinematográfica nacional: María (1922), de Alfredo del Diestro y Máximo
Calvo, Aura o las violetas (1924), de Pedro Moreno Garzón, La tragedia del silencio
(1924) y Bajo el cielo antioqueño (1925), ambas dirigidas por Arturo Acevedo
127
Con el cine sonoro en pleno auge, toda la década de 1930 está marcada por el
per-feccionamiento de un aparato de fabricación colombiana: el ‘cronofotófono’ del
ingeniero alemán-colombiano Carlos Schroeder. A pesar de que la invención finalmente
no fue tan exitosa como pareció en un primer momento, llegó igualmente a dejar rastro
de sí en el trabajo conjunto de Schroeder y los Acevedo. Sin embargo, para asistir al
primer largometraje de ficción sonoro y parlante de la historia del cine colombiano,
Flores del valle (1932), dirigido por el español Máximo Calvo, ya autor de María en
1922, hubo que esperar hasta 1941. Para ese entonces, las cinematografías mexicana y
argentina, que podían capitalizar por la facilidad de exportación debida al idioma,
habían recortado una buena tajada del mercado a los distribuidores norteamericanos
que, como reacción, empezaron la producción de películas dobladas al español. Los
años cuarenta no se caracterizan seguramente por la producción de largometrajes de
ficción, que fue bien escasa, sino, más bien, por la promulgación de la Ley 9ª de cine en
1942, la primera en su género en el país. El reconocimiento jurídico del fomento al cine
colombiano proporcionaba un marco legal indispensable para poder fundar las bases de
una industria cinematográfica nacional. Esto, sin embargo, no podía compensar algunas
fallas técnico-estructurales en el cine de ficción nacional; en particular, la ausencia de
un sistema productivo organizado y rentable y la falta de equipos y de personal
capacitado en hacer películas sonoras. A esta última razón se pueden atribuir, además,
las tendencias costumbristas y paisajistas del cine colombiano de ficción que, por medio
de canciones y vistas bonitas, lograba tanto evitar las dificultades de grabar con claridad
los diálogos como amortiguar la torpeza de los actores. A pesar de todo, la década de
1950 produjo los primeros cineclubes (como el Cine Club de Colombia), los primeros
ejemplos de periodismo especializado (Hernando Salcedo Silva, Alberto Aguirre y
Orlando Mora), y las primeras películas que se distanciaron del folclorismo y de la
imitación de modelos extranjeros, como fueron La langosta azul (1954), dirigida por
Luis Vicens Estrada, La gran obsesión (1955), de Gillermo Ribón, y El milagro de la
sal (1958), de Luis Moya. El carácter amateur del cine colombiano empezó a cambiar a
128
mediados de los años sesenta, cuando regresaron al país algunos cine-astas que se
habían formado en el exterior. Salcedo Silva (1981) denominó a este grupo Los
Maestros, pero, en realidad, nunca formaron escuela, aunque sí establecieron las bases
para el desarrollo de un cine profesional colombiano. Algunos regresaban de París
(Francisco Norden, Marta Rodríguez), otros de Roma (Guillermo Angulo, Roberto Tria-
na) para dar vida a un cine verdaderamente colombiano, no importaba si documental
(Gabriela Samper, Francisco Norden), de denuncia (Jorge Silva, Marta Rodríguez),
político (Julio Luzardo, Francisco Norden) o de comedia (Lizardo Díaz).
Barreiro Ortiz fue, sin duda, el único investigador colombiano en haber prestado
atención duradera a la música que los compositores de su país han escrito para el cine.
Sin embargo, lo que se acerca más a una contribución investigativa, después de su
experiencia, son algunas tesis de pregrado procedentes de la carrera en Comunicación
Social de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) en Medellín y del énfasis en
Composición de Música Comercial que se ofrece en la carrera de Estudios Musicales de
la Pontificia Universidad Javeriana (PUJ) en Bogotá. De la PUJ salieron seis tesis de
pregrado escritas entre el 2005 y 2010 (ver lista de las publicaciones, tesis de pregrado)
a las que es posible añadir un ‘unicum’ más curioso por su datación que por su
contenido: ‘El papel de la música en un medio de comunicación social: el cine’, de
Magaly Rosales de Gómez. Esta tesis fue escrita en 1976 para la Licenciatura en
Ciencias de la Comunicación Social (hoy simplemente Comunicación Social) de la
Universidad Javeriana. Como era de esperar, tiene un enfoque eminentemente
comunicacional, con posiciones estéticas muy cuestionables. Se destaca, de todos
131
Siempre aquí aflora, de las palabras del compositor, una concepción simultánea
de la música como arte y artesanía, labor y trabajo, cosa que explica el porqué de su
natu-ral predisposición y sano pragmatismo en la composición para la imagen. También
en las revistas de cultura se encuentra un pequeño tesoro del que vamos a hablar
seguidamente. Se trata aquí de dos de las fuentes más antiguas; una procedente de una
revista de cine, la otra de una revista de cultura, las que corresponden a los siguientes
autores: Alberto Urdaneta Forero, e Ignacio Isaza Martínez. La publicación de Cine
Colombia está firmada por González Coutín, un doctor en medicina general y director
de un Laboratorio de Bacteriología y Química Biológica ; éste redactó una ‘novela
cinematográfica’ para el primero y único número existente de la revista (conservada en
la sede de la FPFC). Como se lee en las Publicaciones periódicas y en Pedro Adrián
Zuluaga, la revista fue creada “… con el objetivo de publicar las novelas de las
películas de la Casa Cinematográfica Colombia”, y no tiene “… alguna relación con la
homónima distribuidora de películas”, la que pocos años después (1927) empezó su
negocio cinematográfico. El primer número de Cine Colombia tuvo una función
propagandista y fue dedicado a “… destacar la fundación de la casa productora y del
estreno del largometraje ‘La tragedia del silencio’”. Su particularidad es ser, que se
sepa con certeza, la única película del período mudo colombiano en haberse beneficiado
de una partitura original. Una veintena de hojas, con un tanto elaborado y curioso diseño
de página, se destinaron a la publicación de la primera parte (prólogo y cuatro capítulos)
de la homónima novela cinematográfica, o sea, de la versión literaria (no el guion) de la
película. Lo que más llama nuestra atención son cuatro páginas que se publicaron
intercaladas en el texto y que señalan el ya mencionado vals de Urdaneta Forero.
Urdaneta (Ubaté-Cundinamarca, 1895-Madrid, 1953) fue autor de música popular y se
volvió muy conocido en 1925 por su Guabina chiquinquireña, obra que se incluyó
134
Es en este contexto donde hay que inscribir entonces la pieza de Urdaneta para
la selección musical de la película de Acevedo Vallarino. El escrito de Ignacio Isaza
Martínez se publica en un año significativo para el cine colombiano, pues en 1937 se
estrena la primera obra de cine parlante nacional: Olaya Herrera y Eduardo Santos, por
la Casa Cinematográfica Acevedo & Schroeder. El sistema audiovisual inventado por el
ingeniero colombo-alemán Carlos Schroeder y su colaborador César Estévez había dado
su primera tímida pero exitosa prueba pública ya en 1929. Sin embargo, en una versión
perfeccionada, hizo su debut muchos años después, exactamente cuando los Acevedo
decidieron realizar un documental con ocasión de la muerte del expresidente liberal
Olaya Herrera y la subida al poder de su seguidor Eduardo Santos. En la euforia del
nuevo cine sonoro encontraron espacio las avanzadas reflexiones de Isaza Martínez, un
ingeniero an-tioqueño y fundador, con Marco Peláez, de la Sociedad de Amigos del
Arte de Medellín. El espacio lo ofreció Revista Pan, emisión editorial de un grupo de
intelectuales caucanos (Popayán) quienes, en tonos vagamente dadaístas y bajo el
nombre colectivo de Nabisco, decidieron crear y publicar, en agosto de 1935, el primer
136
acompañamiento mu-sical de muchas películas. Así que, para poner orden a este uso
‘irracional’, un orden tal vez sugerido por su formación científica de ingeniero, Isaza
Martínez plantea un distingo analítico basado en dos relaciones dialécticas que pueden
establecerse entre música e ima-gen: paralelismo y contrapunto. Esta articulación del
discurso audiovisual es de obvia ascendencia eisensteiniana. Y que Isaza Martínez
conociera directa o indirectamente las teorías del director soviético respecto del montaje
se deduce de sus citas de Paul Rotha, director inglés cuya formación teórica se debía a
los ensayos de Vertov y Pudovkin (el que, como es sabido, fue signatario con Eisenstein
y Alexandrov del a veces llamado ‘Manifiesto sobre el cine sonoro’ o ‘Manifiesto del
contrapunto sonoro’). Finalmente, después de haber sugerido que el me-jor resultado es
alcanzado por un uso equilibrado de paralelismo y contrapunto, Isaza Martínez propone
una tercera vía –el silencio– “Porque si hay pasajes que se engrandecen con un motivo
musical, hay también otros que no toleran el más leve sonido”.
Mucho más cuestionables son ciertas consideraciones que el autor hace respecto
del musical. En su lectura del género, Isaza Martínez manifiesta toda su incapacidad de
ver en él algo más que una simple unión “del sonido y del diálogo” o, peor todavía, “un
espectáculo hecho sin pretensión alguna de arte y solamente con el fin preconcebido de
divertir”. En la misma cuenta caen también las películas en las cuales “… se cuenta la
accidentada carrera de una supuesta gran cantante que logra al fin llegar a la Scala, o
al Metropolitan”, o sea, los biopics relativos a personajes históricos o de invención. Con
cierto fundamento y sin mayor giro de palabras, el autor define estas obras como “…
colecciones de lugares comunes, tratados de mal gusto, demostraciones de arte falso”,
y manifiesta su abierta desaprobación del modo en que se han desperdiciado muchos
talentos del canto lírico para servir películas de ínfimo valor. Concluye el artículo con
un comentario crítico-moral acerca del mal uso que se hace de muchas obras maestras
de la música. Con su ensayo, Isaza Martínez nos deja una aguda, por cuanto breve,
reflexión que lastimosamente no ha producido ulteriores profundizaciones, ni por parte
del autor mismo, ni por parte de otros. En las décadas de 1950 y 1960, junto a la
administración de la Sociedad Amigos del Arte, Isaza Martínez se interesó
principalmente en el folclorismo. “Casi todas las películas tienen un acompañamiento
musical hecho de retazos, sin orden y sin método, carente en absoluto de racional
conexión con lo que se proyecta”, y continúa: “Es falta de honradez artística mixtificar
de esa manera el gusto del público, habiendo en música tántas [sic] obras maestras
que podrían explotarse con éxito en el cinematógrafo” El crítico cinematográfico
antioqueño Orlando Mora atribuye la falta de literatura de la música para cine en
138
217 MORA, Or., 2005, Escrito en el viento. Crónicas de cine, Universidad de Antioquía
218 SORIA, G., El tango en el cine argentino en la década del 30, Internet
139
salas cinematográficas del mundo entero”, sita Homero Alsina Thevenet219. Mientras
tanto, los cines de Buenos Aires exhibían títulos nacionales, como Perdón, viejita,
dirigida por José A. Ferreyra, y Anoche a las dos, de Federico Vidal.. Los argumentos
de estos films se referían al tango ‘y su mundo’, muchas veces perverso y de mala vida.
En La borrachera del tan-go (1928), de Edmo Cominetti, aparece una radio antigua y
con letras borrosas este anuncio: “Estación LOO radio Prieto. La Orquesta típica
Avilés ejecutará La Borrachera del Tango”. Sin duda el director que mejor retrató el
tango en el cine mudo fue José Agustín Ferreyra. “José Agustín Ferreyra era maestro,
hijo único de madre negra, de vieja prosa-pia criolla y padre de directa ascendencia
europea …” ; así lo definió el crítico e investigador Jorge Miguel Couselo 220. La
primera realización de Ferreyra Una noche de garrufa, o las aventuras de Tito, está
fechada en 1915, y al año siguiente le seguirían La isla misteriosa y La fuga de Raquel.
En 1917 realizó El tango de la muerte, primera película de trascendencia pública. En
1931 experimentó Ferreyra con el cine sonoro haciendo Muñequitas porteñas, que
sonorizó mediante el sistema Vitaphone mediante grabación de discos, que consistía en
filmar cada secuencia initerrumpidamente durante la duración de un LP de 33 y 1/3
revoluciones por minuto. Los discos los fabricaba la Sociedad Impresora de Discos
Electrónicos, propiedad de Alfredo Murúa.
Este sistema de grabación era tan novedoso como dificultoso, tanto para la
filmación de las escenas, cuanto para la proyección de las mismas. Cuando una escena
se cotaba, difícilmente se podía volver a sincronizar. Los fragmentos eran en
consecuencia medidos, y el resto del metraje quedaba mudo. La primera empresa en
Argentina de cine parlante la fundó el inmigrante italiano Angel Bautista Metasti, quien
se puso de acuerdo con el realizador Luis Moglia Barth para producir Tango (1933), que
aún conservaba tro-zos mudos. El éxito de la primera película sonora animó a la
creación de otras empresas productora ; ese mismo año la casa Lumiton estrenó Los tres
barretines, de Enrique Susi-ni, que ya no presentaba vestigios mudos, y Sono Films dio
a la luz Dancing, dirigida por Moglia Barth. En 1934 Enrique Susini realizaría, para
Lumiton, Ayer y hoy, Y Luis Moglia Barth llevaría a las pantallas Riachuelo, para Sono
Films, que el historiador Domingo di Nubila recordaba como “… la mejor película
hasta ese momento …Color, fuerza ambiental, una historia tramada con habilidad,
personajes bien definidos, certeros toques de humor, ritmo ágil, diálogo espontáneo,
técnica aceptable y la gracia y simpatía de Luis Sandrini (protagonista), se combinaron
219 ALSINA THEVENET, H., 1975, Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood, Buenos Aires,
Corregi-dor
220 COUSELO, J.M., 1975 Cine sonoro americano y los Oscars de Hollywood, Buenos Aires, Corregidor
140
para darle valor como película y una atracción que probó ser irresistible para una
inmensa cantidad de público”221. Los Estudios Río de la Plata produjeron, bajo la
dirección de Francisco Canaro, entre ese año y 1950 un total de 10 largometrajes.
Enrique Morera dirigió Por el buen camino (1935), Ya tiene comisario el pueblo (1936)
y La muchacha del circo (1937) ; a Lucas Demare se debe Dos amigos y un amor
(1938). Además tenemos Cantando llegó el amor (1938), de James Bauer, y Turbión,
del cineasta español Antono Momplet, 24 horas en libertad, del citado Lucas Demare,
El diablo andaba en Los Choclos (1946), de Manuel Morera y Con la música en el
alma (1951), de Luis Bayón Herrera. Entre 1946 y 1950 se produjeron enArgentina 183
films, 87 de los cuales incluían tangos.
1946 15
1947 28
1948 41
1949 50
1950 49
221 DI NUBILA, D., 1960, Historia del cine argentino 1, Buenos Aires, Cruz de Malta
141
acceder, por variados motivos, a las presentaciones públicas de dichos artistas. El cine,
con sus precios más accesibles, se constituía de esta forma en un espectáculo más
masificado y democratizado. Entendemos que, en estos años, además de la
consolidación de los cines nacionales, se ha buscado también establecer cruces que
permitieran una expansión en otros países, a través de vínculos transnacionales basados
en intercambios de estrellas, directores, actores y, asimismo, de la importación de ritmos
musicales foráneos. Existió una conexión de México con Brasil con base en el cine
musi-cal producido por los hermanos Pedro, José Luis y Guillermo Calderón en el
primer país, a través de las películas de rumberas realizadas en torno a sus empresas
Producciones Calderón y Cinematográfica Calderón, que tuvieron su rango de acción,
en lo que respecta a este género, entre las décadas de 1940 y 1950. Si bien los cruces
mencionados se ins-criben principalmente dentro del propio cine mexicano, y aunque
las mayores conexiones transnacionales en el cine de rumberas se dieron entre México y
Cuba, podemos notar que gran parte de esas películas incluyeron números musicales
con ritmos provenientes de Brasil, y sumado a ello, ha existido un caso particular de
coproducción, que incluye también un trabajo en locaciones en Río de Janeiro. Nos
referimos al film Aventura en Rio (1953), de Alberto Gout. Podemos incluir en este
grupo igualmente a otras produccio-nes de los hermanos Calderón, como fueron
Pecadora (1947), de José Díaz Morales, Re-vancha (1948), también de Alberto Gout,
Aventurera (1949), del mismo director, y Perdida (1950), de Fernando A. Rivero, entre
otras, en donde el imaginario construido sobre Brasil ha sido aprovechado como un
medio de atracción para la expansión interna-cional dentro del continente.
lograr éxitos de ta-quilla. Así comenzaron a utilizarse las herramientas probadas del
cine hegemónico intro-duciendo elementos vinculados a la propia idiosincrasia
nacional. De ese modo surgieron los melodramas tangueros en Argentina, las comedias
rancheras en México, los filmes de rumberas en Cuba y México, y los musicales
carnavalescos en Brasil, entre tantos para-digmas del musical latinoamericano. El
desarrollo de dicho género en las respectivas cine-matografías nacionales se dio también
junto a un fenómeno de interés vinculado a un cru-ce de índole transnacional,
implementado de una manera especial en el cine musical mexi-cano, cubano y brasileño
a través de la difusión de sus respectivos ritmos y los intercam-bios de artistas
participantes en las películas. Los filmes de rumberas han sido los que más han
demostrado dicha interconexión, debido a su origen cubano, ya que de allí provi-no la
primera producción de este tipo, Siboney (1938), del cineasta de origen español Juan
Orol, y su sucesivo desarrollo mexicano a lo largo de las décadas de 1940 y 1950.
Argen-tina y Brasil, quizás por su lejanía geográfica con México y Cuba, tuvieron un
desarrollo más autónomo de sus propias cinematografías nacionales, y eso incluyó
también al aspec-to musical, sin embargo, no estuvieron exentos de cruces. No
olvidamos que una de las máximas exponentes de los filmes tangueros, Libertad
Lamarque, haría una profusa carre-ra en el cine mexica-no. En el caso de
diversificándose con el correr del tiempo. Muchas películas tomaron la forma de
desfiles musicales o cabalgatas ; allí la música fue exhibida sin un hilo argumental o con
uno muy débil, en pos de la novedad; en otras ocasiones se insertaron escenas de canto
y/o baile para adornar la historia y para beneplácito del públi-co.
El cine musical, finalmente, también puede asumir una forma más madura inser-
tando los números musicales a la estructura central de la narración, generando otras
múlti-ples e interminables variaciones. Tal ha sido, por ejemplo, el caso de Tango!
(1933), de Luis Moglia Barth, en Argentina. En Brasil, las conexiones fueron menores,
debido, pro-bablemente, a las distancias producidas por el idioma; aun así, el cine de
rum-beras haría un lugar muy especial a las melodías y danzas de esa nación a través de
los números bai-lables de algunos de sus exponentes. Tal como establece Paulo Antonio
Paranaguá, los cines de América Latina pueden estudiarse de forma más integral cuando
los ponemos en comparación a la hora de efectuar una historiografía 222. A dicha
perspectiva debemos sumar también el recorte transnacional de sus producciones,
destacándose como compro-batorio el estudio de un sinnúmero de cruces que coinciden
las cinematografías de España con la totalidad de países del ámbito hispanohablante. En
222 PARANAGUÁ, P.A., 2003, Tradición y modernidad en el cine de América Latina. Madrid, Fondo de
Cultu-ra Económica
143
muchos de esos casos descubri-mos que, en lo que respecta al desarrollo de los géneros
en la región, el cine musical ha sido, junto al melodrama, uno de los factores que más ha
unido a dichas cinematografías, proponiendo a la música como “un factor de
aclimatación, incluso de transculturación”. Asimismo223, Paranaguá, en 1985,
estableció como característica común de la llegada del sonido a los cines de América
Latina el aprovechamiento de la música para la autodifu-sión224. Algo similar diría
Silvia Oroz al considerar que dicho uso permitió “… la cons-trucción de un mapa
musical continental con identidades definidas”225. Estas coinciden-cias y cruces nos dan
a entender, en definitiva, que la integración de los cines de la región y su
correspondiente transnacionalización no ha sido un éxito. Dentro de la bibliografía
sobre transnacionalidad en los cines de Hispanoamérica se destaca un texto pionero de
Paulo Antonio Paranaguá, titulado ‘Populismo’ (2003), sobre el filme argentino Dios se
lo pague (1948), de Luis César Amadori, que está basado en una obra teatral brasileña y
protagonizado por un actor mexicano, lo cual refuerza la noción de cruce propia de
estos abordajes. Durante las décadas de 1940 y 1950, luego del auge resultante de la
explota-ción de las comedias rancheras (cuyo éxito se debe también a la música
difundida en los filmes), el cine mexicano se volcó hacia la realización de películas
ambientadas en espa-cios urbanos y prostibulares (en particular el cabaret). En ellas se
elaboraba una trama central de corte melodramático a la que se le incorporaba
incesantemente una serie de nú-meros musicales interpretados en torno al talento
musical de la protagonista.
227 HIGBEE, W. y LIM, S.H., 2010, “Conceptos of transnational cinemas: towards a critical
transnationalism in film studies”, en Transnational cinemas, Nº 1
228 CABAÑAS OSORIO, J., 2014, La mujer nocturna del cine mexicano. Representaciones y narrativas
corpo-rales, 1931-1954, México D. F., Universidad Iberoamericana.
229 CATAIFE, L., 2017, “Melodrama y prostitución. Representaciones de la mujer en el ámbito
prostibulario en el cine transnacional de las industrias mexicana y argentina”, en LUSNICH, A.L.,
AISEMBERG, A.L., e.a., eds., Pantallas transnacionales. El cine argentino y mexicano del periodo clásico,
Buenos Aires, Imago Mundi, pp. 193-204
145
de esta canción. Así es presentado el título en los créditos ini-ciales del filme, en lugar
del término favela. Este es uno de los temas analizados por Pere-do Castro en su ensayo
en torno a la industria del cine mexicano y el panamerica-nismo 233. Un ejemplo
paradigmático de la transmisión de esta ideología política es el filme Salóm México
(1949), de Emilio ‘Indio’ Fernández. Los ritmos popularizados en los filmes aquí
referidos, como la rumba y las canciones carnavalescas, han instaurado, por parte de las
naciones de origen de dichas películas, un intento de difusión de identidad nacional en
el extranjero, así como también cada país de recepción ha aprovechado el imaginario
que esos ritmos han inspirado para interpretarlo a su propia discreción. Enten-demos,
por otra parte, que la reunión de estos ritmos musicales en el cabaret (que se instala de
esta forma como un espacio transnacional en sí mismo), responde a una ten-dencia que
ya se venía instalando en la sociedad mexicana, tal como lo indica Cabañas Osorio: “A
fines del siglo XIX y principios del XX, la amalgama de ritmos de toda índole inundan
las urbes mexi-canas. La modernidad trae consigo la sociedad de consumo y las clases
medias urbanas comienzan a sacudirse con los ritmos candentes procedentes de Haití o
del África profunda y Cuba”234. La danza caribeña viene a establecer un contra-punto
cultural al cual la música de Brasil se suma también para introducir un imaginario
vinculado a lo popular, y como establece el autor, a imaginar y corporeizar “las
reminiscencias negroi-des, paganas y mágicas” de tiempos ancestrales. Es importante
destacar que los filmes de rumberas coincidían con muchas chanchadas en la utilización
del espacio de un show nocturno o de una representación teatral dentro del mismo
desarrollo de la narración para insertar las canciones que conforman parte del repertorio
de la película. De ese modo, permitieron identificar ciertas estructuras comunes más allá
de las distancias culturales que pudieran separarles. De algún modo, las películas
buscaron homogeneizar las diferen-cias culturales propias de cada país a través de la
instalación de un imaginario sobre Lati-noamérica. En relación con esto, así como los
ritmos música-les de Brasil instalaron en las producciones mexicanas este estereotipo,
gestado más en la mirada tercerizada de Hollywood que en la propia América Latina, la
rumbera, con sus bailes casi ritualísticos y el sincretismo tropical en ellos representados,
vino a transportar a los espectadores de la región un imaginario latino sincrético
orientado por la mixtura de los ritmos musicales y los intercambios de artistas de un
país a otro. También observamos que ese imaginario que aparece en los filmes
musicales de Latinoamérica, y en particular en las producciones de los Calderón aquí
mencionadas. De igual forma, así como en las películas de rumberas Brasil es visto
233 PEREDO CASTRO, Fr., 2006, “Cine y propaganda para Latinoamérica. México y Estados Unidos en la
en-crucijada de los años 40”, en Estudios de Historia moderna Contemporánea de México, Nº 31
234 CABAÑAS OSORIO, op. cit., pg. 229
148
acerca de América Latina. Las películas mexicanas, por cuenta de una competente
cadena de distribución montada con la ayuda del Estado, también llegaron a Brasil y
crearon un capital simbólico alrededor de la latinidad caribeña que acabó por inscribirse
en el imagi-nario nacional brasileño. Las rumberas cabareteras invadieron no solamente
el imaginario del público en Brasil sino la pantalla del cine nacional. Incluso después
del descenso de la producción mexicana y, consecuentemente, con la disminución de la
presencia de aquel repertorio en tierras de sertanejos, caiçaras, malandros y mulatas, las
rumberas siguieron marcando presencia en las narrativas retratadas en la pantalla. A
partir de tres películas brasileñas, de tres momentos históricos distintos, analizaremos a
este personaje en el esce-nario nacional brasileño: Carnaval Atlântida, (1952), de José
Carlos Burle, Bye bye Brasil (1980) de Cacá Diegues, y Viva Sapato! (2003) de Luiz
Carlos Lacerda. A partir de estos análisis, indicaremos posibles respuestas a las
cuestiones que las cabareteras nos señalan: ¿Qué esta rumbera mexicano-caribeña decía
sobre ‘la realidad verde-amarilla’? ¿Qué lu-gar ocupaba este personaje de acento
hispánico en el imaginario y en el cine brasileño? Contestar estas preguntas posibilita
repensar -también en el ámbito metodológico for-mentado por los estudios de Martín
Barbero- la recepción como un horizonte por donde se puede investigar el proceso de
comunicación como un todo. Así se confirma el despla-zamiento del énfasis de los
medios para los actores sociales que se evidencian en prácticas sociales presentes en los
discursos culturales. La permanencia de la cabaretera en la fil-mografía brasileña señala
hacia la conjugación de dos marcos teóricos importantes para los estudios culturales
latinoamericanos, que combinan las ideas de mediaciones y de hi-bridaciones. García
Canclini, que tiene como objeto de estudio los procesos de hibrida-ción y no el
hibridismo en si, argumenta que se debe relativizar la noción de identidad, confirmando
una fuerte tendencia de los investigadores implicados con los estudios cultu-rales
latinoamericanos. De esta manera, el autor propone un desplazamiento de objeto: del
concepto de identidad a los de heterogeneidad e hibridación interculturales. Estos pro-
cesos se articulan a las cuestiones relacionadas a la industrialización y a la masificación
globalizada de los procesos de significación. En Latinoamérica, estas negociaciones se
insertaron en el ámbito de la violencia y de la dominación, sin dejar de agenciar la con-
strucción social de los procesos de mestizaje, no solamente de las razas, sino de los
tiem-pos y de las culturas. Ahí se encuentra el “… sentido contradictorio de la
modernidad en América Latina: tiempo de desarrollo marcado por el descompás de la
diferencia y de la discontinuidad cultural”238. Desde este planteamiento teórico,
partiremos hacia el análisis de las películas propuestas. Como objetivo mayor,
238 Ibid., pg. 224
150
Fue alrededor de este trípodo que los límites del subdesarrollo de las
producciones del cine brasileño se problematizaron de manera muy creativa. A partir
del confronto entre cultura de elite y cultura popular, entre cine hegemónico
estadounidense y cine bra-sileño de las comedias carnavalescas, se articularon las
discusiones estructurales del sub-desarrollo brasileño. La parodia, en el cine brasileño,
señalaba una fuerte relación de poder presente en la política de inserción en el mercado
cinematográfico. Carnaval Atlântida es una película reflexiva que hace referencia a un
metacine que señala el sub-desarrollo como una marca de identidad y resistencia a una
matriz cultural estadouni-dense. El subdesarrollo se presenta aquí como la clave de
lectura para las relaciones entre centro y periferia e indica una discusión acerca de un
proyecto de cultura naciobal. El personaje principal es el propio país en 1980, en un
proceso de ajuste a una incipiente democracia, a través de los ojos de una troupe de
artistas de circo cuyo talento para la supervivencia es más grande que su ya anacrónica
capacidad de atraer público para sus performances, realizadas al largo de chiquitos
pueblos en el interior del país. Brasil revela un discurso que cree en el riesgo de
desaparición de las características regionales como resultado de la masificación de la
cultura del entretenimiento producida por la televisión. Rechazado y abandonado en su
solitaria defensa por la propia miseria históricamente he-redada, el pueblo coexiste con
señales del progreso, simbolizado por la tele y por la explo-tación de aquellos que
tienen que trabajar para los negocios extranjeros en Amazonía. En este confronto entre
el pasado y el presente, viejas tradiciones nostálgicamente permane-cen. Atento a las
paradojas que están presentes en la sociedad brasileña, Cacá Diegues produce una
radiografía de un país en transformación, Esta especie de atemporalidad en la mise-en-
scène de la rumbera acaba por relacionarse a un mundo que se va quedando rápidamente
239 VIEIRA, J.L., 1987. “A chanchada e o cinema carioca (1930-1955)”, en: RAMOS, F. ed., História do
cine-ma brasileiro. São Paulo, Art Editora/SENAC, pp. 129-187
151
240 NEVES, D.E., 1980. “Bye bye Brasil”, en Filme Cultura, año XIII, Nº 35/36, Embrafilme
241 GARCIA CACLINI, op. cit., pg. 44
152
cabaretera reinventan el camino a ser recorrido. Como proyecto político, esta película
reintroduce en Brasil las discusiones acerca de América Latina. Los códigos de
latinidad, sin embargo, reafirman un espacio ya constituido en el ámbito internacional.
La libertad sexual, la malandragem y la picardía, el carácter pasional y explosivo de los
personajes, van al encuentro de lo que se espera en estos colores latinos. A las
restricciones impuestas por el subdesarrollo, los personajes contestan con pequeños
esquemas de corrupción de la rutina diaria que se muestran como prácticas de
supervivencia. Si, por una parte, hay una perspectiva política de recuperación del lugar
de lo popular anunciado por el imaginario en cuanto a la presen-cia de la cabaretera en
la película de Lacerda, por otro se arriesga una afirmación de los estereotipos ya
confirmados junto a un gran público internacional. En estas contradic-ciones, la película
inserta su defensa de este cuerpo popular, presente en la sensualidad explosiva de las
generosas curvas de este cuerpo mestizo. Los zapatos que recorren la película, emblema
mayor del universo cabaretero, acaban encarnando la posibilidad de supervivencia
económica que en realidad les deniega. Ellos, en sí mismos, ya no traen los trazos
afirmativos de la contestación presente en el proyecto de los cincuentas, al revés, los
zapatos se venden/abandonan en función de un otro proyecto más cercano a las reglas
del mercado: el tablado del cabaret es desplazado por la posibilidad de supervivencia en
el restaurante. Un dado interesante de la película que todavía traduce la potencia
contesta-dora de la cabaretera es el desplazamiento de este cuerpo femenino que ahora
se ubica también en la construcción de nuevos cuerpos y nuevas subjetividades. Así,
reprocesadas por la inevitable mirada queer, las rumberas asumen nuevas perspectivas
de discursos en las apropiaciones contemporáneas, siguiendo su trayectoria de
desplazamientos, cruzando categorías de (trans)géneros y alimentando alegóricamente
apropiaciones carnavalizadas de trópicos reinventados en las pantallas del cine
brasileño.
BOLEROS
Canción Compositor Apellido Compositor Nombre País Director, apellido Director, nombre
A la orilla del mar ESPERÓN Manuel México DE LA SERNA Pablo
Amor prohibido CANTORAL Roberto México AMADORI Luis C.
Sabor de engaño ÁLVAREZ JIMÉNEZ Alvaro Cuba VENTURINI Edward D.
Dos almas FABIÁN Domingo Argentina URUETA Chano
Angelitos negros ÁLVAREZ RENTERÍA Manuel Cuba RODRÍGUEZ Joselito
Hoja seca CARBAJO Roque México MEJÍA MONTES Diego
Mal pagadora VALDÉS LEAL Felipe México ZACARÍAS Miguel
Oración caribe LARA Agustín México SERRANO DE OSMA Carlos
Amorcito, corazón ESPERÓN Manuel México GONZÁLEZ Rogelio A.
Sentencia VALDÉS HERNÁNDEZ Pablo México DEL CARRIL Hugo
Vereda tropical CURIEL Gonzalo México TORRE Javier
Yo te quise ESTRADA Carlos Uruguay GONZÁLEZ Rogelio A.
Échame a mí la culpa ESPINOZA 'Ferrusquilla' José Angel México CORTÉS Fernando
Bésame mucho VELÁZQUEZ Consuelito México TOLEDANO Philippe
Ya no estás más a mi lado ELETA ALMARÁN 'D'Artagnan' Carlos Panamá BRACHO Julio
Esta tarde vi llover MANZANERO Armando México CARRERAS Enrique
Algo contigo NOVARRO Chico Argentina SUBIELA Eliseo
Reloj no marques las horas CANTORAL Roberto México CANTET Laurent
Por el camino verde LARREA Carmelo España TORRADO Ramón
Si tú me dices 'ven' (Lodo) GIL 'El güero' Alfredo México CUEVAS Pablo
Sabor a mí CARRILLO Alvaro México CARDONA, jr. René
Amor, amor, amor RUIZ GALINDO Gabriel México ALAZRAKI Benito
La media vuelta JIMÉNEZ José Alfredo México FRANCO Fernando
Piensa en mí LARA Agustín y Mª Teresa México ALMODÓVAR Pedro
Perfidia DOMÍNGUEZ BORRÁS Antonio México BRACHO Julio
Siboney LECUONA Ernesto Cuba OROL Juan
Contigo entendí MANZANERO Armando México LECCHI Alberto
Desesperadamente RUIZ GALINDO Gabriel México GONZÁLEZ Rogelio A.
Solamente una vez LARA Agustín México VÉJAR Carlos
Ahora seremos felices HERNÁNDEZ Rafael Puerto Rico CORTÉS Fernando
Pecadora RINCÓN Carlos Perú SCHLIEPER Carlos
Tres palabras FARRÉS Oswaldo Cuba PALACIOS Fernando A.
Nunca jamás GUERRERO Lalo México CASILLAS Jaime
Quizás FARRÉS Oswaldo Cuba DECOIN Henri
Me voy pa'l pueblo GUERRA Marcelino Cuba CREVENNA Alfredo B.
La barca CANTORAL Roberto México CANTET Laurent
Palabras de mujer LARA Agustín México DÍAZ MORALES José
Tú, sólo tú VALDÉS LEAL Felipe México DELGADO Miguel M.
Cuando calienta el sol PÉREZ Rafael G. Nicaragua SARACENI Julio
Gracias a la vida PARRA Violeta Chile VILA Lisette
Aquellos ojos verdes UTRERA Adolfo Cuba GÓMEZ URQUIZA Zacarías
Somos CLAVELL Marco Argentina CHRISTENSEN Carlos H.
Eclipse LECUONA Margarita Cuba BORCOSQUE Carlos
Una mujer CUEVAS Carlos México STAGNARO José
La vida sigue igual DE LOS RÍOS Waldo Argentina MARTÍN Eugenio
Venganza ('Vingança') RODRIGUES Lupicino Brasil RICCO Rodrigo
La mentira CARRILLO Alvaro México GÓMEZ MURIEL Emilio
Una mentira más CANTORAL Roberto R. Dominicana SÁNCHEZ Darlín
Traicionera ACOSTA Alci México CORTÁZAR Ernesto
Sinceridad PÉREZ Rafael G. Nicaragua CAHEN CALABERRY Enrique
Hipócrita GARCÍA PERDOMO Ricardo Cuba MORAYTA Miguel
Sierra de Luna DE VAL Francisco España TORRADO Ramón
Guantanamera FERNÁNDEZ Joseíto Cuba GUTIÉRREZ ALEA Tomás
155
aquellas producciones. Por ejemplo, en Hombres de mar (1938), que dirigiera Chano
Urueta, se escuchan ‘Vereda Tropical’ y ‘Noche de luna’, debidos ambos a Curiel. Años
después, en la película La bien paga-da (1947), dirigida por Alberto Gout, se escuchan
los boleros ‘Doble inconsciencia’, ‘La última noche’ y ‘Amor perdido’, de Manuel
Corona, Bobby Collazo y Pedro Flores, respectivamente. Con todas las fallas que
podamos atribuirle, sin embargo, el controvertido Juan Orol supo colocar el bolero en
las historias que él tejía en sus películas. En Cabaret Shanghai (1949), sin ir más lejos,
habría boleros de Consuelo Velázquez, Alberto Domín-guez y Pablo Valdés. Casi a
finales de la década del cincuenta, exactamente en 1958, tal vez a modo de síntesis y
homenaje, se realizó Bolero inmortal, una película dirigida por Rafael Portillo, por la
cual desfilaron los más reconocidos intérpretes que, durante años, se habían dedicado
por entero a cultivar un género, ya por entonces, totalmente establecido en el gusto del
público, entre otros Agustín Lara y su Orquesta, Pedro Vargas, Toña la Negra, Fernando
Fernández, Bobby Capó, Los Panchos y Los Tres Caballeros. En 1960 Rogelio A.
González dirigió Amorcito, corazón, película titulada igual que aquel primer bolero
ranchero de 1949, con música de Manuel Esperón y textos de Pedro de Urdimalas. Este
bolero fue utilizado posteriormente en dos películas de Ismael Rodríguez: Nosotros los
pobres y Ustedes los ricos. En fecha más reciente un bolero antológico de don Agustín
Lara, ¿Piensa en mí’, cruzó el Atlántico,y se instaló en la banda sonora de la película de
Pedro Almodóvar Tacones lejanos, en la voz de Luz Casal.
157
Cine policíaco
Para cerrar la panorámica acerca de Torre Nilsson nos resta citar lo que dicho
au-tor pensaba por aquellos años, muy cercanos a Días de odio y que puede
considerarse el nudo de su poética cinematográfica, ya que nunca abandonó esta
postura, e incluso la fue profundizando con el paso de los años. Para él, el cine no era
una golosina para empalagar imbéciles ni un sedante para calmar dolores de cabeza. El
cine debía ser un dedo acusador, un descubridor de una llaga, un vociferador de la
verdad. Alias Gardelito, de Lautaro Mu-rúa, puede considerarse una extensión-
evolución del de Torre Nilsson. Murúa basó cuatro de sus largometrajes en novelas
literarias de autores argentinos. Esas películas fueron. Shunko (1960), sobre la novela de
Jorge W. Ábalos; Alias Gardelito (1961), sobre una ‘nouvelle’ de Bernardo Cordón, Un
guapo del 900 (1971), sobre la pieza teatral homónima de Samuel Eichelbaum y
Cuarteles de invierno (1984), sobre la novela del mismo título de Osvaldo Soriano.
Entre estas dos últimas películas, dirigió el film que más popular lo haría como director:
La Raulito (1974) y su continuación, La Raulito en libertad (1977). Más allá de que esa
película fuera la encargada de fijarlo frente al gran público como director de cine, su
mejor película es, sin duda, su excelente transposición del relato de Bernardo Kordon.
¿Cuál fue su clave? La de realizar un cine de tesis, donde su postura frente a la realidad
social nunca llegara al extremo de lo manifiestamente político. ¿Cómo se logra esto?
Exigiendo siempre que sea la realidad la que entre en la lógica del discurso
cinematográfico y no que el discurso cinematográfico ingrese en la lógica de la realidad.
Con otras palabras, la distancia que hay entre realidad y film siempre es mediada por la
ficción. Esta perspectiva dota al cine de Lautaro Murúa de un vitalismo capaz de llevar
al espectador de las narices al nudo de la narración. Fernando Birri, por otra parte, fue la
cabeza visible de un conjunto de jóvenes realizadores, (el grupo Cine Liberación) que
bri-llaron desde 1969 hasta 1976. Entre ellos contamos a Pino Solanas, Octavio Getino
y Ge-rardo Vallejo, para los cuales el cine es considerado un instrumento de lucha para
la liberación y la revolución. ¿Qué características adquiere esta forma de hacer cine?
Básicamente, insistimos, en no perder el eje narrativo basado en la ficción. La cámara
adopta una postura testigo, pero sin llegar a la posición extrema del zoom documental,
hallazgo de la escuela soviética de Eisenstein. La hora de los hornos, de Solanas, y The
Players vs Ángeles Caídos, de Fischerman, marcan los extremos opuestos de esta
confrontación. En ese momento había dos caminos muy definidos. El camino de
Solanas era un camino de documental totalmente falseado, fabricado, con estudiantes de
actores (como se hacen los comerciales testimoniales aún hoy) que hacían de obreros y
hablaban con un naturalismo que sólo es posible porque hay conocimientos de
159
actuación. No es el neorrealismo italiano, sino que se actúa. Casi toda la película está
filmada así, es un documental fingido, tipo Octubre (Solanas es muy inteligente
cinematográficamente), con todo muy orquestado ; fue una gran maniobra para atraer a
una gran cantidad de estudiantes marxistas, hi-jos de antiperonistas, que habían sufrido
el peronismo en el colegio, toda una generación que no dependió de los regalos de
Evita. El texto original de Kordon es una ‘nouvelle’ de aprendizaje, donde a diferencia
del ‘Bildungsroman’ clásico, el protagonista termina mal. La recepción del film fue
espectacular, y pese a ese inesperado final, todo el país habló de la película.
El cine policial o de misterio es uno de los géneros más antiguos y supo cambiar
para mantenerse vigente. Suele tener una estructura bastante simple en la que alguien in-
tenta resolver un misterio al mismo tiempo que el público y aunque hay diferentes
estilos que sirven para mantener al público al borde de la butaca sin sospechar que el
asesino es el mayordomo, la clave del éxito casi siempre resulta ser un cuidadoso
trabajo de guión que revele apenas la información justa en los momentos adecuados.
Esta selección es apenas un muestreo de diferentes enfoques que abordó el cine policial
argentino de las últimas décadas, intentando construir un lenguaje que resulte verosímil
desde nuestra idiosincrasia habitualmente desconfiada de los uniformes.
Quizás se trate del ejemplo que cumple más al pie de la letra con la estructura
clásica del policial de misterio, con una historia tan simple que el trailer la explica en
po-cos segundos. Es una estructura que hemos visto infinidad de veces en producciones
estadounidenses pero que pocas veces se intentó por estos lados y aunque la mayoría de
esos intentos fueron fallidos cine policial argentino puede decir que tiene al menos un
caso en que le salió bien.
La misma mañana en que su padre se arroja al vacío desde una ventana tres
hermanos confiesan el asesinato de una mujer, asegurando que los otros dos son
inocentes. La jueza que recibe la causa deberá entonces descubrir lo que realmente
sucedió y por qué los tres están tan preocupados por ser declarados únicos culpables.
Con los sucesivos descubrimientos que veremos como una serie de flashbacks donde se
irá desentrañando la historia de una familia que se vio completamente afectada por la
llegada a sus vidas de la novia del menor de los hermanos.
económicas que ha atravesado el país. A continuación, les ofrezco una relación de los
mejores policíacos cubanos de todos los tiempos:
Sector 40 (1969-1976)
Móvil 8 (1969)
Por vez primera la mujer fue el centro de una historia de espionaje protagonizada
por Miriam Mier, escrita por Nilda Rodríguez y dirigida por Loli Buján.
Brigada Especial (1993)
162
Obra original de Esther Lilia Rodríguez y dirigida por Jesús Cabrera. Narra el
diario de un equipo de élite para el enfrentamiento a situaciones complejas bajo el
mando del Mayor Alejandro (Fidel Pérez Michel), coprotagonizada por Tahimí
Alvariño, Rubén Breñas y Orlando Fundichely. Las escenas explícitas de desnudos,
violencia, los despliegues policiales y el espectacular final al estilo hollywoodense la
hacen una rara avis del género en la isla.
Ofrece un particular recorrido por diferentes esferas del Ministerio del Interior
que comienza con una investigación de asesinato y llega hasta el espionaje. Sus
guionistas, Daniel Chavarría y Guillermo Rodríguez Rivera, cometieron la herejía de
“matar” al héroe (Manuel Porto) en el capítulo final, algo para lo que el público de la
época no estaba preparado. Estuvo dirigido por Jesús Cabrera.
orales, Yuni Bolaños, Kenny Cobo) con un diseño creíble para el espectador.
Marcó la diferencia, entre otros elementos, al mostrar durante su tercera (y última
temporada) el lado oscuro de un oficial ¿Cuánto hubiera evolucionado el policíaco
nacional de haber tenido una cuarta entrega? ¿Se habría logrado un producto
competitivo a nivel internacional?
Julito, el pescador (1980)
Serie emblemática del género en la televisión cubana que contó con un elenco
es-telar encabezado por Sergio Corrieri (Fernando/agente David) y Mario Balmaseda
(Reinier). Narra la historia de un espía de la Seguridad del Estado que debe infiltrarse en
la CIA para frustrar los planes de atentados contra Cuba y asesinato de sus líderes
políticos. Muestra una elevada calidad técnico-artística para su tiempo y una compleja
164
Los años pasan y la vida evoluciona, junto a ella el cine, el cual tiene la curiosa virtud
de ser una mancha eterna sobre el momento que vivimos, una muestra de todo lo que vemos,
hacemos, pensamos, opinamos, creemos y esperamos, la forma de crear nuestra marca para las
próximas generaciones. El cine y la vida del día a día van de la mano, y al igual que en nuestro
mundo contemporáneo hemos evolucionado hasta el punto en el que la globalización y la
mezcla de géneros y razas es prácticamente absoluta, el cine lo ha hecho de igual manera, y ha
ido, paulatinamente, abandonando la segregación de géneros cinematográficos marcadas por los
grandes estudios y ha ido, cada vez más, mezclando esos mismos géneros para formar el
mestizaje que conocemos hoy por cine. Uno de los ejemplos más claros es el cine negro, el cual
se daba por muerto con la aparición del color en las producciones y qué, según algunos
estudiosos del cine, marca su punto y final en 1958 con la película Sed de Mal, de Orson
Welles. Pero qué curioso, en 1974 aparece Chinatown de Roman Polanski y parece ser que el
cine negro no estaba del todo muerto. Esa película fue el inicio de un nuevo viaje para el film
noir que pasaría por muchos estados, cam-bios y simbiosis, y que sigue provocando debate hoy
en día para entender su significado. Antes de entrar de lleno en la respuesta al misterio que
esconde el neo-noir, refresquemos la memoria con las particularidades básicas del clásico cine
negro: un ambiente y entorno oscuro, sombrío, al cual el personaje se ve abocado por su trabajo,
normalmente como detective o investigador, el cual usa su ingenio para poder salirse con su
plan, normalmente narrado por sus pensamientos en off. Son representativas también las figuras
de la femme fatale, el gánster o el policía honrado, y todo aquél que actuaba de una manera de
dudosa ética, no tenía otro destino que el de la perdición. No entraremos en muchos detalles, El
165
noir se ha ido adaptando durante años con nuevas visiones y ha adoptado la actitud mencionada
del mestizaje cinematográfico. Pero todo esto se explica mucho mejor con ejemplos:
Otras de las discusiones frecuentes suelen ser si el cine de gánsteres y el thriller entran
dentro del ‘noir’. Este tema suele ser más peliagudo, ya que con los años se han ido separando
como géneros independientes, pero no podemos olvidar la génesis de esos conceptos en el cine
(que no en la literatura). ¿Qué sería el cine negro sin películas como El Enemigo
Público de William A. Wellman, Los violentos años 20 de Raoul Walsh, o la
mismísima Scarface de Howard Hawks? ¿O nos vamos a olvidar también de que el thriller
como concepto es un pilar importantísimo en el desarrollo del ‘noir’ cinematográfico? Ideas que
apoyaban al suspense creado por Alfred Hitchcock tienen como base, muchas veces, la intriga
del cine negro (aunque ese sería otro tema a discutir). La figura del malhechor es necesaria en el
‘noir’: ya sea por un protagonista que se convierte en él o en un personaje que ya lo era, el
crimen organizado es un aspecto importante en el género. Si bien es cierto que filmes como El
Padrino solo tendrían de ‘noir’ la estética en ciertos puntos concretos, no entraría en ello, pero
podríamos llegar a considerar cine negro películas como Muerte entre las flores, American
gangster, o incluso Uno de los nuestros (el cine de Scorsese sería algo muy apurado y que
estaría en la línea que separaría el cine de gánsteres co-mo propio género), cuyos exponentes
máximos son el crimen como protagonista y todas ellas tie-nen elementos del ‘noir’ clásico
como puede ser el arquetipo de personajes, la figura de la femme fatale, el entorno urbano y
corrupto o varios de los elementos estéticos. Respecto al thriller, preguntémonos si una película
como Seven es un thriller policíaco o es cine negro. Es más, si nos preguntamos qué es el cine
policíaco nos será difícil definirlo sin recurrir al origen en el cine ne-gro. ¿Por qué no iba a serlo
si tenemos las figuras de los investigadores, la investigación en sí, una ciudad teñida de
claroscuros y un entorno urbano y agobiador? Incluso podría decirse que el final recuerda en
166
parte al mítico en Chinatown. Siguiendo con Fincher, Zodiac no deja de ser toda una película de
investigación con no uno, sino dos personajes (uno de ellos protagonista) que acaban en lo más
profundo del hoyo personal por la búsqueda de respuestas a una serie de asesinatos. Las
películas consideradas como thrillers pero que tienen los elementos del cine negro clásico es
muy amplia, con ejemplos como Memories of Murder (2003), de Bong Joon-ho, El secreto de
sus ojos (2009), de Juan José Campanella, Drive (2011), de Nicholas W. Refn, Shutter Island
(2010), de Martin Scorsese, Brick (2005), de Rian Johnson, El escritor (2010), de Roman
Polanski, Red de mentiras (2008), de Ridley Scott, … Incluso películas como El caballero
oscuro (2008), de Christopher Nolan, Sin City (2005), de Robert Rodríguez, e.a.,
o Collateral (2004), de Michael Mann, llegan a ser colocadas dentro de este grupo.
La lista es larga e incluso discutible, pero también es indiscutible que hay elementos que
posicionan a todas ellas en un género que ha seguido perdurando durante años, ya sea en forma
de estructuras claramente clásicas, como en L.A Confidential (1997), de Curtis Harrison,
o Sangre Fácil (1984), de Joel Cohen, o con sucedáneos que han dado vidilla a discusiones
durante años sobre qué entra dentro del noir clásico o qué colocamos fuera. Para solucionar tal
problema se juntó a todas aquellas sobras que daban dolores de cabeza en una especie de género
propio, el neo-noir, un género que no es cine negro, pero que a la vez, es cine negro en su
esencia. La res-puesta a tal problema no se encuentra en este artículo, ni en los libros, sino en
nuestra concepción propia sobre los géneros en una época en la que el cine no va por estratos,
sino por la mezcla de capas. Nuestro trabajo como estudiosos del cine es el de jugar con la
filosofía y preguntarnos qué es el cine negro. ¿Los policías forman parte, o eso es otra
corriente? ¿Es más importante tener en cuenta la estética que la temática de la película? ¿O es
solo cuestión de personajes y arquetipos? Nuestro trabajo como espectadores no es otro que el
de disfrutar, tenga las características que tenga, de ser atrapado por una película cautivadora y
arrebatadora. Esa es la gran baza del noir, y por suerte no entiende de géneros ni de épocas.
167
245 OLMOS, L., 2019, “Cine negro mexicano: estandarte de moral corrompida”, en FilmIn Latino,
Internet
168
Estos filmes fueron conocidos bajo el epíteto de comedia ranchera. Sus historias
contaban las vivencias del campo, en donde los patrones y sus trabajadores tenían una
246 BELMONTE, GREY, C.Al., 2016,”El cine de comedia ranchera durante el socialismo a la ‘mexicana’”,
en Revista Colegio de San Lu,s, vol. 6, Nº 11, San Luis Potosí
247 DÍAZ LÓPEZ, M., 2002. "El folclore invade el imaginario de la ciudad. Determinaciones regionales en
el cine mexicano de los treinta", en Archivos de la Filmoteca. Revista de Estudios Históricos sobre la
Imagen, pp-14-27
170
El cine, como industria y herramienta cultural, no había sido del interés de los
pre-sidentes precedentes, Álvaro Obregón (1920-24), Plutarco Elías Calles (1924-28),
Emilio Portes Gil (1928-30), Pascual Ortiz Rubio (1930-32) y Abelardo L. Rodríguez
(1932-34), los cuales se habían focalizado en otras artes, principalmente en la pintura,
para la elaboración de la hagiografía de héroes nacionales y para monumentalizar al
indígena. Con Cárdenas, el cine fue nombrado por primera vez en la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos. No obstante la ausencia de leyes que
pudieran controlar la creación cinematográfica, el gobierno se había mostrado siempre
muy atento a las producciones y no había dudado en intervenir o censurar cuando así lo
creyera necesario, lo mismo producciones nacionales que extranjeras. Por ejemplo, en
1933 Cárdenas -entonces secretario de Guerra del presidente Rodríguez- ejerció su
poder para modificar el final de la cin-ta El prisionero 13 (1933), de Fernando de
Fuentes, que a su parecer denigraba al ejército mexicano. Un año más tarde se exhibió
en México la cinta estadounidense Viva Villa (1933), de Jack Conway, la cual fue la
primera biografía del caudillo norteño de la épo
"se trata más bien de mostrar una vez más a la granja, de ver el lugar que
ocupa en nuestro imaginario colectivo. Imaginario detrás del cual se disimula
[...] el proyecto ideológico coherente de conservar por la ruta de la granja
idealizada el recuerdo de una sociedad rural tranquila. A partir de la lectura de
algunas secuencias de películas, puestas en evidencia con la política, es posible
proponer otras explicaciones. Estos filmes fueron vehículos de discursos y de
imágenes que exponían la coyuntura entre la tradición y la modernidad en los
ámbitos tanto políticos y económicos como culturales”.
la oligarquía tradicional vio sumarse una amenaza mucho más inquietante en los
gérmenes de un socialismo y un anarquismo que estos nuevos habi-tantes traían consigo
de ultramar. Los discursos nacionalistas que emergieron en este período estuvieron
entonces asociados a un proyecto de homogenización cultural, en el que la educación
fue, sin duda, el principal instrumento. De forma paulatina, esta crisis identitaria fue
dando paso a un fervor nacionalista que, vehiculizado por el Estado, se articuló en dos
líneas de acción: el disciplinamiento social, y la conformación de una conciencia
nacional que permitiera homogeneizar al naciente y dispar conglomerado criollo-
inmigratorio. Si bien todas las manifestaciones artísticas fueron funcionales a ese
proyecto educativo, el cine, por su alcance masivo y por la democrática accesibilidad de
su lenguaje, se convirtió en un medio ideal para la configuración de un imaginario
colectivo. Estas películas pioneras buscaron por lo tanto rescatar la historia patria,
conmemorando con especial atención los sucesos relacionados con las gestas
independentistas. La Revolución de Mayo, las luchas libertarias, la Declaración de la
Independencia, fueron entonces los hitos a los que se volvió una y otra vez en busca de
esa identidad vulnerada o ame-nazada por la presencia disruptiva del extranjero.
Basta repasar la nómina de los pioneros del séptimo arte en cualquier genealogía
del cine argentino: el belga Henri Lepage, el austriaco Max Glücksmann, los franceses
Eugenio Py y Georges Benoît o los italianos Federico Valle, Atilio Lippizi, Camilo
Zaccaria Soprani y Alberto Traversa, son tan sólo algunos de los protagonistas de esta
historia, hablada en varios idiomas ; los orígenes del cine de ficción en la Argentina son
inseparables de la figura de uno de estos inmigrantes europeos: el director Mario Gallo,
un pianista italiano oriundo de la ciudad de Barletta, llegó al país en 1905 y su temprana
ins-trucción musical le permitió encontrar rápidamente trabajo en los teatros de ‘varieté’
y posteriormente en los nuevos cinematógrafos, acompañando en el piano la exhibición
de las películas mudas. Allí descubrió Gallo su verdadera vocación y no tardó en
abandonar la música para dedicarse definitivamente al cine. Fue entonces cuando
conoció a Julián de Ajuria, un vasco que había llegado a la Argentina tan sólo algunos
meses después que él, pero que en poco tiempo había logrado consolidar un exitoso
negocio alrededor de la exhibición y el canje de películas. Gallo se incorporó a la
empresa como corredor y agente de operaciones, pero pronto convenció a De Ajuria de
acompañarlo en la arriesgada aventura de la realización cinematográfica. Juntos
hicieron varios de los primeros films de fic-ción del país, el español a cargo de la
producción y el italiano a cargo de la mayoría de los rubros técnicos, desde la dirección
hasta el asesoramiento de vestuario. Gallo declaró en su vejez que “… la elección del
180
tema histórico fue su manera de adherirme a una nue-va patria”. Sin embargo, si en el
aspecto temático el temprano cine argumental argentino encontró su fuente de
inspiración en la tradición nacional, las fuentes estéticas y narrativas de estas primeras
películas provenían, al igual que sus creadores, del Viejo Continente. En un intento por
rescatar al séptimo arte de su pasado plebeyo como atracción de feria o espectáculo
burlesco, en Francia hacía furor desde 1908 el llamado ‘film d’art’, un nuevo
movimiento, heredero directo de los antiguos ‘tableaux vivants’, pretendía jerarquizar al
cine, acercándolo a las artes por entonces legitimadas. Los impulsores de este
movimiento recurrieron a la Historia, el Teatro y las Letras en busca de asuntos nobles
que atrajeran a un público culto y reacio a estas nuevas formas de espectáculo.
Siguiendo este exitoso modelo francés, los pioneros del cine argentino no sólo
adoptaron los tópicos históricos como su temática privilegiada sino que además
adaptaron las primeras versiones de algunos de los clásicos nacionales como Amalia, de
José Mármol o Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, y contrataron como guionistas a
talentosos escritores y dramaturgos locales:
Gran parte del pueblo mexicano se alzó en contra de la dictadura de Porfirio Dí-
az luego de que éste fuese reelegido como presidente por séptima ocasión. La
Revolución Mexicana fue un movimiento donde se involucró una gran cantidad de
personajes que redefinieron la política de México. Años antes de que este movimiento
comenzara, Díaz había comprendido el poder que el cine podía tener sobre la población.
Por esa razón invitó a los hermanos Lumière a México para que le presentaran su nueva
invención. Díaz quedó tan fascinado con el aparato y sus capacidades que de inmediato
encomendó a los Lumière que rodaran una película que se terminó llamando El
presidente de la república paseando a caballo en el bosque de Chapultepec ; es la
primera película mexicana de la historia262. La relación entre el cine y la Revolución
Mexicana es sumamente compleja, pues este movimiento, que comenzó tres años antes
262 MEDINA, Fr. “El cine en la Revolución Mexicana”, en Tomatazos, Internet
181
que la Primera Guerra Mundial, fue el primer acontecimiento histórico que se registró
en este medio, que originalmente no fue usado como entretenimiento para las masas. De
hecho, los primeros trabajos cinematográficos de este periodo se distinguen por tener un
carácter documental, y sus producciones fueran presentadas al público como noticieros
nacionales. Los personajes más importantes de la revolución comprendían el poder que
tenía el cine sobre la población, por lo que decidieron rodearse de cineastas para que
grabaran sus actividades. Francisco I. Madero aprovechó las habilidades de Salvador
Toscano y los hermanos Alva para documentar en película su carrera política.
Venustiano Carranza se alió con George D. Wright y juntos hicieron películas de corte
propagandístico. Álvaro Obregón contrató los servicios de Jesús H. Abitia, quien lo
siguió a lo largo de 8,000 kilómetros de campaña. Sin embargo, quien sacó mayor
provecho del cine fue Pacho Villa, al firmó un contrato de exclusividad con la Mutual
Film Company, una distribuidora que le ayudó a conseguir una imagen positiva en
Estados Unidos. Algo que resulta interesante de Villa es que, durante los primeros años
de la revolución, era visto por nuestro vecino del norte como un vaquero desalmado y se
convirtió en una figura ideal para los ‘western’.
Una cosa que resultó un problema durante el gobierno de Madero fueron las
leyes con las que los exhibidores tenían que lidiar, pues de acuerdo con el Reglamento
de Cinematógrafos de 1911 ninguna ‘vista’ podía ser proyectada “…sin el
consentimiento de los retratados, exhibir películas en que no se castigara al culpable
del delito; las que entrañen injuria, difamación o calumnia para cualquier funcionario
público, o para cualquier particular...las que signifiquen escarnio o ultraje a las
creencias de cualquier culto, al ejército o a los agentes de la policía. Las de asuntos
que inciten a la rebelión o puedan favorecer desórdenes o escándalos. Las que puedan
dar origen a cuestiones internacionales, por ofenderse el decoro o dignidad de una
nación amiga, (y) las que contengan escenas repugnantes de cirugía, o costumbres de
pueblos salvajes”. Actualmente la exhibición se vuelto más abierta y tolerante sobre
este aspecto, pero cabe señalar que la ley aún penaliza a quienes violen las ‘buenas
costumbres’, un término demasiado ambiguo que necesita ser modificado o
reemplazado por uno más específico. Siguiendo con la revolución, los camarógrafos
solían tener las labores más peligrosas dentro del conflicto, pues cargaban cámaras muy
pesadas para poder filmar lo que sucedía. La batalla de Celaya y la Decena
Trágica fueron dos de los eventos más importantes de la revolución que fueron llevados
al cine. Se rumora que Villa coreografió la Batalla de Celaya para que és-ta se viera más
cinemática, mientras que las escenas de sirvieron para afianzar la llegada de Huerta al
182
poder con el fin de restaurar el orden social que se vivió en el Porfiriato. En-tre las
cintas que usó como propaganda se encuentran Sangre hermana (1914) y La invasión
norteamericana: Sucesos de Veracruz (1914).
Pero como todo negocio, esto no iba a durar para siempre, pues con la entrada de
películas extrajeras provenientes principalmente de Estados Unidos e Italia, el mercado
de las películas revolucionarias mermó debido a que estas películas no podían
compararse con las producciones norteamericanas, como El nacimiento de una nación
(1916), de David W. Griffith, ni con los filmes de arte italianos, ya que a pesar de
tratarse de historias de ficción, sus valores de producción y narrativas eran más
atractivas que las noticias sobre la revolución. Existen películas que han abordado de
diferentes maneras el tema de la Revolución Mexicana, intentando destacar distintos
valores de aquel importante episodio de la historia de México y mostrando cómo se
vivió esa lucha. Este capítulo histórico ha funcionado como fuente de inspiración para
que diferentes cineastas cuenten historias diversas y con distintas visiones de los hechos
que iniciaron en el ya lejano 20 de noviembre de 1910. Diferentes películas mexicanas
realizadas con posterioridad se han enfocado en la Revolución, desde Vámonos con
Pancho Villa (1935), de Fernando de Fuentes, a La Cucaracha (1958), de Ismael
Rodríguez, con la gran María Felix ejemplificando a la perfección cómo era la vida de
las Adelitas, hasta documentales como Los últimos Zapatistas: Héroes
olvidados (2002), dirigido por Francisco Taboada Tabone, donde se incluyen los
testimonios de los últimos seguidores de Zapata que en ese momento quedaban con
vida. Otro proyecto mexicano se titula Revolución (2010) y muestra historias dirigidas
por diferentes cineastas con motivo del Bicentenario del capítulo histórico.
263 GARCÍA MUÑOZ, G., 2010, “La guerra cristera en la cinematografía mexicana: melodrama y
anticlerica-lismo”, en The Colorado Review of Hispanic Studies, vol. 8, pp-183-200
264 MEYER, J., 2000, La cristiada. El conflicto entre la Iglesia y el Estado Vol. 2, México DF, Siglo XXI, pg.
70; véase también MEYER, J. e ÍÑIGUEZ MENDOZA, Ul., 2006, La cristiada en imágenes: del cine mudo al
video, Universidad de Guadalajara
183
lugares del culto (los templos). En el periodo de 1859-1874 se incorporaron varias leyes
que lesionaban los intereses de la Iglesia. Entre otras disposiciones, se pueden
enumerar: la confiscación de los lugares de culto, la prohibición de que las
corporaciones religiosas pudieran adquirir propiedades, el establecimiento del
matrimonio civil obligatorio, y no se autorizaban las manifestaciones externas del culto
(por ejemplo: las peregrinaciones). Durante el porfiriato el aparato legal que restringía
las actividades del clero continuó vigente, pero el presidente Díaz llevó a cabo una
política de acercamiento, que prosiguió hasta el final de su estancia en el poder. El
estallido de la Revolución revivió el conflicto y lo agravó hasta los límites de la
persecución religiosa. Según constata Meyer, Venustiano Carranza acusó a la Iglesia
católica de haberse aliado a Victoriano Huerta para derrocar el régimen de Francisco I.
Madero. El anticlericalismo de Carranza se transmitió entre las fuerzas
constitucionalistas, quienes “se apoderaron de los edificios y de los bienes de la Iglesia,
desterraron a los obispos, aprisionaron a éstos, junto con sacerdotes y monjas, y
votaron leyes y decretos persecutorios, escandalizando al pueblo con los sacrilegios y
las ejecuciones de sacerdotes”.
De acuerdo con Enrique Krauze, en 1926 el gobierno callista ordenó a todos los
gobernadores la aplicación del artículo 130, lo que ocasionó: “… clausura de escuelas,
expulsión de sacerdotes extranjeros, motines, manifestaciones, choques”265. Las
tensiones alcanzaron su cúspide con la publicación de la Ley Calles, cuyo artículo 19
levantó la ira de los curas pues “volvía obligatoria la inscripción oficial de los
sacerdotes para que pudieran ejercer su ministerio” (70). La respuesta de la jerarquía
católica fue ordenar la suspensión del servicio del culto religioso a partir del 31 de julio
de 1926. Esta fecha re-gistra el arranque de la insurrección cristera. El enfrentamiento
del Estado callista en contra de la beligerancia cristera se extendió por tres años y
provocó la muerte de 70 mil per-sonas. En 1929, cuando Calles ya había dejado la
presidencia, aunque su influencia detrás del poder lo había erigido en el Jefe Máximo,
se consiguió la pacificación del país mediante la firma de los acuerdos o arreglos entre
el Estado mexicano y la Iglesia católica. El nuevo presidente Emilio Portes Gil prometía
verbalmente la amnistía para los rebeldes, la restitución de las iglesias, obispados y
casas parroquiales. Sin embargo, los artículos de la Constitución que habían dado pie al
conflicto no sufrieron modificación alguna. Así concluyó la llamada primera guerra
cristera. En Miércoles de ceniza (1958) Roberto Gavaldón volvió a recurrir a dos pilares
de la Época de Oro, Arturo de Córdova y María Félix en una trama melodramática con
toques de ‘film noir’ que trata de manera lateral el enfrentamiento entre el gobierno de
Plutarco Elías Calles y la Iglesia Católica. Juan te llamas (1974), dirigido por la
cineasta Marcela Fernández Violante y patrocinado por la Universidad Nacional
Autónoma de México, no tuvo, gracias a la apertura decretada por el presidente Luis
Echeverría (1970– 1976), ninguna presión para coartar su contenido. La película
construye una mirada distante de la insurrección cristera de cariz similar al filme de
Gavaldón, pero logra penetrar en la cadena de intereses políticos y financieros en los
cuales la querella germinó. El filme pone en primer plano, desde el inicio, la injerencia
de la administración estadounidense en la política interior de México. Jean Meyer
asienta en su volumen clásico el papel intervencionista de la Casa Blanca en la escritura
del tratado de paz entre el gobierno mexicano y la iglesia católica. La insurrección
cristera es vista externamente, como una vertiente incidental de la narrativa cinemática
cuyo núcleo reside en la escenificación de los intereses financieros. La guerra santa
(1977) de Carlos Enrique Taboada, es vista como la película más lograda del tema
265 KRAUZE, En., 1987, Plutarco Elías Calles: reformar desde el origen. México DF, Fondo de Cultura
Econó-mica, pp. 69 ss.
185
cristero266. Jorge Ayala Blanco incluso la equipara con los filmes clásicos realizaados
por Fernando de Fuentes: El compadre Mendoza (1933) y Vámonos con Pancho Villa
(1935)267. La película de que estamos tratando se incrusta en la vertiente realista del
Taboada, que comprende La trinchera (1968), cuya historia se desarrolla durante el
periodo revolucionario, y Rapiña (1975). latino de la psicología del protagonista central.
La guerra cristera en la cinematografía mexicana. La imagen del movimiento cristero
propuesta en los filmes examinados refleja la percepción negativa de las motivaciones
que encendieron el escenario bélico.
266 AVIÑA, R., 2004, Una mirada insólita. Temas y géneros del cine mexicano, México DF, Océano, pg.
296
267 AYALA BLANCO, op. cit., pg. 227
186
Por otro lado, el cine comercial que se realiza actualmente tiende a estar dirigido
a un público cada vez más joven. La razón de este fenómeno es puramente empresarial:
se trata de cap-tar una clientela más amplia de la que existía hasta hace algunos años,
luchando de esta manera contra la preocupante omnipresencia de la televisión. En 1949
187
la audiencia en las salas de cine de EE.UU. bajó a 70 millones, frente a los 96 millones
alcanzados en 1948. La producción de películas en los estudios de Hollywood se vio
reducida a la mitad, lo que trajo consigo despidos y reducciones salariales, así como el
cierre de muchas salas por todo el país268. Este medio emergente, en efecto, amenazaba
de alguna manera a la industria del cine con una nueva tecnología, y Hollywood
respondió al envite aislando las ventajas tecnológicas que el cine poseía aún sobre la
televisión, que al principio de la década de 1950 consistía básicamente en dos
elementos, el tamaño de la imagen y el co-lor, a los que se añadió pronto el sonido
estereofónico. Fue, por tanto, la competencia con la televisión lo que entre 1952 y 1953
la mayor parte de las películas pasasen a rodarse en color y se desarrollaran nuevos
sistemas basados en el Technicolor como fue el sistema Tripak (‘tres tiras’), inspirado
en la técnica alemana del Agfacolor (utilizado por el cineas-ta soviético Serguei M.
Eisenstein en la secuencia en color de la segunda parte de Iván Grozny (‘Iván el
Terrible’, 1944) y el Eastmancolor (Warnercolor, Metrocolor, Pathé-color), desarrollado
en 1952 por la casa Kodak. Simultáneamente se intentó llamar la atención de los
espectadores realizando superproducciones espectaculares en nuevos for-matos que se
esperaba apartasen de la pequeña pantalla a gran parte de la audiencia. A partir de la
década de 1960, por el contrario, se cambió de táctica ; dando ya por perdida para las
salas de cine a la mayor parte de los espectadores de cierta edad, que prefieren
permanecer en sus hogares viendo la televisión, se ha tratado de captar a los más
jóvenes (en teoría también los más adictos al televisor). Tras el reiterativo fracaso en
taquilla de muchas grandes producciones didactizantes de la década de 1950, así como
por influencia de la ‘Nouvelle Vague’ francesa y del cine europeo en general, las
producciones nortea-mericanas han tendido a elegir argumentos cada vez más
superficiales y efectistas, a la vez que más baratos a la hora de rodar 269. La industria del
ocio, por otra parte, ha sabido cómo instrumentalizar las naturales ansias de rebeldía de
los adolescentes y encaminarlas mediante una habilísima táctica de ‘marketing’, hacia
un consumismo desaforado: modas en el vestir que cambian continuamente, una música
ruidosa, insustancial y pasajera que produce pingües beneficios a la industria
discográfica, etc.270 Por parte de la mayor parte de los jóvenes, en consecuencia, no hay
ningún interés en ver reflejadas de una manera seria las diferentes problemáticas que
plantea su condición de adolescentes. Lo único que tiene éxito por lo general es el sexo
estereotipado, la violencia y los efectos especiales gratuitos, todo ello aderezado con
una música de fondo lo más cacofónica posible 271. Esta constatación es considerada
alarmante por algunos analistas, para los cuales las películas “hacen algo más que
entrete-ner”, ya que ofrecen posiciones la sujeto, movilizan los de-seos, nos influyen
inconsciente-mente y nos ayudan a construir una cultura272:
Sin embargo, hay ejemplos aislados que en cierto modo contradicen lo que
acaba-mos de afirmar. Así, como consigna Alfonso Mendis Noguero 273, una película
como Amadeus (1984), de Milos Forman, “… cambió por completo la imagen cultural
que de Mozart tenía el gran público ; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras
sublimes y -a la vez- inmaduro y zafio hasta límites insospechados”. También está el
caso de Ro-man Holiday (`Vacaciones en Roma’, 1953), de William Wyler, que
contribuyó decisiva-mente a cambiar la imagen más bien triste y decadente que se tenía
de la ‘ciudad eterna’ a través del cine neorrealista y que se volviera a verla como la
‘ciudad del amor’. Por otra parte, el insospechado éxito entre el público juvenil que
obtuvo en su día Dead Poets’ Society (‘El Club de los Poetas Muertos’, 1989), de Peter
Weir, pensada inicialmente más que nada para una audiencia de padres y educadores,
convirtió a este film en el abande-rado de la ‘revolución docente’ que los estudiantes de
entonces ansiaban. Según Mendiz Noguero, por otra parte, esas películas no sólo han
influido en nuestra imagen de la reali-dad ; han modificado igualmente nuestra actitud
hacia productos concretos y nuestras pautas tradicionales de consumo. Recuérdese en
este sentido la influencia que ejercieron sobre la moda juvenil títulos como It Happened
one Night (‘Sucedió una noche’, 1934), de Frank Capra, A Streetcar Named Desire (‘Un
tranvía llamado Deseo’, 1951) y Easy of Eden (‘Al este del Edén’, 1955), ambas de Elia
Kazan, Rebecca (‘Rebeca’, 1940), Alfred Hitchcock, o Knock at any Door (‘Llamad a
cualquier puerta’, 1948), así como Rebel wi-thout a Cause (‘Rebelde sin causa’, 1955),
271 MARTINS, In., y ESTAÚN, S., “Violencia y cine: percepción y comprensión de los jóvenes”, en Revista
Juventud, Nº 20, pp. 7 ss.
272 PEREIRA DOMÍNGUEZ, C., y URPI GUERCIA, C., 2008, “Cine y juventud: una propuesta educativa
inte-gral”, en Revista Juventud, Nº 68, pp. 73-88
273 MENDIZ NOGUERO, Al., 2008, La influencia del cine en jóvenes y adolescentes, Cinemanet ; también
PEREIRA DOMÍNGUEZ, C. y MARÍN VALLE, MªV., 2001, Respuestas docentes sobre el cine como
propuesta pedagógica. Análisis de la situación en Educación Secundaria, Ourense, Ediciones Universidad
de Salaman-ca
189
ambas de Nicholas Ray. También están dos de los musicales protagonizados en aquella
época por Elvis Presley, concretamente Jail-house Rock (‘El rock de la cárcel’, 1957),
de Richard Thorpe, y King Creole (1958), de Michael Curtiz, y ya al final de la década
de 1960 películas influidas por las protestas contra la guerra de Vietnam y por los
movimientos contraculturales (’youth-cult’ movies), como Easy Rider (1969), de
Dennis Hooper, o Alice’s Restaurant (1969), de Arthur Penn, entre otras 274. También se
realizaron en esa época algunos documentales sobre conciertos de mú-sica ‘rock’ que
llamaron la atención de la audiencia juvenil, como, por ejemplo, Monterrey Pop (1969),
de D.A. Pennebaker, y Woodstock (1970), de Michael Waldleigh. La burbuja del
‘youth-cult’ terminaría por deshacerse conforme el movimiento juvenil perdía
consistencia, tormándose cada vez más desorientado y confuso.
Lo que sí que ha cambiado, sobre todo en la últimas décadas, son los gustos del
público adolescente, pues ahora, más influído que antes por la televisión, soporta, como
mucho, las comedias superficiales sobre estudiantes, de factura más bien televisiva y
don-de cualquier parecido entre su trama argumental y la vida académica auténtica es
pura co-incidencia. También gozan de aceptación las películas de terror del género gore.
Conti-nuando con la orgía de violencia, la juventud actual -igualmente influida por
algún serial televisivo- también disfruta con los films fascistoides con héroes
musculosos tipo Stal-lone o Schwarzenegger, o sus émulos de serie B como Nick Nolte
o Steven Segal, etc. Estas películas sustituyen a los westerns o la cine policíaco de
antaño, donde la violencia venía justificada por la historia que se narraba y no al revés,
como suele ocurrir ahora276. Y es que para muchos adolescentes de hoy un argumento
fílmico en el que no ocurra nin-guna muerte violenta o se lleve a cabo un acto sexual en
los primeros minutos de proyec-ción carece totalmente de interés ; lo de menos es la
ingeniosidad de la trama o la pericia técnica desplegadas, y los avispados productores de
Hollywood se apresuran a servir exactamente lo que se les pide. El cliente tiene siempre
la razón.
Por otra parte, también tenemos claro que no se puede hablar consecuentemente
de cine sin tener en cuenta a la televisión. Ambos medios se han enfrentado tradicional-
mente en una eterna batalla por las audiencias. Carlos Barbáchano pone de relieve que
el número de salas cinematográficas en EE.UU., que era de 21.000 en 1945, había
descen-dido tres años más tarde, en 1948, hasta 16.000 278. Las causas de ese fenómeno
fueron por supuesto, múltiples: El descenso de la natalidad en el período de
entreguerras, la rá-pida motorización, con la aparición de los ‘drive-ins’ (cines al aire
libre para automovi-listas) y, desde luego, la irrupción de la ‘pequeña pantalla’ en los
hogares norteameri-canos, que las estadística reflejan elocuentemente.
Manuel Alonso y Luis Matilla, por otra parte, se preguntan si realmente vemos
el cine (ola televisión) que nos gustaría ver, o si por medio del cine y de los demás
medios de comunicación nos están manipulando de manera subliminal 279. En este
sentido se re-fieren al teórico y documentalista francés Jean-Patrick Lebel, para el cual
la cámara no es un aparato ideológico en sí mismo280: “No produce ninguna ideología
específica, como tampoco su estructura la condena totalmente a reflejar la ideología
277 FERRO, H. 1966, ¿Qué es el cine?, Buenos Aires, Columba, pp. 8 ss.
278 BARBÁCHANO, C., 1973, El cine, arte e industria, Barcelona, Salvat, pp. 27 ss.
279 ALONSO, M. y MATILLA, L., 1980, Imágenes en libertad (2), Madrid, Nuestra Cultura ; véase,
asimismo GIL PÉREZ, P. y BROCHERA PÉREZ, Y., 2011, “Psicología y publicidad. Uso del mensaje
subliminal”, en Con-tribuciones a las Ciencias Sociales, Eumed.net, Universidad de Málaga
280 LEBEL, J.-P., 1975, Cinéma et ideologie, Paris, Editions Sociales
192
dominante”. Pero tampoco se puede negar, evidentemente, que el cine constituye hoy
por hoy, junto con la televisión, uno de los más poderosos medios de fascinación,
especialmente entre la au-diencia de corta edad. La televisión escolar contribuye, para
Joan Mª Acarín, a desubjeti-vizar la educación 281: Ya no es imprescindible ni la
presencia física del poseedor de unos conocimientos para que éstos sean transmitidos.
Ni la interpretación que de ellos puedan darnos por escrito. La televisión los pone a
nuestro alcance: los vemos, los apreciamos y sacamos el provecho que más nos
conviene”. Abundando en lo mismo Enrique Torá puntualiza lo siguiente282:
México se intereso desde muy pronto por la vertiente educativa del cine. El
intento pionero de este tipo de cine había tenido lugar en París en 1898, cuando un
médico francés hizo filmar diversas operaciones quirúrgicas para ultilizarlas en sus
clases de la Facultad de Medicina 288. En México la primera utilización del cine como
herramienta educativa data de 1899, cuando Aurelio de los Reyes ayudó a ilustrar
sesiones de la historia patri mediante filmaciones exprofeso. El Instituto de
Cinematografía Educativa, auspiciado por la Sociedad de Naciones, se fundó por
primera vez en París el año 1924, y en 1927 en Roma ; este organismo adquirió carácter
internacional ya a finales de la década de 1920. México no ingresó en la Sociedad de
Naciones hasta 1931 ; las presidencias de Ve-nustiano Carranza y José Vasconcelos se
interesaron por la utilización de cine como re-curso didáctico, así como con la
cinematografía en general. En ese sentido resultó crucial la creación, en 1922, de la
Dirección de Cultura Estética, que a partir de 1923 se empeño en la disposición de
talleres y recursos gráficos propios, impulsando de esta forma lo que más tarde
constituiría la base para fundamentar la industria cinematográfica nacional me-xicana.
recomendaciones finales del Congreso, que interesan a este estudio, fueron: mejorar la
producción cinematográfica desde un punto de vista intelectual, artístico y moral;
realizar películas de enseñanza y educación social; relacionar el cine con otras
manifestaciones artísticas; y, finalmente, establecer una oficina internacional de
cine294. Italia, como lo había hecho Francia en 1924 ante la inquietud intelectual y
científica internacional, ofreció su mecenazgo para establecer en Roma una institución
acorde con las necesidades planteadas por el Congreso Internacional del Cine295. En
compañía del Instituto de París, la nueva institución italiana reforzaría en cantidad y
calidad la sorprendente red de organizaciones multilaterales vinculadas con la Sociedad
de Naciones. Desde su apertura en 1927, el Instituto de Roma se ocupó de su principal
tarea, que era "favorecer la producción, la difusión y el intercambio entre los diversos
países de películas educativas sobre la enseñanza, el arte, la industria, la agricultura,
el comercio, la higiene, etcétera". Así podría integrar una cinemateca internacional y un
catálogo internacional de películas educativas296. El Instituto de Roma difundiría sus
resultados mediante la edición mensual en cinco idiomas diferentes —alemán, francés,
español, inglés e italiano— de la Revista Internacional de Cinema Educativo, que
apareció regularmente hasta 1934. El contenido concreto de la revista fueron los
resultados de una encuesta internacional sobre las facilidades que las diversas naciones
consultadas ofrecían a la producción y difusión del cine con fines educativos297.
presentado en diversas ciudades una película sobre la aurora boreal que ha interesado
vivamente en los medios científicos. Oportunamente señalamos las reuniones
organizadas por el Instituto de Patología y de Anatomía de Viena, por la Sociedad de
Cinema Cultural de Berna, etcétera. Reuniones en que fue presentada esta película.
Sobre ella queremos dar hoy a nuestros lectores algunos datos interesantes.
Recordemos que por iniciativa del Instituto Heinrich Hertz de Berlín, en colaboración
con la Universidad Técnica de Dantzig y el Laboratorio de Investigaciones de la AEG
se organizó una expedición científica a Tromsoë para realizar en el observatorio más
septentrional del mundo observaciones sobre la luz polar que quedarían incluidas en
los es-tudios internacionales del año 1932. El aparato tomavistas ha sido en esta
expedición un maravilloso instrumento de estudio y observación. La película ha sido
obtenida con objetivos extraluminosos y con película extrasensible299.
El segundo extracto tiene que ver con la difusión de resultados arrojados por la
encuesta internacional permanente del IICE. El artículo se titula "El cinema de
educación y de enseñanza en el Brasil" y puede leerse en la revista correspondiente al
mes de junio de 1933300: “Un decreto del 21 de abril último, número 5884 reagrupa en
un texto único bajo la denominación de código de educación, las disposiciones vigentes
en el estado de San Paulo en materia de enseñanza. Muy interesante para nosotros es
el capítulo I sobre la radio y el cinema educativo, del que reproducimos las
disposiciones siguientes:
Artículo 121. El Servicio de Radio de Cinematografía Educativa tiene por objeto hacer
que la escuela se beneficie de los progresos de la técnica en materia de radiofonía y
cinematografía.
299 Instituto Internacional de Cinematografía Educativa, "Una película sobre la aurora boreal", Revista
Inter-nacional de Cinema Educativo, órgano del Instituto Internacional de Cinematografía Educativa,
Roma, fe-brero de 1933, pg. 1, en Archivo Histórico de la Secretaría de Educación Pública,
México, Secretaría de Educación Pública 1924–1937, sección: Departamento de Bellas
Artes, serie: Relaciones Internacional-les, caja c–68, exp. 1–13–9–32, "Sociedad de Naciones: la
Secretaría de Relaciones envía la Revista Inter-nacional del Cinema Educativo y publicaciones varias
editadas por aquella sociedad".
300 Instituto Internacional de Cinematografía Educativa, "El cinema de educación y de enseñanza en el
Brasil", Revista Internacional de Cinema Educativo, órgano del Instituto Internacional de Cinematografía
Educativa, Roma, junio de 1933, pg. 2–3. Ibid.
198
El último extracto ilustra los contenidos de interés general de la revista del IICE,
algunos de ellos relacionados con significativos proyectos cinematográficos. Éste es el
caso de "La mujer en la vida rural", incluido en el número de agosto de 1933: “La
Asociación Cinematográfica Internacional de Mujeres ha comenzado a rodar en
Cheltenham la película ‘The awakening’ que tratará de la misión de la mujer moderna
en la vida ru-ral. Tomarán parte en su ejecución centenares de mujeres. La señora
Sheldon Wilkinson, fundadora de la asociación y directora de escena de este film, ha
declarado el propósito de hacer una serie de películas sobre los diferentes aspectos de
la vida rural en Inglaterra”301. A partir de su fundación, el instituto planteó con mayor
precisión su misión y objetivos. De acuerdo con el reglamento general y administrativo
del IICE, aprobado por el Consejo de la Sociedad de Naciones el 13 de diciembre de
1928, y reformado por el mismo organismo el 19 de enero de 1931, el Instituto de Roma
tendría como fin "… fo-mentar la producción por toda clase de iniciativas y
sugerencias útiles, y favorecer la di-fusión y el intercambio de películas educativas". Su
preocupación dominante sería el entendimiento de los pueblos de acuerdo con el espíritu
de Ginebra. Desde el punto de vista educativo, se preocuparía por propagar los mejores
métodos de utilización de las pe-lículas, pero también sería un órgano de información
internacional para todo lo que tuviera que ver con el cinematógrafo educativo, de allí
que igualmente contara con su propia revista.
El que Italia se interesara por abrigar este interesante proyecto internacional bien
podría ser puesto en contexto. Considerada en esos años una potencia media y de
200
equilibrio entre las grandes potencias, Italia encarnó a partir de 1922 un nuevo sistema
político sin precedentes: el fascismo. El régimen fascista italiano, que sólo vio su ocaso
en el mar-co de la Segunda Guerra Mundial, se envolvió tempranamente con un aura
nacionalista a la que en gran medida debió su consolidación, prometiendo a su pueblo
devolverle su or-gullo nacional y su grandeza histórica: el mito de Roma 302. El estilo era
novedoso pero los objetivos imperiales de la Italia fascista eran básicamente los mismos
que habían preocupado a esta nación desde el momento de su unificación en 1861:
constituir un dominio colonial en África que le suministrara los recursos necesarios para
su expansión económica y que le permitiera verter allí su emigración. La ‘victoria
mutilada’, el estancamiento económico, la espiral inflacionaria y el desempleo fortaleció
a los nacionalistas radicales en la temprana posguerra. Ante la crisis del régimen liberal
y la amenaza de una revolución socialista, inició la movilización de los ‘fasci di
combattimento’ a través de unidades paramilitares -camisas negras- que desde su
nacimiento en 1919 encabezaba Benito Mussolini. Los fascistas se hicieron con el poder
en octubre de 1922, tras la célebre Marcia su Roma. Mussolini, en tanto que primer
ministro italiano, estableció como partido único al Nacional Fascista, y asumió el
liderazgo absoluto de un régimen autoritario con aspiraciones modernizadoras. Por su
parte, la política exterior italiana, como explica Savarino Roggero, se adecuaría a las
principales demandas fascistas: "'reconquistar la victoria mutilada', fortalecer el pueblo
italiano y crear, además, una dinámica 'nueva civilización' mediante la evocación de la
'energía vital' de la antigua Roma".
Una intensa actividad cultural interna respondió a las necesidades que tuvo el
nuevo régimen de implantar la nueva ideología y moldear el nacionalismo de las masas,
la de los obreros en especial. No olvidemos que el ascenso de los nacionalismos durante
el periodo de entreguerras supuso el empleo de los medios masivos para introducir
valores e ideas de esta naturaleza, por lo que no debe parecernos extraña su
"pertinencia" en los proyectos nacionales de educación y cultura. Al respecto escribe
Eric Hobsbawn303:
“Hay que hacer una observación más acerca del nacionalismo de después
de 1918, lo cual nos lleva -y lo lleva- fuera de los campos tradicionales de las
302 Sin embargo, como es bien sabido, la nueva nación italiana llegó tarde al reparto colonial de África,
por lo que debió conformarse con posesiones de escaso valor económico, concretamente eritrea y
Somalia. El triunfo que compartió con las potencias aliadas en la Primera Guerra Mundial tampoco le trajo
grandes beneficios, como consecuencia del incumplimiento por parte de Francia, Inglaterra y Estados
Unidos del tratado de Londres de 1915, que preveía para Italia importantes concesiones en África y la
posesión de Dalmacia y Adalia. Véase ROGGERO, Fr.S., 2003, México e Italia: política y diplomacia en la
época del fas-cismo, 1922–1942, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, pP. 29–32.
303 HOBSBAWN, Er., 1999, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, pg. 151 ; véase
ade-más BENDAVID-VAL, L., 1999, Propaganda & dreams. Photographing the 1930s in the USSR and
the US, Zurich/Nueva York, Stemmle
201
Para el gobierno de Benito Mussolini, que podría ser considerado uno de los
artífices en la materia, el cine educativo mereció una política de control y estímulo a
partir de 1924, año de la fundación de la unión cinematográfica educativa. La
producción cinematográfica de la unión constituiría un instrumento auxiliar a los
esfuerzos de educación, higienización y moralización nacionales. Este cine, como lo
expresaría el Duce con motivo de la fundación del IICE, se valía de "una lengua
comprensiva a todos los pueblos de la tierra"35 que le permitiría aventajar fácilmente a
cualquier medio de comunicación en la transmisión de contenidos y valores a nivel de
masas, pasando fácilmente sobre el analfabetismo mediante un lenguaje visual sencillo
y divertido. La Sociedad de Naciones aceptó cobijar el proyecto cinematográfico
italiano dado su potencial como elemento de aproximación internacional. Tal como hace
ver Cristina Rosa: “Al final de la Primera Guerra Mundial, el viejo continente se
esforzaba por reconquistar un clima de paz y de colaboración entre los pueblos. En
este contexto, el cine surgió entre los grupos intelectuales y políticos como un gran
aliado en la aproximación de las naciones […]. En ese escenario, la misión del cine
sería difundir conocimientos acerca de las costumbres y de la cultura de los pueblos,
promoviendo una comprensión de sus mentalidades y de sus necesidades. La idea era
que, a través de las películas, un espectador europeo comprendiese que en otros países
del continente las dificultades y los problemas eran los mismos que los de su país, y, a
partir de ese entendimiento, los pueblos se volvieran más solidarios con un antiguo
enemigo”304.
304 ROSA, Cr., 2007, "O cinema educativo através dos discursos de Mussolini e Vargas", en Associação
Na-cional de História, Arquivo Público do Estado do Rio de Janeiro
202
Esta nueva consulta, subrayaba el director del Instituto de Roma, tenía finalidades
exclusivamente documentales, necesarias para realizar su noble misión: "… un cinema
que, en el porvenir, pueda ser fuente de civilización, de educación y de cultura". Una
vez más la solicitud pasó equivocadamente de una dependencia a otra ; de la Secretaría
de Educación, donde no había ningún departamento de censura, al Departamento del
Distrito, éste sí a cargo de tal función a través de su Oficina de Censura
Cinematográfica.47 Al cumplirse ocho meses de demora, el IICE volvió a dirigirse con
esta misma petición al gobierno mexicano. Cincuenta y dos naciones ya habían
respondido detalladamente, por lo que De Feo se veía obligado a recordar a las
autoridades mexicanas "… que todos los países colaboraran en una empresa del más
alto valor para los aspectos internacionales del film". Al paso de otros diez meses, el
Instituto de Roma volvía a solicitar una respues-ta, puesto que México era el único que
aún no daba a conocer sus criterios de revisión cinematográfica. La gestión se ahogó
nuevamente en el sistema burocrático mexicano, por lo que el IICE se vio en la
necesidad de no atrasar más su informe al consejo de admi-nistración, el cual fue
presentado en octubre de 1930. Todas las modalidades y los métodos nacionales de
censura habían sido estudiados y examinados por el IICE, pero el informe, dada la
omisión mexicana, no pudo ser cabal. Durante su sesión de octubre de 1929, el Consejo
de Administración del IICE había subrayado el hecho de que los derechos aduanales
sobre la importación de películas educativas constituía un obstáculo serio para su
difusión. También se percató de que se carecía de una distinción entre las películas que
tenían un fin instructivo y escolar y las que se destinan a las representaciones públicas y
por tanto lucrativas, [hecho que] constituye en la mayor parte de las naciones un
obstáculo considerable al cambio internacional de películas educativas, con gran
perjuicio tanto de los productores como de los exhibidores.
Una vez que las secretarías de Hacienda y Educación fueron enteradas por la
cancillería del proyecto de convenio internacional, emprendieron el estudio del proyecto
de abolición de los derechos aduanales a las películas de carácter educativo. Sin
embargo, parece que dieron la atención acostumbrada al asunto y es posible que nunca
hayan ofrecido su opinión al respecto. Tres años le tomó a México responder otra
pequeña consulta sobre la influencia del cinema en la psicología infantil y el uso del
cinema como auxilio didáctico en la primera y segunda enseñanz". A lo anterior, la
Secretaría de Educación, después de tres años de meditación, respondió llanamente que
"… esta secretaría ha usado películas cinematográficas con fines educativos en las
escuelas primarias y superiores, sin que hasta la fecha se haya hecho un estudio
especial sobre el caso que indica el Instituto de referencia". Para entonces se esperaba
ya la ratificación mundial de la Convención que facilitaría la circulación de películas
educativas, la cual había sido firmada en Ginebra el 11 de octubre de 1933. Estas
muestras de desánimo o posible reticencia hacia la obra cinematográfica internacional
dirigida desde Roma sin duda responden a la incertidumbre política, económica e
internacional del país como consecuencia de su proceso revolucionario. México no
podía sino estar volcado sobre sí mismo, a la expectativa de cambios abruptos en
cualquiera de los órdenes señalados. Esta falta de certeza lo hacía un país vulnerable y
desconfiado de su entorno, que aún a principios de la década de 1930 lo observaba
como un país problemático y anárquico, casi un paria internacional. Por con-siguiente,
puede sospecharse de cierto recelo, de una exagerada, pero comprensible prudencia con
tan sólo considerar el preocupante y borroso horizonte internacional. México empezó a
ganar confianza en sí mismo y en el exterior una vez que alcanzó su estabilidad política,
cuya más grave manifestación había sido su violento sistema sucesorio ; una mejoría
económica después de sufrir la crisis de 1929 y otras precedentes, y una posición
respetable entre la comunidad internacional, resultado de su comportamiento en foros
re-gionales e internacionales. Al final de esta década, como lo expone Lorenzo Meyer,
[México conseguiría] distinguirse en relación con el resto de América Latina por la
207
fin sería dar a conocer la existencia de las películas educativas y facilitar su circulación
mediante la exención de los derechos aduaneros. En octubre de 1929, el IICE confió al
profesor V. V. Pella la tarea de preparar un Proyecto de Convención Internacional.
Dicho proyecto fue turnado a un comité de peritos que se reunió en diciembre de 1929
en la Secretaría de la Sociedad de Naciones, así como al Comité Ejecutivo Permanente
del IICE en su periodo de sesiones de enero de 1930. Dicho Proyecto, ya con las
modificaciones sugeridas por el Comité Ejecutivo Permanente del IICE y el Comité
Económico de la Sociedad de Naciones, fue comunicado a todos los países el 13 de
mayo de 1930. Dos meses más tarde, la secretaría general de la sociedad preguntó a los
gobiernos de estos países si dicho proyecto podría ser materia de una conferencia
internacional y si estaban dispuestos a enviar representantes. El 27 de febrero de 1931 el
secretario general de la sociedad, Eric Drummond, envió una segunda circular a los
gobiernos que todavía no habían contestado. En mayo de 1932 fue posible concluir que
la gran mayoría de los estados consultados estaba enteramente de acuerdo con los fines
que perseguiría el Proyecto de Convención. Haciendo caso a las observaciones que
hicieron algunos gobiernos, el IICE ordenó la revisión del Proyecto de Convención.
Éste tomó la forma de un protocolo en junio de 1932, para poder ser ventilado durante
la Asamblea General de la Sociedad de Naciones.
hispana por la obra del Instituto de Roma, no obstante los recelos que pudieron llegar a
abrigarse por las ac-ciones internacionales del fascismo. El desafío de Italia al sistema
internacional a mediados de la década de los treinta supuso el reto decisivo para el
sistema de seguridad colectiva que representaba la Sociedad de Naciones, por lo que
constituye un capítulo decisivo en la historia del sistema internacional de
Entreguerras. El primer episodio de la crisis de Abisinia se produjo el 5 de diciembre de
1934, cuando tropas etíopes se enfrentaron al ejército colonial del Duce en Ual–Ual
(Ogaden, Somalia). Dicho incidente fue tomado por la Italia fascista como un ‘casus
belli’ para concretar sus planes de expansión en Áfri-ca Oriental, cuyo primer objetivo
fue la conquista del imperio de Haile Selassie I. La guerra entre Italia y Etiopía estalló
finalmente el 3 de octubre de 1935, cuando las tropas italianas avanzaron más allá de la
frontera etíope. Ello dio lugar a un acto inédito en la historia de la Sociedad de
Naciones, que fue la aplicación de sanciones contra una potencia miembro del Consejo
de esta organización por ser considerada agresora. Una vez que se verificó que Italia
había recurrido a la guerra violando los compromisos señalados por el pacto constitutivo
de la Sociedad, el día 5 de octubre tuvo lugar una reunión en Ginebra para tomar
medidas ante este caso. "Uno por uno -recuerda Francis Paul Walters- los miembros de
la Sociedad declaraban su resolución de actuar conforme al pacto". Finalmente,
cincuenta de las cincuenta y cuatro delegaciones presentes se pronunciaron en este
sentido306. El Comité de los Dieciocho, del cual formó parte México, se encargó de
dirigir la aplicación de sanciones sobre Italia. En este sentido, adoptó cinco
proposiciones referentes al embargo:
Estas medidas se aplicaron a mediados de octubre de 1935 y dos años más tarde
determinarían el retiro de Italia de la Sociedad de Naciones. En diciembre de 1937, un
mes después de formalizar su colaboración con el eje mediante la firma del pacto anti–
306 WALTERS, Fr.P., 1967, A History oft he League of Nations, London, Oxford University Press, pp. 624
ss.
217
307 MEJÍA MUÑOZ, J.L., 2015, El cine documental en Latinoaméica: Una significación del sujeto
latinoame-ricano desde los relatos de Chircales, Agarrando Pueblo y Rodríguez D., Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia
220
En 1896 llegan América Latina las primeras películas mudas, traídas por los
propios hermanos Lumière a la ciudad de Buenos Aires (Argentina). Llegaron,
además, los primeros camarógrafos de Francia y, sobre todo, de Italia. El cine de
Argentina, y luego en resto de los países del continente, toma muchos de los temas,
las téc-nicas y los actores de las otras artes (teatro, ópera, zarzuela, dramas,
comedias). Los primeros camarógrafos, que no eran profesionales y de
proveniencia extranjera, filmaban prácticas sociales de la vida pública de las élites
políticas. El cine se abre paso desde el documental como una primera exploración a
esta imagen en movimiento, que llevaba la exposición de registros visuales como
una prueba indiscutible de los diferentes acontecimientos, la palabra documental se
refiere a sí misma, como documento de un suceso, en este caso visual o audiovisual
que satisface “la necesidad primitiva de superar el tiempo gracias a la perennidad
de la forma”309. En 1900 se abre la primera sala de cine, el Salón Nacional en
Argentina, y en 1908 se exhibe El fusilamiento de Dorrego, la primera película
argumental argentina, dirigida por el italiano Mario Gallo. Esta película abrió el
espectro del cine hacia la representación de dramas históricos con los que se daba
cuenta de la historia y la identidad del país. Es importante señalar que en sus inicios
la representación de la realidad en el cine estuvo signada por el ensalzamiento de
las gestas nacionales y las prácticas locales, por lo que no puede hablarse de una
conciencia latinoamericana del cine, sino de ma-nifestaciones locales que fueron
desarrollándose de manera particular y que, con el tiempo, irían adquiriendo unos
308 ECHEVERRÍA, B., 2008, “El ethos barroco y los indios”, en Sophia, Nº 2
309 BAZIN, op. cit., pg. 24
221
Todo el siglo XX estará marcado por una constante dificultad para llevar a
cabo proyectos locales, definir lo propio respecto a los extranjero y para poder
llevar a ca-bo proyectos autónomos. Se deja de producir cine, se produce cine
siguiendo los mo-delos del cine de Hollywood o se intenta producir algo original,
independiente de los modelos importados. Evidentemente, esta última opción tiene
grandes dificultades. Por otra parte, el cine de Hollywood crea un público, es decir,
genera una cultura vi-sual particular, lo que está directamente relacionado con los
gustos del público que va al cine. Además, Hollywood, al universalizarse, creó
modelos y estereotipos don-de se juzgaría el producto nacional del resto de los
países. La mirada de lo propio se vuelca hacia afuera y al mismo tiempo lo propio
se convierte en distinto. La producción de imágenes se instaura desde el
observador. Nos empezamos a reconocer en otros, por lo que en este sentido, la
representación fílmica de lo nacional y, con el tiempo, de lo continental, estará
mediada y motivada teniendo el lugar de enunciación. En México, por ejemplo,
durante los años de la Revolución, los cabecillas comenzaron a llevar consigo sus
propios cinematografistas.
Es interesante que el cine, desde sus orígenes, estuvo marcado por la relación
con las otras artes para encontrar, con el tiempo, su propio lenguaje, es decir, su
autonomía y su realidad. Esto no quiere decir, no obstante, que con el tiempo la
Como lo señala López , luego del profundo déficit presupuestal estatal para el
desarrollo de producciones cinematográficas en Latinoamérica ocurrido entre 1955
y 1957 como efecto de las recientes dinámicas de confrontación política se
comienza a producir una renovación de las tendencias y corrientes
cinematográficas en la región hacia la formación de una producción fílmica
desmitificadora y revolucionaria. Así, en los años de 1968 y 1969 se experimentan
los momento más vívidos de este proceso de transformación en el campo
cinematográfico latinoamericano ; se consolida en Brasil el movimiento Cinema
Novo y surgen nuevas posibilidades de producción fílmica en Cuba tras el triunfo
de la Revolución. Se expande igualmente un cine nacional chileno en el que se
exaltan las acciones de resistencia de los sectores popu-lares contra el imperialismo
transnacional y la labor de gobierno ejercida por Allen-de ; en Bolivia jóvenes
productores y directores de cine plantean nuevas forma de ci-ne contra-hegemónico
dirigido a la amplia población indígena, hasta entonces fuertemente marginada
como sujeto y objeto de cultura. En ése momento también se con-forman e
institucionalizan diferentes sociedades y clubes fílmicos, festivales y publicaciones
de cine especializados en los que se configuran las pautas y criterios que definen
las fronteras y los límites del Nuevo Cine Latinoamericano, y que por lo tan-to, son
manifestación de la lucha por afirmar y delinear la autonomía de ese campo
fílmico. Las nuevas organizaciones, colectivos y asociaciones latinoamericanas
legitiman ciertos estilos de producción y difusión de cine que representaron una
desacralización de los modos comerciales, tecnificados y estandarizados de la
industria cultural cinematográfica hegemónica que desde entonces, y aun hoy en
día, es liderada por Hollywood. Así mismo es necesario señalar que varios de los
productores cinematográficos fundadores y precursores inmediatos del Nuevo Cine
Latinoamericano, tales como Fernando Birri (Argentina), Nelson Pereira dos
Santos (Brasil), Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea (Cuba), fueron
225
318 PATIÑO, S.C., 2009, Acercamiento al documental, en la historia del audiovisual colombiano. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, pg. 48
229
algunos rasgos de la mirada del autor: el porqué de la obra. Indaga por las
discontinuidades de la cotidianidad, las fisuras de verdad que captura la cámara.
Evidenciar esto convierte la interpretación en un acto de verosimilitud condicionado
por elementos políticos como pautas interpretativas. El contexto puntualiza la
cotidianidad permitiendo el desarrollo de esta en diferentes escalas, y a su vez
recogiendo una cita de la realidad. El cine documental crea una nueva mirada, se
instala como un discurso contra hegemónico que se crea a partir de un discurso
hegemónico, puede decirse que es una alegoría a dicho discurso. Parte de algo ya
existente, lo que se encuentra entretejido en la cotidianidad y lo instala como un
relato, un relato que expone la mirada de quien lo cuenta y se integra a la 69
interpretación de quien –en este caso- lo ve. En el documental se expone un relato de
cotidianidad, la cual ha sido intervenida y diseccionada para su exposición. El cine
documental se convierte en un acto político, una decisión que condiciona la mirada
de quien lo ve y percibe. Entretejido por relaciones de poder que alteran sus formas
según sus coyunturas. En las siguientes producciones a analizar daremos cuenta de
cómo conforme cambia el discurso la relaciones de poder se ven afectadas y
viceversa, además del impacto a nivel social como muestra de esta realidad social.
La cultura visual como la identificación misma del sujeto como ese otro.
Transformación del discurso sobre el otro a través del tiempo en el cine colombiano.
En la obra documental Chircales, Marta Rodríguez y Jorge Silva abordan una
manifestación concreta de la problemática situación política, social, económica y
cultural de la sociedad colombiana de mediados del siglo pasado: la vida cotidiana de
las familias que conformaban la fuerza de trabajo de la industria artesanal de ladrillo
llevada a cabo en las zonas circundantes a la ciudad de Bogotá. La producción
audiovisual en cuestión fue realizada por Rodríguez y Silva en el marco del
surgimiento de los Nuevos Cines, y, específicamente, en la marco de la génesis del
Nuevo Cine Latinoamericano, que tuvo lugar en las décadas de 1960 y 1970.
Recordemos que esta última tendencia cinematográfica responde a la iniciativa de un
conjunto de directores latinoamericanos consistente en hacer del cine una práctica de
lucha contra la dominación territorial, cultural y económica que los países
occidentales/modernos/coloniales han ejercido históricamente sobre las sociedades
de América Latina. En ese orden de ideas, los iniciadores del Nuevo Cine
Latinoamericano, evidenciando el carácter político y ético del cine, buscaban co-
municar en sus películas una problematización de la realidad latinoamericana que
condujera a que las mismas sociedades latinoamericanas crearan una identidad
231
una de las corrientes marginales de los nuevos cines y aunque resulte paradójico, su
intención era crear un cine popular pero no para un consumo popular, un cine
político fuera de los partidos políticos y formales y una industria que no produce
películas industriales. La realidad latinoamericana se problematiza, permitiendo que
la imagen cinematográfica se constituya como una herramienta discursiva y artística.
En donde los procesos políticos y estéticos confluyen y se sincronizan para construir
la base de esa realidad social, la cual se concreta en el lenguaje del cine documental,
que, desde lo latinoamericano rompe con los cánones hegemónicos de cómo se
concibió el cine industrial. Es por ello que el cine documental se envuelve en una
supuesta autenticidad de la realidad y la convierte en un proceso simbólico que
puede concebirse a su vez como artístico. 98 De esta manera, se puede entender que
las imágenes cinematográficas adquieren un valor por su relación interpretativa con
el lenguaje y el contexto en el cual son generadas, pues al comprender e identificar
los objetos que se abstraen en su composición y pueden relacionarse con los juicios
de quien la observa, esta dialéctica entre imagen y discurso construye un objeto de
verdad dotándola de sentido y significado, de esta manera se condiciona la realidad
bajo una mirada.
Según Luis Navarrete, por otra parte, el cine ha sido autoreferencial desde sus
inicios ; aún es más: en su opinión cualquier género artístico que se proponga contar
historias reales o de ficción lo es en cierta medida: “Toda novela o película es una
citación, no de otra obra literaria o cinematográfica, sino de un discurso social
incidente en el proceso creativo del escritor o director de cine”. Por ejemplo, se
puede encontrar más de una muestra de esta característica autorreferencial en el
campo de la ópera ; citemos, sin ir más lejos, ‘Il maestro di capella’, de Domenico
Cimarosa, ‘Le convenienze e inconvenienze teatrali’, de Gaetano Donizetti, ‘La
prova d’un opera seria’, de Giuseppe Mazza, ‘Der Schauspieldirektor’, de Wolfgang
Amadeus Mozart, ‘L’Impresario delle Isole Canarie’, de Domenico Sarro, y muchas
más. No es de extrañar, pues, en opinión de Navarrete, que productos fílmicos tan
tempranos como The Big Swallow (1899), de Williamson, o How it Feels to Be Run
over (1900), de Cecil Hepworth, ya aludan –aunque sólo sea implícitamente- al
empleo de una cámara, reflexionando de esta forma sobre su propio universo ; esto le
lleva a este analista a establecer la siguiente taxo-nomía de lo que él denomina
‘metacine’319:
319 NAVARRETE, L., “El cine dentro del cine”, en VARIOS, Hacia la intertextualidad en el cine español, In-
ternet
237
Efectivamente, desde los inicios del 7º Arte han abundado los ejemplos de lo que
se ha dado en llamar películas autorreflexivas, o de ‘cine dentro del cine’, de ‘cine sobre
cine’ o como quiera llamárselas, películas que narran historias sobre su propio mundillo,
su propio medio fílmico, referidas a cualquiera de sus aspectos: rodajes, estrellas de
cine, industria fílmica, salas de proyección, audiencia cinematográfica, algún film o
género concreto, etc320. Pero, como refleja Isabelle Morisette, este tipo de películas han
sido especialmente abundantes en la época muda, sobre todo durante la primera mitad
de la década de 1910321. Sabine Hake, por ejemplo, descubre diversos títulos de es ta
tendencia en el cine primitivo alemán ; así tenemos, por ejemplo, Der stellungslose
Photograph (1912) y Wo ist Coletti? (1913), ambas dirigidas por el pionero Max Meck,
junto con Wie sich das Kino rächt (1912), de Gustav Trautschold, y Zapatas Bande
(1914), del danés radicado en Alemania Urban Grad 322. Según Morisette, el público de
aquella época estaba empezando a interesarse por una nueva forma artística
radicalmente diferente de todo lo que se había experimentado hasta entonces. Titulos
como The Countryman and the Cinematograph (1901), de R. W. Paul, o Uncle Josh at
the Moving Pictures (1902), de E.S. Porter, considerados los dos primeros ejemplos de
‘cine dentro del cine’ (la segunda no es, en realidad, más que un ‘remake’ de la
primera323), sirvieron en su época –citando explícitamente títulos anteriores de los
hermanos Lumière, como la famosa Llegada de un tren a la estación de La Ciotat entre
otras- para educar a los espectadores con respecto a los modos de conducta que debían
observar en las proyecciones cinematográficas: permanecer en silencio, no llevar
sombreros de copa ni prenda alguna que estorbase la visión de la pantalla por el resto de
los asistentes, no interactuar con los personajes de la ficción, no tocar la pantalla, etc. A
estos dos títulos les siguieron innumerables más en la misma línea, como fueron, por
ejemplo, Those Airful Hats (1909), de D.W. Griffith, Sherlock Jr. (1924), de Buster
320 WITHALM, Gl., 2000, “You Turned off the full Movie – Types of Self-reflexive Discourse in Films”, en
TASCA, N., ed., Perception et conscience de soi dans les arts et les sciences, Oporto, Associaçao
Portuguesa de Semiótica, Internet
321 MORISSETTE, Is., 2002, “Reflexivity in Spectatorship”, en Off-Screen, Vol. 6, Nº 1, Internet, pp. 1- 2
322 HAKE, S., 1996, “Self-Referentiality in Early German Cinema”, en ELSAESSER, Th., ed., A Second Life.
German Cinema’s First Decade, Amsterdam University Press, pp. 237-245
323 STRAUVEN, W., 2012, “Early Cinema’s Touch(able) Screens: from Uncle Josh to Ali Barbouyou”, en
NEC-SUS, European Journal of Media Studies, Internet
238
Keaton, The Cat in Flim Flan Film (1926), de Otto Mesmer, y gran parte de la
filmografía de Mack Sennett: Mabel’s Drammatic Career (1913), A Small Town Idol
(1921), The Hollywood Kid (1924), A Hollywood Hero (1926), Crazy to Act (1927), A
Hollywood Star (1929), etc.324
La década comienza con Sunset Boulevard (‘El crepúsculo de los dioses’, 1950),
de Billy Wilder, y le siguen un montón de reconocidas obras maestras: Singin’ in the
rain (‘Cantando bajo la lluvia’, 1952), de Stanley Donen y Gene Kelly, The Barefoot
Contessa (‘La condesa descalza’, 1954), de Joseph L. Mankiewicz, A Star is Born (‘Ha
nacido una estrella’, 1954), de George Cukor, o incluso también The Bad and the
Beautiful (‘Cautivos del mal’, 1952), de Vincent Minnelli, por citar sólo algunas, en las
cuales invariablemente personajes más o menos vírgenes “… acaban mordiendo el
polvo de la desilusión y el desengaño, víctimas inocentes destruidas no sólo por el
universo de odios y envidias en el que se introducen inapropiadamente sino también
por el mundo de apariencias y mentiras que se crean a su alrededor”. La ideología
resultante ostentaría el estandarte de un idealismo acumulativo en el que el juego de
espejos se multiplicaría hasta el infinito: “El fenómeno del ‘cine dentro del cine’ vería
así paralizada la autoindagación sobre su propia naturaleza por culpa de un reflejo
narcisista: aquel que le llevaría a hablar continuadamente de sí mismo sin en realidad
hablar de lo que terminaría siendo pura e improductiva tautología”. Este fenómeno
324 MORISSETTE, op. cit., pp. 3-9
325 LOSILLA, Carlos, 1994, “Tautología y metacine”, en Vértigo, Nº 10, pp. 16-21
239
a) Un cine de contemplación
b) Un cine de discernimiento donde el espectador debe tomar partido de una
forma racional.
c) Importancia de lo narrativo en virtud de la secuenciación de planos (dentro
de una misma película) y/o de fragmentos fílmicos distintos enlazados en
sucesión más o menos aleatoria.
326 MUSSER, Ch., 2006, “Rethinking Early Cinema: Cinema of Attractions and Narrativity”, en
STRAUVEN, ed., The Cinema of Attractions Reloaded, University of Amsterdam Press, pg. 391 ; véase
también GUN-NING, T., 2006, “The Cinema of Attraction(s): Early Films , its Spectators and the Avant-
Garde”, ibid., pp. 381- 88
327 ALLEN, RE., 1995, Teoría y práctica de la historia del cine, Barcelona, Paidós
328 MUSSER, op. cit.. pp. 269 ss.
240
Misceláneas finales
dorevistas citadas nos centraremos en Positif, que se define como ‘de izquierda’ y
rivaliza con la pretigiosa Cahiers du Cinéma, revista que también dedicó algunos
artículos sl cine latinoamericano a lo largo de su existencia, pero en una propoción
menor a Positif, como se verá. Antes de analizar la cobertura que el cine
latinoamericano recibe en dichas publicaciones, no resultará conveniente presentar
brevementeicano recebeu nessas publicações, cabe fazer uma breve apresentação desses
periódicos. Positif fue creada en 1952, un año después que Cahiers du Cinéma.
Originalmente se radicaba en la ciudad de Lyon ; luego fue trasladada a París en busca
de un mercado más amplio y procurando reafirmar su postura de izquierdas, por lo que
entró en oposición en ciertos momentos con Cahiers du Cinéma, principalmente por
cuestiones políticas.
331 AMIOT-GUILLOUET, J., 2004, “Accords et dissonances`les cinémas latino-américains et les Cahiers du
Cinéma (1951-2003)”, en Caravelle – Cahiers du Monde Hispanique et luso-bresilien,Toulouse, Nº 83.
Uni-versité de Toulouse – le Mirail, pp. 43-61
332 THIRARD, P.-L., 1969, “Positif, sa quinzaine, la distribution et la censure”, en Positif, Nº. 103, pp. 52-
54
242
El cineasta Carlos Diegues suele decir que Brasil tuvo una intuición precoz para
las imágenes en movimiento. Apenas dos años después de que los hermanos Lumière
hubieran creado el cinematógrafo, los primeros cineastas brasileños empezaron a
experimentar con la nueva tecnología333. La más antigua secuencia filmada en el país
remite a la fecha de 1897. Realizada por los hermanos Segreto, en ella aparece retratada
la entrada de la Bahía de Rio de Janeiro. En 1909, Brasil produjo sorprendentes 70
películas –entre documentales, cortos y largometrajes-. Buena parte de estas películas
intentaba registrar una geografía física y humana hasta entonces desconocida. Jorge
Luis Borges decía que lo que le interesaba en la literatura era “dar nombre a lo que
todavía no había sido nombrado”. Fue lo que esos primeros cineastas brasileños
hicieron. En 1914, con la I Guerra Mundial, cesa el suministro de negativos a Brasil.
Ese ciclo inicial de nuestra cinematografía es bruscamente interrumpido. Cuatro años
después, cuando los negativos son nuevamente ofrecidos, el mercado de distribución y
exhibición ya estaba controlado por compañías norteamericanas. Es el fin de un primer
momento de intensa creatividad, y el inicio de los ciclos regionales de cinema en Brasil.
Esta oscilación nunca más dejó de existir. A los ciclos regionales, se siguieron
malogrados intentos de formación de un cine industrial. Con los estudios de Cinedia y
Atlantida surge en los años 40 el ciclo de las chanchadas, comedias que intentaban
parodiar y deconstruir las películas estadounidenses. En São Paulo, el estudio Vera Cruz
buscó mimetizar en los años 50 experiencias industriales europeas y norteamericanas.
333 SALLES, W., 2013, “La eterna oscilación del cine brasileño”, en El País, Internet
243
cine documental brasileño vive un momento de intensa creatividad. Más libre gracias a
los presupuestos reducidos, nuestros documentales han logrado ofrecer un reflejo de un
país complejo en rápida transformación. Maestros como Eduardo Coutinho y Nelson
Pereira dos Santos siguen filmando con constancia. Jóvenes realizadores como Eryk
Rocha o Flavia Castro se dan a conocer con películas que repercutieron en Brasil y
fuera de nuestras fronteras. Películas como O Som ao redor y la fertilidad de los
documentales confirman que existe un público ávido en Brasil por un cine visto como
instrumento de comprensión del mundo, capaz de hacer indagaciones sobre nuestra
realidad. Las condiciones para un nuevo ciclo existen –o, por lo menos, es lo que nos
atrevemos a esperar.
En el inicio de la década, la fundación del Cine Club de Viña del Mar (1962)
será determinante. Bajo la iniciativa y la tenacidad de Aldo Francia, el colectivo realiza
confe-rencias y cursos sobre cine, habilita una sala de proyección que será el primer
Cine Arte del país, realiza el Primer Festival de Cine Aficionado de Viña del Mar
(1963) - convocatoria pionera en el país- y publica la revista Cine Foro (entre 1964 y
1966). Paralelamente a estas acciones se funda en Valdivia el Cine Club de la
Universidad Austral (1963). En la segunda mitad de la década (1965), el gobierno de
Eduardo Frei Montalva decide reactivar Chile Films, y designa en su dirección a
Patricio Kaulen. En 1966, la cuarta versión del Festival de Cine de Viña del Mar deja de
ser para aficionados y se con-vierte en el Primer Encuentro de Cineastas Chilenos en el
país, “ … hito trascendente, donde se coteja el catálogo del cine independiente
producido hasta esa fecha, germen del Nuevo Cine nacional”. En 1967, la quinta
versión del Festival será también el Primer En-cuentro de Cineastas Latinoamericanos
en Latinoamérica; hito fundacional de la cinematografía del continente. La notabilidad
de esta versión del Festival concitará, veinte años después, una Muestra-homenaje en el
9º Festival de Cine de La Habana, Cuba:
Es así como Viña del Mar permitió el encuentro de los distintos movimientos
nacionales; realidades dispersas como el propio continente, realidades coincidentes,
pero paradojalmente desconocidas entre sí, permitiendo instituir las líneas centrales de
lo que en veinte años llegaría a ser el movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano.
Con un año de pausa, la versión de 1969 reúne por segunda vez en Chile a los cineastas
latinoamericanos. Con la exhibición de los filmes Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz, El
Chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, Valparaíso, mi amor, de Aldo Francia, y
Caliche sangriento, de Helvio Soto, esta versión será reconocida como el punto de
partida para el llamado Nuevo Cine Chileno, movimiento que, en cualquier caso, ya
venía gestándose, aglutinándose y dando testimonio de sí, desde Viña del Mar: “A una
técnica sin sentido, afirmamos en 1967 los cineastas chilenos, oponemos la búsqueda
de un lenguaje propio que nace de la inmersión del cineasta en la lucha de clases,
enfrentamiento que genera formas culturales propias”. Nos encontramos, así, ante un
cine en progreso alentado por los movimientos latinoamericanos efervescentes de la
época. Un cine que busca desprenderse de los códigos hollywoodenses y europeos y
que, por primera vez en forma colectiva, mira no sólo al propio país en forma crítica,
sino al arte cinematográfico y a sus posi-bilidades como agente social-cultural. Los
realizadores se abocan a la representación de una consciencia social nacional en la
búsqueda de un lenguaje propio que nace de la inmersión del cineasta en las
problemáticas sociales nacionales. En este período, el Cine Club de Viña del Mar, en
colaboración con la Universidad de Chile, crea la Escuela de Cine de Viña del Mar
(1968) y el Instituto Fílmico de la Universidad Católica pasa a con-formar la Escuela de
Artes de la Comunicación (1970), orientada a la formación universitaria de cineastas en
el campo argumental. Por su parte, la Universidad Técnica del Estado (actual
Universidad de Santiago) crea el departamento de Cine (1970). Para el fin de la década,
Chile se levanta como un agente activo no sólo de formación y producción, si-no de
reflexión en torno al campo cinematográfico latinoamericano.
La década del 70, que se inicia con el gobierno de la Unidad Popular (1970-
1973), vuelca a los cineastas a la calle. En un clima de agitación política y consciencia
social, los cineastas ya organizados proclaman el Manifiesto de los Cineastas de la
Unidad Popular (1970), al cual adscriben la mayoría de los realizadores de la época, el
Departamento de Cine Experimental de la Universidad de Chile y la Escuela de Artes de
la Comunicación de la Universidad Católica (Carreño, 2002, p. 26). En dicho manifiesto
se llama a los cineastas chilenos a rescatar los valores propios de la nación como
identidad política y cultural, remarcando que el cine es un derecho del pueblo y como
247
tal deberán buscarse las formas apropiadas para que este llegue a todos los chilenos:
“Contra una cultura anémica y neocolonizada, pasto de consumo de una elite pequeño
burguesa decadente y estéril, levantemos nuestra voluntad de construir juntos e
inmersos en el pueblo, una cul-tura auténticamente NACIONAL y por consiguiente,
REVOLUCIONARIA” En este escenario, surge un cine militante y de denuncia:
Venceremos, de Pedro Chaskel y Héctor Ríos, Brigada Ramona, de Álvaro Ramírez y
otros, Casa o mierda, de Carlos Flores y Guillermo Cahn) y Escuela Santa María de
Iquique, de Claudio Sapiaín) ; esta tendencia será continuada en los años siguientes. En
1972, la Universidad de Católica de Valparaíso publica la revista Primer Plano, dirigida
por Helvio Soto, publicación que se mantendrá por cinco números.
entre 1984 y 1989 surge Teleanálisis, noticiero clandestino realizado por un co-lectivo
de periodistas de oposición y distribuido de mano en mano en cintas VHS. De
producción mensual, las cintas se iniciaban con la frase “Prohibida su difusión pública”
y en cada entrega se abocaban a presentar la visión no oficial del país, la visión que
estaba siendo reprimida por el régimen, como las protestas, los paros y las huelgas del
período.
Por su parte, en la década del 80, hay un auge de productoras en donde muchos
cineastas que quedan en el país se reorganizan subsistiendo –y explorando- en el campo
de la publicidad. En 1983, la oposición política se organiza y comienzan las protestas
na-cionales contra el régimen militar. El mismo año tiene lugar el retorno de algunos
cineastas al país. En este punto, la producción que se registra de los cineastas chilenos
en diez años en el extranjero, a una década del golpe militar y del exilio, es
extraordinaria para el caso nacional: “El balance, tras la década transcurrida, arroja un
total de 176 películas, de las cuales 56 son largometrajes, 34 mediometrajes y 86
cortometrajes. Las cifras no tienen paralelo en ningún período anterior o posterior de
la historia del cine nacional”.
cual ilustra claramente en torno a qué tema giró la reunión”. En lo que a la crítica
cinematográfica se refiere, el reencuentro será también enfrentamiento: en forma
paralela al programa del Festival se realiza un Coloquio de los críticos cinematográficos
del país, instancia en la que se encuentran los críticos de la antigua generación y la
nueva.
modo desaforado- el circuito de proyección y difusión del cine chileno a nivel nacional
e internacional. El CNCA consigna para el año 2009 un total de 52 instancias realizadas,
entre festivales y muestras, de las cuales, la Región Metropolitana (Santiago) y La V
Re-gión (Valparaíso) concentran el mayor número. Sobre lo mismo, los meses de enero,
octubre y noviembre, concentran la mayor realización de instancias simultáneas en el
país; enero, coincidiendo con la época de verano en nuestro país; octubre, coincidiendo
con la tradición del Festival Internacional de Cine de Valdivia, que va en su XIV
versión; y no-viembre, siguiendo la tradición del Festival Internacional de Viña del Mar.
(González, 1996). Por su parte, ‘Cine y memoria del siglo XX’ (Mouesca y
Orellana,1998), corresponde a una acuciosa crónica que desde 1985 a 1995 registra año
a año, en paralelo, los principales acontecimientos acaecidos en Chile, en el mundo, en
el cine nacional y en el cine mundial. Del año 2000 en adelante, se duplica ampliamente
la publicación del período precedente.
Entre el año 2000 y 2009, se publican 56 libros relativos al cine (a los que
podríamos sumar 7, en lo que va del año 2010). En estos 56 -o 63- libros, los temas no
sólo se amplían, sino que se diversifican. Junto a la reflexión particular de períodos –
que incluye la reflexión sobre el propio período en curso así como sobre la realización
documental chilena-, encontramos materias relativas a la censura, a los realizadores
nacionales y al cine regional; además de la edición de guiones de películas chilenas y,
particularmente en el año 2010, dos iniciativas sin precedentes en la cartografía
abordada que expanden el espectro de estudios y de interés: ‘Animación, la magia en
movimiento’ (Vivienne Barry) y ‘El Cine y el Derecho Penal’ (Silvio Cuneo Nash). En
cuanto a la diversificación temática y período de publicación, al inicio de la década, dos
publicaciones trabajan sobre el tema de la censura en el campo: ‘Censura
cinematográfica’ (Vial, Cavallo...[et al.], 2000) y ‘Pantalla prohibida, censura
cinematográfica en Chile’ (Olave y de la Parra, 2001). La primera corresponde a la
edición de los textos presentados en el Seminario de Censura Cinematográfica
organizado por la Universidad Diego Portales y el Colegio de Periodistas de Chile en
marzo del mismo año de publicación. En los años siguientes, no habrá más publicación
relativa a la censura. Con todo, si bien estas son las únicas del período, corresponden a
ediciones pioneras en el tema y con ellas se inicia la reflexión de campo del período.
Entre los años 2002 y 2009, se concentra la publicación de diversos títulos relativos a la
reflexión de períodos del cine nacional, entre los que se encuentran: ‘Cien años de cine
chileno 1902-2002’ (Latorre, 2002), ‘Itinerario del cine documental chileno 1900-1990’
(Vega, 2006), ‘Teorías del documental chileno 1957-1973’ (Corro, Alberdi...[et al.],
2007), ‘Explotados y benditos: mito y desmitificación del cine chileno de los 60’
(Cavallo y Díaz, 2007), ‘Excéntricos y astutos, influencia de la conciencia y uso
progresivo de operaciones materiales en la calidad de cuatro películas chilenas
realizadas entre 2001 y 2006’ (Flores), e ‘Historia del cine experimental de la
Universidad de Chile 1957-1973’ (Salinas y Stange, 2008). Entre los años 2001 y 2009,
se publican libros monográficos referidos a realizadores chilenos. Siete en total a razón
de prácticamente uno por año: ‘Cine a la chilena: las peripecias de Sergio Castilla’
(Cortínez, 2001), ‘Conversaciones con Raúl Ruiz’ (BuciGlucksmann...[et al.], 2003),
254
‘La voz de los cineastas: cine e identidad chilena en el umbral del milenio’ (Villarroel,
2005), ‘El otro guión: el cine chileno de ficción según sus directores y productores’
(Caiozzi, Littin...[et al.], 2006), ‘El cine nómade de Cristián Sánchez’ (Ruffinelli,
2007), ‘El cine de Patricio Guzmán: en busca de las imágenes verdaderas’ (Ruffinelli,
2008) y ‘Zoom-back, camera. El cine de Alejandro Jodorowsky’ (Chignoli, 2009). De
las publicaciones restantes del período, tres corresponden a la temática del cine
regional: ‘Apuntes del cine porteño’ (Valenzuela, 2003), ‘Antofagasta de película:
historia de los orígenes de un cine regional’ (Jara...[et al.], 2008) y ‘El audiovisual en el
sur de Chile: pasado, presente y futuro’ (González, 2008); y tres corresponden a
publicaciones llevadas a cabo por el Festival Internacional de Cine de Valdivia con
ocasión de sus tres últimas versiones: ‘Las guerras del cine: cómo Hollywood y los
medios conspiran para limitar las películas que podemos ver’ (Rosenbaum, 2007),
‘¿Qué es el cine moderno?’ (Martin, 2008) y ‘Evidencia física. Escritos selectos sobre
cine’ (Jones, 2009). Un grupo aparte lo conforman diez textos editados en el año 2008
por la Universidad Mayor y que corresponden a la edición de los guio-nes de películas
chilenas contemporáneas (iniciativa que, como revisábamos, tiene un solo antecedente
con la edición en 1970 del guión de El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin). A ello
se suma, recientemente, la edición del guión de El cielo, la tierra y la lluvia (Torres
Leiva, 2010), filme representante –entre otros- de la nueva generación de cineastas
nacionales. En términos generales, la mayor producción de textos se da, precisamente,
en el año 2008, con la inusual cantidad de 18 publicaciones en el año, cifra que no tiene
precedentes en la historia de los textos sobre cine publicados en el país, ni en los años
an-teriores ni posteriores; pero que, como vemos, viene justificada por la publicación de
la colección de guiones que acabamos de referir. Al año 2008 le siguen, en orden de
publicaciones, los años 2007 y 2009, con ocho publicaciones cada uno, y 2006 con seis
publicaciones. De modo que el porcentaje de publicación en los años 2006, 2007 y 2009
es si-milar y corresponde a los máximos publicados anualmente en el gran período
revisado de 1960 a 2009.
impulsora de una exaltación del progreso y de las virtudes de la urbe, así como también
la caracterizó por la pérdida de la individualidad y el predominio de la transitoriedad 337.
Estos rasgos no surgieron casualmente sino que fueron una consecuencia de la
influencia racionalista, del desarrollo tecnológico y del avance del proceso capitalista en
las sociedades occidentales.
Bajo ese pensamiento, los artistas del siglo XX pueden verse envueltos en dos
for-mas particulares de vinculación entre arte y sociedad, destacadas por Benjamin: la
politización del arte, que le desliga de su función cultual y aurática, actualizandolo y
acercándolo a las masas gracias a su capacidad reproductiva, frente a una estetización de
la política, que el autor asociaba. Esto se ha manifestado por medio de una
337 FRISBY, D., 1992, Fragmentos de la modernidad: teorías de la modernidad en la obra de Simmel,
Kracauer y Benjamín. Madrid: Visor
338 BERMAN, M., 1988, Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. Buenos
Aires: Siglo XXI
339 BENJAMIN, op. cit.
340 BÜRGER, P., 1987, Teoría de la vanguardia. Barcelona, Península, pg.103
257
Estas reflexiones fueron debatidas por los realizadores del Nuevo Cine
Latinoamericano, y la cultura que los contextualizó. Sumado a la falta de inocencia del
artista respecto a su universo circundante, Sartre encomendó a la literatura (y con ella, a
las de-más disciplinas estéticas) la tarea de buscar nuevos lenguajes que expresen la
realidad so-cial de la cual han surgido. Precisamente, esto es lo que procuraron realizar
los artistas de la vanguardia latinoamericana, y los cineastas de los años sesenta y
setenta, en la asimilación de sus prácticas con los aspectos históricos y políticos de sus
respectivas naciones, manifestando su inquietud por los acontecimientos históricos
341 SARTRE, J.-P., 1972, ¿Qué es la literatura?. Buenos Aires: Losada, pg. 58
259
manifestaciones estéticas de América Latina han tenido una gran correspondencia con
las vanguardias europeas durante las primeras décadas del siglo XX, el cine
contemporáneo realizado en la región se desplegó, sin embargo, en base a los
parámetros de representación y narratividad propuestos por Hollywood, demostrando
que, al menos en el área de la cinematografía, la influencia de los movimientos de
renovación artística de la modernidad no estaba surtiendo efecto en América Latina. Sin
embargo, bastos fueron los movimientos plásticos y literarios latinoamericanos que
combinaron el desarrollo del arte nacional con elementos provenientes del
cosmopolitismo. Se destacaron en este sentido el modernismo brasileño, el
vanguardismo cubano, los grupos pictóricos y literarios argentinos conocidos como
Florida y Boedo, y el creacionismo chileno, entre otros. Gran parte de estos artistas
latinoamericanos escribieron ensayos, muchos de ellos publicados en revistas de arte,
que funcionaron en esos años como espacios de reflexión estética y política12. Através
de los mismos, podemos observar una tendencia hacia la regionalización del arte en
base a la aparición de temáticas y recursos estilísticos coincidentes, y en donde el
testimonio sociopolítico, básicamente circunscripto a los contenidos que empezaron a
aparecer en las obras, ocupó un rol preponderante. Por otro lado, los cineastas de
América Lati-na en los años sesenta y setenta extendieron una red regional a través de la
cual sus escritos y films fueron divulgados entre sus colegas con el fin de ponerlos en
discusión, encontrando ejes en común. La publicación en revistas de cine y la
presentación de los cineastas en congresos interregionales e internacionales no está lejos
de los debates otrora realizados por los artistas que los precedieron. De esa manera,
consideramos que el afán de teorización del Nuevo Cine Latinoamericano encuentra en
esos ensayos sobre arte.
sino en “descubrir el hombre social”347. Así, los murales pintados por Cándido Portinari
en el Ministerio de Educación y Salud Pública de su país, en concordancia con lo que
otros artistas contemporáneos como Antonio Berni estaban haciendo en sus respectivos
países, establecen a la figura del negro, u otros representantes del mundo popular (entre
ellos, la clase trabajadora en sus múltiples manifestaciones) como el eje temático y
estético de esas obras. De esa manera, es puesto en primer plano el discurso de los
sectores tradicionalmente silenciados. Cabe preguntarse, de todas formas, si la mirada
del artista no conllevaba alguna clase de paternalismo. Este cuestionamiento ha estado
muy presente en el Nuevo Cine Latinoamericano, que ha heredado de sus antecesores en
otras disciplinas el interés por desplazar el eje de los relatos tradicionales, trayendo a la
centralidad a los campesinos, indígenas y trabajadores urbanos. El ci-ne desarrollado en
América Latina entre las décadas del sesenta y setenta ha hecho hinca-pié en la
representación de las problemáticas de los sectores populares a través de la realización
de films en los que el pueblo empezaría a manifestar su propia voz: desde pelícu-las
como la argentina El Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales (1968/72), de Gerardo
Vallejo, que se inicia con la imagen de un trabajador rural denunciando su propia
miseria con su mirada a la cámara, interpelando al espectador, hasta los documentales
de la Unidad Popular en Chile, em los cuales se cede el discurso, por medio de
entrevistas o del recurso de la voz ‘over’, a los mismos trabajadores, que dan cuenta de
sus luchas y reivindicaciones sociales. El caso del cine boliviano, bajo la visión de Jorge
Sanjinés, resume el objetivo común de la cinematografía de la región. En sus films, las
tradiciones de los pueblos indígenas son resguardadas como una forma de contrarrestar
el poder de dominación del sistema capitalista sobre la cultura.
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