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16 Amor Misericordioso

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

AMOR MISERICORDIOSO - EL HIJO PRÓDIGO

INTRODUCCIÓN
Esta es una de las meditaciones más consoladoras, más hermosas, donde el alma descansa en el
regazo de Dios Padre; encuentra dulzura en las llagas de Cristo. Luego de la cruda realidad de
nuestros pecados propios y de nuestra miseria, esta meditación es como un bálsamo que cura
nuestras heridas, y nos afianza en el amor a Dios. Porque, como decía Juan Pablo II: “Dios es más
fuerte que nuestra miseria”.
Faustina Kowalska decía que para que obtengamos el perdón de Dios, “solo hace falta una
cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo hará Dios. Todo
comienza en tu misericordia, y en tu misericordia termina”. Y San Luis Orione: “la misericordia
de Dios es siempre la última en vencer”.
Es hermoso constatar en nuestras vidas cómo se cumple esa frase de Rom 5, 20: Donde abundó
el pecado sobreabundó la gracia. ¡Cómo sabe Dios sacar bienes de los males, aún de nuestros
propios pecados! Lo ofendemos y Él nos hace el bien. Más aún, es hermoso considerar cómo se las
ingenió para remediar las miserias de toda la humanidad que había sido condenada por el pecado
original, cómo cooperó para nuestro bien el mismo pecado, de modo que podamos decir con
verdad, lo que canta el Pregón Pascual: “¡Feliz culpa, que nos mereció tan noble y tan gran
Redentor!”.
Diligentibus Deo, omnia cooperantur in bonum... (todo coopera para bien de los que aman a
Dios) Rm 8,28; “etiam peccata” (también los pecados) se anima a agregar San Agustín, cuando
ya estamos arrepentidos y nos sirve para amar más a Dios.
Nuestros pecados tienen que ser ocasión para amar ahora más a Dios. Por ejemplo, cómo amó la
Magdalena a Cristo luego de recibir el perdón de sus muchos pecados. Es que el ser perdonados
por Dios es uno de los actos que más nos mueven a gratitud y a amor. Y esto porque no hay nada
que mueva tanto a amar como el sentirse amado.
Más valora el jefe del ejército a un soldad que luego de desertar vuelve y pelea con todo ahínco,
que a uno que siempre le fue fiel pero no se esforzó nunca en serio por la victoria. Así también
valora más Dios a quien luego de haber pecado vuelve a la vida de la gracia con todas sus ganas,
que aquel que quizás siempre estuvo en gracia pero vivió tibiamente.
Y Dios no sólo nos perdona, sino que nos devuelve el crédito, sigue confiando en nosotros,
como si nada hubiera pasado. Confía y se alegra en la esperanza de que haremos grandes obras por
Él. Es un borrón y cuenta nueva, que sólo Dios puede hacer, porque sólo Él puede aniquilar
nuestros pecados al perdonarnos.

LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Preámbulos
1º Ponerse en la presencia de Dios

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

2º. Oración preparatoria: Pedir gracia a Dios para que todos nuestros pensamientos…
[46].
3º Historia: el hijo pródigo (Lc 15, 11-24)
3º. Composición de lugar: el abrazo que da el Padre al hijo de la parábola... Jesús en
casa del fariseo; María Magdalena a sus pies. Cristo en la Cruz, o el pastor con la oveja perdida
en los hombros, la imagen de la Divina Misericordia pintada por Santa Faustina Kowalsca.
4º Pedir a Dios dolor de mis pecados; crecido conocimiento de la infinita misericordia de
Jesucristo, de la ternura de Dios Padre.

1- LA MISERICORDIA
Antes de adentrarnos en la parábola, expliquemos un poco que entendemos por misericordia.
"Según dice San Agustín (Cf. De civ. Dei 9,5: PL 41,261), ‘la misericordia es la compasión
que experimenta nuestro corazón por las miserias ajenas, y que nos mueve/obliga a socorrerlas si
podemos’. Llamase misericordia porque uno tiene el corazón afligido (cor miserum) por la
miseria de otro" Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2 q.30 a.1 c.
Dos aspectos tiene, por tanto, la misericordia. Por un lado el apiadarse, dolerse, hacer
“miserable” nuestro corazón a causa del mal ajeno; y por otro lado tratar de poner remedio a ese
mal.
Dice Santo Tomás que “Mostrarse misericordioso es considerado como lo propio de Dios, y
en ello se manifiesta sobre todo su omnipotencia” (Suma Teológica).
Entonces vemos que por su infinito poder Dios es quien más puede obrar con misericordia, y si
bien no puede en sí mismo sentir dolor en su corazón por nuestra miseria, sin embargo la
Encarnación hizo esto posible; Cristo, Dios hecho hombre, fue más que nadie quien hizo añicos su
corazón de dolor por nuestras miserias.
Y a mayor miseria corresponde mayor misericordia. Por tanto nada es tan digno de
misericordia como el pecado, que es la peor de las miserias. Y nada ni nadie tiene en el mundo
el poder de librarnos de los pecados, sino sólo Dios.
Santa Faustina Kowalsca, a quien el Señor reveló su divina misericordia de una manera tan
particular, escribió:
“Oh inconcebible e insondable misericordia de Dios, ¿quién te puede adorar y exaltar de modo
digno? Oh sumo atributo de Dios omnipotente, tú eres la dulce esperanza de los pecadores” (Diario,
951, ed. it. 2001, p. 341).
Qué cosa tan grande la misericordia…
Ej. del p. Buela…: Un don que iba a entrar y un cura le dijo que viniese acá que lo íbamos a recibir,
porque teníamos misericordia. El p. Buela cuando se enteró dijo que si es cierto esto, es lo mejor que
pueden decir de nosotros. (P. Zapata en un sermón)

2- LA PARÁBOLA

2
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1 Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, 2 y los fariseos y los escribas
murmuraban, diciendo: « Este acoge a los pecadores y come con ellos. »
El corazón duro de los fariseos no les permitía entender lo que le mismo Señor había dicho:
Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: « ¿Por qué coméis y bebéis con
los publicanos y pecadores? » 31 Les respondió Jesús: « No necesitan médico los que están sanos,
sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores. » Lc 5,
30-32

Nuestro Señor relata tres parábolas, o sea tres ejemplos para ayudarles a entender algo que
sobrepasa nuestro conocimiento: la misericordia de Dios.
La primera parábola es la de la oveja perdida, la segunda la de la dracma; nosotros meditaremos
la tercera.
11 Dijo: « Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de
la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda.

Llegado en su mayoría, el hijo podía pedir un parte de la herencia paterna. Pero su


reivindicación, legítima en sí, se halló viciada por el deseo inmoderado de la libertad. El apuro por
partir lo demuestra. El hombre pide a Dios que le dé libertad para usar de sus potencias y sentidos y
de las cosas como él quiere.

13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano…

Podemos imaginar al viejo padre observando atentamente cómo se iba su hijo… seguramente un
par de veces le gritó para que volviese… el hijo habrá mirado y quizás contestó con un “no te
preocupes, estaré bien”. El dolor del corazón del padre debe haber sido indecible… se estaba yendo
su hijo menor a quien tanto amaba, se estaba alejando de la casa de su padre donde seguramente no
iba a ser feliz, se estaba yendo con los bienes que él mismo le había dado… Pensemos del corazón
de Dios Padre al vernos alejarnos de Él por el pecado… al ver que esos mismos bienes que Él nos
dio: talentos, dinero, etc., lo usamos justamente para hacer todo lo contrario del motivo por el cual
Él había creado esas cosas y nos las había dado. Cierta impotencia en Dios… al no poder hacer
nada… pero respeta nuestra libertad. Y allí se queda, esperando… mirando el camino de día y
desvelado, pensando, por la noche.

Ese Dios se hizo hombre justamente para llamar al hombre, para que no se fuera de Su casa…
para hacerlo volver.

… donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. 14 « Cuando hubo gastado todo,
sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.

Esto es lo que pasa cuando pecamos y nos alejamos de Dios, sentimos la tristeza y el vacío más
profundo, al cual nada lo puede saciar salvo Dios mismo. El pecador llena sus potencias de
pensamientos torpes, sus bolsillos de dinero, los sentidos de pasiones. Y a pesar de tanto gasto
no satisface sus apetitos y se encuentra vacío y con más hambre. Siempre en el pecador hay
vacío y hambre.

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Comenzó a sentir la tristeza figurada aquí por “un hambre extrema”; pero en realidad, si
analizamos bien los hechos, podemos darnos cuenta que aún en el momento en que estaba viviendo
como un libertino, ya ahí no era feliz. Sin duda que trataría de acallar su conciencia con una dosis
cada vez más fuerte de nuevas experiencias, de placer, etc., pero bien sabemos que eso no llena el
corazón del hombre y que ya ahí sentiría en el fondo de su alma –y de tanto en tanto no tan en el
fondo– ese carcomerle de su conciencia, señalándole que estaba haciendo las cosas muy mal.
El plan que Dios para los hombres podría ser así: “si quieres ganarte el cielo, tienes que
rechazar todo lo que puede gozarse en esta vida y sufrir mucho, y luego te prometo que te
premiaré con la vida eterna”. Si Dios nos dijera esto, aún siendo muy difícil, sería lo más
conveniente el aceptarlo, ya que no hay comparación entre lo que se puede gozar o disfrutar en esta
vida y la eternidad que Dios nos promete.
De todos modos, el plan de Dios no es éste que acabamos de nombrar, ya que Dios cuando no
invita a ser buenos no solamente nos ofrece la vida eterna como recompensa, sino que también no
asegura la felicidad en esta vida, porque sin lugar a dudas quienes han sido más felices en este
mundo han sido los santos.
-“Tengo 72 años y no he pasado una hora sin ser feliz” San Leonardo de Porto Mauricio
- “Tengo 72 años y no he pasado una hora feliz” Goethe1
Y no hace falta quizás aducir la frase de algún gran pensador o un santo, alcanza con que uno
analice su propia vida y vea cómo luego de hacer el bien posee una paz y una alegría muy
distinta, por su perfección, a la que da el mundo.
Por tanto no debemos engañarnos pensando que los pecadores son más felices que los santos,
porque esta es una de las más grandes mentiras que nos quiere hacer creer el mundo moderno.
Mentira que parte del ateísmo reinante, ya que decir que el camino que nos lleva a Dios no nos
hace felices, es lo mismo que decir que Dios no puede hacernos felices, y un dios que no puede
hacernos felices, aún en esta tierra y aún en medio de sufrimientos, no es un dios verdadero, y
por tanto o es una caricatura, o no existe.
Pensemos entonces cuál es el mejor negocio, vivir, aún rodeado de placeres, con el vacío del
pecado en esta vida y luego condenarnos al infierno y no ver el rostro de Dios por toda la
eternidad; o vivir, aun con sacrificios, en medio de la paz y alegría más profunda que se puede
tener en esta tierra, y luego gozar para eternamente de Dios en el cielo. Cada uno juzgue y
decida…
15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a
apacentar puercos. 16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero
nadie se las daba.
Para un judío, un puerco es un animal impuro; por tanto a éste joven el pecado lo había dejado
en la más grande de las miserias. Así no deja el pecado… nos revuelca en la peor de las
asquerosidades y a veces hasta nos transforma en menos que animales, ya que los animales no son
capaces de hacer cosas que sí hacemos los hombres. Se cumple lo de San Agustín: “caído de Dios,
caes de ti mismo”.

1
Johann Wolfgang von Goethe, figura fundamental de la literatura alemana del fin del s. XVIII y comienzos del XIX.

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

Qué dolor no habrá sentido su corazón, que lágrimas no correrían por sus ojos, que pesadumbre
no habrá sentido al hacer semejante trabajo… no tanto por la bajeza que encerraba en sí tener que
cuidar cerdos –que para un judío era un animal impuro–, sino porque lo tenía que hacer lejos de la
casa de su padre. Se acordaría de los animales de su padre, de las veces que le tocó apacentarlos y
qué gusto que sentía en hacerlo; gusto porque lo hacía por su padre y porque lo hacía también por
él, porque la hacienda también era suya…
Cuando un alma vive en pecado también tiene que hacer sacrificios, pero estos no tienen ningún
sabor de consuelo, porque no sirven para nada y muchas veces son la paga que hay que tributar al
pecado cometido (o por cometerse). Quien vive tratando de hacer la voluntad de Dios, siente sus
sacrificios, aunque sea muy en el fondo, como algo hermoso, que agradan a su Padre, que lo hacen
más parecido a Jesucristo… en definitiva, son “su propiedad”.
Y el padre seguramente recordándolo…

17 Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia,


mientras que yo aquí me muero de hambre! 18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé
contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros."
He aquí el comienzo de la conversión, milagro de la gracia. San Alfonso dijo “que [la
conversión] es un milagro más grande que la misma creación del mundo”. Y para convertirse tuvo
que entrar en sí mismo y allí encuentra el Maestro interior del que dice San Agustín: “no vayas
fuera, vuelve a ti mismo; en el interior del hombre habita la verdad”. De vera religione c.29. Y
para entrar en uno mismo hace falta cierta calma y recogimiento, contra lo cual tanto lucha el
mundo moderno.
En este recuerdo de la casa paterna le habrá punado quizás de este modo: se habrá acordado de
la felicidad que tendría en la casa de su padre el menor, el más pobre y menos aventajado de sus
jornaleros; y contemplándose pobre, triste y abandonado (sobre todo abandonado de cariño, de
afecto, de amor) habrá deseado ser aunque sea el último de sus jornaleros.
Quien vive en pecado mira a quienes están en gracia de Dios con cierta envidia… recuerda sus
años de cercanía con Dios… y se da cuenta que cualquiera (en cualquier lugar, llevando cualquier
cruz, etc.), cerca de Dios, está más feliz que él…
Esto que vamos diciendo del pecado mortal, puede decirse, mutatis mutandis, del pecado venial
e incluso de una pasión desordenada que aleja de Dios.
20 Y, levantándose, partió hacia su padre. « Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido,
corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
Veamos la desproporcionada misericordia del Padre quien si lo vio cuando aún estaba lejos,
significa que día a día lo estaba esperando, observando por el camino por el cual se había ido. Así,
de esa misma forma, Dios está como esperando nuestra conversión, nuestra aceptación de las
gracias que nos da para convertirnos. Es más el deseo que Él tiene de perdonarnos, que el que
nosotros tenemos de ser perdonados. San Juan de Ávila le rezaba así a Nuestro Señor:

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

“Todo término se te hace breve para librar al culpado. Porque ninguno deseó tanto alcanzar su
perdón, cuanto Tú deseas darlo: y más descansas Tú con haber perdonado a los que deseas que
vivan, que no el pecador con haber escapado de muerte”. Audi Filia, c. 82.

21 El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." 22
Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su
mano y unas sandalias en los pies. 23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos
una fiesta, 24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido
hallado." Y comenzaron la fiesta.
Abrasarse a ese Padre y descansar en su pecho…
Tanto ama este padre a su hijo que nada le responde a su pedido de perdón, como si nada malo
hubiera hecho. Sin duda que sería muy difícil que un padre reaccione de la misma manera; pero
Jesucristo está hablando del amor de su Padre Celestial, el cual de algún modo puede decirse que
supera toda lógica humana. No haya comparación este Amor con el amor humano, por eso toma la
Escritura los amores más grandes de los hombres (paternidad –hijo pródigo-, maternidad –texto
que sigue-) e indica que Dios nos ama más todavía:
¿Puede acaso una mujer olvidarse de su pequeñuelo, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues,
aunque ellas se olvidaren, yo no te olvidaría. Is 49,15
Manda el Padre a calzar a su hijo, a vestirlo, etc; signo de la gracia y la filiación divina que se
recupera con el arrepentimiento. Y manda también hacer una fiesta porque su hijo a
resucitado…
habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan
necesidad de conversión. Lc 15,7.
La parábola continúa con el episodio del hermano mayor pero nada más se dice del hijo
pródigo. De todos modos no hace falta tener demasiadas luces para imaginarnos cómo serían
para él los días siguiente la casa de su Padre.
Sí, es totalmente cierto que su Padre lo recibió sin preguntarle nada y le devolvió toda la
dignidad que tenía. Pero es imposible pensar que él no se hubiese sentido un poco extraño al
volver… así como su hermano muy probablemente también supieran los criados que él había
malgastado su dinero llevando una vida licenciosa. Por tanto sin duda que no volvió a ser el de
antes… sino que volvió siendo mejor: más abnegado, más humilde, con mayor respeto para con
los de su casa, etc.
Así tiene que pasar también en nuestra vida: al volver a la casas Paterna, nuestros pecados
pasados tienen que ayudarnos a volver con mucho más fervor.

Es más grave desconfiar de la misericordia de Dios que matar al hermano


Dijo Caín al Señor: Mi maldad es tan grande, que no puedo yo esperar perdón. Gn 4,14
Str. Mi maldad es tan grande: he aquí el primer hombre que no espera perdón. ¡Cuántos
pecadores no conocen la grandeza de las misericordias del Padre celestial, e imitan a Caín en esta
desconfianza! “Este nuevo pecado fue sin comparación mucho mayor que el mismo fratricidio
que poco antes había cometido” (Scio)

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

La gran tentación: “Dios no es para nosotros”


“El error más grave que podemos cometer en la historia de nuestra vida, la más grave
tentación de Satanás a la que podemos ceder es pensar que Dios no puede ser para nosotros.
Satanás lo insinúa siempre: no eres digno, no eres suficientemente capaz, has cometido y seguirás
cometiendo pecados, eres negligente, el encuentro con Jesús es una especia de privilegio. En
realidad, el Evangelio nos asegura que Cristo Jesús es para cada hombre y para cada mujer de
la tierra.
El encuentro con Él debe ser nuestra experiencia, incluso ya lo es: en Él conocemos a Dios y
nuestra vocación, nuestra llamada a la salvación, nuestra verdadera identidad. CARD. MARÍA
MARTINI (cartelera en el Seminario “Cristo Rey” – Graneros)

Veamos antes de terminar dos ejemplos más sobre de la misericordia de Dios


Primero dejemos en claro que todos los actos misericordiosos de los Santos son un mero reflejo
de la misericordia de Dios mostrada en Jesucristo (San Vicente Pallotti y la galletita – Fulton Sheen
y la confesión de la actriz)
En la cueva donde Jesús niño vino al mundo, moró por espacio de veinticinco años el célebre
doctor de la Iglesia san Jerónimo (+420).
Una vez oró a Jesús de este modo: “Querido Niño, tú has sufrido mucho por salvarme. ¿Cómo
podré yo compensártelo? Y oyó que le respondían: “Alaba a Dios con las palabras: Gloria a Dios
en las alturas”. Repuso el santo: “Eso ya lo hago; quiero darte algo: todo mi dinero”. A lo que
obtuvo esta respuesta: “El dinero dáselo a los pobres; será como si me lo dieses a mí” “así lo haré;
pero a ti, ¿qué puedo darte?” La respuesta fue ésta: “Dame tus pecados: te los pido para
borrarlos”.
A estas palabras, Jerónimo se echó a llorar y dijo: “Querido Jesús, toma todo lo que es mío y tú
dame todo lo que es tuyo”2.

¿Sabéis quién era ese hijo? Yo mismo


En el año 1868 se daba una misión en Aquisgrán. En uno de los sermones refirió el
misionero una historia que impresionó mucho. Dijo:
“Hace algunos años, una pobre madre se encontraba en el lecho de muerte rodeada de sus
hijos. Sólo faltaba uno, que ese hallaba en la cárcel, condenado a cinco años por un delito que
había causado a la madre un serio disgusto. La moribunda pidió entonces que pudiese venir su
hijo junto a su lecho de muerte. La petición fue atendida por la autoridad, y el hijo fue llevado
por los guardias donde estaba la madre.
”No pudiendo ésta ya hablar, dirigió a su hijo una profunda mirada que obró un milagro,
pues, vuelto el hijo a la cárcel, se postró en tierra llorando y, después, con una dolorosa
confesión y con penitencias, se purificó de sus pecados.
” Y aún hizo más con él la gracia de Dios: cuando hubo pagado su pena se hizo sacerdote
y predicador. ¿Sabéis quién era ese hijo? Yo mismo”
Así habló el misionero. Y después añadió: “Queridos hermanos, ¡ánimo y confianza! Los
pecados podrán ser enormes; pero la bondad y la misericordia de Dios son aun mayores”.
2
MAURICIO RUFINO, Vademecum de ejemplos predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962, nº 1651.

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EE de mes 2012 - Amor misericordioso

Ésta es la historia del predicador que conmovió a todos los oyentes. EE.PP. 1649

El Crucificado lo abrazó
En una de las más hermosas iglesias de Würzburgo, en Baviera, hay un crucifijo que es muy
distinto a todos cuantos hayamos podido ver en nuestra vida, pues allí tiene el Salvador las
manos desprendidas de los clavos, juntas encima del pecho, como si quisiera sujetar algo y
estrecharlo contra su corazón... Este ademán tan extraordinario de la imagen de Cristo lo
explican las crónicas así:
Una noche había penetrado un ladrón en aquel santuario codiciando la valiosa corona que
almas piadosas habían ofrendado al crucifijo. Ya había subido el ladrón a la altura necesaria para
alcanzar la joya, ya tocaban sus manos sacrílegas la corona, cuando vio que las manos del
crucifijo se desprendían de los clavos para abrazarle... El espanto hacía temblar el cuerpo del
criminal. Sus ojos, desmesuradamente abiertos por el terror, se miraron con los ojos de Cristo...
Los brazos de Cristo le tenían abrazado... Tres horas se miraron así: Jesús y el pecador..., tres
horas se hablaron... Pronto lloraron los ojos del ladrón lágrimas de sincero dolor, y prono se
pusieron también sus brazos alrededor del cuerpo de Cristo con dolor y con amor. Y el Sumo
Sacerdote en la cruz oyó de sus labios una confesión sincera que terminó con una oración de
amor y gratitud.
Y el amanecer de aquel día halló en la cruz no sólo al Redentor, sino también a un
redimido... vencido por aquel “que nos amó primero” (1 Jn 4,19). EE.PP. 1631

Una confesión en la nieve


Poco tiempo después de ordenarse Sacerdote, San Luis Orione, había ido a predicar una
misión a Castellnuovo Srivia. La última noche, fiesta de la Inmaculada, el frío ocasionado por
una importante nevada, había hecho necesario colocar braseros en la Iglesia.
En su prédica Don Orione se refirió a la confesión: “la infinita misericordia de Dios no tiene
comparación con los pecados de los hombres. No importa cuan enorme puedan parecer
nuestras faltas, siempre se medirán con una escala humana”.
Como ejemplo, dijo que si un hombre hubiera cometido el crimen de matar a la madre
echándole veneno en la comida, a pesar de ello, la misericordia de Dios siempre esperaría su
arrepentimiento y la confesión de su culpa, dándole después el perdón y la paz.
Terminada la prédica Don Orione estuvo confesando hasta pasada la medianoche. El cura
Párroco lo invitó a quedarse a dormir en la casa parroquial tratando de disuadirlo de enfrentar
una noche tan cruda. Pero el religioso tenía presente su propósito de neo-sacerdote de elegir
siempre el mayor sacrificio: resolvió volver a Tortona, donde a primera hora del día siguiente
debía celebrar una Misa. A la 1 de la mañana Don Orione tomó el camino hacia Tortona. Estaba
acostumbrado a recorrer los 10kms a pie.
A poca distancia del pueblo había un puente iluminado por el vago resplandor de la nieve
sobre el que se divisaba a un encapullado que parecía esperarlo.
“¡Qué poco previsor he sido –pensó–, seguramente este sujeto a calculado que debo llevar
dinero, ya que es costumbre entregar a los predicadores algunas sumas para las intenciones de

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las Misas. Nada me hubiera costado evitar el incidente, aceptando la compañía que me habían
ofrecido”.
Encomendándose a Dios, siguió su camino. Como era de esperarse la persona se le acercó y
lo interpeló preguntándole si era el padre que había predicado en el pueblo vecino. Don Orione
respondió afirmativamente.
- Y usted... ¿cree en lo que ha dicho?
- Sí, -contestó el sacerdote-, le puedo asegurar que creo en todo lo que he dicho, ya
que, de no ser así, no sería predicador de verdad.
- ¿Cómo sabe lo del veneno?
Don Orione dedujo que aquel ejemplo que él había creído supuesto, respondía a una terrible
realidad. Tenía ante sí al matricida. Al mismo tiempo, comprendió que el hombre también era un
posible penitente y, ante la idea de ganar aquella alma atormentada, su celo apostólico se
encendió.
El hombre –una persona de bastante edad– no había podido descansar desde el crimen.
Desde entonces veía un reproche en cada persona, pensaba que todos –por malvados que fueran-
al menos tendrían el amor de la madre y no podía encontrar niños y mujeres sin recordar a su
víctima. Había llegado a la decisión de terminar su triste carrera poniendo fin a sus días, cuando
al ver una iglesia iluminada había decidido oír “qué dicen los curas”. Dentro del lugar, el
ambiente tímido y tenue iluminación habían empezado a obrar sobre sus sentidos exasperados
por el frío de la noche, cuando oyó cómo el sacerdote describía con vivos colores el crimen
cuyas huellas creía haber borrado por completo.
Junto a un trineo en la nieve, el hombre confesó todas sus culpas.
“...Su arrodilló y se confesó llorando y le di la absolución; luego se levantó y me abrazó,
siempre llorando, y no quería separarse de mí.
También yo lloraba. Lo besé en la frente y mis lágrimas se confundían con las suyas. Quiso
acompañarme hasta Tortona, y sólo antes mi insistencia dio la vuelta. Yo continué mi camino
con una gran consolación, con una alegría en el corazón que nunca había experimentado en mi
vida.
No supe nada más de él. Llegué a Tortona todo mojado, me quité los zapatos, me arrojé en
la cama y soñé. ¿Qué soñé? Soñé con el corazón de Jesucristo, sentí el corazón de Dios, ¡Qué
grande es la misericordia de Dios!

El Padre no desiste / Dios siempre da una nueva oportunidad


Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado,
varios empleados, y un único hijo, su heredero.
Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un
pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con
algo escrito: “PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE.”
Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo: ¡Ella es para ti! Quiero que me
prometas que, si sucede lo que yo te dije, te ahorcarás en ella.

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El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió
que así lo haría, pensando que eso jamás sucedería.
El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había
previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto.
Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:
- Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.
Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero al
menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más...
Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó:
- Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad...
Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda
apretaba su garganta... Era el fin. Sin embargo, el brazo de la horca era hueco y se quebró
fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, zafiros y
brillantes, muchos brillantes...
La horca estaba llena de piedras preciosas. Entre lo que cayó encontró una nota.
En ella estaba escrito: Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo
padre.
Dios es exactamente así con nosotros.
Cuando nos arrepentimos, podemos ir hasta él. El siempre nos dá una nueva oportunidad.

Coloquio
Terminar con un coloquio de misericordia agradeciendo a Dios por amarnos y esperarnos
tanto tiempo… Pedir la gracia de que al ver tanta misericordia obremos en consecuencia,
entregándonos sin reservas a cumplir las voluntad de Dios.
Hagamos este coloquio antes Jesucristo…
“Jesucristo es la misericordia divina en persona: encontrar a Cristo significa encontrar la
misericordia de Dios” CARD. RATZINGER3.

«“Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se para ante nuestro
pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; cuando
somos consientes de que este amor ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo
hecho carne, que ha aceptado redimirnos pagando con su sangre, entonces prorrumpimos en un
acto de reconocimiento: “Sí, el Señor es rico en misericordia”». Juan Pablo II, Reconciliatio et
poenitentia, n. 22

Las Glorias de María”, San Alfonso


Y si alguno aún dudase de ser socorrido por María cuando a ella acude, vea cómo lo reprende
Inocencio III: "¿Quién la invocó y no fue por ella escuchado?" ¿Dónde hay uno que haya

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Misa Pro Eligeno Papa, 18/04/05, antes de comenzar el Cónclave

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buscado la ayuda de esta Señora y María no lo haya escuchado? "¿Quién -exclama ahora
Eutiques, oh bienaventurada, acudió en demanda de tu omnipotente ayuda y se vio jamás
abandonado? ¡Nadie, jamás!" ¿Quién, oh Virgen la más santa, ha recurrido a tu materno corazón
que puede aliviar a cualquier miserable y salvar al pecador más perdido y se ha visto de ti
abandonado? De verdad que nadie, nunca jamás. Esto no ha sucedido ni nunca ha de suceder.
"Acepto -decía san Bernardo- que no se hable más de tu misericordia ni se te alabe por ella, oh
Virgen santa, si se encontrara alguno que habiéndote invocado en sus necesidades se acordara de
que no había sido atendido por ti".

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