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Panorama Del Ser Humano Actualidad
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Panorama Del Ser Humano Actualidad
SAMUEL BECKETT.
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Aunque es un término surgido en y aplicado al arte, lo utilizamos en el ámbito de la cultura para designar
una falsa cultura, banal, efímera, engañosa como una forma de mentir, como una ilusión del gusto
ideológicamente manipulado. Para un estudio exhaustivo sobre el Kitsch ver Calinescu, Matei, Cinco caras
de la modernidad. Madrid, Tecnos, 1991.
le permite construir la identidad del hombre. En otras palabras, es el gusto manipulado
ideológicamente que se relaciona con la cultura de masas como una falsa conciencia.
Ya que la industria cultural o del entretenimiento surte el mercado (pseudo) cultural con
productos diseñados para inducir a la relajación o a la frustración y, detrás de ella,
naciones, empresas y grandes corporaciones disputan entre sí el derecho a decidir qué
tipo de cosas se van a transmitir, ver, escuchar, comer, beber y vestir, o todo lo contrario,
quienes no van a comer, beber o vestir.
Esto nos lleva a afirmar una cultura y un hombre con carácter heteróclito y ecléctico que
fomenta una ética del consumo, es decir, el disfrute instantáneo de los objetos y el
concepto de usar y tirar. Con ello, la cultura Kitsch mostraría un modo fácil de matar el
tiempo, como una especie de escape placentero de la banalidad, tanto del trabajo, de
los problemas, como el sexo y el descanso, pero también de la escasez. Por un lado, el
Kitsch no es otra cosa que los esteriotipos que se transmiten por los medios de
comunicación aceptados por el hombre; por el otro lado, responde al extendido sentido
posmoderno de vacío espiritual que rellena con promesas y sueños, y alucina los
espacios vacíos con un conjunto de bellas apariencias.
“kitsch ejerce una terrible seducción cuando va emparentado con la infancia, una
especie de duplicación vertiginosa, un poder de atracción abismal de lo bobo y lo
blandengue cuando éstos se despliegan en el decorado de una extensa guardería”.
La “kitschificación” de la cultura junto a la actitud infantil de muchos hombres (en
contraste con la idea kantiana de madurez), es la difusión inmadura del hombre a través
de los diversos medios: la radio, la televisión, la musica, las revistas, el internet y las
poderosas redes sociales que tienen alienados a la mayoria de la sociedad global . Los
medios inducen a la pasividad combinada con la superficialidad como requisito
importante de este estado mental y cultural contemporáneo. En consecuencia, el
hombre Kitsch en términos éticos y culturales, es el consumidor de ilusiones del sistema
capitalista, que le gusta que le mientan, que entra a un juego de ilusiones e impresiones
espurias, que le provocan pasividad mental y pereza espiritual; es el idiota que se da
cuenta de su idiotez y a pesar de ello se cree sabio. Es la imagen del hombre o del
pseudo-hombre construido y manipulado por las sublimes fantasías enviadas por la
sociedad red, como diria Manuel castells.
Por lo tanto, el hombre contemporáneo, es un fragmento que se toma por un todo junto
a otros todos que a su vez también son sólo fragmentos. Cada cual se cree
irremplazable y ve a los demás como una multitud indispensable, sin embargo, los
hombres a partir de ahora se parecen más en su forma de querer distinguirse: “No soy
como los demás”, lema que vomitan y defienden a capa y espada. Y sin embargo, se
encuentran en las miles de estadísticas que muestran las similitudes de unos con otros;
a los que les gusta viajar, a los que no tienen que comer o donde vivir, a los que usan
tatuajes, a los que son adictos a la web, o a aquellos que les gusta la coca-cola, etc.,
todos ellos reducidos a números. Por eso, el deseo de ser la excepción se ve vedada y
la única libertad consiste en actuar como los demás: “Ser distinto para ser igual”. El
poder hacer lo que a uno le dé la gana choca con una contradicción: Me construyo junto
con los otros, pero también con ellos, con la masa.
Se edifica en ejemplos, en modelos próximos o lejanos que le ayudan, pero al mismo
tiempo, le arrastran a una peligrosa desposesión. Todos se saquean y se desvalijan
descaradamente: estilos de vida, formas de vestir, de hablar, actuar, costumbres,
gustos, etcétera.
“Nuestras sociedades viven obsesionadas por el conformismo, porque se componen de
individuos que alardean de singularidad pero alinean su comportamiento con el de
todos”. Ya Federico Nietzsche comentaba en El Anticristo: “No sé hacia qué lado
volverme, soy todo lo que no puede hallar salida”. El hombre está en manos de la Matrix,
podría llamársele un hombre sin atributos (Robert Musil) o un innombrable (Samuel
Beckett) abierto a todas las solicitudes, con una personalidad producida, falsa, kitsch,
como un patchwork de influencias. Actitud de conformismo de muchos, de frustración,
de voluptuosidad de hacer bulto, de formar masa con los demás.
Entonces, ¿qué es el hombre contemporáneo? Es el hombre que monta y crea
escenarios de representación, es el que depende de un público, es el bufón, el
comediante que vive para destacarse sobre los demás, es el amo de lo superficial y lo
efímero, de los simulacros; es el hombre que vive de la opinión y de las encuestas. Es
una figura amorfa, sin atributos, innombrable que se ha perdido en la reproducción
material de los bienes y en la banalidad de las ilusiones y promesas.
Es la alegoría grotesca y patética de la impotencia humana, encarnada en un ser sin
nombre obligado a vivir a pesar suyo. Monstruo informe, mutilado y paralítico, tronco sin
miembros del que emerge una cabeza muda e inmóvil como ente anónimo. “Parece que
hablo y no soy yo, que hablo de mí y no es de mí (...) ¿cómo voy a hacer, qué debo
hacer, en la situación en que me hallo, cómo proceder.2
El hombre sin atributos, menguante, sería una especie de esponja empapada en un
presente perpetuo que vomitaría eslóganes, fragmentos, referencias, imágenes, tips
engullidos de la mañana a la noche. Sería un ser “pobre en mundo” (Heidegger) que
viviría al día preso de una avidez de no construirse. Es el hombre incapaz de orientarse
dentro de la multitud de objetos y carencias que le rodean. Con ello, muestra no la crisis
de la economía, la cultura, la política, etc., por el contrario, muestra sus propias
contradicciones, es decir, su propia crisis.
A manera de cierre, cabe preguntarse; ¿Sobrevive y seguirá sobreviviendo sólo porque
su cuerpo sigue funcionando?, ¿sin saber por qué es culpable o por qué se le juzga?,
¿sin ninguno de aquellos o muchos puntales en que suele apoyarse?, ¿no habrá
salvación puesto que no hay pecado?, ¿o aunque hubiera pecado tampoco habría
salvación?, ¿le serán negadas por siempre jamás las respuestas sobre sí mismo: el
dónde, el cuándo, el quién, el qué?.
2
Beckett, Samuel. El innombrable. Madrid, Alianza, 1998. p. 37.