Obras Completas-Miguel A. Caro
Obras Completas-Miguel A. Caro
Obras Completas-Miguel A. Caro
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OBRAS COMPLETAS
DE
TOMO II
ESTUDIOS LITERARIOS
rriis/ie:ra serie:
EDICIÓN OFICIAL
hecha bajo la dirección de Víctor C. Caro
-!
3*
'
ti-
BOGOTÁ
IMPRENTA NACIONAL
1920
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ELOGIO
DEL SEÑOR DOCTOR DON MIGUEL ANTONIO CARO, PRONUNCIADO
EL 12 DE OCTUBSE DE 1909 EN LA ACADEIUA DE HISTORIA POR
EL SEÑOR DON MARCO FIDEL SUÁREZ
Señores:
Estudios literarios —M . —
A. Caro
Señor Redactor de La Caridad.
may cali Shakspeare and Milton pyramids, but I prefer the temple
cf Theseus or the Parthenon toamountain of burnt brickwork. De
los que ha dicho Cantú que, cno llevando más regla que el capricho,
sólo aciertan a hacer caricaturas, > Byron decía: The grand dis-
tinction of the underforms of the new school of poets, is their vul-
garity.
— 9 —
¿Habrán pensado los aspirantes detractores de la sabida
antigüedad en que, como dice el refrán, «la cabra tira al
monte? > En efecto, no es buena señal de talento poético
odiar a los corifeos; como no lo es de predestinación el empe^
zar por negar homenaje ales santos. Por eso con mucha
razón dice Boileau:
Ama sus versos, ámalos sincero.
Que es sacar fruto ya, saber gustarlos (1).
Y
si no sólo se hubieran de recoger trozos de elegiacos
sino cuanto los poetas han hablado del reino animal, Iqué
canto tan vasto, desde el Leviathan de Job hasta el ratonci-
11o de Burns!
¡Breve, resbaladizo y azorado|i
—
Harto crueles somos con ellos; no los culpe usted de
ingratos, si con razón nos temen. Recuerde usted aquella
—
bellísima cantilena de Villegas y no era pájaro el pintor,
que dice:
—
Ya que usted protesta contra tamaña tiranía, empie-
ce usted por casa, soltando el gorrión de Lesbia y^ la coto-
rra de Corina, que tiene ahí prisioneros entre sus papeles.
Acompáñeles usted con los pajarillos a que hemos pasado
revista, y si nacionales quiere, con el Loriio de Laura de
Madrid, el /«r;>ía/ de Isaacs, el sabanero cuya muerte llora
Angelo en un número de La Restauración de Medellín, del
presente año, y cuantos más le plazca. Pero solos o acom-
pañados, envíelos usted luego, hoy mismo, al redactor de
La Caridad^ para que solemnicen los Funerales de un faja-
rito.
— 17 —
'
— ¿Y qué nombre pondremos memorial? al
— El nombre es de menos. Ponga usted Aviaria Ca-
lo
¿ulüana, que es como SI dijera bosquecillos de poéticas aves
defendientes de Catulo, -parentela del gorrioncUlo de Lesbia,
o cosa semejante. Y aun me atrevo a ampliar el consejo.
Dedique usted las aves a los lectores curiosos; y si tuvieren
favorable acogida, prepare usted un rebusco de flores, es
decir, de pasajes selectos sobre las mismas, sacados de poe-
tas antiguos y modernos: rebusco que dedicará usted a las
lectoras benévolas intitulándole: Hortensia Virgiliana.
Significando Hortensia lo que crece y florece en los jardines,
queda bien el epíteto vlrgiUano: 1*?, porque Virgilio fue
muy amante y observador de las flores, con las cuales ma-
tizó, por decirlo así. las primeras producciones de su inge-
nio; 2^, porque así hará juego este título con el de Aviaria
Catulliana; y últimamente, porque ese adjetivo por exten-
sión ha venido a aplicarse a las cosas bellas y delicadas. ¿Y
cuál lo es más que las flores?
—
La mujer, amigo mío, cuando está redomada de ino-
cencia y de piedad, que son su matiz y su fragancia.
Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los sig'los de oro:
Tras él la muchedumbre
Del reluciente coro
Su luz va repartiendo y su tesoro.
León
¿A dó el favor antiguo, a dó la gloria
De mi pasado tiempo j/ venturoso?
Herrera
Yo si que tengo crespa barba j/ yerta,
Como ha de ser en hombres belicosos.
Lope
Cual infausto cometa y espantoso.
Quintana
;Ay! vendrá el día,
Vendrá y mis ojos de velar cansados,
Su luz no sostendrán ni su alegría
Quintana
Aromas vierte agradecido y flores.
MORATÍN (hijo).
INTRODUCCIÓN
II
POLION
Musas! el tono pastoral un tanto
Alcemos; que no a todos lisonjea
La cantinela humilde campesina:
Si las selvas cantamos, nuestro canto
5 Del Cónsul que nos oye digno sea!
La postrimera edad que vaticina
La Sibila de Cumas, ya fenece;
Nuevo día a las gentes amanece,
En pos trayendo, con la Virgen pura,
10 Áureas edades de inmortal ventura.
— 41 —
Nueva generación baja del cielo!
Tú al nacimiento de éste, a cuya Tista,
Casta L/ucina, el mal exerminado,
Varones justos poblarán el suelo,
15 Los ojos vuelve y tu favor le asista:
Reina tu Apolo ya! — Tu consulado.
Folión, producirá de nuestra era
La alta futura gloria: su carrera
Dilatarán los meses, y borrada
20 Será la huella de maldad pasada.
III
ALGUNAS ACLARACIONES
— Una cadena
Figúrate de montes que interrumpe
Valle profundo; la derecha siempre
El sol le dora con temprana lumbre
Y la izquierda le baña en rayos tibios
Cuando su carro en Occidente hunde.
El clima es de encantar. Y pues, en grupos
Arboles imagina que se cubren
De cerezas retintas y ciruelas:
Robles, carrascas que a distancias lucen
Y a su dueño con sombra dilatada
Y con sustento al ganadillo acuden.
Creyeras que los bosques de Tarento
Yo me hubiese robado. Alegre bulle
Fuente que respetable al riachuelo
Hace, con cuyas aguas se confunde.
El claro río que la Tracia riega
No será que en frescura sobrepuje
Ni en transparencia su caudal modesto.
Además, acredítase salubre
Contra males de vientre y de cabeza.
A este retiro atribuir no dudes
La salud que conservo en el otoño;
Retiro ameno y para mí tan dulce.
(1) Las dos traducciones con que termina este escrito se publica-
ron en el tomo i de las Obras completas, páginas 282 y 301 — (Nota
de los editores)
a decaer.
Esa es la razón por qué las naciones adelantadas para
hacer florecer las artes de imitación necesitan rejuvenecer-
se, volver atrás, admitir las creencias mitológicas de las
edades remotas: en una palabra, el estudio y la imitación
del ^ntigno. Algunos censuran estos esfuerzos, guiados por
un prejuicio falso. Aferrados a las ideas nacidas de las cien-
cias, miran en tales esfuerzos una retrogradación perjudi-
cial. Esio demuestra que el tiempo de la poesía y de la be-
lleza ha pasado; pero no demuestra que haya otro camino
para reconquistarla que el de volver atrás. Si ese camino
no tiene buenos resultados, menos puede tenerlos el de con-
— 51 —
fesar nuestra decrepitud, y renunciar para siempre al cul'
tivo de lo bello (1).
Tal fue el movimiento literario que se efectuó en Eu-
ropa en los siglos xv y xvi y que se conoce con el nombre
justo y exacto de Renacimiento. Necesario fue un esfuerzo
supremo y simultáneo: necesario hasta el detrimento de las
ciencias de inducción para poder elevarse al nivel de losan-
tiguos. Menester fue hacer renacer la antigüedad que ya-
cía cubierta con el polvo de los años.
Movimiento tan poderoso no pudo menos de producir
un sacudimiento general en la humana naturaleza. Aquel
movimiento ba continuado en el mundo, pero en distinta
dirección: las bellas artes resucitaron para morir luego; las
ciencias nacieron a su sombra y no han muerto porque su
aparición fue oportuna y legítima en el orden de los tiem-
pos. En rigor, hubo dos movimientos: uno de retroceso: el
estudio de la belleza, la reflorescencia de las facultades ima-
ginativas: movimiento hermoso, pero instantáneo y artifi-
cial; otro de progreso: la crítica literaria, la filosofía, las
ciencias físicas: movimiento continuado hasta nuestros días
y que aún continúa.
Si la crítica en el Renacimiento apareció al mismo tiem-
po y no después que la poesía, dependió de que, como se
deja fácilmente comprender, ésta y las bellas artes no fue-
ron sino una continuación, aunque gloriosa, forzada, de la
poesía greco-latina. La ciencia aunque no había adelantado
en los siglos medios sino mu}' poco, atada por la escolástica,
es decir, circunscrita por métodos insuficientes, empezca
adquirir cierto incremento, cuando renaciendo artificial
pero vigorosamente las artes de lo bello, acabaron de rom-
per las ataduras del entendimiento. Libre éste siguió el im-
pulso natural de la civilización: en lugar de despertar niño,
despertó adulto: los siglos habían corrido, y aunque salien-
do de un sueño, se sintió con fuerzas varoniles. Por eso las
altes duraron un momento, y las ciencias, merced al sacu-
(1) Hoy esta señora vive en Europa con una rama de su familia.
— 57 —
cer en el país, a causa de su avanzada edad, se negó a jurar
la Independencia, prefiriendo antes toda clase de peligros
y la honrada mendicidad a que se vio reducido, hasta el
punto de malbaratar sus libros para procurarse la subsis*
tencia. Y según consta de una carta existente de don Juan
Jurado, habiendo este célebre Oidor, como íntimo y leal
amigo suyo, suplicádole varias veces cobrase el sueldo que
en calidad de jubilación le había asignado el Gobierno es-
pañol, haciéndole ver, son sus palabras, «que en eso no co-
metía un acto de connivencia, antes bien, privaba a los re-
beldes de aquel recurso, aunque corto, > lo llevó muy a mal.
«Tanto (agrega Jurado), que llegó a hacerme la repulsa en
términos muy desagradables.»
El niño José Eusebio le amaba entrañablemente, y por
un generoso instinto gustaba de vivir al lado del pobre an-
ciano, retirado del bullicio, más bien que en el seno de su
familia materna, una de las más distinguidas entre las pa-
triotas, y en cuya casa se reunía la más escogida sociedad
de aquellos tiempos.
Don Francisco, que, como queda dicho, poseía una vasta
erudición y decidido amor por las ciencias, tradicional en su
familia, al mismo tiempo que atendía a la educación moral
y religiosa del nieto, le enseñaba los primeros rudimentos
de las letras. Este mostró desde luego precoces disposicio-
nes poéticas, estimuladas sin duda por las conversaciones,
lecturas y trabajos literarios de su abuelo y sus tíos. Hé
aquí una muestra de sus versos, por decirlo así, infantiles:
El siguiente es de I80O:
(1) 1840.
Y fugaz fue cierto, dado que no inspiró sino las tres ci-
tadas composiciones, todas por febrero de 1835.
En 1836 en unión de otros jóvenes aficionados a la lite-
ratura, entre ellos Francisco Javier y Antonio José Caro,
poetas distinguidos, primos hermanos suyos, y José Joaquín
Ortiz, que después tan alto nombre ha conquistado como li-
terato, emprendió la publicación de la Estrella Nacional,
primer periódico exclusivamente literario en su patria, y
cuya duración fue de pocos meses. A
ñn del año presentó
examen de Legislación, ciencia que enseñaba don Ezequiel
Rojas; abriéndose el acto con un discurso compuesto y pro-
nunciado por Caro, en el cual defendía enérgicamente
el sistema egoísta de Bentham, llamado de utilidad; siste-
ma que andando el tiempo debía rebatir victoriosamen-
te, según luego veremos. En el 37 presentó examen de De-
recho Civil patrio, pronunciando otro discurso no menos
aplaudido que el anterior. Por aprobación unánime obtuvo
el grado de bachiller; mas nunca quiso recibirse de aboga-
do, ni ejercer la profesión. Los dos discursos aludidos con
otros artículos suyos sobre economía política, se hallan en
El Amigo del Pueblo, periódico que se publicaba por aque-
lla época.
En este punto la figura de Caro, estudiante-poeta (1),
(1) — Joven escolar que en todas partes
Piensa en patria, virtud y bellas artes.
(Mitanes).
estotro:
El furor de las déspotas rojos.
«Es decir, ninguno tiene la cadencia que tienen por ejemplo los
siguientes:
2 ^ 8 10
f
«Entonce en mí de amor potencias nuevas,
2 4 8 10
«En perfecta tu beldad hoy trunca;
ti
2 4 6 8 10
«Hermosa tú y hermosa más que nunca,
2 4 6 8 10
«Amante yo cual hoy quisiera amar.
«Señor:
«Con fecha 4 del corriente elevé a Vuestra Excelencia
una representación en que hacía la renuncia del destino que
hoy ocupo, y solicitaba m? incorporación en el primer ba-
tallón que marchase para Pasto. Al presentar esa solicitud
esperaba fuese la primera y la última. Mas la resolución
que sobre esa solicitud ha recaído, me obliga a presentar-
me de nuevo ante Vuestra Excelencia reclamando para mí,
por favor, una resolución contraria.
«Y con la franqueza republicana que cuento entre las
bases de mi carácter, permítame Vuestra Excelencia ha-
cer algunas observaciones sobre la resolución que ha dicta-
do. Esa resolución comprende varios puntos: las gracias,
los -logios, la negativa y la orden de que la solicitud se pu-
blique en la Gaceta.
«Permítame, pues, Vuestra Excelencia empiece mani-
festándole que, con respecto a las gracias y a los elogios, no
de 1840— J. E. Caro.»
(1) Caro planteó la reforma con las restricciones con que fue
aceptada por la Universidad, a reserva de perfeccionarla luego. Los
cánones principales modificados por Caro son los siguientes: i. No
debe haber sonido que no esté representado por una letra distinta;
II. No debe haber sonido que esté representado por más de una le-
tra. Contra esta regla pecan: 1? Los alfabetos mayúsculos, góticos,
romanos, etc., que deben desterrarse, quedando sólo el cursivo mi-
núsculo: a las mayúsculas, en los casos en que se usan, pudieran
sustituirse letras grandes. 2? La letra H, que debe desterrarse. 3.?
Las combinaciones ge, gi, que deben sustituirse con je, ji. 4? Las
combinaciones ce, ci, que deben ser reemplazadas por ze, zi. 5? Las
combinaciones ra, re, ri, ro, ru {r fuerte), que en principio de dic-
ción y otros casos deben sustituirse con rra, rre, iri, tro, rru. 6?
Las combinaciones que, qui, que deben ser sustituidas por ce, ci,
(no por qe, qi, como propone Sarmiento). 7? Las combinaciones ¿-«í*,
gui;en su lugar ^^, ^¿. 8? La x, que debe representarse es, o gs,
—
según el caso. 9? La letra j/, sonido vocal; en su lugar, i. De estos
artículos ha logrado aceptación en algunas partes de América, el
contenido del primero y del último. Impropio sería de este lugar
examinar si conviene o nó reformar la ortografía castellana.
- 88 —
exacerbarse, a los anos de 1850. Hoy aún no han cesado
por completo entre nosotros las revoluciones, pero esto a
causa de la falta de gobierno; que por lo que hace a las
gentes en general y a la juventud acomodada en particu-
lar, adoctrinadas en escuela de desengaños, son más sensa-
tas y reportadas. Una especie de revulsión de humores se
sintió entonces en el cuerpo social; las producciones de
aquel tiempo llevan señales de mal fuego. Sincero pudo ser
en algunos este furor, pero en todos insano; de suerte que,
parodia mezquina y tardía de la revolución francesa, se
perseguía, se desterraba, se azotaba en suma con avilantez
extrema, a título de democracia pura (1).
Caro hizo una oposición enérgica a aquella Administra-
ción. No opinó por la guerra, sino en los iáltimos momen-
tos, medio propuesto desde un principio por espíritus impa-
cientes para vindicar derechos pisados; y que al fin estalló
con mal éxito en algunos puntos de la República. Escribía
en asocio del benemérito doctor Ospina, como antes se
dijo, en el periódico La OvUización^ valiente vulgarizador
de la idea conservadora, muy digno de su nombre y de su
causa.
Crítica era la época: Caro se había hecho blanco de
odio como de amor profundo; y no esquivando, naturaleza
ardiente y decidida, ningún género de lucha, ningún linaje
de compromisos, éstos se complicaron de un modo decisivo.
En abril de 1850 dos personas honorables denunciaron por
la prensa la criminal conducta de un empleado del Gobier-
no. Los autores de tales publicaciones fueron acusados de
calumnia por aquel empleado, y para el juicio de imprenta
que se siguió, fue Caro nombrado por ellos su defensor. La
celebración del juicio se retardaba estorbada por alborotos
que hubo en el sorteo de los jurados, y Caro hizo una repre-
sentación al Gobernador pidiendo seguridades y solicitan-
do se invigilase a los principales alborotadores. Tal repre-
sentación fue a su vez denunciada a la autoridad por uno de
éstos, y se ordenó la prisión del defensor. Había una evi-
dente conjuración oficial para perderle.
En junio de 1850, optando entre las penalidades del
destierro y las consecuencias inevitables del juicio, se re-
solvió pues Caro por lo primero. Los días de preparativo de
viaje los pasó en casa del Ministro inglés, señor O'Leary, y
en el álbum de Miss Bolivia, hija de éste, dejó como un re-
cuerdo de amistad y gratitud la elegante improvisación
que aparece entre sus poesías.
En La Civilización de la época y en las notas a La Uhe^-
En
donde, como se ve, los acentos aparecen distribuidos
3'"?-, 5^
en las sílabas 1^, y 7^, esto es en las impares de cada
verso, que es lo que constituye la cadencia rítmica del octo-
sílabo.
Puede decirse pues que Caro, es el poeta castellano más
rítmico; primero que ha introducido la observancia del
el
ritmo en los versos octosílabos j héchole prevalecer a tre-
chos en odas endecasílabas.
Para mejor inteligencia de esta materia y como una
muestra del tino con que Caro corrigió sus versos, van a
continuación el principio del romance El Hacha, tal cual
se escribió originariamente, y al lado el principio de la mis-
ma composición tal como quedó en definitiva; de modo que
el lector coteje por sí mismo y juzgue:
— 91 —
decía: dice:
DECÍA: dice:
A
este tenor corrigió otros romances, como La Hama-
ca y El
Valse. Con estas correcciones uniformó bastante el
estilo de toda la colección, borrando en parte las diferen-
cias de matices entre sus distintas maneras. Sin embargo,
algunas piezas dejó intactas, entre ellas La -pto-posidónde
matrimonio. La he vuelto a vei\ y todas las de su tercer ma-
nera. En general, es rara la enmendadura que llega a ob-
servarse en algún endecasílabo, al paso que los versos cor-
tos están completamente refundidos.
En octubre del mismo año (I850j salió Caro de Nueva
York con dirección a la Nueva Granada; pero se volvió de
Cartagena a virtud de informes que allí le llegaron del es-
tado de las cosas en Bogotá. En 1853 resolvió regresar de-
finitivamente a su patria: la ausencia de su familia era ya
para él un peso insoportable. Al arribar a Santa Marta le
postró una fiebre, y murió en 28 de enero, cumpliéndose
así aquella triste predicción:
Dice el segundo:
m
El regreso del señor Groot a la fe y a la piedad católi-
ca convida a interesantes reflexiones. Dejando abierto al
lector este campo, nos ceñiremos a observar, porque es he-
cho que nos ha impresionado, cómo los gigantes de la im-
piedad tienen la vida de efímera, y pasan desapareciendo
uno tras otro en rápido desfile, ante la verdad que subsiste
inalterable, y a quien el tiempo no hace injurias sino rinde
tributos. El señor Groot ha llegado a una edad bastante
avanzada para poder palpar en un largo período este fenó-
meno, que equivale a una práctica demostración de la ver-
dad del Cristianismo. ¿Quién lee hoy a Rousseau, a Voltaire,
a Volney? ¿Quién saborea hoy aquellos enciclopedistas que
formaron las delicias ponzoñosas de los jóvenes en los albores
y la mañana del siglo xix? Cayeron aquellos escritores en
olvido; sólo el recuerdo de los erudito» y el polvo de las bi-
bliotecas les conceden una apariencia de duración. Tras
ellos han venido otros y otros: todos deslumhrando un día y
oscureciéndose al siguiente. Y cuenta que aquellos que pa-
saron no son muchas veces inferiores en mérito literario o
— 116 —
antes quizá muy superiores, a los más modernos;
filosófico,
así, elque como el señor Groot conoció de cerca aquellos
paladines, y los ha visto pasar, sucederles otros que me"
5'-
VII
1873
FUNDACIÓN
DE LA ACADEMIA COLOMBIANA (1).
II
III
(1) El Classical Journal, xlviii, 386, citado por Valpy, nota esto
mismo v. 101, lib. 11 de las Geórgicas, concerniente a una clase
del
de vinos, y repetido en la Eneida, x, 185, con referencia a un va-
liente g-uerrero.
(2) La literatura brasilera es menos pobre que la hispanoame-
ricana en poemas de color local.
— 153 —
quitan el g^usto a su lenguaje los arcaísmos de que para
nuestros oídos abunda cuanto más que el antiguo en las
:
(1) 7. I p. xxxii.
— 155 —
conciliar, por medio de este cebo echado a la simplicidad
del escudero, su egoísmo ingénito y su constancia en seguir
al amo, sin pensar en el desarrollo moral que dio luego a
esta idea. De todos modos, así como a par de los actos de
prudencia con que templa Cervantes la fogosidad de don
Quijote en la segunda parte, aduce también, para mante-
ner la identidad del héroe, arranques de desacordada im-
petuosidad, del propio modo entremezcla a menudo, en
persona de Sancho, para no dejar que se transforme el ca-
rácter a pesar de su buen gobierno, resabios de su genial
sensualismo, y aun de la filosofía egoística que en teoría le
corresponde, como cuando le introduce diciendo a la Dama
Dolorida: «Yo rogaré a mi amo (que sé que me quiere bien,
ymds agora que me ha menester para derio 7iegocio), que fa-
vorezca y ayude a Vuesa Merced.»
La gobernación de Sancho Panza, mal consiguiente,
tal vez, por su sabiduría, con la simplicidad del agente, en-
vuelve, según dijimos antes, una provechosa lección políti-
ca, y puede considerarse como un apólogo. Bajo este su-
puesto se disimula la exageración, como se perdona en las
fábulas que hablen los brutos mismos. Por lo demás, esta
incongruencia es excepcional en Cervantes; porque si bien
he reconocido que todas las personas de su invención tienen
algo de él mismo, esta observación sólo recae sobre los dis-
cursos y el estilo, no sobre los hechos.
Hay escritores altamente líricos que no pueden crear
caracteres, porque se reproducen en todos los que ensayan;
y los hay grandemente dramáticos, que multiplican sus
creaciones sin dejarse ver así propios. Aquéllos viven la
vida egoísta (que no debe equivocarse con la vida interior
de los santos); éstos viven la vida del pueblo, la vida de to-
dos. Byron es un ejemplo de los primeros; Shakespeare de
los segundos. Cervantes en el «Quijote» es eminentemente
dramático en las acciones, pero lírico en los discursos. Por
esta razón las acciones de sus personajes son elementos dis-
cordantes de que no puede jamás formarse un conjunto
que equivalga a la biografía de él mismo; pero de fragmen-
tos de discursos de todos ellos sí puede componerse (y se
ha compuesto, bien que incompleto, bajo el título apropia-
do de Espíritu de Cervantes^ un todo armonioso, una expo-
sición continua de la filosofía del gran maestro. Soldado y
cautivo, había combatido por la patria y sacrificádose por
sus prójimos: la caridad cristiana que nos hace reír con el
que ríe y llorar con el que llora, le familiarizó con la hu-
manidad sensible; sus viajes le dieron a palpar el mundo
real: conocía las costumbres de los pueblos, las condiciones
de las clases, los sentimientos de los hombres; circunstan-
cias todas que enriqueciendo su fantasía, y favoreciéndola
intención dramática, le estimulaban y ayudaban a copiar.
— 156 —
en cuento o en comedia, las escenas del teatro del mundo^
Su lirismo en los discursos es, por consiguiente, de todo en
todo diverso del lirismo en los caracteres; y erraría mucho
quien le equivocara con el egolhmo del escéptico B3'ron y
sus imitadores, o del ortodoxo pero vanidoso Chateaubriand
•y su escuela. Cervantes, gran católico como hombre, hubo
de serlo como escritor, y el egoísmo pagano que no cupo en
su corazón no pudo haber dirigido su pluma. Su lirismo o
llámese -personalismo, en los discursos, se compone de ideas
y estilo. El primer elemento, lejos de confundirse con el
moderno lirismo romántico, nace de un principio entera-
mente contrario, porque cuando éste se resuelve en senti-
mentalismo, y es resultado de la adoración de los sentidos,
aquél consiste en creencias y procede de afecto y culto a la
unidad religiosa de la Nación. Cervantes vivió en época de
fe, en el siglo de Felipe II y bajo el régimen de la Inquisi-
ción. Todos los ciudadanos profesaban una misma creencia,
y el escritor, partiendo de este hecho, respetuoso al dogma,
y enorgullecido de la verdad, como de un rico depósito
y una gloria nacional, no desperdiciaba ocasión de dar
testimonio de ella aun por boca de personas dramáticas y
novelescas. Casi siempre que Cervantes saca de su esfera
las personas de su fábula, es para proclamar enseñanzas de
alta filosofía católica, siendo de recordar con frecuencia
aquella especie de Sancho después de una elocuente plática
moral de don Quijote: «El diablo me lleve si este mi amo
no es teólogo, y si no lo es, que lo parece como un huevo a
otro.» (ii. xxvii). Quizá en la misma conducta de Sancho
como gobernador pueden explicarse sus aciertos como traí-
dos para servir a las moralidades que era preciso que dije-
se. Ni son este sabor dogmático y esta intención moral pri-
vativos de Cervantes: son obras de aquella época de fe y de
lealtad religiosa. Calderón, aquel sublime genio dramático,
aquel «divino maestro de la poesía cristiana,* con no tener
igual en la diversidad y propiedad de los caracteres, acos-
tumbra también identificarlos en ese punto de vista: todos
sus personajes, hasta el gracioso en ocasiones, son teólogos
y moralistas. La hermosa unidad católica se refleja en to-
dos los monumentos literarios del siglo de oro de España.
El otro elemento del personalismo de Cervantes en los
discursos, es el estilo, y procede de su amor y culto por el
arte. Cuidadoso de la elegancia de la frase y del musical
redondeamiento del período, formóse un estilo propio, que
gallardamente se trasluce aun mezclado con el lenguaje de
los venteros y mujercillas a quienes él hace hablar. Como
en la faena de reducir el idioma a metro y rima le hicieron
flexible y poético los versificadores de pro, Cervantes, en
son de burlarse de la caballería, hizo caballeresco el idio-
ma, y ennobleció grandemente ia prosa castellana, al acó-
— 157 —
modar más o menos el lenguaje de nobles y plebeyos al bi-
zarro, numeroso y levantado giro de su frase. Con esto lle-
go naturalmente a las consideraciones que en tercer lugar
me cumple apuntar sobre el estilo del «Quijote.
Yo compararía el «Quijote» con una ópera bufa en que
el perpetuo encanto de una música sublime da a toda la
composición un tono que el drama solo no alcanzaría. La
música del «Quijote* es su estilo siempre noble y su lengua-
je peregrino, en términos que cuando toma la palabra don
Quijote, la repentina admiración de sus ficticios oyentes
se traslada realmente a los lectores: obra toda de Cervan-
tes, mayor milagro que el de aquellos oradores que se
transfiguran en la tribuna, puesto que don Quijote carece
para con sus lectores de los recursos déla acción, y tiene
que disimular no sólo la triste figura, sino sus antecedentes
de loco remtado. ¡Tanto alcanza la poesía del estilo!
El Canónigo, en cuyos labios puso Cervantes sus pro-
pias opiniones literarias, advierte «que la épica también
puede escribirse en prosa como en verso.> No es de esta
opinión Hermosilla, el cual reputa el metro por indispen-
sable ornamento de la poesía, y no admite la llamada «pro-
sa poética. 2> Yo de mí sé decir que estimo como el que más
el artificio métrico y gusto muchísimo del encanto del rit-
mo; pero así y todo la prosa de Cervantes me parece (y
creo que a todo el que conozca el castellano le sucede lo
mismo) de una elegancia, número y cadencia admirables,
únicas. Nadie iguala a Cervantes en esta peculiar maestría,
haciéndose notar que, siendo como Cicerón armoniosísimo
prosador, hacía medianos versos. Tales hay, por una ano-
malía semejante, que, como se cuenta de Meléndez y el
Duque de Riv'^as, siendo eximios versificadores, sienten mal
los placeres de la música, y a otros sucede lo contrario,
como si el oído abrazara bajo su jurisdicción diversas fa-
cultades. Mucho afán tuvo Cervantes por parecer poeta,
en el sentido de compositor de aventajados versos; pero
templaron su ardor desaires y desengaños, siendo uno de
ellos el haberle manifestado el librero Juan de Villarroel
que entendía, por habérselo oído a un autor de título, qtie
de su prosa fodia esperarse mucho, pefo de sus versos nada.
Defiriendo modestamente al ajeno dictamen, que le negaba
el título de poeta, por ser poco apreciables sus versos, to-
davía Cervantes no desesperaba de merecerle alegando en
su favor el mérito de la invención, «parte principal del
poeta, si no el todo,> según Lope de Vega. Así lo advierte
Navarrete en su excelente Vida de Cervantes, y a propósito
cita algunos pasajes del Via^e al Parnaso. Mas no sólo en la
invención, sino en ella junto con una prosa émula a los más
hermosos versos, se cifra la gloria literaria de Cervantes.
La prosa cervantina es infinitamente superior a la prosa
— 158 —
poética que se hace a imitación de la que Fenelón y Cha-
teaubriand usaron en sus famosos poemas.
La elegancia de la prosa no se reduce únicamente a la
facilidad de entresacar de ella buenos versos, pues el nú-
mero de losperíodos no siempre equivale al ritmo; pero es
desde luego indicio irrecusable de fuerza poética, el poder
imitar en buenos versos un fragmento prosaico, sin tener
que introducir variantes sustanciales. Por de contado que
no hablo de versos cortos, pues éstos en castellano no re-
quieren acentos determinados, sino sílabas contadas, y si a
esta circunstancia se agrega el admitirse variedad de me-
tros, no habrá prosa que no pueda reducirse a verso, o sea a
renglones de diferentes medidas: verdad palmaria que no
necesita del aparato con que la presentó Hermosilla al re-
ducir a líneas cortas y desiguales las primeras del «Quijote.»
Yo me refiero al ritmo dominante en las cláusulas; y a la
posibilidad de ordenarlas en metro artificioso y difícil como
lo es el endecasílabo, y en forma y estilo elegantes (l). Re"
cordaré aquí dos reminiscencias bastante ajustadas de
Cervantes, autorizadas por dos ilustres poetas venezolanos.
En la aventura del combate con un rebano de carneros,
como no viese Sancho los caballeros y gigantes que su amo
veía, «¿Cómo dices eso. respondió don Quijote: no oyes el
relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido
de los atambores?» (i. xviii). Y
Baralt, en su tersa y elegan-
te Oda a Esfaña^ exclama:
Texto.
(2) He
dividido el período en sus cláusulas naturales, poniendo
cada una en línea aparte a guisa de versos, para mostrar de bulto lo
que me propongo. Ni es, como supone Ríos, el único pasaje de ento-
nación épica, Pudieran citarse otros, por ejemplo éste: «Bien notas,
—
escudero fiel y legal, las tinieblas de esta noche, su extraño silen-
—
cio—el sordo y confuso estruendo destos árboles el temeroso ruido
de aquella agua en cuya busca venimos que parece que se despeña
—
y derrumba,» etc. (i. xx).
Estudios literarios— M. A. Caro— 11
— 162 —
Otras clases de ritmo emplea el magistral prosador con
exquisita oportunidad. Si en el pasaje copiado las largas y
sonoras cláusulas corresponden perfectamente al objeto,
siendo notable sobre todo la última, en que se imita la mú-
sica marcial, en este otro pasaje, el ritmo es del todo distin-
to,y una cadencia festiva domina el período remedando
graciosamente la música pastoril, (ii. lxvii):
Qué de churumbelas
han de lleg'ar a nuestros oídos! qué de
gaitas zamoranas!
Qué de tamborines!
y qué de sonajas!
y qué de rabeles!
Tu prima m'inviaste
Verso Parnaso a ber nelle sue g'rotte
E prima appresso Dio m'alluminasti.
Facesti come quei che va di notte
Che porta il lume dietro e a se non giova,
Ma dopo se fa le persone dotte;
Quando dicesti: Secol si rinnova,
Torna giustizia e primo tempo vimano
E progenie scende dal ciel nova.
Per te poeta fui, per te cristiano.
{Purgatorio, xxii).
—
«Digno era de la Providencia, dice José de Maistre
ordenar que este clamor del género humano quedase reso-
nando en los versos inmortales de Virgilio. > «En la filosofía
de Virgilio hay algo de evangélico— dice Cantú, «como si —
el Verbo se hubiese acercado a la tierra lo bastante para
iluminar una inteligencia privilegiada. > Oigamos a Víctor
Hugo exornar este pensamiento:
Dans Virgile parfois, dieu tot pros d'etre un ange,
\j^ vers porte a sa cime une lueur étrange.
C'est que, r6vant deja ce qu'a présent on sait,
II chantait presque a l'heure oú Jésus vagissait,
C'est qu'á son insu mCme il est une des ames
Que rOrient lointain teignait de vagues flammes,
C'est qu'il est un des coeurs que, deja, sous les cieux,
Dorait le jour naissant du Christ mystérieux.
Dieu voulait qu'avant tout, rayón du Fils de l.Homme,
L'aube de Bethléhem blanchit le frout de Rome.
Ad Maronis mausoleum
Ductus, fudit super eum
Piae rorem lacrimee;
¡Quem te, inquit, reddídissem
Si te vivum invenissero,
Poetarum máxime!
y a nuestro poeta:
A
propósito de Dido, notan todos los críticos la esplen-
didez con que el autor expone la historia del amor, la exac-
titud con que señala sus rasgos característicos, y el calor
con que copia su lenguaje. Pero hay otra cosa que notar no
ajena al punto en que venía ocupándome: me parece que
Virgilio no da al amor de los sexos carácter moral alguno:
a diferencia de los mil afectos humanos en que se resuelve
la caridad, no considera al amor como sentimiento racional,
sino como una pasión cruel, una enfermedad a un tiempo
física y mental. Por lo menos así pinta a Galo en la églo-
ga X, así a Dido en la Eneida. Cupido la envenena, fallas-
que veneno: fuego, herida, llaga, son las notas con que el
poeta determina su estado, e infeliz el epíteto con que la
designa. Esta me parece ser la razón por qué al señalar en
el infierno su lugar a las mujeres que sufrieron penas de
amor; incidiendo en una confusión que los críticos no acier-
tan a explicarse, las reúne todas, buenas y malas, en un
— 195 —
mismo bosque de mirtos. Ello es que las considera a todas
como almas enfermas y corazones lacerados de una
ellas
llag-a sempiterna:
Espinosa dice:
También tu orilla
Mereció a Febo, como el sacro Eurota,
For quien desprecia Jtípiter su silla;
A. III. 301-309.
A. 11. 495-500.
(1) La rima rica no es entre nosotros la que habla a los ojos sin
mejorar en nada la sensación del oído, como la combinación acaba y
^raba, comparada con acaba y grava, etc.
(2) Por ejemplo la redondilla es conceptuosa, el terceto eleg'íaco,
noble tal vez, etc. La rima, aunque imperfecta en los versos pares, da
al romance octosílabo un aire de líneas rimadas de diez y seis síla-
bas; así lo figuran en lo escrito algunos gramáticos.
(3) Horat., Episí, i. ii., o como dice Lope: siempre el vaso al li-
cor sabe.
(4) Virg. A. I. 405.
— 225 —
criban ea uaa misma clase de verso, y en aquella que de-
mande entre todas, para su buen desempeño, mayor sosie-
go y discreción» (1).
«Libre y majestuoso» llama Piñeyro al exámetro, y
«amarrada y contraída» a la octava. Estas calificaciones
sólo pueden aplicarse por accidente, según la habilidad o la
incapacidad del versificador: porque el exámetro de suyo
no está libre de rigidez y minuciosas condiciones métricas,
y la octava, a pesar de aquellas a que por su parte se halla
sujeta, sabe campear con soberano desembarazo y biza-
rría. Es más: el ritmo estrófico de la octava imita el métri-
co del exámetro, porque así como este verso se divide en
dos hemistiquios que se equilibran y combinan con cierta
libertad, y un final adónico, siempre el mismo, así la octava
se divide también regularmente en dos partes, mediante
una pausa principal, y concluye con un pareado invaria-
ble (2). De aquí resulta que la repetición de muchas octa-
vas deja en el oído un eco análogo a la repetición de mu-
chos exámetros. Por último, si en el exámetro cabe un ras-
go o imagen completa, la octava es molde proporcionado
para un cuadro o una comparación de regulares dimensio-
nes. Este es, sin duda, molde mayor que aquél, pero ambos
consultan la marcha ordinaria del pensamiento )' las pausas
naturales de la elocución. Ariosto comenzó a escribir su Or-
lando en tercetos, a imitación del Dante, pero se persuadió
que la octava era mejor combinación épica, y rehaciendo lo
que tenía escrito, compuso en esta forma su elegante
poema.
La segunda objeción que propone el señor Piñeyro es
las dificultades de la octava. Es de dos clases, porque a ser
la buena octava de difícil ejecución, se añade su dificultad
como molde para vaciar un texto que corre sin división de
estrofas. La primera dificultad es común a toda obra de
arte, y su vencimiento realza el mérito del trabajo. La se-
gunda dificultad es más seria, y yo mismo la he reconocido,
palpado y luchado con ella, venciéndola tal vez, o tal vez
quedando vencido. Con todo, no es tan insuperable como de
pronto parece. Para ponderarla cita el señor P¡ñe3'ro la oc-
tava II del libro i. Caso es este raro: para que la narración
empezase en principio de octava, había que traducir los 11
primeros versos en 16 o 24 castellanos, esto es, en dos o tres
octavas completas, y preferí hacerlo en dos, por amor a la
Estudios literarios — M. — 15
A. Caro
- 226 —
concisión, e incurrí en la infidelidad que se me ha anotado,
a saber, decir, «la misma virtud>por ^insigne pieiaie virum,>
suprimir ^(o¿ casus* y <tot labores,^ ideas que se repiten en
el contexto, y traducir Tantaene animis caelesítbus irae? por ,
;
— 229 —
Tollit se arrectum quadrupes et calcibus auras
Verberat effusumque equitem super ipse secutus
Implicat ejectoque incumbit cernuus armo.
A. X. 803—895 (1).
Inalberossi
A quel colpo il feroce, e calci a l'aura
traendo, scalpitando, e'l eolio e'l telo
Scotendo, s'intrice: cadde con l'asta,
Conl'armi, col campeone a capo chino
Tutti in un muchio.
Enero de 1875.
NUEVOS ESTUDIOS SOBRE VIRGILIO (1)
(1) I El I.
á
— 247 —
compuso, a partir de aquella fecha, y que así se continuó
hasta coincidir el final del poema con la terminación del
plazo. La invocación a César Octavio, por ejemplo, que se
halla a los principios del libro primero, por las alusiones
que encierra corresponde, según Franck, al año 718; y el
episodio brillante que da remate al mismo libro, sobre la
muerte de J. César y la tumultuosa agitación del mundo,
por las amenazas que venían, ya de parte de los germanos,
ya de las regiones del Eufrates, parece que ha de impu-
tarse a algún punto del trienio 719-721. Al año 724 se ads-
cribe, por el verso 497, el cuadro de la vida rústica con que
se cierra el libro
ii. El valiente elogio de Italia, en este
mismo por lo que arguyen los versos 170 sqq., no
libro,
puede suponerse anterior al año 725. A la misma época se
refieren los versos con que finaliza el poema, cuyo sentido
aplicado, no a la terminación, sino a la composición íntegra
de la obra, indujo a Wagner a restringir la segunda a los
años 723-725. El episodio de Orfeo se introdujo en revisión
del libro iv en 728. Aunque al de 729, y aun a época ulte-
rior, supone Conington que pueden referirse algunos de
los rasgos de aquel episodio del libro iii en que funda Ri-
bbeck su opinión antes consignada (1), no tengo necesidad
de apoyarme en esta conjetura, bastando a mi propósito
sentar el hecho no controvertido de que aquel exordio no
es anterior al año 725.
Ahora, pues: si en este año se principió la Eneida,
¿cómo es posible que dentro de círculo tan breve, cual si
se tratase de mudar de propósito en materia frivola y baladí,
hubiese nuestro poeta proyectado primero escribir las ha-
zañas de Octavio y luego los orígenes de Roma? Sube
de punto la inverosimilitud, si damos fe, con Ribbeck, y
contra la conjetura de Ribbeck, a Donato cuando dice que
Virgilio dispuso en prosa su poema antes de reducirlo a
metro. Y el mismo Ribbeck confiesa (2) que «el inmenso
trabajo 5^ prolijos estudios que costó al poeta la elaboración
principalmente de este poema, se infieren de aquel conoci-
do fragmento de carta que escribió a Augusto (3), y fueron
(1) Este crítico inglés idea que la alusión de los vv. 32, 33, pue-
de referirse a la rota de los Cántabros en 729; y ve en el anterior,
31, o una alusión a la victoria Accíaca, 725, o bien (suponiendo el
pasaje cosido más adelante) a la sumisión de los Armenios, y a los
estandartes de Craso recobrados de los Partos. Una referencia a
este suceso, el cual corresponde al año 734, se registra en el libro
vil de la Eneida: «Parthosque reposcere signa» (604 sqq.) Vir-
gilio murió en el siguiente año de 73S.
(2) Edit. min. p. xxvii.
(3)Conservado por Macrobio (i Sat. 24, 11). Las palabras a que
alude Ribbeck son éstas: «... Cum praesertim, ut seis, alia quo-
que studia ad id opus. multoque potiora, impertiar.»
— 248 —
motivo de admiración para los antiguos comentadores.>
Convengamos, por tanto, en que. si a componer la Eneida
había venido preparándose Virgilio en la meditación y el
estudio, 3"no sin ensayar sus fuerzas en las Geórgicas, la
promesa que se encierra en el consabido exordio del libro
III de éstas, no mira, cual pretende Ribbeck, a un proyecto
de poema especial sobre Augusto, sino más bien, según la
opinión que defiende otro crítico alemán, Tittler, a sola la
Eneida, y en especial al libro vm, donde al describir el es-
cudo que a Eneas fabricó Vulcano, ase el poeta de la oca-
sión para representar la victoria de Accio con grande ho-
nor para Augusto, honor realzado por la mágica perspec-
tiva en que se coloca el cuadro, mediante la visión profetica
atribuida al autor de la armadura encantada. El elogio de
Octavio en el libro II, y el que se contiene en la alegoría
del libro in de las Geórgicas, parecen ambos dictados por
el entusiasmo que aquella victoria despertó en nuestro
poeta, así como en todos los romanos, cuyo orgullo patrió-
tico se alarmaba horrorizado de que se entronizase en Roma
el despotismo del afeminado Oriental (1). ¿Qué mucho,
pues, que la promesa envuelta en el segundo de esos dos
elogios, se refiera a la Eneida, en cuanto en ella se propo-
nía el poeta pintar esa propia batalla, amén de las otras
alusiones que habría de esparcir acá y allá en homenaje
a Octavio y su familia? Objeta Ribbeck que en el exordio
consabido, entre los triunfos que el poeta dice se propone
realzar en oro y marfil, no sólo se individualiza la victoria
Accíaca y la sumisión del Nilo, pero también otros hechos
que después no se conmemoraron en la Eneida. A lo cual
puede responderse, lo primero, que Virgilio no dio a su
—
poema la última mano tres años más había pensado em-
plear en perfeccionarlo, para vacar luego a la filosofía,
—
cuando ocurrió su muerte; y no sabemos si ideaba intro-
ducir algún otro episodio en honor de Augusto; lo segundo,
que si en la interpretación de las Églogas ha sido fecundo
en errores el sistema que establece un paralelismo riguroso
entre los rasgos alegóricos y los hechos históricos, puede
ser de la misma manera incorrecto pretender que en el
poema donde se satisfizo en lo sustancial una promesa, hu-
biese ésta de cumplirse con cada una de las circunstancias
con que se enunció. El estro poético movería a Virgilio
a dar en el cuadro de anuncio algunas pinceladas que en
el cuadro extenso no convino repetir. A quien paga una
deuda poética no exijamos el último cuadrante; lo que im-
porta es que la ejecución del asunto corresponda por su
magnificencia a las esperanzas preconcebidas.
Aen. vr, 736 sqq. Por boca de Anquises reconviene al'íel poe-
(3)
ta a César y a Pompeyo, porque en guerra civil destrozaron las en-
trañas de la Patria (832)— «el amor de la Patria» justificará a Junio
Bruto en el juicio contradictorio de la posteridad sobre su conducta
(v. 822 Cf, VIII, 648).
— 252 —
nes de virtud a los justos en los Campos Elíseos, y los úni-
cos que llevan mala parte son Catilina y Antonio, que vol-
vieron sus espaldas contra la Patria. Claro es que pintando
al primero condenado a tormentos furiales, justifica el
poeta a Cicerón por actos que no agradaron a Julio Cé-
sar (1).
Un escritor lisonjero 3' mercenario, por generosas que
sean las palabras o magníficos los actos con que trata su
señor a enemigos y desafectos, no se tendrá jamás por au-
torizado a encomiarle al lado de aquellos que fueron émulos
de él o de su familia. El cantor servil será siempre más
realista que el rey. Por lo tanto los rasgos hidalgos de Au-
gusto, sin perder su mérito, no lo roban a las patrióticas
pinceladas de Virgilio; siendo tan honorífico para el prín-
cipe como para el poeta que éste pudiese y supiese conciliar
el respeto al poderoso con la propia dignidad, la adhesión al
emperador con la libertad de las Musas.
El mismo criterio de anchuroso patriotismo, con que
agrupó Virgilio los grandes nombres de la Historia roma-
na, guiaba su juicio en lo tocante a la época legendaria en
que pasa la acción de la Eneida. Por un instinto respetable
que mueve al hombre a buscar abolengos gloriosos en re-
motos países, de lo cual tenemos ejemplos numerosos en
ambas Américas, muchas familias romanas se preciaban de
proceder de colonos troyanos. Virgilio consagra en su
Eneida algunas de esas pretensiones nobiliarias. ¿Cuánto no
halagaba a la familia de los Césares llevar por insignia el
mirto, en señal de descender del hijo de Venus? Con todo,
el cantor de Eneas celebra con entusiasmo a Turno y a
otros valerosos guerreros que resistieron la conquista. Sólo
a Mezencio pinta odioso, mas de ningún modo porque de-
fendiese el suelo italiano, sino por su horrible impiedad.
Por boca de Numano, cuñado de Turno, ensalza en los
Rutulos aquellas costumbres austeras que tanto recomen-
daban, a su juicio, a los romanos (2). A la formación de
Roma los Ausonios debían concurrir con su lengua, su nom-
bre y sus costumbres; los Troyanos con su sangre y su re-
ligión (3).
Augusto respetó, bien que a veces sólo en apariencia,
]as leyes y prácticas establecidas, no perturbó a los magis-
()3 Aen. xu, 834-837. Recordemos con Wilhem Ihne que en efecto
«los romanos .fueron un pueblo eminentemente religioso: espíritus
penetrados de religiosos sentimientos; conciencias adheridas a los
deberes de la Religión.» Historia de Roma, libro i, capítulo xiii.
— 253 —
trados en el ejercicio de sus facultades, desechólos títulos
de rey y señor que el pueblo quiso conferirle; ni en su per-
sona ni en su casa afectaba fasto o superioridad; su vivir se
nivelaba al de ciudadanos particulares, y su poder se fue
continuando por delegación decenal de los comicios y del
pueblo. Virgilio, testigo de tal popularidad, y sabedor del
proyecto que en su presencia consultó Augusto con Agripa
y Mecenas, de abdicar el poder y retirarse a la vida priva-
da, a ejemplo de Sila, no tiene reparo en hablar en su poe-
ma contra los tiranos, apellidando justa la ira popular que
los destrona y les amenaza de muerte, sin temer que Au-
gusto viese en esa doctrina un peligro, ni persona alguna
malignamente la interpretase como alusión subversiva (1).
Cansados los romanos de las guerras civiles que en lar-
gos años ensangrentaron su suelo, y horrorizados de tener
vidas y haciendas a la merced de los bandidos que infesta-
ban a Italia, era natural que admitiesen de buena gana la
autoridad de aquel «Pacificador de mar y tierra,> que dis-
ciplinando el ejército y escarmentando con mano fuerte a
los malhechores, devolvía al cabo el reposo a la Nación y la
seguridad a los ciudadanos. En cuanto a Virgilio, ya desde
la época triunviral, en los años de 714, vemos por la égloga
IV, compuesta en ese tiempo, que además del sentimiento
de bienestar privado y público con que sus compatriotas
saludaban la paz, mirábala él como uno de los rasgos es-
pléndidos de la edad áurea que a sus ojos de poeta albo-
reaba de nuevo al mundo; con la paz anunciaba el reinado
de la virtud (2); y al cantar diez años después las glorias
históricas de Roma, aplaudiendo la clausura del templo de
Jano después de la victoria Accíaca, presenta con épica
pompa la majestad de la paz octaviana y el imperio de una
justicia ideal como término de la acción de la Eneida, y
objeto providencial de los esfuerzos y sacrificios de las ge-
neraciones que imagina el poetase sucedieron desde el hijo
de Venus hasta los Césares. Sólo la Iglesia Católica pudo
realizar, más adelante, la hermosa concepción del poeta
latino.
(1) Aen. VIII, 494, dice Virgilio que la Etruria entera se levantó
contra el tirano Mezencio «furiis iustis»; en el libro x, 714, pintando
cómo le atacan los Tirrenos, cual a feroz javalí, al hallarle en el
combate, repite la expresión «iustae irae.> Del primero de estos pa-
sajes dice Gibbon (Mise Works, ii, 316), que no habría Virgilio com-
placido a Augusto y a Mecenas, cual ya con el famoso episodio de
Marcelo, si como les leyó el vi, les hubiese leído el libro viii. Pero
el sagaz crítico inglés olvidaba que, muerto Virgilio, Augusto orde-
nó terminantemente a Vario y a Tuca publicasen la Eneida sin
adulteraciones, y que con gloria suya y del poeta la dejó correr
como ha llegado hasta nosotros.
(2) Ecl. IV, 17. Aen. i, 291, ix, 642.
— 254 —
Desde los primeros tiempos de Roma, en el sistema de
aliarse con el vecino; en el poder de asimilarse elementos
extraños 3^ utilizarlos en propio engrandecimiento; en la
ciencia, en suma, de aprovecharse de la victoria, se descu-
bre el secreto del creciente poderío de aquella nación ro-
busta, comparable en ese aspecto con la moderna Confe-
deración angloamericana. Como para dar una lección de
política fecunda a sus compatriotas, Virgilio recuerda en
la Eneida el origen múltiple de Roma, las nacionalidades
diversas y hasta contrarias, que aliadas y refundidas forti"
caron en la cuna de la Nación el sistema que el supuesto
fundador de la nueva ciudad, según la leyenda recibida,
practicó para ensancharla, abriendo ancho asilo al extran-
jero y al esclavo (l); y en la alianza que propone Eneas a
Latino se diseña un sistema de monarquía federal (remi-
niscencia sin duda de la alianza que antaño celebraron los
romanos con las ciudades latinas), y de distinción entre la
potestad política y la autoridad religiosa que para sí se
reservó aquel héroe piadoso (2).
¿Hasta dónde coinciden estas ideas con las ideas de
Augusto, y desde qué punto son opiniones propias de Vir-
gilio, y en algún modo consejos que el poeta dirige al prín-
cioe? No es fácil, ni de este lugar, entrar en discriminación
tan delicada. Ciñámonos a consignar que en el discurse en
que Diomedes (Aen. xi, 252, sqq.) aconseja a los latinos el
sistema de negociaciones y tratados como preferible a la
guerra, se traslucen, según críticos modernos lo indican,
«consejos de paz, con valor dados al vencedor de Antonio
por boca de uno de los más famosos capitanes de Grecia;
votos que hace el poeta por el reposo y prosperidad de un
país tan largo tiempo y con tanta crueldad agitado por
guerras jnds que civiles (según la expresión de Lucano).
puesto que se trataba en ellas de los destinos del Universo,
Nunca pierde de vista Virgilio este grande objeto de su
poema: los progresos de la civilización, fiados a la conserva-
ción de la paz alcanzada. Ya Anquises (Aen. vi, 832-835)
en la persona del padre adoptivo de Augusto había dicho
al mismo Augusto;
Ne, pueri, ne tanta animis adsuescite bella
Proiice tela manu, sanguis meus! (3),
febvre sobre la oda iii del libro iii (v. Burgos, ad loe.) concuerda
perfectamente con el espíritu de las palabras de Juno, A en, xii,
828. La aparición de Quirino (i Sat. x) es una seg'unda edición de
la de Apolo (Ecl. vi). Son de orig-en virgiliano las frases «deducía,
poemata» («deductum carmen,» Virg.), «ardua cervix,» «Tuscus am-
nis,> «moriemur inulti,» «ridiculus mus> («exiguus,» Virg.)- La oda
citada al principio de esta nota, «Pastor cum traheret,» se compuso
según la cronología Bentleyana (exacta a mi juicio, en esta parte)
después de la victoria Accíaca; y aunque, cuando ella se escribió, no
hubiese Virgilio publicado aún el libro iv de la Eneida, muy bien
pudo verlo privadamente su amigo Horacio, como debió de ver el
libro I de las Geórgicas, aún no dado a luz, para tomar de allí, por
los años de 719, fecha probable de la Sát. «Qui fit, Maecenas »
la reminiscencia que indica Kirchner.
—
Estudios literarios M. A. Caro— 17
— 258 —
su amor desgraciado, su melancolía profunda, su sombría
desesperaci n, se demuestra la mujer virgiliana (1). Co-
nington supone que Virgilio, echando por esta atrevida
senda, sigue las pisadas de los dramáticos griegos, que die-
ron a las mujeres en el teatro tan conspicuo papel como a
los hombres (2). Un hábil crítico, citado por el mismo Co-
nington. explica el hecho por <el conocimiento experimen-
tal que Virgilio tenía de su época, en la cual, por primera
vez en la historia romana, salieron las mujeres a figurar en
el teatro de la vida pública.» (3). Esta observación gene-
ral, más que a las mujeres romanas, admite especial aplica-
ción, según lo expuesto, a la célebre reina de Egipto. Dido
es en la Eneida el tipo femenino más señalado e interesante.
De él se distingue, por sus condiciones marciales, la intré-
pida Camila. Pero cuando cae herida la amazona, el poeta,
como para conmover al lector, repite frases del libro iv,
especie de reminiscencias melancólicas de un tema favori-
to: «Illa manu moriens. .> «Acca sóror.. > (Aen, xi, 816,
sqq.). Virgilio vuelve a llorar para hacer llorar de nuevo.
Ni es ése el único pasaje en que la repetición de una pala-
bra mágica trae a nuestra mente la imagen de Elisa mori-
bunda. Nos la recuerdan también Antorexpirante (x, 781,
sq.); Mezencio, desfallecido y noticioso de la muerte de su
Lauso (4); Yuturna, abrumada bajo el doble peso del dolor
y de la inmortalidad (xii, 878. sqq.). Todo ello, evidenciando
que los libros x y xi y acaso el xii se escribieron después
del IV, concurre a robustecer esta opinión de Ribbeck:
«Que pudo el libro IV componerse antes que los demás, y
recitado separadamente agradar sobremanera, no es cosa
extraña.. Este libro que parece fue de todos el que más sa-
. .
(1) Con razón decía Voltaire: cQuand Virgile est grand il est
lui-meme.»
(2) Volumen ii, página 18.
rabia se usa, que parece junta de diferentes naciones. > Contraste cu-
rioso: el conceptuoso y sutilísimo Quevedo alababa la sencillez de
León; y el puro y fácil Francisco de Rioja, pocos años antes, había
escrito un prólogo encomiástico para una edición, que Francisco Pa-
checo dedicó al mismo Conde Duque de Olivares, de las poesías que
pudieron salvarse de Fernando de Herrera, poeta artificial y sobre-
manera afectado.
(1) el título en latín, ¿de dónde la anomalía de apare-
Estando
cer en castellano el nombre de fray Luis, cuando él volvía en latín
hasta su apellido, cuando en esa lengua escribía, poniendo Legio-
miensisf
— 261 —
hallé del Padre Maestro fray Luis de León más que sólo
EL LIBRO DE LAS GEÓRGICAS.
I
«Y ser de ti querido,
Y siempre, y solo espero.»
agora ahora.
alción ganso.
alfalfa ajfaba.
almendrera almendro.
ánsar ... . ganso.
ansí así.
ascender esconder.
asnillo jumentillo.
Ato A.tos.
Bootes Botes.
borceguí calzado.
Cabras (3) Hedos.
Cálibes Cántabros.
Cardo (4) aulaga.
carrasca... . .... esculo.
cierzo , aquilón.
cuadriguero carretero.
culebra austral, serpiente Dragón.
Deucalion . . Deucálion.
Emacia Los Hemos.
encienso incienso.
Escorpio Escorpión.
esmerejón gavilán.
espacioso perezoso.
esteva mancera.
faselo frísol.
Y para escaramuzas
Son famosas las yeguas andaluzas;
ñor Gutiér-ez:
«Conozco de nombre al señor Pombo, y también por la&
noticias que de su persona me dio ahora pocos meses el señor
don Manuel R. García, Ministro Plenipotenciario argentino
cerca del Gobierno de Washington. De Pombo es parte de
una traducción del poema Evangclina de Longfellow, que
conozco, y a él atribuyo no sé si con razón, un trabajo, hu-
milde en apariencia, pero de mérito y utilidad indisputa-
ble (1) Siempre había mirado con envidia aquellos libritos
de cuentos para niños ilustrados con láminas, que publica-
ba en inglés la Casa de Appleton: en vista de ellos decía mu-
chas veces: "Porqué no tenemos cosa igual para nuestras
escuelas?" Un día, cuando menos lo esperaba, veo inundadas
las librerías de Buenos Aires con libros idénticos en lengua
castellana, y— lo que era más satisfactorio todavía —
pues-
tos en verso con un tino y una maestría a que sólo pudiera
llegar un traductor de verdadero talento. Si este traductor
es, como creo, el señor Pombo, merecen que le estimen los
amigos de la educación como a uno de los benefactores de
la niñez sudamericana. No es éste poco timbre, según mis
ideas. Estas noches de invierno las he pasado regularmente
al lado del fuego, y consagrando algunos ratos a la enseñan-
za de un mulatillo de ocho años, de facilísima comprensión,
y haciéndole leer las historias de 'Simón el Bobito,' de los
'Gatitos con guantes,' del 'Zorro ladrón de aves caseras,'
etc., y mucho he gozado al verle relampaguear los ojos de
alegría, y volar en la lectura atraído por los versos acen-
tuados convenientemente para sus oídos y para su inteligen-
cia. Perdone usted (añadía modestamente nuestro respeta-
ble amigo) este detalle que se ha escapado involuntaria-
mente a mi pluma, que ya comienza a chochear, y délo us-
ted por no escrito si le disgusta por trivial. Los viejos son
niños con canas, y yo no tengo un cabello negro ni en la
cabeza ni en la barba.»
Siendo Rector de la Universidad de Buenos Aires, hizo-
el señor Gutiérrez una remesa de libros argentinos para la
Biblioteca pública de Bogotá, casi todos ediciones oficiales,
y recibió en cambio otra de la misma especie. Es tal vez el
II
m
En 1843, a la mitad del camino de su vida, arrancando
de Montevideo, su segunda patria, en unión de su amigo y
paisano don Juan B. Alberdi, volvió a emprender Gutiérrez
su peregrinación de proscrito, y errante anduvo hasta el
año de 1852, en que, con la caída de Rosas, se le abrieron
las puertas de la patria.
Después de recorrer a Italia, Suiza y Francia, visitó las
Repúblicas del Pacífico, y entrando a Chile por la Pampa,
establecióse por algún tiempo en Valparaíso. Estando allí
como director de la Escuela Naval, consagró útilmente
sus ocios a formar una colección de poesías de hispano-
americanos, que publicó en aquella ciudad marítima el año
de 1846. A pesar de faltar en dicha colección poetas nota-
bles, que florecieron en época posterior, todavía se solicita
la «América Poética> de Gutiérrez con justo aprecio, por la
exactitud e importancia de las notas biográficas y críticas
— 280 —
que la adornan y por la esmerada corrección del texto.
En estos dos aspectos no puede compararse con ella la co-
lección del mismo título publicada recientemente en Pa-
rís, en edición de lujo, por el chileno don José Domingo
Cortés, compilación abundante, pero plagada de errores de
todo género. En sus últimos años empezó a dar a luz Gu-
tiérrez, en edición harto inferior a la misma de Valparaíso,
unos tomitos de poesías modernas hispanoamericanas, los
cuales pueden servir como de complemento a la «América
Poética.»
Publicó, al mismo tiempo que esta colección de poesías,
otra obra análoga, que ha alcanzado muchas ediciones, con
el título de «El Lector Americano, colección de trozos esco-
gidos de autores americanos, sobre moral, maravillas de la
naturaleza, historia y biografía americanas.*
Los viajes, la necesidad de ensayar las fuerzas en tra-
bajos diferentes, tan lejos del torbellino aturdidor de la po-
lítica como de la atonía que suelen ocasionar las comodida-
des, fueron provechosa escuela para Gutiérrez. Debe él de
hablar con experiencia propia cuando en la ya citada vida
de su paisano y amigo Echeverría, consigna esta filosófica
observación:
«Hay desgracias en la vida del hombre que contri-
buyen su gloria: la adversidad es motivo de prueba
a
para los ánimos bien templados; y la lejanía de los negocios
públicos, la no participación inmediata en la administración
y gobierno de la sociedad, el extrañamiento mismo de
la patria, proporcionan a las inteligencias fecundas ocasión
para concentrarse y para producir frutos sazonados. Esta
es, con frecuencia, la historia de las emigraciones políticas.
Esos mártires de las esperanzas burladas, cuyos huesos no
vuelven al seno de la tierra natal, forman la mejor corona
de gloria para la Patria, y la gratitud de la posteridad les
concede la única recompensa a que aspiraron en vida.>
Más propicia con él que con muchos de aquellos ami-
gos suyos, que murieron en tierra extranjera, diolela Pro-
videncia restituirse al fin al seno de la patria deseada, la
cual, recibiéndole gozosa, reclamó desde luego sus esfuerzos
para la reorganización del gobierno, tras la caída estrepi-
tosa de quien lo había ejercido absoluto y sangriento en
largos años. Secretario de Estado, primero de don Vicente
López, en el Departamento de la Gobernación (1852), y
más adelante de Urquiza, en el de Relaciones Exteriores
(1860), Ministro Plenipotenciario cerca de varios gobier-
nos. Diputado por Buenos Aires y por Entrerríos, prestó
siempre a la Nación Argentina importantes servicios, ya en
la organización interior, ya en la celebración de tratados
internacionales.
— 281 —
Rector de la Universidad de Buenos Aires desde 1861
hasta pocos años hace, en que se retiró con jubilación, anu-
dó desde entonces, con ardor rejuvenil y actividad incansa-
ble, sus trabajos literarios.
Era espíritu progresivo; y si bien adoleció de preocu-
paciones, no fue de aquellos hombres que se quedan para-
dos en cierta fecha y adheridos a un libro.
Puso sus dotes de escritor al servicio de la patria, cuyo
amor fue en él santo sentimiento y fue pasión exaltada. Sus
escritos todos, críticos, históricos y poéticos, llevan la es-
tampa de un americanismo ferviente.
Triunfando en él a las veces las aficiones literarias y
arqueológicas sobre las exageraciones patrióticas, fijaba la
atención en la época colonial de nuestra historia, hacía en
ella exploraciones eruditas, y descubría ricos mineros. En
vez de maldecir en esos momentos la dominación de Espa-
ña en América quitando de ella los ojos como quien siente
o finge indignación, recreábase en ver cómo los ingenios de
las Indias florecieron al par de los de la Península, y cómo
sus nombres resonaron famosos más allá de los mares (1).
Frutos de tales investigaciones son sus estudios críticos
sobre «Arauco domado» de Pedro de Oña y «La Argentina»
de Barco Centenera; sus revelaciones sobre Juan de Cavie-
des, poeta satírico peruano del siglo xvii; su correspondencia
oficial con el bibliotecario Sastre sobre la «Historia del Pa-
raguay, Río de la Plata y Tucumán,» manuscrito autógrafo
del jesuíta Pedro Lozano, que desapareció de la Biblioteca
de Buenos Aires; y sus «Celebridades argentinas en el siglo
XVIII.»
Sobre asuntos del mismo género dio a luz, fuera de las
obras precedentes, artículos varios, tales como los intitula-
dos «Usos literarios de la América colonial,» «Poesía sud-
americana durante el régimen colonial,» «Noticia sobre un
libro curioso y rarísimo impreso en América al comenzar el
siglo XVII.»
También ilustró cuestiones etnográficas y filológicas
sobre tribus americanas; de lo cual dan testimonio su tra-
bajo sobre «La Quicchua en Santiago,» sus «Observaciones
sobre las lenguas guaraní y araucana» y sobre la «Mitolo-
gía de las naciones de raza guaraní.»
La obra principal de Gutiérrez, la que más le hace
acreedor a la gratitud de sus compatriotas, es su colección
de «Estudios biográficos y críticos de escritores, oradores
y hombres de Estado de la República Argentina.» Cuando
dejando atrás la época colonial entraba, con los albores de.
IV
tos con cien llaves a imitación del autor del Aríe nuevo de
hacer comedias^ y confundiendo en una misma paleta todas
las tintas, levantando el calor natural a la temperatura de
la fiebre, tomando por lejos y fondos ruinas de castillos feu-
dales, y cubriendo todo el cuadro con una nube opaca de
bariosa melancolía, llegaron a imaginarse que se levanta-
ban a nivel de Dante y de Shakespeare, sin considerar que
si estos genios son inmortales, es justamente por grandes y
especiales, y que es locura el colocarse en su huellas aun a
inmensa distancia» (1).
En su
ardiente patriotismo figurábase a las veces hallar
en lospoetas americanos que compilaba y comentaba, lo que
en ellos deseaba que hubiese. «Nuestros poetas sienten de- —
—
cía entonces la historia de la patria y la naturaleza ameri-
cana con corazones apasionados mnert canamente^ (2). Mas
cuando allá a sus solas desnudándose de toda parcialidad,
leía con calma aquellos mismos poetas, no podía menos de
notar, por lo general, decadencia manifiesta en sus contem-
poráneos y sucesores, respecto de sus predecesores inme-
diatos, los Olmedos y Bellos, que si bien se inspiraron, en el
momento de cantar, en los sentimientos exaltados del tor-
bellino revolucionario, habían venido preparándose, sin pre-
sumirlo, a aquel alarde de competencia poética y esfuerzo
lírico, en los meditados severos estudios literarios que hicie-
ron en sus mocedades, en la pacífica época colonial. Aquella
dulce embriaguez oportuna, que a otro propósito recomen-
daba Horacio, aquel bello desorden que admiraba Boileau,
no se conceden a los ebrios de profesión, a los que por hábi-
to viven y piensan desordenadamente. Necesítase de una
larga preparación, cuasi religiosa, para saber aprovechar un
momento de furor apolíneo, de inspiración ardiente. «En
la oratoria, como en las demás bellas artes (ha dicho uno
que lo sabe y demuestra por experiencia propia) (3), no se
llega a lo sublime sino por medios que parecen muy peque-
ños y que suelen ser algo penosos.» Sin dotes naturales y
adquiridas, sin talento ni estudios, no puede formarse, a lo
menos jamás se ha formado, ningún escritor insigne, nin-
gún verdadero poeta. En nuestra América Española se ha
extendido la opinión, cómoda, pero falsa y funestísima, de
FRANCISCO DE LA TORRE
^N. 1534? Vivía 1593).
SIGLO xvn
FRAY JERÓNIMO DE SAN JOSÉ
1669
GONGORA
Menéndez Pelayo establece una distinción profunda
entre el culteranismo de Góngora y el conceptismo de
Quevedo:
«Confúndense generalmente dos vicios literarios y aun
opuestos, el vicio de la forma y el vicio del contenido, el
que nace de la exuberancia de elementos pintorescos y
musicales, y se regocija con la pompa y el lujo de la dicción,
y el que vive y medra a la sombra de la sutileza escolástica
y de la agudeza de ingenio, que adelgaza los conceptos
hasta quebrarlos y busca relaciones ficticias y arbitraria»
entre los objetos y entre las ideas. Nada más opuesto entre
sí que la escuela de Góngora y la de Quevedo, el culteranis-
mo y el conceptismo. Góngora, pobre de ideas y riquísimo de
imágenes, busca el triunfo en los elementos más exteriores
de la forma poética, y comenzando por vestirla de insupe-
rable lozanía, e inundarla de luz, acaba por recargarla de
follaje y por abrumarla de tinieblas, Al revés el caudillo
de los conceptistas no presume de dogmatizador literario.
(1) V aromas suaves lee Bohl de Faber, que dics tomó el soneto
de la edición de las obras de Gracián hecha en Amberes, u, pá-
yina 548. Para restituir la medida al verso habría que leer En-
amores y cánticos suaves, ^To quedaría destruido el paralelismo.
(1) Con sólo su bellexa, Bohl,
— 302 —
forma escuela sin buscarlo ni quererlo. Sigue los rumbos
excéntricos de su inspiración, que crea un mundo nuevo
de alegorías, de sombras y de representaciones fantásticas,
en las cuales el elemento intelectual, la tendencia satírica
directa, si no predominan, contrapesan al menos el poder
de la imaginativa. Quevedo no hace versos por el mero
placer de halagar la vista con la suave mezcla de lo blanco
y de lo rojo: acostumbrado a jugar con las ideas, las con-
vierte en dócil instrumento suyo, y se pierde por lo pro-
fundo como otros por lo brillante.» {Histoi'ia de las ideas
estéticas, capítulo x).
y capítulos arriba
ipítulos citados arriba.
— 304 —
sí miamos por extremarse, y aunque es bien anhelemos a
gran altura, supónese que esos alientos guarden su modo
j su término, sin arrojarse de manera que el vuelo sea pre-
cipicio.»
Publicóse este discurso en 1623, cuando Góngora tenía
sesenta y dos años. Entre las poesías de Góngfora que pu-
Y
éste, en que pondera el mérito del silencio a que se
ve forzado a condenar su amorosa pena:
--un pensamiento
Que de mí, que le tengo, se recata.
— ley tirana
Que primero da muerte y luego avisa.
Y
a la nueva sin par blanda cadena
Con nuevo intento amoroso celo
3'^
EN LA MITERTE DE UN NIÑO
Esta cuna feliz de tus abuelos.
Si en edad muertos, vivos por memoria,
No consta sólo de caduca gloria.
Afectada en simétricos modelos;
A LA MUERTE DE FELIPE II
RESTITUCIÓN
JUDIT
ele:na
A DIOS
A dondequiera que su luz aplican
Hallan, Señor, mis ojos tu grandeza:
Si miran de los cielos la belleza
Con voz eterna tu deidad publican.
Si a la tierra se bajan y se implican
En tanta variedad, naturaleza
Les muestra tu poder con la destreza
Que sus diversidades significan.
Si al mar, Señor, o al aire meditando,
Aves y peces todo está diciendo
Que es Dios su autor, a quien está adorando.
AMOR DK DIOS
Yo me muero de amor, que no sabía
Aunque diestro en amar cosas del suelo,
Ni nunca presumí que amor del cielo
Con tal rigor las almas encendía.
Si llama la mortal filosofía
Deseo de hermosura a amor, recelo
Que con mayores ansias me desvelo
Cuanto es más alta la belleza mía.
- 314 —
Amé en la tierra vil (qué necio amante!)
Oh luz del alma, habiendo de buscaros:
Qué tiempo que pi.rdí como ignorante!
Mas yo os prometo ahora de pagaros
Con mil siglos de amor cualquier instante
Que por amarme a mí dejé de amaros!
VUÉLVETE A DIOS
EL MLSMO ASUNTO
DESENGAÑO DE LA VIDA
Si culpa el concebir, nacer tormento.
Guerra el vivir, la muerte fin humano,
Si después de hombre, tierra y vil gusano,
Y después de gusano, polvo y viento:
Si viento nada y nada el fundamento,
Flor la hermosura, la ambición tirano,
La fama y gloria pensamiento vano,
Y vano cuanto piensa el pensamiento:
Quién anda en este mar para anegarse?
De quésirve en quimeras sumergirse,
Ni pensar otra cosa que salvarse?
De qué sirve estimarse y preferirse?
Buscar memoria habiendo de olvidarse,
Y edificar habiendo de partirse?
EL LIBRO DE LA CRUZ
EL HIJO PRÓDIGO
EL BUEN PASTOR
MAÑANA
¿Qué tengo yo, que mi amistad piocuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío.
Que a mi puerta, cubierto de rocío,
Pasas las noches del invierno escuras?
SIGLO xvn
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
1651-1696
AMOR
OLVIDO?
VERGÜENZA
SIGLO XVII
A UNA ROSA
Esta, a quien ya se le atrevió el arado,
Con púrpura fragante adornó el viento,
Y negando en la pompa su elemento,
Bien que caduca luz, fue flor del prado.
LA PERDICIÓN EN EL PUF:RT0
LOS CELOS
VELEZ DE GUEVARA
1570—1644
EL SÍMBOLO DE LA DKSHONRA
Cuanto miro son sombras de mi afrenta,
Luego que vengo a ver la luz del día;
Que apenas salgo y la deshonra mía
Con corva frente el buey me representa,
La
esquila luego despertar me intenta
Del manso allí que las ovejas guía;
Y el gamo que a los vientos desafía
En el bosque frondoso me amedrenta.
El más pequeño caracol me agravia,
Y anuncia la corneja mi fortuna,
Que por el nombre solo es mal agüero.
CALDERÓN DE LA BARCA
A UNAS ROSAS
SIGLO xvn
PÉREZ DE MONTALBAN
1602—1638
A LAS FLORES
A UNA FUENTE
Risa del monte, de las aves lira,
Pompa del prado, espejo de la aurora,
Alma de Abril, espíritu de Flora,
Por quien la rosa, y el jazmíu respira.
SIGLO XVIII
EUGENIO GERARDO LOBO
1679—1750
LA ENMIENDA TARDÍA
PENSAMIENTOS LOCOS
Sigue veloz mi loco pensamiento
A la imagen mental de su esperanza,
y cuando 3'a imagina que la alcanza
Desfallece en los brazos del tormento.
A MARSIA
TORRES VILLARROEL
N. 1696— t después de 1758.
A UNA DAMA
A UNA ESQUIVA
No encubras. Filis mía, tus facciones
Tus ojos apacibles y serenos;
Sólo en tus perfecciones se echa menos
El no comunicar tus perfecciones.
A UN NIÑO
AMOR BURLADO
Estampaba Clorinda su fig'ura
De un río en el cristal resplandeciente.
Cuando el húmedo dios de la corriente
Sintió dentro del ag'ua su hermosura.
LA MUER! IC
TOMAS LARRAIN
El célebre doctor Espejo, autor del Ntievo Luciano de
Quito (1779), trae el siguiente soneto, como producción de
uno de los pocos ingenios americanos que en el siglo ante*
rior no se contagiaron de culteranismo.
La recomendación de este soneto, puesta en boca del
interlocutor, doctor Mera, por quien habla el mismo Espe-
jo, está concebida en estos términos:
— 335 — :;^:
ESTEBANEZ CALDERÓN
«La última inspiración de su Musa fue quizá esta me-
lancólica poesía escrita en un viaje que en 1865 hizo todavía
a Málaga, para visitar a su hija, que residía allí.> (Cánovas,
Ei Solitario y su Tiempo) :
OLMEDO
LA CIENCIA DEL MUNDO
A UN NIÑO
PLACIDO
(gabrip:l de la concepción valdés)
t 1844
fatalidad
DESPEDIDA A MI MADRE
(Desde la capilla).
me ha cabido
Si la suerte fatal que
Y el de mi sangrienta historia,
triste fin
Al salir de esta vida transitoria
Deja tu corazón de muerte herido,
Baste de llanto El ánimo afligido
¡ !
A MI HIJA
SANTA ELENA
(Al pie de un paisaje que representa la tumba y la sombra de
Napoleón).
COMO SOÑADA
Si a veces silencioso y pensativo
A tu lado me ves, querida mía,
Es porque hay en tus ojos la armonía
De un lenguaje tan dulce y expresivo.
Y eres tan mía entonces que me privo
Hasta de oír tu voz, porque creería
Que rompiendo el silencio, desunía
Mi ser del tuyo, cuando en tu alma vivo.
Y estás tan bella ! mi placer es tanto,
Es tan completo cuando así te miro ;
A LA ESPERANZA
A UN OCULISTA
RAFAEL POMBO
A Alejandro de Humboldt.
SÁNCHEZ (Q.)
CLEMENTE ALTHAUS
Nació en Lima en 1835. En 1862 publicó en París dos
tomos de poesías, de mérito desigual, y entre ellas algunas
que lo tienen sobresaliente, como revelación de afectos ínti-
mos y descripción de escenas domésticas. Tal es el romance
dirigido a su nodriza Magdalena. También tiene algunos
versos largos, notables por su concisión y energía. Murió
loco este malogrado ingenio:
A MI CÓNDOR ENJAULADO
Un tiempo allá en el suelo americano
Te aclamaba por rey la alada plebe,
Y de los Andes la más alta nieve
Atrás dejabas en tu vuelo ufano.
— 342 —
El espacio sin fin del aire vano
Era tu imperio. Mas en cárcel breve
. . .
DIDO A ENEAS
¡ Y partes, y me dejas, oh enemigo 1
Y por más que a tus plantas en un lago
De lágrimas ardientes me deshago
Ablandar tus entrañas no consigo.
Oh de tanta merced inicuo pago
¡ !
LA AVELLANEDA
En el tomo de poesías que publicó en 1841 se registran
nueve sonetos.
Al -patíiy^ Las
contradicciones (de Petrarca), las A es-
írellüs, Al monumentodel dos de mayo, Al sol en un día
de diciembre. Imitación de Safo, A Washiyigton, Deseo de
venganza^ Mi mal (el tedio). En la edición completa de
sus obras (1869) añadió los cinco \x\'í\\.\jí\^^Q)S'. Recuerdo tni'
fortuno, Al Duque de Frías, A don Joaquín M. Ló-pez^ Las
dos luces. Al Nombre de Jestis.
- 343 —
Emula de Quintana y de Gallego en sus silvas, por el
ímpetu y gallardía del sentimiento y por la propiedad y
fuerza de la expresión, la Avellaneda no supo igualmente
lucir su ingenio en los términos estrechos del soneto.
PESADO
En 1839 publicó Pesado la colección de sus poesías, de
que salió en 1849 (Méjico, i. Cumplido, editor) una segunda
edición corregida y considerablemente aumentada. Poste-
riormente vieron la luz en periódicos la poesía Mariay y
otras composiciones métricas suyas, sin que hasta hoy
hayan logrado ver una colección completa de todas ellas los
amantes de la buena y castiza poesía castellanoamericana.
— 344 —
La colección de 1849 contiene cuarenta y dos sonetos
distribuidos así:
Aunque el neg-o- |
ció he ig- |
norado.
{\) Juan Ruiz de Alarcón, página 110- Véanse los capítulo* siv,
XV y XVI, parte i, cíe este precioso libro, del cual tomamos los datos
«|ue hemos consignado «obre la Universidad Te Méjicr
— 356 —
artistas, que se ilustraron en Méjico; y hace larga lista de
obras, por aquellos tiempos publicadas, sobre asuntos di-
versos, y algunas de ellas en lengua mejicana, de la cual
había dos cátedras en la citada Universidad Real (l). Pero
en nada sobresalieron tanto los ingenios indianos como ea
el cultivo de las musas amenas, que tienen el privilegio de
hacer imperecederos los tributos de aquellos a quienes
desde la cuna miraron propicias. Nació y educóse en Mé-
jico Alarcón, quien por muchos conceptos disputa al gran
Calderón, a juicio de los inteligentes, el cetro de la poesía
dramática en España, en siglos en que el teatro español no
conoció rivales. Aunque manchego de nacimiento, crióse
también en aquella capital, y cantó su Grandeza, y vivió de
ella enamorado siempre, abad de Jamaica y más adelante
Obispo de Puerto Rico, Bernardo de Valbuena, poeta de
mal seguro gusto y mérito desigual en sus improvisadas
obras, pero de genio tan aventajado y tan raro entendi-
miento, que fue entre los españoles «quien nació con más
dones para la alta poesía épica, > en opinión de Quintana; y
cierto que la majestuosa grandeza de un Mundo Nuevo se
refleja en el estilo original, enérgico al par que brillante,
del bizarro estudiante de Méjico que osó embocar la trom-
pa épica para cantar
—el varón que pudo
A enemiga Francia echar por tierra
la
Cuando de Roncesvalles el desnudo
Cerro gimió al gran peso de la guerra!
II
Y luego:
IV
V
El abandono casi general del estudio del griego, ha
sido causa de que hayan venido a menos los estudios clási-
Y
huye a refugirse a la soledad, y al ver subir y dila-
tarse la ola siente angustias mortales y llega a creerse él
mismo víctima de la Duda; vícthna si\ no su partidario,
no su alumno, no su cantor.
El señor don Carlos Holguín, que como Redactor de
La Prensa de Bogotá, tomó a su cargo dar a conocer a
nuestro público la producción brillante del nuevo poeta,
contradijo desde entonces el dictamen de La Época. «Sólo
—
un espíritu creyente decía —y un corazón sensible puede
comprender, sentir y pintar, como el señor Núñez de Arce,
al dolor retirado en una solitaria celda, sublimado en la
plegaria, con la esperanza puesta en la cruz de Jesucristo,
buscando la salud en la voluntaria anulación del cuerpo.. .
Et voici V élévation.
Abril de 1880.
LA CONQUISTA (1)
II
Quintana, ibíd.
— 388 —
Deplorable es, y lástima profunda inspira, la situación
de una raza enervada que por único consuelo hace osten-
tación de los nombres de sus progenitores ilustres. ¿De
qué ha servido a los modernos italianos decir al mundo con
palabras y no con hechos, que descienden de los Césares
y Escipiones? Pero es doloroso también, síntoma de dege-
neración y de ruina, y rasgo de ingratitud mucho más cen-
surable que la necia vanidad, la soberbia y menosprecio con
que un pueblo cualquiera, aunque por otra parte esté ador-
nado de algunas virtudes, apenas se digna tornar a ver a
su cristiana y heroica ascendencia. El nacionalismo que se
convierte en una manía nobiliaria, es vicio ridículo; pero
el antipatriotismo es peor. A la España de ambos mundos
en el presente siglo ha aquejado esa dolencia: esa «confor-
midad ruin» con el desdén extranjero, «en sujetos descas-
tados que desprecian la tierra y la raza de que son, por
seguir la corriente y mostrarse excepciones de la regla.»
«El abatimiento, el desprecio de nosotros mismos añade —
el orador cuyas palabras estamos transcribiendo (1), ha —
cundido de un modo pasmoso; y aunque en los individuos
y en algunas materias es laudable virtud cristiana, que
predispone a resignarse y someterse a la voluntad de
Dios, en la colectividad es vicio que postra, incapacita y
anula cada vez más al pueblo que lo adquiere.»
¿Y por dónde empezó la tentación de despreciarnos en
comparación con el extranjero, si no fue por esas decla-
maciones contra los tres siglos, es decir, contra nuestra
propia historia? ¿Y de dónde nació esa peligrosa y fatal
desconfianza en nosotros mismos, sino del hábito contraído
de insultar la memoria de nuestros padres, o de ocultar
sus nombres, como avergonzados de nuestro origen? Na*
tura! y facilísimo es el tránsito de lo primero a lo segundo,
como es lógico e inevitable el paso de la falta cometida
al merecido castigo.
Muy lejos estamos de desconocer los méritos contraí-
dos a ñnes del pasado siglo o principios de éste por el di-
ligente rebuscador Muñoz, por el sabio y virtuoso histo-
riador Navarrete, y en conjunto por la Real Academia
de la Historia. Pero la verdad es que quienes más han
contribuido, no sólo por la forma literaria de sus traba-
jos, sino por la imparcial procedencia de sus sufragios, a
demostrar al mundo la importancia de los anales de la
conquista y colonización americanas, han sido algunos hijos
de este Nuevo Mundo, pero no latinos por su raza, ni por
su religión católicos. Convenía que así fuese, para que se
(1) Conquista del Perú. Nos servimos para estas citas de la edi-
ción española, Gaspar y Roig, 1854, página 52.
394 -•
(1) Conquista del Pe>ú, edición citada, página 129. En todo hay
que ver las miras de la Piovidencia. Las tribus demasiado endureci-
das y degradadas necesitaban de algunos argumentos materiales que
preparasen el camino; era preciso que viesen los salvajes que el
conquistador pacífico era de raza superior a la suya, como hermano
de los centautos; que el amor fuese protegido por el temor, sin el
cual hubieran perecido a los principios muchos misioneros que hi-
cieron grandes bienes.
395 —
de emancipacioQ como gfuerra internacional de indepen-
dencia, cual lo fue la que sostuvo España contra Francia
por el mismo tiempo, ha procedido de un punto de vista
erróneo, ocasionado a muchas y funestas equivocaciones.
La g-uerra de emancipación hispanoamericana fue una
guerra civil, en que provincias de una misma nación re-
clamaron los derechos de hijas que entraban en la ma-
yor edad, y recobrándolos por fuerza, porque la madre
no accedía por buenas a sus exigencias, cada una de ellas
estableció su casa por separado. Viendo las cosas en este
aspecto, que es el verdadero, debemos reconocer que las
relaciones que hemos anudado con la madre España no
son las de usual etiqueta, sino lazos de familia, y que no
es el menos íntimo de los vínculos que han de unir a los
pueblos que hablan castellano, el cultivo de unas mismas
tradiciones, el estudio de una historia que ee en común la
de todos ellos.
Podemos contemplar la historia colonial en el aspecto
social o en el aspecto político, y de uno 5^ otro modo halla-
remos en ella los antecedentes lógicos de nuestra historia
contemporánea. En el primer concepto la conquista y co-
lonización de estos países ofrece a nuestra consideración
el espectáculo de una raza vencida que en parte desaparece
y en parte se mezcla con una raza superior y victoriosa;
un pueblo que caduca, y otro que en su lugar se establece,
y del cual somos legítimas ramas; en una palabra, la fun-
dación y desenvolvimiento de la sociedad a que pertenece-
mos. Ya en 1827, terminada apenas la guerra de emanci-
pación, aun vivos y frescos los odios que ella engendró, el
ilustre autor de la Alocución a la Poesía, a quien nadie
tachará de sospechoso en materia de patriotismo, estam-
paba esta declaración digna de memoria:
«No tenemos la menor inclinación a vituperar la Con-
quista, Atroz o no attoz, a ella debemos el origen de nuestros
derechos y de nuestra existencia, y mediante ella vino a nues-
tro suelo aquella parte de la civilización europea que pudo
pasar por el tamiz de las preocupaciones y de la tiranía de
España» (1).
Los romanos tenían una frase expresiva y exacta que,
no sin misterio, ha desaparecido de los idiomas modernos
— mores-ponere— fundar costumbres, \o cual es muy diferen-
te de dictay leyes. Mo^esgue vhis etmcenia (2): costumbres y
IV
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