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Obras
Obras
Obras
En la confusión de los festejos, este extraño visitante seducirá a una chica en base a
historias maravillosas de relatos y tierras remotas.
La joven seducida por el delfín rosado, una vez que comienza a surcar su nuevo
mundo acuático, empieza a perder la memoria de quién fuera en el pasado y surcan
la piel de su cuerpo miles de brillantes escamas.
Es en ese momento en que la joven está casada y feliz con el bufeo, que solo un
chamán puede arrancarla del fondo del río Ucayali. ¿Cómo es posible?
El chamán puede levantar el río como un mosquitero para ver todo lo que ocurre en su
fondo. Puede ser –en un caso extremo- que el viejo brujo entre en la mente de la chica
embrujada y logre convencerla de que debe regresar con su familia.
Si accede, deberá pasar una semana junto al chamán para recuperar su forma
humana y deshacerse de su cuerpo flemoso y sus escamas, y otra más para volver
a hacerle saber quién fue antes de su rapto.
La creencia en el Delfín está tan arraigada, que en la selva peruana se dice que todos
los hijos expósitos son descendencia de los affaires del bufeo rosado.
Según cuenta la leyenda el sol era hace mucho tiempo un oso perezoso, que subía
muy lentamente hacia el cielo para calentar un poquito la tierra.
Más tarde aparecieron dos soles, fruto de la unión de la luna con una mujer. Los dos
soles (también caprichosos) se bañaban en los ríos como patos, que la gente trababa
de atrapar para subirlos al cielo y dar así calor. Pero estos animales eran tan
escurridizos que tuvieron que llamar al chamán, que aguantando la respiración entró
en el río y pudo sujetarlos por sus patas.
El brujo los guardó en un saco y preparó distintas coronas hechas con plumajes de
pájaros de vivos colores. Primero entrelazó una corona con plumas rojas de
guacamayo bandera, pero cuando el sol llegó al cielo, quemó la tierra y los tejados de
las aldeas. Más tarde hizo otra corona con plumas verdosas de periquito amarillo,
aunque igualmente erró y el resultado fue demasiado frío.
3.El Chullachaqui (TIERRA)
Parte de la tradición dice que el Chullachaqui es el guardián de la selva, el que cuida
los animales y las plantas de la amazonía de los cazadores que traen malas energías
a la zona. Su nombre proviene del quechua chulla: pie, y chaqui: pequeño o corto, es
decir, el de los pies desiguales.
Para otros es una especie de demonio o trasgo chiquito que toma la apariencia de un
amigo o familiar para hacerte perder en lo más tupido de la selva. La seña distintiva de
este ser es precisamente su talón volteado hacia delante, y podremos identificarlo
por la forma que deja su huella en la tierra.
*Se dice que en el distrito de Belén en Iquitos hay un señor que tiene un pie más
grande que otro, y es contratado para un desfile de carnaval en el que representa al
Chullacaqui. En algunas representaciones común ver a este ser mitológico con una
pierna humana y otra de macho cabrío.
4. El Páucar y la Víbora
Cuenta la leyenda que el Páucar era un niño que tenía la lengua demasiado
suelta y que gustaba de burlarse de las personas de la aldea imitando sus voces;
solía llevar siempre puestos un pantalón negro y camisa amarilla.
Cierto día, por inventar que una anciana que acababa de llegar al poblado era una
runa-mula que los viernes en la noche volaba sobre una escoba, ésta –que en verdad
era un hada disfrazada- lo transformó en un pájaro que aún mantuvo los
colores de la ropa que llevaba puesta.
Pero el hada tuvo una deferencia con el niño: una vez transformado en ave también
mantuvo su inteligencia y su habilidad para imitar el sonido de las gentes y de otros
animales. Además de eso, también fue otorgado con una fina habilidad para tejer con
pequeñas ramas unos cubículos donde todos anidan muy cerca los unos a los otros.
Cierto día en que el páucar estaba en lo más alto de un delgado árbol, pudo observar
cómo llegaba reptando una víbora que venía huyendo de un búho y un águila que la
habían expulsado de la zona del bosque donde solía cazar.
Hambrienta y con todo el peso de los cielos sobre su cuerpo, dejó llevarse hasta los
árboles buscando algo con que saciar su enorme apetito. Trepó y trepó hasta llegar a
la parte más alta de la punga, árbol de tallo blanco, y al llegar allí no pudo moverse
más. Se sentía segura allá arriba y decidió dormir desde que se pusiera el sol hasta
que se levantara el día siguiente.
Al abrir los ojos, la víbora vio un festín en los nidos de las hembras del páucar.
Brillantes huevos relucían con la caricia del sol, haciéndolos aún más apetecibles a la
mirada hambrienta de la víbora.
Tampoco pasó desapercibido para ella que bajo los nidos había un avispero donde las
avispas se revolvían al compás de los rayos del sol. “De todas formas este
suculento manjar valdrá correr el riesgo”, pensó la víbora.
Con cuidado y sin hacer ningún ruido, la víbora comenzó a subir y a subir hacia donde
estaban los nidos, pero el súbito grito del águila que la perseguía la otra noche
sonó como un estruendo y ésta cayó directamente sobre el avispero. Los cientos de
picotazos que recibió sobre todo su cuerpo hicieron que las esperanzas de la víbora se
desvanecieran y saliera huyendo en un ondulante y rápido movimiento.
Ni siquiera sospechó que quien realmente realizó ese sonido de águila fue el propio
páucar, que reía ahora tranquilo y orgulloso por su buena imitación. Sin duda no
verían a la víbora por esas tierras en mucho, mucho tiempo.
En la época de lluvias el bosque que circunscribe estas orillas está inundado, por lo que sus fronteras de caza y
pesca son más amplias.
Cierto día la bella Irini, hija querida del jefe de la tribu que dominaba los Pacaya, amiga íntima del páucar, se
adentró en canoa en las lagunas del bosque junto a su amigo para explorar la zona. La época de lluvias era
además su preferida para hacer este tipo de incursiones sin el permiso de su padre.
Pero el destino quiso que su barca se adentrara cada vez más en el afluente del río y se fuera alejando más y
más de su aldea; tan ensimismada estaba en los colores que iban adornando la tarde reflejándose en la
corriente de agua, que hubo un momento en que ya no supo regresar. Asustada preguntó al páucar si sabía el
camino de vuelta, pero éste había estado tan absorto en sus pensamientos como ella.
La noche llegó, e Irini junto a su amigo descubrieron una hermosa Punga junto a la orilla. Le pidió al árbol
sagrado que le dieran cobijo durante la noche, pues el suelo de la selva estaba plagada de peligros y
depredadores. Así fue que escalaron a sus ramas, aunque Irini seguía preocupada por saber cómo estaría su
padre al darse cuenta de que no había aparecido en su casa durante el día.
En uno de sus viajes para cazar decidió adentrarse en el bosque para alcanzar buenas presas, topándose con el
árbol sagrado donde la misma noche había pedido refugio Irini. Era de noche y el joven volvió a preguntar a la
Punga si podría colgar allí su hamaca.
No bien trató de dormir, escuchó el canto del páucar. “Qué extraño lugar para un páucar”, pensó, pero acto
seguido escuchó una voz de mujer que le decía: “¡Cuidado! Me puedes chancar”. Nanuqii no dio crédito a lo
que acababa de escuchar y miró hacia abajo. Irini y Nanuqii charlaron y charlaron, y de repente ambos notaron
como si se conocieran de toda la vida.
“Por qué no tomas mi lugar en la hamaca”, le propuso Nanuqii a Irini. Al día siguiente recorrieron juntos el
bosque, mientras el joven cazador le enseñaba a la chica los secretos que él conocía de los árboles, las
propiedades que ofrecían, y la mejor forma para cazar y pescar en la zona. Los días pasaron y ambos se dieron
cuenta de que el tiempo se había detenido sin que ni siquiera lo notaran.
Irini urgió de pronto a Nanuqii para volver a su tierra. Cuando llegaron a la aldea de los Pacaya, el cazador se
armó de valor y pidió al cacique a Irini en matrimonio.
Tras interrogar al joven y saber de qué tribu provenía, amenazante le dijo: “Nunca permitiría que el hijo de una
tribu enemiga se case con mi hija. No te mataremos en este momento por haberme devuelto a Irini sana y salva,
así que retírate y no se te ocurra volver nunca por estas tierras”.
Nanuqii e Irini se miraron con lágrimas en los ojos, sin entender nada de la rivalidad entre sus dos aldeas.
Cuando Nanuqii se retiró, la joven fue llorando hasta su cabaña, pero el páucar entristeciéndose de esto voló
hasta el cazador y le dijo: “¡Espera! No te vayas. Esta noche te ayudaré a robarte a Irini, pero prométeme
que jamás se les ocurrirá volver de nuevo, pues el cacique los matará a los dos”.
De esta forma Nanuquii e Irini huyeron lejos y formaron una bella familia, allá donde los dos Ríos que los
separaban se unían, como una dulce metáfora de la unión de sus dos corazones. La leyenda pasó de
generación a generación, y los habitantes de la reserva decidieron así poner fin a sus rivalidades y convivir como
uno solo en la tierra que los vio nacer.
6.La mágica curación del árbol del Chuchuhuasi
La mitología de la selva está íntimamente unida con el alma de los árboles y las plantas, que otorgarán sus
propiedades curativas a quien de verdad tenga el corazón puro y pida sus favores sin buscar otro beneficio que
no sea el de la sanación del cuerpo.
Cuenta la leyenda que entre los nativos Cocamas había desaparecido el hijo del curandero de la aldea. La
desaparición de un miembro de la tribu era algo bien extraño a no ser que fuera llamado por alguna divinidad de
la selva, y los habitantes de la zona se preguntaban qué podía haber pasado.
Los Cocamas se apiadaron del curandero, que triste no dejaba de buscar a su niño en cualquier rincón del
bosque. Buscaba y buscaba, pero no aparecía, hasta que sus ojos finalmente se secaron de tanto llorar.
Pasaron los días, y junto a la humilde cabaña del curandero comenzó a crecer un árbol. Y tanto creció con el
paso del tiempo que pronto superó a todos los que había a su alrededor. Estaba grande y orgulloso junto a la
cabaña, dándole su sombra y su protección a diario durante las calurosas jornadas que azotaban la selva.
El sol, que asomaba cada mañana por el este, bañaba su lado derecho al amanecer y cuando se ponía tras el
poniente, acariciaba dulcemente su lado izquierdo. Una noche el espíritu del árbol se apareció ante el
curandero en sueños y éste quedó petrificado. “¿Es la voz de mi hijo la que habla?”, pensó, “Es este árbol el
alma de mi hijo querido y perdido hace tanto tiempo atrás?”.
Escuchaba atentamente en sueños la voz de su hijo que le decía: “Padre, estoy aquí para ayudarte, nunca
desaparecí, siempre estuve aquí a tu lado”.
El curandero abrió los ojos en la noche con una gran emoción en su pecho. ¡Cómo no se dio cuenta antes! El
mensaje que estaba recibiendo eran las palabras de su hijo que le estaba dictando: “Padre, escucha. Toma de
mí el lado chuchu, el lado bañado por el sol saliente; y toma de mí el lado huasi, el que es acariciado por el sol
de poniente. Macéralos solo así… primero el uno y luego el otro, juntos serán tu tesoro. Con eso podrás curar a
muchos y darás alegría a muchos más”.
Su hijo le estaba diciendo que si seguía su secreto podría ofrecer el bien a los habitantes de su aldea y las
comunidades vecinas. Las semillas del Chuchuhuasi se extendieron por la selva, y el curandero sigue curando
junto a su hijo, para todos aquellos que crean en el poder del espíritu del árbol.