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Roberto P. Neuburger
Psychoanalysis

Pequeña (pre)historia de la Interconsulta


psicoanalítica (1a.Parte) – La
intersección psicoanálisis / medicina

Arriba: Fotografía de Sonia Neuburger

I. La “relación” psicoanálisis/medicina dista de ser sencilla. Aquél surge de ésta cuando un


saber fracasa, y arrastra fragmentos de discurso que en el nuevo contexto modifican su
significación por completo (síntoma, trauma…). Una y otra vez vuelva a plantearse la
revisión de tales orígenes, hecho que tal vez se halle en relación con dicha falla. En
particular, en la Interconsulta, que nos es cotidiana. Puede establecerse una analogía con el
axioma según el cual en un análisis se re-edita el descubrimiento del Inconsciente, con los
necesarios obstáculos y tropiezos con que hubo de toparse Freud: así, la interconsulta
volverá a poner en juego la historia particular de la diferenciación con el discurso del que ha
surgido. ¿No es una buena razón, tal vez, para intentar un recorrido escrito de estos
antecedentes, como trabajo preliminar, en vez de dejar que el silencio del olvido se realice
en acto?

Tuve la oportunidad de entrevistar, una vez, a una anciana vienesa que se había movido en
el entorno analítico de la pre-guerra, y hasta saludado a Freud y su hija Anna el día de su
forzada partida de Viena. Cuando la vi, hacía unos meses había finalizado su análisis (que
había comprendido, de uno y otro lado del océano, poco más de cuarenta años). Su
entrada en el procedimiento freudiano había sido indicada por su médico de cabecera: Felix
Deutsch, a quién ella se había quejado de esterilidad. Él – suponemos que diagnosticó una
“causalidad psíquica” del síntoma -, la refirió a un analista “de tercera generación”
(contemos: Freud, la primera; Abraham, Ferenczi, Eitington, Sachs, etc., segunda; sus
analizantes, tercera). Fue un acierto, como comprobarían los sucesivos embarazos de la
dama. Para rubricar la historia, añadió a su relato que dos de los hijos que tuvo siguieron –
ya en nuestro país – la carrera analítica, acaso parte de la deuda simbólica resultante.

II. Si bien las primeras contribuciones de Felix Deutsch datan de 1919, acaso haya sido el

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primero en plantear el lugar de articulación posible de la medicina y el psicoanálisis. Aún


cuando en sus escritos se pregunta acerca del misterioso salto de la mente al cuerpo 2,
anula sin embargo la intuición de la discontinuidad de ambos registros cuando afirma de
que se trata de un continuum. De este modo cae en el peligro de vaciar al inconsciente
“descriptivo” de lo inédito y sistemático de la metapsicología. Recordemos que ésta no era
premisa exigida por Freud a sus próximos, de quienes sólo requería el reconocimiento del
inconsciente, y no tanto la aprehensión de su lógica. La disfunción orgánica coincide así,
para Deutsch, con el desorden pulsional en uno de sus momentos de desarrollo (en esta
concepción, más cerca de lo instintivo), y los significantes en los que se advierte no son
sino sus efectos. Como vemos, es la concepción romántica pre- (y post-) freudiana. Pero la
clínica, eventualmente, podía decirle que no. Cuando entrevista a Dora veinticuatro años
después de la paradigmática cura con Freud, Deutsch se halla listo para investigar en ella –
quien le presenta, a la sazón, un sinnúmero de afecciones corporales – el “misterioso salto“.
Pero Dora, aún más advertida, es capaz de “saltar” hacia atrás a tiempo: tras enterarse de
que su médico ha sido alumno de su ex-analista (“mi familiaridad con los escritos de Freud
evidentemente creó una muy favorable situación transferencial”, apunta Felix con un
optimismo que pronto habrá de frustrarse), le ofrece, en un segundo encuentro,
padecimientos… ¡exclusivamente psíquicos! Conclusión de Deutsch: “una de las histéricas
más repulsivas que había conocido“.

III. En mayo de 1917 hace su entrada en la escena psicoanalítica, el inaudito Georg


Groddeck. El entusiasmo inicial que desencadenó en Freud recibía, por parte de Deutsch y
Ferenczi, un eco de escepticismo. El recién llegado no hacía más que presentar, con
ímpetu desenfrenado, una hipérbole de la propia manera de entender el inconsciente de
éstos. Veamos cómo suceden las cosas a través de la correspondencia. Se trata del detalle
de algunas trampas que acechan al discurso analítico, que bien vale la pena considerar. 3
Resistencia, transferencia, no indican necesariamente bajo la pluma de Groddeck una
suscripción al discurso analítico. Son como contraseñas que aduce, en su primer carta a
Freud, para presentar una concepción mística: un Inconsciente omnipotente, en el que tras
la abolición de la distinción cuerpo-alma se suprime toda otra diferencia. Por otra parte, la
expresión el habitualmente llamado sufrimiento corporal, no define con claridad si es la
mirada o la escucha la puerta de entrada. Lo curioso es que el analista se asimila a esta
Idea, obteniendo una potencia igual y contraria, capaz de crear o revertir sus indeseables
efectos. Al mismo tiempo, la posible imputación de taumaturgia le tiene absolutamente sin
cuidado… Si Freud insistía con su “dualismo pulsional”, era para sostener la diferencia en
una posición lógica, perforada por la incompletud. Por lo tanto, necesita advertir a su nuevo
e insólito discípulo acerca de la tentación de rebajar todas las bellas diferencias en la
Naturaleza en favor del atractivo de la Unidad. Sin embargo, para Groddeck la sexualidad
carece de oponente. La culpa y el complejo de castración sólo vienen a instalarse como
desvíos indeseables de una fuerza creadora originaria. Dejemos por el momento la
respuesta “institucional” de Freud, preocupado por la aparición potencial de nuevos
apóstatas. La apelación a la prudencia aristotélica ( en psicoanálisis, Freud le insiste a
Groddeck, no se trata de dotar de alma a la naturaleza, ni de des-espiritualizarla de modo
radical ) hace evidente que el borde corporal del significante – el missing link – no es fácil
de explorar. Es en vano. La nueva carta de Groddeck (junio de 1917) lo halla firme en su
monismo, en el que Todo es efecto del inconsciente. Así, la intención de “no tropezar con la
piedra de la ira o del repudio” será el ímpetu por el cual el Ello creará ora un callo plantar,

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ora un tofo gotoso. Freud no tiene más remedio que reconocer esta vez (29 de julio de
1917), que “su relación con respecto a la cuestión de la diferencia entre lo físico y lo
psíquico no es la nuestra”. Así, la comunicación en el malentendido gira en torno al
obstáculo del cuerpo real. La reseña del trabajo de Groddeck, que lleva a cabo Ferenczi,
puede considerarse sintomática: el misterio sigue sin develar. En efecto,dice allí: “No
tenemos derecho a rechazar de plano ninguna de las afirmaciones de Groddeck que de
entrada pudieran alarmarnos…Ningún género de consideraciones nos autoriza a desechar
de plano estos hechos, o ningún hecho, podríamos decir…no existe ninguna razón de
orden teórico para que consideremos imposibles tales procesos…” 4

IV. En una Introducción al campo de la Interconsulta situamos el examen del punto de cruce
discursivo que llevara a cabo con originalidad inaugural el heredero de Ferenczi, Michael
Balint. En 1960 aparece el relato de la experiencia: “El médico, su paciente y la
enfermedad“. 5 Tras el dispositivo que conserva el epónimo desde entonces (los “grupos
Balint”) , se perfila una cuidadosa puntualización de la demanda. Así, el enunciado proyecto
de una “farmacología de la droga-médico, su dosificación, sus riesgos y efectos
secundarios…” en su generalización (“caso trivial del tipo que es frecuente hallar en casi
todos los consultorios“), revela precisamente lo contrario: que la demanda vehiculiza la
singularidad de cada sujeto. Que el objeto de intercambio deje de ser el “fármaco” para
pasar a estar en la “persona” (=semblant) del médico, le hace cambiar su posición de
agente. Así, el procedimiento del grupo de médicos ha de ponerlos frente a la experiencia
de la subjetividad, en su positividad, y no como (des)-hecho de descarte diagnóstico
(“Actualmente el pensamiento médico teme sobre todo omitir alguna dolencia de carácter
físico mientras concentra la atención sobre las posibles causas psicológicas“). De caso en
caso, de médico en médico, las peripecias que el goce corporal adopta para perfilarse a
través de una pregunta, y las acciones que el médico lleva a cabo para conservar su
posición, son presentadas con detalle novelístico en que se omite toda jerga psi. Dar un
nombre, proporcionar un soporte simbólico, es reconocido como una de las funciones
propias que se espera de un Maestro (“búscase un nombre para la enfermedad, se desea
un diagnóstico… Sólo en segundo término el paciente reclama cierta terapia, es decir,
pregunta qué puede hacerse para aliviar sus sufrimientos… “). Éste no puede quedarse en
la superficie visible del cuerpo que sufre, y necesita un giro de posición en el discurso: en
los términos de Balint, un “diagnóstico más profundo y comprensivo” hacia la “evaluación de
los síntomas neuróticos“. Esto coloca al médico en una encrucijada en cuanto a la dirección
de una cura para la cual su entrenamiento flaquea. Para evitarla, cuenta con falsas salidas
como la “complicidad en el anonimato” , o la coartada de convocar a los “especialistas
llamados en consulta“. Balint también señala como obstáculo el punto donde puede
estancarse la transferencia de poder, y lo llama “perpetuidad de la relación maestro-
alumno“. El texto invita a detenerse in extenso en el trabajo del médico como
“psicoterapeuta“, y el grupo se halla cerca de la institución “supervisión“. Luego de
comentar la “oferta” de síntomas por parte del paciente (es decir, la demanda, desde
nuestra perspectiva) los términos económicos continúan: el diálogo del médico con el
paciente es denominado “compañia de crédito recíproco“, en la que hay que entender, claro
está, el capital de los significantes que invierte cada uno de los socios. Puede pensarse
que, si el analista forma parte de la producción del inconsciente del sujeto, el médico acaso
forma parte de la enfermedad que su paciente le “ofrece“, cuando la “acepta“, es decir,

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cuando la ordena a partir de su posición. Balint es sensible por un lado a la resistencia, a la


tendencia del médico de obturar con un impotente “ud. no tiene nada” la subjetividad de su
paciente; pero por otro, al propiciar una ampliación de la capacidad de escucha del médico
sabe que lo conduce a sitios arriesgados. Un médico, por ejemplo, comenta que siente que
llega a un “punto muerto“, cuando no hace sino tocar el fondo… de la transferencia. ¿Se
trata del deseo del médico 6 ? “La relación de este último y su paciente – dice el texto –
está formada por numerosos hilos, que son más sólidos en proporción a la fidelidad del
médico general a su propia vocación. De modo que el médico general puede correr ciertos
riesgos con su paciente…” En efecto, los médicos que nos presenta Balint, llamativamente
interesados en el psicoanálisis – sin perder por ello su práctica médica ni extraviar la
subjetividad de sus pacientes atosigándolos de psicofármacos (que por entonces las
multinacionales no promocionaban a escala hiperbólica como habrían de hacer en lo
sucesivo) – no dejan de provocar nostalgia de una época aún no sojuzgada por la
tecnocracia… Y por cierto, tal vez más que las interpretaciones en sí, es el deseo que los
anima el sustento de los avances terapéuticos que se exponen, similares a los de la primer
época freudiana en la que el descubrimiento y la eficacia de lo simbólico que el análisis
pone en juego se presentaban con un efecto de sorpresa casi irrepetible. Pero
luego,¿pueden volver a ser médicos sin que el cuerpo real del paciente aparezca como
intromisión, como exposición obscena? En la elucidación de Balint acerca de la “función
apostólica” del médico no solamente se indaga su “contratransferencia” en sentido estricto
(la suma de sus prejuicios, teorías, expectativas, con respecto a lo que debe hacer y ser su
paciente, obstaculizando el encuentro), sino que – tal vez gracias al préstamo de términos
al discurso de la religión – resuena en ella la dimensión sacra presente en los textos
hipocráticos. Mucho después Lacan (en su conferencia sobre psicoanálisis y medicina )
advirtió que la misma se encuentra en peligro de desaparición. Así, Balint plantea una
“tipología” de médicos en sus distintos modos de recibir y tramitar la demanda. 8 Y
asimismo sondea cómo suelen presentar los pacientes los significantes con que organizan
el mencionado goce de su cuerpo. Inesperadamente, intuye que se puede asignar al
médico cierto papel en la causa de la enfermedad que su paciente le ofrece, especialmente
cuando la demanda no es inmediatamente satisfecha o acallada (“el doctor es, hasta cierto
punto, la causa del sufrimiento“) ; puede haber algo más allá de lo que el médico
habitualmente asigna a su paciente, esto es, que dicha demanda siempre es de curación
(“algunos agradecen realmente al médico que…les permite enfermarse“). Por último, Balint
logra plantear el mito de un primer encuentro del médico con su paciente, en el que la
enfermedad no estaría aún “organizada“, y la posición del médico en ese momento se
supone determinante de la forma que ésta adopta. Primer momento de alienación, aunque
la salida no sea, como en un análisis, una separación de la que el objeto cae.

VI. Cruzando el canal de la Mancha, la experiencia se modifica. El grupo de pediatras que


presenta Ginette Raimbault, además de presentar una aceptación y un compromiso con el
psicoanálisis que sus colegas ingleses – aún los más interesados en éste – distan de tener,
se hallan involucrados en una atmósfera en la que concurren – por lo menos – los textos de
epistemología médica que comentaremos más adelante, el Mayo francés de 1968, el
pensamiento de Lacan… 8 En el libro de Balint, éste exponía y narraba, presentando los
casos brevemente, a modo de viñetas insertas en el texto. En la obra colectiva francesa,
cada pediatra expone su caso en un capítulo, y Raimbault añade pequeñas frases o
comentarios. Los médicos están dispuestos a entregar mucho de sí mismos, hasta asociar

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con problemáticas personales estimuladas por puntos de identificación con los pequeños
pacientes o sus padres. El contexto político se hace presente, a veces de manera
excluyente: una médica destina varias páginas a cuestionar las autoridades formativas y
sanitarias. El esfuerzo de desmontar cualquier pantalla que perturbe la escucha más allá
del síntoma llega hasta a poner en tela de juicio los mismos instrumentos médicos. La
potencial inconveniencia del vocabulario técnico, cuidadosamente evitada en la experiencia
inglesa, aquí no es un problema: los pediatras están perfectamente al tanto de los términos
que describen al “infans” en su relación al Otro como lugar del significante. Balint en
persona visitó el grupo en distintas oportunidades, proponiendo un programa simple y
complejo a la vez: identificar el síntoma del niño en su función en el discurso de los padres.
Por supuesto, la asistencia da un giro de 180 grados. Se ponen de manifiesto todas las
fisuras de la estructura familiar, y las insuficiencias de los progenitores saltan a la luz. Pero
también la de los pediatras, quienes se arriesgan con valentía a exponerlas. Los que
conocen el actual desarrollo de centros de atención de cuadros de violencia familiar, abuso
infantil, hallarán poco escandaloso que los pediatras relaten situaciones que poco tienen
que ver con idílicas “Madonne col bambino”, ya que pueden situar en ellas el deseo de
muerte (que además llegan a reconocer en carne propia). Y, ¿cuál es el lugar del análisis en
la formación de quien ha de remover obstáculos en el discurso – significantes elididos hasta
en generaciones anteriores – para levantar el síntoma del niño? ¿Cómo lograr la “pequeña
pero necesaria y significativa modificación” que se requiere de un médico que se disponga
a escuchar ? Por su parte, la “coordinadora” del grupo describe su labor en analogía con
una cura. El lugar del analista es claramente diferenciado del de un maestro, aún cuando
sea tomado por tal; a través de la transferencia, situará el deseo de los participantes. A
través de lo que éstos dicen, sin embargo, podemos presumir que más de uno ha
prolongado su enunciación en algún diván…Pero la perspectiva es distinta: todos aspiran a
perseverar en su deseo en tanto médicos, y a diferenciar la posición del analista de la del
pediatra, para sostener ésta: “¿Qué son los pediatras? ¿Qué deberían saber, o no saber,
para ser, sin antífrasis, no psicopolicías, no psicoanalistas, no ingenuos, pediatras?”

VII. Continuemos en París.En los ’70 – durante el auge del “estructuralismo”, se dan a
conocer tres obras de epistemología médica, que no dejarán de tener su impacto en la
producción vinculada al cruce psicoanálisis/medicina (además del mencionado trasfondo
del Seminario que Lacan dicta desde 1952 y la edición, en 1966, de los “Écrits”):

1. “Lo normal y lo patológico” de Georges Canguilhem. Se trata, en realidad, de una


reimpresión de su abultada tesis de medicina de 1943, con un epílogo agregado en el que
se incluye la teoría de la adaptación (Selye). Presenta una tentativa de diferenciación entre
normal y normativo – más allá de la estadística o de teorías que intentan fijar una
regularidad inalcanzable – que reserva la humana posibilidad de la transgresión. En
particular, en cuanto la “norma” cesa de ser considerada en un contexto biológico, el “Sein”
(ser) para convertirse en ideal-a-alcanzar, el “Sollen” (deber ser) del que habrá de depender
el médico: “nuestro mundo es siempre, al mismo tiempo, una imagen de valores“. Y el
objetivo de dominio es explícito: “la medicina…se arraiga en el esfuerzo…por dominar el
medio ambiente y organizarlo de acuerdo con sus valores de ser vivo” ;

2. “Nacimiento de la clínica” de Michel Foucault. Con su método “arqueológico” de distinguir


paralelos, analogías, isomorfismos, para establecer la historia de las categorías de

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pensamiento que subyacen a la producción “científica“, se concentra esta vez en la


disciplina médica, antes de dedicarse, en trabajos ulteriores, a examinar la “historia de la
locura en la época clásica” o saltar a la generalidad de “las palabras y las cosas” o de la
“arqueología del saber“. Indagando períodos previos al rastreo de los “agentes causales o
patógenos” – que constituirán la forma privilegiada de alienación de la subjetividad por parte
del discurso médico – , Foucault, restringiéndose a los textos galos de medicina de los
siglos XVII y XVIII (pese a su crítica consciente del “narcisismo monóglota” francés), repasa
las configuraciones que sustentan las clasificaciones (modelos “botánico” : regularidad y
constancia temporal de las “especies“, “químico“: combinatoria de elementos,
“experimental“: comprobación empírica, y “pedagógico” en su transmisión simultánea y sin
residuo). Vale la pena detenerse en la superficie discursiva de esta pesquisa de localización
espacial, pues lo que se le sustrae (neurosis, fiebres) no lo hace sino para ratificar su
vigencia, como la excepción que confirma una regla. Así, la única referencia a Freud, que lo
alinea con Jackson, aparece solamente para situar el estatuto filosófico del “topos” médico.
Como en otras disciplinas, cuando el contexto se modifica, puede advertirse características
o parámetros invisibles hasta entonces. Es así que puede metaforizarse la vida como noche
de ocultamiento, y presentar a la muerte trayendo las Luces que revelan la verdad en la
anatomía. La Mirada, enaltecida, plurisensorial, encuentra en su alianza con el lenguaje
técnico y con la frecuencia casuística, un medio para realizar un proyecto de supremacía
discursiva en el que se elimine todo resto o fisura. Un aparente interés por lo singular no
contradice la “vieja ley aristotélica” (el individuo no cuenta para el discurso científico), sino
que no es más que un antecedente al desarrollo incontenible que habrá de tener la
estadística en lo sucesivo, al colocar el cálculo de probabilidades como satisfactorio
sustituto de la certeza matemática;

3. “El orden médico” de Jean Clavreul, nombra las dos obras precedentes en su prólogo,
indicando así aquello en lo que le es deudor. Y, como señalamos antes, se convierte a su
vez en la fuente a la que habrán de referirse en lo sucesivo casi todos los trabajos sobre
Interconsulta que oponen medicina y psicoanálisis, desde entonces más sensibles a las
diferencias que los distinguen, que a un “integracionismo” declarado pero difícilmente
localizable. Propone así una advertencia a quien aventure una supuesta “contribución” del
psicoanálisis a la medicina, ya que tal “adición” (en la que la ética puede perderse) se
transforma de inmediato en opción política. Pues distingue – en oposición resuelta a todo
empirismo – que es el discurso, y no el “hecho” (¡ ni siquiera la tecnología !), el que
organiza el orden médico, al que los participantes quedan sometidos más allá de las
circunstancias individuales. No hay, pues, “relación médico-paciente“, sino, en su lugar,
confrontación institución médica-enfermedad: cuando Balint afirma que el médico se receta
a sí mismo, es necesario entender que lo hace en tanto representante (de la Medicina o de
la Ciencia), y que al mismo tiempo lleva a cabo la exclusión de lo que su discurso
encontraría irrelevante (como cualquier discurso, en especial cuanto más saturado se halle
de vocación de dominio). Como en las páginas introductoras Clavreul aclara que habrá de
mostrar al orden médico como el reverso del psicoanálisis (es decir, situar al discurso del
Amo y al del analista en su descarte recíproco), su exposición se sitúa en las antípodas del
proyecto de Balint, quien se proponía transmitir a los médicos la experiencia analítica de
modo que la escucha no quedase por fuera de la racionalidad. Descarta, por ejemplo, el
examen o la posibilidad de la identificación del médico a su paciente, arrojándola al saco de
desperdicios imaginarios: sólo retiene como significante la identificación de éste a los

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emblemas, a la prestancia de aquél. En su extenso texto no le concede al médico la


posibilidad de viraje de discurso más que por el somero espacio de unas pocas líneas;
fuera de ellas, no cesa de insistir en situarlo como mero soporte o agente de una férrea
estructura jurídico-tecnocrática.

VIII. Por lo tanto, si se considera al médico tan sólo como sujeto y prisionero del orden que
lo determina, se lo convierte de modo paradójico en un déspota: es la impresionante efigie
de Knock, el singular personaje de la obra teatral de Jules Romains, que sin duda ha
arrojado su influyente sombra sobre toda la indagación de Clavreul. Y habrá quedado claro
hasta ahora que un “integracionismo” con el pretendido “factor psicológico” , borrando y
confundiendo fronteras, no hace más que acercarse a dicha imagen. Pero acaso pueda
existir, para el médico, otra posición – ¿ podríamos llamarla “ecuménica” ? – que le permita
no desconocer las diferencias entre los discursos, a la vez que mantiene la posibilidad de
juego de uno a otro ? 9 ¿ No se trata, tal vez, del médico que vemos todos los días, que
conoce y sabe de sus pacientes mucho más de lo que creemos, y quien precisamente por
ese motivo nos demanda una interconsulta ?

En una segunda parte se propondrá un recorrido de los testimonios llevados a cabo de este
lado del océano…

Publicado en “Psicoanálisis y el Hospital” No. 14

2 Felix Deutsch, On the mysterious leap from the mind to the body. A workshop study on the
theory of conversion. International Universities Press, New York, 1953 ; F. Deutsch,
Apéndice al “Fragmento de un análisis de histeria”, Rev. Arg. de PsA, XXVII, 1970, p.
595-604, Buenos Aires. Ver también: Paul Verhaeghe, ¿Does the Woman exist? , Rebus
Press, Londres, 1997.

3 S. Freud-G. Groddeck: Briefe über das Es (Cartas sobre el Ello). Kindler, Munich, 1974
(ed. cast. , Anagrama, Barcelona, 1977)

4 S.Ferenczi, Problemas y métodos del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1966. Por su
parte, Freud, cuando el análisis se topa con sus límites (una dama con esclerosis múltiple),
no vacila en derivarla a Groddeck (quien, por supuesto, la acepta) a fin de poner a prueba
su fenomenal influjo…

5 Michael Balint, The doctor, his patient and the illness, I. U. P. , New York, 1957 (ed. cast. :
El médico, el paciente y su enfermedad , Libros Básicos, Buenos Aires). En lo que sigue, el
lector hallará ventajoso recorrer previamente el texto original. Por ejemplo, no se reitera el
relato de los casos.

6 Comentando la idea de Lemoine, Lacan propone cautela en extrapolar una noción que ha
acuñado para referirse específicamente al analista. Cf. Intervención de J. Lacan, en Lettres
de l’École Freudienne de Paris, No. 9, 1972, p. 69 y 74-78

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7 Otro intento puede hallarse en L. Israël, La decisión médica, Emecé, Buenos Aires, 1983,
p. 110 – 125.

8 G. Raimbault, Médecins d’enfants: onze pédiatres, une psychanaliste, Seuil, 1973; la


edición castellana – con el título espurio, “Pediatría y Psicoanálisis“-, de Amorrortu Eds., es
de 1977; G. Canguilhem, Le normal et le pathologique, Presses Universitaires de France,
1966 (ed. cast. : Siglo XXI Argentina Eds. , Buenos Aires, 1971) ; M. Foucault, Naissance
de la Clinique, P. U. F. ,1963 (ed. cast. , S.XXI, Mexico, 1966; J. Clavreul, L’ ordre médical,
Seuil, Paris, 1978 (ed. cast. , Argot, Madrid, 1983) (estos textos son comentados más
abajo) Foucault continuó desarrollando luego la cuestión de la “medicalización” , y de la
“incorporación del hospital a la tecnología moderna” ; véase La vida de los hombres
infames, Altamira, La Plata, 1996; un comentario puede hallarse en S.Gamsie, La
interconsulta: una práctica del malestar, Seminarios, http://www.psiconet.com . Raimbault
también produjo otro volumen, Clinique du réel (Seuil, 1982) (también con un título dudoso
en español: El psicoanálisis y las fronteras de la medicina, Ariel, Barcelona, 1985), con un
capítulo en el que analiza la institución médica, y cinco de presentaciones clínicas.

9 Es el caso de Pierre Benoit (Crónicas médicas de un psicoanalista, Nueva Visión, Buenos


Aires, 1990), un Felix Deutsch contemporáneo – aunque con mejores herramientas
conceptuales que su predecesor -, que continúa ejerciendo ambas prácticas
independientes, medicina y psicoanálisis.

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