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La Doctrina de La Biblia
La Doctrina de La Biblia
La Doctrina de La Biblia
Introducción
i. La doctrina de revelación.
ii. La doctrina de inspiración.
iii. La doble naturaleza de la Biblia.
iv. El canon de las Escrituras.
v. La transmisión del texto.
vi. La autoridad de las Escrituras.
vii. La interpretación de las Escrituras.
1. LA DOCTRINA DE REVELACIÓN
Para que el ser humano conozca a Dios, necesita una revelación de Su parte. Dios se revela en
TRES maneras:
a. Revelación General – esta es la revelación que Dios hace, en forma general, a toda la raza
humana. Dios se revela:
PROBLEMA: El problema con esta revelación es que tiene ciertos límites. Comprueba
Su existencia, y algunos aspectos de Su carácter, pero no revela todo lo
que necesitamos saber acerca de Dios.
c. Revelación Individual – esta es la revelación que Dios concede al ser humano, para que
venga a conocerlo personalmente. Es mediada por el Espíritu Santo.
Los ateos y agnósticos rechazan el concepto de ‘revelación especial’; pero es una parte fundamental
de la doctrina evangélica.
Es una revelación en la cual Dios se manifiesta, y nos enseña como es. Lo hace en diversas formas;
pero la fundamental es por medio de proposiciones (Juan 3:16; Rom 3:23; etc).
- Ángeles
- una voz audible
- sueños
- visiones
- eventos históricos
- la persona de Cristo
En esta revelación intervienen los profetas (A.T.), Cristo (evangelios) y los apóstoles (N.T.).
2. LA DOCTRINA DE INSPIRACIÓN
Para que le revelación especial sirva a la raza humana, ella tenía que ser grabada en una forma en
que podía ser accesible a todo ser humano. Dios lo hizo a través de la Biblia. La Biblia consiste de
una serie de libros, en las cuales los autores plasman la revelación de Dios. Para garantizar la
confiabilidad de los libros sagrados, Dios inspiró Su redacción (2 Tim 3:16).
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NOTA: Hoy en día hay un número creciente de ‘evangélicos’ que niegan la plena inspiración de
las escrituras. Ellos alegan que las Escrituras contienen una serie de errores humanos.
Esto es sumamente peligros, porque socava la confiabilidad de las Escrituras, y por
su autoridad como revelación divina.
Por ende, constantemente vemos que los autores de los libros bíblicos afirman que los textos
sagrados son ‘palabra de Dios’. Nada menos que Dios mismo habla en ellos (p.e. 2 Cor 6:16-18;
Heb 1:5-13; 3:7; 5:5; etc).
La Biblia también provee evidencia de la humanidad de los textos sagrados. Por ejemplo, en varios
lugares, autores de la Biblia hablan del autor humano de los textos sagrados (p.e. Hch 2:16, 25, 34;
Rom 4:6-8; 10:20-21). Otra evidencia de la humanidad de las Escrituras son los diversos estilos
literarios, y características individuales de cada autor (p.e. el evangelio de Mateo, en comparación
con el evangelio de Lucas).
Conclusión: las Escrituras son palabras de Dios, escritas por medio de los hombres (Hch 4:24-
25; 28:25).
Una cosa es saber que Dios se ha revelado, y ha obrado para que esta revelación sea redactada en
forma permanente. Pero la pregunta que esto conlleva es, ¿dónde se encuentra el fruto de esta
revelación e inspiración? Dicha pregunta nos lleva al tema del canon de la Biblia.
La palabra ‘canon’ viene de un término en griego, que significa ‘regla’. Se usó originalmente de la
‘regla’ que se aplicaba para decidir si un libro debiera ser considerado sagrado o no. Al pasar los
años, llegó a ser usado de la lista oficial de libros considerados ‘sagrados’.
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Los judíos agruparon los libros sagrados en tres categorías – según fueron aceptados como
inspirados por Dios, y por ende, infalibles:
Para el tiempo de Cristo, esta triple división ya estaba establecida. En realidad, los 39 libros que
ahora conforman nuestro A.T. ya eran reconocidos por los judíos como los libros sagrados, desde
mediados del siglo 3 a.C., cuando estos libros se tradujeron al idioma griego (la Septuaginta, LXX).
La Iglesia simplemente reconoció el canon establecido por Israel, como el pueblo de Dios.
Los 27 libros que ahora conforman el Nuevo Testamento fueron escritos independientemente,
durante la segunda mitad del primer siglo. Por lo general fueron escritos dirigidos a un grupo
particular de creyentes. Sin embargo, para fines del primer siglo muchos de estos libros ya gozaban
de una buena circulación, y eran considerados libros sagrados, al igual que los libros del A.T. (ver 2
Pedro 3:15-16).
Durante los siglos 2 y 3, los dirigentes1 de la Iglesia procuraron establecer la lista oficial de libros
considerados sagrados por la Iglesia. Hubo cierta duda acerca de algunos libros que ahora están en
el canon (p.e. Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 de Juan); también habían algunos libros
adicionales, considerados de gran valor espiritual (p.e. la Didaje, el Pastor, etc). Sin embargo, para
fines del siglo 4, la lista oficial de los 27 libros fue ratificada por el tercer concilio ecuménico en
Cártago (397 d.C.).
El Concilio de Trento, en la Edad Media, ratificó los 39 libros del A.T. y los 27 libros de N.T. Pero
también reconocieron, como inspirados por Dios, los llamados “Libros Apocrifos” o “Libros
Deuterocanónicos”.
Estos fueron libros escritos en griego, y narraban eventos relacionados con la historia de Israel
desde Malaquías hasta el primer siglo. Dichos libros gozaban una amplia circulación en Egipto,
donde había una gran colonia judía, muy influenciada por la cultura griega. Sin embargo, los
rabinos judíos sabían que estos libros no eran inspirados por Dios, y nunca fueron parte del canon
de los judíos.
Dado a que la Iglesia primitiva usaba la Septuaginta como su texto principal del A.T., muchos
creyentes gentiles comenzaron a leer los libros apócrifos también, sin darse cuenta que los judíos no
los reconocían como libros sagrados. De esta manera, algunos de estos libros llegaron a gozar de
bastante aprecio por los cristianos, y eran leídos ampliamente por ellos.
Al pasar los años, y particularmente cuando se estableció el canon de la Biblia, la gran mayoría de
creyentes reconocieron que los libros apócrifos no eran inspirados por Dios. Sin embargo, para esa
1
Particularmente Origenes, Eusebio, Atanasio.
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fecha, Jerónimo ya los había incluido en su traducción de la Biblia al latín – la famosa versión, la
Vulgata. Por ende, en la Iglesia occidental (que hablaban mayormente el latín), los libros apócrifos
llegaron a ser aceptados por muchos creyentes. Esta tendencia aumentó, cuando la Iglesia Católica
usó estos textos para sustentar ciertas doctrinas erróneas, como el purgatorio (2 Macab 12:41ss), y
la salvación por obras de mérito (Tobit 12:9; 14:10s).
Los Reformadores, en el siglo 16, rechazaron la canonicidad de los libros apócrifos, y esta ha sido
la postura oficial de los evangélicos por unos 400 años. Sin embargo, uno nota con cierta
preocupación la tendencia de las Sociedades Bíblicas de imprimir ediciones de la Biblia que
incluyen los libros apócrifos – dando la impresión que son libros tan inspirados por Dios, como los
del A.T. y N.T.
Una cosa es que Dios haya inspirado los libros sagrados; otra cosa es que estos libros hayan gozado
una transmisión fiel, a lo largo de los años. Muchas personas niegan la confiabilidad del texto
bíblico, tal como lo tenemos ahora, alegando que a través de los años dichos textos han sido
alterados, o han sufrido modificaciones involuntarias (errores de copia).
La Biblia afirma que Dios inspiró los textos originales (llamados ‘autógrafos’); por ende, ellos son
considerados inerrantes. Pero, ¿qué podemos decir de las copias que tenemos en la actualidad?
¿Realmente han sufrido cambios sustancias? ¿Qué grado de confiabilidad tenemos de que los
textos actuales reflejan fielmente lo que Dios inspiró a los autores de la Biblia a escribir?
Los libros del A.T. fueron escritos en hebreo. Originalmente, los textos solo usaban las
consonantes, y las palabras fueron escritas sin guardar espacios entre ellas. Hasta la mitad del siglo
20, los manuscritos más antiguos del A.T. databan de los años 800 a 900 d.C. Es decir, había un
espacio de tiempo de unos 1500 años entre la fecha de la escritura, y la fecha de la copia existente.
Los estudiosos afirmaban que copias reproducidas a mano, a lo largo de tantos años, no podían ser
confiables.
Sin embargo, un hallazgo en 1948 restauró la confianza en la confiabilidad de los manuscritos del
A.T. Una serie de manuscritos muy antiguos fueron descubiertos en Palestina; estos databan del
primer siglo (y antes). Una comparación entre esos manuscritos del A.T. con los manuscritos de los
años 800 y 900 d.C., mostraron que eran casi idénticos. Es decir, durante unos 1000 años de copiar
a mano los textos del A.T., estos casi no habían sufrido cambio alguno. ¿Cómo explicar esto? En
parte, por el tremendo cuidado con que los escribas judíos copiaban los textos del A.T. Pero
también se debe a la providencia divina, preservando para nosotros textos del A.T. con un increíble
grado de confiabilidad.
Además de los manuscritos antiguos en hebreo, tenemos una serie de textos del A.T. que nos
ayudan a confirmar la confiabilidad del contenido de los libros sagrados. Estos incluyen versiones
del A.T. en arameo y en griego, como también el ‘Canon Samaritano’.
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En el caso del N.T., la separación de tiempo entre los autógrafos y los textos más antiguos
existentes es mucho más pequeña. Tenemos manuscritos de textos del N.T. que datan a penas 100
años después de haber sido escritos. Es más, existen una gran cantidad de manuscritos antiguos,
que nos permiten comparar y verificar el texto original. Por ende, hay aun mayor confiabilidad de
en texto del N.T. que del A.T.
c. Variantes Textuales
A pesar de la gran confiabilidad del texto sagrado, debemos reconocer que hay ciertas variantes
textuales que debemos analizar con cuidado.
EJEMPLOS: 1 Juan 5:7; Juan 7:53 – 8:1; Juan 1:18; 1 Tim 3:16.
Pero la conclusión a la cual llegamos es que estas variantes textuales no afectan las doctrinas
fundamentales de la fe. En 99.9% de los casos, las variantes textuales son insignificantes.
Dado a que los libros de la Biblia fueron inspirados por Dios, no solo son inerrantes, sino que tiene
suma autoridad para todo creyente – en asuntos de fe y práctica.
EJEMPLOS:
Hoy en día, hay una tendencia a negar la inspiración de la Biblia. Esta negación conlleva una
reducción en la autoridad de las Escrituras. Las consecuencias son muy serias:
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Tengamos sumo cuidado de ministerios que tienden a apartarnos de la centralidad de la Palabra de
Dios, desviándonos por otros caminos, y haciendo que otra cosa ocupe el primer lugar
(experiencias, milagros, sanidades, etc).
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