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Pedagogía Del Mirar
Pedagogía Del Mirar
Pedagogía Del Mirar
Texto del filósofo surcoreano Byung Chul Han, sobre la importancia de la observación en la
vida. Traductor: Arantzazu Saratxaga Arregi . El texto pertenece al libro de Byung Chul Han llamado
"La sociedad del cansancio" del año 2010.
La vita contemplativa presupone una particular pedagogía del mirar. En El ocaso de los Dioses,
Nietzsche formula tres tareas por las que se requieren educadores: hay que aprender a mirar, a
pensar y a hablar y escribir. El objetivo de este aprender es, según Nietzsche, la «cultura
superior». Aprender a mirar significa «acostumbrar el ojo a mirar con calma y con paciencia, a
dejar que las cosas se acerquen al ojo», es decir, educar el ojo para una profunda y
contemplativa atención, para una mirada larga y pausada. Este aprender a mirar constituye la
«primera enseñanza preliminar para la espiritualidad». Según Nietzsche, uno tiene que aprender
a «no responder inmediatamente a un impulso, sino a controlar los instintos que inhiben y ponen
término a las cosas». La vileza y la infamia consisten en la «incapacidad de oponer resistencia a
un impulso», de oponerle un No. Reaccionar inmediatamente y a cada impulso es, al parecer de
Nietzsche, en sí ya una enfermedad, un declive, un síntoma del agotamiento. Aquí, Nietzsche no
formula otra cosa que la necesidad de la revitalización de la vita contemplativa. Esta no consiste
en un Abrir-Se pasivo, que diga Sí a todo lo que viene y a todo lo que sucede. Antes bien, opone
resistencia a los impulsos atosigantes que se imponen. En lugar de exponer la mirada a merced
de los impulsos externos, la guía con soberanía. En cuanto acción que dice No y es soberana, la
vida contemplativa es más activa que cualquier hiperactividad, pues esta última representa
precisamente un síntoma del agotamiento espiritual. La dialéctica del ser activo, que a Arendt se
le escapa, consiste en que la hiperactiva agudización de la actividad transforma esta última en
una hiperpasividad, estado en el cual uno sigue sin oponer resistencia a cualquier impulso e
instinto. En lugar de llevar a la libertad, origina nuevas obligaciones. Es una ilusión pensar que
cuanto más activo uno se vuelva, más libre se es.
Sin esos «instintos que ponen término», la acción se dispersa convirtiéndose en un agitado e
hiperactivo reaccionar y abreaccionar. La pura actividad solo prolonga lo ya existente. Una
verdadera vuelta hacia lo otro requiere la negatividad de la interrupción. Tan solo a través de la
negatividad propia del detenerse, el sujeto de acción es capaz de atravesar el espacio entero de
la contingencia, el cual se sustrae de una mera actividad. Ciertamente, la vacilación no es una
acción positiva, pero vacilar es indispensable para que la acción no decaiga al nivel del trabajo.
Hoy en día vivimos en un mundo muy pobre en interrupciones, en entres y entre-tiempos. La
aceleración suprime cualquier entre-tiempo. En el aforismo «El principal defecto de los
hombres activos» escribe Nietzsche:
“A los activos les falta habitualmente una actividad superior […] en este respecto son
holgazanes. […] Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la
mecánica.”
Hay diferentes tipos de actividad. La actividad que sigue la estupidez de la mecánica es pobre
en interrupciones. La máquina no es capaz de detenerse. A pesar de su enorme capacidad de
cálculo, el ordenador es estúpido en cuanto le falta la capacidad de vacilación.
Hay dos formas de potencia. La positiva es la potencia de hacer algo. La negativa es, sin
embargo, la potencia del no hacer, en términos de Nietzsche, de decir No. Se diferencia, no
obstante, de la mera impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La impotencia consiste
únicamente en ser lo contrario de la potencia positiva, que, a su vez, es positiva en la medida en
que está vinculada a algo, pues hay algo que no logra hacer. La potencia negativa excede la
positividad, que se halla sujeta a algo. Es una potencia del no hacer. Si se poseyera tan solo la
potencia positiva de percibir algo, sin la potencia negativa de no percibir, la percepción estaría
indefensa, expuesta a todos los impulsos e instintos atosigantes. Entonces, ninguna
«espiritualidad» sería posible. Si solo se poseyera la potencia de hacer algo, pero ninguna
potencia de no hacer, entonces se caería en una hiperactividad mortal. Si solamente se tuviera la
potencia de pensar algo, el pensamiento se dispersaría en la hilera infinita de objetos. La
reflexión sería imposible, porque la potencia positiva, el exceso de positividad, permite tan solo
el «seguir pensando». La negatividad del «no-…» (nicht-zu)] es, asimismo, un rasgo
característico de la contemplación. En la meditación zen, por ejemplo, se intenta alcanzar la
pura negatividad del «no-…», es decir, el vacío, liberándose del Algo atosigante que se impone.