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La Celestina

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ESCENA I:

NARRADOR: Pretendiendo entrenar a su perro, Calisto, un joven apuesto y de clase, se descuidó tan
solo por un segundo cuando el perro salió corriendo tras un ave.
Pero de inmediato corrió tras su mascota que no se detuvo sino hasta llegar a un jardín de una enorme
casa, donde irrumpió con mucho cuidado para que nadie lo viese.
Allí, contemplando las rosas, se encontraba una joven cuya inigualable belleza impactó a Calisto,
haciéndole olvidar incluso el porqué, de su inesperada visita. (Plano de la cara de Calisto, quién
queda hechizado por la belleza de Melibea)
CALISTO: Alabado sea Dios
MELIBEA: (dejando aparte el libro) ¿Por qué dices eso, noble caballero?
CALISTO: Porque al ver vuestra hermosura, el Señor me llena con su calor y su espíritu, que
lucha por escapar de mi cuerpo.
Pero si me otorgáis el don de saber vuestro nombre, creo que podré apaciguarlo.
MELIBEA: Melibea es mi nombre, y tal vez no sea éste el único don que os entregue, caballero (sonríe)
CALISTO: (alborotado)¡La madre que me…! quiero decir… ¡Oh, dichosas mis orejas que han
escuchado tan gran palabra! No soy digno de ese gran don, pero lo aceptaré de buen grado (se
acerca a ella)
MELIBEA: (furiosa, lo aparta) ¡Aléjate de mí, lascivo!
No puedo tolerar que tus sucios pensamientos echen a perder mi virtud.
¡Lárgate de aquí ahora mismo, o llamaré a mis sirvientes, y esparcirán por el suelo la sangre que tan
mal repartida tienes!
CALISTO: (alejándose) ¡Oh, fortuna, por que sois tan cruel con tu sirviente!
¡Ahora me iré, pero dejando en este sagrado lugar mi alma y mi voluntad!
MELIBEA: ¡Largo!
ESCENA II
NARRADOR: En la habitación de Calisto. Calisto, en la cama, se lamenta por el mal de
amores que sufre. (Sempronio, junto a él, sentado en una silla)
CALISTO: (mirando al techo) Deja que te hable de ella, Sempronio.
Sus cabellos son como el oro, fino y delicado, cómo tejido por ángeles (Plano: Sempronio
gesticula, burlón, ante el discurso de su amo) Sus ojos son como dos esmeraldas, verdes y
rasgados.
SEMPRONIO: Complicado es el mal que padecéis, pero no creáis que sois el único.
Más de uno ya ha caído en la trampa de esas engañosas criaturas a las que llaman mujeres
CALISTO: (enfadado)¿Mujer? ¿De qué hablas, Sempronio? Melibea no es una mujer.
Es una diosa, ¿me oyes? ¡Diosa!
SEMPRONIO (aparte): De nada sirve hacerlo razonar. Mi amo está loco
CALISTO: ¿Que hablas, traidor?
SEMPRONIO: Digo que no hay mejor remedio contra el mal de amores que un buen romance.
CALISTO: Tus intentos son en vano; mi mal no tiene remedio. Pero toca de todos
modos.
CALISTO: Bello romance es, sin duda, pero no consigue aplacar la pena que me corroe.
SEMPRONIO: Creo que tengo la solución a tu problema, mi señor.
CALISTO: (incorporándose) ¡Pues dila! Decime si no quieres verme muerto
SEMPRONIO: hace tiempo que conozco a una vieja bruja que se llama Celestina.
Es hechicera, astuta y experta en toda clase de maldades.
CALISTO: ¿Podría hablar con ella?
SEMPRONIO: Si eso es lo que deseáis, iré a buscarla. Mientras tanto, arreglaos para recibirla.
(sale Sempronio de la sala)
NARRADOR: Calisto, de pie en su habitación, llama a Pármeno para que le ayude a vestirse.
CALISTO: Pármeno, holgazán, ven aquí y ayúdame a vestirme.
(Entra Pármeno)
PÁRMENO: ¿Esperáis visita, mi señor?
CALISTO: No te hagas el loco, ruin, pues de sobras sé que escuchabas tras la puerta lo que yo
hablaba con Sempronio.
PÁRMENO: Me ofendéis con vuestra acusación, mi señor. Sucia estaba la puerta, y tan solo cumplía con
mi obligación de limpiarla. De todos modos, creo que debería advertiros sobre esa Celestina, pues yo
estuve varios años a su servicio, y sé bien cuáles son sus artes.
(Mientras Pármeno habla, aparece un plano de celestina zurciendo un virgo. Llega Sempronio,
habla con ella, y después se van juntos, dejando a la joven a medio coser)
PÁRMENO: No son pocos sus oficios. Era costurera, hacía perfumes, era maestra de fabricar aceites y de
reparar virgos, alcahueta y a ratos hechicera. Aunque el primero era la tapadera de los otros, ya que las
doncellas acudían a su casa, según decía, para aprender a bordar, y allí las encomendaba a frailes,
estudiantes, despenseros, y todo el que lo requería. No deberíais fiaros de esa vieja.
CALISTO: (enfadado) No hables así de quien me traerá la salvación. (suenan golpes en la puerta)
CALISTO: Debe de ser Sempronio, acompañado de la noble señora. Pármeno, no sirves ni para abrir
puertas, ¡corre a recibirlos!
(Plano: En la entrada de casa de Calisto. Entra Sempronio acompañado de Celestina, y Calisto
se arrodilla ante ella, y le besa la mano con devoción)
CALISTO: Oh, noble señora, mi humilde casa no es digna de recibir a vuestra majestad. Si por
agradaros fuera, con mis propias manos derribaría este corral (Plano: Celestina se hurga el oído)
para construir un palacio digno de quien me va a traer tantas alegrías y gozos.
CELESTINA: Mi señor Calisto. Como veo que vuestro mal es grande, y os priva de vuestra razón,
cumpliré veloz con mi cometido para llevaros junto a vuestra amada Marina
SEMPRONIO: (Al oído de Celestina): Melibea.
CELESTINA: Eso, Melibea. Ya no sufráis más, pues os tengo en gran estima, y resolveré éste
asunto.
Pero temo no poder hacerlo, si no cuento con suficientes medios, pues soy vieja y pobre, y me veo en la
más absoluta miseria. ¡Oh, que pobre soy!¡Que miserable!
CALISTO: (levantándose) Oh, mi señora, no creáis que os ofrezco solo halagos, en lugar de un regalo.
Buscaré un presente digno de vuestra noble cuna, y vuestra virtud.
(Calisto se va un momento. Celestina se esconde objetos entre las faldas. Calisto regresa)
CALISTO: Aquí tenéis, cien monedas de oro en pago por vuestro servicio. Ahora id, madre, con
Melibea, pues mi esperanza y mi felicidad dependen de ello.
(Celestina mira sonriente la bolsa de dinero ante sus ojos)
ESCENA III
(Plano: puerta de casa de Calisto. Celestina y Sempronio salen, y hablan en voz baja )
SEMPRONIO: ¿Qué te ha dado?
CELESTINA: Cien monedas
SEMPRONIO: Y más que nos dará si sabemos tratarlo. Pero temo que el torpe de Pármeno eche a
rodar todo nuestro plan.
CELESTINA: Tranquilo, tú déjamelo a mí, que yo haré de él uno de los nuestros. Hace tiempo que va
tras Areúsa, la prima de tu Elicia.
Si se la consigo, vendrá manso a comer de mi mano.
SEMPRONIO: Espero que así sea, pues temo que no podamos sacarle a mi amo todo el provecho que
deseamos con él en nuestra contra.
CELESTINA: Déjale esto a la vieja Celestina, que los mozos, por muy leales que sean, no dejan de ser
mozos. Y ahora vamos para mi casa, que Elicia preguntaba por ti.
SEMPRONIO: No me lo digas dos veces. Ardo en deseos de verla.
ESCENA IV
NARRADOR: Al día siguiente la vieja Celestina fue a casa de Melibea.
CELESTINA: (toca la puerta y entra)
CELESTINA: (mirando a Melibea)¡Ay, hija mía, que Dios te guarde esas manos jóvenes y delicadas
por muchos años! Mira si no las mías, arrugadas y llenas de manchas. Oh, que cruel vejez, Oh, quien
fuera de nuevo joven para gozar de los placeres.
MELIBEA: (dejando el telar aparte) Veo que seguís tan alegre como siempre, madre.
Mandaré a mi criada para que os pague, y podréis volver a casa, pues seguramente, aún no habréis
comido.
CELESTINA: Temo que tendré que esperar un tiempo más, pues primero debo confesarte la
verdadera causa de mi venida.
MELIBEA: decidme en que puedo ayudaros, y lo haré.
CELESTINA: ¿Ayudarme a mí? Oh, que amable y hermosa eres, pero no es para mí para quien
necesito tu caridad, sino para un caballero que está sufriendo lo insufrible, que de tan afectado como
está por su dolor, no come ni duerme.
MELIBEA: Decidme quien es, y si tan grande es su mal, haré todo lo que pueda por ayudarle.
CELESTINA: su nombre es Calisto
MELIBEA: (enfadada) ¿Calisto? No pronuncies el nombre de ese loco saltaparedes en mi presencia.
¿Así que por eso vienes, no, vieja desvergonzada? Oh, maldito el día en que te recibo, para ser tentada
por tus lujuriosas proposiciones. Para curar el mal que dices que padece no tengo yo nada que pueda
darle, que no se lo pueda dar un baño con agua fría.
CELESTINA: Tranquilizaos, mi señora, pues no me habéis dejado acabar. No es el que pensáis el mal
que padece mi amo. Hace días que lo aqueja un fuerte dolor de muelas, y ha oído que vos sabéis una
oración a san Patrás contra dicho dolor, además de que poseéis un cordón que ha tocado todas las
reliquias que hay en Roma. Por eso, y no por otra cosa, he venido a vuestra casa.
MELIBEA: (tranquilizándose): Si eso es lo que querías, ¿Por qué no has empezado diciéndome eso?
Tantas malas palabras he oído sobre tus artes, que no se si creer que tan solo vienes buscando una
oración.
CELESTINA: A por eso vengo, y no por otra cosa.
MELIBEA: Pues si es así, (levantándose) aquí tienes el cordón (se desabrocha el cordón, y se lo
da), pero a por la oración deberás volver mañana, pues ya es tarde, y todavía debo escribirla.
CELESTINA: vendré con gusto, pero ahora debo marchar junto a mi señor, para tratar de aliviar su
mal.
MELIBEA: Por favor, id rápido junto a él y aliviadlo. (La voz de Melibea se agita de emoción) y
traedme noticias sobre tan noble y desdichado caballero. Pues si mi condición de doncella no me lo
impidiera, yo misma iría junto a él para sanarlo.
CELESTINA: (sonriendo para sí) así lo haré mi señora. Quedad con Dios.
(Celestina sale lentamente de la habitación)
ESCENA V:
NARRADOR: En la puerta de la casa de Calisto se encontraba Sempronio, en eso ve llegar
Celestina.
SEMPRONIO: ¿Qué nuevas traes de nuestro negocio?
CELESTINA: ¿Acaso eres tu el que me paga? Los detalles del negocio los guardo para tu amo.
(suben a casa de Calisto)
CALISTO: Oh, mi buena madre, ¿Qué nuevas me traes de la casa de aquella a quien tanto amo?
CELESTINA: Ay, Calisto, mi señor. Poco ha faltado para que estas pobres y sucias ropas me
impidieran llegar hasta mi destino, pero al final he llegado, a pesar de que también mis pies estaban
torturados por mis gamuzas sin suela.
SEMPRONIO: (aparte, a Pármeno) ¡pero será interesada, la vieja! ¡Pues no viene
lamentándose, para despertar la compasión de nuestro amo!
PÁRMENO. (aparte) Y el loco de nuestro señor le seguirá el juego, ya verás.
CALISTO: ¿Qué has averiguado, madre? Ardo en deseos de saberlo.
CELESTINA: Ay, hijo, hace mucho que lo poco y mal que como me han hecho estragos en el
oído y la vista, pero he logrado hablar con Melibea.
CALISTO: Oh, bendita suerte la tuya, que has gozado de la compañía de tan elevado ser.
SEMPRONIO: (aparte) Fíjate en cómo desvaría, Pármeno, y dime si nuestro amo no está loco.
CALISTO: Calla, desgraciado. Dejad de murmurar a mis espaldas. (A Celestina): ¿Qué hablaste con
ella, madre?
CELESTINA: me llamó bruja, alcahueta y mil cosas más en cuanto mencioné tu nombre, y estuvo a
punto de despedirme sin más miramientos. Pero conseguí convencerla de que el mal que sufrías era un
dolor de muelas, y accedió mansa a mis peticiones.
CALISTO: (Impaciente) ¿Qué conseguiste, madre, ¿cuáles eran tus peticiones?
CELESTINA: Conseguí el cordón que ciñe su cuerpo, y la promesa de una oración a san Patrás, que
debo recoger mañana.
CALISTO: Oh, madre, os ruego que me dejéis ver tan alto tesoro
CELESTINA: ¿No deberíais, antes, agradecerme mis servicios?
PÁRMENO: (voz baja) ¡vieja avara!
CALISTO: Pármeno, calla tu sucia boca, y corre a decirle al sastre que haga una falda y un manto del
mejor paño flamenco que encuentre.
SEMPRONIO: (Aparte enfadado) ¡Un manto! Difícilmente vamos a poder hacer parte de eso.
CELESTINA: Aquí tenéis, mi señor, el cordón
(le entrega el cordón. Calisto lo coge con ansia, y lo huele)
NARRADOR: Al día siguiente…
(Entran en casa de Celestina Pármeno y Sempronio y la vieja sale a recibirlos)
CELESTINA: ¡Oh, mira quién está aquí! ¡Pasad, pasad, queridos hijos!
¡Elicia, Areúsa, bajad de prisa!
ELICIA: (entrando en la sala, con Areúsa)¡A buenas horas llegan! Mi prima lleva aquí esperando tres
horas. Seguro que ha sido el perezoso de Sempronio, que se retrasa porque no quiere verme.
SEMPRONIO: Calla, calla, mi amor, y sentémonos a comer, sin enojo.
ELICIA: Eso, para comer si que te das prisa, sobre todo si está la mesa ya puesta.
SEMPRONIO: (Dándole la bolsa a Pármeno) Pármeno, dale a la madre los obsequios que le
hemos traído., que yo voy a sentarme a la mesa con esta señorita.(salen del plano Sempronio y
Elicia)
(Plano: todos alrededor de la mesa. Entra Celestina con una bandeja)
CELESTINA: eso, eso, sentaos en orden, cada uno con su pareja, que yo me sentaré junto al vino.
SEMPRONIO: A todos nos gusta el vino, madre Celestina. Acércalo, acércalo, y brindaremos por los
amores del loco de Calisto con la hermosa y gentil Melibea.
ELICIA: (se levanta de la mesa y le lanza agua a la cara de Sempronio, enfadada)
¿Gentil? ¿Melibea? ¡Melibea será gentil cuando tengamos veinte dedos en las manos! ¡Conozco mozos
de cuadras que son más gentiles que ella! Yo también os parecería gentil si me echara encima la paleta
de un pintor, cómo hace ella. ¡Si cogierais un puerco y le pusierais todos los adornos que trae Melibea,
el cerdo también os parecería gentil!
SEMPRONIO: Pero Melibea es noble, como Calisto. No es de extrañar que la ame.
ELICIA: (todavía levantada)¿tengo que comer con este desgraciado, que ha defendido en mis
narices a esa mujer.
AREÚSA: Elicia, hermana, ven a comer y olvídate de estos locos.
ELICIA: Iré porque tu me lo pides.
SEMPRONIO: (ríe)
CELESTINA :¡ silencio! terminemos de comer
ESCENA VI
NARRADOR: En casa Melibea se encontraba desesperada, esta habla consigo misma y se lamentaba de
la tardanza de Celestina.
MELIBEA: ¿Por qué tardará tanto Celestina? ¿No hubiera sido mejor acceder ayer a la petición de
la madre?
(entra Celestina)
MELIBEA: (yendo hacia ella) ¡Bienvenida seas, vieja sabia y honrada, pues ahora soy yo quién
necesita de tu ayuda!
CELESTINA: Habla, hija, ¿Cuál es el mal que te atormenta?
MELIBEA: Unas serpientes me muerden el corazón.
CELESTINA: Tranquila, hija mía. Primero hay que saber dónde está ese dolor, y por qué se
ocasionó
MELIBEA: Me duele el corazón, en la parte izquierda del pecho. Y lo sufro desde que viniste a
pedirme el corazón para aquél caballero
CELESTINA: Creo, hija mía, que ya sé cuál es el nombre de vuestro remedio.
MELIBEA: ¿Cuál?
CELESTINA: No me atrevo a decirlo
MELIBEA: Di, no temas
CELESTINA: Calisto
MELIBEA: Pero es imposible que pueda llegar hasta él
ESCENA VII:
NARRADOR: En el exterior de la casa de Melibea. Llegan Pármeno, Sempronio y Calisto.
Calisto va hacia la puerta, y sus criados se quedan de guardia.
SEMPRONIO: Allá va nuestro amo, y nos deja a nosotros aquí plantados. No sé tú, amigo
Pármeno, pero yo, al más mínimo ruido, tomo las de Villadiego.
PÁRMENO: Tú lo has dicho, compañero. No pienso jugarme la piel por el loco de nuestro amo.
NARRADOR: Mientras tanto Calisto pega el oído a la puerta, y llama.
CALISTO: Mi señora, ¿estáis ahí?
MELIBEA. Estoy aquí, mi señor.
CALISTO: El dulce sonido de vuestra voz me certifica que sois mi señora Melibea. Oh, dichosos mis
oídos que escuchan tan dulce melodía.
MELIBEA: La osadía de tus palabras y las de tu sierva Celestina me han llevado a hablaros, pero os
advierto que de mí no conseguiréis nada más.
CALISTO: ¡Ay, desdichado Calisto, ¡cómo te han burlado tus sirvientes! Oh, engañosa Celestina,
¿Por qué engañaste a mi corazón falseando la palabra
de esta señora? Mi corazón había alcanzado la gloria, y ahora está de nuevo en el barro.
MELIBEA: No, mi señor, no os lamentéis, y tomado por buenas las palabras de la anciana. Mucho
tiempo he sufrido por estar junto a vos.
CALISTO: Oh. Mi bella y dulce Melibea. No soy digno de serviros.
ESCENA VIII:
NARRADOR: Pármeno y Sempronio caminan por la calle, de camino a casa de Celestina
SEMPRONIO: Con nuestro amo doliéndose de amores en su cuarto, nosotros ya podemos
dedicarnos a nuestros asuntos.
PÁRMENO: ¿No es un poco tarde ya para ir a buscar a las señoras?
SEMPRONIO: ¡Pármeno, tú siempre pensando en lo mismo! Los negocios que nos incumben son
otros. Una vez concluido el encuentro de Calisto con Melibea, y viendo que nosotros seguimos sin
recibir nada como pago por nuestro esfuerzo, debemos exigirle nuestra parte a esa vieja de
Celestina
(Llegan a casa de Celestina. Tocan a la puerta)
CELESTINA: (dentro) ¿Quién llama a estas horas?
SEMPRONIO: Somos Pármeno y Sempronio, tus hijos.
CELESTINA (Abre la puerta)¡Oh, locos traviesos! Entrad, entrad. (Pármeno y Sempronio
entran) ¿Cómo venís a estas horas? ¿Le pasa algo a Calisto?
PÁRMENO: Nuestro amo está feliz cual lombriz, después de su encuentro con Melibea.
SEMPRONIO: Pero lo que no está tan feliz es su hacienda. Creo que deberíamos comenzar a hablar
de repartir lo conseguido. ¿Dónde está esa cadena?
CELESTINA: Espero que no hables de la cadena de Calisto, pues se la di a Elicia, y la muy tonta la ha
perdido.
SEMPRONIO: (Acercándose a ella, enfadado) ¡A otro perro con ese hueso, Conmigo déjate de
bromas, ¡y danos las dos partes de lo que recibiste de Calisto!
PÁRMENO: O si no quiere darnos las dos partes, nos quedamos con todo.
CELESTINA: ¡Elicia! ¡Elicia!¡Levántate de la cama, y dame el manto, ¿Qué amenazas son estas
en mi propia casa? ¡Qué bravos atacáis a una vieja indefensa!¡Si hubiera un hombre en casa, no os
atreveríais!
SEMPRONIO: (desenfunda la espada) ¡Oh, vieja avara ¿No te basta con la tercera parte de lo
ganado?
CELESTINA: ¿Qué tercera parte? ¡Marchaos ahora mismo de mi casa si no queréis que grite y
acudan los vecinos!
SEMPRONIO: Da voces todo lo que quieras, que o cumples lo prometido, o se acaban hoy tus días.
ELICIA: (Aparece por la puerta, y se asusta con la escena) ¿Qué son esas voces?
¡Guarda esa espada, por Dios!¡Pármeno, sujétalo, que la mata!
CELESTINA: (a la ventana) ¡Justicia! ¡Justicia, señores vecinos, que me matan en mi casa estos
rufianes!
SEMPRONIO: ¿Rufianes? Espera, doña hechicera, que yo te mandaré al infierno con cartas de
recomendación. (La apuñala)
NARRADOR: Sempronio y Pármeno salen huyendo y
Elicia cae de rodillas, ante el cuerpo ensangrentado de Celestina. (Elicia llora sobre ella)
NARRADOR: Más tarde Pármeno y Sempronio fueron atrapados y condenados a muerte
ESCENA IX:
(Plano: las manos de Elicia ocultan su rostro, afligido por el dolor)
AREÚSA: (mirándola) ¿es eso cierto?
ELICIA. (sollozando) Me temo que sí, hermana. Celestina, a quién yo tenía por madre.
Aquella que me protegía y por la que yo era conocida en toda la ciudad. Y Sempronio, mi amante, que
no me hacía falta un marido.
AREÚSA: Ay, calla, que muero yo también. ¡Pármeno, mi amor, qué poco duró nuestra pasión!
Pero yo sufriré con más diligencia que tú, hermana.
ELICIA: ¿Cómo puedes soportar tan pesado dolor? Aunque más duro aún se me hace que no puedo
reclamar venganza por sus muertes, pues los culpables están enterrados con ellos.
AREÚSA: (Alza la mirada) Si que podemos reclamar venganza, contra aquellos que causaron tanto
dolor y sufrimiento: El loco de Calisto y Melibea, que con sus amores nos traen tantas desgracias. Si
supiera dónde se encuentran cada noche, yo misma iría para tomar venganza.

ESCENA X:
NARRADOR: Areúsa busca a centurio, un cruel y despiadado asesino. Momentos después llega
Elicia.
AREÚSA: ¿Hay alguien en casa?
CENTURIO: (Levantándose): ¿Quién demonios se atreve a entrar sin llamar?
AREÚSA: Soy yo, Areúsa.
CENTURIO: ¡Pero si es mi bella y gentil señora!
AREÚSA: No me vengas, con esas, Centurio, que nos conocemos. Vengo muy ofendida por el
rechazo que me hiciste del favor que te pedí el otro día.
CENTURIO: Señora, me mandabas ir a una milla de aquí. Si quieres que mate a alguien, o que me
bata en duelo con diez hombres, solo tienes que decírmelo, pero no me pidas cosas que no puedo
hacer.
AREÚSA: Pues a eso es a lo que he venido. Tienes que matar, esta misma noche a un desgraciado que
se llama Calisto.
CENTURIO: ¿Calisto? Sé quién es, y estoy al tanto de lo que hace.
Pero esta noche no puedo hacerlo. Estoy comprometido con otro asunto.
AREÚSA: Sí, emborracharte hasta perder el juicio. ¡Como si no te conociera!
¡O me ayudas en esto, o no me vuelves a ver! (Entra Elicia)
CENTURIO: Tranquila, mi señora, que yo mataré a ese Calisto para que no te cause más
problemas. ¿Qué tipo de muerte prefieres? Porque tengo un repertorio de setecientas setenta y siete
clases de muertes.
ELICIA: ¡Prima, por Dios, que éste animal no se encargue del asunto, o escandalizará a toda la
ciudad!
AREÚSA: No seamos lastimeras, prima, que él sabe muy bien lo que hace. Que lo mate cómo le apetezca.
Y que llore Melibea como tú has llorado.
AREUSA:(acercándose a centurio) Centurio, que Calisto no escape sin recibir un castigo por su maldad.
CENTURIO: Así será.
(Elicia y Areúsa salen)
(en escena Centurio apuñala a Calisto)
NARRADOR: Centurio mata a Calisto tras el irremediable dolor ocasionado por la muerte de su
amado Melibea no le queda más opción que el suicidio. (en escena Melibea se deja caer de la torre
más alta)

FIN

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