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Desiderio
Desiderio
Desiderio
Desiderio desideravi
hoc Pascha manducare vobiscum,
antequam patiar (Lc 22, 15)
con esta carta deseo llegar a todos –después de haber escrito a los
obispos tras la publicación del Motu Proprio Traditionis custodes– para
compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión
fundamental para la vida de la Iglesia. El tema es muy extenso y merece
una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con
este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero
ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar
la belleza y la verdad de la celebración cristiana.
21. Sin embargo, tenemos que tener cuidado: para que el antídoto de la
Liturgia sea eficaz, se nos pide redescubrir cada día la belleza de la
verdad de la celebración cristiana. Me refiero, una vez más, a su
significado teológico, como ha descrito admirablemente el n. 7 de la
Sacrosanctum Concilium: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado
y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de
los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que
el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda
nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.
39. Una última observación sobre los seminarios: además del estudio,
deben ofrecer también la oportunidad de experimentar una
celebración, no sólo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino
auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios, a la
cual debe tender también el conocimiento teológico. Sólo la acción del
Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios,
que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que
:
toca la vida. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean
ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el
mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio
de amor.
44. Guardini escribe: «Con esto se delinea la primera tarea del trabajo
de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de
símbolos» [13]. Esta tarea concierne a todos, ministros ordenados y
fieles. La tarea no es fácil, porque el hombre moderno es analfabeto, ya
no sabe leer los símbolos, apenas conoce de su existencia. Esto
también ocurre con el símbolo de nuestro cuerpo. Es un símbolo
porque es la unión íntima del alma y el cuerpo, visibilidad del alma
espiritual en el orden de lo corpóreo, y en ello consiste la unicidad
humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra
forma de ser vivo. Nuestra apertura a lo trascendente, a Dios, es
constitutiva: no reconocerla nos lleva inevitablemente a un no
conocimiento, no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. No
hay más que ver la forma paradójica en que se trata al cuerpo, o bien
tratado casi obsesivamente en pos del mito de la eterna juventud, o
bien reducido a una materialidad a la cual se le niega toda dignidad. El
hecho es que no se puede dar valor al cuerpo sólo desde el cuerpo.
Todo símbolo es a la vez poderoso y frágil: si no se respeta, si no se
trata como lo que es, se rompe, pierde su fuerza, se vuelve
insignificante.
Ars celebrandi
51. Al hablar de este tema, podemos pensar que sólo concierne a los
ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En
realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los
bautizados. Pienso en todos los gestos y palabras que pertenecen a la
asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie,
arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son
muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh
8,1), participa en la celebración. Realizar todos juntos el mismo gesto,
hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la
asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el
contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su
personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes
de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo
:
litúrgico: se trata más bien de una “disciplina” – en el sentido utilizado
por Guardini – que, si se observa con autenticidad, nos forma: son
gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior,
haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos.
No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción
que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y
cuerpo.
53. Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es
siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en
nuestra vida. Permitidme explicarlo con un sencillo ejemplo. Nos
arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para
entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para
agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa
esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en
diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda
interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra
relación con Dios y con nuestros hermanos. Arrodillarse debe hacerse
también con arte, es decir, con plena conciencia de su significado
simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este
gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Si todo esto es
cierto para este simple gesto, ¿cuánto más para la celebración de la
Palabra? ¿Qué arte estamos llamados a aprender al proclamar la
Palabra, al escucharla, al hacerla inspiración de nuestra oración, al
hacer que se haga vida? Todo ello merece el máximo cuidado, no
formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de
la celebración expresada con “arte” forma la personalidad cristiana del
individuo y de la comunidad.
***
62. Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar el asombro por la
belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad
de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un
arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio
:
pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la
especificidad de su vocación.
63. Por eso, me gustaría dejaros una indicación más para proseguir en
nuestro camino. Os invito a redescubrir el sentido del año litúrgico y del
día del Señor: también esto es una consigna del Concilio (cfr.
Sacrosanctum Concilium, nn. 102-111).
65. En el correr del tiempo, renovado por la Pascua, cada ocho días la
Iglesia celebra, en el domingo, el acontecimiento de la salvación. El
domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su
pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración
dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse
por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del
Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros
aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a
:
domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer
también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la
comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De
domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el
anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de
nuestra celebración.
FRANCISCO
[1] Cfr. Leo Magnus, Sermo LXXIV: De ascensione Domini II, 1: «quod
[…] Redemptoris nostri conspicuum fuit, in sacramenta transivit».
[16] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 45; 51; 54-56; 66; 71;
78; 84; 88; 271.