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Kuukkanen - Filosofía Postnarrativista de La Historiografía
Kuukkanen - Filosofía Postnarrativista de La Historiografía
Kuukkanen - Filosofía Postnarrativista de La Historiografía
JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Desde el momento de su apari-
ción, el presente libro llamó la aten-
ción del público especializado y no
Filosofía JOUNI-MATTI KUUKKANEN es actualmente profesor de filosofía en
la Universidad de Oulu, en Finlandia, donde fundó y codirige, jun-
to a Kalle Pihlainen, el Centre for Philosophical Studies of History,
La Historia, hoy, debe cons-
truirse y relatarse a escala com-
parativa y global. La Institución
tardó en convertirse en una referencia
ineludible dentro de la teoría de la histori- posnarrativista un influyente catalizador del debate intelectual sobre la filosofía
de la historia. El profesor Kuukkanen se graduó en historia con-
de la historiografía
ografía. En esta obra, tras reconocer y asu- temporánea en la universidad de Turku; obtuvo después una beca
Fernando el Católico pretende con Fulbright que lo llevó a la neoyorkina New School for Social Re-
mir las aportaciones del narrativismo a la di-
esta nueva colección presentar una search, donde se graduó en filosofía. Se doctoró en 2006 en la uni-
Filosofía
posnarrativista
de la historiografía
JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Presentación
MIQUEL À. MARÍN GELABERT
Traducción
VIRGINIA TABUENCA
TÍTULO
Este libroORIGINAL
se inscribe en el marco del proyecto HAR2014-53802-P,
Postnarrativist
financiado por el Philosophy
Ministerio of
de Historiography, Palgrave-Macmillan, 2015
Economía y Competitividad
Índice
7 PRESENTACIÓN
Jouni-Matti Kuukkanen y el postnarrativismo historiográfico:
un diálogo abierto
MIQUEL À. MARÍN GELABERT
21 NOTA DE LA TRADUCTORA
25 PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
31 CAPÍTULO 1
Introducción. La perspectiva narrativista
47 CAPÍTULO 2
De la filosofía analítica de la historia al narrativismo
69 CAPÍTULO 3
Tres postulados centrales de la filosofía narrativista de la historia
95 CAPÍTULO 4
Representacionalismo y no representacionalismo
119 CAPÍTULO 5
El razonamiento en la historiografía
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155 CAPÍTULO 6
Coligación
179 CAPÍTULO 7
Subdeterminación y valores epistémicos
197 CAPÍTULO 8
De la verdad a la aserción garantizada
217 CAPÍTULO 9
Teoría tripartita de la justificación de la historiografía
241 CAPÍTULO 10
La historiografía entre el objetivismo y el subjetivismo
277 CAPÍTULO 11
Coda: Filosofía posnarrativista de la historiografía
281 BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN
Jouni-Matti Kuukkanen
y el postnarrativismo historiográfico: un diálogo abierto
MIQUEL À. MARÍN GELABERT
Presentación 9
*****
Nacido en los años setenta, la trayectoria profesional de Jouni-Matti
Kuukkanen ejemplariza el despliegue de la élite académica del nuevo
siglo. Al mismo tiempo, su formación nos muestra el incremento de re-
cursos nacionales y transnacionales puestos al servicio de la alta cultura
que ha permitido la acumulación de varias generaciones de profesionales
con un derrotero internacional inmensamente enriquecedor. Kuukkanen
encarna la imagen del historiador intelectual y del filósofo de la ciencia
cosmopolita, formado en diferentes contextos académicos de varios con-
tinentes, que retorna a su país con un bagaje y una cualificación inme-
jorable, ya situado muy cerca del núcleo de renovación de la disciplina
y se pone al frente de una institución, el Centre for Philosophical Studies
of History de la Universidad de Oulu, que tiene por objetivo erigirse en
un hub intelectual, un conector dinámico de vectores singulares. En este
sentido, no es casualidad que el academicismo finés cuente con dos es-
pecialistas de la talla de Kalle Pihlainen y Jouni-Matti Kuukkanen, en la
actualidad editores de dos influyentes publicaciones periódicas especia-
lizadas en reflexión historiográfica. El primero, autor de Las obras de
Historia. Constructivismo y política de la Historia,10 es desde 2017 editor
Presentación 11
*****
Con un mero interés expositivo y sin ánimo de exhaustividad, po-
demos diferenciar dos etapas principales en la producción intelectual
del profesor finés. Una primera, que alcanzaría hasta 2011-2012, sería
14 Cf. https://www.universiteitleiden.nl/en/research/research-projects/humanities/
philosophical-foundations-of-the-historiography-of-science.
15 Los cuatro cursos impartidos fueron: «Filosofía de la Ciencia» (otoño 2012), «Formas
de conocimiento» (otoño 2012), «Género, ciencia y conocimiento» (primavera 2013)
y «Razón, lógica y argumento» (primavera 2013).
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Presentación 13
16 Cf. K. Brad Wray, «Philosophy of Science: What are the key Journals in the Field?»,
Erkenntnis, 72 (3, 2010), 423-430, DOI: 10.1007/s10670-010-9214-6.
17 Cf. «Kuhn, the Correspondence Theory of Truth and Coherentist Epistemology»,
Studies in History and Philosophy of Science, 38 (2007), 555-66, DOI: 10.1016/j.
shpsa.2007.06.011.
18 Cf. «Rereading Kuhn», International Studies in the Philosophy of Science, 23 (2, 2009),
217-224, DOI: 10.1080/02698590903007204.
19 Cf. «Closing the door to cloud-cuckoo land: a reply to Šešelja and Straßer», Studies
in History and Philosophy of Science, 40 (2009), 328-331, DOI: 10.1016/j. shpsa.
2009.06.002.
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intellectual history, or that the history of ideas or concepts is the only pos-
sible one. One can well decide to focus on linguistic entities –words, terms,
sentences, texts–and write interesting history. But where many advocates
of that kind of history-writing go wrong is that they think that it has so-
mehow replaced the history of ideas or concepts. It has not. These two
forms are not incompatible alternatives, but rather different kinds of
intellectual history. (…) It is clear that history-writing requires both me-
thodological self-awareness and explication of one’s pre-empirical pre-
sumptions. It is nevertheless important to emphasize, at the very end, that
although the application of concepts and ideas in history implies an ele-
ment of conventionality, the applicability of these notions is ultimately de-
cided on empirical grounds.20
En los últimos años de este primer período, Kuukkanen comienza a
tratar una temática más amplia en sus publicaciones. Por un lado, ya en
octubre de 2008, había participado en las actividades de la red Founda-
tions of the Formal Sciences, en cuya séptima reunión, dedicada a la filo-
sofía y sociología de la ciencia, disertó sobre el constructivismo radical
en la primera obra de Bruno Latour, un texto aceptado en 2009, pero no
publicado hasta 2011. Entre junio de 2009 y junio de 2011 dirigió su
atención hacia los problemas del localismo/universalismo y la racionali-
dad en historia de la ciencia. Además de participar en varios congresos
y seminarios,21 publicaría dos nuevas contribuciones sobre la materia en
Studies in History and Philosophy of Science.22
Desde la perspectiva del observador exterior, los años 2012-2013
pueden ser considerados como un momento bisagra por varias razones.
Finalizada su estancia en Leiden y contratado en la británica Universidad
20 Cf. «Making Sense of Conceptual Change», History and Theory, 47(3, 2008), 351-
372, DOI: 10.1111/j.1468-2303.2008.00459.x. Cita de las páginas 371-372.
21 Me refiero a «Localism and aboutness in historiography of science», Third Bi-An-
nual Conference in the History of Science, Woudschoten (Holanda), 26-27 de junio
de 2009; «The problem of delocalisation in historiography of science», The British
Society for the History of Science conference, Leicester (UK), 2 a 5 de julio de 2009;
«Senses of localism.» The History of Science Society Annual Meeting, Phoenix (AZ.,
USA), 19 a 22 de noviembre de 2009; y «I am knowledge. Get me out of here! On
localism and the universality of science.» Fourth Third Bi-Annual Dutch Conference
in the History of Science, Woudschoten (Holanda), 17-18 de junio de 2011.
22 Cf. «I am knowledge. Get me out of here! On localism and the universality of
science», Studies in History and Philosophy of Science, 42 (2011), 590-601,
doi: 10.1016/j.shpsa.2011.09.005; y «Autonomy and Objectivity of Science»,
International Studies in the Philosophy of Science, 26 (3, 2012), 309-334,
doi: 10.1080/02698595.2012.731733.
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Presentación 15
to freshly emerging concerns, can all be equally excited. And this, we be-
lieve, is good news for everyone.25
La estructura del libro (cuya ordenación, objetivos y prevenciones
básicas son tratadas por el autor en su primer capítulo) está dispuesta para
llevarnos de la mano por esta senda hacia la constatación de las vías de
salida argumentales al problema narrativista, más allá de la artificial elec-
ción entre el nihilismo postmodernista del todo vale y del nebuloso, aun-
que noble, sueño objetivista. Es aquí donde, sin embargo, emerge el
armazón conceptual pragmatista. Es a partir de aquí donde toman el pro-
tagonismo codificaciones estructurales que delatan las fuentes de su
pensamiento: ‘elementos coligatorios’, ‘de construcción de sentido’, ‘auto-
ridad epistémica’, ‘prácticas argumentales no representacionalistas’, ‘for-
mas de evaluación epistémica’ o la caracterización de la objetividad como
‘justificación cognitiva intracomunitaria’ conectan de diferentes modos
una tradición teórica secular con las prácticas actuales. El lector español
tendrá pocos problemas para hacerse con el marco analítico, sin embargo,
a cada paso es probable que salten algunas alarmas referenciales.
*****
Desde el mismo momento de su presentación, el libro mereció la
atención del público especializado. Los comentarios publicados en las
principales revistas disciplinares nos ahorran aquí un análisis en pro-
fundidad de los vectores de discusión engendrados por Postnarrativist
Philosophy of Historiography. Tampoco es la función de esta presenta-
ción. Sin embargo, en términos generales, la obra cuya traducción ofre-
cemos aquí ha sido considerada un referente ineludible en su campo.
El holandés Jaap den Hollander, teórico de la historia que ha traba-
jado la mayor parte de su carrera en la Universidad de Groningen, afirmó
que, más allá de la crítica posible hacia detalles de enfoque y estructura,
se trata de un libro que logra los objetivos que se marca, dirigido por
una argumentación cristalina, que representa un innegable incentivo no-
vedoso en la reflexión histórico-filosófica. En definitiva, un libro impor-
tante.26 Esa es, precisamente, la misma palabra utilizada también por Paul
A. Roth, en su reseña publicada en la revista History and Theory, en la
25 Ibíd., 161.
26 Cf. Jaap den Hollander, «Voorbij het narrativisme», Tijdschrift voor Geschiedenis,
129, (4, 2016), 637-639.
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27 Cf. Paul A. Roth, «Back to the future: Postnarrativist historiography and analytic
philosophy of History», History and Theory, 55 (May 2016), 270-281, DOI: 10.1111/
hith.10800.
28 Cf. Eugen Zeleňák, «How to Cure Narrativism with Rational Evaluation.» Journal
of the Philosophy of History, 11 (1, 2017): 22-32, DOI: 10.1163/18722636-12341358,
cita de las páginas 24-25.
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Presentación 19
*****
En definitiva, transitamos un momento crucial en la filosofía de la
historiografía. El mérito de este libro, más allá del músculo intelectual,
del esfuerzo expositivo, de sus diagnósticos o incluso de sus propios
desarrollos argumentales, es haber demostrado la necesidad de recuperar
articulaciones conceptuales y debates inconclusos de décadas anteriores
a la consolidación narrativista para construir una vía de salida, por ejem-
plo, al falso dilema expuesto por Ankersmit en 1986.
Leído como una investigación de historia intelectual, es un libro que
aborda cuestiones y debates ineludibles para la conformación de la iden-
tidad profesional de un historiador. En este sentido, los historiadores pro-
fesionales se beneficiarían enormemente si la teoría de la historia y la
filosofía de la historiografía, junto a la historia de la historiografía, recu-
peraran su relevancia en la formación a todos los niveles. La conciencia
de los fundamentos epistemológicos de la ciencia histórica, así como el do-
minio de las herramientas cognitivas en las que nos apoyamos, serán siem-
pre una garantía de calidad en el debate profesional. Si el objetivo es la
calidad, la producción de conocimiento y de buenas historias (por oposi-
ción a las protagonizadas por argumentaciones ambivalentes o estructuras
lógicas inconsistentes), el diálogo (re)abierto por Jouni-Matti Kuukkanen
hace de esta obra, más allá de su apuesta por el racionalismo pragmático,
un libro de gran influencia en el itinerario futuro de la disciplina. En este
sentido, su traducción al castellano en el seno de una colección como la
presente pretende seguir dotando de herramientas de formación y discu-
sión al público universitario español.32
Palma de Mallorca, 2019
NOTA DE LA TRADUCTORA
24 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
26 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Bibliografía
FAY, Brian, 2017, «From Narrativism to Pragmatism», Journal of the Philosophy
of History 11 (1), pp. 11-21.
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PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
Escribir este libro ha sido como escalar hasta la cima de una montaña
para tener una visión más clara del terreno a nuestros pies. En humani-
dades, muchas monografías son en realidad colecciones de artículos pu-
blicados en otros sitios y complementados con una introducción y una
conclusión. Aunque no niego que algunas colecciones acaban siendo ex-
posiciones equilibradas, yo quería crear una cadena de razonamiento
bien ligada y progresiva que condujese al lector de principio a fin de
manera que la ruta, sus giros y las razones de esos giros se le hicieran
evidentes. Obviamente, lo que el lector, o la lectora, tiene entre manos
no es la documentación de todos los vericuetos del razonamiento sino el
resultado de esa actividad. Espero que el libro funcione como una pieza
coherente y comprensiva sobre la materia tratada y que todas sus partes
estén justificadas. Lograr esto ha sido mi propósito desde que me incor-
poré al mundo académico, aunque lo averigüé mucho más tarde.
No ha sido fácil alcanzar la cima de esa montaña. Ha habido muchos
falsos despertares e intentos de abrir camino por terrenos impracticables.
En varias ocasiones me he percatado de que la altura desde la que miraba,
que había creído la cima de la montaña, solo era una colina humilde junto
a otra mucho más alta. E incluso ha sucedido que he tenido que descen-
der para intentar escalar por otra cara de la montaña después de darme
cuenta de que alguna aproximación no me iba a proporcionar la visión
clara que perseguía. Ahora creo que estoy en lo alto de una montaña y
disfruto de una visión amplia. No afirmo que esta sea la única montaña,
el pico más alto o la única visión clara que se pueda tener. Para nada.
Quedan innumerables visiones potenciales por exponer y creo que todo
autor intenta ofrecer una.
La metáfora también tiene sus limitaciones, porque no creo que el
terreno a nuestros pies esté ordenado (o pueda ordenarse) de una sola
manera. Después de todo, está compuesto de ideas filosóficas. Quizá
sería más apropiado pensar en ese terreno como en piezas de Lego que
pueden ordenarse y combinarse de innumerables formas. Algunas dis-
posiciones son ciertamente más robustas que otras y algunas llegan más
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28 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
arriba y son más creativas. Pero donde hay orden, hay claridad. Quizá
alguien pueda montar mejor las piezas o usar piezas que yo he ignorado,
pero ahora mi trabajo está terminado y estoy dispuesto a ofrecer al lector
mi visión.
El plan de este libro comenzó de manera implícita cuando decidí
impartir un curso de filosofía de la historia y la historiografía en la Uni-
versidad de Leiden en 2009, que se repitió, modificado, el año siguiente.
Mi participación en el proyecto de investigación «Philosophical Foun-
dations of the Historiography of Science» en los años 2008 a 2011 en
Leiden me preparó mentalmente para reflexionar sobre la historiografía.
La investigación efectiva y la escritura fueron posibles gracias a dos
ayudas académicas: la fundación Emil Aaltonen me otorgó un premio
para jóvenes investigadores en 2011 y 2012 y fui receptor de una beca
EURIAS en el Collegium for Advanced Studies de Helsinki en 2013 y
2014. Me gustaría agradecer a las dos entidades su generoso apoyo. Al-
gunas partes de mi artículo «Representationalism and Non-representa-
tionalism in Historiography», publicado en Journal of the Philosophy of
History, 7(3), pp. 453-479, están reproducidas en los capítulos 3 y 4 de
este libro. Agradezco a Koninklijke Brill NV que permitiese la reutili-
zación de ese material.
Hay varias personas con las que he mantenido debates sobre la teo-
ría y la filosofía de la historia y la historiografía, o cuyos comentarios
de mis textos me han ayudado a redactar el manuscrito final. Se lo agra-
dezco sinceramente a todos, y especialmente a las siguientes personas:
Frank Ankersmit, Aviezer Tucker, Herman Paul, Lisa Muszynski y
James W. McAllister, que han leído algunos capítulos o bosquejos del
libro. Estoy agradecido a Kalle Pihlainen, quien repasó incansable el
manuscrito entero y ayudó a que el texto fuera más legible. También
agradezco a Erika Servin el diseño original de la figura 10.2 en el capí-
tulo 10 (retrazada digitalmente en esta edición). Jorma Kalela merece
una mención especial porque fue el primero en formular la idea de la
historiografía como argumentación, que se iba a convertir en la inspi-
ración central de este libro.
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Filosofía
posnarrativista
de la historiografía
JOUNI-MATTI KUUKKANEN
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CAPÍTULO 1
Introducción. La perspectiva narrativista
Imagine que entra en una librería cercana y busca las estanterías de his-
toria. Está usted ante las principales producciones académicas de la dis-
ciplina histórica. ¿En qué consisten? Son, naturalmente, libros; a
menudo con cubiertas ilustradas y, por lo general, con cientos de páginas
de escritura. Pero, ¿es esta la principal producción académica? ¿Tinta
sobre papel? Por supuesto que no. La tinta sobre papel equivale a frases,
y las frases en estos libros contienen enunciados sobre el pasado. Escoja
ahora una página central del libro y elija una de sus frases. ¿Es posible
concluir que una afirmación particular y aislada, expresada por esa frase
en medio del libro, es el principal resultado de ese libro? Tampoco po-
demos decir eso. El libro que tiene usted en la mano no es una colección
de frases inconexas y de los enunciados que estas expresan. Es un texto.
Si da la vuelta al libro y lee la contraportada, puede hacerse usted una
idea de lo que en realidad «dice», aunque solo la lectura del texto com-
pleto revela el mensaje en su totalidad. Los libros de historia incorporan
visiones de conjunto, tesis o teorías, y todos esos cientos de páginas, con
sus frases y enunciados, pretenden explicarlas y fundamentarlas. Esto
es lo que yo denomino la perspectiva narrativista.
Naturalmente, la mayor parte de los narrativistas llaman «narrativa»
a la unidad integradora, aunque una pretensión esencial es que los libros
posean alguna entidad que sintetice su contenido. La perspectiva narra-
tivista puede parecer obvia: los libros de historia articulan visiones del
pasado; sin embargo no se analizó en profundidad hasta la aparición de
la filosofía narrativista de la historiografía a principios de la década de
1970 (síganme de momento, más adelante explicaré esta terminología).
Desde un punto de vista filosófico, el principal problema es explicar de-
talladamente qué clase de objetos son esas entidades sintetizadoras, o
sintéticas, y cuál es su condición epistémica. ¿De qué se componen?
¿Contribuyen todos los enunciados de un libro a esa entidad sintética?
¿Con qué función? ¿Puede ser verdadera una visión sintética? ¿Cómo
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2 Para hacerse una idea de la difamación llevada a cabo por los filósofos analíticos,
considérese el siguiente párrafo de la introducción de Gardiner a The Philosophy
of History (1982): Los filósofos especulativos «a menudo parecían dispuestos a
pasar por alto o ignorar hechos que entraban en conflicto con los dogmas de la
doctrina venerada; también se les acusaba de imprecisión conceptual y de formular
hipótesis que, observadas de cerca, resultaban ser irremediablemente vagas o solo
consecuencias tautológicas de definiciones determinadas de antemano arbitraria-
mente. En general, se objetaba que tendían a depender de asunciones a priori sin
comprobarlas, en relación con el método que empleaban y con la naturaleza del
material con el que trabajaban. Incluso en aquello en que sostenían (como era fre-
cuente) que se ajustaban a los cánones de razonamiento aceptados por las ciencias
naturales, era mucho menos que evidente que poseyeran un concepto preciso».
(Gardiner 1982, p. 2).
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3 Como queda claro más adelante, entiendo «cognitivo» como un término más amplio
que abarca criterios distintos de los epistémicos utilizables en las evaluaciones del
conocimiento histórico.
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CAPÍTULO 2
De la filosofía analítica de la historia al narrativismo
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50 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Primeros narrativistas
Igual que en la discusión sobre la explicación, en el debate sobre los pri-
meros narrativistas hubo dos facciones. Estudiosos como Arthur Danto,
W. B. Gallie, Louis Mink y Morton White sugerían que lo narrativo es
característico de la historiografía y la distingue de las ciencias. En la fac-
ción no narrativista, opuesta a la opinión que ve en lo narrativo un rasgo
esencial de la historiografía, encontramos a Mandelbaum, Behan Mc-
Cullagh y algunos más que apoyan su línea de argumentación.
Una de las primeras propuestas dignas de mención es la idea de
«oraciones narrativas» de Danto, identificadas como «un rasgo diferen-
ciador del conocimiento histórico» (Danto 1962, p. 146). Estas oraciones
son las que se refieren al menos a dos acontecimientos separados en el
tiempo, aunque describen o tratan solo el primero de ellos. Un ejemplo
sencillo que brinda Danto es: «La Guerra de los Treinta Años comenzó
en 1618».
Danto muestra que, dada la forma narrativa del conocimiento his-
tórico, las presentaciones históricas no pueden hacerse corresponder con
el pasado. Danto define la «descripción completa» de un acontecimiento
A como el conjunto de oraciones que expresan «absolutamente todo lo
que sucedió en A», y afirma que existe un isomorfismo entre el evento
52 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
que Danto también ve que la narrativa, pese a su forma de relato, contiene elemen-
tos de argumentos deductivos. Él es el único de los primeros narrativistas que da
pasos en pos de un análisis más detenido de las estructuras narrativas, también
desde la perspectiva de distinguirlas del relato. Quizá sus ideas más originales son
que los cambios descritos en una obra de historia están incrustados unos dentro
de otros y pueden crear complejas estructuras en capas (Danto 1968, p. 241). Tam-
bién introdujo el concepto de narrativas moleculares, que difieren de las narrativas
atomizadas en que existe una secuencia de causas en lugar de solo una (Danto 1968,
pp. 251-252).
8 Ya en 1963 publicó un ensayo, «The Logic of Historical Narration», en Philosophy
and History, editado por Sidney Hook. Este libro (Hook 1963) contiene también
contestaciones al texto de M. White por parte de Lee Benson y Maurice Mendel-
baum como respuestas invitadas, y de Glenn Morrow y George H. Nadel como
«otras aportaciones», lo que llevó a M. White a revisar el texto, que apareció des-
pués en su Foundations of Historical Knowledge (1965) como capítulo IV: «Historical
Narration». Las referencias aquí son a esta versión posterior.
9 Como hay dos estudiosos con el mismo apellido, Morton White y Hayden White,
para evitar confusiones me referiré a ellos por su nombre completo o utilizaré el
apellido precedido de la inicial de su nombre, es decir, M. White o H. White,
según corresponda. Sin embargo, como este último es una referencia más habitual
en el presente libro, si no existe riesgo de confusión omitiré la inicial en capítulos
posteriores.
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minado o por su «poder coligatorio» (M. White 1965, pp. 257, 263-264).
Pero en otras ocasiones la elección refleja los intereses del historiador y
sus juicios de valor sobre lo que es importante históricamente y digno
de ser recordado. El mensaje es que el historiador está autorizado a es-
coger «sus hechos con ojos en todo tipo de consideraciones, siempre que
escriba una narrativa verdadera y congruente» (M. White 1965, p. 259).
Mandelbaum (1967) fue el primero en reaccionar a la línea de argu-
mentación que coloca lo narrativo en un lugar central dentro de la his-
toriografía. Es sintomático que en lo relacionado con el primer debate
acerca de la narratividad, Mandelbaum trate sustancialmente como si-
nónimos relato, narrativa y «crónicas congruentes». Su principal postura
es que el historiador no «se ocupa de una actividad que como mejor se
representa es con el modelo de contar un relato», ni siquiera en el caso
de que su principal objetivo sea construir «una secuencia de aconteci-
mientos» (Mandelbaum 1967, p. 414). Según Mandelbaum, el problema
es que el «relato secuencial» no equivale a un adecuado análisis de los
complejos factores contextuales que llevaron al resultado y tampoco
equivale a una explicación satisfactoria sobre los motivos por los cuales
los acontecimientos ocurrieron como ocurrieron. Mandelbaum acusa de
relativismo a los primeros narrativistas porque supuestamente mantienen
que algunos hechos y sus relaciones están regulados, al menos en parte,
por el relato del historiador y no se dan de forma independiente.
También McCullagh (1969) se une al coro crítico y arroja dudas
sobre la posibilidad de que una presentación narrativa pueda equivaler
a una adecuada explicación histórica. El problema es, según él lo ex-
presa, que «explicar cómo cambió una situación no es lo mismo que ex-
plicar por qué sucedió ese cambio» (McCullagh 1969, p. 258). Para
McCullagh la explicación narrativa es describir los pasos del cambio en
una cadena temporal, pero la explicación histórica adecuada debe ser
predictiva. Esto le hace concluir que el estilo narrativo solo tiene valor
dramático, en la medida en que puede ayudar al lector a experimentar
la misma sorpresa que sintieron las propias figuras históricas cuando se
desarrollaron los acontecimientos.
¿Qué tipo de conclusiones podemos extraer del debate de los pri-
meros narrativistas? Los primeros narrativistas resaltaron la narratividad
de la historiografía y la narratividad entraña dos ideas importantes: (1)
que en historiografía hay un nivel de cognición inferior y otro superior;
y (2) que los valores de verdad de los enunciados del nivel inferior no
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56 JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Narrativismo
No cabe duda de que Metahistory: The Historical Imagination of the 19th
Century Europe (1973) (en español Metahistoria: la imaginación histórica
en la Europa del siglo XIX, 1992), de Hayden White, transformó el paisaje
de la teoría y la filosofía de la historia y de la historiografía. Un indicio
revelador de su influencia es el torrente de alabanzas que han vertido
sobre él y su Metahistoria muchos estudiosos eminentes del ramo, tanto
en el momento de la publicación como retrospectivamente. Poco después
de la publicación de Metahistoria, Mink dijo, con bastante acierto desde
su posición contemporánea, que se trataba del «libro en torno al cual
todos los historiadores reflexivos deben reorganizar su pensamiento sobre
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10 Véase también el libro más reciente de Kalela, Making History: The Historian and
the Uses of the Past (2011).
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11 Herman Paul encuentra así una justificación unificadora para la carrera de White.
Su libro Hayden White sostiene que White se inspiró en una visión existencialista
del «florecimiento» humano. La libertad y la responsabilidad se convirtieron en los
elementos nucleares de su pensamiento sobre la historia (Paul 2011, pp. 11, 26).
Paul escribe que esto es aplicable también a los escritos de Hayden White de las
décadas de 1970 y 1980, en los que se puede detectar alguna argumentación filo-
sófica antirrealista (Paul 2011, p. 56). Sin embargo, Paul no dice explícitamente si
esa interpretación existencialista explica los fundamentos de por qué escribió el
tipo de textos que produjo en esas décadas ni si dicha interpretación, con mayor
motivo, cambia el aparente significado (antirrealista) de esos textos. Los indicios
apuntan a que el significado no cambia.
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acuerdo con estos compromisos que el tardío. Sin duda es una estrategia audaz,
pero al final no da buenos resultados, porque empuja a Icke a demasiadas disputas
metafísicas y semánticas que hacen su análisis poco convincente, a pesar de algunas
observaciones lúcidas. Las referencias ocasionales a Rorty, Derrida, Ricoeur, Barthes
y Lyotard no van a establecer la solidez de estos argumentos.
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CAPÍTULO 3
Tres postulados centrales
de la filosofía narrativista de la historiografía
Representacionalismo
«Los historiadores optan de forma casi natural por lo que podríamos
llamar “teoría de la copia de la representación histórica” Creen que ha
habido un pasado que deben “copiar” tan bien como puedan con el
lenguaje que emplean para escribir sobre él. Todo lo que dicen sobre
el pasado debería tener su equivalente en el pasado en sí, y el lenguaje
no debería añadir nada a eso, ya que sería una distorsión del pasado
wie es eigentlich gewesen», escribe Ankersmit en un libro reciente (An-
kersmit 2012, p. 45). La cita expresa el planteamiento de la represen-
tación histórica como copia contra el que Ankersmit ha argumentado
durante casi toda su carrera. Es digno de mención que el célebre enun-
ciado en alemán del padre de la moderna historiografía científica,
Ranke, sea el cimiento teórico e histórico de esta postura. En líneas si-
milares, White sugiere que no debe pensarse en una exposición histó-
rica como en un modelo, a la manera de un modelo a escala de un avión
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2 Debe señalarse en este contexto que mi análisis difiere de forma significativa del
de Icke, que piensa que Ankersmit, en su aportación más original a la «sustancia
narrativa», «simplemente estaba reenunciando la obra de otros, y esta idea, como
otras del primer Ankersmit, puede encontrarse en White». Aunque seguramente
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3 Debe señalarse que Ankersmit usa la palabra «representación» con un sentido dis-
tinto del que se le suele dar en la filosofía analítica. Para Ankersmit, la representa-
ción no puede dividirse en componentes menores que se referirían de forma
separada a entidades y propiedades. En la filosofía analítica, «representación» sig-
nifica reflejo del estado de las cosas en el mundo exterior, y permite la delimitación
de relaciones referenciales de expresiones compuestas. Por ejemplo, en la filosofía
analítica los «portadores de verdad» son ejemplos principales de tales entidades
inherentemente representacionales (MacBride, 2014).
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Constructivismo
Nada podría estar, por lo tanto, más claro que el rechazo de los narrati-
vistas por la teoría de la representación como pintura o copia. La mala
noticia es que podemos perder mucho en términos de epistemología his-
toriográfica. Concretamente, si el pasado fuese como el objeto de un fo-
tógrafo, esperando a ser inmortalizado en una representación, podríamos
hablar de descubrirlo y captarlo como (verdaderamente) es, o era.6 Todo
lo que se necesitaría en tal caso sería asegurarse de la exactitud de nues-
tra estampa.
resbaladizo de nuestro uso del lenguaje nos lleva a decir que tratan de Napoleón
en persona» (Ankersmit 2012, pp. 70-71).
6 Como han apuntado algunos artistas, la idea misma de una cámara presentando «lo
dado», sin elementos subjetivos, es ingenua. No obstante, este tipo de realismo fo-
tográfico como forma de «objetivar» y ofrecer representaciones fieles del mundo
ha ejercido gran influencia en la historia de la ciencia. Para saber más, véase la obra
de Lorraine Daston y Peter Galison, Objectivity (2010), concretamente el capítulo
3, «Mechanical Objectivity».
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7 Es digno de mención que la idea de permitir que los archivos, y los «hechos» his-
tóricos contenidos en ellos, hablen por sí mismos se ha preservado y ha recibido
una nueva aplicación en la historiografía de la ciencia de inspiración sociológica.
Muchos ven la historiografía como un tipo de sociología condicionada por el
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cualquiera puede hacerlo» (Ankersmit 1990, p. 278).9 Pero con los textos
históricos, todo cambia. No existe relato alguno «en el revoltijo de los
hechos» (White 1975, p. 59). «Los conjuntos de relaciones» que postulan
los historiadores no son «inmanentes en los hechos en sí; solo existen
en la mente del historiador que reflexiona sobre ellos» (White 1978,
p. 94). De forma aún más deliberada, ningún hecho histórico es intrín-
secamente trágico, cómico etc. (cf. White 1978, p. 84). Podemos entender
que aquí, en primer lugar, White manifiesta algo en negativo sobre la
realidad histórica. Cualquiera que sea el pasado, no posee de forma in-
herente ninguna de las formas narrativas ni de los relatos mediante los
cuales los historiadores presentan sus exposiciones. Esta posición es com-
parable a la del idealista narrativo de Ankersmit, quien piensa que «el
pasado como tal carece de estructura narrativa».
Pero hay algún indicio de que ambos van más lejos y mantienen
que el pasado carece de cualquier tipo de estructura. El punto de referencia
más obvio lo constituyen los capítulos teóricos de Metahistoria, en los
que White escribe que el historiador debe configurar de antemano el
ámbito de su investigación para que este se convierta en un objeto de
conocimiento. Sin ese acto constitutivo previo, ni los objetos ni las rela-
ciones entre ellos están constituidos. Esta es también la lectura de White
que elabora Ankersmit en sus escritos. Según Ankersmit, White entiende
el pasado como «una miríada de hechos, estados y acontecimientos sin
sentido; un caos amorfo de datos» (Ankersmit 1983, p. 78), que es una
idea presente de nuevo en libros posteriores de Ankersmit. Escribe que
la realidad histórica sigue siendo un caos en tanto no se elige una repre-
sentación para poner orden en dicho caos (Ankersmit 2001, p. 45) y que
los conceptos de los historiadores crean continuidad y unidad en un ám-
bito que antes de sus postulados está en un estado de caos y desorden
(Ankersmit 2012, p. 45).
La interpretación más extrema de su posición es que White y An-
kersmit no solo sostienen que el pasado no está estructurado narrativa-
mente sino que también niegan a la realidad histórica cualquier orden o
estructura inherente. A esta luz pueden leerse las palabras de Ankersmit
citadas antes, según las cuales no existe una «realidad histórica determi-
9 Obsérvese que White traza y acepta una distinción parecida entre un nivel factual
individual y un nivel interpretativo general (White 1987, p. 45; 1978, pp. 82-84;
1975, p. 59.)
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nada». Lo cual supone afirmar que adoptan una postura metafísica sobre
la naturaleza de la realidad que tal vez podría describirse como nomina-
lismo.10 Quizá debería entenderse que White y Ankersmit abogan por una
forma poco ortodoxa de nominalismo, algo como lo que propone Ian Hac-
king en su libro The Social Construction of What? (en español, ¿La cons-
trucción social de qué? 1998). Hacking usa el término «nominalismo» para
identificar una posición que, ante todo, rechaza que la naturaleza posea
cualquier tipo de estructuras naturales dadas. Hacking llama «estructu-
ralismo inherente» a la visión opuesta, esto es, la creencia de que el
mundo viene con una estructura inherente (Hacking 2001, pp. 82-84).11
Sin duda, los escritos de ambos contienen elementos de una interpreta-
ción de este tipo, pero debe apreciarse que esa idea de que el pasado es
un caos está relacionada con la práctica del historiador. Y esto sugiere
una lectura ligeramente distinta, que no aborda la naturaleza de la reali-
dad histórica como tal sino la función del historiador al dotar de sentido
esa realidad, y afirma que sea cual sea la verdadera naturaleza de la rea-
lidad, ante nosotros y ante los historiadores aparece como algo caótico
antes de que la ordenemos con nuestros conceptos y narraciones. En otras
palabras, Ankersmit y White pueden estar hablando sobre el orden «caó-
tico» de los datos historiográficos y no sobre el pasado como tal.
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12 David Carr (1986) y Ricoeur (1990) cuestionan que lo narrativo sea un rasgo exclu-
sivo de la escritura de la historia. En su opinión, la experiencia humana adopta
forma narrativa. Pospondré mi discusión sobre esto hasta el capítulo 5.
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ción en Historia y tropología era ir más allá del kantismo (véase capítulo
2), sigue siendo kantiano en publicaciones posteriores. En Meaning,
Truth, and Reference in Historical Representation, Ankersmit vuelve a in-
tentar resistirse al discurso kantiano, pero sucumbe a él bajo su atractivo
y su valor pragmático: «preferiría evitar el vocabulario trascendentalista
[…] sin embargo, esta es la visión que inspira en gran medida el resto
del libro» (Ankersmit 2012, p. 47).
Además, Ankersmit escribe que los historiadores, creyendo encon-
trar correspondencia entre el pasado y el lenguaje histórico, son ciegos
ante «el hecho de que la unidad y la continuidad proporcionadas por el
lenguaje histórico son la condición trascendental para la posibilidad del
conocimiento histórico» (Ankersmit 2012, p. 46; la cursiva es mía). Al-
gunos, como los historiadores franceses de los Annales, pueden ser lle-
vados por su pobre visión a preferir una «masa incoherente de
información» antes que exposiciones más desarrolladas y sucintas (An-
kersmit 2012, p. 46). No obstante, es la representación histórica como
condición trascendental kantiana lo que impone orden en el caos, en
opinión de Ankersmit: fuera de la representación histórica no cabe la es-
critura histórica (Ankersmit 2012, p. 46).
Finalmente, debe recordarse cómo White aseguraba antes que nin-
gún acontecimiento histórico es intrínsecamente trágico. La consistencia,
la coherencia y el «poder ilustrativo», en tanto que cualidades de la ex-
posición histórica, derivan de la visión del historiador y de su elección
de un modo de representación (White 1973b, p. 4). El mismo conjunto
de elementos históricos que parece trágico desde un punto de vista (me-
diante una forma narrativa) puede ser cómico desde otro. Michelet cons-
truyó la Revolución Francesa como un drama de trascendencia
romántica, pero Tocqueville contó el mismo fenómeno como una tragedia
irónica. White incluso califica a los potenciales elementos del relato de
neutrales en lo que respecta a los valores; acontecimientos sin significado
en orden consecutivo que son transformados mediante estructuras ar-
gumentales en relatos estructurados y con sentido (White 1978, pp. 84-
85; 1987, p. 44; 1975, p. 59). Sus palabras tienen una resonancia kantiana
familiar: «La implicación es que los historiadores constituyen sus temas
Holismo
Así llegamos al tercer canon del narrativismo, el holismo. El punto de
partida natural aquí es la exigencia narrativista de tratar o estudiar un
trabajo de historia como un todo, es decir, no escoger afirmaciones sobre
la historia dentro de un texto historiográfico sino intentar entender qué
tipo de relato, de mensaje o de tesis entraña un trabajo de historia entero.
White subrayaba que los historiadores producen textos unificados, y
Metahistoria es un ejemplo de esto. En este libro, muchos clásicos occi-
dentales de la historiografía y la filosofía de la historia son objeto de una
lectura exhaustiva en el intento por descubrir qué tropos y qué modos
narrativos los rigen en tanto que textos completos. La disertación de
White sobre la estructura de los textos y sobre las relaciones entre los
elementos narrativos también es sintomática. Dividir los relatos o narra-
tivas en fragmentos menores, a no ser que se trate de un ejercicio analí-
tico, implica que se ven privados de su identidad primaria y de su
función comunicativa.
Esta misma idea según la cual las tesis y los textos históricos son dis-
tintos, y cualitativamente diferentes, de los elementos que los componen
caracteriza el pensamiento de Ankersmit. «La historia y la discusión his-
tórica son holísticas si atendemos a la idea universalmente compartida en
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sada aquí como «N1». Construimos así esta nueva entidad holística, sus-
tancia narrativa, para ver y reconocer este aspecto de la historiografía
(véase Ankersmit 1990, pp. 278-281).
Ankersmit escribe: «La tesis de que todos los enunciados que ex-
presan las propiedades de las sustancias narrativas (Sn) son analíticos
es, quizá, el teorema más importante de la lógica narrativa» (Ankersmit
1983, p. 127; de forma similar 1988, p. 220; 1995b, pp. 225-226).16 A la
luz de lo dicho sobre las sustancias narrativas como entidades holísticas,
esta tesis es ahora completamente comprensible. Todas las partes de un
todo le pertenecen inherentemente; podríamos decir que son parte de
él necesariamente, y son verdaderas con respecto a la entidad por el mero
hecho de formar parte de ella. Sería posible expresar la analiticidad de
las sustancias narrativas de la manera siguiente. Si una específica sus-
tancia narrativa Sn1 está compuesta por el conjunto de enunciados e1,
e2 y e3, entonces decir, por ejemplo, que «Sn1 es e1» no aporta ninguna
información nueva, pero es necesariamente verdadero a causa de la de-
finición de esa sustancia narrativa. La exigencia de enumerar todas las
propiedades de Sn como único medio de individualizarlas (p. ej., An-
kersmit 1983, p. 110) también puede explicarse con la idea de que la sus-
tancia narrativa es un todo compuesto de todas sus partes. Como
consecuencia ulterior, la identidad de una entidad definida analítica-
mente o verdadera requiere que todas sus partes permanezcan inaltera-
das: «Sean cuales sean las Sn que escojamos, ninguna puede jamás ser
diferente de lo que es sin dejar de ser la Sn que es» (Ankersmit 1983, p.
213). Si se da un cambio cualquiera en sus componentes, será una enti-
dad diferente «en cuanto se omite o se añade un enunciado, nos encon-
tramos con una Sn diferente» (Ankersmit 1983, p. 213).
Una consecuencia de esta posición es que una narrativa no puede
errar al describir su objeto, como «Renacimiento», porque lo está crean-
do: RenacimientoSn «es nada más y nada menos que lo que los historia-
dores individuales nos dicen que es» (Ankersmit 1983, p. 201). Y no
existe algo como, por ejemplo, «la caída del Imperio romano», estricta-
mente hablando. Las sustancias narrativas no son «escritura taquigrá-
fica» que nos permita hablar sobre cosas existentes en la realidad histó-
rica. En consecuencia, el conocimiento histórico narrativo no es propia-
mente conocimiento sino «una organización del conocimiento»
(Ankersmit 1983, p. 227). No hay ningún hecho relacionado con lo que
es la «caída del Imperio romano», sino que su identidad depende total-
mente de la elección del historiador.
Aunque en Ankersmit hay un cambio terminológico gradual de las
«sustancias narrativas» a las «representaciones», todos los elementos del
holismo siguen siendo parte integral de su filosofía posterior. En sus es-
critos más recientes, el holismo se aplica a la representación dentro del
esquema tripartito de representación: la representación, lo presentado
y la realidad representada. En general se puede afirmar que el holismo
en la filosofía narrativista de la historiografía se caracteriza por tres ras-
gos centrales: indescomponibilidad, analiticidad e infalsabilidad.
La indescomponibilidad significa que una entidad no puede descom-
ponerse en sus partes integrantes sin perder su identidad. La indescom-
ponibilidad puede derivar del concepto de totalidad o del holismo en sí,
pero se ve también en afirmaciones como «ninguno de los enunciados
que constituyen el texto […] es irrelevante para la presentación del pa-
sado en el texto» (Ankersmit 1995b, p. 225; la cursiva es mía) o más
arriba, en la afirmación que señala que ningún enunciado puede ser omi-
tido. En los escritos posteriores equivale a la idea de que no puede ha-
cerse distinción entre la atribución de predicados y la referencia, un
ejemplo de esto era la imagen del gato negro mencionada antes, en la
cual «el gato» y «es negro» constituyen una representación unificada.
Compárese la siguiente idea sobre los retratos: «No los percibimos como
un agregado de trocitos de información sobre el pelo, la nariz, el color,
la forma de los ojos, etc. (todos ellos correspondientes a enunciados sobre
el pelo, la nariz, etc., del modelo) sino más bien como un todo represen-
tacional» (Ankersmit 2012, p. 98).
La analiticidad es un rasgo de gran importancia en las representa-
ciones históricas: todo lo que puede decirse de las representaciones de-
riva de sus definiciones. Si las afirmaciones son verdaderas, lo son
necesariamente, porque constituyen el significado mismo de esas repre-
sentaciones. Pensemos, por ejemplo, en los historiadores que escriben
sobre el «Renacimiento». Todos elaboran una definición diferente y, por
consiguiente, todo lo que dicen sobre sus respectivos «Renacimientos»
es analíticamente verdadero con respecto a ellas y puede deducirse de
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CAPÍTULO 4
Representacionalismo y no representacionalismo
¿Arte o ciencia?
En su trabajo «La historia reducida bajo el concepto general del arte»,
Benedetto Croce defendía la opinión de que la historiografía es arte, al
contrario que, por ejemplo, su contemporáneo Johann Droysen, quien
pensaba que la historiografía era, definitivamente, una ciencia. El pro-
blema fundamental era que se consideraba que lo propio de la historio-
grafía era estudiar individuos particulares o actos singulares. Croce
escribe que la ciencia, en cambio, investiga tipos, «lo general, lo que
existe en todos los objetos individuales» (Croce 2012, p. 492). Por lo
tanto, la historiografía como ciencia sería una ciencia de lo individual,
lo que parece entrañar una contradicción, como dijo Schopenhauer. De
hecho, era la subsunción a lo general lo que a menudo definía la ciencia
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1 Para saber más sobre la diferencia entre el Ranke histórico y el rankeanismo, véase
Iggers (1962, 1973).
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ción con sus principales producciones académicas no puede ser algo se-
mejante a la «representación ajustada» o la «búsqueda de la verdad».
Los narrativistas también equiparaban la historiografía con el arte; ar-
gumentaban al principio que la historiografía se parecía a la literatura y
después que debía compararse con el arte visual. Esto conlleva que el
valor y la justificación de la historiografía es la creación de producciones
artísticas con valor estético, sin ninguna implicación sobre su autentici-
dad o su veracidad.
Ahora bien, una cosa es la aseveración de que la historiografía es
arte, o ciencia, o algo distinto, y otra cosa bien diferente es la posibilidad
real de crear entidades del tipo de las producidas por el arte o la ciencia.
Por ejemplo, cabe desear que la historiografía sea una ciencia y que pro-
duzca narrativas verdaderas. Pero si sucede que una «narrativa verda-
dera» es un objetivo inalcanzable, como han sostenido los narrativistas,
entonces obtener la condición de ciencia con este fundamento se con-
vierte en un deseo imposible. Los narrativistas han afirmado que la his-
toriografía crea necesariamente representaciones. El compromiso con la
noción de representación y representacionalismo es interesante porque
es transversal a varias orientaciones filosóficas. Croce escribió sobre re-
presentaciones. Y es típico de los realistas históricos, de forma parecida
a los narrativistas antirrealistas, pensar que la historiografía crea repre-
sentaciones, con la diferencia de que creen que esas representaciones
pueden representar el pasado tal y como fue. En el capítulo anterior co-
mencé el análisis de qué es lo representado en las representaciones his-
tóricas si no son «copias del pasado». Ahora esa indagación continúa.
¿Hasta qué punto es defendible la teoría narrativista de la representa-
ción? ¿Hasta qué punto es necesaria para la historiografía?
3 Para una crítica clásica de las teorías de la copia o de la sustitución, véase Goodman
(1976, pp. 3-10). Suárez define la concepción de la representación como similitud
[sim] así: «A representa a B si y solo si A es similar a B»; y la concepción de la re-
presentación como isomorfismo [iso] así: «A representa a B si y solo si la estructura
ejemplificada por A es isomorfa con respecto a la estructura ejemplificada por B»
(Suárez 2003, p. 227). A continuación presenta contra estas concepciones un argu-
mento de cinco brazos cuyos puntos clave son que (1) no son aplicables a todos los
artefactos representacionales, (2) no poseen las propiedades lógicas de la represen-
tación, (3) no dejan margen al fenómeno recurrente del error y/o la inexactitud, (4)
no son necesarias para la representación –la relación de representación puede darse
incluso si fallan [sim] e [iso]– y (5) no son suficientes para la representación, la re-
lación de representación puede no darse aun si se cumplen [sim] e [iso].
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4 Giere (2004) propone que desplacemos el foco a las prácticas científicas y comen-
cemos nuestro análisis con la actividad de representar. Su propuesta pretende
reservar un espacio a los propósitos en la exposición de las prácticas representa-
cionales. El esquema representacional general de Giere adopta la forma siguiente:
S usa X para representar W con propósitos P. Pero parece que la función represen-
tacional tradicional conserva su papel, porque Giere sigue interesado en el «encaje»
entre lo modelado y aspectos del mundo. Grüne-Yanoff escribe que la asunción im-
plícita que subyace en todas las propuestas de modelos científicos es que represen-
tan objetos reales. Los criterios representacionales propuestos incluyen el
isomorfismo, la similitud y la semejanza parcial. Señala que hay «pruebas convin-
centes» de que muchos modelos científicos no satisfacen el requisito representa-
cional central. Esto ha llevado a muchos a afirmar que dichos modelos desempeñan
una mera función heurística. Grüne-Yanoff escribe, divertido, que eso «coloca el
uso de tales modelos en la misma categoría que dar un paseo, leer el periódico o
cualquier otra actividad que realicen los científicos buscando inspiración para hacer
avanzar el desarrollo de la teoría» (Grüne-Yanoff 2013, p. 815).
5 Suárez desarrolla una concepción inferencial de las representaciones científicas que
niega el isomorfismo y la similitud como condiciones necesarias de la representación.
La idea principal es que las representaciones permiten el «razonamiento subrogado».
Más específicamente, hay dos condiciones para las representaciones: A representa a
B solo si (1) la «fuerza representacional» de A apunta a B y (2) A permite hacer in-
ferencias específicas en relación con B (Suárez 2004, p.773). De forma muy acertada
llama a esta exposición concepción minimalista de la representación, ya que en la
práctica amplía de forma significativa la aplicabilidad de la función representacional
y el concepto de representación. El destino de esa «fuerza representacional» puede
ser casi cualquier cosa, siempre que podamos extraer del objeto o objetos inferencias
informativas. En opinión de Suárez, las pinturas cubistas y surrealistas son repre-
sentacionales, pero uno se pregunta cuáles son sus objetos representacionales.
6 La excepción sería la concepción del homomorfismo en la representación. Aunque
cae presa de casi todos los argumentos esgrimidos contra las explicaciones basadas
en el isomorfismo y la similitud (véase Suárez 2003, pp. 239-240).
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mismo objeto, el planeta Venus. Frege pensó que los «sentidos» o «con-
ceptos» de estas expresiones son diferentes, aunque su referencia no lo
sea. Podemos hacer observaciones similares en el contexto de las ads-
cripciones de creencias. Jack bien puede creer que «Clark Kent no salvó
el mundo» y que «Superman sí salvó el mundo» sin contradicción alguna
si asumimos que hay dos proposiciones diferentes a las que se refieren
estas oraciones y que Jack ignora que Clark Kent es Superman. El mundo
de los sentidos y las proposiciones como un mundo incorpóreo ajeno a
la historia podría ayudarnos a dar sentido a lo dicho conectando nuestro
lenguaje con el mundo corpóreo, material y real.
Tal vez pueda verse a Ankersmit como miembro de esta venerable
tradición de filósofos del lenguaje con su propuesta de que entre las re-
presentaciones textuales y la realidad histórica hay «aspectos» o «pre-
sentados» incorpóreos parecidos.7 La propuesta de Frege era que estas
entidades abstractas se necesitan para dar sentido a lo dicho cuando di-
fiere el contenido de lo dicho pero las referencias de lo dicho en el mundo
exterior permanecen iguales. Por eso, la prueba idónea para esta analogía
sería ver si el supuesto de un «tercer mundo» tiene beneficios semejantes
para la inteligibilidad de nuestro discurso histórico. En concreto, si dos
historiadores se refieren al mismo mundo histórico (y material) con
distintos tipos de representaciones, no podríamos dar sentido a las in-
terpretaciones (lo dicho) de un historiador sin presuponer dos «presen-
tados» como las entidades abstractas correspondientes. Tengo que
admitir que encuentro interesante esta interpretación. Es más, tal vez se
podría pensar que enlaza con una discusión relativamente reciente sobre
ontologías sociales abstractas.8
Sin embargo, la hipótesis de los «dos mundos» también plantea pro-
blemas filosóficamente y como interpretación textual de Ankersmit. Para
empezar con los problemas filosóficos: una implicación metafísica es que
la hipótesis de los «aspectos» duplica la ontología histórica. Es decir,
tendríamos el mundo de las representaciones primero y, después, el de
los «presentados». Habría así dos niveles y dos mundos separados onto-
lógicamente. En una ocasión, Ankersmit escribe que:
Cada representación, pues, lleva consigo su propio representado o aspecto 9
–de forma muy parecida a como cada uno de nosotros va acompañado de
su sombra en un día soleado– y cada uno de esos representados está indi-
solublemente vinculado a una y solo una representación particular que se
corresponde con él (Ankersmit 2012, p. 72).
En la interpretación ontológica, esto significaría que nos vemos a
nosotros mismos y a nuestras sombras como objetos de igual categoría.
Por lo tanto, si pensamos que tanto la «representación» como los «pre-
sentados» son entidades objetivamente existentes, introducimos una on-
tología de dos tercios (que se suman al tercero, la realidad histórica). Así
parece que el supuesto de «tratar de algo» conlleva que exista un nivel
(lingüístico, quizá) de representaciones y otro nivel separado de objetos,
de presentados de los que tratan las representaciones. Cada representa-
ción historiográfica generaría un nuevo objeto abstracto independiente.
En resumen, el supuesto de «tratar de algo» nos fuerza a duplicar e inflar
nuestra ontología.
El resultado es que, aunque la teoría de la representación como sus-
titución es una teoría sobre la identidad10 del pasado y el presente, su-
8 Véase, de John Searle, The Construction of Social Reality (1997), y «Social Ontology.
Some Basic Principles» (2006). Searle piensa que podemos tener conocimiento epis-
témicamente objetivo sobre entidades ontológicamente subjetivas, como el dinero.
La existencia de tales objetos no es independiente de la práctica humana pero su
conocimiento, valores de verdad incluidos, no es dependiente del discernimiento
de nadie.
9 Nótese que Ankersmit (2012) también usa ocasionalmente el término represented,
«representado», con el mismo significado que «presentado» y «aspecto». En este
contexto, «representado» no denota la realidad histórica independiente de un his-
toriador («represented reality», p. 81), sino el objeto que el historiador constituye
mediante su escritura y del que trata la representación resultante.
10 Véase, de Ankersmit, «Danto on Representation» (1998).
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11 Algunos estudiosos (p. ej. Icke 2010, pp. 45, 26), incluyendo al propio Ankersmit
en su Narrative Logic (Ankersmit 1983, pp. 8, 16, 28), han intentado explicar la na-
turaleza representacionalista de las narrativas y las sustancias narrativas recu-
rriendo al lenguaje del «punto de vista». Pero si negamos que exista una narrativa
verdadera o un asunto en relación con el cual las narrativas serían verdaderas o fal-
sas según la función de verdad, tendría que resultar obvio por qué este tipo de len-
guaje es problemático. El «punto de vista», como tal, implica que hay una sustancia
compartida, y su esencia, con respecto a la que uno adopta un punto de vista. Esto
entraña que, en principio, existe una visión correcta de esa sustancia, quizá la com-
binación de todas las visiones posibles, o que captarla bien es, como mucho, un
problema epistemológico y, por lo tanto, no hay esquemas conceptuales en ningún
sentido metafísico interesante. Véase, de Davidson, «On the Very Idea of a proba-
blemente, conceptual» (1974), para una crítica del «punto de vista» y la noción de
esquema conceptual.
12 Merece la pena explicar con mayor detalle por qué la expresión «realismo en el
idealismo» no es un oxímoron, como podría pensarse. Lo opuesto al realismo no es
el idealismo sino el antirrealismo, y lo opuesto al idealismo es el materialismo. Dicho
esto, la interpretación ontológica implica que el mundo imaginario es no material,
«ideal» en este sentido, pero que al mismo tiempo es real, esto es, existe. Un idealista
puede ser, por lo tanto, realista, pero no materialista, aunque el mundo del idealista
sea dependiente en alguna medida del pensamiento humano. Si el mundo que ha-
bitamos fuese el de la mente de Dios, entonces todo sería dependiente de Su mente
y sin embargo real. De paso, nótese que, de forma parecida, un idealista puede ser
un teórico de la verdad como correspondencia; solo que en este caso, los hechos, o
hacedores de verdad, serían dependientes de la mente (véase Kirkham 2001, pp.
73-76, 133-134).
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pueden formar parte del pasado en sí. ¿Qué significa decir, por ejemplo,
que un aspecto de Napoleón (tal y como está representado en un libro
de historia) es parte del mundo histórico en sí? ¿No se decía que un «as-
pecto» es una constitución y una aportación coligatoria del historiador?
Me parece que cualquier interpretación particular debe más al «lado
del sujeto» de lo que se reconoce aquí, como explicaré en los capítulos
6 y 10. Y no está claro cómo podría descubrir un historiador un «as-
pecto» que forme «parte del mundo». En relación con esto, también
preocupa si el número de aspectos es limitado. Es más, como expresa
Ankersmit,14 si las representaciones tratan de «aspectos», entonces es
difícil decir de qué son esos aspectos. ¿Es necesario comprometerse con
un conjunto dado de objetos (del mundo histórico) sobre los que tratan
toda la historiografía y todas sus interpretaciones (a través de sus as-
pectos)? La visión acumulativa crea la expectativa de que la investiga-
ción historiográfica llegue a un fin y de que todos los aspectos de una
investigación estén representados en ese fin. En último lugar, aunque
no haya un compromiso con el «tercer mundo» de los «presentados»,
este panorama reproduce la dicotomía sujeto-objeto, es decir, la oposi-
ción conceptual básica entre representación y representado. Para An-
kersmit la realidad representada viene «dada objetivamente» y la
interpretación es «una actividad del sujeto» (Ankersmit 2012, p. 51).
No me adentraré más en las complejidades metafísicas sobre lo que pue-
den ser esos objetos, pero es obvio que se necesita mucho más trabajo
filosófico de campo para que esta posición sea viable. Como mínimo,
cabe esperar que de esta clase de supuestos problemáticos surjan bene-
ficios prácticos claros.
En la siguiente sección esbozo una alternativa fundamentada a la
exposición representacionalista. Sin embargo, queda una tarea pendiente
antes de eso. Al principio de esta sección sugería que un posible signi-
ficado de «representación» es que un objeto esté en lugar de otro. Un
ejemplo de ese «estar en el lugar de otro» podría ser un miembro del
parlamento, que está allí «en mi lugar» pero no es una sustitución de mi
persona. Otra forma de expresar esta idea es pensar en dos grupos reli-
giosos y su simbolismo. Es habitual que la imagen de un santo esté en
lugar del santo en ausencia del real, pero no puede decirse sensatamente
que sea su sustituto de carne y hueso. Todavía se necesita y se ansía el
14 En comunicaciones privadas.
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santo real. Por otra parte, podría argumentarse que el afán de los icono-
clastas por destruir las imágenes de Dios refleja el temor a que las imá-
genes ocupen el lugar de Dios, sustituyéndolo por completo. Baudrillard
escribe que los iconoclastas predijeron la «omnipotencia de los simula-
cros», «que el mismo Dios nunca fue sino su propio simulacro» (Baudri-
llard 1994, p. 4). Temían así la muerte del referente divino y que la
adoración a Dios fuera transferida a la veneración de sus simulacros o
imágenes (cf. Ankersmit 1994, pp. 188-192).
¿Podríamos aplicar este sentido de la representación como «estar
en lugar de algo» y ver la historiografía en estos términos representa-
cionales? ¿Podemos decir que un texto histórico «está en lugar del pa-
sado»? Podríamos, sin duda, pero al mismo tiempo esta es una solución
demasiado fácil. Se puede decir de cualquier cosa que está en lugar de
cualquier otra cosa si así lo estipulamos. La relevancia de esa estipula-
ción es otro asunto. Si afirmo que mi taza de café está en lugar de un
ser omnipotente, tal afirmación sería comprensible lingüísticamente
pero aun así es probable que se considerara un disparate. Admito que
un texto histórico trate sobre el pasado de alguna forma imprecisa, pero
carece de sentido afirmar que un texto histórico está en lugar del pa-
sado. En cualquier sentido literal, un texto es una cosa bastante distinta
del pasado, lo que lo convierte en un símbolo poco apto de este. Y es
más importante que esta hipótesis sobre la representación no cambia
en ningún caso el tema sustancial: un texto histórico no puede ser iso-
morfo con respecto a la realidad histórica. Son muy diferentes tanto por
sus estructuras como por sus cualidades. ¿Cómo podría ayudarnos aquí
el no representacionalismo?
Hacia el no representacionalismo
Para Ankersmit, los problemas de la explicación tradicional de la repre-
sentación refuerzan su decisión de adherirse al concepto de la represen-
tación y hallar una formulación alternativa del concepto en lugar de
buscarle un relevo. Convengo con él en que los problemas de la repre-
sentación suponen un reto, pero, para mí, el reto es ir un paso más allá
y preguntar qué es la historiografía y qué son sus principales aportacio-
nes al conocimiento, sin asumir que deban ser representaciones. En el
capítulo anterior argumentaba que las filosofías de Ankersmit y White
están unidas por su compromiso con el representacionalismo; y al prin-
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16 Merece la pena añadir que no es mi intención sugerir que la idea de que exista tal
lógica es un problema en sí o de por sí. De hecho, yo mismo he usado este tipo de
argumentación. En «Making Sense of Conceptual Change» (Kuukkanen 2008), su-
gería que la lógica de escribir historia conceptual exige que todas las instanciaciones
(subconceptos) en la historia de un concepto deben compartir un cierto núcleo con-
ceptual mínimo. Sin embargo, pienso que debe darse un vínculo adicional entre la
lógica y la pragmática: las nociones derivadas de la lógica deben ayudar a un mejor
análisis y comprensión de la historiografía. Si no es el caso, es cuestionable que se
haya logrado esbozar la «lógica» correcta.
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de tres (Williams 2009, p. 19). Tal vez sea mejor buscar un modelo al-
ternativo a lo que Dewey llamaba la «explicación del espectador», en
el centro de la cual se encuentra el representacionalismo. La explicación
del espectador implica que «la cosa por conocer es algo que existe antes
y de forma enteramente separada del acto de conocer» (Dewey 1929,
p. 205). Podría decirse que las «sustancias narrativas» son buenos ejem-
plos del tipo de entidades que no existen antes de la construcción de los
historiadores. De forma similar a Dewey, Richard Rorty define el «anti-
rrepresentacionalismo» como una posición que «no considera el cono-
cimiento como captar bien la realidad sino más bien como adquirir
hábitos de acción para afrontar la realidad» (Rorty 2011b, p. 1). El hin-
capié se hace, así, en el proceso de construcción y no en una reflexión
sobre lo que viene dado en la realidad independiente del sujeto.
Sin embargo, yo no calificaría la posición del presente libro como
antirrepresentacionalista, aun cuando mi intención es esbozar una ex-
plicación no representacionalista de la historiografía en lo tocante a sus
producciones académicas más importantes. Es más, mi intención no es
asumir la función de un crítico general del representacionalismo y del
concepto de representación junto a Rorty (aunque yo también estimo
que la metáfora del reflejo especular es inservible). Mi propósito, más
modesto, es sugerir que en el ámbito de la historiografía no es razonable
aplicar el representacionalismo a sus principales aportaciones al conoci-
miento. Intentar dar sentido a la historiografía por medio de un esquema
representacionalista rígido sería engañoso y solo nos alejará de las ob-
servaciones centrales: las interpretaciones nacen de forma inferencial y
son construcciones por naturaleza. Aunque son posibles muchas modi-
ficaciones del representacionalismo, no deberíamos intentar salvar a toda
costa el concepto de representación cuando hay disponible una opción
«presentacional» más sencilla.
En otras palabras, no pretendo formular una metafísica acabada ni
una filosofía del lenguaje alternativas. Y no tengo ningún problema ge-
neral con las representaciones, que, de hecho, funcionan a la perfección
en otros contextos. Mi argumento es que el representacionalismo no es
un compromiso razonable en el caso de las tesis e interpretaciones his-
toriográficas. En realidad, incluso en el terreno pragmático rortyano, pa-
rece que es permisible seguir usando el concepto de representación en
ciertos contextos, cuando es un lenguaje justificado pragmáticamente y
útil en algún caso.
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CAPÍTULO 5
El razonamiento en la historiografía
1 En lo sucesivo, uso estos dos términos de forma intercambiable para este tipo de
entidades de orden superior en historiografía. Ankersmit escribe que, como puede
pensarse erróneamente que hablar de narrativas implica que el texto histórico es
en esencia un relato, una «variante de la novela», y oculta a la vista que el texto
histórico debe hacer justicia al pasado, es mejor usar la expresión «representación
histórica» (Ankersmit 2005, pp. xiiv-xiv). Se deduce de esto que tanto «narrativa»
como «representación» son términos aceptables, siempre que se eviten las conno-
taciones incorrectas.
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5 También White atribuye una función cultural transcendental a las narrativas. Aun-
que él piensa que «los acontecimientos reales no se ofrecen en forma de relato»
(White 1980, p. 8; cf. White 1978, pp. 1-25), lo que hace muy difícil su narrativi-
zación, «la narratividad es un metacódigo, un universal humano en virtud del cual
se pueden transmitir mensajes sobre la naturaleza de una realidad compartida»
(White 1980, p. 6). También afirma que nunca podemos experimentar «la totalidad
y plenitud» de la narrativa histórica (White 1980, p. 24).
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6 Es cierto que también Ankersmit habla en ocasiones de las narrativas como relatos
(p. ej. Ankersmit 2009), pero esta visión contradice el mensaje de Narrative Logic,
donde Ankersmit dice estar interesado en la estructura lógica de las entidades lin-
güísticas y afirma que las comparaciones con la «historiografía de la que cuenta re-
latos deberían evitarse» (Ankersmit 1983, p. 16; similar en 1986, p. 2). También
niega explícitamente que las narrativas sean relatos (Ankersmit 1983, p. 16; 2005,
p. xiiv), en lugar de eso son «entidades lógicas» (Ankersmit 1983, p. 94).
7 Es curioso que a White le tiente una estrategia retórica que incluye locuciones como
«afirma la opinión profesional» (White 1980, p. 9), «de común acuerdo» (p. 9), «co-
mentaristas recientes han observado» (p. 13), «por consenso común» (p. 19), «según
la opinión de los comentaristas más recientes» (p. 20), «afirma la opinión común»
(p. 23), «nos dicen los comentaristas» (p. 25), «es la moderna comunidad historio-
gráfica la que ha distinguido» (p. 27) etc., sugiriendo que algo es generalmente
aceptado aunque sin dar referencias específicas.
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8 A pesar de esto, según White, las crónicas no son verdaderas narrativas porque no
terminan, permanecen «inacabadas», y por este motivo no pueden otorgar un sig-
nificado adecuado a los acontecimientos (White 1980, p. 24).
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9 Icke piensa que esta es la esencia de Narrative Logic, de Ankersmit, y que «no com-
prender eso […] es no entender el objetivo del libro» (Icke 2010, p. 17). Estoy de
acuerdo en que es uno de los temas centrales del libro. Gorman (1997) cuestiona la
sensatez de asumir que el todo es algo más que la suma de sus partes. Sin embargo,
no creo que este último no entienda el objetivo del libro, como afirma Icke. Más
bien sucede que no le convence la argumentación en que se apoya esta posición.
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Tesis historiográficas
Eric Hobsbawm fue quizá el creador de tesis históricas más prolífico de
su generación. En la reseña de una recopilación póstuma de artículos de
Hobsbawm, Richard J. Evans sugería que uno de los motivos para su re-
sonancia global era la «enorme, sorprendente fertilidad de su imagina-
ción histórica», que resultó en «todo un aluvión» de conceptos: «la crisis
general del siglo XVII», «revolución dual» (la revolución francesa y la
revolución industrial, acontecimientos conformadores de la época con-
temporánea), «la invención de la tradición», «rebeldes primitivos»,
«bandidaje social», «el largo siglo XIX» (1789-1914), «el corto siglo XX»
(1914-1989), etc. La valoración que hace Evans de la figura de Hobs-
bawm encaja bien en la caracterización de un historiador ideal: «capaci-
dad de ver todo el panorama y elaborar un concepto delimitador con el
que clasificar los variados e ingobernables pormenores de la historia»
(Evans 2013). Algunos de esos conceptos constituyen tesis para libros
enteros. Viene a la memoria especialmente The age of extremes: The short
twentieth century, 1914-1991 (Hobsbawm 1995) (literalmente, La edad de
los extremos: el corto siglo XX. 1914-1991; publicado en español con el
título Historia del siglo XX).
Puede extraerse otro ejemplo de tesis histórica de The Making of the
English Working Class (en español, La formación de la clase obrera en In-
glaterra), de E. P. Thompson, (1991). El libro de Thompson es un clásico
de la historia social y del trabajo. ¿Cuál es la posición que defiende
Thompson en este monumental texto de 958 páginas? La principal tesis
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del libro es que la clase obrera inglesa nació entre 1780 y 1832, y que su
nacimiento fue un proceso activo, es decir, que la clase obrera no fue
hecha sino que se hizo a sí misma. Thompson expone elocuentemente
esta posición al principio del libro: «La clase obrera no apareció como el
sol en un momento establecido. Estuvo presente en su propia formación»
(Thompson 1991, p. 8). El libro de Thompson es muy profundo y con-
tiene gran riqueza de información sobre el período, parte de la cual pre-
sentaré y discutiré más adelante. Pero es la tesis antes citada la que
suministra el tema y el ángulo para nuestro análisis, ya que ninguno de
los detalles es central en el libro. Expresado de otra manera, todos los
detalles están subordinados a la tesis principal, que sintetiza así el libro
y la información que contiene.
El libro de Christopher Clark sobre los orígenes de la Primera Guerra
Mundial, The Sleepwalkers: How Europe Went to War in 1914 (en español,
Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914), es el otro libro de his-
toria que se estudiará a fondo. Es una obra reciente que llegó oportuna-
mente a las librerías poco antes del centenario de la Gran Guerra. ¿Cuál
es la posición central en este libro? Ya está incluida en el título, como
suele suceder en la buena historiografía. Su tesis es que los dirigentes eu-
ropeos fueron como sonámbulos avanzando paso a paso hacia un objetivo
sin saber ni comprender cabalmente cuál sería el final de ese proceso.
Podríamos seguir mencionando ejemplos casi inacabables de tesis
históricas similares, pero estas bastarán para añadir concreción a esta
tarea. Son representativas de la producción académica de primer nivel
en historiografía y ese es el motivo principal de incluirlas aquí, pero po-
dría haber escogido muchas otras. Como buena parte de la obra de Hobs-
bawm, el libro de Thompson se ha ganado la condición de clásico. Por
su parte, R. J. W. Evans (2014) estima que el libro de Clark es «el más
coherentemente sutil, perspicaz y sugerente» de entre la ola de publica-
ciones aparecidas con ocasión del centenario de la Gran Guerra. A con-
tinuación analizaré cómo pueden identificarse las tesis centrales en estos
dos libros y qué forma adoptan.10
10 Hayden White también ha analizado The Making of the English Working Class de
Thompson para ilustrar su aproximación tropológica. No tengo razones para dis-
putar que podríamos entender que Thompson estructura sus datos mediante algún
tipo de tropo o que «impuso un patrón a la materia estudiada» (White 1978,
pp. 15-16). En cambio, está mucho menos claro que la teoría de los tropos de White,
de la que el libro de Thompson es un supuesto ejemplo, presente «signos de los esta-
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dios en la evolución de la conciencia» (White 1978, p. 15). White afirma haber en-
contrado el mismo tipo de teoría en Piaget y Freud.
11 Podemos entender el holismo semántico como una doctrina según la cual el signi-
ficado de una entidad semántica depende de los significados de muchas otras enti-
dades semánticas. En otras palabras, ninguna entidad semántica podría tener
significado sola, por ejemplo, dados sus constituyentes de referencia externa o sig-
nificado interno. Ned Block define el holismo mental y semántico como sigue: «El
holismo mental (o semántico) es la doctrina por la que la identidad del contenido
de una creencia (o el significado de la oración que la expresa) viene determinada
por su lugar en la red de creencias u oraciones que contiene una teoría entera o un
grupo de teorías». (Block 1998, p. 488). Deberíamos subrayar que los narrativistas
adoptan una posición holística fuerte, según la cual todos los constituyentes de sig-
nificado de una narrativa definen la narrativa.
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la tesis no viene definida por todas las frases o bien que podemos dis-
tinguir entre comprensión e identidad por un lado y significado por otro,
de manera que comprender una tesis no exige conocer su significado.
La primera opción equivaldría a abandonar el holismo y la segunda es
confusa a falta de una teoría más profunda sobre la relación entre com-
prensión y significado.
Por lo tanto, es importante preguntarse qué define el significado o
la identidad de una tesis histórica específica. O, sencillamente, ¿qué
constituye una tesis histórica? La asunción de la naturaleza holística de
las tesis históricas se valora mejor si la observamos a partir de un ejem-
plo historiográfico concreto. Por ejemplo, la afirmación de que el conde
Fitzwilliam fue apartado de su cargo como lord teniente de Irlanda por
protestar ante la masacre de Peterloo en 1818 (Thompson 1991, p. 751)
¿es parte constitutiva del significado de la principal tesis histórica de
Thompson, esto es, que la clase obrera inglesa nació de forma más o
menos espontánea entre los años 1780 y 1832? ¿Forma parte de su iden-
tidad la afirmación de que se vendieron 100.000 ejemplares de la revista
The Political House that Jack Built (Thompson 1991, p. 743)? ¿O que la
London Correspondence Society convocó una gran manifestación en
Copenhagen Fields, en Islington, el 26 de octubre de 1795 (Thompson
1991, p. 157)? Todos estos detalles son parte de la «representación» o
«narrativa» concebida de forma holística. ¿Es verdad que si una persona
no conociera una de estas afirmaciones no comprendería lo que sostiene
Thompson en su libro? Pongamos que dos lectores extremadamente in-
teligentes y competentes conocen sendos conjuntos casi completos de
oraciones que difieren en una sola oración, una que falta en uno de los
conjuntos, o que ha sido sustituida por otra. ¿Tenemos que presuponer
que las tesis que comprenderá cada uno de ellos serán diferentes? Si el
holismo es correcto, la respuesta es sí, por insignificante que sea la ora-
ción o la diferencia.
No es razonable asumir que todos estos detalles son partes consti-
tutivas del significado de la tesis histórica de tal manera que es preciso
conocerlos para comprender la principal posición de Thompson. El autor
podría haber omitido la mención de cuántos ejemplares se vendieron de
esa particular revista clandestina y todavía se consideraría que defiende
la misma postura sobre el nacimiento de la clase obrera en Inglaterra.
Sobra decir de podrían traerse a colación centenares, literalmente, de
otros «hechos» hallados en las casi mil páginas que no parecen centrales
para la principal tesis historiográfica. Además del argumento en negativo
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12 Dummet (1973) defendía que una explicación creíble de cómo empleamos el len-
guaje como instrumento de comunicación exige el rechazo del holismo. Lo que
quiere decir es que tiene sentido exigir solo un consenso parcial en las creencias y
el significado, no un consenso perfecto que abarque todo. Véase Fodor y Lepore
(1992, pp. 8-10).
13 A pesar del holismo, Ankersmit acata también la distinción entre analítico y sin-
tético cuando afirma que todas las oraciones de una narrativa/representación son
analíticamente verdaderas con respecto a ella, pero que hay otras oraciones, sin-
gulares, que son verdaderas o falsas según un fundamento factual. Esto resulta
irónico puesto que, aunque el holismo puede verse como una superación de la dis-
tinción problemática, Ankersmit termina por aceptar dos doctrinas filosóficamente
controvertidas.
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Sin embargo, argumentan que en el primer caso todas las nociones de si-
militud deben confiar en última instancia en la noción de identidad y
que el molecularismo no se sostiene sin la adopción de la distinción entre
analítico y sintético. Ahora bien, como se ha afirmado antes, el reto que
afronto en este libro no es dirimir esta interesante disputa filosófica sino
encontrar un sistema creíble y funcional en la práctica para utilizar las
nociones de significado y pruebas en el contexto de la historiografía. Sin
embargo, sería posible caracterizar mi propuesta tanto en términos de
molecularismo como de similitud en el contenido de significado, como
se explicará más adelante.
El significado en historiografía
Al rechazar la posición holística, abandonamos también la asunción de
que todos los enunciados de un trabajo de historia son constitutivos de
significado. La posición opuesta es asumir que una tesis historiográfica
o sus componentes son entidades puntuales, o atómicas, cuya compren-
sión no requiere conocer ningún otro significado ni sus relaciones con
la tesis estudiada. Esto no es factible en nuestro ámbito historiográfico
(ni en general tampoco) porque es necesario conocer una buena cantidad
de la información expuesta. Por ejemplo, para comprender la afirmación
de Thompson de que la clase obrera inglesa estuvo «presente en su pro-
pia formación» entre 1780 y 1832, necesitamos saber que Thompson en-
tiende «clase» como un proceso, no como una entidad social estática.
También es necesario, y más importante, saber cómo se entiende el pro-
ceso de «formación» y cuáles son sus partes constitutivas centrales. El
primer eslabón del proceso se hace evidente en la primera parte del libro,
«El árbol de la libertad». Dice que en los años y acontecimientos ante-
riores al siglo XVIII se habían plantado las semillas para el posterior mo-
vimiento emancipador de la clase obrera. Tales «semillas» están
compuestas de diversas formas de disidencia (a menudo religiosa) y de
la idea del «inglés nacido libre». La segunda parte del libro, «La maldi-
ción de Adán», defiende la continuidad cultural y política desde finales
del siglo XVIII y describe cómo las relaciones de producción y las con-
diciones laborales de la Revolución Industrial cambiaron la vida de los
trabajadores del campo (capítulo 7), artesanos urbanos (capítulo 8) y te-
jedores en los telares (capítulo 9). La conclusión de Thompson es que
«para 1840 la mayor parte de la gente era “más rica” de lo que habían
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sido sus antecesores cincuenta años antes, pero habían sufrido (y conti-
nuaban sufriendo) esa ligera mejora como una experiencia catastrófica»
(Thompson 1991, p. 222). Finalmente, es necesario comprender el asunto
tratado en la tercera sección del libro, «Presencia de la clase obrera». El
radicalismo permaneció a la defensiva en los años posteriores a 1815 y a
menudo se hizo clandestino. Y aunque queda muy poca información (y
distorsionada) sobre el movimiento clandestino, Thompson afirma que
existe una continuidad clara en la «formación» desde los años previos a
1815 hasta la década de 1830. Para ver hacia dónde nos conduce el ra-
zonamiento de Thompson, será mejor anotar algunas citas directas:
Al final de la década [de 1820] […] es posible hablar de una manera nueva
acerca de la conciencia de los obreros sobre sus intereses y sobre su predi-
camento como clase […] hay un sentido en el que podemos describir el ra-
dicalismo popular de esos años como una cultura intelectual (Thompson
1991, p. 781; la cursiva es mía).
En estos años, los obreros aprendieron a verse
como parte de una historia general del conflicto entre las «clases industrio-
sas», definidas de manera vaga, por un lado, y la Cámara de los Comunes,
sin reformar, por otro. De 1830 en adelante, estaba madurando una concien-
cia de clase más claramente definida, en el sentido marxista habitual, en la
que los obreros eran conscientes de continuar por su cuenta las batallas an-
tiguas y las nuevas (Thompson 1991, pp. 781-782; la cursiva es mía).
Más adelante el (sub) capítulo final declara que, en los años de 1831
a 1835:
hay un sentido en el que la clase obrera ya no está en formación sino que
está formada. Cruzar el umbral de 1832 a 1835 es entrar en un mundo en
el que la presencia de la clase obrera se puede sentir en todos los condados
de Inglaterra y en la mayoría de los ámbitos de la vida (Thompson 1991,
p. 887; las cursivas son mías).
Se puede decir que el significado de la tesis queda constituido por
este tipo de elementos centrales que constituyen el proceso que culminó
en el nacimiento de la clase obrera inglesa. Entender ese significado im-
plica que somos capaces de conectar estos elementos.
Conviene señalar que el significado y las pruebas se amalgaman de
forma natural cuando la comprensión más profunda del significado lleva
a un mejor conocimiento de las pruebas. De nuevo, aunque esta distin-
ción conceptual no es tajante, la distinción existe, y la afirmación prin-
cipal es que la mayoría de los elementos factuales del libro no son
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salió de Viena temprano la mañana siguiente sin que tuviese lugar ninguna
otra reunión. Berchtold regresó a su despacho y estuvo hasta altas horas
de la madrugada escribiendo una carta que se llevó al mensajero del hotel,
de manera que alcanzó a Pašic´cuando este dejaba la ciudad. Pero como es-
taba garabateada en caligrafía alemana (sin mencionar que la letra de Berch-
told era famosa por su ilegibilidad), Pašić fue incapaz de leerla. Incluso
cuando la carta fue finalmente descifrada en Belgrado, Pašic´supuestamente
encontró difícil entender de qué hablaba Berchtold. El personal del minis-
terio de asuntos exteriores austríaco tampoco tenía ni idea, porque Berch-
told no había pensado en guardar un borrador del texto. Esta comedia de
errores […] sin duda delata parcialmente el desgobierno austríaco […]
Transmite sobre todo una idea de la torpeza paralizante que se había ins-
talado en las relaciones austro-serbias en vísperas de la Primera Guerra
Mundial. (Clark 2013, p. 98).
Por supuesto que este es un pequeño episodio de la saga que llevó
al mundo a su primera guerra total, pero la «comedia de errores» y los
fallos de cálculo de este episodio ejemplifican con excepcional viveza
la tesis del sonambulismo en relación con la Primera Guerra Mundial.
Los principales actores en el drama previo a la Gran Guerra no contro-
laban por completo ni comprendían cabalmente las consecuencias de
sus actos.
Clark da varias razones para este «sonambulismo». Una es que rei-
naba un «caos de voces concurrentes» tanto entre los aliados como den-
tro de las estructuras de toma de decisiones de las potencias europeas.
Había, por ejemplo, una incertidumbre y una falta de claridad inherentes
en los procesos decisores de las monarquías. Si un rey no lograba de-
sempeñar una función integradora (lo que sucedía a menudo) en las re-
laciones de poder dentro de la estructura monárquica, el sistema
permanecía indeciso y potencialmente incoherente. «En este sentido, los
reyes y emperadores podían convertirse en una fuente de ofuscación en
las relaciones internacionales» (Clark 2013, p. 184). El sistema interna-
cional estaba menoscabado en general por una comprensión relativa-
mente defectuosa de las intenciones mutuas, y la situación no mejoró
dada la escasa confianza, aun dentro de las respectivas alianzas, combi-
nada con altos niveles de hostilidad y paranoia aguda (Clark 2013,
p. 240). Los focos clave son la «fluidez» y las «fluctuaciones» de las es-
tructuras de poder e influencia, que generaban incertidumbre y un alto
grado de contingencia en el sistema.
Una de las divergencias de la lectura de Clark con respecto a otras
interpretaciones de la Gran Guerra es que no busca actores que sean úni-
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en hombros de los dirigentes serbios, rusos y franceses. A pesar de que Clark in-
tenta distanciarse de la literatura que pretende identificar a los principales culpa-
bles, sin duda esta es una trama oculta en su libro. Sin embargo, en un nivel más
general, parece que Mulligan también está de acuerdo con la interpretación del
«sonambulismo»: «La interacción de estas diversas decisiones [previas a la Gran
Guerra], cada una de las cuales se adoptó para servir aparentemente un interés na-
cional racional, culminó en “Armagedón”, por usar la expresión de Asquith. Cada
estado, argumenta Clark, explotó este fantasma de una catástrofe general, con la
esperanza de que sus oponentes desistieran. Mientras los dirigentes reconocían que
una guerra europea general conllevaría consecuencias catastróficas, no podían «sen-
tirlo», algo que distinguió a los estadistas de 1914 de sus sucesores de la Guerra
Fría» (Mulligan 2014, pp. 663-664).
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:47 Página 141
sería prudente revivir el debate sobre si hay una distinción entre lo ana-
lítico y lo sintético. Y no sería razonable acatar un holismo vigoroso, que
convierte en un misterio la comunicación cotidiana. Se necesita alguna
distinción, pero con espíritu pragmático es mejor mantener porosa la
frontera entre significado y pruebas.
16 Es interesante señalar que una actitud del mismo tipo puede hallarse, sorprenden-
temente, entre filósofos que por lo demás tienen una orientación antirrealista. Por
ejemplo, a pesar de sus simpatías por programas de investigación muy poco realis-
tas, tales como la sociología del conocimiento científico, el historiador de la ciencia
Stephen Shapin ha llegado a la conclusión de que toda tradición académica debe
encuadrar su forma de hablar dentro del «modo realista de discurso» (Shapin 1995
pp. 311, 315).
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:47 Página 143
19 Thompson cita en el prefacio (Thompson 1980, p. 11) que hay una cuarta parte que
aborda la teoría política y la conciencia de clase en las décadas de 1820 y 1830. Sin
embargo, esta cuarta parte no es comparable en estructura con las otras tres sino
más probablemente un epílogo o una reflexión sobre el significado general del libro.
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:47 Página 147
es como decir que la comunidad de la clase obrera tenía sus valores co-
lectivos y su código moral propio. La tercera sección, la última del libro,
estudia los años de clandestinidad, cuando el radicalismo de la clase
obrera era un «movimiento de defensa», y se pregunta si hubo discon-
tinuidad con los primeros años del radicalismo.
Hay muchas subsecciones que en ocasiones parecen aportar muy
poco al argumento principal y se asemejan a «desvíos» fácticos, en sen-
tido positivo, que se adentran en investigaciones de algún fenómeno his-
tórico relacionado. Un ejemplo es el ludismo, que fue parte integral del
radicalismo de la clase obrera de principios del siglo XIX y que sencilla-
mente no puede ignorarse. El ludismo fue un movimiento de transición
hacia una clase obrera plenamente consciente y creció en la tradición
ilegal previa a 1811 como un estallido contra el capitalismo industrial,
que violaba el código legal paternalista aceptado entre los artesanos
(Thompson 2009, pp. 601, 658). Es típico de la historiografía dar mayor
profundidad al argumento principal con partes descriptivas y factuales
de otros fenómenos históricos que resultan interesantes de forma inde-
pendiente. Además, aunque mi propuesta es que los historiadores argu-
mentan en defensa de sus puntos de vista, el discurso factual es y
continúa siendo parte importante del discurso histórico. Si un historia-
dor hace una afirmación relevante, que pretende desempañar una fun-
ción en una cadena de razonamiento, el historiador por lo general tiene
que respaldar esa afirmación con referencias a datos empíricos. Por ejem-
plo, cuando Thompson manifiesta que las raíces de la clase obrera inglesa
se hallan en el movimiento disidente de fines del siglo XVIII, tiene que
describir y dar información sobre lo que fue ese movimiento. La histo-
riografía, después de todo, es una disciplina empírica.
Además, como ya se ha discutido, la última sección del libro de-
fiende que la clase obrera inglesa se desarrolló gradualmente en la clan-
destinidad y ya estaba «formada» a mediados de la década de 1830. Por
la naturaleza del movimiento obrero, muchas veces secreto, esta sección
final ofrece información sobre diversos fenómenos relacionados con él,
tales como el trabajo de espías, agentes provocadores y dirigentes de la
clase obrera, y también sobre procesos judiciales en estas décadas. Ahora
es buen momento para saltar hasta la nota final del libro, que recapitula
su principal línea de argumentación:
Lo que sucedió en esta «formación» [de la clase obrera] tuvo dos caras. Pri-
mero, hubo un cambio en el trasfondo general, y también en el primer
plano minoritario, de las actitudes populares […] segundo, de 1816 en ade-
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lante […] los hombres se colocaron en una posición nueva con respecto a
otros grupos sociales y fueron desarrollando nuevas solidaridades. (Thomp-
son 2009, p. 938)
Cuando escribo sobre la naturaleza argumentativa de la historiogra-
fía, mi intención no es sugerir que los historiadores utilicen estrategias
formales de argumentación ni que su forma habitual de escribir se asemeje
a argumentaciones explícitas como las que elaboran los filósofos analíti-
cos. Lo que pretendo sugerir es que, pese a todo, desarrollan una tesis
central, y que sus tesis se convierten en razonables mediante el razona-
miento desplegado en sus libros, los cuales contienen casi siempre largas
secciones descriptivas. Si denominamos «narrativas» esas secciones des-
criptivas, corremos el riesgo de devaluar gravemente el trabajo de la ma-
yoría de los historiadores, puesto que la connotación de eso es que los
historiadores se limitan a informar cronológicamente de acontecimientos
dados.20 Un historiador necesita mucho trabajo analítico antes de dar con
la organización final de su libro. Como observó Marwick, «idear tal es-
tructura y llevarla a cabo con éxito es una de las tareas más difíciles del
historiador. Esa estructura –representada finalmente en la tabla de con-
tenidos, la organización de capítulos y secciones de capítulos– determina
la forma especial que adopta una obra de escritura histórica […] cualquier
obra sustancial de escritura histórica tendrá que tener algo más que solo
organización o un plan; una “estructura”» (Marwick 2001, pp. 207-208).21
El uso del témino «narrativa» puede ser aceptable siempre que se com-
prenda y se explique que «narrativa» equivale a cierta estructura cogni-
tiva integradora en libro. Sin embargo, yo no creo que sea este el mejor
término para describir la estructura de los trabajos históricos.
Si ahora necesitara reducir el argumento de The Making of the English
Working Class de Thompson a lo más esencial, compondría la siguiente
lista de premisas que conducen a su conclusión: (1) ciertos movimientos
disidentes y la idea tradicional del inglés «nacido libre» fueron condicio-
nes previas para el sentido y la necesidad del activismo entre los trabaja-
dores a finales del siglo XVIII; (2) la revolución industrial hizo inseguras
las condiciones de vida de la mayoría de los obreros; (3) las presiones eco-
nómicas externas y el activismo previo moldearon un sentimiento com-
partido de conciencia de clase; (4) la conciencia de las penurias
compartidas por los obreros siguió desarrollándose durante los años de
clandestinidad, y en aquellos años la cultura de clase obrera adoptó varias
formas independientes; (conclusión) a mediados de la década de 1830, la
clase trabajadora inglesa había madurado plenamente una conciencia de
clase obrera sobre su lugar en las batallas de la sociedad.
«¿Por qué crearon Rusia y Francia una alianza contra Alemania en la dé-
cada de 1890? ¿Por qué Gran Bretaña eligió unir su suerte a la de esa
alianza? ¿Qué función desempeñó Alemania en la gestación de su propio
cerco por parte de una coalición hostil? ¿Y en qué medida la transfor-
mación estructural del sistema de alianzas fue la causa de los aconteci-
mientos que provocaron la guerra en Europa y en el mundo en 1914?»
(Clark 2012, p. 123). El capítulo está organizado sistemáticamente de esta
manera. Aquí no hay estructura narrativa, si eso significa describir los
acontecimientos en términos de lo que sucedió antes y después. Las sec-
ciones del capítulo avanzan y retroceden en el tiempo al tratar las dis-
tintas cuestiones y países. Y el pasado por sí mismo tampoco suscita
automáticamente estas preguntas.
Mencionaré otro ejemplo. El capítulo 4, «The Many Voices of Euro-
pean Foreign Policy» («Las muchas voces de la política exterior euro-
pea»), investiga dónde residía el poder decisorio real en la Europa de
preguerras mediante un estudio de cada potencia mundial, una tras otra.
Clark se pregunta si el poder estaba en manos de los monarcas, los mi-
nistros, los militares o la prensa y la opinión pública. Y esto se basa en
otras sugerencias expuestas previamente en el libro y en otra literatura
según las cuales también intervinieron algunas decisiones fatídicas y
otros factores subyacentes, como la decisión alemana de construir una
flota o un sentimiento germanófobo generalizado, que condujeron a Eu-
ropa por la senda hacia una guerra global. El hecho de que Clark aborde
cuestiones de este tipo, anticipándose así a la crítica, revela la existencia
de patrones de razonamiento en su libro.
Tomando todo en consideración, estos ejemplos muestran que un
libro contiene partes no narrativas. Sería posible aportar muchos otros.
Por ejemplo, no hay necesidad «narrativa» ni de otra clase para abordar
cuestiones sobre la naturaleza del sistema geopolítico de estructuras y
fundamentos del poder en Europa. El orden temporal de los aconteci-
mientos no las hace obligatorias para la descripción; es más, el conjunto
exacto de factores de poder no viene determinado por nada ajeno al his-
toriador. El conjunto de elecciones de Clark no incluye, por ejemplo,
una «infraestructura económica», algo que un marxista habría añadido
ciertamente a la lista de factores potenciales. Se trata, en suma, de elec-
ciones argumentativas hechas por el autor.
Esto no supone afirmar que el libro no contenga también partes des-
criptivas o narrativas. Está claro que las tiene, y algunas son descripcio-
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Conclusión
Es cierto que los libros de historia suelen presuponer una dimensión
temporal subyacente, pero de eso no se sigue que un libro tenga que
estar organizado necesariamente de manera cronológica. A menudo, los
libros de historia tienen que incorporar y mencionar una serie de fechas
y acontecimientos importantes, como la descripción de los luditas por
parte de Thompson, pero ninguna narración cronológica, ningún con-
junto de acontecimientos es evidente de por sí, ni viene dictado por el
pasado mismo. Se trata, insisto, de elecciones argumentativas hechas por
el historiador y mi sugerencia es que la elección se hace pensando en la
tesis principal y su defensa. Naturalmente, los libros de historia adoptan
muchas formas y muestran grados variables de perfección. Algunos son
más explícitamente racionales y argumentativos que otros y algunos lo-
gran ligar diferentes elementos y justificarlo mejor que otros. El hecho
de que en algunos casos resulte difícil descifrar la estructura y los
vínculos entre las distintas partes de un libro no es un argumento en
contra de la hipótesis de que su principal justificación es razonar o pre-
sentar defensas argumentadas de ciertas tesis historiográficas. Los casos
problemáticos pueden ser ejemplos de un trabajo mal ejecutado, o de li-
bros en los que la proporción entre las partes narrativa y razonadora
quizá se ha forzado hacia uno de los extremos.
Una lección principal aquí es que en historiografía las premisas o
fundamentos son más diversos que la noción habitual de estos conceptos
en las clases de lógica y razonamiento. La historiografía consiste en una
argumentación en sentido más laxo que un conjunto claro de premisas
y conclusiones. Consiste en probar o dar razones para aceptar ciertas
afirmaciones generales o tesis. Consiste en sostener una posición acerca
del pasado. Puede haber razones de muchas clases para aceptar una tesis:
razonamiento a partir de premisas, descripción (narrativa) de una situa-
ción, ejemplificación, estadísticas, etc.
Es el momento de hacer balance de lo dicho en este libro hasta
ahora. He defendido que es correcta la perspectiva narrativista según la
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CAPÍTULO 6
Coligación
gente dentro y fuera de la Unión Soviética creyó que los defectos del
sistema podían ser corregidos» (Kenez 1999, pp. 212-213). Más allá de
esto, Kenez asocia muchas características habituales y acontecimientos
con «la era de Jrushchov», incluyendo el hecho de que «millones re-
gresaran a sus hogares […] recibiendo en la mayoría de los casos una
rehabilitación» (Kenez 1999, p. 193), la creación de ministerios econó-
micos «descentralizados» (Kenez 1999, p. 202), y la aparición de un
nuevo fundamento teórico de la «coexistencia pacífica» en política ex-
terior (Kenez 1999, p. 203).
Hay, pues, dos usos del término «Deshielo», uno amplio y otro res-
tringido. Mientras en el discurso histórico general, y quizá también en
algunas historiografías profesionales, «Deshielo» ha venido a significar
un período de esperanza y reformas tras la muerte de Stalin, el sentido
limitado de «Deshielo» como liberación cultural parece más habitual
entre los historiadores profesionales. Está clara la conclusión de que, en
todo caso, «Deshielo» se ha convertido en parte del lenguaje historio-
gráfico habitual para describir el período posterior a la muerte de Stalin,
o algunos aspectos de este. En realidad, su estatus ontológico se ha hecho
tan sólido que hoy puede hablarse del «Deshielo» como un factor que
desencadenó otros procesos y que cambió las mentes de la gente: «El
deshielo aparece como un catalizador que movilizó y satisfizo temporal-
mente las expectativas íntimas de la generación más joven. Los vientos
cálidos de la liberalización crearon la sensación de una finalidad útil en
un mundo desestabilizado» (Petrov 2008, p. 184).
Presentaré más brevemente el otro ejemplo de concepto coligatorio
que propongo, la «expansión del cristianismo».3 La noción de la expan-
sión del cristianismo es en sí un concepto coligatorio que se refiere a la
propagación del cristianismo en las primeras décadas y los primeros si-
glos del primer milenio, y que ha alumbrado otros muchos conceptos
coligatorios interesantes. De fondo, como una especie de opción por omi-
sión, está la «desmitificación» de la expansión del cristianismo por Ed-
ward Gibbon. Él contradijo a sus predecesores, que habían explicado el
éxito de esta expansión refiriéndose a la superioridad de la revelación
cristiana. Gibbon alzó el velo del misterio sobrenatural al distinguir cinco
razones para su éxito: el «celo intolerante» de los cristianos, la promesa
de inmortalidad, los (supuestos) milagros, la moralidad cristiana y la su-
Referencia y coligación
La cuestión central en esta sección es saber si un concepto coligatorio
puede ser una representación precisa de la realidad histórica. El concepto
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4 Los «ontólogos sociales» pueden ver esto de otra manera y pensar que los conceptos
coligatorios, una vez creados, existen ahí fuera como entidades sociales reales a las
que referirse. Véase Searle (1997, 2006) para expresiones clásicas sobre lo que es la
«ontología social». Debe de ser por culpa de mi minimalismo y mi atracción por la
navaja de Occam, pero estimo que es muy extraño pensar que las entidades coliga-
torias puedan poseer una «existencia epistémicamente objetiva y [ser] parte del
mundo natural», como dice Searle acerca de las ontologías sociales (Searle 2006,
p. 12). Un artículo reciente de Ankersmit (2013) sugiere que los «individuales fuer-
tes» son entidades que no remiten a ningún objeto en la realidad histórica, por con-
traste con los «individuales débiles», que sí lo hacen. Por lo tanto, es posible que
mi solución no representacionalista se aplique a lo que Ankersmit llama «indivi-
duales fuertes» en su vocabulario más reciente.
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estos objetos son muy diferentes y carecería de base afirmar que se pa-
recen según un conjunto dado de cualidades objetivas. Conviene añadir
que aun si identificásemos una propiedad compartida por todos los ob-
jetos reunidos bajo cierto concepto coligatorio, no podríamos inferir de
ello que dicha propiedad suministre la única clasificación «natural» co-
rrecta de esos objetos. En principio, la ausencia de cualidades esenciales,
semejanzas y diferencias entre los objetos genera un sinfín de posibili-
dades y criterios para hacer clasificaciones. Esto es como decir que mu-
chas estructuras coligatorias son posibles sin que ninguna de ellas
resulte privilegiada en exclusiva.
Clasificación coligatoria
Podemos sotener que la clasificación coligatoria es característica de la
historiografía en general, es decir, también en los casos en que no existe
una expresión obviamente identificable como coligatoria o su correspon-
diente concepto coligatorio. Sobre este particular, merece la pena citar a
Goldstein en extenso. La pregunta que se formula aquí es si podemos
considerar que la discutida conclusión de que los noruegos llegaron a
América en tiempos precolombinos, en 1362, refleja el «orden natural»
del pasado:
Las pruebas que vemos reunidas al final de la investigación –la piedra, los
artefactos hallados en Minnesota y en Escandinavia, todos los textos acerca
de la interpretación del material lingüístico, los documentos sobre la ex-
pedición de Paul Knutson y el descontento en Noruega con el rey Magnus
Erikson– no se han agrupado porque estén vinculadas por naturaleza, de
manera que cualquier estudioso adecuadamente formado podría percibir
que están vinculadas, sino por la naturaleza de la investigación, que se di-
rige hacia una conclusión apropiada. Si un estudioso encontrara razones
para disputar las conclusiones a las que llega [Hjalmar] Holland [en Norse
Discoveries and Explorations in America, 986–1362] apreciaríamos en su
trabajo una organización algo diferente de las pruebas: presumiblemente
algunas de las pruebas que usa Holland estarían agrupadas con otras que
Holland no ha estimado relevantes para sus propósitos, y otras lo estarían
de distinta manera. Es decir, probablemente no exista un orden natural de
los datos al que puedan recurrir todas las partes de la disputa para obtener
un juicio imparcial, sino que más bien la disputa de los estudiosos y la ri-
validad de los acontecimientos históricos constituidos implican un des-
acuerdo, como parte de la naturaleza misma de la disputa, sobre la
organización de las pruebas (Goldstein 1976, p. 59; similar en p. 131).
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8 Esto también lo observó Cebik, quien argumentaba que los conceptos coligatorios
«no encajan fácilmente en el molde aristotélico de género y especie» (Cebik 1969,
p. 45), y se aprecian mejor dentro del molde parte/todo.
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9 Es fácil perder esto de vista, porque los narrativistas tienen tendencia a oponer enun-
ciados singulares y enunciados generales, lo que puede llevarnos erróneamente a
asumir que hacen una distinción análoga entre afirmaciones singulares y generales,
igual que el positivismo lógico. Esto no es así por varios motivos. El primero, el
hecho de que las tesis historiográficas y los conceptos coligatorios son específicos
porque se refieren a momentos y lugares concretos. El segundo es que «general» se
refiere a las afirmaciones sintetizadoras que contienen los trabajos de historia, lo que
no implica que las tesis «generales» mencionadas, como «Jrushchov inició el período
de Deshielo», sean generales de por sí, en el sentido en que lo son las leyes científicas
y las regularidades. Son las afirmaciones centrales que hacen en sus libros los histo-
riadores, defendidas en esos libros mediante la argumentación y las pruebas.
10 Podríamos sugerir que los conceptos coligatorios fuesen considerados tipos, y sus
realizaciones se considerasen especímenes, siguiendo la distinción entre tipo y es-
pécimen (véase Wetzel 2006, Tucker 2004, pp. 100-102), pero esto no funciona por
el mismo motivo por el que las nociones coligatorias no son categorías: las entidades
coligadas no son especímenes de las coligaciones tipo de la misma manera las mo-
nedas pueden ser especímenes de un tipo concreto de moneda.
11 La distinción básica de McCullagh (1978) es entre «conceptos coligatorios formales»,
que indican la forma de un cambio histórico, que le es atribuida, y «conceptos co-
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:47 Página 172
Conclusión
Es el momento de extraer algunas conclusiones de la discusión anterior.
La mejor forma de hacerlo es esbozar primero un sumario de definiciones
sobre lo que son los conceptos coligatorios. Los conceptos coligatorios
(1) organizan datos de orden inferior dentro de un todo de orden supe-
rior; (2) crean categorías sin que existan necesariamente características
comunes o semejanzas entre las entidades subordinadas; y (3) son parti-
culares, esto es, tratan de fenómenos delimitados a un tiempo y un lugar
específicos.12
Se ha concluido que los conceptos coligatorios no pueden referirse
directamente al mundo histórico porque no tienen en él contrapartes que
se correspondan con ellos. Y aquí tenemos que entender «contraparte»
en sentido laxo, incluyendo objetos, entidades, procesos, estructuras y
tendencias. En otras palabras, los conceptos coligatorios no «re-presen-
tan» un aspecto dado del pasado ni se refieren a entidades individuales
únicas. Una manera de expresar esta conclusión es decir que si conside-
rásemos los conceptos coligatorios como potenciales portadores de ver-
CAPÍTULO 7
Subdeterminación y valores epistémicos
«No hay un conocimiento superior ni una línea directa con los dioses
que nos diga que el Renacimiento, o la Ilustración, para el caso, tuviera
lugar en realidad» (Marwick 2001, p. 67). Se podría decir que estas pa-
labras de Marwick plasman el mensaje del capítulo anterior. Habíamos
llegado a la conclusión de que los conceptos coligatorios son construc-
ciones sin una contraparte en la realidad histórica. De esto se deriva
que es imposible justificar su creación y otorgarles autoridad epistémica
bajo la premisa de que se limitan a reflejar lo que existió en el pasado.
Y esto es así tanto en términos de referencia como en términos de divi-
sión en categorías, de «trinchar la naturaleza por sus articulaciones»,
como dicen que dijo Platón. ¿Significa esto que los conceptos coligato-
rios son meras entelequias de la imaginación? No. Una cosa es señalar
que no podemos justificar su existencia en el marco del realismo (onto-
lógico) y otra bien distinta es defender que carecen de cualquier tipo
de respaldo cognitivo. Así, el reto estriba en averiguar cómo se justifica
la construcción de un concepto coligatorio, teniendo en cuenta que las
expresiones coligatorias son parte indispensable de la producción aca-
démica histórica. Tal es el cometido del presente capítulo. Primero, va-
loraré si es posible considerar empíricamente correcto un concepto
coligatorio de forma inferencial a partir de los datos, o bien si puede
ser correcto a la luz de datos posteriores a la construcción del concepto
coligatorio. La respuesta, de nuevo, será negativa. Por este motivo, la
mayor parte del capítulo se centra en hallar otro tipo de justificación
racional con ayuda de los valores epistémicos.
¿Justificación empírica?
Aunque un concepto coligatorio no es una re-presentación calcada de la
realidad histórica, podría considerarse justificado si pudiésemos reducir
su contenido a las pruebas históricas. Sin embargo, queda inmediata-
mente claro que esto nos llevaría a un callejón sin salida, puesto que los
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 180
del «Deshielo», ¿sería razonable pensar que los datos históricos sostienen
que este sea el único concepto coligatorio aplicable? También esto es im-
probable. Primero, en general existen motivos sólidos para dudar de que
cualquier construcción o abstracción teórica pueda ser determinada de
una única manera a partir solo de las pruebas empíricas. La tesis de la
subdeterminación de las teorías a partir de los datos es una de las lec-
ciones clave que nos ha enseñado la filosofía de la ciencia del siglo XX
(Quine 1953). Nos conviene prestar atención en concreto a lo que ha aca-
bado por conocerse como «subdeterminación contrastiva», más que al
«holismo confirmacional», o «subdeterminación holística».2 La primera
sostiene que el cuerpo de pruebass que confirma o justifica una teoría
puede confirmar igual de bien otras teorías alternativas. En otras pala-
bras, no cabe esperar que encontremos y elijamos la teoría correcta de
entre una serie de alternativas basándonos solo en las pruebas empírica.
A veces se ilustra la subdeterminación contrastiva con el siguiente ejem-
plo abstracto. Imaginemos un conjunto de datos trazados como puntos
en una superficie. ¿Cuántas líneas podríamos dibujar para unirlos? La
respuesta es que es posible conectar los puntos mediante un número in-
finito de líneas. Si añadimos puntos, eliminamos muchas de las curvas
posibles, pero las posibilidades que quedan siempre son infinitas.
La subdeterminación contrastiva significa que siempre existe la po-
sibilidad lógica de una teoría alternativa: aunque no conozcamos una
teoría alternativa, en lógica siempre es posible construir o imaginar una
teoría empíricamente equivalente. En otras palabras, aunque no tenga-
mos un concepto coligatorio alternativo al «Deshielo» para el período
posterior al mandato de Stalin, eso no significa que otro concepto coli-
gatorio relevante no sea concebible e igualmente fundado a la luz de las
pruebas históricas. Podríamos objetar que los «datos» de la investigación
histórica son muy diferentes de los «puntos sobre el papel» de la analo-
gía. Casi cualquier «dato» histórico contiene cierta cantidad de informa-
ción y de significados, y por eso no es tan radicalmente abierto como los
«datos» de las ciencias físicas. Pero creo que esta observación no sería
más que una maniobra de distracción.
Si pensamos en un documento en un archivo relacionado con la li-
beración de prisioneros, los libros y revistas publicados en la década
de 1960, el debate entre los miembros del Politburó o incluso las noticias
en los periódicos de la década de 1960, recordamos que todos ellos van
cargados de información y sugieren líneas de interpretación práctica-
mente ilimitadas. De hecho, la abundancia de información no hace
más que acentuar el problema de la subdeterminación, puesto que per-
manecen abiertas ilimitadas líneas de interpretación, aun si algunas
parecen poco plausibles. Podríamos decir que, en lo tocante a la inter-
pretación o la coligación, la prueba histórica es radicalmente subdeter-
minada: dada la naturaleza de las pruebas históricas y la imaginación
histórica, siempre es posible construir un número infinito de interpre-
taciones alternativas.3 La condición abierta de la interpretación puede
ilustrarse con el ejemplo de una lista de prisioneros del Gulag, un do-
cumento muy sencillo en comparación con otros utilizados por la his-
toriografía. ¿Qué se puede concluir a partir de dicho documento? O, de
forma más general, ¿en qué tipos de razonamiento podría usarse ese do-
cumento como prueba? Se puede argumentar que en un sinfín de infe-
rencias: el número de prisioneros, el sexo de los prisioneros, las
nacionalidades de los prisioneros, la nutrición en los campos de prisio-
neros, la calidad de la tinta utilizada por los guardas de los campos de
prisioneros, la administración de los campos, el sistema de archivo, la
política del régimen soviético, el «Deshielo», etc. En realidad no hay lí-
mite para el número de líneas de interpretación. Y esto apoya de nuevo
la idea y la necesidad de la coligación: para dar sentido a las pruebas
históricas y considerar que el pasado posee patrones con significado,
un historiador necesita subrayar algunos aspectos y relacionar fenóme-
nos históricos dentro de totalidades coligadas.
Frente a la tesis de la subdeterminación de Quine y Duhem, Tucker
sostiene que es posible usar las pruebas para determinar las teorías, salvo
3 James W. McAllister (1997) sostiene que todo conjunto de datos permite un número
infinito de patrones, y yendo más lejos en un trabajo posterior (McAllister 2010),
que el mundo contiene todas las estructuras posibles. Sus tesis suponen la radica-
lización de la tesis de la subdeterminación y tienen consecuencias interesantes en
la discusión sobre la objetividad y la realidad de las construcciones historiográficas.
Sobre esta cuestión, véase el capítulo 10.
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4 Naturalmente esta distinción clásica también ha sido criticada, por ejemplo, por
muchos de los llamados filósofos históricos de la ciencia, como Thomas Kuhn e Imre
Lakatos. Sin embargo, en este libro no será necesario ahondar en el debate sobre si
estos dos contextos son de verdad independientes lógicamente entre sí. Nos basta
la distinción general entre la justificación y la práctica o la creación.
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Valores epistémicos
Walsh escribe que hay dos condiciones que informan la decisión de uti-
lizar un concepto coligatorio en particular. Primero, el concepto debe
estar «confeccionado para adaptarse a los hechos y no ser una camisa
de fuerza». Esto se reduce a exigir que se estime que los hechos gene-
ralmente aceptados o los enunciados sobre hechos históricos favorecen
la coligación. Unos cuantos desacuerdos no demuestran, para Walsh,
que el concepto coligatorio sea defectuoso; lo que importa es el apoyo
general al marco interpretativo que conlleva el concepto coligatorio
(Walsh 1974, p. 139). La segunda condición es la pregunta sobre cómo
ilustra los hechos un concepto, cómo su «uso hace el pasado real e in-
teligible para nosotros» (Walsh 1974, p. 140; la cursiva es mía). La idea
es que, dado que «los hechos no hablan por sí mismos», el historiador
debe organizar el pasado y hacerlo comprensible mediante algunas in-
terpretaciones y conceptos que los sinteticen. Recuérdese que el primer
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8 Cebik también sugiere que «el criterio que se use en su evaluación puede ser cuán-
tos hechos abarca la coligación suprema, es decir, cuántos acontecimientos abarca
la noción de “renacimiento” comparada con, digamos, un mero “período de crea-
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tividad artística”» (Cebik 1969, p. 54). Cebik también acepta lo «poético» como cri-
terio. Además, para Ankersmit el alcance es el criterio epistémico principal para la
«objetividad» de una narrativa. (Ankersmit 1983, p. 218).
9 Los criterios propuestos en este capítulo son similares a los que se conocen como
«valores epistémicos» en la filosofía de la ciencia. Kuhn fue seguramente uno de
los pioneros más importantes en esta discusión (p. ej. Kuhn 1970, pp. 152-155, «Pos-
tscript», p. 199; Kuhn 1977, pp. 322-324; Kuhn 2000, p. 114). Véase también Laudan
(1978, p. 1984) y McMullin (1982); y sobre los compromisos entre valores episté-
micos, Douglass (2014). Hay referencias ocasionales a valores epistémicos y a veces
a «virtudes» epistémicas en la historiografía, aunque nadie antes ha intentado es-
pecificar su función precisa en la historiografía (Ankersmit 1983; Bevir 1994; Lorenz
2002; Paul 2012; Tucker 2004). La excepción es Paul, pero él habla de las virtudes
como rasgos personales del carácter del historiador.
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Conclusión
En este capítulo, igual que en el anterior, he examinado los conceptos
coligatorios, que son seguramente el rasgo más interesante de la histo-
riografía e integran los datos y fenómenos historiográficos dentro de vi-
siones sintéticas potentes y cargadas de significado. Mis conclusiones
son, en primer lugar, que los conceptos coligatorios no pueden ser ver-
daderos con respecto a la realidad histórica si entendemos verdad como
correspondencia. En segundo lugar, no pueden considerarse categorías
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10 Deberíamos recordar que Ankersmit establece vínculos estrechos entre las nociones
de «visión», «concepto coligatorio» y su propia propuesta: «sustancia narrativa»,
todas ellas expresan el mensaje sintetizador de un texto de historia (Ankersmit
1983, p. 93). El Ankersmit tardío hablaría de «representación».
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que el texto entero deba estar coligado bajo un concepto que lo cubra,
ni siquiera en un caso como este. No obstante, los textos historiográficos
contienen expresiones coligatorias. El lenguaje coligatorio está muy
arraigado en la práctica de la historiografía y crea algunos de sus con-
ceptos más interesantes y expresivos.
Aunque he ofrecido algunos criterios que podrían usarse en la eva-
luación de los conceptos coligatorios, hay todavía un desafío en términos
de evaluación cuando los enunciados históricos incluyen expresiones
coligatorias. La buena noticia es que acatar la idea de que la historiografía
tiene estructura argumentativa no entraña problemas parecidos a los que
supone un compromiso con la «representación», porque lo primero
puede entenderse que está compuesto de enunciados distinguibles y no
es un todo irrompible. Pero también debemos responder a la pregunta
de cómo evaluar todo el texto, ya que es la unidad cognitiva central en
historiografía. Ha llegado el momento de pasar a los capítulos en los que
se propone una solución comprensiva para la evaluación en historiogra-
fía. Una dimensión de esa solución es la justificación por medio de valo-
res epistémicos, como se ha explicado en este capítulo.
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CAPÍTULO 8
De la verdad a la aserción garantizada
1 Para saber más sobre Russell y los «complejos», véase Principia Mathematica (Rus-
sell 1963, p. 44): Klement (2014).
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5 Dewey continúa: «un enunciado más completo (y más sugerente) es el que sigue:
“la verdad es esa concordancia de un enunciado abstracto con el límite ideal hacia
el que tendería una investigación perpetua para aportar creencia científica, con-
cordancia que el enunciado abstracto puede poseer en virtud de la confesión de su
inexactitud y parcialidad, y dicha confesión es un ingrediente esencial de la ver-
dad”» (Dewey 1938, p. 345, nota 6).
6 Algunos «teóricos radicales de la historia» también intentan sustituir la noción de
la verdad como correspondencia con algo distinto. Por ejemplo, Munslow asume,
muy convencionalmente, que las pruebas históricas debe vincularse con la verdad,
aunque la prueba solo pueda servir como «prueba de la probabilidad de verdad».
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Munslow cree que «se crea un tipo distinto de verdad en la narrativa», que es, más
concretamente, «la verdad histórica»: una forma de verdad en la que los enunciados
respaldados empíricamente no existen de manera independiente porque su signi-
ficado deriva de su función dentro de la narrativa» (Munslow 2007, pp. 117, 119).
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Aserción garantizada
Propongo regresar a la idea de asertividad garantizada sin la implicación
de la verdad de las aserciones. Una garantía es un tipo de justificación.
Cuando nuestra aserción está garantizada, o bien tenemos una justifica-
ción apropiada o bien estamos en una situación apropiadamente autori-
zada para hacerla. Y esta idea parece suficientemente natural en el
contexto de la historiografía. En el capítulo 5 sugería que las obras de
historia deberían ser considerados manifestaciones de razonamiento y
argumentos informales, lo que conlleva que con su escritura el historia-
dor suministra un respaldo a una postura específica sobre el pasado. En
otras palabras, cuando termina un estudio histórico logrado, el historia-
dor debería tener una garantía racional para su aserción. No obstante, si
mi análisis sobre la naturaleza coligatoria de las tesis históricas es co-
rrecto, esa aserción no puede ser verdadera.8 Por insistir, la razón es que,
puesto que la teoría de la verdad como correspondencia expresa el sig-
nificado de la verdad y puesto que la teoría de la correspondencia exige
la existencia en el pasado de hacedores de verdad, las tesis no pueden
ser verdaderas porque no hay hacedores de verdad para las expresiones
coligatorias empleadas.
Lo que implica todo lo anterior es que necesitamos hablar de la jus-
tificación de las tesis historiográficas sin presumir su verdad. En el con-
Conclusión
¿Dónde deja esto a la «verdad» en el «juego de dar y pedir razones» a
favor de tesis historiográficas dadas? Puesto que queda descartada la re-
definición de la verdad por referencia a algunas nuevas entidades o nue-
vos procesos semánticos o epistémicos, y puesto que la noción de
autoridad epistémica se considera un concepto más fundamental que el
de verdad, no veo por qué debería ser necesaria la «verdad» en el juego
de dar y pedir razones. Esto es, si conseguimos atribuir por otros medios
a nuestras aserciones el tipo de autoridad epistémica que fuerza a un ser
racional a aceptar las aserciones, la referencia a la «verdad» es superflua.
Y podemos considerar que la autoridad epistémica deriva de la propia
práctica inferencial de ofrecer razones. Brandom sugería que el hecho
de que Wittgenstein sustituyese su pregunta inicial «¿Qué son los he-
chos?» por la pregunta «¿Qué podemos decir?» conduce a «la atenuación
de la noción de verdad» (Brandom 1976, p. 138). De hecho, si ofrecer
una afirmación como verdadera es respaldarla, pedir a los demás que
la acepten, el respaldo puede realizarse proporcionando razones para
defenderla en el «espacio de las razones» regido discursivamente
(cf. Brandom 1994, p. 170). Dados los problemas de la teoría de la co-
rrespondencia en el caso de las tesis históricas, no se puede proporcio-
nar una sustancia más profunda a las cláusulas de verdad que el propio
respaldo. Nótese, sin embargo, que puede exigirse la verdad de algunos
enunciados subordinados, como se discutirá en el capítulo final de este
libro.
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CAPÍTULO 9
Teoría tripartita de la justificación de la historiografía
Posmodernismo
El posmodernismo en historiografía, como el que se aprecia en los escritos
de Keith Jenkins y Alun Munslow, por ejemplo, es descendiente del na-
rrativismo de la década de 1970 y 1980 (p. ej., Jenkins 2003a, pp. 7-8).
Debería señalar que yo aquí no uso «posmodernismo» como un término
degradante sino como la descripción de una orientación intelectual con
la que están explícitamente comprometidos estos autores. Su principal
influencia, sin duda, ha sido Hayden White, pero también contribuyeron
a su formación los primeros escritos de Ankersmit. Aunque la argumen-
tación y las conclusiones difieren en cierta medida, justo es decir que
estas dos escuelas intelectuales, el posmodernismo y el narrativismo, com-
parten muchas posiciones. En lo que sigue, intentaré analizar la posición
filosófica posmodernista. Esto es importante para comprender la relación
que mantiene el posmodernismo con el narrativismo, pero también para
ubicar mi proyecto con respecto al primero. Los escritos clave de Keith
Jenkins son mi guía esencial para el posmodernismo historiográfico.
El posmodernismo en historiografía acepta y apoya la distinción
fundamental entre entidades de conocimiento de orden inferior y de
orden superior, como quedó esbozada por la filosofía narrativista de la
historiografía. Es decir, acata la distinción entre «hechos» y «narrativas»
y la diferencia de estatuto epistémico entre ambos. En un prefacio a la
obra de Jenkins Re-thinking History, Alun Munslow escribe que White
y Ankersmit «dan la entrada» a Jenkins para decir que la historia es,
antes que nada, una narración literaria sobre el pasado, una composición
literaria de datos para formar una narrativa en la que el historiador crea
un significado para el pasado (Munslow 2003, p. xii). De hecho, la idea
de que existan datos, utilizados para crear significado es clave tanto para
los narrativistas como para los posmodernistas programáticos, y a ambos
los conduce al constructivismo historiográfico. Jenkins escribe:
El historiador puede comenzar a organizar todos estos elementos de
formas nuevas y diversas, en pos de esa ansiada «tesis original» […] Aquí
el historiador re-produce literalmente las huellas del pasado para crear
una categoría nueva, y este acto de trans-formación –del pasado a la his-
toria– es su labor básica (Jenkins 2008b, p. 27).
Ocasionalmente, los posmodernistas profesan el mismo compromiso
problemático que los narrativistas con los «hechos» históricos, en lugar
de con la noción de «datos», menos cargada filosóficamente, lo que a
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ticas (Jenkins 2008a, p. 69) sugeriría quizá que el problema tiene que
ver con la falta de isomorfismo entre el pasado y este tipo de entidades.
Es decir, quizá quiera decir que una diferencia cualitativa hace imposible
que encajen. En realidad, el peso de la argumentación de Jenkins recae
sobre los problemas epistemológicos. En primer lugar, Jenkins confiesa
ser un realista mínimo, o apenas disimulado tras una «hoja de parra»,
por usar las palabras de Michael Devitt (Devitt 1997, p. 23), en el sentido
de que acepta que existe ahí fuera «algo material», independiente de la
mente, aun si nunca logramos describirlo con exactitud (Jenkins 2008a,
p. 60). El problema fundamental del «historiador no radical», movido
«empírica/epistemológicamente», es que su empeño por «establecer co-
nocimiento histórico asegurado […] no puede alcanzarse» (Jenkins
2008a, p. 64), lo que implica que la dificultad es del tipo práctico epis-
témico. Más revelador es que Jenkins escribe que «nunca sabremos lo
que “es realmente” la Historia/historia; seguirá siendo un secreto igual
que el nombre y el rostro de Dios».
Así, el problema no es que no exista un «lo que “es realmente” la
Historia/historia» sino que nunca podremos conocerlo. Jenkins describe
nuestra perspectiva como antropomórficamente limitada (Jenkins 2008a,
p. 60). Surge aquí una diferencia crucial con mi análisis de la situación,
que tal vez acabe haciéndome parecer más radical que el «historiador
radical» de los posmodernistas. En mi análisis, ni siquiera Dios podría
saber lo que «realmente es» la historia, porque no hay una historia
«real», en el sentido de que el pasado posea una forma dada e inherente.
Estoy de acuerdo con Jenkins en que la «construcción verdadera del pa-
sado», al menos en el nivel de las síntesis, es «un “mito” imposible» (Jen-
kins 2008a, p. 63). De igual manera, Jenkins está en el buen camino
cuando afirma que la «historia es sobre algo que jamás ocurrió del modo
en que llega a ser representado» porque las «representaciones» son cons-
trucciones (Jenkins 2008a, p. 67; la cursiva es mía). Mi razón técnica
para esta conclusión es que no existen los hacedores de verdad para las
tesis integradoras en historia. Pero me apresuro a señalar que esto no
significa, y vuelvo a discrepar de Jenkins, que las construcciones de
todos los historiadores sean igual de «arbitrarias» (Jenkins 2008a, p. 64).
Jenkins parece seguir a White en que no hay fundamentos epistemoló-
gicos ni empíricos para preferir una interpretación antes que otras.2
4 Véase también el siguiente enunciado: «no existe un método que establezca signi-
ficados incorregibles; todos los hechos, para ser significativos, necesitan estar in-
sertos en lecturas interpretativas que obviamente los contienen, pero que no se
limitan a surgir de ellos de alguna manera; para consternación de los empiristas, la
dicotomía hechos/valores exige esto » (Jenkins 2008b, p. 41).
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 225
6 Tal vez tendría que subrayar que considero perspicaz la propuesta de Skinner, y
más apropiada que la mayor parte de las demás perspectivas sobre historiografía,
pero no me interesan sus recomendaciones metodológicas y normativas más res-
trictivas acerca de cómo crear historia intelectual. Hay algunos puntos de des-
acuerdo (véase Kuukkanen 2008). Además, Lamb (2009), por ejemplo, parece estar
en lo cierto sobre las preguntas filosóficas eternas –es decir, que un autor o una
autora podría haber ideado su argumento para que fuese aplicable en un nivel fi-
losófico abstracto que va más allá del contexto inmediato–. También parece posible
que existan ciertos problemas e interrogantes filosóficos que hayan tenido ocupadas
las mentes de los filósofos a lo largo de generaciones. Expresado con el modelo de
preguntas y respuestas de Collingwood, que Skinner respalda, esto significaría que
filósofos de muchas generaciones han ofrecido respuestas diferentes a las mismas
preguntas. Skinner relaja su opinión sobre esas preguntas eternas en sus escritos
más tardíos (Skinner 1988, p. 283). Por otro lado, la decisión de aceptar o negar la
existencia de esas preguntas eternas no es necesariamente una decisión empírica,
como sugiere Lamb, al menos según las primeras formulaciones de Skinner. Su ne-
gación de las preguntas eternas parece venir de sus compromisos contextualistas,
que conducen al holismo en lo tocante al contenido o a la «tesis de la necesaria di-
ferenciación de todos los componentes de dos complejos de pensamiento cuales-
quiera », como la llamó Lovejoy (Lovejoy 1944, p. 209).
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 231
1991, pp. 8-18).8 Por ejemplo, un objetivo crítico de los principales re-
visionistas alemanes (p. ej., Alfred von Wegerer y Max Monteglas) en el
período de entreguerras fue argumentar que la movilización rusa fue
crucial en el estallido, dada la superioridad numérica de la alianza franco-
rusa (sexto punto clave de Langdon). En otras palabras, sostenían que
no era Alemania quien tenía planes de agresión, sino Rusia, interesada
en el Bósforo, los Dardanelos y los Balcanes. Esto muestra con gran cla-
ridad cómo se posicionaron los revisionistas alemanes y situaron su ar-
gumento en el campo argumentativo existente. Argumentaban en contra
de la concepción dominante de la responsabilidad alemana en la guerra.
Sean McMeekin (2011) es un historiador contemporáneo cuya tesis se
parece a la de los revisionistas alemanes en que desplaza la culpa a las
ambiciones imperiales rusas. Hubo también muchos revisionistas no ale-
manes que participaron con sus propias intervenciones argumentativas.
Encontramos, por ejemplo, un antecedente de la tesis «sonámbula» de
Clark en Wegener, Sidney Fay y Harry Elmer Barnes, quienes argumen-
taban que «las naciones involucradas eran prisioneras del azar, conde-
nadas a interpretar sus papeles trágicos en ausencia de un control real
sobre sus propios destinos» (Langdon 1991, p. 23).
Por otro lado, muchos antirrevisionistas en países como Alemania,
Estados Unidos, el Reino Unido, Francia e Italia aportaron sus respues-
8 (1) ¿El asesinato fue cosa de fanáticos independientes (ya que Princip era uno dentro
de un grupo de siete posibles perpetradores) o estuvo involucrado el gobierno ser-
bio directa o indirectamente? (2) ¿Cuáles fueron las acciones y las intenciones del
gobierno alemán cuando brindó su apoyo a la monarquía dual? ¿Alemania preveía
una guerra local, continental o europea? ¿Imaginaban el káiser y sus ministros la
severidad del ultimátum austríaco a Serbia que vino después? ¿Fueron informados
del contenido de aquel documento con tiempo para modificar su carácter si así lo
hubiesen deseado? (Esta es la «clave» más relevante y ha dominado el debate desde
1961). (3) (La tercera «clave» se basa en la distinción entre dos fases: el período
entre el 28 de junio y el 23 de julio, cuando la crisis implicaba solo a Serbia, Aus-
tria-Hungría y Alemania, y el período desde el 24 de julio hasta el 4 de agosto,
cuando toda Europa se vio concernida). ¿Qué discutieron los franceses y los rusos
entre el 20 y el 23 de julio y qué función desempeñó el gobierno francés (y, de ma-
nera más importante, la alianza francesa) en la determinación de la política rusa
entre el 24 de julio y la proclamación de la movilización general una semana des-
pués? (4) ¿Por qué Grey, el secretario británico de asuntos exteriores, se mostró tan
reacio a advertir a Alemania de la probable actitud de Gran Bretaña en el caso de
una guerra en Europa? (5) ¿Por qué cambió de idea el canciller alemán Bethmann-
Hollweg y pasó de apoyar la firmeza de Austria-Hungría a recomendar conversa-
ciones con la mediación de Rusia y Gran Bretaña? (6) ¿La movilización rusa marcó
el momento tras el cual la guerra europea fue inevitable?
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 235
9 Traducido al inglés como Germany’s Aims in the First World War (1967), la versión
que maneja el autor. [N. de la T.].
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CAPÍTULO 10
La historiografía entre el objetivismo y el subjetivismo
El concepto de objetividad
La «objetividad» y su opuesto, la «subjetividad», son conceptos escu-
rridizos muy empleados en filosofía y en otras áreas, pero rara vez son
claramente definidos.1 Sin embargo, pienso que esta antigua pareja de
1 Es sorprendente que haya tan pocas obras que traten específicamente de los con-
ceptos de objetividad y subjetividad. Muchos libros que llevan en el título la pa-
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 242
labra «objetividad» lo que proponen es alguna tesis específica en relación son algún
campo de la filosofía. Por ejemplo, pese a su prometedor título, el libro de Tyler
Burge, Origins of Objectivity (2010), no es una investigación conceptual de la «ob-
jetividad» ni de los orígenes del concepto de objetividad sino una contribución a
la teoría de la percepción. Un libro notable que parece tratar directamente la noción
de «objetividad» es Objectivity (2010), de Lorraine Daston y Peter Galison. Sin em-
bargo, el libro en realidad investiga las vías por las que las prácticas científicas han
producido a lo largo de los siglos visiones con autoridad epistémica sobre la natu-
raleza y cómo han sido esas visiones (p. ej. dibujos artísticos, fotografías, resultados
experimentales producidos mecánicamente, juicios de los científicos sobre los re-
sultados experimentales). Con respecto a la historiografía, es necesario mencionar
The Noble Dream: The ‘Objectivity Question’ and the American Historical Profession
(1988), de Peter Novick (véase también Haskell 1998). Pero, de nuevo, la «cuestión
de la objetividad» se trata brevemente al comienzo y el libro se centra en las posi-
ciones de los historiadores americanos sobre la naturaleza de su campo. Véase tam-
bién John Passmore para una aproximación «negativa» a la objetividad en la que
el autor rechaza una concepción tras otra y termina con la visión de que la histo-
riografía intenta «averiguar lo que de verdad pasa» y por lo tanto es una ciencia
(Passmore 1966, p. 93). El clásico de Charles Gillispie en historiografía de la ciencia,
The Edge of Objectivity, caracteriza la historia de la ciencia moderna como el des-
arrollo de la objetividad pero incluso el autor reconoce después la ausencia de una
definición clara de «objetividad» (Gillispie 1966, p. xxi). El único libro que se las
ve de verdad con la historia intelectual y las explicaciones conceptuales de la «ob-
jetividad» es Objectivity: A Very Short Introduction (2012), de Stephen Gaukroger.
A causa de las exigencias de la colección en la que se incluye el libro, la obra de
Gaukroger logra llevar a cabo su tarea de manera muy limitada. Uno todavía espera
una «biografía intelectual» extensa de la «objetividad» y la «subjetividad».
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 243
parte, una visión que sea una fantasía total nada tendrá que ver con el
mundo de objetos independientes del sujeto. En tal caso, procedería ne-
tamente del lado del sujeto; sería, en suma, una visión subjetiva.
En los primeros estadios de la historiografía moderna, hacia fines
del siglo XIX y principios del XX, se pensaba que lograr la objetividad
era una perspectiva alcanzable. La influyente solicitud rankeana de es-
cribir la historia wie es eigentlich gewesen puede tomarse como ejemplo
del deseo de una objetividad ontológica (cf. Iggers 1962, 1973). En años
recientes, la objetividad como propósito de la historiografía ha sido so-
metida a críticas e incluso se ha estimado dañina desde algunas posicio-
nes. El blanco explícito de esta crítica ha sido a menudo la objetividad
concebida como neutralidad (p. ej., Novick 1988; Newall 2011). Es típico
que la cuestión de si una exposición objetiva es posible se plantee de
forma muy categórica. O bien se intenta demostrar que la historiografía
es/puede ser una ciencia objetiva o bien se cae en una posición en la que
la historiografía es irremediablemente subjetiva por algún motivo. Esta
clase de pensamiento dicotómico puede encontrarse incluso entre los
posmodernistas, lo que quizá resulte sorprendente. Por ejemplo, para
Keith Jenkins y Elizabeth Ermarth solo existe la subjetividad, es decir,
la validez de cualquier visión es solo la validez de su creador para su
creador. Pihlainen sostiene que «todos los relatos y formas de estructurar
el material» son «igualmente imaginarios», lo que fuerza a abandonar
«las últimas ilusiones de juzgar la historia como algo “objetivo” de algún
modo»: «La objetividad como se ha entendido tradicionalmente en la
historia no es una opción, sencillamente» (Pihlainen 2013b, p. 516). La
crítica a la idea tradicional de la objetividad en historiografía bien puede
estar justificada, no obstante resulta irónico que los posmodernistas sean
los más locuaces en su rechazo de las dicotomías y el pensamiento dico-
tómico mientras parecen los más comprometidos con esta práctica (a
saber: historiadores posmodernistas frente a modernistas, objetivo frente
a subjetivo, etc.) En el caso de la objetividad, parecen entender que alude
a una noción muy estricta de objetividad ontológica, y cuando se estima
que no es universalmente aplicable, el argumento aboca a la conclusión
de que estamos confinados dentro de nuestra subjetividad.4
4 Jenkins (2003, p. 139) dice, de forma también confusa, que hay criterios para elegir
y juzgar en cualquier formación social dada y que somos capaces de ofrecer defensas
argumentadas de una posición. Pero si esto es así, se puede sostener que esos cri-
terios son válidos intersubjetivamente, y no solo subjetivamente. Esto es porque si
Historia global-POSNARRATIVISMO 28/10/19 11:48 Página 247
todos los criterios fuesen los propios de un individuo, la noción de criterios que
posibilitan la elección no tendría mucho sentido. La posición que se estima apro-
piada según estos criterios, debe serlo también para los demás.
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Figura 10.1. El eje de lo procedente del lado del sujeto y lo procedente del
lado del objeto.
muy
original
A
FÍ
RA
G
O
RI
TO
IS
H
poco
original
objetiva subjetiva
Semántica de lo «real»
Quizá se me acuse de retractarme de lo que yo mismo proponía en el ca-
pítulo 4 sobre rechazar el representacionalismo para favorecer el no re-
presentacionalismo. En la sección anterior se ha empleado la pareja
conceptual sujeto-objeto. Permítaseme explicar por qué esa acusación
sería inocua o iría descaminada. Ya he afirmado que no tengo problemas
con el representacionalismo en sí, no como los tiene Rorty, por ejemplo.
No soy un antirrepresentacionalista global. Para mí no supone problema
aceptar que algunas expresiones pueden referirse a un objeto claramente
definible. El objeto de mi crítica era la asunción de que las tesis sintéticas
en historia deben considerarse «re-presentaciones», que debe pensarse
que los textos como un todo se refieren a algún objeto (abstracto). En mi
opinión, esto confunde el dictamen central, que es que las tesis históricas
son actos performativos argumentativos. Pero, por supuesto, si ninguna
parte de los actos de habla argumentativos se refiere a entidades proce-
dentes del lado del objeto o si no se ocupa de ellas en absoluto, esos actos
de habla no tendrán mucho valor informativo con respecto al pasado.
Ahora hay otra cuestión que quizá preocupe al lector. ¿Son «reales»
los fenómenos históricos en defensa de los cuales se argumenta? ¿Existió
«realmente» algo parecido al «sonambulismo» antes de la Gran Guerra
o un «Deshielo» con Jrushchov? Ya he aclarado que estas expresiones
7 Lo que encuentro extraño en McAllister, sin embargo, es que considera que todos
los patrones existen objetivamente. Dado que el objeto de investigación en sí, el
mundo de los fenómenos, no sugiere ninguna inferencia a un patrón en los datos,
resulta extraño considerar objetivas todas las inferencias. Quizá la noción de McA-
llister de lo «objetivo» se refiera a la igualdad de acceso para todos los observadores
a los patrones y estructuras. Sin embargo, si entendemos que «objetivo» alude a la
independencia del investigador con respecto a los propios patrones, y en este sen-
tido una alineación neta con el objeto, ninguno de los patrones es objetivo.
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Repensar el constructivismo
El propósito de esta sección es reflexionar sobre lo que significa «cons-
tructivismo». Será instructivo comenzar esta reflexión con Leon J. Gold-
stein, quien escribió antes que los narrativistas y entendió la
historiografía como una forma específica de constructivismo:
La función de la investigación histórica es constituir el pasado histórico.
Por mucho que queramos decir que una exposición correcta de un aconte-
cimiento pasado es verdadera en virtud del hecho de que concuerda con
lo que ciertamente ocurrió cuando el pasado era presente, en la investiga-
ción histórica no tenemos medio de hacer operativa esa creencia. Ningún
examen del carácter y de los procedimientos del estudio histórico revela
que el pasado real desempeñe una función ni en la formulación de hipótesis
históricas ni en su confirmación (Goldstein 1976, p. xix; la cursiva es mía).
Al principio parece que Goldstein formula una tesis audaz de cons-
tructivismo metafísico («constituir el pasado»), pero después se hace evi-
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Racionalidad y trascendencia
La filosofía narrativista de la historiografía en su primer período, y más
expresamente Ankersmit (Ankersmit 1986, 1989a), abogó por el rechazo
de la evaluación epistemológica de la historiografía. Esto no significa que
la filosofía narrativista de la historiografía quisiera abandonar por com-
pleto la evaluación de las narrativas ni tampoco aceptar un principio afín
al «todo vale» en lo tocante a la interpretación. También debería apreciarse
que esto no conduce automáticamente al relativismo, porque la propuesta
no es que la evaluación epistémica sea relativa con respecto a cierta S, sino
que no deberíamos utilizar para nada la evaluación epistemológica. En
lugar de eso, deberíamos decir que la primera filosofía narrativista de la
historiografía recomendaba que se sustituyese una forma de evaluación
racional, la epistémica, por otra forma de evaluación racional, en concreto
la valoración mediante criterios estéticos y morales. Naturalmente, el juicio
estético y moral no suministra un algoritmo en virtud del cual decidir qué
interpretaciones o narrativas históricas son preferibles, pero todavía po-
demos defender que la discusión sobre méritos estéticos y bondad moral
se practica con fundamento racional. Aunque estos criterios no propor-
cionan una determinación inequívoca de la mejor interpretación, tampoco
convierten el proceso en algo totalmente arbitrario.
En general, podemos examinar el análisis narrativista de la histo-
riografía y las reacciones que ha suscitado recurriendo a tres asuntos di-
ferentes: (1) evaluación epistémica, (2) racionalidad y (3) trascendencia.
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podría usar cualquier medio para lograr este fin, incluyendo técnicas
irracionales y no racionales. Con todo, es atribuir un significado muy
extraño al término «persuasión». Primero, el propósito de persuadir a
los propios colegas y a los lectores es demasiado abstracto y demasiado
vago como para proporcionar las herramientas y las instrucciones para
lograrlo. ¿Qué debería hacer uno exactamente si su único propósito es
persuadir a los demás sin más información sobre el público o la materia?
Lo que afirmo es que el enfoque basado en los medios y los fines no basta
para captar la naturaleza de la racionalidad historiográfica. Más impor-
tante es que, si los rasgos racionales son universales, entonces el público
los comparte con el historiador en algún nivel fundamental. Aun si ig-
norásemos la cuestión de la universalidad, creo que los lectores de his-
toriografía académica esperan y aprecian en todo caso la argumentación
racional, y no se contentan con propaganda, trucos o amenazas.
La racionalidad de una creencia, acción o evaluación exige que el
agente esté en posición de «ofrecer una exposición» que muestre a los
demás por qué es adecuado resolver el asunto de una forma particular.
Esta es otra manera de expresar la idea presentada en el capítulo 9 según
la cual el acto de habla argumentativo del historiador es un movimiento
en el «espacio de las razones», lo que también requiere preparación y
disposición para defender ese movimiento. Lo circunstancial o situacio-
nal de la racionalidad significa que podemos apreciar la racionalidad
de un juicio o un acto de otra persona con condiciones diferentes, y por
lo tanto con diferente juicio: «aunque yo mismo no creo en esas cosas
ni las valoro, veo que es apropiado que lo haga alguien en las circuns-
tancias del actor, y en consecuencia es totalmente razonable que el actor
procediera como lo hizo» (Rescher 1988, p. 158). Así, esta noción de ra-
cionalidad es compatible con los cambios de momento, de lugar y los
«miles de detalles de cada individuo y situación» (Rescher 1988, p. 159).
Tal vez en su día fue racional que Galeno creyese en un sistema de cir-
culación sanguínea de dos niveles, dada su formación y sus creencias
de fondo, pero para nosotros ya no lo es porque las circunstancias han
cambiado esencialmente. De forma más provocadora, «El rey del Siam
que se negaba a creer que en los países del norte los ríos se solidifican
en cierta estación del año era perfectamente racional, ya que la conge-
lación del agua y el hielo eran totalmente ajenos a su experiencia» (Res-
cher 1988, p. 7).
Históricamente la racionalidad es sensible al contexto. Personas to-
talmente racionales han llegado de manera justificable a explicaciones
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Conclusión
Este capítulo se ha centrado en varios conceptos filosóficos importantes:
la objetividad y la subjetividad, lo real, el constructivismo y la raciona-
lidad. He llegado a la conclusión de que la historiografía puede ubicarse
entre la subjetividad y la objetividad, entre el lado del sujeto y el lado
del objeto, tanto en un sentido ontológico como epistémico. Otra pro-
puesta central es que, aunque la historiografía es claramente construc-
tivista, ya que el historiador crea productos cognitivos con elementos
aportados por el sujeto, las producciones de la historiografía pueden con-
siderarse reales si están justificadas, es decir, garantizadas racionalmente.
Al final, ha quedado claro por qué el concepto que gobierna la filosofía
posnarrativista de la historiografía, la racionalidad, debe trascender la
comunidad. El motivo es que el historiador debe aspirar a producir un
argumento que llegue a ser tan amplia y racionalmente persuasivo como
sea posible.
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CAPÍTULO 11
Coda: Filosofía posnarrativista de la historiografía
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ÍNDICE TEMÁTICO
ver The Making of the English Metahistoria (Metahistory), 50, 56, 57,
Working Class 59, 60, 71, 82, 87
ver también Thompson, E. P. ver también White, Hayden
Lakatos, Imre, 17, 185 n4, 191 Michelet, Jules, 86, 186, 195
Lamb, Robert, 230 n6 minimalismo, 100 n5, 113, 166 n4
Lambert, Nicholas, 237 ver también deflacionismo
Langdon, John W., 233, 234, 236 Mink, Louis, 50, 52, 55, 56-57, 62, 63,
Latour, Bruno, 14, 78, 123, 257, 258, 81, 124, 125, 153, 155-156
Laudan, Larry, 193 n9, 227, 271 Misak, Cheryl, 209-210
Leibniz, Gottfried (correspondencia molecularismo relacionado con el sig-
entre sujeto y predicado) 90 n6 nificado, 134, 134 n14, 135, 137,
Lepore, Ernest, 133 n12, 134, 137, 202 167
límite trascendental molecularismo relacionado con las na-
normativo académicamente, 274- rrativas, 52-53 n7
275, 279 ver también holismo, semántica
ver Ankersmit, kantismo Mommsen, Theodor, 236
ver White, kantismo Monteglas, Max, 234
Lincoln, Abraham, 189 Morrow, Glen, 53 n8
Lipman, Walter, 186 movimientos en la argumentación,
lógica 232, 235, 237
del cambio conceptual, 111 n16 ver también Skinner
de la historiografía, 274-275, 279 Mulligan, William, 139 n15, 237
Longino, Helen, 205 n3, 244, 275, 276 Munslow, Alun, 208-209 n6, 218, 221,
Lorenz, Chris, 7, 97 n2, 193 n9, 219 n1 222, 222 n3, 266
Lovejoy, Arthur, 230 n6
Lyotard, Jean-Francois, 34, 66-67 n13 Nadel, Georg H., 53 n8
narratios, narrativas, sustancias narra-
MacBride, Fraser, 74 n3 tivas, 59, 70, 71, 72 n2, 78, 88, 89,
Mandelbaum, Maurice, 47, 48, 48 n2, 90, 105 n11, 119, 121 n2, 127, 195
50, 54, 62, 126, 198 n10, 255
Maquiavelo, Nicolás, 230, 232 ver también Ankersmit
Marek, Johann, 103 n7 antirrealismo narrativo, ver idea-
Martin, Raymond, 32, 40, 204, 221, lismo narrativo
222, 244, 254 Narrative Logic, 58-59, 63-65, 70, 71,
Marwick, Arthur, 97, 148, 148 n21, 75, 83 n10, 85, 85 n14, 88, 105 n11,
177, 179, 192 107, 126 n6, 128 n9, 254
Mazour, Anatole G., 190 ver también Ankersmit
McAllister, James, 12, 28, 34, 35, 182 narrativismo
n3, 259, 260, 261, 261 n7 primeros narrativistas, 50-56, 52-53
McCullagh, Behan, 50, 54, 156, 171, n7, 59, 126, 155-156, 186, 265
171 n11, 172, 173, 189 lingüístico, 61, 124
McMeekin, Sean, 234 fenomenológico, 52, 61, 124, 222
McMullin, Ernan, 193 n9 n3, 229, 245, 260-261
Meinong, Alexius, 208 n7 ver Ankersmit, Frank
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Rescher, Nicholas, 198, 210, 225, 268, ver también movimientos en la ar-
271, 272, 274, 275 gumentación
revolución científica, 165, 190, 191 Snyder, Laura, 157
ver también conceptos coligatorios sociología de la ciencia, 79-80 n7, 142
Revolución Industrial, 156, 158, 165, n16, 183, 224, 264
193, 226 ver también Bloor; Latour; Woolgar
ver también conceptos coligatorios sociología del conocimiento científico,
revoluciones (R. Bolchevique, R. In- ver sociología de la ciencia
glesa, R. Francesa), 86, 129, 170, Solzhenitsyn, Alexandr, 162, 167
172, 173, 175 n12, 189 sonambulismo, 138, 139, 139-140 n15,
ver también conceptos coligatorios 151-152, 200-203, 225, 237, 250-
Richardson, Ruth, 148 n21 252, 255
Ricoeur, Paul, 61, 66-67 n13, 84 n12, ver también Clark; Gran Guerra;
124, 222 n3 The Sleepwalkers
Ritter, Gerhard, 236 Sonámbulos, ver The Sleepwalkers
Rodríguez-Pereyra, Gonzalo, 83 n11, Stalin, estalinismo, 159-163, 166, 180,
169 n7 181, 187, 190, 248, 249
Rorty, Richard, 43, 66-67 n13, 115, Stevenson, David, 237
206, 209, 213, 255, 266-267, 269- Strawson, Peter, 85 n4
270, 273 Suárez, Mauricio, 99, 99 n3, 100, 100
n5, 100 n6, 113
Roth, Paul, 8 n5, 11, 11 n12, 15, 15
subdeterminación holística, 181, 181 n2
n23, 16, 17, 17 n27, 273 n8
de las narrativas, 74-75, 87-93, 127-
Rudwick, Martin, 79-80 n7, 123 n3
135
Russell, Bertrand, 103 n7, 200, 200 n1
problema de la comunicación y la
comprensión, 130-139, 133 n12,
Sazonov, Sergei, 236
139-140, 152,
Searle, John, 104 n8, 166 n4, 243 n2 semántica, 131 n11, 133-135
Segunda Guerra Mundial, 165 compárese indescomponibilidad
ver también conceptos coligatorios ver también analiticidad
Sellars, Wilfrid, 212-213, 237 ver también infalsabilidad
ver también espacio lógico de las ra- subdeterminación, 179-185, 181 n2,
zones 182 n3, 224, 260
Shapin, Steven, 142 n16, 205 n4 tesis de Quine-Duhem, 181 n2, 182,
Shaw, Ryan, 173, 175 n12, 195 184
Siegel, Harvey, 271 infalsabilidad, 91-93, 127, 247
significado subjetividad, 44-45, 55, 77 n6, 96, 96
ver tesis, distinción entre signifi- n1, 240, 244-248, 251-253, 275-276
cado y prueba intersubjetividad, 75, 111, 212,
ver también holismo, semántica 225, 244, 246 n4, 266, 269-270.
ver también molecularismo relacio- 276, 279
nado con el significado ver también dicotomía sujeto-objeto
Skinner, Quentin, 44. 117, 217, 229, compárese objetividad
230, 230 n6, 231, 231 n7, 232, 237 sujeto narrativo, 88-89
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JOUNI-MATTI KUUKKANEN
Desde el momento de su apari-
ción, el presente libro llamó la aten-
ción del público especializado y no
Filosofía JOUNI-MATTI KUUKKANEN es actualmente profesor de filosofía en
la Universidad de Oulu, en Finlandia, donde fundó y codirige, jun-
to a Kalle Pihlainen, el Centre for Philosophical Studies of History,
La Historia, hoy, debe cons-
truirse y relatarse a escala com-
parativa y global. La Institución
tardó en convertirse en una referencia
ineludible dentro de la teoría de la histori- posnarrativista un influyente catalizador del debate intelectual sobre la filosofía
de la historia. El profesor Kuukkanen se graduó en historia con-
de la historiografía
ografía. En esta obra, tras reconocer y asu- temporánea en la universidad de Turku; obtuvo después una beca
Fernando el Católico pretende con Fulbright que lo llevó a la neoyorkina New School for Social Re-
mir las aportaciones del narrativismo a la di-
esta nueva colección presentar una search, donde se graduó en filosofía. Se doctoró en 2006 en la uni-