Wolf, Smithin. A World Central Bank. (1) Español
Wolf, Smithin. A World Central Bank. (1) Español
Wolf, Smithin. A World Central Bank. (1) Español
10
¿Un banco central mundial?
John Smithin y Bernard M.Wolf
Introducción
Cuando los tipos de cambio empezaron a flotar a principios del siglo XX, tras la
Primera Guerra Mundial, Keynes (1924, 187) escribió que "el sueño académico
de cien años, despojándose de su gorro y bata, vestido con trapos de papel, se ha
colado en el mundo por medio de las hadas malas". 1 Este particular "sueño" se
hizo realidad una vez más, medio siglo más tarde, cuando las principales
monedas empezaron a flotar de nuevo tras la ruptura del sistema de Bretton
Woods a principios de la década de 1970.
Sin embargo, para muchos, los resultados del último cuarto del siglo XX no
han sido tanto un sueño como una pesadilla. La flexibilidad, y por tanto la
volatilidad potencial, de los tipos de cambio, se ha combinado con otros
cambios, como la globalización de los mercados financieros, la
desregulación/liberalización financiera y el cambio técnico, que han actuado
para aumentar enormemente tanto el volumen como la velocidad de los
movimientos internacionales de capital. La preocupación en este entorno es que,
en el ajuste de la balanza de pagos, es la cuenta de capital, incluidos los
movimientos de capital especulativo, la que domina o impulsa la cuenta
corriente a través de las variaciones del tipo de cambio. Los resultados de la
cuenta corriente, ya sean positivos o negativos, ya no se perciben como
derivados de un verdadero esfuerzo económico, por ejemplo, un superávit que
surge si una economía se vuelve más "productiva" o "competitiva", sino
simplemente como un subproducto de la actividad del mercado de capitales. A
principios de la década de 1990, la revista The Economist ya había bautizado
este fenómeno como "El miedo a las finanzas". 2 De hecho, a cierto nivel apenas
importa si las transferencias de capital se califican peyorativamente de
"especulativas" o se consideran respuestas adecuadas a auténticos incentivos
económicos. En cualquier caso, el impacto en la cuenta corriente es el mismo.
Es evidente que el curso real de los acontecimientos durante la década de los
noventa, incluidas las crisis del mecanismo de tipos de cambio (MTC) en
Europa en 1992/93, la crisis del peso mexicano de 1994/95 y las crisis
monetarias asiáticas de finales de 1997, sólo han servido para aumentar la
sensación de aprensión respecto al sistema monetario internacional (SMI).
Aunque, como advertencia, hay que señalar que en todos estos episodios se
intentó mantener los tipos de cambio fijos a niveles inadecuados (más bien
222UN BANCO CENTRAL
MUNDIAL?
que por la posible flexibilidad de los tipos), es fácil entender, sin embargo, el
creciente interés que suscitan las propuestas de reestructuración o renovación de
las actuales instituciones financieras internacionales (IFI) y de reforma profunda
del propio SMI. Entre estas propuestas se encuentran la de restablecer los tipos
de cambio fijos, la de crear un banco central mundial (BCM), como en el título
de este capítulo, la de regular los flujos de capital mediante impuestos u otros
medios, la de reformar las IFI existentes, como el Fondo Monetario
Internacional (FMI), o la de crear un "nuevo Bretton Woods" (Grieve Smith, en
este volumen).
No obstante, al igual que en un trabajo anterior (Smithin y Wolf, 1993),
seguimos siendo escépticos en cuanto a la viabilidad y la conveniencia de una
reforma institucional tan amplia como el establecimiento de un WCB en el
entorno económico mundial contemporáneo. El objetivo de este capítulo es
exponer algunas de las razones de este escepticismo. Muchas de ellas giran en
torno al probable sesgo deflacionista de las poderosas burocracias financieras
internacionales en el entorno social y político contemporáneo, y reflejan las
preocupaciones que se han expresado con frecuencia sobre la Unión Económica
y Monetaria (UEM) regional o la iniciativa de la "moneda única" en Europa. Sin
embargo, también existe otra vertiente del argumento. En gran parte de la
literatura sobre la reforma del SMI se presupone implícitamente que la
alternativa, la defensa continua de una política pública adecuada basada en el
ámbito nacional, ya no es viable en la economía global emergente, precisamente
debido a la mayor movilidad del capital a la que se ha hecho referencia. Este es
un aspecto de lo que McQuaig (1998) ha llamado el "culto a la impotencia" o el
"mito de la impotencia" en el contexto de la globalización. Sin embargo,
recientemente, autores como Eatwell (1996), Godley (1996), Paraskevopoulos,
Paschakis y Smithin (1996), y Paschakis y Smithin (1998), han señalado la
existencia de mecanismos por los que las pequeñas y medianas economías
abiertas pueden influir en sus propios destinos económicos, incluso en un
entorno global caracterizado por una movilidad del capital prácticamente
perfecta. Estos mecanismos, sin embargo, dependen en gran medida de que
sigan existiendo sistemas monetarios nacionales independientes, con tipos de
cambio que sean, al menos potencialmente, libres de cambiar, aunque en la
práctica se mantengan bastante estables. En resumen, una política monetaria
independiente puede ser una condición necesaria para poder llevar a cabo una
política independiente en otros ámbitos, como la política fiscal, la regulación del
mercado laboral, la protección social, etc. (Paraskevopoulos y Smithin, 1998;
Smithin, 1998). Esto implica que hay un "inconveniente" en cualquier tipo de
solución internacional que elimine la posibilidad de una política independiente, a
menos que podamos estar muy seguros de la buena fe de los que realmente
dirigirán las poderosas instituciones internacionales.
La capacidad potencial de las jurisdicciones políticas individuales para aplicar
políticas independientes no garantiza, por supuesto, un resultado económico
deseable ni para la economía en cuestión ni para la economía mundial en su
conjunto. Es tan posible, e incluso probable, que los responsables políticos
nacionales independientes apliquen políticas perversas y deflacionistas como las
burocracias internacionales. Sin embargo, en el mejor de los casos, unas
políticas expansivas coordinadas o afines en una serie de jurisdicciones
fomentarían el crecimiento mundial y permitirían un crecimiento (real)
JOHN SMITHIN Y BERNARD M.WOLF 223
razonable.
224UN BANCO CENTRAL
MUNDIAL?
La estabilidad de los tipos de cambio y el equilibrio aproximado de las cuentas
corrientes y de capital entre jurisdicciones. En el peor de los casos, en el que la
mayoría de los países no adoptaran tales medidas, aún sería posible que una o
dos naciones escaparan de las presiones globales adoptando una postura
contraria. Las naciones contrarias tendrían un crecimiento más rápido, menos
desempleo, una depreciación real de la moneda y superávits por cuenta corriente
a expensas de sus socios, que serían deficitarios. Pero, incluso en este caso, no
habría nada, excepto quizás el "poder de las ideas" y/o los "intereses creados"
(Keynes, 1936), que impidiera a las naciones deficitarias invertir su postura y
participar en una prosperidad general. En nuestra opinión, la preservación de un
cierto margen de maniobra para las economías nacionales sería un camino más
seguro en esta coyuntura que cualquier cosa que se parezca a un gobierno
mundial.
Sin embargo, esta postura no excluye una amplia variedad de sugerencias más
limitadas de reforma y reestructuración para las IFI existentes, o incluso la
introducción de nuevas IFI. Por ejemplo, incluso en un entorno de flotación
gestionada, hay motivos para aumentar el papel de un activo de reserva
internacional emitido por un FMI mejorado/reformado. Esto sería importante
sobre todo desde el punto de vista de la liquidez del sistema y del tratamiento de
las situaciones de crisis, más que de la gestión de los tipos de cambio como tal.
unos tipos de cambio fijos pero ajustables entre los principales actores, y un
conjunto de normas, que podrían incluir algún tipo de control de capitales,
destinadas a garantizar el buen funcionamiento del sistema. Evidentemente, hay
muchas variantes posibles de este esquema y diversas opciones estratégicas que
deben tomarse en el diseño de un sistema de este tipo, que se analizarán con más
detalle a continuación. Por ejemplo, es posible, en principio, separar o
"desacoplar" la función de creación o emisión de reservas del régimen cambiario
concreto. En otras palabras, abogar por una moneda internacional para utilizarla
como numerario en la liquidación de la balanza de pagos sería compatible con
un sistema de tipo Bretton Woods con una paridad fija pero ajustable, una
paridad móvil o un sistema de flotación controlada.
El modelo final del WCB no es tanto un plan como una descripción de lo que
ha ocurrido con frecuencia durante la historia del SMI. Se trata del crecimiento
de un sistema "hegemónico" de relaciones entre redes financieras
internacionales (Eichengreen, 1989; Gray, 1992). La moneda de una nación
poderosa en la economía mundial surge como dinero esencialmente mundial. El
banco central del hegemón se convierte en el banco central mundial y sus
obligaciones se convierten en el patrón de valor mundial y en el medio de pago
definitivo. La política monetaria de este banco central marca la pauta de la
política monetaria mundial y de la política monetaria nacional. Ejemplos obvios
serían el papel del Banco de Inglaterra y la libra esterlina durante el siglo XIX y
principios del XX, y el del Consejo de la Reserva Federal y el dólar
estadounidense a mediados del siglo XX. En años más recientes, el dominio del
Bundesbank alemán sobre el Sistema Monetario Europeo (SME) durante los
años 80 y principios de los 90 constituye un ejemplo de sistema hegemónico a
un nivel más restringido (regional). La experiencia sugiere que la aparición de
"monocentros" mundiales o regionales, por utilizar la expresión de Hicks (1982,
1989), se basa en indicadores bastante burdos del éxito económico nacional.
Básicamente, un país parece poder reclamar una posición de liderazgo para su
banco central si con el tiempo ha construido una posición de crédito neto
dominante. Que el sistema resultante tenga éxito o no depende claramente de las
políticas que sigan los funcionarios del banco central hegemónico. Por ejemplo,
se podría argumentar que la relativa prosperidad del cuarto de siglo posterior a la
Segunda Guerra Mundial se vio facilitada por los instintos expansivos de las
autoridades políticas estadounidenses durante este periodo, en particular según
el ejemplo del Plan de Recuperación Europea, mientras que en tiempos más
recientes, el Bundesbank ha extendido la presión deflacionaria por toda Europa.
En el contexto del presente argumento, es una cuestión extremadamente
importante si la relativa prosperidad económica de la era de Bretton Woods se
debió o no a la detallada planificación y a la exitosa aplicación del tratado, tanto
en lo que se refiere a las normas de funcionamiento como a las IFI que se
crearon, o más bien a las circunstancias históricas que incluirían el conjunto
particular de políticas aplicadas por el principal actor, los Estados Unidos. Hicks
(1986, 22-23) no lo dudó. Al buscar los factores explicativos de los resultados
económicos hasta principios de los años 70, señala
226UN BANCO CENTRAL
MUNDIAL?
El primer paso... es reconocer que Bretton Woods, el FMI y todo eso, era
en gran medida una fachada. La realidad que había detrás era el dólar
estadounidense. Era perfectamente obvio, en la década de 1950, mucho
más de lo que había sido en la década de 1920, que Estados Unidos era la
superpotencia, no sólo en el mundo político, sino también en el
financiero... se produjo sin que nadie hubiera dicho que debía producirse
que el dólar se convirtiera en la moneda internacional... el dólar se
convirtió en el centro del sistema monetario mundial, el FMI no era más
que una de las rutas por las que... [otras]... monedas... se convertían en
dólares.
Hay que recordar que en ese momento se daba por sentado el mantenimiento de
amplios controles de capital, pero no obstante hay motivos para cuestionar si la
defensa de Keynes era estrictamente exacta. Es posible que Keynes esperara del
FMI más de lo que era capaz de ofrecer sin el apoyo adicional de los Estados
Unidos a través del Plan Marshall. Como ya se ha dicho, resultó que bajo
Bretton Woods existía algo parecido a una política monetaria global, dirigida no
por el FMI sino por la Reserva Federal de EE.UU., y en cierto sentido fue
fortuito que esto contribuyera a la relativa prosperidad de la era posterior a la
Segunda Guerra Mundial.
Hay que destacar que la mayoría de las propuestas más recientes para
reactivar Bretton Woods, como se ha comentado en la sección anterior, no
tienen estas lagunas y sí abordan explícitamente la cuestión del restablecimiento
del pleno empleo mundial. Sin embargo, queda la cuestión de si las burocracias
internacionales, una vez creadas, seguirán desempeñando el papel que se les ha
asignado.
Curiosamente, la cuestión de la relación entre el dinero y la gobernanza
económica se ha abordado explícitamente en el reciente resurgimiento del
interés por el enfoque chartalista o del "dinero estatal" en el contexto de la
economía cerrada. 6 Por ejemplo, Wray (1997, 28) sostiene que:
Como explican Smithin y Wolf (1993), se puede argumentar que uno de los
principales problemas de una solución internacionalista en la actualidad es que
la sabiduría convencional sobre cuestiones de política económica vuelve a
reflejar actitudes similares a las que prevalecían en los años veinte y treinta.
Desde este punto de vista, el mundo ha vuelto a cambiar.
Observaciones finales
El sistema monetario actual no es hegemónico. A diferencia del anterior patrón
oro o del sistema de Bretton Woods, no hay un actor abrumadoramente
dominante. Aunque Estados Unidos es claramente la principal potencia
económica, comparte el escenario con Alemania/la UE y Japón. Con tres actores
clave, y en combinación con los demás cambios estructurales de la economía
mundial ya comentados, aumentan las posibilidades de inestabilidad monetaria
internacional. Ciertamente, el actual sistema de tipos flotantes gestionados entre
las principales monedas ha sido todo menos estable, y ha sido testigo de grandes
y frecuentes cambios en los tipos de cambio nominales y reales.
Una posible solución, que muchos sugieren, es la creación de una nueva IFI,
por acuerdo entre los principales actores, que serviría como algo parecido a un
Banco Central Mundial (BCM). Por lo general, se ha sugerido que la
arquitectura financiera incluya un régimen de tipo de cambio relativamente fijo
y también algunas medidas para frenar o limitar la libertad de movimientos de
capital. Si bien no se rechaza la idea de reformar y reestructurar las IFI
existentes, en particular en el ámbito de la provisión de reservas adicionales (en
la línea de los DEG y Bancor) cuando se alcance un consenso sobre la necesidad
de impulsar la liquidez mundial, en este capítulo se ha argumentado que los
tipos de cambio fijos no son la respuesta. Evidentemente, ningún régimen
cambiario tendrá posibilidades de éxito si no se siguen las políticas
macroeconómicas adecuadas. Sin embargo,
236UN BANCO CENTRAL
MUNDIAL?
las posibilidades de éxito en las distintas jurisdicciones se ven reforzadas cuando
los países no se sienten obligados a aferrarse durante demasiado tiempo a tipos
sobrevalorados o infravalorados.
Hemos argumentado que las economías abiertas pequeñas y medianas pueden
alcanzar cierto grado de soberanía monetaria incluso en condiciones modernas
con libre movilidad de capitales. Sin embargo, los mecanismos que podrían
permitirles hacerlo dependen de que sigan existiendo sistemas monetarios
nacionales independientes y tipos de cambio que sean potencialmente libres de
moverse. En nuestra opinión, la preservación de la soberanía monetaria nacional
es deseable, tanto desde el punto de vista de la responsabilidad democrática
como de la preocupación por el probable sesgo deflacionista de las burocracias
internacionales en el entorno político y social actual.
Hay, por supuesto, argumentos de peso para tomar medidas directas que
limiten la movilidad del capital, pero, en la práctica, al menos en lo que respecta
a las relaciones entre las naciones industriales avanzadas, somos algo escépticos
en cuanto a las posibilidades de "devolver el genio a la botella" en las
condiciones actuales, ya sea a través de un "impuesto Tobin" o de otros
métodos. Pero también hay que tener en cuenta que, si las distintas
jurisdicciones pueden tomar medidas para "gestionar" el sistema y mantener
cierto grado de soberanía monetaria en el sentido expuesto anteriormente (por
ejemplo, mediante una política prudente de tipos de interés), los costes del
aumento de la movilidad del capital per se pueden no ser tan grandes como se
suele suponer; desde luego, no en comparación con la aplicación deliberada de
políticas macroeconómicas deflacionistas por parte de las distintas jurisdicciones
o a nivel internacional. Sin embargo, el argumento podría tener que modificarse
en el caso de las economías en desarrollo, en las que las autoridades, y en
particular las instituciones financieras, tienen problemas especiales a la hora de
tratar con el capital suelto. En estos casos, la regulación o la imposición de los
flujos de capital, apoyada u orquestada por la comunidad internacional, puede
ser factible y cumplir una función útil.
Notas
Nos gustaría agradecer a los editores, John Grieve Smith y Jonathan Michie,
varios comentarios y sugerencias que han mejorado el documento.
Referencias