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Nunca Llueve en Lima COMPLETA

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Nunca Llueve en Lima

Una obra teatral de Gonzalo Rodríguez Risco

PRODUCCIONES
El estreno mundial de "Nunca Llueve en Lima" fue el 30 de Abril del 2016 en el Teatro
Británico (Lima, Perú) producida por Escena Contemporánea y el Teatro Británico, dirigida
por Alberto Isola, con las actuaciones de Carlos Tuccio, Haydeé Cáceres, Patricia Barreto,
Magali Bolivar, Lucho Cáceres, Pold Gastello y Emanuel Soriano (Lima, 2016).
“Nunca Llueve en Lima” fue desarrollada como parte del “Next Edition Festival” en Nueva
York, en una lectura dramática dirigida por Erik Pearson y producida por The Playwrights
Realm - Katherine Kovner, productora artística (Nueva York, 2014).

PERSONAJES

Lucho Saavedra: Rafael Sileri, 81 años.


Alonso Helfer: Sebastián Sileri, 47 años, hijo de Rafael.
Zonja Giglio: Daniela Sileri, 23 años, hija de Sebastián.
Gaviotta Montero: Elena Carhuas, 63 años, vecina de los Sileri.
Arturo Bejarano: Juan Carlos Villena, 43 años.
Andy Malpartida: Roy Villena, 23 años, hijo de Juan Carlos.
Ingrid Caferatta: Gladys Costa, 38 años, novia de Juan Carlos.

TIEMPO Y LUGAR: Lima. Invierno. Un futuro cercano.


Sala de la casona de la familia Sileri, muy venida a menos. En las paredes despintadas
quedan un par de cuadros aún colgados. A través de la puerta de vaivén podemos ver el
único remanente del glorioso pasado de la casona: un bello juego de comedor de caoba
tallada.

(((SOBRE EL TEXTO
Los silencios son largos, como un suspiro que no termina.
Las pausas son más cortas, pero algo está pasando.
Un tiempo es como un respiro, casi imperceptible.
Dos oblicuas [//] son pausas pequeñas, respiros, momentos. Son como una pausa que le
pertenece al personaje. No se las salten.
Dos guiones [--] son interrupciones.)))

PRIMER ACTO

ESCENA 1

Sala de la casona. Tarde.

Rafael, sentado en la mesa del comedor, mira muy concentrado unas cartas que tiene en la
mano. Entra Elena desde la calle, con una canasta de compras. Al pasar junto a Rafael, mete
la mano en su canasta, saca un chocolate pequeño, se lo da a Rafael, y le da un beso en la
frente. Sin dejar de mirar sus cartas, Rafael le da un pellizco en la nalga, ella da un salto y le
responde con un manotazo.

ELENA: ¡Ay! ¡Viejo mañoso!

RAFAEL: Puro pellejo nomás.

Elena sale a la cocina, riéndose. Rafael sigue mirando sus cartas. (efectos de sonido: puertas
rechinando y pasos, voces lejanas)

RAFAEL: Dame dos. (mira alrededor) pucha, me dejaron solo?

RAFAEL: ¿Daniela, dónde estabas?

DANIELA: En el baño.

RAFAEL: En Las Vegas te botarían del casino por irte de la mesa con las cartas.

DANIELA: Seguro, pero en Las Vegas no estaríamos apostando con frijoles.

Sonido de movimiento en el segundo piso. Rafael levanta la vista, molesto

DANIELA: ¿Cuántas?

RAFAEL: ¿Ah?

DANIELA: (señalando el mazo) ¿Cuántas cartas?

RAFAEL: Una.

Rafael deja una carta sobre la mesa. Daniela le da una del mazo, luego deja tres y toma tres.

RAFAEL: ¿Cambias tres? Uy, hijita...

Entra Elena.

ELENA: Voy a hacer estofado, ¿han dicho si se quedan?

Daniela mira sus cartas y sonríe.

RAFAEL: No. Ya están hace horas. ¿Y por qué les vamos a dar de comer? (a Daniela) No sonrías.

DANIELA: No han estado ni media hora, abuelo. Qué exagerado.

ELENA: Mejor le pregunto a Sebastián.

RAFAEL: ¿No me estás preguntando a mí?

DANIELA: No sería mala idea invitarlos a comer.

ELENA: A ver, somos...

Elena cuenta con los dedos.


RAFAEL: (a Daniela) ¿Para qué?

DANIELA: Así quedamos como buenas personas. Aunque no lo seamos.

Sebastián, Juan Carlos y Gladys pasan por el corredor del segundo piso.

SEBASTIÁN: ...Y desde acá vemos la sala.

GLADYS: Ay, ya me estaba perdiendo.

SEBASTIÁN: (a manera de saludo) Papá. Dani. Elena.

Sebastián les hace un gesto de saludo. Daniela y Elena miran hacia arriba y devuelven el
saludo, así que Juan Carlos y Gladys responden con sus propios saludos. Rafael los ignora.

DANIELA: Hola de nuevo.

JUAN CARLOS: Hola.

GLADYS: ¿Qué tal?

ELENA: Seríamos siete.

GLADYS: ¿Cuántos cuartos son?

JUAN CARLOS: Siete, ¿no?

SEBASTIÁN: Ocho.

GLADYS: ¿Ocho?

RAFAEL: (apostando dos frijoles) Te apuesto veinte.

Rafael pone dos frijoles al centro de la mesa.

JUAN CARLOS: Ah, yo había contado siete, pero--

SEBASTIÁN: Son ocho cuartos.

JUAN CARLOS: //

Sebastián se queda muy quieto, contando en su cabeza.

ELENA: (para sí misma) Ay, ¿alcanzará el pollo? Puedo hacer más arroz, y una ensaladita...
Pero el chico éste se comerá dos presas, ¿no?

DANIELA: ¿Qué chico?

RAFAEL: (a Daniela) Oye. Veinte.

DANIELA: ¿Elena? ¿Qué chico?

ELENA: El hijo de Gladys y Juan Carlos.


GLADYS: Ah, no, no es mi hijo... Es de Juan Carlos. Bueno, por edad sería imposible--

RAFAEL: ¿Vas a apostar?

DANIELA: Ah, sí... Pago tus veinte y te subo... Quince más.

RAFAEL: ¿Quince? ¿Cómo vas a apostar quince?

ELENA: (para sí misma) ¿Cuánto quedará de pollo?

Daniela muerde un frijol y apuesta la mitad. Rafael la mira, impaciente. Sebastián se ha


quedado completamente quieto.

JUAN CARLOS: ¿Sebastián?

DANIELA: Papá.

La voz de Daniela hace que Sebastián salga de su ensimismamiento. Mira a Gladys y Juan
Carlos.

SEBASTIÁN: Perdón, estaba contando. Abajo hay dos cuartos que dan al jardín y dos en el
pasillo, que dan a la calle. Ahí van cuatro.

Rafael mira sus cartas.

SEBASTIÁN: Uno al fondo, detrás de la cocina. Cinco.

JUAN CARLOS: ¿Y en el segundo piso son tres?

RAFAEL: Ya, pues. Pago tus quince.

SEBASTIÁN: Sí. El principal. El mío y el de mi hija.

ELENA: ¿Sebastián?

SEBASTIÁN: Ocho.

RAFAEL: (le da un frijol) Muerde tú, que después a mí se me rompe un diente.

Daniela muerde el frijol y apuesta la mitad.

JUAN CARLOS: ¿El del fondo es de servicio, ¿no?

Sebastián saca un cuaderno y un lapicero de su bolsillo. Lo abre y apunta.

SEBASTIÁN: Es un cuarto. Por eso son ocho.

RAFAEL: Ya pues hijita, muestra tus cartas.

Daniela está mirando a su padre. Sebastián sigue escribiendo. Juan Carlos y Gladys lo miran.

ELENA: ¿Sebastián, tus amigos se quedan a cenar?

Juan Carlos y Gladys se miran.


GLADYS: Ah, no señora-------

JUAN CARLOS: Bueno, sí. Gracias.

GLADYS: (mirando a Juan Carlos) ¿Sí?

SEBASTIÁN: (escribiendo) Ocho...

Sebastián mira hacia donde están los cuartos, como haciendo un conteo mental. Va
marcándolos en su cuaderno.

DANIELA: Son ocho cuartos, papá. Y el de atrás era un cuarto de servicio.

Sebastián mira a Daniela y deja de escribir. Guarda el cuaderno.

RAFAEL: (para sí mismo) Ocho. Siete. ¿Qué importa?

GLADYS: ¿Podemos ver ese de nuevo?

JUAN CARLOS: Sí... Disculpa...

ELENA: Entonces, ¿se quedan a comer o no?

JUAN CARLOS: Sí, señora. Gracias. Disculpe.

GLADYS: (mira a Juan Carlos) Ya, deja de disculparte.

RAFAEL: ¿Seguimos jugando o qué?

DANIELA: Ah, sí.

Daniela pone sus cartas sobre la mesa, una por una.

DANIELA: A ver: Rey de espadas. Un hombre extraño viene a causar problemas.

SEBASTIÁN: Vamos por acá... Hay otra escalera al fondo del pasillo.

DANIELA: Rey de diamantes. Ajá... Tiene dinero. Pero no es suyo.

RAFAEL: (impaciente) Hijita...

DANIELA: ¿Dos de espadas? Está engañando a dos personas.

Elena se acerca.

ELENA: ¿Ah, ¿sí? A ver...

Sebastián cruza el corredor. Gladys lo sigue mientras que Juan Carlos mira a Daniela, muy
intrigado.

GLADYS: ¿Juan Carlos? ¿Vamos?

JUAN CARLOS: Sí. Claro.


Juan Carlos sigue a Sebastián y a Gladys.

Salen.

DANIELA: Otro dos. Pero de corazones. Lo quieren mucho, confían en él.

ELENA: Ay, Daniela, ¿te lo estás inventando, ¿no?

RAFAEL: Hijita, te demoras mucho con esto del póker-tarot. ¿Sólo tienes dos pares?

DANIELA: Espera, espera...

Pone la última carta.

DANIELA: Un cuatro de corazones. Son cuatro al comienzo y cuatro al final.

ELENA: ¿Y eso que significa?

DANIELA: Un balance.

RAFAEL: (impaciente) Significa dos pares.

En ese momento entra Roy desde el jardín. Rafael muestra sus cartas.

RAFAEL: Trío de ochos. Gané.

DANIELA: No, no, pues, abuelo... Tienes que ponerlas una por una en la mesa.

Roy se ha quedado mirando a Daniela, sorprendido. Rafael recoge sus frijoles. Daniela junta
las cartas y empieza a barajarlas.

DANIELA: Es muy aburrido tu juego.

RAFAEL: ¿Hasta qué hora se van a quedar, ah?

DANIELA: No sé. Pero de repente se animan a comprar, y------

RAFAEL: Ese se queja del cuarto de servicio, cuando------

DANIELA: Abuelo, no empieces.

Elena nota a Roy.

ELENA: Hola. ¿Roy, ¿no?

ROY: Sí. Hola.

Daniela levanta la vista y ve a Roy.

DANIELA: (sorprendida) Roy.

ROY: Hola Daniela.

ELENA: ¿Se conocen?


Daniela asiente.

ROY: Del colegio. (a Daniela) No te veo hace años.

DANIELA: //

ROY: Estaba buscando a mi papá.

ELENA: Ah, están viendo uno de los cuartos. Ahorita vuelven.

Rafael toma el mazo.

RAFAEL ¿Otra?

ELENA: ¿Quieres comer algo, hijito? ¿Ya tomaste lonche?

Elena sale sin recibir respuesta.

ROY: Eh... No... Gracias.

DANIELA: Pasa. Siéntate.

RAFAEL. ¿Juegas póker?

Rafael empieza a repartir las cartas sin esperar respuesta.

ROY: Eh... Claro.

Daniela le da unos frijoles a Roy.

DANIELA: En esta casa sólo te preguntan por compromiso.

ROY: ¿Cuánto vale cada frijol?

DANIELA: Nada. Es por juego nomás.

Pausa.

ROY: No te vi en la última kermesse...

DANIELA: No, yo... No salgo mucho.

RAFAEL: Así que el mismo colegio.

ROY. La misma clase desde primero de media.

RAFAEL: ¿Y eran amigos?

Roy y Daniela se miran. Sonríen.

ROY: No.

DANIELA: No.
Rafael los mira por un momento. Luego mira sus cartas. Entra Elena con dos potes con
gelatina.

ELENA: Tu gelatina.

RAFAEL: No quiero--

ELENA: Rafael. Come.

Rafael toma el pote de gelatina y se lo ofrece a Roy.

RAFAEL: Primero los invitados.

Roy estira el brazo para recibirlo, pero Elena y Daniela reaccionan, deteniéndolo.

ELENA: ¡No!

RAFAEL: (a Roy) Creen que no me he dado cuenta que machacan mis pastillas del corazón y las
mezcla con la gelatina.

DANIELA: Bueno, si todos lo sabemos, entonces...

Rafael mira a su nieta y come un par de cucharadas.

Elena vuelve a entrar en acción.

ELENA: (a Roy) Roy, ¿te traigo un pancito? ¿Tostadas? ¿Tomas café? (Sale).

DANIELA: No te digo.

Rafael estudia sus cartas. Luego de un momento deja dos sobre la mesa.

RAFAEL: Cambio dos.

Daniela y Roy miran sus cartas.

DANIELA: Una.

RAFAEL: (a Roy) ¿Qué hace tu padre?

ROY: Se dedica a los negocios.

RAFAEL: ¿Qué negocios?

ROY: Impresiones. Ventas. Exportaciones.

RAFAEL: ¿No se decide?

ROY: Nunca deja de trabajar.

Elena entra con una bandeja con panes, mantequilla, mermelada y dos tazas. Lleva un
periódico bajo el brazo.

ELENA: Ahorita hierve el agua.


Elena pone el periódico sobre la mesa, se sienta y empieza a comer del otro pote con
gelatina.

RAFAEL: ¿Y? ¿Van a comprar la casa o qué?

ROY: No sé. Eso no lo decido yo. Me gusta mucho el jardín.

Rafael lo mira por un momento, luego empieza a leer el periódico. Roy deja tres cartas sobre
la mesa.

ROY: Cambio... Tres.

Rafael sigue leyendo el periódico.

DANIELA; (despacio, mirando a Rafael) Ya fue. Olvídate.

Daniela deja sus cartas, coge un pan y va al sillón rojo. Roy se queda en la mesa, inseguro de
qué hacer. Entran Sebastián, Gladys y Juan Carlos.

SEBASTIÁN: No, acá las noches son muy tranquilas. No hay bares ni discotecas, así que...

GLADYS: Qué bueno saberlo.

JUAN CARLOS: ¿Cuántos metros son en total?

SEBASTIÁN: Mil ciento veinte.

GLADYS: ¿Incluyendo la vereda?

SEBASTIÁN: No. Solo el terreno. Son setecientos veinticuatro techados.

GLADYS: Ah... Qué exacto.

SEBASTIÁN: Son medidas exactas.

JUAN CARLOS: ¿Y estos son todos los muebles?

SEBASTIÁN: Sí. Casi todos. (señalando hacia el fondo) Ya vieron el juego de comedor. Es de
caoba. Y están las tres camas que usamos. Cuatro armarios, dos veladores, una estufa con seis
hornillas--

DANIELA: (interrumpiendo) Y eso es todo.

Daniela se pone de pie y se acerca a su padre.

SEBASTIÁN: ¿Les interesarían los muebles?

JUAN CARLOS: Solo estaba preguntando.

DANIELA: Espero que les haya gustado su tour.

JUAN CARLOS: Ha sido excelente, gracias. Qué pena que te lo perdiste, Roy.
Roy se encoge de hombros. Pausa. Todos sonríen incómodos.

RAFAEL: ¿Sabes algo de Julio de la Oca, Sebastián?

SEBASTIÁN: No, papá.

Rafael vuelve a su periódico.

GLADYS: ¿Algún problema con los vecinos? ¿El resto de la familia?

SEBASTIÁN: Tengo una hermana, pero en este caso el que vende es mi papá, y todo es suyo.

RAFAEL: Todo es mío hasta que me muera.

SEBASTIÁN: Así que aquí está toda la familia que queda. (mal chiste) A menos que Daniela nos
tenga una sorpresa... (Sebastián se ríe solo).

ELENA: Los vecinos somos muy simpáticos.

JUAN CARLOS: Ah, ¿usted no es la--? Eh...

GLADYS: ¿Dónde vive?

ELENA: A dos puertas. En el cuatro veinte.

GLADYS: Creí que no había otras casonas por acá.

ELENA: No es una casona. Es una quinta. Somos diez familias. Yo vivo en un departamento y
alquilo el otro, así que seguiremos siendo vecinos--

RAFAEL: (a Juan Carlos) Así que dígame, jovencito... ¿Qué le parece mi casa?

JUAN CARLOS: Me gusta mucho. Es muy espaciosa. ¿Usted la construyó?

RAFAEL: Mi padre. Yo solo dejo que mi hijo la venda.

Sebastián está escribiendo en su cuaderno. Juan Carlos y Gladys lo miran, confundidos.

ELENA: La comida va a estar lista en unos minutos. Voy a poner la mesa del comedor--

RAFAEL: ¿Para qué?

DANIELA: Ah, qué bueno. Como nunca la usamos.

RAFAEL: (a Sebastián) ¿Podemos hablar?

Sebastián levanta la vista de su cuaderno.

SEBASTIÁN: ¿Ah? Sí, claro, papá.

Sigue escribiendo. Rafael mira a Juan Carlos y a Gladys: Es una conversación privada.

GLADYS: Ah... Podemos dar una vuelta por nuestra cuenta...


RAFAEL: Excelente idea.

DANIELA: Tómense el tiempo que necesiten.

Roy se levanta de la mesa y sigue a Gladys y Juan Carlos mientras que salen. Silencio.

RAFAEL: ¿Esperamos a que termines con tu cuaderno?

Sebastián lo mira por un momento, como perdido. Luego guarda su cuaderno.

SEBASTIÁN: Dime.

RAFAEL: Creo que deberías llamar de nuevo a Julio o a Martín... Y yo puedo ir al Club y hablar
con Ricardo Sifuentes... En la puerta me conocen así que----

SEBASTIÁN: Papá, las cosas están avanzando muy bien con Juan Carlos. Parece muy
interesado. Aún no hemos cerrado lo del precio, pero----

RAFAEL: No me parece que ellos----

DANIELA: No tiene que parecerte nada, abuelo. Si tienen la plata, entonces----

RAFAEL: No todo es plata, Danielita.

DANIELA: No, por supuesto que no. Pero en este caso estamos vendiendo la casa. Por plata.

RAFAEL: Es mi casa.

SEBASTIÁN: Eso nos ha quedado muy claro a todos.

RAFAEL: ¿Qué van a hacer con ella? ¿Te han dicho? ¿A cuánta gente van a meter acá?

SEBASTIÁN: Lo que hagan con la casa después de que la compren no es nuestro problema.

RAFAEL: Bueno, a mí sí me importa. Y si es posible, quisiera vendérsela a uno de mis amigos. A


alguien que sepa valorar la----

SEBASTIÁN: No podemos escoger quien la compra.

RAFAEL: Escríbelo en tu cuadernito. Así tienes que hacer que pase.

SEBASTIÁN: //

ELENA: Sebas, tú sabes lo importante que es esta casa para tu papá. Pedirle que la venda----

SEBASTIÁN: Yo sé que es importante, Elena. Y lo siento, pero preferiría que tú----

RAFAEL: No te atrevas.

DANIELA: Papá.

ELENA: Está bien, Rafael. Voy a terminar de poner la mesa, y----

RAFAEL: No. No tienes que servirlos, Elena. No eres la empleada.


ELENA: //

DANIELA: Eso lo sabemos, abuelo.

RAFAEL: ¿Lo saben? ¿En serio?

ELENA: (a Rafael) Bueno, en este momento el que me está tratando como si tuviera que seguir
sus órdenes eres tú.

RAFAEL: //

ELENA: Tu hijo tiene razón. No me incumbe si venden su casa o no. Pero si decido cocinar para
ustedes, poner la mesa y servir la comida, lo hago porque me gusta. Así que ahora, si me
disculpan.

Se dirige hacia el comedor. Se detiene. Se acerca a Rafael y le da un beso en la frente.

ELENA: Ya no seas tan cascarrabias.

DANIELA: (a Elena) ¿Quieres que te ayude en algo?

ELENA: Sí, Daniela, gracias.

Salen a la cocina. Pausa.

RAFAEL: Voy a ir al Club mañana.

SEBASTIÁN: Papá----

RAFAEL: Aún tengo muy buenos amigos----

SEBASTIÁN: Lo siento papá, no quería decírtelo, pero... Sí, me llamó Julio de la Oca. Va a
comprar un departamento en Miraflores.

RAFAEL: ¿Y Martín----?

SEBASTIÁN: Tu amigo Martín no tiene crédito suficiente, y a su edad no se lo van a dar. Yo sé


que te ha prometido comprar la casa, papá, pero la verdad es que no puede. Él lo sabe. Por eso
es que ya no viene. Ninguno de tus amigos quiere una casa en este barrio. Así son las cosas
ahora. Yo sé que no es lo que esperabas, pero Juan Carlos me ofrece pagar al contado.

RAFAEL: ¿Y de dónde tiene plata? ¿Es narco?

SEBASTIÁN: Papá-----

RAFAEL: ¿No le has preguntado?

SEBASTIÁN: No me importa----- ¿Y por qué tienes que asumir-----?

RAFAEL: No te estás esforzando lo suficiente.

SEBASTIÁN: Por supuesto que sí.


RAFAEL: Y ahora estás metiendo a tres extraños en mi casa. Eso es peligroso.

SEBASTIÁN: ¿Y qué van a hacer? ¿Robarnos? Nos harían un favor si se llevan un poco de esta
basura.

RAFAEL: Bueno, esta basura es mía-----

SEBASTIÁN: ¡Ya sé, ya sé, ya sé que todo en esta puta casa es tuyo!

Elena entra al escuchar los gritos de Sebastián.

ELENA: Rafael, Sebastián, por favor... Tenemos visita.

Sebastián camina por el cuarto. Abre un cajón al fondo, saca una pelota y la hace rebotar en
el piso. La deja en el cajón. Apunta en su cuaderno. Rafael lee lo que ha escrito Sebastián.

RAFAEL: La fecha está mal. Hoy es jueves.

Sebastián deja de escribir y lo mira confundido.

SEBASTIÁN: ¿Qué----? No.

ELENA: No, es----

RAFAEL: Jueves

ELENA: Rafael.

SEBASTIÁN: No, es... Es... Es viernes-- Es viernes, ¿no?

Sebastián mira alrededor, busca su celular en el bolsillo. Notamos que está al borde de un
ataque de pánico.

SEBASTIÁN: Es viernes. Ayer fue... Hoy...

ELENA: Sebastián, tranquilo. Es viernes. Tu papá te está confundiendo.

Sebastián sigue mirando a los lados. Está aterrado.

SEBASTIÁN: ¿Daniela? ¡¿Daniela, dónde estás?! ¡Daniela!

Elena le arrancha el periódico a Rafael y se lo da a Sebastián.

ELENA: Es viernes. Mira, hijo, mira. Lee. Lee el encabezado. Arriba.

SEBASTIÁN: (casi un aullido) ¡Daniela!

Daniela entra apresurada. Juan Carlos, Roy y Gladys entran por otra puerta.

DANIELA: ¿Qué pasó?

ELENA: (mirando a Gladys y Juan Carlos) Ay, no es nada... Es que tu papá se confundió con la
fecha. Dile que lea el encabezado.
Daniela se acerca a su papá y empieza a susurrarle al oído, como si fuera un niño. Juan
Carlos, Gladys y Roy los miran confundidos.

DANIELA: todo está bien, papá. No te preocupes.

ELENA: (a Juan Carlos y Gladys) La cena va a estar lista en unos minutos. Si me siguen al
comedor.

Elena abre la puerta de vaivén. Nadie se mueve. Sebastián revisa la fecha en el periódico.

DANIELA: Apunta. Viernes. Sebastián obedece a Daniela y apunta en su cuaderno.

SEBASTIÁN: viernes.

DANIELA: Otra vez.

Sebastián vuelve a apuntar.

SEBASTIÁN: viernes.

RAFAEL: (a Juan Carlos y Gladys) ¿Cuánto van a ofrecer por la casa, ah?

Todos lo miran, excepto Sebastián.

RAFAEL: ¿Cuánto?

Oscuro.

ESCENA 2

La sala. Más tarde esa noche. Todas las luces de la casa están apagadas y solo entra luz
natural por la ventana. Juan Carlos entra por la puerta de vaivén, y por un momento vemos y
escuchamos a todos en la mesa del comedor, comiendo o tomando café. La puerta se cierra
y nos quedamos en silencio. Camina por la sala, mirando hacia el jardín y hacia el techo alto.
Le da un jalón a una de las sogas, para abrir el pestillo. Luego da otro jalón para abrir la
ventana alta. Se forma un pequeño haz de luz en el suelo. Se vuelve a abrir la puerta de
vaivén y entra Gladys.

GLADYS:(hablando con alguien adentro) Por el pasillo y a la izquierda, okey. Gracias.

Se cierra la puerta.

Gladys enciende la luz.

GLADYS: Dios mío.

JUAN CARLOS: Apaga la luz.

Gladys se asusta.

GLADYS: Ay, Juani, me asustaste.

JUAN CARLOS: Ven, ven. Apaga.


Gladys apaga la luz y entra a la sala. Quedan en semioscuridad.

GLADYS: Ay, me tenía que escapar de ese comedor.

JUAN CARLOS: ¿Por qué? Son buena gente. Bueno, el abuelo es más difícil--

GLADYS: ¿Nos vamos pronto, ¿no? Porque-----

JUAN CARLOS: Escucha.

GLADYS: ¿Qué?

JUAN CARLOS: Un rato. Escucha.

Gladys y Juan Carlos escuchan.

GLADYS: ¿Qué tiene?

JUAN CARLOS: Nada. No suena nada. Aunque están todos en el otro salón, las paredes son tan
gruesas, que... Casi parece que estamos solos.

GLADYS: Bueno, tampoco es que haya una fiesta allá adentro.

JUAN CARLOS: Sebastián dijo que las noches eran muy tranquilas, pero no me imaginaba que
habría tanto silencio. Nada. Cierras los ojos y nada. (Juan Carlos cierra los ojos. Silencio. La
casa cruje).

JUAN CARLOS: Excepto por eso.

La puerta vuelve a abrirse y entra Rafael. Enciende la luz.

RAFAEL: Disculpen. No quería interrumpir su... complot.

GLADYS: Solo estamos mirando el jardín y disfrutando de la noche, don Rafael.

JUAN CARLOS: Ya nos vamos en un ratito.

RAFAEL: ¿No les dijo mi hijo que las noches eran tranquilas? Ahí está.

Rafael sale.

JUAN CARLOS: Creo que ya le estamos cayendo mejor.

GLADYS: No. Tú te estás acostumbrando a él.

Mira que Rafael se haya ido.

GLADYS: Esta gente no me gusta. Tremendo apellido y al final se terminan comiendo

medio pollo entre siete-------

JUAN CARLOS: Bueno, si tuvieran plata no estarían vendiendo.

GLADYS: Pero ¿cómo pueden haber perdido tanto?


JUAN CARLOS: A veces hay cosas que pasan. Buenas y malas. Lo de la imprenta-----

GLADYS: No empieces con lo de la imprenta, por favor. Te lo ruego. No funcionó. Eso es todo.

Juan Carlos asiente.

JUAN CARLOS: En el fondo me dan pena.

GLADYS: Eso es porque eres una buena persona.

JUAN CARLOS: Igual les tengo que bajar el precio. Pero es que... Esta casa...

GLADYS: En serio te gusta, ¿no?

JUAN CARLOS: No es que me guste, Gladys, es que... ¿Te imaginas cómo era? Hace años,
cuando todo estaba nuevo. Los muebles, la pintura, el empapelado, todo. Esos platos de loza
de la comida de hoy, baratos, del mercado del frente... Te apuesto que antes había cubiertos
de plata y juegos de té de porcelana china y candelabros de cristal. Y cuando has tenido
tanto...

Juan Carlos la da un jalón a otra de las sogas y se forma otro haz de luz en el suelo. Hace lo
mismo con todas las sogas, mientras que hablan.

GLADYS: ¿Cuánto les van a ofrecer, ah?

Juan Carlos le señala que baje la voz y mira alrededor.

JUAN CARLOS: Yo les voy a ofrecer. Yo nomás.

GLADYS: Disculpa. Es verdad. ¿Cuánto?

JUAN CARLOS: Aún no lo sé.

GLADYS: ¿Qué dijo el tasador?

JUAN CARLOS: Que negocie por el valor del terreno.

GLADYS: ¿Qué? ¿Y la casa?

En respuesta, la casa cruje.

JUAN CARLOS: Dice que no vale nada.

GLADYS: //

JUAN CARLOS: Ahora te dan pena a ti.

GLADYS: Bueno, una tiene su corazón. ¿Nada de nada?

JUAN CARLOS: Es vieja. No la han mantenido. Tiene menos cuartos de los que dijeron... Lo que
sea que baje el precio.
Juan Carlos ha terminado de abrir todas las ventanas. Apaga la luz. Ahora vemos que la luz
nocturna entra de forma oblicua por las ventanas, formando pequeños círculos. El resultado
es muy bello, como una flor hecha de luz. Juan Carlos y Gladys miran la sala, maravillados.

GLADYS: Es hermosa.

JUAN CARLOS: ¿Cómo me van a decir que no vale nada?

GLADYS: Juani... No estás aquí para enamorarte de una casa. O para hacerte amigo de la
familia.

JUAN CARLOS: Ven, párate acá.

Juan Carlos y Gladys se paran al centro de la flor, mirando hacia el frente, bañados por la luz.

JUAN CARLOS: Mi abuela trabajaba de empleada en una de estas casonas antiguas, en Trujillo.
Otra de esas familias con apellidazo a las que ahora solo les queda eso. A ella la querían
bastante, decían que era “como parte de la familia”, que casi nunca es verdad. Llegaba a su
barrio cuando ya era casi de noche, y hablaba de “los niños” y de “la casa” como si fuera suya.
Eso le daba cólera a mi abuelo. Como si su casa fuese el lugar donde dormía y su hogar fuera el
otro, el de los señores.

“No te olvides que te pagan un sueldo”, así le decía el viejo, “no te creas tanto cariño”. Pero
todo eso no le importaba a mi abuela... Ser empleada de servicio, comer con platos y cubiertos
distintos, criar a niños que no eran suyos, y que poco a poco se iban dando cuenta de las
diferencias... No le importaba. Además, con ese sueldo mantenía a todos en su casa, y eran un
montón. “Un día te van a soltar”, jodía mi abuelo, que nunca hizo nada importante, “cuando
estés vieja te van a botar.” Pero él se murió y ella siguió trabajando en la casona, murieron
algunos de mis tíos y ella seguía, después mi papá, y ahí estaba... Siguió trabajando hasta que
le dijeron que iban a tener que contratar a otra empleada para que la ayude, pero eso le
pareció mal, y se fue... Cuidó a tres generaciones de esa familia, pero al entierro solo fue uno
de los nietos.

Gladys mira a Juan Carlos por un momento. La toma la mano. Juan Carlos se acerca y gira la
cabeza como para besarla, pero Gladys retrocede.

GLADYS: No... No te confundas.

JUAN CARLOS: ¿Por qué no?

GLADYS: Juani... Lo siento, pero-------

De pronto, una luz blanca los ilumina desde el frente, y de inmediato suena una explosión
muy fuerte que hace retumbar toda la casa. Gladys y Juan Carlos gritan, asustados, y se tiran
al suelo, alejándose de la ventana. La explosión es seguida del sonido de una sarta de
cuetecillos y un par de silbadores. Elena, Sebastián y Daniela entran por la puerta de vaivén.

ELENA: ¿Qué es eso? ¿Qué está pasando?

SEBASTIÁN: ¡¿Papá?! ¡¿Papá estás bien?!


Roy entra detrás de ellos y mira por la ventana mientras que otra ráfaga de luz ilumina el
cielo.

ROY: Son cohetes.

GLADYS: ¿Qué?

Una explosión final y quedamos en silencio. Gladys y Juan Carlos se levantan del suelo.
Todos miran alrededor.

DANIELA: ¿Dónde está mi abuelo?

Como respuesta escuchan una risotada y Rafael entra desde el jardín, muerto de la risa.

RAFAEL: ¿Ven que el barrio es tranquilo? ¿Ah? ¿Ven?

SEBASTIÁN: ¿Papá? ¿Qué has hecho?

Rafael se sigue riendo.

JUAN CARLOS: ¿Usted reventó cohetes?

RAFAEL: Las caras que han puesto-----

GLADYS: ¿Está loco? Casi nos mata del susto.

RAFAEL: ¡Es una broma! Bienvenidos al barrio.

ELENA: Ay, Rafael...

Juan Carlos y Gladys miran a Rafael, muy molestos.

GLADYS: ¿Sabes qué, Juani? Vámonos. Estos no quieren vender. Solo se están burlando de
nosotros.

DANIELA. No, eso no es lo que nosotros-----

ELENA: Juani, Gladycita, por favor, no se vayan... Rafael es así. Es un bromista. No le hagan
caso.

RAFAEL: ¿Que no me hagan caso? Menos caso le van a hacer a la vecina, ¿no?

ELENA: //

DANIELA: Juan Carlos, Gladys, por favor disculpen. Es que mi abuelo es... Es...

RAFAEL: Un viejo. Soy un viejo al que no tienen que hacerle caso en nada...

JUAN CARLOS: ¿Quieren vender o no?

SEBASTIÁN: Sí.

DANIELA: Sí.
RAFAEL: Yo no estoy tan seguro.

DANIELA: ¿Qué? ¿Por qué?

RAFAEL: Creo que eso es algo que tengo que discutir con tu papá, Danielita.

DANIELA: //

SEBASTIÁN: Ya no hay nada más que discutir.

DANIELA: Ya estoy harta de ustedes, ¿saben? Ya no puedo-----

RAFAEL: Daniela------

SEBASTIÁN: Acordamos vender la casa. Ya no puedes cambiar de opinión.

RAFAEL: No confío en tus decisiones.

SEBASTIÁN: Papá, estoy haciendo lo posible-----

RAFAEL: No, hijito, no te engañes, tú estás más preocupado por tus manías, tu cuaderno------

ELENA: Rafael.

RAFAEL: Tú no estás vendiendo la casa, la estás rematando.

Pausa. Juan Carlos le da una señal a Gladys y Roy. Empiezan a caminar hacia la puerta.

SEBASTIÁN: Juan Carlos-------

JUAN CARLOS: Nos tenemos que ir, Sebastián. Pónganse de acuerdo y después------

SEBASTIÁN: No, aún tenemos que negociar el precio. Quedamos en que después de la cena-----

JUAN CARLOS: Creo que primero tienes que acordar todo con tu familia. Porque si tú y yo
llegamos a un acuerdo, y después cambian de opinión-------

SEBASTIÁN: Entonces, por favor... Dennos unos minutos. Por favor.

Juan Carlos mira a Roy y a Gladys.

JUAN CARLOS: Okey.

Luego de un momento de duda, Gladys y Juan Carlos salen hacia el comedor. Roy va hacia el
pasillo, pero se detiene.

ROY: ¿Don Rafael? ¿Dónde consiguió los cohetes?

RAFAEL: El nieto de Elena me los vendió.

ELENA: (sorprendida) ¿Julito?

RAFAEL: Sí.
ROY: Bien jugado.

Roy mira hacia el jardín, se encoge de hombros y sale. Pausa. Daniela se acerca a Rafael,
furiosa.

DANIELA: ¿Qué... qué mierda te pasa?

RAFAEL: //

ELENA: Daniela, no le hables así a tu abuelo------

DANIELA: No, no, no... Ya lo habíamos conversado, y acordamos vender la casa. ¿Papá, no me
vas a ayudar?

SEBASTIÁN: Ya lo escuchaste. Solo se la quiere vender a uno de sus amigos.

DANIELA: Bueno, tus amigos no la quieren. (señala la puerta de vaivén) Ellos sí. (a Rafael) Deja
de hacer problemas. Y la próxima vez que quieras discutir algo con mi padre, recuerda quién
paga las cuentas acá.

RAFAEL: Tú no entiendes lo que significa esta casa.

DANIELA: Por supuesto que entiendo.

RAFAEL: Los dos la están vendiendo como si no significara nada.

SEBASTIÁN: No, papá, no... La vendo justamente por eso, porque esta casa de mierda nos ha
hecho vivir en una fantasía. Yo me acuerdo de todo, papá... Los cuadros en las paredes, los
candelabros, los cubiertos de plata, la vajilla de porcelana... ¿Y ahora qué queda? Un
empapelado que se cae, una casa que cruje desde los cimientos porque hace treinta años que
nadie le hace mantenimiento. Así que ahora la vendo, claro que la vendo. Pero tú la has estado
vendiendo por pedazos desde hace casi medio siglo... ¿Cuánto creías que te iba a durar? No
deja de cambiar. Por eso. Por. Eso.

Sebastián está luchando con todas sus fuerzas contra un impulso, pero de pronto no puede
más, se rinde. Saca su cuaderno, encuentra la pelota, le da un bote y apunta.

RAFAEL: Ya basta, Sebastián-----

SEBASTIÁN: No puedo-----

RAFAEL: Sí puedes-----

SEBASTIÁN: No, papá. No.

RAFAEL: Contrólate.

DANIELA: Papá, por favor.

SEBASTIÁN: No puedo.

DANIELA: Solo hasta que se vayan, ¿okey?


SEBASTIÁN: No puedo, de verdad no puedo... Maldita sea...

RAFAEL: (a Daniela) ¿Y así crees que está listo para vender mi casa?

DANIELA: (a Rafael) Bueno, será mejor que la venda, porque yo no puedo seguir
manteniéndolos. (a Sebastián) No hay que dejar que se vayan, papá.

SEBASTIÁN: No importa. Ya veremos qué pasa.

DANIELA: No, eso ya lo sabemos. No sé qué más esperan. ¿Qué otra cosa? ¿Qué creen que va a
cambiar? Abuelo, ya se acabó. No hay nada más. Con mi trabajo con las justas alcanza para la
comida. ¿Qué más quieren de mí?

Silencio.

RAFAEL: Hijita...

DANIELA: Deja de echarle la culpa a mi papá por lo que tú hiciste. No es justo.

Rafael camina unos pasos y se sienta.

RAFAEL: Estoy cansado, Elena.

ELENA: Lo sé.

De pronto, ha envejecido ante nuestros ojos. La puerta de vaivén se abre y se asoman Gladys
y Juan Carlos.

JUAN CARLOS: Disculpen, pero ya tenemos que irnos.

Sebastián tiene nuevamente la pelota en la mano. Resiste el impulso de darle bote.

SEBASTIÁN: Hubiera querido evitar tanto problema, ¿saben? que vengan, que miren, que
compren... Pero... Nada es constante. Nada se mantiene.

Abre su cuaderno.

SEBASTIÁN: Esto es en lo que confío. (lee) Las pelotas rebotan. (les explica) Hay unas fórmulas
sobre conversión de energía, pero eso es lo básico. (lee) Es viernes. Hay ocho cuartos en esta
casa. Por hoy es mi casa. Esta sala mide exactamente 32.45 metros cuadrados. Tengo dos
frazadas en mi cuarto----

JUAN CARLOS: Sebastián-----

SEBASTIÁN: (lee) Hay nueve frazadas en total. Y una más que trajo Elena, pero esa no cuenta.
Son nueve.

DANIELA: Papá, ya está bien.

SEBASTIÁN: (lee) En el bolsillo tengo un billete de diez soles, tres monedas de dos, una
Moneda de uno, tres de veinte céntimos y una de cinco. Suficiente para el desayuno.
Saca el dinero de su bolsillo y empieza a contar.

SEBASTIÁN: Uno, dos, tres...

RAFAEL: Hijo.

SEBASTIÁN: No me hagas perder la cuenta. Eso es lo único que me queda.

Sigue contando su dinero. Entra Roy. Tiene el pelo ligeramente mojado.

JUAN CARLOS: Roy, ya nos vamos.

ROY: Okey. (a Daniela) Lo siento.

DANIELA: Yo también.

JUAN CARLOS: Vamos.

ROY: Sí, mejor, está empezando a llover.

Sebastián levanta la vista.

SEBASTIÁN: ¿Qué? ¿Qué dijiste?

ROY: Está empezando a------

DANIELA: (a Sebastián) No, no está lloviendo, papá------

SEBASTIÁN: Pero en Lima no llueve. Acá dice... (Busca en su cuaderno).

DANIELA: Papá, no es lluvia. Es garúa. Acuérdate. Acá le dicen lluvia a cualquier cosa. No le
hagas caso.

SEBASTIÁN: (lee) Lluvias de verano, atípicas para Lima, se registraron en los años 1970, 1998,
2002.

DANIELA: Es garúa. Lee abajo. Abajo.

SEBASTIÁN: (lee) Garúa.

ROY: ¿Qué pasa?

GLADYS: Vamos.

Elena se acerca a Sebastián.

ELENA: Todo está bien, Sebastián.

SEBASTIÁN: No.

DANIELA: Está bien. Apunta.

SEBASTIÁN: (apunta) En Lima no llueve.


DANIELA: Algo más. Algo seguro.

JUAN CARLOS: Roy. Vamos.

ROY: (a Daniela) ¿Necesitas ayuda?

DANIELA: No. Así es.

SEBASTIÁN: Es de noche.

ELENA: Sí. ¿Ves?

DANIELA: Apunta.

SEBASTIÁN: (apunta) Ya no hay nada. Nada. Nada. Nada.

DANIELA: No, papá...

SEBASTIÁN: (apunta) Cuando una pelota rebota sobre un tablero rígido, la componente de la
velocidad perpendicular al tablero disminuye su valor, quedando la componente paralela
inalterada.

Sebastián le da bote a la pelota, una vez, dos veces, tres, cuatro...

DANIELA: Listo. Ya tienes la prueba.

Gladys, Juan Carlos y Roy se acercan a la salida. Sebastián le da bote a la pelota.

DANIELA: Papá, ya basta. ¡Basta!

Sebastián recorre la sala. Da otro bote, otro más. La casa cruje.

SEBASTIÁN: (a Juan Carlos) Compra la casa, por favor. Te lo ruego.

(Otro bote). Por favor. Para apuntarlo.

DANIELA: Papá, ya... Ya para. No van a comprar la casa. Lo siento.

Sebastián le sigue dando bote a la pelota.

DANIELA: (para sí misma) No van a comprar la casa.

De pronto, un rayo y trueno irrumpen la noche, haciendo retumbar la casa. Luego de un


momento, empieza el sonido de lo que pronto será una lluvia torrencial, una lluvia
imposible, gotas enormes que rebotarán contra el techo de la casona, sobre el jardín. Todos
miran al frente, hacia el jardín, mientras que llueve y llueve y llueve.

FIN DEL PRIMER ACTO


SEGUNDO ACTO

ESCENA 1

Tres días después. Sigue lloviendo. En la sala ahora hay uno que otro recipiente acumulando
agua de las goteras. De vez en cuando debería caer un chorro de agua sobre alguna parte de
la sala, como si en el techo se formaran pequeñas lagunas que de pronto se rebalsan; el
efecto que esto causa es que todos estarán siempre alertas y en constante movimiento.
Sábanas y almohadas en los sillones. Ropa en las sillas, toallas por todos lados; debería ser
obvio que los Villena están durmiendo en la sala. Rafael está sentado a la mesa con Elena. Él
juega solitario. Daniela y Roy están en el segundo piso, caminando con los celulares en alto,
intentando captar una señal. Juan Carlos y Gladys están al fondo sintonizando una antigua
radio, pero solo escuchan estática. Juan Carlos solo lleva puesta su camiseta.

GLADYS: Espera, retrocede un poco. (Juan Carlos mueve el dial: Estática)

Daniela y Roy se cruzan al centro.

DANIELA: ¿Nada?

ROY: Nada.

JUAN CARLOS: ¿Roy?

Roy mira a su padre.

JUAN CARLOS: ¿Viste por la ventana?

ROY: Está igual, papá. Solo se ve hasta la esquina.

ELENA: ¿Viste a alguien en mi quinta?

ROY: No, Elena.

ELENA: Dani, ¿has ido a ver a tu papá?

DANIELA: Sigue en su cuarto.

GLADYS: (a Juan Carlos) Espera, espera... Retrocede.

DANIELA: (mirando su celular) ¡Ahí está!

GLADYS: ¡Shh!

ROY: ¿Tienes señal?

DANIELA: No. Desapareció.

GLADYS: ¿Se pueden callar? (a Juan Carlos) Ahí. Para.

DANIELA: (a Roy, sobre Gladys) ¿Y a esta qué le pasa, ah--?

GLADYS: ¡Shh!
Todos se quedan en silencio. Gladys sube el volumen de la radio y escuchamos una música
lejana rodeada de estática; tal vez un vals.

RAFAEL: Ay, que bueno... ¡Ahora podemos bailar!

GLADYS: Don Rafael, no se escucha--

Ignorándola, Rafael empieza a tararear la música. Se pone de pie, se acerca a Elena y baila
con ella.

ELENA; (divertida) Eres un viejo loco.

Gladys y Juan Carlos los miran serios. Roy y Daniela miran sus celulares por última vez y
niegan con la cabeza. Salen.

GLADYS: ¡Por favor, don Rafael, ya no haga más ruido! Estamos intentando escuchar alguna
noticia.

Rafael deja de tararear y bailar. La música ha desaparecido, ahora solo queda la estática.

GLADYS: ¡Maldita sea!

Gladys, molesta, va al sillón, mueve la ropa que encuentra y se sienta. Juan Carlos sigue
intentando sintonizar la radio.

GLADYS: No todo es broma, don Rafael.

Rafael apunta hacia arriba.

RAFAEL: Bueno, esta es la broma de alguien.

JUAN CARLOS: (a Gladys) ¿Ya se secó mi camisa?

GLADYS: No sé.

JUAN CARLOS: Estás sentada encima.

Gladys busca en el sillón y encuentra la camisa: Revisa que está seca.

GLADYS: Ya secó.

Él extiende el brazo. Sin mirarlo, Gladys tira la camisa a un lado. Él suspira impaciente.

GLADYS: ¿Qué?

JUAN CARLOS: Nada.

Juan Carlos deja la radio y va por su camisa. Se la pone mientras que se acerca a Rafael.

JUAN CARLOS: Don Rafael, disculpe que sigamos acá, pero...

RAFAEL: Otro día más.


JUAN CARLOS: En cuanto deje de llover nos vamos.

RAFAEL: Muy bien.

GLADYS: Bueno, tampoco es que sea el Sheraton.

RAFAEL: Puedes irte cuando quieras.

Daniela y Roy entran a la sala.

ELENA: ¿No funcionaron sus teléfonos?

DANIELA: No. Ni una línea.

ELENA: Estoy preocupada por tu papá, Danielita.

DANIELA: Yo también.

ROY: (a Juan Carlos) Te saltaste un botón.

Juan Carlos mira.

JUAN CARLOS: Puta madre... Perdón. (Tiene que empezar de nuevo) Roy lo ayuda.

ROY: ¿Qué dices?

JUAN CARLOS: No.

ROY: Aún es posible.

Daniela se acerca a Gladys.

DANIELA: No me mandes a callar, ¿okey?

GLADYS: ¿Qué?

DANIELA: Me hiciste “shh.”

GLADYS: Quería escuchar--

DANIELA: Esta es mi casa, por si acaso.

RAFAEL: Lo mismo dije yo hace tres días.

GLADYS: Por ahora.

DANIELA: Se nota que estás acostumbrada a mandonear a todos los que te rodean, pero no te
confundas.

GLADYS: ¿A mandonear? (a Juan Carlos) ¿Eso es lo que hago?

ELENA: Rafael, alguien tiene que ir a ver a Sebastián. Me tiene preocupada.

RAFAEL: Está en su cuarto.


GLADYS: ¡Juani!

DANIELA: Si le preguntas a “Juani” te va a decir que no, obvio.

ELENA: No ha comido nada.

RAFAEL: No es que quede mucha comida.

ROY: ¿Ves, papá? Eso es lo que digo.

JUAN CARLOS: Y yo digo que no.

ROY: Pero--

JUAN CARLOS: No.

GLADYS: ¿Qué pasa?

JUAN CARLOS: Nada, es...

GLADYS: ¿Qué?

DANIELA: Responde rápido, si no se molesta--

GLADYS: Shh. ¿Qué tal? ¿Te friega?

DANIELA: ¿Sabes qué? Ya me estás hartando--

GLADYS: Ay, mira como tiemblo.

ROY: Papá.

JUAN CARLOS: Roy, por favor.

RAFAEL: Qué bonita familia tienes, Juan Carlos.

GLADYS: Sí, claro, usted y el loco de su hijo saben lo que es una familia--

DANIELA: ¡¿Qué dijiste--?!

Daniela se acerca a Gladys, lista para pelear, pero Elena las interrumpe.

ELENA: Bueno, ya, basta con ustedes dos. Daniela, anda a ver a tu padre. Él te necesita. Tiene
que comer algo. Y Gladys. Tranquilita nomás. Tú estás de visita en esta casa.

Pausa.

ELENA: ¿Daniela?

DANIELA: // Okey. Voy a estar con mi papá.

Daniela sale. Elena le da un golpecito en la cabeza a Rafael.

ELENA: Viejo zonzo, diciendo que soy solo la vecina.


RAFAEL: No te vas a olvidar de esa.

ELENA: No por mucho tiempo.

Pausa.

RAFAEL: Juan Carlos, creo que deberías escuchar lo que propone tu hijo. No es mala idea.

JUAN CARLOS: (a Roy) ¿Se lo dijiste a él?

ROY: Nos la pasamos jugando póker.

ELENA: (a Roy) ¿De qué hablan?

ROY: El mercado del frente está inundado, pero hay un supermercado a dos cuadras. El
segundo piso debe estar lleno de comida--

JUAN CARLOS: Y acá el héroe se quiere ir nadando a robarles.

ROY: No tengo que nadar. Hay piso. Y es verdad que pronto nos va a faltar comida.

JUAN CARLOS: Ya va a dejar de llover.

ROY: ¿Cómo sabes?

JUAN CARLOS: Porque no puede llover para siempre, es...

ROY: No te estoy pidiendo permiso.

JUAN CARLOS: Mira Roy, si tienes que ir vamos juntos, pero...

ROY: Ya estoy harto. Tengo que hacer algo. ¿Cuánto tiempo más vamos a estar en esta casa?

RAFAEL: Buena pregunta.

GLADYS: Oiga, usted todo escucha, ¿no? Seguro que fue su idea.

RAFAEL: Roy puede pensar por sí mismo.

JUAN CARLOS: Es muy peligroso.

ROY: ¿Y qué hacemos, entonces? ¿Nos quedamos acá y nos morimos de hambre?

JUAN CARLOS: //

GLADYS: Juani, en serio tenemos que irnos de acá.

JUAN CARLOS: Lo siento, Gladys, pero creo que ahora es imposible.

Para enfatizar, se escuchan truenos lejanos y la casa cruje. Las luces parpadean. Todos se
quedan en silencio por un momento.

RAFAEL: ¿Dónde queda tu casa, Juan Carlos?


JUAN CARLOS: ¿Qué?

RAFAEL: Tu casa. ¿Dónde queda?

JUAN CARLOS: Es un departamento en Magdalena.

RAFAEL: Ah, un departamento.

GLADYS: De estreno.

Sin que lo noten, Roy aprovecha la oportunidad de escaparse y sale.

RAFAEL: ¿Y tú, Gladys? ¿Tu casa? ¿Tu familia?

GLADYS: No soy de Lima.

RAFAEL: ¿Viven juntos?

GLADYS: Claro.

RAFAEL: Hm. Ustedes dos no parecen esposos.

JUAN CARLOS: //

GLADYS: Las apariencias engañan.

RAFAEL: O confirman.

GLADYS: ¿Y qué parecemos, don Rafael?

RAFAEL: Conocidos. Socios. Pero no una familia. Aunque tal vez no soy experto en esos temas.

GLADYS: Me leyó la mente.

RAFAEL: (a Juan Carlos) Entonces este es tu segundo matrimonio.

GLADYS: Juani--

JUAN CARLOS: Sí, es mi segundo matrimonio.

RAFAEL: ¿Y tu ex vive en Lima?

JUAN CARLOS: Sí.

RAFAEL: Espero que esté bien.

JUAN CARLOS: Yo también. Gracias.

Gladys mira a Juan Carlos.

RAFAEL: ¿Te llevas bien con ella?

GLADYS: ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?


RAFAEL: No tenemos nada más que hacer, así que estamos aprovechando de conocernos. (a
Juan Carlos) ¿Cómo te llevas con ella?

JUAN CARLOS: Bastante bien. Somos amigos.

RAFAEL: Qué bueno. ¿Tú tienes alguna pregunta?

De pronto, Juan Carlos mira alrededor.

JUAN CARLOS: ¿Dónde está Roy?

Gladys mira alrededor.

GLADYS: Estaba--

JUAN CARLOS: ¿Dónde está?

Juan Carlos sale hacia la puerta de entrada. El sonido de la lluvia se vuelve más fuerte
Cuando se abre la puerta principal.

JUAN CARLOS: (fuera de escena) ¡¿Roy?! ¡¡Roy!!

Se cierra la puerta principal. Juan Carlos entra. Su pelo y sus hombros están mojados.

JUAN CARLOS: (a Rafael) ¡Esta fue idea suya!

Juan Carlos cruza la sala, yendo hacia el pasillo.

GLADYS: Juani, espera.

Juan Carlos y Gladys salen. Rafael y Elena se quedan solos.

RAFAEL: Yo no le dije que vaya.

ELENA: Me imagino que no, Rafael. Solo le dijiste como llegar allá.

RAFAEL: //

Elena empieza a salir hacia la cocina.

ELENA: Algo tendremos que comer. Voy a ver que se me ocurre.

RAFAEL: Quédate. Por favor. Un ratito.

Elena se detiene.

RAFAEL: ¿Tú entiendes?

ELENA: ¿Entiendo? ¿Qué cosa entiendo?

RAFAEL: Esta casa...


ELENA: Ah, sí, la casa. La venta. Si necesitas que te apoye, puedo hablar de historia y tradición.
Pero ahora estamos los dos solos, Rafael. Vende la casa. Acepta lo que te ofrezcan y deja este
lugar.

RAFAEL: Eso no es lo que quiero.

ELENA: No creo que tengas otra opción.

Rafael baja la cabeza.

RAFAEL: ¿Qué vamos a hacer?

ELENA: //

Gladys y Juan Carlos entran a la sala.

JUAN CARLOS: No lo veo.¿Por qué mierda le dijo que--?

RAFAEL: Yo no le dije nada, Juan Carlos. Me contó su idea y lo escuché. No es tan lejos.

JUAN CARLOS: Ah, ¿no es tan lejos? ¿Y por qué no le dijo a Sebastián que vaya? ¿O a Daniela?
¿Por qué no fue usted?

RAFAEL: ¿Tienes otros hijos, Juan Carlos? Porque yo tengo una hija. Cecilia. No hemos hablado
desde que su madre murió. Pero no tengo la menor idea de donde está ahora. Tu hijo está a
dos cuadras. Caminando en la lluvia. Mi hijo está... Perdido, aquí, en algún lugar.

Sebastián y Daniela entran.

RAFAEL: Así que démosle a Roy un par de minutos más. Ida y vuelta. Después de eso, puedes
culparme de todo lo que quieras. Ya me acostumbré.

ELENA: Rafael, estoy segura que Cecilia está bien.

SEBASTIÁN: Le mandé un mensaje de texto cuando empezó a llover, pero no me contestó.


Creo que había viajado con su familia. O por lo menos eso espero.

Rafael se voltea y mira a Sebastián.

RAFAEL: Hola.

SEBASTIÁN: (como un saludo.) Papá.

RAFAEL: ¿Estás bien?

SEBASTIÁN: No.

De pronto golpean a la puerta con fuerza. Todos se sorprenden. Daniela mira a un lado y sale
corriendo hacia la puerta principal.

DANIELA: ¡Es Roy!


Juan Carlos y Gladys salen, siguiendo a Daniela. El sonido de la lluvia aumenta por un
Momento, cuando abren la puerta principal. Luego de un portazo entra Roy con una mochila
llena, agotado y empapado.

JUAN CARLOS: ¿Estás loco? Te dije que no--

ROY: Ya no quedan muchas cosas, pero pude conseguir conservas y un poco de carne.

Roy abre su mochila y saca algunas latas de conservas y otros paquetes.

ROY: La corriente casi me lleva.

ELENA: Estás temblando.

ROY: (a Juan Carlos) No sé qué vamos a hacer, papá. No se ve nada. Hay lluvia por todos lados,
y agua y agua... Gente parada en sus techos--

ELENA: Hay que abrigar a este chico.

ROY: Queda un poco más de comida en la tienda, pero--

JUAN CARLOS: No. Roy. Ya no vas a salir. Hazme caso, por favor.

DANIELA: Oye, en serio.

ROY: Ya. Está bien. No voy a salir.

ELENA: Vamos para que te cambies, si no te vas a resfriar.

ROY: No tengo otra ropa.

ELENA: Ya te prestamos algo.

ROY: Nunca va a dejar de llover.

Gladys, Elena y Daniela salen con Roy. Pausa.

JUAN CARLOS: Don Rafael, por favor disculpe la forma en la que le hablé...

RAFAEL: Olvídate, muchacho. Estabas preocupado por tu hijo.

JUAN CARLOS: Igual le pido disculpas.

RAFAEL: De acuerdo.

Juan Carlos asiente y se dirige a la salida.

RAFAEL: Eres un buen hombre, Juan Carlos.

JUAN CARLOS: // No sabría decirle, don Rafael.

RAFAEL: (con una leve sonrisa) ¿Aún quieres comprar la casa?

Pausa. Ambos sonríen.


JUAN CARLOS: Ya hablamos después de la lluvia, don. Si aún seguimos acá.

RAFAEL: Yo no me preocuparía mucho por eso. Mi padre le pidió al arquitecto que la casa
quedara por lo menos dos metros más arriba que el resto del barrio. Sin importar el costo.
Creo que le gustaba poder mirar a los vecinos desde arriba. Jamás se hubiera imaginado que
estaba construyendo una isla. Así que hablaremos después de la lluvia.

JUAN CARLOS: Voy a ver a mi hijo.

Juan Carlos sale. Rafael y Sebastián se quedan solos. Silencio incómodo. Sebastián busca su
cuaderno, pero no está en su bolsillo. Preocupado, lo busca en sus otros bolsillos, pero no lo
encuentra. Mira alrededor.

SEBASTIÁN: ¿Dónde está mi cuaderno? ¿Has visto mi cuaderno?

RAFAEL: No.

SEBASTIÁN: ¿Tú lo has cogido?

RAFAEL: ¿Para qué voy a--?

SEBASTIÁN: ¿Dónde está?

RAFAEL: No lo sé.

SEBASTIÁN: Estaba en mi bolsillo. Siempre está ahí. Tú lo has cogido, tú--

RAFAEL: ¿Otra vez, Sebastián? ¿Te vas a pasar la vida echándome la culpa de todo, ¿no? ¿Y de
la lluvia? ¿También me quieres echar la culpa de la lluvia?

SEBASTIÁN: Sí.

Tiempo.

RAFAEL: ¿Sabes qué? Es imposible hablar contigo. Me importa un bledo tu cuaderno. Estoy
cansado de tus--

SEBASTIÁN: ¿De qué te has cansado tú, si nunca has hecho nada?

RAFAEL: Ah, claro, sí, el mal padre, yo soy el pésimo padre que te arruinó la vida.

SEBASTIÁN: A todos.

RAFAEL: Muy bien. De acuerdo. Todo es mi culpa. ¿Eso querías escuchar? Sí. Todo es mi culpa.

SEBASTIÁN: ¿Dónde está?

RAFAEL: No sé. No es importante. Ya sé que odias que las cosas cambien, Sebastián, pero
déjame decirte algo: Todos sentimos lo mismo. Todos quisiéramos que el mundo vaya en
orden, que las cosas salgan como las esperamos. Todos queremos ser felices. ¿Te imaginas
cuánta gente quiere que ya pare esta maldita lluvia que está llevándose la ciudad? Queremos
muchas cosas... Pero vemos que así no funciona, y seguimos. Yo sigo. Tú no, tú sufres; porque
no hay plata, porque tu esposa no pudo aguantarte, porque no encuentras tu cuaderno...
Hasta sufres porque no sabes qué día es... ¿Qué día es, Sebastián?

SEBASTIÁN: //

RAFAEL: No sabes. Ese ya es un paso adelante. No sabes porque no importa. Es “lluvia.” No es


de día ni de noche, da lo mismo la hora, o el día de la semana, o si es fin de semana, es “lluvia”.
Así no debería funcionar el mundo, Sebastián, pero así es como funciona ahora. Y no te has
muerto. No ha pasado nada. Encuentra tu cuaderno y apunta eso. El mundo cambia.

SEBASTIÁN: No puedo. Papá. No puedo.

Pausa. Rafael se acerca a Sebastián, como para abrazarlo, pero lo empuja sorpresivamente.
Sebastián cae al suelo, sorprendido.

RAFAEL: ¿Pasó algo que no esperabas? Asúmelo. Levántate.

Luego de un momento, al ver que Sebastián no reacciona, Rafael sale. Silencio.


Sebastián se pone de pie lentamente y sale hacia el pasillo.

Oscuro.

ESCENA 2

Truenos lejanos. Las luces parpadean. El tiempo pasa. Roy entra. Está vestido con
exactamente la misma ropa, solo que ahora está completamente seca. Lleva su mochila al
hombro. Mira alrededor por un momento, luego se dirige hacia la puerta. Daniela entra.

DANIELA: Hola.

Roy se detiene y la mira.

ROY: Hola.

DANIELA: ¿Qué hay de nuevo?

ROY: No mucho...

Hace una mímica: lluvia. Ella sonríe.

ROY: Estoy preocupado por la comida. ¿Cuánto más crees que dure?

DANIELA: No sé. Pero he visto a Elena hacer milagros con muy poco.

ROY: Solo traje unas diez latas—

DANIELA: Podríamos pescar.

Roy se ríe.

ROY: ¿Alguna vez has pescado?


DANIELA: No, ¿tú?

ROY: Somos muy de ciudad.

DANIELA: ¿Qué ciudad?

Pausa.

ROY: ¿Sabes que no me dio miedo la corriente? Había que nadar con fuerza, agarrarse de los
postes, de vez en cuando tenía piso. Era la gente. Tus vecinos. Me miraban desde los techos de
sus casas, o las ventanas del segundo piso, o rodeados de agua en medio de sus salas. Me
miraban como esperando que me lleve el río, que el caudal me arrastrara gritando, asustado...
La curiosidad de ver un desastre.

DANIELA: Así miran a mi familia hace meses.

ROY: Bueno, que se jodan. Tu casa sigue en pie. Lluvia de mierda.

DANIELA: ¿Y así quieres salir de nuevo?

ROY: ¿Cómo sabes?

DANIELA: La mochila.

ROY Sí, sí quiero salir. Lo que no sé es si quiero regresar. ¿Por qué sigues acá?

Daniela hace una mímica: lluvia.

ROY: Antes.

DANIELA: Prefiero no pensar en eso. ¿Tú no vives con tu papá?

ROY Sí.

DANIELA: Entonces podría hacerte la misma pregunta.

ROY: Es difícil de explicar.

DANIELA: Listo. Ahí está mi respuesta. “Es difícil de explicar”. Roy sonríe.

ROY: Yo estaba pensando en irme... Una vez que mi papá cerrara este-- Bueno...

DANIELA: ¿A dónde?

ROY: No sé. A otro lado.

DANIELA: Ya veo que lo has planeado en detalle.

ROY: Me basta con decir “lejos”. ¿Y tú? ¿Dónde te irías?

DANIELA: Esa es otra de esas cosas que prefiero dejar ahí nomás.

ROY: No deberías sentirte responsable por ellos.


DANIELA: Ah, sí, eso lo sé. Pero la verdad es que no sé qué harían sin mí.

ROY: ¿En serio eres la única que trabaja?

DANIELA: Mi abuelo está muy viejo y mi papá... Digamos que los trabajos no le duran mucho. A
veces Elena trae comida. Eso ayuda.

ROY: Creo que se la están llevando muy fácil.

DANIELA: ¿Muy fácil?

ROY: Tu abuelo haría lo que sea por no perder su casa. En serio: Lo que sea. (sonríe) Eso de los
cohetones.

DANIELA: Qué bueno que te haya parecido tan gracioso.

ROY: Perdón.

Tiempo.

DANIELA: Okey, fue divertido ver a Gladys temblando en el suelo.

Se ríen. Pausa.

ROY: ¿Puedo preguntarte algo?

DANIELA. //

ROY: ¿Qué pasó? ¿Cómo es que esta casa...?

DANIELA: Ni yo misma lo sabía hasta que leí uno de los cuadernos de mi papá, porque todo
pasó mucho antes de que yo naciera. Resulta que mi abuelo se retiró a los cuarenta, cuando mi
papá tenía siete años. Vendió las acciones de la empresa de mi bisabuelo por millones y se fue
de viaje durante un año con mi abuela. ¿Te imaginas? Un año. Así que aprovecharon de
remodelar la casona, cambiaron los muebles, pintaron cada uno de los cuartos. Yo nunca
llegué a ver esa versión de la casa. Yo crecí en lo que ves ahora, con algunos cuadros y muebles
que ya no están. Bueno, mi papá dice que mi abuelo regresó de su largo viaje y se dedicó a no
hacer nada. Tenía mucho dinero, así que... Pero hay un tema, algo que es obvio para el resto
del mundo: La plata no dura para siempre. Los millones se convirtieron en miles, los miles en
cientos... Un par de gobiernos corruptos se encargaron de estatizar y devaluar lo poco que
quedaba. El tiro de gracia fue idea de mi papá, y ocurrió cuando yo tenía dos años. Habrás
escuchado de esa Mutual que arruinó a tanta gente... Eso es todo.

Tiempo. Lluvia.

DANIELA: Okey, eso fue un poquito deprimente. ¿Me cuentas un chiste? Pausa.

ROY: Es la primera vez que tú y yo conversamos.

DANIELA: Creo que sí. Se besan. Roy sonríe.

ROY: No te imaginas como te odiaba en el colegio.


DANIELA: Sí me imagino.

ROY: Hasta ahora me taladra el cerebro la risa burlona de tus amigas. Solo a mi vieja se le pudo
ocurrir meterme a un colegio lleno de gringos pitucos... “Pero si nos alcanza”, decía, “nos
alcanza”.

DANIELA: Yo era becada. Aunque era tremendo secreto, para preservar el Honor Familiar.
Nadie podía saber que éramos pobres.

ROY: ¿Y qué importaba si eras pobre? Tú eras blanca. Eres.

DANIELA: Era. Ahora solo me queda el color de piel, pero el resto...

Silencio. Miran la lluvia. Vuelven a besarse.

ROY: ¿Te imaginas lo que dirían las chicas del colegio?

DANIELA: Si algún día me vuelven a hablar te cuento.

ROY: O te cuento yo.

DANIELA ://

ROY: Ahora Carla y yo somos amigos. Me encontré con Luciana en el matrimonio de Sandra y
Luis, que no sé cómo han hecho para seguir juntos. Hasta hablamos de ti en la reunión de los
cinco años.

DANIELA: A veces las veo, cuando van al Café. No siempre me saludan. Igual no atiendo sus
mesas, porque se ponen muy nerviosas y no saben cuánto darme de propina. Yo diría que el
50%, pero...

ROY: ¿Y si las llamas?

DANIELA: Tal vez. Después de la lluvia.

ROY: Les va a encantar saber de ti.

DANIELA: No lo sé. Las cosas han cambiado mucho.

ROY: No tanto. Cuando voy de visita a las casas de nuestros amigos me piden DNI en la
tranquera. Tú saludas nomás.

DANIELA: ¿Tú sí fuiste a la universidad, no?

ROY: Sí. Soy Ingeniero Industrial. ¿Y tú?

DANIELA: Claro... Tengo una maestría... En servir café al paso.

Sonríen.

DANIELA: Eso me gustaría mucho. Ir a la Universidad. Tal vez cuando tu papá compre la casa
nos alcance. Tiempo.
ROY: Daniela... No creo que le deberían vender la casa a mi papá. No es lo que creen—

DANIELA: Shh. No, no... Por favor. (Daniela mira alrededor). Si te escucha mi abuelo—

ROY: Pero te estoy diciendo—

DANIELA: No me lo digas.

Tiempo.

ROY: Okey.

Trueno fuerte.

ROY: ¿Qué hago? ¿Me voy?

DANIELA: ¿Por qué no te has ido hasta ahora?

ROY: Bueno, con esta lluvia, es—

DANIELA: No. Antes de la lluvia. Si tanto odias vivir con tu papá y con Gladys, ¿por qué no te
has ido? Y no me digas que es complicado.

ROY: Él también depende de mí. ¿Pero sabes qué? A veces me levanto en la mañana, me voy al
trabajo, y después... Quiero quedarme en otro lado. Donde sea. Alquilar un cuarto. No llamar.
Simplemente... Chasquea los dedos. Así nomás.

DANIELA: Yo no podría hacer eso.

ROY: Yo probablemente lo haga.

DANIELA: ¿Después de la lluvia?

ROY: //

DANIELA: ¿Sabes qué soñé? Que todo se hundía. La ciudad entera. El país. Todo. La casa se
desprendía de sus cimientos y se convertía en nuestra versión del arca de Noé. Sin animales,
claro. Ni un perro. Pero ahora la humanidad dependía de nosotros para sobrevivir.
Flotábamos, cruzando todo Lima, y después salíamos hacia el mar, y nos íbamos alejando y
alejando de todo... Y yo pensaba, ¿cómo vamos a hacer para crecer y multiplicarnos? ¿A quién
se le ocurre elegirnos como sobrevivientes? Pero ahí seguía el arca, dejando todo atrás, y en el
horizonte solo había más lluvia y nubes negras... Esta casa seguía flotando a pesar de todo. Y
yo no podría escapar nunca más.

ROY: ¿Qué pasa si mi papá no compra la casa?

DANIELA: Entonces el arca va a hundirse mucho más pronto de lo que pienso. Trueno. Un
sonido muy fuerte, ensordecedor, proviene de la izquierda, como un enorme derrumbe. Roy
y Daniela corren hacia la ventana que da a la calle. Elena entra por el segundo piso,
corriendo desesperada.

ELENA: No, no, no, mi casa, no... Por favor... Juan Carlos, Gladys y Rafael entran.
ELENA: Mi casa no...

Oscuro.

ESCENA 3

Tiempo después. Sigue lloviendo. Elena está sentada en el sillón, mirando al frente, sin
moverse. Rafael, preocupado, la observa desde la mesa del comedor. Sebastián cruza la sala,
aún buscando su cuaderno. Sale. Juan Carlos, Daniela y Roy entran al corredor del segundo
piso, están en mangas de camisa, sudando.

JUAN CARLOS: Listo, ya clavamos maderas en todas las ventanas. Creo que con eso va a
aguantar.

DANIELA: Abuelo, hay una gotera bien grande en tu cuarto, pero solo hay que acordarnos de
cambiar el balde cada dos o tres horas.

ROY: ¿A menos que--?

JUAN CARLOS: No te vas a subir al techo.

RAFAEL: Gracias, Juan Carlos.

ROY: Quisiera poder ayudarlos.

Gladys entra desde la cocina con un balde.

GLADYS: ¿Ya terminaron?

JUAN CARLOS: Sí. Cambia un balde lleno por el que estaba cargando.

GLADYS: Como sospechaba... Nos hemos convertido en los empleados.

Sale.

RAFAEL: Juan Carlos, eso no es lo que—

JUAN CARLOS: No se preocupe, don Rafael. Está bromeando. Usted nos ha permitido
quedarnos, por lo menos con esto ayudamos.

Roy, Daniela y Juan Carlos cruzan el corredor del segundo piso. Juan Carlos le da un cocacho
a Roy.

JUAN CARLOS: (imitándolo) “Quiero subir al techo”.

ROY: Au... Daniela sonríe.

Salen. Rafael sigue mirando a Elena. Luego de un momento, se le acerca.

RAFAEL: Elena. Por favor dime algo. Todo va a estar bien. ¿Elena?

Juan Carlos, Daniela y Roy entran a la sala.


JUAN CARLOS: ¿Cómo está?

Rafael se encoge de hombros. Juan Carlos se acerca a Elena.

JUAN CARLOS: Doña Elena...

ELENA: ¿Doña Elena?

JUAN CARLOS: ¿Necesita algo?

ELENA: Había mucha gente allá adentro. Diez familias. Cuando el río empezó a llevarse los
escombros, vi que pasaba ropa, cojines, almohadas, la pelota de fútbol de mi tercer nieto, una
que compré hace unos meses para sus pichangas de los domingos... Todo lo que tenía en este
mundo pasó flotando, como un desfile... Y después apareció el cuerpo del hijo menor de los
Zubiate, Miguel o Manuel, algo con “m”, y después mi comadre Zulema, y los hermanos del 3A,
no me acuerdo de sus nombres, abrazados, con los ojos abiertos, mirando hacia la lluvia.
Nunca me gustó vivir sola, pero ahora estoy agradecida.

RAFAEL: Vas a estar bien.

ELENA: Lo sé, Rafael. Tengo mi propia familia, ellos se van a encargar de mí. Pero yo esperaba
encargarme de la tuya. Ser parte de ustedes.

RAFAEL: Has sido parte de esta familia por muchos años.

ELENA: Todos son muy amables. Todos ustedes. (a Daniela) Cuando no estás, le digo a la gente
que eres mi nieta.

DANIELA: Es un honor.

ELENA: Pero siempre sentí que tenía que ir y venir de mi departamento. Todas las noches.
Hasta que empezó la lluvia... Y ahora. La gran sorpresa, Rafael, era que yo estaba alistando mi
propio departamento para recibirlos, a ti y a tu familia. Iba a ser apretado, pero entrábamos. Y
el alquiler del otro departamento serviría para mantenernos... ¿Cómo les iba a cobrar alquiler
a ustedes? Y lo siento mucho... Pero en el fondo me alegraba que perdieran su casa.

RAFAEL: Te amo.

ELENA: Lo sé. ¿Pero por qué no me has pedido que me case contigo?

RAFAEL: //

ELENA: Piénsalo.

De pronto se escucha una sirena y el sonido de una lancha. Todos reaccionan ante el sonido.
Daniela y Roy miran por la ventana que da a la calle. Gladys entra corriendo.

GLADYS: ¿Esa es una lancha?

Sale corriendo y escuchamos que abre la puerta principal. El sonido de la lluvia y las sirenas
aumentan. Cierra la puerta y regresa.
GLADYS: ¡Hay lanchas de la policía, Juani, hay que llamarlos! ¡Juani!

JUAN CARLOS: Sí.

La sirena se aleja, pero pronto se acerca otra.

De ahora en adelante, botes con sirenas seguirán pasando cerca de la casa.

GLADYS: Podemos irnos, Juani, esta es nuestra oportunidad.

JUAN CARLOS: Sí... Tengo que---

ROY: Papá, no—

JUAN CARLOS: Lo sé.

GLADYS: ¿Qué pasa? ¿Qué estamos esperando?

JUAN CARLOS: ¿A dónde vamos a ir?

GLADYS: Al departamento, Juan Carlos—

JUAN CARLOS: No, es—

GLADYS: ¿Qué? ¡Vámonos!

ROY: Gladys. Para. Basta. El departamento no es de mi papá.

Pausa. Gladys los mira, confundida.

GLADYS: // ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

ROY: No es su departamento. Es de mi mamá.

Gladys mira a Juan Carlos.

GLADYS: Juani, no entiendo.

JUAN CARLOS: Es de Luisa. Ni siquiera es de ella, es de su familia. Como están todos fuera del
país, ella les dijo que lo iba a alquilar, pero... Me lo ha estado dejando. Porque vivo con Roy.
Mientras él se quedara conmigo, ella no iba a cambiar de opinión. Pero ahora, con esto de la
lluvia—

GLADYS: ¿Qué tiene que ver la--?

JUAN CARLOS: Ella vive en una casa. Y ya has visto como están por acá. Todas se han inundado.
Así que me imagino que se ha mudado de vuelta al departamento. O que lo va a necesitar.

GLADYS: Pero, yo... Yo tengo mis... ¿Sabe que vives conmigo?

JUAN CARLOS : Sí. No le importa.


GLADYS: Un rato. Espera... ¿No tenemos a dónde ir? ¿Estamos en medio de un diluvio, en
medio de esta mierda y no tenemos a dónde ir? Tú me pediste que me mudara contigo, que
dejara mi propio departamento, y sabías, sabías...

JUAN CARLOS: Yo no te pedí que te mudaras conmigo—

GLADYS: No me dijiste que no—

JUAN CARLOS: ¿Y a ti quién te puede decir que no, Gladys? Ni siquiera entiendo qué haces
conmigo. De verdad que no entiendo.

RAFAEL: Así que no están casados.

JUAN CARLOS: No, don Rafael.

GLADYS: Yo estaba enamorada de ti, Juan Carlos... Empresario, negociante, hasta me gustaba
que fueras divorciado. Te hacía más interesante. Pero de pronto falló el negocio de la imprenta
y te convertiste en un debilucho. Estaba a punto de irme, de terminar contigo, cuando me
dijiste que estabas negociando para comprar una casa... Una casa. Ahí estabas tú de vuelta.
Tomando un riesgo. Haciendo algo. Pero no, no, no... Todo es mentira, todo es falso, como
esta familia... Y tú sigues siendo un cholito que les baja la cabeza a los patrones, y que dice
disculpen, disculpen, dis—

Un chorro enorme de agua le cae encima a Gladys, empapándola completamente. Todos la


miran en silencio. Gladys da un grito, empuja a los que están en su camino, y sale. Luego de
un momento, Roy empieza a reírse mientras todos lo miran:

GLADYS: ¿Qué te pasa?

ROY: Perdón. (Poco a poco deja de reírse).

JUAN CARLOS: Voy a ver si está bien.

ROY: No... Papá. No hagas eso.

JUAN CARLOS: No debería, ¿no?

Roy niega con la cabeza. Juan Carlos suspira.

JUAN CARLOS: Disculpen.

Sale a buscar a Gladys. Roy lo ve partir, decepcionado. Roy cruza la sala y sale por el lado
opuesto. Sebastián entra de pronto, muy molesto. Ha encontrado su cuaderno.

SEBASTIÁN: ¡Viejo de mierda! ¡Ya sabía que habías sido tú!

ELENA: ¿Qué ha pasado?

SEBASTIÁN: (señala a Rafael) ¿Qué crees? ¡Él! ¡Otra vez! ¡Siempre es él! Me he estado
volviendo loco, buscando mi cuaderno. Él sabe que lo necesito, que no puedo empezar otro a
menos que-- Y lo había escondido en la cocina, detrás del refrigerador.
DANIELA: Papá—

SEBASTIÁN: Viejo desgraciado—

DANIELA: No, papá—

SEBASTIÁN: Lo único que has hecho en tu vida es arruinarlo todo—

DANIELA: Fui yo. Yo escondí tu cuaderno.

SEBASTIÁN: // ¿Qué?

DANIELA: Perdóname.

SEBASTIÁN: ¿Por qué lo escondiste?

DANIELA: No sé... ¿Terapia de Shock? Es que ya no puedo seguir... Ya no puedo. Tengo que
irme. Ya estaba casi decidida, antes de... ¿Pero cómo voy a dejarte así?

SEBASTIÁN: Yo no te pedí que te quedes.

DANIELA: Yo sé. Pero al mismo tiempo escribiste en tu cuaderno: “Daniela es mi hija y me


quiere”. En ese que tienes en las manos. En medio de todas las estadísticas y los apuntes. Leí
eso, y... Por eso pensé que... Tal vez. Lo siento, papá. Ya no puedo más. Estoy cansada.

Juan Carlos y Gladys entran.

GLADYS: Haz lo que quieras, Juan Carlos, yo—

JUAN CARLOS: ¿A dónde vas a ir?

SEBASTIÁN: Terapia de shock.

GLADYS: No lo sé. Me estás dejando sin...

SEBASTIÁN: Tal vez sí funciona.

GLADYS:(despacio) Sin casa.

SEBASTIÁN: (a Daniela) No tengo idea de qué día es hoy.

DANIELA: ¿En serio?

SEBASTIÁN: Ni idea.

Gladys mira a Rafael, a Daniela, a Sebastián, comprendiendo.

GLADYS: Me estás dejando sin nada.

JUAN CARLOS: Podemos buscar algo.

GLADYS: No, Juani.

Roy entra cargando su mochila. Mira a Juan Carlos.


GLADYS: Ya no me necesitas.

SEBASTIÁN: ¿Qué está pasando?

RAFAEL: Creo que Juan Carlos nos va a decir la verdad.

Todos miran a Juan Carlos.

JUAN CARLOS: Yo trabajo para una compañía constructora que quiere comprar toda la
manzana... No solo esta casa. Todo. Pero calculamos que comprándola en secreto podríamos
bajar el valor de todas las demás. Me encargaron ganarme su confianza y bajar el precio de
venta, ¿y qué mejor que venderla a una familia feliz? Supuestamente todo se haría en una
tarde... Unas cuantas horas. Pero después...

RAFAEL: ¿Eso es todo?

JUAN CARLOS: Sí, don Rafael. Disculpe por haberle mentido. (a Gladys) A ti también.

Rafael mira su casa, la recorre, como despidiéndose.

ROY: (despacio) Daniela. Vámonos.

Daniela lo mira.

ROY: Vamos. Juan Carlos se acerca a Gladys.

JUAN CARLOS: ¿Qué puedo hacer?

GLADYS: Yo confiaba en ti.

ROY: Nunca te van a dejar ir.

GLADYS: Ellos también.

Daniela mira a Rafael y a Sebastián. Roy le extiende la mano.

GLADYS: Me quedé contigo porque sabía que necesitabas aferrarte a algo.

Gladys golpea uno de los anchos muros de la casona.

GLADYS: Ya lo encontraste.

ROY: Daniela.

DANIELA: No puedo.

ROY: Nunca vas a salir.

GLADYS: Ahora comprendo lo que se siente.

ROY: Vamos.

Daniela y Roy van a la salida. Gladys mira a Juan Carlos por última vez.
GLADYS: Chau, Juani.

JUAN CARLOS: Chau. Gladys sale.

Daniela está por salir con Roy, cuando la voz de Rafael la detiene.

RAFAEL: Hijo, ya es momento de vender la casa.

SEBASTIÁN: ¿Estás seguro?

RAFAEL: Sí, hijo. Este lugar no debería sobrevivirnos. Yo sé lo que te hice... Yo sé que me
encargué de dejarte sin futuro. A ti y a Danielita... Cada vez que los veo me queda más claro.
Muy tarde. Demasiado tarde. Tienes todo el derecho de echarme la culpa. Pero solo puedo
repararlo si te vuelvo más fuerte. Por eso te hago la vida imposible.

SEBASTIÁN: ¿No me odias?

RAFAEL: Eres mi hijo.

ROY: Daniela.

DANIELA: Vete, Roy. Eso es lo que quieres. (Chasquea los dedos). Así nomás.

Roy mira a su padre. Toma una decisión y sale corriendo, tirando la puerta.

RAFAEL: ¿Juan Carlos?

Juan Carlos ha visto a su hijo partir y está concentrado en la puerta.

RAFAEL: Juan Carlos.

Mira a Rafael.

RAFAEL: Estamos listos para vender la casa.

Daniela suspira, aliviada.

JUAN CARLOS: Lo siento, don Rafael. Pero ya nadie la va a querer comprar.

Oscuro.

ESCENA 4

Ha pasado más tiempo. La lluvia es ahora un sonido vacío, como estática. Rafael y Sebastián
están sentados en la mesa del comedor. Escuchamos música de la radio. Daniela sigue en el
mismo lugar, entre adentro y afuera.

RAFAEL: ¿Cómo que no hay frijoles?

SEBASTIÁN: No hay.

RAFAEL: ¿Y con qué vamos a apostar?


Elena entra de la cocina con un puñado de frijoles en la mano.

ELENA: Me encontré estos al fondo de la alacena. Deben estar rancios así que no apuesten
mitades.

SEBASTIÁN: ¿No juegas?

ELENA: No, Sebas... Tengo que preparar el almuerzo. Ah, y por fin pude hablar con mi hija... Ha
alquilado un bote y me va a recoger más tarde, así que...

RAFAEL: Este es tu hogar.

ELENA: No te preocupes, viejo. Ya mis hijos y mis nietos—

RAFAEL: Después. Que te vean después.

SEBASTIÁN: Sí es tu hogar, Elena. Todo el tiempo que quieras. O mientras resista. Elena lo mira
agradecida. Se sienta.

ELENA: Ya. Una mano. Sebastián empieza a repartir las cartas.

ELENA: ¿Daniela? ¿No juegas?

DANIELA: Ahora no.

SEBASTIÁN: ¡Juan Carlos!

JUAN CARLOS: (desde afuera) ¡Voy!

SEBASTIÁN: ¿Juegas póker? Juan Carlos entra. Lleva puesta ropa distinta.

JUAN CARLOS: Ya pues... Si alguien me enseña.

RAFAEL: ¿No sabes jugar póker?

JUAN CARLOS: No. O tal vez no.

RAFAEL: Cholo pendejo.

JUAN CARLOS. Gringo inocente.

SEBASTIÁN: ¿Qué día es hoy, ah?

Pausa. Lo miran.

RAFAEL: (preocupado) ¿Es importante?

SEBASTIÁN: Sí, papá, sí es importante. Pero un poco menos. ¿Está bien?

RAFAEL: Está mejor. Es jueves. Ahora sí.

Elena se pone de pie y empieza a salir hacia la cocina.

RAFAEL: ¿A dónde vas?


ELENA: A poner el agua.

RAFAEL: Ya estamos empezando.

ELENA: Sí, jueguen nomás. Me cuentan.

RAFAEL: Elena... Es póker—

Elena le hace una señal a Juan Carlos y sale. Dejan las cartas.

JUAN CARLOS: Eh... Sebastián, Rafael... He pensado que la... que... que su casa... Bueno, tal vez
podría ser un albergue para la gente del barrio... Hay tantos que se han quedado sin hogar, por
lo de la lluvia—

RAFAEL: ¿Cómo tú?

JUAN CARLOS: Sí, don Rafael, como yo. Pero no es solo por ser buena gente... Hay ese fondo
internacional de emergencia, subvenciones del gobierno... Hasta podría salir un sencillo.

RAFAEL: Con razón nos querías desalojar para hacer negocio. No tienes corazón.

JUAN CARLOS. Sí tengo, don, pero es un corazón práctico.

SEBASTIÁN: Me parece buena idea.

RAFAEL. (a Juan Carlos) Pero yo veo las cuentas. Elena entra.

RAFAEL: ¿Ya?

ELENA: Ya. Elena se sienta y mira sus cartas.

SEBASTIÁN: ¿Daniela?

DANIELA: ¿Sí?

SEBASTIÁN: ¿Qué pasa?

DANIELA : Nada. Estoy pensando. Es una gran idea, Juan Carlos.

JUAN CARLOS: Gracias.

RAFAEL: ¿Cuantas cambian?

ELENA: Dos.

JUAN CARLOS: Una.

RAFAEL: ¿Una? ¿No que no sabías?

Juan Carlos le sonríe inocentemente.

SEBASTIÁN: ¿Cuantas se pueden cambiar?

RAFAEL: Hasta cuatro...


JUAN CARLOS: Uy, de acá hasta que se decida... Que revise su cuaderno...

Rafael y Elena miran a Juan Carlos. Sebastián sonríe.

SEBASTIÁN: Ninguna.

JUAN CARLOS: Le gustan las certezas.

SEBASTIÁN: (asiente y mira sus cartas) Es lo que es.

JUAN CARLOS: Y bueno, como les decía.... Después, cuando pase la emergencia... Si la cosa sale
bien. Tal vez se podría hacer un hotel.

SEBASTIÁN: ¿Un hotel?

JUAN CARLOS: Le ponemos un buen nombre...

ELENA: “Hostal Sileri.”

RAFAEL: Sobre mi cadáver.

SEBASTIÁN: Me gusta.

DANIELA: El Arca.

JUAN CARLOS: Podría ser uno de esos hoteles pitucos, ¿cómo es que se llaman?

ELENA: Boutique.

SEBASTIÁN: ¿Un Hotel Boutique?

JUAN CARLOS: Bueno, habría que invertir, y—

RAFAEL: Eso se consigue... Se detienen y lo miran.

RAFAEL: Nuestro apellido aún puede abrir algunas puertas. No muchas. Pero unas cuantas
siguen siendo importantes.

ELENA: A ver, apuesten pues...

RAFAEL: Un Hotel Boutique. Suena medio maricón.

JUAN CARLOS: Se quedarían con la casa. Sería distinta, pero suya.

DANIELA: Cuatro de corazones.

Daniela empieza a caminar hacia la puerta de la calle. Nadie lo nota.

RAFAEL: (apostando) Treinta.

JUAN CARLOS: Pago, y subo veinte.

SEBASTIÁN: ¿Cómo cuánto habrá que invertir?


JUAN CARLOS: Un montón de frijoles.

SEBASTIÁN: Ya pues. Pago. Y subo diez.

DANIELA: Al comienzo y al final.

ELENA: Sesenta. Pago por ver.

RAFAEL: Ahora pues.

Daniela se detiene junto a la puerta. Mira a Sebastián, a Rafael, a Elena... Como presintiendo
algo, Sebastián levanta la vista y la mira. Luego de un momento, Sebastián asiente. Daniela
sale hacia la puerta de la calle. Todos ponen sus cartas sobre la mesa. Sebastián saca su
cuaderno.

SEBASTIÁN: (apunta) Un “Hotel Boutique...” No está tan mal. Ocho cuartos grandes.

JUAN CARLOS: Siete. No vas a convencer a nadie que ese del fondo no es de servicio.

Sebastián mira a Juan Carlos.

SEBASTIÁN: (apunta) Siete. Vista a la calle.

Se cierra la puerta de la calle. Deja de llover. Es instantáneo. Como un grifo que se apaga de
pronto. Silencio. Rafael, Elena y Juan Carlos miran alrededor, como si estuvieran
descubriendo un nuevo mundo. Sebastián sigue escribiendo en su cuaderno.

RAFAEL: ¿Sebastián?

SEBASTIÁN: Shh. Espera. (apunta) Catorce cuadros. Tres originales. 396 metros cuadrados de
jardín interior. Poco a poco, conforme se despejan las nubes, van brotando rayos de intensa
luz solar por el ventanal del centro, creando el efecto de la flor. La mesa queda bañada en
luz. Rafael, Elena y Juan Carlos miran hacia arriba mientras que la luz va subiendo y el resto
del escenario se oscurece.

SEBASTIÁN: (apunta) Una higuera. Cocina amplia con seis hornillas. Daniela se ha ido. Está
bien. Es lo correcto. Hay que seguir. Ya pasó La Lluvia.

Cierra su cuaderno. Todos siguen mirando hacia arriba.

SEBASTIÁN: Podríamos poner unas mesas acá en la sala. Abrir un Café, o un Restaurante, o...
Ya veremos.

Silencio largo. Sebastián mira las cartas sobre la mesa. Sonríe.

SEBASTIÁN: Gané. Empieza a recoger sus frijoles.

Oscuro.

FIN DE LA OBRA

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