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Qué Es El Destino Manifiesto
Qué Es El Destino Manifiesto
Qué Es El Destino Manifiesto
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió
el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de
Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria
expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía:
“el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran
experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol
de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino”
Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el
entusiasmo, la energía y determinación que inspiró a los estadounidenses para
explorar nuevas regiones, especialmente en su migración hacia el oeste. También
dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño americano”: la idea de
que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de
proporciones ilimitadas. En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar:
la intolerancia hacia las formas de organización social y política de otros pueblos,
el despojo, exterminio y confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a
reservaciones, guerras injustas y discriminación.
• A partir de los años treinta y cuarenta del siglo XIX comenzaron a difundirse
varios avances tecnológicos que facilitaban la vida de los individuos. Un ejemplo
es el uso de la máquina de vapor para el transporte fluvial y terrestre. La
locomotora se convirtió en un símbolo del progreso. El telégrafo magnético
comunicó zonas que habían permanecido aisladas. En el campo de la
comunicación, en 1846 la prensa rotativa hizo posible la producción masiva de
periódicos de circulación nacional.
La idea de un Destino Manifiesto fue una de las banderas más proclamadas por la
prensa y por los políticos en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos.
Sin embargo, no hubo un apoyo unánime e incondicional a esta doctrina. Las
diferencias internas acerca del objetivo de la expansión territorial determinaron su
aceptación o resistencia. Mientras en el noreste se creía que los Estados Unidos
tenían la misión de llevar los ideales de la libertad y la democracia a otros lugares,
lo cual podía conseguirse por medio del crecimiento territorial, los Estados del sur
pretendían extender el área de esclavitud. El conflicto de los abolicionistas del
norte contra los esclavistas del sur se hizo evidente cuando se propuso la anexión
de Texas y finalmente desembocó en una guerra interna, la Guerra de Secesión
de 1860-65
Otro grupo que veía con escepticismo la expansión territorial, era aquel que
pensaba que si los Estados Unidos crecían demasiado iba a ser difícil continuar
con su experimento de autogobierno. Creían que la democracia sólo podía
practicarse en un territorio relativamente pequeño y poco poblado, y que el
crecimiento desmesurado imposibilitaría la formación de una nación.
En 1867, Rusia vendió a los Estados Unidos la península de Alaska por 7 millones
200 mil dólares; y ese mismo año las lejanas y desocupadas islas Midway en el
Pacífico también pasaron a formar parte del imperio norteamericano. En 1898, a
raíz de la guerra Hispano-norteamericana que pretendía “liberar a Cuba del yugo
español” (y de paso dotar de un gran mercado a los Estados Unidos), España les
cedió las Filipinas por 20 millones de dólares. España reconoció también la
independencia de Cuba y cedió Puerto Rico y Guam directamente a su vencedor.
Entre 1898 y 1899, las islas de Hawai, las islas Samoa y las Islas Vírgenes fueron
anexadas a los Estados Unidos.
Raíces religiosas
En el siglo XVI hubo un cisma religioso que dividió a Europa en dos grupos
enfrentados: los católicos y los protestantes. Esta tremenda sacudida política y
espiritual se conoce como la Reforma, y dio inicio a una aguda competencia entre
países católicos y protestantes. En el Nuevo Mundo la España católica y la
Inglaterra protestante pretendieron llevar a cabo sus ideales espirituales, políticos
y económicos. Cada potencia compartió en sus inicios colonizadores el mismo
furor religioso e ímpetu evangelizador con respecto a los nativos, pero los
principios de cada religión crearon sociedades coloniales muy distintas.
• Todos los hombres están predestinados a salvarse o ser réprobos (no salvos).
Sólo Dios decide quién se salva y quién no. El ser humano sabe si se salvó hasta
el momento de la muerte.
• Dios confirió a cada hombre una vocación (calling) o misión que debe
desempeñar en la Tierra. El ser humano alaba a Dios en la medida en que cumple
con su misión. El éxito en el mundo depende de llevar a buen término la vocación
personal, que expresa el deseo de Dios para cada ser humano.
• El hombre glorifica a Dios a través del trabajo (“Laborare este orare”, es decir
“trabajar es orar”). El trabajo que realiza cada ser humano es muy respetable
porque cualquiera que sea su profesión, si la lleva a cabo bien (de manera
estable, próspera, exitosa) significa que está cumpliendo con su vocación. La
riqueza que se obtiene a través del trabajo es una señal de aprobación divina,
aunque no es un fin en sí misma. Se condena de manera contundente la ociosidad
y la relajación de las costumbres. Al respecto, nos ilustran las palabras de
Benjamín Franklin: “acostarse temprano y levantarse temprano hacen al hombre
rico, sabio y sano”. O bien el dicho que reza: “Ayúdate que Dios te ayudará”.
Según la visión del mundo protestante, el hombre, raza o nación que goza de
prosperidad, salud y felicidad puede estar prácticamente seguro de que ha sido
elegido por Dios. Entonces la misión de los elegidos es guiar a los demás
(réprobos) para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad. Si un individuo “fracasa”,
también es susceptible de ser “rehabilitado” por lo elegidos, o bien puede ser
eliminado sin remordimientos. La elección divina y misteriosa de unos para ser
salvados y la de otros para no serlo, provoca la discriminación de los que se
sienten elegidos hacia los que “probablemente” no lo serán. Esta discriminación se
extiende al campo político y racial.
En el periodo colonial los misioneros pregonaban que Dios dispuso que los
ingleses protestantes trabajaran las extensas tierras de Norteamérica, a cambio de
la evangelización de los naturales. Los colonos creían que confrontaban “fuerzas
satánicas” en los nativos americanos, y que su obligación era llevarles la luz de la
civilización y de la religión. Si un nativo infringía alguna de las severas leyes
puritanas, la multa era pagada entregando tierra: así el despojo a los indios
adquiría un aspecto “legal”.
Escribió en 1846:
Los principales artistas que practicaron la pintura de paisaje son: Thomas Cole,
Asher B. Durand, Albert Bierstadt, Frederic Edwin Church y Emanuel Gottlieb
Leutze. Una de las obras más famosas que trata el tema de la expansión hacia el
Oeste es
el proyecto de mural para el capitolio de Estados Unidos, “Hacia el Oeste, el curso
del imperio encuentra su camino”, de Emanuel G. Leutze, realizado en 1861. Aquí
Leutze retrató a pioneros hombres y mujeres, guías de montaña, vagones y mulas
avanzando hacia el Oeste, acatando el mandato divino de peregrinar hacia la
Tierra Prometida. En esta obra se destacan los retratos de dos exploradores, el
capitán William Clark y Daniel Boone, que señalan la bahía de San Francisco, en
California. En el cielo un águila sostiene la leyenda “Hacia el oeste, el curso del
imperio toma su camino” que da título a la obra, mientras que los indios
americanos escapan de los pioneros.
El Monte Rushmore, monumento escultórico del Destino Manifiesto
Entre 1927 y 1941, el escultor Gutzon Borglum llevó a cabo una tarea colosal:
ayudado por 400 mineros, esculpió en una montaña en Keystone, Dakota del Sur,
las efigies colosales de cuatro ex presidentes estadounidenses: George
Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosvelt. Esta
escultura monumental se conoce como el Mount Rushmore National Memorial;
está ubicada a 1,900 metros sobre el nivel del mar y es uno de los más populares
atractivos turísticos de la cordillera de las Rocallosas y un símbolo de la nación
norteamericana.
Hay que decir también que el monumento del Monte Rushmore es un testimonio
del sometimiento de la población nativa estadounidense. Este monumento se
encuentra en uno de los Montes Negros de la cordillera de las Rocallosas. Los
Montes Negros son bien conocidos por la población indígena americana por ser
considerados un sitio sagrado en la tradición Sioux. Ahí se celebraban ceremonias
rituales para los espíritus de los guerreros muertos y se acudía a rezar al “Gran
Espíritu”. Después de la sangrienta guerra Sioux de 1865-67, el gobierno de los
Estados Unidos creó la Gran Reservación Sioux en los Montes Negros. Sin
embargo, en 1874, el General Custer violó el acuerdo al internar en este territorio
un ejército de mil soldados que obligó a los Sioux a refugiarse dentro de su propia
reserva. Más adelante, en 1890, el ejército norteamericano perpetró una masacre
en la que murieron más de doscientos indígenas. Todavía a principios de este
siglo, el territorio de los Montes Negros siguió siendo traspasado por el hombre
blanco y hacia 1927, el escultor Borglum, con la autorización del gobierno federal,
decidió erigir en ese sitio, sagrado para los Sioux, el monumento a los presidentes
que expandieron la nación americana. Así, mientras que para los Sioux este
monumento es motivo de agravio histórico, los turistas norteamericanos lo visitan
con admiración patriótica porque para ellos representa el sentido expansionista
que sigue siendo un componente importante de su identidad nacional.
Destino Manifiesto (John O’Sullivan, 1845)
Esta es la traducción íntegra del artículo publicado en
United States Magazine and Democratic Review, 17, No. 1, July-August 1845.
La referencia a la expresión “destino manifiesto” aparece en el tercer párrafo.
El artículo original se encuentra en
http://web.grinnell.edu/courses/HIS/f01/HIS202-
01/Documents/OSullivan.html
Texas es ahora nuestra. Antes que fueran escritas estas palabras, su Convención
ha ratificado sin lugar a dudas la aceptación, por su Congreso, de nuestra
invitación a la Unión; e hizo los cambios necesarios en su forma republicana de
constitución para adaptarla a sus futuras relaciones federales. Su estrella y su
barra pueden decir desde ahora haber tomado su lugar en el glorioso blasón de
nuestra nacionalidad común; y el alcance de las alas de nuestra águila incluyen
ya dentro de sus fronteras el amplio territorio de su honesta y fértil tierra. Texas
no es para nosotros meramente un espacio geográfico –una cierta combinación
de costa, planicies, montañas, valles, bosques y ríos. Texas ya no es para
nosotros simplemente un país en algún mapa. Ella viene con la querida y sagrada
designación de Nuestro País; no es un pays, ella es parte de la patrie; y eso que
es a un tiempo sentimiento y virtud, Patriotismo, comienza ya a emocionarla
dentro de su corazón nacional. Es tiempo de que dejemos de tratarla como algo
ajeno, e inclusive adverso –cesar de denunciar y vilificar todo lo que está
conectado con su consentimiento- cesar de torcer o oponerse a los restantes
pasos para su consumación; o donde esos esfuerzos se sienten todavía
infructuosos, al menos para amargar la hora de recepción con los más
desagradables ceños fruncidos de aversión y palabras de mala recepción. Ha
habido suficiente de esto. Si está localizado en el período cuando, junto con
cualquier otra cuestión de política práctica pueda surgir, desafortunadamente se
ha convertido en uno de los principales tópicos de división entre los partidos, de
propaganda electorera presidencial. Pero este período ha pasado, y con él, que
sus prejuicios y pasiones, sus desacuerdos y denuncias, cesen también. La
siguiente sesión del Congreso verá los representantes del nuevo joven Estado
en sus lugares en nuestras dos Cámaras, junto a aquellos de los primeros Trece
Estados. Que la recepción dentro de la familia sea franca, amable, cariñosa,
como corresponde a tal ocasión, como debe ser no menos que el respeto a
nosotros mismos, el deber patriótico hacia ellos. Mal les acontezca a esos pájaros
de mal agüero que se deleitan en llenar su propio nido y molestar el oído con
permanente discordia de graznidos amenazantes.
Por qué, si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta cuestión de
recibir a Texas dentro de la Unión, fuera de la región más baja de nuestras
pasadas disputas de partidos, hasta su propio nivel de una alta y amplia
nacionalidad, seguramente será encontrada, encontrada abundantemente, en la
manera en la que otras naciones han emprendido para inmiscuirse en ello, entre
nosotros y las partes adecuadas para el caso, en un espíritu de interferencia
hostil contra nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y
obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y bloqueando el
cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado
por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones multiplicados cada
año. Esto ha sido hecho por Inglaterra, nuestro antiguo rival y enemigo; y por
Francia, extrañamente asociada con ella contra nosotros, bajo la influencia del
Anglicanismo aguijoneando fuertemente la política de su primer ministro, Guizot.
La celosa actividad con la que este esfuerzo para derrotarnos ha sido empujada
por los representantes de esos gobiernos, junto con el carácter de intriga que lo
acompaña, constituye plenamente un caso de interferencia extranjera, que Mr.
Clay mismo declaró que debería unirnos y nos uniría en mantener la causa
común de nuestro país contra extranjero y enemigo. Estamos simplemente
sorprendidos de que este efecto no ha sido completa y fuertemente aparecido,
y que el arranque de indignación contra esta desautorizada, insolente y hostil
interferencia contra nosotros, no haya sido más general inclusive entre el partido
opuesto a la Anexión, y que no ha invadido el espíritu y el orgullo nacionales
unánimemente bajo esta política. Estamos bien seguros de que si el mismo Mr.
Clay fuera a añadir otra carta a su anterior correspondencia sobre Texas, él
debería expresar este sentimiento, y llevar a cabo la idea ya fuertemente
contenida en una de ellas, en forma tal que provocaría todos los poderes del
sonrojo que puedan tener algunos de los miembros de su partido.
Es completamente falsa e injusta con nosotros, la pretensión de que la Anexión
ha sido una medida de estropear, incorrecta e injusta –de una conquista militar
bajo formas de paz y ley- de agrandamiento territorial a costa de la justicia, y
justicia debida doblemente hacia el débil. Esta opinión sobre la cuestión es
totalmente infundada, y ha sido refutada ampliamente en estas páginas, así
como en mil otras maneras, que no la ampliaremos más. La independencia de
Texas fue completa y absoluta. Fue una independencia no únicamente de hecho
sino de derecho. Ninguna obligación ni deber hacia México nos obligaba en el
más mínimo nivel a restringir nuestro derecho a efectuar la deseada
recuperación de la noble provincia una vez que os nuestros – cuales quiera que
sean los motivos de política que hayan ocasionado una consideración más
deferente por sus sentimientos y orgullo [de Texas], envueltos en esta cuestión.
Si Texas se pobló con población Norteamericana; no fue por estratagema de
nuestro gobierno, sino por la expresa invitación del mismo México; acompañada
de tales garantías de independencia del Estado, y el mantenimiento de un
sistema federal análogo al nuestro, constituyendo una masa plenamente
justificada en las más fuertes medidas de desagravio hacia aquellos que fueron
después engañados con respecto a esta garantía, y que se buscaba fueran
esclavizados bajo el jugo impuesto por esta violación. Texas se liberó, justa y
absolutamente liberada, de toda liga con México, o de deberes de cohesión con
el cuerpo político mexicano, por los actos y las faltas del mismo México,
únicamente de México. Nunca ha habido un caso más claro. No fue una
revolución; fue resistencia a la revolución: y resistencia bajo tales circunstancias
que forzó a la independencia el estado necesario, causado por el abandono de
aquellos con los que existía una asociación federal previa. ¿Qué puede haber
más ridículo que este clamor por México y los intereses mexicanos, contra la
Anexión, como una violación de algún derecho de ellos, y obligación de nosotros?
Arrojemos, pues, toda discusión ociosa acerca del balance de poder francés en
el continente americano. ¡No hay crecimiento en Hispanoamérica! Cualquier
progreso que pueda haber en Canadá Británica, se debe únicamente al previo
debilitamiento de su actual relación colonial con la pequeña isla tres mil millas
cruzando el Atlántico; pronto será seguida por Anexión, y destinada a aumentar
el todavía creciente impulso de nuestro progreso. Y cualquiera que sea el
balance, aunque sea lanzado en la escala puesta de las bayonetas y el cañón,
no únicamente de Francia e Inglaterra, sino de Europa entera, ¡cómo podría
golpear contra el simple sólido peso de los doscientos cincuenta, o trescientos
millones –y millones Norteamericanos- destinados a reunirse bajo las ondas de
las barras y estrellas, en el rápidamente cercano año del Señor de 1945!
El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos
Durante los días 6 y 7 de Octubre del año 2012, José Manuel Rodríguez Pardo ofreció en la
Escuela de Filosofía de Oviedo cuatro lecciones dedicadas al tema Estados Unidos: ¿Imperio
generador o depredador?, tratando en la lección segunda sobre uno de los temas clave en la
concepción norteamericana del Imperio, el Destino Manifiesto. Es objeto de la siguiente lección
analizar en más detalle esta idea, tan importante para comprender la trayectoria imperial de Estados
Unidos desde sus orígenes coloniales hasta nuestro más inmediato presente.
La idea del Destino Manifiesto fue formulada explícitamente por vez primera por el publicista del
Partido Democrático de origen irlandés John O'Sullivan, en su artículo de la American Democratic
Review de 1845, «Annexation», donde afirma que la anexión de Tejas por parte de Estados Unidos
lo único que hacía era acabar con las trabas que imponía Méjico a la expansión norteamericana
guiada por la Providencia para extender su experimento de régimen democrático, el «destino
manifiesto» de la nación: «limitando nuestra grandeza e impidiendo la realización de nuestro destino
manifiesto, que es extendernos sobre el continente que la Providencia asignó para el libre desarrollo
de nuestros millones de habitantes, que año a año se multiplican».
De hecho, en un artículo anterior de la misma publicación, en 1839, titulado «The Great Nation of
Futurity», O'Sullivan apela a Dios y a la Providencia divina como fuentes de los principios de libertad,
igualdad y hermandad entre toda la humanidad abanderados por Estados Unidos: «El futuro,
trascendente y sin fronteras, será la era de la grandeza Americana. En este magnífico dominio del
espacio y el tiempo, la nación de muchas naciones está destinada a manifestar a la humanidad la
excelencia de los principios divinos; a establecer sobre La Tierra el templo más noble jamás dedicado
al culto del Altísimo —el Sagrado y Verdadero. Su suelo será un hemisferio —su techo el firmamento
tachonado de estrellas, y su congregación una Unión de muchas Repúblicas, comprendiendo cientos
de millones de seres felices, que no deberán obediencia a ningún amo humano, pues serán
gobernados por la ley natural y moral de Dios: la ley de la igualdad, de la fraternidad, de «la paz y la
buena voluntad entre los hombres».
Sin embargo, la idea no era novedosa, puesto que el segundo presidente de Estados Unidos,
John Adams, señaló su fe en que «la Providencia se proponía utilizar a América para la “iluminación”
y “emancipación” de toda la humanidad». O, como dirá Tocqueville más tarde, «Querer contener a
la democracia, sería entonces como luchar contra el mismo Dios, y a las naciones no les quedaría
más que acomodarse al estado social impuesto por la Providencia». En suma, como señala el
historiador Albert Weinberg en su obra Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la
historia norteamericana: «La misión humanitaria impuesta por la Providencia pareció tener doble
carácter. Por una parte se asignaba a América la misión de preservar y perfeccionar la democracia,
la misión de aplicar al gobierno la doctrina de los derechos naturales. La realización de esta excelsa
tarea permitiría que América fuese inmediatamente (según las palabras de Franklin) una suerte de
“refugio de quienes aman la libertad”».
Ligada a este monoteísmo, la Declaración de Virginia del 4 de Julio de 1776 proclamó los derechos
que corresponden a los ciudadanos norteamericanos y los que pertenecen a todo hombre por su
propia dignidad; como señala O´Sullivan en 1839: “[…] la Declaración de Independencia Nacional se
basó por completo en el gran principio de la igualdad humana, estos hechos demuestran de una vez
por todas nuestras situación única respecto a cualquier otra nación; […]”. Contraponiendo así el
destino manifiesto de Estados Unidos para expandir la democracia frente a las monarquías y
aristocracias del resto del mundo, cuyas crueldades e injusticias pertenecen a una era del pasado.
El Destino Manifiesto así formulado por O´Sullivan fundó un sistema de valores y funcionó de manera
práctica arraigado en las instituciones, fue la base de la construcción de un imperio, una tradición
que creó un sentido nacional de lugar y dirección en una variedad de escenarios históricos, donde
la democracia aparece representada como fuente de progreso frente al caduco y atrasado mundo
del Antiguo Régimen.
En las décadas de 1830 y 1840 la expansión norteamericana alcanzó un hito considerable con la
llegada a Oregón y California, resultado de la visión del presidente Andrew Jackson al proclamar la
llamada «Edad del Hombre Común», el common man, y con ella la expansión de la democracia en
un proceso que sin parangón. El hombre común dispondría de sufragio universal y de libertad para
establecerse donde quisiera, lo que a la postre implicaba una expansión imperial hacia el Oeste,
hacia lo que Jackson llamaría el «área de libertad» frente a las potencias europeas autocráticas y
sus ambiciones en Tejas, California u Oregón. Así, el «área de libertad» se constituía como un freno
a lo que O´Sullivan denominó como «las puertas del infierno», esto es, «los poderes de la aristocracia
y la monarquía».
Ligado al Destino Manifiesto, apareció un tópico: la superioridad de la raza anglosajona
norteamericana y las actitudes despectivas hacia indios, negros y mejicanos, que sin embargo en la
práctica no fueron tratados igual. Según señala Reginald Horsman en su libro La raza y el destino
manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, este tópico se vincula con el racismo
anglosajón teutónico y la supremacía aria que se desarrolló en la Inglaterra del siglo XVI, que en el
contexto del Romanticismo europeo ensalzaba a los sajones (al pueblo británico anterior a la invasión
normanda de 1066). El tópico se popularizó en Estados Unidos: eran anglosajones originales los
norteamericanos que habían recuperado las libertades durante la guerra de la independencia,
enfrentados a los decadentes «normandos» británicos.
Tras la guerra de Méjico, alcanzada la costa del Pacífico y controlado el Istmo de Panamá, la idea
del Destino Manifiesto tomó una nueva modulación: de un imperio «territorial» se pasaría a un
imperio «comercial», tal como lo concibió William Henry Seward alrededor de 1850. Seward,
miembro del Partido Whig y Secretario de Estado en los gabinetes de Abraham Lincoln y Andrew
Johnson, de 1861 a 1869, consideraba el comercio como una influencia beneficiosa para otros
pueblos considerados bárbaros por los norteamericanos; inspirándose en Seward, el presidente
Theodore Roosevelt tomará esa idea a comienzos del siglo XX como la delimitación entre civilización
(Estados Unidos) y barbarie (Sudamérica). Nueva York (la ciudad en la que nació Seward y donde
fue gobernador) sería el centro financiero de un sistema de comercio global y el dólar su moneda. Y
el área crucial de ese comercio era Asia junto al Caribe, por lo que Seward apoyó la adquisición de
Hawaii, la obra del canal de Panamá y la compra de Alaska. Pero la concepción de Seward superaba
la de un vulgar imperio comercial: su plan geo-económico se encuadraba dentro de la misma misión
providencialista del Destino Manifiesto.
De hecho, tras derrotar a España en 1898 y anexionarse Cuba, las Filipinas y otros archipiélagos
del Pacífico, los Estados Unidos desarrollarán durante el siglo XX su idea de imperio comercial
siguiendo las pautas de Seward, difundiendo los productos mercantiles norteamericanos por todo el
planeta, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, y convirtiendo así el american way of life en el
modelo a seguir de la práctica totalidad del mundo. En los prolegómenos de la Gran Guerra, el
Presidente Woodrow Wilson afirmó haber sido elegido por Dios para guiar a Estados Unidos, a la
hora de enseñar a las naciones del mundo la forma de caminar por los senderos de la libertad; y en
efecto, tras derrotar a las potencias centrales europeas en la Primera y la Segunda Guerra Mundial,
el proyecto de llevar la democracia, concebida como la mejor forma de gobierno posible ligada a la
expansión de ese imperio comercial, sólo encontrará su freno en una Unión Soviética a la que se
aplicará una política de contención hasta su agotamiento final, en 1991. Pareciera entonces
consumada de forma definitiva la idea del Destino Manifiesto, pero el mundo globalizado resultante
del fin de la Guerra Fría se mostró inestable e impredecible, el paradigma de
las civilizaciones descrito por Samuel Huntington, tremendamente multipolar, donde los límites del
imperio norteamericano comenzarían a ser claramente marcados.
En ese contexto, la idea del Destino Manifiesto será cuestionada, especialmente con la invasión
de Iraq, contraponiendo a esa idea moral y mesiánica de llevar la democracia a todo el planeta la de
la contención diseñada por George Kennan para frenar a la URSS. Pero lo cierto es que, como
señala el influyente periodista Robert Kaplan, la estrategia diseñada por Kennan asumía la lucha
contra la URSS como el conflicto de la democracia frente a un estado ilegítimo, destinado a
desaparecer por ser una simple modulación del despotismo oriental. La propia idea de invadir Iraq
no deja de ser una prolongación de la estrategia de contención de Kennan, aplicada en esta ocasión
a la emergente China, un momento tecnológico de la ideología del Destino Manifiesto que opera
desde la fundación del Imperio Norteamericano.