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Qué Es El Destino Manifiesto

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¿QUÉ ES EL DESTINO MANIFIESTO?

written by Mkt October 26, 2016


El Destino Manifiesto es una filosofía nacional que explica la manera en que este
país entiende su lugar en el mundo y se relaciona con otros pueblos. A lo largo de
la historia estadounidense, desde las trece colonias hasta nuestros días, el
Destino Manifiesto ha mantenido la convicción nacional de que Dios eligió a los
Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación superior.

La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió
el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de
Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria
expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía:
“el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran
experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol
de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino”

Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al “Destino Manifiesto”


para justificar la expansión imperialista de los Estados Unidos. A través de la
doctrina del Destino Manifiesto se propagó la convicción de que la “misión” que
Dios eligió para al pueblo estadounidense era la de explorar y conquistar nuevas
tierras, con el fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz” de la
democracia, la libertad y la civilización. Esto implicaba la creencia de que la
república democrática era la forma de gobierno favorecida por Dios. Aunque
originalmente esta doctrina se oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó
para justificar el intervencionismo en la política de otros países, así como la
expansión territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el conflicto
bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de territorio mexicano.

Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el
entusiasmo, la energía y determinación que inspiró a los estadounidenses para
explorar nuevas regiones, especialmente en su migración hacia el oeste. También
dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño americano”: la idea de
que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de
proporciones ilimitadas. En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar:
la intolerancia hacia las formas de organización social y política de otros pueblos,
el despojo, exterminio y confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a
reservaciones, guerras injustas y discriminación.

Razones históricas de la expansión territorial en el siglo XIX


La doctrina del Destino Manifiesto refleja el pensamiento de un siglo en que el
expansionismo y el imperialismo se veían como comportamientos necesarios si
una nación quería fortalecerse y desarrollarse. Entre las razones históricas

que explican el desarrollo del Destino


Manifiesto están:

• Competencia contra los ingleses por el comercio en Asia. Los estadounidenses


sabían de las ventajas comerciales de tener un puerto en el Pacífico,
especialmente en la zona de California, que pertenecía entonces a México.

• Con el aumento de la población de las 13 colonias la economía de los Estados


Unidos se desarrolló. El deseo de expansión creció con ellos. Para muchos
colonos, la tierra significaba riquezas, autosuficiencia y libertad. La expansión
hacia el Oeste ofrecía oportunidades para el desarrollo personal.
• Sensación de éxito.
En 1803 la compra de Louisiana había duplicado la extensión de la República
norteamericana. En esa época el comercio con Europa era floreciente y el que se
tenía con Asia estaba prosperando; los aventureros extraían fortunas de China y
los especuladores ricos buscaban oportunidades para invertir
• Ansiedad respecto a Gran Bretaña.
Existía una gran preocupación de que las intrigas de los imperialistas europeos
pudieran poner en peligro las oportunidades y libertades de los estadounidenses.
• Aumento de la población por inmigración y por nuevos nacimientos.
La población aumentó desde 5 millones en 1800 hasta más de 23 millones a
mediados del siglo. Se estima que cerca de 4 millones de estadounidenses
ocuparon territorios del Oeste entre 1820 y 1850.
•Los Estados Unidos sufrieron dos depresiones económicas, una en 1818 y la otra
en 1839. Estas crisis orillaron a muchas personas a buscar nuevas oportunidades
en tierras de frontera. La tierra de las fronteras era muy barata y, en algunos
casos, gratuita.

• La marcha hacia el Oeste se alentaba por una sensación de infinidad, es decir, la


convicción de que no había límites para lo que el individuo y la nación podían
lograr.

• A partir de los años treinta y cuarenta del siglo XIX comenzaron a difundirse
varios avances tecnológicos que facilitaban la vida de los individuos. Un ejemplo
es el uso de la máquina de vapor para el transporte fluvial y terrestre. La
locomotora se convirtió en un símbolo del progreso. El telégrafo magnético
comunicó zonas que habían permanecido aisladas. En el campo de la
comunicación, en 1846 la prensa rotativa hizo posible la producción masiva de
periódicos de circulación nacional.

Matices en la aceptación del Destino Manifiesto

La idea de un Destino Manifiesto fue una de las banderas más proclamadas por la
prensa y por los políticos en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos.
Sin embargo, no hubo un apoyo unánime e incondicional a esta doctrina. Las
diferencias internas acerca del objetivo de la expansión territorial determinaron su
aceptación o resistencia. Mientras en el noreste se creía que los Estados Unidos
tenían la misión de llevar los ideales de la libertad y la democracia a otros lugares,
lo cual podía conseguirse por medio del crecimiento territorial, los Estados del sur
pretendían extender el área de esclavitud. El conflicto de los abolicionistas del
norte contra los esclavistas del sur se hizo evidente cuando se propuso la anexión
de Texas y finalmente desembocó en una guerra interna, la Guerra de Secesión
de 1860-65

Otro grupo que veía con escepticismo la expansión territorial, era aquel que
pensaba que si los Estados Unidos crecían demasiado iba a ser difícil continuar
con su experimento de autogobierno. Creían que la democracia sólo podía
practicarse en un territorio relativamente pequeño y poco poblado, y que el
crecimiento desmesurado imposibilitaría la formación de una nación.

Expansión territorial e imperialismo de los Estados Unidos en el siglo XIX

Para finales del siglo XIX los Estados


Unidos eran una nación cuyo territorio abarcaba de la costa americana del océano
Atlántico a las playas del Pacífico. Había expandido su poderío al continente
asiático, donde se apropió de las Filipinas tras la guerra Hispano-norteamericana y
se convirtió en una potencia colonial en el Caribe, aunque sólo ocupó la isla de
Puerto Rico. Obtuvo las islas de Hawai* y la península de Alaska. En
Centroamérica, aunque no invadió propiamente ningún país, ejerció enorme poder
político y económico en la región, al grado que en 1903 provocó que Panamá se
independizara de Colombia para obtener el control sobre la zona del Canal
transoceánico. De este modo, Estados Unidos se consolidó como una de las
potencias económicas occidentales que definieron el siglo del Imperialismo.

Los estadounidenses comenzaron su avanzada a partir de su frontera vertical, que


en un principio corría desde New Hampshire hasta Georgia. Una de las primeras
adquisiciones territoriales fue la compra del territorio de la Louisiana y la Florida
occidental a los franceses en 1803. El presidente Thomas Jefferson pagó por
estos territorios 15 millones de dólares de aquel entonces. De un golpe, Estados
Unidos se convirtió en una potencia continental, propietaria de vastos recursos
que le daban mayor independencia de Europa. Este primer éxito sentó el
precedente de la expansión territorial futura.

La frontera vertical se movió rápidamente hacia el Oeste. El territorio se formó


hasta Missouri y luego se saltó hasta California hacia 1824. La parte intermedia,
las praderas y montañas ubicadas entre el río Mississipi y la Sierra Nevada, siguió
perteneciendo a algunas tribus indígenas hasta finales del siglo XIX. Louisiana,
Florida, Arkansas y Texas comenzaron a poblarse de estadounidenses en la
década de 1830. La primera gran avanzada hacia el Oeste (1824-1848) coincidió
con un intenso flujo de migración de europeos a los Estados Unidos. Entre 1830 y
1850 la población de los Estados Unidos casi se duplicó, pasando de 12.9 a más
de 23 millon

A mediados del siglo XIX, el descubrimiento de oro en California provocó la “fiebre


del oro”, misma que triplicó la población en esa zona: de 92 mil habitantes en
1850, a 380 mil en 1860. El estado de Oregon, al noroeste, también atrajo a miles
de personas a partir de 1842, motivados por informes entusiastas de algunos
misioneros interesados tanto por la fertilidad y posibilidades comerciales de la
zona como por la conversión de indios. Para la década de 1850 había dos
fronteras: una que avanzaba hacia el Oeste, más allá del Mississippi; y la otra que
iba hacia el Este, desde California y Oregon, por la región de las Montañas
Rocallosas. La brecha entre las dos zonas de avanzada se cerró en 1847 cuando
los mormones llegaron a Utah.

El impulso imperialista desplazó a tribus enteras de indios norteamericanos de sus


tierras. Hubo traslados forzosos de indios de Nueva York, Michigan y Florida hacia
el Medio Oeste. El gobierno quería conformar una “barrera india permanente”,
pero fracasó porque los blancos no tardaron en conquistar también las regiones
indias. Cuando en 1842 se abrió la ruta de Oregon, miles de pioneros atravesaron
las Grandes Planicies e invadieron las tierras indias, arrasaron los pastizales,
perturbaron la cacería y violaron tratados. Hubo comunidades indígenas, como los
sioux y los apaches, que presentaron resistencia, pero al final fueron derrotados.
En 1851 se promulgó la ley de asignaciones indígenas, que encerró a las tribus en
“reservaciones”: esto es territorios que les son exclusivos pero que no les permiten
crecer, son cárceles territoriales donde no pueden desarrollarse plenamente.

Texas proclamó su independencia en marzo de 1936 y fue una República


independiente hasta 1945, cuando se anexó a los Estados Unidos. Esta anexión
provocó la guerra entre México y Estados Unidos, misma que terminó cuando se
firmaron los Tratados de Guadalupe Hidalgo. En 1848 Estados Unidos se apropió
de 2 millones 500 mil kilómetros cuadrados de territorio mexicano, a cambio de los
cuales se comprometió a pagar 15 millones de dólares. Este enorme territorio
comprendía los actuales estados de California, Nevada, Utah, la mayor parte de
Arizona, Nuevo México, Texas, así como partes de Kansas, Oklahoma, Colorado y
Wyoming. En 1853 México se vio obligado a vender a los Estados Unidos el
territorio de La Mesilla (con 110 mil kilómetros cuadrados), para que se
construyera ahí una ruta de ferrocarril a California. Con esta adquisición, la
República transoceánica de los Estados Unidos quedó completa.

En 1867, Rusia vendió a los Estados Unidos la península de Alaska por 7 millones
200 mil dólares; y ese mismo año las lejanas y desocupadas islas Midway en el
Pacífico también pasaron a formar parte del imperio norteamericano. En 1898, a
raíz de la guerra Hispano-norteamericana que pretendía “liberar a Cuba del yugo
español” (y de paso dotar de un gran mercado a los Estados Unidos), España les
cedió las Filipinas por 20 millones de dólares. España reconoció también la
independencia de Cuba y cedió Puerto Rico y Guam directamente a su vencedor.
Entre 1898 y 1899, las islas de Hawai, las islas Samoa y las Islas Vírgenes fueron
anexadas a los Estados Unidos.

El origen del Destino Manifiesto


Los principios que consolidaron la doctrina del Destino Manifiesto en el siglo XIX,
se arraigaron en la mentalidad de los norteamericanos durante la fundación de las
colonias inglesas en Norteamérica en el siglo XVII. Aunque la manifestación más
evidente de esa doctrina nacionalista se expresa en el campo de la política, su
esencia es religiosa. Los ingleses que colonizaron la costa Este del territorio que
sería Estados Unidos estaban profundamente inmersos en su religión (el
puritanismo, una de las ramas del protestantismo) y su vida comunitaria y política
se desarrollaron en un estricto apego a la ley moral, con el convencimiento de que
el Nuevo Mundo era la “Tierra Prometida” donde cumplirían la misión
encomendada por Dios. Así, en el periodo colonial se encuentra el punto de
partida del ideal estadounidense de ser un “pueblo elegido” entre los demás del
mundo.

Este sentimiento de “excepcionalidad virtuosa” fue uno de los rasgos de identidad


que alentó a los colonos a buscar su independencia de Inglaterra en 1776. Desde
su origen como nación, el sueño de Estados Unidos ha sido encontrar la
perfección social a través de un triple compromiso: con la divinidad (cumpliendo
con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral
intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su
propiedad). A lo largo de la historia, los políticos estadounidenses han invocado el
favor de Dios en sus discursos y han insistido en la “misión trascendente” que la
nación tiene que cumplir.

La imagen nacional que los Estados Unidos tienen de sí mismos, como


protectores y defensores de la legalidad, la libertad y la democracia, se funda en la
creencia de que poseen una superioridad moral (porque son el “pueblo elegido”).
Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en los asuntos internos de
otros pueblos (que no son “elegidos de Dios”) o de plano la violencia contra ellos.
La primera actitud intervencionista inspirada por el espíritu del “Destino Manifiesto”
fue la obsesión de los colonos ingleses por desplazar de sus tierras (o bien
exterminar) a los indígenas norteamericanos. En cuanto a su relación con otras
naciones, Estados Unidos tiende a manejar sus relaciones exteriores como si se
tratara de una cruzada moral. Generalmente justifica sus acciones con dos
argumentos, ya sea el de la “nación fuerte que protege a la débil”, como pueden
constatar la gran mayoría de las naciones americanas; o bien el de “la lucha
contra el Mal para defender la libertad y seguridad del mundo”, como actualmente
alega respecto de su invasión de Afganistán.

La historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos provee infinidad de


ejemplos de la política del “Destino Manifiesto”. Algunos de ellos son:

• Doctrina Monroe (1821) declaró que ninguna nación americana independiente


debía volver a ser sometida por Europa y que Estados Unidos intervendría si
consideraba que se afectaban sus intereses

• Anexión de Texas (1845), guerra con México (1846-48) y anexión de más de la


mitad de su territorio

• Guerra con España para libertar a Cuba (1898)

• Construcción del Canal de Panamá (1901-1914)

• Doctrina Truman (1946), mediante la que Estados Unidos comprometía su poder


militar y su fuerza económica para la defensa de países contra el comunismo
(entendido como el “Mal”)

• John F. Kennedy expandió la “nueva frontera”, la comercial, a través de la


“Alianza por el progreso” en América Latina (1961)

• La multimillonaria inversión en fuerza militar (“Guerra de las galaxias”) de Ronald


Reagan

Aunque la doctrina del Destino Manifiesto se interpretó especialmente en relación


con la expansión territorial, después impulsó otro tipo de destinos: ser potencia
mundial a nivel industrial, tecnológico, económico, deportivo, así como en artes y
ciencias.

Raíces religiosas
En el siglo XVI hubo un cisma religioso que dividió a Europa en dos grupos
enfrentados: los católicos y los protestantes. Esta tremenda sacudida política y
espiritual se conoce como la Reforma, y dio inicio a una aguda competencia entre
países católicos y protestantes. En el Nuevo Mundo la España católica y la
Inglaterra protestante pretendieron llevar a cabo sus ideales espirituales, políticos
y económicos. Cada potencia compartió en sus inicios colonizadores el mismo
furor religioso e ímpetu evangelizador con respecto a los nativos, pero los
principios de cada religión crearon sociedades coloniales muy distintas.

La base de la tradición cultural estadounidense está constituida por la migración


de puritanos (calvinistas) a Massachusetts, en la costa norte del Atlántico. El
puritanismo era una de las iglesias que derivaron del protestantismo. A
Norteamérica también llegó gente perteneciente a otras iglesias protestantes,
como anabaptistas, cuáqueros, presbiterianos, evangelistas, etcétera. Los
puritanos que desembarcaron en Massachusetts en 1626 creían que estaban
estableciendo la “Nueva Israel” en América. Esta idea se enraizó en la imaginación
norteamericana al grado que en 1776, para crear el sello nacional de Estados
Unidos, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson propusieron la imagen de la “Tierra
Prometida”. Franklin pensó en la representación de Moisés dividiendo el mar Rojo
con el ejército del faraón persiguiendo a los judíos; Jefferson sugirió la de los
hebreos guiados a través de la noche por una antorcha.

Los puritanos, como protestantes radicales que eran, se consideraban elegidos de


Dios para colonizar las nuevas tierras, aun a pesar de la resistencia indígena. El
ministro puritano John Cotton escribió en 1630: “Ninguna nación tiene el derecho
de expulsar a otra, si no es por un designio especial del Cielo, como el que
tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En
ese caso tendrán (los colonos) derecho a entablar legalmente una guerra con ellos
y a someterlos a ellos”. Los colonizadores puritanos tenían una misión:
engrandecer su nueva patria para alabar a Dios. El puritano John Winthrop
escribió: “Seremos una ciudad en la montaña, los ojos de todas las personas
están sobre nosotros”.

El protestantismo constituye un modo de vida. Los puritanos actuaban, pensaban


y vivían con base en la ética protestante. Consideraban la religión como un
instrumento formativo del carácter nacional. El protestantismo fue utilizado como la
única fuerza que podía unificar a la comunidad, así como dar orden y coherencia a
la vida social. Los principios básicos del protestantismo son:

• El hombre salva su alma a través de la fe y no de los actos. No hay libre albedrío.

• Todos los hombres están predestinados a salvarse o ser réprobos (no salvos).
Sólo Dios decide quién se salva y quién no. El ser humano sabe si se salvó hasta
el momento de la muerte.

• La lectura de la Biblia no es exclusiva de las autoridades eclesiásticas. Cada


hombre tiene el derecho, e incluso la obligación, de interpretarla libremente. Por lo
tanto todos los protestantes deben saber leer. Esto se conoce como el “libre
examen”.

• Todos los hombres son “sacerdotes”, no se reconoce una jerarquía eclesiástica.


La relación con Dios es más “directa” porque no hay intermediarios. Asimismo, la
relación entre creyentes es más igualitaria.

• No reconocen la virginidad de María ni el culto a las imágenes.

Se ha dicho que la religión protestante es pesimista porque nadie sabe si salvará


su alma, a pesar de las buenas acciones que se empeñe en realizar en vida. Sin
embargo, la ética protestante es muy pragmática y desarrolló una manera de
interpretar el destino de los hombres, con el fin de brindar una esperanza de
salvación. Los “signos de salvación” se expresan de la siguiente manera:

• Dios confirió a cada hombre una vocación (calling) o misión que debe
desempeñar en la Tierra. El ser humano alaba a Dios en la medida en que cumple
con su misión. El éxito en el mundo depende de llevar a buen término la vocación
personal, que expresa el deseo de Dios para cada ser humano.

• El hombre glorifica a Dios a través del trabajo (“Laborare este orare”, es decir
“trabajar es orar”). El trabajo que realiza cada ser humano es muy respetable
porque cualquiera que sea su profesión, si la lleva a cabo bien (de manera
estable, próspera, exitosa) significa que está cumpliendo con su vocación. La
riqueza que se obtiene a través del trabajo es una señal de aprobación divina,
aunque no es un fin en sí misma. Se condena de manera contundente la ociosidad
y la relajación de las costumbres. Al respecto, nos ilustran las palabras de
Benjamín Franklin: “acostarse temprano y levantarse temprano hacen al hombre
rico, sabio y sano”. O bien el dicho que reza: “Ayúdate que Dios te ayudará”.

• El hombre descubre “signos” de salvación en el éxito que Dios le permite tener


en su vida, porque significa que está cumpliendo con su vocación, aunque nunca
puede estar seguro de haberse salvado. Los réprobos son aquellos que no son
bendecidos por Dios, y por lo tanto fracasan en la vida. El fracaso se expresa
como pobreza material o desaprovechamiento de recursos.

Según la visión del mundo protestante, el hombre, raza o nación que goza de
prosperidad, salud y felicidad puede estar prácticamente seguro de que ha sido
elegido por Dios. Entonces la misión de los elegidos es guiar a los demás
(réprobos) para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad. Si un individuo “fracasa”,
también es susceptible de ser “rehabilitado” por lo elegidos, o bien puede ser
eliminado sin remordimientos. La elección divina y misteriosa de unos para ser
salvados y la de otros para no serlo, provoca la discriminación de los que se
sienten elegidos hacia los que “probablemente” no lo serán. Esta discriminación se
extiende al campo político y racial.

En el periodo colonial los misioneros pregonaban que Dios dispuso que los
ingleses protestantes trabajaran las extensas tierras de Norteamérica, a cambio de
la evangelización de los naturales. Los colonos creían que confrontaban “fuerzas
satánicas” en los nativos americanos, y que su obligación era llevarles la luz de la
civilización y de la religión. Si un nativo infringía alguna de las severas leyes
puritanas, la multa era pagada entregando tierra: así el despojo a los indios
adquiría un aspecto “legal”.

Con la independencia de Estados Unidos los colonos secularizarán al máximo la


doctrina, que acabará siendo la que conocemos como Destino Manifiesto (o bien
destino patente o evidente). Una de las principales justificaciones para el
expansionismo estadounidense, se fundamenta en esta idea de origen religioso:
los Estados Unidos deben civilizar a todas aquellas razas o naciones consideradas
réprobas por su pobreza, por su situación de caos a cualquier nivel, por su
incivilización o por representar un peligro para la seguridad de la nación
norteamericana. Asimismo, el “self-made man” (“el hombre que se hace a sí
mismo”) se convirtió en el modelo de norteamericano porque representa al
inmigrante que obtiene el éxito a través del trabajo duro, de la competencia con
otros y, sobre todo, rindiéndole cuentas a Dios.

Walt Whitman, el poeta del Destino Manifiesto


Walt Whitman (1819-1892), de quien puede pensarse que es el máximo poeta de

la literatura estadounidense, expresó a través


de sus escritos las convicciones del Destino Manifiesto. Whitman decía que el
pueblo norteamericano no debía imitar a la civilización europea porque era ajena a
la realidad de los Estados Unidos. El poeta creía que la fuente de inspiración de la
cultura estadounidense debía emanar de la propia naturaleza americana. Whitman
exaltaba todas las regiones de Norteamérica pero especialmente los territorios del
Oeste, pues estaba convencido de que ahí nacería la auténtica cultura
estadounidense. Para él, la costa Este representaba el pasado porque se había
desarrollado bajo la sombra de Europa; en cambio, el futuro se encontraba en los
territorios por explorar. Whitman quería que la Unión americana se expandiera
hasta incluir el Caribe y Centroamérica.

Escribió en 1846:

“Nos encanta disfrutar con pensamientos acerca de la futura extensión y


poderío de esta república, porque con su crecimiento, crecen la felicidad y
libertad humanas.”
Según Whitman, para escribir su obra capital, Leaves of Grass, publicada en 1855,
tuvo en mente las regiones del Mississippi y de las grandes llanuras centrales, las
montañas Rocallosas y los paisajes del Pacífico. Otro de sus poemas célebres es
“Pioneers! O Pioneers!” (“¡Pioneros! Oh ¡Pioneros!”), publicado en 1865. Aquí el
poeta predice que los norteamericanos conquistarán la naturaleza indomable y
escalarán las montañas que los separan de la costa del Pacífico, donde
inaugurarán una nueva era en la historia de la humanidad. En otros de sus
poemas habla de la expansión territorial y de los beneficios de la civilización, como
en “Years of the Unperform’d” donde hace una alabanza a los colonizadores que
llevan la tecnología a donde van, como el barco de vapor, el telégrafo eléctrico, el
periódico, la maquinaria mecánica, etcétera.

La pintura de paisaje: el Destino Manifiesto en el arte


Uno de los aspectos culturales más notables que produjo la expansión territorial
fue la ampliación de la percepción del paisaje estadounidense. La nueva manera
de entender el escenario natural fue plasmada por la pintura de paisaje, el género
artístico más importante del arte estadounidense del siglo XIX.

Entre 1825 y 1865 los artistas se


interesaron primordialmente por dos grandes escenarios, el valle del río Hudson y
las montañas Rocallosas. A medida que la nación expandía su territorio y dominio,
comenzaron a aparecer vistas del Oeste e incluso algunos panoramas
sudamericanos pintados por artistas-exploradores, como Frederic Edwin Church o
Albert Bierstadt. La mayoría de estos nuevos paisajes, encargados por
terratenientes y empresarios, cumplieron con la función de dar publicidad a las
posibilidades expansionistas y comerciales que ofrecían tierras lejanas para
aquellos inversionistas que detentaban la doctrina del Destino Manifiesto.

El paisaje se convirtió en un símbolo de identidad nacional. Los artistas


presentaban el espacio geográfico americano con proporciones monumentales e
iluminado por una luz dorada, implicando que la tierra era bendecida por Dios. La
grandiosidad de la naturaleza norteamericana es presentada como una revelación
del designio divino de fundar en ella el Reino Terrenal de Dios. Cuando en estos
cuadros hay referencias a la civilización dominante, se muestra una relación
armónica entre el hombre (pionero) y el entorno natural. En cambio, cuando
retratan indígenas, se les muestra lejanos de esa civilización, escondidos en los
bosques o huyendo de las caravanas de los pioneros, o bien como “buenos
salvajes” que pueden ser integrados.
Otro elemento simbólico que puede encontrarse en la pintura de paisaje es el
ferrocarril, capaz de superar todos los obstáculos naturales. Este titán es
convertido en el paradigma del progreso y de la civilización, pero también en
instrumento de la especulación de la tierra, pues abre mercados y da valor a la
tierra que lo rodea. Así, el ferrocarril es asimilado armónicamente a la pintura y
convertido en símbolo del “paisaje civilizado”.

Un rasgo característico de la pintura de paisaje relacionado con el pionero ideal


que coloniza, o con el mito de los aventureros comerciales e industriales que
conquistan al mundo, es el punto de vista del artista, que es una “mirada desde la
altura”.Traza una línea visual desde las tierras altas hacia el panorama bajo que
desde ahí se contempla. Esta mirada desde lo alto implica un patriótico deseo de
poder y de control individual sobre lo que se ve. Así representan los artistas al
Destino Manifiesto de los norteamericanos quienes, desde lo alto, buscan nuevos
mundos que conquistar. Establecen una conexión simbólica entre el punto de vista
y el ansia de dominación que da forma a la doctrina del Destino Manifiesto.

Los principales artistas que practicaron la pintura de paisaje son: Thomas Cole,
Asher B. Durand, Albert Bierstadt, Frederic Edwin Church y Emanuel Gottlieb
Leutze. Una de las obras más famosas que trata el tema de la expansión hacia el
Oeste es
el proyecto de mural para el capitolio de Estados Unidos, “Hacia el Oeste, el curso
del imperio encuentra su camino”, de Emanuel G. Leutze, realizado en 1861. Aquí
Leutze retrató a pioneros hombres y mujeres, guías de montaña, vagones y mulas
avanzando hacia el Oeste, acatando el mandato divino de peregrinar hacia la
Tierra Prometida. En esta obra se destacan los retratos de dos exploradores, el
capitán William Clark y Daniel Boone, que señalan la bahía de San Francisco, en
California. En el cielo un águila sostiene la leyenda “Hacia el oeste, el curso del
imperio toma su camino” que da título a la obra, mientras que los indios
americanos escapan de los pioneros.
El Monte Rushmore, monumento escultórico del Destino Manifiesto

Entre 1927 y 1941, el escultor Gutzon Borglum llevó a cabo una tarea colosal:
ayudado por 400 mineros, esculpió en una montaña en Keystone, Dakota del Sur,
las efigies colosales de cuatro ex presidentes estadounidenses: George
Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosvelt. Esta
escultura monumental se conoce como el Mount Rushmore National Memorial;
está ubicada a 1,900 metros sobre el nivel del mar y es uno de los más populares
atractivos turísticos de la cordillera de las Rocallosas y un símbolo de la nación
norteamericana.

Las efigies de los de los presidentes norteamericanos son un monumento al mito


del Destino Manifiesto. ¿Qué tienen en común los mandatarios allí representados?
Todos contribuyeron al crecimiento y desarrollo de su nación desde las
perspectivas territorial, económica y política. Washington fomentó intensamente la
exploración del entonces desconocido y promisorio Oeste. Jefferson duplicó el
territorio norteamericano con la compra de la Luisiana y envió exploradores para
encontrar una ruta al Pacífico, con lo que promovió la colonización del Oeste y,
eventualmente, la obtención de Texas y del enorme territorio que perteneció a
México hasta 1848. Lincoln mantuvo la cohesión de la Unión y Roosvelt construyó
el Canal de Panamá, con lo que se cumplió el sueño de contar con una vía
comercial interoceánica.

El expansionismo del siglo XIX consolidó el dominio continental de los Estados


Unidos. En el transcurso de ese siglo los Estados Unidos se convirtieron en una
República transcontinental que se extendía de un océano a otro. Para 1850 el país
casi había alcanzado sus actuales límites territoriales, con la excepción de Alaska,
Hawai y una parte de Arizona que sería adquirida en 1853 por el Tratado
Gadsden. El crecimiento geográfico de los Estados Unidos fue el primer paso para
la penetración económica y para la dominación política posterior. Así, el
expansionismo se convirtió en un objetivo nacional que, como se demostró en la
guerra contra México (1846-1848), ofrecía a los norteamericanos la posibilidad de
convertirse en una potencia mundial.

Hay que decir también que el monumento del Monte Rushmore es un testimonio
del sometimiento de la población nativa estadounidense. Este monumento se
encuentra en uno de los Montes Negros de la cordillera de las Rocallosas. Los
Montes Negros son bien conocidos por la población indígena americana por ser
considerados un sitio sagrado en la tradición Sioux. Ahí se celebraban ceremonias
rituales para los espíritus de los guerreros muertos y se acudía a rezar al “Gran
Espíritu”. Después de la sangrienta guerra Sioux de 1865-67, el gobierno de los
Estados Unidos creó la Gran Reservación Sioux en los Montes Negros. Sin
embargo, en 1874, el General Custer violó el acuerdo al internar en este territorio
un ejército de mil soldados que obligó a los Sioux a refugiarse dentro de su propia
reserva. Más adelante, en 1890, el ejército norteamericano perpetró una masacre
en la que murieron más de doscientos indígenas. Todavía a principios de este
siglo, el territorio de los Montes Negros siguió siendo traspasado por el hombre
blanco y hacia 1927, el escultor Borglum, con la autorización del gobierno federal,
decidió erigir en ese sitio, sagrado para los Sioux, el monumento a los presidentes
que expandieron la nación americana. Así, mientras que para los Sioux este
monumento es motivo de agravio histórico, los turistas norteamericanos lo visitan
con admiración patriótica porque para ellos representa el sentido expansionista
que sigue siendo un componente importante de su identidad nacional.
Destino Manifiesto (John O’Sullivan, 1845)
Esta es la traducción íntegra del artículo publicado en
United States Magazine and Democratic Review, 17, No. 1, July-August 1845.
La referencia a la expresión “destino manifiesto” aparece en el tercer párrafo.
El artículo original se encuentra en
http://web.grinnell.edu/courses/HIS/f01/HIS202-
01/Documents/OSullivan.html

John O’Sullivan: Anexión

Ahora es el momento de que cese la oposición a la anexión de Texas, toda


agitación adicional de las aguas de la amargura y el conflicto, al menos en
relación con esta cuestión, – inclusive si tal vez tal vez se puede requerir de
nosotros como una condición necesaria para la libertad de nuestras instituciones,
que debemos vivir para siempre en un estado de incesante lucha y emoción
sobre algún tema de división partidaria u otra razón. Pero, en lo que respecta a
Texas, suficiente se ha dado ya a la discusión. Es hora de que el deber común
de patriotismo al País tenga tener éxito, – o si no se ha reconocido este reclamo,
al menos es tiempo que por sentido común se acepte con decoro lo inevitable e
irrevocable.

Texas es ahora nuestra. Antes que fueran escritas estas palabras, su Convención
ha ratificado sin lugar a dudas la aceptación, por su Congreso, de nuestra
invitación a la Unión; e hizo los cambios necesarios en su forma republicana de
constitución para adaptarla a sus futuras relaciones federales. Su estrella y su
barra pueden decir desde ahora haber tomado su lugar en el glorioso blasón de
nuestra nacionalidad común; y el alcance de las alas de nuestra águila incluyen
ya dentro de sus fronteras el amplio territorio de su honesta y fértil tierra. Texas
no es para nosotros meramente un espacio geográfico –una cierta combinación
de costa, planicies, montañas, valles, bosques y ríos. Texas ya no es para
nosotros simplemente un país en algún mapa. Ella viene con la querida y sagrada
designación de Nuestro País; no es un pays, ella es parte de la patrie; y eso que
es a un tiempo sentimiento y virtud, Patriotismo, comienza ya a emocionarla
dentro de su corazón nacional. Es tiempo de que dejemos de tratarla como algo
ajeno, e inclusive adverso –cesar de denunciar y vilificar todo lo que está
conectado con su consentimiento- cesar de torcer o oponerse a los restantes
pasos para su consumación; o donde esos esfuerzos se sienten todavía
infructuosos, al menos para amargar la hora de recepción con los más
desagradables ceños fruncidos de aversión y palabras de mala recepción. Ha
habido suficiente de esto. Si está localizado en el período cuando, junto con
cualquier otra cuestión de política práctica pueda surgir, desafortunadamente se
ha convertido en uno de los principales tópicos de división entre los partidos, de
propaganda electorera presidencial. Pero este período ha pasado, y con él, que
sus prejuicios y pasiones, sus desacuerdos y denuncias, cesen también. La
siguiente sesión del Congreso verá los representantes del nuevo joven Estado
en sus lugares en nuestras dos Cámaras, junto a aquellos de los primeros Trece
Estados. Que la recepción dentro de la familia sea franca, amable, cariñosa,
como corresponde a tal ocasión, como debe ser no menos que el respeto a
nosotros mismos, el deber patriótico hacia ellos. Mal les acontezca a esos pájaros
de mal agüero que se deleitan en llenar su propio nido y molestar el oído con
permanente discordia de graznidos amenazantes.

Por qué, si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta cuestión de
recibir a Texas dentro de la Unión, fuera de la región más baja de nuestras
pasadas disputas de partidos, hasta su propio nivel de una alta y amplia
nacionalidad, seguramente será encontrada, encontrada abundantemente, en la
manera en la que otras naciones han emprendido para inmiscuirse en ello, entre
nosotros y las partes adecuadas para el caso, en un espíritu de interferencia
hostil contra nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y
obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y bloqueando el
cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado
por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones multiplicados cada
año. Esto ha sido hecho por Inglaterra, nuestro antiguo rival y enemigo; y por
Francia, extrañamente asociada con ella contra nosotros, bajo la influencia del
Anglicanismo aguijoneando fuertemente la política de su primer ministro, Guizot.
La celosa actividad con la que este esfuerzo para derrotarnos ha sido empujada
por los representantes de esos gobiernos, junto con el carácter de intriga que lo
acompaña, constituye plenamente un caso de interferencia extranjera, que Mr.
Clay mismo declaró que debería unirnos y nos uniría en mantener la causa
común de nuestro país contra extranjero y enemigo. Estamos simplemente
sorprendidos de que este efecto no ha sido completa y fuertemente aparecido,
y que el arranque de indignación contra esta desautorizada, insolente y hostil
interferencia contra nosotros, no haya sido más general inclusive entre el partido
opuesto a la Anexión, y que no ha invadido el espíritu y el orgullo nacionales
unánimemente bajo esta política. Estamos bien seguros de que si el mismo Mr.
Clay fuera a añadir otra carta a su anterior correspondencia sobre Texas, él
debería expresar este sentimiento, y llevar a cabo la idea ya fuertemente
contenida en una de ellas, en forma tal que provocaría todos los poderes del
sonrojo que puedan tener algunos de los miembros de su partido.
Es completamente falsa e injusta con nosotros, la pretensión de que la Anexión
ha sido una medida de estropear, incorrecta e injusta –de una conquista militar
bajo formas de paz y ley- de agrandamiento territorial a costa de la justicia, y
justicia debida doblemente hacia el débil. Esta opinión sobre la cuestión es
totalmente infundada, y ha sido refutada ampliamente en estas páginas, así
como en mil otras maneras, que no la ampliaremos más. La independencia de
Texas fue completa y absoluta. Fue una independencia no únicamente de hecho
sino de derecho. Ninguna obligación ni deber hacia México nos obligaba en el
más mínimo nivel a restringir nuestro derecho a efectuar la deseada
recuperación de la noble provincia una vez que os nuestros – cuales quiera que
sean los motivos de política que hayan ocasionado una consideración más
deferente por sus sentimientos y orgullo [de Texas], envueltos en esta cuestión.
Si Texas se pobló con población Norteamericana; no fue por estratagema de
nuestro gobierno, sino por la expresa invitación del mismo México; acompañada
de tales garantías de independencia del Estado, y el mantenimiento de un
sistema federal análogo al nuestro, constituyendo una masa plenamente
justificada en las más fuertes medidas de desagravio hacia aquellos que fueron
después engañados con respecto a esta garantía, y que se buscaba fueran
esclavizados bajo el jugo impuesto por esta violación. Texas se liberó, justa y
absolutamente liberada, de toda liga con México, o de deberes de cohesión con
el cuerpo político mexicano, por los actos y las faltas del mismo México,
únicamente de México. Nunca ha habido un caso más claro. No fue una
revolución; fue resistencia a la revolución: y resistencia bajo tales circunstancias
que forzó a la independencia el estado necesario, causado por el abandono de
aquellos con los que existía una asociación federal previa. ¿Qué puede haber
más ridículo que este clamor por México y los intereses mexicanos, contra la
Anexión, como una violación de algún derecho de ellos, y obligación de nosotros?

No aceptaríamos como aprobada en todas sus maneras lo expedito o propio de


la forma en que tal medida, correcta y sabia como lo es, ha sido llevada a cabo.
Su historia ha sido un triste tejido de calumnia diplomática. Cuánto mejor
hubiera sido manejada –cuánto más suave, satisfactoria y exitosa. En lugar de
nuestras actuales relaciones con México –en lugar de los fuertes riesgos que se
han corrido, todas las posibilidades de oprobio que hemos tenido que combatir,
no si gran dificultad ni con completo éxito –en lugar de las dificultades que ahora
se acumulan en el camino para un arreglo satisfactorio de nuestras disputas con
México –Texas podría, por una mayor juiciosa y conciliadora diplomacia, haber
sido tan seguramente dentro de la Unión como ella lo está ahora – sus fronteras
definidas –California probablemente nuestra – y México y nosotros mismos
unidos por lazos más estrechos que nunca; de mutua amistad y mutuo soporte
en resistencia a la intromisión de interferencia europea en los asuntos de las
repúblicas americanas. Todo esto puedo haber sido, poco lo dudamos, ya
asegurado, si consejeros menos violentos, menos rudos, menos parciales,
menos ávidos a precipitarse por motivos ampliamente ajenos a la cuestión
nacional, presididos desde las primeras épocas de nuestra historia. No podemos
lamentar demasiado el mal manejo que ha desfigurado la historia de esta
cuestión; y probablemente el rechazo de los medios que hubiera sido tan fáciles
para satisfacer incluso las pretensiones sin razón y el orgullo y la pasión
excitadas de México. El singular resultado que se ha producido, de que mientras
nuestro vecino no tiene, en verdad, ningún verdadero derecho ni queja, cuando
todo el error está en su lado, y ha habido de parte nuestra un grado de
consideración y templanza, en deferencia a sus pretensiones [de México], que
será equiparada por pocos precedentes en la historia de otras naciones –hemos
estado expuestos en gran medida a denuncias difíciles de repeler e imposibles
de silenciar; y toda la historia atestiguará como un hecho cierto, que México
hubiera declarado guerra contra nosotros, y la habría emprendido seriamente,
si México no hubiera sido prevenido por su propia debilidad que debería constituir
su mejor defensa.
Nos declaramos culpables de un grado de sensible molestia –por el honor de
nuestro país, y su estima en la opinión pública mundial – que no encuentra
incluso en la conciencia satisfecha completo consuelo por la simple necesidad de
buscar consuelo ahí. Y es por este estado de cosas que somos responsables del
gratuito mal manejo –completamente aparte de los principales y sustanciales
derechos y méritos de la cuestión, a la cual corresponden; y que tuvo sus origen
en etapas anteriores, previas a la accesión de Mr. Calhoun al Departamento de
Estado.

California probablemente se zafará próximamente de la vaga adhesión que, en


un país como México, mantiene una provincia remota en un equívoco y ligero
lazo de dependencia con la metrópolis. Imbécil y distraído, México nunca podrá
ejercer una verdadera autoridad gubernamental sobre tal país. La impotencia de
uno y la distancia del otro, deberán hacer de tal relación una de independencia
virtual; a menos que, atrofiando la provincia de todo crecimiento natural, y
prohibiendo la inmigración que es la única que puede desarrollar sus
posibilidades y colmar los propósitos de su creación, la tiranía la retenga como
un dominio militar, que no sería un gobierno en el sentido legítimo del término.
En el caso de California esto es ahora imposible. El pie anglosajón está ya en
sus fronteras. Incluso la avanzada del irresistible ejército de la emigración
anglosajona ha comenzado a establecerse ahí, armado con el arado y el rifle, y
dejando una huella con escuelas y colegios, juzgados y salas de representantes,
molinos y lugares de reunión. Una población estará pronto en ocupación real de
California, sobre la cual será vano el sueño de México por dominarla. Ellos serán
necesariamente independientes. Todo esto sin intervención de nuestro gobierno,
sin responsabilidad de nuestra gente –en un flujo natural de eventos, el
resultado espontáneo de principios, y la adaptación de las tendencias y los
deseos de la raza humana a las circunstancias elementales en medio de las
cuales se localizan. Y ellos tendrán un derecho a la independencia –al propio
gobierno – a la posesión de los hogares conquistados de las áreas salvajes por
sus obras y peligros, sufrimientos y sacrificios –un mejor y más alto derecho que
la marea artificial de soberanía en México, mil millas distante, heredando de
España un título bueno únicamente contra aquellos que no tienen algo mejor.
Su derecho a la independencia será el derecho natural al autogobierno
empezando por cualquier comunidad suficientemente fuerte para mantenerlo –
distinta en posición, origen y carácter, y libre de toda obligación mutua de
pertenencia a un cuerpo político común, juntándola con otros por el deber y
lealtad hacia un conjunto de creencias comunes. Este será su título de
independencia; y por este título, no habrá duda de que la población que ahora
se mueve rápidamente hacia California ganará y mantendrá esa independencia.
Si ellos se juntarán con la Unión o no, no puede ser previsto con certeza. A
menos que el proyectado ferrocarril a través del continente hasta el Pacífico sea
llevado a cabo, posiblemente no será así; aunque inclusive en tal caso, el día no
está distante cuando los Imperios del Atlántico y del Pacífico volverán otra a fluir
en uno solo, tan pronto como su frontera interior se aproxime a uno y a otro.
Pero el gran trabajo, tan colosal como aparezca el proyecto de su primera
apariencia, no puede permanecer sin ser construido largo tiempo. Su necesidad
para el propósito exacto de juntar y mantener reunidos en sus tenazas de hierro
nuestra rápidamente creciente región del Pacífico con la del valle del Mississippi
–la instalación natural de la ruta- la facilidad con la que cualquier cantidad de
trabajo para la construcción puede ser traído de las sobrepobladas regiones de
Europa, para ser pagadas en tierras hechas valiosas por el progreso del trabajo
en sí mismo –y su inmensa utilidad para el comercio con el mundo de Asia
oriental completa, suficiente por sí misma para el soporte de tal vía – esta lista
de consideraciones aseguran de que no puede estar distante el día que
contemplará el transporte de los representantes de Oregón y California a
Washington, en menos tiempo que hace unos años era dedicada a tal jornada
desde Ohio; mientras que el telégrafo magnético posibilitará a los editores
del San Francisco Union, del Astoria Evening Post, o del Nootka Morning News,
para enviar la primera mitad del Discurso Presidencial antes que los ecos de la
segunda mitad se hayan apagado detrás del amplio pórtico del Capitolio,
pronunciados por sus labios.

Arrojemos, pues, toda discusión ociosa acerca del balance de poder francés en
el continente americano. ¡No hay crecimiento en Hispanoamérica! Cualquier
progreso que pueda haber en Canadá Británica, se debe únicamente al previo
debilitamiento de su actual relación colonial con la pequeña isla tres mil millas
cruzando el Atlántico; pronto será seguida por Anexión, y destinada a aumentar
el todavía creciente impulso de nuestro progreso. Y cualquiera que sea el
balance, aunque sea lanzado en la escala puesta de las bayonetas y el cañón,
no únicamente de Francia e Inglaterra, sino de Europa entera, ¡cómo podría
golpear contra el simple sólido peso de los doscientos cincuenta, o trescientos
millones –y millones Norteamericanos- destinados a reunirse bajo las ondas de
las barras y estrellas, en el rápidamente cercano año del Señor de 1945!
El Destino Manifiesto como ortograma imperial de Estados Unidos

Durante los días 6 y 7 de Octubre del año 2012, José Manuel Rodríguez Pardo ofreció en la
Escuela de Filosofía de Oviedo cuatro lecciones dedicadas al tema Estados Unidos: ¿Imperio
generador o depredador?, tratando en la lección segunda sobre uno de los temas clave en la
concepción norteamericana del Imperio, el Destino Manifiesto. Es objeto de la siguiente lección
analizar en más detalle esta idea, tan importante para comprender la trayectoria imperial de Estados
Unidos desde sus orígenes coloniales hasta nuestro más inmediato presente.
La idea del Destino Manifiesto fue formulada explícitamente por vez primera por el publicista del
Partido Democrático de origen irlandés John O'Sullivan, en su artículo de la American Democratic
Review de 1845, «Annexation», donde afirma que la anexión de Tejas por parte de Estados Unidos
lo único que hacía era acabar con las trabas que imponía Méjico a la expansión norteamericana
guiada por la Providencia para extender su experimento de régimen democrático, el «destino
manifiesto» de la nación: «limitando nuestra grandeza e impidiendo la realización de nuestro destino
manifiesto, que es extendernos sobre el continente que la Providencia asignó para el libre desarrollo
de nuestros millones de habitantes, que año a año se multiplican».

De hecho, en un artículo anterior de la misma publicación, en 1839, titulado «The Great Nation of
Futurity», O'Sullivan apela a Dios y a la Providencia divina como fuentes de los principios de libertad,
igualdad y hermandad entre toda la humanidad abanderados por Estados Unidos: «El futuro,
trascendente y sin fronteras, será la era de la grandeza Americana. En este magnífico dominio del
espacio y el tiempo, la nación de muchas naciones está destinada a manifestar a la humanidad la
excelencia de los principios divinos; a establecer sobre La Tierra el templo más noble jamás dedicado
al culto del Altísimo —el Sagrado y Verdadero. Su suelo será un hemisferio —su techo el firmamento
tachonado de estrellas, y su congregación una Unión de muchas Repúblicas, comprendiendo cientos
de millones de seres felices, que no deberán obediencia a ningún amo humano, pues serán
gobernados por la ley natural y moral de Dios: la ley de la igualdad, de la fraternidad, de «la paz y la
buena voluntad entre los hombres».

Sin embargo, la idea no era novedosa, puesto que el segundo presidente de Estados Unidos,
John Adams, señaló su fe en que «la Providencia se proponía utilizar a América para la “iluminación”
y “emancipación” de toda la humanidad». O, como dirá Tocqueville más tarde, «Querer contener a
la democracia, sería entonces como luchar contra el mismo Dios, y a las naciones no les quedaría
más que acomodarse al estado social impuesto por la Providencia». En suma, como señala el
historiador Albert Weinberg en su obra Destino Manifiesto. El expansionismo nacionalista en la
historia norteamericana: «La misión humanitaria impuesta por la Providencia pareció tener doble
carácter. Por una parte se asignaba a América la misión de preservar y perfeccionar la democracia,
la misión de aplicar al gobierno la doctrina de los derechos naturales. La realización de esta excelsa
tarea permitiría que América fuese inmediatamente (según las palabras de Franklin) una suerte de
“refugio de quienes aman la libertad”».

Y es que el imperialismo norteamericano tiene su origen mucho antes de la independencia de los


británicos, en los primeros colonos ingleses, acostumbrados a vivir en la zona de frontera del Ulster
irlandés, cuyos descendientes aplicaron la misma praxis en Norteamérica frente a los indígenas. Ya
en 1616, un agente de la colonización en Nueva Inglaterra alentaba a sus conciudadanos a
emprender la aventura expansionista, prohibida durante siglos por los británicos: “No debemos temer
partir inmediatamente ya que somos un pueblo peculiar marcado y elegido por el dedo de Dios para
poseerlas”. John Winthrop, primer gobernador de Massachusetts, hablaba en 1628 sobre las
plantaciones de Nueva Inglaterra y la necesidad de ocupar más tierras, argumentando que «La tierra
entera es el Jardín del Señor, y Él ha concedido a los hijos de los hombres, con una Condición
general. […] por qué entonces debemos permanecer aquí agobiados por la falta de lugar… y
entretanto tolerar que un Continente entero, tan fecundo y conveniente para el uso del hombre
permanezca baldío, sin ninguna mejora».

Ligada a este monoteísmo, la Declaración de Virginia del 4 de Julio de 1776 proclamó los derechos
que corresponden a los ciudadanos norteamericanos y los que pertenecen a todo hombre por su
propia dignidad; como señala O´Sullivan en 1839: “[…] la Declaración de Independencia Nacional se
basó por completo en el gran principio de la igualdad humana, estos hechos demuestran de una vez
por todas nuestras situación única respecto a cualquier otra nación; […]”. Contraponiendo así el
destino manifiesto de Estados Unidos para expandir la democracia frente a las monarquías y
aristocracias del resto del mundo, cuyas crueldades e injusticias pertenecen a una era del pasado.
El Destino Manifiesto así formulado por O´Sullivan fundó un sistema de valores y funcionó de manera
práctica arraigado en las instituciones, fue la base de la construcción de un imperio, una tradición
que creó un sentido nacional de lugar y dirección en una variedad de escenarios históricos, donde
la democracia aparece representada como fuente de progreso frente al caduco y atrasado mundo
del Antiguo Régimen.

En las décadas de 1830 y 1840 la expansión norteamericana alcanzó un hito considerable con la
llegada a Oregón y California, resultado de la visión del presidente Andrew Jackson al proclamar la
llamada «Edad del Hombre Común», el common man, y con ella la expansión de la democracia en
un proceso que sin parangón. El hombre común dispondría de sufragio universal y de libertad para
establecerse donde quisiera, lo que a la postre implicaba una expansión imperial hacia el Oeste,
hacia lo que Jackson llamaría el «área de libertad» frente a las potencias europeas autocráticas y
sus ambiciones en Tejas, California u Oregón. Así, el «área de libertad» se constituía como un freno
a lo que O´Sullivan denominó como «las puertas del infierno», esto es, «los poderes de la aristocracia
y la monarquía».
Ligado al Destino Manifiesto, apareció un tópico: la superioridad de la raza anglosajona
norteamericana y las actitudes despectivas hacia indios, negros y mejicanos, que sin embargo en la
práctica no fueron tratados igual. Según señala Reginald Horsman en su libro La raza y el destino
manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, este tópico se vincula con el racismo
anglosajón teutónico y la supremacía aria que se desarrolló en la Inglaterra del siglo XVI, que en el
contexto del Romanticismo europeo ensalzaba a los sajones (al pueblo británico anterior a la invasión
normanda de 1066). El tópico se popularizó en Estados Unidos: eran anglosajones originales los
norteamericanos que habían recuperado las libertades durante la guerra de la independencia,
enfrentados a los decadentes «normandos» británicos.

Sin embargo, los mejicanos norteamericanos no fueron metidos en reservas ni en campos de


concentración, sino que, en virtud de lo acordado en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848 que
puso fin a la guerra de 1846 entre Méjico y Estados Unidos, a los mejicanos de las regiones
anexionadas les fue concedida la ciudadanía estadounidense, bajo la forma de un proceso de
naturalización colectiva. Los mejicanos, considerados «españoles» y herederos del gobierno
monárquico y autocrático español, eran vistos como un freno a la expansión de la democracia
norteamericana, del «área de libertad». Los norteamericanos creían fervientemente que las
supremas instituciones y raza anglosajonas contribuirían a redimir a los mejicanos. Así, el sistema
de valores del Destino Manifiesto opondrá el gobierno republicano, democrático, norteamericano,
que forja hombres audaces y laboriosos, felices, frente al gobierno autocrático, monárquico, que
forma hombres indolentes e infelices. Las canciones de la Guerra de Méjico de 1846 a 1848 se
referían a «la doncella española», el complemento ideal al guerrero sajón norteamericano, en
contraposición a su pareja, el «español» indolente e infeliz, cuya vida se reduce a «una siesta una
docena de veces al día».

Tras la guerra de Méjico, alcanzada la costa del Pacífico y controlado el Istmo de Panamá, la idea
del Destino Manifiesto tomó una nueva modulación: de un imperio «territorial» se pasaría a un
imperio «comercial», tal como lo concibió William Henry Seward alrededor de 1850. Seward,
miembro del Partido Whig y Secretario de Estado en los gabinetes de Abraham Lincoln y Andrew
Johnson, de 1861 a 1869, consideraba el comercio como una influencia beneficiosa para otros
pueblos considerados bárbaros por los norteamericanos; inspirándose en Seward, el presidente
Theodore Roosevelt tomará esa idea a comienzos del siglo XX como la delimitación entre civilización
(Estados Unidos) y barbarie (Sudamérica). Nueva York (la ciudad en la que nació Seward y donde
fue gobernador) sería el centro financiero de un sistema de comercio global y el dólar su moneda. Y
el área crucial de ese comercio era Asia junto al Caribe, por lo que Seward apoyó la adquisición de
Hawaii, la obra del canal de Panamá y la compra de Alaska. Pero la concepción de Seward superaba
la de un vulgar imperio comercial: su plan geo-económico se encuadraba dentro de la misma misión
providencialista del Destino Manifiesto.
De hecho, tras derrotar a España en 1898 y anexionarse Cuba, las Filipinas y otros archipiélagos
del Pacífico, los Estados Unidos desarrollarán durante el siglo XX su idea de imperio comercial
siguiendo las pautas de Seward, difundiendo los productos mercantiles norteamericanos por todo el
planeta, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, y convirtiendo así el american way of life en el
modelo a seguir de la práctica totalidad del mundo. En los prolegómenos de la Gran Guerra, el
Presidente Woodrow Wilson afirmó haber sido elegido por Dios para guiar a Estados Unidos, a la
hora de enseñar a las naciones del mundo la forma de caminar por los senderos de la libertad; y en
efecto, tras derrotar a las potencias centrales europeas en la Primera y la Segunda Guerra Mundial,
el proyecto de llevar la democracia, concebida como la mejor forma de gobierno posible ligada a la
expansión de ese imperio comercial, sólo encontrará su freno en una Unión Soviética a la que se
aplicará una política de contención hasta su agotamiento final, en 1991. Pareciera entonces
consumada de forma definitiva la idea del Destino Manifiesto, pero el mundo globalizado resultante
del fin de la Guerra Fría se mostró inestable e impredecible, el paradigma de
las civilizaciones descrito por Samuel Huntington, tremendamente multipolar, donde los límites del
imperio norteamericano comenzarían a ser claramente marcados.

En ese contexto, la idea del Destino Manifiesto será cuestionada, especialmente con la invasión
de Iraq, contraponiendo a esa idea moral y mesiánica de llevar la democracia a todo el planeta la de
la contención diseñada por George Kennan para frenar a la URSS. Pero lo cierto es que, como
señala el influyente periodista Robert Kaplan, la estrategia diseñada por Kennan asumía la lucha
contra la URSS como el conflicto de la democracia frente a un estado ilegítimo, destinado a
desaparecer por ser una simple modulación del despotismo oriental. La propia idea de invadir Iraq
no deja de ser una prolongación de la estrategia de contención de Kennan, aplicada en esta ocasión
a la emergente China, un momento tecnológico de la ideología del Destino Manifiesto que opera
desde la fundación del Imperio Norteamericano.

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