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Un-verano-Selva-Almada Barthes

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Un verano

de Selva Almada

Con el primo se conocían de vista; sus madres estaban distanciadas desde hacía tiempo,
no sabía por qué ni desde cuándo. Pero esa vuelta, cuando se toparon en el parque de
diversiones, los dos solos, sin amigos, se saludaron y simpatizaron enseguida.
Empezaron a juntarse a la hora de la siesta y el primo le enseñó a disparar. Su madre
nunca supo que había sacado la escopeta de su padre del escondite (la caja del vestido
de novia, con el vestido de novia como mortaja, en la parte más alta del ropero). A ella
no le habría gustado. Decían que el marido se le había muerto limpiando esa escopeta.
Iban a practicar en los terrenos abandonados del ferrocarril.
La primera vez que salieron a cazar, desde el otro lado de la ruta, le llamaron la
atención, en el montecito bajo, las copas salpicadas de cosas blancas, como bolsas de
nylon o papeles que el viento hubiera ido depositando entre las ramas. Antes de cruzar
miraron para los dos lados, venía un camión, así que esperaron. Cuando pasó, el chofer
hizo pitar la bocina que sonó como el mugido de una vaca y sacó la mano por la
ventanilla, saludándolos. No es que los conociera. Pero la gente que anda en la ruta es
así, le toca bocina y saluda a todo lo que se mueve. De puro aburrimiento será.
Cuando la culata del acoplado terminó de pasar, contoneándose pesada, tuerta de una de
las luces, volvieron a mirar para los dos lados y cruzaron al trotecito el asfalto que aún
debía estar caliente, aunque el sol había bajado casi por completo. Se detuvieron nomás
empezaba la banquina y el primo disparó al aire.
Entonces pasó lo que pasó: tras la detonación, eso que había en los árboles,
ffsshshshssshhhh, se levantó como espuma. Era un dormidero de garzas. Enseguida
acomodó la escopeta, eran tantas y estaban tan a tiro que la caza era segura. Pero el
primo le bajó el caño de un manotazo.
–Es mala suerte matar una garza –dijo y se sentó sobre el pasto. El hizo lo mismo. El
primo era más grande y él lo copiaba en todo, quería ser así cuando tuviera su edad.
Las garzas quedaron suspendidas entre el montecito y el cielo encendido, un momento,
como relojeando. Y otra vez se dejaron caer sobre las copas, ocupando sus sitios entre el
ramerío.
El primo sacó dos cigarrillos del atado y los encendió poniéndose los dos en la boca al
mismo tiempo. Después le pasó uno. Nunca había fumado, así que se atoró con la
primera pitada, de angurriento y emocionado. Después le agarró el gusto.
El primo era callado. Así debía ser un hombre, creía él, de pocas palabras. Y aunque
tenía ganas de soltar la lengua y preguntarle un montón de cosas, no abrió la boca;
mirando de reojo hizo lo mismo que hacía el otro.
Un nuevo camión pasó, tan cerca que sintió el vientito de la velocidad cortándole los
pelos de la nuca. Pero éste no tocó bocina. No los habrá visto.
En esos meses se le pegó mucho a su pariente. Él tenía doce y el otro unos dieciséis,
pero no era como otros gurisones de su edad, el primo. El tampoco.
Al tiempo muerto de ese verano lo pasaron casi todo juntos. Excepto las veces que el
padre del primo se cansaba de verlo tan pajarón y se lo llevaba con él unos días a
trabajar al campo. Nunca eran más de dos o tres, pues, en el campo, seguía siendo un
pajarón y el padre lo aguantaba menos. Y esas pocas semanas, para carnaval, la tía hizo
alianza con otra madre y lo pusieron de novio con Noelia, una muchacha preciosa pero
rara. Justo para carnaval, cuando él había hecho muchos planes para los dos: desde
andar de mascaritas hasta empapar a baldazos a las chicas del barrio para que la ropa se
le pegara al cuerpo y pudiesen verles la bombacha y el corpiño. El noviazgo abrupto no
le dio tiempo ni a contarle al primo aquellos planes.
Esas semanas, cada vez que iba a buscarlo para salir a cazar, su tía, sin invitarlo a entrar,
desde la puerta nomás, le decía: se fue a hacer novio.
Le daba bronca y a veces se quedaba sentado en la vereda a esperarlo. Pero si la tía lo
veía salía con la escoba, como si estuviese por barrer, aunque más que eso era una
amenaza: “andá, dejá de escorchar acá, andá a jugar con gurises de tu edad”.
No tenía más remedio que marcharse. No podía pedirle a su madre que intercediera.
Entonces se metía en los galpones del ferrocarril. Buscaba el sitio más fresco y oscuro
que siempre olía a orines, aceite y humedad. En su escondite imaginaba qué estarían
haciendo el primo y Noelia.
La primera vez que se habían desnudado para meterse al arroyo lo había impresionado
su cuerpo. Flaco, fibroso, con una cicatriz ancha que le asomaba entre los pelos y le
subía por la ingle, casi hasta el hueso de la cadera. La cicatriz de una operación. Y la
verga, larga y gruesa. El primo se había mandado de un galope al agua y, esos metros
que trotó, el pedazo chicoteó para los dos lados como si, al fin y al cabo, fuese más
liviano de lo que parecía a la vista. Pensaba en el primo haciéndoselo a Noelia. Ella era
flaquita, tetona, pero sin culo, de caderas estrechas, así que debía dolerle cuando él se la
metía, y Noelia debía morderse los labios para no gritar. Capaz que ni siquiera llegaba a
penetrarla y tenía que conformarse con puertear. La guasca abundante y pegajosa debía
enchastrarle los muslos y las nalgas a la estrecha Noelia.
Una tarde volvió a golpear su puerta, más por rutina, para molestar a la tía, que
pensando en encontrarlo. Fue él quien abrió. Le dio unas palmadas en el hombro,
sonriendo, se metió y volvió a salir con la escopeta y una cantimplora. Echaron a andar
hacia las afueras.
–Pensé que estarías haciendo novio –le dijo recién cuando pisaron campo.
–No andamos más.
–¿Por?
–Nos aburrimos. Fue toda una tramoya de las viejas.
–Mejor –se animó a decir y el primo se encogió de hombros.
Esa vez también se metieron al arroyo y cuando salieron se pusieron los calzoncillos
sobre el cuerpo mojado y jugaron a la lucha libre. El primo era más fuerte, pero le daba
ventaja. En una toma, quedó de espaldas sobre él, el brazo de su pariente cruzado entre
su pecho y su cuello, manteniéndolo inmovilizado. Dio unas pataditas para liberarse,
pero lo tenía bien agarrado y ya le faltaba el aire. Se quedó quieto. Por sobre la tela
mojada del calzón, justo en la raya, sintió el bulto grande y endurecido. El primo lo
soltó enseguida y se vistieron callados.
El verano terminó tan rápido como había empezado y él tuvo que volver a la escuela,
los horarios, las pequeñas obligaciones. Al primo, el padre lo mandó a Buenos Aires a
trabajar en la verdulería de unos amigos. Volvió una o dos veces ese año, pero él recién
se enteró cuando ya había vuelto a partir.
Nunca llegó a preguntarle por qué matar una garza traía mala suerte, pero cuando se
topaba con alguna la dejaba ir, por las dudas.
En sueños sí llegaba a tirar del gatillo. Siempre era de noche, en un campo plateado por
la luna. El corazón le latía muy fuerte mientras se acercaba a la presa caída y cuando se
inclinaba sobre el manto de plumas blancas a veces el pájaro tenía el rostro de Noelia y,
a veces, el del primo.
Un verano- Selva Almada
En el presente trabajo se realizará un análisis del cuento Un verano de Selva Almada a
partir de los textos Análisis estructural del relato y S/Z de Roland Barthes, Rizoma de
Deleuze y Guatari y La estructura del signo y el juego en el discurso de las ciencias
humanas de Derridá.
En Análisis estructural del relato Barthes plantea que el texto narrativo comprende
tres niveles de descripción: el de las funciones, el de las acciones y el de la narración.
Dichos niveles se encuentran ligados entre sí, integrándose de manera jerárquica
formando el texto. De esta manera, una función se llevará a cabo en la acción de un
determinado actante la cual tiene sentido a través de la narración.
En el nivel de las funciones se distinguen dos grupos: las distribucionales y las
integradoras. La primera implica que una determinada acción siempre tiene un
correlato, es decir, que posee un propósito que se visualizará más adelante. Así, por
ejemplo, la acción de los primos disparando al árbol lleno de garzas tendrá su correlato
al final del texto, cuando, luego del distanciamiento, en sueños el primo dispara y en
esas garzas desplomadas ve los rostros de el otro primo o de Noelia. Esta función a su
vez se divide en cardinales (o núcleos) y catálisis. Las primeras corresponden a
acciones que abren una alternativa para la continuación de la historia. En el texto, por
ejemplo, se encuentra el siguiente núcleo: “[...]los dos solos, sin amigos, se saludaron y
simpatizaron enseguida. Empezaron a juntarse a la hora de la siesta y el primo le
enseñó a disparar.”. Las catálisis, por otro lado, complementan a los núcleos y son los
denominados descansos del relato, se puede observar un ejemplo en la siguiente cita:
“Antes de cruzar miraron para los dos lados, venía un camión, así que esperaron.
Cuando pasó, el chofer hizo pitar la bocina que sonó como el mugido de una vaca y
sacó la mano por la ventanilla, saludándolos. No es que los conociera. Pero la gente
que anda en la ruta es así, le toca bocina y saluda a todo lo que se mueve. De puro
aburrimiento será.”
Sin embargo, cabe destacar que para Barthes esto no quiere decir que no tengan una
función dentro del texto, todo lo que está escrito aporta sentido.
La segunda clase de funciones son las integradoras, que comprende los indicios. Estos
indicios pueden ser connotados, es decir, que poseen significados implícitos, y los
informantes. Como se expresa en el texto, estos son necesarios para otorgar sentido a la
historia. En el caso de los indicios connotados, son completados a nivel de los
personajes o la narración. Remitiéndonos al texto encontramos varios indicios
connotados, entre ellos uno que se anticipa al desenlace, expresado en la siguiente cita:
“ (la caja del vestido de novia, con el vestido de novia como mortaja, en la parte más
alta del ropero)". En el final ese revolver, simbólicamente, vuelve a ocupar ese lugar,
como se observa en la siguiente cita: “En sueños sí llegaba a tirar del gatillo. Siempre
era de noche, en un campo plateado por la luna. El corazón le latía muy fuerte
mientras se acercaba a la presa caída y cuando se inclinaba sobre el manto de plumas
blancas a veces el pájaro tenía el rostro de Noelia y, a veces, el del primo.”
Por otro lado, los informantes son datos puros que permiten reforzar el rasgo de
verosimilitud cumpliendo una función a nivel del discurso. Por ejemplo, en el texto se
presenta cuando se aclara que acontece en verano, en el parque de diversiones o en el
ferrocarril abandonado.
En el nivel de las acciones, Barthes toma la teoría actancial de Greimmas, quien define
a los personajes como “actantes", es decir, los que realizan las funciones. Este último,
los clasifica y describe según lo que hacen y en la medida que participan de tres ejes
semánticos: comunicación, deseo (o búsqueda) y participación. En Un verano es el
deseo el que tiene una función predominante, ya que querer pasar tiempo juntos es el
móvil de todo el relato. En cuanto a la comunicación se observa que se encuentra en
varios momentos interrumpida por sus padres, buscando elementos para mantenerlos
distanciados. Quienes, a su vez participan e interfieren entre la concreción de ese deseo.
El último nivel de descripción que plantea Barthes es el narrativo, y es aquí donde
terminan de integrarse todos los niveles jerárquicos conformando el texto propiamente
dicho. Aquí se plantea quién es el dador del relato. Y expone que tanto el narrador
como los personajes son seres de papel, por lo tanto todo signo que exista en el relato
no tiene que ver con el autor del mismo, sino con el narrador que es inmanente al texto.
Además, agrega que la narración solo posee dos sistemas de signos: el personal y el
apersonal que indican la persona (yo) y la no- persona (él), y que ambas pueden
intercalarse a lo largo del relato. En el cuento se observa que predomina un sistema
apersonal, utilizando la no-persona (él)a, por ejemplo: “La primera vez que se habían
desnudado para meterse al arroyo lo había impresionado su cuerpo.”. Y, en ocasiones
indican la persona (yo) cuando hay relato directo, como se observa en la siguiente cita:
“ Pensé que estarías haciendo novio –le dijo recién cuando pisaron campo.
–No andamos más.
¿Por?
–Nos aburrimos. Fue toda una tramoya de las viejas.
–Mejor –se animó a decir y el primo se encogió de hombros.”
A mediados del siglo XX, con el posestructuralismo comienzan a plantearse nuevas
formas de lectura, que proponen abandonar la verticalidad, dejar de buscarle un único
significado a los textos e identificar todas las lecturas posibles que plantean. Esto va a
ser expuesto desde distintos conceptos pero relacionándose, por los autores que
analizaremos debajo.
En S/Z Barthes se aleja de la estructura que planteaba en Análisis estructural del relato
y plantea el concepto de los textos escribibles, es decir, aquellos sobre los cuales se
puede seguir diciendo algo, reescribirlos. Según el autor, para poder diferenciarlos
dentro de una masa hay que utilizar la interpretación. Esto último no quiere decir
otorgarle un sentido único al texto sino observar las pluralidades que presenta, es decir
que en un texto pueden haber múltiples lecturas sin que una sea la predominante, son
múltiples significantes. De esta manera, solo queda observar estos significantes, no
buscar significados. Cuanto más plural es el texto, menos escrito está.
Además, plantea también la idea de realizar una lectura que permita romper con el
orden natural y la verticalidad, y que hay que proceder a desnaturalizarlo.
En línea con esto último , Deleuze y Guatari desarrollan el concepto del Rizoma,
planteando una nueva forma de leer los textos, en la cual no se define un centro ni
tampoco jerarquía. En oposición al modelo arbóreo aplicable para todas las teorías
desde hace años, el cual es central, jerárquico y homogéneo, y que plantea una lectura
vertical donde cada significante tiene un significado único, anulando toda posible
lectura.
Al igual que Barthes en S/Z, estos autores proponen dejar a un lado la lectura vertical y
buscar la multiplicidad, observando las conexiones que se pueden realizar: “las
multiplicidades se definen por lo externo: por la línea abstracta, línea de fuga o
desterritorialización conforme la cual transforman su naturaleza al conectarse con
otras”. Esta característica del rizoma que Deleuze y Guatari llaman
desterritorialización está compuesta por líneas de segmentaridad, que colocan al rizoma
en un territorio específico, lo territorializan. Además, lo integran líneas de fuga, por
medio de las cuales el rizoma escapa constantemente del territorio en el cual se
estableció en un principio, estas lo desterritorializan. Sin embargo, siempre existe la
posibilidad de que el rizoma vuelva a situarse en el mismo territorio en el que estaba, se
reterritorialize. Todo rizoma está en constante movimiento, ocupando y desocupando
territorios. Estas conexiones son las que permiten descentrar al texto para conectarlo
con otros significados.
Estas teorías, a su vez se pueden relacionar con lo que plantea Derrida en La estructura
del signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas, en la que presenta al centro
no como lugar sino como función “se ha tenido que empezar a pensar que no había
centro, que el centro no podía pensarse en la forma de un ente-presente, que el centro
no tenía lugar natural, el centro no tenía un lugar fijo sino una función, una especie de
no lugar.” Incluso este centro va variando y solo así puede plantearse el juego de la
significación, ya que al no haber un significado trascendental se abre el camino a la
lectura de infinitos significantes para un mismo significado.
En este cuento se puede observar la centralidad en la atracción que hay entre los primos,
quienes buscan constantemente pasar tiempo juntos. Sin embargos, se pueden observar
varios puntos de fuga que nos permitirían darle otros sentidos al texto, por ejemplo la
elección de la autora por no ponerle nombre propio a nadie más que a Noelia, la
estereotipación masculina que se puede observar en citas como la siguiente:
“El primo sacó dos cigarrillos del atado y los encendió poniéndose los dos en la boca
al mismo tiempo. Después le pasó uno. Nunca había fumado[…]El primo era callado.
Así debía ser un hombre, creía él, de pocas palabras. Y aunque tenía ganas de soltar la
lengua y preguntarle un montón de cosas, no abrió la boca; mirando de reojo hizo lo
mismo que hacía el otro.”
Mediante estos significantes se observan dos masculinidades distintas, sin embargo hay
una que cede hacia la impuesta culturalmente.
Además, podemos encontrar otros puntos de fuga, por ejemplo el noviazgo arreglado
entre familias o el arma guardada con el vestido de novia como mortaja.
Por último, teniendo en cuenta el concepto de deconstrucción que plantea Derrida, se
puede observar en el texto a partir de la ruptura que presenta con la introducción de
palabras que rompen con lo establecido y que obligan al lector a levantar la vista y
invita a repensar ciertas cuestiones, como se observa en la siguiente cita: “la verga,
larga y gruesa. El primo se había mandado de un galope al agua y, esos metros que
trotó, el pedazo chicoteó para los dos lados como si, al fin y al cabo, fuese más liviano
de lo que parecía a la vista”.
Para concluir, podemos observar que aunque exista una centralidad en el texto, las
posibilidades de significantes no se agotan a un único significado y que serán tantos
como lectores haya.

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