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Rafael M. Mérida Jiménez - Cuerpos Desordenados

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Cuerpos·

desordenados
Rafael M. Mérida Jiménez
Dircctora.111¡ de la colcccibn
Meri 'forras y Min:i• Calafcll
Grupo lnvesti¡(ador Cuerpo y Textualidad (htt¡,://cositextualitat.uah.cat)
Univcnidad Autbnoma de Barcelona

Comité cientlfico
David Alderson (University of Manchcster), Dora Barrancos (Univcrsidad de Buenos
Aires), Marisa Belaustcguil(oitia (Universidad Nacional Autónoma de México), Patrizia
Calefato (Universita di Bari), Nora Catelli (Univer..itat ele Barcelona), Bracllcy S. E¡,¡,s
(l larvanl University), Claudia 1 .ucotti (Univcniclad Nacional Autónoma ele México),
Sonia Matalfa (Universitat de Valencia), Delfina Muschietti (Universidad ele lluenns Aires).

Comité editorial
Nocmi Acedo, Núria Calafcll,'tsahel Clúa, Félix Ernesto Chávc7., Dic�o Falconi,
limi Fresncxla y Aina Pérez.

Primera edición en len¡..,ua ca.,tcllana: Junio 2(K19


Primera reimpresión: febrero 2012

O Rafael M. Mérida Jiménez, del texto.


C> Diseño de la cuhicrta y ele la colccciún "Textos del cuerpoº : l .uci Gutiérrcz
www.holcland.com
O Editorial U<X:. ele esta edición
Ramhla del Pohlenou, 156, 0801R llarcelona
www.cditorialuoc.com

lm¡,rcsión: ll<K>k-¡,rint S.L


ISBN: 978-84-937143-U-7
Dc¡,úsito 1 .Cl(al: 11-2<,.366-2(K19

Esta ¡,uhlicaciún está vinculada al !(tu¡,<> Cuer¡x, y Textualiclacl, l(rupo de investi�ación


reconocido ¡x,r el A(;AUR (2(K1SSRG-1ll13) y que desarrolla el ¡,royecto !AS k:</os d,fcNtr­
'º""'
¡,o. .1.lltÍlisis c11//11r11/ del c11,rpo ,�nslmc.-irín /!.'";,;,o st.'(Na/ J,I sujtlo (11U M2(1(15-41 59 /Fil.()).

No se permite la rcpmduccil>n total o rMCial de este lihro, ni su incor¡x,raciún a un itiste­


ma informático, ni su transmisibn en nin�n formato ni por nin�n medie� sea clectrbni­
cn, mecánico, en fotocopia, en �rahaciún u orros métcKfns, sin el (ll"rmisn previo y ror
escrito ele los titulares del m¡,y,.¡,_bt.
Autor

Rafael M. Mérida Jiménez es doctor en Filología


Hispánica y profesor de literatura española en la
Universitat de J..leida, así como investigador del "Centre
Dona i Literatura" y docente del máster del "lnstitut
lnteruniversitari d'Estudis de Dones i Genere". Con
anterioridad, trabajó como editor y ejerció la docencia en
la Universitat de Barcelona y de Girona, Rice University
y en la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras.
Sus cursos e investigaciones abordan un amplio
grupo de temas y obras de las culturas hispánicas, como
los relacionados con las tradiciones caballerescas: Fuera de
la orden de natura: magias, milagrosy maravillas en el Amadís de
Gaula (2001) o La aventura de 7irant lo Blanch y Tirante el
Blanco por tie"a.r hispánico.r (2006). Entre sus publicaciones
vinculadas a los estudios sobre las mujeres destacan la
bibliografía Wómen in Medieval Iberia (2002), la compila­
ción Mtefery género en las letras hispánicns (2008), las mono­
grafías El gran libro de las brt9fls (2004) y Damas, santas y
pecadoras. Hijas medievales de Eva (2008) o una edición de
Teresa de Jesús, Llevar el alma con suavidad (2006). Otras
aportaciones suyas son las antologías tituladas Sexualida­
des transgresoras (2002) y Diálogos g'!].r, lesbianos, queer (2007).

5
SUMARIO
Palabras y palabrotas 9

Almas y ciencias 21

Linajes y herencias 39

Utopías y distopías 49

Metáforas y realidades 57

Coda final 69

Referencias bibliográficas 79
PALABRAS Y PALABROTAS

El cuerpo humano puede ser aprehendido a la


manera de un territorio y de un discurso -o, según la
perspectiva, a la manera de una vasta geografla, forzosa­
mente inabarcable, de espacios y de figuraciones- que
intentamos acotar y ordenar, individual y colectivamente,
con muy diversos fines. Como filólogo me interesa, sobre
todo, el universo discursivo de las palabras, que son
herramientas privilegiadas de nuestra comunicación y
que constituyen la arcilla de la que está hecha la literatu­
ra. Como filólogo me fascinan las palabras y su historia,
que es nuestra historia, al igual que también me interesan
sus acepciones y matices, con sus nacimientos o defun­
ciones, con los cauces y meandros por los que fluyt:n. J .as
palabras, como las literaturas, como la vida, son de natu­
raleza cambiante, puesto que, al fin y al cabo, somos
nosotros quienes inventamos, refundimos o marginamos
las palabras. Somos palabras, y con ellas nuestros cuerpos
también adquieren entidad e identidad. Las palabras nos
definen y nosotros definimos las palabras en feliz o
inconsciente contienda a lo largo de los siglos, esa histo­
ria que es la suma de infinitos presentes.
Un diccionario es un tesoro, por al menos dos pode­
rosas razones: la primera, básicamente subjetiva, remite a
mi formación y a mi gusto; la segunda viene emparejada
a un significado de la palabra (de tesoro, tesauro, a diccio-

9
nario). Un diccionario es también un cuerpo y un territo­
rio que invita a pensarnos, o al menos que me incita a
pensar sobre mí y sobre cuanto me rodea: un territorio en
el que me instalo y un cuerpo con el que reflexiono y me
interrogo. Por ejemplo, ahora, para escribir estas páginas,
me siento tentado y sucumbo al deseo de entablar un
mínimo diálogo con/sobre el cuerpo lingüístico, que es el
nuestro, como territorio constantemente vallado. María
Molincr y su Diccionario de uso del españo4 venerable y admi­
rable por tan poderosas razones, me ofrece un vasto
cerco, culminado en 1966, antes de que yo cumpliera un
año de edad, en el que me acomodo, a modo de preám­
bulo (Molincr 1984: s.v.).
Según el uso del español, a la altura de mis primeros
pasos, Homosexualidad era la cualidad de homosexual,
pero también el vicio o las prácticas de los homosexuales.
El término Homosexual (formado con "horno", igual, y
"sexual'') se aplica a las personas que satisfacen su sen­
sualidad sexual con las de su mismo sexo y remite a
Invertido, que es un participio adjetivo que designa un
cambio en la posición o el orden contrario al normal; en
segunda instancia alude a la persona que satisface sus
deseos sexuales con otra de su mismo sexo: por ello,
sabiamente, doña María me remite a diversas palabras
(como por ejemplo: qfeminado, bardaja o bardaje, cacorro, gar­
zón, marica, maricón, mariquita, puto, sodomita...) con las que
podría proseguir mi paseo. Todos coincidiríamos en que
empicar hoy en día el término "homosexual" significa
tener presente su opuesto, "heterosexual". Mi sorpresa
resulta mayúscula cuando constato que María Moliner no
incluye la palabra "heterosexual" en su indispensable
Diccionario: es decir, "heterosexual" no era palabra de 11so

10
en los años 60 del siglo XX. Por si acaso, busco la pala­
bra "sexualidad" y me informa de que ést:i define la "cir­
cunstancia de tener uno u otro sexo". Busco "sexo" y me
dice que es la "circunstancia de ser macho o hembra". En
fin, para qué aburrirme, pues ya me queda todo claro:
cuando nací, existían "machos" y "hembras", en primer
lugar, y después los homosexuales: invertidos, afemina­
dos, bardajas, cacorros, maricas, maricones, mariquitas,
putos, sodomitas, etcétera, etcétera.
Afeminado se aplica a los hombres que tienen aspec­
tos, modales, etc. femeninos, así como a los mismos ges­
tos, voz, etc. Palabras que pueden ser sinónimos de ésta, y
que recoge Doña María, son acaponado, adamado, ahembrado,
amaricado, amariconado, ambiguo, am19erado, barbilindo, barl,i/u­
cio, blando, carininfo, cazolero, cazoletero, cocinilla, cominero, débi4
defeminaáo, equívoco, fileno, lindo, marimarica, mario4 marioso,
ninfo, palabrim19er. .. Bardaja o Bardaje es una palabra proce­
dente del árabe y designa a un invertido pasivo. Cocon-o es
un hombre afeminado, invertido o cobarde. La sexta
acepción del término Garz!n (del francés "gaf\'.on'') es:
con referencia a los moros, invertido. Marica es la palabra
empleada para designar a un hombre afeminado o inverti­
do (si bien se nos recuerda, y sabemos, que se emplea
como insulto aun sin atribuirle su sentido preciso).
Maricón, por supuesto, es el insulto, todavía más grosero,
de "marica", mientras que .Mariq11ita es su diminutivo
insultante. Puto alude al hombre invertido (pero una
"puta", recuérdese, no es una mujer invertida, sino una
"prostituta''). Sodomita sería un derivado de "sodonúa",
que es la relación libidinosa entre personas del mismo
sexo, o contraria en cualquier forma a la naturaleza. La
palabra "sodomita" se aplica tanto a la persona originaria

11
de Sodoma, ciudad de Palestina, como a la persona que
comete sodomía, es decir, que remite a "Sodoma", por los
vicios atribuidos a los naturales de esta ciudad, de acuerdo
con una discutida lectura del Génesis.
Este sencillo repaso del Diccionario de María Moliner
-que podría ampliarse a todos los diccionarios más o
menos de uso del español redactados durante aquellas déca­
das-, a propósito de sus definiciones del ámbito relacio­
nado con el homoerotismo, me brinda, al menos, las
cinco modalidades de descalificación entrevistas: (1) des­
calificación biológica, en la medida en que la "inversión"
constituye una muestra del "orden contrario al normal",
o, como se especifica en la definición de "sodomita",
como una práctica "contraria en cualquier forma a la
naturaleza". (2) Descalificación moral, como se deduce
del uso de términos como "vicio", pero también de pala­
bras como "abominable", "repugnante" y "perverso". (3)
Descalificación lingüística: algunos términos (si no
todos) pueden usarse como insultos; el caso más obvio
sería el del trío formado por "marica", su superlativo más
grosero "maricón" y el diminutivo "mariquita". (4)
Descalificación religiosa, pues en dos ocasiones (en "bar­
daje" y "garzón'') remite a prácticas de los musulmanes o
moros. Y porque el episodio del Antiguo Testamento sobre
Sodoma y Gomorra reitera una autoridad implícita en la
creación de una palabra. (5) Descalificación genérica,
derivada de la invisibilidad de las mujeres, que no apare­
cen citadas dentro del espectro de la "homosexualidad".
Como si las mujeres no pudieran ser "invertidas" ...
A propósito de este último punto, echo mano de
uno de los primeros diccionarios de la lengua española
(para muchos lexicógrafos, el primero) y constato que

12
recoge la palabra "maricón" (o sea, no "marica", sino su
superlativo). Se trata del Tesoro de Scbastián de
Covarrubias, impreso en t 6 J 1, donde se define de la
manera siguiente: "El hombre afeminado que se inclina a
hazer cosas de muger, que llaman por otro nombre mari­
maricas; como al contrario dezimos marimacho la muger
que tiene desembolturas de hombre" (Covarrubias 1987:
s.v.). No estoy diciendo que María Moliner no recogiera la
palabra Marimacho, que define como la mujer de aspecto
y modales masculinos (aunque, según su Diccionario, y
esto también resulta elocuente para una historia del uso
del español en los años 60, una Lesbiana era, única y
exclusivamente, una mujer procedente de la isla de
I .esbos...); sólo estoy apuntando que el término "inverti­
do", que en la actualidad se nos antoja bastante anticua­
do y en desuso, era hace unos cuarenta años LA palabra
y que era una palabra que ignoraba el deseo homoerótico
femenino.
Fijémonos, a continuación en algunas palabras
generadas mediante el prefijo "trans-" en el Dicrionario de
uso del español a la altura de los años 60: un travestido es una
persona disfrazada o encubierta, aunque se nos recuerda
que la Real Academia de la l.engua acababa de aceptar
travestir como verbo, emparentado con di.ifrazar, que
refleja la acción de vestir con ropas propias del otro sexo.
El inocente carnaval parece asegurado, como el espectá­
culo, pues un transfar,nista sería el artista de circo o de
variedades cuyo arte consiste en transformarse rapidísi­
mamente en distintos tipos; resulta evidente que María
Moliner no estaba pensando en aquella figura que imagi­
naríamos sus nietos y bisnietos, como tampoco pudo
tener presentes, ni registrar, palabras como transexual o

13
transgénero, por entonces poco o nada usadas por el
común de los hablantes de la lengua española. Pero los
años no pasan en balde, pues según confirma la última
edición del Diccionario de la Real Academia Española, tra­
vesti o travestí es la persona que, por inclinación natural o
como parte de un espectáculo, se viste con ropas del
sexo contrario; tran.iformista sería aquel actor o payaso
que hace mutaciones rapidísimas en sus trajes y en los
tipos que representa; transexual, por último, puede refe­
rirse tanto a la persona que se siente del otro sexo, y
adopta sus atuendos y comportamientos, como a la que
mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgi­
ca adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto.
Transgénero es un término que todavía no ha sido acepta­
do por nuestra máxima autoridad lingüística.
Consultar el Diccionario de María Moliner, tan sober­
bio como hijo de su tiempo (pues se trata de una obra lexi­
cográfica que pretende reflejar el uso real de la lengua; es
decir que no alberga las pretensiones de otras tipologías
de diccionarios, como el de la Real Academia Española),
nos permite valorar la entidad de las realidades que refle­
jaban las palabras en su contexto histórico-cultural con
mucha mayor precisión. Puede sonar perogrullesco pero
no lo es tanto, como creo que se observará a lo largo de
este volumen.
En el año 2008, la editorial Gredas, la prestigiosa
casa madrileña que ha reimpreso el Diccionario de uso del
español de María Moliner en numerosas ocasiones, ha sor­
prendido a más de un despistado con la publicación del
Diccionario gt!)-léshico de Félix Rodríguez González (subti­
tulado Vocabulario general y argot de la homosexualidad').
Resulta innecesario valorar ahora el abismo que media

14
entre un tesoro y el otro por razones ohvias, pues es la
brecha impresionante que la sociedad española, o el uso
de su lengua, ha abierto con su ingrato pasado más
reciente. Allí podemos leer, entre tantas otras valiosas
informaciones, que "El Diccionario de la Real Academia
registra 'invertido' por primera vez en la edición de 1936
(aunque se registra antes, en Pío Raroja, en 1911, y en
Rafael Cansinos-Asséns, antes de 1914; y una obra teatral
argentina de 1914 lleva el título Lo.r invertidos) e incluye la
acepción de 'sodomita' que continúa registrándose hasta
la de 1992. En la reciente de 2001, se pierde, y sólo apa­
rece la de 'homosexual, especialmente el masculino"'
(Rodríguez González 2008: 225-226).
El texto de Pío Baraja al que alude este Diccionario
gqy-lé.rbico a propósito del término "invertido" se ha con­
vertido en una de las obras más conocicfas de su autor,
entre otras razones, porque ha sido lectura obligatoria en
las aulas españolas preuniversitarias durante muchos cur­
sos académicos: su célebre novela RI árbol de la ciencia. No
debe extrañarnos, pues sabemos que "invertido" es una
palabra profundamente vinculada al vocabulario científi­
co y, sobre todo, médico del último cuarto del siglo XIX.
El árbol de la ciencia, que viera la luz en 1911, tiene mucho
tanto de expresión de una sexualidad medicalizada como
de desencanto científico; su protagonista, Andrés
Hurtado, es un médico cuya biografía sigue una trayecto­
ria que le conducirá al pesimismo, al nihilismo existencial
y al suicidio.
El pasaje citado por Rodríguez González (2008: 226)
pertenece a la sexta parte de esta novela, donde se narra
la experiencia de Hurtado como "médico de Higiene" en
Madrid y su trato profesional con personajes de los bajos

15
fondos. En un diálogo con J ,ulú, la dependienta que aca­
bará convirtiéndose en su esposa, y con el propósito de
ilustrarle sobre la explotación que sufren las prostitutas
cuya maltrecha salud diagnostica, relata el siguiente caso:

-Luego, todas estas amas de prosdbulos -siguió diciendo


Andrés- tienen la tendencia de martirizar a las pupilas. ! lay
algu nas que llevan un vergajo, como un cabo de vara, para
imponer el orden. l loy he visitado una casa de la calle de
Barcelona, en donde el matón es un hombre afeminado, a
quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la celestina al secuestro
de las mujeres. 1 �ste invertido se viste de mujer, se pone pen­
dientes, porque tiene agujeros e n las orejas, y va a la caza de
muchachas.
-¡Qué tipo!
-Es una especie de halcón. Este eunuco, por lo que me
han contado las mujeres de la casa, es de una crueldad terri­
ble con ellas, y las tiene aterrorizadas. "Aquí -me ha dicho el
Cotorrita- no se da de baja a ninguna mujer." "¿ Por qué?", le
he pregu ntado yo. "Porque no", y me ha enseñado un billete
de cinco duros. Yo he seguido interrogando a las pupilas y he
mandado al hospital a cuatro. Las cuatro estaban enfermas.
(Baroja 1 982: 21 9)

El retrato del "Cotorrita" que Baroja esboza en este


pasaje no puede sino considerarse espeluznante, pues en
este "hombre afeminado", este "invertido" que "se viste
de mujer, se pone pendientes, porque tiene agujeros en
las orejas", se concentra en muy pocas líneas toda una
gama de delitos, nada leves y so bre todo impunes, bien
tipificados por la ley: desde el secuestro al soborno,
pasando por el proxenetismo y la violencia física ... Pero

16
"Cotorrita" es un delincuente muy especial, pues combi­
na las dotes del ave de presa (el "halcón", que no de la
cotorra de la que su alias deriva) con la masculinidad cas­
trada del "eunuco". El árbol de la ciencia logra magnificar la
"crueldad" del explotador sexual mediante antítesis, pero
también mediante una hipérbole que potencia su sexuali­
dad depravada a través de la práctica del travestismo: un
"invertido", un "afeminado", un "eunuco" puede con­
vertirse en una bestia moralmente enferma y criminal
-segú n muestran, por otra parte, sus parcas piilabras-.
Muy probablemente este fragmento constituya una
de las descripciones literarias en lengua española más
brutales 0J concisas) de un travestido. Y también poco
frecuentes, pues resulta pertinente destacar que las prác­
ticas homosexuales masculinas suelen bañarse en el uso
del español de manera interesadamente femenina, factor
que denota la concepción generalizada de una "inferiori­
dad natural" de la mujer (María Moliner nos remite desde
"afeminado" a adamado, ahembrado, amaricado, amariconado,
barbilindo, carininfo, defeminado, marimarica, mario4 marioso,
ninfo, y palabrimujer. . . ), o que sugiere que el homosexual
ha perdido su "esencia" masculina (según sugiere, de
forma contundente, la palabra acaponado, que significa
"castrado"). La lengua que hablamos no es inocente,
como nosotros tampoco lo somos, obviamente, sino que
constituye el canal esencial de definición cultural y, en
consecuencia, puede convertirse en el canal privilegiado
de descalificación -y, a la postre, de discriminación­
social y sexual.
"Cotorrita" es un travesti muy original (precisamente
porque Baraja mezcla en las líneas citadas sus actividades
delictivas, su comportamiento, su género y el diminutivo

17
que le designa), al igual que lo es su creador, un escritor
que antes de dedicarse plenamente a la literatura había
ejercido la medicina -como el protagonista de su novela-,
y que se doctoró con una tesis titulada, nada menos, El
dolor. Estudio de psicojlsica, culminada en 1896. Así com­
prendemos mejor el trazo con el que "Cotorrita" aparece
apenas dibujado: la suya es no sólo la conciliación de
todos los delitos más terribles contra la dignidad humana,
sino la encarnación de una dualidad sexual y tenebrosa.
Un hombre capado que se traviste de mujer pero que no
se feminiza del todo, pues aparece transformado en quin­
taesencia criminal, masculina y femenina. En cuerpo y
alma desordenados. Sin embargo, ahora, me interesa des­
tacar también el contexto médico-social en donde nace
"Cotorrita", pues creo que Pío Baroja se estaría haciendo
eco de los debates de finales del siglo XIX y principios del
XX en torno a la sexualidad, su moralidad y sus patologí­
as con el propósito de manipularlas muy oportunamente
en las partes quinta y sexta de El árbol de la ciencia. Se trata
del mismo contexto en que nacen aquellas investigaciones
que sirvieran a Michel Foucault para reflexionar sobre el
nacimiento de los discursos contemporáneos en torno a
este tema, tal como abordaré en el apartado siguiente.
Quizás no pudiera ser por entonces de otro modo, si
aceptamos la propuesta foucaultiana según la cual el dis­
curso médico-científico necesitaba la homosexualidad
para legitimarse (como Pío Baroja necesitaba a
"Cotorrita" para expresar el hastío vital de Andrés
Hurtado en El árbol de la ciencia -pues no parece sino
metáfora del invertido antisocial que sigue la estela más
restrictiva del discurso científico de su época-), pero
resulta extremadamente triste y paradójico que así fuera,

18
en primerísima instancia por sus nefastas consecuencias y
por los sufrimientos que esta comunión de discursos ha
provocado en tantas y tantas personas a lo largo del siglo
XX 0J del XXI), acusadas de pecadoras o viciosas, casti­
gadas como criminales y transmutadas en pacientes
enfermos.

19
ALMAS Y CIENCIAS

Según analizara Michcl Foucault en el primer volu­


men de su Historia de la sexualidad, subtitulado La voluntad
de saber, aparecido en 1 976, con el objetivo de reflexionar
sobre la génesis de los discursos contemporáneos en
torno al sexo y a la sexualidad, no sería antes de la segun­
da mitad del siglo XI X que nacería la "scientia sexualis".
Esta ciencia de la sexualidad derivaría de la interrelación
de las técnicas de la confesión cristiana con las nuevas
reglas de un saber (pedagógico, médico, psiquiátrico ...)
que se definió como ohjetivo por asépticamente científi­
co, gracias a personalidades como "Campe, Salzmann,
luego sobre todo Kaan, Krafft-Ebing, Tard.ieu, Molle,
Havelock Ellis", quienes "reunieron con cuidado toda
esa lírica pobre de la heterogeneidad sexual", en una
época "en que los placeres más singulares eran llamados
a formular sobre sí mismos un discurso verídic-o que ya
no debía articularse con el que habla del pecado y la sal­
vación, de la muerte y la eternidad, sino con el que habla
del cuerpo y de la vida -con el discurso de la ciencia"
(Foucault 1 978: 80-8 1 ) . Es así como se produciría, artifi­
cialmente, una nalllralización de la sexualidad mediante "un
dominio penetrable por procesos patológicos, y que por
lo tanto exigía intervenciones terapéuticas o de normali­
zación; un campo de si gn ificaciones que descifrar; un
lugar de procesos ocultos por mecanismos es pecíficos;

21
un foco de relaciones causales indefinidas, una palabra
oscura que hay que desemboscar y, a la vez, escuchar"
(86).
Unas páginas antes de esta encrucijada en donde
hacía confluir los discursos de la fe y de la razón en torno
a la confesión (religiosa y médica) del individuo, el filóso­
fo francés ya había introducido uno de los pasajes de su
ensayo que acabarían siendo más citados y comentados,
sobre todo por la influencia que ha ejercido en la crítica
lesbiana, gay o queer y por las discusiones que ha suscita­
do entre los estudiosos de la sexualidad, especialmente en
el ámbito de las ciencias humanas y sociales, durante las
tres últimas décadas. Me refiero al que se emplaza en la
segunda parte de su obra ("La implantación perversa''),
en torno a la "nueva caza de las sexualidades periféricas"
que "produce una incorporación de lasperversiones y una nueva
especfficación de los individuos" (56-57):

La sodomía -la de los antiguos derechos civil y canónico- era


un tipo de actos prohibidos; el autor no era más que su suje­
to jurídico. 1 �I homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un
personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter,
una forma de vida; asimismo una morfología, con una anato­
mía indiscreta y quizás misteriosa fisiología. Nada de lo que
él es in tolo escapa a su sexualidad. 1 �stá presente en todo su
ser: subyacente en todas sus conductas puesto que constiru­
ye su principio insidioso e indefinidamente activo; inscrita
sin pudor en su rostro y su cuerpo porque consiste en un
secreto que siempre se traiciona. Le es consustancial, menos
como un pecado en materia de cosrumbres que como una
naruraleza singular. No hay que olvidar que la categoría psi­
cológica, psiquiátrica, médica, de la homosexualidad se cons-

22
tituyó el día en que se la caracterizó -el famoso artículo de
Westphal sobre las "sensaciones sexuales contrarias" (1 870)
puede valer como fecha de nacimiento-. no tanto por un tipo
de relaciones sexuales como por una cierta cualidad de la
sensibilidad sexual, determinada manera de invertir en si
mismo lo masculino y lo femenino. La homosexualidad apa­
reció como una de las figu ras de la sexualidad cuando fue
rebajada de la práctica de la sodonúa a una suerte de amlro­
ginia interior, de hermafroditismo cid alma. El sodomita era
un relapso, el homosexual es ahora una especie.

Según Foucault, la sexualidad contemporánea se


caracterizaría por el lugar central que ocupa en las socie­
dades occidentales, como consecuencia de su importan­
cia para la consolidación del discurso científico-médico.
Por esta razón las categorías sexuales se irán ampliando
progresivamente, más allá de las dicotomías tradicionales
entre hombre/mujer y masculino/femenino, hacia una
multiplicación de registros de ordenamiento y de percep­
ción que resultarán no sólo importantes sino imprescin­
dibles para valorar nuestra cultura actual, pues a la postre
acabarán convirtiéndose en mecanismos, negativos y
positivos, de auto-censura y de auto-identificación indivi­
duales y colectivos. En este sentido, aunque como medie­
valista pueda compartir algunas de las criticas negativas
esgrimidas en contra del marco cronológico expuesto por
Foucault (según analizan po r vías complementarias
Didier Eribon, 1 992: 332-343 y 200 1 : 378-42 1 , y David
Halperin, 2002), no debo dejar de admirar la inteligencia
deslumbrante de quien tejió una red de referentes insos­
layables para la comprensión de las relaciones sexuales en
las sociedades occidentales contemporáneas -manantial,

23
más que fuente, en el que han abrevado muchos de sus
más conspicuos enemigos-.
Para el propósito que anima estas reflexiones mías,
sin embargo, más que los debates recientes que ha abona­
do la Historia de la sexualidad, me interesan esos nombres
propios citados por Foucault que catapultaron una gama
de relaciones sexuales a la escena pública europea -pri­
mero científica, luego política- con propósitos dispares
(Weeks 1977 y 1981; Rosario 1997). Pues, en efecto,
obras como P.rychopathia Sexualis (1886), de Richard von
Krafft-Ebing (1840-1902), Sexual lnver.rion (1 897) de
Havelock Ellis (1859-1939), The Intermedia/e Jex (1896) de
Edward Carpenter (1844-1929) o Jex and Character (1903),
de Otto Weininger (1880-1903) ofrecieron una interpre­
tación de la "homosexualidad" ligada a esferas alejadas de
la moral más rígidamente religiosa: sería una enfermedad,
en tanto que "degeneración funcional", según Krafft­
Ebing; en cambio, se convertiría en muestra de un "tercer
sexo" en palabras de Carpenter, o de una "inversión
sexual" según la repetida formulación de Ellis: en estas
dos últimas opiniones se observa una sutil despatologiza­
ción, pues tanto para uno como para otro las relaciones
sexuales entre semejantes no podían considerarse ni una
enfermedad ni un vicio, sino un fenómeno natural (Bland
& Loan 1998: 41-45).
No obstante, cabe admitir que la difusión y refundi­
ción de todas estas teorías acabaron transformando las
relaciones sexuales homoeróticas en una enfermedad
-proceso paralelo al que parecen sucumbir muchos psi­
coanalistas o simples seguidores de Sigmund Freud
(1856-1939), quien no consideraba la homosexualidad
como una patología en sentido estricto-. Y esto a pesar

24
de que el "término de 'homosexualidad' fue acuñado en
1 869 por Karl Maria Kertbeny, un hombre de letras hún­
garo que luchaba ( ...) para que fueran abolidas las legisla­
ciones que castigaban con penas de prisión los actos
homosexuales"; es decir, su invención "se produjo desde
una perspectiva favorable a los gays, antes de que Krafft­
Ebing se apoderase de ella en la segunda edición de
P.rycopathia .rexualil' (Eribon 2001 : 399). A pesar también
de, por ejemplo, los ingentes esfuerzos de científicos
como Magnus Hirschfeld (1 868- 1 93.5), personalmente
comprometido con la causa, para impedirlo:

las intervenciones intelectuales y políticas del sexólo� ale­


mán han alimentado, a pesar suyo, la vasta empresa de la
patologización de la homosexualidad. A partir de ahora, no
es en nombre de la religión o de la ley que las lesbianas y los
gays sufrirán la inferiorización y la exclusión, sino en nombre
de las ciencias médicas, de la neurología a la psiquiatría,
pasando por el psicoanálisis.
Aquello que fue concebido por 1 -lirschfeld como un esfuer­
zo para que el saber estuviera al servicio de la igualdad se con­
virtió en un extraordinario dispositivo de sometimiento
mucho más eficaz. Sin embargo, es importante recordar que
los registros intelectuales de dominación han coexistido pací­
ficamente: los gays y las lesbianas fueron tratados durante más
de un siglo, al mismo tiempo, como pecadores, criminales y
enfermos.

Un segundo aspecto que me interesa de la célebre


defi nición citada del primer volumen de la Historia de la
sexualidad sería la alusión al "hermafrocliti�mo del alma"
en su penúltima frase. Este hermafroditismo apuntado

25
por Foucault alude a la combativa y bienintencionada
apuesta del concepto "uranismo" de Karl Heinrich
Ulrichs (1825-1895), quien definió en 1868 la homose­
xualidad como un hermafroditismo interior ("anima
muliebris virili corpore inclusa"; Borrillo & Colas 2005:
384), propuesta fulminantemente contestada por Karl
Westphal mediante una argumentación fundacional de la
que se hará eco la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing y,
tras él, la inmensa mayoría de médicos del pasado siglo:
los deseos de los "uranistas" no serían sino inclinaciones
perversas que se explican y que deben controlarse desde
la medicina.
Pero, a mi juicio, la definición de Ulrichs de los "ura­
nistas", esos seres "con alma de mujer en un cuerpo de
hombre", además de por su trascendencia para establecer
una genealogía de la definición de las prácticas sexuales
homoeróticas en los discursos médicos del último tercio
del siglo XIX, me parece un punto de inflexión indispen­
sable para empezar a reflexionar sobre una cuestión de
enorme calado, que es la erosión de lo que hoy suele
denominarse "intersexualidad", como consecuencia de la
resignificación que aquel discurso científico hizo de estas
realidades -a veces incluso, adjudicando representacio­
nes, conceptos y etiquetas que habían sido tradicional­
mente asociados (como precisamente "androginia" o
"hermafrodita") a un deseo erótico que se estaba refor­
mulando y bautizando: la "homosexualidad"-. Dicho
con otras palabras: si seguimos la hipótesis de Michel
Foucault, deberíamos aceptar que los "cuerpos homose­
xuales" del discurso médico decimonónico fueron los
causantes de un nuevo desorden de los "cuerpos herma­
froditas".

26
Por supuesto, el propio Foucault no dejó de adver­
tirlo, explícitamente, en una entrevista de 1978, al parecer
muy poco divulgada según Didier Eribon (2001: 386-
387) :

Li que me sorprende es que cuando la homosexualidad se


convirtió en esta categoria médico-psiquiátrica, en la segun­
da mitad del siglo XI X, inmediatamente fuera analizada
según una cuadricula de inteligibilidad que ha sido la del her­
mafroditismo. ¿Qué es un homosexual, y en quf manera hace
su entrada en la medicina psiquiátrica, sino bajo la forma del
hermafroditismo?

Evidentemente, Michael Foucault estaba pensando


en personas reales -a las que proyectaba consagrar un
volumen de su Historia de la sexualidad- y no en quimeras,
en testimonios históricos como el texto que en 1978 edi­
taba para Gallimard con el título Herculine Barbin dite
Alexina B. y que en su versión en lengua inglesa incorpo­
rará un prólogo titulado "¿Necesitamos un sexo verdade­
ro?" (Eribon 1992: 340-341, y 1994: 265-287), que mere­
ce intercalarse entre la lectura del primer volumen y las de
los dos restantes de la Historia de la sexualidad. Se trata de
la preciosa autobiografía de Adélrude Herculine Barbin
(1 838-1868), quien antes de su suicidio había ido escri­
biendo el relato de una existencia marcada por el juicio
que en 1860 sentenció su condición de varón, sentencia
que le arrebató legalmente su nombre (pues a partir de
entonces se vio obligada a llamarse Abel Barbin) y, con él,
el género femenino que había tenido desde su nacimien­
to y con los que había vivido hasta entonces (.y con los
que había sido educada, encontrado trabajo y amado),

27
pero que en lugar de permitirle iniciar una vida en mas­
culino -por ejemplo casándose con su amiga íntima
Sara- le condujo hacia un París en donde la desespera­
ción y la incomprensión fueron tan intensas como para
poder aniquilarle. El inicio de sus "recuerdos" no puede
ser más elocuente:

Tengo veinticinco años y, aunque todavía joven, me apro­


ximo, sin dudarlo, al término fatal de mi existencia.
( le sufrido mucho, y ¡he sufrido solo, solo, abandonado
por todos! Mi lugar no estaba marcado en este mundo que
me rehuía, que me h abía maldecido. Ningún ser viviente tuvo
que acompañar el inmenso dolor que se adueñú de llÚ al salir
de la infancia, a esa edad donde todo es hermoso, porque
todo es joven y con un porvenir brillante. (Foucault 1 985: 2 1 )

Alice D. Dreger (2000) abre su investigación sobre


los discursos médicos de fines del siglo XIX valorando el
testimonio de Barbin, junto a las discusiones suscitadas en
Gran Bretaña a propósito de otra persona hermafrodita
en 1888, con el objetivo de proponernos una hipótesis de
trabajo de indudable atractivo: al igual que se vislumbra en
los encendidos debates académicos sobre la "verdadera
naturaleza" y los "límites" de la masculinidad y de la femi­
nidad durante aquellas décadas, puede constatarse que

la literatura (científica) sobre c::I hermafroditismo también


revela, sin embargo, que no existía una única o unificada opi­
nión médica sobre:: qué rasgos deberían valorase:: como esen­
cial o significativamente:: femeninos o masculinos. 1 �n Francia
y Gran Bretaña, los sexos fueron construidos de:: maneras
muy diferentes, a veces contrapuestas, en las teorias sobre el

28
hermafroditismo, y en las prácticas médicas, al tiempo que
los médicos debadan para concretar un sistema de la diferen­
cia sexual que encajara. En última instancia, no sólo fue el
cuerpo del hermafrodita el que quedó instalado en la ambi­
güedad, sino también los conceptos mécficos y ciendficos de
macho y hembra. Observamos aquí no ya ideas estancadas
sobre el sexo, sino teorías vibrantes, en crecimiento y lucha.
El sexo en si mismo estaba todavía lleno de interrogantes.
(Dreger 2000: 1 6, la traducción es núa)

Esta monografía constituye una excelente aproxima­


ción a los debates médicos de fines del siglo XIX y prin­
cipios del XX a los que se refería Foucault. Unas décadas
durante las cuales se discutió y se definió qué debía enten­
derse por "sexo" y por "sexualidad'' (el debate sobre qué
significa "género" es muy posterior, pues por entonces se
confundía -como a veces todavía hoy- con los dos sexos
biológicos más frecuentes). Si en una misma época, tan
relativamente cercana a nosotros, en países geográfica y
científicamente tan vecinos como Francia v Gran Bretaña
podían ofrecerse acepcione!l muy variahl�s de esos dos
términos, no cabe la más mínima duda de que ambos esta­
ban muy pocos fijados por el uso, al menos por el uso cien­
tífico y médico, según confirma el más de centenar de
casos clínicos analizados por Dreger, fechados entre 1 860
y 191 5. No se trata de una constatación baladí ni perogru­
llesca, a mi juicio, pues afecta a la posterior consideración
social de la anatomía sexual exterior como destino de los
seres humanos, un destino no sólo físico y psicológico,
sino también cultural v económico.
La utilización de· testimonios de las personas impli­
cadas, por otra parte, nos permite advertir los mecanis-

29
mos sociales que propiciaron, por ejemplo, que un buen
número de ellas se vieran obligadas a mantenerse en la
.invisibilidad o en una incierta marginalidad social que
puede sonarnos muy familiar, como es el mundo del circo
o de la farándula, que los convierte interesadamente en
monstruos o en transformistas de feria. No puede negar­
se que su cuerpo "desordenado" fue muy bien manipula­
do por el discurso médico y científico para afianzar sus
prerrogativas y asegurar la naturaleza objetiva de sus des­
cubrimientos; pero, simultáneamente, cabe advertir que
también fue manipulado por un sistema social que nece­
sitaba azuzar las pasiones más bajas y calmar las ansieda­
des más inefables de los ciudadanos europeos de aquellas
décadas para protegerse (y para mantener, de paso, las
desigualdades entre hombres y mujeres).
El emplazamiento del debate en el interior de la
Europa decimonónica resulta muy interesante, además,
porque concentra el debate en la geografía occidental y
complementa, por ejemplo, las investigaciones etnológi­
cas de Alberto Cardín, pioneras en España. En las con­
clusiones de su antología sobre tres modalidades de
prácticas sexuales en donde se constatan diversas bre­
chas al modelo heteronormativo europeo ("guerreros",
"chamanes" y "travestis"), sus análisis de algunos com­
portamientos en culturas africanas, asiáticas o america­
nas alejadas del cristianismo confirmarían la importancia
de los estudios de campo desprejuiciados y el interés de
una lectura más atenta de los mecanismos discursivos e
ideológicos de los que se han valido los conquistadores
o los colonizadores para atacarlos y desvirtuarlos. Por
ello, Cardín ofrecía a lo largo de su introducción una crí­
tica muy negativa de aquellos antropólogos que han

30
repetido el error de interpretar los comportamientos
sexuales de culturas "exóticas" a la manera de turistas
que no se esfuerzan por aprehender las diferencias de los
sistemas culturales sino que los adaptan o traducen al
propio. Además, remacha muy atinadamente (1 984: 48-
49) que

las sociedades en general, incluida fa nuestra, aceptan o


rechazan la homosexualidad en la medida en que pueden
categorizarla, y en esa misma mt>dida la homosexualidad deja
de ser un problema sustantivo para convertirse en un simple
caso de los problemas de categorización del imaginario
sexual, que distrihnye en cada socieclad el campo fungible y
verbalizable de los comportamientos simbólicos.

Volviendo al hilo de mis escarceos iniciales, a propó­


sito de la imposible naturalidad de las palabras que somos,
no me parece des:ltinado sugerir que parte de la confusión
(involuntaria o interesada) en los debates médicos y cien­
tíficos europeos de fines del XIX deriva también del
empleo de la palabra "hermafrodita". Porque, ¿de qué
hablamos cuando hablamos de estos seres? Si buceamos
en el Diccionario de uso del español de Moliner, constatare­
mos, en su segu nda acepción, que se trata de un término
que "se aplica a ciertos individuos de la especie humana
que tienen los órganos sexuales configurados de tal forma
que aparecen como la reunión de los dos sexos". Resulta
interesante destacar que, más allá de la pretendida exacti­
tud biológica, constituye una definición sin descalificacio­
nes morales, a gran distancia de las que registra para
"invertido" u "homosexual", de manera que cabría cavilar
sob re si el hecho de que se trate de una palabra del voca-

31
bulario científico habría preservado un uso connotado
menos negativamente. Quizá sí, aunque a la 22ª edición
del Diccionario de la lengua de la Real Academia Española
(2003), publicada en nuestro siglo XXI, todavía le com­
plazca valorar del hermafrodita una anormalidad que no
sabemos si esconde una tara genética o genérica ("Dicho
de una persona: Con tejido testicular y ovárico en sus
gónadas, lo cual origina anomalías somáticas que le dan la
apariencia de reunir ambos sexos'').
Por su parte, el "glosario" que Alberto Salamanca
Ballesteros, profesor titular de obstetricia y ginecología
de la Universidad de Granada, incluye al final de su
monografía (2007: 507-5 1 2), emplaza el hermafroditismo
junto a "malformaciones congénitas" tales como la
hidrocefalia, el enanismo o el hirsutismo. Al tratarse de
una investigación histórico-médica muy reciente, publica­
da por una editorial universitaria y prologada por un cate­
drático de anatomía patológica, creo que resulta muy
oportuno copiar la definición más relevante (51 1 -512)
para seguir contestando el interrogante abierto:

Hermafroditismo. La naturaleza de la gónada constituye la


base de todas las clasificaciones de los estados intersex11ales, de
tal modo que se denomina hermafrodita (pseudohermafro­
dita) masculino a aquél en el que existen testículos más o
menos diferenciados, hermafrodita (pseudohermafrodita)
femenino al que tiene ovarios, y hermafrodita verdadero a
aquél en el que es posible distin1-,1\lir tejido ovárico y testicu­
lar simultáneamente. La presencia de tejido testicular y ová­
rico en la misma gónada se denomina ovoteste.
Los hermafroditas verdaderos son sujetos en los que encon­
tramos tejido ovárico que contiene follculos y tejido testicu-

32
lar con túbulos seminíferos. De acuerdo con la localización
de uno u otro tejido se clasifican en unilaterales (ovario o tes­
tículo normal en un lado, ovoteste en el otro), bilaterales (en
ambos lados ovoteste) y laterales (ovario en un lado, testícu­
lo en el contrario). Por causas que se desconocen casi siem­
pre en los casos laterales el testículo se sitúa en el lado dere­
cho y el ovario en el izquierdo.
En los hermafroditas femeninos existen genitales externos
masculinizados, pero con ovarios y con cariotipo femenino
normal 46 XX. Son más frecuentes que los hermafroditas
verdaderos, y en la mayoría de los casos se trata de defectos
enzimáticos de la esteroidogénesis de la glándula suprarrenal,
que conducen a lo que genéricamente se denominan sfndro­
mes de hiperplasia suprarrenal congénita. El sustrato fisiopa­
tológico es la presencia excesiva de hormonas masculinas,
que actúan en épocas criticas del desarrollo (entre la 9" y 1 5ª
semana), y conducen a diversos grados de masculinización.
Los hermafrod;tas 111asc111inos son sujetos que tienen siempre
testículos, cariotipo 46 XY y un fenotipo femenino o ambi­
guo, habitualmente debido a una ausencia de masculiniza­
ción o a una masculinización incomplt'ta de los genitales
externos. La masculinización de los genitales externos (pene,
escroto y uretra) es dependiente de la dehidrote�tosterona
(DH1), por lo que es necesaria la presencia de testosterona y
de la enzima 5-alfa-reductasa que transforma la primera en
DHT. Es frecuente en estos casos el abocamiento de la ure­
tra por debajo del pene hipoplástico (hipo.rpadias).

Expuesto el contenido íntegro de estas definiciones


científicas, uno no puede menos que aceptarlas, pues uno
es un ignorante en gónadas, folículos, cariotipos, glándu­
las y fenotipos, entre muchos otros términos empleados:

33
es lo que caracteriza la aparente objetividad de esta moda­
lidad de discurso -aunque si se piensa en documentos
científicos del siglo XIX, como los ya citados, siempre se
sospeche-. J lama mi atención de filólogo, en todo caso,
no ya el estilo inmaculado, propio de cualquier glosario
que se precie, sino el tipo de clasificación desarrollado a
partir de una dicotomía absolutista (verdad/mentira), por
más que dulcificada por el prefijo pseudo. Queda claro, por
lo demás, que la dicotomía se asienta en una concepción
binaria (femenino/masculino) de la sexualidad, que parte
de una base genética bien conocida (XX/XY) . Son bases
indiscutibles de la ciencia médica; en definitiva, sólo
podemos poseer una cosa u otra: tejidos ováricos o teji­
dos testiculares.
O no. Porque si se consultan las investigaciones de
Anne Fausto-Sterling, catedrática de biología en Brown
University, y en concreto su monografía Sexing the Botfy
(2000), ya no me hace falta recordar los documentos
científicos citados del siglo XIX para echarme a temblar.
Uno de los aspectos centrales que analiza esta investiga­
dora es precisamente el de las significaciones políticas y
éticas derivadas de un recorrido histórico a través de los
primeros estudios médicos en torno a los hermafrodi­
tas/intersexuales (como los del urólogo estadounidense
Hugh Young en 1937) y las "correcciones quirúrgicas" a
las que han sido sometidos durante décadas, hasta llegar
a día de hoy, al servicio de la concepción científica bina­
ria recién constatada. Operaciones en prestigiosos hospi­
tales que han difundido un "protocolo" de actuación que
no siempre ha curado a los miles de pacientes que ha aten­
dido, sobre todo recién nacidos a cuyos padres se les ha
planteado el futuro atroz que les espera.

34
Desde un punto de vista que atienda su retórica dis­
cursiva, me parece incuestionable que la mirada de
Fausto-Sterling, centrada en las devastadoras consecuen­
cias de estas prácticas médicas en muchos estadouniden­
ses intersexuales (con nombres y apellidos) y sus familias,
resulta muy convincente para un profano en la materia,
sobre todo si se argumenta de manera tan sólida.
Además, parece muy atractiva, en la medida en que es
capaz de criticar sin tapujos los discursos imperantes en
su propia disciplina académica -y, por extensión, en nues­
tra sociedad y en nuestra lengua-:

El tratamiento de la intersexualidad en este siglo supone un


claro ejemplo de lo que el historiador francés Michel Foucault
ha llamado biopoder. El saber desarrollado en los campos de
la bioqulmica, embriología, endocrinología, psicología y ciru­
gía ha permitido a los médicos controlar hasta el sexo mismc
del cuerpo humano. (... ) Pero ¿por qué deberla preocuparnrn
el hecho de que una "mujer", definida como !tlguien que tiem
pechos, una vagina, un útero y ovarios y que tiene la mens­
truación, tenga también un clitoris suficientemente grandt
para penetrar la vagina de otra mujer? ¿Por qué hemos de pre­
ocuparnos si hay personas cuya dotación biológica les permi­
te mantener relaciones sexuales "naturales" tanto con hom
bres como con mujeres? 1 ,as respuestas parecen provenir de
una necesidad cultural de mantener claras las distincione:
entre los sexos. La sociedad se encarga del control de los cuer
pos intersexuales porque empañan y debilitan tan gran distin
ción. (Fausto-Sterling 1 998: 87-88)

A su juicio, los tres tipos de hermafroditismo acep


tados clínicamente (el verdadero, el _femenino y el masculino

35
deberían ser considerados "sexos adicionales" a los dos
tradicionales: "En realidad, podríamos ir más allá afir­
mando que el sexo es un continuum vasto e infinitamente
maleable que sobrepasa las restricciones incluso de tres
categorías" (1998: 80-81).
J ,a discusión que han suscitado las propuestas de
Fausto-Sterling resulta tan acalorada como los debates
decimonónicos sobre la "naturaleza de los sexos y la
sexualidad" que he ido apuntando y presenta numerosas
ramificaciones de toda suerte que no puedo abordar,
tanto por desconocimiento y espacio como por el motor
que anima estas reflexiones. En todo caso, me atrevo a
sugerir, al simple hilo de mis lecturas, que en el ámbito
de la biología sus propuestas generan interés y rechazo,
incluso entre investigadores cuya obra confirma un
talante muy poco dogmático, como muestra Ambrosio
García J ,eal en su estudio titulado El sexo de las lagartijas
(2008: 198-199):

Mi impresión es que Pausto-Sterling (que además de femi­


nista es lesbiana militante) pretende naturalizar la homose­
xualidad a base de desnaturalizar la heterosexualidad, y al
fundamentar su argumentación en los intersexos asume
implícitamente que la homosexualidad viene a ser una
f orma de intersexualidad (lo cual es más que discutible) .
Los intersexos son fenúmenos naturales, sí, pero se trata de
anomalías que no impiden que la diferencia entre las condi­
ciones masculina y femenina sea tan clara como la difen:n­
cia entre la noche y el día. Aunque puedo comulgar con el
ideario político de fausto-Sterling, en lo estrictamente bio­
lúgico considero que su pensamiento es un ejemplo para­
digmático de ideología vendida como ciencia.

36
Desde un punto de vista que atiende la retórica dis­
cursiva, y con toda la modestia, recomendaría a este exce­
lente filósofo de la ciencia que digiera una metáfora
menos discutible (por escurridiza y "horrosa'') que la aso­
ciada a las parejas de antítesis noche/ctía y oscuridad/luz
para sustentar su acerada crítica, sobre cuyo contenido
biológico no puedo opinar. Por otra parte, me sorprende
que la militancia lesbiana feminista de Fausto-Sterling sea
un arma arrojadiza en un ensayo tan poco esencialista
como del que extraigo la cita (con subcapítulos titulados
"Madres vírgenes lesbianas" y un epílogo bautizado
"Sexo, mentiras y cintas de ADN'').
A la inversa, que una catedrática transexual (de
hombre a mujer) de la Universidad de Stanford, como
Joan Roughgarden, inicie su recorrido de cerca de qui­
nientas páginas para analizar e ilustrar la diversidad del
género y de la sexualidad en animales y en seres huma­
nos mediante el testimonio de su propio periplo perso­
nal, aparte de ser una modalidad de captatio benevolentiat
teñida de compromiso personal con el tema que se
investiga, muy al uso en el medio académico anglosajón,
supongo que, inevitablemente, para algunos de sus cole­
gas de profesión, invalidará, por "ideológica", sus sesu­
das aportaciones o las reflexiones que de ellas derivan
(Roughgarden 2004: 28-29).
En fin. Todo lo expuesto debiera servir para corro­
borar que los discursos científicos en torno al sexo huma­
no y a su sexualidad -especialmente la que no es genital y
heterosexualmente varón/hembra- por mucha que sea la
objetividad a la que aspiren, tienen su pequeña alma y, por
ende, su innegable subjetividad (Escabí y Toro 2006). Lo
cual, como filólogo, me reconforta, dados los tiempos

37
que corren y todas las energías que alimentan el objetivo
desprestigio de los subjetivos estudios de J ..etras.
Somos palabras (los discursos científicos y médicos
son palabras y también somos nosotros, para bien y para
mal) y ellas nos delatan.

38
LINAJES Y HERENCIAS

Como se habrá comprobado, las palabras "herma­


frodita" e "intersexo" confluyen al hablar de una misma
realidad aparente, de manera que habrá quien las entien­
da y las utilice indistintamente como sinónimos: debe
observarse, en todo caso, que mientras María Moliner no
registraba el segundo término en el uso del español de
hace cuarenta años, la última edición del Dicrionario de la
Real Academia Española, sí que recoge, como vocablo
médico, la intersexualidatf. "Cualidad por la que el indivi­
duo muestra, en grados variables, caracteres sexuales de
ambos sexos". Repárese que aquí no se apunta ninguna
"anomalía", como se introduce en la definición del her­
mafrodita; tampoco alusión alguna a las gónadas o a los
tejidos testicular y ovárico. I ,a verdad es que estas dife­
rencias terminológicas pueden desconcertar al profano.
En cambio, María Moliner apuntaba que la palabra
"hermafrodito" nacía de la suma de los nombres de dos
divinidades clásicas: Hermes y Afrodita, así que una con­
sulta al Diccionario de mitología griega y romana, de Pierre
Grimal (1986: s.v.), se vuelve indispensable:

En general, se da el nombre de hermafroditos a todos los


seres que tienen doble naruraleza, masculina y femenina. De
modo particular, los mitÍ>grafos conocen con este nombre a
un hijo de Afrodita y I lermes, del cual contaban la siguiente

39
leyenda: l lermafrodito, cuyo nombre recordaba a la vez los
de su madre y su padre, habla sido criado por las ninfas en
los bosques del I da de frigia. Estaba dotado de gran belleza,
y a los quince años se lanzó a correr mundo y viajó por el
Asia Menor. Encontrándose en Caria llegú un día a los már­
genes de un lago de maravillosa hermosura. La ninfa de este
lago, llamada Salmacis, se enamoró de él al momento, pero al
declararle su amor, él la rechazó. La ninfa entonces, aparen­
tó resign arse y se ocultó, mientras el joven, seducido por la
limpidez del agua, se quitaba el vestido y se zambullía en el
lago. Cuando Salmacis lo vio en sus dominios y a su merced,
fue hacia él, y lo estrechó en tanto que l lermafrodito se
esforzaba inútilmente por soltarse. I ma dirigiú una plegaria a
los dioses pidiéndoles que jamás pudiesen separarse sus dos
cuerpos. Los dioses la escucharon, y los unieron en un nuevo
ser, dotado de doble naturaleza. Por su parte, 1 lermafrodito
obtuvo del cielo que quienquiera que se bañase en las aguas
del lago Salmacis, perdiese su virilidad. I �n tiempos de
Estrabón se creía aún que el lago poseía esta propiedad.

J ,a alcurnia del linaje de los hermafroditas resulta


incuestionable, como herederos que son del vástago de
dos divinidades en absoluto menores del Olimpo clásico
griego. En el décimo capítulo de su monografía,
Salamanca Ballesteros (2007: 283-312) ofrece un reperto­
rio documental de indudable interés, especialmente atrac­
tivo también porque se acompaña de ilustraciones que
nos muestran algunas representaciones iconográficas de
estos herederos de Hermafrodito, desde la Edad Media
hasta el siglo XX. Sin duda puede afirmarse que, como
consecuencia de su presencia en obras indispensables de
la cultura clásica, empezando por las Metamorfosis ovidia-

40
nas, el mito hermafrodita nunca ha desaparecido de la
imaginación de la cultura occidental, tanto literaria (en
verso y en prosa) como plástica (pintura, escultura, graba­
do...); la propia Herculine Barbin no fue ajena a estos
referentes cultos, según demuestra una clara alusión en su
relato autobiográfico: "Confieso que me sentí especial­
mente trastornada por la lectura de /AS metamorfosis de
Ovidio. Los que las conocen pueden hacerse una idea.
Este hallazgo guardaba una significación para nú que la
continuación de mi historia probará claramente"
(Foucault 1985: 36) .
La cursiva e n l a palabra trastornada fue fijada por el
propio Foucault (1985: 21), con el objetivo de destacar
"el juego de epítetos masculinos y femeninos que Alexina
se aplica a ella misma. Femeninos antes de haber poseído
a Sara, masculinos después. Sin embargo, esta sistemati­
zación, señalada por el uso de la letra cursiva, no parece
que quiera describir una conciencia de ser mujer que se va
transformando en conciencia de ser hombre, sino más
bien el recuerdo irónico de categorías gramaticales, médi­
cas y jurídicas que el lenguaje debe utilizar pero que el
contenido del relato desmiente". Más adelante, el relato
de Barbin vuelve a mencionar el texto clásico romano
con las siguientes palabras: "¿No sobrepasa a veces lo
verdadero todas las concepciones de lo ideal, por exage­
rado que éste pueda ser? ¿Las metamorfosis de Ovidio, han
podido ir más lejos?" (99) . En cualquier caso, podemos
constatar la fascinación -más o menos erótica por sen­
sual y sexual- que ha ejercido sobre nuestros antepasa­
dos, al igual que, paralelamente, las sign ificaciones de su
presencia en el pensamiento científico anterior a los
debates decimonónicos.

41
Un caso emblemático de este imaginario sería el
Examen de ingenios para las ciendas (1575), del humanista
español Juan Huarte de San Juan (c.1529-1588), extensa
obra que aborda cuestiones médicas y filosóficas sobre la
naturaleza humana que gozó de una amplia difusión y de
un influyente reconocimiento en la Europa de los siglos
XVI y XVII: por ejemplo, fue traducida e impresa en
Francia ya a la altura de 1580. En su último capítulo, dedi­
cado a describir -o, casi mejor dicho, a recomendar- "la
manera como los padres han de engendrar los hijos
sabios y del ingenio que requieren las letras" (Huarte de
San Juan 1996: 394), el ilustre doctor remite a la más
venerable de las tradiciones para destacar que "el hom­
bre, aunque nos parece de la compostura que vemos, no
difiere de la mujer, según dice Galeno, más que en tener
los miembros genitales fuera del cuerpo" (400).
Esto es así porque durante siglos se creyó, cient!ftca­
mente, que "si hacemos anatomía de una doncella hallare­
mos que tiene dentro de sí dos testículos, dos vasos
seminarios, y el útero con la mesma compostura que el
miembro viril" (400). Esta comunidad anatómica (deno­
minada por T homas J ,aqueur 1994, un "sistema de
semejanzas" integral), que hoy puede provocarnos la
sonrisa o la carcajada, se confirmaba entonces mediante
la siguiente observación de las maniobras de esa gran
hacedora que es la "Naturaleza":

Y de tal manera es esto verdad, que si acabando


N aturaleza de fabricar un hombre perfecto, le quisiese con­
vertir en mujer, no tenia otro trabajo más que tornarle aden­
tro los instrumentos de la generación; y, si hecha mujer, qui­
siese volverla en varón, con arrojarle el útero y los testiculos

42
fuera, no habla más que hacer. Esto muchas veces le ha acon­
tecido a N aturaleza, asl estando la criatura en el cuerpo como
fuera; de lo cual están llenas las historias, sino que algun os
han pensado que era fabuloso viendo que los poetas lo traí­
an entre las manos. Pero realmente pasa asl: que muchas
veces ha hecho Naturaleza una hembra y lo ha sido uno y dos
meses en el vientre de su madre, y sobreviniéndoles a los
miembros genitales copia de calor por algu na ocasión, salir
afuera y quedar hecho varón. A quien esta transmutación le
acontesciere en el vientre de su madre, se conoce después
claramente en ciertos movimientos que tiene, indecentes al
sexo viril: mujeriles, mariosos. la voz blanda y melosa; son los
tales inclinados a hacer obras de mujeres, y caen ordinaria­
mente en el pecado nefando. Por lo contrario, muchas veces
tiene Naturaleza hecho un varón, con sus miembros genita­
les afuera, y sobreviniendo frialdad, se los vuelve adentro; y
queda hecha hembra. Conócese después de nacida en que
tiene el aire de varón, asf en fa habla como en todos sus movi­
mientos y obras. Esto parece que es dificultoso probarlo;
pero, considerando lo que muchos historiadores auténticos
afirman, es muy fácil de ercer. Y que se hayan vuelto mujeres
en hombres despul-s de nacidas, ya no se espanta el vulgo de
oirlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos
antiguos, es cosa que ha acontecido en España muy pocos
años ha. Y lo que muestra la experiencia no admite disputas
ni argumentos. (400-401)

De esta manera tan detallada e indisputable, gracias


a la "experiencia", Juan Huarte de San Juan parece estar
apuntando a dos dianas superpuestas: la vinculada al her­
mafroditismo clásico y la relacionada con la "homosexua­
lidad", masculina y femenina, avant la lettre. Resulta fasci-

43
nante advertir, a mi juicio, que la "cuadrícula de inteligibi­
lidad" del hermafroditismo sirviera para abordar ciertos
comportamientos que hoy tildaríamos de "homosexua­
les" mucho antes de la propuesta cronológica de
Foucault, quien apostaba por la segunda mitad del siglo
XIX como marco temporal de la categorización médica
de la homosexualidad. De manera que podríamos dedu­
cir que si bien la palabra "homosexualidad" posee una
trayectoria muy reciente, no lo es tanto la asociación de
las prácticas homosexuales al hermafroditismo, quizá
como consecuencia de la tradición médica de raiz aristo­
télico-galénica que estaba reformulando el propio Huarte
de San Juan.
Esta superposición de la "cuadrícula de inteligibili­
dad" hermafrodita (pagana) aplicada nada menos que al
"pecado nefando" (cristiano) podría ser una de las razo­
nes subyacentes que expliquen que su uso haya ido men­
guando entre quienes más han sufrido y han visto más
desordenado su propio cuerpo. En efecto, algunas orga­
nizaciones internacionales que luchan por el reconoci­
miento de sus derechos han desestimado el uso de la
herencia clásica de Hermafrodito en beneficio del térmi­
no "intersexual": así, según la página de internet de la
lntersex Society oj North America (ISNA), a la pregu nta
"¿Una persona intersexual es un hermafrodita?", la res­
puesta no puede ser más clara: "No".
J ,a justificación que se ofrece para tan rotunda nega­
ción del linaje merece todo mi respeto, por razones
obvias, pero me parece interesante señalar que remarcar
la imprecisión del vocablo para definir la pluralidad de
realidades intersexuales, y destacar el estigma derivado
del lenguaje médico decimonónico que lo recuperó, no

44
descarta la validez del término "hermafroclita"; igual­
mente me parece oportuno señalar que la génesis misma
del término "intersexual" aparece ligada al vocabulario
médico. Y que puestos a elegir una genealogía, puede
antojarse más contun<lente, a nivel puramente persuasi­
vo, rescatar y dotar de una nueva significación, más posi­
tiva, la palabra "hermafrodita", de la misma manera que
ciertos grupos y personas "gays" y "lesbianas" hicieron
con estos dos términos. Al fin y al cabo, l:i recuperación
de su "orgullo" ha pasado por dotar de una fuerza revo­
lucionaria -al menos a nivel íntimo y en tantos países
occidentales de forma pública-- a palabras que, como
"gay" y "lesbiana", poseían una historia centenaria cuyo
significado había sido manipulado por el uso social más
patriarcal, que las había transformado en insultos. Lo
mismo vale para queer en fechas más recientes, por
supuesto (Mérida Jiménez 2002).
Pero incluso resulta todavía más sorprendente, cuan­
do no paradójico en este sentido, que desde la plataforma
de ISNA se esté propugnando en los últimos años el uso
del sintagma "Disorders of Sex Devclopment" {"Desór­
denes del Desarrollo Sexual"} como marca de autodefi­
nición, pues introduce un término como "desorden" que,
a mi juicio, de manera flagrante por patológica, parece
contradecir el espíritu de las personas que fundaron esta
asociación, en 1993, empezando por su principal promo­
tora, la activista intersexual Cheryl Chase (2005: 100):

Las rafees de la resistencia hacia las afirmaciones de verdad


de los intersexuales circulan profundamente en el sistema
médico. El ISNA no s1>lo critica los se�gos normativistas que
informan la mayoda de las prácticas ciendficas, defiende

45
también un protocolo de tratamiento para los bebés interse­
xuales que subvierte las concepciones convencionales de la
relación entre cuerpos y géneros. Pero en un nivel que ame­
naza más personalmente a los profesionales médicos, la posi­
ción del I S N A implica que han dedicado sus carreras
-inconscientemente en el mejor de los casos, mediante la
negación consciente en el peor- a infligir un profundo daño
del cual sus pacientes nunca se recuperarán completamente.

J ,a propuesta actual de ISNA ha encontrado un


rápido acomodo entre el estamento médico estadouni­
dense, en la medida en que devuelve a los médicos un
poder que le había sido cuestionado radicalmente por
sus protagonistas más ign orados -y que propiciaba,
como he constatado, un cuestionamiento social del más
poderoso binomio sexual-. Sin embargo, también debo
apuntar que desde otros foros y asociaciones intersexua­
les esta decisión está siendo duramente criticada, espe­
cialmente desde la Organisation Intersex International, pues
devuelve la intersexualidad al ámbito de la malformación
genética, elimina toda discusión sobre la estructura hete­
rosexista de géneros imperante y promueve implícita­
mente la homofobia y la transfobia ...
Al fin y al cabo, de lo que se trataría es de recordar,
como muy acertadamente propone José Antonio Nieto
(2008: 54-55), que el

hecho de que la naturaleza y la biomedicina no expliquen la


cultura no supone restar importancia al factor biológico y
mucho menos negar la biología y el innatismo. La biología
explica categorías biolúgicas y la neurociencia categorías
cerebrales, como la antropología explica categorías cultura-

46
les. (...) Los sujetos sociales no son meros autómatas o robots
biológicos. Los intersexuales, como sujetos sociales que son,
están transformando la realidad cultural: pasan de ser objeto
exclusivo de estudio a ser sujetos de conocimiento.

El linaje de los hermafroditas y de las pers'>nas inter­


scxuales ha sido manipulado, malinterpretado y usurpado
durante siglos; un linaje que, hoy en dia, me parece el más
débil e incomprendido de todos los vinculados a la sexua­
lidad. El suyo ha sido, a mi entender, uno de los univer­
sos corporales más ordenados, diseccionados, y desorde­
nados. Pero como somos palabras y como en nosotros
también radica la fuerza de dotarlas y de dotarnos de nue­
vos significados, quiero pensar que la suya será la victoria
de todas las sexualidades de todos los seres humanos: la
de la liberación de las palabras que nos encadenan y la del
surgimiento de palabras que nos liberen definitivamente.

47
UTOPÍAS Y DISTOPÍAS

La obra narrativa de Eduardo Mendicutti ocupa un


puesto singular en el panorama literario español de las
tres últimas décadas. Aunque sus primeros textos vieron
la luz en los años setenta, y algunos de ellos fueron mere­
cedores de galardones tan interesantes para comprender
la inflexión estética de las letras hispánicas de aquella
década (como los premios Sésamo y Café Gijón, en 1973
y 1 974, respectivamente), no será hasta mediados de los
ochenta que Mendicutti empezará a consolidar un univer­
so creativo más personal e intransferible. Si tuviera que
destacar aquellos elementos que me parecen más defini­
torios de la poética de este autor gaditano, nacido en
Sanlúcar de Barrameda en 1948, señalaría tres aspectos
que se interrelacionan de manera muy estrecha: en primer
lugar, la calidad y riqueza de su prosa; en segundo lugar,
el protagonismo del discurso directo en la construcción
de las tramas, y, en tercer lugar, la dimensión ética que
proyectan sus personajes. Tal vez convenga añadir, ade­
más, que buena parte Je las novelas y de los relatos de
Mendicutti constituyen una de las aportaciones más ori­
ginales de la literatura gay peninsular (Martínez-Expósito
1998: 99-107 y 153-163). Así lo demuestran, sobre todo,
Siete contra Georgia (1987) y Tiempos mefom (1 989), que cul­
minan en Elpalomo mjo ( 1 99 1 ) y que vuelve a despuntar
en volúmenes posteriores, sobre todo en las novelas titu-

49
ladas Los novios búlgaros ( 1993) y }ó no tengo la culpa de haber
nacido tan se� (1997), o más recientemente en California
(2005) y Ganas de hablar (2008). Merece la pena subrayar
que ha sido gracias a la labor de la editorial barcelonesa
Tusquets, cuando hiciera finalista de la novena convoca­
toria de su premio de narrativa erótica "J ..a sonrisa verti­
cal" a Siete contra Georgia, que algunas de sus obras anterio­
res fueron rescatadas. Éste sería el caso, justamente, de
Una mala noche la tiene cualquiera, novela sobre la que voy a
tratar, publicada por vez primera en 1982, pero que no
gozó de una difusión aceptable hasta su reimpresión de
1988, aunque fuera galardonada con el premio de novela
corta "Ciudad de Barbastro".
El relato de Una mala noche la tiene cualquiera está pro­
tagonizado por "la Madelón", travestí andaluz de media­
na edad residente en Madrid, quien narra en primera per­
sona sus sentimientos y reflexiones íntimos durante uno
de los acontecimientos más relevantes de la joven demo­
cracia española: las horas que el Congreso fue asaltado y
sus diputados secuestrados por un grupo de guardias
civiles, bajo el mando de Antonio Tejero, el 23 de febre­
ro de 1981, con el objetivo de ejecutar un golpe de esta­
do que pretendía reinstaurar la dictadura militar, por
supuesto heredera de la de Francisco Franco, que duró
desde el final de la guerra civil de 1939 hasta su muerte,
en 1975. Nos encontramos, así, ante una narración
ambientada durante una noche trascendental de la historia
de la España reciente, que forma parte del imaginario
colectivo de buena parte de sus ciudadanos, como
demuestran todavía hoy el recuerdo de la frase "¡Todos al
suelo!" pronunciada por Tejero en la tribuna de oradores,
el simbolismo de la abreviatura "23-F" o las siniestras y

50
repetidas imágenes de los tricornios amenazantes que
dieron la welta al mundo... Durante esas horas, por con­
siguiente, se dirimió el rumbo de un país donde las liber­
tades constituciona1es luchaban contra el bruta1 ataque de
las fuerzas más reaccionarias, nostálgicas de un poder
omnipotente y represivo.
Pero, evidentemente, no estamos hablando de
nociones abstractas, sino de las libert::tdes individuales y
colectivas que los mandos militares que participaron en
este acto de rebelión pretendían secuestrar de cada uno
de los hombres y mujeres españoles. En este ámbito
-personal y colectivo a un tiempo- es donde parece inci­
dir nuestra novela, a pesar de que su protagonista parez­
ca estar expresando unas vivencias que son fruto de su
condición marginal. Claro que no todos pensaron con
posterioridad a los hechos narrados que "una ma1a noche
la tiene cualquiera", y ya en el título puede presagiarse el
tono, frívolo e irónico, que teñirá esta novela, redactada
casi como testimonio inmediato si recordamos su fecha
original de publicación, en 1982.
Por si acaso no nos habíamos percatado del tinte
popular del paratexto, las primeras líneas lo confirman
(Mendicutti 1988: 9):

Qué sobresalto, por Dios. FJ Paco se fue a su casa. en taxi,


que cuesta un dineral hasta el pueblo de Vallecas, y yo me
vine a la mía, a encerrarme con siete llaves, nerviosisima, que
hacia siglos que no me senda tan descontrolada, ni siquiera
por un hombre. En seguida puse el loro, o sea Radio
Nacional, pero alli sólo daban música de zarzuela. Me quedé
quieta, en cuclillas, pegadita al transistor, a ver si decian algo,
si daban el parte. Claro que cuando yo llegué a casa y puse el

51
transistor eran sólo menos diez -las ocho menos diez-, me
acuerdo divinamente, y hay que ver cómo son siempre de
puntuales esas mujeres de Radio Nacional; una cosa mala,
puntuales hasta morir. Qué coraje. Allí estaba yo, con d cora­
zón en un puño, arrup;adita como un perrillo enfermo, lo
mismo que la Bautista en /.,1Jc11ra de amor junto al ataúd de su
hombre -<¡ue menudo pendón tenia que ser d gachó, todo
hay que decirlo- y las de Radio Nacional impertérritas, oye,
hay que ser sangregordas.

J ,a impactante irrupción diseñada por Mendicutti no


puede ser más definitoria de su protagonista, tanto en un
plano cultural como psicológico. Todavía no nos ha
informado explícitamente que la voz narradora es la de
un travesti, pero sí que podemos deducir su talante vital,
constatar su discurso plagado de coloquialismos, apuntar
su extracción social popular así como el papel que desem­
peña la sexualidad en su vida. Dos notas anticipan el des­
velamiento de su género: el uso del adverbio "divinamen­
te" y la referencia a uno de los iconos de cierta homose­
xualidad educada sentimentalmente durante la dictadura: el
recuerdo de la reina Juana de Castilla, interpretada por
Aurora Bautista en la películ� Locura de amor, dirigida por
Juan de Orduña en 1948. Esta es nuestra protagonista:
una "loca de amor".
A partir de la primera página se sucede una narra­
ción agridulce, con diversos tipos de saltos temporales,
que nos retrata la biografla de un "transformista" cuyo
nombre oficial es " Manolito García Rebollo, natural de
Sanlúcar de Barrameda -tierra de los langostinos y de la
manzanilla-, hijo de Manuel y de Caridad, soltero, de pro­
fesión artista. 'O sea, maricón', se vio que pensaba el de

52
la ventanilla de la Comisaría, la última vez que fui a reno­
var el carné de identidad" (16). "J ,a Madelón" es la uto­
pía que ha construido "Manolito" como espacio de una
libertad peligrosa. Porque, a pesar de que suene paradóji­
co, ese alias, esa profesión, ese orgullo, esa exhibición y
esos orígenes constituyen, simultáneamente, un ajuste de
cuentas con el pasado m:is ingrnto y las cuentas de lo que
puede acabar convirtiéndose en un rosario de penalida­
des si triunfa la intentona golpista. Manolito, al contrario
de tantos militantes políticos en la clandestinidad, ha
construido su nombre no para ocultarse sino para mos­
trarse, para revelar sus señas de identidad: "La Madelón" es
un nombre de guerra, un grito de protesta a favor de la
rebeldía para, por ejemplo, poder votar a un partido
comunista recién legalizado o para participar con un traje
de faralaes en la fiesta autonomista del día de Andalucía.
Mendicutti dibuja con enorme talento un carácter
transgresor y soñador, que cae en digresiones de todo
calado, pero que contrapone con otros personajes
mediante un proceso de auto-concienciación existencial.
Nuestra protagonista se construye y desconstruye merced
a una arquitectura monologada en donde se van salpican­
do los diálogos, de forma directa o indirect'l, que trazan
un retrato intenso y disperso que proyecta su personali­
dad, plagada de ráfagas de sinceridad extrema, provocadas
por la inquietud, y de escenas revividas del más variado
pelaje. Fondo y forma se asocian felizmente para denotar
y connotar la historia. Como lectores, la trayectoria vital
de "la Madelón" podrá aburrirnos o fascinarnos, pero sea
cual sea nuestra valoración no podremos negar su vitali­
dad, su capacidad para expresarse con una creatividad lin­
güística apabullante, como también advertimos en uno de

53
los relatos monologados que componen Siete contra Georgia
(pues este personaje protagoniza el quinto episodio de la
obra, titulado "Donde la Madelón, de cuya adicción a la
soldadesca habla muy claro su alias, advierte, sin embargo,
que ella come todo aunque se decida, al final, por una
bonita versión de las maniobras conjuntas hispano-portu­
guesas"). Parece adecuado afirmar que el idioma conquis­
tado por nuestra protagonista es una germanía trufada de
citas a través de las cuales advertimos la identidad utópica
asediada, los mitos cotidianos (desde un perfume a un
actor, pasando por el folclore) puestos al servicio de una
jugosa sintaxis irreverente, como heterodoxa es quien
admira a Dolores Ibarruri, "la Pasionaria", y reza a la
Virgen del Rocío.
En un artículo publicado en 1995, muy sign ificativa­
mente titulado "Mentirás a tu prójimo como a ti mismo",
Eduardo Mendicutti brinda algu nas pistas sobre su arte
narrativo y explica algunos aspectos que conviene traer
aquí, a propósito del auto-biografismo que suele achacar­
se a sus obras, a su entender casi nunca acertado (aunque
recuérdese, en este sentido, que tanto "la Madelón" como
Mendicutti son oriundos del mismo pueblo gaditano, sin
ir más lejos). Pues bien, su comentario sobre Una mala
noche la tiene cualquiera no oculta un ápice su peculiar gene­
alogía flaubertiana:

La Madclón soy yo. Y la mentira es flagrante; yo no me he


travestido en mi vida, ni siquiera en carnavales, y creo que no
lo haré jamás; la vida de La Madclón me la inventé; más aún,
es más que probable que, en la vida real, no existan travestís
como La Madclém. Pero la Madclém soy yo. En La Madclón
reconozco sentimientos míos muy profundos, y no sólo rcla-

54
donados con el problema de la identidad �exual; el terror a la
falta de libertad, la angustia de la clandestinidad vivida no
expresamente por razones pollticas, que en parte también,
sino por razones culturales, intelectuales, económicas, senti­
mentales. (Mendicutti 1 995: 48)

Y es que, en definitiva, Una mala noche lfl liene cualquie­


ra cristaliza no sólo una, sino muchas utopías coetáneas:
al narrar su itinerario biográfico pretérito y presente (o
incluso cabria proponer "sus fortunas y adversidades", a
la manera picaresca), "la Madelón" está convirtiéndose
también en metáfora de todos aquellos españoles com­
prometidos con la democracia y con la lucha por sus
derechos que constataron cómo en unas pocas horas, a lo
largo de una muy mala noche, pudo derrumbarse su
sueño de libertad (Pérez-Sánchez 2000: 387-403) .

55
METÁFORAS Y REALIDADES

Pero la disociación de "la Madelón" de su contexto


histórico en beneficio de sus innegables valores metafó­
ricos seria un ejercicio de injusticia literaria, aunque en
primera instancia suene paradójico. Quiero con ello
apuntar que por más que la criatura de Mendicutti pueda
ser valorada, a más de veinticinco años de su nacimiento,
en tanto que creación verbal que puede asumir un inne­
gable atractivo simhólico, tamhién nos hace percihir la
capacidad de su autor para recoger y transformar unas
vivencias a pie de calle, que con el paso del tiempo han
cambiado de entidad en el uso de la lengua española y de
sus hablantes, como evidencia la reciente legislación
española en materia de "identidad de género".
"La Madelón" es hija de su tiempo, un tiempo que
parece olvidarse (como la memoria y las personas que lo
albergan), pero que están rescatando con sagacidad algu ­
nas investigaciones históricas y culturales recientes,
como las desarrolladas por Arturo Arnalte (2003),
Fernando Olmeda (2004) o Alberto Mira (2004, sin olvi­
dar 1 999); en ellas se incorporan abundantes reflexiones,
directas e indirectas, de algunos de quienes sufrieron en
sus propias carnes la represión, la tortura, la cárcel y la
humillación cotidianas, que merecen releerse cuidadosa­
mente, como prueban en primera persona algunas de las
páginas de Mirabet (2000), Fluvia (2003), Petit (2004) y

57
Espejo (2005). Una vía muy tentadora de acercamiento a
"la Madelón" sería la de la recuperación de textos más o
menos autobiográficos tan relevantes y próximos para
iluminar la novela de Mendicutti como los testimonios
recogidos por Pierrot (2006) o Matos (2007), a propósi­
to de Dolly Van Doll, pues las lentejuelas de los clubes y
las salas de fiestas de la transición, sus destellos y mise­
rias, podrían ser perfectas compañeras de nuestro perso­
naje literario, sin lugar a dudas (Mérida Jiménez 2008 y
2009).
Sin embargo, ahora quiero manejar unos documen­
tos médicos y académicos que, a mi juicio, han sido poco
valorados -al menos desde una perspectiva como la que
aquí propongo- aun tratándose de materiales publicados
en una monografía de aparente difusión y estimable sol­
vencia a principios de la década de los 80. J ,a razón que
me mueve a un acercamiento como éste podrá resultar
peregrina a algunos, pero en el fondo no lo es, pues tanto
la biografía de Dolly Van Doll como, sobre todo, buena
parte de las viñetas autobiográficas recopiladas por
Pierrot se sustentan en un esquema de superación perso­
nal que es sexual, pero además económica y cultural. En
casi todas ellas, los personajes que se narran no sólo rela­
tan un proceso de auto-identificación sexual -que sería el
más obvio- sino un camino de redención a través del más
duro trabajo, como hijos que son del proletariado (una
palabra cada día más en desuso, pero muy viva en la
España de los 70 y 80). No en balde, Dolly/Carla consa­
gra una porción nada menor de su relato a la penurias
durante y después de la Segunda Guerra Mundial (en las
que el hambre fue protagonista) y Pierrot destaca de
manera nada irónica y sí muy política:

58
Cuando los años sesenta terminaban su mediocre existencia,
cancaneaba por Barcelona convencido de que un maricón
pobre era un maricón y que un maricón rico era un rico. (...)
Unos pocos, a veces, podían escaparse formando parte dd
mundo del espectáculo y desde allí proyectarse hacia un futu­
ro que se perfilaba austero, homófobo y gris. (Pierrot 2006: t 5)

"Maricón" es, por si hiciera falta subrayar la coinci-


dencia, la misma palabra que valoraba a propósito de 11so
del español por aquella época y la misma que según "la
Madelón" piensa el funcionario de la Comisaría de Policía
donde Manolito García Rebollo debe renovar el docu­
mento nacional de identidad.
Historia y p resente de la homosexualidad, de Alberto
García Valdés ( 1981 ), es la monogrnfía a la que me refie­
ro y que deriva de una tesis doctoral en Medicina, defen­
dida en junio de 1980 en la Universidad Complutense,
que mereció la máxima calificación, según se afirma en la
contraportada, a pesar del espinoso tema que trataba y,
sobre todo, de una mirada que, si bien no deja de ser
fruto de su tiempo, resultaba mucho más liberadora y
menos culpabilizadora de cuanto, igualmente, puedan
sugerir algunos epígrafes, apartados o diversas hipótesis
de trabajo. Sorprende que alguien pueda criticar tan nega­
tivamente -si no se es un profundo ignorante de la época
histórica y del contexto méclko de la España de aquellos
años- una tesis doctoral cuyas conclusiones se cierran de
la siguiente manera:

De todo lo más arriba dicho puede, finalmente, obtenerse


la conclusión de que, al no ser la homosexualidad una entidad
patológica en si misma, no tiene por qué necesitar de ningún

59
tipo de actuaciún terapéutica. 1 �n las páginas precedentes se
han descrito todos los supuestos métodos de tratamiento
aplicados a los homosexuales y también se ha visto su rotun­
da ineficacia, porque lo que se debe pretender no es, bien de
una forma o de otra, eliminar la conducta homosexual, pre­
tensiún ilusoria por otra parte, sino lograr que todos los indi­
viduos, sea cual sea su personal orientaciún sexual, puedan
disfrutar de una sexualidad más sana, eliminando todos los
tabúes y temores relacionados con ella, f omentando la educa­
ción a todos los niveles y aceptando las diferencias entre unos
y otros seres humanos no sólo como inevitables, sino como
necesarias para el progreso de la especie.
Por eso deben de variarse muchas actitudes represivas con
los homosexuales, pero no para hacer una apología de esta
forma de comportamiento, sino simplemente para conseguir
unas sociedades más libres y democráticas, en las que la
diversidad de sus componentes sea una de las más importan­
tes causas de crecimiento. (G arcía Valdés 1 981 : 349)

Esos "supuestos métodos de tratamiento aplicados a


los homosexuales" (y nótese la sutileza del adjetivo
empleado) que mucha gente joven, o no tan moza, pare­
ce ignorar fueron, por ejemplo, las terapias "aversivas"
que, mediante productos químicos (como la apomorfina
y la emetina) o mediante la aplicación de descargas eléc­
tricas, pretendían eliminar un deseo sexual patologizado
que emplearon muchos psicólogos y médicos eminentes
en nuestro país durante los años 60, 70 y 80. En una carta
de Armand de Fluvia al activista gay norteamericano
Robert Roth, fechada el 16 de noviembre de 1973, pode­
mos leer un testimonio desesperado de indudable rele­
vancia: "En España {los homosexuales} somos ilegales y

60
peligrosos sociales. Si la policía llegara a saber a lo que me
dedico, me mandarían a la cárcel de Huelva y me harían
la terapia de la aversión para 'curarme' y arruinarían mi
vida en todos los aspectos y, además, se perdería toda la
labor que vengo haciendo en pro de la liberación sexual y
que tantos esfuerzos me cuesta" (Pérez-Sánchez 2000:
374). Huelga añadir que estos métodos de modificación
de la conducta, como corrobora García Valdés (con sin­
tagmas tan connmdentes como "rotunda ineficacia" o
"pretensión ilusoria''), no lograron obtener los resultados
que perseguían y sí, por el contrario, graves dolencias,
físicas y psicológicas, derivadas de ellos que aún arrastran
sus víctimas.
Por tan poderosa razón, no debe extrañarnos que el
fragmento recién citado de las conclusiones de la tesis de
García Valdés guarde algunos notables puntos de contac­
to con el Manijiesto fundacional del Front d'Alliberament Gai
de Cataluf!Ya (F.A.G.C.), fechado en 1 977, aunque pueda
causarnos asombro. como consecuencia de las abismales
diferencias discursivas que los separan. Téngase presente
que en aquel documento, que fue imitado por buena
parte de los nacientes colectivos gays españoles (como
constatamos en fa antología de Soriano Gil 2005: 127-
189) se efecn1aba un llam;miento a los médicos y psicó­
logos para que cesasen de tratar la homosexualidad como
una enfermedad: "La ideologia heterosexual masclista de
la classe dominant es basa en llurs judicis i criteris passats
i anticientífics per tal de poder opriminir-nos" {"La ide­
ología heterosexual machista de la clase dominante se
basa en sus juicios y criterios pasados y anticientíficos
para así poder opriminirnos"} , lo mismo que a los docen­
tes se les pedía que "en la escuela pluralista y democráti-

61
ca se incluya la información y formación sexuales sin pre­
juicios antigays. Esta formación sexual debe formar parte
del pluralismo ideológico de enseñanza que la escuela
democrática necesita" (Mirabet 1984: 260, la traducción
es mía).
Se trata de una tesis doctoral muy erudita, como de
forma superlativa demuestran los capítulos segundo
("Investigación histórica. La homosexualidad desde el
punto de vista de la religión, la moral y las ciencias médi­
cas", pp. 13-122) y cuarto ("Discusión del tema", pp.
201-342), que bien podrían constituir una monografía
aparte, si no fuera porque son el abrigo doctoral de aque­
lla sección que propiamente recoge los análisis médicos
prácticos y que justifica el extenso prólogo historicista y la
detallada revisión posterior de la literatura científica, que
van a proporcionar la conclusión citada. Pues, en efecto,
el núcleo de esta investigación, en el capítulo tercero
(titulado "Parte experimental. Material y métodos", pp.
123-199) va a ser el estudio, realizado entre 1975 y 1977,
de la sexualidad de "205 varones cuya conducta homose­
xual era habitual, gran parte de los cuales estaban en pri­
sión en el momento del trabajo". García Valdés (125-127)
aclara que durante esos años trabajaba como médico ofi­
cial en la prisión de Carabanchel (Madrid), factor que
propicia que en torno a un 40% de sus casos sean reclu­
sos de este centro de detención (72 hombres de un total
de los 176 encarcelados que estudia), de forma que así
explica el marco de su estudio y su trato profesional con
ellos y con el sentido de su tema de investigación; no obs­
tante, el marco geográfico-carcelario fue ampliado con
casos procedentes de la Prisión Modelo de Barcelona (]8
varones: 21,59% del total), y las prisiones provinciales de

62
Badajoz (25: 14,20%), Las Palmas (1 6: 9,09%), Huelva
(15: 8,52%) y Guadalajara (1 0: 5,68%).
No puedo resumir el amplísimo abanico de datos
analizados por García Valdés rle cada una de las personas
(al final del volumen, en las pp. 369-374, se ofrece la plan­
tilla básica del cuestionario empleado, que abarca infor­
maciones personales y familiares, examen flsico, evolu­
ción, observaciones o determinaciones analíticas), pues
ahora debo centrarme, por razones de espacio y de opor­
tunidad, en aquellos "casos" más claramente relacionados
con el objetivo que me guía, vinculado a "la Madelón" de
Eduardo Mendicutti, personaje y autor que viven en
Madrid, en cuya cárcel "era donde había mayor número de
homosexuales sometidos a la J .ey de Peligrosidad Social"
(127). Resulta oportuno señalar que, a juicio del autor,
quien como médico de Carabanchel debía tener una opi­
nión muy formada por su propia experiencia profesional
(a la que se añade la deriv,ida de esta investigación en las
otras cárceles españolas visitadas),

en la mayor parte de las veces la Ley de Peligrosidad Social se


aplicó sobre un tipo determinado de homosexuales, los afe­
minados, y las razones están claras, porque este grupo se
caracteriza por su falta de cautela y porque muchos realizan
funciones de prostitutos en las calles, donde son fácilmente
localizables por la policía, de forma que el arresto es inevita­
ble, a no ser que éste Lenga otra misión más importante que
realizar. En algu nas ocasiones, y si se hace caso del testimo­
nio de los detenidos, el simple hecho de ser afeminado era
suficiente motivo para la detención, aunque no estuviera rea­
lizando la prostitución. Además, los lugares donde ésta tiene
lugar no están cambiando continuamente. Por ejemplo, en

63
Madrid se realiza en las márgenes dd Paseo de la Castellana
y en las Ramblas y zonas próximas en Barcelona. (García
Valdés 1 98 1 : 1 49)

Sí que, en todo caso, merece la pena apuntar que


"una gran parte de los casos se encontraban entre los 20
y los 30 años, el 64,82 por cien" ( 1 29) y que "se realiza­
ron fotografías cuando el sujeto era un transexual o pre­
sentaba alguna característica de interés" (131), imágenes
que podemos contemplar en dos encartes del volumen
(entre las pp. 160-161 y 192-193); igualmente, puede
señalarse que aunque un 59,51% de los casos eran de
hombres de "aspecto masculino", el resto presentaban
tipologías "masculino-afeminado" (25,36%), "interse­
xual" ( 10,24%) y "femenino" (4,87%), siendo estos dos
últimos grupos aquellos asociados a personas que, en
mayor o menor medida, habían segu ido tratamientos
hormonales basados en estrógenos, "aunque ninguno
había sido sometido todavía a una intervención quirúrgi­
ca de cambio de sexo anatómico" (138). García Valdés,
sin embargo, no sólo contempla a sus "casos" en calidad
de "reclusos" o de "pacientes", palabras que nos remiten
a los discursos legales y médicos que más incidencia han
tenido en su degradación y marginalidad contemporánea,
sino que pretende profundizar en las biografias persona­
les individuales para comprender mejor las sign ificacio­
nes de sus prácticas sexuales: "La mayoría de preguntas
versaban sobre las experiencias pasadas y el comporta­
miento presente, pero también se hizo hincapié en que
expresaran sus actitudes y opiniones sobre otras cuestio­
nes, ya que estas respuestas eran a veces muy importan­
tes para conocer mejor el comportamiento actual" (13 1).

64
Es así como sabemos que la ropa preferida por 2 1
hombres e s la femenina y que otros 8 9 usan "ropa inter­
sexual (unisex)": casi un 54% de los casos analizados.
Más interesante incluso es que 29 se hayan inyectado
"hormonas feminizantes" y que en 58 casos haya sido
habitual u ocasional el "maquillaje y/o depilación de
características femeninas convencionales", aunque sólo
uno de ellos se hubiese implantado prótesis mamarias
(139). Vamos aproximándonos al universo particular de
"la Madelón" cuando el autor constata el bajo nivel de
estudios generalizado (14 1) y a la clase social de la gran
mayoría ellos ("media baja": 78 casos. 38,04%; "baja": 50
casos, 24,39%), así como cuando, oportunamente, descu­
brimos que la profesión que ejercen se relaciona con la
hostelería (69 casos: 33,65%) y con el mundo del espec­
táculo (20 casos: 9,74%).
Aunque resulte comprensible, es una pena que esta
monografía no nos brinde las transcripciones de las res­
puestas de estas personas, de forma que la investigación
pudiera servirnos para crear un retrato coral trans de
aquellos años, pues las excepciones son muy jugosas,
como la del "Caso nº 140. 23 años. 'Me gusta que me
dominen, porque para eso están los hombres. Yo hago de
mujer en todo y así es como tenía que haber nacido'"
(186). Afortunadamente, el discurso indirecto en ocasio­
nes suena bastante cercano a una voz en primera perso­
na, según demuestran las líneas dedicadas al "Caso nº 31"
(172), incorporado para ilustrar la "influencia de las pri­
meras experiencias" sexuales:

20 años. De origen rural, viene a Madrid a los 8, porque sus


padres se fueron a Suiza a trabajar. ÚI vivía con una tía que

65
tenia dos hijos, uno de 1 7 y la otra de 1 3 y dormía con su
primo, a quien queria mucho. Mantuvo con él relaciones
homosexuales durante un año y, si al principio lo hizo forza­
damente, después fue cambiando de opinión. Antes de ellas
no tenia tendencia sexual definida, pero desde entonces no
ha tenido nunca interés por las mujeres. Cuando tenía 9 años,
poco después de lo de su primo, conoció a un chico mayor
que él y se fue introduciendo en el ambiente homosexual, tra­
bajando como peluquero y travesti o haciendo la prostitu­
ciún. En los últimos años se ha puesto hormonas y quiere
operarse para ser "lo que en realidad soy, una mujer". Dice
que la influencia de las relaciones con su primo fue muy
grande, pero que hubiera sido asi de tocias formas. Ver foto­
grafías 1 4, 1 5, 1 6 y 1 7.

J ,as páginas dedicadas a la transexualidad serán aque­


llas en donde se nos confirme que muchos de los casos
"eran jóvenes que vivían de la prostitución o que trabaja­
ban en espectáculos de variedades como travestis,
habiendo estado sometidos a medicaciones hormonales
para variar su morfología y lograr un aspecto más feme­
nino" (187); también resulta muy oportuna la constata­
ción según la cual "el tipo de mujer con el que se identi­
ficaban era en casi todos el de mujer-objeto, físicamente
atractiva, pasiva y al servicio de los deseos del hombre"
(187).
"La Madclón", así, podría valorarse no como una
metáfora literaria sino compararse con el "Caso nº 33",
quien desde "los 23 años se inyecta hormonas y trabaja
en una sala de fiestas" en Barcelona (188, fotografías 23
y 24); con "Giovanna" (nº 15), de 23 años, que vive de la
prostitución y "Si pudiera se casaría con un hombre.

66
Cambiaría de sexo para no volver a la cárcel" (188, foto­
grafía 26); con "Paty" (nº 30), de 20 años, que ha trabaja­
do en clubs y se ha prostituido (188-189, fotografías 28 y
29); con "Ana" (nº 32), q1úen desde "los 17 empieza a
vestirse de mujer y luego, en París, a inyectarse hormonas
estrogénicas. Se considera mujer y quiere operarse" (189,
fotografías 30 a la 24); con "Nancy-Wong" (nº 1 1), que
"Ha trabajado como travestí en clubs y normalmente
viste de mujer. Piensa operarse" ( 1 89, fotografías 38 a la
40); con "Sofi" (nº 38), que "ha trabajado en diversos
clubs. Siempre es pasivo. Su obsesión es ser una mujer
normal" (189-190, fotografias 43 y 44), o, por citar un
solo caso más, con el de "Penélope" (nº 36), de 17 años,
que a los 15 "se fue a Barcelona y trabajó en clubs como
travestí" (190, fotografias 46 y 47), y de quien se recoge
una inequívoca auto-percepción: "No tengo nada de
anormal; de serlo alguien serían los que se llaman a sí
mismo normales. El mundo está al revés" ( 1 9 1 ) .
Que un joven de 1 7 años, que se traviste, aún vigen­
te la Ley de Peligrosirlad Social, se identifique con esta
(a)normalidad se antoja la mejor descripción de la España
de 1975-1977, mojigata en su católica moralidad sobre la
que ejerce un evidente control fáctico el cadáver todavía
caliente de un caudillo por la gracia de Dios. También,
por supuesto, la más clara utopía de una parte nada des­
deñable de ese pueblo, sobre todo de aquellas personas
más sojuzgadas por el régimen franquista. Las voces de
"La Madelón" y de "Penélope" son cantos de libertad
colectiva, pero también, indiscutiblemente, de libertad
íntima: recuérdese que la nefanda J ..ey de Peligrosidad no
fue suprimida hasta 1979 y que el Front d'A lliberament Gai
de Catalul!Ja no logró su legalización hasta 1980, mientras

67
que el Partido Comunista de España lo consiguiera ya en
1 977. Que este partido, presidido por la misma
"Pasionaria" a la que admira "la Madelón", pudiera parti­
cipar en las primeras elecciones democráticas y en la
ponencia de redacción de la Constitución española de
1 978 resulta tan relevante como indispensable parece
constatar que fue muy superior el pánico de la clase polí­
tica post-franquis_ta a los gays, a las lesbianas, a los traves­
tis o a los transexuales, que al partido de "los rojos", hasta
entonces en la clandestinidad o en el exilio.
Es por este motivo adicional que el reconocimiento
público a muchos presos todavía vivos a quienes fue apli­
cada la "Ley de Peligrosidad Social" (o sus versiones
anteriores) no debiera sonar a nadie en su sano juicio
como un antojo de determinado gobierno sino como
reparación y memoria de un ayer que fue pretérito imper­
fecto y que no merece olvidarse, colectiva e individual­
mente, social y sexualmente.

68
CODA FINAL

En la reputada -aunque muy discutida- monogra6a


de John Boswell titulada Cristianismo, tolerancia socialy homo­
sexualidad. Los g�s en Europa occidental desde el comienZJJ de la
Era Cristiana hasta el siglo XIV, publicada en inglés en 1980,
el medievalista estadounidense afirmaba lo siguiente:

Hoy en día, "gay'' (o "gai''), se usa ampliamente en francés,


holandés, danés, japonés, sueco y catalán con el mismo sen­
tido que en inglés. Se está comenzando a usar en alemán y
entre las clases altas de habla in�esa de las áreas cosmopoli­
tas en muchos otros países. Muy pocas lenguas tienen un tér­
mino equivalente. Probablemente el castellano "entendido"
sea el que más se aproxime a una design ación nn orrobiosa
que puedan emplear los propios gays. (Boswell 1 992: 452)

A la altura de 1980, Boswell usaba el término "enten-


dido" como un sinónimo del inglés "gay". Se trata de w 1
participio del verbo "entender", todavía utili:a:ado para la
identificación de un gay o de una lesbiana. En una conver­
sación, preguntar a alguien sobre si un tercero "entiende"
significa preguntar si esa persona es gay o lesbiana. Sin
embargo, en España, el uso de "entendido" como sustan­
tivo ha desaparecido casi por completo (no en algunos
países hispanoamericanos) en beneficio de "gay". ¿Qué
significaciones culturales tiene esta sustitución?

69
En primer lugar, puede argumentarse que el vocablo
inglés ha• sustituido la palabra preexistente por una cues­
tión de pura economía lingüística: resulta más cómodo y
rápido decir una palabra ("gay'') que la otra ("en-ten-di­
do''). Pero en segundo lugar, nos encontramos con otro
factor nada desdeñable, relacionado implícitamente con
la moda y su prestigio. I n "gay" empezó a ser sinónimo
de lo nuevo, de lo extranjero, y también, claro, y muy rele­
vante, de lo liberador. El "entendido" puede estar dentro
del armario; el gay no debiera de estarlo nunca ...
Como todos sabemos, en esa lucha entre el bañador de
cuerpo entero (del "entendido'') y el tanga (del "gay''), ganó
el tanga, afortunadamente. Pero algo se ha quedado y se ha
perdido en el camino. Algo que quizá convendría recuperar
antes de que se pierda. Me refiero, por ejemplo, al "argot del
entendido" de las épocas más oscuras del franquismo, casi
nunca escrito en la literatura que estudiamos en Filología
Hispánica. Alguien que quiera investigar, dentro de muchos
años, el lenguaje en clave de los gays españoles de fines del
siglo XX, podrá recurrir a una estupenda obra de referen­
cia de Ferran Pereda (2004) titulada El cancaneo o al más
reciente diccionario de Félix Rodríguez (2008). Pero, ¿cuál
era el argot homoerótico u homosexual, lesbiano o trans de
hace cuarenta o sesenta años? Como no nos demos prisa,
me temo que no lo averiguaremos nunca (como se olvida­
rán los lugares de encuentro, las fiestas privadas o las entre­
telas de la vida amorosa de tantos hombres y de tantas
mujeres, n�fandos unos y otras, durante la nefanda dictadura
franquista). Estoy hablando de memoria histórica. O, en
homenaje a aquel entrañable ensayo de Carmen Martín
Gaite (1 987), una versión en clave gay y/o lesbiana de sus
Usos amorosos de la postgue"a española.

70
En buena medida, esta sustitución cultural constitu­
ye uno de los muchos frutos de la inevitable globaliza­
ción. Como ha analizado Alfredo Martinez (2005: 79;
2006: 23-26), la "regularización de la homosexualidad" en
España puede rastrearse en muy variados planos socio­
históricos, uno de los cuales sería el siguiente:

la cultura de la comunidad gay tiende a la internacionaliza­


ción mediante la imitación (neocolonial) de los modelos
homosexuales del mundo anglosajón. Este proceso implica,
entre otras cos:i.s, una progn:siva deslocalización o disloca­
ción de la homosexualidad como parámetro cultural: ciertos
establecimientos comerciales, ciertos ritos, cierto'> productos
culturales son, hoy, idénticos en cualquier ciudad occidental.
La cultura gay va sustituyendo con celeridad a otros referen­
tes culturales, como la nacionalidad o el folclore popular.
Curiosamente, la exi�tencia de un neoimperialismo cultural
se percibe con igual nitidez en la cultura popular y en la cul­
tura académica.

Si bien comparto esta tesis de Alfredo Martinez


-como la compartirá cualquier persona viajada por
Europa y Norteamérica-, no conviene desdeñar el hecho
de que esta sustitución cultural a la que aludo nos afecta
a todos, seamos o no lesbianas y gays. Quizá la cuestión
radique en el hecho de que, en España, muchos de los
modelos de eso que se denominaría "comunidad comer­
cial gay" se inspiraron directamente desde sus inicios en los
modelos foráneos y que fueron los propios gays quienes,
de una manera más que menos consciente, han ido sepul­
tando el legado popular o simplemente autóctono. Es
decir que, a mi entender, esta "internacionalización

71
mediante la imitación (neocolonial) de los modelos
homosexuales del mundo anglosajón" también pudo
deberse a la reacción en contra de un modelo asociado (o
asociable) al oscurantismo franquista y a su armario almi­
donado. Asociado a la prehistoria innecesaria de las nue­
vas luchas, ya en tiempos democráticos.
No añoro el pasado, ¡ faltaría más! Tal vez sea ley de
vida: los viejos mueren y los jóvenes inventan o copian
sus nuevos modelos de cultura popular (y ya se sabe que
la "comunidad gay" en España parece haber desterrado a
la tercera edad de muchos locales "de ambiente", cuando
hace veinte años los mayorcitos eran una presencia visi­
ble). Alguien me dirá -y me lo invento- que para muchos
gays españoles de principios del siglo XXI una Alaska o
una Mónica Naranjo sería el sustituto de una Sara
Montiel, de una Juana Reina o de una Concha Piquer. Y
puede ser que acierte. Cada cuál tiene sus gustos y estos
van cambiando (y nos los van cambiando) según las épo­
cas, como los cortes de pelo y las ropas que vestimos.
Pero mi diana, ahora, es otra.
J ,as revueltas propiciadas por la redada policial en
el bar Jtonewall lnn, de Nueva York, la noche del 27 al 28
de junio de 1969, han configu rado uno de los episodios
emblemáticos de las luchas de gays y de lesbianas en
todo el mundo. Una fecha que ha acabado convirtiéndo­
se en "Día del Orgullo Gay" internacional. J ,a revuelta
de Jtonewall se produjo, casualmente, el mismo día del
funeral de Judy Garland, la actriz norteamericana que
fue y sigue siendo uno de los iconos de la cultura gay
estadounidense. Un mito de la utopía y un símbolo de
supervivencia. El Jtonewall era un local que hoy llamarí­
amos "mixto", donde confluían gays, lesbianas y traves-

72
tis. También era un local poco elitista, pues por su barra
pasaban personas de diversa condición social y étnica.
Ambos aspectos me parecen destacables, sobre todo
hoy en día en las grandes ciudades occidentales (en
Madrid o en Barcelona, sin ir más lejos), porque la feliz
amplitud de la demanda ha generado una creciente
ampliación de la oferta de ocio, de manera que conta­
mos con espacios más diversificados y menos mixtos
sexual y económicamente, a gusto de las preferencias,
cada vez más específicas, y de los bolsillos de los consu­
midores. En definitiva, cada vez más parecidos a los de
la sociedad hétero.
Esta diversificación, tan positiva en fa medida en que
confirma una notable libertad de socialización, también
propicia efectos colaterales, como por ejemplo: ¿en cuán­
tos bares, en la actualidad, conviven (se miran, se rozan,
charlan...) gays, lesbianas y trans, a la manera de lo que
sucedía en el Stonwall? Y por ende, ¿de qué manera esta
compartimentación afecta a sus aspiraciones o vindica­
ciones, si alguna?, o ¿de qué manera propicia la asimila­
ción de ciertas personas en detrimento, quizá, de otras y
de sus culturas?
Tampoco resulta imprescindible irse tan lejos en el
espacio y en el tiempo, el Nueva York de fines de la déca­
da de los sesenta. En muchas manifestaciones de finales
de los setenta que discurrieron por las calles harcelone­
sas, con "la aparición de las primeras organizaciones
homosexuales, fueron las locas y los travestís algunos de
los que primero se movilizaron" (Aliaga & Cortés 1997:
128). Sin embargo, resulta oportuno destacar que, duran­
te los años ochenta y noventa, muchos grupos de esa
entidad que se auto-define o que etiquetamos como el

73
"movimiento gay y lesbiano" fueron invisibilizando a
"las locas y los travestís" con el objetivo de ofrecer una
imagen más "pura, limpia, inmutable, incontaminada" de
sí mismos -y utilizo los adjetivos manejados por Isabel
Clúa (2005), a propósito del pensamiento de Harold
Bloom-, más asimilable al patrón heterosexual y hetero­
normativo.
No puede ser ésta la ocasión para valorar tales <;stra­
tegias políticas. Por otra parte, según estudió Osear
Guasch (1991: 82-83), la institucionalización del universo
homosexual español presenta factores sociológicos dis­
tintivos que explican el cambio de rumbo que apunto:

En J �spaña ni la redefinición viril de la homosexualidad, ni la


extensión del modelo gay, se realizan desde el activo movi­
miento sexual de la época. Tal redefiniciím tiene lugar en el
seno de unas instituciones que se implantan de modo parale­
lo al desarrollo del movimiento político gay. I nician su proce­
so definitivo de consolidaciím justo cuando remite la oleada
sexorrevolucionaria planteada por las organizaciones homo­
sexuales. Eso se produce al inicio de la década de los ochen­
ta, cuando el PAC ,C es legalizado como partido político. Las
instituciones a las que se alude son el bar, la discoteca y la sauna.
Es en estas tres instituciones donde se difunde y extiende el
estiJo gay. Aportan los cíidigos e imágenes necesarias para la
redefinición viril de la homosexualidad que no son aportadas
en su momento por el movimiento político gay. La aparición
y difusión del m<idelo gay en España es autónoma respecto a
la actividad política gay. La penetración del nuevo mcidelo se
lleva a cabo por canales probados: por empresarios/as que
reprciducen miméticamente instituciones homosexuales ya
presentes en otros países.

74
Probablemente, como planteara Guasch, España no
podía ser una excepción en el desarrollo del modelo gay
anglosajón en todo el mundo. Siu embargo, adonde he
querido desembarcar con este des\-io más o menos histó­
rico es al recuerdo de unas modalidades de creación v de
apropiación culturales (y sexuales) que conviene refre;car
como ejercicio de recuperación de una genealogía y,
quién sabe, como revulsivo ideológico o como motor de
expansión de algunas tareas pendientes.
En este sentido, me hago eco de la crítica de Alberto
Mira y de Fefa Vila (1999: 45) a propósito de las carencias
de una parte del activismo de gays y lesbianas en tierras
españolas:

Es cierto que nada crea tanto un movimiento como un ene­


migo común; pero también es cierto qne el movimiento gay
español ha sido reacio a hacer un esfuerzo retórico por
adquirir una identidad culn1ral especifica. Con escasas excep­
ciones, no se ha hecho nada para tratar de apropiar la tradi­
ción cultural hispana para la causa gay, no se ha sabido crear
una agenda especificamente hispana basada en nuestra pro­
pia historia y en nuestra propia problemática. El rechazo del
modelo de identidad es perfecto siempre que se proponga
una alternativa. El resultado de todo ello es que en oca.� iones
los debates que nos dividen proceden de la cultura anglosa­
jona, y asistimos a una colonización de lo gay que no es nece­
saria, que no es pertinente y que a menudo no sign ifica gran
cosa entre nosotros, mientras que otras formas de opresión
más generalizadas en nuestro contexto pasan inadvertidas.
Hay aquí un elemento de pereza que debe recibir una mayor
atención por parte de los activistas e intelectuales gays. Si
optamos por el modelo mediterráneo, ¡sea!, pero eso no nos

75
exime de reflexionar sobre sus manifestaciones en nuestra
cultura, de articular una agenda y de tratar de alcanzar una
visibilidad que no tiene por qué tener las mismas marcas que
en Estados U n idos, pero sin la cual no llegaremos a n in¡..,•1.ma
parte, ni política ni socialmente.

Quizá los resultados globales de los estudios cultu­


rales sean exiguos, no lo sé a ciencia cierta. Pero tengo
el convencimiento de que, por ejemplo, una parte nada
desdeñable de muchas movilizaciones sociales que han
influido en la vida cotidiana estadounidense (artística,
literaria, política ... ) de los últimos años han estado inspi­
radas y/o han sido recogidas también por sus cultural stu­
dies. Y a mí, aunque me entusiasme consultar incunables,
me gu sta todavía más que se reconozcan los derechos
de todos los ciudadanos, sin excepciones morales. No
me preocupa la impureza de las disciplinas universita­
rias. El reto de los mejores estudios culturales también
es éste y no creo que sean mis enemigos, sino el enemi­
go de quienes instalados en una torre, presuntamente de
marfil, pueden permitirse el lujo de ignorar la realidad o
de despreciarla. O de despacharla, más sutilmente, con
argumentaciones esencialistas que pueden esconder,
latentemcnte, y consolidar entre nuestra ciudadanía, a la
postre, por vía directa o indirecta, discursos misóginos,
racistas, xenófobos, lesbófos u homófobos, entre otros
muchos prejuicios -por definición antidemocráticos­
tan dañinos como peligrosos a corto, medio y largo
plazo.
En este contexto deseo emplazar, en contra de esos
mismos discursos que azuzan también la transfobia, estas
páginas sobre un universo poco (y frecuentemente mal)

76
explorado en España que merece mucho más que nues­
tra consideración académica. U nas páginas que nacen al
calor y en el seno del equipo <le investigación dirigido por
la Dra. Meri Torras, a quien deben ir dedicadas.

77
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