Homosexuality">
Rafael M. Mérida Jiménez - Cuerpos Desordenados
Rafael M. Mérida Jiménez - Cuerpos Desordenados
Rafael M. Mérida Jiménez - Cuerpos Desordenados
desordenados
Rafael M. Mérida Jiménez
Dircctora.111¡ de la colcccibn
Meri 'forras y Min:i• Calafcll
Grupo lnvesti¡(ador Cuerpo y Textualidad (htt¡,://cositextualitat.uah.cat)
Univcnidad Autbnoma de Barcelona
Comité cientlfico
David Alderson (University of Manchcster), Dora Barrancos (Univcrsidad de Buenos
Aires), Marisa Belaustcguil(oitia (Universidad Nacional Autónoma de México), Patrizia
Calefato (Universita di Bari), Nora Catelli (Univer..itat ele Barcelona), Bracllcy S. E¡,¡,s
(l larvanl University), Claudia 1 .ucotti (Univcniclad Nacional Autónoma ele México),
Sonia Matalfa (Universitat de Valencia), Delfina Muschietti (Universidad ele lluenns Aires).
Comité editorial
Nocmi Acedo, Núria Calafcll,'tsahel Clúa, Félix Ernesto Chávc7., Dic�o Falconi,
limi Fresncxla y Aina Pérez.
5
SUMARIO
Palabras y palabrotas 9
Almas y ciencias 21
Linajes y herencias 39
Utopías y distopías 49
Metáforas y realidades 57
Coda final 69
Referencias bibliográficas 79
PALABRAS Y PALABROTAS
9
nario). Un diccionario es también un cuerpo y un territo
rio que invita a pensarnos, o al menos que me incita a
pensar sobre mí y sobre cuanto me rodea: un territorio en
el que me instalo y un cuerpo con el que reflexiono y me
interrogo. Por ejemplo, ahora, para escribir estas páginas,
me siento tentado y sucumbo al deseo de entablar un
mínimo diálogo con/sobre el cuerpo lingüístico, que es el
nuestro, como territorio constantemente vallado. María
Molincr y su Diccionario de uso del españo4 venerable y admi
rable por tan poderosas razones, me ofrece un vasto
cerco, culminado en 1966, antes de que yo cumpliera un
año de edad, en el que me acomodo, a modo de preám
bulo (Molincr 1984: s.v.).
Según el uso del español, a la altura de mis primeros
pasos, Homosexualidad era la cualidad de homosexual,
pero también el vicio o las prácticas de los homosexuales.
El término Homosexual (formado con "horno", igual, y
"sexual'') se aplica a las personas que satisfacen su sen
sualidad sexual con las de su mismo sexo y remite a
Invertido, que es un participio adjetivo que designa un
cambio en la posición o el orden contrario al normal; en
segunda instancia alude a la persona que satisface sus
deseos sexuales con otra de su mismo sexo: por ello,
sabiamente, doña María me remite a diversas palabras
(como por ejemplo: qfeminado, bardaja o bardaje, cacorro, gar
zón, marica, maricón, mariquita, puto, sodomita...) con las que
podría proseguir mi paseo. Todos coincidiríamos en que
empicar hoy en día el término "homosexual" significa
tener presente su opuesto, "heterosexual". Mi sorpresa
resulta mayúscula cuando constato que María Moliner no
incluye la palabra "heterosexual" en su indispensable
Diccionario: es decir, "heterosexual" no era palabra de 11so
10
en los años 60 del siglo XX. Por si acaso, busco la pala
bra "sexualidad" y me informa de que ést:i define la "cir
cunstancia de tener uno u otro sexo". Busco "sexo" y me
dice que es la "circunstancia de ser macho o hembra". En
fin, para qué aburrirme, pues ya me queda todo claro:
cuando nací, existían "machos" y "hembras", en primer
lugar, y después los homosexuales: invertidos, afemina
dos, bardajas, cacorros, maricas, maricones, mariquitas,
putos, sodomitas, etcétera, etcétera.
Afeminado se aplica a los hombres que tienen aspec
tos, modales, etc. femeninos, así como a los mismos ges
tos, voz, etc. Palabras que pueden ser sinónimos de ésta, y
que recoge Doña María, son acaponado, adamado, ahembrado,
amaricado, amariconado, ambiguo, am19erado, barbilindo, barl,i/u
cio, blando, carininfo, cazolero, cazoletero, cocinilla, cominero, débi4
defeminaáo, equívoco, fileno, lindo, marimarica, mario4 marioso,
ninfo, palabrim19er. .. Bardaja o Bardaje es una palabra proce
dente del árabe y designa a un invertido pasivo. Cocon-o es
un hombre afeminado, invertido o cobarde. La sexta
acepción del término Garz!n (del francés "gaf\'.on'') es:
con referencia a los moros, invertido. Marica es la palabra
empleada para designar a un hombre afeminado o inverti
do (si bien se nos recuerda, y sabemos, que se emplea
como insulto aun sin atribuirle su sentido preciso).
Maricón, por supuesto, es el insulto, todavía más grosero,
de "marica", mientras que .Mariq11ita es su diminutivo
insultante. Puto alude al hombre invertido (pero una
"puta", recuérdese, no es una mujer invertida, sino una
"prostituta''). Sodomita sería un derivado de "sodonúa",
que es la relación libidinosa entre personas del mismo
sexo, o contraria en cualquier forma a la naturaleza. La
palabra "sodomita" se aplica tanto a la persona originaria
11
de Sodoma, ciudad de Palestina, como a la persona que
comete sodomía, es decir, que remite a "Sodoma", por los
vicios atribuidos a los naturales de esta ciudad, de acuerdo
con una discutida lectura del Génesis.
Este sencillo repaso del Diccionario de María Moliner
-que podría ampliarse a todos los diccionarios más o
menos de uso del español redactados durante aquellas déca
das-, a propósito de sus definiciones del ámbito relacio
nado con el homoerotismo, me brinda, al menos, las
cinco modalidades de descalificación entrevistas: (1) des
calificación biológica, en la medida en que la "inversión"
constituye una muestra del "orden contrario al normal",
o, como se especifica en la definición de "sodomita",
como una práctica "contraria en cualquier forma a la
naturaleza". (2) Descalificación moral, como se deduce
del uso de términos como "vicio", pero también de pala
bras como "abominable", "repugnante" y "perverso". (3)
Descalificación lingüística: algunos términos (si no
todos) pueden usarse como insultos; el caso más obvio
sería el del trío formado por "marica", su superlativo más
grosero "maricón" y el diminutivo "mariquita". (4)
Descalificación religiosa, pues en dos ocasiones (en "bar
daje" y "garzón'') remite a prácticas de los musulmanes o
moros. Y porque el episodio del Antiguo Testamento sobre
Sodoma y Gomorra reitera una autoridad implícita en la
creación de una palabra. (5) Descalificación genérica,
derivada de la invisibilidad de las mujeres, que no apare
cen citadas dentro del espectro de la "homosexualidad".
Como si las mujeres no pudieran ser "invertidas" ...
A propósito de este último punto, echo mano de
uno de los primeros diccionarios de la lengua española
(para muchos lexicógrafos, el primero) y constato que
12
recoge la palabra "maricón" (o sea, no "marica", sino su
superlativo). Se trata del Tesoro de Scbastián de
Covarrubias, impreso en t 6 J 1, donde se define de la
manera siguiente: "El hombre afeminado que se inclina a
hazer cosas de muger, que llaman por otro nombre mari
maricas; como al contrario dezimos marimacho la muger
que tiene desembolturas de hombre" (Covarrubias 1987:
s.v.). No estoy diciendo que María Moliner no recogiera la
palabra Marimacho, que define como la mujer de aspecto
y modales masculinos (aunque, según su Diccionario, y
esto también resulta elocuente para una historia del uso
del español en los años 60, una Lesbiana era, única y
exclusivamente, una mujer procedente de la isla de
I .esbos...); sólo estoy apuntando que el término "inverti
do", que en la actualidad se nos antoja bastante anticua
do y en desuso, era hace unos cuarenta años LA palabra
y que era una palabra que ignoraba el deseo homoerótico
femenino.
Fijémonos, a continuación en algunas palabras
generadas mediante el prefijo "trans-" en el Dicrionario de
uso del español a la altura de los años 60: un travestido es una
persona disfrazada o encubierta, aunque se nos recuerda
que la Real Academia de la l.engua acababa de aceptar
travestir como verbo, emparentado con di.ifrazar, que
refleja la acción de vestir con ropas propias del otro sexo.
El inocente carnaval parece asegurado, como el espectá
culo, pues un transfar,nista sería el artista de circo o de
variedades cuyo arte consiste en transformarse rapidísi
mamente en distintos tipos; resulta evidente que María
Moliner no estaba pensando en aquella figura que imagi
naríamos sus nietos y bisnietos, como tampoco pudo
tener presentes, ni registrar, palabras como transexual o
13
transgénero, por entonces poco o nada usadas por el
común de los hablantes de la lengua española. Pero los
años no pasan en balde, pues según confirma la última
edición del Diccionario de la Real Academia Española, tra
vesti o travestí es la persona que, por inclinación natural o
como parte de un espectáculo, se viste con ropas del
sexo contrario; tran.iformista sería aquel actor o payaso
que hace mutaciones rapidísimas en sus trajes y en los
tipos que representa; transexual, por último, puede refe
rirse tanto a la persona que se siente del otro sexo, y
adopta sus atuendos y comportamientos, como a la que
mediante tratamiento hormonal e intervención quirúrgi
ca adquiere los caracteres sexuales del sexo opuesto.
Transgénero es un término que todavía no ha sido acepta
do por nuestra máxima autoridad lingüística.
Consultar el Diccionario de María Moliner, tan sober
bio como hijo de su tiempo (pues se trata de una obra lexi
cográfica que pretende reflejar el uso real de la lengua; es
decir que no alberga las pretensiones de otras tipologías
de diccionarios, como el de la Real Academia Española),
nos permite valorar la entidad de las realidades que refle
jaban las palabras en su contexto histórico-cultural con
mucha mayor precisión. Puede sonar perogrullesco pero
no lo es tanto, como creo que se observará a lo largo de
este volumen.
En el año 2008, la editorial Gredas, la prestigiosa
casa madrileña que ha reimpreso el Diccionario de uso del
español de María Moliner en numerosas ocasiones, ha sor
prendido a más de un despistado con la publicación del
Diccionario gt!)-léshico de Félix Rodríguez González (subti
tulado Vocabulario general y argot de la homosexualidad').
Resulta innecesario valorar ahora el abismo que media
14
entre un tesoro y el otro por razones ohvias, pues es la
brecha impresionante que la sociedad española, o el uso
de su lengua, ha abierto con su ingrato pasado más
reciente. Allí podemos leer, entre tantas otras valiosas
informaciones, que "El Diccionario de la Real Academia
registra 'invertido' por primera vez en la edición de 1936
(aunque se registra antes, en Pío Raroja, en 1911, y en
Rafael Cansinos-Asséns, antes de 1914; y una obra teatral
argentina de 1914 lleva el título Lo.r invertidos) e incluye la
acepción de 'sodomita' que continúa registrándose hasta
la de 1992. En la reciente de 2001, se pierde, y sólo apa
rece la de 'homosexual, especialmente el masculino"'
(Rodríguez González 2008: 225-226).
El texto de Pío Baraja al que alude este Diccionario
gqy-lé.rbico a propósito del término "invertido" se ha con
vertido en una de las obras más conocicfas de su autor,
entre otras razones, porque ha sido lectura obligatoria en
las aulas españolas preuniversitarias durante muchos cur
sos académicos: su célebre novela RI árbol de la ciencia. No
debe extrañarnos, pues sabemos que "invertido" es una
palabra profundamente vinculada al vocabulario científi
co y, sobre todo, médico del último cuarto del siglo XIX.
El árbol de la ciencia, que viera la luz en 1911, tiene mucho
tanto de expresión de una sexualidad medicalizada como
de desencanto científico; su protagonista, Andrés
Hurtado, es un médico cuya biografía sigue una trayecto
ria que le conducirá al pesimismo, al nihilismo existencial
y al suicidio.
El pasaje citado por Rodríguez González (2008: 226)
pertenece a la sexta parte de esta novela, donde se narra
la experiencia de Hurtado como "médico de Higiene" en
Madrid y su trato profesional con personajes de los bajos
15
fondos. En un diálogo con J ,ulú, la dependienta que aca
bará convirtiéndose en su esposa, y con el propósito de
ilustrarle sobre la explotación que sufren las prostitutas
cuya maltrecha salud diagnostica, relata el siguiente caso:
16
"Cotorrita" es un delincuente muy especial, pues combi
na las dotes del ave de presa (el "halcón", que no de la
cotorra de la que su alias deriva) con la masculinidad cas
trada del "eunuco". El árbol de la ciencia logra magnificar la
"crueldad" del explotador sexual mediante antítesis, pero
también mediante una hipérbole que potencia su sexuali
dad depravada a través de la práctica del travestismo: un
"invertido", un "afeminado", un "eunuco" puede con
vertirse en una bestia moralmente enferma y criminal
-segú n muestran, por otra parte, sus parcas piilabras-.
Muy probablemente este fragmento constituya una
de las descripciones literarias en lengua española más
brutales 0J concisas) de un travestido. Y también poco
frecuentes, pues resulta pertinente destacar que las prác
ticas homosexuales masculinas suelen bañarse en el uso
del español de manera interesadamente femenina, factor
que denota la concepción generalizada de una "inferiori
dad natural" de la mujer (María Moliner nos remite desde
"afeminado" a adamado, ahembrado, amaricado, amariconado,
barbilindo, carininfo, defeminado, marimarica, mario4 marioso,
ninfo, y palabrimujer. . . ), o que sugiere que el homosexual
ha perdido su "esencia" masculina (según sugiere, de
forma contundente, la palabra acaponado, que significa
"castrado"). La lengua que hablamos no es inocente,
como nosotros tampoco lo somos, obviamente, sino que
constituye el canal esencial de definición cultural y, en
consecuencia, puede convertirse en el canal privilegiado
de descalificación -y, a la postre, de discriminación
social y sexual.
"Cotorrita" es un travesti muy original (precisamente
porque Baraja mezcla en las líneas citadas sus actividades
delictivas, su comportamiento, su género y el diminutivo
17
que le designa), al igual que lo es su creador, un escritor
que antes de dedicarse plenamente a la literatura había
ejercido la medicina -como el protagonista de su novela-,
y que se doctoró con una tesis titulada, nada menos, El
dolor. Estudio de psicojlsica, culminada en 1896. Así com
prendemos mejor el trazo con el que "Cotorrita" aparece
apenas dibujado: la suya es no sólo la conciliación de
todos los delitos más terribles contra la dignidad humana,
sino la encarnación de una dualidad sexual y tenebrosa.
Un hombre capado que se traviste de mujer pero que no
se feminiza del todo, pues aparece transformado en quin
taesencia criminal, masculina y femenina. En cuerpo y
alma desordenados. Sin embargo, ahora, me interesa des
tacar también el contexto médico-social en donde nace
"Cotorrita", pues creo que Pío Baroja se estaría haciendo
eco de los debates de finales del siglo XIX y principios del
XX en torno a la sexualidad, su moralidad y sus patologí
as con el propósito de manipularlas muy oportunamente
en las partes quinta y sexta de El árbol de la ciencia. Se trata
del mismo contexto en que nacen aquellas investigaciones
que sirvieran a Michel Foucault para reflexionar sobre el
nacimiento de los discursos contemporáneos en torno a
este tema, tal como abordaré en el apartado siguiente.
Quizás no pudiera ser por entonces de otro modo, si
aceptamos la propuesta foucaultiana según la cual el dis
curso médico-científico necesitaba la homosexualidad
para legitimarse (como Pío Baroja necesitaba a
"Cotorrita" para expresar el hastío vital de Andrés
Hurtado en El árbol de la ciencia -pues no parece sino
metáfora del invertido antisocial que sigue la estela más
restrictiva del discurso científico de su época-), pero
resulta extremadamente triste y paradójico que así fuera,
18
en primerísima instancia por sus nefastas consecuencias y
por los sufrimientos que esta comunión de discursos ha
provocado en tantas y tantas personas a lo largo del siglo
XX 0J del XXI), acusadas de pecadoras o viciosas, casti
gadas como criminales y transmutadas en pacientes
enfermos.
19
ALMAS Y CIENCIAS
21
un foco de relaciones causales indefinidas, una palabra
oscura que hay que desemboscar y, a la vez, escuchar"
(86).
Unas páginas antes de esta encrucijada en donde
hacía confluir los discursos de la fe y de la razón en torno
a la confesión (religiosa y médica) del individuo, el filóso
fo francés ya había introducido uno de los pasajes de su
ensayo que acabarían siendo más citados y comentados,
sobre todo por la influencia que ha ejercido en la crítica
lesbiana, gay o queer y por las discusiones que ha suscita
do entre los estudiosos de la sexualidad, especialmente en
el ámbito de las ciencias humanas y sociales, durante las
tres últimas décadas. Me refiero al que se emplaza en la
segunda parte de su obra ("La implantación perversa''),
en torno a la "nueva caza de las sexualidades periféricas"
que "produce una incorporación de lasperversiones y una nueva
especfficación de los individuos" (56-57):
22
tituyó el día en que se la caracterizó -el famoso artículo de
Westphal sobre las "sensaciones sexuales contrarias" (1 870)
puede valer como fecha de nacimiento-. no tanto por un tipo
de relaciones sexuales como por una cierta cualidad de la
sensibilidad sexual, determinada manera de invertir en si
mismo lo masculino y lo femenino. La homosexualidad apa
reció como una de las figu ras de la sexualidad cuando fue
rebajada de la práctica de la sodonúa a una suerte de amlro
ginia interior, de hermafroditismo cid alma. El sodomita era
un relapso, el homosexual es ahora una especie.
23
más que fuente, en el que han abrevado muchos de sus
más conspicuos enemigos-.
Para el propósito que anima estas reflexiones mías,
sin embargo, más que los debates recientes que ha abona
do la Historia de la sexualidad, me interesan esos nombres
propios citados por Foucault que catapultaron una gama
de relaciones sexuales a la escena pública europea -pri
mero científica, luego política- con propósitos dispares
(Weeks 1977 y 1981; Rosario 1997). Pues, en efecto,
obras como P.rychopathia Sexualis (1886), de Richard von
Krafft-Ebing (1840-1902), Sexual lnver.rion (1 897) de
Havelock Ellis (1859-1939), The Intermedia/e Jex (1896) de
Edward Carpenter (1844-1929) o Jex and Character (1903),
de Otto Weininger (1880-1903) ofrecieron una interpre
tación de la "homosexualidad" ligada a esferas alejadas de
la moral más rígidamente religiosa: sería una enfermedad,
en tanto que "degeneración funcional", según Krafft
Ebing; en cambio, se convertiría en muestra de un "tercer
sexo" en palabras de Carpenter, o de una "inversión
sexual" según la repetida formulación de Ellis: en estas
dos últimas opiniones se observa una sutil despatologiza
ción, pues tanto para uno como para otro las relaciones
sexuales entre semejantes no podían considerarse ni una
enfermedad ni un vicio, sino un fenómeno natural (Bland
& Loan 1998: 41-45).
No obstante, cabe admitir que la difusión y refundi
ción de todas estas teorías acabaron transformando las
relaciones sexuales homoeróticas en una enfermedad
-proceso paralelo al que parecen sucumbir muchos psi
coanalistas o simples seguidores de Sigmund Freud
(1856-1939), quien no consideraba la homosexualidad
como una patología en sentido estricto-. Y esto a pesar
24
de que el "término de 'homosexualidad' fue acuñado en
1 869 por Karl Maria Kertbeny, un hombre de letras hún
garo que luchaba ( ...) para que fueran abolidas las legisla
ciones que castigaban con penas de prisión los actos
homosexuales"; es decir, su invención "se produjo desde
una perspectiva favorable a los gays, antes de que Krafft
Ebing se apoderase de ella en la segunda edición de
P.rycopathia .rexualil' (Eribon 2001 : 399). A pesar también
de, por ejemplo, los ingentes esfuerzos de científicos
como Magnus Hirschfeld (1 868- 1 93.5), personalmente
comprometido con la causa, para impedirlo:
25
por Foucault alude a la combativa y bienintencionada
apuesta del concepto "uranismo" de Karl Heinrich
Ulrichs (1825-1895), quien definió en 1868 la homose
xualidad como un hermafroditismo interior ("anima
muliebris virili corpore inclusa"; Borrillo & Colas 2005:
384), propuesta fulminantemente contestada por Karl
Westphal mediante una argumentación fundacional de la
que se hará eco la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing y,
tras él, la inmensa mayoría de médicos del pasado siglo:
los deseos de los "uranistas" no serían sino inclinaciones
perversas que se explican y que deben controlarse desde
la medicina.
Pero, a mi juicio, la definición de Ulrichs de los "ura
nistas", esos seres "con alma de mujer en un cuerpo de
hombre", además de por su trascendencia para establecer
una genealogía de la definición de las prácticas sexuales
homoeróticas en los discursos médicos del último tercio
del siglo XIX, me parece un punto de inflexión indispen
sable para empezar a reflexionar sobre una cuestión de
enorme calado, que es la erosión de lo que hoy suele
denominarse "intersexualidad", como consecuencia de la
resignificación que aquel discurso científico hizo de estas
realidades -a veces incluso, adjudicando representacio
nes, conceptos y etiquetas que habían sido tradicional
mente asociados (como precisamente "androginia" o
"hermafrodita") a un deseo erótico que se estaba refor
mulando y bautizando: la "homosexualidad"-. Dicho
con otras palabras: si seguimos la hipótesis de Michel
Foucault, deberíamos aceptar que los "cuerpos homose
xuales" del discurso médico decimonónico fueron los
causantes de un nuevo desorden de los "cuerpos herma
froditas".
26
Por supuesto, el propio Foucault no dejó de adver
tirlo, explícitamente, en una entrevista de 1978, al parecer
muy poco divulgada según Didier Eribon (2001: 386-
387) :
27
pero que en lugar de permitirle iniciar una vida en mas
culino -por ejemplo casándose con su amiga íntima
Sara- le condujo hacia un París en donde la desespera
ción y la incomprensión fueron tan intensas como para
poder aniquilarle. El inicio de sus "recuerdos" no puede
ser más elocuente:
28
hermafroditismo, y en las prácticas médicas, al tiempo que
los médicos debadan para concretar un sistema de la diferen
cia sexual que encajara. En última instancia, no sólo fue el
cuerpo del hermafrodita el que quedó instalado en la ambi
güedad, sino también los conceptos mécficos y ciendficos de
macho y hembra. Observamos aquí no ya ideas estancadas
sobre el sexo, sino teorías vibrantes, en crecimiento y lucha.
El sexo en si mismo estaba todavía lleno de interrogantes.
(Dreger 2000: 1 6, la traducción es núa)
29
mos sociales que propiciaron, por ejemplo, que un buen
número de ellas se vieran obligadas a mantenerse en la
.invisibilidad o en una incierta marginalidad social que
puede sonarnos muy familiar, como es el mundo del circo
o de la farándula, que los convierte interesadamente en
monstruos o en transformistas de feria. No puede negar
se que su cuerpo "desordenado" fue muy bien manipula
do por el discurso médico y científico para afianzar sus
prerrogativas y asegurar la naturaleza objetiva de sus des
cubrimientos; pero, simultáneamente, cabe advertir que
también fue manipulado por un sistema social que nece
sitaba azuzar las pasiones más bajas y calmar las ansieda
des más inefables de los ciudadanos europeos de aquellas
décadas para protegerse (y para mantener, de paso, las
desigualdades entre hombres y mujeres).
El emplazamiento del debate en el interior de la
Europa decimonónica resulta muy interesante, además,
porque concentra el debate en la geografía occidental y
complementa, por ejemplo, las investigaciones etnológi
cas de Alberto Cardín, pioneras en España. En las con
clusiones de su antología sobre tres modalidades de
prácticas sexuales en donde se constatan diversas bre
chas al modelo heteronormativo europeo ("guerreros",
"chamanes" y "travestis"), sus análisis de algunos com
portamientos en culturas africanas, asiáticas o america
nas alejadas del cristianismo confirmarían la importancia
de los estudios de campo desprejuiciados y el interés de
una lectura más atenta de los mecanismos discursivos e
ideológicos de los que se han valido los conquistadores
o los colonizadores para atacarlos y desvirtuarlos. Por
ello, Cardín ofrecía a lo largo de su introducción una crí
tica muy negativa de aquellos antropólogos que han
30
repetido el error de interpretar los comportamientos
sexuales de culturas "exóticas" a la manera de turistas
que no se esfuerzan por aprehender las diferencias de los
sistemas culturales sino que los adaptan o traducen al
propio. Además, remacha muy atinadamente (1 984: 48-
49) que
31
bulario científico habría preservado un uso connotado
menos negativamente. Quizá sí, aunque a la 22ª edición
del Diccionario de la lengua de la Real Academia Española
(2003), publicada en nuestro siglo XXI, todavía le com
plazca valorar del hermafrodita una anormalidad que no
sabemos si esconde una tara genética o genérica ("Dicho
de una persona: Con tejido testicular y ovárico en sus
gónadas, lo cual origina anomalías somáticas que le dan la
apariencia de reunir ambos sexos'').
Por su parte, el "glosario" que Alberto Salamanca
Ballesteros, profesor titular de obstetricia y ginecología
de la Universidad de Granada, incluye al final de su
monografía (2007: 507-5 1 2), emplaza el hermafroditismo
junto a "malformaciones congénitas" tales como la
hidrocefalia, el enanismo o el hirsutismo. Al tratarse de
una investigación histórico-médica muy reciente, publica
da por una editorial universitaria y prologada por un cate
drático de anatomía patológica, creo que resulta muy
oportuno copiar la definición más relevante (51 1 -512)
para seguir contestando el interrogante abierto:
32
lar con túbulos seminíferos. De acuerdo con la localización
de uno u otro tejido se clasifican en unilaterales (ovario o tes
tículo normal en un lado, ovoteste en el otro), bilaterales (en
ambos lados ovoteste) y laterales (ovario en un lado, testícu
lo en el contrario). Por causas que se desconocen casi siem
pre en los casos laterales el testículo se sitúa en el lado dere
cho y el ovario en el izquierdo.
En los hermafroditas femeninos existen genitales externos
masculinizados, pero con ovarios y con cariotipo femenino
normal 46 XX. Son más frecuentes que los hermafroditas
verdaderos, y en la mayoría de los casos se trata de defectos
enzimáticos de la esteroidogénesis de la glándula suprarrenal,
que conducen a lo que genéricamente se denominan sfndro
mes de hiperplasia suprarrenal congénita. El sustrato fisiopa
tológico es la presencia excesiva de hormonas masculinas,
que actúan en épocas criticas del desarrollo (entre la 9" y 1 5ª
semana), y conducen a diversos grados de masculinización.
Los hermafrod;tas 111asc111inos son sujetos que tienen siempre
testículos, cariotipo 46 XY y un fenotipo femenino o ambi
guo, habitualmente debido a una ausencia de masculiniza
ción o a una masculinización incomplt'ta de los genitales
externos. La masculinización de los genitales externos (pene,
escroto y uretra) es dependiente de la dehidrote�tosterona
(DH1), por lo que es necesaria la presencia de testosterona y
de la enzima 5-alfa-reductasa que transforma la primera en
DHT. Es frecuente en estos casos el abocamiento de la ure
tra por debajo del pene hipoplástico (hipo.rpadias).
33
es lo que caracteriza la aparente objetividad de esta moda
lidad de discurso -aunque si se piensa en documentos
científicos del siglo XIX, como los ya citados, siempre se
sospeche-. J lama mi atención de filólogo, en todo caso,
no ya el estilo inmaculado, propio de cualquier glosario
que se precie, sino el tipo de clasificación desarrollado a
partir de una dicotomía absolutista (verdad/mentira), por
más que dulcificada por el prefijo pseudo. Queda claro, por
lo demás, que la dicotomía se asienta en una concepción
binaria (femenino/masculino) de la sexualidad, que parte
de una base genética bien conocida (XX/XY) . Son bases
indiscutibles de la ciencia médica; en definitiva, sólo
podemos poseer una cosa u otra: tejidos ováricos o teji
dos testiculares.
O no. Porque si se consultan las investigaciones de
Anne Fausto-Sterling, catedrática de biología en Brown
University, y en concreto su monografía Sexing the Botfy
(2000), ya no me hace falta recordar los documentos
científicos citados del siglo XIX para echarme a temblar.
Uno de los aspectos centrales que analiza esta investiga
dora es precisamente el de las significaciones políticas y
éticas derivadas de un recorrido histórico a través de los
primeros estudios médicos en torno a los hermafrodi
tas/intersexuales (como los del urólogo estadounidense
Hugh Young en 1937) y las "correcciones quirúrgicas" a
las que han sido sometidos durante décadas, hasta llegar
a día de hoy, al servicio de la concepción científica bina
ria recién constatada. Operaciones en prestigiosos hospi
tales que han difundido un "protocolo" de actuación que
no siempre ha curado a los miles de pacientes que ha aten
dido, sobre todo recién nacidos a cuyos padres se les ha
planteado el futuro atroz que les espera.
34
Desde un punto de vista que atienda su retórica dis
cursiva, me parece incuestionable que la mirada de
Fausto-Sterling, centrada en las devastadoras consecuen
cias de estas prácticas médicas en muchos estadouniden
ses intersexuales (con nombres y apellidos) y sus familias,
resulta muy convincente para un profano en la materia,
sobre todo si se argumenta de manera tan sólida.
Además, parece muy atractiva, en la medida en que es
capaz de criticar sin tapujos los discursos imperantes en
su propia disciplina académica -y, por extensión, en nues
tra sociedad y en nuestra lengua-:
35
deberían ser considerados "sexos adicionales" a los dos
tradicionales: "En realidad, podríamos ir más allá afir
mando que el sexo es un continuum vasto e infinitamente
maleable que sobrepasa las restricciones incluso de tres
categorías" (1998: 80-81).
J ,a discusión que han suscitado las propuestas de
Fausto-Sterling resulta tan acalorada como los debates
decimonónicos sobre la "naturaleza de los sexos y la
sexualidad" que he ido apuntando y presenta numerosas
ramificaciones de toda suerte que no puedo abordar,
tanto por desconocimiento y espacio como por el motor
que anima estas reflexiones. En todo caso, me atrevo a
sugerir, al simple hilo de mis lecturas, que en el ámbito
de la biología sus propuestas generan interés y rechazo,
incluso entre investigadores cuya obra confirma un
talante muy poco dogmático, como muestra Ambrosio
García J ,eal en su estudio titulado El sexo de las lagartijas
(2008: 198-199):
36
Desde un punto de vista que atiende la retórica dis
cursiva, y con toda la modestia, recomendaría a este exce
lente filósofo de la ciencia que digiera una metáfora
menos discutible (por escurridiza y "horrosa'') que la aso
ciada a las parejas de antítesis noche/ctía y oscuridad/luz
para sustentar su acerada crítica, sobre cuyo contenido
biológico no puedo opinar. Por otra parte, me sorprende
que la militancia lesbiana feminista de Fausto-Sterling sea
un arma arrojadiza en un ensayo tan poco esencialista
como del que extraigo la cita (con subcapítulos titulados
"Madres vírgenes lesbianas" y un epílogo bautizado
"Sexo, mentiras y cintas de ADN'').
A la inversa, que una catedrática transexual (de
hombre a mujer) de la Universidad de Stanford, como
Joan Roughgarden, inicie su recorrido de cerca de qui
nientas páginas para analizar e ilustrar la diversidad del
género y de la sexualidad en animales y en seres huma
nos mediante el testimonio de su propio periplo perso
nal, aparte de ser una modalidad de captatio benevolentiat
teñida de compromiso personal con el tema que se
investiga, muy al uso en el medio académico anglosajón,
supongo que, inevitablemente, para algunos de sus cole
gas de profesión, invalidará, por "ideológica", sus sesu
das aportaciones o las reflexiones que de ellas derivan
(Roughgarden 2004: 28-29).
En fin. Todo lo expuesto debiera servir para corro
borar que los discursos científicos en torno al sexo huma
no y a su sexualidad -especialmente la que no es genital y
heterosexualmente varón/hembra- por mucha que sea la
objetividad a la que aspiren, tienen su pequeña alma y, por
ende, su innegable subjetividad (Escabí y Toro 2006). Lo
cual, como filólogo, me reconforta, dados los tiempos
37
que corren y todas las energías que alimentan el objetivo
desprestigio de los subjetivos estudios de J ..etras.
Somos palabras (los discursos científicos y médicos
son palabras y también somos nosotros, para bien y para
mal) y ellas nos delatan.
38
LINAJES Y HERENCIAS
39
leyenda: l lermafrodito, cuyo nombre recordaba a la vez los
de su madre y su padre, habla sido criado por las ninfas en
los bosques del I da de frigia. Estaba dotado de gran belleza,
y a los quince años se lanzó a correr mundo y viajó por el
Asia Menor. Encontrándose en Caria llegú un día a los már
genes de un lago de maravillosa hermosura. La ninfa de este
lago, llamada Salmacis, se enamoró de él al momento, pero al
declararle su amor, él la rechazó. La ninfa entonces, aparen
tó resign arse y se ocultó, mientras el joven, seducido por la
limpidez del agua, se quitaba el vestido y se zambullía en el
lago. Cuando Salmacis lo vio en sus dominios y a su merced,
fue hacia él, y lo estrechó en tanto que l lermafrodito se
esforzaba inútilmente por soltarse. I ma dirigiú una plegaria a
los dioses pidiéndoles que jamás pudiesen separarse sus dos
cuerpos. Los dioses la escucharon, y los unieron en un nuevo
ser, dotado de doble naturaleza. Por su parte, 1 lermafrodito
obtuvo del cielo que quienquiera que se bañase en las aguas
del lago Salmacis, perdiese su virilidad. I �n tiempos de
Estrabón se creía aún que el lago poseía esta propiedad.
40
nas, el mito hermafrodita nunca ha desaparecido de la
imaginación de la cultura occidental, tanto literaria (en
verso y en prosa) como plástica (pintura, escultura, graba
do...); la propia Herculine Barbin no fue ajena a estos
referentes cultos, según demuestra una clara alusión en su
relato autobiográfico: "Confieso que me sentí especial
mente trastornada por la lectura de /AS metamorfosis de
Ovidio. Los que las conocen pueden hacerse una idea.
Este hallazgo guardaba una significación para nú que la
continuación de mi historia probará claramente"
(Foucault 1985: 36) .
La cursiva e n l a palabra trastornada fue fijada por el
propio Foucault (1985: 21), con el objetivo de destacar
"el juego de epítetos masculinos y femeninos que Alexina
se aplica a ella misma. Femeninos antes de haber poseído
a Sara, masculinos después. Sin embargo, esta sistemati
zación, señalada por el uso de la letra cursiva, no parece
que quiera describir una conciencia de ser mujer que se va
transformando en conciencia de ser hombre, sino más
bien el recuerdo irónico de categorías gramaticales, médi
cas y jurídicas que el lenguaje debe utilizar pero que el
contenido del relato desmiente". Más adelante, el relato
de Barbin vuelve a mencionar el texto clásico romano
con las siguientes palabras: "¿No sobrepasa a veces lo
verdadero todas las concepciones de lo ideal, por exage
rado que éste pueda ser? ¿Las metamorfosis de Ovidio, han
podido ir más lejos?" (99) . En cualquier caso, podemos
constatar la fascinación -más o menos erótica por sen
sual y sexual- que ha ejercido sobre nuestros antepasa
dos, al igual que, paralelamente, las sign ificaciones de su
presencia en el pensamiento científico anterior a los
debates decimonónicos.
41
Un caso emblemático de este imaginario sería el
Examen de ingenios para las ciendas (1575), del humanista
español Juan Huarte de San Juan (c.1529-1588), extensa
obra que aborda cuestiones médicas y filosóficas sobre la
naturaleza humana que gozó de una amplia difusión y de
un influyente reconocimiento en la Europa de los siglos
XVI y XVII: por ejemplo, fue traducida e impresa en
Francia ya a la altura de 1580. En su último capítulo, dedi
cado a describir -o, casi mejor dicho, a recomendar- "la
manera como los padres han de engendrar los hijos
sabios y del ingenio que requieren las letras" (Huarte de
San Juan 1996: 394), el ilustre doctor remite a la más
venerable de las tradiciones para destacar que "el hom
bre, aunque nos parece de la compostura que vemos, no
difiere de la mujer, según dice Galeno, más que en tener
los miembros genitales fuera del cuerpo" (400).
Esto es así porque durante siglos se creyó, cient!ftca
mente, que "si hacemos anatomía de una doncella hallare
mos que tiene dentro de sí dos testículos, dos vasos
seminarios, y el útero con la mesma compostura que el
miembro viril" (400). Esta comunidad anatómica (deno
minada por T homas J ,aqueur 1994, un "sistema de
semejanzas" integral), que hoy puede provocarnos la
sonrisa o la carcajada, se confirmaba entonces mediante
la siguiente observación de las maniobras de esa gran
hacedora que es la "Naturaleza":
42
fuera, no habla más que hacer. Esto muchas veces le ha acon
tecido a N aturaleza, asl estando la criatura en el cuerpo como
fuera; de lo cual están llenas las historias, sino que algun os
han pensado que era fabuloso viendo que los poetas lo traí
an entre las manos. Pero realmente pasa asl: que muchas
veces ha hecho Naturaleza una hembra y lo ha sido uno y dos
meses en el vientre de su madre, y sobreviniéndoles a los
miembros genitales copia de calor por algu na ocasión, salir
afuera y quedar hecho varón. A quien esta transmutación le
acontesciere en el vientre de su madre, se conoce después
claramente en ciertos movimientos que tiene, indecentes al
sexo viril: mujeriles, mariosos. la voz blanda y melosa; son los
tales inclinados a hacer obras de mujeres, y caen ordinaria
mente en el pecado nefando. Por lo contrario, muchas veces
tiene Naturaleza hecho un varón, con sus miembros genita
les afuera, y sobreviniendo frialdad, se los vuelve adentro; y
queda hecha hembra. Conócese después de nacida en que
tiene el aire de varón, asf en fa habla como en todos sus movi
mientos y obras. Esto parece que es dificultoso probarlo;
pero, considerando lo que muchos historiadores auténticos
afirman, es muy fácil de ercer. Y que se hayan vuelto mujeres
en hombres despul-s de nacidas, ya no se espanta el vulgo de
oirlo; porque fuera de lo que cuentan por verdad muchos
antiguos, es cosa que ha acontecido en España muy pocos
años ha. Y lo que muestra la experiencia no admite disputas
ni argumentos. (400-401)
43
nante advertir, a mi juicio, que la "cuadrícula de inteligibi
lidad" del hermafroditismo sirviera para abordar ciertos
comportamientos que hoy tildaríamos de "homosexua
les" mucho antes de la propuesta cronológica de
Foucault, quien apostaba por la segunda mitad del siglo
XIX como marco temporal de la categorización médica
de la homosexualidad. De manera que podríamos dedu
cir que si bien la palabra "homosexualidad" posee una
trayectoria muy reciente, no lo es tanto la asociación de
las prácticas homosexuales al hermafroditismo, quizá
como consecuencia de la tradición médica de raiz aristo
télico-galénica que estaba reformulando el propio Huarte
de San Juan.
Esta superposición de la "cuadrícula de inteligibili
dad" hermafrodita (pagana) aplicada nada menos que al
"pecado nefando" (cristiano) podría ser una de las razo
nes subyacentes que expliquen que su uso haya ido men
guando entre quienes más han sufrido y han visto más
desordenado su propio cuerpo. En efecto, algunas orga
nizaciones internacionales que luchan por el reconoci
miento de sus derechos han desestimado el uso de la
herencia clásica de Hermafrodito en beneficio del térmi
no "intersexual": así, según la página de internet de la
lntersex Society oj North America (ISNA), a la pregu nta
"¿Una persona intersexual es un hermafrodita?", la res
puesta no puede ser más clara: "No".
J ,a justificación que se ofrece para tan rotunda nega
ción del linaje merece todo mi respeto, por razones
obvias, pero me parece interesante señalar que remarcar
la imprecisión del vocablo para definir la pluralidad de
realidades intersexuales, y destacar el estigma derivado
del lenguaje médico decimonónico que lo recuperó, no
44
descarta la validez del término "hermafroclita"; igual
mente me parece oportuno señalar que la génesis misma
del término "intersexual" aparece ligada al vocabulario
médico. Y que puestos a elegir una genealogía, puede
antojarse más contun<lente, a nivel puramente persuasi
vo, rescatar y dotar de una nueva significación, más posi
tiva, la palabra "hermafrodita", de la misma manera que
ciertos grupos y personas "gays" y "lesbianas" hicieron
con estos dos términos. Al fin y al cabo, l:i recuperación
de su "orgullo" ha pasado por dotar de una fuerza revo
lucionaria -al menos a nivel íntimo y en tantos países
occidentales de forma pública-- a palabras que, como
"gay" y "lesbiana", poseían una historia centenaria cuyo
significado había sido manipulado por el uso social más
patriarcal, que las había transformado en insultos. Lo
mismo vale para queer en fechas más recientes, por
supuesto (Mérida Jiménez 2002).
Pero incluso resulta todavía más sorprendente, cuan
do no paradójico en este sentido, que desde la plataforma
de ISNA se esté propugnando en los últimos años el uso
del sintagma "Disorders of Sex Devclopment" {"Desór
denes del Desarrollo Sexual"} como marca de autodefi
nición, pues introduce un término como "desorden" que,
a mi juicio, de manera flagrante por patológica, parece
contradecir el espíritu de las personas que fundaron esta
asociación, en 1993, empezando por su principal promo
tora, la activista intersexual Cheryl Chase (2005: 100):
45
también un protocolo de tratamiento para los bebés interse
xuales que subvierte las concepciones convencionales de la
relación entre cuerpos y géneros. Pero en un nivel que ame
naza más personalmente a los profesionales médicos, la posi
ción del I S N A implica que han dedicado sus carreras
-inconscientemente en el mejor de los casos, mediante la
negación consciente en el peor- a infligir un profundo daño
del cual sus pacientes nunca se recuperarán completamente.
46
les. (...) Los sujetos sociales no son meros autómatas o robots
biológicos. Los intersexuales, como sujetos sociales que son,
están transformando la realidad cultural: pasan de ser objeto
exclusivo de estudio a ser sujetos de conocimiento.
47
UTOPÍAS Y DISTOPÍAS
49
ladas Los novios búlgaros ( 1993) y }ó no tengo la culpa de haber
nacido tan se� (1997), o más recientemente en California
(2005) y Ganas de hablar (2008). Merece la pena subrayar
que ha sido gracias a la labor de la editorial barcelonesa
Tusquets, cuando hiciera finalista de la novena convoca
toria de su premio de narrativa erótica "J ..a sonrisa verti
cal" a Siete contra Georgia, que algunas de sus obras anterio
res fueron rescatadas. Éste sería el caso, justamente, de
Una mala noche la tiene cualquiera, novela sobre la que voy a
tratar, publicada por vez primera en 1982, pero que no
gozó de una difusión aceptable hasta su reimpresión de
1988, aunque fuera galardonada con el premio de novela
corta "Ciudad de Barbastro".
El relato de Una mala noche la tiene cualquiera está pro
tagonizado por "la Madelón", travestí andaluz de media
na edad residente en Madrid, quien narra en primera per
sona sus sentimientos y reflexiones íntimos durante uno
de los acontecimientos más relevantes de la joven demo
cracia española: las horas que el Congreso fue asaltado y
sus diputados secuestrados por un grupo de guardias
civiles, bajo el mando de Antonio Tejero, el 23 de febre
ro de 1981, con el objetivo de ejecutar un golpe de esta
do que pretendía reinstaurar la dictadura militar, por
supuesto heredera de la de Francisco Franco, que duró
desde el final de la guerra civil de 1939 hasta su muerte,
en 1975. Nos encontramos, así, ante una narración
ambientada durante una noche trascendental de la historia
de la España reciente, que forma parte del imaginario
colectivo de buena parte de sus ciudadanos, como
demuestran todavía hoy el recuerdo de la frase "¡Todos al
suelo!" pronunciada por Tejero en la tribuna de oradores,
el simbolismo de la abreviatura "23-F" o las siniestras y
50
repetidas imágenes de los tricornios amenazantes que
dieron la welta al mundo... Durante esas horas, por con
siguiente, se dirimió el rumbo de un país donde las liber
tades constituciona1es luchaban contra el bruta1 ataque de
las fuerzas más reaccionarias, nostálgicas de un poder
omnipotente y represivo.
Pero, evidentemente, no estamos hablando de
nociones abstractas, sino de las libert::tdes individuales y
colectivas que los mandos militares que participaron en
este acto de rebelión pretendían secuestrar de cada uno
de los hombres y mujeres españoles. En este ámbito
-personal y colectivo a un tiempo- es donde parece inci
dir nuestra novela, a pesar de que su protagonista parez
ca estar expresando unas vivencias que son fruto de su
condición marginal. Claro que no todos pensaron con
posterioridad a los hechos narrados que "una ma1a noche
la tiene cualquiera", y ya en el título puede presagiarse el
tono, frívolo e irónico, que teñirá esta novela, redactada
casi como testimonio inmediato si recordamos su fecha
original de publicación, en 1982.
Por si acaso no nos habíamos percatado del tinte
popular del paratexto, las primeras líneas lo confirman
(Mendicutti 1988: 9):
51
transistor eran sólo menos diez -las ocho menos diez-, me
acuerdo divinamente, y hay que ver cómo son siempre de
puntuales esas mujeres de Radio Nacional; una cosa mala,
puntuales hasta morir. Qué coraje. Allí estaba yo, con d cora
zón en un puño, arrup;adita como un perrillo enfermo, lo
mismo que la Bautista en /.,1Jc11ra de amor junto al ataúd de su
hombre -<¡ue menudo pendón tenia que ser d gachó, todo
hay que decirlo- y las de Radio Nacional impertérritas, oye,
hay que ser sangregordas.
52
la ventanilla de la Comisaría, la última vez que fui a reno
var el carné de identidad" (16). "J ,a Madelón" es la uto
pía que ha construido "Manolito" como espacio de una
libertad peligrosa. Porque, a pesar de que suene paradóji
co, ese alias, esa profesión, ese orgullo, esa exhibición y
esos orígenes constituyen, simultáneamente, un ajuste de
cuentas con el pasado m:is ingrnto y las cuentas de lo que
puede acabar convirtiéndose en un rosario de penalida
des si triunfa la intentona golpista. Manolito, al contrario
de tantos militantes políticos en la clandestinidad, ha
construido su nombre no para ocultarse sino para mos
trarse, para revelar sus señas de identidad: "La Madelón" es
un nombre de guerra, un grito de protesta a favor de la
rebeldía para, por ejemplo, poder votar a un partido
comunista recién legalizado o para participar con un traje
de faralaes en la fiesta autonomista del día de Andalucía.
Mendicutti dibuja con enorme talento un carácter
transgresor y soñador, que cae en digresiones de todo
calado, pero que contrapone con otros personajes
mediante un proceso de auto-concienciación existencial.
Nuestra protagonista se construye y desconstruye merced
a una arquitectura monologada en donde se van salpican
do los diálogos, de forma directa o indirect'l, que trazan
un retrato intenso y disperso que proyecta su personali
dad, plagada de ráfagas de sinceridad extrema, provocadas
por la inquietud, y de escenas revividas del más variado
pelaje. Fondo y forma se asocian felizmente para denotar
y connotar la historia. Como lectores, la trayectoria vital
de "la Madelón" podrá aburrirnos o fascinarnos, pero sea
cual sea nuestra valoración no podremos negar su vitali
dad, su capacidad para expresarse con una creatividad lin
güística apabullante, como también advertimos en uno de
53
los relatos monologados que componen Siete contra Georgia
(pues este personaje protagoniza el quinto episodio de la
obra, titulado "Donde la Madelón, de cuya adicción a la
soldadesca habla muy claro su alias, advierte, sin embargo,
que ella come todo aunque se decida, al final, por una
bonita versión de las maniobras conjuntas hispano-portu
guesas"). Parece adecuado afirmar que el idioma conquis
tado por nuestra protagonista es una germanía trufada de
citas a través de las cuales advertimos la identidad utópica
asediada, los mitos cotidianos (desde un perfume a un
actor, pasando por el folclore) puestos al servicio de una
jugosa sintaxis irreverente, como heterodoxa es quien
admira a Dolores Ibarruri, "la Pasionaria", y reza a la
Virgen del Rocío.
En un artículo publicado en 1995, muy sign ificativa
mente titulado "Mentirás a tu prójimo como a ti mismo",
Eduardo Mendicutti brinda algu nas pistas sobre su arte
narrativo y explica algunos aspectos que conviene traer
aquí, a propósito del auto-biografismo que suele achacar
se a sus obras, a su entender casi nunca acertado (aunque
recuérdese, en este sentido, que tanto "la Madelón" como
Mendicutti son oriundos del mismo pueblo gaditano, sin
ir más lejos). Pues bien, su comentario sobre Una mala
noche la tiene cualquiera no oculta un ápice su peculiar gene
alogía flaubertiana:
54
donados con el problema de la identidad �exual; el terror a la
falta de libertad, la angustia de la clandestinidad vivida no
expresamente por razones pollticas, que en parte también,
sino por razones culturales, intelectuales, económicas, senti
mentales. (Mendicutti 1 995: 48)
55
METÁFORAS Y REALIDADES
57
Espejo (2005). Una vía muy tentadora de acercamiento a
"la Madelón" sería la de la recuperación de textos más o
menos autobiográficos tan relevantes y próximos para
iluminar la novela de Mendicutti como los testimonios
recogidos por Pierrot (2006) o Matos (2007), a propósi
to de Dolly Van Doll, pues las lentejuelas de los clubes y
las salas de fiestas de la transición, sus destellos y mise
rias, podrían ser perfectas compañeras de nuestro perso
naje literario, sin lugar a dudas (Mérida Jiménez 2008 y
2009).
Sin embargo, ahora quiero manejar unos documen
tos médicos y académicos que, a mi juicio, han sido poco
valorados -al menos desde una perspectiva como la que
aquí propongo- aun tratándose de materiales publicados
en una monografía de aparente difusión y estimable sol
vencia a principios de la década de los 80. J ,a razón que
me mueve a un acercamiento como éste podrá resultar
peregrina a algunos, pero en el fondo no lo es, pues tanto
la biografía de Dolly Van Doll como, sobre todo, buena
parte de las viñetas autobiográficas recopiladas por
Pierrot se sustentan en un esquema de superación perso
nal que es sexual, pero además económica y cultural. En
casi todas ellas, los personajes que se narran no sólo rela
tan un proceso de auto-identificación sexual -que sería el
más obvio- sino un camino de redención a través del más
duro trabajo, como hijos que son del proletariado (una
palabra cada día más en desuso, pero muy viva en la
España de los 70 y 80). No en balde, Dolly/Carla consa
gra una porción nada menor de su relato a la penurias
durante y después de la Segunda Guerra Mundial (en las
que el hambre fue protagonista) y Pierrot destaca de
manera nada irónica y sí muy política:
58
Cuando los años sesenta terminaban su mediocre existencia,
cancaneaba por Barcelona convencido de que un maricón
pobre era un maricón y que un maricón rico era un rico. (...)
Unos pocos, a veces, podían escaparse formando parte dd
mundo del espectáculo y desde allí proyectarse hacia un futu
ro que se perfilaba austero, homófobo y gris. (Pierrot 2006: t 5)
59
tipo de actuaciún terapéutica. 1 �n las páginas precedentes se
han descrito todos los supuestos métodos de tratamiento
aplicados a los homosexuales y también se ha visto su rotun
da ineficacia, porque lo que se debe pretender no es, bien de
una forma o de otra, eliminar la conducta homosexual, pre
tensiún ilusoria por otra parte, sino lograr que todos los indi
viduos, sea cual sea su personal orientaciún sexual, puedan
disfrutar de una sexualidad más sana, eliminando todos los
tabúes y temores relacionados con ella, f omentando la educa
ción a todos los niveles y aceptando las diferencias entre unos
y otros seres humanos no sólo como inevitables, sino como
necesarias para el progreso de la especie.
Por eso deben de variarse muchas actitudes represivas con
los homosexuales, pero no para hacer una apología de esta
forma de comportamiento, sino simplemente para conseguir
unas sociedades más libres y democráticas, en las que la
diversidad de sus componentes sea una de las más importan
tes causas de crecimiento. (G arcía Valdés 1 981 : 349)
60
peligrosos sociales. Si la policía llegara a saber a lo que me
dedico, me mandarían a la cárcel de Huelva y me harían
la terapia de la aversión para 'curarme' y arruinarían mi
vida en todos los aspectos y, además, se perdería toda la
labor que vengo haciendo en pro de la liberación sexual y
que tantos esfuerzos me cuesta" (Pérez-Sánchez 2000:
374). Huelga añadir que estos métodos de modificación
de la conducta, como corrobora García Valdés (con sin
tagmas tan connmdentes como "rotunda ineficacia" o
"pretensión ilusoria''), no lograron obtener los resultados
que perseguían y sí, por el contrario, graves dolencias,
físicas y psicológicas, derivadas de ellos que aún arrastran
sus víctimas.
Por tan poderosa razón, no debe extrañarnos que el
fragmento recién citado de las conclusiones de la tesis de
García Valdés guarde algunos notables puntos de contac
to con el Manijiesto fundacional del Front d'Alliberament Gai
de Cataluf!Ya (F.A.G.C.), fechado en 1 977, aunque pueda
causarnos asombro. como consecuencia de las abismales
diferencias discursivas que los separan. Téngase presente
que en aquel documento, que fue imitado por buena
parte de los nacientes colectivos gays españoles (como
constatamos en fa antología de Soriano Gil 2005: 127-
189) se efecn1aba un llam;miento a los médicos y psicó
logos para que cesasen de tratar la homosexualidad como
una enfermedad: "La ideologia heterosexual masclista de
la classe dominant es basa en llurs judicis i criteris passats
i anticientífics per tal de poder opriminir-nos" {"La ide
ología heterosexual machista de la clase dominante se
basa en sus juicios y criterios pasados y anticientíficos
para así poder opriminirnos"} , lo mismo que a los docen
tes se les pedía que "en la escuela pluralista y democráti-
61
ca se incluya la información y formación sexuales sin pre
juicios antigays. Esta formación sexual debe formar parte
del pluralismo ideológico de enseñanza que la escuela
democrática necesita" (Mirabet 1984: 260, la traducción
es mía).
Se trata de una tesis doctoral muy erudita, como de
forma superlativa demuestran los capítulos segundo
("Investigación histórica. La homosexualidad desde el
punto de vista de la religión, la moral y las ciencias médi
cas", pp. 13-122) y cuarto ("Discusión del tema", pp.
201-342), que bien podrían constituir una monografía
aparte, si no fuera porque son el abrigo doctoral de aque
lla sección que propiamente recoge los análisis médicos
prácticos y que justifica el extenso prólogo historicista y la
detallada revisión posterior de la literatura científica, que
van a proporcionar la conclusión citada. Pues, en efecto,
el núcleo de esta investigación, en el capítulo tercero
(titulado "Parte experimental. Material y métodos", pp.
123-199) va a ser el estudio, realizado entre 1975 y 1977,
de la sexualidad de "205 varones cuya conducta homose
xual era habitual, gran parte de los cuales estaban en pri
sión en el momento del trabajo". García Valdés (125-127)
aclara que durante esos años trabajaba como médico ofi
cial en la prisión de Carabanchel (Madrid), factor que
propicia que en torno a un 40% de sus casos sean reclu
sos de este centro de detención (72 hombres de un total
de los 176 encarcelados que estudia), de forma que así
explica el marco de su estudio y su trato profesional con
ellos y con el sentido de su tema de investigación; no obs
tante, el marco geográfico-carcelario fue ampliado con
casos procedentes de la Prisión Modelo de Barcelona (]8
varones: 21,59% del total), y las prisiones provinciales de
62
Badajoz (25: 14,20%), Las Palmas (1 6: 9,09%), Huelva
(15: 8,52%) y Guadalajara (1 0: 5,68%).
No puedo resumir el amplísimo abanico de datos
analizados por García Valdés rle cada una de las personas
(al final del volumen, en las pp. 369-374, se ofrece la plan
tilla básica del cuestionario empleado, que abarca infor
maciones personales y familiares, examen flsico, evolu
ción, observaciones o determinaciones analíticas), pues
ahora debo centrarme, por razones de espacio y de opor
tunidad, en aquellos "casos" más claramente relacionados
con el objetivo que me guía, vinculado a "la Madelón" de
Eduardo Mendicutti, personaje y autor que viven en
Madrid, en cuya cárcel "era donde había mayor número de
homosexuales sometidos a la J .ey de Peligrosidad Social"
(127). Resulta oportuno señalar que, a juicio del autor,
quien como médico de Carabanchel debía tener una opi
nión muy formada por su propia experiencia profesional
(a la que se añade la deriv,ida de esta investigación en las
otras cárceles españolas visitadas),
63
Madrid se realiza en las márgenes dd Paseo de la Castellana
y en las Ramblas y zonas próximas en Barcelona. (García
Valdés 1 98 1 : 1 49)
64
Es así como sabemos que la ropa preferida por 2 1
hombres e s la femenina y que otros 8 9 usan "ropa inter
sexual (unisex)": casi un 54% de los casos analizados.
Más interesante incluso es que 29 se hayan inyectado
"hormonas feminizantes" y que en 58 casos haya sido
habitual u ocasional el "maquillaje y/o depilación de
características femeninas convencionales", aunque sólo
uno de ellos se hubiese implantado prótesis mamarias
(139). Vamos aproximándonos al universo particular de
"la Madelón" cuando el autor constata el bajo nivel de
estudios generalizado (14 1) y a la clase social de la gran
mayoría ellos ("media baja": 78 casos. 38,04%; "baja": 50
casos, 24,39%), así como cuando, oportunamente, descu
brimos que la profesión que ejercen se relaciona con la
hostelería (69 casos: 33,65%) y con el mundo del espec
táculo (20 casos: 9,74%).
Aunque resulte comprensible, es una pena que esta
monografía no nos brinde las transcripciones de las res
puestas de estas personas, de forma que la investigación
pudiera servirnos para crear un retrato coral trans de
aquellos años, pues las excepciones son muy jugosas,
como la del "Caso nº 140. 23 años. 'Me gusta que me
dominen, porque para eso están los hombres. Yo hago de
mujer en todo y así es como tenía que haber nacido'"
(186). Afortunadamente, el discurso indirecto en ocasio
nes suena bastante cercano a una voz en primera perso
na, según demuestran las líneas dedicadas al "Caso nº 31"
(172), incorporado para ilustrar la "influencia de las pri
meras experiencias" sexuales:
65
tenia dos hijos, uno de 1 7 y la otra de 1 3 y dormía con su
primo, a quien queria mucho. Mantuvo con él relaciones
homosexuales durante un año y, si al principio lo hizo forza
damente, después fue cambiando de opinión. Antes de ellas
no tenia tendencia sexual definida, pero desde entonces no
ha tenido nunca interés por las mujeres. Cuando tenía 9 años,
poco después de lo de su primo, conoció a un chico mayor
que él y se fue introduciendo en el ambiente homosexual, tra
bajando como peluquero y travesti o haciendo la prostitu
ciún. En los últimos años se ha puesto hormonas y quiere
operarse para ser "lo que en realidad soy, una mujer". Dice
que la influencia de las relaciones con su primo fue muy
grande, pero que hubiera sido asi de tocias formas. Ver foto
grafías 1 4, 1 5, 1 6 y 1 7.
66
Cambiaría de sexo para no volver a la cárcel" (188, foto
grafía 26); con "Paty" (nº 30), de 20 años, que ha trabaja
do en clubs y se ha prostituido (188-189, fotografías 28 y
29); con "Ana" (nº 32), q1úen desde "los 17 empieza a
vestirse de mujer y luego, en París, a inyectarse hormonas
estrogénicas. Se considera mujer y quiere operarse" (189,
fotografías 30 a la 24); con "Nancy-Wong" (nº 1 1), que
"Ha trabajado como travestí en clubs y normalmente
viste de mujer. Piensa operarse" ( 1 89, fotografías 38 a la
40); con "Sofi" (nº 38), que "ha trabajado en diversos
clubs. Siempre es pasivo. Su obsesión es ser una mujer
normal" (189-190, fotografias 43 y 44), o, por citar un
solo caso más, con el de "Penélope" (nº 36), de 17 años,
que a los 15 "se fue a Barcelona y trabajó en clubs como
travestí" (190, fotografias 46 y 47), y de quien se recoge
una inequívoca auto-percepción: "No tengo nada de
anormal; de serlo alguien serían los que se llaman a sí
mismo normales. El mundo está al revés" ( 1 9 1 ) .
Que un joven de 1 7 años, que se traviste, aún vigen
te la Ley de Peligrosirlad Social, se identifique con esta
(a)normalidad se antoja la mejor descripción de la España
de 1975-1977, mojigata en su católica moralidad sobre la
que ejerce un evidente control fáctico el cadáver todavía
caliente de un caudillo por la gracia de Dios. También,
por supuesto, la más clara utopía de una parte nada des
deñable de ese pueblo, sobre todo de aquellas personas
más sojuzgadas por el régimen franquista. Las voces de
"La Madelón" y de "Penélope" son cantos de libertad
colectiva, pero también, indiscutiblemente, de libertad
íntima: recuérdese que la nefanda J ..ey de Peligrosidad no
fue suprimida hasta 1979 y que el Front d'A lliberament Gai
de Catalul!Ja no logró su legalización hasta 1980, mientras
67
que el Partido Comunista de España lo consiguiera ya en
1 977. Que este partido, presidido por la misma
"Pasionaria" a la que admira "la Madelón", pudiera parti
cipar en las primeras elecciones democráticas y en la
ponencia de redacción de la Constitución española de
1 978 resulta tan relevante como indispensable parece
constatar que fue muy superior el pánico de la clase polí
tica post-franquis_ta a los gays, a las lesbianas, a los traves
tis o a los transexuales, que al partido de "los rojos", hasta
entonces en la clandestinidad o en el exilio.
Es por este motivo adicional que el reconocimiento
público a muchos presos todavía vivos a quienes fue apli
cada la "Ley de Peligrosidad Social" (o sus versiones
anteriores) no debiera sonar a nadie en su sano juicio
como un antojo de determinado gobierno sino como
reparación y memoria de un ayer que fue pretérito imper
fecto y que no merece olvidarse, colectiva e individual
mente, social y sexualmente.
68
CODA FINAL
69
En primer lugar, puede argumentarse que el vocablo
inglés ha• sustituido la palabra preexistente por una cues
tión de pura economía lingüística: resulta más cómodo y
rápido decir una palabra ("gay'') que la otra ("en-ten-di
do''). Pero en segundo lugar, nos encontramos con otro
factor nada desdeñable, relacionado implícitamente con
la moda y su prestigio. I n "gay" empezó a ser sinónimo
de lo nuevo, de lo extranjero, y también, claro, y muy rele
vante, de lo liberador. El "entendido" puede estar dentro
del armario; el gay no debiera de estarlo nunca ...
Como todos sabemos, en esa lucha entre el bañador de
cuerpo entero (del "entendido'') y el tanga (del "gay''), ganó
el tanga, afortunadamente. Pero algo se ha quedado y se ha
perdido en el camino. Algo que quizá convendría recuperar
antes de que se pierda. Me refiero, por ejemplo, al "argot del
entendido" de las épocas más oscuras del franquismo, casi
nunca escrito en la literatura que estudiamos en Filología
Hispánica. Alguien que quiera investigar, dentro de muchos
años, el lenguaje en clave de los gays españoles de fines del
siglo XX, podrá recurrir a una estupenda obra de referen
cia de Ferran Pereda (2004) titulada El cancaneo o al más
reciente diccionario de Félix Rodríguez (2008). Pero, ¿cuál
era el argot homoerótico u homosexual, lesbiano o trans de
hace cuarenta o sesenta años? Como no nos demos prisa,
me temo que no lo averiguaremos nunca (como se olvida
rán los lugares de encuentro, las fiestas privadas o las entre
telas de la vida amorosa de tantos hombres y de tantas
mujeres, n�fandos unos y otras, durante la nefanda dictadura
franquista). Estoy hablando de memoria histórica. O, en
homenaje a aquel entrañable ensayo de Carmen Martín
Gaite (1 987), una versión en clave gay y/o lesbiana de sus
Usos amorosos de la postgue"a española.
70
En buena medida, esta sustitución cultural constitu
ye uno de los muchos frutos de la inevitable globaliza
ción. Como ha analizado Alfredo Martinez (2005: 79;
2006: 23-26), la "regularización de la homosexualidad" en
España puede rastrearse en muy variados planos socio
históricos, uno de los cuales sería el siguiente:
71
mediante la imitación (neocolonial) de los modelos
homosexuales del mundo anglosajón" también pudo
deberse a la reacción en contra de un modelo asociado (o
asociable) al oscurantismo franquista y a su armario almi
donado. Asociado a la prehistoria innecesaria de las nue
vas luchas, ya en tiempos democráticos.
No añoro el pasado, ¡ faltaría más! Tal vez sea ley de
vida: los viejos mueren y los jóvenes inventan o copian
sus nuevos modelos de cultura popular (y ya se sabe que
la "comunidad gay" en España parece haber desterrado a
la tercera edad de muchos locales "de ambiente", cuando
hace veinte años los mayorcitos eran una presencia visi
ble). Alguien me dirá -y me lo invento- que para muchos
gays españoles de principios del siglo XXI una Alaska o
una Mónica Naranjo sería el sustituto de una Sara
Montiel, de una Juana Reina o de una Concha Piquer. Y
puede ser que acierte. Cada cuál tiene sus gustos y estos
van cambiando (y nos los van cambiando) según las épo
cas, como los cortes de pelo y las ropas que vestimos.
Pero mi diana, ahora, es otra.
J ,as revueltas propiciadas por la redada policial en
el bar Jtonewall lnn, de Nueva York, la noche del 27 al 28
de junio de 1969, han configu rado uno de los episodios
emblemáticos de las luchas de gays y de lesbianas en
todo el mundo. Una fecha que ha acabado convirtiéndo
se en "Día del Orgullo Gay" internacional. J ,a revuelta
de Jtonewall se produjo, casualmente, el mismo día del
funeral de Judy Garland, la actriz norteamericana que
fue y sigue siendo uno de los iconos de la cultura gay
estadounidense. Un mito de la utopía y un símbolo de
supervivencia. El Jtonewall era un local que hoy llamarí
amos "mixto", donde confluían gays, lesbianas y traves-
72
tis. También era un local poco elitista, pues por su barra
pasaban personas de diversa condición social y étnica.
Ambos aspectos me parecen destacables, sobre todo
hoy en día en las grandes ciudades occidentales (en
Madrid o en Barcelona, sin ir más lejos), porque la feliz
amplitud de la demanda ha generado una creciente
ampliación de la oferta de ocio, de manera que conta
mos con espacios más diversificados y menos mixtos
sexual y económicamente, a gusto de las preferencias,
cada vez más específicas, y de los bolsillos de los consu
midores. En definitiva, cada vez más parecidos a los de
la sociedad hétero.
Esta diversificación, tan positiva en fa medida en que
confirma una notable libertad de socialización, también
propicia efectos colaterales, como por ejemplo: ¿en cuán
tos bares, en la actualidad, conviven (se miran, se rozan,
charlan...) gays, lesbianas y trans, a la manera de lo que
sucedía en el Stonwall? Y por ende, ¿de qué manera esta
compartimentación afecta a sus aspiraciones o vindica
ciones, si alguna?, o ¿de qué manera propicia la asimila
ción de ciertas personas en detrimento, quizá, de otras y
de sus culturas?
Tampoco resulta imprescindible irse tan lejos en el
espacio y en el tiempo, el Nueva York de fines de la déca
da de los sesenta. En muchas manifestaciones de finales
de los setenta que discurrieron por las calles harcelone
sas, con "la aparición de las primeras organizaciones
homosexuales, fueron las locas y los travestís algunos de
los que primero se movilizaron" (Aliaga & Cortés 1997:
128). Sin embargo, resulta oportuno destacar que, duran
te los años ochenta y noventa, muchos grupos de esa
entidad que se auto-define o que etiquetamos como el
73
"movimiento gay y lesbiano" fueron invisibilizando a
"las locas y los travestís" con el objetivo de ofrecer una
imagen más "pura, limpia, inmutable, incontaminada" de
sí mismos -y utilizo los adjetivos manejados por Isabel
Clúa (2005), a propósito del pensamiento de Harold
Bloom-, más asimilable al patrón heterosexual y hetero
normativo.
No puede ser ésta la ocasión para valorar tales <;stra
tegias políticas. Por otra parte, según estudió Osear
Guasch (1991: 82-83), la institucionalización del universo
homosexual español presenta factores sociológicos dis
tintivos que explican el cambio de rumbo que apunto:
74
Probablemente, como planteara Guasch, España no
podía ser una excepción en el desarrollo del modelo gay
anglosajón en todo el mundo. Siu embargo, adonde he
querido desembarcar con este des\-io más o menos histó
rico es al recuerdo de unas modalidades de creación v de
apropiación culturales (y sexuales) que conviene refre;car
como ejercicio de recuperación de una genealogía y,
quién sabe, como revulsivo ideológico o como motor de
expansión de algunas tareas pendientes.
En este sentido, me hago eco de la crítica de Alberto
Mira y de Fefa Vila (1999: 45) a propósito de las carencias
de una parte del activismo de gays y lesbianas en tierras
españolas:
75
exime de reflexionar sobre sus manifestaciones en nuestra
cultura, de articular una agenda y de tratar de alcanzar una
visibilidad que no tiene por qué tener las mismas marcas que
en Estados U n idos, pero sin la cual no llegaremos a n in¡..,•1.ma
parte, ni política ni socialmente.
76
explorado en España que merece mucho más que nues
tra consideración académica. U nas páginas que nacen al
calor y en el seno del equipo <le investigación dirigido por
la Dra. Meri Torras, a quien deben ir dedicadas.
77
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